AIRE FRíO
Virgilio Piñera
Personajes al Primer Acto:
Ángel: el padre (55 años al comenzar la
acción)
Ana: la madre (50 años)
Enrique: el hijo mayor (33 años)
Luz Marina: la hija (30 años)
Oscar: el hijo menor (25 años)
Laura: una vecina
La acción en Aire Frío abarca tres épocas
distintas, a saber: Primera época: 1940 y
corresponde al primer acto Segunda época: 1950 y
corresponde al segundo acto Tercera
época: 1958 y corresponde al tercer acto
ACTO PRIMERO
CuADRO PRIMERO
Sala-comedor. Derecha del espectador:
mesa redonda, cuatro sillas.
Izquierda: un sofá, dos sillones. Frente:
librero; encima del
librero un busto en yeso de Beethoven. A
la derecha: puerta
de la calle con su gancho. Al fondo: puerta
que da a un cuarto.
A la izquierda: cocina, de la que se verá
solo una parte.
Una reproducción de La Madre, de
Whistler sobre la pared
izquierda. Del techo cuelga una lámpara
de cuatro bombas.
Luz Marina: ¡Qué calor! (Pausa) ¡Qué
caloor!
Oscar: ¿Ya vas a empezar con el calor?
Luz Marina: ¿Qué quieres? ¿Que hable
del frío? Ya lo ves: estamos en pleno
noviembre y seguimos achicharrándonos.
(Pausa) Hasta enero…
Oscar: (La interrumpe) Sí, Luz Marina, es
la quinta vez que lo dices…
Luz Marina: (Lo interrumpe) Pues lo diré
aunque no te guste. (Pausa)
Hasta enero no podremos
respirar. (Se
vuelve a abanicar) Y para
eso, no será frío, frío, pero al menos
respiraremos. (Pausa) A ver…
¿Diciembre? Bueno, pongamos diciembre.
(Pausa) Diciembre, enero,
febrero y marzo, se respira. (Pausa) Abril,
mayo, junio, julio…
Oscar: (La interrumpe) ¡Por lo que más
quieras, Luz Marina! No me
dejas escribir. Si tienes tanto calor date
una ducha…
Luz Marina: No puedo, me daría una
embolia. La digestión son tres
horas. Y me quedo corta… Con estos
calores las digestiones son muy
lentas. (Pausa) Abril, mayo, junio, julio,
(acentuando más) agosto,
septiembre, octubre, noviembre y
diciembre: uno se asa. Así como
suena: asados y requeteasados, (Pausa) por
h o por b nunca puedo
acabar de comprarme el ventilador.
(Pausa) El mes pasado porque
papá se sacó dos cordales; y el antepasado
porque la ropa del chino se montó
en catorce pesos… Estoy muy
cansada… (Pausa). Pero este mes, pase lo
que pase, me lo
compro. (Subiendo la voz) ¿Lo oyen? ¡Me
lo compro! Y al contado, nada de plazos. Y
grande. Ya le
tengo echado el ojo a uno de dieciocho
pesos. (Pausa) A mí el calor no me va a
matar. (Pausa. Más
alto) Si alguien tiene que sacarse una
muela, que se la saque con su dinero o que
vaya a la Casa de
Socorros… (Pausa) Pero si le sacan la
muela en la Casa de Socorros seguro que
se infecta de pies a
cabeza… Y entonces caerá todo sobre mí.
(Pausa larga, empieza a cor- tar la tela, de
pronto deja de
cortar y señala la tela con el dedo índice)
Este es el último que le corto… ya me
debe veinte
pesos… (Abre el librero y saca un
papelito, vuelve a la mesa, lo consulta)
Juana me debe seis,
Irene tres, Amalia cuatro, y esta (Vuelve a
señalar la tela) veinte; no veinte no,
dieciocho.
(Pausa, sumando) Seis y tres; nueve, nueve
y cuatro: trece, trece y dieciocho…
(Murmura varias
veces) trece y dieciocho… Oscar,
¿cuánto son trece y dieciocho?
Oscar: ¿Trece y dieciocho? Pues trece y
dieciocho… Espérate… (Empieza
a escribir las cantidades).
Luz Marina: Tú lo único que sabes
contestar rápido son tus rimitas:
Harina con cantina…
Oscar: Me ofendes. Yo no hago rimas
ripiosas. Además, ya nadie rima.
Oye qué versos modernos: El pez de la
torre nada en el asfalto…
Luz Marina: (Lo interrumpe) ¡Ave María!
¡Qué disparate! Los peces no
pueden nadar en el asfalto. Los peces
nadan en el agua. Y suponiendo
que pudieran nadar en el asfalto, con el
calor que hace se asarían.
(Pausa, gritando) ¡Papá!, ¿cuánto son trece
y dieciocho?
Ángel: (Desde el cuarto) ¡Treinta y uno!
Luz Marina: ¿Treinta y uno?
Ángel: Sí, treinta y uno.
Luz Marina: Treinta y un pesos… Así el
dinero no luce nada. (Pausa)
¿Por qué me lo pagarán a pedazos?
(Pausa) Los peces nadan solo en
el agua… (Se abanica de nuevo) ¡Qué
calor! ¡Es fuego! Y en noviem- bre.
(Pausa) Mañana es día
treinta. Dios sabe si me pagarán puntual-
mente. (Vuelve a cortar la tela) ¿Y si me
hago el
vestido? Por que no pienses que esa te lo
va a pagar todo junto. Y si me lo hago,
¿con qué compro
los botones? ¿Y los adornos? (Pausa)
Cuatro para el pana- dero, tres para el
lechero, cinco para el
chino de la ropa…
Oscar: No te olvides que te pusiste con
cinco pesos.
Luz Marina: Cinco pesos ¿Para qué?
Oscar: Para mi libro de poemas. Ya tengo
veinticuatro pesos. Y además,
cincuenta centavos para el número de la
rifa.
Luz Marina: ¡Ah, eso sí que no! El cuadro
que estás rifando es horro-
roso. Te daré los cinco pesos. No entiendo
tus poemas, pero al fin y
al cabo la familia es la familia. (Pausa)
Óyelo bien: de rifa, nada. ¿Te
enteras? No me gusta la pintura
modernista.
Oscar: (Dando vuelta al sillón se pone
frente al público, al mismo tiempo que
habla) ¡Vamos, ponte vulgar! Haz causa
común con toda esa ralea,
que dice que la pintura moderna no es
pintura y que cualquiera puede
pintar un cuadro.
Luz Marina: ¡Y es verdad! Si me diera la
gana pintaría cuadros moder-
nos como tu amiguito. (Pausa) Oye, hace
días que no viene a comer,
¿está enfermo?
Oscar: Embarcó la semana pasada. Pronto
estará en París. Por su arte
está dispuesto a pasar hambre y frío.
Luz Marina: Frío… ¿Has dicho frío?
¿Qué más querría yo…? (Suspira,
pausa) Pero no estoy en París, estoy en La
Habana, donde todo quema.
El otro día por poco si me cocino en la
guagua. Me tocó el asiento
de atrás. Aire caliente por debajo, por
arriba. Y cuando llego a esta
cochina casa, arroz con frijoles bien
calientes. (Pausa) ¿Qué me queda
a estas alturas? Morirme cocinada. Treinta
años, solterona, la costura,
las clientas malapaga, y este abanico…
Ángel: (Sale del cuarto con el periódico en
las manos; se sienta en un sillón, y lee)
Oye esto, Luz
Marina: “Debido a los grandes calores,
trescientas personas muertas en Calcuta.”
¿Qué me dices?
Luz Marina: Me parece perfecto. Calores
que matan de verdad y de golpe.
Esos indios hacen las cosas en grande.
(Pausa) Pero aquí, el calor no te
mata, lo que sería una solución, pero
tampoco te deja vivir. (Pausa)
¿Cómo sigues de la muela?
Ángel: Casualmente, le estaba diciendo a
tu madre que me está doliendo
como nunca.
Luz Marina: Pero no hace todavía un mes
que te sacaste dos cordales.
Ana: (Sacando medio cuerpo fuera de la
cocina) ¿Y tú? Tu padre tiene mue-
las como todo el mundo. ¿Qué quieres?
¿Que no las tenga, que no le
duelan?
Luz Marina: Pero es tan seguido…
Ana: (Entrando en la sala) Te veo venir.
Estás pensando que también habrá
que sacar esa muela…
Luz Marina: Es lo más probable. Tenemos
una suerte… Ahora más que
nunca, adiós ventilador.
Ana: Pagaré la extracción con el dinero de
mi retiro.
Luz Marina: Desvestir a un santo para
vestir otro… Lo que falte para
el alquiler de este mes lo pondrá el
Príncipe Dadivoso… (Pausa) En
esta casa entran ciento veinte pesos.
Sesenta de tu retiro y sesenta
de mis costuras. Cuando no son cuarenta.
Con Enrique, ni contar…
desde que se casó no da un kilo.
Ana: El mes pasado me dio cinco pesos.
Luz Marina: ¡Gran aporte! Enrique, el
Protector, da cinco pesos. No me
hagas reír.
Ángel: Bueno, todavía no estoy sentado en
el sillón del dentista… Me
pasará el dolor con un poco de guayacol.
(A Ana) A lo mejor, Laura
tiene. ¿Por qué no le preguntas?
Ana: (Va a la cocina, grita por la ventana)
¡Laura, Laura! (Vuelve a la sala).
Luz Marina: El guayacol horada las
muelas; se forma un cascarón. Es muy
probable que tengas que
operarte.
Ana: Déjate de alarmar a tu padre. El dolor
de muelas va y viene… Va para dos años
que las mías no
me dan guerra.
Luz Marina: (Se abanica) Sea como sea,
me seguiré asando. Este mes cobraré nada
más que… ¿Cuánto es
setenta y ocho menos treinta y uno?
Ángel: Cuarenta y siete.
Luz Marina: (A Ana, con cara de triunfo)
¿Lo estás viendo? Cuarenta y
siete. (A Oscar) Ni pienses, siéntate a
esperar los cinco pesos. Supo-
niendo que cobrara los sesenta pesos,
todavía hay que pagar cuatro
atrasados del chino más los seis de la ropa
de este mes; dos pesos al
nevero. (Pausa) Sesenta tuyos y cuarenta y
siete míos, ¿cuánto es?
Ángel: Ciento siete.
Luz Marina: ¿Cuánto faltaría para ciento
veinte?
Ángel: Trece pesos.
Luz Marina: ¿Y seis más?
Ángel: Diecinueve.
Luz Marina: ¡Diecinueve pesos! ¡Como
para pensar en sacarse muelas y
en ventiladores! (Pausa) Para colmo, no
tengo un trapo que ponerme.
Precisamente ahora, cuando llega el
invierno.
Oscar: ¿Qué invierno? ¿El cubano?
Luz Marina: El invierno, el invierno
universal; primavera, verano, otoño
e invierno. ¿Convencido? (Pausa) No me
voy a poner ropa de verano
en invierno. Prefiero asarme a que digan
que no estoy a la moda.
(Entra Laura).
Laura: Buenas noches. ¡Qué calor!
Luz Marina: No diga, Laura… ¿Calor?
¡Frío, hace un frío riquísimo!
Laura: Esta Luz Marina… Siempre con
sus chistes. (Pausa) Pero ayer
hizo más calor que hoy.
Luz Marina: Hoy más que ayer. Ya llevo
tres duchas…
Ana: Yo creo que Luz Marina tiene razón.
Lo de hoy es horroroso.
Ángel: Ustedes se quejan del calor, pero
quisiera verlas en Nueva York.
(Pausa) Cuando yo vivía en Nueva York…
Luz Marina: (Lo interrumpe) Papá eso ya
pasó. Y ahora hace rato que te
asas. (A Laura) Es muy difícil que me
equivoque con el calor: hoy hace
mucho más que ayer.
Laura: Para qué discutir… Ayer más que
hoy, hoy más que ayer, siempre
nos asaremos. (A Ana) ¿Para qué me
llamaba?
Ana: Ángel está rabiando con sus muelas.
¿Tiene un poquito de guayacol?
Laura: Manuel gastó el poco que había.
No es juego, son tres muelas
picadas. (Pausa) Tengo esencia de clavo,
¿sería lo mismo?
Ángel: No se moleste, Laura; ahora casi no
me duele.
Ana: (Malhumorada) Te duele, pero
prefieres rabiar a ponerte esencia de
clavo. (Pausa) No quiero que pase lo de
anoche.
Ángel: ¿Qué pasó anoche?
Ana: No me dejaste dormir con
tus paseos
por el cuarto. (A Laura)
Cuando se vaya acostar me trae la esencia
de clavo.
Ángel: Le agradezco, Laura, pero estoy
acostumbrado al guayacol. (Pausa)
Tengo que salir de todos modos; lo
compraré en una botica de turno.
Laura: (A Luz Marina) ¿Ya sabes lo que
dijo el radio?
Luz Marina: Tenemos radio pero es lo
mismo que si no lo tuviéramos.
En esta casa nada más que se escucha la
pelota.
Ángel: Es mi único entretenimiento. Si
también van a quitarme eso.
Ana: Cualquiera creería que te lo hemos
quitado todo. Siempre haces lo
que te da la gana. Por ejemplo, te irás de
paseo esta noche.
Ángel: Tengo sesión en la Logia.
Luz Marina: Mamá, basta. (A Laura) ¿Qué
dijo el radio?
Laura: Que desde mañana faltará la carne
en La Habana.
Luz Marina: Querrán subir los precios.
(Pausa) Me da lo mismo, para lo
que me importa la carne… (Mirando al
padre) Papá sufrirá horrores:
a él que le den carne por la mañana y carne
por la noche.
Laura: (Riendo) Cómo se dice,
¿carnívolo?
Luz Marina: (Riendo) No, Laura.
Carnívoro.
Laura: Eso es. Carnívoro. Mi marido
también es carnívoro.
Oscar: (Levantando la vista del papel) La
carne faltará por que el gobierno la
está mandando para el ejército
norteamericano. La llevan en dirigibles.
Luz Marina: ¿En dirigibles? ¿Estás
chiflado, Oscar?
Oscar: Sí, en dirigibles. Me lo dijo Alicia,
y tú sabes que ella trabaja en la
embajada norteamericana.
Entra Enrique.
Enrique: ¡Qué dice la familia! Buenas
noches, Laura (Pausa) ¿Saben ya lo de la
carne?
Ana: Laura acaba de darnos la noticia.
Imagínate. Me volveré loca. Tu padre no
come otra cosa.
Enrique: (Se sienta en el sofá) El viejo no
es bobo. ¿No es verdad, viejo?
Un buen bisté con papas fritas y su mojito,
o una carne mechada con
jamón… (Pausa) Digan lo que digan, esas
comidas americanas son la
misma muerte, ¿Cuáquer? ¡Puah! ¿No es
verdad, viejo?
Laura: (Se levanta) Me voy a oír la novela
de las nueve.
Oscar: ¿Ya son las nueve? Tengo que ir a
una conferencia.
Enrique: ¿Poética? (A Laura) ¿Qué
novela, Laura?
Oscar: (Con sequedad) Poética.
Laura: (Ya en la puerta) “Vidas Cruzadas”.
Está fenómena. Es mi único
entretenimiento. Buenas noches.
Todos: Buenas noches.
Enrique: (A Ángel) Pues viejo, como te
iba diciendo… Un buen bisté…
Luz Marina: Un buen bisté y dinero para
comprarlo.
Enrique: Por supuesto: el carnicero no te
lo va a regalar. (Pausa) Luz
Marina, hablas sin saber lo que dices. Si no
hay dinero no hay carne.
Luz Marina: Sé muy bien lo que estoy
hablando. Para ti la carne no es
un problema, tienes dinero para comprarla.
En cambio yo tengo que
hacer maravillas para poner carne todos
los días. (Pausa) Por eso, me alegro
mucho que falte la
carne. Ojalá falte un año entero.
Enrique: Si uno calcula de antemano lo
que gastará durante el mes, ten por seguro
que el dinero
alcanzará. Ahora, si te gastas el dinero en
esto o en aquello…
Luz Marina: ¡Oigan al economista!
¡Enrique el economista! (Pausa) Claro,
Enrique el economista
tiene un sueldo fijo, y además de fijo,
elevado. Entonces Enrique el economista
hace sus cálculos
brillan- tes. (Pausa) Pero yo, Luz Marina
la piojosa, ¿de dónde quieres que saque el
dinero? ¿Del
vientre de una ballena? Depende de las
clientas y de las ganas que tengan de
hacerse un vestido.
Por ejemplo, este mes la costura ha estado
floja; además, tengo un déficit de
diecinueve pesos. Por
último, aclárame: ¿por qué no incluyes en
esos cálculos brillantes los treinta pesos
que te
comprometiste a pasarle a mamá cuando te
casaste?
Ana: Luz Marina, por favor…
Luz Marina: (Implacable) Los pasaste el
primer mes; el segundo diste
quince, el tercero diez; el cuarto, nada; el
quinto, nada, y este que va
corriendo tampoco darás un kilo.
Enrique: El viaje a Nueva York, la
enfermedad de María…
Luz Marina: Todo eso me tiene sin
cuidado. ¿Qué quieres? ¿Que me
convierta en dinero? Ya no puedo con las
deudas. Dios sabe que
cuando puedo terminar el mes sola, no te
molesto. Pero necesito
veinte pesos, y me los vas a dar.
Enrique: ¿Es una orden?
Luz Marina: Es una súplica, y, además es
lo justo.
Oscar: No te olvides de mis cinco pesos,
Enrique.
Enrique: (Explotando) Y este… ¿Por qué
no trabaja? Así que me pides a
mí, y este vive de niño lindo… ¡Anda, dile
que trabaje! Pero no, no
puede doblar el lomo porque es poeta,
tiene que hacer sus versitos.
(Pausa) Si vas a esperar por mis cinco
pesos…
Oscar: Estás en la lista.
Enrique: ¡Bórrame, viejo, bórrame! Pero
pronto. No quiero estar en esa
lista.
Luz Marina: ¿No te da pena hablarle así a
tu hermano? Será que le tienes
envidia.
Enrique: (Soltando una carcajada)
¿Envidia a ese? ¿A un poetastro? Se
pone mis trajes viejos y va a casa a
picarme pesetas.
Oscar: A mucha honra. No pienso dar un
golpe. Pero no se preocupen.
Un día de estos me verán en París.
Enrique: Encantado. París es para los
poetas.
Luz Marina: Al menos, allí no se morirá de
calor.
Enrique: Pero se morirá de frío. (Pausa)
Por cierto, ¿han visto qué calor
el de hoy?
Luz Marina: No me digas nada. Me he
dado tres duchas…
Enrique: Si hubieras comprado el
ventilador…
Luz Marina: (Dejando caer las tijeras) ¡El
ventilador! Esto es el colmo.
Enrique: ¡Eh!, ¿qué pasa? Yo tengo el mío;
¿por qué no lo tendrías tú?
Hay unos muy baratos: quince pesos.
Ángel: Hijo, no toques esa cuerda. Esta se
pasa mañana, tarde y noche
hablando del ventilador.
Luz Marina: (A Ángel) ¡Me tienes llena!
¿Lo oyes? Llena hasta los topes.
Si hablo del ventilador es porque puedo
hablar. Yo trabajo mañana,
tarde y noche. Y tú, ¿qué haces todo el
día? Fumar y tomar café. Y por
la noche, lo otro…
Ana: Luz Marina, respeta a tu padre.
Luz Marina: ¡Respeta, respeta! Tienes una
venda en los ojos. No me
pinchen porque voy a hablar claro.
Ángel: Te voy a dar dos bofetadas.
Enrique: Vamos, se acabó. Luz Marina, no
te propases.
Luz Marina: ¡Anjá! Con que tú vienes a
sermonearme. Precisamente
tú (Pausa) Si en esta casa malcomemos, te
lo debemos a ti. Viajes a
Nueva York, idas al cine, comidas en
restaurantes caros, ropa… Y la familia
¡qué reviente!
Enrique: Pues ya que hablas claro, también
yo hablaré claro. (Pausa)
¿Cuándo piensas, princesa, tomar estado?
Ningún hombre te resulta.
¿Esperas al príncipe encantador que
vendrá a sacarte de tu letargo?
(Pausa) ¿Qué puedes
ofrecerle?
¿Belleza? Nunca tuviste
quince…
¿Dinero? Eres más pobre que una rata.
¿Juventud? ¡Ay, la tuya hace
rato que se extinguió! (Pausa) Baja de tus
nubes, pon los pies en la
tierra… Más vale pájaro en mano que
ciento volando… Agarra al
primero que se presente. No tendrás
brillantes, pero conseguirás al
fin tu ventilador.
Luz Marina: Si esperas que me dé un
ataque de nervios por todo lo que
acabas de decirme te quedarás con las
ganas. (Pausa) Por un ventila-
dor soy capaz de casarme con un
sepulturero, y hasta venderme.
Enrique: Pues manos a la obra…
Luz Marina: Bueno, Enrique, suéltame ya.
No eches más leña al fuego:
mira que la caldera puede reventar. (Pausa)
Para calor basta y sobra
con el que tenemos.
Enrique: Es cierto. (Pausa) Me paso horas
y horas enteras hablando del
calor. El de hoy es histórico. (Se afloja el
cuello de la camisa) Esta es la
tercera camisa que me pongo. Y eso que
estamos en noviembre.
Luz Marina: Y date con un canto en el
pecho. Al menos dormirás
tranquilo.
Enrique: No entiendo…
Oscar: ¡Ventilador, Enrique, ventilador!
Ventilador, es la idea fija de Luz
Marina. Cinco pesos para mi libro, es mi
idea fija. (Pausa) Enrique, con
veinticinco pesos nos quitarás de la cabeza
estas malditas ideas fijas.
Enrique: Déjate de bromitas, que estás
muy crecidito. Ponte a dar pico y
pala hasta ganar veinticinco pesos.
Oscar: (Mirándolo atentamente) ¡Siempre
me asombrarás, hermano, siem-
pre me asombrarás! Mucho más que un
verso feliz. (Pausa) Tu poder de
imaginación se detiene en el pico y la
pala… Y esto es un universitario…
(Pausa) Pero, mira: acepto la humillación
y todos los ultrajes con tal que me des
esos cinco pesos.
Luz Marina: Oscar, no prediques en
desierto… (Pausa) Tu libro se hará pese a
quien le pese. Se me
tendrían que caer las manos para que tu
libro no aparezca.
Enrique: Eso es, bobita: excítalo, dale
ánimos, llévalo por ese camino.
Parará en el hospital…
Oscar: No seré el primer poeta que para en
el hospital ¿Sabes que es un
honor?
Enrique: Oscarito en el hospital. Perfecto.
Ya te veo corriendo con la
lengua fuera. Y en cuanto a tu
ventilador… Como no soples sobre ti
misma.
Oscar: (Se levanta) Me voy. (A Enrique)
Piénsalo bien. No me ofenderé
porque te empeñes en darme los cinco
pesos. Y si te empeñas en no
darlos, lo mismo no voy a ofenderme.
(Pausa) Bien mirado, me has
dicho la verdad, lo cual no obsta para que
yo tenga la mía. El poeta
y el parásito social no son excluyentes.
Encantado si alimentas mi
parasitismo. Hasta luego. (Sale).
Ana: ¡Qué muchacho! Es un loco. No le
hagas caso.
Ángel: Yo también me voy. La sesión
empieza a las nueve y media.
Luz Marina: Papá, ¿la sesión?…
Ángel: No me faltes el respeto.
Con
treinta años y todos tus humos
puedo darte dos bofetadas. (Sale).
Luz Marina: ¡Bah…! (A Enrique) ¿Tú
crees que a fines de noviembre
cambie el tiempo?
Enrique: ¡Quién sabe…! Acuérdate del año
pasado: diciembre se pre-
sentó con unos calores africanos.
Luz Marina: Si lo sabré… Sobre esta
misma mesa sudé la gota gorda
en Pascuas. Cada clienta quería estrenar su
vestido el día de Noche-
buena. Y la verdad que una no tiene más
que dos manos… (Pausa)
Todavía no me explico por qué no cogí
diez y ocho pesos de ese dinero
y compré el dichoso ventilador.
Enrique: Si siguieras mis consejos al pie
de la letra…
Luz Marina: Estoy dispuesta a seguirlos,
pero antes, para ponerme al
día, dame los veinte pesos.
Enrique: Tengo primero que sacar mis
cuentas.
Luz Marina: Dime ahora si puedo contar o
no con ese dinero. También
yo tengo que sacar mis cuentas. (Pausa)
Comeremos hasta donde
alcance y pagaremos lo que se pueda. No
voy a tuberculizarme mien-
tras otros se echan fresco…
Enrique: Fresco con un… ventilador. Al
que Dios se lo dio, San Pedro se
lo bendiga… (Pausa) Me retiro. (Besa a
Ana) ¡Caramba! ¡Qué calorcito!
Luz Marina: ¿Cuántos grados hizo hoy?
Enrique: Treinta y dios de máxima y veinte
de mínima.
Luz Marina: Eso explica mis tres duchas.
Y me daré la cuarta al acos-
tarme. (Pausa) Aunque no sé por qué lo
haré. A los dos minutos:
empapada en sudor.
Enrique: Abre bien la ventana. Después de
las doce, refresca.
Luz Marina: No hay como tener un
ventilador: La Vie en Rose… la vida
en fresco… (Pausa) Quisiera verte en mi
cuarto a las tres de la mañana.
¡Un horno, querido, un horno!
Enrique: Bueno, volveré a principios de
mes. Hasta pronto (Sale)
Ana/Luz Marina: Hasta luego.
Ana: Me voy a acostar. No me siento nada
bien. No trabajes hasta muy
tarde. (Sale).
Luz Marina vuelve a coger las tijeras,
empieza a cortar. De pronto se dirige al
librero, lo abre y
saca el cuaderno de Oscar. Lo abre, y lee:
El pez de la torre nada en el asfalto,
buscando su alma en las alcantarillas; y yo,
solo, parado en
la acera
veo rodar las lágrimas de mi hermana.
Vuelve a poner la libreta en su sitio, coge
las tijeras, sigue cortando el vestido. Para
un
momento, mira a su alrededor.
Luz Marina: Veo rodar las lágrimas de mi
hermana. (Pausa) A lo mejor, tiene
razón… (Sigue
cortando).
CuADRO SEGUNDO
Al día siguiente. Siete de la mañana. El
mismo set. Oscar duerme en el sofá- cama,
oculto por un
biombo. Luz Marina, en bata, sin peinar,
sin pintura, está sentada a la mesa y unta
mantequilla a
un pedazo de pan. Come un poco. Se
abanica. Entra Ana con una taza de café
con leche.
Luz Marina: (Tocando la taza con las dos
manos) Está hirviendo.
Ana: Pruébala antes de hablar. Está tibia.
Luz Marina: Mamá, pero si echa humo.
Ana: Luz Marina, no empieces tan
temprano, mira que no está la Mag-
dalena para tafetanes…
Luz Marina: ¿De modo que tampoco
podré decir que la leche está caliente?
Ana: Pruébala.
Luz Marina: (Probándola) Tienes razón,
no está muy caliente. (Pausa)
Parece que el día va a ser de fuego.
(Vuelve a abanicarse. Pausa) ¿A qué
hora llegó papá?
Ana: A la una y media. Y con algo más que
olor a guayacol…
Luz Marina: ¿De qué te asombras? Está
cesante, pero nunca le falta la
peseta para el ron. (Pausa) Tú tienes la
culpa. Lo has consentido toda
la vida: dinero que te cae extra, dinero que
corres a ponerle en las
manos. Chica, no te quejes.
Ana: ¿Y qué me dices del dominó?
Luz Marina: Mal jugador y mala suerte.
(Pausa) ¡Que viva la pepa! Te
juro que me estoy cansando… (Pausa) Y
para colmo: este calor per-
petuo. El día menos pensado rompo con
todo y me largo a Nueva
York. (Pausa) Hace días que Luis no
escribe.
Ana: Más de quince. Me tiene preocupada.
Algo debe pasarle, es muy
puntual con sus cartas. (Pausa, suspira)
¡Ay, si Luisito se abriera paso
por allá…!
Luz Marina: Pero un paso que sea un paso,
mamá. Hace un año que vive en Nueva
York. ¿Cuánto te ha
mandado? Apenas cincuenta pesos en todo
ese tiempo. (Pausa) Yo… como no espero
nada de nadie…
Ana: ¿Sabes qué me dijo tu padre anoche?
Pues que iba a echarse hasta que la basura
lo tapara.
Luz Marina: ¿Y tú le haces caso? Dice
esas cosas terribles para atormen- tarte. Tu
vida con él ha
sido un infierno. (Pausa) Acuérdate,
cuando éramos niños nos pegaba, te
insultaba…
Ana: Es verdad, pero ahora que está viejo
y sin trabajo, ¿voy a dejarlo indefenso? No
puedo decir
que haya sido mal padre.
Luz Marina: No puede verme ni en
pintura… Critica todo cuanto hago, me
fiscaliza. Dime ¿con qué
derecho?
Ana: Está acostumbrado a mandar. Se ha
pasado treinta años dando órde- nes en esta
casa, y ahora
cree que puede seguir empuñando el
látigo…
Luz Marina: No estoy dispuesta a
soportarlo un minuto más. Ya estoy muy
vieja para que me diga,
como anoche, que me daría de bofetadas.
Ana: Anoche lloró…
Luz Marina: No sería por la muela.
(Pausa) Sabes muy bien a qué se
deben esas lágrimas.
Ana: Baja la voz, tu hermano puede
escucharnos. (Mira por el biombo para
cerciorarse que Oscar duerme) Te juro que
nunca lo hubiera creído.
Luz Marina: ¿Qué piensas hacer?
Ana: No sé… Date cuenta que es su
sobrina. (Pausa) ¡Dios Mío, solo me
faltaba esto! (Pausa) Te juro que quisiera
morirme.
Luz Marina: Mamá, no entiendo nada de
ese enamoramiento: papá
no tiene un centavo, está viejo, feo; Beba
sabe que al fin y a la postre
la familia se enterará. (Pausa) Si no va a
echarse nada en el bolsillo,
entonces, ¿por qué agita a papá?
Ana: Es una coqueta perdida. A menos que
no esté enamorada de tu padre.
Luz Marina: ¿Y tú crees que Beba, con
quince años, con docenas de pre-
tendientes se a va a enamorar de viejo
baboso y sin dinero? (Pausa).
Eres una inocente. (Pausa) Y en cuanto a
eso de “coqueta”, bórralo; es una p…
Ana: Pero Luz Marina, ¿es que a esa edad
ya la gente no tiene entrañas?
Piensa que soy la madrina de Beba, que me
he pasado la vida mimán-
dola, que si ha ingresado en la Normal me
lo debe a mí, que moví mis
palancas. Además, ¿no le teme a sus
padres? ¿Y si Marta se entera? ¿Te
das cuenta de mi responsabilidad? No
puedo evitar que Beba venga
a esta casa: (Pausa) el día que se descubra
el pastel, tanto Marta como
Gaspar dirán que yo tengo la culpa.
Luz Marina: No sé que estás esperando
para decírselo a tío Gaspar.
Ana: Sería poner en ridículo a
tu padre.
Además, ¿con qué pruebas?
¿Con las morales solamente? No bastan.
Dirían que soy una enferma
mental, que soy una vieja celosa.
Luz Marina: Pues hay que hacer algo.
(Pausa) Aunque no se paguen las
cuentas, daré dinero a papá para que se
vaya a Pinar del Río.
Ana: ¿Y tú crees que irá? Está bobito.
Mira si está enamorado, que a veces
me dice Beba… (Pausa) A lo mejor se han
acostado ya.
Luz Marina: Por favor, mamá, no
magnifiques el problema. Beba nunca
pasará de la coquetería. Ella hace todo eso
por su edad, porque le
halaga que cualquier hombre le diga cosas
lindas, y, en última ins-
tancia porque sabe que eso te molesta.
Ana: Entonces es un monstruo de maldad.
(Pausa. Saca una foto de carnet
del bolsillo del delantal) Anoche se le cayó
esto.
Luz Marina: (Toma la foto, la mira, le da
vuelta) “A mi querido tío Ángel
de su adorada sobrina Beba.” (Pausa) Esto
es el colmo. (Pausa) Voy a
pedir explicaciones a papá.
Ana: ¡Por nada del mundo, por lo que más
quieras! Te lo suplico. Si tu
padre se entera que tú sabes su pasión por
Beba, es capaz de suici-
darse. Será un viejo verde, pero tiene su
dignidad.
Luz Marina: Chica, te mereces todo lo que
te está pasando. Bueno, allá
tú. (Pausa) ¿Vas a devolverle la foto?
Ana: Sabes de sobra que no he hablado
media palabra de este asunto con tu padre.
Luz Marina: Papá sabe que tú no eres
ninguna boba.
Ana: Allá él. No seré yo quien le pida
explicaciones. (Pausa) Me paso las
noches pensando. ¡Treinta años de casada y
encontrarme con esto
al final de mi vida! Como todos los
hombres, tu padre ha tenido sus
aventuras después de casado,
pero llegar
a esto… Con su propia
sobrina…
Luz Marina: Córtale los víveres, suprímele
la peseta diaria, no le hables.
Ana: Sería inútil. Seguirá enamorado. No
tienes idea de lo metido que
está. (Pausa) Seguiré sufriendo en
silencio.
Luz Marina: Como gustes, pero no
vuelvas a pedirme consejo. Naciste
para ser la esclava de papá y te morirás
siendo su esclava. (Pausa) Eso
sí, no olvides que mi paciencia tiene un
límite.
Ana: (Coge la taza) No te metas en esto.
(Pausa) Yo hablaré con tu padre,
le pediré de rodillas que Beba no vuelva a
esta casa.
Luz Marina: ¡De rodillas! De modo que se
lo vas a pedir de rodillas; va
muy bien con tu condición de esclava.
(Pausa) Menos mal que yo no
estaba cuando ella vino antes de ayer.
Ana: Si supieras… Ese día estuvo más
coqueta que nunca. Si la vieras…
Se pintaba los labios y se pasaba la lengua.
Y él, mirándola embo-
bado. Yo hice café; tu padre tuvo el
descaro de ponerle la taza en las
manos… Una cosa es alcanzar una taza, y
otra es alcanzar la taza y la
mano a fin de unir todo eso con las manos
de Beba. Después le puso
un cojín en el espaldar del sillón. Por
último, dijo: “¿No es cierto Ana,
que Beba está cada día más linda?” Por
supuesto, me vi obligada a
contestar: “Muy linda, muy linda…”
Luz Marina: ¿Y te parece que yo puedo
aguantar su desfachatez? Te juro
que esa no vuelve a poner los pies en esta
casa. Le voy a cantar las
cuarenta.
Ana: Luz Marina, ya tengo bastante con tu
padre. Que no tenga también que lidiar
contigo. En mala
hora te hablé. Criticas a Ángel, pero eres
tan impulsiva como él.
Luz Marina: Es que los amorcitos de papá
llueven sobre mojado.
Ana: Solo Dios sabe lo que me han hecho
sufrir esos amores; con todo
y lo malo que pudieran parecerme, cerraba
los ojos y dejaba que el
mundo se viniera abajo. Pero Dios mío,
con su propia sobrina…
Luz Marina: Refinamiento de galán
trasnochado. Ese viejo sabe mucho.
Parece un bobito: con su pelota, con sus
amenazas de que se va a
echar, de que está aburrido de la vida, con
sus muelitas y con sus cas-
tillos en el aire… (Pausa) Pero víralo del
revés, míralo por dentro.
¡De miedo, mamá, de miedo! (Pausa)
Ahora se enamora de la sobri-
nita; el viejito enamorado de la sobrinita, y
mamá que sufra, ¡qué
importa! (Pausa) ¿El honor de la familia,
la paz del hogar, tu salud,
hasta tu propia vida? Todo eso le tiene sin
cuidado. (Pausa) Y eres tan
boba que lo sigues adorando: que a Ángel
no le falten los cigarros,
que no salga sin la peseta en el bolsillo,
que los bistés sean blandos y
que las muelas no le duelan. (Pausa) No
hablemos más de este asunto.
Ya tengo parado el desayuno en la boca del
estómago.
Ana llora en silencio y va hacia la cocina.
Luz Marina va hacia su cuarto hablando
ininteligiblemente. Oscar despierta. Con el
pie, aparta el
biombo, de manera que el público pueda
verlo. Se sienta en la cama, pensativo; se
tira de la cama,
abre
el librero, saca su cuaderno y anota algo.
Entra de nuevo Luz Marina con su
costura, la pone sobre
la mesa. Oscar está absorto en lo que
escribe.
Luz Marina: Empezaste temprano. (Pausa)
Oye, ¿hoy es viernes o sábado?
Oscar: Sábado. (Pausa) Deja que te lea
este verso. Desde ayer me está dando
vueltas en la cabeza.
Luz Marina: Oscar, te advierto que no
estoy para versos. Tengo asuntos más
importantes en que
pensar.
Oscar: Bueno, si no quieres… (Sigue
escribiendo).
Luz Marina: ¿Vas a salir por la mañana?
Oscar: Tengo que ir hasta Muralla. Me han
hablado de una imprenta
que cobra muy barato. (Pausa) Idea fija,
idea que se convierte en rea-
lidad. Mal que le pese a Enrique.
Luz Marina: Dará gritos de dolor cuando
lo vea. Un soneto, será cinco
libras de arroz; una elegía… bueno, una
elegía, un traje; una décima,
dos libras de filete… (Pausa) ¿Sabes que
anoche soñé con vapor? (Pausa)
Te ibas en un vapor y llevabas una linterna
en la cabeza.
Oscar: El poeta, con su linterna mágica, se
aleja en busca del sueño.
Luz Marina: Busca por Obispo un billete
con el terminal 23, y averigua
qué número es linterna.
Oscar: Es un sueño muy lindo. (Pausa)
También tuve anoche mis sue-
ños. Como veinte… (Pausa) ¿Quieres que
te los cuente?
Luz Marina: ¿Son sueños para apuntar o
son tus… sueños? (Pausa) Deja,
no me los cuentes. No quiero embullarme.
Ya es bastante despilfa-
rro gastar cincuenta centavos. (Pausa, se
abanica) Eso sí; calor no nos
faltará nunca. No tendremos calor de
hogar, calor monetario, calor
carnal, pero… calor tropical, por oleadas.
Como los stukas alema-
nes: Zmmm, Zmmm, Zmmm…, ¡y venga
calor! (Empieza a tararear la
Cucaracha con la palabra “calor”) (Pausa)
…Y pensar que el ventilador.
Oscar: (Se levanta del sillón, se sienta a la
mesa, coge las tijeras, empieza a
picotear una hoja de periódico) ¡Mamá, el
desayuno! (Pausa) Si tienes
suerte con tu sueño, podrás comprarte el
ventilador.
Luz Marina: Tengo una suerte negra. Mira
si tengo mala suerte, que el
otro día, Laura soñó con mosquito; vino
corriendo a que le pusiera
una peseta fija y otra corrida. En ese
momento llegó una clienta;
Laura se fue; la clienta se eternizó
aquí;
cuando me vine a dar cuenta, ya
habían
tirado la
Bola. Resultado: Laura se sacó catorce
pesos, y yo…
Oscar: Olvida eso. Concentra tu
pensamiento en el número de hoy. Di: que
salga el 23, que salga el
23… (Pausa) Si sale en el Gordo son dos
mil pesos.
Luz Marina: Dos mil pesos… ¿Te das
cuenta, Oscar? Lo que se puede hacer con
dos mil pesos.
Toneladas de cosas. (Pausa) Para
empezar… el ventilador. Pero no un
ventilador de dieciocho pesos;
me compra- ría uno de pie, de esos que
dan mucho aire y poco ruido, un ruido
musical que acaba por
adormecerte. Entonces compro uno para
mamá y otro para ti. (Pausa) Ve anotando:
tres ventiladores
grandes, ciento cincuenta pesos.
Oscar: Deben ser mucho más caros.
Luz Marina: Pon trescientos pesos.
(Pausa) Lo primero es ventilar esta
casa, de arriba a abajo… (Pausa) (Se pone
frente a la ventana y hace
como si midiera el largo de la cortina)
Aquí pondré una regia cor-
tina floreada. Veinte pesos. Dos sillones
cómodos, no estas porque-
rías, que son potros de tormento. Treinta
pesos. Un sofá-cama nuevo
para ti. Cien pesos. Doscientos para un
viaje a Varadero. Me quiero
dar ese gustazo. Cien pesos para arreglar el
baño y la cocina. Se aca-
barán las cucarachas. Doscientos para
ropa. (Pausa) ¿Sabes qué se me
ocurre? Poner una quincallita. Aquí en la
ventana.
Oscar: No te olvides de mi libro. ¿Cuánto
pongo?
Luz Marina: Eso es lo primero.
Doscientos pesos. ¿Es bastante? (Entra
Ana con el desayuno para Oscar) Oscar, ve
a lavarte la cara. Se enfría
tu desayuno.
Oscar: (Corriendo hacia el baño) Mamá,
muy pronto vas a tener ventilador…
Ana: ¿Qué dijo?
Luz Marina: Que vas a tener tu ventilador,
más alto que tú. Cuando
tengamos los ventiladores, los stukas…
Zmmm, Zmmm, Zmmm.
(Hace gestos con el cuerpo y las manos
imitando a un avión en picada) y se
encuentra con los
ventiladores: Sssss, Sssss, Sssss… (Imita
la forma de un ventilador poniéndose
rígido y haciendo
girar el brazo derecho).
Entra Ángel y tropieza con Oscar.
Ángel: Muchacho, ¿te has vuelto loco?
Oscar: Papá, cero calor. (Con los dedos
hace el cero) Ventiladores: tres
mil revoluciones por minuto. Altura: seis
pies. Temperatura: veinte
grados.
Ángel: Oscar, deja tranquila a tu hermana.
Luz Marina: No está bromeando. Dice la
pura verdad. El lunes, llegarán
a esta casa tres ventiladores.
Ángel: ¿Se sacaron el Gordo?
Luz Marina: Yo me lo sacaré esta tarde.
(Pausa) A propósito: si quieres
oír la pelota, vete al café.
Ángel: (Sentándose) ¡Ah, con que eran
sueños…! De modo que tendre-
mos ventiladores porque en el sorteo de
esta tarde…
Luz Marina: (Lo interrumpe)…En el
sorteo de esta tarde, Luz Marina
Romaguera se va a sacar dos mil pesos.
¿Lo oyes? Dos mil.
Oscar: (Imitando la voz de los niños que
cantan los números en el sorteo) Dos
mil trescientos cuarenta y cinco: cien
pesos… Treinta y siete mil seis-
cientos noventa y ocho: cien pesos…
diecinueve mil veinte y cinco:
cien pesos… (A medida que Oscar canta
los números, Luz Marina
va componiendo una cara de expectación.
Se sienta en un sillón, echa el
cuerpo hacia adelante).
Oscar: (Sigue cantando números)
Dieciocho mil dieciocho: Mil pesos…
Doce mil setecientos setenta y seis: cien
mil pesos…
Luz Marina: (Da un salto, se pega a Oscar
como si este fuera el aparato de
radio) ¡Salió!
Oscar: (Con la voz del presidente del
sorteo) El catorce mil doscientos cua-
renta y cuatro
premiado en cien mil pesos.
Luz Marina: (Con incredulidad) Oscar, ¿y
si no sale? Por supuesto, el catorce mil
doscientos
cuarenta y cuatro saldrá premiado en cien
mil pesos, pero ¿y si no sale? Con la falta
que me hace
el ventilador… (Pausa) Una dice:
dieciocho pesos… Eso no es dinero; pero,
¿cuándo, en qué cochino
día voy a juntarme con dieciocho pesos?
(Se abanica con las manos) Las ocho de la
mañana, y ya
estoy empapada en sudor. A las tres asada.
(Se deja caer en el sillón).
Ana: (Entrando con el desayuno de Ángel)
Hija, tenemos muy mala suerte.
En esta casa todo sale mal. Y no es de
ahora, ni de diez años a esta
fecha, ha sido de toda la vida.
Ángel: Con lo único que he tenido suerte
es con el dominó.
Luz Marina: Se ve… Eres millonario. No
hay más que mirarte.
Oscar: Dominado por el dominó.
Ángel: Y tú… dominado por la poesía.
(Pausa) Y esta… por un ventila-
dor.
Luz Marina: Y tú… dominado por…
Ana: (La interrumpe, angustiada) ¡Luz
Marina!
Ángel: A mí me sacas del pastel…
Diviértanse ustedes. (Pausa) No estoy
dominado por nada.
Luz Marina: Quien sabe…
Ángel: Esta se quiere ganar dos
bofetadas… Te voy a…
Luz Marina: (Lo interrumpe, se para) No
vas a darme ningunas bofeta-
das. No tienes fuerza moral. Consulta tu
conciencia. (Pausa) Llove-
rían sobre ti las bofetadas.
Ángel: (Dando un puñetazo contra la
mesa) Eres una descastada. Mal-
dita sea la hora en que hicimos. (A Ana)
Desde el día primero volveré
a tomar la dirección de esta casa. Verán si
el dinero alcanza o no
alcanza. El dueño de esta casa soy yo,
Ángel Romaguera. Y sé lo que
tengo que hacer.
Oscar: (Tratando de desviar la atención
hacia otro tema) Luz Marina,
¿quieres ir al teatro esta noche?, dan La
Malquerida. Me regalaron
dos entradas.
Luz Marina: ¿La Malquerida? ¡Me
encanta! (Pausa, con intención) El
padrastro enamorado de la
hijastra…
¡Qué cochino! (Ana, con la
cabeza baja, vuelve a la cocina)
Laura: (Entrando) Buenos días.
Todos: Buenos días.
Luz Marina: Laura, ¿ha visto “La
Malquerida”?
Laura: No. ¿Es una novela? Por radio no
la han dado.
Luz Marina: Es una obra de teatro. El
padrastro está enamorado de la
hijastra.
Laura: Dios mío, qué fuerte
está eso…
(Pausa) ¿Qué edad tiene
el
padrastro?
Luz Marina: Más de cincuenta años.
(Pausa) La hijastra… (A Oscar)
Oscar, ¿qué edad tiene la hijastra?
Oscar: No llega a los veinte.
Laura: Y la madre, ¿se entera?
Luz Marina: ¡Pues claro! Por una copla
que canta todo el pueblo.
Laura: ¿Qué hace la madre?
Luz Marina: Matar.
Laura: Es muy triste. No me gusta. Esas
cosas ya no pasan.
Luz Marina: ¿Que no pasan? Laura, hoy
más que nunca. (Pausa) En esta
obra el padrastro con la hijastra… Podría
lo mismo ser con la prima
o con la sobrina…
Laura: (A Ángel) Viejo, ¿le gusta La
Malquerida?
Ángel: (Que todo el tiempo ha
estado
mirando al techo, azorado) Sí, me
gusta (Se levanta) Perdone, Laura, me voy
a recostar; esta muela me
sigue doliendo. (Sale con la cabeza baja).
Laura: El viejo está triste. ¿No te parece,
Luz Marina?
Luz Marina: Él sabrá por qué está triste.
(Va hacia la mesa).
Laura: Los hombres sin trabajo son como
leones enjaulados. Si lo sabré yo: no
quiero acordarme de
los dos años que Manuel estuvo cesante.
Por poco se muere. Apenas comía, no
hablaba, tenía que
sacarle las palabras con tirabuzón.
Luz Marina: Pero al menos, no estaba
enamorado…
Laura: ¿Enamorado? ¿Y de quién? ¿Con
cincuenta años que tenía enton-
ces en las costillas? ¿Y sin un centavo?
¿Tú crees que alguien se ena-
mora de un viejo por su linda cara?
Luz Marina: En La Malquerida la hijastra
se enamora del padrastro.
Laura: Eso es en La Malquerida, pero…
Luz Marina: (La interrumpe) Laura, no sea
inocente. (Pausa) Mientras
más viejos más enamoriscados, mientras
más jóvenes más salidas
del tiesto. (Pausa) Sin embargo, estoy de
acuerdo con usted: es muy
difícil que una jovencita se enamore de un
viejo. En la mayoría de los
casos lo hacen por pura coquetería.
Laura: ¡Qué le vamos a hacer! Todos los
hombres son iguales. Me voy a
mi cocina. Hasta luego.
Luz Marina: Hasta luego, Laura. (Pausa)
Esta vive muy confiada. El día
menos pensado se entera que su Manuel se
ha enamorado de la prima
o de la sobrina.
Oscar: En mal hora te hablé de La
Malquerida. Vamos a tener Malque-
rida todo el día. (Pausa) Bueno, con tal
que no hables del ventila-
dor…
Luz Marina: ¡No me lo recuerdes! No
quiero pensar cómo me voy a sen-
tir si no sale ese número. Será como
morirse en vida. (Pausa) Fíjate en
el panorama: el billete no sale premiado,
faltan veinte pesos, la muela
de papá amenaza con que la lleven al
dentista, mamá, que se viene
abajo, y encima de todo esto: el calor. Hoy
más que ayer, y mañana
más que hoy… (Pausa) ¿Qué estás
esperando para ir a comprar el
billete? Van a dar las nueve.
Oscar: (Levantándose) Ya voy. (Pausa) “El
poeta, con su linterna mágica,
se aleja en busca del sueño”. (Entra en el
cuarto).
Ana: (Entra, llorosa) Te saliste con tu
gusto. ¿Crees que tu padre es bobo?
¿Qué sacas con esos líos? Revolver más la
porquería. Yo estoy resig-
nada; que sea lo que Dios quiera.
Luz Marina: Lo que Dios quiera, no,
mamá; lo que él quiera. (Pausa) Te
juro que si me sobraran cincuenta pesos,
se los ponía en las manos
para que se largara bien lejos.
Ana: Irían a parar a manos de Beba.
(Pausa) ¿Sabes que le hace regalitos?
¿Te acuerdas las medias que me regalaste
el mes pasado? Pues se las
regaló. Cuando estuvo por acá me dio las
gracias.
Luz Marina: ¡Pero esto es el colmo! ¿Así
que te hizo pasar por autora del
regalo? ¡Y todavía quieres a ese hombre!
(Pausa) La historia de esta
casa no es solo los días de hambre, la falta
de ropa, luz cortada o los
zapatos rotos… Es también el sufrimiento,
la desesperación de tu
alma. Desde que tengo uso de razón te he
visto penando. Y algo peor
que eso: disimulando. Que la familia no se
entere, que los vecinos no
oigan, que los hijos no sepan. Nos
pasamos la vida hablando del calor,
pero no nos atrevemos a poner los puntos
sobre las íes. Y entretanto,
nos vamos muriendo poco a poco.
Ana: Poco a poco… Me está matando
poco a poco. Y no es que lo quiera
con un amor de los quince, es la
vergüenza, ver que llego a la vejez
para encontrarme con esto. (Pausa) Tienes
razón: el miedo al escán-
dalo. Sí, porque tarde o temprano se sabrá,
no hay nada oculto entre
el cielo y tierra. Trato de comprender, pero
de comprender dema-
siado pararía en celestina que ampara esos
amores. Eso no, eso sería
superior a mis fuerzas, eso se queda para
las mujeres que son capaces
de engañar a sus maridos. Dios sabe lo que
he padecido, lo que he
soportado, cómo he cerrado los ojos y
dejado pasar… Pero con una
sobrina, con su propia sobrina, es
demasiado violento… (Llora).
Luz Marina: ¡Pobre mamá! Te
compadezco. Lo peor del caso que ya no
puedes dar marcha atrás. Tendrías que
nacer de nuevo.
Oscar: (Entra de nuevo a la sala, llega a la
puerta) Dame el dinero. (Luz
Marina le da un peso) ¿Y si no encuentro
ese número?
Luz Marina: Pues otro cualquiera. Para lo
que voy a sacarme… Cero
partido por cero. (Oscar sale).
Luz Marina: (A Ana) Si yo estuviera en tu
lugar no volvería a dirigirle a
papá la palabra.
Ana: No quiero destruir la paz del hogar.
Yo lo…
Luz Marina: ¡Por favor, mamá! La
conciencia de papá es Beba. El resto
le importa un comino. Y cuando se le pase,
su conciencia no le va a
reprochar nada. (Ana sale).
Luz Marina: La conciencia de papá es
como el calor que yo siento. Si algún
día llego a tener mi ventilador, me olvidaré
de los calores, de este aba-
nico y de las duchas… (Pausa) ¡Qué calor!
Y para colmo, este resplan-
dor… (Se abanica de nuevo) “Visite Cuba,
paraíso tropical…” (Pausa)
“Visite a los Romaguera, en Ánimas 112,
familia respetable que está
encantada de la vida”.
CUADRO TERCERO
Un mes más tarde. Son las ocho de la
noche. El mismo set. Oscar, vestido de
saco, cuello y corbata
está sentado en un sillón hojeando un
libro. En el otro sillón Ángel lee el
periódico.
Ángel: (A Oscar) Si los alemanes siguen
arrollando, pronto estarán en París. ¿Qué
me dices de la
toma de Dunquerque?… Tu amigo, a estas
horas, estará huyendo. (Pausa) Los stukas
deben andar
pisándole los talones. Y esos si matan de
verdad. No son los de Luz Marina…
Oscar: Cada loco con su tema. El tuyo es
la guerra; el mío la poesía.
(Pausa).
Ángel: No vas a decirme que la poesía es
más importante que la guerra.
Oscar: Para mí es mucho más importante.
(Pausa) Además, tendría que
estar mezclado en el conflicto. Desde acá
resulta bien difícil sentir la
guerra.
Ángel: Con esa política no se va lejos. Al
contrario, acercas a Hitler…
Oscar: Papá, por favor… Hablas como si
viviéramos en Bélgica u Holanda.
Ángel: Deja que la guerra apriete, ya
verás… Empezará a faltar todo. Lo
de aquí y lo de allá. (Pausa) Cuando la
guerra del Catorce…
Oscar: No, papá; te lo suplico: no me
cuentes por centésima vez lo del
cañón Berta y la batalla del Marne…
(Pausa) ¡Y Luz Marina! (Luz
Marina, desde el cuarto grita) ¡Ya voy!
Ángel: Bueno, dejemos la guerra
europea.
(Pausa) ¿Qué me dices de
Grau?. Ese es el hombre.
Oscar: Papá, yo nunca conoceré a Grau.
No soy sargento político. (Pausa)
No me opongo, por supuesto, a que si tú,
en caso de llegar a serlo, quie-
res cobrarte tus servicios, le pidas un
cargo de concejal para ti y una
botella para mí. (Pausa) ¡Luz Marina!
Luz Marina: (Desde la puerta) ¡Ya voyyyy!
Ángel: Contigo no se puede hablar en
serio. (Pausa) Vives en la luna. (Pausa)
Toma ejemplo de tu
hermano Enrique: seriedad, constancia,
amor propio…
Oscar: (Riendo) Papá, dicho así, Enrique
parece un frasco de medicina: estimulador
de las vías
digestivas, altamente operante, no forma
hábito…
Ángel: Por eso tú estás donde estás y él
está donde está…
Oscar: Parece un trabalenguas. (Pausa)
Claro, cada uno está donde está.
También tú estás donde estás. (Pausa) En
el fondo. Perdona, papá.
Ángel: Yo me entiendo: tu hermano gana
trescientos pesos. Tú no ganas
ni un centavo…
Oscar: (Lo interrumpe) ¿Y tú?
Ángel: No me faltes el respeto. (Pausa) He
trabajado como un animal
toda mi vida. Esas son las enseñanzas de
Luz Marina. Si te pusiera
veinte pesos en las manos dirías que soy el
mejor de todos los padres.
Oscar: Perdona, papá. No he querido
ofenderte, pero tampoco he dicho
una mentira. Por otra parte, reconozco la
diferencia entre tú y yo: tú
no trabajas porque no encuentras pega, y
yo no la busco porque no
quiero trabajar. (Pausa) ¡Luz Marina!
Luz Marina: (Entra corriendo, agitada,
terminando de ponerse un pren-
dedor, con la cartera abierta colgando del
brazo izquierdo) Ya, querido,
ya… (Pausa) Hace tanto tiempo que no
voy a una fiesta… no sabía
qué ponerme: el vestido azul del año
pasado, el que me hice la semana
pasada. (Pausa). Por poco me pongo los
dos. (Pausa) ¿Qué tal estoy?
El rojo no me va mal.
Oscar: Te has arreglado como para ir a
casa de la Condesa de Revilla de
Camargo… (Pausa) Si te presentas así
chez la contesse, los criados te
sacan por la puerta de servicio. (Ríe a
carcajadas).
Luz Marina: ¿Y tú? Saco, cuello y
corbata…
Oscar: Pero todo roto, informal. (Pausa)
Mira: corbata deshilachada. (Se
para) Y mira: fondillos remendados.
(Enseña los fondillos).
Luz Marina: ¿Qué quieres? ¿Que vaya
desnuda? ¿Con un pullover y en refajo?
Yo no soy intelectual.
(Pausa, saca un abanico de la cartera)
Vestida de invierno con este calor
horroroso. Por lo visto,
enero será como diciembre. (Pausa)
¿Cómo seré yo en mil novecientos cin-
cuenta? Más vieja, más
cansada, con patas de gallina, asada por el
calor, y aburrida de todo.
Oscar: ¿Y en el sesenta?
Luz Marina: ¿En el sesenta? Ni hablar…
¡de miedo! Ojalá no llegue al
sesenta; pero llegaré, porque hasta esa
mala suerte voy a tener. No
tengo ni el derecho a reventar. Es más
probable que un rico muera de
sus hartazos que yo de mis miserias.
Oscar: (Tomando el libro) ¿No está mal,
verdad?
Luz Marina: ¡Cómo va a estar mal, está
sublime! Este libro tiene que con-
solarme de la ausencia del ventilador.
(Pausa) Oye, ¿qué quiere decir
exactamente Juegos Profanos? Es un
título que suena bien, pero no lo
entiendo del todo.
Oscar: Juegos de este mundo, juegos que
no son sagrados.
Ángel: ¿Tú crees que no hay nada
sagrado?
Oscar: En este mundo, nada. Todo es
profanable. (Pausa) Ya ves: venti-
lador profanado, Luz Marina profanada…
(Pausa).
Luz Marina: ¿Con cuánto hay que ponerse
para la fiestecita por tu libro
profanador?
Oscar: Un peso por cabeza.
Luz Marina: Pues uno de los dos se queda:
tengo nada más que un peso.
Oscar: No te preocupes. Enrique va a
venir. Le dije por teléfono que
mamá no se sentía bien. Le picaré un peso.
Luz Marina: Te dará una peseta. Cuota
fija.
Ángel: ¿Y quién se quedará con tu madre?
Yo no puedo, tengo sesión en
la Logia.
Luz Marina: La Logia no se va a caer por
que tú dejes de asistir a una sesión de…
dominó. (Pausa)
Además, dime: ¿cuándo salgo yo, cuándo?
Oscar: Papá, pónte en razón: Luz Marina
se pasa la vida entre estas cua- tro paredes,
que por
cierto, son bien desagradables. ¿Qué te
cuesta quedarte una noche acompañando a
mamá?
Angel: (Reflexionando) Está bien, me
quedo. Con tal de no oír a esta con sus
lamentaciones.
Enrique: (Entrando) ¿Qué dice la familia?
Y mamá. ¿Está en cama?
Ángel: Nada de cuidado. Le duele la
cabeza.
Enrique: (A Luz Marina, a Oscar) Y qué,
¿se van de parranda?
Luz Marina: Vamos a celebrar la salida del
libro de Oscar. Es una pre-
ciosidad. (A Oscar) Dáselo, Oscar.
Oscar: (Le pasa el libro a Enrique) Salió,
pese a quien le pese…
Enrique: (Mirando la portada)
¡Caramba!
Juegos Profanos… Debe ser
muy importante… (Empieza a hojearlo).
Luz Marina: (A Oscar) ¿Te parece que es
demasiado llevar collar y pren-
dedor?
Oscar: Aunque te quitaras las dos cosas,
seguirías siendo antigua. Así
que déjalos donde están. (Enrique, a
medida que hojea el libro ríe entre
dientes, después un poco más fuerte,
mueve la cabeza, cruza las piernas).
Luz Marina: ¿Qué te parece?
Enrique: Muy moderno, modernísimo…
(Vuelve a reír).
Luz Marina: Eso no es decir nada. ¿Es
bueno o es malo?
Enrique: (Sigue riendo) No sé… No sé…
Oscar: ¿No estás viendo que es un burro?
Enrique: (Deteniéndose un poema)
¡Increíble!
Luz Marina: ¿Alguna errata?
Enrique: Qué más quisiera yo… No, nada
de erratas. (A Ángel) Papá,
escucha:
El notario tomista desoye a las sirenas
Obturando sus oídos con niños dormidos.
…
¿Te fijas? Un notario puede ser moral,
inmoral, hábil, turbio, probo, dili- gente,
moroso,
intrigante, pero… ¡tomista! (Pausa) Pago
cien pesos por cada notario tomista que
me presenten.
(Pausa) Sin embargo, la
cosa se
complica: el notario…
tomista, obtura
sus oídos con niños
dormidos… (Ríe a carcajadas)
Esto se
parece al Premio de París:
millones de
francos para el
hombre que logre alumbrar un niño.
(Pausa) Por más esfuerzos que haga, un
notario, tomista o no
tomista, nunca logrará meterse un niño en
los oídos. Y para colmo, dormido…
(Cierra el libro y lo
pone sobre el sofá) Viejo, estás loco de
remate. (Pausa. A Luz Marina) ¿Con
cuánto te pusiste?
Luz Marina: Con veinte pesos, y no estoy
arrepentida.
Enrique: Luz Marina, por favor, trata de
comprender: no es posible que
no estés arrepentida. En el fondo de tu
alma, te ríes de este engendro.
Oscar: (Desdeñoso) Dame un peso.
(Tiende la mano).
Enrique: (Sacando un peso de la cartera)
Te lo has ganado. (Se lo da) Hace
siglos que no me reía tanto. (Pausa) En
serio: puedes hacer dinero
leyendo tus poemas en público.
Luz Marina: (Se abanica) ¿Te parece que
hoy hemos tenido más calor
que ayer?
Enrique: Muchísimo más. Máxima: treinta
y tres grados a la sombra.
Mínima: veinticinco grados a las siete de
la mañana. (Pausa) Si la
cosa sigue así, pasaremos las Pascuas en
Nueva York.
Luz Marina: Eso quiere decir que estás
plateado. En los gastos de viaje,
por los veinte de este mes.
Enrique: Todavía no estoy plateado.
Depende de muchos poquitos.
(Pausa) Si en vez de darle veinte pesos a
este vago…
Ángel: Ahora mataremos el hambre con
niños dormidos…
Enrique: (Riendo) ¡Formidable, papá!
(Vuelve a sacar la cartera).
Luz Marina: Qué, ¿vas a darme los veinte
pesos?
Enrique: (Le da un peso a Ángel) Para ti,
papá. Te lo has ganado en buena
lid. (A Oscar) ¿Ya ves? Tu libro hace reír.
Toma nota.
Oscar: (Se levanta. A Enrique) Oye este
verso; te lo dedico:
A fin de que su linda caquita no se pierda,
Mi hermano Enrique se tapa el trasero con
un peso de
plata…
(A Luz Marina) ¡Vamos! (Sale riendo a
carcajadas). Ángel: (Riendo también) ¡Te
la dejó en la mano!
Enrique: (Azorado) ¿Qué?
Ángel: (Riendo todavía) Eso que acaba de
decirte. (Pausa). ¿No te parece gracioso?
Enrique: (Se levanta) No me hace ninguna
gracia. (Pausa) Veré un momento a la
vieja. (Va al
cuarto).
Ángel: (Mirando hacia el cuarto saca de un
bolsillo la foto de Beba, la besa) Si creen
que voy a
quedarme se equivocan de medio a
medio… Chi- nita, ¿cómo tu papi no te va
a ver el día de tu santo?
(Del bolsillo inte- rior del saco saca una
cajita) Mira tu regalito: un prendedor.
Ojalá te guste
mucho… (La vuelve a meter en el
bolsillo).
Enrique: (Entrando de nuevo) Papá, la
vieja te llama. Está un poco mareada.
Me voy a terminar un trabajo; si pasa algo
me llamas por teléfono.
Hasta luego.
Ángel: Hasta luego. (Pausa, se queda
parado junto a la mesa como pensando
qué dirá a su mujer; por fin se dirige al
cuarto).
Desde el cuarto de Ana llegan rumores de
voces; después se escucharán
exclamaciones confusas. Un
poco más tarde, las voces subirán de tono.
Ángel: No me importa nada; tengo que
ir…
Ana: Pero una noche que faltes, Ángel,
¿qué importancia puede tener?
Ángel: No me vas a ablandar; me largo…
(Aparece en el marco de la puerta)
Me largo… Le hubieras dicho a Luz
Marina que se quedara.
Ana: (Apareciendo detrás de él) Ella tiene
muy pocas oportunidades de
distraerse. ¿Te parece justo que se pase el
año cosiendo para afuera?
Todo lo que gana lo mete en la casa.
Ángel: (Llegando hasta la mesa) Pues que
no lo meta… Que se case, que
se largue… Siempre me pones a Luz
Marina por delante. (Pausa) No
vas a convencerme. Tengo que ir a la
Logia.
Ana: (Llegando junto a él) Ángel, por tus
hijos te lo pido: no puedo que-
darme sola. (Pausa) Estoy más mareada
que nunca…
Ángel: Llamaré a Laura; ella te
acompañará.
Ana: Laura ha salido. Su hijo la vino a
buscar.
Ángel: (Con rabia) ¡Pues te quedarás sola!
(Camina hacia el sofá).
Ana: (Llega junto a él, lo abraza) ¡Ángel,
estás provocando a Dios!
Ángel: ¡Qué Dios ni que ocho cuartos!
(Pausa) No me hagas escenas, es
lo único que faltaba… (Pausa) Estamos
muy viejos para esto.
Ana: (Apartándose, violenta) Muy viejos
para esto, pero jóvenes para otras
cosas…
Ángel: ¿Qué estás insinuando?
Ana: Yo sé, yo sé…
Ángel: ¡Acaba de decirlo! ¿Qué sabes?
Siempre viendo fantasmas…
Ana: (Con voz entrecortada) Beba…
Ángel: ¿Qué tiene que ver Beba en todo
esto?
Ana: (Llorando) Yo sé, yo sé… Beba…
(No puede continuar).
Ángel: (Va hacia el librero, coge el pajilla)
Déjate de infundios. Me largo.
Ana: (Corre junto a él y le arrebata el
pajilla) Y yo te digo que no irás a verla.
(Pausa) Estás metido con Beba.
Ángel: Métete en tus propios asuntos.
Ana: Por eso mismo te suplico que no
vayas. Corta con Beba. Todavía
estás a tiempo… (Pausa) Dios mío, que
paciencia he tenido. (Pausa)
No creas que lo sé de hoy o de la semana
pasada; hace meses que
esto da saltos en el vientre como un hijo
monstruoso que pugna por abrirse paso
para devorarme.
(Pausa).
Ángel: Te has pasado la vida viendo
fantasmas…
Ana: ¿Fantasmas, Ángel, fantasmas?
(Pausa) Mira que la lista de fan-
tasmas es bien larga… Fantasmas de carne
y hueso… Lolita, Julia,
Cachita, Isabel… (Pausa) Mira que puedo
refrescar tu memoria.
Ángel: Piensa lo que quieras.
Ana: He cerrado los ojos, he dejado pasar.
No dirás no he sido com-
prensiva, que no he sido lo bastante
imbécil… ¿Te acuerdas cuando
tenías esta casa y otra? Entonces yo era
joven, hubiera podido protes-
tar, pero preferí callarme. Por mis hijos
estaba dispuesta a cualquier
sacrificio. (Pausa) Pero con tu propia
sobrina…
Ángel: Yo quiero a Beba como un padre…
Ana: No seas hipócrita: la quieres como
un hombre desea a una mujer.
(Pausa) No te revuelcas en la cama por el
dolor de muelas, te revuel-
cas pensando que la abrazas. (Pausa)
Muchas veces me dices Beba, y
cuando te das cuenta de la metida de pata
te pones colorado como un
camarón. (Pausa) ¿Y la foto? ¿Qué me
dices de la foto que ella te dio?
Ángel: ¡Qué estás diciendo! ¿Te has vuelto
loca?
Ana: (Sonriendo tristemente)
Loca
quisiera estar. Sí, la foto que ella te
regaló. (Pausa) ¿Quieres que te diga la
dedicatoria? “A mi querido tío
Ángel de su adorada sobrina Beba”.
Ángel: Beba me quiere mucho; soy su tío
predilecto. Y su padrino.
Ana: Beba se burla de ti; es sata de
nacimiento…
Ángel: (Le va arriba a Ana, le pega)
¡Mentirosa! Beba me… (Desconcer-
tado, se calla).
Ana: (Cae en el sillón) ¡Dilo!
¡Ten el valor
de decirlo! Di que Beba te
adora… (Pausa) Oye
bien esto: Beba
no te adora,
Beba te está
tomando el pelo miserablemente.
Ángel: No me provoques… Mira que el
asunto puede ponerse más feo
de lo que está…
Ana: ¿Por qué no te vas a Pinar del Río
unos meses? (Se levanta, se acerca a él)
Estás endemoniado.
Trata de comprender. Piensa que Gaspar y
Marta pueden enterarse… ¿Cómo te
justificarías ante ellos?
Ángel: (Llorando) ¡No puedo más! Voy a
hacer un disparate. Es verdad, estoy
endemoniado. (Pausa)
¿De verdad piensas que Beba no me
quiere?
Ana: ¿Te ha dicho que te quiere? ¿Te ha
dado pruebas?
Ángel: Mentiría si te dijera que me ha
dado una palabra, pero tú sabes
que las mujeres se pintan solas para decir
las cosas sin abrir la boca.
Ana: Esa juega contigo como el gato con
el ratón… Sabe de sobra que te
gusta, y como es una salida del tiesto, te
coquetea, te hace concebir
esperanzas que está muy lejos de cumplir.
Ángel: Me voy a volver loco.
(Pausa).
Perdóname Ana, soy un desal-
mado, no merezco el pan que me como en
esta casa. Despréciame,
sepárate de mí…
Ana: Yo no te desprecio, yo te quiero; eres
el padre de mis hijos. (Pausa)
Pero reflexiona. Aparta a esa mujer de tu
camino. Nada sacarás de
ella, como no sea sinsabores y ridículo.
(Pausa) Prométeme que no
irás esta noche.
Ángel: Te lo prometo; iré directamente a la
Logia.
Ana: Estás mintiendo. Tienes el
pensamiento, los ojos, el corazón puestos
en casa de Beba, te falta tiempo para llegar
hasta ella. (Pausa) Nunca
me has querido, y lo que es peor: nunca
me has estimado. (Pausa) He
levantado un edificio para que al final de
mi vida lo vea derrumbarse
sobre mí. Yo te hice gente, me case
contigo con la oposición de mi
familia, casi me fui de mi casa. (Pausa) Y
tales sacrificios, ¿nada te
importan?
Ángel: Perdóname, perdóname… (La
abraza).
Ana: Entonces, ¿te quedas?
Ángel: Ana, por lo que más
quieras en
este mundo. Por tus mismos
hijos te lo pido: déjame ir a casa de Beba.
Te prometo que será la
última vez. Después haré lo que tú
mandes. (Pausa) Comprende: es
una sed devoradora que debo calmar. Me
abraso. Me he pasado el día esperando este
momento… (Pausa)
Además ella me espera…
Ana: Te espera para hacerte sufrir. Nunca
hubiera pensado que una niña de quince
años abrigara
tanta maldad. (Pausa) Convéncete de una
vez por todas que nunca será tuya.
Ángel: Es muy fácil de decir, pero
aceptarlo… (Pausa) Te juro que soy capaz
de matarla…
Ana: Piensa en tus hijos; yo no cuento para
nada en tus sentimientos, pero tienes
cuatro hijos. Yo
estoy resignada, y ya ves, lo sé todo, y
acepto tranquilamente que tú descargues
tus penas sobre
mí. (Pausa) Pero tus hijos… Te odiarían
eternamente.
Ángel: ¿Tú crees que Luz Marina sepa
algo? Cuando hablaba de La Mal- querida
—¿te acuerdas?— lo
hacía con doble sentido.
Ana: Es muy probable; tú sabes que las
mujeres tienen un sexto sentido en asuntos
amorosos.
Ángel: Luz Marina me odia.
Ana: No te expreses con ese lenguaje. Luz
Marina podrá tener sus mala-
crianzas, pero odiarte… (Pausa) Pero no
mezcles a Luz Marina en
esto. Mañana te vas para Pinar del Río.
Ángel: Te lo prometo. No volveré hasta
que Beba no se me quite de la
cabeza. (Pausa) Voy a dar una vuelta;
necesito estar solo.
Ana: Tratas de engañarme, pero te engañas
a ti mismo. (Pausa) Ni vas
a dar una vuelta ni tampoco irás mañana a
Pinar del Río. (Pausa)
Haz lo que mejor te parezca. Ya veo que
nada te detiene. (Pausa) Me
estás viendo morir poco a poco; sabes que
el escándalo estallará de
un momento a otro, y sigues en tus trece…
Allá tú. (Pausa) Pero te
advierto que desde hoy te retiro la palabra.
Ángel: Ana, solo esta noche; no haré visita
larga, pero déjame verla, lo
necesito. (Pausa) Si quieres, ven
conmigo…
Ana: ¿Sabes la enormidad que me
propones? Hacer causa común contigo.
(Pausa) Aquí, encerrada entre estas cuatro
paredes, soy tu confidente,
aunque el corazón se me parta en pedazos.
Pero exponerme a las vejaciones, a los
sarcasmos de Beba
¿Es que no me guardas la menor
consideración? (Pausa) Ya es bastante
tener que soportarla cuando
viene a mi propia casa a coquetear en mis
narices. (Pausa) Se hume- dece los labios,
se pinta y se
vuelve a pintar, deja que le pongas un
cojín en la espalda, te roza las manos
cuando le pones la
taza de café en las suyas. (Pausa) Y las
miradas…
Ángel: (Desesperado, loco de pasión) ¡No
sigas, no sigas!
Ana: Todo eso, afrentas, vejaciones, las he
soportado sin chistar. Con
ganas de irle arriba y ahogarla, y siempre
conteniéndome, siempre
callada. ¿Qué más quieres? ¿Que los lleve
a los dos a la cama?
Ángel: Me voy. ¡Me ahogo!
(Pausa,
vuelve a coger el pajilla. Llega a la
puerta, quita el gancho, sale dando un
portazo).
Ana oculta la cara entre las manos; pausa
larga; se levanta trabajosamente, camina
hacia su cuarto.
Apaga la luz de la sala. Entra finalmente
en el cuarto.
Personajes al Segundo Acto:
Los mismos del acto primero, además:
Miranda: un amigo de Ángel Don
Benigno: un amigo de la familia Freire: un
desconocido
Niños
Segunda época: 1950 (abarca de 1950 a
1953)
ACTO SEGUNDO
CUADRO PRIMERO
La misma casa. El mismo decorado del
acto primero. Único cambio: la
iluminación de la sala con luz
fría. Son las ocho de la noche.
Al descorrerse el telón aparece Luz Marina
cosiendo a máquina. Sostiene una
conversación a gritos
con Ana, que está en el cuarto.
Luz Marina: (Gritando) ¡Mamá! ¿Desde
cuándo tenemos luz fría?
Ana: (Gritando) Quién se acuerda ya de
eso… (Pausa) Tengo otras cosas
más importantes en la cabeza.
Luz Marina: (Siempre gritando) Tengo que
saberlo. (Pausa) ¿El matrimo-
nio de Pedro fue con esta luz o con luz
amarilla?
Ana: (Gritando) Pedro se casó en 1945…
El 17 de abril de 1945… (Pausa)
La luz fría… (Pausa) ¿Te acuerdas que te
hiciste un vestido largo?
Luz Marina: (Gritando) Mi dinero me
costó… (Pausa) Pero acaba de
decirme si la luz…
Ana: (Interrumpiéndola) El mío lo compró
Enrique…
Luz Marina: (Interrumpiéndola)…Ya sabía
yo que mentarías a tu niño lindo…
(Pausa) Pues para que lo sepas: la tela era
una basura: mucha vista, pero se
encogió a la primera lavada.
Ana: (Entrando en la sala) ¿Cuándo fue la
última vez que Pedro estuvo en
La Habana?
Luz Marina: (Dejando de coser) ¡Me haces
cada pregunta! (Pausa) Mis
rememoraciones nunca van más allá de un
año. (Pausa) ¡Por suerte!
(Suspira) Serían muchos fantasmas.
Ana: (Se sienta en uno de los sillones) La
luz fría…
Luz Marina: (Mirando la luz) Me puse a
mirarla… Ha sido el único cambio
en diez años. ¿Te das cuenta? El único
cambio… (Pausa) Todo ha seguido
igual: sillas, sillones,
camas y nosotros
mismos. (Pausa) ¿Sabes una cosa? Al
principio,
cuando pusieron la luz fría, me pareció
que nuestra vida iba a tomar otro rumbo.
No me basaba en
nada correcto para presumirlo así, pero,
con todo, era una esperanza. (Pausa)
Aunque, por otra
parte, si la memoria no me falla, fuimos
los últimos del barrio en ponerla. (Pausa)
¿Ya recordaste
el año?
Ana: Me parece que Pedro y Olga se
casaron con luz fría. (Pausa) Se lo
preguntaremos a tu padre:
tiene memoria de elefante.
Luz Marina: (Deja la máquina, coge el
vestido que está cosiendo, llega junto a
Ana) Hazme el favor, párate: deja ver si
este trapo tiene forma humana…
Ana: (Se levanta) ¿Para quién es?
Luz Marina: (Riendo) Para Conchita. Más
o menos tiene tu misma esta-
tura. (Pausa) La estatuaria Conchita, la
estatuaria cochina, que por
dos pesos que paga se cree con todos los
derechos para que este trapo
sea una creación de Cristian Dior. Es la
cuarta vez que lo reformo:
que si la pinza quedó mal, que si el biés,
que si los tachones… Y
encima, me cuenta sus problemas; como si
yo no tuviera otra cosa
que hacer que escuchar sus jeremiadas.
Ana: (La interrumpe) Ahora me acuerdo:
la luz fría la pusimos en 1944.
(Pausa) ¿Sabes por qué? En 1944, el
ciclón pasó por La Habana…
Luz Marina: (La interrumpe) ¿Y qué?
Ana: Me acuerdo que la luz fría se
apagó…
Luz Marina: Mamá, como detective serías
la gran lavandera… (Pausa)
Levanta los brazos; a Conchita le gustan
las mangas ajustadas. ¿No te
aprietan? (Pausa) De todos modos,
esperemos que papá pronuncie su
oráculo sobre la luz fría. (Pausa) Está muy
seriecito, ¿verdad? (Pausa)
Está bien, puedes sentarte.
Ana: (Se sienta de nuevo) Con sesenta y
cinco años en las costillas y sin
un centavo en los bolsillos, hay que
ponerse serio. (Pausa) Tengo más
lástima de tu padre que de mí misma.
(Pausa) Y ya sabes cuántos
motivos tengo para compadecerme de mi
vida.
Luz Marina: ¿Cuándo fue lo de Beba?
Ana: ¡Quién se acuerda de eso! Cómo pasa
el tiempo… Ya Beba tiene un
hijo de cinco años.
Luz Marina: (Riendo) Y papá lo único que
sacó de todo es el honroso
título de tío abuelo. (Ríe a carcajadas) Sí,
mamá, lo único que sacó: tío
abuelo de Martica.
Ana: Deja en paz a tu padre. Eso ya está
muerto y enterrado. (Pausa) Uste-
des no pueden quejarse. Si pajaritos
volando querían, pajaritos les
daba. (Pausa) Hoy no tenemos un centavo
ahorrado por sus esplendi-
deces con los hijos.
Luz Marina: (Pasando la mano por la
cabeza de Ana) Ya lo sé mamá. Una
fracasada en la vida como yo comprende
perfectamente a un fraca-
sado en la vida. ¡Pobre papá!
Ana: No hables de fracaso. Todavía eres
joven…
Luz Marina: (La interrumpe; riendo) No
hables de juventud. Soy nada
más que una costurera solterona, no
modista solterona, que ya sería
algo; no, costurera solterona.
Ana: No te has casado porque no te ha
dado la real gana. En eso tu her-
mano Enrique tiene la toda la razón:
Carlitos no te llegaba a la suela
de los zapatos; Pepe no tenía maneras
distinguidas; Ramón te resul-
taba demasiado joven. (Pausa) No acabo
de entenderte. Cuando una
mujer escoge mucho, termina por
quedarse sin nada.
Luz Marina: Quizás tengas razón. Pero es
que siempre quise evitar que
el hambre se casara con la necesidad.
(Pausa) Perdona, pero mirarme,
año tras año, en el triste espejo de ustedes
dos, me ponía los pelos de
punta, me ponía la carne de gallina… A lo
mejor paro en el convento,
como tía Josefa.
Ana: ¡La pobre Josefa! Con los partidos
que tuvo. Y al final: ¿qué le tocó?
Pues criar los hijos de sus hermanos.
(Pausa) No creas, me siento cul-
pable; tengo remordimientos.
Luz Marina: ¿Remordimientos?
Ana: Sí, yo me entiendo; nos
aprovechamos del desamparo de mi pobre
hermana.
Luz Marina: ¡Por favor! Mamá, tía Josefa
adora a sus sobrinos. (Pausa) Si nos crió
ha sido por que
nos consideraba como a hijos suyos.
(Pausa) Eso sí: al final se dio cuenta que
el único modo de ser
libre era preci- samente meterse a monja.
Ana: Bonita libertad… (Pausa)
Aunque
ahora solo depende de Dios.
Hágase su voluntad.
Luz Marina: La voluntad de Dios…
(Pausa) No te olvides de poner en el
mismo saco la voluntad del Diablo.
Ana: Déjate de blasfemias. Todo está en su
voluntad.
Luz Marina: ¿En la del Diablo? (Pausa)
Mira, mamá, prefiero saber que
me cocinaré en esta casa, y en todos los
sentidos, a sufrir ese jueguito
de confiar en que vendrán tiempos
mejores.
Ana: No creas… (Pausa) Las cosas pueden
cambiar. Yo me acuerdo…
Luz Marina: De lo que yo me acuerdo es
de eso: tengo cuarenta años
bien cumplidos. Fíjate bien: suponiendo
que viva muchos años más,
de vida efectiva me quedarán unos veinte.
(Pausa) ¿Hay algo en pers-
pectiva que cambiaría la miseria por
opulencia, el aire caliente por el
aire frío?
Ana: ¡Allá va eso! Me extrañaba que no
sacaras el tema del calor.
Luz Marina: Si supieras… Lo saco,
diríamos, de modo simbólico. Mamá,
tanto se me da, que ni el calor me interesa
ya. Acepto lo que me
impone la ida y no espero nada. Coser… y
rabiar. Eso es todo. (Entra
Ángel acompañado de un viejo).
Ángel: Ana, ¿hiciste el café? (Pausa) te
presento al señor Miranda.
Luz Marina: Tanto gusto, señor Miranda.
(Pausa, a Ángel) Papá, ¿podrías
decirme con exactitud cuando pusimos luz
fría en esta casa?
Ángel: (Sin vacilar) El 25 de enero de
1944. (Pausa. A Miranda) Mi hija se
me parece en lo de las fechas, solo que
tiene memoria de mosquito.
Luz Marina: (Riendo) Tú lo has dicho: de
mosquito. (Pausa) ¿Sabes qué se me
ocurre? Pues que la
capacidad de recordar no debería sobrepa-
sar los siete días de una semana.
Ángel: Déjate de fantasear. Yo soy hombre
de cálculos e investigador de herencias
entrampadas.
Habilitado estaría si mis datos y mis cifras
abarcaran solo siete días.
Miranda: Permítame, señorita: soy un
viejo al que el Gobierno le ha robado
miles de caballerías de
tierra en la región de Bayamo. Me sé de
memoria ciento cincuenta años de reparto
fraudulento de
nuestras tierras, de condominios, de
cesiones, de fincas, limítrofes, de geófagos
oficiales y
extranjeros. Piense que de tres mil caballe-
rías de tierras del patrimonio familiar hoy
estoy
reducido a cero. Si usted reduce mi
memoria al exiguo tiempo de siete días,
acabará por meterme en
la tumba. Las únicas armas de que
dispongo son: mi memoria y estos viejos
papeles. (Pone bajo los
ojos de Luz Marina un cartapacio).
Luz Marina: Pues mire usted, señor
Miranda: ¡soy tan franca como tan fea! yo,
en su lugar, daría
todo eso al olvido.
Ángel: ¡Luz Marina! Faltas el respeto al
señor Miranda.
Luz Marina: No, papá; digo la verdad. Si el
gobierno robó tus tierras,
pues ya puedes sentarte a esperar que te las
devuelva. (Pausa) Dime:
¿qué pasó con nuestras caballerías en Isla
de Pinos? La Santa Fe Land
Company se apoderó de ellas. Y tú mismo
te has cansado de decirnos
que cualquiera que intentara averiguar
algo le meterían un balazo.
Ana: (Entra con dos tazas de café; le da
una a Miranda, la otra a Ángel)
Luz Marina, siempre estás en la brecha…
Vamos para el cuarto. (A
Miranda) Queda en su casa, señor. (Sale).
Luz Marina: Perdone, señor Miranda. Soy
una estúpida. Aunque si le
voy a decir lo que pienso, no creo que
tenga mucho chance. A menos
que no se produzca una cataclismo. (Sale).
Ángel: (A Miranda) Esta gente
joven es
demasiado realista. Por eso
están como
están. (Pausa) Pero
vayamos a nuestro asunto: de modo que
me decía usted que el primer Marqués de
Veguitas dejó esas
tie- rras en condominio…
Miranda: (Estirando las rayas de un
pantalón casi mugriento) Así es: en con-
dominio. (Pausa) A una
hija de su primer matrimonio, la que
heredó el título, y por otra parte a una hija
habida de un
segundo matrimonio.
Ángel: Eso complica las cosas. (Pausa) En
mi último viaje a Bayamo, com- probé
sobre el terreno que
las tierras al este de Bueycito aparecen…
Miranda: Las cosas no pueden complicarse
más de lo que
están desde el
momento en que los ladrones se
repartieron el botín. Cuando se haga
justicia, todo eso de al este
de Bueycito y al sur de Veguitas será
barrido por el viento de la legalidad.
Ángel: Sin embargo, no olvide que esta
herencia se la disputan dos familias…
Miranda: (Le interrumpe) Nosotros somos
los únicos herederos legítimos.
Aunque el primer dueño de estas tierras
dividiera la herencia, no olvide
que en la actualidad detento el
marquesado. Yo soy el quinto marqués
de Veguitas.
Ángel: Nadie le niega ese derecho. Pero no
olvide que en la actualidad
la rama del segundo matrimonio no tiene
conexiones con dos o tres
senadores, dueños de ingenios, enclavados
en esas tierras.
Miranda: Lo tengo en cuenta; hace treinta
años que vengo luchando por
la recuperación de mis tierras. Sin
embargo, por el momento dejemos
de lado tales apreciaciones. No digo que
no tengan su fundamento y
hasta, si se quiere, su lógica aplastante.
(Pausa) Pero limitemos el pro-
blema a la parte a usted encomendada.
Hace dos años que usted se
ocupa de investigar en el Archivo y en el
Catastro Nacional. (Pausa)
¿Cuánto calcula que todo eso estará
cumplimentado?
Ángel: No puedo dar una fecha; siempre
aparece una nueva compli-
cación. Por ejemplo, en mi última visita al
Archivo, encontré en el legajo Fundos y
Realengos, esta nota:
(Saca del bolsillo un papel) “De aquí
resulta que trescientos
cincuenta caballerías fueron cedidas a
doña Hilaria Vázquez de Miranda en
1878, la cual, a su vez,
vendió parte de ellas a un tal Basilio
Maldonado…”
Miranda: No prosiga; sería inútil. Todo
eso es mío. Cuando brille la luz de la
justicia…
Ángel: No pongo en tela de juicio sus
derechos absolutos. Tengo tanta fe como
usted. Sé que
triunfaremos, pero si usted me pregunta
por el término de mis averiguaciones no
me queda otro
remedio que decirle esto: en realidad,
ignoro el día en que todo esto quede com-
pletamente
dilucidado.
Miranda: ¿Y usted cree que uno puede
tomarse mucho tiempo con ochenta y dos
años en las costillas?
(Pausa, pensativo) Bueno, si la reparación
no me alcanza a mí, que sean mis biznietos
los
beneficiados.
Ángel: El año pasado, es decir, durante el
1949 hice ocho viajes a Bayamo; visité el
Archivo no
menos de sesenta veces; otras tantas el
Catastro. A pesar de ello, tengo que
confesar que estamos
apenas en los comienzos.
Miranda: ¿Es posible? Pero usted me ha
dicho…
Ángel: He dicho lo que he dicho y una
cosa no contradice la otra. No sé
cómo usted olvida que es preciso
desenredar unas cincuenta hacien-
das. De esta mañana, más de veinte, para
precisar, veinte y tres están
desenredadas. ¿Me explico?
Miranda: Pero, al menos: ¿estima usted
que el resultado de las investi-
gaciones será positivo?
Ángel: No puede fallar. Una vez que las
restantes haciendas estén desen-
marañadas, reclamaremos nuestros
derechos. (Pausa) ¡Que hermoso
día cuando Ángel Romaguera ponga el
punto final a este pleito!
Miranda: Esas tierras valen millones.
(Pausa) Dígame, Romaguera: ¿cuánto
ha gastado en viajes y demás en estos dos
años?
Ángel: ¿Quiere una cifra exacta? Puedo
buscar la cuenta.
Miranda: No, aproximada.
Ángel: Pues unos doscientos pesos.
Miranda: Cuando entre en posesión de mi
fortuna le regalaré un millón
de pesos. Yo soy amigo de mis amigos.
Ángel: Un millón es demasiado. Vea,
Miranda; he luchado toda mi vida
por tener diez mil pesitos. Cinco mil para
una casita, y los otros cinco
mil para fomentar una cría de gallinas.
Miranda: A mí las Rhode Island me
parecen un desastre. Se mueren todos
los pollos, y no hablemos de las posturas.
Ponen cuando les da su gana…
Ángel: ¡Qué oigo! Decir que las Rhode
Island no ponen… Eso queda
para las Leghorn, pero las Rhode Island.
(Pausa) En una estadística
del Ministerio de Agricultura de los
Estados Unidos…
Miranda: No me mienta, por favor; los
Estados Unidos. Esa gente no sabe
media palabra de gallinas.
Ángel: Pero Miranda, ¿se da cuenta de la
enormidad que está diciendo?
Las mejores gallinas son las
norteamericanas.
Miranda: La mejor gallina, la más
ponedora, la más sacadora, es la cata-
lana del Prat.
Se escuchan las carcajadas de Luz Marina
desde el cuarto.
Ángel: ¡Las catalanas! Una miseria. Nacen
hoy y se mueren mañana.
Miranda: Pues sepa que yo tuve una
catalana…
Nuevas carcajadas de Luz Marina.
Ángel: (Sofocado, rojo de indignación)
Por favor, Miranda: no hable de lo que no
sabe. He pasado mi
vida entre las gallinas.
Miranda: Y yo también. No será usted
quien me dé lecciones al respecto. Ángel:
Señor Miranda: usted
tendrá todos los derechos sobre la heren-
cia del Marqués de Veguitas, pero nada
hace pensar que
los tenga
sobre la cría de gallinas.
Miranda: Mejor será que me retire. (Se
levanta) Dígame, ¿cuántas galli- nas tiene
en el patio?
Ángel: ¿En qué patio?
Miranda:Pues en el patio de la casa. Todo
el mundo tiene un patio.
Ángel: ¡Cómo no! Y traspatio… y miles de
caballerías. Usted vive en la
luna, Miranda. (Pausa) Ahora no tengo ni
patio ni gallinas, pero he
sido avicultor con incubadoras y todo lo
demás.
Miranda: El pasado no cuenta.
Ángel: Entonces despídase de sus tierras y
del primer Marqués de Veguitas.
Miranda: ¡Un momento, un momento!
Tierras usurpadas, tierras resti-
tuidas. (Pausa) Yo calculo que el año
entrante…
Ángel: Más o menos. Nunca se puede
precisar en estos asuntos (Pausa)
¿Cuándo podríamos reunirnos con su
abogado?
Miranda: Tarde, mal y nunca… Se fracturó
la cadera; está ingresado
en el Calixto García. (Pausa) Bueno, me
retiro. Volveré la semana
entrante. (Va hacia la puerta)
Ángel: (Levantando el ganchito) ¡El pobre
Mariano! Dígale que le deseo
un pronto restablecimiento. (Pausa) Y
aquí, entre nosotros, pídale a
Dios que no se muera: no será nada fácil
encontrar un abogado que
nos sirva por amor al arte.
Miranda: Se le pagará a su debido tiempo.
Hay mucho dinero de por medio.
(Pausa) Hasta luego.
Ángel: (Vuelve a colocar el ganchito, se
sienta en un sillón) ¡Decir que las
catalanas del Prat son mejores que las
Rhode Island! (Nuevas carcaja-
das de Luz Marina)
Ángel: ¡Luz Marina! ¿A qué viene esa
risa?
Luz Marina: (Entrando en la sala) Perdón,
papá. Ya sabes que cuando
oigo hablar de gallinas me da el ataque.
Ángel: No trates de hacerme comulgar con
ruedas de molino… Oscar
y tú se pintan solos para el chistecito.
Todo es bueno para reírse.
(Pausa) Eso sí, cuando entren los pesos a
esta casa, pretenderán…
Luz Marina: (Lo interrumpe) Pero
cuándo… ¿En el año dos mil? Ángel:
Ignoro si en el dos mil o en el
tres mil… Pero llegarán. Ana: (Desde la
cocina) ¡Está bueno, Luz Marina!
Luz Marina: ¡Está bueno, cómo no, está
bueno! Mientras llegan los pesos, Luz
Marina que reviente.
Ángel: Yo trabajo en grande: tarde pero
seguro. No puede fallar.
Luz Marina: Pero tus gallinas fallaron.
Recuerda que morían como mos-
cas. (Pausa) ¿Y qué me dices del vinagre?
Bueno, ¡lo del vinagre fue de
película!
Ángel: Eres bocona como nadie. Mete en
esa cabecita rellena de paja que
fe faltaban los medios para la debida
explotación de esas industrias.
Luz Marina: Y ahora los vas a tener con
los millones del Marqués…
Ana: (Entrando en la sala, se sienta en el
otro sillón) ¿Te acuerdas, Ángel, de
aquella gallina jamaiquina que tuvimos en
Camagüey?
Ángel: ¿Mercedes? ¡Cómo no voy a
acordarme! ¿Tú te acuerdas Luz
Marina? tu hermano Oscar le puso
Mercedes. El padre de Mer-
cedes vino a pedirme
explicaciones.
(Pausa) ¿Cómo se llamaba?
¿Modesto, no?
Ana: Don Modesto. Cuando se enteró de
que la gallina jamaiquina se
llamaba Mercedes, le puso Luz Marina a
una de sus chivas.
Luz Marina: Yo creo que entonces éramos
más o menos felices. Al menos
teníamos una casa grande.
Ángel: Con patio y traspatio. Y muchas
gallinas.
Luz Marina: Pero se morían todas.
Ángel: Las gallinas no; los pollos.
Luz Marina: De acuerdo, pero muy pocos
pollos llegaban a gallinas.
Ángel: Ha sido una verdadera maldición
en mi vida esto de las gallinas.
¿Por qué se morían?, ¿por qué? Alimentos
especiales para los pollitos,
incubadoras, criadoras, estufas para darles
calor. Todo científico, y
sin embargo, morían por docenas. (Pausa)
En cambio, don Modesto
los lograba casi todos.
Luz Marina: No hay duda, papá; el nombre
de Romaguera está conde- nado al fracaso.
A mí no me va
mejor que a ti. (Pausa) ¿O será que no
sabemos tocar la cuerda debida?
Ana: Me gustaba la casa de la calle Loma.
Pero me gustó hasta que tu padre fue
despedido por
economía del Central; en el machadato por
poco si no soltamos el pellejo. ¡Cómo
odié después esa
casa!
Luz Marina: Aquello si fue hambre…
Todavía me acuerdo que nos acos-
tábamos para no perder fuerzas.
(Pausa) ¡Ah, pero si el que había ido a
buscar comida llegaba con las manos
llenas, entonces todos
salíamos disparados de nuestras
respectivas camas!
Ángel: El verdadero problema era
conseguir para sábado y domingo. Con
cuatro botellas de vinagre
resolvíamos el problema. ¡Qué fiesta
cuando la señora Zayas nos compraba un
garrafón!
Luz Marina: Después de todo, fueron
nuestros tiempos heroicos. No había
comida, pero teníamos
esperanzas. ¿De qué? Nunca lo supe, pero
las teníamos. En cambio, hoy comemos,
pero ya no tenemos
esperanzas. (Empieza a cantar) “Se fue
para no volver, se fue sin decirme
adiós…” (En ese momento
llaman a la puerta) ¿Quién será? (Abre la
puerta) ¿Qué desea?
Voz masculina: ¿Es aquí donde vive
Ramírez?
Luz Marina: No, señor; aquí vive
Romaguera. (A Ángel) Papá, ¿conoces
a algún Ramírez en esta cuadra?
Ángel: (Desde su sillón) ¿Ramírez? ¿No
será el abuelo de Cachita? ¿Quién
pregunta por él?
Luz Marina: Pase, señor; hable con papá.
(Entra un hombre de unos treinta
años, muy buen mozo, elegantemente
vestido, hace una inclinación de
cabeza) Manuel Freire, servidor.
Ángel: Mucho gusto. Me parece que es a
tres puertas de aquí, a la dere-
cha. Al menos allí vive una familia
Ramírez.
Freire: Debe ser ahí mismo. Perdone la
molestia. Buenas noches. (Se va)
Luz Marina: (Mirando hacia la puerta y
absorta) ¡Qué raro! Ha sido como
aparición. (Pausa) Mamá,
¿has visto nunca un tipo más distinguido?
(Pausa, vuelve a cantar) “Se fue para no
volver, se fue
sin decirme adiós”.
Ángel: Debe ser un político.
Luz Marina: Sí, un político, pero de
Inglaterra. ¿Cuándo tú has visto a
un político cubano con modales tan
distinguidos?
Ana: Podría ser un banquero.
Luz Marina: Qué más da que sea esto o
aquello… Nunca será mío.
Ángel: Siempre me asombrarás, Luz
Marina: ¿en qué te basas para afir-
mar que ese hombre nunca será tuyo? Ha
pasado por esta casa como
una exhalación, apenas si nos miró, y ya
estás armando un drama.
Luz Marina: Yo sé lo que me digo… Yo
me conozco… Yo sé que a esa
clase de gente, las ratas como nosotros
solo las entrevemos entre dos
relámpagos. (Pausa) Cose, Luz Marina,
cose y revienta.
Ana: No te has casado porque no has
querido.
Luz Marina: Mamá, por favor. No
empecemos. La culpa la tengo yo por
sacar el tema. (Pausa) ¿Por fin vamos
mañana a san Juan Bosco?
Ana: Bueno, no sé; si tu hermano Enrique
trae el dinero. Ya debo tres
meses; no voy a aparecerme en la iglesia
con las manos vacías.
Ángel: Y yo voy a acostarme. (Se levanta,
camina hacia el cuarto)
Luz Marina se sienta en el sillón que
ocupaba Ángel, frente a frente con Ana,
que está sentada en
el otro sillón.
Luz Marina: (Bostezando) Bueno, mañana
será otro día… (Pausa) Pero tengo mucho
sueño. (Vuelve a
bostezar)
Ana: (Bostezando a su vez) ¿Nena la de
Camacho o Nena la de Salvador?
Luz Marina: (Bostezando) La de
Camacho… Con agallas y todo. Ha tenido
el descaro de confesarme que no hace nada
con su marido.
Ana: ¿Y con quién entonces? (Pausa) Es
demasiado p… para estarse quieta.
(Bosteza)
Luz Marina: (Bostezando) Mamá, todo el
barrio sabe que se acuesta con el
dependiente de la bodega.
Ana: (Bostezando) ¡No me digas! (Vuelve
a bostezar, echa la cabeza hacia atrás)
¿Qué será de la
vida de Rosita?
Luz Marina: Esa se da cada perdida…
(Pausa). Pero es muy simpática.
Dice que su madre la educó muy bien,
porque ella solo orina en su
casa.
Ana: Igual que tus primas…
Luz Marina: ¿También?
Ana: Como te lo cuento: tus primas dicen
que ellas vienen de Cárdenas
ya “orinadas”…
Luz Marina: (Bostezando) Es cierto.
Nunca me han pedido ir al baño cuando
nos hacen la visita. (Pausa) Hablando de
otra cosa: ¿cuándo vence el recibo
de la luz?
Ana: (Semidormida, mueve la cabeza a
uno y otro lado) Me parece que el
lunes.
Luz Marina: Son tres cincuenta. Pídeselos
a Enrique. (Bosteza. Pausa) Así
que ese es el famoso Marqués de
Veguitas… (Se escuchan los ronquidos
de Ana)…
Luz Marina: (Bostezando) Bueno, el
Marqués y la Marquesa… (Vuelve
a bostezar, se echa hacia atrás en el sillón,
vuelve a bostezar) Mañana
será otro día. (Pausa) Mamá, me gustaría
comer mañana carne con
papas… (Se queda dormida).
CUADRO SEGUNDO
Escena Primera
Tres meses después. El mismo decorado.
Es de mañana. Al descorrerse el telón están
Ángel y Enrique
en escena.
Enrique: ¡Papá, tengo que irme! (Pausa)
No es que no quiera despedirme de Oscar,
pero debo hacer
mil cosas hoy por la mañana. (Pausa) ¿A
qué hora sale el barco?
Ángel: A las diez. (Pausa) Oscar estará
aquí de un momento a otro. Me parece que
debes esperarlo.
Quién sabe cuanto tiempo estarán sin
verse. La Argentina es algo muy lejano.
Enrique: Lo más que puedo esperar son
cinco minutos. (Pausa) Deja ver si puedo
ir al barco (Pausa)
¿En qué muelle está atracado el Reina del
Pacífico?
Ángel: En el muelle de San Francisco.
(Pausa) Estoy seguro de que no irás.
Ana: (Entra) ¿Quieres café? (Pausa) Tu
padre tiene razón. Debes esperar
la llegada de tu hermano. (Pausa) Fue a
buscar el certificado médico.
Enrique: Ustedes creen que yo no tengo
nada que hacer. Me paso el día
trabajando. (Pausa) Anoche tuvimos Junta.
Luz Marina: (Saliendo de la cocina)
Siempre la misma canción, Enrique.
Chico, di la verdad; di que solo tienes
tiempo para tus cosas. (Pausa)
Me gustaría verte en la piel de Oscar:
dieciocho días de viaje en una
tercera inmunda, solo y sin dinero.
Enrique: ¿Y crees que no me duele tanto
como a ti? (Pausa) Pero tú siem-
pre hablas basura. Si Oscar es el viajero,
Oscar será quien tendrá que
soportar las penalidades.
Luz Marina: Puede hacer ese viaje más
agradable: dale unos pesos.
Enrique: Tú crees que yo doy una patada y
saco pesos de los adoquines.
(Pausa) Sin embargo, para que no digan
que no me pongo, toma, dale
esto a Oscar. Fíjate bien que son diez
pesos. (Saca un billete del bolsillo. Pausa)
Bueno me voy.
Si puedo, me llegaré hasta el barco. (Sale)
Luz Marina: Algo es algo. (Pausa) Me han
dicho que la comida de tercera es
malísima. Y si Oscar
tuviera el estómago como el mío: si piedra
como, la piedra me cae divinamente. Pero
él, no, es una
calamidad (Pausa) Al menos, con estos
diez pesos podrá comprar fruta y leche
condensada.
Ángel: Bueno, yo seré muy bruto, pero no
le encuentro una explicación a este viaje.
(Pausa) No es
lo mismo irse a vivir a New York, que está
como quien dice, a dos pasos, que largarse
a Buenos
Aires. Eso es el fin del mundo.
Luz Marina: ¡Papá, tú vives, como de
costumbre, en la luna! Así que Oscar se va
a la Argentina
porque le da la gana. Oscar es caprichoso y
ha deci- dido que la Argentina es un país
de ensueño, y
que sería de buen tono llegarse hasta allá
para divertirse un poco. (Pausa) ¿Pero no
sabes que ese
es el último recurso que le queda?
Ángel: No me vengas con sermones. Lo sé
mejor que tú. Y me duele más que a ti.
(Pausa) Pero me
parece que entre Buenos Aires y Nueva
York…
Luz Marina: Siempre olvidas que Oscar es
un poeta. ¿Qué haría en
Nueva York con un idioma que no es el
suyo?
Ángel: Bueno, allá él. No se lo critico.
Cuando uno es joven…
Luz Marina: ¡Papá! ¿Joven…? Pero si
Oscar tiene ya treinta y cinco años.
(Pausa) ¿Quieres saber la verdad de este
viaje? Huir del hambre cubana
y buscar el bisté argentino. (Entra Oscar)
Oscar: ¡Por fin me lo dieron! (Mira el
reloj) ¡Las ocho y media ya! Luz
Marina, ¿me planchaste las dos camisas?
Luz Marina: Sí, querido, y también los
pañuelos (Pausa) ¿Te pongo todo
en la maleta?
Oscar: Deja, lo haré yo mismo. (Pausa)
Mamá, dame un poquito de café.
(Pausa) Pensar que la maleta me costó
nueve pesos y es de cartón.
(Pausa) Papá, ¿ya me diste las cartas para
los masones de Buenos
Aires?
Ángel: ¡Qué pregunta! Claro que te las di.
Anoche a las nueve. ¿No las
habrás perdido?
Oscar: Si me las diste, estarán en la maleta.
(Pausa) ¿Dónde rayos habré
metido el certificado de vacuna? (Se
registra los bolsillos)
Ana: Muchacho, cálmate; estás disparado.
Ahora mismo te traigo el café,
pero firme. ¿No sería mejor una tacita de
tilo?
Luz Marina: Pues claro: ¿a quién se le
ocurre con estos nervios tomar
café?
Oscar: Ni café ni tilo. Acabo de tomar un
jugo. (Pausa) Pueden escribirme
a estos puertos: Jamaica, Barranquilla,
Colón, La Guaira y Valparaíso.
Ángel: Nunca te dije que cuando tu madre
y yo nos casamos estuvimos
a punto de emigrar a la Argentina. ¿Te
acuerdas, Ana?
Ana: Por poco si nacen todos ustedes en
Buenos Aires. (Pausa) Pero estaba
escrito que nos quedaríamos en Cárdenas.
Oscar: Predestinación, Luz Marina,
predestinación…
Ángel: Estuve en tratos con una compañía
inglesa para medir tierras en
la provincia de Buenos Aires.
Luz Marina: ¿Tierras imaginarias, papá?
Ángel: No empieces con tus puyitas.
Cuando aquí todo el mundo esté
nadando en oro, no sé a dónde vas a meter
la cabeza. Lo del Marqués
de Veguitas se dará, se los aseguro. Es
cuestión de paciencia.
Oscar: Pero no acabas de decir por qué no
te decidiste.
Ángel: Le cogí miedo al viaje. Esa es la
verdad. No al viaje en sí, aunque
en esa época eran treinta días de
navegación, sino a la separación del
resto de la familia.
Ana: Además, habría sido una locura…
Luz Marina: Pero mamá, entonces ustedes
eran jóvenes. Ahora ya no
pueden hacer locuras.
Ana: Pues no me pesa nada haberme
quedado en Cuba. Nunca me gusta- ron las
aventuras. Mi casa, mis
hijos, mi gente, mis alumnos, cuando los
tuve.
Ángel: Tú siempre me frenaste. Tienes un
sentido práctico demasiado desa- rrollado.
(Ríe) Acuérdate
cuando quise que todos viviéramos en el
campo. Te sublevaste.
Ana: ¡Pues claro! Irnos todos al campo y
que los muchachos no se educa- ran. (A
Luz Marina) Me tuve
que parar bonito; ¡no señor, y no señor!
(Señalando a Ángel) No sabes lo
romántico que ha sido
este.
Oscar: Papá, pero si hubieras podido ir
solo.
Ángel: Tú sí vives en la luna… Y dejar a
tu madre con Enrique, de un año
de nacido. (Pausa) Si la literatura es tu
meta, la familia ha sido la mía.
Con la familia, al fin del mundo; sin la
familia, ni un paso.
Luz Marina: ¡Viva la familia Romaguera!
Ángel: Esta no toma nada en serio.
Luz Marina: Quizás si lo tome más que tú,
pero, viejo, la verdad es que
no hay por donde cogernos.
Ángel: Te equivocas: para ti no nada si no
hay pesos de por medio; para
otros hay la familia, los afectos, los
sacrificios.
Luz Marina: Perdona, papá; no quise
ofenderte. Pero la verdad verda-
dera es que somos unos fracasados.
(Pausa) Mira, mira a Oscar: ¿qué
tiene que hacer a los treinta y cinco años?
Pues meterse en una ter-
cera para ir en busca de los bifes
argentinos. Porque en cuanto a los
cubanos…
Oscar: Luz Marina, por favor, no me
recuerdes más la tercera. Mira que
tengo dieciocho días para vivirla en todos
sus aspectos.
Luz Marina: Lo siento Oscar, pero se me
enciende la sangre. Aunque
sea una estúpida me paso la vida buscando
una salida, una puerta,
un puente. (Pausa)
Debe haberla, pero
nosotros no acertaremos
nunca a descubrirla.
Ana: Vamos, déjense de filosofías. Miren
que hay muchos que están peor
que nosotros.
Luz Marina: Eso no consuela en nada,
mamá. ¿Tú crees que Oscar se va a sentir
mejor porque tú le
digas que en el Reina del Pacífico va
escondido un polizón en la bodega?
Ana: Quién sabe…
Luz Marina: Oscar, ¿te vas a sentir
mejor…?
Oscar: (La interrumpe) Me voy a sentir
dos veces mal, mamá: porque el
polizón va en la bodega y porque yo estoy
en tercera. Esa es la verdad.
Ángel: Ustedes dos son dramáticos por
naturaleza. Yo comprendo que
es molesto viajar en tercera, pero de ahí a
pensar que es el fin del
mundo, hay un trecho. Además, uno acaba
por adaptarse.
Luz Marina: ¡Tapar el sol con un dedo!
¡Tapar el sol con un dedo! La clase
tercera es la clase tercera y no es la clase
primera, y cuando vas en la
tercera, echado en tu cucheta, la vida que
has tenido te sale por todos
los poros. Y no creas… un fantasma es
algo peor que un asesino.
Ana: ¡Luz Marina, eres implacable! Le
amargas a Oscar los pocos minu-
tos que le quedan en esta casa.
Luz Marina: No puede amargarse más de
lo que está, mamá. Su cora-
zón rebosa amargura. (Pausa) Aunque yo
te quiera más que nada en
el mundo, no vuelvas a este maldito país.
¡Calores, políticos y cuca-
rachas! Oscar, esta es tu oportunidad: no la
pierdas. Bien mirado,
¿qué son dieciocho días padeciendo una
tercera inmunda si al final
de ellos está la salvación?
Ángel: Tu hermano tuvo una oportunidad,
aquí en su propio país, y se
dio el lujo de rechazarla. (Pausa, a Oscar)
Acuérdate de los episo-
dios que te conseguí para CMQ
patrocinados por las galleticas de La
Estrella. Doscientos pesos al mes.
Luz Marina: (Mirando a Oscar) Eso es
verdad, y eso era una salida. Yo,
en tu lugar, hubiera aceptado; pero yo soy
una costurera. No he dicho
nada.
Oscar: Todos tenemos razón. Ustedes,
porque yo los he sacrificado; yo,
porque tenía que sacrificarlos. (Pausa, a
Luz Marina) No vayas a creer
que no me pasa por la cabeza lo que
significarían doscientos pesos
en esta casa. Me sé de memoria lo que
falta: medicinas para mamá, comida para
todos, una casa más
confortable; todo, todo eso es como un
testigo implacable. Y sin embargo, sigo en
mis trece… (Mira
el reloj de muñeca) Bueno, consumatum
est… Voy a cerrar la maleta. (A Luz
Marina) ¿Me acompañas?
(Salen ambos hacia el cuarto).
Laura: (Quitando el ganchito de la puerta):
¡Buenos días por acá! (A Ana)
Oscarito está al irse, ¿no?
Ana: (Casi llorosa) Sí, Laura; el barco sale
a las diez.
Laura: ¡Estos muchachos! Les gusta la
aventura. (Tratando de animar a
Ana) ¡Vamos, vieja! Ahora no es como
antes que era para siempre;
ahora la gente va y viene como si nada. (A
Ángel) Viejo, ¿y cuándo
vuelve a Bayamo? A usted también le
gustan los paseítos.
Ángel: Pienso ir el mes que viene, Laura
(Pausa) Vamos a nadar en oro.
Esa herencia es cuestión de unos meses
más.
Laura: ¡No me diga, viejo! (A Ana) Ana,
cómo nos vamos a poner. (A
Ángel) Viejo, no se olvide de tirarme una
basurita.
Ángel: Todos esos políticos ladrones de
tierras, esa ralea saldrá de can-
tador. Con la ley no hay jueguitos. Tendrán
que restituir todo al
señor Miranda.
Ana: ¡Oh, soñador, soñador!
Ángel: (Dando un puñetazo en la mesa)
Sueños, no; realidades. Cuando te
veas nadando en oro…
Ana: Sí, nadando en oro…
Ángel: Sí, en oro. Te lo digo, yo, Ángel
Romaguera. Ustedes todos siem-
pre están criticando: que si yo sueño, que
si soy un loco; que si soy un
iluso. Pero cuando se vean nadando en
oro…
Laura: (A Ana) Quién sabe… vieja; a lo
mejor…
Ángel: Nada de “a lo mejor”. A lo
“seguro”. Pueden ponerle la firma. (Salen
Luz Marina y Oscar del cuarto. La primera
con un maletín y un sobretodo;
el segundo con una maleta grande y un
libro debajo del brazo)
Oscar: (Dejando la maleta en el suelo)
Bueno, llegó el momento. (Le abre
los brazos a Ana) Mamá… (Rompe a
llorar) Mamá…
Ana: (Se ha quedado clavada en el sitio y
llora quedamente) Hijo…
Luz Marina: Oscar, ¿llamaste ya al taxi?
Oscar: (Sin hablar mueve negativamente la
cabeza. Pausa larga) Papá… (No
puede continuar)
Ángel: (Lo estrecha en sus brazos) Vas a
volver muy pronto. Esto no puede
fallar.
Oscar: (Siempre llorando) Sí, papá, no
puede fallar… (Se desprende de los
brazos de Ángel y abraza a Ana) Mamá,
mamá, perdóname; no he
podido ser como te hubiera gustado; he
sido un mal hijo. Lo reco-
nozco.
Ana: (Llorando siempre) Hijito, qué estás
diciendo… (No puede continuar)
Ángel: (Cogiendo su sombrero de pajilla,
que está encima del librero) Vamos,
se hace tarde; en la esquina hay piquera. (A
Luz Marina) ¿Vienes tam-
bién, Luz Marina?
Luz Marina: ¡La primera! (Bajito a Laura)
Quédese con mamá; está muy
afectada. (Pausa). ¡Vamos! (Coge de
nuevo el maletín, le da el sobretodo a
Ángel; abre la puerta y empieza a salir)
La sigue Ángel y detrás Oscar cargando su
maleta con la cabeza baja. Tan pronto han
salido, un
golpe de viento cierra violentamente la
puerta. La luz del escenario se apaga. La
escena se
mantendrá a oscuras tres minutos.
Luz Marina: (Sentada en la mesa escribe
una carta; ha transcurrido un mes del viaje
de Oscar, y Luz
Marina contesta su primera carta) ¡Ya está!
Ahora la firmo, y que vaya volando…
(Pausa) ¿Cuánto
será el fran- queo aéreo a Buenos Aires?
Bueno, iré hasta el correo central, y la
certificaré.
(Pausa) ¡Mamá, mamá! ¿Dónde te has
metido?
Ana: (Desde el cuarto) Ya voy… ¿Es muy
importante? Estoy planchándole una
camisa de tu padre.
Luz Marina: ¿Quieres ponerle algo a
Oscar en esta carta?
Ana: (Saliendo del cuarto) ¿Cuándo vas a
echarla?
Luz Marina: Ahora mismo; mañana es
domingo. Pero no voy a echarla en
el buzón; puede perderse; la voy a
certificar. (Pausa) Déjame leértela.
Ana: ¡Por favor, Luz Marina! No tengo
tiempo.
Luz Marina: Anda, chica; siéntate un
minuto; así descansas de la plan-
cha… (Pausa) Oye:
“Mi querido
hermano: tenía entendido
que
tomarías el avión en Valparaíso, pero veo
que lo que cogiste fue ese
tren de malamuerte. Quién iba a decirme
que mi hermano pasaría
nueve horas bloqueado por la nieve de la
Cordillera. ¡Y con lo frio-
lento que eres! Aunque ya tengo por
sistema no quejarme del calor,
sin embargo, en estos días lo hemos
padecido tanto, que me hubiera
gustado estar metida en la nieve hasta el
cuello… (Pausa, a Ana) ¿Ya
el chino te mandó la lista de lo que se debe
este mes de la bodega?
Ana: Treinta y siete pesos hasta el día de
hoy.
Luz Marina: ¡Ese chino es un ladrón! Lo
voy a poner nuevo.
Ana: El chino es un ladrón,
los
inspectores son unos
ladrones y el
Gobierno es otro ladrón. Te lo digo
porque la manteca ha subido, las
papas han subido…
Luz Marina: Y nosotros seguimos
bajando. (Pausa) Por cierto, ¿escu-
chaste la balacera de anoche?
Ana: ¡No me digas nada! Esta mañana vino
tempranito Laura y me contó que a una
cuadra de aquí el
Colorado mató a dos.
Luz Marina: ¡Anjá! Si el gobierno fuera
más inteligente haría propa- ganda
turística diciendo:
“Habana, Chicago del Caribe: no se pierda
las interesantes batallas
campales entre
gangsters”.
(Pausa) Pero sigue oyendo mi carta:
“¿Así que en tercera viajaban ochenta
mon- jas y veinte
curas? ¿Y más de cien niños? Querido,
eso es peor que el infierno”.
Ana: Luz Marina, déjate de faltas de
respeto con la religión.
Luz Marina: Pero mamá, ¿tú sabes lo que
significa ochenta monjas, veinte
curas y cien niños? Peor que la bomba
atómica. (Pausa) “Hablando de
por acá te diré que el panorama de esta
casa es el mismo. Bueno, hay
una novedad: papá está en Bayamo; según
él, este viaje es para resca-
tar definitivamente las tierras del Marqués
de Veguitas. De acuerdo
con sus cálculos, a fines de este año
nadaremos en oro. Yo creo que
vamos a nadar en otra cosa, pero como
papá no piensa lo mismo,
se permite el lujo de gastar veinte pesos
que no tenemos en darse
un saltico a Bayamo para echarle un
vistazo a las tierras irredentas
del Marqués. Querido, genio y figura hasta
la sepultura…” (Tocan la
puerta).
Ana: (Sin levantarse) ¿Quién es?
Voz desde afuera: Señora, arreglo de
refrigeradores.
Luz Marina: No queremos nada.
Empleado: (Quita el ganchito y asoma la
cabeza) ¿Cuántas veces al mes
descongelan el refrigerador?
Ana: Nunca.
Empleado: ¿Es posible, señora? Se echará
a perder.
Luz Marina: (Gritando) ¡Qué refrigerador
ni qué niño muerto! Aquí se
compra un real de hielo todos los días.
Empleado: (Aguantando la risa) Perdone,
señorita. (Se va)
Luz Marina: Está visto que ni en su propia
casa lo dejan a uno en paz.
Mira que venir a hablarnos de
refrigeradores. Como no sea el que me
pongan cuando me muera. (Pausa) ¿Por
dónde iba? Ah, sí: “Pues te diré que apenas
si salgo. Aunque
tengo cuarenta años en las costillas, mamá
cree que me van a raptar y no me deja salir
de noche.
Dice que no está bien. ¿Qué te parece?”
Ana: Si te empeñas en volver a casa
después de las diez, allá tú; pero, por mi
parte, nunca estaré
conforme.
Luz Marina: Cambiemos el tema,
¿quieres?
Ana: Tú lo sacaste. Así es la vida; siempre
pago los platos rotos.
Luz Marina: No te pongas dramática. Te
consta, aunque protestes; soy
incapaz de andar sola por la calle después
de las diez de la noche. (Pausa,
prosigue la lectura de la carta) “Dime si en
Buenos Aires hay gangsters
como aquí. El marido de Rita le dijo a
papá que es el mismo gobierno
el que los protege. Debe ser así, pues el
Colorado campea por su res-
peto. ¡Y todavía papá cree en la Justicia!
(Se abre la puerta de la calle y
entra Ángel, vestido con pantalón de
montar, polainas; lleva en la mano
un maletín).
Luz Marina: Hablando del rey de Roma…
Ángel: (Besa a Ana y a Luz Marina)
Seguro que no me esperaban.
Ana: Dijiste que ibas por quince días;
apenas si ha pasado una semana.
(Pausa) ¿Te has sentido mal?
Ángel: (Sentándose) Estoy hecho un
cañón; además, pronto nadaremos
en oro. En el registro de la Propiedad de
Bayamo tuve la grandí-
sima suerte de encontrar unos datos de
gran interés. Yo calculo que
el abogado podrá presentar sus
conclusiones dentro de tres meses.
A fines de año nadaremos en oro. (Pausa, a
Luz Marina) ¡Ahora va
en serio!
Luz Marina: (Suspirando) Ojalá, papá,
ojalá pero…
Ángel: Ya veo a todos esos politiqueros, a
esos latifundistas correr de
acá para allá… Y no les va a valer
componendas ni trapisondas. La
Justicia es una sola, y está de parte nuestra.
El Tribunal Supremo…
Luz Marina: (Lo interrumpe) El Tribunal
Supremo… Papá, no me hagas
morir de risa. (Ríe a carcajadas)
Ana: (A Ángel) ¿Te preparo el baño?
Ángel: (Se levanta) Yo te aviso; tengo que
buscar unos datos.
Ana: Pero, Ángel, ¿ahora mismo?
Ángel: (Tomando un rollo de
planos que
está encima del librero) Ahora
mismo. (Va hacia la mesa, clavándolo a la
misma con unas chinches que
saca de los bolsillos) No puedo perder un
minuto. (Abre el maletín y saca
una libreta).
Luz Marina: (Va también al librero, lo abre
y coge un libro del cual saca un
sobre; se sienta en un sillón y empieza a
escribir la dirección) Papá, ¿le
cuento a Oscar…?
Ángel: (Inclinado sobre la mesa recorre el
plano con la punta del lápiz) Pues
claro que debes
contárselo. Dile que
esté preparado. Vendrá
en
avión.
Luz Marina: (Haciendo señas a Ana de que
no pondrá nada, mete la carta
en el sobre y lo pega con la lengua) Bueno,
voy al correo. (Coge un mone-
dero que está sobre la máquina de coser.
Sale)
Ángel: (A Ana) Ven acá: vale la pena.
Ana: (Llegando a la mesa) Bueno, rápido;
tengo que hacer el almuerzo. Ya
son las once.
Ángel: (Subiendo la voz) Siempre es la
misma cosa: nunca te interesan
mis asuntos. Aquí todo el mundo cree que
estoy loco, pero los locos
son ustedes.
Ana: No empieces a hablar boberías. En
este momento el almuerzo no te
interesa, pero cuando te pique el hambre
empezarás a dar gritos.
Ángel: Fíjate (Pone la punta del lápiz en
un extremo del plano) Estas son las
serventías; más de ochenta en una sola
hacienda. Cuando el marqués
testó… ¿Las ves?
Ana: Sí. (Pausa) Voy a hacer carne ripiada.
Ángel: (Dando un puñetazo sobre
el
plano) ¡Es imposible! Con ustedes
no se puede hablar en serio. Ni siquiera te
has tomado el trabajo de
meter los ojos en el plano. ¿Crees que no
te veo? Dices que sí, pero te importa un
bledo todo esto.
Ana: Las he visto Ángel. Las serventías
están de este lado. (Señala en el centro del
plano).
Ángel: De modo que las serventías son las
fincas… Mira, déjame solo; esto nada más
que lo entiendo
yo. (Sigue buscando datos. Ana va hacia la
cocina, pausa larga).
Ángel: (Dándose galletas en la cara)
¡Carajo! ¿Dónde te has metido? De nada te
valdrá esconderte…
Te voy a encontrar… (Consulta la libreta)
Dieciocho grados al noroeste… Claro, ya
te conozco, te
escondes para hacerme rabiar… Pero ya
verás cuando te encuentre… ¡Carajo! No
aparece. Sí, eso es:
la maldición. ¿Cuándo, Dios, cuándo?
¿Tú me escuchas? (Vuelve a consultar la
libreta) Dieciocho
grados al noroeste y doce al suroeste…
Hacienda comunera. ¡Y sigues sin
aparecer! Me tienes odio,
no puedes verme ni en pintura, pero te voy
a hacer pica- dillo cuando te encuentre…
De aquí no me
muevo hasta dar con- tigo. (Busca de
nuevo en el plano) ¡Coño, coño, coño!
Todo el mundo está
contra mí; sí, estoy acorralado, pero ya
verán quieren aplas- tarme, pero tú, sí,
Dios, te estoy
mirando… (Se vuelve a dar de galletas)
¡Carajo! Aparece, o te mato.
CUADRO TERCERO
Escena Primera
Dos años más tarde: 1952. La misma cosa.
El mismo decorado. Único cambio:
una lámpara de luz brillante ilumina la
escena.
Al descorrerse el telón están en escena Luz
Marina y Enrique.
Luz Marina: (Caminando) Tú tienes la
culpa de que nos cortaran la luz.
Hace tres días que te dije que habían
pasado el último aviso.
Enrique: (Sentado en un sillón) Se me
olvidó. Tengo tantas cosas en la cabeza…
Luz Marina: Todas menos las de esta casa.
Seguro que no se te olvida
pagar la tuya. María te pondría nuevo.
Enrique: Mañana mismo pago el recibo.
(Pausa) Después de todo, una
noche sin luz, ¿qué significa? No van a
morirse…
Luz Marina: Pues significa que no puedo
coser, que me pierdo el capí-
tulo de “Sombras en su vida”, que me doy
golpes con los muebles. ¿Te
parece poco?
Enrique: Nunca acabaré de entenderte.
Ayer el mulato tumbó a Prío, y
tú, como si nada… ¿Para qué vives en este
mundo?
Luz Marina: ¿Y a mí qué me importa si el
Mulato subió y si el Lindo
bajó? Para lo que van a darme. (Pausa)
Los presidentes entran y salen
y nosotros seguimos comiendo tierra.
Enrique: Parece que te has olvidado que
tengo un puesto en la Aduana,
y que me lo quitarán. Es un cargo de
confianza.
Luz Marina: Viejo, hay que estar a las
verdes y las maduras. (Pausa)
Claro, repercutirá sobre nosotros. Si con
puesto no dabas casi nada;
bueno, sin puesto, será el acabóse… Y
todavía me hablas del Mulato
y del Lindo. Como quieran que nos
pongan tendremos que llorar…
Enrique: ¿Pero tú sabes quién es Batista?
Es algo muy serio. (Pausa) ¿Dónde
está el viejo?
Luz Marina: Se está lavando los dientes.
(Pausa) ¿Sabes una cosa? Papá se está
quedando ciego.
Enrique: No empieces con tus
imaginaciones. Verdad que le falta un ojo,
pero el oculista me
aseguró…
Luz Marina: El oculista dirá lo que quiera,
pero yo te digo que se está quedando
ciego. (Pausa)
Dice que tiene un velo de ceniza en la
vista.
Enrique: Habrá que examinarlo. Las cosas
a tiempo…
Luz Marina: Pero si dices que lo vas a
llevar al oculista, hazlo. Mira que
cuando a uno le cortan la vista, no es
como la luz eléctrica.
Enrique: No dramatices. No lograrás
hacerme correr. En su oportunidad.
Luz Marina: Siempre lograrás sublevarme.
¡Qué pachocha para todo! Pues
mira que la cosa es muy seria.
Ángel: (Desde el cuarto) ¿Quién está ahí?
Luz Marina: Papá, es Enrique. ¿Y mamá?
Ángel: (Siempre desde el cuarto) Se está
vistiendo. Ya vamos.
Luz Marina: Mamá, que nunca se queja,
hace tres días que no prueba
bocado. Bueno, todo se junta. (Pausa)
Ahora tendremos Batista para
diez años.
Ángel: (Entrando en la sala, tantea las
paredes y con trabajo llega hasta el
sillón) ¿Qué tal, hijo? Nos cortaron la luz.
Enrique: ¿Qué tal, viejo? Francamente, se
me pasó. La caída de Prío…
Ángel: Es verdad; como hace semanas que
no venías por acá… Bueno,
tendremos Mulato para rato. (Pausa) Y tu
puesto, ¿lo conservarás?
Enrique: Está en el pico del aura. El
puesto me lo dio… y ya sabes que es
un puesto de confianza.
Ángel: ¿No conoces a nadie en el nuevo
gobierno?
Enrique: Bueno, todavía no se sabe nada.
Además, ¿tú crees que van a
ratificarme? Mi puesto no será un
Ministerio, pero mucha gente se
fajaría por él.
Luz Marina: (Caminando hacia el cuarto)
¿Qué le pasa a mamá? (Caminando
siempre) Deberíamos imitar a
los
Peñalver: hay un miembro de la
familia en cada partido. (Entra en el
cuarto).
Enrique: No me explico cómo rayos
Prío…
Ángel: Lo madrugaron… Se durmió en los
laureles, y lo madrugaron.
(Pausa) Y ahora, el Mulato no va a soltar
el jamón así como así… Yo
calculo diez años.
Enrique: Estamos fritos y puestos al sol…
El puesto, seguro que lo pierdo.
No me hago ilusiones. Y en qué momento:
le debo a las once mil vír-
genes.
Ángel: Dios aprieta…
Luz Marina: (Entrando de nuevo) Dios
aprieta y Dios ahoga, papá. Los
paños tibios no llenan la casa de comida.
Nos esperan días terribles.
Pero, oye, a mí ¡Plin! Antes me
desesperaba, ponía el grito en el cielo.
Ahora, a otra cosa mariposa. Además, yo
no vivo del presupuesto
nacional, como este.
Enrique: (Va a la nevera y se sirve agua)
Pues mira: si Prío no hubiera
caído, a estas horas tendrías un puestecito
de ochenta pesos en el
Ministerio de Sanidad. Iba a darte la
sorpresa en estos días.
Luz Marina: ¡No te creo! No, si está visto:
Luz Marina Romaguera ha
nacido maldita por los dioses. (Pausa) ¿Te
das cuenta lo que sería esta
casa con ochenta pesos más?
Ana: (Entrando) ¿Qué tal, hijo?
Enrique: ¿Qué pasa, vieja? Ya tenemos al
Mulato en la silla…
Ana: Mulato para rato… con rima y todo.
(Pausa, suspira) Bueno, sobre
mí han caído carretas y carretones. Con tal
de que sigan pagando el
Retiro escolar.
Luz Marina: Y no hay un cubano con
vergüenza que le plante un tiro en
la cabeza. (Pausa) Viejo, ustedes los
auténticos se la comieron. (Pausa)
Y justo llega el Batista cuando me iban a
dar un puesto.
Ana: (A Enrique) ¿Qué dice? ¿Está loca?
Enrique: No mamá, es cierto; le tenía
conseguido un puestecito para el
mes que viene en el Ministerio de Sanidad.
Mala suerte.
Ángel: Mala suerte. Volveremos, como en
la época de Machado, a comer harina y
boniato.
Luz Marina: Lo comerán ustedes. A los
quince años se puede comer harina, pero a
los cuarenta…
Veinte pastillas de Seconal, te acuestas y
no cuentas el cuento…
Ana: Ni en broma lo digas. Mal que bien
hemos ido tirando…
Luz Marina: Sí, pero tirando sobre
nuestros propios corazones. Lo que
tengo aquí (Señala al corazón) no es un
corazón, es una piltrafa. ¡Qué
asco de vida!
Enrique: En Cuba hay que empezar todos
los días.
Luz Marina: Qué… ¿Piensas hacerte
batistiano?
Enrique: Primero muerto. Una cosa es que
trate de conservar el puesto.
Tengo una mujer y una hija que alimentar,
pero de ahí a hacerme
batistiano hay un gran trecho.
Luz Marina: Yo propongo que compremos
un barrilito de Seconal. Dicen
que uno se va con dulces sueños. Sweet
dreams, darling…
Enrique: Bueno, mañana será otro día. Me
retiro. Si hay alguna nove-
dad, volveré. (Pausa) ¿Escribió Oscar?
Ana: Hace más de una semana que no
tengo carta de Oscar. (Suspira) En
mayo cumple dos años en Buenos Aires.
Yo creo que se defiende, ¿no
es cierto, Luz Marina?
Luz Marina: Si tú llamas defensa a la
agonía, entonces Oscar se defiende.
Ana: ¿Qué le pasa a Oscar?
Luz Marina: Le pasa lo que a todos en esta
casa: agoniza. Una agonía
que empezó con su nacimiento y que solo
terminará cuando muera.
(Pausa; a Enrique) No te olvides pagar el
recibo. Al menos, con luz
eléctrica las cosas no parecen tan negras.
Enrique: (Se levanta) Me voy. Mañana
tendrán luz eléctrica para que las
cosas no resulten tan negras. (Pausa)
Veremos en qué para todo esto.
Hasta luego. (Abre la puerta y se marcha).
Todos: Hasta mañana.
Luz Marina: En vista de la oscuridad
reinante voy a meterme en la
cama. (Va hacia su cuarto)
Ana: Vamos, Ángel, mañana será otro
día… (Ángel empieza a caminar
hacia su cuarto; Ana apaga la lámpara y
camina detrás de Ángel).
Un año más tarde: 1953. La misma casa, el
mismo decorado. En la mesa están
sentados cuatro niños
entre seis y ocho años. En el sofá, Ana le
toma el alfabeto a una niña. Luz Marina
está de pie
frente a un pizarrón explicando las
vocales. Son las diez de la mañana.
Luz Marina: (Escribiendo en el pizarrón
las cinco vocales) A ver Pedrito:
¿cuántas vocales son?
Pedrito: Cuatro, señorita.
Luz Marina: Fíjate bien.
Juanito: (Levantando una mano) Yo lo sé,
señorita.
Luz Marina: Ya sé que tú lo sabes. (Pausa)
Vamos, Pedrito, ¿cuántas vocales?
Pedrito: Señorita, mi papá es más gordo
que usted.
Ana: (A Luz Marina) Luz Marina, esta niña
no hay forma que pase de la
M. Hace una semana que le estoy
enseñando el abecedario y cuando
llega a la M se para.
Luz Marina: Bueno que se quede en la M.
(Pausa) Voy a enloquecer. (Pausa)
Dos pesos por cabeza. (Pausa) A ver, Luis:
¿cuántas vocales hay?
Luis: A… (Se mete un dedo en la nariz).
Luz Marina: Sácate ese dedo de la nariz.
(Pausa) A… ¿Qué más?
Laura: (Entrando) Luz Marina, ¿tienes
hilo verde?
Luz Marina: ¿Verde? No sé si tengo…
(Pausa, a los muchachos) Copien las
vocales. (Los muchachos se ponen a
copiar y a hablar) Déjeme ver, Laura.
¿Cómo siguió su nieto? (Busca en las
gavetas de la máquina de coser)
Laura: Sigue malito. Ese niño no puede
vivir en bajos. Es asmático.
Ana: Ángel pasó una noche de perros. Le
tuve que dar cepillo. Parecía
que se iba a ahogar.
Luz Marina: (Siempre buscando)
¡Silencio! Los voy a poner en penitencia.
Pedrito: Señorita, mi mamá está flaca y mi
papá está gordo.
Luz Marina: Nadie se lo ha preguntado.
Siga copiando las vocales.
Luis: Señorita, ¿no es verdad que Tarzán
puede más que Supermán?
Luz Marina: Laura, no tengo verde, pero
tengo verdoso. ¿No es lo mismo?
El que tengo es azul verdoso.
Laura: Muchacha, es lo mismo. Qué más
da verde que verdoso. (Pausa)
Dentro de poco tendremos que salir con
taparrabos. Lo bueno que
tiene esto es lo malo que se está poniendo.
(Pausa) Y pensar que ya el
Batista tiene un año en la mandadera.
Ana: Ahora que me acuerdo, Luz Marina:
ayer estuvo aquí Rita y dice que
quiere el vestido para esta tarde.
Luz Marina: Rita quiere el vestido, los
niños quieren aprender las voca-
les; bueno, precisamente no quieren
aprenderlas, pero yo tengo que
enseñárselas; la casa quiere que la limpien;
Oscar quiere que le escriba,
y Luz Marina Romaguera nada más que
tiene dos manos. (Pausa)
Laura, voy a enloquecer (Pausa) Mamá,
¿compraste el pimentón?
Ana: (Que prosigue tomando el abecedario
a la niña) M… N… O… Sí, Luz
Marina. Te voy a dar una pastilla. Estás
muy nerviosa.
Niña: (Gritando) Eme, Eme, Eme, Eme…
Luz Marina: Mamá, déjala en la M… ; es
preferible, a soportar esos gri-
tos. Me ponen los pelos de punta.
Laura: (Abre la puerta) Me voy. Hasta
luego.
Pepito: Señorita, quiero hacer pipí.
Luz Marina: Esta no es hora de hacer pipí,
sigue copiando las vocales.
Pepito: Señorita, pero se me sale…
Luz Marina: (Agarra a Pepito por un brazo
y lo lleva hacia el cuarto; mien-
tras camina, dice) Y si no me da una tisis
galopante o me sale un cáncer
para reventar en un mes. (Llaman a la
puerta)
Ana: (Se asoma) ¿Quién es? ¡Ah, el chino
de la ropa! Un momento. (Gritando)
¡Luz Marina, el chino de la ropa!
Luz Marina: (Gritando desde el cuarto)
Dile que se vaya; todavía no hay dinero.
(Pausa) Que venga
dentro de una semana.
Ana: Vuelva dentro de una semana.
Luz Marina: (Volviendo del cuatro, deja a
Pepito en la mesa) Chica, ¿no
podías decírselo tú misma? Ya sabes que
en la casa no hay un cen-
tavo. (Pausa; se dirige a los niños)
¿Copiaron las vocales?
Pedrito: Señorita, mi papá siempre tiene
dinero. Y me va a comprar un
avión muy grande.
Luz Marina: Dile a tu papá que esta tarde
me mande los dos pesos con la
criada. (Pausa) Mamá, tráeme el vestido de
Rita. Deja ver si adelanto
un poco. Supongo que traerá el dinero.
Ana: (Caminando hacia el cuarto)
Con
tanto apuro no vendrá con el
cuento de que a fines de mes…
Ángel: (Entra seguido de un viejo gordo)
¡Ana, mira quién está aquí! (A Luz
Marina) ¿Dónde está tu madre?
Luz Marina: Viene enseguida. (Mirando al
gordo) Papá, preséntalo, ¿no?
Ángel: ¿Pero no sabes quién es? ¿No te
acuerdas de don Benigno?
Don Benigno: ¡Qué mala memoria tienes,
muchacha! ¿No te acuerdas del
San Juan en Camagüey? ¿De los paseos en
el camión con mis hijas?
Ángel: Luz Marina, este es don Benigno,
el de la casa de efectos sani-
tarios.
Luz Marina: Ya, ya me acuerdo; pero es
que usted ha engordado tanto…
Ana: (Volviendo del cuarto con el vestido
en la mano) Lo menos veinticinco.
(A Ángel) ¿Dónde te lo encontraste?
Ángel: En la Terminal de trenes. Él me
reconoció. Lo invité a almorzar.
Ha venido a la Habana para patentar un
invento.
Luz Marina: (Mirando a Ana) ¿Cómo
están sus hijas, don Benigno?
Don Benigno: Se casaron las tres, y la hija
de la mayor, de Sofía, ¿te
acuerdas?, pues ya se casó y tiene un hijo.
Ana: Así que usted ya es bisabuelo.
Luz Marina: Y todavía inventa… es
asombroso. (Pausa) ¿Y puede saberse qué
clase de invento, don
Benigno?
Don Benigno: Pues un nuevo modelo de
inodoro. Ya saben que me he ocupado toda
la vida de los
artefactos sanitarios.
Ángel: Voy a ser su representante en la
Habana y Pinar del Río.
Pedrito: Señorita, el inodoro de mi casa no
traga…
Luz Marina: ¡Cállate la boca! (A todos los
niños) Abran sus libros de lec-
tura. Lean la lección del ratoncito blanco.
(Pausa, empieza a dobladi-
llar el vestido).
Ángel: (A Ana) Ana, trae café. Don
Benigno quiere explicarme su invento.
Ana: (Mirando a Luz Marina) No ha
venido el muchacho de la bodega. El
café que tengo es de por la mañana.
Don Benigno: Para el cafetero cualquier
café sirve. Hasta frío lo tomo yo.
Tráigalo, Ana. (Ana va hacia la cocina).
Luz Marina: (A don Benigno) ¿Siempre
viven en Camagüey?
Don Benigno: (Sacando unos papeles del
bolsillo) Bueno, Dora, mi mujer,
yo, y Sofía vivimos en Camagüey. El resto
de la familia vive en Ciego
de Ávila.
Ángel: ¿Esos papeles se refieren al
invento?
Don Benigno: ¡Claro! Pero antes de
enseñárselos déjenme explicarle en
qué consiste mi invento.
Ana: (Entrando con dos tazas de café) El
inodoro de esta casa es de cadena.
Don Benigno: En esos inodoros me baso
para mi invento.
Luz Marina: ¿Van a volver las cadenas?
Don Benigno: Por supuesto que no
volverían las cadenas. Todo eso es
muy anticuado. (Pausa) Yo me refiero a la
altura.
Ángel: ¿A la altura? No entiendo.
Don Benigno: Es muy fácil de entender.
Usted sabe, Ángel, que los ino-
doros antiguos son más altos que los
modernos. La tendencia en los
fabricantes de inodoros es que cada vez
sean más bajos. Un día los
van a fabricar tan bajitos que uno se verá
forzado a sentarse casi en el suelo con las
piernas
esparrancadas.
Luz Marina: (Conteniendo la risa) Don
Benigno, pero yo no veo que la altura de
los inodoros
modernos impida en nada que…
Don Benigno: Impide, hijita, impide… No
es lo mismo realizar la función natural
normalmente sentado
que colocarse a una altura anormal.
Ana: Todo eso es muy complicado.
Don Benigno: (Se levanta, mira en
derredor) ¿No tienen una silla?
Luz Marina: ¿Una silla?
Don Benigno: Les haré una demostración
práctica.
Luz Marina: Pero, don Benigno, hay
niños…
Don Benigno: (Dando palmaditas en el
hombro a Luz Marina) Siempre
estoy a la altura de las circunstancias. No
haré nada que no esté den-
tro del más estricto orden y decencia.
(Pausa) Por favor, ¿me facilita
una silla?
Luz Marina: (Mirando a Ángel) Las sillas
están ocupadas por los niños.
Don Benigno: (Acercándose a Pedrito)
Este niño bueno me prestará su
silla, ¿no es verdad? ¿Cómo te llamas?
Pedrito: Yo me llamo Pedrito y mi papá es
más gordo que usted.
Don Benigno: (Levantando al niño de la
silla) Razón de más para que me
des la silla: ya verás cuando mi invento
esté en la calle cómo tu papá
se sentirá más cómodo. (Coge la silla y la
pone en el centro de la escena).
Ángel: Dígame, don Benigno: a propósito
de gente gorda, ¿no estima
usted que la abertura de la taza debe variar
de acuerdo con la corpu-
lencia o la delgadez de los consumidores?
Don Benigno: En mi invento están
previstos todos esos extremos. A su
debido tiempo hablaremos de ello. (Pausa)
Por ahora, atengámonos
a la demostración práctica. Vean sobre el
terreno la comodidad que
supone una altura adecuada. (Se sienta en
la silla) No he realizado el
menor esfuerzo; por otra parte están
ustedes comprobando que me
encuentro cómodamente instalado; lo
mismo me sentiría en la mesa,
en la oficina, en un tren… (Pausa) Pero
hay algo más: una vez termi- nada la
función natural, me
veré obligado a levantarme para apretar el
dispositivo que está colocado en el tanque
del agua, lo
cual, por un movimiento involuntario me
llevará a contemplar el triste espec- táculo
de nuestros
propios despojos. Tan triste contingencia
me ha desvelado noches enteras. (Pausa)
Pensando,
pensando, di con la solu- ción: sobre el
piso y al alcance de la pierna derecha habrá
un botón, que
al ser pisado por aquella, provocará la
consiguiente descarga, de modo que
cuando usted se
incorpore de su cómodo asiento, no que-
darán rastros del pasado.
Ángel: Pero, don Benigno, olvida usted la
purificación del cuerpo…
Luz Marina: (Riendo inconteniblemente)
Formidable, papá: la purificación.
Don Benigno: (Levantándose) En cuanto a
la purificación, se vuelve a
pisar el botón, y asunto concluido.
Ana: (Ingenuamente) ¿Y no puede hacerse
todo de un viaje?
Don Benigno: Por supuesto, Ana: eso es a
gusto del consumidor.
Ángel: ¿Y en cuanto a la abertura de la
taza?
Don Benigno: Pues sencillamente
incluiremos en la propaganda este
anuncio: Inodoros para gordos y flacos
(Pausa) Ya le he dicho que en
mi invento todos los extremos están
contemplados (Pausa) Ahora
les mostraré los diseños. (Los va pasando
según este orden: Ángel, Ana,
Luz Marina; son tres dibujos)
Luz Marina: Bueno, el gordo o el flaco
que puedan comprar su propia
casa no tendrán problemas, pero, y si por
ejemplo, ¿un gordo alquila
una casa que tiene un inodoro para flacos?
Don Benigno: Bueno, yo no puedo ir
contra el destino.
Ángel: Como todo en la vida, tiene sus
más o sus menos, pero nadie negará
que es un invento verdaderamente
revolucionario. (Pausa) Don Benigno,
tengo una idea magnífica.
Don Benigno: Acepto todas las
sugerencias. Creo firmemente que el pro-
greso de la humanidad se debe al concurso
de todos los hombres.
Ángel: Un vez que su invento esté
patentado en el Ministerio del Tra- bajo,
usted se apresuraría a
fabricar el primer inodoro funcional y se
lo obsequiaría gentilmente al Presidente de
la República.
Don Benigno: (Con calor) ¡Nunca! Ese
perro mulato no es digno de mi invento. Si
quiere uno, que lo
compre.
Ángel: Es que siempre me olvido que
Batista está en la silla. Tenía en mente al
doctor Prío cuando
formulé mi pensamiento.
Don Benigno: Otra cosa le obsequiaría yo
al usurpador. (Pausa) Pero no
amarguemos esta linda
mañana. Mi amigo, vamos a tomarnos una
cerveza a la bodega. (Pausa. A Ana)
Demora todavía el
almuerzo, ¿no es cierto?
Ana: Aquí almorzamos siempre sobre las
doce. Tienen tiempo.
Don Benigno: Pues vamos, Ángel, una
cervecita nunca viene mal (Se
dirige a la puerta, Ángel lo sigue, y salen).
Luz Marina: (Dando tiempo a que se
alejen, a Ana) ¡Increíble! Lo nunca
visto. (Los niños, que hasta ese momento
han estado como fascinados
empiezan a pelearse entre sí) ¡Vamos,
recojan, que ya es hora!
Luisito: Señorita, se lo voy a decir a mi
papá.
Luz Marina: ¿Qué le vas a decir a tu papá?
Luisito: Que el inodoro de casa no sirve.
Luz Marina: Ese señor está loco. El
inodoro de tu casa es muy bueno.
Luisito: Usted no lo ha visto.
Luz Marina: Ni una palabra más. Vamos,
salgan todos, y derechitos
para casa. (Los niños salen, la niña se
queda. Luz Marina se queda en la
puerta hasta que los niños se pierden de
vista) Mamá, pero don Benigno
está loco de remate. ¡Y pensar que papá le
sigue la corriente!
Ana: Eso sería lo de menos; ya estoy
acostumbrada. ¿Pero qué me dices
de la invitación a almorzar? Tu padre vive
en la luna. ¿Qué le pongo
a ese viejo en la mesa? Hay nada más que
sopa y arroz con salchicha.
Y no puedo comprar nada en la bodega. El
chino no quiere fiar un
centavo más.
Luz Marina: Bueno, chica. Haz lo que
mejor te parezca, pero no me eches el
muerto. Bastante tengo
con estas fieras, con la costura y con rom-
perme la cabeza para solucionar lo que no
tiene
solución. (Pausa) Ese viejo cretino, a la
edad que tiene se da el lujo de patentar
inodoros para
gordos y flacos. ¡Está más loco que una
cabra!
Ana: Pero, dime: ¿qué pongo en la mesa?
¿No tienes una peseta para comprar un par
de huevos?
Luz Marina: (Estallando) ¡Una peseta! Tú
crees que doy una patada en el piso y salen
las pesetas.
¡Estoy muy cansada de todo esto! El día
menos pensado…
Ana: Por lo que más quieras en el mundo,
Luz Marina, no grites. Los vecinos…
Luz Marina: ¡Llámalos! Llama a los
vecinos. A ver si ninguno te va a dar la
peseta. Siempre estás
aterrorizada con la opinión de los vecinos.
Pues, chica: que se enteren. (Gritando) ¡En
esta casa
nos morimos de hambre!
Ana: Cualquiera creería que en esta casa
no se come.
Luz Marina: Si tú llamas comida a un
asqueroso arroz con salchichas,
entonces en esta casa se come. (Pausa) Yo
sé lo que debo hacer.
Ana: A lo mejor Laura tiene una peseta. La
voy a llamar.
Luz Marina: Pídele a quien tú quieras,
pero déjame tranquila. Todo tiene
siempre que recaer sobre mí. Luis está en
Nueva York, Oscar en Bue-
nos Aires, Enrique, bueno, con Enrique ni
hablar, y menos ahora que
está cesante. (Pausa) Pero oye: esto no se
quedará así. No crean que me
voy a quedar para vestir santos. (Pausa)
Aquí uno no tiene derecho a
nada; sí, a todas las obligaciones, y a
ningún derecho. Si vuelvo tarde,
caras largas; si voy al cine dos veces a la
semana, piensan que boto el
dinero. Y no voy a cines caros; voy a cines
con chinches y marigua-
neros; si me hago un vestido; “tienes el
escaparate lleno de ropa”, y si
me levanto tarde un sábado, “duermes
mucho”. (Pausa) Óyelo bien:
cuando menos te lo pienses me pongo a
vivir con el primero que se
presente.
Ana: (Enérgica) ¡Baja la voz! Eso es lo
único que me faltaba: oír a mi hija
amenazando con vivir en
concubinato.
Luz Marina: No amenazo a nadie; digo lo
que pienso. Y lo voy a hacer.
Ana: ¿Quieres callarte de una vez? Lo que
pasa es que tienes los nervios
de punta. Debes ir a la Quinta.
Luz Marina: Sí, a la Quinta a buscar
Seconal. Es una solución mejor que
la del querido. No provoques a Dios, y
Dios se pasa la vida provo-
cándome. (Pausa) Sí, provocándome; así
como suena. Pues me va a
encontrar.
Ana: Eso mismo le vas a decir al padre
Elías cuando te confieses.
Luz Marina: Mamá, vamos a terminar esta
discusión. Volviendo al almuer-
zo, arréglatelas como puedas. (Pausa)
Además, no me sentaré a la mesa.
Ana: Pero Luz Marina, qué va a pensar
don Benigno.
Luz Marina: Que piense lo que quiera.
Ana: Laura me dará la peseta. A lo mejor
el viejo se aparece con virtua-
llas. Debe estar plateado.
Luz Marina: Bueno, decididamente tú eres
del siglo pasado. ¿No te acuer-
das que en Camagüey vivía del cuento?
Ana: Tenía una casa de efectos sanitarios.
Luz Marina: Inodoros viejos apilados en
una casucha. Roña y asco; men-
tiras, y los recuerdos de veinte años que él
ha venido a plantarme en la
boca del estómago como mordiscos.
Ana: Estás disparada. Mañana mismo irás
al médico.
Luz Marina: (Presa de incontenible
histeria corre hacia la puerta) ¡Dispa-
rada, no! más que disparada quisiera estar.
Aquí todos esperan verme
sepultada entre estas cuatro paredes, pero
no les daré el gusto. (Abre la
puerta con violencia) Me voy a entregar al
primer hombre que se pre-
sente… (Saliendo) Al primer hombre que
se presente, al primer hom-
bre que se presente…
ACTO TERCERO
CUADRO PRIMERO
La misma casa. El mismo decorado de los
actos I y II. Al descorrerse el telón aparece
Oscar
acostado en el sofá. Está dormido. Luz
Marina, junto a la mesa, se prueba una
blusa. Son las ocho
de la mañana.
Luz Marina: (Trata de alcanzar las tijeras,
pero se le caen, moviendo la cabeza)
¡Tenía que ser! (Se inclina para recogerlas,
mira hacia el sofá).
Oscar: (Incorporándose) Ni te
preocupes… Hace rato que estoy
despierto.
Luz Marina: Menos mal. Siempre me pasa
lo mismo: hago todo el ruido
posible cuando me propongo no hacerlo.
Oscar: Figúrate a mí los ruidos ya no me
molestan. Durante quince días
he asimilado el ruido infernal del cuarto
de máquinas. Mi camarote
estaba a dos pasos. (Pausa) Pero no vayas
a pensar… Dormía como un
bendito.
Luz Marina: Creí que las tijeras…
Oscar: Yo creí… (Pausa) ¿En qué no crees
ya?
Luz Marina: ¿A qué te refieres? Habla
claro. Te consta que no tengo ima-
ginación.
Oscar: Te busco la lengua, eso es todo.
Luz Marina: ¡Ay, querido! Trabajo te doy.
(Pausa) Ya no me entran ni los
tiros de la ametralladora…
Oscar: Pero al fin te casaste. Del lobo un
pelo…
Luz Marina: (Se sienta a los pies del sofá)
¡Y dilo! En el último tren. Iba a
tanta velocidad que por poco lo pierdo…
Oscar: Claro, los guagüeros corren
mucho.
Luz Marina: Mira, chico, soy feliz a mi
modo. Mirándolo bien no he
cambiado la vaca por la chiva…
Oscar: (Prende un cigarrillo) Parece un
hombre bueno. (Pausa) ¿Qué dicen las tías
y las primas?
Luz Marina: ¿Y qué pueden decir? ¿Me
dan de comer? ¿Acaso me bus- caron al
Príncipe Encantador?
(Pausa) Me limpio con las tías y con las
primas…
Oscar: ¿Cómo lo capturaste?
Luz Marina: Fue algo de película: un día
estaba tan desesperada, se me
juntó el cielo con la tierra. ¿Te escribí
alguna vez que tenía una escue-
lita aquí en casa?
Oscar: Sí, Luz Marina. Buena eres tú para
no contar hasta donde el jején
puso el huevo… Estoy al corriente.
Luz Marina: Ya sé que escribía cartas
kilométricas. Puedes llamarlas “desaho-
gos de solterona”.
Oscar: Bueno, ahora estás casada.
Luz Marina: ¡Y dilo! En el último tren,
pero casada. (Pausa) Pues una
mañana la escuelita se llenó hasta los
topes. Bueno, ya sabes de qué se
llenó… (Pausa) Figúrate, que cuando más
enloquecida estaba con los
muchachos entró papá con un amigo. Con
don Benigno… ¿Te acuer-
das de don Benigno?
Oscar: Me acuerdo de todo. Don Benigno
en Camagüey, un camaján.
Luz Marina: Perfecto. (Pausa) Pues
cuando más enloquecida estaba, y para
colmo, buscando un carretel de hilo para
Laura, se aparece papá con el
paquete…
Oscar: ¡Y qué paquete! Nunca paraba de
hablar.
Luz Marina: No bien había colocado el
trasero sobre el asiento se puso a
producir. ¿Y sabes sobre qué? ¡Sobre
inodoros, mi hijito, nada menos
que sobre inodoros!
Oscar: Nunca ha hecho otra cosa que
sentarse en el inodoro y halar la
cadena.
Luz Marina: (Riendo a carcajadas) Pues
papá pretendía que ese vejete
apestoso se quedara a almorzar. Así como
suena: a almorzar. (Pausa)
A almorzar nada menos que a fin de mes.
(Pausa) Le armé un berrinche bárbaro a
la pobre mamá.
(Pausa) No creas, la cosa se puso fea, nos
dijimos pesadeces. (Pausa) Entonces
enloquecí del todo y
salí a la calle gritando que me acostaría
con el primero que me encontrara.
Oscar: Bueno, montaste un show…
Luz Marina: (Lo interrumpe) Monté el
show y me monté en una guagua.
Oscar: Y ahí fue Troya…
Luz Marina: Solo sé que cogí la guagua.
Iba casi vacía. Me senté atrás.
¿Sabes lo que me
preguntó el
conductor? Te diré que
iba lagri-
meando. (Pausa) Pues me dijo: ¿Se murió
el papi?
Oscar: ¿Y sacó el pañuelo para secarte las
lágrimas?
Luz Marina: Déjate de hacer chistes.
(Pausa) Ahí mismo se decidió mi
suerte. Para no hacerte el cuento largo: a
los cuatro meses estábamos
casados.
Oscar: ¿Tú dirías que tu vida ha
cambiado?
Luz Marina: Es la misma, pero diferente.
Oscar: A veces tus respuestas son muy
inteligentes. (Pausa) En otras
palabras: el mismo perro con diferente
collar.
Luz Marina: Yo lo diría así: El
mismo
collar con diferente perro…
(Pausa) Sí, porque el collar sigue siendo el
mismo, y aprieta como
nunca.
Oscar: Ahora te contradices.
Luz Marina: No vamos a hacer
una
montaña de esta conversación.
(Pausa) Eso no arreglaría nada. Mira:
tengo marido pero sigo con el
collar. Sigo cosiendo, sigo viviendo en
esta covacha, sigo viendo las
miserias…
Oscar: Entonces, ¿te casaste por el simple
hecho de no quedarte soltera?
Luz Marina: (Levantando los brazos) ¡Y te
parece poco! Como si fuera lo
mismo acostarse sola que acompañada.
Oscar: ¡Ah!, era por eso…
Luz Marina: Por todo; por el cuerpo, por
la compañía, por tener con quien salir, por
saber que
puedo llegar a las seis de la mañana y
mamá no empezaría con sus eternos
reproches. (Pausa) Además,
lo quiero.
Oscar: A tu modo.
Luz Marina: Chico, has venido de Buenos
Aires muy pedante. ¿Y de qué
modo lo querría si no es a mi modo?
Oscar: (Riendo) No te metas en las patas
de los caballos. Lo quieres a tu
modo.
Luz Marina: ¡Ya sé por dónde vienes! Por
supuesto primero yo, siempre
y después yo. Ten por seguro que la
historia de mamá no se repetirá
en esta casa.
Oscar: Así se habla. Además, tu marido
parece un tipo equilibrado. No
tiene nervios.
Luz Marina: ¡Es asombroso cómo se va
cambiando con los años! ¿Te
acuerdas de Pedrito Garcínez?
Oscar: Claro que me acuerdo: tenía sus
pujos de escritor.
Luz Marina: Por eso mismo te lo digo.
Cuando fui su novia me pareció
tener a Dios cogido por las barbas. ¡Sería
la mujer de un poeta!
Oscar: De un poetastro.
Luz Marina: Querido en Camagüey; y hace
treinta años no había mucho
donde escoger. Además, costurera con
poetastro no combina mal.
Oscar: ¿Por qué no te casaste con él?
Luz Marina: ¿No te acuerdas que se metió
a político? Me dejó plantada.
Bueno, subió tanto que se casó con la hija
del alcalde. (Pausa) Pero a
lo que voy, es que los años nos cambian.
Si a los dieciocho años me
hubieran dicho que con guagüero, me
habría dado un ataque de ner-
vios. Y ahora, ya ves: me doy con un canto
en el pecho.
Oscar: ¿Es verdad que te lleva a la pelota?
Luz Marina: A la pelota, y a comer en una
fonda del Mercado, y por si
fuera poco le hago compañía en la guagua,
y sentada en el asiento de
atrás me como un bocadillo y me tomo
una cerveza.
Oscar: ¿La vieja lo sabe?
Luz Marina: Lo sabe, lo sabe… Y sufre lo
indecible, y yo siento que ella sufra.
(Pausa) ¡Qué le
vamos a hacer! Ella hizo su vida; yo tenía
que hacer el pedazo de vida que me
quedaba.
Oscar: Mamá es la estatua del sufrimiento.
Luz Marina: Pero Oscar, comprende: yo
no la censuro. ¿Crees que pueda
censurarse a un ser que se desprende de
todo, que sufre por uno, que
se anula y se aniquila? Pero es que junto a
eso, también la vida mía,
la tuya, cuenta, y hay que vivirla. Cuando
no pudiste más te largaste
para Buenos Aires.
Oscar: No te reprocho nada ni me lo
reprocho yo tampoco, pero no po-
drías negar que mamá es la estatua del
sufrimiento. Y no creas… Uno
es culpable en cierta medida.
Luz Marina: ¿Y tú no crees que
ella
también es culpable, en cierta
medida? En el fondo es una culpa de
todos, y es la misma cosa.
Oscar: Yo me siento más culpable que tú.
Verdad que para la mentali-
dad de los viejos, casarte con un guaguero
es peor que si te hubieras
muerto. Pero apartando eso, todo cuanto
has ganado ha sido para la
casa, y encima de eso nunca los
abandonaste. Pero ya… ya sé que un
artista tiene que quemar muchas naves y
que el objeto de su vida no
son los frijoles de la casa. Sin embargo,
nada se hace impunemente.
Siento que sobre mí apunta siempre una
acusación.
Luz Marina: Estos dos últimos años han
sido particularmente infer-
nales. Primero, la ceguera de papá;
después la sordera de Luis. Eran
avalanchas de angustia. Y encima de todo,
la falta de dinero.
Oscar: (Se levanta, se para frente a la
litografía de La Madre) ¿De dónde
sacará fuerzas? (Pausa) Cuéntame lo de
Luis. (Se sienta en la mesa)
Quiero saber todos los detalles. Después
me contarás lo del viejo.
Luz Marina: (Se levanta, hace un gesto
negativo con la cabeza) Deja eso,
chico… (Pausa) Nos pasamos la vida
penando y para colmo habla-
mos constantemente de nuestras penas.
¿Cómo le dicen a la gente
que le gusta sufrir?
Oscar: Masoquista. ¿Pero tú crees que nos
guste sufrir?
Luz Marina: Déjalo ahí… (Pausa) ¿Qué
planes tienes?
Oscar: ¿Planes? Ninguno. Simplemente
vuelvo al punto de donde partí.
No hay otra cosa. (Pausa) Y como soy
masoquista, me vas a contar el
percance de Luis.
Luz Marina: Es tan trágico que te lo
contaré en forma de cuento infantil;
así evitaré que las lágrimas me impidan
continuar. (Pausa) Érase un
joven que vivía solo en un cuarto en la
ciudad más grande del mundo.
(Pausa) Un día tuvo la mala suerte de
comprar una lata de conserva
de langosta en mal estado. (Pausa) ¿Te
gusta mi modo de contar la
historia?
Oscar: Con tal que no me digas que en el
interior de la lata había un
brillante…
Luz Marina: Un brillante futuro… (Ríe a
carcajadas. Pausa) Pues el joven
se envenenó con la langosta y de resultas
del veneno se puso incons-
ciente. (Pausa) Lo sacaron del cuarto
medio muerto. Diagnóstico:
Encefalitis letárgica. El médico dijo que
de mil se salvaba uno. Pues
el joven se salvó, pero…
Oscar: Siempre hay un pero.
Luz Marina: ¡Y qué pero! Escaparía a la
muerte pero a condición de
quedarse sordo para toda la vida. (Pausa)
¿No es cierto que es una
historia encantadora?
Oscar: (Ataque de risa nerviosa, se dobla
de las carcajadas, fase final del ata-
que: sollozos) Encantadora…
Encantadora… Encantadora…
Luz Marina: ¡La culpa es mía! Tengo una
lengua que me la piso…
Oscar: (Siempre sollozando) Y yo me piso
las orejas… De todos modos es
un cuento bien edificante. (Ríe
sollozando) Pero no vayas a creer… Yo
también…
Luz Marina: No, por favor, Oscar, no me
cuentes nada… (Pausa, mirando
hacia el cuarto) Mamá está al salir.
Oscar: Yo no he tenido encefalitis, pero he
tenido…
Luz Marina: (Gritando) ¡No, no, no!
Ana: (Entrando) ¿Qué pasa? ¿Ya están
peleando?
Oscar: (Volviéndose de espaldas a Ana
para limpiarse las lágrimas) Sí, mamá, ya
estamos peleando.
Nos encantan las peleas.
Luz Marina: Luchando a brazo partido con
la vida.
Ana: (Mirando hacia el cuarto) Si siguen
discutiendo despertarán a su padre.
Oscar: ¿Cuando un ciego se despierta,
sigue dormido?
Ana: ¡Vamos, Oscar: déjate de
ingenuidades! (Pausa) Y oye: no se te ocu-
rra mentar la palabra ceguera delante de tu
padre.
Oscar: A propósito, mamá: ¿qué es
exactamente ese velo de ceniza en la
vista de papá que ustedes me contaban en
sus cartas?
Luz Marina: ¡Oscar!
Ana: (A Luz Marina) Pero no, Luz Marina,
si voy a satisfacer su curio-
sidad. (Pausa) Hijito, ese velo de ceniza en
la vista de tu padre no es
otra cosa que mi sudario anticipado.
Oscar: (Afectado cinismo) ¿Tu sudario?
No comprendo… Sería más bien
el de papá.
Ana: (Moviendo la cabeza) He dicho bien:
mi sudario… (Pausa) ¿Quieres
saberlo de una vez por todas? (Pausa) Tu
padre enloquece día a día. Y
ese veneno de su locura me va matando
también día a día.
Luz Marina: ¡Mamá, por favor! (A los dos)
¿Es que no podemos hablar de
otra cosa?
Oscar: Bien, si tú lo prefieres podemos
hablar de otra cosa. (Pausa) A
ver… A ver… (Pausa) ¡Ya está! Papá ganó
el primer lugar en un con-
curso para seleccionar a las diez personas
de vista más potente en
Cuba.
Ana: No voy a permitirte ninguna clase de
chacota con la vista de tu
padre.
Oscar: Dirás con su ceguera.
Luz Marina: ¡Oscar! ¿Por qué no sales a
dar un paseo?
Oscar: (Cerrando los ojos y caminado a
tientas) Imposible. Luz Marina, no
tengo lazarillo.
Ana: ¿Te has vuelto loco? No provoques a
Dios.
Oscar: Dios… Mamá, Dios… ¿Y qué hace
Dios por nosotros? ¿Dejar ciego a papá?
Luz Marina: Sí, mamá, no metas a Dios en
nuestros asuntos.
Ana: Dios te consiguió un marido.
Luz Marina: (Riendo) Vieja, ¡me lo
conseguí yo! Me boté a la calle…
Ana: Eso es, ponte como la chusma. Me
boté a la calle… ¡Qué lenguaje!
Luz Marina: No hay otro que valga. En
vista de la falta de vista, hay que
botarse…
Oscar: …Para el cementerio.
Laura: (Entrando) Buenos días. (Pausa)
¿Quién se murió?
Oscar: Por el momento, nadie. Pero ya
iremos cayendo.
Ana: Si todo te da lo mismo, ¿por qué no
dejas tu poesía?
Oscar: (Abraza a Ana) Mamá, mamá,
perdóname. (Pausa) Si supieras…
(Llora).
Laura: ¿Qué pasa? (A Oscar) ¿No está
contento por haber regresado?
Oscar: (Sonriendo) Contentísimo Laura,
contentísimo.
Luz Marina: Mamá, ¿vas a desayunar?
(Pausa) ¿Y tú, Oscar? (Va hacia la
cocina).
Laura: (A Oscar) ¿Le gustó Buenos Aires?
Oscar: (Como ausente) Muchísimo, Laura.
Laura: ¿Mucho frío, no?
Luz Marina: (Desde la cocina) ¡Laura,
venga a ver lo que han hecho las
cucarachas!
Laura: (Caminando hacia la cocina, a
Oscar) Pero usted no será friolento…
Ana: (Se sienta en un sillón) ¿Qué piensas
hacer ahora?
Oscar: No tengo pensamientos. La gente
como nosotros no puede tener
planes. Seguiré vegetando.
Ana: ¿No crees en nada?
Oscar: Mamá, no es tan fiero el león…
(Pausa) Nosotros no hacemos
otra cosa que gastar pólvora en salvas.
Ana: Pero tú mismo te pasas la
vida
diciendo que vives por tu obra.
(Pausa) Yo no sé nada de nada, pero me
imagino…
Oscar: (La interrumpe) Mamá, dejemos
todo eso, ¿quieres? (Pausa) De
nada va a servir que estiremos la cuerda
demasiado. Eso sí, no nos
quitarán lo bailado. (Pausa) ¿Y sabes cuál
ha sido nuestro baile? Pues
haber vivido en peligro permanente.
Ana: Cualquiera que te oiga pensaría
que…
Oscar: (La interrumpe) Déjalos que
piensen lo que más le guste. Y lo peor
del caso es que vivimos en peligro
permanente sin el menor asomo
de recompensa.
Luz Marina: (Entrando de nuevo) ¿Hay
cucarachas en Buenos Aires?
Laura: ¿Y mosquitos?
Oscar: Y moscas… y otra Laura y otra Luz
Marina y otra mamá y…
todo es igual.
Luz Marina: ¡Viva la igualdad!
Ángel: (Sale del cuarto tanteando las
paredes) ¿Se puede pasar por detrás
de la mesa? ¿No está la silla?
Luz Marina: Puedes pasar, papá ¿Te
quedaste dormido?
Ángel: (Llegando junto al sillón) El sillón,
¿está aquí?
Oscar: (Tomando a Ángel por el brazo lo
ayuda a sentarse) ¿Cómo ama-
neciste?
Ángel: (Suspirando) Un poco cansado. Si
me da el ataque de asma…
Ana: (Mirando a Oscar) Tu papá quiere
que le ordenes unos planos.
Ángel: (Furioso) ¡Ya de lo dijiste! Te faltó
tiempo para decírselo. Tal parece
que estuviera esperando la llegada de
Oscar para aburrirlo con los
planos.
Oscar: Viejo, tú sabes que no me gusta la
agrimensura, pero de ahí a…
Ángel: (Lo interrumpe) Ya sé, ya sé… Lo
que pasa es que todo el mundo
mete la cuchareta. (Pausa) Ya no existe la
discreción.
Oscar: No pienso salir. Si quieres puedo
revisar los planos.
Ángel: No, deja… Ya te avisaré. (Pausa)
¿Es cierto que en Buenos Aires le dicen
“no videntes” a los
ciegos?
Oscar: (Mirando a Ana): No, papá, dicen
“ciegos”, como nosotros. Lo que pasa es
que la expresión
“no vidente” se usa en la propaganda.
Ángel: (Moviendo la cabeza) Entonces,
¿los ciegos son un producto?
Oscar: Quiero decir en la propaganda
preventiva que se hace para evi-
tar la pérdida de la vista.
Luz Marina: (Volviendo a la cocina) Papá,
¿quieres el desayuno?
Ángel: No empieces a atosigarme. Cuando
quiera el desayuno, lo pediré.
Todavía no estoy mudo.
Luz Marina: (Desde la puerta de la cocina)
¡Insufrible!
Ángel: ¿Quién habló?
Ana: Luz Marina.
Ángel: ¿Qué dijo?
Ana: Nada.
Ángel: Así que no dijo nada… Pues si
habló dijo algo.
Oscar: Papá, ¿son los planos del
marquesado de Veguitas?
Ángel: (A Ana) Estas son las horas que no
me has puesto la gota…
Ana: No son todavía las nueve.
(Caminando hacia el cuarto) Luz Marina,
cuando sean las nueve ponle la gota a tu
padre. Me voy a recostar un
rato. (Entra en el cuarto).
Ángel: (A Oscar) Tu madre no se siente
nada bien. (Pausa) Pero yo estoy
peor. Para empezar…
Luz Marina: (Desde la cocina) Vivirá cien
años…
Ángel: ¿Quién habló?
Oscar: Luz Marina, papá. Le dijo algo a
Laura.
Ángel: Pero, ¿Laura está ahí? ¿Y dónde?
Oscar: En la cocina.
Ángel: ¿En la cocina…? ¿Qué hace Laura
en la cocina?
Oscar: No sé…
Ángel: Aquí nadie sabe. Esta casa anda
manga por hombro. Tendré que empuñar el
látigo de nuevo.
Oscar: (Va a la cocina) Luz Marina, ¿qué
haces en la cocina?
Luz Marina: (Desde la cocina): ¿Qué
hago? ¡Qué pregunta! Pues chico,
pongo en fuga al enemigo.
Ángel: ¿Qué dices?
Oscar: (Desde la puerta de la cocina) Las
cucarachas…
Ángel: (Haciendo pabellón con la oreja)
¿Cómo?
Oscar: (Corriendo junto a Ángel) Papá;
Luz Marina está matando cucarachas.
Ángel: No hay una en esta casa.
Luz Marina: (Saliendo de la cocina
impetuosamente) Así que ni una cuca-
racha… Pero tienes razón: una cucaracha
sola, no; diez mil. ¿Lo
oyes? ¡Diez mil! (Vuelve a la cocina).
Ángel: (Revolviéndose en el sillón) ¡El
látigo, voy a empuñar el látigo…
¡Esa cree tener a Dios cogido por las
barbas!… En vez de darme el
desayuno, se pone a matar cucarachas.
Oscar: Papá, ya sabes como es Luz
Marina. Además, es cierto que la
cocina es un cucarachero.
Luz Marina: (Saliendo de la cocina,
seguida por Laura) ¿Nada más que
la cocina? ¡La casa entera! Norte, Sur, Este
y Oeste. Aquí no vive la
familia Romaguera; aquí vive la familia
Cucaracha. (Acceso de risa
histérica, se dobla de la risa, se retuerce).
Oscar: ¡Luz Marina! Está bueno ya (La
empuja hacia la cocina).
Laura: (Riendo) En casa también hay
cucarachas. Manuel dice que tam-
bién en España… (Abre la puerta de la
calle) Bueno, me voy; hasta
luego.
Ángel: ¿Qué dijo?
Oscar: Papá, si te parece, podemos
empezar con los planos.
Ángel: No es el momento. (Pausa) En
cambio, me convendría que me
buscaras unos datos en el Archivo.
Oscar: ¿Hoy mismo?
Ángel: Si puede ser. Las tierras del
marquesado están a punto…
Desde la cocina se sienten los golpes que
da Luz Marina matando las cucarachas.
Ángel: En esta casa no se puede hablar
tranquilo. ¿Quién está dando esos golpes?
Oscar: ¿A qué hora abren el Archivo?
Luz Marina: (Sale corriendo de la cocina
con uno de sus zapatos en la mano.
Gritando:) ¡Ahí se metió; mátala, Oscar!
(Tropieza con el sillón donde
está sentado Ángel) ¡Mátala! (Se agacha)
¡Mírala, se metió debajo del
sofá! ¡Mátala! (Empieza a dar zapatazos
debajo del sofá).
Ángel: (Se para) ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?
Voy a empuñar el látigo…
Luz Marina: (Casi sentada junto al sofá
prosigue dando zapatazos) ¡Mátala!
¡Van a acabar con nosotros!
(Suspirando
hondo y desalentada) Esa
cochina cucaracha sabe mucho…
CuADRO SEGunDO
Escena Primera
Dos años más tarde: 1956. La misma casa.
El mismo decorado. Al descorrerse el
telón aparece Ángel
esperando que Radio Reloj diga la hora.
Se escuchará una mención comercial e
inmediatamente la hora,
Ángel apaga el radio.
Ángel: (Hablando solo) ¡Las cinco menos
cuarto ya! Y Miranda sin llegar ¡Claro,
ahora no le
interesa tanto! Desde que el nieto se
colocó con mil pesos por mes, lo del
Marquesado de Veguitas
puede dormir el sueño eterno. (Pausa)
Por supuesto, yo estoy por adelantado en
el sueño eterno.
(Pausa) Pero el nevero me asegura que ese
oculista podrá darme un rayito de luz.
(Pausa) Esta casa
es un relajo. Hasta el día que me decida a
empuñar el látigo. (Pausa) ¡Diez pesos!
Diez pesos para
decirme que siga con las gotas… (Pausa)
Y la Luz Marina campeando por su
respeto. Ta, ta, ta,
taratatá, tatá… (Pausa) Con cincuenta
pesos yo paro esta casa. Sí, con cincuenta.
Lo que pasa es
que quieren lujo. (Pausa) Guanabacoa la
bella con su muralla de guano… (Pausa)
En Guanabacoa
vivíamos con cincuenta y sobraba…
(Pausa) Estas son las santas horas que no
me han puesto la gota.
(Gritando)
¡Luz Marina! (Vuelve la cabeza en
dirección al cuarto) Debe haber cogido
calle. Se pasa el día en
la calle. Y la otra, en el baño. (Pausa)
Cuando tenga el rayito de luz van a ver lo
que es candela.
¡Candela viva! (Pausa. Se pone a
canturrear) Calanchina purritina macorina
finitina… (Pausa) No me
queda más remedio que empuñar…
(Se escucha desde el cuarto a Ana que
grita) Ángel, ¿no vas a oír el rosario?
Ángel: ¿Quién habla?
Ana: (Siempre desde el cuarto) Que si no
vas a oír el rosario. Van a dar las cinco.
Ángel: (Levantándose) Ya voy. (Empieza a
caminar) El rosario y el sudario…
Luz Marina: (Entrando) ¡Qué calor!
(Pausa) Papá, ten cuidado con la
mesa.
Ángel: (Deteniéndose) Como lo pensé…
Estabas en la calle.
Luz Marina: En la calle. ¿Ya mamá se
bañó?
Ángel: (Llegando a la puerta del cuarto)
¿Puedes llevarme mañana a la
Liga contra la Ceguera?
Luz Marina: ¿Es mañana o el viernes?
Ángel: (A punto de entrar en el cuarto)
Déjate de hacerte la boba. No es el
viernes, es mañana, jueves. (Entra).
Luz Marina: Entendido. (Pausa) A
la Liga
con las ligas puestas. Los
generales que digan con las botas puestas.
Pero yo digo: con las ligas.
(Se sientan en una silla y se mira las
medias) ¡Ya me lo suponía! Se fue un
hilo. Y con lo cara que me costó…
Entra a la sala el marido de Luz Marina,
vestido de guagüero. Luz
Marina está con la vista baja mirando sus
medias.
Pepe: (Desde la puerta) ¿Qué te pasa,
mami?
Luz Marina: (Dando un salto) ¡Eh, ¿tú
aquí a esta hora? ¿No trabajaste
hoy?
Pepe: (Se acerca y la besa) Tengo la
guagua parada en la esquina. ¡Rápido!
¿Me conseguiste eso?
Luz Marina: No lo tienen hasta mañana.
Ese relojero es la misma muerte…
Pepe: (La vuelve a besar) Mami, procura
estar lista para las ocho. Quiero
coger buen puesto en el stadium (Sale).
Luz Marina: (Se quita la blusa y la saya)
¡Estoy asada! (Se levanta, se apoya
en la silla, se quita un zapato, se para en un
pie y se quita la media; hace
lo mismo con la otra media) Y ahora, ¡a
cocinar! (Coge el periódico que
está sobre la mesa, le pasa la vista, en voz
alta) “Afirma el Ministro de Defensa que
no hay
rebeldes en la Sierra Maestra”. (De nuevo
pone el periódico sobre la mesa) Si el
Ministro afirma
que no hay rebeldes, seguro seguro que
hay rebeldes. (Pausa) Y pensar que el
mulato de mierda sigue
pegado al jamón. (Pausa) Es por él que
hoy no tengo un puesto. (Empieza a
caminar hacia la cocina)
¡Y las bombas! Lo bueno que tiene esto es
lo malo que está poniendo. (Entra en la
cocina. Gri-
tando) ¡Mamá! ¿Compraste el arroz?
Ana: (Asomada desde su cuarto) No lo han
traído.
Luz Marina: Ni te ocupes… Comeremos
papas. Papas, bisté y sopa.
(Pausa) Oye, ¿hay que llevarlo mañana a la
Liga?
Ana: (Caminando hacia la sala)
Mañana le
toca. Ya sabes que lleva la
cuenta. Además, lo encuentro muy
excitado.
Luz Marina: Pero, mamá: ¿te das cuenta lo
que significa levantarse a las
seis, coger esa guagua, hacer transferencia
y encima de eso estar cua-
tro horas esperando el turno? (Pausa) ¿Y
para qué? Para que el oculista
le diga que vuelva dentro de dos meses,
que pronto se podrá operar, y
mientras le está hablando me enseña a mí
la hoja clínica donde dice
“Mentira Piadosa, Caso incurable,
Glaucoma”.
Ana: (Se sienta en el sillón) Sería peor no
llevarlo. Ya sé que es un sacrificio,
pero piensa en el infierno que él vive y en
el que me hace vivir. (Pausa)
¿Van esta noche a la pelota?
Luz Marina: Sí, mamá, vamos a la pelota.
(Camina hacia el cuarto) Pero
no te preocupes, de todos modos me
levantaré a las seis. (Entra)
Oscar: (Entrando) ¿No vino nadie a
buscarme?
Ana: No.
Oscar: ¿Y Luz Marina?
Ana: En su cuarto. (Pausa) Oscar, ¿tienes
algo que hacer mañana?
Oscar: ¿Por qué?
Ana: Para que me lleves a tu padre a la
Liga. Luz Marina…
Luz Marina: (Saliendo del cuarto) Luz
Marina, nada… Ya te he dicho que yo
llevaré a papá a la Liga.
(Pausa) Deja que Oscar duerma la mañana.
(Pausa, a Oscar) ¿Te dieron por fin las
traducciones?
Oscar: (Dejándose caer en una silla) Uno
sube cuatro pisos, cuando llega arriba sale
una mujer y
sin dejarle abrir la boca le dices que tú no
buscas al señor Pérez, que solo quieres
saber si
dejaron un encargo.
¿Un encargo? dice la idiota. Aquí no dejan
encargos. Unos papeles digo yo. Ah, unos
papeles… repite
ella. Déjeme ver… Y registra en un
archivo. Pero registra tanto que la cabeza
desaparece entre los
papeles. Por fin saca la cabeza y dice:
¿Usted no es el señor que tra- baja en la
Notaría del
doctor Medina? No, le digo, armándome
de paciencia, no trabajo en la Notaría del
doctor Medina.
¡Ah, yo creía! responde ella. ¿Y en dónde
trabaja usted? No le contesto y salgo de
nuevo al
pasillo. ¡Un momento! Dice ella, ¿usted
busca al americano? Sí, le digo, al
americano. Es al fondo,
me dice ella. (Pausa) Bueno, querida, para
qué seguir… Encontré al americano pero
me dijo que por
el momento no tiene traducciones que
darme.
Luz Marina: Aquí las cosas están de que ni
dan ni dicen dónde hay… Nunca debiste
moverte de Buenos
Aires. (Pausa) Bueno, vamos a pelar las
papitas… (Se mete en la cocina)
Enrique: (Entrando) ¿Qué dice la familia?
Luz Marina: (Desde la cocina) La Sagrada
Familia… (Ríe)
Enrique: (Besando a Ana) ¿Cómo estás
vieja? ¿Y papá?
Ana: De mal en peor… (Pausa) A
propósito: ¿podrías llevarlo mañana a
la Liga?
Luz Marina: (Saliendo de la cocina) Pero,
¡mamá! Ya te he dicho y redi-
cho que lo llevaré yo. Tal parece que
quieres demostrar que me no
importa que papá reviente.
Enrique: ¡Calma, pueblo, calma! (A Luz
Marina) No te quedarás con las
ganas… Sí, porque tienes unas ganas locas
de darte un paseíto hasta
la Liga…
Luz Marina: (Lo interrumpe) Mira,
Enrique: yo, con ganas o sin ellas, lo
llevo… Pero tú…
complicaciones por aquí, compromisos
por allá… que si María se lastimó el
brazo, que si el
presidente de la Compañía…
Oscar: (A Enrique) ¿Dónde trabajas
ahora?
Enrique: (Con aire de suficiencia)
Después que Batista me dejó en la calle
y sin llavín, me coloqué en la Hudson
Machinery Limited.
Oscar: ¿Con automóvil?
Enrique: ¡Por supuesto! Y de paquete.
(Pausa) No puedo quejarme.
Luz Marina: Y por supuesto, siempre con
mala memoria.
Enrique: ¿Qué estás insinuando?
Luz Marina: ¿Insinuar…? No, querido, no
insinúo, hablo claro: prome-
tes tanto para la casa y todo se queda en
agua de borrajas.
Enrique: Luz Marina, por favor… eres
inmutable como las pirámides,
no veo el momento de verte poner otro
tema sobre el tapete. (Pausa)
Ayudo en lo que puedo; yo tengo…
Luz Marina: …Yo tengo familia, María se
partió la pata y el niño está
con diarrea… Sí, sí, nos sabemos la
canción de memoria.
Enrique: Me quitas el gusto de la visita.
Cada vez que vengo a esta casa
es para escuchar tus eternos reproches.
(Pausa) ¿No te casaste? ¿Y
bien casada? Pues que tu marido te
mantenga.
Luz Marina: (Furiosa) Mi marido
me
mantiene, pero mi marido no
tiene por qué mantener a los viejos…
Enrique: …Ni a este (Señala a Oscar)
Oscar: Bueno, apenas si he llegado… Mis
gastos no alcanzan todavía a
un peso.
Enrique: Pues mira; ve pensando… Aquí
la cosa está de yuca y ñame…
(Pausa) Pero, se me olvidaba… eres
poeta… puedes vivir del aire.
Oscar: No he hecho otra cosa en mi vida.
Si supieras… Hasta el más
tonto es a veces profundo. ¿No es un
milagro vivir del aire? Cuando
dices burlonamente que yo vivo del aire,
no haces si no expresar una verdad que
está sumida en la
apariencia.
Enrique: ¡Uf! ¡Qué filosófico! (Pausa)
Pero, los pesos… ¿Dónde están los pesos,
Oscarito?
Oscar: Bueno, los pesos los tienen los
ricos. Y nuestra misión es sacárselos.
(Pausa) Además…
Enrique: Pero, ¿sacárselos como sea?
Oscar: Para vivir del aire no hay que
capitalizar, basta con unos pesitos
bobos…
Enrique: Pues sin pesos…
Luz Marina: (Lo interrumpe) En vista de
la falta de vista, ponte con diez
pesos para los análisis de papá.
Ana: (A Enrique) Sí, Enrique; el colesterol
le ha subido a tu padre.
Enrique: Mamá, la semana pasada pagué la
luz. María…
Luz Marina: Chico, no empieces con
María… (Extiende la mano) Dame
los diez pesos.
Enrique: No empieces con tus chantajes.
Ana: Luz Marina, ¿no ibas a pelar las
papas?
Luz Marina: Sí, mamá, las papas, una por
una… (Pausa) Por pelar, no te
preocupes… ¡Lástima que no podamos
“pelar” a uno de esos ricachos!
Oscar: Luz Marina, ¿sigues apuntando?
Luz Marina: ¡Cómo no, querido!
Apuntando con el dedo… Apuntando
en el vacío. (Entra en la cocina. Llaman a
la puerta).
Oscar: (Abre la puerta quitando el
ganchito) ¿Qué desea?
Voz de hombre: (Desde afuera) La cuenta
de los muebles.
Luz Marina: (Desde la cocina) Dile que
vuelva el sábado.
Voz: (Desde afuera) Son tres recibos
pendientes.
Luz Marina: (Desde la cocina) ¡Ya lo sé!
Que vuelva el sábado.
Voz: (Desde afuera) Si no pagan hoy,
vendrán a llevarse los muebles.
Luz Marina: (Saliendo de la
cocina) ¿Qué
dice…? ¿Llevarse qué? He
pagado más de la mitad.
Cobrador: (Entrando) Señorita, el
contrato…
Luz Marina: Qué contrato ni qué niño
muerto… El sábado pagaré dos
recibos…
Ana: (Al cobrador) Señor, mi hija ha
pagado más de la mitad.
Cobrador: Yo me atengo, señora, a las
órdenes de la casa. Si no pagan
hoy presentaremos la demanda.
Enrique: Por eso no compro nada a plazos.
Luz Marina: (Hecha una furia) ¡Claro!
Cuando se tienen los pesos en la
bolsa, todo se compra al contado. (Pausa)
Pero yo, Luz Marina Roma-
guera, muerta de hambre a perpetuidad, me
veo obligada a comprar
a plazos. ¿Qué quieres? ¿Que me acueste
en una colombina?
Enrique: Más vale una colombina propia
que…
Luz Marina: (Lo interrumpe) Sí, y más
vale el Capitolio que esta inmun-
dicia. ¡Claro, claro, es muy bonito estar
fuera del agua! (Pausa) Pero,
viejo, yo estoy en la realidad: como sea y
donde sea…
Enrique: ¡Qué lenguaje!
Luz Marina: El que esta cochina vida me
impone. (Al cobrador) Vuelva
el sábado.
Cobrador: ¿No puede pagar uno ahora?
Luz Marina: (Arrebatando el recibo al
cobrador y blandiéndolo ante Enri-
que) ¡Toma, bobo, toma! ¡Págalo
tú, con
tus pesitos! ¡Anda, bobo:
nada más que diez pesos. (Le mete el
recibo en el bolsillo) ¿Qué son diez
pesos para ti? ¡Paga, paga, paga! (Empieza
a retorcerse de risa).
Enrique: (Dando el recibo al cobrador) No
te hagas la graciosa. Tus deu-
das no son las mías. (Al cobrador) No
tengo nada que ver en este
asunto.
Oscar: (Al cobrador) Mire, el dueño de la
mueblería hace rato que cobró
los muebles…
Cobrador: (Lo interrumpe) ¿Usted va a
pagar los recibos?
Enrique: (Riendo) Te quiere decir que no
te metas… (Al cobrador. Seña-
lando a Oscar) Este, menos que nadie.
Oscar: Por descontado. (A Luz Marina)
No te alarmes… El dueño ladra, pero no
muerde.
Cobrador: (Riendo) Bueno, caballeros: el
dueño tampoco quiere que lo muerdan…
Luz Marina: (Riendo) Viejo, no te pongas
pesado. Dile cualquier cosa.
Dile que estoy en el campo.
Cobrador: (Guardando los recibos)
Bueno, volveré el sábado. Pero pague
los dos recibos. Buenas tardes (Se va).
Luz Marina: (Respirando) Pasó el ciclón
sin mayores daños. (A Enrique)
Siempre tienes que dar la nota. (Pausa) Y
no te olvides de los diez
pesos para los análisis.
Enrique: (Sacando el dinero) Mamá, acá
está el dinero, pero te advierto
que es la última vez.
Ana: Ya sé, hijito, ya sé…
Luz Marina: No sabes nada y no tienes por
qué darle la coba. Es su obli-
gación.
Enrique: (Caminando hacia la puerta) Y la
tuya. (Sale)
Luz Marina: (Volviendo a la cocina)
Menos mal. (Entra en la cocina, can-
tando) Como quiera que te pongas…
Oscar: (Dejándose caer en el sillón, oculta
la cara entre las manos) …Tienes
que llorar,… tienes que llorar.
Ana: (Caminando hacia su cuarto) Todos
ustedes se ahogan en un vaso
de agua. (Pausa) Nunca llegaré a saber si
les faltó cabeza o corazón.
(Entra).
Oscar: (Levantando la cabeza al mismo
tiempo que pasa la mano por la
misma) …Cabeza… corazón. (Se toca el
corazón. Pausa) ¡Pobre mamá!
¡Pobre Oscar!
Luz Marina: (Sale de la cocina) ¡Y pobre
Luz Marina!
Oscar: La conclusión es esta: somos unos
pobretes. (Ríe forzado).
Luz Marina: ¿Por qué no pruebas…?
Oscar: (La interrumpe) Probar… ¿qué?
Luz Marina: No sé… por ejemplo, dar
clases particulares.
Oscar: Algo tendré que hacer. (Pausa) ¿Me
faltó cabeza o corazón? ¿O
las dos cosas? (Pausa) bueno, a los
cuarenta años no se puede recapi-
tular. Se va en picada.
Luz Marina: ¿No has escrito nada nuevo?
Oscar: (Con afectación burlona) ¡Oh,
tesoros, tesoros del arte! Inagotable
mina, negro carbón del que saldrá un
diamante. (Pausa) Eso nunca
faltará. Siempre comeremos letras. ¡Sus, al
abordaje! (Pausa, a Luz
Marina) Luz Marina, te contaré mi nueva
producción. Se titula Los
Filántropos.
Oscar: (Poniéndole la mano en el hombro)
No te adelantes a los aconteci-
mientos. (Pausa) En dos palabras: mi
filántropo regala un millón de
pesos a la persona que logre escribir un
millón de veces la frase “Yo
quiero un millón de pesos”.
Luz Marina: ¿Y qué? ¿Eso es todo? Pues
querido, a tu filántropo se le
van a esfumar sus millones.
Oscar: ¿Y el tiempo? ¿No has pensado,
Luz Marina, en el tiempo?
Luz Marina: ¿El tiempo? No entiendo.
Oscar: (La toma por el brazo, la sienta ante
la mesa, busca un lápiz, un pedazo
de papel) Imagínate por un momento que
yo soy el Filántropo…
Luz Marina: (Riendo) Tú, el Filántropo…
es como para matarse de la
risa.
Oscar: No importa; es tan solo un
ejemplo. (Pausa) Entonces, yo soy el
Filántropo y tú eres la que solicita un
préstamo…
Luz Marina: Pero nunca pediría un
millón…
Oscar: Por supuesto. Ninguna rata de
cloaca como nosotros pediría un
millón. Se piden —y temblando— unos
pocos pesos. (Pausa) Quedas
deslumbrada. Aceptas. (Pausa).
Luz Marina: (Poniéndose en actitud de
recibir un dictado) Acepto.
Oscar: (Frotándose las manos)
¡Magnífico! (Pausa) ¿Estas lista?
Luz Marina: Lista.
Oscar: (Dictando) Oscar, yo quiero un
millón…
Luz Marina: (Terminando de copiar la
frase) ¡Ya está!
Oscar: (Caminando hacia la puerta) Sí,
pero te falta copiarla novecientas
noventa y nueve veces más. (Pausa, ya en
la puerta y mientras quita el
ganchito) Entretanto, voy a la bodega a
buscar cigarros. (Sale riendo a
carcajadas).
Luz Marina se queda espantada con la
vista clavada en el papel y el lápiz en alto.
Cortina muy
lenta.
CUADRO TERCERO
Escena Primera
Dos años más tarde: 1958. La misma casa,
el mismo decorado. Al descorrerse el telón
aparece la
familia dispuesta a fotografiarse. El grupo
es como sigue: Ana y Ángel, sentados en
los dos sillones y de espaldas al librero.
Están con las
manos entrelazadas. Sentada en el suelo, la
hija de Enrique, de quince años. Detrás del
sillón y de
pie: Luz Marina y Pepe; Enrique y María;
Oscar y Luis. Celebran los cincuenta años
de casados de
Ana y Ángel. Frente al grupo, el fotógrafo,
listo para tomar la foto. Pausa larga.
Enrique: (Inclinándose a su vez para
acercar su boca al oído de Ángel) Papá,
que el fotógrafo
quiere que nos unamos más.
Ángel: Eso es, únanse.
Luis: (Con voz atronadora propia de los
sordos) Caballeros, ¿qué pasa?
Oscar: (Volviendo la cabeza hacia Luis y
pronunciando las palabras una a
una y separando las sílabas de las mismas)
Que Luz Ma-ri-na le pre-
gun-ta-ba a ma-má…
Luis: ¿Cómo?
Fotógrafo: Hagan el favor, no se muevan.
Péguense más.
Enrique: (A Ana) Vieja, quién te lo iba a
decir… cincuenta años de
casada.
Ángel: ¿Quién habló?
Luz Marina: Enrique, papá. Cincuenta
años de casados.
Ángel: La noche que nos casamos… (A
Ana) ¿Te acuerdas, Ana?
Ana: (Con voz apenas perceptible) Me
acuerdo… (A Luz Marina) ¡Pronto,
dame las gotas…
Luz Marina: (Sale del grupo y va hacia el
cuarto) Enseguida mamá.
Enrique: Apuren esto. Mamá no se siente
bien.
Fotógrafo: Señor, no es culpa mía. La foto
es cuestión de un segundo, pero si ustedes
no se
agrupan…
Luz Marina: (Volviendo con las gotas en
un vaso con agua, se lo pone a Ana
en las manos) Yo no soy fotogénica.
Luis: (Con voz atronadora) Caballeros,
¿qué pasa?
Luz Marina: (Volviendo a incorporarse al
grupo) En cambio, Pepe retrata
muy bien.
Pepe: (A Luz Marina) Mami, ¿nosotros
llegaremos a las Bodas de Oro?
Luz Marina: ¡Ni pensarlo! Eso ya no se
usa…
Enrique: ¡Luz Marina!
Luis: (Con voz atronadora) ¿Cuándo van a
tomar la foto? La vieja no se
siente nada bien.
Fotógrafo: La culpa no es mía. (Pausa) ¡A
ver! Vuélvanse a pegar.
Oscar: ¿Pegarnos? ¿Con qué?
Enrique: Déjate de chistecitos. (Pausa)
¡Vamos! (Al fotógrafo) Cuando
quiera.
Ángel: (A Ana) ¿Te acuerdas del perrito?
Ana: (Siempre con voz débil) ¿Qué
perrito?
Ángel: El perrito que nos regaló el
director de tu escuela.
Ana: (Con más vivacidad) ¡Ah!, ya me
acuerdo: Sultán…
Ángel: Pero le decíamos Sultancito…
María: (A Luz Marina) Hija, a mí los
perros no me gustan. Hacen la gra-
cia donde quiera.
Pepe: (A María) ¿Qué animal le gusta?
María: Los conejos.
Fotógrafo: ¿Listos?
Oscar: (Al fotógrafo) Cuando quiera. (Al
grupo) Silencio.
Luz Marina: Viejo, la voz no sale en la
foto.
Oscar: Pero sale la boca torcida.
Ángel: ¿Qué dijo?
Luz Marina: Nada.
Ángel: Nada y nada… ¡Mosquita muerta!
Luis: (Con voz atronadora) La
vieja se va
a desmayar. (Al fotógrafo)
¡Dale ya!
Fotógrafo: ¡Atención!
Ángel: ¿Quién habló?
Luz Marina: Papá, el fotógrafo.
Fotógrafo: ¿Listos? (Toma la foto)
Pueden disolverse.
Luz Marina: (Acercándose a la hija de
Enrique, la besa) Has sido la única
que no dijo esta boca es mía.
Enrique: (A Ana) Bueno, vieja,
estás
inmortalizada. (Pausa) ¿Te llevo
para tu cama?
Ana: (Sonriendo) Inmortalizada. (Mueve
la cabeza, pausa) Llévame.
Enrique: (La carga) Papá, aquí te llevo la
novia.
Ángel: ¿Qué?
Enrique: Tu novia, la vieja. ¿Vienes
también para el cuarto?
Ángel: ¿Y la sidra?
Luz Marina: ¡Verdad! La sidra. Se me
olvidaba. (A María) Ayúdame.
(Las dos van hacia la cocina).
Enrique: (Caminando hacia el cuarto con
Ana en brazos) Oscar, lleva a papá.
Oscar: ¿Cargado? (A Ángel) Papá, ¿vienes
para el cuarto?
Ángel: (Levantándose) Sí, pero que me
traigan la sidra.
Todos siguen a Enrique y entran en el
cuarto. Pausa larga. Se escuchan
murmullos de conversación y
frases sueltas.
Enrique: (Desde el cuarto, en voz alta)
Luz Marina: ¡Ya voy! Estoy descorchando.
(Se escucha el descorchar de una
botella) Cincuenta años. ¿De qué?, Dios
mío, ¿cincuenta años de qué?
La escena se va apagando lentamente.
Siete días más tarde. Al descorrerse el
telón están en escena Ángel y Luis.
Ángel, sentado en su sillón; Luis, en la
mesa. Luz Marina
está en la cocina, Laura en el cuarto con
Ana. Ángel y Luis
permanecen mudos durante una pausa
larga en que se
escucharán fragmentos de frases que
provienen tanto de la
cocina como del cuarto. Son las tres de la
tarde de un día del
mes de julio.
Ángel: ¡Luz Marina!
Luz Marina: (Desde la puerta de la cocina)
Sí, papá…
Ángel: ¡Luz Marina!
Luz Marina: (Se acerca a Ángel, lo toca)
aquí estoy, papá. ¿Querías algo?
Ángel: ¿Qué haces?
Luz Marina: Un té para mamá.
Ángel: ¿Y Enrique?
Luz Marina: Vuelve enseguida. Fue a
buscar su ventilador.
Ángel: ¿El ventilador?
Luz Marina: Sí papá, el ventilador; para
refrescar el cuarto de mamá.
(Pausa) Hace un calor espantoso.
Luis: (A Luz Marina) ¿Qué pasa?
Luz Marina: (Articulando) El ven-ti-la-
dor…
Luis: Ah… (Pausa) ¿Se lo han dicho al
viejo?
Luz Marina: (Haciendo señas a Luis) No.
Ángel: Ese que habló, ¿es Luis?
Luz Marina: Sí, papá.
Luis: (A Luz Marina) ¿Qué ha dicho el
médico?
Luz Marina: (Dando la espalda a Ángel)
Muy mal. (Entra de nuevo en la cocina).
Ángel: Luis… (Pausa, hablando solo)
Claro, él no oye, yo no veo… Como si no
existiéramos. (Pausa)
¡Luz Marina!
Luz Marina: (Sacando medio cuerpo desde
la cocina) Sí, papá…
Ángel: Dile a tu hermano que le estoy
hablando.
Luz Marina: (Saliendo de la cocina con
una taza en la mano) Ahora mismo.
(Sigue caminando hacia el cuarto de Ana).
Luis: (Se asoma a la puerta) ¡Cómo se
demora Enrique! Y la vieja: aho-
gándose.
Ángel: ¿Eres tú, Luis? (Pausa) ¡Siempre se
me olvida! Sordos y ciegos…
Luz Marina: (Entrando de nuevo y tocando
a Luis en el hombro) Papá, (le
señala a Ángel) quiere decirte algo.
Luis: Papá… ¿Qué?
Luz Marina: Papá, quie-re de-cir-te al-go.
Luis: Ya entiendo. (Mirando a Ángel) ¿No
se lo van a decir?
Luz Marina: En-ri-que… ¿me en-tien-des?
En-ri-que no quie-re.
Luis: ¿No quiere?
Luz Marina: No.
Luis: Yo opino que deben decírselo. Si la
vieja se muere…
Luz Marina: ¡Cállate!
Ángel: Luis…
Luz Marina: (Empujando a Luis hacia
Ángel) Te llama… Papá te llama.
Luis: (Tocando a Ángel en el hombro)
Papá, soy yo, Luis. ¿Qué quieres?
Ángel: (Tratando de articular) ¿Cuándo
vuelves para Nueva York?
Luis: (Mirando a Luz Marina) ¿Qué dice
de Nueva York?
Luz Marina: (Haciendo señas de algo que
está lejos) ¿Que cuán-do te vas a
Nue-va York?
Luis: Ah… (A Ángel) Papá, tan pronto la
vieja se mejore.
Ángel: ¿Tú crees que se levante?
Luis: (Mirando a Luz Marina) ¿La vieja?
Luz Marina: (Articulando) La vie-ja… se
pon-ga bien…
Luis: (A Ángel) Sí, papá: la vieja se pondrá
bien muy pronto.
Ángel: (Dando un golpe en el brazo del
sillón) Es lo que yo digo: no se puede
conversar con un sordo.
Luis: (Que lo ha estado mirando
atentamente. A Luz Marina) ¿Qué dijo?
Luz Marina: Que está cansado. Can-sa-do.
Luis: (Sonriendo) Ah… Cansado…
Enrique: (Dejando el ventilador sobre el
sofá) ¿Está peor? (Coge de nuevo
el ventilador y se dirige al cuarto de Ana,
seguido por Luz Marina y por
Luis).
Laura: (Va hacia el comedor en el
momento que Luz Marina, Enrique y Luis
van hacia el cuarto. Se acerca a Ángel)
¿Cómo se siente, viejo? (Pausa)
¿Quiere un poquito de café?
Ángel: ¿Es Laura?
Laura: Sí, Laura… ¿Cómo se siente?
Ángel: Anoche no dormí bien. (Pausa)
¿Ana sigue mejor?
Laura: Mejorcita. (Pausa) ¿Quiere tomar
café?
Ángel: Bueno, un poquito.
Luis: (Entrando de nuevo a la
sala. A
Laura) Laura, hay que inyectar a
mamá.
Laura: (Caminando hacia el cuarto)
Enseguida.
Ángel: (Le levanta) Laura…
Luis: (Lo toma por los hombros) Papá…
Ángel: ¿Quién habla?
Luis: (Sin entender lo que Ángel ha dicho
trata de sentar de nuevo a Ángel en
el sillón) Siéntate.
Ángel: (Refunfuñando) ¿Es Luis?
Luis: (Sin entender) Papá…
Ángel: (Hablando por su parte) Esta casa
es un relajo. Cada uno por su
lado… Voy a empuñar el látigo.
Luis: Papá, la vieja…
Ángel: (Haciendo señas con las manos
como se acostumbra para entenderse con
los sordos y abriendo y
cerrando la boca) Ana, Ana, Ana…
Luis: (Por su parte) La vieja está muy
grave.
Ángel: (Con las mismas señas) Ma-má…
Ma-má…
Luis: (Gritando) Sí, mamá está muy grave.
Ángel: ¿Gra-ve? ¿Gra-ve?
Oscar: (Quitando el ganchito, entra)
¿Cómo sigue la vieja?
Ángel: (Furioso) Me están buscando y me
van a encontrar… No se puede
convivir con un sordo.
Oscar: (Acercándose al sillón) Vamos,
papá… Luis no tiene la culpa de
haberse quedado sordo.
Ángel: (Más furioso) ¿Quién me está
hablando?
Oscar: Yo, Oscar.
Luis: (A Oscar) Dile que mamá está muy
grave.
Oscar: (A Ángel) Papá…
Ángel: No quiero hablar. Déjenme
tranquilo. (Sube las piernas en el sillón,
mete la cabeza entre los brazos)
Luis: ¿Qué le pasa?
Oscar: (Moviendo la cabeza) Bra-vo…
Bra-vo…
Luis: Ah…
Enrique: (Volviendo del cuarto) ¿Qué le
pasa al viejo?
Oscar: Está enfurruñado. Ya sabes que no
le gusta hablar con Luis. No
lo entiende.
Luis: (Tocando a Enrique) Dile al viejo
que mamá está muy grave.
Enrique: (Con aire autoritario) No.
Luis: ¿No? ¿Y por qué? Papá es el jefe de
la familia.
Enrique: (Cambiando la conversación. A
Oscar) ¿Trajiste el ventilador?
Luis: (A Enrique) ¿Cómo encuentras a la
vieja?
Enrique: (Articulando pero en tono bajo)
Muy mal… De muerte…
Luis: ¿De muerte? (Pausa) ¿Le pondrán
más suero?
Enrique: No lo ab-sor-be…
Luis: Ab… Ab…
Enrique: Ab-sor-be… (Señala su brazo,
pasa el dedo por las venas del ante-
brazo) Ab-sor-be…
Luis: Ya, ya, ya… ¡Pobre vieja!
Luz Marina: (Entrando de nuevo a la sala)
Estoy muy agitada. (Pausa)
Hace tres noches que no duermo.
Enrique: No empieces con tus
lamentaciones. Tampoco yo he dormido
y trabajé toda la mañana.
Luz Marina: Pero la mecha la llevo yo.
Como siempre. (Pausa, a Ángel)
Papá, ven para mi cuarto.
Ángel: ¿Es Luz Marina?
Luz Marina: (Haciendo que se levante) Sí,
papá; ven para mi cuarto. (Lo
levanta y empieza a caminar hacia su
cuarto con Ángel) Mamá está
mejor; puedes descansar un rato. (Entran
en el cuarto).
Enrique: Esta es capaz de decirle a la vieja
que hace tres días que no
duerme.
Oscar: (Entrando de nuevo a la sala) Yo la
encuentro muy mal. Casi no me
reconoció.
Enrique: Ya sabes que el médico
dijo que
no pasará de esta noche.
(Pausa) Ahora voy al cementerio para lo
de la bóveda.
Oscar: (Muy excitado) ¡No, Enrique!
Todavía mamá no está muerta. No
la entierres antes de tiempo. No es la
primera gravedad que mamá
rebasa. Nosotros no somos precisamente
los sepultureros.
Enrique: Déjate de sentimentalismos
gratuitos. ¡Claro! Tú vives en las
nubes… Pero yo, yo tengo que soplarme y
resolver los asuntos de esta
casa. Los asuntos desagradables de esta
casa…
Luis: (Muy nervioso, hablando
muy alto)
Pero, ¿qué pasa? ¿Se agravó la
vieja?
Luz Marina: (Volviendo a la sala) ¡Ya te
oí! ¡Ya te oí!… Ya pusiste sobre el
tapete lo de la bóveda. (Pausa) Mamá está
allí, respirando todavía, y
ya quieres lanzarte a meterla en la bóveda.
Enrique: ¡No comas tanta m… Ustedes
dos flotan, pero yo estoy con los pies en la
tierra. Además,
aquí los pesos los pongo yo.
Luis: (Hablándole muy alto a Luz Marina)
Explícame.
Luz Marina: (Articulando) En-ri-que…
¿Me en-tien-des? En-ri-que…
Enrique: (A Luis) Mira, Luis, hay que
ocuparse del entierro.
Luis: ¿Entierro? (A Luz Marina) ¿De la
vieja?
Luz Marina: ¿Tú estás de acuerdo?
(Hablando consigo misma) Siempre
me olvido de la sordera.
Luis: (Dando un puñetazo) ¡Carajo!
¿Acabarán de decirme qué pasa?
María: (Entrando, saluda) ¿Cómo sigue
Ana?
Enrique: (A María) ¿Preguntaste a tu tía lo
de la bóveda?
María: Dice que hace dos meses sacaron a
Chela, pero que todavía está
Pancho…
Luis: (Hablando con Luz Marina)
¡Acaba
de explicarme! (Va al librero,
coge un pedazo de papel y un lápiz y se lo
da a Luz Marina) Escríbelo.
Enrique: (A María) ¿Entonces, no hay
espacio la vieja?
María: Sí, pero de paso podrían sacar a
Pancho.
Enrique: ¿Y Pancho tiene ya los dos años?
María: Va para tres.
Luz Marina: (A Enrique, a María) ¿Van a
callarse de una vez por todas?
Si tienen alma de enterradores, métanse en
el inodoro y hagan allí la
fiesta.
Oscar: ¡Eso es! Métanse en el inodoro.
Enrique: Déjense de faltar el respeto a mi
mujer.
Luz Marina: (Estallando) ¡El respeto! ¿Y
qué me dices del respeto ante esa
que agoniza en el cuarto? Mucho respeto
pero pretenden enterrarla
en vida…
Pepe: (Quita el ganchito. Entra) ¿Qué
pasa, mami?
Luz Marina: No pasa nada y pasa todo…
Enrique: (A Pepe) Mira, Pepe, yo he
decidido…
Luz Marina: (Lo interrumpe) Yo he
decidido… Yo ordeno… Yo mando… Y
nosotros, ¿estamos pintados en
la pared?
Enrique: Bueno, bueno, querida, no te
excites… ¿Tú quieres cargar con el
muerto?
Oscar: (A Luz Marina) Déjalo, Luz
Marina. Después de todo, Enrique es el
dueño de la bóveda.
Nosotros no tenemos bóveda.
Luz Marina: No tendré bóveda, pero tengo
sentimientos. Y vergüenza.
Enrique: ¡Un momento! Tengo más
vergüenza que tú. Lo que pasa…
Será mejor que me calle…
Luz Marina: ¡Pero no, querido! ¡Habla!
Dilo todo de una vez. (Pausa) Y
ya que hablamos de bóvedas, de entierros y
de gusanos, te refrescaré
la memoria: mamá quiere que la velen
aquí.
Enrique: No puede ser.
Luis: (A Pepe) No entiendo nada.
(Le
pone en las manos lápiz y papel)
Escribe. (Pepe se pone a escribir con gran
trabajo).
Luz Marina: Pues será. Soy capaz de
decírselo a la propia mamá.
María: Luz Marina, debes entrar en razón.
Esta casa es muy chica para
velar a nadie.
Luz Marina: ¿Chica? Ni que fuéramos
gente de sociedad… ¿Acaso
ignoras que nadie nos visita?
Enrique: Yo no puedo meter aquí al
presidente de la Compañía.
Pepe: (A todos) No sigan… Luis está muy
excitado. (Le tiende el papel a
Luis).
Luis: (Leyendo en voz alta) Que dice
Enrique que esta casa es muy chi-
quita para velar a tu mamá. (Pausa)
¡Parece mentira que mamá no
pueda tener siquiera ese consuelo!
Enrique: (A Luis articulando) Muy chi-
qui-ta la ca-sa…
Luis: Ya, ya… Pero es la voluntad de la
vieja.
Pepe: (A Enrique) No es que yo me quiera
meter, pero si la vieja…
Luz Marina: (Lo interrumpe) Pepe, es
inútil… Mamá irá a la funeraria.
Enrique: (Furioso) Pero dime, cabeza de
paja: ¿tú crees que con esta roña se puede
recibir aquí?
¿Con esta nevera inmunda? ¿Con este sofá
des- guasado? ¿Con este sillón sin rejilla?
(Toca el
sillón)
Luz Marina: Con este sillón, con esa
nevera y con ese sofá, mamá ha ago-
nizado aquí día por día.
¿Por qué cambiarle ahora el decorado? Si
tú eres muy realista, yo también lo soy
cuando llega el
momento. ¡Vamos! Di algo… ¿Le trajiste
en vida un refrigerador, un sofá tapizado y
un sillón de
cien pesos? Di, ¿lo trajiste?
Laura: (Entrando a la sala. A Enrique)
Enrique, haga el favor: ponga más rápido
el ventilador. ¡Ese
cuarto es un horno!
Enrique: (Caminando hacia el cuarto) No
hables tanta basura.
Laura: ¿Qué pasa?
Luz Marina: Nada, Laura. ¿Sigue mamá
con la fatiga?
Laura: Luz Marina, yo la encuentro muy
mal. (Camina hacia el cuarto)
¡Pobre Ana! (Se escucha ahora el ruido del
ventilador).
Enrique: (Entrando de nuevo a la sala) Y
todo esto en pleno verano. (Pausa)
Menos mal que el ventilador es muy
bueno.
Luz Marina: Claro, tu ventilador. Pero no
olvides que lo has traído cuando
ya no puede prestar ningún servicio. Aquí,
en esta covacha, con este
sofá y con este sillón hemos pasado calor
durante veinte años.
Oscar: Es atroz esto de sacarse trapos
sucios mientras mamá está agoni-
zando. Es como si se los estuviéramos
tirando encima.
Luz Marina: (Llorosa) Tienes razón. Pero
este me saca de mis casillas.
(Pausa) Voy para el cuarto. (Empieza a
caminar, pero se detiene. A Enri-
que) A propósito: te has ocupado de la
bóveda, del velorio y de la
funeraria. Pero, ¿y qué me dices del que se
queda vivo?
Enrique: ¿Qué quieres decir?
Luz Marina: De quien va a ser… ¡De papá!
¿Ya pensaste dónde vivirá
cuando esto se acabe? Porque óyelo bien:
no cuenten conmigo. Des-
pués que a mamá se la lleven, ni un
minuto más en esta cochina casa.
Enrique: Ya resolveremos eso.
Luz Marina: Pues “eso” es
más
importante que lo otro. (Pausa)
De
cualquier modo te digo desde
ahora que no me toque a mí. Además,
económicamente…
Enrique: (La interrumpe) No te preocupes.
Papá no irá al asilo.
Luz Marina: (Excitada) ¿Y quién habla de
asilo? Tú sí lo dejarías parar
en el asilo, pero yo…
Enrique: ¿En qué quedamos? ¿Lo quiere o
no lo quieres? ¿Lo tomas lo
dejas?
Luis: (A Pepe) ¿De qué están hablando?
Pepe: Del vie-jo… del vie-jo…
Luis: ¡Ah!… del viejo.
María: Si el viejo no tiene donde vivir,
nosotros…
Luz Marina: Gracias, querida, ya sabemos
que eres muy caritativa…
Enrique: Respeta a mi mujer. No se ha
metido contigo.
Luz Marina: Empieza tú por respetarme.
Oscar: ¡Por favor! Terminen ya esa
discusión. Parecemos salvajes. ¿Es
que olvidan que la pobre mamá está allí
agonizando? (Pausa) Bueno,
hagan lo que quieran. (Camina hacia el
cuarto).
Se hace un gran silencio. Ahora el ruido
producido por el ventilador llega
distintamente. La luz se
ha ido apagando gradualmente. Luz
Marina empieza a caminar lentamente
hacia el cuarto. María la
sigue. Luis se deja caer en el sillón y
oculta la cara entre las manos. Enrique
llega hasta la
puerta del cuarto. Pepe va hacia la cocina.
Cortina muy lenta.
FIN