LA MALQUERIDA
JACINTO BENAVENTE
PERSONAJES
LA RAIMUNDA
LA ACACIA
LA JULIANA
DOÑA ISABEL
MILAGROS
LA FIDELA
LA ENGRACIA
LA BERNABEA
LA GASPARA
ESTEBAN
NORBERTO
FAUSTINO
EL TÍO EUSEBIO
BERNABÉ
EL RUBIO
MUJERES, MOZAS Y MOZOS
En un pueblo de Castilla
ACTO PRIMERO
Sala en casa de unos labradores ricos
ESCENA I
La RAIMUNA, la ACACIA, DOÑA ISABEL. MILAGROS, la FIDELA, la
ENGRACIA, la GASPARA y la BERNABEA.
Al levantarse el telón todas en pie, menos DoÑa ISABEL, despiden de otros cuatro o cinco, entre mujeres y mozos.
GASPARA.-Vaya, queden ustedes con Dios;
con Dios, Raimunda.
BERNABEA.-Con Dios, doña Isabel... Y tú,
Acacia, y tu madre sea para bien.
RAIMUNDA.-Muchas gracias. Y que todos lo veamos.
Anda, Acacia, sal tú con ellas.
TODAS.-Con Dios, abur.(Gran algazara.
Salen las mujeres. y los mozos y Acacia con ellas.)
DOÑA ISABEL.-¡Qué buena moza está la Bernabea!
ENGRACIA .-Pues va para el año bien mala que estuvo.
Nadie creíamos que lo contaba.
DOÑA ISABEL.-Dicen que se casa también muy pronto.
FIDELA.- Para San Roque, si Dios quiere.
DOÑA ISABEL.-Yo soy la última que se entera
de lo que pasa en el pueblo, Como en mi casa todo son calamidades, está una tan metida en sí.
ENGRACIA .-¡Qué! ¿No va mejor su esposo?
DOÑA ISABEL.-Cayendo y levantando;
aburridas nos tiene. Ya ven todos lo que salimos
de casa; ni para ir a misa los más de los
domingos. Yo por mí ya estoy hecha, pero esta
hija se me está consumiendo.
ENGRACIA .-Ya, ya. ¿En qué piensan ustedes? Y tú, mujer, mira que está el año de bodas.
DOÑA ISABEL.- Sí,sí, buena es ella. No sé yo de dónde haya de venir el que le caiga en gracia.
FIDELA.-Pues para monja no irá, digo yo; así, ella verá.
DOÑA ISABEL.-Y tú, Raimunda. ¿Es a gusto tuyo esta boda?
Parece que no te veo muy cumplida.
RAIMUNDA.-Las bodas siempre son para tenerles miedo.
ENGRACIA.-Pues, hija, si tú no casas la chica
a gusto no sé yo quién podamos decir otro tanto; que denguna como ella ha podido escoger entre lo mejorcito.
FIDELA.-De comer nó ha de faltarles, dar gracias a Dios,
y como están las cosas no es lo que menos hay que mirar.
RAIMUNDA.-Anda, Milagros, anda abajo con Acacia
y los mozos;que me da no sé qué de verte tan parada.
DOÑA ISABEL .-Ve, mujer. Es que esta hija
es como Dios la ha hecho.
MILAGROS.-Con el permiso de ustedes. (Sale.)
RAIMUNDA.-Y anden ustedes con otro bizcochito y otra copita.
DOÑA ISABEL.-Se agradece; pero yo no puedo con nada.
RAIMUNDA.-PUeS andar vosotras, que esto no es nada.
DOÑA ISABEL.-Pues a la Acacia tampoco la veo como debía de estar un día como el de hoy que vienen a pedirla.
RAIMUNDA.-Es que también esta hija mía es como es.
¡Más veces me tiene desesperada! Callar a todo eso sí, hasta que se descose, y entonces no quiera usted oírla, que la dejará a usted bien parada.
ENGRACIA.-Es que se ha criao siempre tan consentida... , como tuvisteis la desgracia de perder a los tres chicos y quedó ella sola, hágase usted cargo... Su padre, pajaritas del aire que le pidiera la muchacha, y tú dos cuartos de lo mismo... Luego, cuando murió su padre, esté en gloria a la chica estaba tan encelada contigo; así es que cuando te volviste a casar le sentó muy malamente.
Y eso es lo que ha tenido siempre esa chica, pelusa.
RAIMUNDA.-¿Y qué iba yo a hacerle? Yo bien hubiera querido no volverme a casar... Y si mis hermanos hubieran sido otros... Pero digo, si no entran aquí unos pantalones a poner orden, a pedir limosna andaríamos mi hija y yo a estas horas; bien lo saben todos.
DOÑA ISABEL .-Eso es verdad. Una mujer sola no es nada en el mundo. Y que muy joven te quedaste viuda.
RAIMUNDA .-Pero yo no sé que esta hija mía y haya podido Tener pelusa de nadie; que su madre soy y no sé yo quién la quiera y la consienta más de los dos; que Esteban no ha sido nunca un padrastro pa ella.
DOÑA ISABEL.-Y es razón que así sea. No habéis tenido otros hijos.
RAIMUNDA.-Nunca va y viene, ande quiera que sea, que no se acuerde de traerle algo... No se acuerda tanto de mí, y nunca me he sentido por eso; que al fin es mi hija, y el que la quiera de ese modo me ha hecho quererle más.
Pero ella... ¿Querrán ustedes creer que ni cuando era chica, ni ahora, no se diga, y ha permitido nunca de darle un beso?
Las pocas veces que le he puesto la mano encima
no ha sido por otra cosa;
FIDELA .-Y a mí no hay quien me quite de la cabeza que tu hija y a quien quiere y es a su primo.
RAIMUNDA.-¿A Norberto? Pues bien plantao le dejó de la noche a la mañana. Ésa es otra; lo que pasó entre ellos no hemos podido averiguarlo nadie.
FIDELA .-Pues ésa es la mía, que nadie hemos podido explicárnoslo y tiene que haber su misterio.
ENGRACIA .-Y ella puede y que no se acuerde de su primo; pero él aún le tiene su idea. Si no, mira y cómo hoy en cuanto se dijo que venía el novio con su padre a pedir a tu hija, cogió y bien temprano se fue pa los Berrocales, y los que le han visto dicen que iba como entristecío.
RAIMUNDA.-Pues nadie podrá decir que ni Esteban ni yo la hemos aconsejao en ningún sentío. Ella de por sí dejó plantao a Norberto, todos lo saben, que ya iban a correrse
las proclamas, y ella consintió de hablar con Faustino.
A él siempre le pareció ella bien, ésa es la verdad...
Como su padre ha sido siempre muy amigo de Esteban,
que siempre han andado muy unidos en sus cosas de la política
y de las elecciones, cuantas veces hemos ido al Encinar
por la Virgen o por cualquier otra fiesta o han
venido aquí ellos, el muchacho pues no sabía qué hacerse
con mi hija; pero como sabía que ella y hablaba aquí
con su primo, pues decirle nunca le dijo nada...
Y hasta que ella, por lo que fuera, que nadie lo sabemos,
plantó al otro, éste no dijo nada. Entonces, sí,
cuando supieron y que ella había acabao con su primo,
su padre de Faustino habló con Esteban y Esteban
habló conmigo y yo hablé con mi hija y a ella
no le pareció mal; tanto es así que ya lo ven todos,
a casarse van, y si a gusto suyo no fuera pues no tendría
perdón de Dios, que lo que hace nosotros a gusto suyo
y bien que a su gusto la hemos dejao.
DOÑA ISABEL.-Y a su gusto será. ¿Por qué no? El novio
es buen mozo y bueno parece.
ENGRACIA .-Eso sí. Aquí todos le miran como si fuera
del pueblo mismamente; que aunque no sea de aquí es de
tan cerca y la familia es tan conocida, que no están
miraos como forasteros.
FIDELA .-El tío Eusebio puede y que tenga más tierras
en la jurisdicción que en el Encinar.
ENGRACIA .-Y que así es. Haste cuenta; se quedó con todo
lo del tío Manolito y a más con las tierras de propios
que se subastaron va pa dos años.
DOÑA ISABEL.-NO, la casa es la más fuerte de por aquí.
FIDELA.-Que lo diga usted, y que aunque sean cuatro
hermanos todos cogerán buen pellizco.
ENGRACIA.-Y la de aquí que tampoco va descalza.
RAIMUNDA.-Que es ella Sola y no tiene que partir con
nadie y que Esteban ha mirao por la hacienda que nos
quedó de su padre que no hubiera miaro más por una hija suya.
{Se oye el toque de Oraciones.)
DOÑA ISABEL.-Las Oraciones. (Rezan todas entre dientes.)
Vaya, Raimunda, nos vamos para casa; que a Telesforo
hay que darle de cenar temprano: digo cenar, la pizca
de nada que toma.
ENGRACIA .-Pues quiere decirse que nosotras también
nos iremos si te parece.
FIDELA.-Me parece.
RAIMUNDA .-Si queréis acompañarme a cenar...
A doña Isabel no le digo nada, porque estando su
esposo tan delicado no ha de dejarle solo.
ENGRACIA.-Se agradece; pero cualquiera gobierna aquella
familia si una falta.
DOÑA ISABEL.-¿Cena esta noche el novio con vosotras?
RAIMUNDA.-No, señora, se vuelven él y su padre pa el Encinar;
aquí no habían de hacer noche y no es cosa de andar el
camino a deshora, y estas noches sin luna...
Como que ya parece que se tardan, que ya van cortando
mucho los días y luego luego es noche cerrada.
ENGRACIA .-Acá suben todos. A la cuenta es la despedida.
RAIMUDA.-¿No lo dije?
ESCENA II
DICHAS, la ACACIA, MILAGROS, ESTEBAN, el Tío EUSEBIO y FAUSTINO.
ESTEBAN.-Raimunda: aquí, el tío Eusebio y Faustino
que se despiden.
EUSEBIO.Ya es hora de volvernos pa casa; antes que Se haga de noche, que con las aguas de estos días pasados están esos caminos que es una perdición.
ESTEBAN.-Sí; que hay ranchos muy malos.
DOÑA ISABEL .-¿Qué dice el novio? Ya no se acuerda de mí Verda.
EUSEBIO .-¿No conoces a doña Isabel?
FAUSTINO.-Si, señor, pa servirla. Creí que no se recordaba de mí.
DOÑA ISABEL.-Sí, hombre; cuando mi marido era alcalde;
va para cinco años. ¡Buen susto nos diste por San Roque,
cuando saliste al toro y creímos todos que te había matado!
ENGRACIA.-El mismo año que dejó tan mal herido a Julián,
el de la Eudosia.
FAUSTINO.-Bien me recuerdo, sí señora.
EUSEBIO.-Aunque no fuera más que por los lapos que llevó
luego encasa... muy merecidos...
FAUSTINO.-¡La mocedad!
DOÑA ISABEL.-Pues no te digo nada, que te llevas la
mejor moza del pueblo; y que ella no se lleva mal mozo tampoco.
Y nos vamos, que ustedes aún tendrán que tratar de sus cosas.
ESTEBAN.-Todo está tratao.
DOÑA ISABEL .-Anda, Milagros... ¿Qué te pasa?
ACACIA.-Que le digo que se quea cenar con nosotros y no se
atreve a pedirle a usted permiso. Déjela usted, doña Isabel.
RAIMUNDA.-Sí que la dejará. Luego la acompañan de aquí
Bernabé y la Juliana y si es caso también irá Esteban.
DOÑA ISABEL.-No, ya mandaremos de casa a buscarla.
Quédate, si es gusto de la Acacia.
RAIMUNDA.-Claro está, que tendrán ellas que hablar de mil cosas.
DOÑA ISABEL.-Pues con Dios todos, tío Eusebio, Esteban.
EUSEBIO.-Vaya usted con Dios, doña Isabel... Muchas
expresiones a su esposo.
DOÑA ISABEL.-De su parte.
ENGRACIA.-Con Dios; que lleven buen viaje.
FIDELA.-Queden con Dios... (Salen todas las mujeres.)
EUSEBIO .-¡Qué nueva está doña Isabel! Y a la cuenta
debe de andarse por mis años. Pero ,bien dicen:
quien tuvo, retuvo y guardó para la vejez... , porque
doña Isabel ha estao una buena moza ande las haya habío.
ESTEBAN.-Pero siéntese usted un poco, tío Eusebio.
¿Qué prisa le ha entrao?
EUSEBIO .-Déjate estar, que es buena hora de volvemos,
que viene muy oscuro. Pero tú no nos acompañes;
ya vienen los criados con nosotros.
ESTEBAN.-Hasta el arroyo Siquiera; es un paseo.
(Entran la Raimunda, la Acacia y la Milagros.)
EUSEBIO.-Y vosotros deciros tóo lo que tengáis que deciros.
ACACIA.-Ya lo tenemos todo hablao.
EUSEBIO.-¡Eso te creerás tú!
RAIMUNDA.-Vamos, tío Eusebio; no sofoque usted a la muchacha.
ACACIA.-Muchas gracias de todo.
EUSEBIO.- ¡Anda ésta! Qué gracias!
ACACIA .-Es muy precioso el aderezo.
EUSEBIO.-ES lo más aparente que se ha encontrao.
RAIMUNDA.-Demasiado para una labradora.
EUSEBIO.- ¡Qué demasiado! Dejarse estar. Con más piedras
que la Custodia de Toledo lo hubiera yo querido.
Abraza a tu suegra.
RAIMUNDA.-Ven acá, hombre; que mucho tengo que quererte
pa perdonarte lo que te me llevas. ¡La hija de mis entrañas!
ESTEBAN .-¡Vaya! Vamos a jipar ahora... Mira la chica.
Ya está hecha una Madalena.
MILAGROS.-¡Mujer! ... ¡Acacia! (Rompe también a llorar.)
ESTEBAN.- ¡ Anda la otra! ¡Vaya, vaya!
EUSEBIO.-No ser así... Los llantos pa los difuntos.
Pero una boda como ésta, tan a gusto de tóos.
Ea, alegrarse... y hasta muy pronto.
RAIMUNDA.-Con Dios, tío Eusebio. Y a la Julia que no
le perdono que no haya venido un día como hoy.
EUSEBIO.-Si ya sabes cómo anda de la vista...
Había que haber puesto el carro y está esa subida
de los Berrocales pa matarse el ganao.
RAIMUNDA.-Pues déle usted muchas expresiones y que se mejore.
EUSEBIO.-De su parte.
RAIMUNDA.-Y andarse ya, andarse ya, que se hace noche.
(A Esteban.) ¿Tardarás mucho?
EUSEBIO.-Ya le he dicho que no venga...
ESTEBAN.- ¡No faltaba otra cosa! Iré hasta el arroyo.
No esperarme a cenar.
RAIMUNDA.-Sí que te esperamos. No es cosa de cenar
solas un día como hoy. Y a la Milagros le da lo mismo
cenar un poco más tarde.
MILAGROS.-Sí, señora; lo mismo.
EUSEBIO.-¡Con Dios!
RAIMUNDA .-Bajamos a despedirles.
FAUSTINO.-YO tenía que decir una cosa a la Acacia...
EUSEBIO.-Pues haberlo dejao pa mañana. ¡Como no
habéis platicao tóo el día!
FAUSTINO.-si es que... unas veces que no me acordao
y otras con el bullicio de la gente, . .
EUSEBIO.-A ver po ande sales...
FAUSTINO.-Si no es nada... Madre, que al venir,
como cosa suya, me dió este escapulario pa la Acacia;
de las monjas de allá.
ACACIA.-¡Es muy precioso!
MILAGROS.-¡Bordao de lentejue la! ¡Y de la Virgen
Santísima del Carmen!
RAIMUNDA.-¡Poca devoción que ella le tiene!
Da las gracias a tu madre.
FAUSTINO.-Está, bendecío...
EUSEBIO.-Bueno; ya hiciste el encargo. Capaz eras de haberte
vuelto con él y ¡hubiera tenido que oír tu madre!
Pero ¡qué corto eres, hijo! No sé yo a quién hayas salío...
(Salen todos. La escena queda sola un instante.Ha ido
oscureciendo. Vuelven la Raímunda, la Acacia y la Milagros.)
RAIMUNDA.-Mucho se han entretenido; salen de noche...
¿Qué dices, hija? ¿Estás contenta?
ACACIA.-Ya lo ve usted.
RAIMUNDA.-¡Ya lo ve usted! Pues eso quisiera yo:
verlo... ¡Cualquiera sabe contigo!
ACACIA.-Lo que estoy es cansada.
RAIMUNDA.-¡Es que hemos llevao un día! Desde las cinco y que
estamos en pie en esta casa.
MILAGROS .-Y que no habrá faltao nadie a darte el parabién.
RAIMUNDA.-Pues todo el pueblo, puede decirse; principiando
por el señor cura, que fue de los primeritos. Ya le he dao
pa que diga una misa y diez panes Pa los pobrecitos,
que de todos hay que acordarse un día así. ¡Bendito sea Dios,
que nada nos falta! ¿Están ahí las cerillas?
ACACIA .-Aquí están, madre.
RAIMUNDA.Pues enciende esa luz, hija; que da tristeza esta
oscuridad. (Llamando.) ¡Juliana, Juliana! ¿Ande andará ésa?
JULIANA.-Dentro y como desde abajo.) ¿Qué?
RAIMUNDA.-Súbete pa acá una escoba y el cogedor.
JULIANA.-(Dentro y como desde abajo.) De seguida subo.
RAIMUNDA.-Voy a echarme otra falda; que ya no ha de venir nadie.
ACACIA.-¿Quiere usted que yo también me desnude?
RAIMUNDA.-Tú déjate estar, que no tienes que trajinar
en nada y un día es un día... (Entra la Juliana.)
JULIANA.-¿Barro aquí?
RAIMUNDA.-No; deja ahí esa escoba.
Recoge todo eso; lo friegas muy bien fregao, y lo pones
en el chinero; y cuidado con esas copas, que es cristal fino.
JULIANA.-¿Me puedo comer un bizcocho?
RAIMUNDA.-sí, mujer, sí. ¡Que eres de golosona!
JULIANA.-Pues sí que la hija de mi madre ha disfrutao de nada.
En sacar vino y hojuelas pa todos se me ha ido el día,
con el sinfín de gente que aquí ha habío.. . Hoy,
hoy se ha visto lo que es esta casa pa todos y también
la del tío Eusebio, sin despreciar. Y ya se verá el día
de la boda. Yo sé quien va a bailarte una onza de oro
y quien va a bailarte una colcha bordada de sedas, con unas
flores que las ves tan preciosas de propias que te dan ganas de
cogerlas mismamente. Día grande ha de ser. ¡Bendito sea Dios!,
de mucha alegría y de mucho llanto también; yo la primera,
que, no diré yo como tu madre, porque con una madre no hay
comparación de nada, pero quitao tu madre... Y que a más
de lo que es pa mí esta casa, el pensar en la moza que se
me murió, ¡hija de mi vida!, que era así y como eres ,tú ahora...
RAIMUNDA .- ¡Vaya Juliana; arrea con todo eso y no nos encojas
el corazón tú también, que ya tenemos bastante ca uno
con lo nuestro.
JULIANA.-No permita Dios de afligir yo a nadie... Pero
estos días así no sé qué tienen que todo se agolpa, bueno
y malo, y quiere una alegrarse y se pone más entristecía...
Y no digas, que no he querío mentar a su padre de ella,
esté en gloria. ¡válganos Dios! ¡Si la hubiera visto este día!
Esta hija, que era pa él la gloria del mundo.
RAIMUNDA .-¿No callarás la boca?
JULIANA.-¡NO me riñas, Raimunda! Que es como si castigaras
a un perro fiel, que ya sabes que eso he sido yo siempre
pa esta casa y pa ti y pa tu hija; como un perro leal,
con la ley de Dios el pan que he comido siempre de esta casa,
con la honra del mundo como todos lo saben... (Sale.)
RAIMUNDA.-¡Qué Juliana!... Y dice bien: que ha sido siempre
como un perro de leal y de fiel pa esta casa. (Se pone a barrer.)
ACACIA.-Madre...
RAIMUNDA.¿Qué quieres, hija?
ACACIA .-¿Me da usted la llave de esta cómoda,
que quiero enseñarle a la Milagros unas cosillas?
RAIMUNDA.-Ahí la tienes. Y ahí os quedáis, que voy a
dar una vuelta a la cena. (Sale.) (La Acacia y la Milagros se
sientan en el suelo y abren el cajón de abajo de la cómoda.)
ACACIA.-Mira estos pendientes; me los ha regalao...
Bueno... Esteban..., ahora no está mi madre; mi madre quiere
que le llame padre siempre.
MILAGROS.-Y él bien te quiere.
ACACIA.-ESO sí; pero padre y madre no hay más que unos...
Estos pañuelos también me los trajo él de Toledo;
las letras las han bordao las monjas... Éstas son tarjetas
postales; mira qué preciosas.
MILAGROS .-¡Qué señoras tan guapetonas!
ACACIA.-Son cómicas de Madrid y de París de Francia...
Mira estos niños qué ricos... Esta caja me la trajo él también
llena de dulces.
MILAGROS.-Luego dirás...
ACACIA.-Si no digo nada. Si yo bien veo que me quiere;
pero yo hubiera querido mejor y estar yo sola con mi madre.
MILAGROS.-Tu madre no te ha querido menos por eso.
ACACIA.-¡Qué sé yo! Está muy ciega por él. No sé yo si
tuviera que elegir entre mí y ese hombre...
MILAGROS.-¡Qué cosas dices! Ya ves, tú ahora te casas,
y si tu madre hubiera seguido viuda, bien sola la dejabas.
ACACIA.-Pero ¿tú crees que yo me hubiera casao si yo
hubiera estao sola con mi madre?
MILAGROS .-¡Anda! ¿No te habías de haber casao?
Lo mismo que ahora.
ACACIA.-NO lo creas. ¿Ande iba yo haber estao más ricamente
que con mi madre en esta casa?
MILAGROS.-Pues no tienes razón. Todos dicen que tu padrastro
ha sido muy bueno para ti y con tu madre. Si no hubiera sido así,
ya tú ves,con lo que se habla en los pueblos...
ACACIA.-Sí ha sido bueno; no diré yo otra cosa.
Pero no me hubiera casao si mi madre no vuelve a casarse.
MILAGROS.- ¿Sabes lo que te digo?
ACACIA.-¿Qué?
MILAGROS.-Que no van descaminados los que dicen que
tú no quieres a Faustino, que al que tú quieres es a Norberto.
ACACIA.-No es verdad. ¡Qué voy a quererle! Después de
la acción que me hizo.
MILAGROS.-Pero si todos dicen que fuiste tú quien lo dejó.
ACACIA.-¡Que fuí yo, que fui yo! Si él no hubiera dao
motivo... En fin, no quiero hablar de esto... Pero no dicen bien;
quiero más a Faustino que le he querido a él.
MILAGROS.-Así debe ser. De otro modo mal harías en casarte.
¿Te han dicho que Norberto se fué del pueblo esta mañana?
A la cuenta no ha querido estar aquí el día de hoy.
ACACIA.-¿Qué más tiene pa él este día que cualquier otro?
Mira, ésta es la última carta que me escribió, después que
concluimos... Como yo no he consentío volverle a ver ...,
no sé pa qué la guardo... Ahora mismito voy a hacerla pedazos.
(La rompe.) ¡Ea!
MILAGROS .-¡Mujer, con qué rabia!...
ACACIA.- a lo que dice... , y quemo los pedazos...
MILAGROS .- ¡Mujer, no se inflame la lámpara!
ACACIA.-(Abre la ventana.) Y ahora a la calle, al viento.
¡Acabao y bien acabao está todo!... ¡Qué oscuridad de noche!
MILAGROS .-(Asomándose tambien a la ventana.) Sí que
está miedoso; sin luna y sin estrellas...
ACACIA .-¿Has oído?
MILAGROS.-Habrá sido una puerta que habrán cerrao de golpe.
ACACIA.-Ha sonao como un tiro.
MILAGROS .-¡Qué mujer! ¿Un tiro a estas horas?
Si no es que avisan de algún fuego, y no se ve
resplandor de ninguna parte.
ACACIA.-¿Querrás creerme que estoy asustada?
MILAGROS .-¡Qué mujer!
ACACIA.-(Corriendo de pronto hacia la puerta.) ¡Madre, madre!
RAIMUNDA.-(Desde abajo.) ¡Hija!
ACACIA .-¿NO ha oído usted nada?
RAIMUNDA.-(Desde abajo.) Sí, hija; ya he mandao a la
Juliana a enterarse... No tengas susto.
ACACIA .-¡Ay madre!
RAIMUNDA.-(Desde abajo.)¡calla, hija! Ya subo.
ACACIAHa sido un tiro lo que ha sonao, ha siclo un tiro.
MILAGROS.-Aunque así sea; nada malo habrá pasao.
ACACIA.-¡Dios lo haga! (Entra Raimunda.)
RAIMUNDA.-¿Te has asustao, hija? No habrá sido nada.
ACACIA.-También usted está asustada, madre.
RAIMUNDA.-De verte a ti... Al pronto, pues como
está tu padre fuera de casa, sí me he sobresaltao...
Pero no hay razón para ello. Nada malo puede haber pasao...
¡Calla! ¡Escucha! ¿Quién habla abajo? ¡ Ay Virgen!
ACACIA.-¡Ay madre, madre!
MILAGROS.-¡Qué dicen, qué dicen?
RAIMUNDA.-No bajes tú, que ya voy yo.
ACACIA.-No baje usted,madre.
RAIMUNDA.-Si no sé qué he entendido... ¿Ay Esteban de
mi vida y que no le haya pasao nada malo! (Sale.)
MILAGROS.-Abajo hay mucha gente.. ., pero desde
aquí no les entiendo lo que hablan.
ACACIA .-Algo malo ha sido, algo malo ha sido.
¡Ay lo que estoy pensando!
MILAGROS.-Tambien yo, pero no quiero decírtelo.
ACACIA .-¿Qué crees tú que ha sido?
MILAGROS .-No quiero decírtelo, no quiero decírtelo.
RAIMUNDA.-(Desde abajo.) ¡Ay Virgen Santísima del Carmen!
¡Ay qué desgracia! ¡Ay esa pobre madre cuando lo sepa
que han matao a su hijo! ¡Ay no quiero pensarlo!
¡Ay qué desgracia, qué desgracia pa todos!
ACACIA .-¿Has entendido?... Mi madre... ¡Madre... , madre!...
RAIMUNDA .-¡Hija, hija, no bajes! ¡Ya voy, ya voy! {Entran la
Raimunda, la Fidela, la Engracia y algunas mujeres.)
ACACIA.-Pero ¿qué ha pasao?, ¿qué ha pasao? Ha habido
una muerte, ¿verdad?, ha habido una muerte.
RAIMUNDA.-¡Hija de mi vida! ¡Faustino, Faustino!...
ACACIA .-¿Qué?
RAIMUNDA.-Que lo han matao, que lo han matao de un
tiro a la salida del pueblo.
ACACIA .-¡Ay madre! ¿Y quién ha sido, quién ha sido?
RAIMUNDA.-No se sabe... , no han visto a nadie... Pero todos
dicen y que ha sido Norberto; pa que sea mayor la desgracia
que nos ha venido a todos.
ENGRACIA .-No puede haber sido otro.
MUJERES.-¡Norberto! ... ¡Norberto!
FIDELA.-Ya han acudío los de justicia.
ENGRACIA.-LO traerán preso.
RAIMUNDA .-Aquí está tu padre. (Entra Esteban.)
¡Esteban de mi vida! ¿Cómo ha sido? ¿Qué sabes tú?
ESTEBAN.- ¡Qué tengo de saber! Lo que todos... Vosotras no
me salgáis de aquí, no tenéis que hacer nada por el pueblo.
RAIMUNDA.-¡Y ese padre cómo estará! ¡Y aquella madre cuando
le lleven a su hijo, que salió esta mañana de casa lleno de
vida y lleno de ilusiones y vea que se lo traen muerto
de tan mala manera, asesinao de esta manera!
ENGRACIA.-Con la horca no paga y el que haiga sío
FIDELA.-Aquí, aquí mismo habían de matarlo.
RAIMIUNDA.-Yo quisiera verlo, Esteban; que no se lo lleven
sin verlo... Y esta hija también; al fin iba a ser su marido.
ESTEBAN.-No acelerarse; lugar habrá para todo. Esta noche
no os mováis de aquí, ya lo he dicho.Ahora no tiene que
hacer allí nadie más que la justicia; ni el médico ni el
cura han podido hacer nada. Yo me vuelvo pa allá,
que a todos han de tomarnos declaración (Sale Esteban.)
RAIMUNDA.-Tiene razón tu padre. ¿Qué podemos ya hacer por él
Encomendarle su alma a Dios... Y a esa pobre madre que no se me
quita del pensamiento... No estés así, hija, que me asustas más
que si te viera llorar y gritar. ¡ Ay! ¡Quién nos hubiera dicho
esta mañana lo que tenía que sucedernos tan pronto!
ENGRACIA .-El corazón y dicen que le ha partido.
FIDELA .-Redondo cayó del caballo.
RAIMUNDA.- ¡Qué borrón y qué deshonra pa este pueblo y que de
aquí haya salido el asesino con tan mala entraña! ¡Y que sea de
nuestra familia pa mayor vergüenza!
GASPARA.-Eso es lo que aún no sabemos nadie.
RAIMUNDA .-¿Y quién otro puede haber sido? Si lo dicen todos...
ENGRACIA.-Todos lo dicen. Norberto ha sido.
FIDELA.-Norberto, no puede haber sido otro.
RAIMUNDA.-Milagros, hija, enciende esas luces a la Virgen
y vamos a rezarle un rosario ya que no podamos hacer otra
cosa más que rezarle por su alma.
GASPARA.-¡El Señor le haiga perdonao!
ENGRACIA.-Que ha muerto sin confesión.
FIDELA.-Y estará su alma en pena. ¡Dios nos libre!
RAIMUNDA.-(A Milagros.) Lleva tú el rosario; yo ni
puedo rezar. ¡Esa madre, esa madre!
(Empiezan a rezar el rosario. Telón.)
FIN DEL ACTO PRIMERO
ACTO SEGUNDO
Portal de una casa de labor. Puerta grande al foro, que da
al campo. Reja a los lados. Una puerta a La derecha y otra
a la izquierda.
ESCENA I
La RAIMUNDA, la ACACIA, la JULIANA y ESTEBAN.
ESTEBAN,sentao a una mesa pequeña, almuerza. La RAIMUNDA,
senrada también, le sirve. La JULIANA entra y sale asistiendo
a la mesa. La ACACIA, sentada en una silla baja, junto a una
de las ventanas, cose, con un cesto de ropa blanca al lado.
RAIMUNDA.-¿No está a tu gusto?
EsTEBAN.-Sí, mujer.
RAIMUNDA.-No has comido nada. ¿Quieres que se prepare alguna
otra cosa?
ESTEBAN.-Déjate, mujer; si he comido bastante.
RAIMUNDA.¡Qué vas a decirme! (Llamando.) Juliana, trae pa acá
la ensalada. Tú has tenido algún disgusto.
ESTEBAN .-¡Qué, mujer!
RAIMUNDA.-¡Te conoceré yo! Como que no has debío ir al pueblo.
Habrás oído allí a unos y a otros. Quiere decir que determinamos,
muy bien pensao, de venirnos al Soto por no estar allí en estos
días, y te vas tú allí esta mañana sin decirme palabra.
¿Qué tenías que hacer allí?
ESTEBAN.-Tenía... que hablar con Norberto y con su padrE.
RAIMUNDA .-Bueno está; pero les hubieras mandao llamar y
que hubieran acudío ellos. Podías haberte ahorrao el viaje
y el oír a las demás gentes, que bien sé yo las habladurías
de unos y de otros que andarán por el pueblo.
JULIANA.-Como que no sirve el estarse aquí, sin querer
ver ni entendér a ninguno, que como el Soto es paso de tóos
estos lugares a la redonda, no va y viene uno que no se
pare aquí a oliscar y cucharetear lo que a nadie le importa.
ESTEBAN.- Y tú, que no dejarás de conversar con todos.
JULIANA.-Pues no, señor, que está usted muy equivocao,
que no he hablao con nadie, y aun esta mañana le reñí
a Bernabé por hablar más de la cuenta con unos que pasaron
del Encinar. Y a mí ya pueden venir a preguntarme, que de mi
madre lo tengo aprendido, y es buen acuerdo: al que pregunta
mucho, responderle poco, y al contrario.
RAIMUNDA.-Mujer, calla la boca. Anda allá dentro. (Sale Juliana.)
¿Y qué anda por el pueblo?
ESTEBAN.-Anda..., que el tío Eusebio y sus hijos han jurao
de matar a Norberto; que ellos no se conforman con que la
justicia y le haya soltao tan pronto; que cualquier día se
presentan allí y hacen una so nada; que el pueblo anda dividío
en dos bandos, y mientras unos dicen que el tío Eusebio tiene
razón y que no ha podio ser otro que Norberto, los otros dicen
que Norberto no ha sío, y que cuando la justicia le ha puesto
en la calle es porque está bien probao que es inocente.
RAIMUNDA.-Yo tal creo. No ha habido una declaración en contra
suya; ni el padre mismo de Faustino, ni sus criados; ni tú,
que ibas con ellos.
ESTEBAN.-Encendiendo un cigarro íbamos el tío Eusebio y yo;
por cierto que nos reíamos como dos tontos; porque yo quise
presumir con mi encendedor y no daba lumbre, y entonces el tío
Eusebio fué y tiró de su buen pedernal y su yesca y me iba
diciendo muerto de risa: “Anda, enciende tú con eso para que
presumas con esa maquinaria sacadineros, que yo con esto me apaño
tan ricamente...” Y ése fué el mal, que con esta broma nos
quedamos rezagaos, y cuando sonó el disparo y quisimos acudir ya
no podía verse a nadie. A más que, como luego vimos que había
muerto, pues nos quedamos tan muertos como él y nos hubieran
matao a nosotros que no nos hubiéramos dao cuenta.
(La Acacia se levanta de pronto y va a salir)
RAIMUNDA.-¿Donde vas, hija, Como asustada? ¡Sí que está
una pa sobresaltos!
ACACIA.-Es que no saben ustedes hablar de otra cosa.
¡También es gusto! No habrá usted contao veces cómo fué
y no lo tendremos oído otras tantas.
ESTEBAN.-En eso lleva razón... Yo por mí no hablaría nunca;
es tu madre.
ACACIA.-Tengo soñao más noches... yo, que antes no me asustaba
nunca de estar sola ni a oscuras y ahora, hasta de día me entran
unos miedos...
RAIMUNDA.-No eres tú sola; sí que yo duermo ni descanso
de día ni de noche. Y yo sí que nunca he sido asustadiza,
que ni de noche me daba cuidao de pasar por el campo santo,
ni la noche deánima que fuera, y ahora todo me sobrecoge:
los ruidos y el silencio... Y lo que son las cosas : mientras
creíamos todos que podía haber sido Norberto, con ser de la
familia y ser una desgracia y una vergüenza pa todos, pues
quiere decirse que como ya no tenía remedio, pues... ¡qué sé yo!,
estaba tan conforme... , al fin y al cabo tenía su explicación,
Pero ahora..., si no ha sío Norberto, ni nadie sabemos quién ha
sío y nadie podemos explicarnos por qué mataron a ese pobre, yo
no puedo estar tranquila. Si no era Norberto,¿quién podía
quererle mal? Es que ha sío por una venganza, algún enemigo de
su padre, quién sabe si tuyo tambien..., y quién sabe
si no iba contra ti el golpe, y como era de noche y hacía muy
oscuro no se confundieron, y lo que no hicieron entonces lo harán
otro día... , y vamos, que yo no vivo ni descanso, y ca vez que
sales de casa y andas por esos caminos me entra un desasosiego...
Mismo hoy, como ya te tardabas, en poco estuvo de irme yo pa el
pueblo.
ACACIA.-Y al camino ha salido usted.
RAIMUNDA.-Es verdad; pero como te vi desde el altozano que ya
llegabas por los molinos y vi que venía el Rubio contigo, me
volví corriendo pa que no me riñeras. Bien sé que no es posible,
pero yo quisiera ir ahora siempre ande tú fueras, no desapartarme
de junto a ti por nada de este mundo; de otro modo no puedo estar
tranquila, no es vida ésta.
ESTEBAN.-YO no creo que nadie me quiera mal. Yo nunca hice mal a
nadie. Yo bien descuidao voy ande quiera, de día como de noche.
RAIMUNDA.-Lo mismo me parecía a mí antes, que nadie podía
queremos mal... Esta casa ha sío el amparo de mucha gente. Pero
basta una mala voluntad, basta con una mala intención; ¡y qué
sabemos nosotros si hay quien nos quiere mal sin nosotros
saberlo! De ande ha venido este golpe puede venir otro. La
justicia ha soltao a Norberto, porque no ha podido probarse que
tuviera culpa ninguna... Y yo me alegro. ¿No tengo de alegrarme?,
si es hijo de una hermana, la que yo más quería... Yo nunca pude
creer que Norberto tuviera tan mala entraña pa hacer una cosa
como ésa: ¡asesinar a un hombre a traición! Pero ¿es que ya se ha
terminado todo? ¿Qué hace ahora la justicia? ¿Por qué no buscan,
por qué no habla nadie? Porque alguien tié que saber, alguno tié
que haber visto aquel día quién pasó por allí, quien rondaba por
el camino... Cuando nada malo se trama, todos son a dar razón de
quién va y quién viene; sin nadie preguntar, todo se sabe, y
cuando más importa saber, nadie sabe, nadie ha visto nada...
ESTEBAN .-¡ Mujer! Qué particular tiene que así sea? El que a
nada malo va, no tiene por qué ocultarse; el que lleva una mala
idea, ya mira de esconderse.
RAIMUNDA .-¿Tú quién piensas que pué haber sido?
ESTEBAN.- ¿Yo? La verdad..., pensaba en Norberto, como todos; de
no haber sido él, ya no me atrevo a pensar de nadie.
RAIMUNDA.-Pues mira: yo bien sé que vas a reñirme,
pero ¿sabes lo que he determinao?
ESTEBAN.-Tú dirás...
RAIMUNDA.-Hablar yo con Norberto. He mandao a Bernabé a buscarlo.
Pienso que no tardará. en acudir.
ACACIA.-¿Norberto? ¿Y qué quiere usted saber dél?
ESTEBAN.-Eso digo yo. ¿Qué crees tú que él puede decirte?
RAIMUNDA .-¡Qué sé yo! Yo sé que él a mí no puede engañarme.
Por la memoria de su madre he de pedirle que me diga la verdá
de todo.Aunque él hubiera sido, ya sabe él que yo a nadie había
de ir a contarlo. Es que yo no .puedo vivir así, temblando
siempre por todos nosotros.
ESTEBAN.-¿Y tú crees que Norberto va a decirte a ti lo que haya
sido, si ha sido él quien lo hizo?
RAMUNDA.-Pero yo me quedaré satisfecha después de oírle.
ETEBAN.-Alá tú, pero cree que todo ello sólo servirá para más
habladurías si saben que ha venido a esta casa. A más, que hoy ha
de venir el tío Eusebio y si se encuentran...
RAIMUNDA.-Por el camino no han de encontrarse, que llegan de una
parte ca uno... , y aquí, la casa es grande, y ya estarán al
cuidao.(Entra la Juliana.)
JULIANA.-Señor amo...
ESTEBAN .-¿Qué hay?
JULIANA.-El tío Eusebio que está al llegar y vengo a
avisarle, por si no quiere usted verlo.
ESTEBAN.-YO, ¿por qué? Mira si ha tardao en acudir.
Tú verás si acude también el otro.
RAIMUINDA.-Por pronto que quiera...
ESTEBAN.¿Y quién te ha dicho a ti que yo no quiero ver
al tío Eusebio?
JULIANA.—No vaya usted a achacármelo a mí también; que yo por mí
no hablo. El Rubio ha sido quien me ha dicho y que usted
no quería verle, porque está muy emperrao en que usted
no se ha puesto de su parte con la justicia y por eso
y han solta a Norberto.
ESTEBAN.-Al Rubio ya le diré yo quién le manda meterse en
explicaciones.
JULIANA.-atras cosas también había usted de decirle,
que está de algún tiempo a esta parte que nos quiere avasallar
a todos. Hoy,Dios me perdone si le ofendo, pero me parece que ha
bebido más de la cuenta.
RAIMUNDA.-Pues eso si que no pué consentírsele. Me va a oír.
ESTEBAN.-Déjate, mujer. Ya le diré yo luego.
RAIMUNDA.-Sí que está la casa en república; bien se
prevalen de que una no está pa gobernarla...Es que lo
tengo visto, en cuantito que una se descuida...
¡Buen hato de holgazanes están todos ellos!
JULIANA.-NO lo dirás por mí, Raimunda, que no quisiera oírtelo.
RAIMUNDA.-LO digo por quien lo digo, y quien se pica ajos come.
JULIANA .-¡Señor, Señor!...¡Quien ha visto esta casa! No parece
sino que todos hemos pisao una mala yerba, a todos nos han
cambiado; todos son a pagar unos con otros y todos conmigo, , .
¡Válgame Dios y me dé paciencia pa llevarlo todo!
RAIMUNDA.-¡Y a mí pa aguantaros!
JULIANA.-Bueno está. ¿A mí también? Tendré yo la culpa de todo.
RAIMUNDA.-Si me miraras a la cara sabrías cuándo habías
de callar la boca y quitárteme de delante sin que tuviera
que decírtelo.
JULIANA.-Bueno está. Ya me tiés callada como una muerta y
ya me quito de delante. ¡Válgame Dios, Señor! No tendrás
que decirme nada.(Sale.)
ESTEBAN .-Aquí está el tío Eusebio.
ACACIA.-Les dejo a ustedes. Cuando me ve se aflige... , y como
está que no sabe lo que le pasa, a la postre siempre dice algo
que ofende. A él le parece que nadie más que él hemos sentido a
su hijo.
RAIMUNDA.-Pues más no digo, pero puede que tanto como su madre y
le haya llorao yo. Al tío Eusebio no hay que hacerle caso; el
pobre está. muy acabao. Pero tiés razón, mejor es que no te vea.
ACACIA.-Estas camisas ya están listas, madre.Las plancharé ahora.
ESTEBAN.-¿Has estao cosiendo pa mí?
ACACIA.-Ya lo ve usted.
RAIMUNDA .-¡Si ella no cose ... ! Yo estoy tan holgazana...
¡Bendito Dios!, no me conozco. Pero ella es trabajadora y se
aplica. (Acariciándola al pasar para el mutis.) ¿No querrá Dios
que tengas suerte, hija? (Sale Acucia.) ¡Lo que somos las
madres! Con lo acobardada que estaba yo de pensar y que iba a
casárseme tan moza, y ahora... ¡qué no daría yo por verla casada!
ESCENA II
La RAIMUNDA, ESTEBAN y el Tío EUSEBIO.
EUSEBIO.-¿Ande anda la gente?
ESTEBAN.-Aquí, tío Eusebio.
EUSEBIO.-Salud a todos.
RAIMUNDA .-Venga usted con bien, tío Eusebio.
ESTEBAN ¿Ha dejado usted acomodas las caballerías?
EUSEBIO.-Ya se ha hecho cargo el espolique.
ESTEBAN.-Siéntese usted. Anda, Raimunda, ponle un vaso
del vino que tanto le gusta.
EUSEBIO.-No, se agradece; dejarse estar, que ando muy
malamente y el vino no me presta.
ESTEBAN.-Pero si éste es talmente una medicina.
EUSEBIO.-No,no lo traigas.
RAIMUNDA.-Como usted quiera. ¿Y cómo va, tío Eusebio, cómo va?
¿Y la Julia?
EUSEBIO.-Figúrate, la Julia... Ésa se me va etrás de su hijo;
ya lo tengo pronosticao.
RAIMUNDA .-No lo quiera Dios, que aún le quedan otros
cuatro por quien mirar.
EUSEBIO.-Pa más cuidaos; que aquella madre no vive pensando
siempre en todo lo malo que puede sucederles. Y con esto de
ahora. Esto ha venido a concluir de aplastarnos. Tan y mientras
confiamos que se haría justicia... Es que me lo decían todos y yo
no quería creerlo... Y ahí le tenéis, al criminal, en la calle,
en su casa, riéndose de tóos nosotros; pa afirmarme yo más en lo
que ya me tengo bien sabido: que en este mundo no hay más
justicia que la que ca uno se toma por su mano. Y a eso darán
lugar, y a eso te mandé ayer razón, pa que fueras tú y les
dijeses que si mis hijos se presentaban por el pueblo que no les
dejasen entrar por ningún caso, y si era menester que los
pusieran presos, todo antes que otro trastorno pa mi casa; aunque
me duela que la muerte de mi hijo quede sin castigar, si Dios no
la castiga, que tié que castigarla 0 no hay Dios en el cielo,
RAIMUNDA.-No se vuelva usted contra Dios, tío Eusebio; que aunque
la justicia no diera nunca con el que mató tan malamente a su
hijo, nadie quisiéramos estar en su lugar dél. ¡ Allá él con su
conciencia! Por cosa ninguna de este mundo quisiera yo tener mi
alma como él tendrá la suya; que si los que nada malo hemos hecho
ya pasamos en vida el purgatorio, el que ha hecho una cosa así
tié que pasar el infierno; tan cierto puede usted estar como
hemos de morirnos.
EUSEBIO.-Así será como tú dices, pero ¿no es triste gracia que
por no hacerse justicia como es debido, sobre lo pasao, tenga yo
que andar ahora sobre mis hijos pa estorbtarlos de que quieran
tomarse la justicia por su mano, y que sean ellos los que, a la
postre, se vean en un presidio? Y que lo harán como lo dicen.
¡Hay que oírles! Hasta el chequetico; va pa los doce años, y hay
que verle apretando los puños como un hombre y jurando que el que
ha matao a su hermano se las tié que pagar, sea como sea... Yo le
oigo y me pongo a llorar como una criatura... , y su madre, no se
diga. Y la verdad es que uno bien quisiera decirles: ‘¡Andar ya,
hijos, y matarle a cantazos como a un perro malo y hacerles
peazos aunque sea y traérnoslo aquí a la rastra!... ” Pero tié
uno que tragárse tóo y poner cara seria y decirles que ni por el
pensamiento se les pase semejante cosa, que sería matar a su
madre y una ruina pa todos...
RAIMUNDA.-Pero, vamos a ver, tío Eusebio, que tampoco usted
quiere atender a razones; si la justicia ha sentenciado que no ha
sido Norberto, si nadie ha declarao la menor cosa en contra suya,
si ha podido probar ande estuvo y lo que hizo todo aquel día, una
hora tras otra; que estuvo con sus criados en los Berrocales, que
allí le vió también y estuvo hablando con él don Faustino, el
médico del Encinar, mismo a la hora que sucedió lo que sucedió..;
y diga usted si nadie podemos estar en dos partes al mismo
tiempo... usted Y de sus criados podrá decir que estarían bien
aleccionados, por más que no es tan fácil ponerse tanta gente
acordes pa una mentira; pero don Faustino bien amigo es de usted
y bastantes favores le debe... , y como él otros muchos que
habían de estar de su parte de usted, y todos han declarado lo
mismo. sólo un pastor de los Berrocales supo decir que él había
visto de lejos a un hombre a aquellas horas, pero que él no
sabría decir quién pudiera ser; pero por la persona y el aire y
el vestido no podía ser Norberto.
EUSEBIO.-Si a que no fuera él yo no digo nada. Pero ¿deja de ser
uno el que lo hace porque haiga comprao a otro pa que lo haga? Y
eso no pué dudarse.. . La muerte de mi hijo no tié otra
explicación... Que no vengan a mí a decirme que si éste que si el
otro. Yo no tengo enemigos pa una cosa así. Yo no hice nunca mal
a nadie. Harto estoy de perdonar multas a unos y a otros, sin
mirar si son de los nuestros o de los contrarios. Si mis tierras
paecen la venta de mal abrigo. ¡Si fuera yo a poner todas las
denuncias de los destrozos que me están haciendo todos los días!
A Faustino me lo han matao porque iba a casarse con Acacia, no
hay más razón y esa razón no podía tenerla otro que Norberto. Y
si todos hubieran dicho lo que saben, ya se hubiera aclarao todo.
Pero quien más podía decir, no ha querido decirlo...
RAIMUNDA .-Nosotros. ¿Verdad usted?
EUSEBIO.-YO a nadie señalo.
RAIMUNDA.-Cuando las palabras llevan su intención no es menester
nombrar a nadie ni señalar con el dedo. Es que usted está.
creído, porque Norberto sea de la familia, que si nosotros
hubiéramos sabido algo, habíamos de haber callao.
EUSEBIO.-Pero ¿vas tú a decirme que la Acacia no sabe más de lo
que ha dicho?
RAIMUNDA.-NO, señor, que no sabe más de lo que todos sabemos. Es
que usted se ha emperrao en que no puede ser otro que Norberto,
es que usted no quiere creerse de que nadie pueda quererle a
usted mal por alguna otra cosa. Nadie somos santos, tío Eusebio.
Usted tendrá hecho mucho bien, pero también tendrá usted hecho
algún mal en su vida; usted pensará que no es pa que nadie se
acuerde, pero al que se lo haiga usted hecho no pensará lo mismo.
A más, que si Nor berto hubiera estao enamorao de mi hija hasta
ese punto, antes hubiera hecho otras demostraciones. Su hijo de
usted no vino a quitársela; Faustino no habló con ella hasta que
mi hija despidió a Norberto, y le despidió porque supo que él
hablaba con otra moza, y él ni siquiera fué pa venir y
disculparse; de modo y manera que si a ver fueramos, él fué quien
la dejó a ella plantada. Ya ve usted que nada de esto es pa hacer
una muerte.
EUSEBIO.-Pues si así es, ¿por qué a lo primero todos decían que
no podía ser otro? Y vosotros mismos, ¿no lo ibais diciendo?
RAIMUNDA .-ES que así, a lo primero, ¿en quién otro podía
pensarse? Pero si se para uno a pensar, no hay razón pa creer que
él y sólo él pueda haberlo hecho. Pero usted no parece sino que
quiere dar a entender que nosotros somos encubridores, y sépalo
usted, que nadie más que nosotros quisiéramos que de una vez se
supiese la verdad de todo, que si usted ha perdío un hijo, yo
también tengo una hija que no va ganando nada con todo esto.
EUSEBIO.-Como que así es... Y con callar lo que sabe, mucho
menos. Ni vosotros... ; que Norberto y su padre, pa quitarse
sospechas, no queráis saber lo que van propalando de esta casa;
que si fuera uno a creerse de ello...
RAIMUNDA .-¿De nosotros? ¿Qué puen ir propalando? Tú que has
estado en pueblo, ¿qué icen?
ESTEBAN .-¡Quién hace caso!
EUSEBIO.-No, si yo no he de creerme de na que venga de esa parte,
pero bien y que os agradecen el no haber declarao en contra suya.
RAIMUNDA.-Pero ¿vuelve usted a las mismas?... ¿Sabe usted lo que
le digo, tío Eusebio? Que tié una que hacerse cargo de lo que es
perder un hijo como usted lo ha perdío pa no contestarle a usted
de otra manera. Pero una. también es madre, ¡caray!, y usted está
ofendiendo a mi hija y nos ofende a todos.
ESTEBAN.-¡Mujer! No se hable más... ¡Tío Eusebio!
EUSEBIO.-YO a nadie ofendo. Lo que digo es lo que dicen todos;
que vosotros por ser de la familia y todo el pueblo por quitarse
de esa vergüenza, os habéis confabulado todos pa que la verdad no
se sepa. Y si aquí todos creen que no ha sido Norberto, en el
Encinar todos creen que no ha sido otro. Y si no se hace justicia
muy pronto, va a correr mucha sangre entre los dos pueblos, sin
poder impedirlo nadie,que todos sabemos lo que es la sangre moza.
RAIMUNDA.-Si usted va soliviantando a todos. Si pa usted no
hay razón ni justicia que valga. ¿No está usted bien convencío de
que si no fué que él compró a otro pa que lo hiciera, él no pudo
hacerlo? Y eso de comprar a nadie pa una cosa así... ¡vamos, que
no me cabe a mí en la cabeza! ¿A quién puede comprar un mozo como
Norberto? ¡Y no vamos a creer que su padre dél iba a meditar en
una cosa así!
EUSEBIO.-Pa comprar a una mala alma no es menester mucho. ¿No
tienes ahí, sin ir más lejos, a los de Valderrobles, que por tres
duros y medio mataron a los dos cabreros?
RAIMUNDA.-¿Y qué tardó en saberse?; que ellos mismos se
descubrieron disputando por medio duro. El que compra a un hombre
pa una cosa así, viene a ser como un esclavo suyo pa toda la
vida. Eso podrá creerse de algún señorón con mucho poder, que
pueda comprar a quien le quite de enmedio a cualquiera que pueda
estorbarle. Pero Norberto...
EUSEBIO .-A nadie nos falta un criado que es como un perro fiel
en la casa pa obedecer lo que se le manda.
RAIMUNDA.-fié que usted los tenga de esa casta y que alguna vez
los haya usted mandao algo parecido,que el que lo hace lo piensa.
EUSEBIO .-Mírate bien en lo que estás diciendo.
RAIMUNDA .-Usted es el que tié que mirarse.
ESTEBAN.-Pero ¿no quiés callar, Raimunda?
EUSEBIO.-Ya lo estás oyendo. ¿qué dices tú?
ESTEBAN.-dejemos esta conversación,que todo será volvernos más
locos.
EUSEBIO.-Por mí,dejá está.
RAIMUNDA.-Diga usted que usted no pué conformarse con no saber
quién le ha matao a su hijo y razón tiene usted que le sobra;
pero no es razór pa envolvernos a todos; que si usted pide que se
haga justicia, más se lo estoy pidiendo yo a Dios todos los días,
y que no se quede sin castigar el que lo hizo, así fuera un hijo
mío el que lo hubiera hecho.
ESCENA III
DICHOS y el RUBIO.
RUBIO.-Con licencia.
ESTEBAN.-¿Qué hay, Rubio?
RUBIO.-No me mire usted así, mi amo,
que no estoy bebío... LO de esta mañana fué que salimos sin
almorzar,y me convidaron, y un traguete que bebió uno, pues le
cayó a uno mal, y eso fué todo... Lo que siento es que usted se
haya incomodado.
RAIMUNDA.-¡Ay, me parece que tú no estás bueno! Ya me lo había
dicho la Juliana.
RUBIO.-La Juliana es una enreaora. Eso quería ecirle al amo.
ESTEBAN.-¡Rubio!Después me dirás lo que quieras. Está aquí el
tío Eusebio.¿No lo estás viendo?
RUBIO.-¿El tío Eusebio? Ya le
había visto... ¿Qué le trae por acá?
RAIMUNDA .-¡Qué te importa a ti qué le traiga o le deje de traer!
¡Habráse visto! Anda, anda y acaba de dormirla, que tú no estás
en tus cabales.
RUBIO.-No me diga usted eso, mi ama.
ESTEBAN.-¡Rubio!
RUBIO.-La Juliana es una enreaora. Yo no he bebío... , y el
dinero que se me cayó era mío, yo no soy ningún ladrón, ni he
robao a nadie... Y mi mujer tampoco le debe a nadie lo que lleva
encima...,¿verdá usted,señor amo?
ESTEBAN.-¡Rubio! Anda ya, y acuéstate y no parezcas hasta que te
hayas hartao de dormir. ¡Qué dirá el tío Eusebio? ¿No has
reparao?
RUBIO.-Demasiado que he reparao... Bueno está... No tié usted
que decirme nada... (Sale.)
RAIMUNDA .-Pa lo que dice usted de los criados, tío Eusebio. Sin
tenerle que tapar a uno nada, ya de por sí saben abusar. . Dígame
usted si tuviera alguno cualquier tapujo con ellos... Pero ¿pué
saberse qué le ha pasao hoy al Rubio? ¿Es que ahora va a
emborracharse todos los días? Nunca había tenido él esa falta;
pues no vayas a consentírsela, que como empiece así...
ESTEBAN.-¡Qué mujer! Si porque no tié costumbre es por lo que hoy
se ha achispao una miaja. A la cuenta, mientras yo andaba a unas
cosas y otras por el pueblo, le han convidao en la taberna... Ya
le he reñío yo, y le mandé acostar; pero a la cuenta, no ha
dormío bastante y se ha entrao aquí sin saber entoavía lo que se
habla... No es pa espantarse.
EUSEBIO.-claro está que no.¿Mandas algo?
ESTEBAN.-¿Ya se vuelve usted,tío Eusebio?
EUSEBIO.-Tú verás. Lo que siento es haber venío pa tener un
disgusto.
RAIMUNDA .-Aquí no ha habido disgusto ninguno. ¡Qué voy yo a
disgustarme con usted!
EUSEBIO.-Así debe de ser. ¡Hacerse cargo, con lo que a mí me
ha pasao! Esa espina no se arranca así como así; clavada estará y
bien clavada hasta que quiera Dios lle vársele a uno de este
mundo.¿Tenéis pensao de estar muchos días en el Soto?
ESTEBAN.-Hasta el domingo. Aquí no hay nada que hacer. Sólo hemos
venido por no estar en el pueblo en estos días; como al volver
Norberto tóo habían de ser historias...
EUSEBIO.-Como que así será. Pues yo no te dejo encargao otra
cosa, cuando estés allí, que estés a la mira por si se presentan
mis hijos, que no me vayan a hacer alguna,que no quiero pensarlo.
ESTEBAN.-Vaya usted descuidao; pa que hicieran algo estando yo
allí, mal había yo de verme.
EUSEBIO.-Pues no te digo más. Estos días les tengo entretenidos
trabajando en las tierras de la linde del río... Si no va por
allí alguien que me los soliviante... Vaya, quedar con Dios. ¿Y
la Acacia?
RAIMUNDA.-Por no afligirle a usted no habrá acudío... Y que ella
también de verle a usted se recuerda de muchas cosas.
EUSEBIO.-Tiénes razón.
ESTEBAN.-Voy a que saquen las caballerías.
EUSEBIO.-Déjate estar. Yo daré una voz... ¡ Francisco! Allá
viene. No vengas tú,mujer. Con Dios. (Van saliendo.)
RAIMUNDA.-Con Dios, tío Eusebio; y pa la Julia no le digo a usted
nada.. ., que me acuerdo mucho de ella, y qué más tengo reza0 por
ella que por su hijo, que a él Dios le habrá perdonao, que ningún
daño hizo pa tener el mal fin que tuvo... ¡Pobre!(Han salido
Esteban y el Tío Eusebio.)
ESCENA IV
RAIMUNDA y BERNABÉ.
BERNABÉ .-¡Señora ama!
RAIMUNDA.-Qué? ¿Viste a Norberto?
BERNABÉ.Como que aquí está; ha venido conmigo. ¡Más pronto!
Él,de su parte, estaba deseandito de avistarse con usted.
RAIMUNDA.-No os habréis cruzado con el tio Eusebio?
BERNABÉ.-A lo lejos le vimos llegar de la parte del río; con que
nosotros echamos de la otra parte y nos metimos por el corralón y
allí me dejé a Norberto agazapao, hasta que el tío Eusebio se
volviera pa el Encinar.
RAIMUNDA.-Pues mira si va ya camino.
BERNABÉ.-Ende aquí le veo que ya va llegando por la cruz.
RAIMUNDA.-Pues ya puedes traer a Norberto. Atiende antes. ¿Qué
anda por el pueblo?
BERNABÉ.-“Mucha maldá, señora ama. Mucho va a tener que hacer la
justicia si quiere averiguar algo.
RAIMUNDA.-Pero allí, nadie cree que haya sío Norberto, ¿verdad?
BERNABÉ.-Y que le arrean un estacazo al que diga otra cosa. Ayer,
cuando llegó, que ya venía medio pueblo con él, que salieron al
camino a esperarle, todo el pueblo se juntó para recibirle, y en
volandas le llevaron hasta su casa, y todas las mujeres lloraban,
y todos los hombres le abrazaban, y su padre se quedó como
acidentao...
RAIMUNDA .-¡Pobre! ¡No,no podía haber sío él!
BERNABÉ.- Y como se susurra que los del Encinar y se han dejao
decir que vendrán a matarlo el día menos pensao, pues tóos los
hombres, hasta los más viejos, andan con garrotes y armas
escondías.
RAIMUNDA.-¡Dios nos asista! Atiende: el amo, cuando estuvo allí
esta mañana, ¿sabes si ha tenío algún disgusto?
BERNABÉ.-¡ya le han venío a usted con el cuento?
RAIMUNDA.-NO... , es decir, sí, ya lo sé.
BERNABÉ.-El Rubio, que se entró en la taberna y parece ser que
allí habló cosas... Y como le avisaron al amo, se fué a buscarle
y le sacó a empellones, y él se insolentó con el amo... Estaba
bebío...
RAIMUNDA.-¿Y qué hablan del Rubio, Si pué saberse?
BERNABÉ.-Que se fué de la lengua... Estaba bebío...
¿Quiere usted que le diga mi sentir? Pues que no debieran ustedes
de parecer por el pueblo en unos cuantos días.
RAIMUNDA.-Ya puedes tenerlo por seguro. Lo que hace a mí, no
volvería nunca... ¡Ay Virgen, que me ha entrao una desazón que
echaría a correr tóo ese camino largo adelante y después me
subiría por aquellos cerros y después no sé yo ande quisiá
esconderme, que no parece sino que viene alguien detrás de mí,
pero que pa matarme!... Y el amo... ¿Ande está el amo?
BERNABÉ.-Con el Rubio andaba.
RAIMUNDA.vé y tráete a Norberto.(Sale Bernabé.)
ESCENA V
RAIMUNDA y NORBERTO.
NORBERTO.-¡Tía Raimunda!
RAIMUNDA .-¡Norberto! ¡Hijo! Ven que te abrace.
NORBERTO.-Lo que me he alegrao de que usted quisiera verme.
Después de mi padre y de mi madre, en gloria esté, y más vale, si
había de verme visto como me han visto todos... , como un}
criminal, de nadie me acordaba como de usted.
RAIMUNDA.-YO nunca he podido creerlo, aunque lo decían todos.
NORBERTO,Bien lo sé, y que usted ha sío la primera en defenderme.
¿Y la Acacia?
RAIMUNDA.-Buena está;pero con la tristeza del mundo en esta casa.
NORBERTO.-¡Decir que yo había matao a Faustino! ¡Y pensar que, si
no puedo probar, como pude probarlo, lo que había hecho todo
aquel día, si como lo tuve pensao, cojo la escopeta y me voy solo
a tirar unos tiros y no puedo dar razón de ande estuve, porque
nadie me hubiera visto, me echan a un presidio pa toda la vida!
RAIMUNDA.-¡No llores, hombre!
NORBERTO.-Si; esto no es llorar; llantos los que tengo lloraos
entre aquellas cuatro paredes de una cárcel; que si me hubieran
dicho a mí que tenía que ir allí algún día... Y lo malo no ha
concluío. El tío Eusebio y sus hijos y todos los del Encinar sé
que quieren matarme... No quien creerse de que yo estoy inocente
de la muerte de Faustino, tan cierto como mi madre está bajo
tierra.
RAIMUNDA .-Como nadie sabe quién haya sío... Como nada ha podido
averiguarse... , pues, ya se ve, ellos no se conforman... Tú,
¿de quién sospechas?
NORBERTO.-Demasiado que sospecho.
RAIMUNDA.-¿Y no has dicho nada a la justicia?
NORBERTO.-Si no hubiera podido por menos pa verme libre, lo
hubiea dicho todo... Pero ya que no haya habío necesidá de acusar
a nadie... Así como así, si yo hablo... harían conmigo igual que
hicieron con el otro.
RAIMUNDA.-Una venganza, ¿Verdad? Tú crees que ha sío una
venganza....¿ Y de quién piensas tú que pué haber sido? Quisiera
saberlo, porque hazte cargo, el tío Eusebio y Esteban tien que
tener los mismos enemigos; juntos han hecho siempre bueno y malo,
y no puedo estar tranquila... Esa venganza tanto ha sío contra el
tío Eusebio como en contra de nosotros;pa estorbar que estuvieran
más unidas las dos familias; pero pueden no contentarse con esto
y otro día pueden hacer lo mismo con mi marido.
NORBERTO.-Por tío Esteban no pase usted cuidao.
RAIMUNDA.-Tú crees...
NORBERTO.-Yo no. creo nada.
RAIMUNDA.-Vas a decirme todo lo que sepas. A más de que, no sé
porqué me paece que no eres ,tú solo a saberlo. Si será lo mismo
que ha llegao a mi conocimiento. Lo que dicen todos.
NORBERTO.-Pero no es que se haya sabido por mí... Ni tampoco
pué saberse; es un runrún que anda por el pueblo no más.
Por mí na se sabe.
RAIMUNDA.-Por la gloria de tu madre vas,a decírmelo todo Norberto
NORBERTO.-No me haga usted hablar. Si yo no he querido hablar ni
a la justicia... Y si hablo me matan, tan cierto que me matan.
RAIMUNDA.-Pero ¿quién pué matarte?
NORBERTO.-Los mismos que han matao a Faustino.
RAIMUNDA.-Pero ¿quién ha matao a Faustino? Alguien comprao pa
eso, ¿verdad? Esta mañana en la taberna hablaba el ‘Rubio...
NORBERTO.-¿Lo sabe usted?
RAIMUNDA.- Esteban fue a sacarle de allí pa que no hablara...
NORBERTO.-Pa que no le comprometiera.
RAIMUNDA .-¡Eh! ¡Pa que no le comprometiera!... Porque el Rubio
estaba diciendo que él...
NORBERTO.-Que él era el amo de esta casa.
RAIMUNDA.-¿El amo de esta casa! Porque el ,Rubio ha sío...
NORBERTO.-Sí, Señora.
RAIMUNDA.-El que ha matao a Faustino...
NORBERTO.-Eso mismo.
RAUIMUNDA.-¡El Rubio! Ya lo sabía yo... ¿Y lo saben todos
en el pueblo?
NORBERTO.-Si él mismo se va descubriendo; si ande llega prencipia
a enseñar dinero, hasta billetes... Y esta mañana, como le
cantaron la copla en su cara, se volvió contra todos y fué cuando
avisaron a tío Esteban y le sacó a empellones de la taberna.
RAIMUNDA.-¿La copla? Una copla que han sacao... Una copla que
dice... ¿Cómo dice la copla?...
NORBERTO.-El que quiera a la del Soto tié pena de la vida. Por
quererla quien la quiere le dicen la Malquerida.
RAIMUNDA.-Los del Soto somos nosotros, así nos dicen, en esta
casa... Y la del Soto no pué ser otra que la Acacia... , ¡mi
hija! Y esa copla... es la que cantan todos...Le dicen la
Malquerida... ¿NO dice así? ¿Y quién la quiere mal? ¿Quién pué
quererla mal a mi hija? La querías tú y la quería Faustino...
Pero ¿quién otro pué quererla y por qué le dicen la Malquerida ?
. . Ven acá... ¿Por qué dejaste tú de hablar con ella, si la
querías? ¿Por qué? Vas a decírmelo tóo... Mira que peor de lo que
ya sé no vas a decirme nada...
NORBERTO.- No quiera usted perderme y perdemos a todos. Nada se ha
sabido por mí; ni cuando me vi preso quise decir náa... Se ha
sabío, yo no sé cólmo, por el Rubio, por mi padre, que es la
única persona con quien lo tengo comunicao... Mi padre sí quería
hablarle a la justicia, y yo no le he dejao, porque le matarían a
él y me matarían a mí.
RAIMUNDA.-Noo me digas náa; calla la boca... Si lo estoy viendo
todo, lo estoy oyendo todo. ¡La Malquerida, la Malquerida!
Escucha aquí. Dímelo a mí todo... Yo te juro que pa matarte a ti,
tendrán que matarme a mí antes. Pero ya ves que tié que hacerse
justicia, que mientras no se haga justicia el tío Eusebio y sus
hijos van a perseguirte y de esos sí que no podrás escapar. A Faustino lo han matao pa que no se casara con la Acacia, y tú
dejaste de hablar con ella pa que no hicieran lo mismo contigo.
¡Verdad? Dímelo todo.
NORBERTO.-A mí se me dijo que dejara de hablar con ella, porque
había el compromiso de casarla con Faustino, que era cosa tratada
de antiguo con el tío Eusebio, y que si no me avenía a las
buenas, sería por las malas, y que si decía algo de todo esto.. .
pues que.. .
RAIMUNDA.-Te matarían. ¿No es eso? Y tú...
NORBERTO.-Yo me creí de todo, y la verdad, tomé miedo, y pa que
la Acacia se enfadara conmigo, pues prencipié a cortejar a otra
moza, que náa me importaba... Pero lue go supe que náa era
verdad, que ni el tío Eusebio ni Faustino tenían tratao cosa
ninguna con tío Esteban... Y cuando mataron a Faustipues ya sabía
yo por qué lo habían matao; porque al pretender él a la Acacia,
ya no había razones que darle como a mí; porque al tío Eusebio no
se le podía negar la boda de su hijo, y como no se le podía negar
se hizo como que se consentía a todo, hasta que hicieron lo que
hicieron, que aquí estaba yo pa achacarme la muerte. ¿Qué otro
podía ser? El novio de la Acacia por celos... Bien urdío sí
estaba. ¡Valga Dios que algún santo veló por mí aquel día! Y que
el delito pesa tanto que él mismo viene a descubrirse.
RAIMUNDA .-¡Quié decirse que todo ello es verdad! ¡Que no sirve
querer estar ciegos para no verlo!...
Pero ¡qué venda tenía yo elante los ojos?... Y ahora todo como la
luz de claro... Pero ¡quién pudiea seguir tan ciega!
NORBERTO.-¿Adonde va usted?
RAIMUNDA .-¡Lo sé yo? voy sin sentío... Si es tan grande lo que
me pasa, que paece que no me pasa nada. Mira tú, de tóo ello,
sólo me ha quedado la copla, esa copla de la Malquerida... Tiés
que enseñarme el son pa cantarla...,¡Y a ese son vamos a bailar
tóos hasta que nos muramos! ¡Acacia, Acacia, hija!...Ven acá.
NORBERTO.-¡ No la llame usted! ¡No se ponga usted así, que ella
no tié culpa!
ESCENA VI
Dichos y la ACACIA, después BERNABÉ y ESTEBAN.
ACACIA .-¿Qué quié usted, madre? ¡Norberto! ‘
RAIMUNDA.-¡Ven acá! ¡Mírame fijo a los ojos!
ACACIA.-Pero ¿qué le pasa a usted, madre?
RAIMUNDA .-¡No, tú no pués tener culpa!
ACACIA.-Pero¿qué le han dicho a usted,madre?¿Qué le has dicho tú?
NORBERTO.-LO que saben ya tóos.. . ¡La Malquerida! ¡Tú no sabes
que anda en coplas tu honra!
ACACIA.-¡Mi honra!¡No!¡Eso no han podido decírselo a usted!
RAIMUNDA.-No me ocultes náa. Dímelo todo. ¿Por qué no le has
llamao nunca padre? ¿Por que?
ACACIA .-Porque no hay más que un padre; bien lo sabe usted. Y
ese hombre no podía ser mi padre, porque yo le he odiao siempre,
ende que entró en esta casa, pa traer el infierno consigo.
RAIMUNDA.-Pues ahora vas a llamarle tú y vas a llamarle como yo
te digo, padre... Tu padre, ¿entiendes? ¿Me has entendío? Te he
dicho que llames a tu padre.
ACACIA.-¿Qué usted que vaya al campo santo a llamarle? Si no es
el que está allí yo no tengo otro padre. Ése... es su marido de
usted, el que usted ha querido, y pa mí no pué ser más que ese
hombre, ese hombre, no sé llamarle de otra manera. Y si ya lo
sabe usted tóo, no me atormente usted. ¡Que le prenda la justicia
y que pague tóo el mal que ha hecho!
RAIMUNDA.-La muerte de Faustino, ¿quiés decir? y a más... dímelo
todo.
ACACIA.-NO, madre; si yo hubiera sío consentidora no hubiera
matao a Faustino. ¿Usted cree que yo no he sabío guardarme?
RAIMUNDA .-¿Y por qué has callao? ¿Por qué no me lo has dicho a
mí tóo?
ACACIA .-¿Y se hubiera usted creído de mí más que de ese hombre,
si estaba usted ciega por él? Y ciega tenía usted que estar pa no
haberlo visto... Si elante de usted me comía con los ojos, si
andaba desatinado tras mí a toas horas, ¿y quiere usted que le
diga más? Le tengo odiao tanto, le aborrezco tanto, que hubiera
querío que anduviese entavía más desatinao a ver si se le quitaba
a usted la venda de los ojos, pa que viera usted qué hombre es
ése, el que me ha robao su cariño,, el que usted ha querío tanto,
más que quiso usted nunca a mi padre.
RAIMUNDA.-¡Eso no, hija!
ACACIA.-Para que le aborreciera usted como yo le aborrrezco, como
me tié mandao mi padre que lo aborrezca, que muchas veces lo he
oído como una voz del otro mundo.
RAIMUNDA.-¡calla, hija, calla! Y ven aquí junto a tu madre, que
ya no me queda más que tú en el mundo, y ¡bendito Dios que aún
puedo guardarte! (Entra Bernabé.)
BERNABÉ.- ¡Señora ama, señora ama!
RAIMUNDA.-¿Qué traes tú tan acelerao? ¡De seguro nada bueno!
BERNABÉ.-Es que vengo a darle aviso de que no salga de aquí
Norberto por ningún caso.
RAIMUNDA .-¿Pues luego...?
BERNABÉ.-Están apostaos los hijos del tío Eusebio con sus criados
pa salirle al encuentro.
NORBERTO.-¿Qué le decía yo a usted? ¿Lo está usted viendo?
¡Vienen a matarme! ¡Y me matan, tan cierto que me matan!
RAIMUNDA.-¡Nos matarán a tóos! Pero eso tié que haber sío que
alguien ha corrido a llamarles.
BERNABÉ.-El Rubio ha sío; que le he visto yo correrse por la
linde del río hacia las tierras del tío Eusebio; el Rubiv ha sido
quien les ha dado el soplo.
NORBERTO .-¿Qué le decía yo a usted? Pa taparse ellos, quieren
que los otros se maten, pa que no haiga mas averiguaciones; que
los otros se darán por contentos creyendo que han matao a quien
mató a su hermano... Y me matarán, tía Raimunda, tan cierto que
me matan... Son muchos contra uno, que yo no podré defenderme,
que ni un mal cuchillo traigo, que no quiero llevar arma ninguna
por no tumbar a un hombre, que quiero mejor que me maten antes
que volverme a ver ande ya me he visto... ¡Sálveme usted, que es
muy triste morir sin culpa, acosao como un lobo!
RAIMUNDA .-No tiés que tener miedo. Tendrán que matarme a mí
antes, ya te lo he dicho... Entra ahí con Bernabé. Tú coge la
escopeta... Aquí no se atreverán a entrar, y si alguno se
atreve,, le tumbas sin miedo, sea quien sea. ¿Has entendío? Sea
quien sea. No es menester que cerréis la puerta. Tú, aquí
conmigo, hija. ¡Esteban!... ¡Estelban!... ¡Esteban!
ACACIA.-¿Qué va usted a hacer? (Entra Esteban.)
ESTEBAN .-¿Qué me llamas?
RAIMUNDA.-Escucha bien. Aquí está Norberto, en tu casa; allí tiés
apostaos a los hijos del tío Eusebio pa que lo maten; que ni eso
eres tú hombre pa hacerlo por ti y cara a cara.
ESTEBAN.-(Haciendo intención de sacar un arma.) ¡Raimunda!
ACACIA .-¡Madre!
RAIMUNDA .-¡No, tú no! Llama al Rubio pa que nos mate a tóos, que
a tóos tié que matarnos pa encubrir tu delito... ¡Asesino,
asesino!
ESTEBAN .-¡Tú estás loca!
RAIMUNDA.-MáS loca tenía que estar; más loca estuve el día que en
traste en esta casa, en mi casa, como un ladrón pa robarme lo que
más valía.
ESTEBAN.-Pero ¿pué saberse lo que estás diciendo?
RAIMUNDA.-Si yo no digo nada, si lo dicen tóos, si lo djrá muy
pron to la justicia, y si no quieres que sea ahora mismo, que no
empiece yo a voces y lo sepan tóos... Escucha bien; tú que los
has traído, llévate a esos hombres que aguar dan a un inocente pa
matarlo a mansalva. Norberto no saldrá de aquí más que junto
conmigo, y pa matarle a él tién que matarme a mí... Pa guardarle
a él y pa guardar a mi hija me basto yo sola, contra ti y contra
tóos los asesinos que tú pagues. ¡Mal hombre! ¡ Anda ya y ve a
esconderte en lo más escondío de esos cerros, en una cueva de
alimañas! Ya han acudido tóos, ya no puedes atreverte
conmigo...¡Y aunque estuviera yo sola con mi hija! ¡Mi hija, mi
hija! ¿No sabías que era mi hija? ¡Aquí la tiés! ¡Mi hija! ¡La
Malquerida! Pero aquí estoy yo pa guardarla de ti, y hazte cuenta
de que vive su padre... ¡Y pa partirte. el corazón si quisieras
llegarte a ella! (Telón.)
ACTO TERCERO
La misma decoración del segundo.
ESCENA I
RAIMUNDA y La JULIANA.
RAIMUNDA a la puerta, mirando con ansiedad a todas partes.
Después la JULIANA.
JULIANA .-¡ Raimunda!
RAIMUNDA .-¿Qué traes? ¿Está peor?
JULIANA.-NO, mujer, no te asus tes.
RAIMUNDA.-¿Cómo está? ¿Por qué le has dejao solo?
JULIANA.-Si ha quedao como adormilao, pero no se queja de náa, y
la Acacia está allí junto. Es que me das tú más cuidado que el he
rido. Lo de él, gracias a Dios, no es de muerte. Pero ¿es que te
vas a pasar todo el día sin querer tomar nada?
RAIMUNDA.-¡Déjate, déjate!
JULIANA..Pues ven pa allá den tro con nosotras. ¿Qué haces aquí?
RAIMUNDA.-Miraba si Bernabé no estaría al llegar.
JULIANA.-Si vienen con él los que han de llevarse a Norberto no
podrá estar tan pronto de vuelta. Y si vienen también los de
justicia...
RAIMUNDA.-Los de justicia ... La justicia en esta casa... ¡Ay,
Juliana, y qué maldición habrá caído sobre ella!
JULIANA.-Vamos, entra, y no mires más de una parte y de otra, que
no es Bernabé el que tú quisieras ver llegar; es otro, es tu
marío, que no puede dejar de ser tu marío.
RAIMUNDA.-Así es, que lo que ha durao muchos años no puede
concluirse en un día. Sabiendo lo que sé, sabiendo que ya no
puede ser otra cosa, y que si le viea llegar sería pa maldecir
dél y pa aborrecerle toda mi vida, estoy aquí mirando de una
parte y de otra, que quisiea pasar con los ojos las piedras de
esos cerros, y me paece que le estoy aguardando. como otras
veces, pa verle llegar lleno de alegría y entrarnos de bracero
como dos novios y sentarnos a comer, y sentaos a la mesa
contarnos todo lo que habíamos hecho, el tiempo que habíamos
estao el uno sin el otro, y reír unas veces y porfiar otras, pero
siempre con el cariño del mundo. ¡Y pensar que todo ha concluído,
que ya tóo sobra en esta casa, que ya pa siempre se fué la paz de
Dios de con nosotros!
JULIANA.-Sí que es pa no creer se ya de na de este mundo. Y yo
por mí, vamos, que si no me lo hubiás dicho tú, y si no te viea
como te veo, nunca lo hubiá creído. Lo de la muerte de Faustino,
¡anda con Dios!, aún podía tener algún otro misterio, pero lo que
hace al mal querer que le ha entrao por la Acacia, vamos, que se
me resiste a creerlo. Y ello es que la una sin la otra no hay
quien pueda explicársela.
RAIMUNDA .-¿De modo que tú nunca habías reparado la menor cosa?
JULIANA.-Ni por lo más remoto. Y tú sabes que ende que entró en
esta casa pa enamorarte, nunca le he mirao con buenos ojos, que
tú sabes cómo yo quería a tu primer marío, que hombre más de bien
y más cabal no le habío en el mundo ..., y vamos, ¡Jesús!, que si
yo no hubiá reparao nunca una cosa así, ¿de aonde me había yo de
estar calláa?... Ahora que una lo sabe ya cae una en la cuenta de
que era mucho regalar a la muchacha, y mucho no darse por sentío,
por más de que ella le hiciera tantos desprecios, que no ha tenía
palabra buena con él ende que te casaste, que era ella un redrojo
y ya se le plantaba a insultarle, que no servía reprenderla unos
y otros, ni que tú la tundieas a golpes, y mía tú, como digo una
cosa digo otra. Pué que si ella ende pequeña le hubiea tomao
cariño y él se hubiea hecho a mirarla como hija suya no hubía
llegao a lo que ha llegao.
RAIMUNDA.-¿Vas tú a disculparle?
JULIANA .-¡Qué voy a disculpar, mujer; no hay disculpa pa una
cosa así! Con sólo que hubiá mirao que era hija tuya. Pero,
vamos, quieo decirte que pa él, salvo ser tu hija, la muchacha
era como una extraña, y ya te digo, otra cosa hubiá sío si ella
le hubiá mirao como padre ende un principio, porque él no es un
mal hombre, y el que es malo es siempre malo, y a lo primero de
casaros, cuando la Acacia era bien chica, más de cuatro veces le
he visto yo caérsele los lagrimones, y de ver que la muchacha le
huía como al demonio.
RAIMUNDA.-verdad es, que son los únicos disgustos que hemos tenío
por esa hija siempre.
JULIANA .-Después la muchacha ha crecío, como tóos sabemos, que
no tié su par ande quiea que se presenta, y despegá dél como una
extraña y siempre elante los ojos, pues nadie estamos libres de
un mal pensamiento.
RAIMUNDA.-De un mal pensamiento no te digo, aunque nunca había
de haber tenlo ese mal pen samiento. Pero un mal pensamiento se
espanta, cuando no se tié mala entraña. Pa llegar a lo que ha
llegao, a tramar la muerte de un hombre, para estorbar y que mi
hija se ca sara y saliera de aquí, de su lao, ya tié que haber
más que un mal pensamiento, ya tié que estarse pen— sando siempre
lo mismo, al acecho siempre como un criminal, con la maldad del
mundo. Si yo también quisiea pensar que no hay tanta cul pa, y
cuanto más lo pienso lo veo que no tié disculpa ninguna... Y
cuando pienso que mi hija ha estao amenazá a toas horas de una
perdi ción como ésa, que el que es capaz de matar a un hombre es
capaz de tóo.. . Y si eso hubiea sido, tan cierto que me llamo
Raimunda que a los dos los mato, a él y a ella, pués creérmelo. A
él por su in famia tan grande, a ella si no se había dejao matar
antes de consentirlo.
ESCENA II
Dichas y BERNABÉ.
JULIANA.-Aquí está Bernabé.
RAIMUNDA.-¿Vienes tú solo?
BERNABÉ.-Yo solo, que en el pueblo tóos son a deliberar lo que ha
de hacerse, y no he querío tar darme más.
RAIMUNDA.-Has hecho bien,, que no es vivir. ¿Qué dicen unos y
otros?
BERNABÉ.-a volverse uno loco si fuera uno a hacer cuenta.
RAIMUNDA .-¿Y vendrán pa lleverse a Norberto?
BERNABÉ.-En eso está su padre. El médico dice que no le lleven en
carro, que podía empeorarse, que le lleven en unas angarillas, y
a más que debe venir el forense y el juez a tomarle aquí la
declaración, no sea caso que cuando llegue allí esté peor, y como
ayer no pudo declarar como estaba sin conocimiento... Si usted no
sabe, ca uno es de un parecer y nadie se entiende. Ningún hombre
ha salío hoy al cam po, tóos andan en corrillos, y las mujeres de
casa en casa y de puerta en puerta, que estos días no se habrá
comío ni cenao a su hora en casa ninguna...
RAIMUNDA.-Pero ya sabrán que las heridas de Norberto no son de
cuidado.
BERNABÉ.-Y cualquiera les concierta. Ayer, cuando supieron y que
los hijos del tío Eusebio le habían salío al encuentro yendo con
el amo, y le habían herío malamente, tóo eran llantos por el
herío. Y hoy, cuando supieron y que no había sío pa tanto y que
muy pronto es taría curao, los más amigos de Norberto ya dicen y
que no había de haber sío tan poca cosa, que ya que le habían
herío tenía que haber sío algo más, pa que los hijos del tío
Eusebio tuvieran su castigo, que ahora si se cura tan pronto, tóo
queará en un juicio y nadie se conforma con tan poco.
JULIANA.-De modo que mucho quieren a Norberto, pero hubiean
querido mejor y que los otros lo hubiean matao. ¡Serán brutos!
BERNABÉ.-Así es. Pues ya les he dicho que den gracias a usted que
dió aviso al amo y al amo que se puso de por medio y hasta llegó
a echarse la escopeta a la cara para estorbarles de que le
mataran.
RAIMUNDA .-¿Les has dicho eso?
BERNABÉ.-A tóo el que se ha llegao a preguntarme. Y lo he di cho,
lo uno, porque así es la verdad, y lo otro, porque no quiea usted
saber lo que han levantao por el pueblo que aquí había habío.
RAIMUNDA.-No me digas na. ¿Y el amo? ¿No ha acudío por allí? ¿No
has sabío dél?
BERNABÉ.-Se que le han visto esta mañana con el Rubio y con los
cabreros del Encinar en los Berro cales, que a la cuenta ha pasao
allí la noche en algún mamparo. Y si vahea mi parecer no había de
an dar así como huído, que no están las cosas para que nadie
piense lo que no ha sío. Que el padre de Norberto anda diciendo
lo que no debiera. Y esta mañana se ha avis tao con el tío
Eusebio pa imbuirle de que sus hijos no han tenío razón pa hacer
lo que han hecho con su hijo.
RAIMUNDA.-Pero ¿es que el tío Eusebio y está en el lugar?
BERNABÉ.-Con sus hijos ha ido, que esta mañana les pusieron
presos. Atados codo con. codo les trajeron del Encinar, y su
padre ha venío tras ellos a pie tóo el camino con el hijo chico
de la mano sin dejar de llorar, que no ha habío quien no haya
llorao de verle, hasta los hombres.
RAIMUNDA.- .-¿Y aquella madre allí y aquí yo
¡Si supiean los hombres!
ESCENA III
Dichos y la ACACIA.
ACACIA .-¡ Madre!
RAIMUNDA .-¿Qué me quiés, hija?
ACACIA.-Norberto la llama a us ted. Se ha despertao y pide agua.
Dice que se muere de sed. Yo no me atrevío a dársela, no fuera
caso que no le prestara.
RAIMUNDA.Ha dicho el médico que pué beber agua de naranja toa la
que quiera. Allí está una jarra. ¿Se queja mucho?
ACACIA.-No; ahora, no.
RAIMUNDA.(A Bernabé.) ¿Te has traído lo que dijo el médico?
BERNABÉ.-En las alforjas está todo. Voy a traerlo. (Vase.)
ACACIA .-¿NO oye usted, madre? Le está a usted llamando.
RAIMUNDA .-Allá voy, hijo, Norberto.
ESCENA IV
La JULIANA y la ACACIA.
ACACIA .-¿No ha vuelto ese hombre?
JULIANA.-No. Desde que sucedió lo que sucedió, cogió la escopeta
y salió como un loco, y el Rubio tras él.
ACACIA.-¿No le han puesto preso?
JULIANA.-Que sepamos. Antes tendrá que declarar mucha gente.
ACACIA.-Pero ya lo saben tos, ¿verdad? Tos oyeron a mi madre.
JULIANA.-De aquí, quitao yo y Bernabé, que no dirá lo que no se
quiea que diga, que es un buen hombre y tié mucha ley a esta
casa, los demás no han podío darse cuenta. Oyeron que gritaba tu
madre, pero tos se han creío que era tocante a Norberto, y a que
los hijos del tío Eusebio venían a matarle. Aquí, si la justicia
nos pregunta, nadie diremos otra cosa que lo que tu madre nos
diga que hayamos de decir.
ACACIA .-Pero ¿es que mi madre os va a decir que os calléis? ¿Es
que ella no va a decirlo to?
JULIANA.-Pero ¿es que tú te alegrarías? ¿Es que no miras la
vergüenza que va a caer sobre esta casa y pa ti muy
principalmente, que ca uno pensará lo que quiera y habrá y quien
no puea creer que no has sío consentiora, y habrá quien no lo
crea así, y la honra de una mujer no es pa andar en boca de unos
y otros, que na va ganando con ello?
ACACIA.- ¡Mi honra! ¡Pa mí soy bien honrá! Pa los demás, allá ca
uno. Yo ya no he de casarme. Si me alegro de lo que ha sucedío es
por no haberme casao. Si me casaba sólo era por desesperarle.
JULIANA.-Acacia, no quieo oírte, que eso es estar endemoniá.
ACACIA.Y lo estoy y lo he estao siempre, de tanto como le tengo
aborrecío.
JULIANA.-¿Y quién dice que ése no ha sío tóo el mal, que no has
tenío razón pa aborrecerle? Y m í a que nadie como yo le hizo los
cargos a tu madre cuando de termino de volverse a casar. Pero yo
le he visto cuando eras bien chica y tú no podías darte cuenta
lo que ese hombre se tié desesperao contigo.
ACACIA .-Más me tengo yo deses perao de ver cómo le quería mi
madre, que andaba siempre colgá de su cuello y yo les estorbaba
siempre.
JULIANA.-No digas eso, pa tu madre has sío tú siempre lo primero
en el mundo. Y pa él también lo hubiás sío.
ACACIA.-No; pa él sí lo he sío, pa él sí lo soy.
JULIANA.-Pero no como dices, que paece que te alegras. Como tenía
que haber sío, que no te hubiá él querío tan mal si tú le hubiás
querío bien.
ACACIA.-Pero ¿cómo había de quererle, si él ha hecho que yo no
quiera a mi madre?
JULIANA.-Mujer, ¿qué dices? ¿Que no quiés a tu madre?
ACACIA.-No, no la quiero como tenía que haberla querido si ese
hombre no hubiea entrao nunca en esta casa. Si me acuerdo de una
vez, era muy chica y no he podío olvidarlo, que toa una noche
tuve un cuchillo guardao ebajo la almohada, y toa la noche me
estuve sin dormir, pensando na más que en ir a clavarselo.
JULIANA.-¡ Jesús, muchacha!, ¿qué estás diciendo? ¿Y hubiás tenío
valor? ¿Y hubiás ido y le hubiás mata
ACACIA .-¡Qué sé yo y a quién hubiera matao!
JULIANA .-¡Jesús! ¡virgen! Calla esa boca. Tú estás dejá de la
mano de Dios. ¿Y quiés que te diga lo que pienso? Que no has
tenío tú poca culpa de todo.
ACACIA.-¿Que yo he tenío culpa?
JULIANA.-TÚ,sí,tú. Y más te digo. Que si le hubiás odiao como
dices, le hubiás odiao sólo a él. ¡Ay si tu madre supiera!
ACACIA .-¿Si supiera qué?
JULIANA.-Que toa esa envidia no era de él, era de ella. Que cual
quiera diría que sin tú darte cuenta le estabas queriendo.
ACACIA .-¿Qué dices?
JULIANA.-Por odio na más, no se odia de ese modo. Pa odiar así
tié que haber un querer muy grande.
ACACIA .-¿Que yo he querío nunca a ese hombre? ¿Tú sabes lo que
estás diciendo?
JULIANA.-Si yo no digo náa.
ACACIA .-No, y serás capaz de ir y decírselo lo mismo a mi madre.
JULIANA.-Te da miedo, ¿verdad? ¿Lo ves cómo eres tú quien lo está
diciendo tóo? Pero está descuidá. ¡Qué voy a decirle! ¿Bastante
tié la pobre! ¡Dios nos valga!
ESCENA V
Dichas y BERNABÉ.
BERNABÉ.-Ahí está el amo.
JULIANA.-¿Le has visto tú?
BERNABÉ.-Sí, viene como rendío.
ACACIA.-Vamos de aquí nosotras.
JULIANA.-Sí, vamos, y no digas náa, que no sepa tu madre que te
has podío encontrar con él. (Salen las mujeres.)
ESCENA VI
BERNABÉ, ESTEBAN y el RUBIO, con escopetas.
BERNABÉ.-¿Manda usted algo?
ESTEBAN.-Nada, Bernabé.
BERNABÉ.-Quié usted que le diga al ama.. .?
ESTEBAN.-No le digas na. Ya me verán.
RUBIO.-¿Cómo está el herío?
BERNABÉ.-Va mejorcito. Allá voy con tóo esto de la botica, si
no manda usted. otra cosa. (Vase.)
ESCENA VII
ESTEBAN y el RUBIO.
ESTEBAN.-Ya me tiés aquí. Tú dirás ahora.
RUBIO.-¿Qué voy a decirle a us ted? Que aquí es ande tié usted
que estar. Que está. usted en su casa y aquí pué usted hacerse
fuerte; que eso de andar huíos y no dar la cara no es más que
declararse y per dernos.
ESTEBAN.-Ya me tiés aquí, te digo, ya me has traío como que
rías.. . Y ahora, tú dirás, cuando venga esa mujer y vuelva a
acusarme, y les llame a tóos y venga la justicia y el tío Eusebio
con ellos... Tú dirás...
RUBIO.-Si hubiea usted dejao que los del tío Eusebio se las hu
biesen entendío solos con el que está ahí... náa más que herío,
ya esta ría tóo acabao... Pero ahora ha blará ése, hablará su
padre dél, hablarán las mujeres... Y ésas son las que no tién que
hablar. Lo de Faustino naide puede probárnoslo. Usted iba junto
con su padre, a mí naide pudo verme; tengo buenas piernas y me
habían visto casi a la misma hora a dos leguas de allí. Yo
adelanté el reló en la casa ande es taba, y al despedirme traje
la con versación pa que reparasen bien la hora que era.
ESTEBAN.-Bueno estaría tóo eso, si después no hubieas sío tú el
que án ha ido descubriéndose y pregondo
RUBIO.-Tié usted razón, y aquel día debió usted haberme matao;
pero es que aquel día, es la primera vez qué he tenío miedo. Yo
no es peraba que saliea libre Norberto. Usted no quiso hacer caso
e mí cuando yo le ecía a usted: “Hay que apretar con la justicia,
que de clare la Acacia y diga que Norberto le tenía jurao de
matar a Fausti no...” ¿Va ustéd a decirme que no podía usted
obligarla a que hubiera declarao... y como ella ya hubiéramos
tenío otros que hubiean decla rao de haberle entendío decir lo
mismo?... Y otra cosa hubiea sío; veríamos si la justicia le
había sol tao así como así. Pues como iba diciendo, que no es que
quiea negar lo malo que hice aquel día; como vi libre a Norberto
y pensé que la justicia y el tío Eusebio, que había de apretar con ella, y tóos habían de echarse a buscar por otra parte, como
digo, por primera vez me en tró miedo y quise atolondrarme y
bebí, que no tengo costumbre, y me fuí de la lengua, que ya digo,
aquel día me hubiera usted matao y razón tenía usted de sobra...
Por más de que el runrún andaba ya por el pueblo, y eso fué lo
que me acobardó, principalmente en oír la copla, que tóo el mal
está de esa parte, créamelo usted, de que Norberto y su padre,
por lo que había pasao entre usted y Norberto, ya te nían sus
sospechas de que usted an daba tras la Acacia... Y Ésa es la voz
que hay que callar, sea como sea, que eso es lo que pué perder
nos, que el delito por la causa se saca; por lo demás... , que no
su piean por qué había muerto y a ver de ande iban a saber quién
lo había matao.
ESTEBAN.-Eso me digo yo ahora. ¿Por qué ha muerto nadie? ¿Por qué
ha matao nadie?
RUBIO.-Eso, usted lo sabrá. Pero cuando se confiaba usted de mí
cuando me decía usted un día y otro: “Si esta mujer es pa otro
hombre no miraré náa.” Y cuando me decía usted: “Va a casarse, y
esta vez no pueo espantar al que se la lleva, se casa, se la
llevan de aquí, y ca vez que lo píenso... ” ¿No se acuerda usted
cuántas mañanas, apenas si habla amanecío, venía usted a
despertarme: “Anda, Rubio, levántate, que no he podío pegar los
ojos en toa la noche, vámonos al campo, quieo andar, quieo cansar
me”? ... Y ca uno con nuestra escopeta, cogíamos y nos íbamos por
ahí adelante, los dos mano a mano, sin hablar palabra horas y
horas... Allá, cuando caíamos en la cuenta, pa que no dijesen los
que nos veían que salíamos de caza y no cazába mos, tirábamos
unos tiros al aire: pa espantar la caza, que decía yo, pa
espantar pensamientos, que decía usted; y al cabo de andar y
andar, nos dejábamos caer, y tumbaos sobre algún ribazo, usted,
siem pre callao, hasta que al cabo sol taba usted como un bramío,
como si se quitara usted un peso muy grande de encima, y me
echaba us ted un brazo por el cuello y se soltaba usted a hablar
y a hablar, que usted mismo si hubiea querío recordarse no hubiea
usted sabio decir lo que había hablao; pero todo ello venía a
parar en lo mismo : “Que estoy loco, que no pueo vivir así, que
me muero, que no sé qué me pasa, que esto es un castigo, que esto
es un infierno... ” Y vuelta a barajar las mismas palabras, pero
con tanto barajar, siempre pintaba la misma, la de la muerte..._
Y pintó tanto, que un día... el cómo se acordó, ya usted lo sabe,
pa qué voy a decirlo.
ESTEBAN.-¿No quiés callar?
RUBIO.-Cuidao, señor amo, cuidao con ponerme la mano encima. Y no
vaya usted a creerse que antes cuando veníamos no le he visto a
usted la intención, que más de cuatro veces se ha quedao us ted
como rezagao y ha querío usted echarse la escopeta a la cara. Pa
eso no hay razón, señor amo, no hay razón, Nosotros tenemos ya
siempre que estar muy uníos... Yo bien sé que usted está.
pesaroso de tóo y que si pudiea usted no quisiea usted verme más
en su vida... Si con eso se quedaba usted en paz, ya me había
quitao de elante. Lo que ha de saber usted es que a mí no me ha
llevao interés nenguno. Lo que usted me haiga dao, por su
voluntad ha sío. A mí me sobra tóo; yo no bebo, no fumo, tóos mis
gustos no han sío siempre más que andar por esos campos a mi
albedrío; lo único que me ha gustao siempre, eso sí, es tener yo
mando... Yo quisiea que usted y yo fuéamos como dos hermanos
mismamente; yo hice lo que he hecho porque usted hizo confianza
en mí, como pué usted hacerla siempre, sépalo usted. Cuando los
dos nos viéamos perdidos me perdería yo solo, que ya tengo pensao
lo que he e decir. De usted, ni palabra, antes me hacen peazos;
por mí ni la tierra sabrá nunca náa. Diré que he sío yo solo; yo
solo por... lo que fuea, que a nadie le importa... Yo no sé lo
que podrá salirme; diez años, quince; usted tié poder pa que no
sean muchos; luego, con empeños, vienen los indultos; más han
hecho otros y con cuatro o cinco años han cumplío, Lo que yo
quieo es que usted no se olvide de mí, y cuando vuelva, que yo
sea pa usted, ya lo he dicho, como un hermano, que no hay hombre
sin hombre, y uníos los dos, podremos lo que queramos. Yo no
quieo náa más que tener mando, eso sí, mucho mando, pero pa
usted, usted me manda siempre... ¡El ama! (Viendo llegar a
Raimunda.)
ESCENA VII
Dichos y RAIMUNDA.
(Sale Raimunda con una jarra; al ver a Esteban y al Rubio se detiene, asustada. Después de titubear un momento
llena la jarra en un cántaro.)
RUBIO.-Con licencia, señora ama.
RAIMUNDA.-Quita, quítateme de delante. No te me acerques. ¿Qué
haces tú aquí? No quiero verte.
RUBIO.-Pues tiene usted que verme y oírme.
RAIMUNDA.-A lo que he llegao en mi casa.¿A mí qué tiés
tú que decirme
RUBIO.-Usted verá. Más tarde o más temprano nos ha de llamar a
tóos la justicia. En bien de tóos, bueno será que estemos tóos
acordes. Usted dirá si por habladurías de unos y otros puede
consentirse de echar un hombre a presidio.
RAIMUNDA.-No iría uno solo. ¿Piensas tú que ibas a escapar?
RUBIO.-No he querío decir lo que usted se piensa. Iría uno solo,
pero ése no sería ningún otro más que yo.
RAIMUNDA.-¿Qué dices?
RUBIO.- Pero tampoco es razón que yo me calle pa que los demás
hablen. Usted verá. A más de que las cosas no han sío como usted
se piensa. Toas esas habladurías que andan por el pueblo, han sío
cosas de Norberto y de su padre. Y esa copla tan indecente que a
usted le ha soliviantao haciéndole creer lo que no ha sío.. .
RAIMUNDA.-¡Ah, os habéis con certado en tóo este tiempo? Yo no
tengo que creerme de náa. Ni de coplas ni de habladurías. Me creo
de lo que es la verdad, de lo que yo sé. Tan bien lo sé, que casi
no han tenío que decírmelo. Lo he adi vinado yo, lo he visto yo.
Pero ni siquiera... Tú no, ¡cómo vas a tener esa nobleza! Pero él
sería más noble que me lo confesara a mí tóo. Si bien pué saber
que yo no he de ir a delatar a nadie... No por vosotros, por esta
casa, que es la de mis padres; por mi hija, por mí. Pero ¿qué
vale que yo no lo diga si lo dicen tóos, si hasta las piedras lo
cantan y lo pregonan por tóo el contorno?
RUBIO.-Deje usted que pregonen, usted es la que tié que callar.
RAIMUNDA.-Porque tú lo quieres. Pues mira que sólo de oírte a ti
ya me entran ganas de gritarlo ande más puedan escucharme.
RUBIO.-No se ponga usted así, que no hay razón pa ello.
RAIMUNDA .-No hay razón y ha béis dado muerte a un hombre. Y ahí
tenéis a otro que han podío matar por causa vuestra.
RUBIO.- Y ha sío lo menos malo que ha podío suceder.
RAIMUNDA.-Calla, calla, asesino, cobarde.
RUBIO.-A usted le dicen, señor amo.
ESTEBAN ¡Rubio!
RUBIO.-¡Qué!
RAIMUNDA.-Así; tiés que bajar la cabeza delante de este hombre.
¡Qué más castigo! ¡Qué más caena que andar atao con él pa toa la
vida! Ya tié amo esta casa. ¡Gracias a Dios! ¡Pué que mire más
por su honra de lo que has mirao tú!
ESTEBAN.-¡Raimunda!
RAIMUNDA.- ¡Qué, también digo yo! ¡Pué que conmigo sí te
atrevas!
ESTEBAN.-Tiés razón, tiés razón, que no he sío hombre pa meterme
una onza de plomo en la cabeza y acabar de una vez.
RUBIO.-¡Señor amo!
ESTEBAN.-¡Quita, quita! ¡Vete aquí, vete! ¿Cómo quiés que te lo
pida? ¿De rodillas quiés que te lo pida?
RAIMUNDA.-¡Ah!
RUBIO.-No,señor amo. Conmigo no tié usted que ponerse así. Ya me
voy. (A Raimunda.) Si no hubiea sío por mí, no habría muerto un
hombre, pero quizá que ése hubiea perdío su hija. Ahora, ahí le
tié usted, acobardao como una criatura. Ya se ha pasao tóo, jué
una ventolera, un golpe de sangre. ¡Ya está curas! Y pué que yo
haiga sío el médico. ¡Eso tié usted que agradecerme, pa que usted
lo sepa!
ESCENA IX
RAIMUNDA y ESTEBAN.
ESTEBAN.-No llores más, no quieo verte llorar. No valgo yo pa
esos llantos. Yo no hubiea vuelto aquí nunca, me hubiea dejao
morir entre esas breñas, si antes no me cazaban como a un lobo,
que yo no había de defenderme. Pero no quieo tampoco que tú me
digas nada. Tóo lo que puedas decirme, me lo he dicho yo antes.
Más veces que tú pueas decírmelo me he dicho yo criminal y
asesino. Déjame, déjame, ya no soy de esta casa; Déjame, que aquí
aguardo a la justicia; y no voy yo a buscarla y a entregarme a
ella porque no pueo más, porque no podría tirar de mí pa
llevarme. Pero si no quieres tenerme aquí, me saldré en medio del
camino pa dejarme caer en mitá de una de esas herrenes como si
hubiean tirao una carroña fuera.
RAIMUNDA.-¡ Entregarte a la justicia, pa arruinar esta casa, pa que la honra de mi hija anduviera en dichos de unos y otros! Pa
ti no tenía que haber habío más justicia que yo. En mí sólo que
hubieas pensao. ¿Crees que voy a creerme ahora esos llantos
porque no te haya visto nunca llorar? El día que se te puso ese
mal pensamiento, tenías que haber llorao hasta secársete los ojos
pa no haberlos puesto y ande me nos debías. Si lloras tú, ¿qué
tenía que hacer yo, entonces? Y aquí me tiés, que quien me viera
no podría crerse de tóo lo que a mí me ha pasao, y no sé yo qué
más podía pasarme, y yo no quieo recordarme de náa, no quieo
pensar otra cosa que en ver de esconder de tóos la vergüenza que
ha caío sobre tóos nosotros. Estorbar que de esta casa puea
decirse y que ha salío un hombre pa ir a un presidio, y que ese
hombre sea el que yo traje pa que fuea como otro padre pa mi
hija. A esta casa, que ha sío la de mis padres y mis hermanos,
ande tóos ellos han vivío con la honra del mundo, ande los
hombres que han salío de ella pa servir al rey o pa casarse o pa
trabajar otras tierras, cuando han vuelto a entrar por esas
puertas han vuelto con tanta honra como habían salío. No llores,
no escondas la cara, que tiés que levantarla como yo cuando ven
gan a preguntarnos a tóos. Que no se vea el humo aunque se arda
la casa. Límpiate esos ojos; sangre tenían que haber llorao.
¡Bebe una copa de agua! ¡Veneno había de ser! No bebas tan
aprisa, que estás tóo sudao. ¡Mira cómo vienes, arañao de las
zarzas! ¡Cuchillos habían de haber sío! ¡Trae aquí que te lave,
que da miedo de verte!
ESTEBAN.-¡Raimunda, mujer! ¡Ten lástima de mí! ¡Si tú supieas!
Yo no quieo que tú me digas náa. Pero yo sí quieo decírtelo tóo.
Confesarme a ti, como me confesaría a la hora de mi muerte. ¡Si
tú supieas lo que yo tengo pasao entre mí en tóo este tiempo!
¡Como si hubiera estao porfiando día y noche con algún otro que
hubiea tenío más fuerza que yo y se hubiea empeñao en llevarme
ande yo no quería ir!
RAIMNDA.-Pero ¿cómo te acudió ese mal pensamiento y en qué hora
maldecía?
ESTEBAN.-Si no sabré decirlo. Fué como un mal que le entra a uno
de pronto. Tóos pensarnos algu na vez algo malo, pero se va el
mal pensamiento y no vuelve uno a pen sar más en ello. Siendo yo
muy chico, un día que mi padre me riñó y me pegó malamente; con
la rabia que yo tenía, me recuerdo de haber pensao así en un
pronto: “Miá si se muriese”, pero fué ná más que pensarlo y en
seguía de haberlo pensao entrarme una angustia muy grande y mucho
miedo de que Dios no me le llevara. Y ende aquel día me apliqué
más a respetarle. Y cuando murió, años después, que ya era yo muy
hombre, tanto como su muerte tengo llorao por aquel mal
pensamiento; y así me creía yo que sería de este otro. Pero éste
no se iba. Mas fijo estaba cuanto más quería espantarle. Y tú lo
has visto, que no podrás decir que yo haiga dejao de quererte,
que te he querío más cada día. No podrás decir que haiga mirao
nunca a ninguna otra mujer con mala intención. Y a ella no hubiea
querío mirarla nunca. Pero sólo de sentirla andar cerca de mí se
me ardía la sangre. Cuando nos sen tábamos a comer no quería
mirarla y ande quiea que volvía los ojos la estaba viendo elante
de mí siempre. Y las noches, cuando más te tenía junto a mí, en
medio del silencio de la casa, yo no sentía más que a ella, la
sentía dormir como si estu viera respirando a mi oído. Y tengo
llorao de coraje. Y le tengo pedío a Dios. Y me tengo dao de
golpes. Y me hubiea matao y la hubiea ma tao a ella. Si yo no
sabré decir cómo ha sío. Las pocas veces que no he podío por
menos de encontrarme a solas con ella he tenío que escapar como
un loco. Y no sabré decir lo que hubiea sío de no esca par: si la
hubiea dao de besos o la hubiea dao de puñaladas.
RAIMUNDA .-Es que sin tú saber lo has estao como loco, y alguien
tenía que morir de esa locura. ¡Si antes se hubiea casao, si tú
no hubieas estorbao que se casase con Norberto!...
ESTEBAN.-Si no era el casarse, era el salir de aquí. Era que yo
no podía vivir sin sentirla junto a mí un día y otro. Que tóo
aquel aborrecimiento suyo, y aquel no mirarme a la cara, y aquel
desprecio de mí que ha hecho siempre, tóo eso que tanto había de
dolerme, lo necesitaba yo pa vivir como algo mío. ¡Ya lo sabes
tóo! Y casi pue de decirse que ahora es cuando yo me he dao
cuenta. Que hasta ahora que me he confesao a ti, tóo me parecía
que no había sío. Pero así ha sío, ha sío pa no perdonármelo
nunca, aunque tú quisieas perdonarme.
RAIMUNDA.-No está ya el mal en que yo te perdone o deje de
perdonarte. A lo primero de saberlo, sí, no había castigo que me
pareciera bastante pa ti. Ahora ya no sé. Si yo creyera que eras
tan malo pa haber tú querío hacer tan to mal como has hecho...
Pero si has sío siempre tan bueno, si lo he visto yo, un día y
otro, pa mí, pa esa hija misma, cuando viniste a esta casa y era
ella una criatura, pa los criaos, pa tóos los que a ti se
llegaban, y tan trabajador y tan de tu casa. Y no se pué ser
bueno tanto tiempo pa ser tan criminal en un día. Táo esto ha
sío, qué sé yo, miedo me da pensarlo. Mi madre, en gloria esté,
nos lo decía muchas veces, y nos reíamos con ella, sin querer
creernos de lo que nos decía. Pero ello es que a muchos les tié
pronosticao cosas que después le han sucedío. Que los muertos no
se van con nosotros, cuando paecen que se van pa siempre al
llevarlos pa enterrar en el campo santo, que andan día y noche
alrededor de los que han querío y de los que han odiao en vida. Y
sin nosotros verlos, hablan con nosotros. ¡Que de ahí proviene
que muchas veces pensamos lo que no hubiéramos creído de no haber
pensao nunca!
ESTEBAN.-¿Y tú crees?
RAIMUNDA.-Que tóo esto ha sío pa castigarnos, que el padre de mi
hija no me ha perdonao que yo hubiea dao otro padre a su hija.
Que hay cosas que no puen explicarse en este mundo. Que un
hombre bueno como tú puea dejar de serlo. Porque tú has sío muy
bueno.
ESTEBAN.-Lo he sío siempre, lo he sío siempre y de oírtelo decir
a ti, ¡qué consuelo y qué alegría tan grande!
RAIMUNDA.-Calla, escucha. Me parece que ha entrao gente de la
otra parte de la casa. A la cuenta será el padre de Norberto y
los que vienen con él pa llevárselo. No deben haber venío los de
justicia, que hubiean entrao de esta parte. Voy a ver. Tú, anda
allá dentro, a lavarte y mudarte de camisa, que no te vean así,
que paeces...
ESTEBAN.-No te pares en decirlo. Un malhechor, ¿verdad?
RAIMUNDA.-No, no, Esteban. Pa qué atormentarnos más. Ahora lo que
importa es acallar a tóos los que hablan. Después ya pensaremos.
Mandaré a la Acacia unos días con las monjas del Encinar, que la
quieren mucho y siempre es tán preguntando por ella. Y después
escribiré a mi cuñada Eugenia, la de Andrada, que siempre ha
querío mucho a mi hija, y se la man daré con ella.¿Y quién sabe!
Allí pue casarse, que hay mozos de muy buenas familias y bien
acomodás y ella es el mejor partío de por aquí y pué volver
casada y luego tendrá hijos que nos llamarán abuelos y ya iremos
pa viejos y entoavía pué haber alegría en esta casa. Si no
fuea...
ESTEBAN.-¿Qué?
RAIMUNDA.-Si no fuea...
ESTEBAN.-Sí. El muerto.
RAIMUNDA.-Ese, que estará ya aquí siempre, entre nosotros.
ESTEBAN.-Tiés razón. Pa siempre. Tóo pué borrarse menos eso.
(Sale.)
ESCENA X
RAIMUNDA y ACACIA.
RAIMUNDA.- ¡Acacia! ¿Estabas ahí, hija?
ACACIA.-Ya lo ve usted. Aquí estaba. Ahí está el padre de
Norberto, con sus criados.
RAIMUNDA .-¿Qué dice?
ACACIA.-Paece más conforme.Como le ha visto tan mejorao...
Esperan al forense que ha de venir a reconocerle. Ha ido al
Sotillo a otra diligencia y luego vendrá.
RAIMUNDA.-Pues allá vamos nosotras.
ACACIA.-Es que antes quisiea yo hablar con usted, madre.
RAIMUNDA .-¿Hablar tú? ¡Ya me tiés asustá! ¡Que hablas tan pocas
veces! ¿Asunto de qué?
ACACIA .-De que he entendío lo que tié usted determinado de hacer
conmigo.
RAIMUNDA.-¿Andabas a la escucha?
ACACIA.- Nunca he tenío esa costumbre. Pero ponga usted que hoy
he andao. Es que me importaba lo que había usted de tratar con
ese hombre. Quie decirse que en esta casa la que estorba soy yo.
Que los que no tenemos culpa ninguna, hemos de pagar por los que
tién tanta. Y tóo pa quedarse usted tan ricamente con su marío. A
él se lo perdona usted tóo, pero a mí se me echa de esta casa,
náa más que pa quedarse ustedes muy descansaos.
RAIMUNDA .-¿Qué estás diciendo? ¿Quién pué echarte a ti de esta
casa? ¿Quién ha tratao semejante cosa?
ACACIA .-Usted sabrá lo que ha dicho. Que me llevará usted al
convento del Encinar, y pué que quisiea usted encerrarme allí pa
toda mi vida.
RAIMUNDA.-NO sé cómo pueas decir eso. Pues ¿no has sío tú muchas
veces la que me tié dicho que te gustaría pasar allí algunos días
con las monjas? ¿Y no he sío yo la que nunca te ha consentío, por
miedo no quisieas quedarte allí? Y con la tía Eugenia, ¿cuántas
veces no me has pedío tú misma de dejarte ir con ella? Y ahora
que se dispone en bien de tóos, en bien de esta casa, que es tuya
y na más que tuya, y a todos importa poder salir de ella con la
frente muy al ta.. . qué quisieas tú, ¿que yo de la tase al que
has debío mirar como a un padre?
ACACIA .-¿Si querrá uste decir, como la Juliana, que yo he tenío
la culpa de tóo?
RAIMUNDA .-No digo náa. Lo que yo sé es que él no ha podío
mirarte como hija, porque tú no lo has sío nunca pa él.
ACACIA .-¿Si habré sío yo la que se habrá ido a poner elante e
sus ojos? ¿Si habré sío yo la que habrá hecho matar a Faustino?
RAIMUNDA.-¡ Calla, hija, calla! ¡Si te entienden de allí!...
ACACIA.-Pues no se saldrá usted con la suya. Si usted quié salvar
a ese hombre y callar tóo lo que aquí ha pasao, yo lo diré a la
justicia y a tóos. Yo no tengo que mirar más que por mi honra. No
por la de quien no la tiene, ni la ha tenío nunca, porque es un
criminal,
RAIMUNDA.-¡calla, hija, calla! ¡Frío me da de oírte! ¡Que tú le
odies, cuando yo casi le he perdonao!
ACACIA.-Sí, le odio, le he odiado siempre, y él también lo sabe.
Y si no quiere verse delatao por mí, ya pué venir y matarme. ¡Si
eso quisiea yo, que me matase! ¡Sí, que me mate, pa ver si de una
vez deja usted de quererle!
RAIMUNDA.-¡calla, hija, calla!
ESCENA XI
Dichas y ESTEBAN.
RAIMUNDA .-¡Esteban!
ESTEBAN.-¡Tié razón, tié razón! ¡No es ella la que tié que salir
de esta casa! Pero yo no quiero que sea ella la que me entregue a
la justicia. Me entregaré yo mismo. ¡Descuida! ¡Y antes de que
puean entrar aquí, les saldré yo al encuentro! ¡Déjame tú,
Raimunda! Te queda tu hija. Ya sé que tú me hubieas perdonao.
¡Ella no ¡Ella me ha aborrecío siempre!
RAIMUNDA.-No, Esteban. Esteban de mi alma.
ESTEBAN .-Déjame, déjame, o llamo al padre de Norberto y se lo
confieso tóo aquí mismo.
RAIMUNDA.-Hija, ya lo ves. Y ha sío por ti. ¡Esteban, Esteban!
ACACIA .-¡No lo deje usted salir, madre!
RAIMUNDA .-¡Ah!
ESTEBAN .-¿Quiés ser tú quien me delate? ¿Por qué me has odiao
tanto? ¡Si yo te hubiea oído tan si quiera una vez llamarme
padre¡Si tú pudieas saber cómo te he querío yo siempre!
ACACIA.-¡ Madre, madre!
ESTEBAN.-Malquerida habrás sío sin yo quererlo. Pero antes ¡cómo
te había yo querío!
RAIMUNDA .-¿No le llamarás padre, hija?
ESTEBAN.-No me perdonará nunca.
RAIMUNDA.-Sí, hija, abrázale. Que te oiga llamarle padre. ¡Y
hashasta los muertos han de perdonarnos y han de alegrarse con
nosotros!
ESTEBAN.-¡Hija!
ACACIA .-¡ Esteban! ¡Dios mío, Esteban!
ESTEBAN.- ¡Ah!
RAIMUNDA.-Aún no le dices padre? Qué, ¿ha perdío el sentío? ¡Ah,
¿boca con boca y tú abrazao con ella? ¡Quita, aparta, que ahora
veo por qué no querías llamarle padre! ¡Que ahora veo que has sío
tú quien ha tenío la culpa de tóo, maldecía!
ACACIA.-Sí, sí, ¡ Máteme usted! Es verdad, es la verdad. ¡Ha sío
el único hombre a quien he querío!
ESTEBAN.-¡Ah!
RAIMUNDA .-¿Qué dice, qué dice? ¡Te mato! ¡ Maldecía!
ESTEBAN.-¡No te acerques!
ACACIA.-¡Defiéndame usted!
ESTEBAN .-¡No te acerques, te digo!
RAIMUNDA .-¡Ah! ¡Así! ¡Ya es táis descubiertos! ¡Más vale así!
¡Ya no podrá pesar sobre mí una muerte! ¡Que vengan tóos! Aquí,
acudir toa la gente! ¡Prender al asesino! ¡Y a esa mala mujer,
que no es hija mía!
ACACIA.-¡Huya usted, huya usted!
ESTEBAN .-¡Contigo! ¡Junto a ti siempre! ¡Hasta el infierno, si
he de condenarme por haberte querío! ¡Vamos los dos! ¡Que nos den
caza si puen entre esos riscos! ¡Pa quererte y pa guardarte, seré
como las fieras, que no conocen padres ni hermanos!
RAIMUNDA.-¡Aquí, aquí! ¡Ahí está el asesino! ¡prenderle! ¡El ase
sino! (Han llegado por diferentes puertas el Rubio, Bernabé y la
Juliana, y gente del pueblo.)
ESTEBAN.- ¡ Abrir paso, que no miraré náa!
RAIMUNDA.-¡No saldrás! ¡Asesino!
ESTEBAN.-¡Abrir paso, digo!
Raimunda.-¡Cuando me haigas matao!
ESTEBAN.-¡Pues así!(Dispara la escopeta y hiere a Raimunda)
RAIMUNDA.-¡Ah!
JULIANA .-¡ Jesús! ¡Raimunda! ¡Hija!
RUBIO.-¿Qué ha hecho usted, qué ha hecho usted?
UNO.-¡ Matarle!
ESTEBAN .-¡Matarme si queréis, no me defiendo!
BERNABÉ .-¡No; entregarle vivo a la justicia
JULIANA.-¡Ese hombre ha sío,ese mal hombre!¡Raimunda!
¡La ha matao!¡Raimunda!¿No me oyes?
RAIMUNDA.-¡Sí Juliana,sí!¡No quiero morir sin confesión!
¡Y me muero!¡Mira cuánta sangre!Pero ¡no importa!
¡Ha sío por mi hija!¡Mi hija!
JULIANA.-¡Acacia!;¿ande está?
ACACIA.-¡Madre,madre!
RAIMUNDA.-¡Ah!¡Menos mal,que creí que aún fuea poe él
Por quien llorases!
ACACIA.-¡No, madre,no!¡Usted es mi madre!
JULIANA.-¡Se muere,se muere!¡Raimunda, hija!
ACACIA.-¡Madre,madre mía!
RAIMUNDA .-¡Ese hombre ya no podrá nada contra ti! ¡Estás salva!
¡Bendita esta sangre que salva, como la sangre de Nuestro
Señor!
FIN DEL DRAMA