De Primera
Benjamín Gavarre
Personajes
Arturo
Martha
Paco
Laura
Alicia
Alex
Vemos dos espacios que pertenecen a dos familias diferentes. Del lado izquierdo observamos el comedor y la sala de T.V. de la familia Solís, integrada por Arturo, un intolerante ejecutivo esforzado en ser buen padre; su esposa Martha, una mujer pensativa y nerviosa; Laura, una adolescente de diecisiete, llena de energía, y a quien nadie toma en cuenta. También está Paco, un muchacho parecido externamente a su padre, pero abrumado y molesto por problemas que no expresa.
En la parte derecha del escenario está el estudio y sala-comedor de la casa de Alicia Reyes, una competente maestra de bachillerato, y Alex, su hijo, de dieciocho años, un adolescente avispado que viste de forma poco convencional.
Uno
Es de noche, y en casa de la familia Solís todos cenan en silencio. Al mismo tiempo, en casa de Alicia y Alex, éste último baila al ritmo de la música que escucha por su celular, mientras Alicia limpia el desorden que hay en el estudio. La atención del espectador va de una escena a otra según toman la palabra los personajes.
Alicia y Alex
Alicia. ― (Limpia las piezas de un rompecabezas que están dispersas sobre una mesita de centro) Una pregunta, Alejandro.
Alex. ― (Medio la escucha al mismo tiempo que a su música) ¿Sí, Jefa?
Alicia. ― ¿Tienes idea de cuándo vas a empezar a armar este rompecabezas?
Alex. ― ¿El de mil piezas?
Alicia. ― Este mismo.
Alex. ― (Con vanidad) ¿El de los dioses mayas que me gané en las olimpiadas del conocimiento?
Alicia. ― Sí, este mismo. ¿Cuándo piensas que vas a empezar a hacerlo?
Alex. ― Es cuestión de tiempo. Estoy visualizándolo. Es muy complejo, ¿sabes?
Alicia. ― Me doy cuenta, solamente, Alejandro, que las mil piezas de tu rompecabezas, que ocupan la mesa de centro de nuestra sala, se cubren cada semana que pasa, cada vez más y más de polvo y más polvo. Espero que no te moleste si se lo quito.
Alex. ― No sé, Jefa. Pierdo la perspectiva. Puedo confundir los colores. Ya tenía toda una estrategia para armarlo. (Al ver que su mamá va a tomar medidas drásticas) ¡No muevas esas piezas!
Alicia. ― De acuerdo, Alejandro. Me parece entonces que no debo ser yo quien siga quitando el polvo. ¿Tú qué piensas?
Familia Solís
Paco. ― (A su padre) ¿Me pasas la sal?... (Al ver que aparentemente no lo ha escuchado) ¡Papá!
Arturo. ― Ah, el salero. Te lo doy, con gusto, hijo.
Laura. ― Hoy vi pasar a una mujer que conducía una ambulancia. ¿Se imaginan?... Yo sabía que había mujeres taxistas, mujeres empresarias y hasta mujeres presidentas. ¡Pero en una ambulancia! Ya las mujeres somos capaces de trabajar en todo lo que queramos.
Arturo. ― (Sin que venga al caso, habla a su hijo Paco) Cuando yo trabajaba en el Corporativo Arredondo...
Martha. ― (Se levanta de improviso y va a la cocina) ¡Las tortillas! ¡Ya se me han de haber quemado!
Arturo. ― (Continúa en su monólogo) ...Cada empleado se sentía parte importante de la empresa. Era... un equipo. ¿Sí? Había... organización. ¿Sí?... Nuestro gerente era primo segundo de don Agustín Arredondo. Ah, pero no estaba ahí al mando nada más por el parentesco. Era gente muy capaz. Un verdadero líder. Un ejemplo, Paco. Y por cierto, ¿qué tal la escuela?, ¿bien? ¿Cómo te fue en tu examen?
Martha. ― ¿No te vas a comer la sopa, hija?
Paco. ― ¿El de mate? Bien.
Arturo. ― Mate, ¡cómo que mate! Matemáticas, aunque te cueste trabajo. Qué bueno que te fue bien, pero bien no basta; debes decir: excelente. Recuerda que tenemos que conseguir tu beca.
Martha. ― Al menos prueba la sopa, hija. Es de papa y zanahoria.
Laura. ― No me gustan las papas.
Martha. ― Son muy nutritivas.
Laura. ― Engordan.
Arturo. ― (A su hija) ¿Pero qué escucho? ¿Mi muñequita no quiere alimentarse?
Paco. ― (Sarcástico) ¡Tu muñequita quiere ser modelo!
Arturo. ― ¿Es una nueva moda, esa, mi niña, la de enseñar el ombligo?
Martha. ― Se llaman “pantalones a la cadera”, las usan todas las jovencitas.
Paco. ― Las delgadas...
Arturo. ― No, princesita… tú no puedes usar esa clase de cosas. Martha, a ver si le compras algo decente a tu hija.
Paco. ― (A Martha) Por cierto, dile a mi papá que me dé trescientos pesos para comprar un libro.
Martha. ― Creo que ya te escuchó.
Laura. ― Yo también tengo que comprar un libro.
Arturo. ― Basta de hablar de asuntos de dinero. Mañana le doy el dinero a su madre. ¿De qué es tu libro, nena?
Laura. ― Uno, me lo recomendó la de lite.
Paco. ― Yo necesito uno de... álgebra.
Arturo. ― ¿De álgebra otra vez? Ya te había comprado uno, ¿qué pasó con ese?
Paco. ― Éste es otro.
Arturo. ― Ah, ¿sí?
Paco. ― De otro nivel papá. Más elevado.
Arturo. ― Ah, me parece muy bien.
Alicia y Alex
Alex. ― (Quita las piezas de la mesa y las guarda en su caja) Cuando me dices Alejandro…, sé que algo anda muy mal. Ya no voy a armar el rompecabezas, ¿contenta?
Alicia. ― Esa es decisión tuya, Alex. Pero hay algo más.
Alex. ― Ahora qué.
Alicia. ― Habías prometido lavar tu ropa.
Alex. ― Ahí vas de nuevo.
Alicia. ― Por supuesto. No has lavado tu ropa. No sé cómo puedes seguir con los mismos pantalones y no quiero ni pensar... si te has cambiado o no... los calcetines.
Alex. ― Ya, ya estuvo, ¿no?
Alicia. ― Tampoco tu cuarto quiero imaginarlo. Van a anidar ratas con toda esa ropa tirada, esas “lecturas” y todos tus tenis y ropa tirada por todos lados.
Alex. ― No quieres mi imaginártelo pero bien que has entrado. Tú también has faltado a tu palabra de no meterte a mi cuarto. ¡Es PRIVADO!
Familia Solís
Arturo. ― (A Martha) A mí nada más medio plato. (A Paco) Deberías conocer a mi nuevo jefe, el Licenciado Mondragón, es un ejecutivo de primera. Ha sabido posicionarse. Gente de primera; gente de empresa, Paco. El viernes tenemos una comida, solo para la gente del Corporativo, pero me gustaría que pudieras ir. Ambiente de alto nivel. Un día no muy lejano tú también vas a pertenecer a una gran empresa, pero primero la carrera, ¿sí? El título, Paco.
Paco. ― Mamá, esto está muy grasoso. Por qué compras carne de cerdo.
Laura. ― (A su hermano) ¿Te hace daño?
Paco. ― Cállate.
Martha. ― Es ternera, Paco, tal vez se me pasó el aceite. Dame, te preparo una ensalada.
Laura. ― (Solícita, a Martha) Yo te ayudo.
Paco. ― Olvídenlo. Se me quitó el hambre. Voy a ver tele.
Arturo. ― Martha, prepárame un café. No muy caliente.
Laura. ― (A Martha) Yo se lo sirvo.
Alicia y Alex
Alicia. ― Tienes razón, Alex. No debí haber entrado a tu cuarto. Pero debes reconocer que tenías ahí metidos cinco de los quince vasos que tenemos. Por no mencionar tres tazas y hasta un plato sopero.
Alex. ― Sí, sí, jefa. Ya entendí. ¿Te parece si yo lavo los trastos de aquí hasta que termine el mes?
Alicia. ― Es tu obligación. Te tocaban este mes, ¿recuerdas? El mes próximo los lavo yo. También te tocaba tirar la basura y encargarte de llamar al plomero. Yo tuve que hacerlo porque, si no, se nos inundaba la casa.
Alex. ― Sí, bueno, está bien. Luego me crucificas si quieres, pero ahora tengo que prepararme para ir a la fiesta de Gustavo y Sofía.
Alicia. ― No tienes permiso y lo sabes.
Alex. ― ¿Cómo se te ocurre?
Alicia. ― ¿No piensas que sea justo?
Alex. ― No me importa si es justo o no. Tengo que ir a esa fiesta. Es la fiesta del mes.
Alicia. ― También tienes otras obligaciones y no las has cumplido. ¿Qué piensas hacer?
Alex. ― Me voy a mi cuarto, por lo pronto, ¿me escuchas? Y te pido por favor que no se te ocurra molestarme.
La Familia Solís
Arturo. ― (A su hijo, que está viendo videos de rock) Paco, pon algo decente, mira nada más qué mamarrachos. Puro ruido. Bájale.
Paco. ― ¿En tus tiempos escuchabas a los Rolling o a los Beatles?
Arturo. ― Mis tiempos todavía son estos, muchachito.
Paco. ― ¿Y llegaste a oír a Iron Maiden, a Black Sabbath, a... Judas Priest?
Martha. ― (A Arturo) Se me olvidaba decirte, Arturo...
Arturo. ― (A Paco) ¿A quién?
Martha. ― Me encontré con don Carlos; ya tenemos que pagar el mantenimiento.
Arturo. ― Martha, ya estuvo bueno. Qué fue lo que dije. No se habla de dinero.
Paco. ― (Le da el control de la tele y se queda quieto y pensativo) Toma, papá, pon lo que quieras.
Arturo. ― Se me ocurre una buena idea; vamos a ver un video que me recomendó un colega. Es un tema de interés, ¿sí?, “sobre los retos y cómo enfrentarlos”. Ven a sentarte Martha. (A su hija) Ven aquí, princesa.
Alicia y Alex
Se escucha la música a todo volumen en el cuarto de Alex. Alicia trabaja con su compu.
Alex. ― (Sale de su cuarto y habla a gritos con Alicia) ¡Ya lo pensé bien!
Alicia. ― Te escucho.
Alex. ― Hoy me voy a quedar aquí. Y voy a hacer todo lo que me corresponde hacer. Pero el próximo sábado voy a hacer una fiesta aquí en la casa.
Alicia. ― Tal vez puedas hacer una reunión pequeña.
Alex. ― Una fiesta... Una reunión.
Alicia. ― Muy bien. Yo te puedo ayudar a preparar...
Alex. ― No. Tú puedes irte con tus amigas, ¿no crees?
Alicia. ― Muy bien, me parece razonable.
Alex. ― Nada más una cosa...Voy a necesitar un poco de dinero.
Alicia. ― ¿Sí?
Alex. ― Solo un poco. Mis amigos van a traer algo, pero no todo.
Alicia. ― Ya veremos. Yo creo que un poco sí te presto. Pero, por lo pronto, creo que tienes mucho trabajo.
Alex. ― Sí, muy bien. De acuerdo.
Alicia. ― Estamos de acuerdo.
Familia Solís
Arturo. ― Sería bueno… algo para cenar… no crees, Martha.
Martha. ― Preparo unas hamburguesas.
Paco. ― Yo… voy a salir un rato.
Arturo. ― Llévate a Laura. Toma, las llaves del coche.
Laura. ― Que vaya él solo. Yo la verdad ya tengo mucho sueño.
Arturo. ― Entonces vete a dormir, nenita. Mañana tienes que levantarte temprano.
Laura. ― Buenas noches.
Arturo. ― Buenas noches, princesa.
Paco. ― No creo tardarme.
Arturo. ― Este muchacho. Eso quiere decir que no lo esperamos. ¿No piensas?
Martha solo asiente y se levanta mecánicamente y va a preparar la cena. Arturo ve atentamente su “video motivacional”:
Voz e imagen del locutor de un video motivacional. ―
¡Venza los retos y conviértase en un líder!
Acompáñenos a esta nueva experiencia. ¡Sea de los privilegiados!
Usted es importante. Nuestro mensaje es para gente como usted, gente de primera, dispuesta a superar cualquier reto!
En este momento usted puede sentirse satisfecho porque ha logrado decidirse a luchar contra los obstáculos que parecen imposibles para la mayoría.
Cualquier barrera puede ser vencida, cualquier montaña puede ser conquistada. Los problemas pueden ser solamente un Reto más, ¡un maravilloso DESAFÍO!
Usted... después de haber visto este video, se sentirá dispuesto a convertirse en el líder que siempre ha deseado. Prepárese para conocer los maravillosos caminos del éxito. Usted está a punto de integrarse al selecto grupo de triunfadores. Conviértase en el protagonista de su propia vida. Tenga la convicción de que alcanzará cualquier Cima. Todo es cuestión de voluntad y de un pequeño esfuerzo. Nosotros le garantizamos el éxito total. No es difícil convertirse en el Número Uno.
¡FELICIDADES! Lo ha logrado. Está usted a punto de comenzar la inigualable carrera de los triunfadores.
¡Muchas felicidades!
Arturo, satisfecho, apaga el televisor, estira, sonríe. Martha llega, muy seria, y sirve la cena.
Dos
Salón de clases de una preparatoria. Laura, estudiante de la maestra Alicia Reyes, recibe asesoría sobre una lectura.
Laura. ― No lo sé, maestra. Yo no creo que un hombre pueda hacerse cargo de unos niños tan pequeños. Imagínese si hubiera tenido que cuidar a un recién nacido.
Alicia. ― ¿Crees que un hombre no podría hacerse cargo?
Laura. ― (Espontánea, ríe) ¡Cuidar a un bebé! No creo... (Entra Alex, sigilosamente, y se sienta en una banca distante de la conversación. Saca un libro y al parecer se concentra en él mientras escucha música con sus audífonos). Al menos mi papá no podría. Es tan inútil que no sabe ni prepararse el desayuno. Ni hervir el agua sabe... o quiere. Una mujer, en este caso mi madre, tiene que estar siempre a sus órdenes. Ni se imagina… Qué habría pasado si mi mamá lo deja con todo y niños chiquitos. No.
Alicia. ― Casa de Muñecas fue todo un escándalo en su época por eso. Nadie pensó nunca que una mujer fuera capaz de independizarse. O de atreverse a intentarlo.
Laura. ― Pero entonces usted cree que la protagonista de la obra... ¿Cómo se llama?
Alicia. ― Nora.
Laura. ― Sí, ésa.
Alicia. ― Ella.
Laura. ― Ella. ¿Abandonó al marido y a sus hijos? ¿O se fue de la casa con tal de…? ¿Cómo dijo?
Alicia. ― Independizarse.
Laura. ― Eso. Con tal de ser ella misma, ¿no, maestra?
Alicia. ― ¿Tú qué piensas?
En ese momento Alex opina mientras sigue escuchando su música.
Alex. ― (Habla a gritos) ¡Dejó al marido por otro!
Alicia. ― Alejandro, ni siquiera sabes de qué estamos hablando. ¿Y qué haces aquí si se supone que tienes clase.
Alex. ― Respuesta a la pregunta número uno: Están hablando de Casa de muñecas, obra de teatro del noruego Enrique Ibsen. Es una obra que todo mundo lee en primero. Respuesta a la pregunta número dos: me corrió el profesor Dantés porque no soporta que sea más inteligente que él.
Alicia. ― ¿Te corrió? Siempre dices que los maestros se equivocan. No aceptas tu responsabilidad.
Alex. ― ¿Es mi culpa hacer preguntas que incomodan al profe?
Alicia. ― Piensa si las haces en el momento adecuado y si contribuyen a que tú y tus compañeros comprendan el tema de la clase.
Alex. ― Uy... Sí, creo que mis preguntas se salían un poco del tema.
Alicia. ― Entiendo. Podrías esperar al maestro después de la clase y tratar de llegar a algún arreglo.
Alex. ― ¿Y qué le voy a decir?
Alicia. ― No sé... Puedes decirle que te interesa su clase... Y qué por lo mismo siempre te surgen dudas. Podrías pedirle unos minutos...
Alex. ― Ya sé. Al final de la clase. O después... No está mal. Gracias, profesora.
Alicia. ― (A Laura) ¿Qué te estaba diciendo?
Alex. ― Estaban estudiando una obra del siglo pasado.
Alicia. ― En rigor, es del siglo antepasado, sabiondo. Finales del XIX.
Alex. ― Ah.
Laura. ― No puedo creer que sea tan vieja, la obra. Al menos ya las cosas han cambiado. Las mujeres hoy pueden hacer cualquier cosa. El otro día vi a una mujer conduciendo una ambulancia.
Alex. ― Yo me sentiría más a gusto en una ambulancia con una mujer al volante.
Laura. ― (Curiosa) ¿Sí, por qué?
Alex. ― No sé, siento que son más cuidadosas. Usted qué piensa, maestra.
Alicia. ― Creo que tanto un hombre como una mujer pueden ser precavidos, pero solo desde hace algunas décadas las mujeres han tomado confianza en trabajos tradicionalmente masculinos.
Laura. ― Y al revés. (A Alex) ¿Tú serías capaz de cuidar a un recién nacido?
Alex. ― Quieres decir: ¿un nene?
Alicia. ― Eso yo lo quiero oír.
Alex. ― (Seguro de sí mismo) Sí, podría. Son trabajos tradicionalmente femeninos, sin embargo, (Imitando a la madre) los hombres podríamos llegar a tener confianza al realizarlos. (Con intención seductora) Pero no crees... que sería mejor que dos personas cuidaran del recién nacido... (Juguetón y seductor) Recuérdame tu nombre.
Laura. ― (Atraída) Qué mala memoria tienes... Me llamo Laura y creo que tú te llamas... Alejandro.
Alex. ― Dime Alex, Laura. Dime Alex.
Suena el teléfono celular de Laura. Vemos a Paco detrás de la ventana del salón haciendo una llamada.
Tres
Paco. ― (Está alterado. Se asoma varias veces a la ventana del salón de clases desde donde le responde su hermana). ¡Qué pasó contigo! ¡Creí haberte dicho que pasaba por ti a las tres! ¿Sabes qué hora es?... ¡Las tres y cinco!
Laura. ― (Intimidada) Ya voy. Nada más deja que me dé permiso la maestra. (Como disculpándose) Es mi hermano.
Alicia. ― Laura, no tienes por qué hablar por teléfono con él si está a unos metros de aquí. Puedes invitarlo a pasar.
Laura. ― (A su hermano) Dice mi maestra que pases.
Paco. ― ¿Qué? ¡Para qué! ¡Dile que tenemos prisa!
Laura. ― Ya nos tenemos que ir, maestra. Tenemos...
Alicia se levanta y abre la puerta del salón.
Alicia. ― Tú eres el hermano de Laura. Ella me ha hablado mucho de su familia. Yo soy Alicia Reyes. Laura es una excelente chica.
Paco. ― (Incómodo y ambiguo) Sí, la conozco... a usted. Yo no tomé su clase, porque... había otra maestra.
Alicia. ― Y él es mi hijo Alejandro.
Alex. ― Tampoco yo tomé clase con ella. Tomé clase con la otra maestra. Estuvimos juntos, ¿no te acuerdas de mí? Yo era del grupo de los indeseables, según ustedes, los fresas.
Paco. ― (Cansado de la situación) Nos tenemos que ir. Laura, te vas o te regresas por tu cuenta.
Laura. ― (Avergonzada, voltea a ver a Alicia y Alex). Me tengo que ir.
Paco. ― Hasta luego.
Alicia. ― Cuídate, Laura. Nos vemos en la clase.
Alex. ― Adiós, Laura. Adiós, “cuñado”.
Paco voltea a ver con furia a Alex, y Laura se despide con una sonrisa nerviosa.
Cuatro
Arturo y Martha durante el desayuno.
Arturo. ― Tú nada más dime si no. Gente abusiva, ¿sí? De esa que siempre quiere sacar provecho de los jefes. ¡Un aumento! ¡Venir a pedirme a mí un aumento! Si ni siquiera yo pido un aumento. Y eso que he sabido implementar mis conocimientos y he sabido posicionarme, claro, siempre para el bien de la empresa. (Martha hasta el momento ha prestado la mínima atención al monólogo de Arturo. Siempre activa ya se para, ya se sienta un segundo, pero inmediatamente se levanta de nuevo para poner las servilletas que falten, o los saleros que haya que llenar.) Y no me vas a negar que he sabido incluso aplicar mis convicciones a la misma familia. Tenemos hijos ejemplares. Laurita es un ángel y bueno, Paquito está hecho a mí; he sabido transmitirle los más altos valores.
Martha. ― (Se sienta por un momento y expresa con dificultad una idea que ha venido elaborando mucho tiempo) Sabes... A mí... Yo... Me gustaría… retomar mis estudios.
Arturo. ― Eso es; ahí tienes. El gusto por el estudio es algo que hemos sabido inculcar en nuestros hijos, ¿sí? Dentro de algunos años ya verás que van a ser todos unos profesionistas.
Martha. ― (Insiste a pesar de su carácter inseguro) Escuché que había una escuela de enfermería que tomaba en cuenta tus estudios... de... antes.
Arturo. ― Tu preparación previa.
Martha. ― Eso, previa. Podría retomar mis estudios y, no sé, tal vez al mismo tiempo trabajaría...
Arturo. ― ¡Tú qué vas a trabajar, mujer! Conmigo tienes todo lo que te hace falta. ¿Ya no hay pan?
Martha. ― Arturo, ¿pero no entiendes? Es una cuestión de vocación. Tú crees que si me revadil... revadi...
Arturo. ― Revalidan, mujer.
Martha. ― (Casi derrotada) No sé si vayan a tomar en cuenta mis estudios. Ya eso fue hace tantos años.
Arturo. ― No sé, no lo creo. Ya ves que la ciencia avanza a pasos agigantados.
Entra Paco y se mete rápidamente a la cocina, sale casi de inmediato y se lleva a la boca lo primero que encontró en el refri. Deja, en cualquier lado, la comida a medias. Se mete al baño, se moja el cabello, sale con el cepillo de dientes en la boca y al mismo tiempo busca una gran bolsa o saco con cierre de cuerdas. Entra a su recámara y segundos después sale a la sala, entra al baño, se enjuaga la boca y termina de comer de un bocado lo que había dejado por ahí. Entra a su recámara y sale con su saco que contiene algo abultado, como ropa, y un objeto poco identificable.
Paco. ― (Se dirige a la puerta) ¡Luego nos vemos!
Arturo. ― (Lo intercepta) Nada de eso. ¿A dónde vas? ¿Qué llevas ahí?
Paco. ― (Nervioso) Voy a hacer deportes.
Arturo. ― ¿Deportes?... ¡así en general?
Paco. ― (Miente mal) Golf, tenis... (Pero se recupera) Me invitaron a un club.
Arturo. ― ¿A un club de golf? ¡Vamos progresando! ¿Y quién te invitó?
Paco. ― A un club de tenis. Nos invitó a varios, Jaime, el hijo de Roberto de la Riva, ¿te suena?
Arturo. ― ¡Don Roberto el financiero!
Paco. ― Su hijo nos invitó, pero me tengo que ir porque no llego. A menos claro, que me prestes el coche.
Arturo. ― Pura gente de bien. Y por qué no decirlo: gente bien. Gente de primera. Me da mucho gusto que te codees con su hijo... Jaime, ¿verdad? (Mirando el saco que carga Paco). ¿Qué llevas ahí?
Paco. ― Las raquetas... (Ríe nervioso) No se puede jugar tenis con las manos. ¿Entonces, qué? ¿Sí me llevo el coche?
Arturo. ― Claro, con cuidado, ya sabes.
Paco. ― Va. Nos vemos.
Martha. ― Te cuidas, hijo. (A Arturo) ¿Qué le pasa?
Arturo. ― ¿A qué te refieres?
Martha. ― Nunca lo había visto tan nervioso.
Arturo. ― Y con razón, mujer. No todos los días vas de invitado con don Roberto.
Martha. ― Con su hijo. (Arturo la ignora. Y ella sigue en sus reflexiones) Casi no comió nada.
Arturo. ― (Satisfecho de sí) No tienes de qué preocuparte, ¿sí? Todo está bien. Todo está muy bien.
Cinco
Salón de clases. Laura entra. Luego, se sienta en el escritorio. Saca un libro voluminoso y se concentra en su lectura. Alex entra, como siempre, imperceptiblemente, y la observa desde un pupitre.
Alex. ― (Interrumpe su concentración. Habla en alta voz) ¡Yo creo que lo terminas de leer en dos años!
Laura. ― (Se asusta) ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me espantas? ¿qué no tienes clases?
Alex. ― Son varias preguntas. Respuesta uno: venía a buscar a mi jefa, pero no está. Dos: te espantaste tú solita porque ni que estuviera tan feo, ¿o sí?