El presidente
Enrique Buenaventura
Una celda pequeña, con rejas, un calabozo adentro de otro y este adentro de otro y otros, mayores, proyectados en las pantallas. En escena el presidente y dos Carceleros. El presidente viste saco leva lleno de condecoraciones sobre un traje a rayas de prisionero, lleva cubilete y bastón.
CARCELERO 1: Vamos. Vamos.
PRESIDENTE: Más respeto.
CARCELERO 2: Sinvergüenza.
PRESIDENTE: Soy el
presidente.
CARCELERO 1: (Vacila.
Mira al 2°.) ¿Será el presidente?
CARCELERO 2: Es el
presidente de la S.R.M.
CARCELERO 1: ¿De la qué?
CARCELERO 2: De la
Sociedad de Rateros y Mendigos.
CARCELERO 1: (Vacila,
mira al Presidente) Pero es el presidente.
CARCELERO 2: Eso sí.
PRESIDENTE: Estamos
presos.
CARCELERO 1: Sí.
PRESIDENTE: ¿Por qué?
CARCELERO 1: Órdenes de
arriba.
PRESIDENTE: Pero yo soy
el presidente.
CARCELERO 1: Sí. (Al
carcelero 2°.) Está loco.
CARCELERO 2: No.
CARCELERO 1: Entonces.
CARCELERO 2: Cosas de la
obra. No sé si estamos representando la obra que es.
CARCELERO 1: Quién lo
sabe entonces?
CARCELERO 2: Nadie.
PRESIDENTE: (Consultando
su reloj de bolsillo) ¿A qué horas llega el primer ministro?
CARCELERO 1: (Al 2°.)
¿A qué horas?
CARCELERO 2: Está al
llegar.
CARCELERO 1: Pero... ¿la
obra es así?
CARCELERO 2: ¿Cómo?
CARCELERO 1: Como la
estamos haciendo.
CARCELERO 2: No sé.
CARCELERO 1: ¡Quién
diablos lo sabe!
CARCELERO 2: Nadie.
PRESIDENTE: Bien.
Arreglen el escritorio.
CARCELERO 1: ¿El
escritorio? ¿Debe haber un escritorio?
PRESIDENTE: Comienzo a
despachar.
CARCELERO 1: (Al 2°.)
¿Debo poner un escritorio?
CARCELERO 2: Tal vez.
CARCELERO 1: (Señalando
una mesa vieja que está en un rincón) ¿Pongo eso?
CARCELERO 2: Sí.
CARCELERO 1: (Trae la
mesa, la limpia, trae un banco) Servido, señor Presidente.
PRESIDENTE: (Se
sienta, saca de una valija que traía consigo unos papeles, tintero, pluma de
ave, luego coloca un almanaque en la pared.) Está lleno de polvo.
CARCELERO 2: Así es. (Pausa)
PRESIDENTE: (Al
carcelero 1°.) ¿Dijo usted órdenes de arriba?
CARCELERO 1: Sí.
PRESIDENTE: ¿Hay alguien
por encima de mí?
CARCELERO 2: Así parece,
Excelencia.
CARCELERO 1: ¿Se le debe
decir “excelencia”?
CARCELERO 2: Sí.
CARCELERO 1: ¿Por qué?
CARCELERO 2: Porque es el
Presidente.
CARCELERO 1: Pero...
¿estamos representando la obra que es?
CARCELERO 2: No sé.
PRESIDENTE: Voy a hablar
con mi abogado. (Alza el auricular y marca un número de doce cifras).
CARCELERO 1: Vive lejos
el abogado.
CARCELERO 2: (Contando
las cifras) Diez... once... doce...
Lejísimos.
PRESIDENTE: ¿Aló?
CARCELERO 1: ¿No está
incomunicado?
CARCELERO 2: Sí.
CARCELERO 1: Y...
¿entonces?
CARCELERO 2: No importa.
PRESIDENTE: Aló, ¿doctor?
¿Es usted? Bien, bien doctor.
El Primer Ministro no ha
llegado, pero está al llegar... Sí... sí. La situación es en extremo difícil,
ardua y compleja... Lo sé... Lo sé muy bien...
Sí, estoy sereno.
¿Escaparme?
CARCELERO 1: Se va a
escapar.
CARCELERO 2: No puede.
CARCELERO 1: No has cerrado
la reja.
CARCELERO 2: No puede.
CARCELERO 1: (Mira en
torno) Es cierto. No puede.
PRESIDENTE: ¿Usted cree
que hay esperanzas? Yo también.
Siempre hay esperanzas.
La esperanza es lo último que se pierde.
CARCELERO 1: ¿Esperanza
de salir?
CARCELERO 2: Sí.
CARCELERO 1: Tú, ¿tienes,
todavía, alguna esperanza?
CARCELERO 2: Yo no. ¿Y tú?
CARCELERO 1: Yo menos.
PRESIDENTE: Es lo que yo
digo, mi estimado doctor.
Todo se arreglará, voy a
proceder inmediatamente. Gracias. Perfectamente.
(Cuelga. A los
Carceleros) Estimados colaboradores, todo es cuestión de autoridad.
Señorita, haga el favor
de escribir: He decidido hacer uso de mi autoridad.
(Una máquina de
escribir teclea entre cajas. El presidente se pasea, continúa dictando sin
emitir sonido alguno. Poco a poco el número de máquinas, entre cajas, crece).
CARCELERO 1: (Al 2°)
¿Será el presidente?
CARCELERO 2: Parece... Es
mejor que te vistas.
CARCELERO 1: Pero...
¿estamos representando la obra que es?
CARCELERO 2: Creo que sí.
Vístete.
CARCELERO 1: Tú, ¿no te
vistes?
CARCELERO 2: Después.
(El teclear de las
máquinas es cada vez más fuerte. El Carcelero 1° le dice al 2° cosas que no se
oyen debido a las máquinas y sale. El presidente se detiene. Deja de dictar.
Las máquinas dejan de teclear. El presidente saluda con saludo militar y un
tambor redobla entre cajas. Baja el brazo enérgicamente y el tambor se detiene.
Luego avanza hacia el Carcelero).
PRESIDENTE: He impuesto
mi autoridad.
CARCELERO 2: Hermoso
espectáculo, Excelencia.
PRESIDENTE: Ahora debo
salir.
CARCELERO 2: Imposible,
Excelencia.
PRESIDENTE: (Saliendo
de la celda) ¿Por qué?
CARCELERO 1: (Se
encoge de hombros. Abarca con un gesto la escena)
Es inútil. (En voz
baja). Órdenes de arriba.
PRESIDENTE: (Mira en
derredor. Pausa larga).
Pero que quede entre
nosotros.
Que no lo sepa nadie. (Entra
en la celda).
CARCELERO 2:
Por supuesto, Excelencia.
(Entra el Carcelero 1°
vestido como un mariscal tropical, pero descalzo).
CARCELERO 1: ¿Estoy bien?
CARCELERO 2: Muy bien.
CARCELERO 1: Pero, con
tanta cosa, no puedo rascarme.
CARCELERO 2: Un edecán
militar no se rasca.
CARCELERO 1: ¿Cómo hacen?
CARCELERO 2: Se aguantan.
Eso es disciplina. ¿Cómo es la palabra? Proto... protocolo.
CARCELERO 1: Yo no puedo.
Tengo que rascarme.
CARCELERO 2: Voy a
vestirme. (Sale)
CARCELERO 1: (En voz
alta. al presidente) Soy el edecán militar.
PRESIDENTE: Manténgase a
distancia.
CARCELERO 1: ¿Por qué?
PRESIDENTE: Deseo
salvaguardar la democracia. Ustedes siempre aprovechan los momentos difíciles.
Yo sé que usted está listo a dar el golpe.
CARCELERO 1: No es justo.
No tengo intención de golpearlo. Al de la celda número 14 hay que golpearlo
todo el día, pero a usted no.
PRESIDENTE: Nada de
conspiraciones.
CARCELERO 1: No entiendo.
PRESIDENTE: No se haga el
bobo. Ustedes se hacen siempre los bobos. (Pausa). Como si no lo fueran.
CARCELERO 1: Mire,
francamente no le entiendo. El que sabe bien la obra es mi compañero. Es mejor
esperarlo para seguir este diálogo. (Pausa) Se está vistiendo. (Pausa)
¿Le gusta mi uniforme?
PRESIDENTE: No es muy
original.
CARCELERO 1: Es de otra
obra. (Pausa) No había más. (Pausa) Pero mirándolo como un
uniforme, sin pensar en la obra, ¿qué le parece?
PRESIDENTE: (Se quita
los zapatos, se rasca entre los dedos de los pies,
huele su mano, coloca los
pies descalzos sobre la mesa). Horrible.
CARCELERO 1: (Casi
llorando) No había más. (Entran el Carcelero 2° y el primer Ministro. El
primer Ministro está vestido igual que el Presidente y el Carcelero 2° está
vestido de embajador).
PRIMER MINISTRO: Imbécil.
PRESIDENTE: (Preocupado)
Cállate.
PRIMER MINISTRO:
Estúpido. Cretino. (Pausa. Lo mira fijamente) Hijo de puta.
CARCELERO 1: (Al 2°)
¿Quién es?
CARCELERO 2: El primer
Ministro.
CARCELERO 1: No usan
lenguaje diplomático.
CARCELERO 2: En estas
ocasiones no lo usan.
PRIMER MINISTRO: No
entenderás nunca. Diez años. Diez años perdidos.
PRESIDENTE: Hablé con el
abogado. Todo irá bien.
PRIMER MINISTRO: Todo irá
bien. Hace cincuenta años que oigo eso y todo va, cada vez peor.
PRESIDENTE: Acabo de
hablar con el abogado.
PRIMER MINISTRO: Eso no
arregla nada. La mejor banda del país.
PRESIDENTE: Yo en tu
lugar no hablaría tan abiertamente. (Pausa) Las paredes oyen.
PRIMER MINISTRO: Ahora
eres prudente, ahora me importa un pito. Había logrado organizar un truco
perfecto. Un mendigo trabajaba con un ratero. El mendigo conmovía al cliente,
lo conmovía hasta localizar la cartera y entonces, el pequeño ratero (se
trataba de menores de edad) entraba en acción.
CARCELERO 1: Así que no
es el presidente.
CARCELERO 2: Cállate.
CARCELERO 1: Y entonces
yo para qué mierda me he vestido así.
CARCELERO 2: Déjame oír,
es un truco nuevo.
CARCELERO 1: Con esto no
puedo rascarme.
CARCELERO 2:
Extraordinario.
CARCELERO 1: Son
piojos... O.. a lo mejor son chinches... las tablas del catre.
(Entra el abogado)
ABOGADO: Buenas...
PRESIDENTE: Ah, siquiera
llegó usted, doctor... trataba, de explicarle a...
PRIMER MINISTRO: No hay
explicación... O, mejor dicho, siempre hay una explicación... Pero yo he
perdido la mejor banda del país y me quedo con una explicación.
¿Qué es una explicación?
(Sopla sobre las manos) Nada.
PRESIDENTE: Una banda
siempre se pude reconstruir.
PRIMER MINISTRO: No como
era. (Al abogado) Usted me aconsejó que pusiéramos a éste de presidente.
(Al presidente)
¿Quién diablos te dijo
que tomaras decisiones?
PRESIDENTE: ¿No soy
presidente?
PRIMER MINISTRO: ¿Y eso
te autoriza a tomar decisiones?
PRESIDENTE: Supongo que
sí.
PRIMER MINISTRO: Imbécil.
ABOGADO: Calma.
PRIMER MINISTRO:
Decisión. Decisiones.
PRESIDENTE: ¿Para qué un
presidente entonces?
PRIMER MINISTRO: Para
guardar las apariencias. Y tú, lo sabías.
PRESIDENTE: (Lastimero)
No lo sabía.
ABOGADO: Bien, bien. No
tiene importancia.
Hay que mantener la moral
alta o pereceremos. Cordura. Cabeza fría.
Debemos ser dignos de
nuestro papel de dirigentes. Si esto no se arregla bien no son nuestros privilegios
los que están en juego Mejor dicho no sólo nuestros privilegios, sino nuestras
vidas. Nos linchan. La gente no aguanta más. Solo veo una solución... (Al
primer ministro) Y depende de usted.
PRIMER MINISTRO: Como
siempre.
ABOGADO: ¡Está de por
medio el porvenir!
PRIMER MINISTRO: Conozco
el estribillo. Guarde esas cosas para el pueblo, en la campaña electoral,
conmigo eso no funciona.
ABOGADO: Es el deber.
PRIMER MINISTRO: ¿El
deber? Ustedes son todos iguales. Hable claro.
ABOGADO: Momentáneamente
es usted quien debe sacrificarse.
PRIMER MINISTRO: ¿Yo?
ABOGADO: Cuestión de
publicidad. Usted no entiende. No se puede sacrificar al presidente.
PRIMER MINISTRO: No estoy
dispuesto a seguir sacrificándome.
Cada vez que otros
cometen errores yo tengo que arreglármelas. (Al presidente) ¿Usted, no
sabe que las verdaderas órdenes vienen de arriba? ¿Y si lo sabe para qué se
puso a dar órdenes sin pedir permiso?
ABOGADO: Considerando que
usted es el más capaz...
PRIMER MINISTRO: El mismo
cuento...
ABOGADO: Algo así como la
eminencia gris...
PRIMER MINISTRO: No me
vendrá a decir que tiene la misma
solución de siempre.
ABOGADO: No hay otra.
Todas nuestras soluciones se reducen a una.
PRIMER MINISTRO: Reunir
todas las culpas en una sola persona.
ABOGADO: Sí.
PRIMER MINISTRO: El chivo
expiatorio.
ABOGADO: Sí.
CARCELERO 1: Yo me voy a
cambiar otra vez. Son delincuentes comunes.
CARCELERO 2: Pero...
¿estaremos representando la obra que es?
CARCELERO 1: Si no lo
sabes tú... Con este vestido, definitivamente no puedo rascarme.
CARCELERO 2: Deberíamos
esperar a que se definan las cosas.
Todo está muy confuso.
CARCELERO 1: Para mí está
claro. No merecen el sacrificio que estoy haciendo.
CARCELERO 2: ¿Cuál?
CARCELERO 1: El de no
rascarme. (Desesperado se empieza a desvestir y a rascar. Sale.)
CARCELERO 2: (Gritándole)
Para ti las cosas son blancas o negras. No hay grises. Y casi todo es gris.
(Grita más alto)
Para ti sólo hay blanco y negro.
CARCELERO 1:
(Gritando entre cajas)
También hay piojos y chinches y pulgas.
PRIMER MINISTRO: Pero...
yo puedo probar que la culpa no es mía.
PRESIDENTE: Yo también.
ABOGADO: Eso es claro.
Tenemos todas las culpas y todas las disculpas, todos los delitos y todas las
inocencias. (Se quita el cubilete, lo muestra como un mago de feria. Está
vacío. Luego empieza a sacar del cubilete rollos de papel lacrados y atados con
cintas de distintos colores).Una sentencia. Una prueba. Una culpabilidad.
Una inocencia. Muchos crímenes.
El olvido. (Saca un
rollo negro). Lo definitivo. (Saca un rollo de papel Toilette) Pero
ahora queridos amigos, necesitamos que la culpa invisible, esa culpa que
merodea como un fantasma, se haga visible, se concrete, se plasme, se
personalice.
PRIMER MINISTRO: En mí.
ABOGADO: En alguien muy
importante, en alguien que atraiga
todas las miradas, toda
la atención.
PRIMER MINISTRO: Entonces
en él. (Señala al presidente)
ABOGADO: Pero... sin
socavar los cimientos de las instituciones.
PRIMER MINISTRO:
Entonces, en mí...
ABOGADO: Sí.
PRIMER MINISTRO: Yo, yo
debo aceptarlo.
ABOGADO: Sí.
PRIMER MINISTRO: Luego
salgo libre y echo la culpa sobre él... que ya
no será presidente...
ABOGADO: Exacto.
PRESIDENTE: Y yo después
la echo sobre él.
ABOGADO: Muy legal.
PRIMER MINISTRO: Después
la culpa vuelve a ser invisible.
ABOGADO: ¡Veo que conocen el código!
PRIMER MINISTRO: Nosotros
también somos abogados.
PRESIDENTE: Habría que
inventar otro procedimiento.
Ese es muy viejo. La
gente empieza a desconfiar.
ABOGADO: No hay tiempo.
Si no andamos rápido nos linchan.
De todos modos la causa
está perdida, pero nosotros Podemos salvarnos. ¡Qué linchen a los que vengan
después! La humanidad, amigos míos es una gigantesca máquina de linchar. El
árbol del género humano es también el árbol de la horca.
CARCELERO 1: (Entrando
vestido de Carcelero, al 2°). ¿No te has cambiado?
CARCELERO 2: No.
CARCELERO 1: ¿Por qué?
CARCELERO 2: Esto se ha
puesto muy interesante.
CARCELERO 1: Has logrado
entender algo.
CARCELERO 2: Sí.
CARCELERO 1: Entonces...
¿qué debemos hacer?
CARCELERO 2: No sé.
CARCELERO 1: Si uno
entiende debe hacer algo.
CARCELERO 2: A veces no
puede.
CARCELERO 1: Cámbiate por
lo menos.
CARCELERO 2: No.
CARCELERO 1: ¿Por qué?
CARCELERO 2: Yo me quedo
así y tú te quedas como estás.
CARCELERO 1: (Más alto)
¿Por qué?
CARCELERO 2: Por las
dudas. (Pausa, en voz más baja) Por si las moscas.
CARCELERO 1: ¿Al fin
averiguaste si estamos representando la obra que es?
CARCELERO 2: No.
CARCELERO 1: Pero a estas
horas el público se habrá dado cuenta.
CARCELERO 2: Creo que no.
Voy a apagar las luces. (Sale. El Carcelero 1° se encoge de hombros,el 2°
apaga las luces).
–OSCURO–
* Enrique Buenaventura.
Este Acto de Los papeles del infierno fue estrenado por el Teatro Experimental
de Cali –TEC–en 1968. Luego se fue transformando, como es costumbre en nuestra
forma colectiva de encarar la creación teatral, y junto con “La audiencia”,
otro texto de Los papeles del infierno, se convirtió en una obra nueva, “La
gran farsa de las equivocaciones”, que se estrenó en el Teatro Experimental de
Cali en 1984. Fue publicada, junto con “El sueño” en Cuadernos escénicos de
Casa de América, Madrid, 6 de junio 2005.