*
Aristófanes
La Paz
PERSONAJES:
PRIMER
SERVIDOR.
SEGUNDO
SERVIDOR.
TRIGEO,
viñador.
LAS HIJAS
DE TRIGEO.
HERMES.
POLEMO,
personificación de la Guerra.
EL TUMULTO,
servidor de Polemo.
LA PAZ.
OPORA Y
TEORÍA, personajes mudos, la primera diosa de las cosechas y la otra diosa de
las fiestas.
HIEROLES,
adivino.
UN ARMERO.
NIÑO
PRIMERO.
NIÑO
SEGUNDO.
VARIOS
PERSONAJES MUDOS.
LAS
CIUDADES GRIEGAS, que componen el Coro.
(La acción transcurre, parte
en el Olimpo y parte en Atenas.)
PRIMER
SERVIDOR.-Tráeme pronto una bolita para el escarabajo.
SEGUNDO
SERVIDOR.-Toma, dásela a esa cochina bestia. ¡Ojalá no coma jamás otra mejor!
PRIMER
SERVIDOR.-Otra hecha con boñiga de asno.
SEGUNDO
SERVIDOR.-Ahí la tienes también. Pero ¿dónde está la que trajiste hace un
momento? ¿Se la ha comido ya?
PRIMER
SERVIDOR.-¡Pues ya lo creo! Me la arrebató de las manos, le dio una vueltecilla
entre las patas y se la tragó enterita. Hazle, hazle otras más grandes y
espesas.
SEGUNDO
SERVIDOR.-¡Oh, limpia-letrinas, socorredme en nombre de los dioses, si no
queréis que me asfixie!
PRIMER
SERVIDOR.-Otra, otra, confeccionada con excrementos de joven invertido; ya
sabes que le gusta la masa muy molida.
SEGUNDO
SERVIDOR—Creo, señores, que hay algo de que nadie podrá acusarme: de que me
coma la pasta al amasarla.
PRIMER
SERVIDOR.-¡Puf!, venga otra, otra y otra, bolita; no ceses de amasar.
SEGUNDO
SERVIDOR.-No, por Apolo; ¡se acabó! No puedo resistir ya el olor de este
lebrillo.
PRIMER
SERVIDOR.-Entonces, voy a llevármelo yo mismo de aquí.
SEGUNDO
SERVIDOR.-Eso es. Échasela a los cuervos y échate tú detrás. (A los espectadores.) ¿No me dirá alguno
de vosotros que lo sepa dónde podré comprar- una nariz sin agujeros? Porque es
el más repugnante de los oficios esto de ser cocinero de un escarabajo. Al fin
un cerdo o un perro se tragan nuestros excrementos tal y como se los
encuentran, mas este animal anda siempre con remilgos, y ni aún se digna
tocarlos, si no me he estado amasando un día entero la bolita, como si hubiera
de ofrecerse a una joven delicada. Pero veamos si ha concluido de comer; voy a
entreabrir un poquito la puerta para que no me distinga. ¡Traga, traga,
atrácate hasta que revientes! ¡Cómo devora el maldito! Mueve las mandíbulas
como un atleta sus membrudos brazos; luego agita la cabeza y las patas, como
los que enrollan cables en las naves de carga. ¡Oh, animal voraz, fétido e
inmundo! No sé qué dios nos ha enviado semejante regalo, pero seguramente no
han sido ni Afrodita ni las Gracias.
PRIMER
SERVIDOR.-¿Quién, entonces?
SEGUNDO
SERVIDOR.-Sólo ha podido ser un monstruo enviado por Zeus, lanza...
PRIMER
SERVIDOR.-Pero sin duda algún espectador, alguno de esos jóvenes que presumen
de ingeniosos, estará diciendo ya: ¿Qué es esto? ¿Qué significa ese escarabajo?
Y un jonio sentado a su lado, estoy seguro de que le responde: Todo esto, si no
me engaño, se refiere a Cleón, pues es el único que no tiene reparo en comer m...
Pero voy a darle de beber.
SEGUNDO
SERVIDOR.-Y ahora, voy a explicar el argumento a los niños, a los mozos, a los
hombres, a los viejos y a los que han traspuesto el término ordinario de la
vida. Mi amo padece una rara locura, no la vuestra, sino otra absolutamente
inédita: la de pasarse todo el día mirando al cielo, con la boca abierta e
increpando a Zeus de este modo: «¡Oh Zeus!» ¿Qué intentas? Deja la escoba; no
vayas a vaciar a Grecia con tus escobazos.» ¡Eh, silencio! Acabo de oír su voz.
TRIGEO.-(En el interior de la casa.) ¡Oh, Zeus!
¿Qué intentas hacer de nuestra patria? ¿No ves que se despueblan las ciudades?
SEGUNDO
SERVIDOR.-Ahí tenéis la manía de que os hablaba. Esas palabras pueden daros
una idea de ella; yo os diré las que pronunciaba cuando principió a
revolvérsele la bilis. Hablando aquí mismo a solas, exclamaba: «¿Cómo podría
yo ir derecho a Zeus?» Construyó al efecto escalas muy ligeras, por las cuales,
sirviéndose de pies y manos, trataba de subir al cielo; hasta que se cayó, rompiéndose
la cabeza.
Ayer se fue corriendo no sé adonde, y volvió a casa con este
enorme escarabajo, ligero como un caballo del Etna, obligándome a ser su
palafranero. Mi amo le acaricia como si fuese un potro, y le dice: «Pegasillo
mío, generoso volátil: llévame de un vuelo hasta el trono de Zeus.» Pero voy a
ver por esta rendija lo que hace. ¡Oh desgraciado! ¡Favor! ¡Favor! ¡vecinos!
¡Mi amo sube por el aire en el escarabajo!
TRIGEO.-(Apareciendo a caballo sobre una máquina que
representa un escarabajo de dimensiones colosales.) Calma, calma,
despacio; poco a poco, escarabajo mío; refrena tu fogosidad; no confíes
demasiado en tu fuerza; aguarda a que, después de sudar, el rápido movimiento
de las alas haya dado agilidad a tus remos. Sobre todo, no despidas ningún aire
infecto; si estás dispuesto a hacerlo, más vale que te quedes en casa.
SEGUNDO
SERVIDOR.-¡Señor y dueño, qué extravagancia!
TRIGEO.-Cállate,
cállate.
SEGUNDO
SERVIDOR.-Pero ¿adónde diriges tu vuelo, temerario?
TRIGEO.-Vuelo
por la felicidad de todos los griegos; por ellos ejecuto una empresa atrevida y
audaz.
SEGUNDO
SERVIDOR.-¿Para qué volar? ¿Para qué esa necia locura?
TRIGEO.-Nada
de palabras inútiles ni de reflexiones intempestivas; dadme ánimos, al
contrario. Di a la gente que se calle, que tape bien las letrinas y las cloacas
y que se taponen el trasero.
SEGUNDO
SERVIDOR-No callaré hasta que me digas adonde intentas ir volando.
TRIGEO.-¿Adónde
he de ir sino al cielo, a ver a Zeus?
SEGUNDO
SERVIDOR.-¿Con qué intención?
TRIGEO.-Con
la de preguntarle qué piensa hacer de todos los griegos.
SEGUNDO
SERVIDOR.-¿Y si no te lo dice?
SEGUNDO
SERVIDOR.-Por Dionysos, no harás tal mientras yo viva.
TRIGEO.-Pues
no puede ser de otro modo.
SEGUNDO
SERVIDOR.-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay¡ Venid aquí, niñas, que vuestro padre os abandona,
marchándose al cielo sin decir nada y abandonandoos como huérfanas. ¡Suplicadle
que se quede, pobres desgraciadas!
UNA DE LAS
NIÑAS.-(Saliendo con su hermana.) ¡Padre,
padre! ¿Será verdad, como acaban de decirnos, que nos abandonas para ir a
perderte con las aves en la región de los cuervos? Di, padre mío, ¿es verdad?
Respóndeme si me amas.
TRIGEO.-Sí,
me marcho. Cuando me pedís pan, hijas mías, llamándome papá, se me parte el
corazón al no hallar en toda la casa ni la sombra de un óbolo. Si salgo bien de
la empresa, tendréis siempre que queráis una gran torta.
LA NIÑA.-Y
¿cómo vas a hacer ese viaje? No hay navío que pueda conducirte.
TRIGEO.-Iré
sobre este corcel alado; no necesito embarcarme.
LA
NIÑA.-Pero, padre, ¿cómo se te ha ocurrido irte hasta los dioses montado en un
escarabajo?
TRIGEO.-Las
fábulas de Esopo dicen que es el único animal alado capaz de haber llegado
hasta los dioses.
LA NIÑA.-Eso
es un cuento increíble, querido padre. ¿Cómo ha podido llegar hasta los dioses
un animal tan inmundo?
TRIGEO.-Subió
por la enemistad que tuvo con el águila, y se vengó haciendo una tortilla con
sus huevos.
LA MUCHACHA.-¿No
sería mejor que montases al alígero Pegaso y te presentases a los dioses con
más trágico continente?
TRIGEO.-¿No
comprendes que hubiera necesitado el doble de provisiones? Este se alimentará
con lo que yo haya digerido.
LA NIÑA.-Y
si cae del piélago en los húmedos abismos, ¿cómo podrá salir a flote un animal
alado?
TRIGEO.-Llevo
un timón, que emplearé si hay necesidad: todo se reducirá a que me sirva de
nave un escarabajo de Naxos[2].
LA
NIÑA.-Después del naufragio, ¿qué puerto te acogerá?
LA NIÑA.-Ten
mucho cuidado de no resbalar y caer desde allá arriba. Arriesgas quedarte
estropeado, darle un argumento a Eurípides y transformarte en título de
tragedia.
TRIGEO.-Eso
es cuenta mía. Adiós. (A los espectadores.)
Vosotros en cuyo obsequio sufro estos trabajos, absteneos durante tres días de
soltar pedos y de hacer caca, pues, si al cernerse en las alturas percibe mi
corcel algún olor, se precipitará sobre la tierra y burlará mis esperanzas.
Adelante, Pegaso mío; haz resonar tu freno de oro, endereza las orejas. ¡Oh!,
¿qué haces? ¿Qué haces? ¿Por qué vuelves la cabeza hacia las letrinas?
Levántate atrevidamente de la tierra y, desplegando tus veloces alas, vuela en
línea recta al palacio de Zeus. Aparta por hoy el hocico de la basura y de
todos tus alimentos cotidianos. ¡Eh, buen hombre! ¿Qué haces ahí? A tí te
digo, que haces tus necesidades en el Pireo, junto al Lupanar. Ocúltalo
pronto, cúbrelo con un montón de tierra, planta encimo sérpol y riégalo con
perfumes, pues si llego a caer ahí y me rompo la crisma en castigo de mi muerte
tendrá que pagar cinco talentos la ciudad de Quios por tu condenado trasero.
¡Ay! ¡Ay! ¡Qué miedo! ¡Ya no tengo ganas de bromas! Mucha atención, maquinista.
Un viento rebelde gira alrededor de mi ombligo; si no me contengo, voy a echarle
un pienso al escarabajo[4].
Mas no debo estar lejos de los dioses, pues ya distingo la morada de Zeus.
¿Quién es ése que está en la puerta? Abrid. (La
escena cambia y representa el Olimpo.)
HERMES.-¿Qué
es este olor a mortal? (Viendo a Trigeo.)
Señor Heracles, ¿qué monstruo es ése?
HERMES.-Infame,
atrevido, desvergonzado, bribón, rebribón, más que todos los bribones juntos,
¿cómo has subido hasta aquí? ¿Cómo te llamas? ¡Pronto!
TRIGEO.-Me
llamo Bribón.
HERMES.-¿De
dónde eres? Contesta.
TRIGEO.-Bribón.
HERMES.-¿Quién
es tu padre?
TRIGEO.-¿Mi
padre? Bribón.
HERMES.-En
nombre de la Tierra, vas a morir si no declaras el nombre que llevas.
TRIGEO.-Soy
Trigeo, nativo de Atmón, viñador honrado, enemigo de pleitos y delaciones.
HERMES.-¿A
qué has venido?
TRIGEO.-A
traerte estas viandas.
HERMES.- (Ablandándose.) ¡Oh, pobre amigo! ¿Y
cómo has hecho el viaje?
TRIGEO.-Maldito
glotón, ¿ya no te parezco un bribonazo? Ea, llama a Zeus.
HERMES.-¡Pues
si que te crees cerca de ver a los dioses! Están de viaje. Ayer mismo se
fueron.
TRIGEO.-¿A
qué lugar de la Tierra?
HERMES.-¡Ah,
sí, de la Tierra! TRIGEO.-En fin, ¿adónde?
HERMES.-Lejos,
muy lejos, a la misma extremidad de la bóveda celeste.
TRIGEO.-¿Cómo
te has quedado aquí solo?
HERMES.-Para
guardar la vajilla de los dioses, los pucherillos, las tablillas y las
pequeñas ánforas.
TRIGEO.-¿Y
por qué se han ido los dioses?
HERMES.-Por
enfado contra los griegos. En los lugares que les estaban destinados han
alojado a Polemo[6],
dándole amplios poderes para que os trate a su antojo. Se han retirado muy
lejos, por no presenciar vuestros combates ni oír vuestras súplicas.
TRIGEO.-¿Por
qué razón nos tratan así?, dime.
HERMES.-Porque
habéis preferido la guerra a la paz que se os ha brindado mil veces. Los
lacedemonios, si llegaban a conseguir alguna pequeña ventaja. exclamaban
enseguida: «Por los Dióscuros, nos la han de pagar los atenienses.» Por el
contrario, si los atenienses salíais algo mejor librados y los lacedemonios
venían a tratar de la paz, la contestación ya se sabía que había de ser: «Por
Atenea, no nos engañáis; por Zeus, no hay que darle crédito; ellos volverán
mientras tengamos a Pilos.»
TRIGEO.-Cierto,
ése es nuestro lenguaje.
HERMES.-Por
lo cual no sé si volveréis a ver la Paz.
TRIGEO.-Pues
¿adónde se ha ido?
HERMES.-Polemo
la encerró en una profunda caverna.
TRIGEO.-¿En
cuál?
HERMES.-Ahí,
en ese abismo; ¿no ves cuántos peñascos ha amontonado encima para que nunca
podáis recobrarla?
TRIGEO.-¿Sabes
si está preparando algo contra nosotros?
HERMES.-Lo
ignoro; sólo sé que ayer tarde trajo un mortero de prodigioso tamaño.
TRIGEO.-¿Qué
quiere hacer con ese mortero?
HERMES.-Piensa
machacar en él las ciudades. Pero me voy; si no me engaño, se dispone a salir,
a juzgar por el estruendo que hay ahí dentro.
TRIGEO.-¡Ah,
pobre de mí! ¡Huyamos! Yo oigo también el estruendo de ese mortero de guerra.
POLEMO.- (Que trae un enorme mortero.) ¡Ah, mortales,
desdichados mortales! ¡temblad por vuestras mandíbulas!
TRIGEO.-¡Oh,
mi señor Apolo, qué cacho de mortero! ¡Es para echarse a temblar! !Y qué
espantoso es ese Polemo! He aquí al monstruo sanguinario y cruel del cual huímos,
monstruo horrible, monstruo despiadado, plantado sobre sus piernas.
TRIGEO.-Hasta
ahora, señores, nada va con nosotros; el golpe es para Lacedemonia.
POLEMO.-¡Ah,
Megara, Megara, cómo voy a majarte hasta reducirte completamente a picadillo. (Echa cabezas de ajo en el mortero.)
POLEMO.-También
tú, Sicilia, vas a saber lo que es la muerte. (Echa queso.)
TRIGEO.-¡Pobre
nación a punto de ser rallada!
TRIGEO.-¡Oh,
no¡ Te aconsejo que emplees otra; ésa cuesta a cuatro óbolos; economiza la miel
del Atica.
POLEMO.-¡Eh,
Tumulto¡ Ven aquí.
EL
TUMULTO.-¿Qué me quieres?
POLEMO.-Te
voy a hacer gritar. ¿Cómo te quedas ahí plantado y sin hacer nada? ¡Toma¡,
atrapa ese puñetazo.
EL TUMULTO.-¡Qué
fuerza¡ ¡Desgraciado de mí! ¡Ah, señor!
POLEMO.- (Al Tumulto.) Tráeme volando una mano de
mortero.
EL
TUMULTO.-Pero, patrón mío, si no tenemos ninguna; como sólo estamos aquí desde
ayer...
POLEMO.-Pues
corre donde los atenienses y tráeme una de allí. ¡Rápido¡
EL
TUMULTO.-Ya corro. ¡Pobre de mí si no la traigo!
TRIGEO.-¿Qué
podemos hacer nosotros, míseros mortales? Ya veis qué espantoso peligro nos
amenaza. Si vuelve con la mano de mortero, este Polemo va a entretenerse en
triturar a placer las ciudades. ¡Oh, Dionysos, permite que muera antes de
traerla!
POLEMO.- (Al Tumulto, que regresa.) ¿Qué hubo?
EL
TUMULTO.-¿Cómo dices?
POLEMO.-¿Pero no la traes?
EL
TUMULTO.-¡Ah! ¿Sabes?... el... eso... lo han perdido los atenienses... aquel
curtidor que machacaba a toda Grecia...[11].
TRIGEO.-¡Oh,
dicha! ¡Venerada Atenea! ¡Con qué oportunidad ha muerto! De no ser así
estábamos perdidos.
POLEMO.- (Al Tumulto). Corre, pues, a buscar otra
en Lacedemonia, y concluyamos de una vez.
EL
TUMULTO.-Allá voy, señor.
POLEMO.-Date
prisa en volver.
TRIGEO.-¿Qué
va a ser de nosotros, ciudadanos? Llegó el momento crítico. Si alguno de
vosotros está iniciado en los misterios de Samotracia[12], ahora es
la ocasión de desearle al mandadero una buena torcedura de pies.
EL TUMULTO.-
(Que regresa otra vez.) ¡Ay, qué
desgraciado soy! ¡Ay y mil veces ay!
POLEMO.-¿Qué
es eso? ¿Tampoco ahora lo traes?
EL
TUMULTO.-También los lacedemonios han perdido el que los machacaba.
POLEMO.-¿Y
Cómo, granuja?
TRIGEO.-Esto
va bien, muy bien, ¡oh Dioscuros!, perfectamente bien; cobrad ánimo mortales.
POLEMO.-Coge
esos vasos y llévatelos adentro; yo voy también para fabricarme esa mano de
mortero.
TRIGEO.-Llegó
el momento de repetir lo que cantaba Datis, cuando se masturbaba en pleno
mediodía: «¡Qué gusto! ¡Qué placer! ¡Qué voluptuosidad!» Ahora, ¡oh griegos!,
llegó la ocasión oportuna de olvidar querellas y combates, y de libertar a la
Paz, a quien todos amamos, antes de que nos lo impida algún nuevo triturador[14].
Labradores, mercaderes, fabricantes, obreros, metecos, extranjeros, insulares:
acudid pronto, armaos de azadones, palancas, y maromas. Por fin podremos tomar
en nuestras manos la copa del Buen Genio.
EL
CORIFEO.-Acudamos todos a trabajar por el interés común. Griegos de todos los
países, uníos para nuestra salvación. Ahora o nunca. Dejemos ahí nuestros
batallones y nuestros malvados uniformes rojos. Hoy luce un sol no muy grato
para Lámaco[15]. (A Trigeo.) Vamos, di lo que hay que
hacer; dispón, ordena, manda. Estamos decididos a trabajar sin descanso, con
máquinas y palancas, hasta volver a la luz a la más grande de las diosas, a la
protectora más solícita de nuestras viñas.
TRIGEO.-¡Silencio!
¡Silencio! No vayan a despertar a Polemo los gritos que os arranca la alegría.
EL
CORIFEO.-Nos ha regocijado ese edicto mandando libertar a la Paz. !Cuán
distintos de esos otros que nos han ordenado tantas veces acudir con víveres
para tres días!
TRIGEO.-Cuidado
con el Cerbero que está ahí abajo. Aullando y echando espuma como lo hacía
ahora mismo. Podría impedirnos libertar a la diosa.
EL
CORIFEO.-Nadie será capaz de arrebatármela, como llegue a estrecharla entre mis
brazos. ¡Ay, ay, qué gozo!
TRIGEO.-Estoy
perdido, amigos míos, si no cesáis en vuestros gritos. Si el monstruo sale
corriendo va a triturarlo todo bajo sus pies.
EL
CORIFEO.-Aunque lo revuelva, pisotee y arruine todo, hoy no podemos contener la
alegría.
TRIGEO.-Pero,
¿estáis locos? ¿Qué os sucede, amigos? Por los dioses os pido que no echéis a
perder con vuestras cabriolas la más hermosa de las empresas.
EL
CORIFEO.-Si yo no quiero bailar; pero mi alegría es tanta que sin yo quererlo
mis piernas saltan de gozo.
TRIGEO.-¡Vamos!
¡Basta ya! ¡Que dejéis de bailar, os digo!
EL
CORIFEO.-Ea, se acabó.
TRIGEO.-Lo
dices, pero no lo haces.
EL
CORIFEO.-Bueno, permíteme esta pirueta, la última.
TRIGEO.-De
acuerdo, esa sola; pero ni una más.
EL
CORIFEO.-Si te podemos servir en algo, no danzaremos.
TRIGEO.-Pero,
malditos, ¿cuándo acabaréis?
EL
CORIFEO.-Otro más, por Zeus. Déjame lanzar al aire la pierna derecha y se
acabó.
TRIGEO.-OS
lo permito; pero no me importunéis más.
EL
CORIFEO.-Sin embargo justo es que la pierna izquierda haga lo mismo. Hoy me
rebosa el júbilo; río y alboroto; para mí, el dejar el escudo es tan grato
como despojarme de la vejez.
TRIGEO.-No
os alegréis todavía; aún no es segura vuestra felicidad. Cuando la hayamos
libertado, entonces alegraos, reíd y gritad. Porque entonces sí que podréis a
vuestro antojo navegar o permanecer en casa, entregaros al sueño o al amor,
asistir a las fiestas o a los banquetes, vivir como verdaderos sibaritas y
exclamar: «¡Iú! ¡Iu!».
EL CORO.-¡Ojalá
llegue a ver ese día! Muchos trabajos he sufrido, y muchas veces, como Formion[16], he
dormido sobre la dura tierra. Ya no seré para ti, como antes, un juez
atrabiliario y severo.
TRIGEO.-Ni
tan rígido como antes.
EL CORO.-Me
verás afable y enteramente rejuvenecido cuando al fin me vea libre del servicio
militar. Sobrado tiempo ha que nos destrozan y matan haciéndonos ir y venir al
Liceo[17] con lanza
y escudo. Pero di en qué podemos complacerte, pues una suerte feliz ha hecho
que seas nuestro jefe.
TRIGEO.-Veamos
como logramos quitar de aquí estos peñascos.
HERMES.-Bribón
audaz, ¿qué pretendes hacer?
HERMES.-Vas
a morir, miserable.
HERMES.-Vas
a morir de mil muertes.
TRIGEO.-¿Para
qué fecha? HERMES.-Ahora mismo, por cierto.
HERMES.-A
pesar de todo, date por. ..j.
TRIGEO.-¿Cómo
no he advertido que iban a procurarme semejante placer?
HERMES.-¿Ignoras
que Zeus ha decretado la pena de muerte a todo el que sea sorprendido
desenterrándola?
TRIGEO.-Por
consiguiente, no me queda otro recurso que morir.
HERMES.-Absolutamente.
TRIGEO.-Pues
préstame tres dracmas para comprar un lechoncillo: es preciso que me haga
iniciar antes de morir[21].
HERMES.-¡Oh
Zeus tonante y fulminante!
TRIGEO.-En
nombre de los dioses, no me denuncies; te lo suplico, Señor...
HERMES.-No
puedo callarme.
TRIGEO.-¡Te
lo ruego por las viandas que te he traído con tan buena voluntad!
HERMES.-Pero,
desdichado, Zeus hará desaparecer de mí hasta el último rastro si no atraigo a
gritos su atención sobre estos hechos.
TRIGEO.-No
chilles, por favor, mi pequeño Hermes. (Al Coro.) Y vosotros ¿qué hacéis?
¿Estáis atónitos? Hablad desdichados. ¿No véis que va a denunciarme?
EL CORO.-¡No
poderoso Hermes; no, no, no lo harás! Si algún recuerdo conservas del placer
con que comiste el lechoncillo que te ofrecí, ten en cuenta mi grata ofrenda.
TRIGEO.-¿Escuchas
sus gentilezas señor?
EL
CORO.-¡Oh, no cambies en ira tu bondad, tú el más humano y generoso de los
dioses! Si detestas el ceño y los penachos de Pisandro[22], acoge
propicio nuestras súplicas y déjanos libertar a la Paz. Así te inmolaremos sin
cesar sagradas víctimas y honraremos tus altares con sacrificios espléndidos.
TRIGEO.-Vamos,
cede a sus ruegos, pues ahora observan tu culto más fielmente que nunca.
TRIGEO.-Además,
te revelaré una vasta y terrible conspiración que se está fraguando contra
todos los dioses.
HERMES.-Vamos,
habla; acaso me convenzas.
TRIGEO.-La
luna y ese cochino de sol conspiran desde hace mucho tiempo contra vosotros,
tratando de traicionar a Grecia en provecho de los bárbaros.
HERMES.-¿Y
por qué lo hacen?
TRIGEO.-Porque,
en nombre de Zeus, es a vosotros a quienes os ofrecemos sacrificios, mientras
que ellos se los ofrecen a los bárbaros. Así es que es muy natural que deseen
vuestra desaparición, para recibir ellos solos todas las ofrendas.
HERMES.-Ahora
comprendo por qué de algún tiempo acá, el uno nos roba parte de día y la otra
nos presenta su disco carcomido[24].
TRIGEO.-Es
la verdad. Por tanto, querido Hermes, ayúdanos con todas tus fuerzas a
desenterrar la Paz. En adelante las grandes Panateneas y todas las demás
fiestas religiosas, las Diipolias, las Adonías, los Misterios; se celebrarán
en tu honor; todas las ciudades, libres de sus males, sacrificarán a Hermes
preservador; y otros mil bienes lloverán sobre tí. Como una muestra, empiezo
por regalarte este precioso vaso para que hagas libaciones.
HERMES.-¡Ah,
los vasos de oro me enternecen. Manos a la obra, mortales; entrad y removed
esos peñascos con vuestros azadones.
EL
CORIFEO.-Dispuestos estamos. Tú, el más ingenioso de los dioses, dirige
nuestros trabajos como hábil arquitecto, y manda cuanto gustes; ya verás que
no somos flojos para el trabajo.
TRIGEO.-Venga
pronto la copa; emprendamos el trabajo con una invocación a los dioses.
HERMES.-La
libación empieza; guardad, guardad un silencio religioso. Roguemos a los
dioses que en este día empiece para todos los griegos una era feliz:
pidámosles que jamás tengan que embrazar el escudo cuando de buen grado
secunden nuestra empresa.
TRIGEO.-Jamás;
y que pasen la vida en el seno de la paz, en brazos de una amante, blandiendo
el chafarote del amor, al amor del fuego.
HERMES—¡Que
todo el que prefiera la guerra nunca acabe, !oh señor Dionysos!..
TRIGEO.-...
de extraer de sus codos las puntas de las flechas.
HERMES.-Y si
algún aficionado a los galones se niega, ¡oh Paz!, a devolverte la luz, ¡que le
suceda en los combates lo que a Cleónimo![25].
TRIGEO.-Y si
algún fabricante de lanzas o revendedor de escudos desea la guerra para vender
mejor sus mercancías, ¡que le secuestren unos bandidos y no coma más que
cebadal
HERMES.-Y si
alguno, que ambicione ser general, se niega a ayudarnos, dispuesto a pasarse
al enemigo como un esclavo...
TRIGEO.-.. .
que lo aten sobre la rueda y que lo azoten.
HERMES.-¡Y
que todas las felicidades vengan sobre nosotros. lé, peán, ié...
HERMES.-lé,
ié... Ya no digo más que ¡¡é!!
TRIGEO.-¡En
honor de Hermes, de las Gracias, de las Horas, de Afrodita, del Deseo!
HERMES.-¿Y
no en el de Ares?
TRIGEO.-No.
TRIGEO.-Tampoco.
HERMES
.-Ahora tended los músculos y tirad de los cables.
EL CORO.-¡Oh,
iza!
HERMES.-¡Venga
más, más!
EL CORO.-¡Oh
iza, oh iza!
TRIGEO.-Pero
no todos tiran a la vez. ¡Tirad todos a una! Estáis fingiendo que trabajáis.
¡Bien que lo sentiréis, estúpidos beocios![28].
HERMES.-Adelante,
pues.
TRIGEO.-¡A
la tarea!
EL CORO.- (A Hermes y a Trigeo.) Ea, tirad
vosotros también.
TRIGEO.-Pues
qué, ¿no tiro yo? ¿No estoy colgado de la cuerda y haciendo los mayores
esfuerzos?
EL
CORO.-Entonces, ¿cómo es que no adelanta la obra?
TRIGEO.-¡Eh,
Lámaco! Nos estás estorbando ahí metido entre nuestras piernas. No tenemos
ninguna necesidad de tus aspavientos. Los argivos también han dejado de tirar
hace rato. Se burlan de los que trabajan, lo que no les impide recibir a manos
llenas los subsidios.
HERMES.-Pero
los laconios, amigo mío, tiran con toda su energía.
TRIGEO.-Mirad,
los únicos que trabajan son los que manejan el azadón, pero los metalúrgicos
se lo estorban.
HERMES.-Tampoco
los megarenses hacen nada de provecho aunque tiran con un rictus de perritos
voraces.
TRIGEO.-Es
que se mueren de hambre.
HERMES.-No
adelantamos nada, amigos: reunamos nuestros esfuerzos y tiremos a una.
EL CORO.-¡Oh,
iza!
HERMES.-¡MáS
fuerte!
EL CORO.-¡Oh, iza!
HERMES.-¿ Más,
Más!
EL CORO.-Algo
adelantemos.
TRIGEO.-¡Esto
es tremendo! Unos tiran a un lado, y los otros al contrario. ¡Váis a recibir
una tanda de palos, señores argivos!
HERMES.-¿Venga,
pues! ¡Vamos, iza!
TRIGEO.-¡Oh,
iza!
EL CORO.-Hay
mucho malintencionado entre nosotros.
TRIGEO.-Vosotros,
al menos, los que deseáis ardientemente la paz, tirad con fuerza.
EL
CORO.-Pero hay alguno que lo impide.
HERMES.-¡ldos
al infierno, megarenses! La diosa os detesta, recordando que fuisteis los
primeros en untarla con aros. Y vosotros atenienses, no tiréis ya de ese lado;
está visto que sólo podéis ocuparon de procesos. Pero si queréis seguir tirando
de ese lado, retiraos un poco hacia el mar.
EL CORIFEO
.-Vamos, amigos, tiremos nosotros solos, los labradores.
HERMES.-Es
evidente que con vosotros el trabajo marcha mucho mejor, amigos míos.
EL
CORIFEO.-Dice que la cosa marcha; vamos, valor todo el mundo.
TRIGEO-Sólo
los labradores, y nadie más, hacen adelantar la obra.
EL CORO.-!Firme,
pues! ¡Firme todo el mundo!
HERMES.-¡Ya
nos acercamos! No hay que ceder.
EL
CORO.-¡Animo! ¡Animo! !Venga, venga, todos a una¡
HERMES.-¡Ya
está!
(La Paz sale de la caverna
acompañada de Opora, diosa de las cosechas y de Teoría, diosa de las fiestas).
TRIGEO.-¡Oh,
tú, Soberana, dispensadora de los racimos! ¿En qué términos podría dirigirte mi
saludo? ¿Dónde podré hallar para saludarte palabras equivalentes a diez mil ánforas?[29]. No tengo
ninguna en casa. Salud, Opora, y tú también, Teoría, la del bello rostro, ¡oh
Teoría! ¡Qué perfume se exhala de tu aliento! ¡Qué bálsamo para el corazón¡
Tan suave como que está compuesto de armisticio y de esencia perfumada.
HERMES.-¿No
es un olor semejante al de la mochila militar?
TRIGEO.-¡Qué
horror la mochila de un soldado! Apesta como los eructos de un devorador de
cebollas, en tanto que Ella exhala el aroma de los frutos, de la buena mesa, de
las Dionisias, de las flautas, de las tragedias, de los coros de Sófocles, de
los de los tordos, de los versitos de Eurípides. . .
HERMES.-¡Desdichado!
No la calumnies. ¿Cómo quieres que a Ella le agrade ese fabricante de
sutilezas y sofismas?
TRIGEO. -...
de la hiedra, del filtro para el vino, de los corderillos que balan, de los
senos de las mujeres que se persiguen en los campos, de las sirvientas
desmelenadas, del ánfora volcada y de otro montón de cosas buenas.
HERMES.-Mira,
mira cómo hablan unas con otras las ciudades y se ríen de todo corazón.
TRIGEO.-Y
eso aunque todas sin excepción aún tienen los ojos a la funerala y estén cubiertas
de chichones.
HERMES.-Echa
un vistazo sobre los espectadores; por el semblante de cada cual conocerás su
oficio.
TRIGEO-¡Buen
espectáculo!
HERMES.-Muy
bueno; ¿ves allí al fabricante de penachos cómo se está tirando de los pelos?
TRIGEO.-Sí;
pero el que hace azadones se ríe en las narices del fabricante de espadas.
HERMES.-¿Mira
cómo se regocija ese otro fabricante de hoces!
TRIGEO.-Y
cómo le hace burla al fabricante de lanzas.
HERMES.-Ea,
diles a los labradores que pueden retirarse.
TRIGEO.-Aviso
a la población, vuelvan cuanto antes a los campos los labradores con sus
aperos, dejándose de lanzas, espadas y flechas; todo respira aquí ahora el
viejo aroma de la paz. Vuelvan, pues, todos a las rústicas faenas, después de
entonar un jubiloso canto.
EL
CORIFEO.-¡Oh día deseado por los hombres de bien y los campesinos! ¡Con qué
placer volveré a ver mis viñas y a saludar, después de tanto tiempo, las
frondosas higueras plantadas en mi juventud!
TRIGEO.-Invoquemos
antes, amigos míos, a la diosa que nos ha libertado de gorgonas y penachos, y
corramos después a nuestros campos, provistos de un sabroso almuerzo.
HERMES.-¡Oh
Poseidón, cómo alegra la vista ese batallón de labradores, apretados como la
masa de una torta o los convidados en un banquete público!
TRIGEO-¡Palabra
de honor! La guadaña reluce espléndidamente cuando ha trabajado con provecho y
las hoces brillan a los rayos del sol. ¡Qué surcos tan rectos va a trazar esa
turba feliz! Yo también deseo marchar al campo y remover aquellas pocas
tierras, tanto tiempo abandonadas. ¡Acordaos, amigos míos, de nuestra antigua
vida, regocijada con los dones que la diosa nos dispensaba! ¡Acordaos de
aquellas cestas de higos secos y frescos; acordaos de los mirtos, del dulce
mosto, de las violetas ocultas en las orillas de la fuente y de las aceitunas
tan deseadas! Por tan inmensos beneficios adoremos a la Diosa.
EL
CORO.-¡Ave, ave, deidad querida; tu retorno llena de regocijo nuestras almas!
Lejos de tí me abrumaba el dolor, me consumía el ardiente afán de volver a mis
campos. Tú eres para todos el mayor de los bienes, la más anhelada dicha. Tú,
el único sostén de los que viven cultivando la
tierra, Bajo tu imperio, sin dispendios ni fatigas, disfrutábamos
de mil dulces placeres; tú eras nuestro pan cotidiano, nuestra salud, nuestra
vida. Por eso las vides y las jóvenes higueras y todas nuestras plantas te
acogen jubilosas y sonríen a tu llegada.
EL
CORIFEO.-(Dirigiéndose a Hermes.) Y tú, el más benévolo de los dioses, dinos
dónde ha estado encerrada tanto tiempo.
HERMES.-Si
queréis saber cómo había desaparecido, escuchad bien mis palabras, oh
prudentes labriegos. La desgracia de Fidias[30] fue la
primera causa; seguidamente, Perieles, temeroso de la misma suerte,
desconfiando de vuestro carácter irritable, creyó que el mejor modo de evitar
el peligro personal era prenderle fuego a la ciudad. Su decreto contra Megara
fu¿ la pequeña chispa que produjo la vasta conflagración de una guerra, cuyo
humo ha arrancado tantas lágrimas a todos los griegos, a los de aquí y a los
de otras comarcas. Al primer rumor de ese incendio, crujieron a su pesar
nuestras cepas; la tinaja, bruscamente removida, chocó contra la tinaja; nadie
podía ya contener el mal, y la paz desapareció.
TRIGEO.-He aquí,
por Apolo, cosas completamente ignoradas; a nadie había yo oído decir que
Fidias estuviese relacionado con la Paz.
EL CORIFEO.-Ni
yo tampoco hasta ahora. Sin duda la Paz debe su hermosura a su parentesco con
ese ilustre artista. ¡Cuántas cosas ignoramos!
HERMES.-Entonces,
conociendo las ciudades sometidas a vuestro mando, que, exasperados unos contra
otros, estábais próximos a despedazaros, pusieron en práctica todos los medios
para eximirse de los pagos de los tributos y ganaron a fuerza de oro a los
lacedemonios principales. Estos, como avaros que son y despreciativos de todo
extranjero, muy pronto arrojaron ignominiosamente a la paz y se declararon por
la guerra. La fuente de sus ganancias lo fue de ruina para los pobres
labradores; pues bien pronto vuestras trirremes fueron, en represalias, a
comerse sus higos.
TRIGEO.-Muy
bien hecho. También ellos me cortaron a mí una higuera de higos negros que yo
mismo había plantado y cultivado.
EL
CGORIFEO.-Sí, muy bien; a mí también me rompieron de una pedrada un jarrón de
seis medianas de capacidad.
HERMES.-Los
trabajadores del campo, replegados después en masa en la ciudad, se dejaron
embaucar como los otros; echaban de menos, es cierto, sus uvas y sus hijos;
pero, en cambio, oían a los oradores. Estos, conociendo la debilidad de los
indigentes, reducidos a la mayor miseria, ahuyentaron a la Paz a fuerza de
clamores y golpes de hoz cada vez que impulsada por su amor a nuestro país,
apareció entre nosotros; vejaban a los más poderosos y opulentos de nuestros
aliados, acusándolos de ser partidarios de Brásidas. Y vosotros os arrojabais
como perros sobre el infeliz calumniado y lo despedazábais rabiosamente, pues
la ciudad, pálida de hambre y de miedo, devoraba con feroz placer cuantas
víctimas le presentaba la calumnia. Los extranjeros, viendo los terribles
golpes que asestaban estos oradores, les tapaban la boca con oro, de suerte que
los enriquecieron, mientras Grecia se arruinaba sin que lo advirtieseis. El
autor de tantos males era un curtidor[31].
TRIGEO-Basta,
basta, mi señor Hermes. No pronuncies su nombre; deja a ese individuo donde
está, bajo tierra. Ya no es nuestro, sino tuyo[32]; por
consiguiente, cuanto digas de él, aunque en vida haya sido canalla, charlatán,
delator, revoltoso y trastornador, recaerá sobre uno de tus súbditos. (A la Paz.) Pero dime, oh Soberana, por
qué guardas silencio.
HERMES.-No
conseguirás que revele a los espectadores la causa de su silencio; está muy
irritada por lo que le han hecho sufrir.
TRIGEO.-Pues
que te diga a tí siquiera en voz baja algunas palabras.
HERMES.-Dime,
pues, querida amiga, qué piensas de ellos. Habla, mujer, la más enemiga de los
escudos. Bien, ya escucho. (Supone que la
Paz le habla al oído.) Esas son tus quejas; comprendo. (A los espectadores.) Oíd vosotros sus acusaciones. Dice que cuando
después de los sucesos de Pilos se presentó ella voluntariamente con una cesta
llena de tratados la rechazasteis tres veces en la Asamblea.
HERMES.-Escucha
ahora la pregunta que acaba de hacerme: ¿Quién era en Atenas el espíritu peor
dispuesto contra ella y, por el contrario, qué otro hacía más contra la
guerra?
TRIGEO.-Su
más fiel amigo era, sin duda alguna, Cleónimo.
HERMES.-¿Cuál
era, pues, a tu juicio, la actitud de Cleónimo durante la guerra?
TRIGEO.-Muy
intrépida, sólo que no es hijo de quien se decía, pues en la batalla probaba
suficientemente, arrojando las armas, que es un hijo supuesto[34].
HERMES.-Escucha
lo que ahora acaba de preguntarme. ¿Quién es el orador que, en el momento
actual, domina en la tribuna del Pnix?
TRIGEO.-El
que ahora domina allí es Hipérbolo[35]. (A la Paz.) ¿Pero qué haces? ¿Por qué
vuelves la cabeza?
HERMES.-Aparta
el rostro indignada de que el pueblo haya designado un jefe tan detestable.
TRIGEO.-Pues
bien; ya no lo emplearemos más; pero es que el pueblo, viéndose sin guía y en
completa desnudez, se ha servido de ese hombre en espera de otro mejor y a
manera de taparrabos.
HERMES.-Me pregunta ahora la Paz qué ventajas podrá traerle
eso a la ciudad.
TRIGEO.-Seremos
más reflexivos.
HERMES.-¿Y
cómo?
TRIGEO.-Porque
es fabricante de linternas. Antes, en política íbamos a tientas y en la
oscuridad; ahora todo lo resolveremos a plena luz.
HERMES.-¡Oh!
¡Oh! !Lo que me manda preguntarte!
TRIGEO.-¿Sobre
qué?
HERMES.-Sobre
mil antiguallas que dejó al partir. Lo primero que desea saber es qué hace
Sófocles.
TRIGEO.-Está
muy bien; pero le ha ocurrido una cosa extraordinaria.
HERMES.-¿Cuál?
HERMES.-¡En
Simónides! ¿Cómo es eso?
TRIGEO.-Achacoso
y viejo, por ganarse un óbolo sería capaz de navegar sobre un cesto.
TRIGEO.-Murió
cuando la invasión de los lacedemonios.
HERMES.-¿Y cómo murió?
TRIGEO-. De
pasmo; no pudo resistir la pena que le produjo ver romperse un tonel de vino.
!Cuántas otras desgracias han afligido a esta ciudad! Así es que en adelante
no te dejaremos partir, oh Soberana.
HERMES.-Pues
bien, en ese supuesto, te entrego a Opora por mujer; véte a vivir con ella al
campo, y cultiva tu viña.
TRIGEO.-Acércate,
amada mía, y dame un dulce beso. Dime poderoso Hermes ¿me vendrá algún daño de
holgarme con Opora después de tan larga abstinencia?
HERMES.-No,
a condición de que te tomes enseguida una infusión de poleo. Pero, ante todo,
acompaña a Teoría al Consejo de que antes formaba parte.
TRIGEO.-Dichoso
tú, oh Consejo, que posees una Teoría. !Cuánta salsa absorberás en estos tres
días. ¡Qué de carnes y mondongos cocidos no comerás! Adiós pues, mi querido
Hermes.
HERMES.-¡Adiós,
honrado Trigeo; que lo pases bien y que te acuerdes de mí!
TRIGEO.-¡Escarabajo
mío, volemos, volemos a casa!
HERMES.-Pero
si no está aquí, amigo mío!
TRIGEO.-¿A
dónde se fue?
HERMES.-«Está
uncido al carro de Júpiter y es portador del rayo›
TRIGEO.-Pero
¿dónde hallará el infeliz sus alimentos?
HERMES.-Comerá la ambrosía de Ganimedes.
TRIGEO-¿Y cómo voy a poder ahora realizar mi
descenso?
HERMES.-No
tengas miedo, lo arreglaremos; acércate aquí... junto a la diosa.
TRIGEO.- (A las dos compañeras de la Paz.) Venid
aquí, muchachas, seguidme rápidas; son muchos los hombres que os esperan
enardecidos y con la verga en alto.
EL
CORIFEO.-Véte contento. Nosotros, entre tanto, encomendamos a nuestros
servidores la custodia de estos objetos, pues no hay lugar menos seguro que el
teatro; alrededor de él andan siempre escondidos muchos ladrones, acechando la
ocasión de atrapar algo. (A los Criados.)
Guardadnos bien todo eso, mientras nosotros le explicamos al público el
objeto de esta obra y la intención que nos anima. Merecería ciertamente ser
apaleado el poeta cómico que, dirigiéndose a los espectadores, se elogiase a sí
propio en los anapestos[38].
Pero si es justo, !oh hija de Zeus! el tributar todo linaje de honores al más
sobresaliente y famoso en el arte de hacer comedias, nuestro autor se
considera digno de los mayores elogios. En primer lugar, es el único que ha
obligado a sus rivales a suprimir sus gastadas burlas sobre los harapos, y sus
combates contra los piojos; además él ha puesto en ridículo y ha arrojado de la
escena a aquellos Heracles, panaderos hambrientos, siempre fugitivos y
bellacos, y siempre dejándose apalear de lo lindo; y ha prescindido, por
último, de aquellos esclavos que era de rigor saliesen llorando, sólo para que
un compañero, burlándose de sus lacerías, les preguntase riendo: «Hola,
pobrecillo. ¿Qué le ha pasado a tu piel? ¿Acaso un puerco-espín ha lanzado
sobre tu espalda un ejército de púas, llenándola de surcos?» Suprimiendo estos
insultos e innobles bufonadas, ha creado para vosotros un gran arte, parecido a
un palacio de altas torres, fabricado con hermosas palabras, profundos
pensamientos y chistes no vulgares. Jamás sacó a la escena particulares oscuros
ni mujeres; antes bien, con hercúleo esfuerzo arremetió contra los mayores
monstruos, sin arredrarle el hedor de los cueros ni las amenazas de un cenagal
removido. Yo fui el primero que ataqué audazmente a aquella horrenda fiera de
espantosos dientes, ojos terribles, flameantes como los de Cinna, rodeada de
cien infames aduladores que le lamían la cabeza, de voz estruendosa como la de
destructor remolino, de olor a foca, y de partes secretas que, por lo inmundas,
recuerdan las de las lamias y camellos[39].
La vista de semejante monstruo no me atemorizó; al contrario, salí a su
encuentro y peleé por vosotros y por las islas. Motivo es éste para que
premiéis mis servicios y no os olvidéis de mí. Además, en la embriaguez del
triunfo no he recorrido las palestras seduciendo a los jóvenes, sino que,
recogiendo mis enseres, me retiraba al punto, después de haber molestado a
pocos, deleitando a los más y realizar cumplidamente mi deber. Por tanto,
hombres y niños han de declararse a mi favor, y hasta los calvos deben, por
propio interés, contribuir a mi victoria; pues si salgo vencedor, todos dirán
en la mesa y en los festines: «Llévale esto al calvo; dale esta confitura al
calvo; no neguéis nada a ese nobilísimo poeta ni a su brillante frente.[40]»
EL PRIMER
SEMICORO.-¡Oh Musa, ahuyenta la guerra y
ven conmigo a presidir las danzas, a celebrar las bodas de los dioses,
los festines de los hombres y los banquetes de los bienaventurados! Estos son tus placeres. Si
Carcino viene y te suplica que bailes con sus hijos, no le atiendas ni le
ayudes en nada; considera que son unos bailarines de delgado cuello, a modo de
codornices domésticas; tan enanos como cagarrutas de cabra; en fin, poetas de
pura tramoya[41].
Su padre dice que la única de sus piezas que, contra toda esperanza, tuvo
éxito, fue estrangulada de noche por una comadreja[42].
EL SEGUNDO
SEMICORO.-Tales son los himnos que las Gracias de hermosa cabellera inspiran al
docto poeta cuan, do la primaveral golondrina gorjea entre el follaje: y
Morsino y Melantio no pueden obtener un Coro; Melantio me desgarró los oídos
con su destemplada voz cuando consiguieron su Coro trágico él y su hermano,
dos glotones como las Arpías y Gorgonas, devoradores de rayas, gozadores de
viejas, impuros, que apestan a chivo, y son el azote de los peces. !Oh Musa!,
envuélvelos en un inmenso escupitajo y ven a celebrar la fiesta conmigo.
(La escena representa otra
vez la Tierra.)
TRIGEO.- (Acompañado de Opora y de Teoría.) ¿Qué
empresa tan difícil era la de llegar hasta los dioses! Tengo las piernas
magulladas! !Qué pequeñitos me parecíais desde allá arriba; cierto que mirados
desde el cielo parecéis bastante malos; pero desde aquí, mucho peores!
UN
SERVIDOR.-¿Ya de regreso, señor?
TRIGEO.-Es,
al menos lo que dicen.
EL SERVIDOR.-¿Y
qué te sucedió?
TRIGEO.-Me
duelen las piernas; !el camino es tan largo!
EL
SERVIDOR.-¿Y podrías decirme...?
TRIGEO.-¿Qué?
EL
SERVIDOR.-¿Si has visto otros hombres vagando por las regiones del cielo.
EL SERVIDOR.
¿Qué hacían?
TRIGEO.-Trataban
de atrapar al vuelo algunos preludios, esos preludios «que flotan por doquiera
en la limpidez del etéreo.»[44].
EL
SERVIDOR.--¿Y averiguaste si es verdad, como se dice, que después de muertos
nos convertimos en estrellas?
TRIGEO.-Es
absolutamente exacto.
TRIGEO.-Aquella
precisamente que antaño designó él en uno de sus poemas con el nombre de
Estrella matutina. En cuanto apareció en el cielo, todos empezaron a llamarle
con ese mismo nombre.
EL
SERVIDOR.-¿Quiénes son esas clases de estrellas que corren dejando un rastro de
luz?
TRIGEO.-Son
estrellas de los ricos que regresan de cenar, llevando encendidas linternas.
Pero concluyamos: llévate cuanto antes a casa a esa joven (por Opora); limpia la bañera; calienta el agua, y prepara para
ella y para mí el lecho nupcial. En cuanto concluyas, vuelve aquí. Mientras
tanto, devolveré esta otra (por Teoría)
al Consejo.
EL
SERVIDOR.-¿De dónde las traes?
TRIGEO.-¿De
dónde? Del cielo.
EL
SERVIDOR.-Pues no doy un óbolo por los dioses, si ahora se dedican al oficio de
proxenetas como nosotros los mortales.
TRIGEO.-No
todos lo son aunque haya algunos que vitan de ese oficio. Y vámonos ya.
EL
SERVIDOR.-¡Ah! dime: ¿hay que darle de comer?
TRIGEO.-Nada;
no querrá comer pan ni pasteles, pues entre los dioses su régimen alimenticio
consistía en chupar ambrosía.
EL
SERVIDOR.-Habré de prepararle, pues, algo que pueda chupar (Se lleva a Opora.)
EL CORO.-A
mi ver, ese buen hombre está ahora muy contento de lo que hace.
TRIGEO.-¿Qué
diréis cuando me veáis casado y en todo mi esplendor?
EL
CORO.-Rejuvenecido por el amor y perfumado con exquisitas esencias, tu
felicidad es envidiable, anciano.
TRIGEO.-¡Ya
lo creo! ¿Y qué diréis cuando, acostado con ella, le acaricie los pechos?
CORO-Nos parecerás más feliz que todos esos trompos de
Carcino.
TRIGEO.-Y es
muy justo. ¿No merecería esta recompensa el haber salvado a los griegos,
montado en mi escarabajo? Gracias a mí, todos pueden vivir en el campo y gozar
en paz del amor y del sueño.
EL
SERVIDOR.- (Que regresa.) La
mujercita ha tomado el baño y tiene el trasero de lo más limpio; la torta está
cocida,
TRIGEO.-Pero
antes he de apresurarme a llevar a Teoría al consejo.
El
SERVIDOR.-Pero ¿qué' dices? ¿De quién se trata?
TRIGEO.-De
aquella misma Teoría con la cual fuimos una vez a Brauron[47] a beber y
a regocijarnos. Puedes creer que me ha costado mucho trabajo hacerme con ella.
EL
SERVIDOR.-¡Oh, patrón, qué placeres va a tener, con tales posaderas, en esas
fiestas quincenales!
TRIGEO.--Desde
luego; pero veamos ¿hay alguien entre vosotros que sea de fiar? ¿Quién de
vosotros podía encargarse de escoltar a esta joven y de conducirla hasta el
Consejo? (Al Servidor.) ¡Eh, tú!
¿Qué dibujas ahí?
TRIGEO.-Vamos,
¿ninguno quiere encargarse de escoltarla? (A
Teoría.) Ven acá pequeña. Te llevaré en medio de ellos.
El
SERVIDOR.-Allá hay uno que hace señas.
TRIGEO.-¿Quién?
El
SERVIDOR.-Arifrades desea ardientemente que se la lleves.
TRIGEO.-No,
ese no; se precipitará sobre ella para lamerle toda la crema. (A Teoría.) En fin, tú, para empezar,
deja caer todos tus velos. (Conduce a
Teoría ante las gradas reservadas a los miembros del Consejo.) Señores,
Consejeros y Pritáneos, os presento a Teoría. Ya véis todos los bienes que os
traigo al entregárosla. Podéis ponerle las piernas en el aire y proceder a los
preliminares. Echádle un vistazo a esta cocina.
EL
SERVIDOR.-¡Soberbia! ¡estupenda! ¡Y con el fogón bien ennegrecido por el
hollín! Antes de la guerra, ahí era donde los Consejeros colocaban sus
utensilios.
TRIGEO.-Además,
para mañana mismo podéis organizar con ella una justa excelente con un programa
de luchas vientre a tierra, carreras a cuatro patas, ejercicios de costa, dilo,
flexiones de tronco, rodilla en tierra y, para terminar el pancracio en el que,
ligeramente frotados con aceite, podéis sacudirle un buen vapuleo. Al otro día
organizaréis, si os place, una carrera de caballos, con los jinetes pegados
unos con otros y los aparejos revueltos entre sí, jadeantes y sin aliento,
mientras que los aurigas, caídos de sus carros en los virajes, morderán el
polvo antes de la meta. Vamos, Pritáneos, recibid a Teoría. Ved la calurosa
acogida que le hace ese Pritáneo. No sería lo mismo si tuvieras que presentar
gratis un asunto ante el Consejo[49].
Hubieras invocado unas vacaciones.
El CORO.-Un
hombre como tú es utilísimo a la sociedad.
TRIGEO.-Cuando
vendimiéis, aún conoceréis, mejor lo que valgo.
EL CORO.-Ya
lo has demostrado bastante; eres el salvador de la humanidad.
TRIGEO.-Lo
repetirás cuando bebas el vino nuevo.
EL
CORO.-Siempre te creeremos el más grande, después de los dioses.
TRIGEO-Mucho
me debéis a mí, Trigeo el Atmonense, pues he desembarazado de terribles
miserias a la población rústica y urbana y he domesticado a Hipérbolo.
El
SERVIDOR.-Dinos lo que debemos hacer ahora.
TRIGEO.-Nada,
sino celebrar la instalación de la diosa sacrificándole un buen cocido.
El
SERVIDOR.-¿Un cocidito como para un pequeño e insignificante Hermes?
El
SERVIDOR.-¡Un buey! No, de ningún modo; por si aún teníamos que correr al
matadero.
TRIGEO.-¿Entonces
un cerdo grande y gordo?
El SERVIDOR:
No, no. TRIGEO.-¿Por qué?
EL
SERVIDOR.-Porque arriesga inspirarle groserías a Teógenes.
TRIGEO.-¿Qué animal te parece, pues, el indicado?
TRIGEO.-¿Una
oi?
El SERVIDOR.
Perfectamente.
El
SERVIDOR.-Y que nos viene al pelo, porque, si en la Asamblea algún orador se
pone a reclamar la guerra, el auditorio, espantado, gritará: ¡Oii! !Oii!
TRIGEO.-Pues
tienes razón.
El
SERVIDOR.-Y habrá paz. De esta manera seremos unos con otros como corderos, y
mucho más comprensivos con los aliados.
TRIGEO.-Ea,
traed cuanto antes la oveja; yo prepararé el altar para sacrificarla.
El CORO.-¡Qué
bien sale todo, con la ayuda de los dioses y el favor de la fortuna! ¡Con qué
oportunidad se organizan las cosas!
TRIGEO.-Nada
más evidente: ahí tenéis un altar alzado ante la puerta.
El CORO.-Apresurémonos
ahora que los dioses hacen que sople un viento furioso contra la guerra y que
en la hora actual la providencia trabaja manifiestamente en nuestro favor.
TRIGEO.-Ahí
está la cesta con la cebada sagrada, la guirnalda y el cuchillo; también el
fuego; de modo que sólo falta la oveja.
EL
CORO.-Apresuráos, apresuráos, porque si os ve Quiris vendrá sin que se le
llame, y tocará la flauta hasta que os veáis obligados a taparle la boca con
algo para premiar sus fatigas.
TRIGEO.- (Al servidor.) Anda, coge la cesta y el
agua lustral y da una vuelta por la derecha alrededor del ara.
EL
SERVIDOR.-Ya he dado la vuelta; a sus órdenes.
TRIGEO.-Ahora
sumerjamos este tizón en el agua. (Rociando
a la víctima y dirigiéndose a ella.) Reanímate pronto. (Al servidor.) Tú, pásame la cebada y
preséntame el agua lustral con la que te purificarás tú mismo las manos. En
fin, échales granos a los espectadores.
El
SERVIDOR.-Ya está.
TRIGEO.-¿Terminaste
la distribución?
EL
SERVIDOR.-Sí, por Hermes ninguno de los espectadores ha dejado de recibir su
correspondiente cebada.
TRIGEO.-Pero
las mujeres no la han recibido.
TRIGEO.-Está
bien; elevemos ahora nuestras preces. ¿Qué hay aquí? ¿Hay mucha gente honrada?
El
SERVIDOR.-Aguarda a que les dé a éstos; son muchos y buenos. (Rocía de agua a los espectadores).
TRIGEO.-¿Dices
que son honrados?
EL
SERVIDOR.-¿Cómo no, si a pesar de haberles rociado de lo lindo están firmes y
plantados en su puesto?
TRIGEO.-Anda,
no perdamos más tiempo, oremos. ¡Oh santa de las santas. Paz venerada, patrona
de los corazones, reina de las nupcias, acepta nuestro sacrificio!
El
SERVIDOR.-Acéptalo, por Zeus, ¡oh, la más honrada de las diosas! Tú no hablas
como esas mujeres que engañan a sus maridos; esas, digo, que miran por la
puerta entreabierta y cuando alguno se fija en ellas, se retiran; después, si
se aleja, vuelven a mirar. ¡Oh, no hagas eso con nosotros!
TRIGEO.-No,
por Zeus; muéstrate al contrario, como una mujer honesta, sin rebozo a tus
adoradores, que hace trece años nos consumimos lejos de tí. Pon término a las
luchas y tumultos, y hazte acreedora al nombre de Lisímaca[54]; corrige
esa suspicacia y charlatanería que engendra nuestras mutuas calumnias; une de
nuevo a los griegos con los dulces vínculos de la amistad y predisponlos a la
benignidad y a la indulgencia; haz, en fin, que en nuestro mercado abunden las
mejores mercancías, ristras de ajos, cohombros tempranos, manzanas, granadas y
pequeñas túnicas para los esclavos; que afluyan a ella los beocios cargados de
gansos, ánades y alondras; que vengan con cestos de anguilas del Copais y,
amontonados en torno de ellas, luchemos entre la turba de compradores, con
Morico, Teleas y Glaucetes y otros glotones ilustres; y que Melantio, llegando
el último al mercado, y viéndolo todo vendido, se lamente y exclame como en su
Medea: «¡Yo muero! ¡Me han abandonado las que se esconden entre las acelgas![55], y que
todos se rían de su desgracia. Concédenos, Diosa venerada lo que te pedimos. (Al servidor.) Coge el cuchillo y
arréglatelas para degollar a la oveja como un hábil cocinero.
EL
SERVIDOR.-Pero eso no es lícito.
TRIGEO.-¿Por
qué?
EL
SERVIDOR.-Me imagino que la Paz aborrece la matanza, y por eso nunca se
ensangrienta su altar.
TRIGEO.-Pues
llévate adentro la víctima para inmolarla en el interior. Corta las dos piernas
y tráelas aquí; y que el resto del animal quede para el corega. (El servidor entra con la oveja).
EL CORO.-Tú,
que permaneces aquí, reúne pronto las astillas y todo lo necesario para la
ceremonia.
TRIGEO.-¿No
os parece que dispongo el hogar como el más experto adivino?
CORO.-¿Por
qué no? ¿Acaso ignoras algo de cuanto un sabio debe conocer? ¿No prevés todo lo
que un hombre de reconocida habilidad y audacia afortunada debe prever?
TRIGEO.-En
todo caso el humo de las astillas sofocarían al propio Estilbides. Traeré una
mesa y me pasaré sin criado.
EL CORO.-¿Quién
no ensalzará a un hombre que, arrostrando infinitos peligros ha salvado a
nuestra sagrada ciudad? Jamás dejará de ser admirado por todo el mundo.
EL ESCLAVO.-
(De vuelta.) Tus órdenes están cumplidas.
Toma las piernas y ponlas sobre el fuego,, voy a buscar ahora las tripas y la
torta.
TRIGEO.-Eso
corre de mi cuenta; pero pudiste volver antes.
EL
SERVIDOR.-Pues aquí estoy. ¿Te parece que he tardado?
TRIGEO.-Asalo
bien todo. Pero ahí se acerca alguien que viene con una corona de laureles
sobre la cabeza.
EL
SERVIDOR.-¿Quién puede ser ese?
TRIGEO.-Tiene
aire de charlatán.
EL SERVIDOR.-¿Un
adivino quizás?
TRIGEO.-Ni
por asomo, muchacho. Es nada menos que Hiérocles, el que dice sus Oráculos en
Orea[56]. ¿Qué
querrá decirnos?
El
SERVIDOR.-¿Qué querrá decirnos?
TRIGEO.-Estoy
cierto de que viene para Oponerse a la Paz.
El
SERVIDOR.-O es que le atrae el olor del asado.
TRIGEO.-Hagamos
como que no le vemos.
EL
SERVIDOR.-Tienes razón.
HIÉROCLES.-¿Qué
sacrificio es éste? ¿A qué dios lo ofrecéis?
TRIGEO.- (Al Servidor.) Tú ocúpate de asar sin
decir nada; y sobre todo, no toques los riñones.
HIÉROCLES.
Pero ¿no me diréis a qué dios sacrificáis?
TRIGEO.- (Al Servidor.) El rabo parece bueno.
El
SERVIDOR.-Excelente, ¡oh, Paz venerada y querida!
HIÉROCLES.-Vamos, empieza y dame las primicias.
TRIGEO.-Hay
que esperar a que esté bien asado.
HIÉROCLES.-Pero
estos trozos ya están.
TRIGEO.-No
sé quien pueda ser; pero sí que te metes donde no te importa. (Al Servidor.) Ya puedes cortar.
HIÉROCLES.-¿Dónde
está la mesa?
TRIGEO.- (Al Servidor.) Trae el vino de las
libaciones. HIÉROCLES.-La lengua se
corta aparte.
TRIGEO.-Lo
sabemos; y tú, ¿sabes lo que debías hacer? HIÉROCLES.-Habla
y lo sabré.
TRIGEO.-Pues
no abras más la boca ni nos dirijas la palabra. Estamos ofreciéndole un
sacrificio a la Paz.
TRIGEO.-¡Qué
todo eso recaiga sobre tu cabeza!
HIÉROCLES.-Que sin comprender los designios de los
dioses habéis firmado la paz, hombres, con monos en quienes brilla una mirada
artera.
TRIGEO.-!
Ja! ¡Ja! ¡Ja! HIÉROCLES.-¿De que te ríes?
TRIGEO.-Los
«monos en quienes brilla una mirada artera», me divierten.
HIÉROCLES.-Estúpidas palomas, que os fijáis de los zorros
de falso corazón y pensamientos falsos.
TRIGEO.-¡Plegue
al cielo, imbécil, charlatán, que tus pulmones se asen como esto!
HIÉROCLES.-Si las Ninfas no engañaron a Bacis
si los mortales no fueron engañados por
Bacis,
ni Bacis por las Ninfas...
TRIGEO.-¡Muere
y revienta antes que seguir con tus idioteces¡
HIÉROCLES.-Mas no sonaba aún la hora de la paz
pues antes era preciso...
TRIGEO.- (Al Servidor.) Hay que echarles sal a
esos trozos de carne.
HIÉROCLES.-Los dioses sólo harán cesar las batallas
cuando lobos y corderos sellen sus
esponsales.
TRIGEO.-¿Cómo
quieres, maldito animal, que un lobo pueda casarse jamás con una cordera?
HIÉROCLES.-En tanto que se vea correr a la fétida
chinche
y que el jilguero vacíe los ojos de sus
crías
las ciudades no podrán hacer la paz entre sí.
TRIGEO.-Pues
¿qué debíamos hacer? ¿Continuar la guerra? ¿Echar suertes sobre quien había de
llorar más, cuando podíamos uniéndonos por un tratado compartir la hegemonía
sobre Grecia?
HIÉROCLES.-Nunca conseguirás que el cangrejo marche en
línea recta.
HIÉROCLES.-Nunca suavizarás la piel áspera del erizo.
TRIGEO.-¿Y
tú acabarás alguna vez de engañar a los atenienses?
HIÉROCLES.-¿En
virtud de qué oráculo estáis asando esas piernas para los dioses?
TRIGEO.-Eri
virtud de este famoso oráculo expresado nada menos que por Homero:
La negra
nube de la odiosa guerra
Disipamos así, y en dulce abrazo
Estrechando
a la Paz, cien sacrificios
Le ofrecimos gustosos.
Cuando el
fuego Devoró de las víctimas las piernas
Nosotros
sus entrañas consumimos
E hicimos
libaciones: dirigía
HIÉROCLES.-Eso
nada tiene que ver conmigo; la Sibila nunca habló así.
TRIGEO.-También
el sabio Homero, por Zeus, dijo muy bien:
Que tú
casa, ni hogar, ni patria tiene
El que las
guerras intestinas ama
Siempre
dañosas.
HIÉROCLES.-Ten cuidado no te arrebate el milano
la
carne con una de las suyas...
TRIGEO.-¡Cuidado,
tú! Que este oráculo funesto no puede referirse más que a las tripas. Echame
antes una libación y después me traerás una porción de ellas.
HIÉROCLES.-Si os
parece, voy a servirme yo mismo.
TRIGEO.-¡La
libación, la libación!
HIÉROCLES.-Echame
a mí también vino y dame una porción de tripas.
TRIGEO.-Sí,
pero eso no place a los dioses inmortales, sino que tú te retires mientras
hagamos nosotros las libaciones. ¡Oh veneranda Paz, permanece a nuestro lado
toda la vida!
HIÉROCLES.-Dadme
la lengua.
TRIGEO.-Llévate
la tuya.
EL
SERVIDOR.-¡Libación!
TRIGEO.- (Dándole al Servidor un trozo de carne.)
Toma esto, además de las libaciones.
HIÉROCLES.-Nadie
me dará unas pocas tripas?
TRIGEO.-No;
nada podremos darte hasta que el lobo se case con la cordera.
HIÉROCLES.-¡Por
favor! Te lo pido de rodillas.
TRIGEO.-Tus
ruegos son inútiles, amigo mío; no lograrás suavizar «al áspero erizo». Ea,
señores espectadores, acompañadnos a comer estas sabrosas tripas.
HIÉROCLES.-¿Y
yo?
TRIGEO.-Cómete
a la Sibila.
HIÉROCLES.-Por
la Tierra, no os las comeréis vosotros solos; si no me dáis os las quitaré;
pertenecen a la comunidad.
TRIGEO.- (Al Servidor) Sacúdele, sacúdele a
esa especie de Bacis.
HIÉROCLES.-¡Sed
testigos!
TRIGEO.-De
que eres un glotón y un impostor. ¡Duro con él! ¡Echalo de aquí a palos¡
EL
SERVIDOR.-Dale tú, mientras voy a quitarle las pieles de las víctimas que nos
ha escamoteado.
TRIGEO.-Suelta
esas pieles, adivino infernal. ¿Me oyes? ¿Qué especie de cuervo es éste que nos
ha venido de Orea? Ea pronto, emprende el vuelo hacia Elimnio[60].
EL
CORIFEO.-¡Qué placer, qué placer verse libre de cascos, quesos y cebollas! Los
combates para quien los quiera; a mí sólo me gusta beber con mis buenos
amigos, junto al hogar, donde con viva llama arde y chisporrotea la leña
cortada en el rigor del estío, y tostar garbanzos sobre las ascuas, y asar
bellotas entre el rescoldo, y darle un tiento a Tratta[61] mientras
se baña mi esposa. Después de hecha la siembra, cuando la riega Zeus con
benéfica lluvia, nada hay tan agradable como el hablar así con un vecino:
"Dime, ¿qué hacemos ahora, querido Comarquida? Yo quisiera beber,
mientras el cielo fecunda nuestro campo. Ea, mujer, mezcla un poco de trigo con
tres quénices de habichuelas y ponlas a cocer, y danos higos secos. Que Sira
haga volver a Manes del campo; hoy no es posible podar las vides ni arar la
tierra que está sumamente húmeda. Que me traigan el tordo y los dos pinzones.
También debe de haber en casa calostro y cuatro tajadas de liebre si ayer noche
no las robó el gato, porque oí en la despensa un ruido sospechoso. Muchacho,
trae tres pedazos y dale el otro a mi padre. Pide a Edúnada unas ramas de mirto
con sus bayas, y, ya que te coge de camino, dile a Carinades que venga a beber
con nosotros, mientras el cielo benéfico fecunda los sembrados.
EL
CORO.-Cuando la cigarra entona su dulce cantinela[62] me gusta
ver si las uvas de Lemnos empiezan a madurar, pues son las más tempranas; y no
menos me agrada mirar cómo van hinchándose los higos, y comerlos cuando están
maduros, y exclamar, saboreándolos: «Deliciosa estación.» Después bebo una
infusión de tomillo machacado, y logro así engordar en el estío, mucho más
que...
EL
CORIFEO.-.. que viendo a uno de esos taxiarcos[63],
aborrecidos por los dioses, pavoneándose con su triple penacho y su clámide
teñida de un rojo deslumbrador que pretende hacer pasar por púrpura de Sardes.
Pero cuando ocurre pelear, él mismo se encarga de darle una mano de azafrán
cicense. Y después huye veloz el primero, como un gallo agitando sus amarillas
crestas, mientras yo monto mi guardia. Cuando están en Atenas estos valentones
hacen cosas insufribles: inscriben a unos en las listas y borran a otros dos y
tres veces, según su capricho. «Mañana es la marcha», oye decir a lo mejor un
ciudadano que no ha comprado víveres porque nada sabía al salir de su casa, y luego,
al pararse delante de la estatua de Pandion[64], ve su
nombre inscrito en la lista; se aturde y echa a correr llorando. Así nos
trataban a los pobres campesinos. A los ciudadanos ya les tienen más
consideraciones. ¡Cobardes y aborrecidos de los dioses y los hombres! Pero si
el cielo lo permite, ya tendrán su merecido. Mucho daño me han hecho esos
taxiarcos, leones en la ciudad y zorros en el combate.
TRIGEO.-i
Oh!, ¡Oh! Cuánta gente para el banquete de boda! (Al Servidor) Limpia las mesas con este penacho; ya no sirve para
otra cosa. Trae en seguida los pasteles y los tordos, liebre en abundancia y
panes.
UN
FABRICANTE DE HOCES.- (Que acaba de
entrar.) ¡Trigeo! ¿Dónde está Trigeo?
EL
FABRICANTE DE HOCES.-¡Oh queridísimo Trigeo, cuánto bien nos has hecho
procurándonos la paz! Antes no había quien diese un óbolo por una hoz; ahora,
vendo las que quiero a cinco dracmas. Este amigo vende a tres los toneles. para
el campo. Vamos, Trigeo, escoge entre estas hoces y todo lo demás cuanto
quieras, y llévatelo gratis. Todo esto que vendemos y que nos produce buenas
ganancias te lo ofrecemos como regalo de boda.
TRIGEO.-Bueno,
bueno; dejadlo ahí todo y entrad a cenar cuanto antes. Ahí se acerca un
mercader de armas con cara de duelo.
UN ARMERO.- (Seguido de otros especialistas de efectos
militares) ¡Ay, Trigeo, me has arruinado completamente!
TRIGEO.-¿Qué
te pasa, desdichado? ¿Acaso te salen penachos de plumas en la cabeza?
EL
ARMERO.-Nos has quitado el trabajo y la subsistencia a mí y a este otro,
fabricante de lanzas.
TRIGEO.-Vamos,
¿cuánto quieres por esos dos penachos?
EL ARMERO.-¿Cuánto ofreces?
TRIGEO.-¡Que
cuánto ofrezco? Me da vergüenza decirlo. Pero como el trenzado está hecho con
gran primor, te daré tres quénices de higos secos, y me servirán para limpiar
esta mesa.
EL
ARMERO.-Vengan los higos; (Al fabricante
de cascos) más vale poco que nada.
TRIGEO.-Vete
al infierno con tus penachos: tienen lacia la cerda; no valen un pito. No te
daré ni un higo por todos ellos.
EL
ARMERO.-¿Y esta coraza, tasada en diez minas y trabajada con tanto esmero?
¿Qué voy a hacer con ella? !Pobre de mí!
TRIGEO.-No
se te irrogará perjuicio alguno; dámela en su precio: será un bacín
elegantísimo.
EL ARMERO.
No te burles de mí y de mis mercancías.
TRIGEO-Con
ella... y tres buenas piedras donde apoyarse, ¿no tendremos cuanto hace falta
para el caso?
EL
ARMERO.-Pero ¿cómo te limpiarás, imbécil?
TRIGEO.-Perfectamente.
Mira, paso una mano por la abertura del brazo, y la otra...
EL ARMERO.-¡Cómo!
¿Con las dos manos?
TRIGEO-Pues
claro, para que no me acusen de defraudar al Estado tapando los agujeros de
los remos[65].
EL
ARMERO.-¿Y te atreverás a usar un bacín de mil dracmas?
TRIGEO.-¿Quién
lo duda, miserable? ¿Crees que ni por diez mil vendería yo mi trasero?
EL
ARMERO.-Pues bien, venga el dinero.
TRIGEO.-Ay,
querido, lo siento; pero tu coraza me destroza las nalgas. Llévatela; no puedo
comprártela.
EL
ARMERO.-¿Y qué voy a hacer con esta trompeta, que me cuesta a mí sesenta
dracmas?
TRIGEO.-Echa
plomo en su cavidad; sujeta en lo alto una varilla algo larga, y tendrás un
cótabo en equilibrio[66].
EL
ARMERO.-¡Ay! Te burlas de mí.
TRIGEO.-Otra
idea. Echale plomo, como te he dicho; añade un platillo colgado de unas
cuerdecitas, y tendrás una balanza para pesar en el campo los higos que has de
distribuir a tu personal.
EL ARMERO.-¡Perra
suerte! ¡Estoy arruinado! Yo, que en otro tiempo pagué una mina por estos
cascos, ¿quién me los comprará ahora?
EL
ARMERO.-¡Ay, mi buen fabricante de cascos, qué desgraciada es nuestra suerte!
TRIGEO.-La
suya no lo es.
EL
ARMERO.-Pues qué, ¿habrá todavía quien necesite cascos?
TRIGEO.-Como
sepa ponerles dos asas, los podrá vender mucho más caros.
EL ARMERO.-Vamos,
señor fabricante de lanzas.
TRIGEO.-No,
no; a este le voy a comprar esas picas.
EL
ARMERO.-¿Cuánto das por ellas?
TRIGEO.-Si
las cortas por la mitad, para que puedan servir de rodrigones, te pagaré a un
dracma el ciento.
EL ARMERO.-Este
hombre se burla de nosotros; vámonos, amigo.
TRIGEO.-Muy
bien hecho; pues ya salen a orinar los hijos de los convidados, y, si no me
engaño, a preludiar sus cantos. Eh, muchacho: si piensas cantar, ensáyate antes
delante de mí.
NIÑO
PRIMERO.-Celebremos ahora
Los valientes guerreros...
TRIGEO.-Maldita
criatura, deja de cantarles a los valientes guerreros ahora que estamos en
paz. Eres un truhancete mal educado.
NIÑO
PRIMERO.-Con furia aterradora
Acométense fieros;
Se aplastan sus combados
Escudos. . .
TRIGEO.-¡Escudos!
¿Quieres no hablar más de escudos?
NIÑO
PRIMERO.-...Alaridos
De triunfo alborozados
Se escuchan, y gemidos...
TRIGEO.-¡Gemidos!
Por Dionysos, me parece que quien va a gemir aquí eres tú, si continúas con tus
gemidos y tus escudos combados.
NIÑO
PRIMERO.-Pues ¿qué he de cantar? ¿Qué es lo que te gusta?
TRIGEO.-Se comían de buey sendos tasajos.
O cosas por el estilo.
Disponían alegres el banquete
Y cuantos platos hay apetecibles.
NIÑO PRIMERO.-Se comían de buey sendos tasajos;
Los sudorosos brutos denuncian
Hartos de pelear..."
TRIGEO.-Eso
es: Hartos de pelear, se pusieron a comer. Canta, canta lo que comieron después
de hartarse.
NIÑO
PRIMERO.-Después de terminada la comida,
acorázanse el vientre...
TRIGEO.-Con
buen vino, ¿verdad?
NIÑO PRIMERO.-De las torres
Se precipitan.
Alarido inmenso
Surca entonces...
TRIGEO.-Que
Zeus te confunda con tus batallas, bribonzuelo; no sabes más que cantos de
guerra. ¿De quién eres hijo?
NIÑO
PRIMERO.-¿Yo?
TRIGEO.-Sí,
tú.
NIÑO
PRIMERO.-De Lámaco.
TRIGEO.-¡Oh!
¡Oh! Ya se me figuraba que debías de ser hijo de algún aficionado a combates y
heridas; de algún Boulómaco o Clausímaco. Largo de aquí. Vete a entonar tus
canciones a los lanceros. ¿Dónde está el hijo de Cleónimo? (Dirigiéndose al Niño Segundo.) Ven acá;
canta algo antes de entrar en casa. Estoy seguro de que tus cantares no serán
tan belicosos, ya que tu padre es tan prudente.
NIÑO
SEGUNDO.-Un habitante de Sais
ostenta el brillante escudo,
que abandoné a pesar mío
TRIGEO.-Dime,
joven macho, y eso, ¿lo cantas por tu padre?
NIÑO
SEGUNDO.-Salvé mi vida...
TRIGEO. :..
deshonrando tu linaje. Pero entremos; demasiado sé que el hijo de tal padre no
olvidará nunca lo que acaba de cantar sobre el escudo. Vosotros los que os
quedáis al festín ya no tenéis que hacer otra cosa más que comer y consumir
todas las viandas y menear sin descanso las mandíbulas. Lanzaos sobre todos los
platos y comed a dos carrillos. ¿Para qué sirven, si no es para comer, los buenos
dientes?
EL
CORIFEO.-Eso queda a nuestro cargo; nos has dado un buen consejo. ¡Vamos! Los
que ayer estabais hambrientos, saciaos ahora de liebre; no todos los días se
encuentran pasteles abandonados. Devoradlos, pues, si no, tal vez sintáis
mañana no haberlo hecho.
TRIGEO.-Silencio,
silencio, va a presentarse la novia; coged las antorchas[69]: que todo
el pueblo se regocije y baile. Cuando hayamos bailado, y bebido y expulsado a
Hipérbole, llevaremos de nuevo al campo nuestro humilde ajuar y pediremos a
los dioses que otorguen a los griegos oro en abundancia, y a nosotros
riquísimas cosechas de cebada y vino, dulces higos y esposas fecundas. Así
podremos recobrar los perdidos bienes y abolir para siempre el uso del acero
homicida. Ven, amiga, al campo. Te ha llegado la hora, gentil mujercita, de
embellecer mi lecho.
EL
CORIFEO.-Eres digno de los bienes que ahora posees. ¡Himeneo, oh himeneo!
¡Himen, oh himeneo!
TRIGEO.-¿Qué
le haremos?
EL CORO.-¿Qué
le haremos?
TRIGEO.-La
vendimiaremos.
EL CORO.-La
vendimiaremos.
EL
CORIFEO.-Pues bien, amigos, los de la primera fila alcemos al novio y
llevémosle en triunfo. ¡Himen, oh himeneo! ¡Himen, oh himeneo!
TRIGEO.-Ya
no hay duda; viviréis felices y sin disgustos, cosechando vuestros higos.
¡Himen, oh himeneo! ¡Himen, oh himeneo!
EL
CORIFEO.-Grande y gorda es la del marido; breve y suave la de la mujer.
TRIGEO.- (Al Coro.) Espera para hablar a haber
comido y bebido a placer. ¡Himen, oh himeneo! ¡Himen, oh himeneo! (A los espectadores.) Y vosotros, si
queréis seguirme, comeréis pasteles.
[1] Esta acusación era frecuente en Atenas. Los medos (o persas) veían con
placer estas disesiones de los griegos.
[2] Juego de palabras: escarabajo era también el nombre que se daba a unas
naves construidas en Naxos.
[3] Uno de los tres puertos del Pireo tenía ese nombre.
[5] Es decir, un «caballo escarabajo.»
[6] Personificación de la guerra.
[7] Ciudad de Laccnia, destruída por los atenienses el año segundo de la
guerra del Peloponeso.
[9] En representación de Atenas. La miel del Atica era muy celebrada.
[10] Para hacer más doloroso el puñetazo.
[12] Los que querían evitar algún mal se iniciaban en los misterios de
Samotracia.
[13] Alusión a Brásidas, muerto en la misma batalla que Cleón.
[14] 14 Posible alusión a Alcibíades, que en el mismo año excitó a los
habitantes de Patras a extender sus fortificaciones hasta el mar, e iba
preparando los ánimos a una nueva guerra, con objeto de desarrollar sus planes
ambiciosos.
[15] General ateniense, partidario de la guerra.
[16] Ilustre general ateniense.
[17] Gimnasio de Atenas, donde se ejercitaban los soldados y se ponían a
prueba antes de una expedición militar los hombres capaces de resistir sus
fatigas.
[18] Respuesta que se había hecho proverbial. Cilicón de Mileto entregó su
patria a los habitantes de Priene, respondiendo a los que le preguntaban qué
intentaba hacer: Nada malo.
[19] Alusión a una costumbre judicial. Cuando había varios criminales
condenados a la pena capital se ejecutaba uno cada día, sorteándoles al efecto.
[20] Se refiere a las municiones de boca que tenían que adquirir los
soldados al partir para una expedición.
[21] Al celebrarse la iniciación se ofrecía un cerdo en sacrificio. Los
iniciados gozaban después de su muerte de un destino más feliz.
[23] Hermes, a la vez que dios de los mercaderes, lo era también de los
ladrones.
[24] Alusión a varios eclipses de sol y de luna acaecidos durante la guerra
del Peloponeso.
[25] El que arrojó el escudo.
[26] La palabra peán es homónima de una forma de verbo griego que significa
«pegar.»
[27] Sobrenombre de Ares en Homero.
[28] Dándoles a entender que no querían la Paz.
[29] Es decir, que expresen la abundancia de vinos que con la Paz se van a
recoger.
[30] El célebre escultor Fidias, amigo de Pericles, recibió el encargo de
hacer la estatua de Atenea siendo acusado luego de haber sustraído parte del
oro que al efecto se le dio. Condenado al destierro se retiró a Elis, donde
hizo la estatua de Zeus Olímpico. Pericles, temeroso de igual suerte y cómplice
tal vez del artista, para distraer la atención pública del asunto hizo decretar
la guerra contra Megara.
[31] Alusión a Cleón.
[32] Una de las misiones de Hermes consistía en llevar al infierno las
almas de los difuntos.
[33] Alusión a la influencia omnipotente de Cleón en aquella época.
[34] Juego de palabras basado en la semejanza de que pierde sus armas e
hijo supuesto.
[35] Demagogo, heredero de la influencia de Cleón y objeto de los continuos
ataques de Aristófanes.
[36] Simónides fue el primer poeta que hizo pagar sus versos.
[38] Ya se ha dicho que el anapesto es el metro empleado en la Parábasis,
que el Coro ha empezado ahora.
[39] Alusión a Cleón.
[40] Aristófanes era calvo.
[41] Jenocles, uno de los hijos de Carcino, que compuso tragedias, abusaba
en éstas de la maquinaria, fiando en recursos extraños al arte el éxito de sus
dramas.
[42] Aristófanes alude, tal vez, a alguna pieza de Jenocles titulada El
Ratón.
[43] Aristófanes censura la ampulosidad e hinchazón de estilo de los
autores de ditirambos.
[44] Parodia del estilo ditirámbico.
[45] Poeta ditirámbico.
[46] Planta que, por su abundancia de semillas, era tenida en Grecia como
emblema nupcial. A los recién casados se les coronaba con hojas de sésamo y se
les ofrecía un panecillo hecho con su harina.
[47] Demo del Atica donde cada cinco años se celebraban fiestas en honor de
Artemis.
[48] Alusión obscena, apenas velada por las palabras «galán» e «istmo».
[49] Eran los Pritáneos los que recibían las peticiones de audiencia ante
el Consejo. Solían aceptar regalos de los solicitantes.
[50] Toda esta escena se basa en juegos de palabras que oscurecen el
sentido de la versión. La voz buey tiene en griego una resonancia de la voz
socorro y ésta alude aquí a los socorros militares derivados de la guerra.
[51] Oi significa oveja en dialecto jonio.
[52] Para comprender este pasaje es preciso tener presente que la palabra
oi, oveja, la pronunciaban las jonios deshaciendo el diptongo de lo que
resultaba la exclamación de disgusto a que después se alude.
[53] Para comprender la alusión hay que saber que la palabra griega que
significa cebada designa igualmente al miembro viril.
[55] Las anguilas solían aderezarse con acelgas.
[56] Ciudad de Eubea, cuyos habitantes eran partidarios de la guerra.
Hiérocles era un adivino poco perspicaz, criticado por su arrogancia.
[58] Los adivinos, especialmente en tiempo de guerra, eran sostenidos en
el Pritáneo a cuenta de la nación.
[59] El oráculo recitado por Trigeo está formado de fragmentos tomados de
La IIiada y de La Odisea.
[60] Al parecer, templo de Eubea.
[62] El canto o estridulación de la cigarra era muy agradable para los
griegos.
[63] El taxiarco venía a ser una especie de jefe de división.
[64] Una de las doce estatuas en cuyo pedestal se fijaban las listas de los
ciudadanos que debían tomar las armas.
[65] Alusión a los trierarcas, que mandaban cerrar varios agujeros en las
naves para beneficiarse con el sueldo de los correspondientes remeros
suprimidas.
[67] Planta purgante que se criaba en Egipto
[68] Versos de Arquíloco, que huyó en un combate arrojando su escudo y
después celebró él mismo su hazaña. Cleónimo hizo lo mismo.