Penumbra en el noveno cuarto
Amado del Pino
PERSONAJES
LÁZARO, unos 37 años. En su gestualidad hay mucho de la elegante arrogancia del picher estelar que ahora corre el peligro de desmoronarse.
TATI2, a pesar del desenfado de sus palabras, la actriz debe recordar que brotan en combate con la timidez y la propensión al silencio.
PEPE, en sus contrastes, su contenida violencia marginal y, sobre todo en su carisma, hay algo de teatralidad.
RENATO, al principio forma parte de la penumbra rutinaria de la posada. Después toma cuerpo, pero está claro que se despedirá con ella.
La posada, su canto de cisne se produce tras largos años de deterioro. Siempre fue cómplice del amor por horas y más o menos furtivo. Pero el abandono la fue tornando menos misteriosa; más húmeda y oscura.
El autor no aspira a que la alquimia de la puesta en escena respete con esmero indicaciones que nacieron de la furia o el humor de los personajes. En el diseño de luces debe buscarse un contraste entre lo irreal y lo cotidiano. También el movimiento escénico puede hacer convivir cierto naturalismo en la zona de la posada con un sentido voluntariamente grandilocuente o convencional en la piscina de PEPE. La relación entre los personajes precisa de un tratamiento que subraye el juego y no tome totalmente en serio los vericuetos del argumento.
Cuarto I
Dos hombres enfrentan el tedio en la penumbra de la posada. RENATO saca cuentas, mide botellas, intenta llenar la madrugada. PEPE está quieto, enfrascado en un juego mental que ahora se acerca a su punto culminante; habla solo de forma indescifrable, casi choca con LÁZARO.
LÁZARO.- Me hace falta...
PEPE.- (En su juego.) ¡Quieto!
RENATO.- Estamos cerrados.
LÁZARO.- Ya sé. Aquí traigo...
RENATO.- Diez por arriba. Una pesca o no mojas.
(TATI pregunta algo al oído de LÁZARO. RENATO la observa.)
LÁZARO.- ¿Y las sábanas?
RENATO.- Tengo ron sin bautizar.
PEPE.- (Regresando a medias de su juego.) Totalmente ateo.
(LÁZARO le da el dinero a RENATO. Inmediatamente este le entrega las sábanas.PEPE queda frente a TATI, pero no la mira.)
RENATO.- El cinco, el segundo a la izquierda.
(LÁZARO conduce a TATI. Silencio con gotera.)
PEPE.- De dónde, de dónde...
RENATO.- Tuvo suerte el tipo. Lo que le di, como cadáver, no estaba malo.
PEPE.- No sé de dónde, pero lo conozco.
RENATO.- ¿Les pusiste agua? En el cubo verde hay un poco.
PEPE.- Verdecita, como la cara de los patriotas americanos; verde como la hierba de los jardines por donde la bola se va, se va de jonrón. Las luces a veces son muy blancas; otras, parecen amarillas.
RENATO.- ¡Aterriza! Limpia el siete. Es fácil, los viejos casi no riegan.
PEPE.- Esa cara, esa cara...
RENATO.- (Alejándose.) Cara tienes tú que siempre te recuestas.
PEPE.- No te das cuenta, Renato, que todas las noches es lo mismo.
RENATO.- En todas partes. Los médicos también se cansan de dar recetas o de que los marees con la diarrea de los vejigos o con el corazón de la abuelita.
PEPE.- Esa cara, esa cara...
RENATO.- Si quieres nos ponemos los espejuelos de palo. A lo mejor, sin ropa, te acuerdas del tipo y de paso...
PEPE.- Ella tiene las piernas separaditas...
RENATO.- Le cabe un tren entre las patas.
PEPE.- ¿Entonces?
RENATO.- ¿Te embullas?
PEPE.- Esa cara, esa cara, esa cara...
(La penumbra se instaura en el área de TATI y LÁZARO. PEPE y RENATO quedan en la sombra. En la pareja palpita una mezcla de susto y de ternura.)
TATI.- No me gusta verte triste.
LÁZARO.- Yo me levanto.
TATI.- (Coqueta.) ¿Seguro?
(LÁZARO la abraza casi con furia. La luz viaja lentamente hacia RENATO yPEPE.)
RENATO.- Ni una cara más, mi socio.
PEPE.- ¡Ya sé! Claro, ¡él mismito es! (Como una máquina de recuerdos.) Mejor récord de ganados, velocidad, curva, estilo...
RENATO.- Me estás hablando en chino.
PEPE.- Pero a Lázaro Prado sí tienes que conocerlo, Renato. ¡Hay que ser de otro planeta para no saber quién es ese hombre!
RENATO.- ¿Quién... el mulato que se cree bonitillo? No, pero ese no es.
PEPE.- Es él, y por si acaso, vamos a comprobarlo.
(Ahora la penumbra se generaliza. Se insinúan los cuerpos desnudos de LÁZARO yTATI, que hacen el amor con apetito.)
(En un susurro.) Te lo dije, él mismo es.
RENATO.- ¿Tú conoces a los pichers por las nalgas?
PEPE.- Cállate, compadre. Si se agita va a perder el control en la curva.
RENATO.- Dame un chance, quiero ver lo que hay entre esas piernas separadas.
(Ahora RENATO se pone en la posición del voyeur. Se establece un contraste entre el naturalismo de RENATO y las asociaciones casi poéticas de PEPE.)
Así, duro, por las caderas, que le guste.
PEPE.- Esas manos... Cómo tiraba el tenedor.
RENATO.- No sé si es con el tenedor o con la cuchara, pero tiene loca a la zambita.
PEPE.- Grande...
RENATO.- (Vulgar.) ¿Muy grande?
PEPE.- Elegante, imponente. Es una lástima que ahora...
RENATO.- Ya. Igual que todas. Al final se quedan boca abajo y resoplando como una vaca en tiempo de seca.
PEPE.- Se ve mejor con el uniforme de los Industriales.
RENATO.- No creo que a ella le parezca lo mismo.
PEPE.- No entiendes nada, Renato. Eres un guajiro sin corazón que nunca ha entrado a un estadio encendió a las nueve de la noche. Ni te imaginas la gozadera de sentarse al fresco un domingo por la tarde. Final del noveno, tres y dos...
RENATO.- Y te ponchas y de las gradas te gritan...
LOS DOS A LA VEZ.- ¡Maricón!
(RENATO ríe. PEPE sigue en lo suyo.)
PEPE.- Lo voy a lograr, ya lo verás.
(Sube levemente la luz en el área de LÁZARO y TATI.)
TATI.- Muy rico.
(LÁZARO va a contestar, pero sonríe con una satisfacción plenamente masculina.)
¿Por qué tanto gorrión hace un rato?
LÁZARO.- Me están dando, pero me siento entero.
TATI.- ¿No será preferible...?
LÁZARO.- Tú también con eso. Cuando mejor estaba formaron la payasada de retirarme y, por buscarme cuatro pesos, fui a dar a Japón.
TATI.- A mi cama. Prestados los dos.
LÁZARO.- Pero sabroso, ¿no?
TATI.- Allí no teníamos a nadie. Ahora me siento rara.
LÁZARO.- Esto está todo lo feo que le da la gana.
TATI.- Mirándolo bien, es original.
LÁZARO.- Un socio mío dice que aquí se viene a lo que se viene y a nada más. No hay ni televisión, ni una revista...
TATI.- (Pícara.) Aquí uno viene a venirse.
LÁZARO.- (Como un piropo.) Cochina... Estás mejor que nunca.
TATI.- (En el juego.) Gracias, papi.
(Silencio. Ninguno de los dos se atreve a asomarse a la nostalgia.)
Allá, en el fin del mundo, fuimos marido y mujer divinamente. Nos bañamos juntos, comimos en el mismo plato.
LÁZARO.- ¿Y lo tuyo de aquí?
TATI.- ¿De verdad, te importa? ¿Crees que sea tema para ahora mismo?
(Apagón pleno. Se oyen voces, quejidos, alguien canta. La luz regresa, ahora centrada en PEPE.)
PEPE.- (Monologa.) Tengo que entrarle con algo distinto. Botarle un número raro, una honda extrañísima...
RENATO.- Te toca.
PEPE.- Le voy a tirar por debajo del brazo.
RENATO.- El dos o el uno más uno, a gusto del consumidor.
PEPE.- Un lanzamiento submarino, como los de aquel Furuya.
RENATO.- Todo lo que tú quieras, pero ahora tienes que limpiar la mariposa.
PEPE.- Ayúdame a pensar, so Renato. Me estoy jugando la vida.
RENATO.- Si no le limpias, aunque sea la cara al dos, no nos va a entrar ni un peso.
PEPE.- (En otra de sus obsesiones.) Uno caballo, dos mariposa, tres marinero, cuatro gato, cinco monja...
RENATO.- (Alejándose.) Allá tú con tu condena.
PEPE.- Eso es, Renatillo. Condena, cárcel, cana, tanque, talego, a la sombra, guardao. Le voy a entrar hablándole de aquel amigote de su sobrino que estuvo conmigo en la Canada Dray. ¿Cómo se llamaba?
(La penumbra vuelve al cuarto de LÁZARO y TATI. Debe insinuarse que ahora el sexo estuvo empapado de ternura.)
LÁZARO.- Yo voy a mí, pollito. Todo va a ser como antes.
TATI.- ¿Y no estás cansado?
LÁZARO.- No. Bueno, a veces sí. Hay días que me entran ganas de mandar al diablo los viajes, los hoteles, la seguidilla del entrenamiento...
TATI.- Pero quieres que te sigan conociendo, tomarte una cerveza en la esquina y seguir en el centro.
LÁZARO.- ¿Me estás diciendo «postalita»?
TATI.- Es normal, machote. Hoy me sentí rara en el estadio. No tengo edad para esas gestiones.
LÁZARO.- Las peloteras y las musiqueras no siempre son jovencitas.
TATI.- Yo era más bien carne de salvavidas. Nadábamos hasta una piedra, bien lejos, y me ponía a gritar: «Me ahogo, me ahogo», y si venía uno medio feo... (Sigue el juego.) «Tú no, mi vida, el otro, el de los ojos verdes».
LÁZARO.- Si te agarro a tiempo no hay músico que toque el violín ni nadador que mueva los brazos. (Serio ahora.) No escogiste un día bueno, mi reina. Me sentí tan fuerte como en la Olimpíada, pero las cosas no salieron bien. Es la tercera vez. Me estoy desesperando.
TATI.- Y los del equipo contrario, ¿no será que cuando se paran a batear y miran para alante ya no ven a aquel Lázaro Prado invencible?
LÁZARO.- (Herido.) ¡Qué sabes tú!
TATI.- No, claro, yo no soy picher, ni cargabates, ni siquiera soy...
LÁZARO.- Mi mujer sí fuiste. Y no te me has ido de la cabeza ni de ninguna parte.
TATI.- ¿Será verdad, o son esas cosas que se dicen en las posadas después del segundo palo?
LÁZARO.- Yo no soy de palabras bonitas. Ya sabes, me he pasado la vida entre machos, oliendo a huevos sudados. Pero, Tati, aquello, lo de nosotros, fue una maravilla...
TATI.- Así es mejor, así se habla antes del tercero.
(Se abrazan. Ahora la luz viaja hacia PEPE que ensaya -con una botella llena de ron- el acercamiento.)
PEPE.- (A su sombra, animada como el otro personaje.) Mire, esto es para usted...
PEPE.- (Como LÁZARO.) Yo no tomo, gracias.
PEPE.- Ya sé, hay que estar en forma y la botella se lleva el brazo, el codo y hasta la vida. Pero es un buchito del tamaño de un dedal, un poco para brindar. Mire, no es porque lo tenga delante, pero usted es lo mejor que se ha parado a tirar pelotas en este país. Ya quisiera por un día de fiesta el Marqués ese que anda por allá fuera...
RENATO.- (Regresando con toda su carga terrenal.) ¿Qué, enamorando a la jeva?
PEPE.- Lo del ron no sirve.
RENATO.- Dale un pescao.
PEPE.- Él nació cerca del mar.
RENATO.- Yo te digo un peje de diez cañas, diez pesos. Con el dinero brinca el mono y la gata se para en atención.
PEPE.- Están al salir y no se me ocurre nada. Lo del socio que conocí en el tanque está flojo. Es más bien un batazo muy largo que se joroba y viene a dar contra las mallas.
RENATO.- (A medias en el juego.) Si sacas esa carta van a decir que te trancaron por sonso. (Como un juez.) Se condena a Pepe, El Brujo, a cinco añojos por comer demasiada cáscara, por acaparar guanajerías.
PEPE.- Ay, mi madre, por ahí vienen...
(LÁZARO y TATI se acercan. Podrá darse el pequeño trayecto en un ritmo más lento.)
RENATO.- A él se le ve un poco flaco, sufridito...
PEPE.- (Tímido.) Disculpe... (Con TATI, sin mirarla apenas, pero amable.) Con su permiso, señora.
LÁZARO.- (Neutro.) ¿Se debe algo más?
PEPE.- No, al contrario.
LÁZARO.- ¿Cómo?
PEPE.- Yo soy quien le debo.
TATI.- (Cómplice.) Parece que al señor le gusta la pelota, mi vida.
PEPE.- Le debo el caminao bonito de cuando tenía 20 años. Le debo los juegos que le vi lanzar y los que yo me inventé...
LÁZARO.- (Cortándolo, pero agradecido.) Gracias. (Le tiende la mano.)
PEPE.- No he conocido otro picher así.
LÁZARO.- Ayer fue un día malo, pero pa'lante.
PEPE.- ¡No se puede ir!
RENATO.- El socio va a pensar que es un secuestro.
TATI.- Un momento, amor...
PEPE.- (A TATI.) Óigame... Si yo no le hago un regalito a este hombre, me muero.
LÁZARO.- Es media noche. ¿No les parece un poco tarde para hablar de pelota?
(PEPE va y busca la botella con una valoración similar a la del ensayo. RENATO se fija descaradamente en TATI. PEPE se percata y se para entre él y la muchacha para evitarlo. TATI lo percibe, le agrada.)
PEPE.- Mire, estelar...
LÁZARO.- Le estoy quitando el cuerpo a los tragos. Los últimos juegos...
PEPE.- Eso es mala suerte. Aquella noche del 85 dejaste a los Orientales con las ganas. Yo estaba solo, pero festejé como si estuviera en el medio del molote de unos carnavales.
TATI.- Éste es un admirador de los de verdad.
LÁZARO.- (Coge la botella.) Brindaré cuando gane el próximo juego, gracias.
PEPE.- (A RENATO y a TATI, pero parece ir mucho más allá.) No es tirar duro y que el que esté ahí parado no la vea pasar. Es el estilo, la gracia de un picher grande. Ésa viene a la tierra cada cien años. (Hace la mímica del picher despacio.)
(RENATO sintoniza alguna emisora estridente y hasta ridícula. LÁZARO se va a despedir con una palmada. TATI le acaricia su otro brazo y mira a PEPE con simpatía. En el momento del apagón se oye el alarido de un orgasmo.)
Cuarto II
Luz que contradice francamente la idea de la penumbra. En un video gigante o con un recurso más artesanal se darán imágenes beisboleras poco realistas. No es el juego, sino su mitificación. La penumbra regresa a un sitio que puede recordar la posada, pero ahora es una rampa discreta y en lo alto hay un televisor. El cuarto dePEPE se edificó en lo que fuera la piscina de un hotel. El juego de béisbol de la emisión está superpuesto con la telenovela de los vecinos. PEPE va a competir, por centésima vez, pero una presencia, más que una voz, lo hace volverse.
PEPE.- Sube...
TATI.- (Desde la casi oscuridad.) ¿Sin saber quién es?
PEPE.- Quien me parece no debe ser, pero que suba de todas formas.
TATI.- Ya veo que te ahorras la escalera.
PEPE.- ¿Qué tú haces aquí, muchacha? Esto no está como para recibir damas. Así que la estrella del estelar. (La obsesión puede más que la lógica del discurso.) Hoy le pusieron la bola en la mano. Esta noche sí va a liquidar a todo el mundo. Será como antes, como siempre...
TATI.- Tu casa se parece al plano inclinado que estudiamos en la Secundaria.
PEPE.- Estás en la piscina. Cuando se vació el hotel y esto empezó a llenarse de gente del oriente del Oriente, yo trabé mi pedazo y a gozar. Cuando las mujeres no me resisten, no tienen que despedirse; se zambullen y salen del otro lado.
TATI.- Esto es lo más gracioso que he visto en mi vida.
PEPE.- No hay gracia ni misterio: el elevador es un vertedero y el sótano un centro de recría y entrenamiento de mosquitos. Yo vivo aquí. Como el chiste del Chino: «Y más na».
TATI.- ¿Y la posada?
PEPE.- Bien, gracias. ¿Quieres ron, cerveza, café, explicarme a qué viniste, sentarte o todas las cosas a la vez?
TATI.- Ninguna.
PEPE.- Bueno...
TATI.- Quiero presentarme.
PEPE.- Si tú supieras...
TATI.- ¿Qué tengo que saber antes de sentarme, tomar café o decirte qué pinto aquí?
PEPE.- Es que allá, donde nos conocimos, las mujeres no tienen nombre y la mitad de las veces ni cara.
TATI.- Era de esperar. (Siguiendo lo que supone su lógica.) Pero yo soy la jevita del estelar.
PEPE.- Y viniste a echarte conmigo el partidazo, a gozar la papeleta con sus lanzamientos endemoniados.
TATI.- Y a algo más.
PEPE.- Bueno, siéntate. Ten cuidado con esa silla, ella tiene su carácter y procura no rodarte para la parte honda...
TATI.- Tati, me dicen Tati, y si me caigo, salgo a flote. Sé nadar, pero vivo de bailar. Conozco las partes bajitas y las hondas, así que es difícil que me hunda.
PEPE.- Pepe, me llamo Pepe, aunque algunos me dicen Revoltillo, y otros El Loco y casi nadie José Miguel.
TATI.- ¿Cómo te gusta que te diga yo?
PEPE.- Inventa uno nuevo, a lo mejor tabla, tremenda tabla, como la que no le van a dar al estelar.
TATI.- Yo sé que no estás loco ni un carajo, Pepe.
PEPE.- Malas palabras y todo.
TATI.- ¿Te parece que las mujeres nada más que podemos decir cochinadas en la cama?
PEPE.- Ya no me asusta nadita, estelarita.
(Silencio. El sonido de la telenovela se ha impuesto sobre el juego.)
Hoy el hombre la va a poner donde es.
TATI.- ¿Y si le caen a palos?
PEPE.- Eso le pasa a cualquiera.
TATI.- ¿A ti te gustaría hacerte amigo de él?
PEPE.- De tu... ¿marido...?
TATI.- Seguro que ustedes saben mejor que uno mismo la relación que hay entre dos personas que se van a la cama por un par de horas.
PEPE.- Tumba esa transmisión, campeona. Al principio, se sabe y se adivina. Después, las noches se emparejan en una melcocha de colchones sudados y ardor en los ojos.
TATI.- ¿Y es verdad que se esconden y miran cuándo una mujer les gusta?
PEPE.- Ven acá, medallista, ¿esto es una entrevista, un asalto o tú te dedicas a las piedras feosas?
TATI.- Ahora sí me dejaste en el aire, ¿qué piedras?
PEPE.- La novia que nunca tuve. Y pasa la página, que el hombre va a empezar a tirar, supersónica.
(Los dos se quedan un momento quietos frente al televisor. Como por arte de magia se callan el locutor deportivo y la telenovela. Después PEPE y TATI comienzan a narrar cada uno su propio juego.)
El tipo viene echando humo, se ve en la forma de calentar el brazo. (Como contestándole a un fanático compañero de asiento en el estadio.) ¿Qué jueguitos son ésos, compadre? ¿Tú miraste el número de ese hombre, tú sabes quién es Lázaro Prado? No, no, no me hables de ése, le dio un batazo al mío de chiripa. Hoy le van a partir la cintura esa de recoger tomates.
TATI.- Hay un palco para las mujeres y otro para las queridas. Se les conoce por la cara, aunque algunas están cerca de cambiarse de puesto. ¿En cuál me siento yo?
PEPE.- No quiero señas para el público, ni guante en el aire para ninguna brujita. Deberían poner multas como en la Yunay.
TATI.- Creyón de labios, pintura de uñas. En el baño se emparejan las cosas. Aunque las señoras quieren hacerse dueñas del único espejito, o cierran la puerta medio rota para orinar muy finas. Las queridas mean con descaro, poniendo la piernota y medio muslo fuera, para que la otra se haga una idea de por qué Fulanito está comiendo de su mano.
PEPE.- Las mujeres y el codo empinao son el cementerio de los peloteros.
TATI.- La Negrona se está pintando la boca de un rojo encendió. El vestido amarillo parece que lo va a reventar con las nalgas. La Jabá la mira despacito. Es más bien chiquita, pero con los brazos llenos de manillas de oro. Y debajo, músculos finos, como si los escondiera para su momento. Las uñas largas, largas, afiladas... (Como La Negrona.) ¿A ti qué pinga te pasa?
PEPE.- Eso es, tres y pa'la tonga. Que venga el otro guajiro ladrón de gallinas que te lo vas a comer crudo.
TATI.- (Como La Jabá.) Ésa te la quitas de la boca y me la devuelves. (Como La Negrona.) Yo me la estoy gozando hace mucho rato, y eso lo sabe La Habana entera.
PEPE.- Duro, por ahí, que no la ve, y en ese pueblo no conocen todavía los espejuelos.
TATI.- La galleta, el arañazo. Me dan miedo esas uñas...
(Puede oírse la voz en off que anuncia a los jugadores el turno al bate, como indicando que TATI «salió del baño». Silencio. Después vuelve la telenovela. Va subiendo hasta hacerse desesperante. PEPE la apaga como si fuera su equipo y no el del vecino.)
Me voy...
PEPE.- Bueno...
TATI.- ¿No me preguntas para dónde?
PEPE.- Ni pregunto ni apunto. Mira, llévate esta jugada de recuerdo. Nunca le hagas a nadie así. (Le apunta con el dedo índice.) Fíjate bien, curveadora. Un dedo apunta para ti, pero los otros cuatro van para mí, me están acusando, metiéndome en candela.
TATI.- ¿Vamos para el estadio, Pepe?
PEPE.- Tú estás loca, figura. Entro a trabajar a las doce.
TATI.- Entonces me voy.
PEPE.- Espera un segundo. Mira que le quieren complicar el inin al hombre y ni tú ni yo lo vamos a permitir.
TATI.- Por eso mismo, voy para allá. (Pausa.) Ya sé; ya sé, sin besitos tirados, ni jueguitos de ésos.
(PEPE ríe de buena gana. La escena es invadida por una luz que recuerda las torres del alumbrado del terreno de pelota.)
Cuarto III
El ambiente del hotel se diferencia de la atmósfera de la posada, sobre todo por la luz que será básicamente fuerte. Están solos LÁZARO y TATI, pero no hay intimidad.
TATI.- Es una locura.
LÁZARO.- (Animado.) ¿Tú no dices que te gustan las aventuras?
TATI.- Pero esto de meterse en la guagua de contrabando, subir a la habitación por la escalera del fondo y tener a ese muchacho afuera esperando, se parece más bien a mendigar.
LÁZARO.- No te machuques ahora, mi reina. Hoy nadie se va poner pesao. Estuve en forma, gané. Todo empezó a ser como antes.
TATI.- Yo también estoy contenta.
LÁZARO.- Pues lo disimulas bastante bien.
TATI.- Quiero que tú vuelvas a ser el estelar Lázaro Prado.
LÁZARO.- ¿Y quién te dijo que dejé de ser bueno? ¡Coño, Tati, parece mentira!
TATI.- Disculpa. Yo no sé casi nada de pelota, que no se te olvide. Lo que pasa es que hoy necesitaría hablar de otros temas; preguntarme o preguntarte, ya ni sé. Averiguar si lo dejamos en el buen rato de la posada, o intentamos algo más.
LÁZARO.- Por lo menos ahora la tuerca de las casualidades dio la vuelta al revés. Tú dices que estás sola...
TATI.- Sé que te puede extrañar, que tienes en tu cabeza a la muchacha del cabaré que no la dejaban bajar al público cuando se acababa la función y el camerino lleno de papelitos, llamadas y recados. Pero sí, ahora estoy sola, solita, jodía, muñecón. Y no lo digo, lo siento desde el alma hasta los ovarios. Me demoré, le di mil vueltas para no dejar a mi marido. Pensé que él era la tranquilidad, los hijos, el piso firme, y al final se fue.
LÁZARO.- Eso le pasa a cualquiera. Tú ya le llevabas ventaja, te desquitaste por adelantado.
TATI.- Sí, le pegué los tarros contigo. Y no me preguntes con cuántos más porque no te lo voy a responder. (Haciendo catarsis.) Ahora la pelea por los machos no es casi nunca por lo que les cuelga entre las piernas, sino por lo que les abulta en el bolsillo. Mientras mi marido fue profesor de Secundaria, nadie lo miraba. Yo fui la que tuvo que aceptar esa temporada en el fin del mundo para buscar unos pesos y levantar una pared. Cuando nos conocimos ya estaba cansada de mover la cintura, de las malas noches. Ese viaje era el precio que tenía que pagar por mi estabilidad. Un día él se cansó de la gritería de los chiquillos, de que a los padres todo les diera lo mismo, y se consiguió una plaza de jefe de almacén. Ahí resolvía, inventaba, se la buscaba.
LÁZARO.- Robando, nena, robando. Si tienes la lengua tan suelta llama las cosas por su nombre.
TATI.- Sí, robó, como tanta gente.
LÁZARO.- Yo no. Al contrario, yo pudiera ser millonario. ¿Estás oyendo, ricura? No es un decir: «Fulano es rico» porque tiene una moto o un equipito pendejo de música. Yo, Lázaro Prado, podría tener unos cuantos millones de dólares. Toda Cuba sabe que el Marqués es bueno, pero no me llega ni a los hombros, que mi historial es mejor.
TATI.- ¿Vamos a hablar de estadísticas o de nuestras vidas?
LÁZARO.- De lo que tú quieras, Tati, pero sin meterme el pie. Creía que me habías buscado para celebrar juntos. Llevamos cinco años sin vernos y en ese tiempo pasan demasiadas cosas. Tú me gustas con delirio y me siento bien contigo, pero yo tengo muchos líos en mi vida. Cógelo suave, para que se nos dé.
TATI.- Bien, Lázaro. Esa es una respuesta. Perdóname por haberte aguado la diversión. Me voy. No te preocupes, yo le aviso al novato bonito que ya puede subir con su novia.
LÁZARO.- ¿Qué pasa, Tati? Contigo siempre se ha podido hablar. Nosotros espantamos muchos gorriones juntos. Todo el mundo hablando ese idioma del diablo y tú y yo solos, con los rollos de allá y el peso de las jodederas familiares de aquí...
TATI.- Lo recuerdo todo. Eso es lo peor. Pero tú ahora quieres guardar sólo una parte y necesitas que te aplauda hasta que me duelan las manos.
LÁZARO.- (Coqueto.) Necesito también otras cosas, y tú eres la única que puede dármelas.
TATI.- (Acercándosele, pero sin entrar de lleno en el juego.) Yo podría darte por lo menos... algo. Pero, ¿qué le decimos al muchacho de la otra cama?
LÁZARO.- Me enciende la sangre. A estas alturas no tener ni una habitación para mí solo. Me quedan unos pesos del último viaje, después nos metemos en casa de un socio que tiene un cuarto como de nueve estrellas. Pero ahora, por lo menos, dame un besote de adelanto.
TATI.- (No se mueve. Está como ausente, solo se deja abrazar.) Hasta dos te daría.
(Apagón.)
Cuarto IV
En la posada el apagón es «real». Se ha interrumpido el fluido eléctrico. PEPE yRENATO están cerca de la luz de una vela. PEPE canta parodiando, pero sin burla, una canción de las misas espirituales.
PEPE.- «Madre mía de la Caridad, ayúdanos...».
RENATO.- Tumba esa letra de espiritismo, que me asustas.
PEPE.- «Ampáranos...».
RENATO.- Yo no creo ni en mi sombra, pero con esas cosas no juego.
PEPE.- ¿Y si te pagaran por adivinar?
RENATO.- Hablan de mí, pero la plata le gusta a todo el mundo.
(Silencio. PEPE está como ausente.)
PEPE.- (Canta.) «Siete días con siete noches / por el mundo caminando / y no encuentro una limosna pa'mi viejo, Babalú Ayé. / Tanto como yo camino, / tanto como yo trabajo...».
RENATO.- Deja eso, hermano. Prefiero que sigas con la pelota. Yo voy a dar una vuelta, no sea que con el apagón se forme algún lío.
PEPE.- (Canta.) «Tanto como yo camino...».
RENATO.- Si las parejitas aprovecharan y se cambiaran de cuarto sería un vacilón. Malo que después se forme una piñacera.
PEPE.- (Canta.) «Madre mía de la Caridad, / ayúdanos, / ampáranos...».
(RENATO se va, lo deja por imposible. PEPE sigue cantando, la vela se va extinguiendo. PEPE se recuesta sobre una silla. De los cuartos llega la voz medio desafinada de alguien que canta un bolero. PEPE se incorpora y busca instaurar el dúo. RENATO regresa. El cantante de los altos se ha cansado, pero PEPE sigue bajito, conectado.)
RENATO.- Deja la musiquita, Pepón. Tengo que decirte una cosa importante. El lunes hay una reunión con todo el mundo. El administrador me llamó y me lo dijo, como yo soy el más viejo aquí... Hace rato que la bolita venía rodando.
PEPE.- (Empezando a interesarse. Canta.) «Mira la bolita como sube y como baja, / ay, cómo sube, / ay, cómo baja».
RENATO.- No te voy a decir nada y que la viga te caiga en la cabeza. Uno también se aburre de la gracia seguida, de que siempre andes con tu mente jugando pelota o comiendo catibía. Lo que tengo que contarte, lo que tenía... Bueno, pal'carajo. (Transición, serio.) Te toca limpiar el dos y el cuatro.
PEPE.- ¿Qué pasa, mi sangre? ¿Cómo vamos a pasar este carretón de noches sin dormir, mientras media Habana goza, si no nos fajamos y cantamos y jugamos?
RENATO.- (Después de una pausa de aceptación de la disculpa.) Se rompió la bicicleta.
PEPE.- Acaba de cantarme la jugada.
RENATO.- Esto lo van a cerrar.
PEPE.- (Disimulando que ha recibido el golpe.) Entonces: calabaza, calabaza, cada uno pa'su casa.
RENATO.- Aquí uno pasa muchas malas noches, pero, con un par de roñes y un huequito de Pascuas a San Juan, se va escapando. La calle está malísima. Yo tengo mi trauma con lo de doblar el lomo. Cuando era chamaquito y veía a mi padre y mis tíos con el sol dándoles una paliza y los pies metíos hasta el alma en el fango, me dije: «Algo invento, pero eso no es para mí».
PEPE.- Y te volviste un bárbaro en echarle almidón a las sábanas, plancharlas de nuevo y poner a la gente a dormir sobre el cadáver de la leche ajena.
RENATO.- Peor es el que le echa agua a la otra, a la de los niños.
PEPE.- Santa Palabra.
RENATO.- ¿Dónde nos metemos ahora, Pepe?
(Se oye a alguien que llama a PEPE.)
Dale, cógelo que ése debe ser de los últimos clientes.
PEPE.- (Caminando hacia la zona del escenario de donde viene la voz.) Estamos cerraos, hermano. Oscuro se pueden hacer muchas cosas, pero a nosotros la empresa nos dice que hay que cerrar.
LÁZARO.- Yo lo que quiero es hablar contigo.
PEPE.- ¡Estelar! Entre el apagón por fuera y la luz que me quieren quitar del bolsillo, no te conocí. Adelante. (Llamando.) Renato... (A LÁZARO.) El guajiro anda triste, y cuando se engorriona le da por dedicarse a sus obras de arte con las sábanas.
LÁZARO.- (No está borracho del todo, pero tiene encima suficientes tragos para que cambie su personalidad habitual.) Anoche me tomé la botella que me regalaste. Estaba en talla, mi socio. Vine a buscar otra para invitarte.
PEPE.- Aquí ese líquido lo tenemos de un manantial particular. Guarde su dinero.
LÁZARO.- Te hablo de a hombre. Primero no entendí que la loca de Tati te fuera a ver...
PEPE.- A las mujeres no hay quien las entienda, campeón.
LÁZARO.- Y dilo, hermano.
PEPE.- Yo sé que debes estar cansao de esos fanáticos que hoy te celebran y mañana te gritan barbaridades porque perdiste un juego.
LÁZARO.- Así mismo. Como si uno fuera una máquina, como si no le dolieran las muelas, no se le enfermaran los hijos...
PEPE.- Todo el mundo sabe que a los coreanos le ganaste de relevo con cuarenta de fiebre.
LÁZARO.- Y contra los americanos aquí, piché muriéndome de la incomodidad.
PEPE.- Esa noche ni el par de salvajes de las Grandes Ligas pudo hacer nada.
LÁZARO.- Mientras más duro tiraba más me ardía.
PEPE.- Pero te veías imponente en la lomita, como siempre. ¿Te salió una ampolla y no dijiste nada para seguir?
LÁZARO.- Frío, frío. (Representa a medias.) Cuando hacía los movimientos para impulsarme, el ardor decía «Aquí estoy yo».
PEPE.- Ah, voy acercándome a la paloma y si no vuela rápido la cojo. ¿No era en la mano la cosa?
LÁZARO.- En el centro del cuerpo, en la parte que el hombre más cuida.
PEPE.- (Completando la idea.) Ese animal que cuando se cae cuesta Dios y ayuda para que se levante.
LÁZARO.- No es fácil andar de guagua en guagua, de pueblo en pueblo, y lo que va a los juegos a buscarnos no son virgencitas. Mucho sacrificio y casi nadie te entiende, mi socio, ni la mujer de uno.
PEPE.- Vayan por la piscina cuando quieran y nadamos en unos calamares o nos zambullimos en unos espaguetis.
LÁZARO.- (Disimulando su raíz de celoso.) ¿Te gustó mi mulata, eh, hermano?
PEPE.- (Casi ruborizado.) Yo soy incapaz de mirarle, de ninguna forma, la mujer a un hombre que aprecio. Vaya, para mí tienen barba, bigote y un machete al cinto.
LÁZARO.- Era una jarana, bróder. La cosa es que uno se mata y después tiene que compartir el cuarto con un chama que empieza y al que quieren ponerlo por el cielo.
PEPE.- Tú también brillaste desde los juveniles.
LÁZARO.- Sí, pero para llegar arriba tuve que soltar el pellejo.
PEPE.- Y ahora ¿qué pasa, estelar?
LÁZARO.- Lo mío y lo de Tati fue un vacilón, una bola de humo china. Nos chocamos allá en Japón... Sin alardes, hermano, pero esa era la dama que todo el mundo quería llevarse y tuve que hilar fino porque cuando salía del escenario y se ponía la ropa de mujer seria, más parecía un soldado que una bailarina. (Pausa. Asociando.) Y ahora la madre de los chamas también quiere que cuelgue el guante.
PEPE.- Qué va, todavía hay picher grande pa'rato...
LÁZARO.- (Más íntimo.) ¿Me lo dices de verdad, Pepe?
(La luz «real» vuelve súbitamente. Es como una agresión. Se enciende el radio, echan a andar con ruido los ventiladores. PEPE y LÁZARO se miran como con vergüenza de tanta intimidad. El apagón ahora es completo.)