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EL PÚBLICO Federico García Lorca


EL PÚBLICO
Federico García Lorca

Drama en cinco cuadros
Personajes
(Por orden de intervención)
DIRECTOR
CRIADO
CABALLO BLANCO PRIMERO
CABALLO BLANCO SEGUNDO
CABALLO BLANCO TERCERO
CABALLO BLANCO CUARTO
HOMBRE PRIMERO
HOMBRE SEGUNDO
HOMBRE TERCERO
ARLEQUÍN DIRECTOR
MUJER EN PIJAMA
ELENA
FIGURA DE CASCABELES
FIGURA DE PÁMPANOS
NIÑO
EMPERADOR
CENTURIÓN
JULIETA
CABALLO NEGRO
EL TRAJE DE ARLEQUÍN
EL TRAJE DE BAILARINA
PASTOR BOBO
DESNUDO ROJO
ENFERMERO
ESTUDIANTE PRIMERO
ESTUDIANTE SEGUNDO
ESTUDIANTE TERCERO
ESTUDIANTE CUARTO
ESTUDIANTE QUINTO
DAMA PRIMERA
DAMA SEGUNDA
DAMA TERCERA
DAMA CUARTA
MUCHACHO
LADRÓN PRIMERO
LADRÓN SEGUNDO
TRASPUNTE
PRESTIDIGITADOR
SEÑORA

Cuadro primero

Cuarto del Director.

El Director sentado. Viste de chaqué. Decorado azul. Una gran mano impresa en la pared. Las ventanas son radiografías.

CRIADO. Señor.
DIRECTOR. ¿Qué?
CRIADO. Ahí está el público.
DIRECTOR. Que pase.
(Entran cuatro Caballos Blancos.)


DIRECTOR. ¿Qué desean? (Los Caballos tocan sus trompetas.) Esto sería si yo fuese un hombre con capacidad para el suspiro. ¡Mi teatro será siempre al aire libre! Pero yo he perdido toda mi fortuna. Si no, yo envenenaría el aire libre. Con una jeringuilla que quite la costra de la herida me basta. ¡Fuera de aquí!
¡Fuera de mi casa, caballos! Ya se ha inventado la cama para dormir con los caballos. (Llorando.) Caballitos míos.
LOS CABALLOS. (Llorando.) Por trescientas pesetas. Por doscientas pesetas, por un plato de sopa, por un frasco de perfume vacío. Por tu saliva, por un recorte de tus uñas.
DIRECTOR. ¡Fuera, fuera, fuera! (Toca un timbre.)
LOS CABALLOS. ¡Por nada! Antes te olían los pies y nosotros teníamos tres años. Esperábamos en el retrete, esperábamos detrás de las puertas y luego te llenábamos la cama de lágrimas. (Entra el Criado.)
DIRECTOR. ¡Dame un látigo!
LOS CABALLOS. Y tus zapatos estaban cocidos por el sudor, pero sabíamos comprender que la misma  relación tenía la luna con las manzanas podridas en la hierba.
DIRECTOR. (Al Criado.) ¡Abre las puertas!
LOS CABALLOS. No, no, no. ¡Abominable! Estás cubierto de vello y comes la cal de los muros que no es tuya.
CRIADO. No abro la puerta. Yo no quiero salir al teatro.
DIRECTOR. (Golpeándolo.) ¡Abre!
(Los Caballos sacan largas trompetas doradas y danzan lentamente al son de su canto.)
LOS CABALLOS I.° Y 2.° (Furiosos.) Abominable.
LOS CABALLOS 3.° Y 4.° Blenamiboá.
LOS CABALLOS I.° Y 2.° (Furiosos.) Abominable.
LOS CABALLOS. Blenamiboá.
(El Criado abre la puerta.)
DIRECTOR. ¡Teatro al aire libre! ¡Fuera! ¡Vamos! Teatro al aire libre. ¡Fuera de aquí! (Salen los Caballos. Al Criado.) Continúa. (Se sienta detrás de la mesa.)
CRIADO. Señor.
DIRECTOR. ¿Qué?
CRIADO. ¡El público!
DIRECTOR. Que pase.
(El Director cambia su peluca rubia por una morena. Entran tres Hombres vestidos de frac exactamente iguales. Llevan barbas oscuras.)
HOMBRE I ° ¿El señor Director del teatro al aire libre?
DIRECTOR. Servidor de usted.
HOMBRE I.° Venimos a felicitarle por su última obra.
DIRECTOR. Gracias.
HOMBRE 3.° Originalísima.
HOMBRE I.° ¡Y qué bonito título! Romeo y Julieta.
DIRECTOR. Un hombre y una mujer que se enamoran.
HOMBRE I.° Romeo puede ser una ave y Julieta puede ser una piedra. Romeo puede ser un grano de sal y Julieta puede ser un mapa.
DIRECTOR. Pero nunca dejarán de ser Romeo y Julieta.
HOMBRE I.° Y enamorados. ¿Usted cree que estaban enamorados?
DIRECTOR. Hombre... yo no estoy dentro...
HOMBRE I.° ¡Basta! ¡Basta! Usted mismo se denuncia.
HOMBRE 2.° (Al Hombre I.°) Ve con prudencia. Tú tienes la culpa. ¿Para qué vienes a la puerta de los teatros? Puedes llamar a un bosque y es fácil que éste abra el ruido de su savia para tus oídos. ¡Pero un teatro!
HOMBRE I.° Es a los teatros donde hay que llamar; es a los teatros, para...
HOMBRE 3.° Para que se sepa la verdad de las sepulturas.
HOMBRE 2.° Sepulturas con focos de gas, y anuncios, y largas filas de butacas.
DIRECTOR. Caballeros...
HOMBRE I.° Sí, sí. Director del teatro al aire libre, autor de Romeo y Julieta.
HOMBRE 2.° ¿Cómo orinaba Romeo, señor Director? ¿Es que no es bonito ver orinar a Romeo? ¿Cuántas veces fingió tirarse de la torre para ser apresado en la comedia de su sufrimiento? ¿Qué pasaba, señor Director, cuando no pasaba? ¿Y el sepulcro? ¿Por qué, en el final, no bajó usted las escaleras del sepulcro? Pudo usted haber visto un ángel que se llevaba el sexo de Romeo, mientras dejaba el otro, el suyo, el que le correspondía. Y si yo le digo que el personaje principal de todo fue una flor venenosa, ¿qué pensaría usted? Conteste.
DIRECTOR. Señores, no es ése el problema.
HOMBRE I.° (Interrumpiendo.) No hay otro. Tendremos necesidad de enterrar el teatro por la cobardía de todos, y tendré que darme un tiro.
HOMBRE 2.° ¡Gonzalo!
HOMBRE I.° (Lentamente.) Tendré que darme un tiro para inaugurar el verdadero teatro, el teatro bajo la arena.
DIRECTOR. Gonzalo...
HOMBRE I.° ¿Cómo?... (Pausa.)
DIRECTOR. (Reaccionando.) Pero no puedo. Se hundiría todo. Sería dejar ciegos a mis hijos y luego, ¿qué hago con el público? ¿Qué hago con el público si quito las barandas al puente? Vendría la máscara a devorarme. Yo vi una vez a un hombre devorado por la máscara. Los jóvenes más fuertes de la ciudad, con picas ensangrentadas, le hundían por el trasero grandes bolas de periódicos abandonados, y en América hubo una vez un muchacho a quien la máscara ahorcó colgado de sus propios intestinos.
HOMBRE I.° ¡Magnífico!
HOMBRE 2.° ¿Por qué no lo dice usted en el teatro?
HOMBRE 3.° ¿Eso es el principio de un argumento?
DIRECTOR. En todo caso un final.
HOMBRE 3.° Un final ocasionado por el miedo.
DIRECTOR. Está claro, señor. No me supondrá usted capaz de sacar la máscara a escena.
HOMBRE I.° ¿Por qué no?
DIRECTOR. ¿Y la moral? ¿Y el estómago de los espectadores?
HOMBRE I.° Hay personas que vomitan cuando se vuelve un pulpo del revés y otras que se ponen pálidas si oyen pronunciar con la debida intención la palabra cáncer; pero usted sabe que contra esto existe la hojalata, y el yeso, y la adorable mica, y en último caso el cartón, que están al alcance de todas las fortunas como medios expresivos. (Se levanta.) Pero usted lo que quiere es engañarnos. Engañarnos para que todo siga igual y nos sea imposible ayudar a los muertos. Usted tiene la culpa de que las moscas hayan caído en cuatro mil naranjadas que yo tenía dispuestas. Y otra vez tengo que empezar a romper las raíces.
DIRECTOR. (Levantándose.) Yo no discuto, señor. ¿Pero qué es lo que quiere de mí? ¿Trae usted una obra nueva?
HOMBRE I.° ¿Le parece a usted obra más nueva que nosotros con nuestras barbas... y usted?
DIRECTOR. ¿Y yo...?
3HOMBRE I.° Sí... usted.
HOMBRE 2.° ¡Gonzalo!
HOMBRE I.° (Mirando al Director.) Lo reconozco todavía y me parece estarlo viendo aquella mañana que encerró una liebre, que era un prodigio de velocidad, en una pequeña cartera de libros. Y otra vez, que se puso dos rosas en las orejas el primer día que descubrió el peinado con la raya en medio. Y tú, ¿me reconoces?
DIRECTOR. No es éste el argumento. ¡Por Dios! (A voces.) Elena, Elena.
(Corre a la puerta.)
HOMBRE I.° Pero te he de llevar al escenario, quieras o no quieras. Me has hecho sufrir demasiado.
¡Pronto! ¡El biombo! ¡El biombo! (El Hombre 3. ° saca un biombo y lo coloca en medio de la escena.)
DIRECTOR. (Llorando.) Me ha de ver el público. Se hundirá mi teatro. Yo había hecho los dramas mejores de la temporada, ¡pero ahora!...
(Suenan las trompetas de los Caballos. El Hombre I.° se dirige al fondo y abre la puerta.)
HOMBRE I.° Pasar adentro, con nosotros. Tenéis sitio en el drama. Todo el mundo. (Al Director.) Y tú, pasa por detrás del biombo.
(Los Hombres 2.° y 3.° empujan al Director. Éste pasa por el biombo y aparece por la otra esquina un Muchacho vestido de raso blanco con una gola Blanca al cuello. Debe ser una actriz. Lleva una Pequeña guitarrita negra.)
HOMBRE I.° ¡Enrique! ¡Enrique! (Se cubre la cara con las manos.)
HOMBRE 2.° No me hagas pasar a mí por el biombo. Déjame ya tranquilo. ¡Gonzalo!
DIRECTOR. (Frío y pulsando las cuerdas.) Gonzalo, te he de escupir mucho. Quiero escupirte y romperte el frac con unas tijeritas. Dame seda y aguja. Quiero bordar. No me gustan los tatuajes, pero lo quiero bordar con sedas.
HOMBRE 3.° (A los Caballos.) Tomad asiento donde queráis.
HOMBRE I.° (Llorando.) ¡Enrique! ¡Enrique!
DIRECTOR. Te bordaré sobre la carne y me gustará verte dormir en el tejado. ¿Cuánto dinero tienes en el bolsillo? ¡Quémalo! (El Hombre I.° enciende un fósforo y quema los billetes.) Nunca veo bien cómo desaparecen los dibujos en la llama.
¿No tienes más dinero? ¡Qué pobre eres, Gonzalo! ¿Y mi lápiz para los labios? ¿No tienes carmín? Es un fastidio.
HOMBRE 2.° (Tímido.) Yo tengo. (Se saca el lápiz por debajo de la barba y lo ofrece.)
DIRECTOR. Gracias... pero... ¿pero también tú estás aquí? ¡Al biombo! Tú también al biombo. ¿Y todavía lo soportas, Gonzalo?
(El Director empuja bruscamente al Hombre 2.°, y aparece por el otro extremo del biombo una Mujer vestida con pantalones de pijama negro y una corona de amapolas en la cabeza. Lleva en la mano unos impertinentes cubiertos por un bigote rubio que usará poniéndolo sobre su boca en algunos momentos del drama.)
HOMBRE 2.° (Secamente.) Dame el lápiz.
DIRECTOR. ¡Ja, ja, ja! ¡Oh Maximiliana, emperatriz de Baviera! ¡Oh mala mujer!
HOMBRE 2.° (Poniéndose el bigote sobre los labios.) Te recomendaría un poco de  Silencio.
DIRECTOR. ¡Oh mala mujer! ¡Elena! ¡Elena!
HOMBRE I.° (Fuerte.) No llames a Elena.
DIRECTOR. ¿Y por qué no? Me ha querido mucho cuando mi teatro estaba al aire libre. ¡Elena!
(Elena sale de la izquierda. Viste de griega. Lleva las cejas azules, el cabello blanco y los pies de yeso. El vestido, abierto totalmente por delante, deja ver sus muslos cubiertos con apretada malla rosada. El Hombre 2.° se lleva el bigote a los labios.)
ELENA. ¿Otra vez igual?
DIRECTOR. Otra vez.
HOMBRE 3.° ¿Por qué has salido, Elena? ¿Por qué has salido si no me vas a querer?
ELENA. ¿Quién te lo dijo? Pero ¿por qué me quieres tanto?
Yo te besaría los pies si tú me castigaras y te fueras con las otras mujeres. Pero tú me adoras demasiado a mí sola. Será necesario terminar de una vez.
DIRECTOR. (Al Hombre 3.°) ¿Y yo? ¿No te acuerdas de mí? ¿No te acuerdas de mis uñas arrancadas?
¿Cómo habría conocido a las otras y a ti no? ¿Por qué te he llamado, Elena? ¿Por qué te he llamado, suplicio mío?
ELENA. (Al Hombre 3.°) ¡Vete con él! Y confiésame ya la verdad que me ocultas. No me importa que estuvieras borracho y que te quieras justificar, pero tú lo has besado y has dormido en la misma cama.
HOMBRE 3.° ¡Elena! (Pasa rápidamente por detrás del biombo y aparece sin barba con la cara palidísima y un látigo en la mano. Lleva muñequeras de cuero con clavos dorados.)
HOMBRE 3.° (Azotando al Director.) Tú siempre hablas, tú siempre mientes y he de acabar contigo sin la menor misericordia.
LOS CABALLOS. ¡Misericordia! ¡Misericordia!
ELENA. Podías seguir golpeando un siglo entero y no creería en ti. (El Hombre 3.° se dirige a Elena y le aprieta las muñecas.) Podrías seguir un siglo entero atenazando mis dedos y no lograrías hacerme escapar un solo gemido.
HOMBRE 3.° ¡Veremos quién puede más!
ELENA. Yo y siempre yo.
(Aparece el Criado.)
ELENA. ¡Llévame pronto de aquí! ¡Contigo! ¡Llévame! (El Criado pasa por detrás del biombo y sale de la misma manera.)
¡Llévame! ¡Muy lejos! (El Criado la toma en brazos.)
DIRECTOR. Podemos empezar.
HOMBRE I.° Cuando quieras.
LOS CABALLOS. ¡Misericordia! ¡Misericordia!
(Los Caballos suenan sus largas trompetas. Los personajes están rígidos en sus puestos.)

Telón lento

Cuadro segundo

Ruina romana.

Una Figura, cubierta totalmente de Pámpanos rojos, toca una flauta sentada sobre un capitel. Otra Figura, cubierta de Cascabeles dorados, danza en el centro de la escena.


FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en nube?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en ojo.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en caca?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en mosca.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en manzana?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en beso.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Si yo me convirtiera en pecho?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en sábana blanca.
VOZ. (Sarcástica.) ¡Bravo!
FIGURA DE CASCABELES. ¿Y si yo me convirtiera en pez luna?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo me convertiría en cuchillo.
FIGURA DE CASCABELES. (Dejando de danzar.) Pero ¿por qué?, ¿por qué me atormentas? ¿Cómo no vienes conmigo, si me amas, hasta donde yo te lleve? Si yo me convirtiera en pez luna, tú te convertirías en ola de mar, o en alga, y si quieres algo muy lejano, porque no desees besarme, tú te convertirías en luna llena, ¡pero en cuchillo! Te gozas en interrumpir mi danza. Y danzando es la única manera que tengo de amarte.
FIGURA DE PÁMPANOS. Cuando rondas el lecho y los objetos de la casa te sigo, pero no te sigo a los sitios adonde tú, lleno de sagacidad, pretendes llevarme. Si tú te convirtieras en pez luna, yo te abriría con un cuchillo, porque soy un hombre, porque no soy nada más que eso, un hombre, más hombre que Adán, y quiero que tú seas aún más hombre que yo. Tan hombre que no haya ruido en las ramas cuando tú pases. Pero tú no eres un hombre. Si yo no tuviera esta flauta, te escaparías a la luna, a la luna cubierta de pañolitos de encaje y gotas de sangre de mujer.
FIGURA DE CASCABELES. (Tímidamente.) ¿Y si yo me convirtiera en hormiga?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Enérgico.) Yo me convertiría en tierra.
FIGURA DE CASCABELES. (Más fuerte.) ¿Y si yo me convirtiera en tierra?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Más débil.) Yo me convertiría en agua.
FIGURA DE CASCABELES. (Vibrante.) ¿Y si yo me convirtiera en agua?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Desfallecido.) Yo me convertiría en pez luna.
FIGURA DE CASCABELES. (Tembloroso.) ¿Y si yo me convirtiera en pez luna?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Levantándose.) Yo me convertiría en cuchillo. En un cuchillo afilado durante cuatro largas primaveras.
FIGURA DE CASCABELES. Llévame al baño y ahógame. Será la única manera de que puedas verme desnudo. ¿Te figuras que tengo miedo a la sangre? Sé la manera de dominarte. ¿Crees que no te conozco?
De dominarte tanto que si yo dijera: «¿si yo me convirtiera en pez luna?», tú me contestarías: «yo me convertiría en una bolsa de huevas pequeñitas».
FIGURA DE PÁMPANOS. Toma un hacha y córtame las piernas. Deja que vengan los insectos de la ruina y vete. Porque te desprecio. Quisiera que tú calaras hasta lo hondo. Te escupo.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Lo quieres? Adiós. Estoy tranquilo. Si voy bajando por la ruina iré encontrando amor y cada vez más amor.
FIGURA DE PÁMPANOS. (Angustiado.) ¿Dónde vas? ¿Dónde vas?
FIGURA DE CASCABELES. ¿No deseas que me vaya?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Con voz débil.) No, no te vayas. ¿Y si yo me convirtiera en un granito de arena?
FIGURA DE CASCABELES. Yo me convertiría en un látigo.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¿Y si yo me convirtiera en una bolsa de huevas pequeñitas?
FIGURA DE CASCABELES. Yo me convertiría en otro látigo. Un látigo hecho con cuerdas de guitarra.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡No me azotes!
FIGURA DE CASCABELES. Un látigo hecho con maromas de barco.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡No me golpees el vientre!
FIGURA DE CASCABELES. Un látigo hecho con los estambres de una orquídea.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡Acabarás por dejarme ciego!
FIGURA DE CASCABELES. Ciego, porque no eres hombre. Yo sí soy un hombre. Un hombre, tan hombre, que me desmayo cuando se despiertan los cazadores. Un hombre, tan hombre, que siento un dolor agudo en los dientes cuando alguien quiebra un tallo, por diminuto que sea. Un gigante. Un gigante, tan gigante, que puedo bordar una rosa en la uña de un niño recién nacido.
FIGURA DE PÁMPANOS. Estoy esperando la noche, angustiado por el blancor de la ruina, para poder arrastrarme a tus pies.
FIGURA DE CASCABELES. No. No. ¿Por qué me dices eso? Eres tú quien me debes obligar a mí para que lo haga. ¿No eres tú un hombre? ¿Un hombre más hombre que Adán?
FIGURA DE PÁMPANOS. (Cayendo al suelo.) ¡Ay! ¡Ay!
FIGURA DE CASCABELES. (Acercándose en voz baja.) ¿Y si yo me convirtiera en capitel?
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡Ay de mí!
FIGURA DE CASCABELES. Tú te convertirías en sombra de capitel y nada más. Y luego vendría Elena a
mi cama. Elena, ¡corazón mío! Mientras tú, debajo de los cojines, estarías tendido lleno de sudor, un sudor que no sería tuyo, que sería de los cocheros, de los fogoneros y de los médicos que operan el cáncer. Y entonces yo me convertiría en pez luna y tú no serías ya nada más que una pequeña polvera que pasa de mano en mano.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡Ay!
FIGURA DE CASCABELES. ¿Otra vez? ¿Otra vez estás llorando? Tendré necesidad de desmayarme para que vengan los campesinos. Tendré necesidad de llamar a los negros, a los enormes negros heridos por las navajas de las yucas que luchan día y noche con el fango de los ríos. Levántate del suelo, cobarde.
Ayer estuve en casa del fundidor y encargué una cadena. ¡No te alejes de mí! Una cadena. Y estuve toda la noche llorando porque me dolían las muñecas y los tobillos y, sin embargo, no la tenía puesta. (La Figura de Pámpanos toca un silbato de plata.) ¿Qué haces? (Suena el silbato otra vez.) Ya sé lo que deseas, pero tengo tiempo de huir.
FIGURA DE PÁMPANOS. (Levantándose.) Huye si quieres.
FIGURA DE CASCABELES. Me defenderé con las hierbas.
FIGURA DE PÁMPANOS. Prueba a defenderte. (Suena el silbato. Del techo cae un Niño vestido con una malla roja.)
NIÑO. ¡El Emperador! ¡El Emperador! ¡El Emperador!
FIGURA DE PÁMPANOS. El Emperador.
FIGURA DE CASCABELES. Yo haré tu papel. No te descubras. Me costaría la vida.
NIÑO. ¡El Emperador! ¡El Emperador! ¡El Emperador!
FIGURA DE CASCABELES. Todo entre nosotros era un juego. Jugábamos. Y ahora yo serviré al Emperador fingiendo la voz tuya. Tú puedes tenderte detrás de aquel gran capitel. No te lo había dicho nunca. Allí hay una vaca que guisa la comida para los soldados.
FIGURA DE PÁMPANOS. ¡El Emperador! Ya no hay remedio. Tú has roto el hilo de la araña y ya siento que mis grandes pies se van volviendo pequeñitos y repugnantes.
FIGURA DE CASCABELES. ¿Quieres un poco de té? ¿Dónde podría encontrar una bebida caliente en esta ruina?
NIÑO. (En el suelo.) ¡El Emperador! ¡El Emperador! ¡El Emperador!
(Suena una trompa y aparece el Emperador de los romanos. Con él viene un Centurión de túnica amarilla y carne gris. Detrás vienen los cuatro Caballos con sus trompetas. El Niño se dirige al Emperador. Éste lo toma en sus brazos y se pierden en los capiteles.)
CENTURIÓN. El Emperador busca a uno.
FIGURA DE PÁMPANOS. Uno soy yo.
FIGURA DE CASCABELES. Uno soy yo.
CENTURIÓN. ¿Cuál de los dos?
FIGURA DE PÁMPANOS. Yo.
FIGURA DE CASCABELES. Yo.
CENTURIÓN. El Emperador adivinará cuál de los dos es uno. Con un cuchillo o con un salivazo.
¡Malditos seáis todos los de vuestra casta! Por vuestra culpa estoy yo corriendo caminos y durmiendo sobre la arena. Mi mujer es hermosa como una montaña. Pare por cuatro o cinco sitios a la vez y ronca al mediodía debajo de los árboles. Yo tengo doscientos hijos. Y tendré todavía muchos más. ¡Maldita sea vuestra casta!
(El Centurión escupe y canta. Un grito largo y sostenido se oye detrás de las columnas. Aparece el Emperador limpiándose la frente. Se quita unos guantes negros; después unos guantes rojos y aparecen sus manos de una blancura clásica.)
EMPERADOR. (Displicente.) ¿Cuál de los dos es uno?
FIGURA DE CASCABELES. Yo soy, señor.
EMPERADOR. Uno es uno y siempre uno. He degollado más de cuarenta muchachos que no lo quisieron decir.
CENTURIÓN. (Escupiendo.) Uno es uno y nada más que uno.
EMPERADOR. Y no hay dos.
CENTURIÓN. Porque si hubiera dos no estaría el Emperador buscando por los caminos.
EMPERADOR. (Al Centurión.) ¡Desnúdalos!
FIGURA DE CASCABELES. Yo soy uno, señor. Ése es el mendigo de las ruinas. Se alimenta con raíces.
EMPERADOR. Aparta.
FIGURA DE PÁMPANOS. Tú me conoces. Tú sabes quién soy. (Se despoja de los pámpanos y aparece un desnudo blanco de yeso.)
EMPERADOR. (Abrazándolo.) Uno es uno.
FIGURA DE PÁMPANOS. Y siempre uno. Si me besas yo abriré mi boca para clavarme después tu espada en el cuello.
EMPERADOR. Así lo haré.
FIGURA DE PÁMPANOS. Y deja mi cabeza de amor en la ruina. La cabeza de uno que fue siempre uno.
EMPERADOR. (Suspirando.) Uno.
CENTURIÓN. (Al Emperador.) Difícil es, pero ahí lo tienes.
FIGURA DE PÁMPANOS. Lo tiene porque nunca lo podrá tener.
FIGURA DE CASCABELES. ¡Traición! ¡Traición!
CENTURIÓN. ¡Cállate, rata vieja! ¡Hijo de la escoba!
FIGURA DE CASCABELES. ¡Gonzalo! ¡Ayúdame, Gonzalo!
(La Figura de Cascabeles tira de una columna y ésta se desdobla en el biombo blanco de la primera escena. Por detrás salen los tres Hombres barbados y el Director de escena.)
HOMBRE I.° ¡Traición!
FIGURA DE CASCABELES. ¡Nos ha traicionado!
DIRECTOR. ¡Traición!
(El Emperador está abrazado a la Figura de Pámpanos.)
Telón



Cuadro tercero

Muro de arena. A la izquierda, y pintada sobre el muro, una luna transparente casi de gelatina. En el centro, una inmensa hoja verde lanceolada.

HOMBRE I.° (Entrando.) No es esto lo que hace falta. Después de lo que ha pasado, sería injusto que yo volviese otra vez para hablar con los niños y observar la alegría del cielo.
HOMBRE 2.° Mal sitio es éste.
DIRECTOR. ¿Habéis presenciado la lucha?
HOMBRE 3.° (Entrando.) Debieron morir los dos. No he presenciado nunca un festín más sangriento.
HOMBRE I.° Dos leones. Dos semidioses.
HOMBRE 2.° Dos semidioses si no tuvieran ano.
HOMBRE I.° Pero el ano es el castigo del hombre. El ano es el fracaso del hombre, es su vergüenza y su muerte. Los dos tenían ano y ninguno de los dos podía luchar con la belleza pura de los mármoles que brillaban conservando deseos íntimos defendidos por una superficie intachable.
HOMBRE 3.° Cuando sale la luna, los niños del campo se reúnen para defecar.
HOMBRE I.° Y detrás de los juncos, a la orilla fresca de los remansos, hemos encontrado la huella del hombre que hace horrible la libertad de los desnudos.
HOMBRE 3.° Debieron morir los dos.
HOMBRE I.° (Enérgico.) Debieron vencer.
HOMBRE 3.° ¿Cómo?
HOMBRE I.° Siendo hombres los dos y no dejándose arrastrar por los falsos deseos. Siendo íntegramente hombres. ¿Es que un hombre puede dejar de serlo nunca?
HOMBRE 2.° ¡Gonzalo!
HOMBRE I.° Han sido vencidos y ahora todo será para burla y escarnio de la gente.
HOMBRE 3.° Ninguno de los dos era un hombre. Como no lo sois vosotros tampoco. Estoy asqueado de vuestra compañía.
HOMBRE I.° Ahí detrás, en la última parte del festín, está el Emperador. ¿Por qué no sales y lo estrangulas? Reconozco tu valor tanto como justifico tu belleza. ¿Cómo no te precipitas y con tus mismos dientes le devoras el cuello?
DIRECTOR. ¿Por qué no lo haces tú?
HOMBRE I.° Porque no puedo, porque no quiero, porque soy débil.
DIRECTOR. Pero él puede, él quiere, él es fuerte. (En alta voz.) ¡El Emperador está en la ruina!
HOMBRE 3.° Que vaya el que quiera respirar su aliento.
HOMBRE I.° ¡Tú!
HOMBRE 3.° Sólo podría convenceros si tuviera mi látigo.
HOMBRE I.° Sabes que no te resisto, pero te desprecio por cobarde.
HOMBRE 2.° ¡Por cobarde!
DIRECTOR. (Fuerte y mirando al Hombre 3.°) ¡El Emperador que bebe nuestra sangre está en la ruina!
(El Hombre 3.° se tapa la cara con las manos.)
HOMBRE I.° (Al Director.) Ése es, ¿lo conoces ya? Ése es el valiente que en el café y en el libro nos va arrollando las venas en largas espinas de pez. Ése es el hombre que ama al Emperador en soledad y lo busca en las tabernas de los puertos. Enrique, mira bien sus ojos. Mira qué pequeños racimos de uvas bajan por sus hombros. A mí no me engaña. Pero ahora yo voy a matar al Emperador. Sin cuchillo, con estas manos quebradizas que me envidian todas las mujeres.
DIRECTOR. ¡No, que irá él! Espera un poco. (El Hombre se sienta en una silla y llora.)
HOMBRE 3.° ¡No podría estrenar mi pijama de nubes! ¡Ay! Vosotros no sabéis que yo he descubierto una bebida maravillosa que solamente conocen algunos negros de Honduras.
DIRECTOR. Es en un pantano podrido donde debemos estar y no aquí. Bajo el légamo donde se consumen las ranas muertas.
HOMBRE 2.° (Abrazando al Hombre I.°) Gonzalo, ¿por qué lo amas tanto?
HOMBRE I.° (Al Director.) ¡Te traeré la cabeza del Emperador!
DIRECTOR. Será el mejor regalo para Elena.
HOMBRE 2.° Quédate, Gonzalo, y permite que te lave los pies.
HOMBRE I.° La cabeza del Emperador quema los cuerpos de todas las mujeres.
DIRECTOR. (Al Hombre I.°) Pero tú no sabes que Elena puede pulir sus manos dentro del fósforo y la cal viva. ¡Vete con el cuchillo! ¡Elena, Elena, corazón mío!
HOMBRE 3.° ¡Corazón mío de siempre! Nadie nombre aquí a Elena.
DIRECTOR. (Temblando.) Nadie la nombre. Es mucho mejor que nos serenemos. Olvidando el teatro será posible. Nadie la nombre.
HOMBRE I.° Elena.
DIRECTOR. (Al Hombre I.°) ¡Calla! Luego, yo estaré esperando detrás de los muros del gran almacén.
Calla.
HOMBRE I.° Prefiero acabar de una vez. ¡Elena! (Inicia el mutis.)
DIRECTOR. Oye, ¿y si yo me convirtiera en un pequeño enano de jazmines?
HOMBRE 2.° (Al Hombre I.°) ¡Vamos! ¡No te dejes engañar! Yo te acompaño a la ruina.
DIRECTOR. (Abrazando al Hombre I.°) Me convertiría en una píldora de anís, una píldora donde estarían exprimidos los juncos de todos los ríos, y tú serías una gran montaña china cubierta de vivas arpas diminutas.
HOMBRE I.° (Entornando los ojos.) No, no. Yo entonces no sería una montaña china. Yo sería un odre de vino antiguo que llena de sanguijuelas la garganta. (Luchan.)
HOMBRE 3.° Tendremos necesidad de separarlos.
HOMBRE 2.° Para que no se devoren.
HOMBRE 3.° Aunque yo encontraría mi libertad.
(El Director y el Hombre I.° luchan sordamente.)
HOMBRE 2.° Pero yo encontraría mi muerte.
HOMBRE 3.° Si yo tengo un esclavo...
HOMBRE 2.° Es porque yo soy un esclavo.
HOMBRE 3.° Pero, esclavos los dos, de modo distinto podemos romper las cadenas.
HOMBRE I.° ¡Llamaré a Elena!
DIRECTOR. ¡Llamaré a Elena!
HOMBRE I.° ¡No, por favor!
DIRECTOR. No, no la llames. Yo me convertiré en lo que tú desees.
(Desaparecen luchando por la derecha.)
HOMBRE 3.° Podemos empujarlos y caerán al pozo. Así tú y yo quedaremos libres.
HOMBRE 2.° Tú, libre. Yo, más esclavo todavía.
HOMBRE 3.° No importa. Yo les empujo. Estoy deseando vivir en mi tierra verde, ser pastor, beber el agua de la roca.
HOMBRE 2.° Te olvidas de que soy fuerte cuando quiero. Era yo un niño y uncía los bueyes de mi padre.
Aunque mis huesos estén cubiertos de pequeñísimas orquídeas, tengo una capa de músculos que utilizo cuando quiero.
HOMBRE 3.° (Suave.) Es mucho mejor para ellos y para nosotros. ¡Vamos! El pozo es profundo.
HOMBRE 2.o ¡No te dejare!
(Luchan. El Hombre 2.° empuja al Hombre 3.° y desaparecen por el lado opuesto. El muro se abre y aparece el sepulcro de Julieta en Verona.
Decoración realista. Rosales y yedras. Luna. Julieta está tendida en el sepulcro. Viste un traje blanco de ópera. Lleva al aire sus dos senos de celuloide rosado.)

JULIETA. (Saltando del sepulcro.) Por favor. No he tropezado con una amiga en todo el tiempo, a pesar de haber cruzado más de tres mil arcos vacíos. Un poco de ayuda, por favor. Un poco de ayuda y un mar de sueño. (Canta.)

Un mar de sueño.
Un mar de tierra blanca
y los arcos vacíos por el cielo.
Mi cola por las naves, por las algas.
Mi cola por el tiempo.
Un mar de tiempo.
Playa de los gusanos leñadores
y delfín de cristal por los cerezos.
¡Oh puro amianto de final! ¡Oh ruina!
¡Oh soledad sin arco! ¡Mar de sueño!

(Un tumulto de espadas y voces surge al fondo de la escena.)

JULIETA. Cada vez más gente. Acabarán por invadir mi sepulcro y ocupar mi propia cama. A mí no me importan las discusiones sobre el amor ni el teatro. Yo lo que quiero es amar.
CABALLO BLANCO I.° (Apareciendo. Trae una espada en la mano.) ¡Amar!
JULIETA. Sí. Con amor que dura sólo un momento.
CABALLO BLANCO I.° Te he esperado en el jardín.
JULIETA. Dirás en el sepulcro.
CABALLO BLANCO I.° Sigues tan loca como siempre. Julieta, ¿cuándo podrás darte cuenta de la perfección de un día? Un día con mañana y con tarde.
JULIETA. Y con noche.
CABALLO BLANCO I.° La noche no es el día. Y en un día lograrás quitarte la angustia y ahuyentar las impasibles paredes de mármol.
JULIETA. ¿Cómo?
CABALLO BLANCO I.° Monta en mi grupa.
JULIETA. ¿Para qué?
CABALLO BLANCO I.° (Acercándose.) Para llevarte.
JULIETA. ¿Dónde?
CABALLO BLANCO I.° A lo oscuro. En lo oscuro hay ramas suaves. El cementerio de las alas tiene mil superficies de espesor.
JULIETA. (Temblando.) ¿Y qué me darás allí?
CABALLO BLANCO I.° Te daré lo más callado de lo oscuro.
JULIETA. ¿El día?
CABALLO BLANCO I.° El musgo sin luz. El tacto que devora pequeños mundos con las yemas de los dedos.
JULIETA. ¿Eras tú el que ibas a enseñarme la perfección de un día?
CABALLO BLANCO I.° Para pasarte a la noche.
JULIETA. (Furiosa.) ¿Y qué tengo yo, caballo idiota, que ver con la noche? ¿Qué tengo yo que aprender de sus estrellas o de sus borrachos? Será preciso que use veneno de rata para librarme de gente molesta.
Pero yo no quiero matar a las ratas. Ellas traen para mí pequeños pianos y escobillas de laca.
CABALLO BLANCO I.° Julieta, la noche no es un momento, pero un momento puede durar toda la noche.
JULIETA. (Llorando.) Basta. No quiero oírte más. ¿Para qué quieres llevarme? Es el engaño la palabra del amor, el espejo roto, el paso en el agua. Después me dejarías en el sepulcro otra vez, como todos hacen tratando de convencer a los que escuchan de que el verdadero amor es imposible. Ya estoy cansada. Y me levanto a pedir auxilio para arrojar de mi sepulcro a los que teorizan sobre mi corazón y a los que me abren la boca con pequeñas pinzas de mármol.
CABALLO BLANCO I.° El día es un fantasma que se sienta.
JULIETA. Pero yo he conocido mujeres muertas por el sol.
CABALLO BLANCO I.° Comprende bien: un solo día para amar todas las noches.
JULIETA. ¡Lo de todos! ¡Lo de todos! Lo de los hombres, lo de los árboles, lo de los caballos. Todo lo que quieres enseñarme lo conozco perfectamente. La luna empuja de modo suave las casas deshabitadas, provoca la caída de las columnas y ofrece a los gusanos diminutas antorchas para entrar en el interior de las cerezas. La luna lleva a las alcobas las caretas de la meningitis, llena de agua fría los vientres de las embarazadas, y apenas me descuido arroja puñados de hierba sobre mis hombros. No me mires, caballo, con ese deseo que tan bien conozco. Cuando era muy pequeña, yo veía en Verona a las hermosas vacas pacer en los prados. Luego las veía pintadas en mis libros, pero las recordaba siempre al pasar por las carnicerías.
CABALLO BLANCO I.° Amor que sólo dura un momento.
JULIETA. Sí, un minuto; y Julieta, viva, alegrísima, libre del punzante enjambre de lupas. Julieta en el comienzo, Julieta a la orilla de la ciudad.
(El tumulto de voces y espadas vuelve a surgir en el fondo de la escena.)
CABALLO BLANCO I.°
Amor. Amar. Amor.
Amor del caracol, col, col, col,
que saca los cuernos al sol.
Amar. Amor. Amar
del caballo que lame
la bola de sal.
(Baila.)
JULIETA. Ayer eran cuarenta y estaba dormida. Venían las arañas, venían las niñas y la joven violada por el perro tapándose con los geranios, pero yo continuaba tranquila. Cuando las ninfas hablan del queso, éste puede ser de leche de sirena o de trébol, pero ahora son cuatro, son cuatro muchachos los que me han querido poner un falito de barro y estaban decididos a pintarme un bigote de tinta.
CABALLO BLANCO I.°
Amor. Amar. Amor.
Amor de Ginido con el cabrón,
y de la mula con el caracol, col, col, col,
que saca los cuernos al sol.
Amar. Amor. Amar
de Júpiter en el establo con el pavo real
y el caballo que relincha dentro de la catedral.
JULIETA. Cuatro muchachos, caballo. Hacía mucho tiempo que sentía el ruido del juego, pero no he despertado hasta que brillaban los cuchillos.
(Aparece el Caballo Negro. Lleva un penacho de plumas del mismo color y una rueda en la mano.)
CABALLO NEGRO. ¿Cuatro muchachos? Todo el mundo. Una tierra de asfódelos y otra tierra de semillas. Los muertos siguen discutiendo y los vivos utilizan el bisturí. Todo el mundo.
CABALLO BLANCO I.° A las orillas del Mar Muerto nacen unas bellas manzanas de ceniza, pero la ceniza es buena.
CABALLO NEGRO. ¡Oh frescura! ¡Oh pulpa! ¡Oh rocío! Yo como ceniza.
JULIETA. No, no es buena la ceniza. ¿Quién habla de ceniza?
CABALLO BLANCO I.° No hablo de ceniza. Hablo de la ceniza que tiene forma de manzana.
CABALLO NEGRO. Forma, ¡forma! Ansia de la sangre.
JULIETA. Tumulto.
CABALLO NEGRO. Ansia de la sangre y hastío de la rueda.
(Aparecen los tres Caballos Blancos; traen largos bastones de laca negra.)
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Forma y ceniza. Ceniza y forma. Espejo. Y el que pueda acabar queponga un pan de oro.
JULIETA. (Retorciéndose las manos.) Forma y ceniza.
CABALLO NEGRO. Sí. Ya sabéis lo bien que degüello las palomas. Cuando se dice roca yo entiendo aire.
Cuando se dice aire yo entiendo vacío. Cuando se dice vacío yo entiendo paloma degollada.
CABALLO BLANCO I.°
Amor. Amor. Amor
de la luna con el cascarón,
de la yema con la luna
y la nube con el cascarón.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Golpeando el suelo con sus bastones.)
Amor. Amor. Amor
de la boñiga con el sol,
del sol con la vaca muerta
y el escarabajo con el sol.
CABALLO NEGRO. Por mucho que mováis los bastones las cosas no sucederán sino como tienen que suceder. ¡Malditos! ¡Escandalosos! He de recorrer el bosque en busca de resina varias veces a la semana, por culpa vuestra, para tapar y restaurar el silencio que me pertenece. (Persuasivo.) Vete, Julieta. Te he puesto sábanas de hilo. Ahora empezará a caer una lluvia fina coronada de yedras que mojará los cielos y las paredes.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Tenemos tres bastones negros.
CABALLO BLANCO I.° Y una espada.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (A Julieta.) Hemos de pasar por tu vientre para encontrar la resurrección de los caballos.
CABALLO NEGRO. Julieta, son las tres de la madrugada; si te descuidas, las gentes cerrarán la puerta y no podrás pasar.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Le queda el prado y el horizonte de montañas.
CABALLO NEGRO. Julieta, no hagas ningún caso. En el prado está el campesino que se come los mocos, el enorme pie que machaca al ratoncito, y el ejército de lombrices que moja de babas la hierba viciosa.
CABALLO BLANCO I.° Le quedan sus pechitos duros y, además, ya se ha inventado la cama para dormir con los caballos.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Agitando los bastones.) Y queremos acostarnos.
CABALLO BLANCO I.° Con Julieta. Yo estaba en el sepulcro la última noche y sé todo lo que pasó.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Furiosos.) ¡Queremos acostarnos!
CABALLO BLANCO I.° Porque somos caballos verdaderos, caballos de coche que hemos roto con las vergas la madera de los pesebres y las ventanas del establo.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Desnúdate, Julieta, y deja al aire tu grupa para el azote de nuestras colas. ¡Queremos resucitar! (Julieta se refugia con el Caballo Negro.)
CABALLO NEGRO. ¡Loca, más que loca!
JULIETA. (Rehaciéndose.) No os tengo miedo. ¿Queréis acostaros conmigo? ¿Verdad? Pues ahora soy yo la que quiere acostarse con vosotros, pero yo mando, yo dirijo, yo os monto, yo os corto las crines con mis tijeras.
CABALLO NEGRO. ¿Quién pasa a través de quién? ¡Oh amor, amor, que necesitas pasar tu luz por los calores oscuros! ¡Oh mar apoyado en la penumbra y flor en el culo del muerto!
JULIETA. (Enérgica.) No soy yo una esclava para que me hinquen punzones de ámbar en los senos ni un oráculo para los que tiemblan de amor a la salida de las ciudades. Todo mi sueño ha sido con el olor de la higuera y la cintura del que corta las espigas. ¡Nadie a través de mí! ¡Yo a través de vosotros!
CABALLO NEGRO. Duerme, duerme, duerme.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. (Empuñan los bastones y por las conteras de éstos saltan tres chorros de agua.) Te orinamos, te orinamos. Te orinamos como orinamos a las yeguas, como la cabra orina el hocico del macho y el cielo orina a las magnolias para ponerlas de cuero.
CABALLO NEGRO. (A Julieta.) A tu sitio. Que nadie pase a través de ti.
JULIETA. ¿Me he de callar entonces? Un niño recién nacido es hermoso.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Es hermoso. Y arrastraría la cola por todo el cielo.
(Aparece por la derecha el Hombre I.° con el Director de escena. El Director de escena viene, como en el primer acto, transformado en un Arlequín blanco.)
HOMBRE I.° ¡Basta, señores!
DIRECTOR. ¡Teatro al aire libre!
CABALLO BLANCO I.° No. Ahora hemos inaugurado el verdadero teatro. El teatro bajo la arena.
CABALLO NEGRO. Para que se sepa la verdad de las sepulturas.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Sepulturas con anuncios, focos de gas y largas filas de butacas.
HOMBRE I.° ¡Sí! Ya hemos dado el primer paso. Pero yo sé positivamente que tres de vosotros se ocultan, que tres de vosotros nadan todavía en la superficie. (Los tres Caballos Blancos se agrupan inquietos.)
Acostumbrados al látigo de los cocheros y a las tenazas de los herradores tenéis miedo de la verdad.
CABALLO NEGRO: Cuando se hayan quitado el último traje de sangre, la verdad será una ortiga, un cangrejo devorado, o un trozo de cuero detrás de los cristales.
HOMBRE I.° Deben desaparecer inmediatamente de este sitio. Ellos tienen miedo del público. Yo sé la verdad, yo sé que ellos no buscan a Julieta, y ocultan un deseo que me hiere y que leo en sus ojos.
CABALLO NEGRO. No un deseo; todos los deseos. Como tú.
HOMBRE I.° Yo no tengo más que un deseo.
CABALLO BLANCO I.° Como los caballos, nadie olvida su máscara.
HOMBRE I.° Yo no tengo máscara.
DIRECTOR. No hay más que máscara. Tenía yo razón, Gonzalo. Si burlamos la máscara, ésta nos colgará de un árbol como al muchacho de América.
JULIETA. (Llorando.) ¡Máscara!
CABALLO BLANCO I.° Forma.
DIRECTOR. En medio de la calle la máscara nos abrocha los botones y evita el rubor imprudente que a veces surge en las mejillas. En la alcoba, cuando nos metemos los dedos en las narices, o nos exploramos delicadamente el trasero, el yeso de la máscara oprime de tal forma nuestra carne que apenas si podemos tendernos en el lecho.
HOMBRE I.° (Al Director.) Mi lucha ha sido con la máscara hasta conseguir verte desnudo. (Lo abraza.)
CABALLO BLANCO I.° (Burlón.) Un lago es una superficie.
HOMBRE I.° (Irritado.) ¡O un volumen!
CABALLO BLANCO I.° (Riendo.) Un volumen son mil superficies.
DIRECTOR. (Al Hombre I.°) No me abraces, Gonzalo. Tu amor vive sólo en presencia de testigos. ¿No me has besado lo bastante en la ruina? Desprecio tu elegancia y tu teatro. (Luchan.)
HOMBRE I.° Te amo delante de los otros porque abomino de la máscara y porque ya he conseguido arrancártela.
DIRECTOR. ¿Por qué soy tan débil?
HOMBRE I.° (Luchando.) Te amo.
DIRECTOR. (Luchando.) Te escupo.
JULIETA. ¡Están luchando!
CABALLO NEGRO. Se aman.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS.
Amor, amor, amor.
Amor del uno con el dos
y amor del tres que se ahoga
por ser uno entre los dos.
HOMBRE I.° Desnudaré tu esqueleto.
DIRECTOR. Mi esqueleto tiene siete luces.
HOMBRE I.° Fáciles para mis siete manos.
DIRECTOR. Mi esqueleto tiene siete sombras.
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. Déjalo, déjalo.
CABALLO BLANCO I.° (Al Hombre I.°) Te ordeno que lo dejes.
(Los Caballos separan al Hombre I.° y al Director.)
DIRECTOR. Esclavo del león, puedo ser amigo del caballo.
CABALLO BLANCO I.° (Abrazándolo.) Amor.
DIRECTOR. Meteré las manos en las grandes bolsas para arrojar al fango las monedas y las sumas llenas de miguitas de pan.
JULIETA. (Al Caballo Negro.) ¡Por favor!
CABALLO NEGRO. (Inquieto.) Espera.
HOMBRE I.° No ha llegado la hora todavía de que los caballos se lleven un desnudo que yo he hecho blanco a fuerza de lágrimas.
(Los tres Caballos Blancos detienen al Hombre I.°)
HOMBRE I.° ¡Enrique!
DIRECTOR. ¿Enrique? Ahí tienes a Enrique. (Se quita rápidamente el traje y lo tira detrás de una columna. Debajo lleva un sutilísimo Traje de Bailarina. Por detrás de la columna aparece el Traje de Enrique. Este personaje es el mismo Arlequín Blanco con una careta amarillo pálido.)
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Tengo frío. Luz eléctrica. Pan. Estaban quemando goma. (Queda rígido.)
DIRECTOR. (Al Hombre I.°) ¿No vendrás ahora conmigo? ¡Con la Guillermina de los caballos!
CABALLO BLANCO I.° Luna y raposa y botella de las tabernillas.
DIRECTOR. Pasaréis vosotros, y los barcos, y los regimientos y, si quieren, las cigüeñas pueden pasar también. ¡Ancha soy!
LOS TRES CABALLOS BLANCOS. ¡Guillermina!
DIRECTOR. No Guillermina. Yo no soy Guillermina. Yo soy la Dominga de los negritos. (Se arranca las gasas y aparece vestido con un maillot todo lleno de pequeños cascabeles. Lo arroja detrás de la columna y desaparece seguido de los Caballos. Entonces aparece el personaje Traje de Bailarina.)
EL TRAJE DE BAILARINA. Gui-guiller-guillermi-guillermina. Na-nami-namiller-namillergui. Dejadme
entrar o dejadme salir. (Cae al suelo dormida.)
HOMBRE I.° ¡Enrique, ten cuidado con las escaleras!
DIRECTOR. (Fuera.) ¡Luna y raposa de los marineros borrachos!
JULIETA. (Al Caballo Negro.) Dame la medicina para dormir.
CABALLO NEGRO. Arena.
HOMBRE I.° (Gritando.) ¡En pez luna; sólo deseo que tú seas un pez luna! ¡Que te conviertas en un pez luna! (Sale detrás violentamente.)
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique. Luz eléctrica. Pan. Estaban quemando goma.
(Aparecen por la izquierda el Hombre 3.° y el Hombre 2.° El Hombre 2.° es la mujer del Pijama Negro y las amapolas del cuadro I. E1 Hombre 3.°, sin transformar.)
HOMBRE 2.° Me quiere tanto que si nos ve juntos,  sería capaz de asesinarnos. Vamos. Ahora yo te serviré
para siempre.
HOMBRE 3.° Tu belleza era hermosa por debajo de las columnas.
JULIETA. (A la pareja.) Vamos a cerrar la puerta.
HOMBRE 2.° La puerta del teatro no se cierra nunca.
JULIETA. Llueve mucho, amiga mía.
(Empieza a llover. El Hombre 3. ° saca del bolsillo una careta de ardiente expresión y se cubre el rostro.)
HOMBRE 3.° (Galante.) ¿Y no pudiera quedarme a dormir en este sitio?
JULIETA. ¿Para qué?
HOMBRE 3.° Para gozarte. (Habla con ella.)
HOMBRE 2.° (Al Caballo Negro.) ¿Vio salir a un hombre con barba negra, moreno, al que le chillaban un poco los zapatos de charol?
CABALLO NEGRO. No lo vi.
HOMBRE 3.° (A Julieta.) ¿Y quién mejor que yo para defenderte?
JULIETA. ¿Y quién más digna de amor que tu amiga?
HOMBRE 3.° ¿Mi amiga? (Furioso.) ¡Siempre por vuestra culpa pierdo! Ésta no es mi amiga. Ésta es una máscara, una escoba, un perro débil de sofá. (Lo desnuda violentamente, le guita el pijama, la peluca y aparece el Hombre 2.° sin barba, con el traje del primer cuadro.)
HOMBRE 2.° ¡Por caridad!
HOMBRE 3.° (A Julieta.) Lo traía disfrazado para defenderlo de los bandidos. Bésame la mano, besa la mano de tu protector.
(Aparece el Traje de Pijama con las amapolas. La cara de este personaje es blanca, lisa y comba como un huevo de avestruz. El Hombre 3.° empuja al Hombre 2.° y lo hace desaparecer por la derecha.)
HOMBRE 2.° ¡Por caridad!
(El Traje se sienta en las escaleras y golpea lentamente su cara lisa con las manos, hasta el final.)
HOMBRE 3.° (Saca del bolsillo una gran capa roja que pone sobre sus hombros enlazando a Julieta.)
«Mira, amor mío..., qué envidiosas franjas de luz ribetean las rasgadas nubes allá en el Oriente... » El viento quiebra las ramas del ciprés...
JULIETA. ¡No es así!
HOMBRE 3.° ... Y visita en la India a todas las mujeres que tienen las manos de agua.
CABALLO NEGRO. (Agitando la rueda.) ¡Se va a cerrar!
JULIETA. ¡Llueve mucho!
HOMBRE 3.° Espera, espera. Ahora canta el ruiseñor.
JULIETA. (Temblando.) ¡El ruiseñor, Dios mío! ¡El ruiseñor... !
CABALLO NEGRO. ¡Que no te sorprenda! (La coge rápidamente y la tiende en el sepulcro.)
JULIETA. (Durmiéndose.) ¡El ruiseñor...!
CABALLO NEGRO. (Saliendo.) Mañana volveré con la arena.
JULIETA. Mañana.
HOMBRE 3.° (Junto al sepulcro.) ¡Amor mío, vuelve! El viento quiebra las hojas de los arces. ¿Qué has hecho? (La abraza.)
VOZ FUERA. ¡Enrique!
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique.
EL TRAJE DE BAILARINA. Guillermina. ¡Acabar ya de una vez! (Llora.)
HOMBRE 3.° Espera, espera. Ahora canta el ruiseñor. (Se oye la bocina. El Hombre 3.° deja la careta sobre el rostro de Julieta y cubre el cuerpo de ésta con la capa roja.) Llueve demasiado. (Abre un paraguas y sale en silencio sobre las puntas de los pies.)
HOMBRE I.° (Entrando.) Enrique, ¿cómo has vuelto?
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Enrique, ¿cómo has vuelto?
HOMBRE I.° ¿Por qué te burlas?
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. ¿Por qué te burlas?
HOMBRE I.° (Abrazando al Traje.) Tenías que volver para mí, para mi amor inagotable, después de haber vencido las hierbas y los caballos.
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. ¡Los caballos!
HOMBRE I.° ¡Dime, dime que has vuelto por mí!
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Con voz débil.) Tengo frío. Luz eléctrica. Pan. Estaban quemando goma.
HOMBRE I.° (Abrazándolo con violencia.) ¡Enrique!
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Con voz cada vez más débil.) Enrique.
EL TRAJE DE BAILARINA. (Con voz tenue.) Guillermina.
HOMBRE I.° (Arrojando el Traje al suelo y subiendo por las escaleras.) ¡Enriqueee!
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (En el suelo.) Enriqueecee.
(La Figura con el rostro de huevo se lo golpea incesantemente con las manos. Sobre el ruido de la lluvia canta el verdadero ruiseñor.)
Telón


Cuadro cuarto

En el centro de la escena, una cama de frente y perpendicular, como pintada por un primitivo, donde hay un Desnudo Rojo coronado de espinas azules. Al fondo, unos arcos y escaleras que conducen a los palcos de un gran teatro. A la derecha, la portada de una universidad. Al levantarse el telón se oye una salva de aplausos.

DESNUDO. ¿Cuándo acabáis?
ENFERMERO. (Entrando rápidamente.) Cuando cese el tumulto.
DESNUDO. ¿Qué piden?
ENFERMERO. Piden la muerte del Director de escena.
DESNUDO. ¿Y qué dicen de mí?
ENFERMERO. Nada.
DESNUDO. Y de Gonzalo, ¿se sabe algo?
ENFERMERO. Lo están buscando en la ruina.
DESNUDO. Yo deseo morir. ¿Cuántos vasos de sangre me habéis sacado?
ENFERMERO. Cincuenta. Ahora te daré la hiel, y luego, a las ocho, vendré con el bisturí para ahondarte la herida del costado.
DESNUDO. Es la que tiene más vitaminas.
ENFERMERO. Sí.
DESNUDO. ¿Dejaron salir a la gente bajo la arena?
ENFERMERO. Al contrario. Los soldados y los ingenieros están cerrando todas las salidas.
DESNUDO. ¿Cuánto falta para Jerusalén?
ENFERMERO. Tres estaciones, si queda bastante carbón.
DESNUDO. Padre mío, aparta de mí este cáliz de amargura.
ENFERMERO. Cállate. Ya es éste el tercer termómetro que rompes.
(Aparecen los Estudiantes. Visten mantos negros y becas rojas.)
ESTUDIANTE I.° ¿Por qué no limamos los hierros?
ESTUDIANTE 2.° La callejuela está llena de gente armada y es difícil huir por allí.
ESTUDIANTE 3.° ¿Y los caballos?
ESTUDIANTE I.° Los caballos lograron escapar rompiendo el techo de la escena.
ESTUDIANTE 4.° Cuando estaba encerrado en la torre los vi subir agrupados por la colina. Iban con el Director de escena.
ESTUDIANTE I.° ¿No tiene foso el teatro?
ESTUDIANTE 2.° Pero hasta los fosos están abarrotados de público. Más vale quedarse. (Se oye una salva de aplausos. El Enfermero incorpora al Desnudo y le arregla las almohadas.)
DESNUDO. Tengo sed.
ENFERMERO. Ya se ha enviado al teatro por el agua.
ESTUDIANTE 4.° La primera bomba de la revolución barrió la cabeza del profesor de retórica.
ESTUDIANTE 2.° Con gran alegría para su mujer, que ahora trabajará tanto que tendrá que ponerse dos grifos en las tetas.
ESTUDIANTE 3.° Dicen que por las noches subía un caballo con ella a la terraza.
ESTUDIANTE I.° Precisamente ella fue la que vio por una claraboya del teatro todo lo que ocurría y dio la voz de alarma.
ESTUDIANTE 4.° Y aunque los poetas pusieron una escalera para asesinarla, ella siguió dando voces y acudió la multitud.
ESTUDIANTE 2.° ¿Se llama?
ESTUDIANTE 3.° Se llama Elena.
ESTUDIANTE I.° (Aparte.) Selene.
ESTUDIANTE 2.° (Al Estudiante I.°) ¿Qué te pasa?
ESTUDIANTE I.° Tengo miedo de salir al aire.
(Por las escaleras bajan los dos Ladrones. Varias Damas, vestidas de noche, salen precipitadamente de los palcos. Los Estudiantes discuten.)
DAMA I.a ¿Estarán todavía los coches a la puerta?
DAMA 2.a ¡Qué horror!
DAMA 3.a Han encontrado al Director de escena dentro del sepulcro.
DAMA I.a ¿Y Romeo?
DAMA 4.a Lo estaban desnudando cuando salimos.
MUCHACHO I.° El público quiere que el poeta sea arrastrado por los caballos.
DAMA I.a Pero ¿por qué? Era un drama delicioso y la revolución no time derecho a profanar las tumbas.
DAMA 2.a Las voces estaban vivas y sus apariencias también. ¿Qué necesidad teníamos de lamer los esqueletos?
MUCHACHO I.° Tiene razón. El acto del sepulcro estaba prodigiosamente desarrollado. Pero yo descubrí
la mentira cuando vi los pies de Julieta. Eran pequeñísimos.
DAMA 2.a ¡Deliciosos! No querrá usted ponerles reparo.
MUCHACHO I.° Sí, pero eran demasiado pequeños para ser pies de mujer. Eran demasiado perfectos y demasiado femeninos. Eran pies de hombre, pies inventados por un hombre.
DAMA 2.a ¡Qué horror!
(Del teatro llegan murmullos y ruido de espadas.)
DAMA 3.a ¿No podemos salir?
MUCHACHO I.° En este momento llega la revolución a la catedral. Vamos por la escalera. (Salen.)
ESTUDIANTE 4.° El tumulto comenzó cuando vieron que Romeo y Julieta se amaban de verdad.
ESTUDIANTE 2.° Precisamente fue por todo lo contrario. El tumulto comenzó cuando observaron que no se amaban, que no podían amarse nunca.
ESTUDIANTE 4.° El público tiene sagacidad para descubrirlo todo y por eso protestó.
ESTUDIANTE 2.° Precisamente por eso. Se amaban los esqueletos y estaban amarillos de llama, pero no se amaban los trajes y el público vio varias veces la cola de Julieta cubierta de pequeños sapitos de asco.
ESTUDIANTE 4.° La gente se olvida de los trajes en las representaciones y la revolución estalló cuando se encontraron a la verdadera Julieta amordazada debajo de las sillas y cubierta de algodones para que no gritase.
ESTUDIANTE I.° Aquí está la gran equivocación de todos y por eso el teatro agoniza. El público no debe atravesar las sedas y los cartones que el poeta levanta en su dormitorio. Romeo puede ser un ave y Julieta puede ser una piedra. Romeo puede ser un grano de sal y Julieta puede ser un mapa. ¿Qué le importa esto al público?
ESTUDIANTE 4.° Nada. Pero un ave no puede ser un gato, ni una piedra puede ser un golpe de mar.
ESTUDIANTE 2.° Es cuestión de forma, de máscara. Un gato puede ser una rana, y la luna de invierno puede ser muy bien un haz de leña cubierto de gusanos ateridos. El público se ha de dormir en la palabra y no ha de ver a través de la columna las ovejas que balan y las nubes que van por el cielo.
ESTUDIANTE 4.° Por eso ha estallado la revolución. El Director de escena abrió los escotillones, y la gente pudo ver cómo el veneno de las venas falsas había causado la muerte verdadera de muchos niños.
No son las formas disfrazadas las que levantan la vida, sino el cabello de barómetro que tienen detrás.
ESTUDIANTE 2.° En último caso, ¿es que Romeo y Julieta tienen que ser necesariamente un hombre y una mujer para que la escena del sepulcro se produzca de manera viva y desgarradora?
ESTUDIANTE I.° No es necesario, y esto era lo que se propuso demostrar con genio el Director de escena.
ESTUDIANTE 4.° (Irritado.) ¿Que no es necesario? Entonces que se paren las máquinas y arrojad los granos de trigo sobre un campo de acero.
ESTUDIANTE 2.° ¿Y qué pasaría? Pasaría que vendrían los hongos y los latidos se harían quizá más intensos y apasionantes. Lo que pasa es que se sabe lo que alimenta un grano de trigo y se ignora lo que alimenta un hongo.
ESTUDIANTE 5.° (Saliendo de los palcos.) Ha llegado el juez, y antes de asesinarlos, les van a hacer repetir la escena del sepulcro.
ESTUDIANTE 4.° Vamos. Veréis cómo tengo razón.
ESTUDIANTE 2.° Sí. Vamos a ver la última Julieta verdaderamente femenina que se verá en el teatro.
(Salen rápidamente.)
DESNUDO. Padre mío, perdónalos, que no saben lo que se hacen.
ENFERMERO. (A los Ladrones.) ¿Por qué llegáis a esta hora?
LOS LADRONES. Se ha equivocado el traspunte.
ENFERMERO. ¿Os han puesto las inyecciones?
LOS LADRONES. Sí.
(Se sientan a los pies de la cama con unos cirios encendidos. La escena queda en penumbra. Aparece el Traspunte.)
ENFERMERO. ¿Son éstas horas de avisar?
TRASPUNTE. Le ruego me perdone. Pero se había perdido la barba de José de Arimatea.
ENFERMERO. ¿Está preparado el quirófano?
TRASPUNTE. Sólo faltan los candeleros, el cáliz y las ampollas de aceite alcanforado.
ENFERMERO. Date prisa. (Se va el Traspunte.)
DESNUDO. ¿Falta mucho?
ENFERMERO. Poco. Ya han dado la tercera campanada. Cuando el Emperador se disfrace de Poncio Pilato.
MUCHACHO I.° (Aparece con las Damas.) ¡Por favor! No se dejen ustedes dominar por el pánico.
DAMA I.a Es horrible perderse en un teatro y no encontrar la salida.
DAMA 2.a Lo que más miedo me ha dado ha sido el lobo de cartón y las cuatro serpientes en el estanque de hojalata.
DAMA 3.a Cuando subíamos por el monte de la ruina creímos ver la luz de la aurora, pero tropezamos con los telones y traigo mis zapatos de tisú manchados de petróleo.
DAMA 4.a (Asomándose a los arcos.) Están representando otra vez la escena del sepulcro. Ahora es seguro que el fuego romperá las puertas, porque cuando yo lo vi, hace un momento, ya los guardianes tenían las manos achicharradas y no lo podían contener.
MUCHACHO I.° Por las ramas de aquel árbol podemos alcanzar uno de los balcones y desde allí pediremos auxilio.
ENFERMERO. (En alta voz.) ¿Cuándo va a comenzar el toque de agonía?
(Se oye una campana.) ,
LOS LADRONES. (Levantando los cirios.) Santo. Santo. Santo.
DESNUDO. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
ENFERMERO. Te has adelantado dos minutos.
DESNUDO. Es que el ruiseñor ha cantado ya.
ENFERMERO. Es cierto. Y las farmacias están abiertas para la agonía.
DESNUDO. Para la agonía del hombre solo, en las plataformas y en los trenes.
ENFERMERO. (Mirando el reloj y en voz alta.) Traed la sábana. Mucho cuidado con que el aire que ha de soplar no se lleve vuestras pelucas. Deprisa.
LOS LADRONES. Santo. Santo. Santo.
DESNUDO. Todo se ha consumado.
(La coma gira sobre un eje y el Desnudo desaparece.
Sobre el reverso del lecho aparece tendido el Hombre I.°, siempre con frac y barba negra.)
HOMBRE I.° (Cerrando los ojos.) ¡Agonía!
(La luz toma un fuerte tinte plateado de pantalla cinematográfica. Los arcos y escaleras del fondo aparecen teñidos de una granulada luz azul. El Enfermero y los Ladrones desaparecen con Paso de baile sin dar la espalda. Los Estudiantes salen por debajo de uno de los arcos. Llevan pequeñas linternas eléctricas.)
ESTUDIANTE 4.° La actitud del público ha sido detestable.
ESTUDIANTE I.° Detestable. Un espectador no debe formar nunca parte del drama. Cuando la gente va al aquárium no asesina a las serpientes de mar ni a las ratas de agua, ni a los peces cubiertos de lepra, sino que resbala sobre los cristales sus ojos y aprende.
ESTUDIANTE 4.° Romeo era un hombre de treinta años y Julieta un muchacho de quince. La denuncia del
público fue eficaz.
ESTUDIANTE 2.° El Director de escena evitó de manera genial que la masa de espectadores se enterase de esto, pero los caballos y la revolución han destruido sus planes.
ESTUDIANTE 4.° Lo que es inadmisible es que los hayan asesinado.
ESTUDIANTE I.° Y que hayan asesinado también a la verdadera Julieta que gemía debajo de las butacas.
ESTUDIANTE 4.° Por pura curiosidad, para ver lo que tenían dentro.
ESTUDIANTE 3.° ¿Y qué han sacado en claro? Un racimo de heridas y una desorientación absoluta.
ESTUDIANTE 4.° La repetición del acto ha sido maravillosa porque indudablemente se amaban con un amor incalculable, aunque yo no lo justifique. Cuando cantó el ruiseñor yo no pude contener mis lágrimas.
ESTUDIANTE 3.° Y toda la gente; pero después enarbolaron los cuchillos y los bastones porque la letra era más fuerte que ellos y la doctrina, cuando desata su cabellera, puede atropellar sin miedo las verdades más inocentes.
ESTUDIANTE 5.° (Alegrísimo.) Mirad, he conseguido un zapato de Julieta. La estaban amortajando las monjas y lo he robado.
ESTUDIANTE 4.° (Serio.) ¿Qué Julieta?
ESTUDIANTE 5.° ¿Qué Julieta iba a ser? La que estaba en el escenario, la que tenía los pies más bellos
del mundo.
ESTUDIANTE 4.° (Con asombro.) ¿Pero no te has dado cuenta de que la Julieta que estaba en el sepulcro era un joven disfrazado, un truco del Director de escena, y que la verdadera Julieta estaba amordazada debajo de los asientos?
ESTUDIANTE 5.° (Rompiendo a reír.) ¡Pues me gusta! Parecía muy hermosa, y si era un joven disfrazado no me importa nada; en cambio, no hubiese recogido el zapato de aquella muchacha llena de polvo que gemía como una gata debajo de las sillas.
ESTUDIANTE 3.° Y, sin embargo, por eso la han asesinado.
ESTUDIANTE 5.° Porque están locos. Pero yo que subo dos veces, todos los días, la montaña y guardo, cuando terminan mis estudios, un enorme rebaño de toros con los que tengo que luchar y vencer cada instante, no me queda tiempo para pensar si es hombre o mujer o niño, sino para ver que me gusta con un alegrísimo deseo.
ESTUDIANTE I.° ¡Magnífico! ¿Y si yo quiero enamorarme de un cocodrilo?
ESTUDIANTE 5.° Te enamoras.
ESTUDIANTE I.° ¿Y si quiero enamorarme de ti?
ESTUDIANTE 5.° (Arrojándole el zapato.) Te enamoras también, yo te dejo, y te subo en hombros por los riscos.
ESTUDIANTE I.° Y lo destruimos todo.
ESTUDIANTE 5.° Los tejados y las familias.
ESTUDIANTE I.° Y donde se hable de amor entraremos con botas de foot-ball echando fango por los espejos.
ESTUDIANTE 5.° Y quemaremos el libro donde los sacerdotes leen la misa.
ESTUDIANTE I.° Vamos. ¡Vamos pronto!
ESTUDIANTE 5.° Yo tengo cuatrocientos toros. Con las maromas que torció mi padre los engancharemos a las rocas para partirlas y que salga un volcán.
ESTUDIANTE I.° ¡Alegría! Alegría de los muchachos, y de las muchachas, y de las ranas, y de los pequeños  taruguitos de madera.
TRASPUNTE. (Apareciendo.) ¡Señores!, clase de geometría descriptiva.
HOMBRE I.° Agonía.
(La escena va quedando en penumbra. Los Estudiantes encienden sus linternas y entran en la universidad.)
TRASPUNTE. (Displicente.) ¡No hagan sufrir a los cristales!
ESTUDIANTE 5.° (Huyendo por los arcos con el Estudiante I.°) ¡Alegría! ¡Alegría! ¡Alegría!
HOMBRE I.° Agonía. Soledad del hombre en el sueño lleno de ascensores y trenes donde tú vas a velocidades inasibles. Soledad de los edificios, de las esquinas, de las playas, donde tú no aparecerás ya nunca.
DAMA I.a (Por las escaleras.) ¿Otra vez la misma decoración? ¡Es horrible!
MUCHACHO I.° ¡Alguna puerta será la verdadera!
DAMA 2.a ¡Por favor! ¡No me suelte usted de la mano!
MUCHACHO I.° Cuando amanezca nos guiaremos por las claraboyas.
DAMA 3.a Empiezo a tener frío con este traje.
HOMBRE I.° (Con voz débil.) ¡Enrique! ¡Enrique!
DAMA I.a ¿Qué ha sido eso?
MUCHACHO I.° Calma.
(La escena está a oscuras. La linterna del Muchacho I.° ilumina la cara muerta del Hombre I.°)
Telón


[Solo del pastor bobo]
Cortina azul.
En el centro, un gran armario lleno de Caretas blancas de diversas expresiones. Cada Careta tiene su lucecita delante. El Pastor Bobo viene por la derecha. Viste de pieles bárbaras y lleva en la cabeza un embudo lleno de plumas y ruedecillas. Toca un aristón y danza con ritmo lento.

EL PASTOR.
El pastor bobo guarda las caretas.
Las caretas
de los pordioseros y de los poetas
que matan a las gipaetas
cuando vuelan por las aguas quietas.
Careta
de los niños que usan la puñeta
y se pudren debajo de una seta.
Caretas
de las águilas con muletas.
Careta de la careta
que era de yeso de Creta
y se puso de harinita color violeta
en el asesinato de Julieta.
Adivina. Adivinilla. Adivineta
de un teatro sin lunetas
y un cielo lleno de sillas
con el hueco de una careta.
Balad, balad, balad, caretas.
(Las Caretas balan imitando las ovejas y alguna tose.)
Los caballos se comen la seta
y se pudren bajo la veleta.
Las águilas usan la puñeta
y se llenan de fango bajo el cometa,
y el cometa devora la gipaeta
que rayaba el pecho del poeta.
¡Balad, balad, balad, caretas!
Europa se arranca las tetas,
Asia se queda sin lunetas
y América es un cocodrilo
que no necesita careta.
La musiquilla, la musiqueta
de las púas heridas y la limeta.
(Empuja el armario, que va montado sobre ruedas, y desaparece. Las Caretas balan.)


Cuadro quinto

La misma decoración que en el primer cuadro. A la izquierda, una gran cabeza de caballo colocada en el suelo. A la derecha, un ojo enorme y un grupo de árboles con nubes, apoyados en la pared. Entra el Director de escena con el Prestidigitador. El Prestidigitador viste de frac, capa blanca de raso que le llega a los pies y lleva sombrero de copa. El Director de escena tiene el traje del primer cuadro.

DIRECTOR. Un prestidigitador no puede resolver este asunto, ni un médico, ni un astrónomo, ni nadie. Es muy sencillo soltar a los leones y luego llover azufre sobre ellos. No siga usted hablando.
PRESTIDIGITADOR. Me parece que usted, hombre de máscara, no recuerda que nosotros usamos la cortina oscura.
DIRECTOR. Cuando las gentes están en el cielo; pero dígame, ¿qué cortina se puede usar en un sitio donde  el aire es tan violento que desnuda a la gente y hasta los niños llevan navajitas para rasgar los telones?
PRESTIDIGITADOR. Naturalmente, la cortina del prestidigitador presupone un orden en la oscuridad del truco; por eso, ¿por qué eligieron ustedes una tragedia manida y no hicieron un drama original?
DIRECTOR. Para expresar lo que pasa todos los días en todas las grandes ciudades y en los campos por medio de un ejemplo que, admitido por todos a pesar de su originalidad, ocurrió sólo una vez. Pude haber elegido el Edipo o el Otelo. En cambio, si hubiera levantado el telón con la verdad original, se hubieran manchado de sangre las butacas desde las primeras escenas.
PRESTIDIGITADOR. Si hubieran empleado «la flor de Diana» que la angustia de Shakespeare utilizó de manera irónica en el Sueño de una noche de verano, es probable que la representación habría terminado con éxito. Si el amor es pura casualidad y Titania, reina de los silfos, se enamora de un asno, nada de particular tendría que, por el mismo procedimiento, Gonzalo bebiera en el music-ball con un muchacho [vestido de] blanco sentado en las rodillas.
DIRECTOR. Le suplico no siga hablando.
PRESTIDIGITADOR. Construyan ustedes un arco de alambre, una cortina y un árbol de frescas hojas, corran y descorran la cortina a tiempo y nadie se extrañará de que el árbol se convierta en un huevo de serpiente. Pero ustédes lo que querían era asesinar a la paloma y dejar en lugar suyo un pedazo de mármol lleno de pequeñas salivas habladoras.
DIRECTOR. Era imposible hacer otra cosa; mis amigos y yo abrimos el túnel bajo la arena sin que lo notara la gente de la ciudad. Nos ayudaron muchos obreros y estudiantes que ahora niegan haber trabajado a pesar de tener las manos llenas de heridas. Cuando llegamos al sepulcro levantamos el telón.
PRESTIDIGITADOR. ¿Y qué teatro puede salir de un sepulcro?
DIRECTOR. Todo el teatro sale de las humedades confinadas. Todo el teatro verdadero tiene un profundo hedor de luna pasada. Cuando los trajes hablan, las personas vivas son ya botones de hueso en las paredes del calvario. Yo hice el túnel para apoderarme de los trajes y, a través de ellos, haber enseñado el perfil de una fuerza oculta cuando ya el público no tuviera más remedio que atender, lleno de espíritu y subyugado por la acción.
PRESTIDIGITADOR. Yo convierto sin ningún esfuerzo un frasco de tinta en una mano cortada llena de anillos antiguos.
DIRECTOR. (Irritado.) Pero eso es mentira, ¡eso es teatro! Si yo pasé tres días luchando con las raíces y los golpes de agua fue para destruir el teatro.
PRESTIDIGITADOR. Lo Sabía.
DIRECTOR. Y demostrar que si Romeo y Julieta agonizan y mueren para despertar sonriendo cuando cae el telón, mis personajes, en cambio, queman la corona y mueren de verdad en presencia de los espectadores. Los caballos, el mar; el ejército de las hierbas lo han impedido. Pero algún día, cuando se quemen todos los teatros, se encontrará en los sofás, detrás de los espejos y dentro de las copas de cartón dorado, la reunión de nuestros muertos encerrados allí por el público. ¡Hay que destruir el teatro o vivir en el teatro! No vale silbar desde las ventanas. Y si los perros gimen de modo tierno hay que levantar la cortina sin prevenciones. Yo conocí a un hombre que barría su tejado y limpiaba claraboyas y barandas solamente por galantería con el cielo.
PRESTIDIGITADOR. Si avanzas un escalón más, el hombre te parecerá una brizna de hierba.
DIRECTOR. No una brizna de hierba, pero sí un navegante.
PRESTIDIGITADOR. Yo puedo convertir un navegante en una aguja de coser.
DIRECTOR. Eso es precisamente lo que se hace en el teatro. Por eso yo me atreví a realizar un dificilísimo juego poético en espera de que el amor rompiera con ímpetu y diera nueva forma a los trajes.
PRESTIDIGITADOR. Cuando dice usted amor yo me asombro.
DIRECTOR. Se asombra, ¿de qué?
PRESTIDIGITADOR. Veo un paisaje de arena reflejado en un espejo turbio.
DIRECTOR. ¿Y qué más?
PRESTIDIGITADOR. Que no acaba nunca de amanecer.
DIRECTOR. Es posible.
PRESTIDIGITADOR. (Displicente y golpeando la cabeza de caballo con las yemas de los dedos.) Amor.
DIRECTOR. (Sentándose en la mesa.) Cuando dice usted amor yo me asombro.
PRESTIDIGITADOR. Se asombra, ¿de qué?
DIRECTOR. Veo que cada grano de arena se convierte en una hormiga vivísima.
PRESTIDIGITADOR. ¿Y qué más?
DIRECTOR. Que anochece cada cinco minutos.
PRESTIDIGITADOR. (Mirándolo fijamente.) Es posible. (Pausa.) Pero, ¿qué se puede esperar de una gente que inaugura el teatro bajo la arena? Si abriera usted esa puerta se llenaría esto de mastines, de locos, de lluvias, de hojas monstruosas, de ratas de alcantarilla. ¿Quién pensó nunca que se pueden romper todas las puertas de un drama?
DIRECTOR. Es rompiendo todas las puertas el único modo que tiene el drama de justificarse, viendo por sus propios ojos que la ley es un muro que se disuelve en la más pequeña gota de sangre. Me repugna el moribundo que dibuja con el dedo una puerta sobre la pared y se duerme tranquilo. El verdadero drama es un circo de arcos donde el aire y la luna y las criaturas entran y salen sin tener un sitio donde descansar.
Aquí está usted pisando un teatro donde se han dado dramas auténticos y donde se ha sostenido un verdadero combate que ha costado la vida a todos los intérpretes. (Llora.)
CRIADO. (Entrando precipitadamente.) Señor.
DIRECTOR. ¿Qué ocurre? (Entra el Traje Blanco de Arlequín y una Señora vestida de negro con la cara cubierta por un espeso tul que impide ver su rostro.)
SEÑORA. ¿Dónde está mi hijo?
DIRECTOR. ¿Qué hijo?
SEÑORA. Mi hijo Gonzalo.
DIRECTOR. (Irritado.) Cuando terminó la representación bajó precipitadamente al foso del teatro con ese muchacho que viene con usted. Más tarde el traspunte lo vio tendido en la cama imperial de la guardarropía. A mí no me debe preguntar nada. Hoy todo aquello está bajo la tierra.
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. (Llorando.) Enrique.
SEÑORA. ¿Dónde está mi hijo? Los pescadores me llevaron esta mañana un enorme pez luna, pálido, descompuesto, y me gritaron: ¡Aquí tienes a tu hijo! Como el pez manaba sin cesar un hilito de sangre por la boca, los niños reían y pintaban de rojo las suelas de sus botas. Cuando yo cerré mi puerta sentí como la gente de los mercados lo arrastraban hacia el mar.
EL TRAJE DE ARLEQUÍN. Hacia el mar.
DIRECTOR. La representación ha terminado hace horas y yo no tengo responsabilidad de lo que ha ocurrido.
SEÑORA. Yo presentaré mi denuncia y pediré justicia delante de todos. (Inicia el mutis.)
PRESTIDIGITADOR. Señora, por ahí no puede salir.
SEÑORA. Tiene razón. El vestíbulo está completamente a oscuras. (Va a salir por la puerta de la
derecha.)
DIRECTOR. Por ahí tampoco. Se caería por las claraboyas.
PRESTIDIGITADOR. Señora, tenga la bondad. Yo la conduciré. (Se quita la capa y cubre con ella a la Señora. Da dos o tres pases con las manos, tira de la capa y la Señora desaparece. El Criado empuja al Traje de Arlequín y lo hace desaparecer por la izquierda. El Prestidigitador saca un gran abanico blanco y empieza a abanicarse mientras canta suavemente.)
DIRECTOR. Tengo frío.
PRESTIDIGITADOR. ¿Cómo?
DIRECTOR. Le digo que tengo frío.
PRESTIDIGITADOR. (Abanicándose.) Es una bonita palabra, frío.
DIRECTOR. Muchas gracias por todo.
PRESTIDIGITADOR. De nada. Quitar es muy fácil. Lo difícil es poner.
DIRECTOR. Es mucho más difícil sustituir.
CRIADO. (Entrando de haberse llevado el Arlequín.) Hace un poco de frío. ¿Quiere que encienda la calefacción?
DIRECTOR. No. Hay que resistirlo todo porque hemos roto las puertas, hemos levantado el techo y nos hemos quedado con las cuatro paredes del drama. (Sale el Criado por la puerta central.) Pero no importa.
Todavía queda hierba suave para dormir.
PRESTIDIGITADOR. ¡Para dormir!
DIRECTOR. Que en último caso dormir es sembrar.
CRIADO. ¡Señor! Yo no puedo resistir el frío.
DIRECTOR. Te he dicho que hemos de resistir, que no nos ha de vencer un truco cualquiera. Cumple tu obligación. (El Director se pone unos guantes y se sube el cuello del frac lleno de temblor. El Criado desaparece.)
PRESTIDIGITADOR. (Abanicándose.) ¿Pero es que el frío es una cosa mala?
DIRECTOR. (Con voz débil.) El frío es un elemento dramático como otro cualquiera.
CRIADO. (Asoma a la puerta temblando, con las manos sobre el pecho.) ¡Señor!
DIRECTOR. ¿Qué?
CRIADO. (Cayendo de rodillas.) Ahí está el público.
DIRECTOR. (Cayendo de bruces sobre la mesa.) ¡Que pase!
(El Prestidigitador, sentado cerca de la cabeza de caballo, silba y se abanica con gran alegría. Todo el ángulo izquierdo de la decoración se parte y aparece un cielo de nubes largas, vivamente iluminado, y una lluvia lenta de guantes blancos, rígidos y espaciados.)
VOZ. (Fuera.) Señor.
VOZ. (Fuera.) Qué.
VOZ. (Fuera.) El público.
VOZ. (Fuera.) Que pase.
(El Prestidigitador agita con viveza el abanico por el aire. En la escena empiezan a caer copos de nieve.)


Telón lento

FARSA DEL ABOGADO PATHELIN



La farsa del abogado Pathelin
Anónimo del siglo XV

Acto Primero
Escena I
El abogado Pedro Patelín, solo.
PEDRO PATELÍN. Está decidido: hoy mismo, aunque no tenga un solo ochavo, he de conseguir un traje nuevo. Y pues dicen “antes ladrón que pobre”, ¿quién viéndome así vestido me tomará por un abogado? Creo que me han confundido con alguno de los maestros del pueblo. Hace ya quince días que dejando mi antigua residencia me instalé aquí esperando que, con el cambio, mejorarían mis negocios; y, por el contrario, van de mal en peor. En cuanto a mis vecinos… a la derecha tengo al juez y a la izquierda un rico mercader en paños. Pero ni el primero me ha proporcionado un solo pleito, ni el segundo un mal traje. ¡Ah, pobre Patelín! Se te han agotado todos los recursos y nada más te quedan los de la imaginación. ¿Qué hacer para complacer a mi mujer que se ha empeñado en casar bien a la hija? ¿Quién va a decirle nada viéndome a mí, su padre, tan andrajoso? ¿Para qué guardo mis trucos? Si yo pudiera aparentar ser un hombre rico, aquellos que ahora se alejan de mi hija… ¡Si consiguiera que mi vecino me fiara el paño para un buen traje! Aquí viene mi mujer, con Colasilla… Me parece que hablan de mí. (Se oculta.)

Escena II
SEÑORA PATELÍN. Óyeme, Colasilla, que no he querido hablarte en casa para que el desastre de mi marido no nos oyera.
PEDRO PATELÍN. (Escondido.) Ya se dispara.
SEÑORA PATELÍN. Quiero que me digas cómo es que mi hija viste de una manera tan decorosa y arreglada.
COLASILLA. Es que el señor le da algún…
SEÑORA PATELÍN. ¡Mi marido no tiene donde caerse muerto!
PEDRO PATELÍN. (Escondido.) ¡Tiene razón!
SEÑORA PATELÍN. Colasilla, estoy decidida a despedirte si no me cuentas la verdad. Y no podrás casarte con tu novio Borreguillo.
COLASILLA. No se precipite, señora, que todo. Se lo he de contar. Valero, que es el hijo único del pañero, nuestro vecino, se ha enamorado de la señorita Enriqueta y le hace algunos regalillos.
PEDRO PATELIN. (Escondido.) ¿Se me habrá adelantado mi hija en el propósito de aligerar la tienda de mi vecino?
SEÑORA PATELÍN. Pero dime, ¿de dónde saca Valero, el oro para hacer regalos? Su padre es un viejo roñoso, incapaz de darle ni un céntimo.
COLASILLA. ¡Ah, señora! Cuando los padres no dan, los hijos lo toman; ésta es la costumbre. Y Valero sigue la costumbre, como todos.
SEÑORA PATELÍN. Y ¿Por qué su padre no pide la mano de mi hija?
COLASILLA. Ya lo hubiera hecho si no fuera por temor a su padre a causa de…
SEÑORA PATELÍN. ¿De qué?
COLASILLA. Con perdón de la señora…, como el amo va siempre tan mal vestido, la gente imagina que está arruinado.
PEDRO PATELÍN. (Aparte.) Ya pondré yo remedio a todo esto.
SEÑORA PATELÍN. Alguien viene, retírate. (Colasilla se va.)
Escena III
Pedro Patelín sale de su escondite.
SEÑORA PATELÍN. ¡Ah! ¿Eres tú?
PEDRO PATELÍN. Sí.
SEÑORA PATELÍN. ¡Cómo vas vestido!
PEDRO PATELÍN. Es que soy muy sencillo…
SEÑORA PATELÍN. Lo que ocurre es que no tienes cuarto. Acabo de saber que tu pobreza ahuyenta todos los pretendientes de nuestra hija.
PEDRO PATELÍN. Tienes razón. La gente juzga siempre por las apariencias. Y claro, he de reconocer que mi forma de vestir perjudica a Enriqueta. He decidido vestir como me corresponde.
SEÑORA PATELÍN. Pronto lo has dicho. ¿Con qué dinero?
PEDRO PATELÍN. No te preocupes por eso, mujer.
SEÑORA PATELÍN. ¿Puede saberse dónde vas?
PEDRO PATELÍN. Sí, puede saberse. A comprar.. corte de traje.
SEÑORA PATELÍN. ¿Sin dinero?
PEDRO PATELÍN. Sì, ¿Qué color te gusta más, gris… o pardo?
SEÑORA PATELÍN. Mientras te lo fíen que sea del… que quieras. Quiero hablar a Enriqueta porque me he enterado de cosas que no me gustan.
PEDRO PATELÍN. Si preguntan por mí, diles que… aquí cerca; en la tienda de paños de nuestro vecino… señora Patelín se va.)

Escena IV
PEDRO PATELÍN. (Solo.) Me parece que será mucho… prestarme in habitu, porque la toga ocultará harapos. Y, además, dará más peso de persuasión… palabras. Ahí está el hijo del señor Guillermo. Y él… Voy a vestirme. ¡Que Dios me ayude!

Escena V
SEÑOR GUILLERMO. (Con una pieza de tela en sus manos) Empieza a oscurecer dentro de la tienda, lo mejor… colocar esta tela a la vista del público. ¡Valero!,... buscando un pastor para cuidar los carneros del… saco la lana para mis paños.
VALERO. ¿No está contento con Borreguillo, pad…
SEÑOR GUILLERMO. No, que me roba; y hasta creo que tú lo sabes.
VALERO. ¿Yo?
SEÑOR GUILLERMO. Sí, tú. Me he enterado que cortejas a una muchacha de por estos barrios y que le haces regalos. Y también sé que Borreguillo se ha prometido a una tal Colasilla, criada de tu misma novia. Y, en resumen, no me fío de ti.
VALERO. (Aparte) ¿Quién no habrá descubierto? Aseguro a usted que Borreguillo nos sirve con mucha fidelidad.
SEÑOR GUILLERMO. A ti, puede. Pero lo que es a mí, desde luego que no. Hace un mes que ha entrado a mi servicio y me faltan ya ciento veinte carneros y no creo que se hayan muerto, precisamente, como él dice, atacados de morriña.
VALERO. Las enfermedades causan grandes males.
SEÑOR GUILLERMO. Sí, si hay médicos; pero no los hay entre los carneros. Ese Borreguillo que se finge tonto es conde bajo su piel a un pícaro de siete suelas. Además, le he visto una noche matando un carnero. Le he dado una buena paliza y le he citado ante el juez. Pero antes de llevar este asunto más lejos quiero saber si tú…
VALERO. ¡Padre! Respeto mucho a sus carneros.
SEÑOR GUILLERMO. Tanto mejor. Así le haré perseguir por la justicia. Antes, quiero examinar el asunto atentamente; dame mi libro de cuentas. Acerca esa silla y déjame. Y si viene el alguacil que he llamado, avísame. Estaré aún un rato en la tienda, por si llega algún cliente.
VALERO. (Aparte) He de avisar a Borreguillo para que haga las paces con mi padre. (Valero se va.)

Escena VI
Entra Pedro Patelín.
PEDRO PATELIN. Al fin está solo; me acerco. Esa pieza me conviene. Buenas tardes, caballero.
GUILLERMO. ¿Es usted el alguacil? Espere,
PEDRO PATELIN. No, señor. Yo soy…
SEÑOR GUILLERMO. ¿Un magistrado? ¿El procurador? ¿Qué desea, señor?
PEDRO PATELÍN. Caballero, soy abogado.
SEÑOR GUILLERMO. No necesito de ninguno. Gracias…
PEDRO PATELÍN. Mi nombre no debe serle desconocido…caballero. Soy el abogado Patelín.
SEÑOR GUILLLERMO. No le conozco, caballero.
PEDRO PATELÍN. Todo llegará… Entre los papeles… difunto padre he encontrado una deuda que no h… cancelada…
SEÑOR GUILLERMO. No es cosa mía Yo a nadie… nada.
PEDRO PATELÍN. No caballero; se trata de todo… contrario. Mi difunto padre debía al suyo trescientos… y yo, que soy hombre de honor, vengo a pagáros…
SEÑOR GUILLERMO. ¿A pagarme ha dicho? Espere… Caballero, creo recordar… Claro está, como…antiguo a su familia. Usted vivía en un pueblo… cerca, nos conocimos hace tiempo. Perdóneme:… aquí, siéntese, se lo ruego.
PEDRO PATELÍN. ¡Caballero!
SEÑOR GUILLERMO. ¡Caballero!
PEDRO PATELÍN. (Se sienta) Si todos lo que a… deben me pagaran tan puntualmente como yo, sería más rico. Pero yo no sé quedarme con lo ajeno.
SEÑOR GUILLERMO. Sin embargo esto es lo que … mucha gente.
PEDRO PATELÍN. Pero yo considero que la prim…gación de un hombre honrado es pagar las deudas… ello quiero que me diga cuándo estará en disposición… de cobrar los trescientos escudos.
SEÑOR GUILLERMO. Ahora mismo.
PEDRO PATELÍN. En casa tengo el dinero a su disposición; pero hay que dar tiempo de formalizar la… pago ante el notario. Son gastos de una heren… corresponde a mi hija Enriqueta y quiero preceder… tamente.
SEÑOR GUILLERMO. Me parece muy bien, Así,… mañana por la mañana, a las cinco.
PEDRO PATELÍN. De acuerdo, a las cinco. Temo… sido oportuno y haberle molestado en este momento…
SEÑOR GUILLERMO, ¡En modo alguno! No sé… el tiempo, no se vende nada.
PEDRO PATELÍN. ¡Pero si usted solo vende más… los pañeros juntos!
SEÑOR GUILLERMO, Porque trabajo mucho.
PEDRO PATELÍN. El trabajo, la competencia… Veo aquí un paño de gran calidad.
SEÑOR GUILLERMO. Excelente.
PEDRO PATELÍN. Es usted un gran conocedor de su trabajo…
SEÑOR GUILLERMO. ¡Por Dios, caballero!
PEDRO PATELÍN. ¡Qué maravillosa seguridad!
SEÑOR GUILLERMO. ¡Oh! ¡Oh, caballero!
SEÑOR PATELÍN. Y sus maneras nobles y francas encantan al público.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Me confunde usted!
SEÑOR PATELÍN. No puedo apartar la vista de este paño. Me gusta su color.
SEÑOR GUILLERMO. Lo creo. Es castaño.
PEDRO PATELÍN. ¿Castaño? ¡Qué bello! Apostaría a que este color lo ha inventado usted, señor Guillermo.
SEÑOR GUILLERMO. Sí, sí. Con mi tintorero.
PEDRO PATELÍN. Es lo que digo: hay más talento en su cabeza que en todas las demás juntas.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Oh, no!...
PEDRO PATELÍN. Y la lana parece de buena clase.
SEÑOR GUILLERMO. Lana inglesa pura.
PEDRO PATELÍN. ¡Debí imaginarlo! Y a propósito de Inglaterra; me parece recordar que hemos estudiado juntos…
SEÑOR GUILLERMO. ¿En la escuela del señor Nicodemo?
PEDRO PATELÍN. ¡Exacto! Qué memoria privilegiada la suya! Era usted un hermoso angelote…
SEÑOR GUILLERMO. Eso decía mi madre…
PEDRO PATELÍIN. Y ¡qué facilidad en aprender!
SEÑOR GUILLERMO. A los dieciocho años escribía y leía.
PEDRO PATELÍN. ¡Lástima que no se dedicara a las grandes empresas! ¿Se da usted cuenta que hubiera sabido gobernar un reino?
SEÑOR GUILLERMO. ¿Por qué no? Como cualquier otro.
PEDRO PATELÍN. Vea qué casualidad: tengo metida en la cabeza la idea de un paño como éste, y mi mujer quiere que me haga un traje… Seguramente mañana, a las cinco, cuando le traiga los trescientos escudos, me quedaré con un corte.
SEÑOR GUILLERMO. Se lo guardaré.
PEDRO PATELÍN. (Aparte.) ¡Guardarlo!... No me conviene…Para liquidar cierta operación espero tener.. doscientas libras; pero imagino que usted se llevará parte de ellas.
SEÑOR GUILLEMO. Liquide su operación que no… quedar sin el paño, señor abogado.
PEDRO PATELÍN. No lo dudo; pero no me gusta compara al fiado…Da gusto verle tan sano, tan robusto… usted vida para años.
SEÑOR GUILLERMO. Gracias a Dios me encuentro… bien.
PEDRO PATELÍN. Dígame cuánto necesitaré de este… y mañana le traeré el dinero con los trescientos es… de la deuda.
SEÑOR GUILLEMO. Necesitará…¿Desea un traje… completo?
PEDRO PATELÍN. Completísismo; casaca, pantalón… chaleco; todo doble. Y muy amplio, y muy largo…
SEÑOR GUILLERMO. En ese caso… necesitará usted… varas ¿Se las corto?
SEÑOR PATELÍN. De ningún modo, caballero. C.. dinero en mano. Es mi sistema.
SEÑOR GUILLERMO. Es el mejor. (Aparte) Este hombre…es la honradez hecha persona.
PEDRO PATELÍN. ¿Se acuerda señor Guillermo del … cenamos juntos en el  Escudo de Francia?
SEÑOR GUILLEMOR. ¿El día de la fiesta mayor?
SEÑOR PATELÍN. Ese precisamente. Después de ce…tuvimos hablando un buen rato, sobre temas de actualidad… ¡Que cosas le oí decir a usted?
SEÑOR GUILLERMO. ¿Se acuerda de ellas?
PEDRO PATELÍN. ¿Qué si me acuerdo? ¡Pero si… todo lo que luego anuncio Nostradamus!
SEÑOR GUILLERMO. Quizá, quizá… A veces veo ve.. cosas…
PEDRO PATELIN. Y dígame, ¿a cuánto me cobrara… el paño?
SEÑOR GUILLERMO. A cualquier otro se lo cobraría.. .seis escudos; pero para usted lo dejaremos en cinco.
PEDRO PATELÍN. (Aparte) ¡Qué judío! Es en extremo… delicado…Veamos, seis varas a cinco escudos son…
SEÑOR GUILLERMO. Treinta escudos, exactamente.
PEDRO PATELIN. Eso es, treinta escudos. Cuenta… ¡Vaya! Para reanudar nuestra amistad quiero que venga mañana a mi casa. Comeremos una oca que mi ha regalado un cliente.
SEÑOR GUILLERMO. ¿Una oca? Pues me gusta mucho…
SEÑOR PATELÍN. Mejor. Mi mujer las guisa que los ángeles cantan al olerlas. Tenga usted mi mano y venga mañana a comer a mi casa. Por cierto que estoy impaciente porque me vean vestido con el traje nuevo. Si me lo quedo mañana, ¿lo tendré listo para la cena?
SEÑOR GUILLERMO. Debe dar tiempo al sastre, o se le estropeará.
PEDRO PATELÍN. Sería una verdadera lástima.
SEÑOR GUILLERMO. ¿Por qué no hace lo que le digo? Ha dicho que tenía el dinero a punto.
PEDRO PATELÍN. Desde luego. No se me había ocurrido…
SEÑOR GUILLERMO. Yo se lo mandaré a su casa por uno de mis aprendices. Aquí hay un corte como el que usted necesita.
PEDRO PATELÍN. ¡No creerá que lo voy a consentir! ¿Cree usted que no me fío? Nada, hombre, nada.
SEÑOR GUILLERMO. Permítame; se lo mando por el aprendiz y a él le entrega…
PEDRO PATELÍN. ¿Un aprendiz? No, no entretenga a sus empleados. De aquí a mi casa sólo hay dos pasos… Y tiene usted razón: así el sastre tendrá más tiempo.
SEÑOR GUILLERMO. Pero, hombre, deje que le acompañe un aprendiz a quien entregar el dinero…
PEDRO PATELÍN. ¡Le repito que no! No soy presumido. Lo llevo oculto, así, en la toga, y parecerá el legajo de un gran proceso.
SEÑOR GUILLERMO. Pero… señor Patelín, yo quisiera que le ayudara un aprendiz y de este modo…
PEDRO PATELÍN. Sin cumplidos, amigo mío, ¡sin cumplidos! A las cinco en punto trescientos treinta escudos y la oca… Dios mío, ¡se está haciendo tarde! ¡Adiós, vecino! Hasta siempre… A sus órdenes.
SEÑOR GUILLERMO. Lo mismo digo, caballero…
El señor Patelín se va.

Escena VII
SEÑOR GUILLERMO. (Solo.) ¡Demonio!, se ha llevado… paño. Menos mal que las cinco de la mañana no estás… lejos. Comeré en su casa y, claro está, me pagará: Es… uno de los hombres más honrados que he visto en mi vida; y uno de los abogados de mayor espíritu, tam…Casi, me remuerde la conciencia de haberle vendido el paño tan caro a un hombre que viene a pagarme trecientos escudos... con los que no contaba, de una deuda …nocida, ¡Pero sean bien venidos! Ya anoche y esto… mejor de la jornada. ¡Guardad los paños dentro! Viene el bribón de Borreguillo, que me roba el ganando.

Escena VIII
Entra Borreguillo
SEÑOR GUILLERMO. ¡Ah!, ¿eres tú, ladrón? ¿De qué… sirve trabajar noche y día si un sinvergüenza como … lleva el provecho?
BORREGUILLO. Buenas tardes, buenas noches, mi a…
SEÑOR GUILLERMO. ¿Cómo te atreves a presentarte… mis ojos?
BORREGUILLO. Yo no quisiera enojarle, señor; pero… han entregado un papelote que habla de carneros, d.. y de citación.
SEÑOR GUILLERMO. Hazte el tonto, sí; pero pagarán caros los carneros que me has robado.
BORREGUILLO. ¡Habladurías!...
SEÑOR GUILLERMO. ¿Habladurías perillán? ¿No.. hace unas noches matando un borrego?
BORREGUILLO. Pero juro por mi alma que lo hice…evitar que se muriera.
SEÑOR GUILLARME. ¡Matarle para que no se muriera…
BORREGUILLO. Sí, de la morriña…Porque si se… de un mal de ésos hay que tirarlos al muladar; y es preferible que se les mate.
SEÑOR GUILLERMO. ¿Qué se mueren, dices? ¡Unos carneros cuya lana se vende a cinco escudos la vara! ¡Vete de aquí, pillo! ¡Ciento veinte carneros en un mes!
BORREGUILLO. Lo he hecho para que no contagien a los demás.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Ya aclararemos eso mañana, ante el juez!
BORREGUILLO. Amo bueno, ¿no le basta con haberme apaleado como se ve? Hagamos las paces, si quiere…
SEÑOR GUILLERMO. Lo único que quiero es verte ahoracado.
BORREGUILLO. ¡No lo quiera Dios!
El señor Guillermo se retira.

Escena IX
BORREGUILLO. (Solo) No me queda otra solución que buscar un abogado que me defienda de este atropello.


Escena X
Entran Enriqueta, Colasilla y Valero.
ENRIQUETA. Déjeme, Valero. Mis padres me siguen… Vamos a cenar a casa de una tía y me han dicho que me adelantara. ¡Váyase!
BORREGUILLO. (A Valero.) ¿Quiere usted que apague la luz?
VALERO. ¡No, que me, quitarías el placer de verla. Hermosa Enriqueta; permítame, se lo ruego…
ENRIQUETA. No, Valero. Estoy temblando…
VALERO. ¿Teme a quien le ama?
ENRIQUETA. Es usted la persona a quien más temo, y sabe muy bien por qué causa. No te vayas, Colasilla.
Borreguillo tira del brazo de Colasilla.
COLASILLA Es este tullido que me tira de la manga…
ENRIQUETA. Si me ama, Valero… no piense en mí hasta que consiga el permiso de su padre.
COLASILA. A eso nos dedicaremos Borreguillo y yo misma.
BORREGUILLO. Tengo un plan que, si Dios me saca…bien del proceso, nos sacará a todos de apuros.
VALERO. Ocurra lo que ocurra, yo respondo de todo …
ENRIQUETA. Mi padre viene: vámonos. (Desaparecen…cuatro.)

Escena XI
Entran señor y señora Patelín.
PEDRO PATELIN. Y bien, esposa mía, ¿te gustó el pa..
SEÑORA PATELÍN. Sí; pero, ¿cómo saldrás del lío?... prometido pagar mañana por la mañana…El señor…Guillermo es tan egoísta que es capaz de armar un escándalo…
PEDRO PATELÍN. Tú, no te olvides de cumplir las… trucciones que te he dado para cuando vengan.
SEÑORA PATELÍN. Te ayudaré a mi pesar. Porque lo que te propones…debería avergonzarte. No es ese el proc…. De un hombre honrado.
PEDRO PATELÍN. La honradez es fácil con dinero… difícil es ser pobre y honrado. Dejemos estas historias…Cenemos ahora y luego, en previsión, hagamos corta…traje.
SEÑORA PATELIN. Vamos, sí. No sé por qué me ima… que mañana por la mañana habrá en casa un gran ja….
FIN DEL ACTO PRIMERO






















Acto Segundo
Escena I
SEÑOR GUILLERMO. (Solo.) Todo hombre honrado debe recordar por la mañana sus deberes de todo el día… primero, a las cinco de la mañana, cobrar al señor Patelín trescientos escudos por una deuda contraída por su difunto padre. Y treinta escudos por unas varas de paño que se llevó ayer de mi tienda. Más tarde comer en su casa una oca, aderezada por su propia mujer. Después acudir a la causa que tengo entablada contra Borreguillo por los carneros robados. Esto es todo… Caramba, hace ya un buen rato que han sonado las cinco y el buen vecino no aparece. Y ¿si fuera yo mismo hasta su casa? No, un hombre tan honrado no ha de faltar a su palabra. Y, sin embargo, él tiene mi paño y nada sé de él. ¿Qué hacer? Ya sé. Simularé una visita de cumplido y tantearé el terreno. (Se acerca a la puerta de Patelín y escucha.) Me parece que están contando mi dinero… ¡Hum! Deben estar asando la oca. Llamaré.
PEDRO PATELÍN. (En su casa.) Llaman, mujer.
SEÑOR GUILLERMO. Es él.
PEDRO PATELÍN. (En su casa.) Abre, debe ser el boticario…
SEÑOR GUILLERMO. ¡El boticario!
PEDRO PATELÍN. Que me trae el vomitivo, el vomitivo…
SEÑOR GUILLERMO. (Aparte.) ¡El vomitivo! ¿Habrá alguien enfermo? Quizá no he conocido su voz a través de la puerta…Llamaré más fuerte. (Vuelve a llamar.)
PEDRO PATELÍN. (En su casa.) ¡Avutarda! ¡Mala pécora! Abre de una vez…
Escena II
SEÑORA PATELÍN. (En la puerta de su casa.) ¡Ah, es el señor Guillermo!
SEÑOR GUILLERMO. Yo soy, sí. ¿Es usted la señora Patelín?
SEÑORA PATELÍN. Para servirle. Perdone; pero no me atrevo a hablar alto.
SEÑOR GUILLERMO. Hable como le dé la gana. Vengo a ver al señor Patelin.
SEÑORA PATELÍN. Hable más bajo, caballero; se lo suplico.
SEÑOR GUILLERMO. ¿Más bajo? ¿Por qué? Le repito que vengo a ver al señor Patelín.
SEÑORA PATELÍN. Más bajito, más bajito, aún; se lo ruego.
SEÑOR GUILLERMO. Todo lo bajito que quiera; pero he de verle.
SEÑORA PATELIN. ¡Ay! ¡Para recibir visitas está… el pobre!
SEÑOR GUILLERMO. ¿Le ha ocurrido algo, desde anoche…?
SEÑORA PATELIN. ¿Desde ayer? ¡Ocho días hace que no se levante de la cama!
SEÑOR GUILLERMO. ¿Ocho días?; pero si ayer me… a ver.
SEÑORA PATELIN. ¿El?
SEÑOR GUILLERMO. Sí, él. ¡Estuvo en mi casa, rebosan… de salud!
SEÑORA PATELIN. ¡Usted lo ha soñado!
SEÑOR GUILLERMO. No está mal, ¡soñado! Y las seis varas de paño, ¿las he soñado también?
SEÑORA PATELIN. ¿Seis varas de paño?
SEÑOR GUILLERMO. Sí, seis varas de paño color castaño y una oca que hemos de comer este mediodía. ¿Lo he soñado también?
SEÑORA PATELIN. ¡No es ésta ocasión de bromear, seis...
SEÑOR GUILLERMO. ¿Bromear? No estoy para bromas… créame usted. Le digo muy de veras que se llevó seis varas bajo la toga.
SEÑORA PATELÍN. ¡Ojalá fuera cierto!... Quisiera que estuviera en estado para hacer esas cosas. ¡Ah, señor don Guillermo!... Mi marido cayó ayer en un arrebato… degeneró en delirio y aún no ha salido de él.
SEÑOR GUILLERMO. Esto es exesivo. ¡Señora, usted es la que delira! Yo he de hablar con él como sea.
SEÑORA PATELIN. Es imposible en el estado en que se encuentra. Le hemos sentado en un sillón, junta a la puerta, mientras le arreglamos la cama… y ¡si viera que lastima inspira!
SEÑOR GUILLERMO. ¡Lástima! ¡Lástima! Cualquiera que sea su estado he de verle.
SEÑORA PATELIN. ¡No, cuidado! ¡No abra esa puerta! Va a matar a mi marido… ¡Le dan de repente unas ganas locas de echar a correr! ¿Ve?, le ha dado el ataque.
El señor Patelin se deja ver. Lleva la cabeza envuelta en trapos.
Escena III
SEÑORA PATELIN. Ya se lo he advertido. ¡Ayúdeme a sujetarlo!... ( A Patelin.) Querido, descansa un poco aquí… (Le acerca un sillón para que se siente.)
PEDRO PATELIN. ¡Ay, ay! ¡Mi cabeza!
SEÑOR GUILLERMO. El estado en que se encuentra este hombre inspira auténtica lástima…Pero yo juraría que es el mismo de ayer. Me acercaré un poco más… Señor Patelin, ¿cómo se encuentra?
PEDRO PATELIN. Buenos días, señor Anodino.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Señor Anodino!
SEÑORA PATELIN. Cree que es el boticario. Váyase, váyase.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Nada de eso! Caballero, se acuerda que ayer anoche…
PEDRO PATELIN. Claro, claro que le recuerdo. Le he guardado…
SEÑOR GUILLERMO. Se acuerda. Menos mal…
PEDRO PATELIN. Le he guardado un vaso lleno de orines.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Y a mí qué me cuenta!
PEDRO PATELIN. (A su señora.) Deja que el señor Anodino los examine. Así verá si tengo algo en los riñones…
SEÑOR GUILLERMO. ¡A eso se le llama pagar en buena moneda!
SEÑORA PATELIN. ¡Basta ya! Caballero, salga de aquí inmediatamente.
SEÑOR GUILLEMO. Ni por pienso. Me paga, ¿sí o no?
PEDRO PATELIN. Y no vuelva a darme esas píldoras; me hacen devolver hasta el alma.
SEÑOR GUILLERMO. ¡El paño tendrías que devolver!
PEDRO PATELIN. (A la señora.) ¡Esposa mía, ahuyenta esas mariposas negras que vuelan a mi alrededor! ¡Ahuyéntalas! ¡Ahuyéntalas!...Cómo suben…
SEÑOR GUILLERMO. Yo no veo ninguna.
SEÑORA PATELIN. ¿No comprende que está delirando? Váyase.
SEÑOR GUILLERMO. A otro con ese hueso. Primero ha de pagarme.
PEDRO PATELIN. Los médicos me han matado con sus drogas…
SEÑOR GUILLERMO. Ahora está entrando en razón…Es la ocasión de hablarle. Señor Patelin…
PEDRO PATELIN. Señores: yo defiendo la causa de Homero.
SEÑOR GUILLERMO. ¿De Homero?
PEDRO PATELIN. Contra la ninfa Calipso.
SEÑOR GUILLERMO. Jamás he oído hablar de ella.
SEÑORA PATELIN. Le repito que está delirando. Váyase, se lo ruego.
SEÑOR GUILLERMO. Eso se lo dice usted a otro, señora
PEDRO PATELIN. Los sacerdotes de Júpiter… Los Cori…bantes…La ha robado, se la lleva… ¡Sus, y al gato! ¡Sus y al gato!... ¡Mi crema! ¡Adiós!
SEÑOR GUILLERMO. ¡Y, cuando haya acabado de delirar, me pagará por lo menos mis treinta escudos!
PEDRO PATELIN. Ya no resuenan las grutas con el canto dulce de tu voz.
SEÑOR GUILLERMO. ¿Me habré confundido, en verdad?
SEÑORA PATELIN. Por Dios, señor. Deje tranquilo de una vez a este hombre.
SEÑOR GUILLERMO. Esperemos un momento. A lo mejor tiene un ratito de lucidez. Mira, parece que quisiera decir algo…
PEDRO PATELIN. ¡Ah! ¿Es usted, señor Guillermo?
SEÑOR GUILLERMO. ¡Me ha reconocido! ¿Qué tal, señor Patelin?
PEDRO PATELIN. Le suplico que me perdone…
SEÑOR GUILLERMO. ¿Ve, señora? Parece que se acuerda de mí.
PEDRO PATELIN. Hace más de quince días que vivo en este pueblo y aún no he ido a saludarlo…
SEÑOR GUILLERMO. Se equivoca, ayer mismo…
PEDRO PATELIN. Cierto, sí, que ayer le envié un procurador amigo mío a que le presentara mis respetos…
SEÑOR GUILLERMO. (Aparte.) ¿Será ése el del paño? ¡Pues si es su procurador no le veré más en mi vida! (A Patelin.) ¡Eso es un cuento chino! Usted es quien se ha llevado mi paño…
SEÑORA PATELIN. ¡Ah!, Caballero. No le hable de negocios; lo va a matar.
SEÑOR GUILLERMO. Mi enhorabuena. Según tengo entendido su difunto padre le debía al mío trescientos escudos, y no pienso marcharme de aquí sin antes…
PEDRO PATELIN. (Se incorpora.) El tribunal observará sin duda que la pírrica era una danza; taralal, laral, la, la… (Abraza al señor Guillermo y le obliga a bailar con él.) Bailemos todos. ¡Bailemos!... <<Mi comadre cuando baile>>.
SEÑOR GUILLERMO. No puedo más; pero no pienso renunciar a mi dinero.
PEDRO PATELIN. (Aparte) ¡Ya haré yo que levantes el campo! (A la señora Patelin.) Mujer mía, ¿no oyes cómo los ladrones abren la puerta? ¿Oyes?... Escucha… ¡Socorro! ¡Socorro! Escuchemos, sí. ¡Ya llegan, ya están aquí! Ya los veo… ¡Malvados! ¡Voy
a echarles a todos!.. ¡Mi bastón!... (Vuelve blandiendo el bastón.) ¡Ah, ladrón!... ¡Ah, ladrón!...
SEÑOR GUILLERMO. ¡Qué cargada está la atmósfera!¡Voto a bríos!... Todos me roban; quién mis paños, quién mis carneros… Pero mientras hago entrar en razón al abogado, he de hacer ahorcar al pastor. ¡Vamos! (Se va.)
Escena IV
SEÑOR PATELIN. Bueno. ¡Por fin se ha marchado! Yo me voy, pero tú debes quedarte un rato aún, por si se le ocurre volver…
PEDRO PATELIN. Como que ya está aquí… ¡Al ladrón! Es el señor Bartolo y me ha visto…
(La señora Patelin se va.)
Escena V
(Entra el juez Bartolo.)
BARTOLO. ¿Quién ha gritado << ¡Al ladrón!>>? ¿Qué demonios de jaleo es éste, cerca de mi casa? ¿Qué significa tanto desorden? ¡Ah, es usted, mi querido colega!
PEDRO PATELIN. Sí, yo soy…
BARTOLO. ¡Con que atuendo!
PEDRO PATELIN. Me había figurado que…
BARTOLO. ¡Un abogado y con las armas en la mano!
PEDRO PATELIN. Me pareció oír que…
BARTOLO. << Militant causaron estroni>>
PEDRO PATELIN. Es que he tenido la impresión de que algunos ladrones forzaban mis puertas…
BARTOLO. Forzar una puerta: <<ceran judice>>.
PEDRO PATELIN. Repito, señor, que imaginé que había ladrones.
BARTOLO. Habrá que levantar un atestado.
PEDRO PATELIN. Pero si no los había…
BARTOLO. Citaremos testigos…
PEDRO PATELIN. ¿Contra quién? ¿Puede saberse?
BARTOLO. ¡Y hacerles ahorcar!
PEDRO PATELIN. ¿Ahorcar a quiénes?
BARTOLO. ¡No hay piedad para los ladrones!
PEDRO PATELIN. Repito de n nuevo que no había tales ladrones. Fue un error mío.
BARTOLO. ¡Ah!, en ese caso, todo cambia. << Cedant armtoge…>>. Deje ese bastón y dese prisa en vestirse como corresponde a un leguleyo. Hay que asistir a la audiencia que empezará dentro de muy poco. (Bartolo se va.)
Escena VI
PEDRO PATELIN. (Solo.) Eso es precisamente lo que me propongo hacer. He de hacer la defensa de un cierto pastor por encargo de Colasilla. Voy a cambiar de atuendo vuelvo enseguida. (Entra en su casa.)
Escena VII
COLASILLA. Lo que conviene es un buen abogado embrolloso y astuto que te saque de este lío. Y en este lugar únicamente el señor Patelín reúne tales condiciones.
BORREGUILLO. Ya le dimos fama cuando no hace mucho mi hermano y yo recurrimos a él, en un apuro de los buenos. Pero me olvidé pagarle y ahora… no me atrevo a presentarme ante él.
COLASILLA. A lo mejor ni se acuerda ya. Sobre todo no digas que sirves al señor Guillermo; seguramente no querría ir contra él.
BORREGUILLO. Le hablaré de mi amo sin decir quién es. Así creerá que sigo a las órdenes del antiguo.
COLASILLA. Aquí le tienes. ¡Adiós! (Colasilla se aleja.)
Escena VIII
El señor Patelin viene con el otro traje.
PEDRO PATELIN. Ya conozco a ese bergante… Si no me equivoco ¿tú eres el novio de Colasilla?
BORREGUILLO. El mismo. Sí, señor.
PEDRO PATELIN. Pues si la memoria no me falla erais dos hermanos a los que libré de las galeras. Y uno de ellos no me pagó.
BORREGUILLO. Era mi hermano.
PEDRO PATELIN. Al salir de la cárcel enfermasteis; y uno de los dos murió.
BORREGUILLO. No fui yo.
PEDRO PATELIN. Ya veo, ya.
BORREGUILLO. Y eso que estuve más grave que mi hermano. Lo que yo quiero ahora es pedirle que me defienda contra mi amo.
PEDRO PATELIN. ¿Tu amo es el propietario de aquí cerca?
BORREGUILLO. No, no. Vive lejos. Y yo le pagaré.
PEDRO PATELIN. Eso es lo que quiero. Venga ya, cuéntame tu asuntó sin ocultar nada.
BORREGUILLO. Sepa que mi amo me paga un mal jornal y que, para desquitarme, sin perjudicarle en nada, hago algún pequeño negocio de carnicería.
PEDRO PATELIN. Y ¿qué negocio es ése?
BORREGUILLO. Evito que los carneros se mueran de morriña.
PEDRO PATELIN. No veo en ello ningún mal. ¿Cómo impides?
BORREGUILLO. Pues… con su venia, señor… cuando parece que tienen ganas de morirse, los mato.
PEDRO PATELIN. Buen remedio. Y ¿no los matarás además para que tu amo crea que han muerto de enfermedad… haya que echarlos al muladar, y luego los vendes y te g..das el dinero?
BORREGUILLO. Eso dice mi amo, porque una noche… éstas me vio…agarrar a uno…¿he de decirlo todo?
PEDRO PATELIN. Sí, si quieres que te defienda yo.
BORREGUILLO. Pues me vio que agarraba un carnero grande, gordo y muy sano. Sin darme cuenta de lo que hacía, casi por distracción, le puse mi cuchillo muy cerca del cuello, tanto que no sé cómo de verdad, pero el carnero se murió de repente.
PEDRO PATELIN. Comprendido ¿Te vio alguien?
BORREGUILLO. Mi amo que estaba escondido en… matorral. Y ahora dice que he hecho lo mismo con los… veinte carneros que le faltan. Me pegó tan fuerte que ahora tendré que hacerme trepanar. Como usted es abogado lo que yo deseo es que exponga los hechos de tal modo que parezca que soy inocente y mi amo culpable.
PEDRO PATELIN. El asunto está claro. Hay dos caminos a seguir. El primero te costará muy poco o nada.
BORREGUILLO. Entonces, sigamos ese camino.
PEDRO PATELIN. De acuerdo, ¿Todos tus bienes est..dinero?
BORREGUILLO. Sí, por cierto.
PEDRO PATELIN. Escóndelo bien.
BORREGUILLO. Así se hará.
PEDRO PATELIN. Y tu amo se verá en obligación de pagar todos los gastos.
BORREGUILLO. Tanto mejor.
PEDRO PATELIN. Y no te costará ni una miaja.
BORREGUILLO. Eso es lo que me conviene.
PEDRO PATELIN. Únicamente, podrá a lo sumo,…ahorcar.
BORREGUILLO. Sigamos el otro camino.
PEDRO PATELIN. Atiéndame bien; te obligarás a comparecer ante el juez.
BORREGUILLO. ¡Bueno!
PEDRO PATELIN. Y te acordarás bien de lo que voy a decirte.
BORREGUILLO. Mi memoria es excelente.
PEDRO PATELIN. A todas cuantas preguntas te hagan tu juez, tu amo y yo mismo no contestarás sino lo que diariamente oyes a los carneros. ¿Sabrás hablar su lengua y harte el borrego?
BORREGUILLO. No me parece muy difícil.
PEDRO PATELIN. Los golpes que te han sacudido en la cabeza me sugieren esta idea que te salvará; pero has de pagarme bien.
BORREGUILLO. ¡Lo juro por mi alma!
PEDRO PATELIN. El juez Bartolo va a comenzar el juicio inmediatamente; no te olvides de pasar por aquí, otra vez. Te espero; y no olvides traer el dinero.
BORREGUILLO. ¡Qué difícil está la vida para la gente honrada! (Sale por un lado.)
Fin del acto segundo
Acto tercero
Escena I
BARTOLO. (A Patelin) Vamos a comenzar ya. Que se presenten las partes.
PEDRO PATELIN. (A Borreguillo por lo bajo.) Cuando te pregunten tu no respondas más que lo dicho.
BARTOLO. ¿Quién es este individuo?
PEDRO PATELIN. Un pastor a quien su amo ha apaleado, y que por ello tendrá que hacerse trepanar.
BARTOLO. Debemos esperar a la parte contraria, a su procurador o abogado… pero ¿qué viene a hacer aquí el señor Guillermo?
Escena II
Entra el señor Guillermo.
SEÑOR GUILLERMO. (A Bartolo.) Vengo a defender yo mismo mi causa.
PEDRO PATELIN. (A Borreguillo.) ¡Ah, pérfido! ¡Es contra el señor Guillermo!
PEDRO PATELIN. Procuraré escurrir el bulo.
SEÑOR GUILLERMO. (Por Patelin.) ¡Hola! ¿Quién es es…
PEDRO PATELIN. Señor juez, yo solamente me entiendo con abogados.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Pues yo no los necesito! (Aparte) Me recuerda…
PEDRO PATELIN. Yo me retiro.
BARTOLO. Permanezca en su sitio y defienda a su cliente.
PEDRO PATELIN. Señor, yo…
BARTOLO. Que permanezca he dicho. Por lo menos… ro que un abogado esté presente en este juicio. Si se… cha borraremos su nombre de la matrícula.
PEDRO PATELIN. (Se tapa el rostro con un pañuelo.)… de esconderse lo más que sea posible.
BARTOLO. Señor Guillermo, usted es el que hace la denuncia: hable.
SEÑOR GUILLERMO. Sepa, señor juez, que este pillo aquí ve…
BARTOLO. ¡Sin injuriar!
SEÑOR GUILLERMO. Bien. Este ladrón…
BARTOLO. No, no. Debe llamarle por su nombre o su oficio.
SEÑOR GUILLERMO. El caso es que este pastor malvado ha robado ciento veinte carneros.
PEDRO PATELIN. No tiene prueba alguna de ello.
BARTOLO. ¿Qué tiene usted, abogado?
PEDRO PATELIN. Un horrible dolor de muelas.
BARTOLO. Lo siento mucho. Sigamos.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Demonios! Este abogado se parece mucho al tipo de las seis varas de paño.
BARTOLO. ¿Qué pruebas tiene del robo?
SEÑOR GUILLERMO. ¿Pruebas? Le vendí, digo, le entregué ayer seis varas… y ahora de los seiscientos carneros sólo encuentro en mi redil cuatrocientos ochenta.
PEDRO PATELIN. Niego el hecho.
SEÑOR GUILLERMO Si no fuera porque acabo de ver al otro en pleno delirio juraría que éste es mi hombre.
BARTOLO. Deje en paz a su hombre y vengan las pruebas.
SEÑOR GUILLERMO. Mi paño demostrará… ¡Oh!, quise decir mi libro de cuentas demostrará dónde están mis seis varas… los ciento veinte carneros que me faltan.
PEDRO PATELIN. La morriña acabó con ellos.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Parece el mismo!
BARTOLO. Nadie lo niega. <<Non est questlo persona>> Acaba de afirmarse que los carneros han muerto a causas de la morriña. ¿Qué dice a esto?
SEÑOR GUILLERMO. Con su permiso le diré que es falso: él se los llevó y él los mató para venderlos; y diré más, ayer mismo yo en persona le sorprendí… (Aparte.) Estoy seguro, es él. (A Bartolo.) Sí, yo le vendí seis… seis… y le sorprendí matando un carnero.
PEDRO PATELIN. ( A Bartolo.) Invención todo, señor, para justificar los porrazos que le ha dado a este infeliz pastor, que al salir de aquí tendrá que ser trepanado…
SEÑOR GUILLERMO. (A Bartolo.) ¡Por mi alma que es la pura verdad! Es él mismo, señor juez. Ayer se llevó de mi casa seis varas de paño y en lugar de pagarme esta mañana los treinta escudos del importe...
BARTOLO. ¿A qué vienen ahora esas seis varas de paño y los treinta escudos? ¿No estamos hablando de carneros robados?
SEÑOR GUILLERMO. Cierto, señor juez, es otro asunto al que llegará su turno; que yo me entiendo y no me engaño. Sepa que me había escondido en el corral… ¡Vaya si es él!... me había escondido cuando vi llegar a ese bribón que se escurría hacia un rincón. Agarró el carnero más grande y… a fuerza de buenas palabras consiguió llegarse seis varas.
BARTOLO. ¿Seis varas? ¿De carnero?
SEÑOR GUILLERMO. No, de paño. ¡Vaya con el hombre!
BARTOLO. ¿Seis varas de paño… y, ¡vaya con el hombre!? ¿Qué pasa con los carneros? ¿No tratamos ya de carneros?
SEÑOR GUILLEMRO. Sí, sí, sí. Ese pillastre sacó su cuchillo… quiero decir mi paño… no, decía bien: su cuchillo. Y escondiéndolo entre los pliegues de su ropa lo llevó hasta su casa. Y esta mañana, en vez de pagarme, me niega el paño y el dinero.
PEDRO PATELIN. (Rie.) ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!...
BARTOLO. ¡Todo eso con sus carneros! ¿Ha perdido usted la cabeza? ¿Qué le sucede, señor Guillermo?
PEDRO PATELIN. No sabe ni lo que dice.
SEÑOR GUILLERMO. Sí, que lo sé. Y muy bien. Me han robado hasta ciento veinte carneros; y esta mañana, en lugar de darme los treinta escudos por las varas de paño color castaño que sacó de mi tienda, ha intentado contentarme con ¡mariposas negras, la diosa Calixto, la canción su comadre y otros mil rompecabezas que ya no recuerdo!
PEDRO PATELIN. (Ríe.) ¡Está loco!
BARTOLO. Eso creo… Mire, señor Guillermo, todos los tribunales del reino juntos no podrían aclarar este embrollo. ¡Acusa usted a un pastor de robarlo ciento veinte carneros y nos habla de varas de paño, de treinta escudos, de mariposas negras y qué sé yo qué historias! Insisto en que nos hable de los carneros o daré orden de que pongan en libertad al pastor. Aunque lo mejor será interrogarle. Acércate. ¿Cómo te llamas?
BORREGUILLO. Bee…
SEÑOR GUILLERMO. Miente; se llama Borreguillo.
BARTOLO. Borreguillo o Bee da lo mismo. Dime. ¿es verdad que este caballero te confío la guarda de ciento veinte carneros?
BORREGUILLO. Bee.
BARTOLO. ¡Hombre! ¿Tienes miedo a la justicia? Escucha y no te asustes: ¿te ha descubierto una noche el señor Guillermo matando un carnero?
BORREGUILLO. Bee…
BARTOLO. ¿Qué significa esto?
PEDRO PATELIN. Los golpes que ha recibido en la cabeza le han perturbado la razón…
BARTOLO. Ha sido una falta grave por su parte, señor Guillermo.
SEÑOR GUILLERMO. Una falta grave, ¿yo? Uno me roba mi paño y otro mis carneros; el primero me pago con cánticos y el otro con balidos, y ¡todavía resulta que el culpable soy yo!
BARTOLO. ¡Sí, culpable! No hay que pegar jamás y mucho menos en la cabeza…
SEÑOR GUILLERMO. ¡Por vida de…! Era de noche y cuando pego no miro dónde.
PEDRO PATELIN. Ha confesado. <<Habemus confiteníum rerum>>s
SEÑOR GUILLERMO. ¡Al diablo con tus confites! Me pagarás el paño o te…
BARTOLO ¿Todavía el paño? ¿Se mofa de la justica? Proceso sobreseído y sin gastos.
SEÑOR GUILLERMO. Apelaré. Y con usted señor…, ¡volveremos a vernos las caras! (Se va.)
Escena III
PEDRO PATELIN. (A Borreguillo.) Agradece al señor juez…
BORREGUILLO. Bee… Bee…
BARTOLO. ¡Basta! Ve, y que te trepanen, ¡desgraciado! (Se va.)
Escena IV
PEDRO PATELIN. Mira cómo gracias a mí has salido sin daño en este asunto que podía haberte mandado a la horca. Ahora cumple con tu palabra y págame bien.
BORREGUILLO. Bee…
PEDRO PATELIN. Has hecho muy bien tu papel. Ahora el dinero, ¿entiendes?
BORREGUILLO. Bee.
PEDRO PATELIN. ¡Basta ya!; basta ya de tanto balido, hombre! No se trata de eso sino de dinero: estamos solos. ¿Vas a cumplir lo que has prometido?
BORREGUILLO. Bee…
PEDRO PATELIN. ¡Bribón! ¿Me habrá engañado este borrego? ¡Vive Dios! Págame o te… (Borreguillo escapa.)
Escena V
Entra Colasilla. Viste de to…
COLASILLA. ¡Déjele en paz, señor! Lo mejor será que se preocupe de un asunto más importante.
PEDRO PATELIN. ¿Cuál es?
COLASILLA. Los golpes que ha recibido en la cabeza … han hecho caer en la cuenta de un remedio infalible: c… a su hija de usted con el hijo del señor Guillermo, ¿n… darían por bien pagados?
PEDRO PATELIN. ¿Será posible?... Pero ¿de quién… luto?
COLASILLA. Borreguillo ha dicho que iba a ser t..nado. Imagínese ahora que Borreguillo muere en la… ración y que el señor Guillermo es culpable.
PEDRO PATELIN. ¡Ah!... Ya te veo venir. No está mal… binado. Eres una joya.
COLASILLA. Con que siga el enredo será suficiente… a pedir justicia al señor juez. (Se va.)
Escena VI
PEDRO PATELIN. Lo que acaba de pasar le hará… al juez Borreguillo ha muerto, y por suerte tenemos… el señor Guillermo se ha acusado a sí mismo. Hay que… conocer que este pastor es un pícaro de siete suelas… ha engañado a mí en dos ocasiones; pero se lo perdón…consigo que mi hija haga una buena boda.
Escena VII
BARTOLO. ¿Qué dices muchacha? ¡Pobre pastor!... una muerte fulminante!
PEDRO PATELIN. En todo lugar no se habla de otra cosa. Las desgracias acostumbran a ocurrir en un momento.
COLASILLA. (Finge lloros.) ¡Ay, ay, ay!
PEDRO PATELIN. ¡Lástima de muchacha! Mal asunto éste para el señor Guillermo.
BARTOLO. Colasilla, te haré justicia. No llores más.
COLASILLA. Era mi novio. ¡Ay, ay , ay!
BARTOLO. Tranquilízate, hija mía, que todavía no era tu marido.
COLASILLA. De haberlo sido no lloraría tanto… ¡Ay, ay, ay!
BARTOLO. Castigaremos al culpable: de dado ya la orden de detención y han de traerle aquí. Voy a cumplir con la formalidad de ver al difunto. ¿Dices que está en casa de vuestro tío el cirujano? Vuelvo al instante. (Se va.)
Escena VIII
PEDRO PATELIN. Como no encuentre al muerto se descubre el pastel.
….
PEDRO PATELIN. ¿Y si alguien ve a Borreguillo?
COLASILLA. Está escondido en el granero de unos vecinos, bajo un montón de alfalfa. Y no se moverá hasta después de la boda.


Escena IX
Entra Bartolo.
BARTOLO. ¡Nunca jamás en mi vida he visto una cabeza de hombre como ésa! Los golpes y la trepanación la han deformado horriblemente. No tiene siquiera apariencia de hombre… He salido horrorizado.
COLASILLA. ¡Ah, ah, ah!
PEDRO PATELIN. Lo siento por el señor Guillermo. Era un hombre muy agradable.
BARTOLO. Yo también lo siento; pero ¿qué puedo hacer? Un hombre ha muerto y su novia me pide justicia.
PEDRO PATELIN. Colasilla, ¿de qué va a servirte que lo manden a la horca? ¿No sería mejor que…?
COLASILLA. No soy interesada ni tampoco rencorosa. Si hay alguna solución honrosa… Bien saben lo que aprecio a mi ama, su hija de usted, señor y ahijada del señor juez.
BARTOLO. ¿Mi ahijada? ¿Qué interés tienen en esto?
COLASILLA. Valero, el hijo único del señor Guillermo está enamorado de ella, y desea pedirla en matrimonio. Pero su padre le niega el permiso. Yo no sé; pero quizás ustedes, que son tan hábiles, encuentren la forma de contentar a todos.
BARTOLO. (A Patelin.) Sí. Es necesario que esta muchacha renuncie, a condición de que el señor Guillermo consienta en esa boda.
COLASILLA. ¡Qué feliz idea!
PEDRO PATELIN. Es ir hacia una buena solución…
BARTOLO. Antes de que le encarcelen han de traerle aquí y yo mismo le hablaré. ¿Está de acuerdo, Patelin?
PEDRO PATELIN. No quería casar a mi hija tan pronto pero, por salvar la vida al señor Guillermo… acepto …de… vieran de ahorcar a tal hombre.
BARTOLO. (A Colasilla.) Mientras yo espero aquí al pre…ve tú y cuida que entierren al muerto con gran secreto… no sea que se me acuse de prevaricación. (Colasilla se va.)
Escena X
PEDRO PATELIN. Por mi parte, si le parece bien, yo… a redactar un pequeñísimo contrato que le haremos firmar. (Se va.)
Escena XI
Entra el señor Guillermo y dos alguaciles.
BARTOLO. ¡Ah! ¿Usted por aquí? Bien, bien ¿sabe, don Guillermo, por qué se le ha detenido?
SEÑOR GUILLERMO. A lo que parece, ese pícaro de Borreguillo ha muerto.
BARTOLO. Yo mismo acabo de verle, y usted ha confesado antes su delito.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Maldición!
BARTOLO. ¡Vaya! Tengo que proponerle una solución práctica. De usted depende salir con bien de este mal paso. Y volver a su casa.
SEÑOR GUILLERMO. ¿De mí? Ya está aceptada.
BARTOLO. No se precipite. Dígame que prefiere, ¿casar a su hijo o ir a la horca?
SEÑOR GUILLERMO. Menuda alternativa. Ni lo uno ni lo otro.
BARTOLO. Me explicaré; usted ha matado a Borreguillo, ¿no es así?
SEÑOR GUILLERMO. Yo le he pegado. Si ha muerto la culpa es suya.
BARTOLO. En modo alguno: la culpa es suya. Esté atento. El señor Patelin tiene una hija muy hermosa y discreta.
SEÑOR GUILLERMO. Sí, y tan pícara como él.
BARTOLO. Su hijo está enamorado de ella.
SEÑOR GUILLERMO. ¿Y a mí que me importa eso?
BARTOLO. Muy sencillo. La novia del muerto rechazará la acusación si acepta esa boda.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Pues no consiento!
BARTOLO. Que lo encarcelen.
SEÑOR GUILLERMO. ¿A la cárcel? ¡Qué desgracia tan grande! Permítame que vaya por casa a avisar que no me esperen…
BARTOLO. No le dejen escapar.
Escena XII
Entran Pedro Patelin, Enriqueta, Valero, Colasilla.
PEDRO PATELIN. He aquí el contrato ya preparado. …señor Guillermo.) Caballero, ante esta desgracia que le aflije, toda mi familia acude a socorrerle.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Familia de marrulleros!
BARTOLO. Veamos. Estas son las partes insteresadas… cidase pronto. ¿Quiere verse libre?
SEÑOR GUILLERMO ¡Desde luego!
BARTOLO. Entonces firme este contrato.
SEÑOR GUILLERMO. De ningún modo.
BARTOLO. ¡A la cárcel y encadenado de pies!
SEÑOR GUILLERMO. ¡Con cadenas en los pies! Va muy de prisa, señor juez.
BARTOLO. Esto no es nada. Dentro de un rato lo ap..caremos el momento para que declare.
SEÑOR GUILLERMO. ¿Van a darme tormento?
BARTOLO. Sí, ordinario y extraordinario; y le condenaremos a la horca.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Ahorcarme! ¡Misericordia, piedad… Dios mío!
BARTOLO. Firme, y no se haga de rogar. Si vacila es perdido. Dentro de un momento ya será tarde.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Cielos! ¿Qué otro recurso me queda? (Firma).
BARTOLO. Ya lo decía un médico célebre: los golpes en la cabeza son fatales… Así, está bien. Ahora quemaremos los autos. Y le felicito, señor Guillermo.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Famoso negocio el mío!
PEDRO PATELIN. Caballero, el honor de esta alianza…
SEÑOR GUILLERMO. No le cuesta muy cara.
VALERO. Padre, le prometo…
SEÑOR GUILLERMO. ¡Vete al mismísimo diablo!
ENRIQUETA. Caballero, siento mucho…
SEÑOR GUILLERMO. Y yo también lo siento, créame.
COLASILLA. ¿Qué indemnización van a darme por la pérdida de mi novio?
SEÑOR GUILLERMO. Los carneros que me robó.
Escena XIII
Entran un campesino y Borreguillo.
CAMPESINO. ¡A la cárcel! ¡A la cárcel!
BORREGUILLO. ¡Misericordia!
SEÑOR GUILLERMO. Traidor, ¿así es que no estás muerto? ¡Te voy a matar porque ya he pagado por hacerlo!
BARTOLO. Un momento. ¿De dónde sale este fantasma?
CAMPESINO. Estaba en nuestro granero. Y le llevo a la cárcel.
BARTOLO. ¿Ya no tienes heridas en la cabeza?...
BORREGUILLO. Me parece que no.
BARTOLO. Entonces. ¿ qué es lo que he visto en la cama de tu casa?
BORREGUILLO. Una cabeza de carnero.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Vamos, si no ha muerto, devuélvanme el contrato para que pueda romperlo!
BARTOLO. Es de razón.
PEDRO PATELIN. Desde luego, en el caso de cumplir la cláusula de retracción en la que se estipulan diez mil escudos.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Diez mil escudos! Será mejor, dejar las cosas como están; aunque espero que se me paguen los trescientos escudos de la deuda de su padre.
PEDRO PATELIN. Desde luego, contra entrega del recibo que él firmará.
SEÑOR GUILLERMO. ¿Del recibo?... Y ¿mis seis varas?...
PEDRO PATELIN. Es el regalo de bodas.
SEÑOR GUILLERMO. ¿Es regalo?... ¿Probaré por lo menos la oca?
PEDRO PATELIN. ¡Si lo hubiera dicho antes! ¡Nos la hemos comido este mediodía!
SEÑOR GUILLERMO. ¡Este criado mío va a pagar por todo y será ahorcado!
VALERO. Perdone, padre, ha llegado el momento de confesar que todo se ha hecho por mi deseo.
SEÑOR GUILLERMO. ¡Adiós, paño y carneros!
FIN DEL ACTO TERCERO Y ÚLTIMO ACTO.