Felipe Ángeles.
Elena Garro
Personajes
GENERAL DIÉGUEZ
CORONEL BAUTISTA
SOLDADO SANDOVAL
SEÑORA REVILLA
SEÑORA SEIJAS
SEÑORA GALVÁN
GENERAL GAVIRA: AGENTE DEL
MINISTERIO PÚBLICO
GENERAL ACOSTA: FISCAL
GENERAL PERALDÍ
GENERAL GARCÍA
GENERAL ESCOBAR: PRESIDENTE DEL
CONSEJO
ABOGADO GÓMEZ LUNA
ABOGADO LÓPEZ HERMOSA
GENERAL FELIPE ÁNGELES
SOLDADO FÉLIX SALAS
PADRE VALENCIA
UN CAPITÁN
CENTINELAS Y SOLDADOS
CAMARERO
ACTO I
La acción pasa en la ciudad de
Chihuahua el día 26 de noviembre de
1919. Fachada del Teatro de los
Héroes. La escalinata que va de la
plaza al Teatro de los Héroes, debe
ocupar el proscenio. Las grandes
puertas del teatro están cerradas. Solo
la puerta central ha quedado
entreabierta y es guardada por varios
centinelas. A través de las puertas de
cristales, se ve el vestíbulo del teatro
con candiles de cristal, muros
tapizados de seda roja, espejos de
marcos dorados y bancos laterales de
terciopelo rojo. Al fondo del vestíbulo
los cortinajes rojos ocultan la entrada
a la sala de espectáculos.
Entran el General Diéguez y el
Coronel Bautista. Vienen cubiertos de
gruesos capotes militares de invierno.
Diéguez se detiene en la escalinata y
distraído empuja con el pie algunos
restos de la nieve que ha caído la
noche anterior. Son las siete de la
mañana.
GENERAL DIÉGUEZ: Coronel, no me
parece que el teatro ofrezca mucha
seguridad.
[El General muy preocupado, mira
hacia las puertas de vidrio que
dan acceso al teatro].
BAUTISTA: He hecho todo lo posible, y
más, mi general.
GENERAL DIÉGUEZ: La llegada del
prisionero va a provocar un motín…
BAUTISTA: Desde anoche las tropas de
refuerzo están acuarteladas. Hoy al
amanecer, los soldados barrieron a
culatazos a la gente que quiso tomar
el teatro por asalto, cuando ya en la
sala no cabía ni un alma. Después
limpiamos de revoltosos los
alrededores y la tropa cerró las
bocacalles.
GENERAL DIÉGUEZ: El hombre es
contradictorio. Anoche al llegar a
Chihuahua, me sorprendió la
multitud hostil que se cerró a mí
paso. Hasta pensé que no saldría con
vida.
BAUTISTA: Esta es la ciudad de
Francisco Vila y de aquí salió el
General Felipe Ángeles a tomar
Zacatecas. Eso no lo olvidan.
Anoche lo esperaban a él, y verlo a
usted los enojó, mi general.
GENERAL DIÉGUEZ: Es cierto,
esperaban al tren del prisionero. El
pueblo ya no se ve en nosotros, es
como si hubiéramos caído detrás del
espejo.
BAUTISTA: Después de tres años de
destierro, Felipe Ángeles les ha
vuelto a la memoria.
GENERAL DIÉGUEZ: Sí, y ahora vuelve
seguido del rumor de sus batallas,
escoltado por sus guerreros muertos
y resucitados hoy, para entrar con él
a Chihuahua. No se resignan a ver en
el prisionero de hoy al héroe de
ayer. ¡Y en México se empeñan en
ignorar que este juego es peligroso!
BAUTISTA: ¿En México?… Allá se
limitan a girar órdenes y a darse
buena vida.
GENERAL DIÉGUEZ: Ven al mundo
desde la lejanía del poder. Deberían
estar aquí y ver mi mesa inundada de
telegramas de Francia, de Estados
Unidos, de Inglaterra. El mundo
entero pide clemencia para Felipe
Ángeles, el gran matemático, el gran
estratega, el maestro; deberían ver
también la ola de descontentos que
avanza por la ciudad y que amenaza
con tragarnos a todos.
BAUTISTA: Todo eso, mi general, me
asegura que su sentencia de muerte
es irrevocable, aunque parezca
difícil matarlo, no queda otra.
GENERAL DIÉGUEZ: He pedido que el
juicio sea rápido. ¡Al mal paso darle
prisa! ¿Usted, Bautista, se da cuenta
de que éste no será un fusilado
cualquiera?
BAUTISTA: Sí… Pero, si usted se da
cuenta de esos peligros, mi general,
¿por qué no acepta la suspensión del
juicio concedida por la Justicia del
Congreso de la Unión?
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Está usted loco
Bautista? ¿Cómo se atreve a
aconsejarme que contravenga las
órdenes expresas del Primer Jefe?
[Entra Sandoval y al ver al general,
se queda a una distancia
respetuosa].
BAUTISTA: Entonces lo mejor es acabar
cuanto antes.
GENERAL DIÉGUEZ: Muerto el perro se
acabó la rabia. [Diéguez se vuelve a
Sandoval].
GENERAL DIÉGUEZ: ¡A ver tú,
Sandoval! ¿Cómo te sientes en tu
uniforme nuevo?
SANDOVAL: [Avanzando]. Ya ve, mi
general, la suerte…
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Qué suerte ni qué
niño muerto! A mí no me vas a hacer
creer la historia que contaste a los
periódicos. Todos sabemos que si no
fuera por el chaquetero de Félix
Salas, no andarías tú vestido de
oficial.
SANDOVAL: ¡Que ni qué, que está usted
diciendo la verdad, mi general!
GENERAL DIÉGUEZ: Salas desertó de su
General Ángeles, para entregarlo y
ganar el dinero que ofreció el Primer
Jefe por su captura.
SANDOVAL: ¡Así fue, mi general! Y muy
honradamente, así me lo confesó
cuando vino en busca de tropa para
ir a aprehenderlo. Como yo estaba
de Defensa Social del punto, a mí
me tocó salir en su busca… Por eso
le dije, mi general, que había yo
tenido suerte.
BAUTISTA: ¿Y qué vas a hacer con los
diez mil del águila que te van a
pagar por tu buena suerte?
SANDOVAL: ¡Ah, qué mi coronel, el
dinero es algo que nunca le sobra a
un pobre!
GENERAL DIÉGUEZ: Si quieres cobrar tu
dinero, tus declaraciones deben de
ser Útiles al Primer Jefe.
SANDOVAL: Mire, mi general, la verdad
es que yo salí de noche en busca de
los alzados, para que no se echara
de ver mi paso. Así me acerqué al
valle de los olivos donde Félix
Salas me dijo que estaban
acampados…
BAUTISTA: [Interrumpiendo]. ¿Y Salas
se rajó? ¿No fue contigo?
SANDOVAL: Yo diría que sí… tal vez
sentiría feo de ver que agarraban a
su Jefe…
GENERAL DIÉGUEZ: O a lo mejor le dio
miedo.
SANDOVAL: ¡A lo mejor! Contaba yo con
llegar antes de rayar el día para
agarrarlos dormidos. Usted sabe, mi
general, que aunque no más eran
cinco, era gente de peligro.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Caray! Eres muy
prudente.
SANDOVAL: Pero no di con ellos hasta
las once. Iba yo venteando, ya con
cuidado a causa de la luz del sol,
¡cuando voy viendo un humito! Nos
quedamos silencios. Desmonté a
diez de mis hombres para que se
acercaran a rastras y esperé en el
chaparral, aguantando los latidos de
mi corazón.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Y no había nadie
más?
SANDOVAL: Nadie, más que los cerros y
nosotros. Dice mi gente que alcanzó
a ver a la mujer de Salas curando al
difunto Muñoz, cuando éste gritó:
¡Ahí están ya!
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Hicieron fuego
sobre ustedes?
SANDOVAL: ¡Qué va, mi general! Al
contrario, nosotros hicimos fuego
sobre ellos y cayeron dos que no
tenían las señas del General
Ángeles, porque yo quería agarrarlo
vivo.
GENERAL DIÉGUEZ: [Disgustado]. ¿Y a
ti quién te ordenó que lo agarraras
vivo?
SANDOVAL: Nadie, pero me gustaba más
traerlo vivo que muerto, mi general.
GENERAL DIÉGUEZ: A ver si no te
cuestan caros tus gustos. ¿Qué
pertrecho encontraron?
SANDOVAL: Casi nada, mi general.
Unos 30-30 y unas chaparreras.
Luego tuvimos la mala suerte de
entrar a Parral con el prisionero en
20 de noviembre…
GENERAL DIÉGUEZ: [Molesto]. Las
fechas son supersticiones.
SANDOVAL: No se crea, mi general, la
gente se desencaminó mucho.
Hubiera usted oído cuando
gritaban… bueno, igualito que acá
en Chihuahua.
GENERAL DIÉGUEZ: No te preocupes
por lo que griten. Tú lo único que
tienes que hacer es declarar que
Ángeles y sus hombres hicieron
fuego sobre ustedes. ¡No lo olvides,
son órdenes superiores!
BAUTISTA: A ver si tienes cara en el
juicio, cuando el mismo General
Ángeles te desmienta.
GENERAL DIÉGUEZ: Después haremos
las gestiones para que te paguen:
ahora sube al teatro, ahí te dirán a
donde deberás esperar.
SANDOVAL: [Cuadrándose]. ¡A sus
órdenes, mi general!
[Sandoval sube las escaleras,
atraviesa la puerta central, cruza
el vestíbulo y desaparece por las
cortinas del fondo. Sale].
GENERAL DIÉGUEZ: [Mirándolo
alejarse]. ¡Este cobarde de
Sandoval debió matar a Ángeles!
Muerto, nos hubiera evitado este
juicio, este mecate, que todavía se
nos puede enredar entre las patas.
BAUTISTA: No tema nada, mi general. Es
el juicio de un muerto, mañana lo
veremos tendido.
GENERAL DIÉGUEZ: A Salas, a estas
horas no le debe llegar la camisa al
cuerpo. ¡Conozco a los vendidos!
BAUTISTA: ¡De verdad que traidores hay
de sobra!
GENERAL DIÉGUEZ: La traición nos
ronda, nos aguarda a cualquier hora
y en cualquier esquina. Y todos
hemos ido terminando así y ninguno
de nosotros tendrá un final distinto.
Da lo mismo llamarse Zapata,
Ángeles o Madero…
BAUTISTA: Si uno lo piensa da
escalofrío… o miedo. ¿Verdad, mi
general?
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Miedo?… No,
coronel, es la espera. No sabemos
qué ni a quién, pero esperamos. Tal
vez sólo esperamos al traidor…
BAUTISTA: No tema nada, mi general, yo
soy su amigo, usted me ha encargado
la seguridad del preso y no se
escapará, porque para él ya llegó su
última mañana. Después a ver cómo
nos toca.
GENERAL DIÉGUEZ: [Mirando su reloj
de pulsera]. ¡Las siete y cuarto! Los
generales del juicio sumario no
tardarán en llegar a Chihuahua. El
tren del prisionero entra en la
estación dentro de veinte minutos.
BAUTISTA: Me voy, mi general. A ver si
cuando baje Ángeles del tren no se
amotina la plebe en la estación. [Se
ríe]. ¡Mañana, mi genera!, diremos
otra vez: ¡Sobre el muerto las
coronas!
[Sale Bautista. Diéguez lo ve irse
y se dispone a subir las gradas del
teatro cuando entran por el lado
opuesto del proscenio las señoras
Revilla, Seijas y Galván].
SEÑORA REVILLA: ¿General Diéguez, lo
hemos buscado toda la noche?
GENERAL DIÉGUEZ: [A mitad de las
gradas]. Lo ignoraba, señora: nunca
me hubiera privado de su presencia.
[Diéguez baja las gradas y hace
una reverencia a las señoras].
SEÑORA SEIJAS: Nos envían los comités
Pro-Felipe Ángeles a pedir la vida
de su prisionero.
GENERAL DIÉGUEZ: No es mi
prisionero, señoras, sino el
prisionero del Gobierno. ¿Son
ustedes parientes del General
Ángeles?
SEÑORA GALVÁN: No señor, la familia
del General Ángeles está en el
destierro, usted lo sabe, y el
Gobierno no deja cruzar la frontera a
su hermano.
GENERAL DIÉGUEZ: Perdón señora. Veo
que vienen impulsadas por la
piedad.
SEÑORA REVILLA: No, general, la
justicia se parece poco a la piedad.
GENERAL DIÉGUEZ: Señora, me precio
de ser hombre que conoce la
justicia, ya que estoy encargado de
impartirla.
SEÑORA GALVÁN ¿A organizar esta
función de teatro le llama usted
justicia, general?
SEÑORA SEIJAS: La confunde usted con
el terror.
GENERAL DIÉGUEZ: A veces el rostro
de la justicia es aterrador… pero, no
es mi propósito discutir con señoras.
¿En qué puedo servirlas? No
entiendo lo que me piden.
SEÑORA REVILLA: Pedimos un juicio
legal. Tiempo, defensores, o bien la
suspensión del juicio, ya que éste ha
sido declarado ilegal por la Justicia
de la Unión.
GENERAL DIÉGUEZ: No está en mis
manos satisfacer sus deseos,
señoras.
SEÑORA GALVÁN: Pero sí está en sus
manos formar un tribunal compuesto
por generales adictos al régimen.
SEÑORA SEIJAS: ¡Y esta prisa por
anunciar la traición del General
Ángeles! Se diría que están ustedes
llenos de miedo.
GENERAL DIÉGUEZ: Vivimos en un
tiempo que va más de prisa que
nosotros, señora. El gobierno no
puede gastar muchos días en el caso
de un general traidor a la
Revolución.
SEÑORA REVILLA: General, antes de
afirmar que su prisionero es traidor,
debe usted probarlo.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Pide usted
pruebas? Las tendrá hoy mismo.
SEÑORA REVILLA: ¿El tribunal
encargado de condenar a muerte a
Felipe Ángeles me las va a dar?
GENERAL DIÉGUEZ: Es un tribunal
formado por antiguos compañeros de
armas del acusado.
SEÑORA SEIJAS: Amigos en el poder,
dispuestos a conservarlo aun a costa
de su honor.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Señora!… Hay
hechos que usted olvida: la
Revolución triunfó y ella es la única
que puede absolver o condenar a sus
enemigos.
SEÑORA REVILLA: ¿La Revolución?
¿Llama usted la Revolución a una
camarilla de ambiciosos que están
sacrificando a todos los que se
oponen a sus intereses personales?
GENERAL DIÉGUEZ: [Serio]. Señora, yo
no puedo ayudarlas. No comparto
sus opiniones políticas Consulten
con un ahogado, el prisionero
todavía no ha pedido defensores.
[Por el lado izquierdo del
proscenio entran poco a poco los
generales del Consejo de Guerra.
Ven a Diéguez acompañado de las
señoras y permanecen alejados].
SEÑORA GALVÁN: ¿Preparar la defensa
de un condenado a muerte? ¿Así, sin
tiempo, en unas cuantas horas?
GENERAL DIÉGUEZ: Tengo entendido
que la barra de abogados de
Chihuahua forma parte de los
Comités Pro-Felipe Ángeles. Ahí
pueden encontrar a mejores
consejeros que yo. [Diéguez mira en
dirección de los generales y trata
de separarse de las señoras].
SEÑORA SEIJAS: ¿Y nos concederá
hablar con su prisionero?
GENERAL DIÉGUEZ: [Mirando hacia
los generales]. Cuantas veces lo
juzguen necesario. El prisionero
estará aquí antes de las ocho de la
mañana. Me perdonan, pero debo
atender a los señores generales del
Consejo de Guerra. ¡A los pies de
ustedes, señoras!
SEÑORA REVILLA: Gracias por su
consejo, iremos a buscar abogados.
[Diéguez se inclina ante ellas y
luego se dirige hacia los
generales].
[Las tres señoras salen. Diéguez
avanza y abraza a los generales:
Gavira, Acosta, Peraldí, García y
Escobar].
GENERAL DIÉGUEZ: [A Gavira].
¡General Gavira!
GAVIRA: [Abrazándolo]. ¡No se quejará
usted, aquí nos tiene a todos! Hemos
hecho jornadas dobles, como en los
buenos tiempos. [Se estrechan todos
la mano].
GENERAL DIÉGUEZ: No me quejo, antes
me maravilla su exactitud. Y aquí
entre nosotros, temía por el General
Escobar. [Se ríe].
PERALDÍ: También yo venía pensando en
él. Para llegar aquí, había muchas
piedras en su camino.
ESCOBAR: ¡Ni tantas! Los ejércitos se
han desgranado como mazorcas de
maíz. Ya ven ustedes, a un Ángeles,
que mandó a miles, lo han cogido
con dos o tres hombres en estos
andurriales del norte.
GENERAL ACOSTA: Apenas puede
creerse… yo no quería venir para no
pegarme el chasco. [Se ríe].
GARCÍA: Lo agarraron como pajarito.
ESCOBAR: Eso es lo que no entiendo. Si
estaba desterrado y su facción en la
derrota, ¿a qué volvió a México?
GAVIRA: No creyó en su derrota. En
Parral hasta se declaró Presidente de
la República.
ESCOBAR: ¡No es verdad! Ángeles es
demasiado inteligente para hacer tal
disparate.
GAVIRA: General Escobar, me asombra
que diga usted eso, Ángeles es sólo
un disidente, como Francisco Villa y
Emiliano Zapata.
PERALDÍ: No, General Gavira, no es el
mismo caso, esos dos empezaron
como bandidos y así han acabado.
En cambio Ángeles es militar de
carrera, hizo sus estudios en Francia.
¿No se acuerda de él? ¡Tan pulcro!
¡Tan callado! Se nos separaba
después de las batallas y se iba a
vagar solo…
GAVIRA: ¡Claro que me acuerdo de él,
compañero! Nunca supe qué lo llevó
a la Revolución; en cambio sí sé qué
fue lo que lo hizo traicionarla.
GENERAL ACOSTA: No, General Gavira,
Ángeles era sincero. A pesar de que
es cierto, que siempre nos puso una
distancia. Yo la sentía. No sé cómo
el General Francisco Villa llegó a
quererlo tanto…
PERALDÍ: Yo no creo que nos
malquisiera, nada más era diferente.
Tenía sus manías: antes de los
combates se bañaba, porque creía
que había que ir limpios a la muerte.
GAVIRA: [Riéndose]. ¡Pues a ver,
General Diéguez, váyale preparando
su tinita y su loción!
GENERAL DIÉGUEZ: [Serio]. No se
dejen llevar por sus recuerdos. Para
poder hacer justicia, hay que obrar
como si nunca lo hubiéramos
conocido.
GAVIRA: No, general, ¡hay que
recordarlo todo! Ángeles fue
siempre un ambicioso. Un militar
postergado por el antiguo régimen,
que creyó encontrar su oportunidad
uniéndose a las filas
revolucionarias. Eso lo descubrió el
Primer Jefe desde el principio y lo
inutilizó. Entonces se fue con Villa
creyendo que iba a poder manejarlo
contra el Primer Jefe. El es uno de
los causantes de la división entre los
revolucionarios.
ESCOBAR: No nos hagamos tontos,
General Gavira. La enemistad del
Primer Jefe por Ángeles es un
incidente personal, una cuestión de
antipatía. La verdad es que Ángeles
ganó todas las batallas y así se ganó
la Revolución… Después nos
dividimos…
GENERAL ACOSTA: Durante la
Convención buscó la alianza con
Zapata…
GARCÍA: ¿Y qué? Zapata era un
revolucionario y todos fuimos
convencionistas.
GAVIRA: Dejemos ese punto aparte,
General García. La actitud
levantisca de Ángeles no data de la
Convención, sino que viene de más
lejos. ¿Ya no recuerdan que antes de
la batalla de Zacatecas se enfrentó
con el Primer Jefe, con el pretexto
de que el pueblo no necesitaba
caudillos sino ciudadanos?
ESCOBAR: Sí, general, pero él ganó la
batalla y con ella ganó la
Revolución.
GAVIRA: ¡General Escobar, no están en
discusión los méritos guerreros de
Ángeles, sino su conducta política!
GENERAL ACOSTA: ¡No se exalten,
compañeros!… ¿No sería más
prudente continuar la discusión más
adelante?
GENERAL DIÉGUEZ: [Con aire
solemne]. Tiene razón el compañero
Acosta. No es hora de discutir. El
General Juan Barragán, Ministro de
Guerra, me ordenó que los llamara a
todos ustedes para que, reunidos en
Consejo Extraordinario, juzgaran al
General Felipe Ángeles, culpable
del delito de rebelión militar. Y
ustedes saben señores, el rigor con
que castiga la ley de nuestra
profesión a un oficial de alta
graduación, que se rebela contra las
instituciones públicas y olvida el
honor jurado. [Cambiando de tono].
Siento tener que hablarles en esos
términos, pero he recibido
instrucciones concretas de México.
ESCOBAR: [Señalando el teatro]. Ahora
me explico por qué vamos a juzgarlo
en un teatro.
GENERAL DIÉGUEZ: [Serio]. ¿Qué
quiere usted decir, general?
ESCOBAR: ¡Nada! Que a mí me cuesta
trabajo aprenderme los papeles de
memoria.
GAVIRA: ¡Rechazo las insinuaciones del
compañero Escobar!
GENERAL DIÉGUEZ: Por supuesto que
están ustedes en absoluta libertad
para juzgar al reo y serán la ley y sus
conciencias las que decidan su
suerte, que desde luego ahora queda
en sus manos.
GENERAL ACOSTA: ¿Ese es el camino a
seguir?
ESCOBAR: ¡De verdad que esto es un
entierro! Compañeros, nos han
reunido aquí para dar fe de su
cadáver.
PERALDÍ: ¡Caray, a mí me duele
condenar a muerte al General
Ángeles! Y más en el nombre de la
disciplina militar. ¡Ha sido un
general tan brillante!
ESCOBAR: Si hubiéramos pensado en la
disciplina militar, jamás hubiéramos
tomado las armas.
GAVIRA: Era diferente. En ese tiempo
nos alzamos contra la usurpación y
además nos jugábamos la cabeza.
ESCOBAR: Felipe Ángeles también se la
jugó entonces.
GENERAL DIÉGUEZ: Y se la juega ahora,
pero contra la Revolución. Usted,
General Escobar, se empeña en no
ver el aspecto político del caso.
Ángeles lucharía contra su sombra,
si su sombra tomara el mando. No
odia a Carranza, odia al Jefe. No
entiende a su pueblo, ni entiende a su
momento. Esta hora es hora de
caudillos, a cuya sombra se cobijan
los demás, los débiles o los que han
renunciado al pensamiento. A estos
les gusta descansar en el fuerte. ¡Y
Ángeles, el iluso, cree que hay que
acabar con los jefes! No se da
cuenta de que para acabar con los
jefes es necesario un jefe que los
mate a todos.
ESCOBAR: Sí, hasta que venga otro jefe
y lo mate a él. ¡Ya me convenció
General Diéguez!, pero confieso que
no hicimos la Revolución para esto.
[Escobar sube las gradas de la
escalinata]. ¡Vamos a ocupar
nuestros sitios, señores! ¡Este es un
juego con un final de sangre, y hay
que jugarlo aunque sepamos que la
muerte es el único premio de esta
lotería! ¡Ojalá, General Diéguez, que
no tenga yo que asistir a su función
teatral!
[Los centinelas abren de par en
par las puertas centrales de
cristal del vestíbulo. Antes de
cruzarlas, Escobar se vuelve a
Diéguez y se ríe. El General
García le sigue de muy cerca].
GENERAL DIÉGUEZ: [En voz muy alta].
¡Falta mucho para ese estreno,
General Escobar!
GARCÍA: [A Diéguez, en voz muy alta y
desde arriba de las gradas].
¡Avíseme para apartar mi palco!
[Escobar y García entran al
vestíbulo del teatro y conversan
animadamente].
GENERAL ACOSTA: ¿Qué me dice usted,
compañero Peraldí? ¿Usted que se
tocaba tanto el corazón?
PERALDÍ: [Tomando a Acosta por el
brazo y empezando a subir las
gradas]. Que a veces los recuerdos
nos traicionan… y que a veces no
entiendo en qué hemos convertido a
la Revolución.
[Acosta y Peraldí entran al
vestíbulo del teatro, Escobar y
García se dirigen hacia las
cortinas del fondo del vestíbulo,
las cruzan y desaparecen].
GENERAL DIÉGUEZ: Lo felicito, Gavira,
los convenció a todos, usted debió
haber sido licenciado.
GAVIRA: Usted fue el que los amansó.
¡Ya ve que hasta Escobar se dobló!
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Escobar? No
estoy seguro, general… y a decir
verdad, no estoy seguro de haber
convencido a ninguno… pero, le
aseguro que va a ser difícil que
Escobar asista a mi Consejo de
Guerra: en cambio a él no se la fío
muy larga.
GAVIRA: ¡Con qué humor lúgubre se
levantó hoy, compañero!
GENERAL DIÉGUEZ: En días como éste
no tengo otro mejor. Hay que matar
pronto a Ángeles… El teatro está
repleto de partidarios suyos y ya
verá usted como se pone cuando él
hable. El juicio es ilegal, ha sido
suspendido por un Juez y el Primer
Jefe insiste en matar con el código
en la mano. ¿No se dará cuenta de
que no engaña a nadie? Hubiera sido
mejor matarlo en el campo y decir
que había muerto en una escaramuza.
Pero quiso darse el gusto de matarlo
en el nombre de la ley y de la
Revolución, como si quisiera
matarlo totalmente, y nada más está
enseñando demasiado el juego.
GAVIRA: Cuando la carta es buena hay
que enseñarla. ¡Tenemos un as en la
mano! ¡Matarlo en el campo era
desaprovecharla! Debemos hacer
una demostración de fuerza delante
de los sentimentales y de los ilusos,
como decía usted, general.
GENERAL DIÉGUEZ: Pero ¿no
comprende, general, que el crimen
de matar a Ángeles justificará
muchos asesinatos en el futuro? El
mío, el de usted, el de Carranza… y
mientras tanto la opinión mundial y
el país entero piden clemencia. Y no
hay respuesta. El Primer Jefe no
responde.
GAVIRA: Ni responderá. Hay que
amansar a muchos todavía. Y verá
usted que en el futuro, nadie
discutirá la razón que le asistió.
GENERAL DIÉGUEZ: Se equivoca,
Gavira. Esta muerte no quedará
clara; porque Ángeles es un
revolucionario y todavía no está
claro si fuimos nosotros o ellos los
disidentes. Nosotros abandonamos a
la Convención que era el poder
supremo al que habíamos jurado
defender.
Gavira: Compañero, ¿quería usted que
nos quedáramos en manos de Villa y
de Zapata? Además, hicimos la
Constitución. ¿O pone usted en duda
la legalidad del régimen
constitucional?
GENERAL DIÉGUEZ: Yo no pongo en
duda nada. Me pregunto por las
consecuencias de este acto.
GAVIRA: Nosotros ganamos la partida.
Los vencidos nunca tienen razón. La
historia está con nosotros.
GENERAL DIÉGUEZ: La historia es una
puta, general. No hay que fiarse de
ella. Y este muerto es muy grande,
no vamos a tener bastante tierra para
cubrirlo.
GAVIRA: No lo entiendo, General
Diéguez.
GENERAL DIÉGUEZ: Tampoco yo me
entiendo. ¿Usted cree que Ángeles
entiende algo? Aunque quizá todo se
vuelve claro para los que van a
morir.
GAVIRA: Y a propósito, todavía no me
dice usted dónde se encuentra el
prisionero.
GENERAL DIÉGUEZ: La escolta que
viene con él no debe tardar en llegar
GAVIRA: ¿Y todo está preparado?
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Todo! Tenemos
listos testigos y testimonios. El
juicio debe de ser rapidísimo.
GAVIRA: [Tomándolo del brazo].
Entonces, vamos a entrar. Nos
espera un día de trabajo.
GENERAL DIÉGUEZ: [Deteniéndose]. Yo
no pienso asistir al juicio. Estaré en
mi despacho por si algo se les
ofrece. Me daré una vuelta más
tarde. Adentro están las pruebas y
los testigos.
GAVIRA: [Asombrado]. ¿Se me va?
GENERAL DIÉGUEZ: Sí, General Gavira.
[Diéguez se coloca el kepí y serio
saluda al General Gavira y sale con
decisión. Gavira asombrado lo ve
irse, luego sube las gradas, cruza el
vestíbulo y desaparece detrás de las
cortinas del fondo. Por el lado
izquierdo del proscenio entran las
señoras Revilla, Seijas y Galván.
Las acompañan los abogados
Gómez Luna y López Hermosa].
SEÑORA REVILLA: Vamos a esperar
aquí, abogados. El General Diéguez
me aseguró que podríamos hablar
con el prisionero antes de que
entrara al teatro.
SEÑORA GALVÁN: ¡El aire frío se me ha
metido en los huesos!
SEÑORA SEIJAS: ¡Mi pobre General
Ángeles! ¿Cómo vendrá con vendrá
con este frío? El viaje lo hizo en un
vagón de carga. La noche se le habrá
hecho eterna.
GÓMEZ LUNA: Ya debería estar aquí.
LÓPEZ HERMOSA: Son capaces de
hacerlo entrar al teatro por alguna
puertecilla de salida de actores, No
creo que lo dejen comunicarse con
nosotros.
SEÑORA REVILLA: Si, estos ambiciosos
son capaces de todo, con tal de
asesinarlo rápidamente.
SEÑORA SEIJAS: Su coche venía muy
despacio por el paseo Bolívar.
Alcancé a ver sus ojos detrás de los
cristales del coche. ¿Los vieron?
¿Vieron los ojos de las gentes en las
aceras, esperando como nosotros?
SEÑORA GALVÁN: Yo no pude ver
nada… no quise
GÓMEZ LUNA: No hay que desesperar.
Haremos que de esta farsa surja la
verdad y el Gobierno tendrá que
retroceder.
LÓPEZ HERMOSA: No podemos aceptar
que la Revolución se haya
convertido en la voluntad homicida
de un ambicioso.
SEÑORA SEIJAS: ¡La gente se
arremolina! [Se oyen gritos de ¡Viva
el General Ángeles! Que vienen de
las calles adyacentes. Rumores de
que la multitud trata de desbordar
a la valla de soldados que la
contiene. Entra Felipe Ángeles
escoltado por soldados y por el
Coronel Bautista. Viste una camisa
vieja y unos pantalones viejos de
mezclilla desteñida. Calza unos
zapatos de tenis muy gastados.
Lleva dos libros bajo el brazo Es
moreno, delgado y alto. Las señoras
y los abogados avanzan a su
encuentro].
SEÑORA REVILLA: General Ángeles, me
voy a presentar: Soy la Señora
Revilla y vengo con las señoras
Seijas y Galván, enviadas por los
comités Pro-Felipe Ángeles, para
ayudarlo en su defensa.
ÁNGELES: [Haciendo una reverencia a
las señoras]. Queridas señoras.
SEÑORA REVILLA: Los abogados Gómez
Luna y López Hermosa, de la barra
de abogados de Chihuahua.
[Felipe Ángeles estrecha las manos de
los abogados].
GÓMEZ LUNA: Es un honor, General
Ángeles.
LÓPEZ HERMOSA: General Ángeles, soy
su servidor.
ÁNGELES: No sé cómo agradecer tantas
bondades. En momentos así
descubre uno cuánta gente buena hay
en el mundo.
SEÑORA SEIJAS: ¡Verlo así, general,
rodeado por una escolta, como un
delincuente!
GÓMEZ LUNA: De manera muy distinta
lo había recibido a usted Chihuahua.
SEÑORA GALVÁN: [A da escolta].
¡Esbirros! ¿No les da vergüenza
hacerle esto al vencedor de la
Revolución?
SEÑORA REVILLA: Pero ya ve usted,
general, que Chihuahua entera ha
salido a su encuentro, sólo que ahora
todos estamos tristes, no es como
antes.
ÁNGELES: Aquellos eran los días de la
libertad.
SEÑORA SEIJAS: ¡Con este frío y no
tiene usted ni siquiera una guerrera!
BAUTISTA: Pueden subir al teatro, allí
está más recogido, siquiera no sopla
el viento.
ÁNGELES: Aunque ya me estoy haciendo
viejo, todavía el frío no me pega. El
aire de la sierra de Chihuahua curte.
Ya me hacía falta después de los
años de destierro. Se pierde la
costumbre de la vida a campo raso.
[Se ríe].
SEÑORA SEIJAS: ¡Me muero de frío!
ÁNGELES: ¡Vamos, vamos adentro!
[Ángeles, Bautista, los abogados y
las señoras, suben las gradas y
entran al vestíbulo del Teatro de los
Héroes].
SEÑORA REVILLA: Le tengo noticias de
su familia, general. Su hijo Alberto
hace gestiones desde Nueva York y
su hija Isabel ha enviado un
telegrama a la hija de Carranza, que
desgraciadamente ha quedado sin
respuesta.
ÁNGELES: ¡Pobres niños…!
LÓPEZ HERMOSA: No contestará, tiene
la mudez del ídolo.
SEÑORA SEIJAS: Su hermano está
tratando de cruzar la frontera, viene
con los abogados.
ÁNGELES: No los dejarán pasar.
GÓMEZ LUNA: General, aquí en la
ciudad, somos muchos los abogados
que queremos defenderlo.
ÁNGELES: Señor Gómez Luna, no creo
que mi problema sea un problema de
abogados, sino el de un destino ya
determinado.
GÓMEZ LUNA: ¡General, su caso es un
caso de justicia! ¿Para qué servimos
los abogados, sino para defender a
los inocentes?
ÁNGELES: Yo, abogado, creo que todos
somos inocentes y todos somos
culpables. Es decir, que vamos
empujados por un mismo destino que
entre todos hemos convocado.
BAUTISTA: [Interviniendo]. Solo que
unos son los ganadores y otros los
que pierden.
ÁNGELES: No, coronel, aquí no hay
ganadores. Aquí todos hemos
perdido por parejo.
BAUTISTA: ¡Hum…! Aunque ahora que
lo traía yo por esas calles con tanta
gente… no sé… no me parecía
llevar a un perdedor. Tal vez tiene
usted razón, general.
ÁNGELES: ¿Ve, coronel? ¿Ve cómo todo
se ha vuelto ambiguo? El triunfo, la
derrota, y es que no era éste el
triunfo que esperábamos.
GÓMEZ LUNA: El pueblo sabe que usted
es inocente, general, y cree en usted.
Por eso ha salido a recibirlo como a
un triunfador.
LÓPEZ HERMOSA: Para nosotros salvar
su vida es un deber, general.
Sabemos como el pueblo de
Chihuahua, que no hay delito que
perseguir, y que sólo se trata de una
venganza personal. Carranza no le
perdona su carrera, su limpieza y su
prestigio. Usted representa un
enemigo demasiado brillante además
un enemigo al que no le interesa el
poder personal. El en cambio sólo
persigue erigirse en tirano.
ÁNGELES: Por eso debo morir mañana
al amanecer, entre las cinco y las
siete de la mañana y nada podrá
salvarme… Y lo que es más triste es
que mi muerte no cambiará la suerte
de mi pueblo.
SEÑORA REVILLA: Entonces, ¿no cree en
nosotros? ¿No cree en nuestra
defensa, general?
ÁNGELES: En ustedes es en lo único que
creo, señora, y por ustedes volví a
México, pero sé que todo lo que
hacen por mi es inútil. Ni siquiera
este Consejo de Guerra, si me fuera
favorable, podría cambiar mi suerte.
Y si el mundo entero pidiera mi
vida, también sería ejecutado. Así lo
ha resuelto un hombre sentado en el
principio de la infalibilidad del
poder personal. Contra ese principio
combatimos todos con las armas en
la mano y ahora reaparece en un
hombre nuevo, que no va a permitir
que se le combata ni con las armas,
ni con la palabra. La sangre está
todavía muy fresca, la memoria
intacta y el origen del poder, dudoso.
GÓMEZ LUNA: No sea pesimista,
general. No olvide que Carranza se
juega todas sus cartas sucias a la
palabra legalidad. Ahora quiere
asesinarlo con el simulacro de la
legalidad. Para eso ha organizado
este juicio en lugar de ordenar el
crimen en un paraje obscuro.
ÁNGELES: Carranza equivoca las
palabras para disfrazar los hechos,
por eso es peligroso. Nunca ha
estado dispuesto a asumir el origen
secreto y verdadero de sus actos, es
decir la verdad. Y en este caso la
verdad es que uno de nosotros dos
debe morir, porque somos
incompatibles, aunque la muerte de
cualquiera de nosotros dos
signifique el naufragio de los
principios por los cuales peleó el
pueblo. Miente para ocultar que él y
yo no peleamos por los mismos
principios y que somos antagónicos.
El cree que la revolución es un
medio para alcanzar el poder
absoluto y yo creí que era un medio
para exterminarlo. Hay destinos
paralelos, abogado, el de los
adversarios, el de los héroes, el de
los amantes, el del criminal y la
víctima, y su relación es tan intima,
que a veces escapa hasta a los
mismos protagonistas.
SEÑORA REVILLA: Su sangre ahogaría a
Carranza, general.
ÁNGELES: Tal vez es mi sangre la que
necesita Carranza para ahogarse. Tal
vez desde el primer día así lo vimos
los dos. Somos dos principios frente
a frente y si uno de ellos es
asesinado ahora, el otro lo será,
automáticamente. El arma de la
tiranía dispara por la boca y por la
culata. No se puede arrancar a los
demás un privilegio, sin perderlo
uno mismo; ni se puede privar a los
demás de la libertad, sin perderla
uno mismo ni se puede impartir el
terror, sin estar poseído por el
terror. Tampoco se puede matar sin
entrar en el terreno del crimen y
armar la mano del que después nos
va a asesinar. Cometer crímenes
desde el poder es abrir la era de los
asesinos, por eso ahora al cruzar las
calles de esta ciudad, un tumulto de
hombres y de rostros caídos en
combate o ante los pelotones de
fusilamiento me seguían diciéndome:
«nada ni nadie impedirá tu muerte,
Felipe Ángeles, porque el principio
que alimentaba tu vida ha muerto…
quizás el destino de las
revoluciones…».
GÓMEZ LUNA: La ley no acepta la
fatalidad, general. La ley tiene la
facultad de salvar a un hombre de
una muerte injusta.
ÁNGELES: La muerte de un hombre,
abogado, es algo determinado desde
antes de su nacimiento.
LÓPEZ HERMOSA: No acepto sus
razones para morir, general.
ÁNGELES: Los destinos secretos de la
muerte nadie los conoce. Además, la
muerte es el único privilegio
privado que acepto… cada uno
muere de su propia muerte. [Ángeles
se ríe].
SEÑORA SEIJAS: No digo eso, general.
ÁNGELES: [Serio]. No quiero que nadie
se aflija por mí, señora. Yo soy el
que debe llorar por todo lo que no
hice por ustedes cuando pude
hacerlo. Muchas veces vi morir a
mis hombres, ¡pobres soldados del
pueblo, que con las piernas
temblorosas avanzaban hacia la
muerte…! Y no lloré por ellos a
pesar de pedírmelo mi corazón
porque creía que se debía morir por
algo superior a nosotros. Y ahora,
aunque a mí también me flaquean las
piernas, debo morir como mis
hombres, a pesar de que muero por
algo inferior a lo que ellos
murieron… gracias a mis errores.
GÓMEZ LUNA: Usted, general, no tiene
la culpa del fracaso de la
Revolución. Los ideales son
maleables dependen de las manos de
quienes los manejan. Después de
todo las ideas se traducen en
palabras y las palabras se aplican a
veces a realidades que no
corresponden a ellas, para ocultar
las verdades. Eso es lo que sucede
ahora, general, se han invertido los
valores por los que usted peleó,
mientras se sigue usando el mismo
lenguaje por el que usted peleó.
Nosotros lo sabemos y estamos con
usted.
LÓPEZ HERMOSA: Y nosotros vamos a
pelear por su vida, aunque esta sea
la última batalla que demos.
ÁNGELES: Ahora ya todo es igual,
abogado, la batalla la perdimos.
Esta ciudad, la más leal a Madero,
lo sabe. Por eso sus calles me veían
pasar con tristeza: «¿Y en esto acabó
todo, General Ángeles?», me decían.
GÓMEZ LUNA: Entre todos podemos
encontrar una respuesta diferente,
para eso estamos aquí.
ÁNGELES: ¡Ah!, ¡si pudiera empezar de
nuevo! ¡Volver a aquel 20 de
noviembre! Tal vez encontraría un
final diferente. Pero quizá es mejor
así. Quizá ningún triunfo es fecundo
y sólo la derrota está libre de
compromisos, no hay con quien
pactar, ni siquiera con uno mismo.
Necesitaríamos sangre otra vez para
lavar a las palabras manchadas por
los traidores y hacer que floreciera
la verdad… pero tal vez toda
revolución está condenada a una
mentira final: la del que queda con
el triunfo en la mano, porque ése
antes ya recorrió el largo camino de
la intriga y el crimen, y miente para
ocultar que sus fines son personales
y sus intereses opuestos a la
Revolución. Eso, abogado, es
inconfesable, y cada vez que alguien
se lo recuerde, se verá obligado a
asesinarlo. ¿No ve, abogado, que un
revolucionario en el poder es una
contradicción? ¿Y qué asesinar a los
revolucionarios en el nombre de la
Revolución es una consecuencia de
una misma contradicción?
LÓPEZ HERMOSA: Eso lo debemos
probar ante el Consejo de Guerra.
ÁNGELES: Los miembros del Consejo lo
saben mejor que nosotros, y como lo
saben se sienten en peligro. Muchos
de ellos desfilaron pronto ante un
pelotón de fusilamiento. Déjelos
ahora, que se embriaguen con
palabras que han perdido su sentido
y que van a emplear ahora para
matarme. Ellos saben el peligro de
usar un lenguaje determinado para
situaciones cambiantes: las palabras
se convierten en armas, que se
vuelven contra nosotros mismos. Y
más tarde el pueblo, hasta que
lleguen a significar exactamente lo
contrario de lo que significaron en
su origen, y el Estado se convierta
en un monolito enemigo, que asesina
a todo aquello que se opone a su
poder.
GÓMEZ LUNA: Si usted hubiera tomado
el poder, no estaríamos ahora
metidos en esta maquinaria infernal.
ÁNGELES: ¡No lo sé! Al poder hay que
llegar puro, como llegó Madero, o
no hay que llegar. Por eso la
Convención pidió elecciones libres
y exigía a un civil, pero los
cañonazos de cincuenta mil pesos
hicieron un efecto más mortífero que
los cañonazos de Zacatecas… ¡Y
pensar que todo pudo ser hermoso!
[Se produce un silencio].
SEÑORA REVILLA: Prométanos, general,
que va a pelear por su vida. O
cuando menos concédanos que la
peleemos nosotros.
ÁNGELES: [Sonriendo]. Señora, yo no
he hecho en mi vida otra cosa que
pelear. Le prometo seguirlo
haciendo hasta que muera. Usted,
abogado, ayúdeme a dar esta batalla
inútil. [A Bautista]. Coronel, estoy a
su disposición.
[Felipe Ángeles se inclina y besa
la mano de las señoras Seijas y
Galván, se detiene unos instantes
frente a la Señora Revilla y luego
le besa la mano con respeto].
SEÑORA REVILLA: Yo estaré en el
teatro. Yo, como la ciudad, me veo
en usted y su muerte y su vida son
las mías. De aquí en adelante nada
nos separará, ni las acusaciones, ni
las balas.
[Felipe Ángeles suelta dulcemente
la mano de la Señora Revilla, la
mira con tristeza, se vuelve a
Bautista, luego a Gómez Luna y a
López Hermosa].
ÁNGELES: ¡Señores, estoy a sus
órdenes!
GÓMEZ LUNA: Apenas si tenemos
tiempo. [Ángeles, Bautista, Gómez
Luna y López Hermosa, se dirigen al
fondo del vestíbulo mientras cae
suavemente el telón].
Telón.
ACTO II
Foro del Teatro de los Héroes. Las
cortinas rojas del fondo del Vestíbulo
están descorridas y muestran el foro.
Es el final del Juicio Sumario de Felipe
Ángeles. El C. Juez Instructor Militar;
el Secretario; los Vocales y el Agente
del Ministerio Público, están sentados
ante una gran mesa cubierta de
papeles. Felipe Ángeles ocupa el
banquillo de los acusados. En un
ángulo opuesto está el Abogado López
Hermosa, ayudante del Abogado Gómez
Luna. El Agente del Ministerio Público
se pone de pie.
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Ha
dicho el abogado defensor, que no
hay ningún dato en el proceso que
acredite los elementos constitutivos
de la acusación. Dice también que
unas cuantas horas no bastan para
efectuar un proceso de esta
naturaleza. Y yo digo que ni dos o
tres meses bastarían. ¡Y le contesto
que por tratarse justamente de un
Consejo de Guerra extraordinario
debe terminarse inmediatamente!
Hay elementos bastantes para juzgar
como comprobado el cuerpo del
delito de rebelión y la
responsabilidad criminal del
acusado. La comprobación de los
delitos de rebelión y deserción están
constituidos por hechos que tienden
al objeto que señala el artículo 133
de la Ley Penal Militar. Este artículo
exige en primer lugar el carácter
militar del acusado, que está
perfectamente comprobado en autos.
Todos sabemos que el acusado llegó
a ser hasta Subsecretario de Guerra
en la época Pre-constitucional!
Ahora bien, todos sus actos han
demostrado desde hace mucho
tiempo, que se encontraba sustraído
a la obediencia de las fuerzas del
señor Carranza. ¿No es prueba
bastante de rebelión el hecho de no
haberse internado en la zona
ocupada por las fuerzas carrancistas
por temor a ser aprehendido y el
hecho de haber acompañado a las
fuerzas de Villa? Ángeles se nos
quiere presentar en esta audiencia,
como un propagador de la unión y la
fraternidad, y nos oculta que ha
traído armas, se ha puesto
chaparreras y ha peleado contra las
fuerzas de Carranza. Su rebelión
quedó demostrada cuando él mismo
llamó problemas a las preguntas que
se le hicieron. Su rebelión quedó
demostrada, con esa falta de
voluntad para contestar, en lugar de
presentar su alma desnuda ante el
pueblo y ante los que tienen poder
para juzgarlo. Esta indiferente
actitud indica dos cosas: que no es
un militar pundonoroso y el ánimo
con el que se internó en la
República. En esta audiencia se le
deslizaron varias veces expresiones
como ésta: «que había que tratar con
clemencia al enemigo». ¿Cuál
enemigo? Todos estos elementos a
los que me he referido en desorden
por el calor de la improvisación,
hacen prueba plena de los delitos
que le imputo. Al ser interrogado,
Ángeles ha dicho que no fue rebelde
ni hostil al Gobierno. De acuerdo
con la regla: animuspreconsumiturs
quealem facta
demostrant, todos estos hechos
señalan el ánimo necesario para que
sea juzgado por rebelión. El
ciudadano defensor espera que este
Honorable Consejo absuelva al
acusado, ya que dice que hasta los
aplausos del público demuestran la
inocencia de Ángeles. Pero, yo debo
advertir que los aplausos se deben a
las tendencias socialistas del
público y del acusado, ya que
cuando éste dijo: «mientras el pobre
trabaja el rico come» fue cuando los
aplausos fueron más nutridos. En fin,
no trataré puntos que carecen de
importancia, para no alargar este
Consejo. El pero sólo, que este
Consejo de Guerra, dada la
trascendencia de estos momentos, no
sea víctima de un espíritu de
clemencia que podría ser de
consecuencias funestas. Espero pues
una resolución enérgica, en bien de
la patria, del pueblo y de la paz
pública.
LÓPEZ HERMOSA: Los testigos que han
depuesto en el proceso, en virtud de
haber sido amnistiados por el mayor
y ahora Teniente coronel Gabino
Sandoval, han sido parciales y sus
declaraciones están llenas de
divergencias. No sé cómo el señor
Agente del Ministerio Público,
puede afirmar con todo aplomo, que
depusieron uniformemente, aunque
acepta que, el acusado, Señor
Ángeles, con la astucia que le
caracteriza logró torcer sus
declaraciones. Da pena, es
verdaderamente lamentable, como si
la situación en que se encuentra el
Señor Ángeles, no fuera ya de por sí
terrible, para que todavía venga el
señor Agente del Ministerio Público
a agravarla aún más, pintando al
acusado con los colores más negros,
haciéndole pasar casi como a un
demonio. Es muy fácil hacer pasar
los actos puros y nobles como
inspirados por la perversidad. No,
señor Agente del Ministerio
Público, ni la condición moral del
Señor Ángeles, ni sus antecedentes
gloriosos, ni su pasado limpio de
toda mancha, ni la condición
tristísima en que se encuentra hoy,
hacen presumir, no ya probar que el
acusado sea capaz de cometer el
acto delictuoso que usted le imputa.
Todos sabemos que vino a México a
propagar ideas de fraternidad. Y
pido un último careo entre él y
Gabino Sandoval, ya que el anterior
lo considero como un no careo, pues
al acusado no se le concedió la
palabra una sola vez.
[Aplausos en la sala].
LÓPEZ HERMOSA: Así como un nuevo
careo con Félix Salas.
[Aplausos en la sala].
LÓPEZ HERMOSA: El pueblo lo pide
conmigo.
[Aplausos en la sala].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: El
licenciado López Hermosa ha dicho
que no soy honrado, por citar la
confesión del acusado respecto al
enemigo. Me permito suplicar al
señor Presidente del Consejo, se
sirva decir al señor López Hermosa,
que se sirva retirar esas palabras,
porque no está en lo justo al hacer
tal apreciación sobre mi persona.
LÓPEZ HERMOSA: Disculpe el señor
Agente del Ministerio Público, ya
que no eran mis intenciones
lastimarlo, y en obsequio a su deseo
retiro las palabras que le hirieron.
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
Queda borrada la mala impresión.
PRESIDENTE DEL CONSEJO: Se da por
terminado el incidente.
LÓPEZ HERMOSA: Insisto en la nueva
presencia de los testigos.
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Que
comparezcan los testigos que
todavía están en el recinto, puesto
que la mayoría de ellos hace ya
mucho rato que abandonaron el
lugar. [Entra Sandoval].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¿.Conoce usted al acusado?
SANDOVAL: Sí es el General Felipe
Ángeles [Del público surgen gritos,
silbidos, insultos].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¡Silencio! ¡Silencio! ¡Silencio, o
haré evacuar la sala!
[La gritería aumenta. Sandoval
baja los ojos].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¡Silencio! ¡Silencio…! [La gritería
se calma un poco, hasta que se hace
el silencio].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Su
nombre y grado militar.
SANDOVAL: Gabino Sandoval, teniente
coronel de las defensas as Sociales
de Chihuahua.
FISCAL: ¿Conoce usted al acusado?
SANDOVAL: Sí, es el General Felipe
Ángeles.
FISCAL: Diga en qué circunstancias lo
conoció.
SANDOVAL: El día que lo aprehendí.
FISCAL: Explique usted cómo y en qué
batalla lo tomó prisionero. No se
deje impresionar por el acusado.
SANDOVAL: Cuando llegué al Valle de
los Olivos con mi gente, los
soldados del General Ángeles me
recibieron con un fuego nutrido. Así
se inició la batalla en la que las dos
partes tuvimos Bajas… después en
el momento en que iba a caer
prisionero sacó la pistola para
dispararme, sus hombres trataron de
propiciarle la huida y así fue como
lo conocí…
[Ángeles levanta la cabeza y mira
asombrado al testigo].
ÁNGELES: ¿Puedo hacer una pregunta al
testigo?
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
Cuando el testigo termine su
relación. Prosiga usted Sandoval.
SANDOVAL: Si el General Ángeles no
hubiera caído prisionero, nunca lo
hubiera conocido.
LÓPEZ HERMOSA: Mi cliente desea
hacer una pregunta. Después de todo
es un careo.
PRESIDENTE DEL CONSEJO: Concedida.
ÁNGELES: ¿Cuánto tiempo duró la
batalla, Sandoval?
SANDOVAL: [Con los ojos bajos]. Una
buena mitad de la mañana…
ÁNGELES: ¿Cuántas bajas sufrió usted
Sandoval?
SANDOVAL: ¡Ninguna!
ÁNGELES: En el Valle de los Olivos no
éramos más que cinco personas.
Cuando usted llegó estábamos
curando a Muñoz, que se había
lastimado un pie y nadie hizo fuego
sobre usted.
SANDOVAL: Nadie, mi general…
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Se
suplica al reo, que no trate de
confundir al testigo con argucias, ya
que éste es un hombre de clase
inferior y carente de toda cultura y
por lo tanto fácil de intimidar.
ÁNGELES: No lo intimido, simplemente
le recuerdo que yo no estaba
armado.
SANDOVAL: [Con los ojos bajos]. Muy
cierto, no estaba amado…
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¿Qué dice usted…? Le suplico que
no se deje impresionar por la
personalidad del acusado.
[Sandoval guarda silencio].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¡Retírese usted, Sandoval! [La sala
se llena de aplausos y de vivas a al
General Felipe Ángeles].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¡Silencio! ¡Silencio…! ¡Que pase el
testigo Félix Salas! [Entra Félix
Salas y una lluvia de gritos e
insultos acoge su aparición].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
Félix Salas, ¿conoce usted al
acusado?
FÉLIX SALAS: Sí, lo conozco muy bien y
desde hace ya tiempo.
FISCAL: ¿En qué circunstancias conoció
usted al acusado?
FÉLIX SALAS: Cuando era yo soldado
del ejército gobiernista, mi tropa
entró en combate con las fuerzas
rebeldes y yo caí prisionero en
Camargo. Así lo conocí.
FISCAL: Aclare usted exactamente de
quién cayó prisionero.
FÉLIX SALAS: De los villistas.
FISCAL: ¿Y entre los villistas se
encontraba Felipe Ángeles?
FÉLIX SALAS: Sí, fue precisamente él
quien me salvó de ser fusilado.
FISCAL: Entonces ¿quedó usted como
prisionero?
FÉLIX SALAS: No, porque el General
Ángeles me salvó la vida para que
entrara de soldado en el ejército
rebelde. Los villistas andaban cortos
de hombres y no fusilaban a los
prisioneros, para que entráramos en
el ejército de los levantados.
FISCAL: Entonces después de un
combate, usted cayó prisionero de
las fuerzas rebeldes y el General
Felipe Ángeles le salvó la vida a
condición de que usted combatiera
en las filas rebeldes al Gobierno de
México.
FÉLIX SALAS: ¡Tal como usted lo dice,
mi general!
ÁNGELES: Me permito repetir que no
tomé parte en el combate de
Camargo. Después de la batalla me
limité a pronunciar un discurso
pidiendo que se respetara la vida de
los prisioneros y entre ellas la vida
de Salas. Ya dije que soy enemigo
de la violencia, y que si volvía a mi
país, después de dos años de
destierro, como consecuencia de la
división entre los jefes
revolucionarios, fue para conciliar a
los mexicanos y terminar con esta
guerra fratricida entre los generales
que traicionaron a la Convención y
los revolucionarios que fueron fieles
a la Convención y a los principios
por los cuales luchamos todos antes
de que entraran en juego las
ambiciones personales.
FISCAL: ¿Y para unir a los mexicanos se
dedicaba usted a combatir a las
fuerzas gobiernistas?
ÁNGELES: Repito que desde mi vuelta a
México, no he combatido. Ya que no
vine a combatir sino a impedir que
sigan combatiendo inútilmente.
Cuando crucé la frontera, el General
Francisco Villa se dispuso a tomar
un pueblo fronterizo, para que yo
pasara al país sin peligro de ser
arrestado por las fuerzas
gobiernistas. Yo le agradecí su
muestra de afecto, pero me apresuré
a cruzar la frontera un día antes del
previsto y a mi cuenta y riesgo, para
evitar un derramamiento de sangre.
FISCAL: ¡Ah!, no quería usted debilitar
inútilmente a las fuerzas rebeldes y
prefirió cruzar la frontera solo y de
contrabando. Eso es lo que quiere
decir.
ÁNGELES: Lo que quise decir es
exactamente lo que dije, señor
Fiscal. Entré a México no a
combatir, sino a tratar de evitar que
esta matanza continúe.
FISCAL: Su hipocresía me subleva. El
testigo de cargo Félix Salas, asegura
que usted tomó parte en el combate
de Camargo y que cuando usted le
salvó la vida, así como a muchos de
sus compañeros, fue para ganar
hombres para las fuerzas traidoras.
ÁNGELES: Félix Salas falta a la verdad.
Sabe que no tomé parte en ese
combate y que si le salvé la vida fue
por un principio moral y no para
aprovechado como soldado del
General Francisco Villa. También
sabe que se quedó a mi lado por
agradecimiento y que cuando me
entregó a ustedes iba yo hacia el Sur,
pasa hablar con los zapatistas, y
lograr una alianza y una paz que
terminara con tantos crímenes. Yo,
señores, no hice la Revolución para
que tuviera este final de asesinatos,
sino la concordia y la igualdad de
los mexicanos…
FISCAL: [Interrumpiendo]. ¿Entonces
trataba usted de reunirse con las
fuerzas rebeldes zapatistas?
ÁNGELES: Señor Fiscal, me parece
inútil este diálogo. Usted está aquí
para hallar razones que justifiquen
mi muerte, y yo ocupo este banquillo
de los acusados, porque no busco la
muerte de nadie. Hubo un tiempo en
que fuimos iguales y peleamos por
las mismas cosas: por los pobres
apaleados, por el hombre privado de
su dignidad, por la justicia, por la
verdad. Cuando unidos derrotamos a
la reacción, la unidad también se
rompió entre nosotros, y el triunfo
del pueblo se convirtió en botín de
generales ambiciosos. Desde ese día
el grupo que tomó el poder
traicionando a la Convención, se
dedicó a exterminar al grupo que
quiso respetar las decisiones
tomadas en la Convención… Desde
ese instante andamos perdidos en el
laberinto del crimen y de la política
personal.
FISCAL: ¡No hay lugar para discursos!
¡El tiempo corre y la patria
angustiada nos mira! Debemos
continuar con el interrogatorio del
testigo. [A Salas]. ¿Una vez que el
acusado le salvó la vida qué hizo
con usted?
SALAS: Ya dije que entré bajo su mando,
pero que siempre busqué la ocasión
de volver con mi gente, y mi gente es
la gente del gobierno. Si me quedé
con el ejército del General
Ángeles…
ÁNGELES: ¿Mi ejército? Salas, ¿puede
usted darme algunos nombres de los
hombres que estaban bajo mi
mando? Si usted formaba parte de
ese ejército debe recordar nombres
de oficiales y soldados.
SALAS: Uno se llamaba Trillo… otro
Muñoz…
[Silencio].
ÁNGELES: No nombre usted a los cuatro
hombres que me acompañaban hacia
el sur. Cuatro hombres no
constituyen un ejército.
[Silencio. Salas mira hacia una
lámpara colocada a la izquierda
del escenario].
ÁNGELES: Es lamentable que detrás de
esa lámpara estén ocultos los
testigos, escuchando, para que
cuando estén en nuestra presencia no
se contradigan. Le suplico al señor
Fiscal, que insista para que el testigo
Salas dé ahora mismo los nombres
de los oficiales y soldados a mi
mando.
FISCAL: Pido que se retire la pregunta
del acusado por capciosa.
FÉLIX SALAS: Eran tantos los hombres
que ¿cómo me voy a acordar?
ÁNGELES: ¡Un hombre de la categoría
moral de Félix Salas deshonra a
quienes lo utilizan!
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Se
suplica al acusado que guarde sus
juicios para sí mismo.
ÁNGELES: Un hombre que falta a la
verdad debe ser declarado
incompetente.
FISCAL: El testimonio del testigo es
desfavorable al acusado, pero eso
no significa que debe ser declarado
incompetente. Este Consejo no se ha
reunido para solapar traiciones sino
para juzgarlas.
ÁNGELES: Es una lástima que tengamos
que recurrir a la mentira para
justificar nuestros apetitos y nuestros
actos. Y, ¿justificarse delante de
quién? Los hechos existen por ellos
mismos y están más allá de nuestro
poder. Nuestro pasado es
irrecuperable e invariable y ninguna
mentira es capaz de borrarlo o de
transformarlo. [De la sala vienen
aplausos y vivas para el acusado].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¡Silencio!, ¡silencio!
FISCAL: Le suplico al reo que considere
sus palabras.
ÁNGELES: Señores, está bien que me
maten, ya que soy un testigo
inoportuno de su triunfo; pero está
mal que traten de matarme con
mentiras, porque la misma mentira
los condena a ustedes.
[En la sala se oyen vivas y
aplausos].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: [A
Salas]. Puede usted retirarse.
[Félix Salas abandona la sala. En
ese instante entra el abogado
Gómez Luna y se produce un
silencio. El abogado trae unos
papeles en la mano y los agita].
GÓMEZ LUNA: ¡Pido la palabra, señor
Agente del Ministerio Público!
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¡Concedida! Pero le suplico al
abogado defensor que sea breve,
pues ya estamos en el final de este
Juicio Sumario.
GÓMEZ LUNA: [Muestra uno de los
papeles]. Señores, he aquí un
amparo del juez del segundo ramo
penal, en favor del acusado Felipe
Ángeles. El juicio queda suspendido
por ilegal, ya que este Consejo de
Guerra no tiene jurisdicción sobre el
reo, pues éste no pertenece al
ejército. [La sala aplaude con
frenesí. Se escuchan vivos y gritos
de gozo. Los generales del Consejo
de Guerra se ponen de pie
sorprendidos].
FISCAL: ¿Qué burla sangrienta es ésta?
GÓMEZ LUNA: ¡Felipe Ángeles fue dado
de baja del Ejército
Constitucionalista en 1917 por el
propio gobierno constitucionalista,
que pretende juzgarlo ahora como
militar!
PRESIDENTE DEL CONSEJO:
[Volviéndose a sentar, todos lo
imitan]. ¡Esa es una formalidad sin
importancia! Fue un castigo
impuesto a su actitud rebelde. Señor
abogado, su argucia está alimentada
por sentimientos hostiles al pueblo
de México y a su gobierno, el señor
General Felipe Ángeles estudió la
carrera militar y siempre ha sido
considerado como un miembro
prominente del ejército mexicano.
GÓMEZ LUNA: Señores, el hecho de que
Felipe Ángeles haya estudiado la
carrera y haya sido director del
Colegio Militar de San Jacinto y
general distinguido, no significa que
pertenezca al ejército y que en la
actualidad siga siendo militar. [Agita
un telegrama]. Si la Secretaría de
Guerra y Marina, no expresa aquí, y,
por lo tanto no reconoce el carácter
militar del acusado, ¿por qué el
Agente del Ministerio Público se lo
atribuye? Al Señor Felipe Ángeles
no se le puede considerar como
general del Ejército Federal, ya que
ese ejército quedó disuelto por los
tratados de Teoloyucan y sus grados
no han sido reconocidos con
posterioridad. Más tarde, en 1917,
el señor Ángeles fue borrado del
Ejército Constitucionalista.
Actualmente no tiene ni
nombramiento, ni patente de general
del actual Ejército Nacional.
Entonces, ¿cómo se le puede llamar
general? Difícil ha sido la tarea de
la defensa, ya que no se le ha
permitido aportar el contingente de
pruebas necesarias. Pero
recurriendo a la benevolencia y
magnanimidad de este Consejo pido
el receso de seis horas que concede
la Ley, para pedir a la Secretaría de
Guerra la hoja de servicios de
Felipe Ángeles y demostrar
plenamente que el acusado fue dado
de baja del ejército y que por lo
tanto este Consejo de Guerra es
incompetente para juzgarlo.
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
Señor abogado, no podemos
conceder ese receso, ya que las
pruebas las debería usted haber
tenido en las manos al presentarse a
este juicio. [Al oír estas palabras el
público grita y golpea el suelo con
furor].
GÓMEZ LUNA: En atención a las treinta
mil almas que escuchan este juicio,
le suplico a este Consejo que se
sirva ser magnánimo y delibere para
considerar su incompetencia en este
caso. Ya que si nos fuera dable
consultar al pueblo que escucha, el
pueblo gritaría unánimemente: ¡que
no se lleve al acusado al patíbulo!
[El público grita la frase del
abogado Gómez Luna. Cuando
vuelve el silencio el abogado
continúa].
GÓMEZ LUNA: [Mostrando otro papel].
El señor Agente del Ministerio
Público debe considerar que este
amparo tiene la facultad de
suspender este Juicio.
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: El
Juicio Sumario continúa, ya que el
amparo ha sido concedido por
autoridades extrañas al fuero militar.
GÓMEZ LUNA: En apoyo a mi tesis
sobre incompetencia de este Consejo
de Guerra, me permito consignar los
telegramas que aparecen en la
prensa que se edita en la capital de
la República, y en los cuales, tanto
el Presidente Venustiano Carranza,
como el señor General de División
Manuel M. Diéguez, no dan al señor
Ángeles el título de General con que
este Consejo lo hace aparecer.
¡Quiero hacer constar que la
Suprema Corte de Justicia se ha
reunido en la capital de la República
para decidir sobre este caso! Y hago
también saber que estoy en continua
comunicación telegráfica con la
capital y que las máximas
autoridades penales piensan de una
manera muy distinta a la de los
señores miembros del Consejo.
[Gómez Luna se acerca al
abogado López Hermosa. Ambos
hablan en voz baja. Gómez Luna
entrega a López Hermosa unos
papeles y abandona el foro. Sale].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
[Poniéndose de pie]. Señor
Presidente, señores vocales, la
acusación está fundamentada; por lo
tanto este Consejo de Guerra
Sumarísimo, es competente. Toca a
mi pobre voz levantarse ante este
tribunal, en el nombre de la
conciencia nacional, para formular
la más tremenda requisitoria y
reclamar a los representantes de la
justicia, la imposición de una pena
ejemplar, para el que, haciendo
plegar las alas de su águila
simbólica, se apartó de la senda
patriótica y cometió la más nefanda
de las traiciones, al secundar al
bandolero feroz cuyo solo nombre,
Francisco Villa, flagela y pisotea a
la sociedad. ¡Señores, hablo del
General Felipe Ángeles, acusado de
alta traición! ¡Felipe Ángeles no es
un acusado cualquiera, ya que goza
de una inteligencia superior y es esta
inteligencia suya su arma más
peligrosa, ya que siempre la ha
puesto al servicio del mal y del
desorden! A este hombre siniestro
hay que hacerle cargos más graves
de los que prevén los códigos. Su
figura es una sombra que oscurece
peligrosamente el limpio cielo de la
patria. Su inteligencia es funesta, ya
que con ella siembra el desconcierto
y el desorden en las filas
revolucionarias. En cuanto a su
culpabilidad ha quedado
ampliamente demostrada en el curso
de este juicio: el acusado declaró
haberse internado en el país como
miembro de la Liga Liberal
Mexicana, formada por desterrados
políticos cuyos nombres prefiero no
citar y los cuales no tienen derecho a
pretender la unión de los mexicanos.
Pretende que su misión era
pacificadora y que se reducía a
salvar la vida de los prisioneros.
¿Cuáles eran estos prisioneros? Los
que él mismo obtenía en las batallas
ganadas por él. Con esto queda
establecido el cuerpo del delito de
rebelión militar. Los testigos
demuestran que alguna vez se le vio
con cinco o siete hombres a su
mando y que se le cogió prisionero
in fraganti, es decir, haciendo fuego
sobre las fuerzas del Gobierno. El
hecho de que su nombre no figure en
las nóminas de la Secretaría de
Guerra no demuestra que no sea
militar, ya que es natural que una
persona substraída a la obediencia
del Gobierno se coloque fuera de su
carácter militar y de su empleo y en
eso justamente reside su delito. Por
último su declaración en este juicio
al decir que no reconocía como
Presidente de la República al
C. Venustiano Carranza, es prueba
suficiente de rebelión, ¿o quieren
ustedes señores, una prueba más
convincente de la hipocresía y la
mentira de este falso revolucionario,
de este traidor a la patria y al pueblo
de México? Desde el principio puso
en tela de juicio las opiniones del
Primer Jefe. Señores, no se dejen
impresionar por sus glorias pasadas,
pues si analizáramos estas glorias
veríamos que también ellas están
fundadas en la traición. Recuerden
las palabras proféticas del Primer
Jefe, al enterarse de la victoria de
Zacatecas: «¡Ya apareció el primer
Judas!». Pues si bien es cierto que
esa batalla le dio el triunfo a la
Revolución, también es cierto que su
preclaro general, Felipe Ángeles, ya
tramaba en las tinieblas de su
inteligencia la traición. Recuerden
también, que antes de la batalla, que
él solo decidió emprender,
negándose a aceptar las órdenes del
señor Carranza para dividir a la
División del Norte, el acusado envió
un telegrama al Primer Jefe
redactado en los siguientes términos:
«México no necesita un Jefe, sino
ciudadanos». ¡Señores, hay que
salvar a la Revolución de sus
enemigos escondidos en falsos
redentores! Este hombre ha vuelto a
su patria para destruir aviesamente
la mejor obra de los mexicanos: La
Revolución, a la cual todos
pertenecemos y por la cual todos
estamos dispuestos a morir. Así
probada la rebelión de Felipe
Ángeles y la competencia de este
Consejo de Guerra, formulo de
acuerdo con el artículo 313 de la
Ley Penal Militar las siguientes
conclusiones: Primera: Acuso al
General Felipe Ángeles de
responsable del delito de rebelión.
Segunda: El caso se encuentra
comprendido en los artículos 313 de
la Ley Penal Militar, 1905, 1125 de
la del Distrito Federal. Tercera:
Pido que se aplique al reo la pena de
muerte. Cuarta: es competente para
fallar, en este caso, este Consejo de
Guerra extraordinario. [El Agente
del Ministerio Público toma asiento
en medio de un grave silencio].
GÓMEZ LUNA: Pido la palabra, Señor
Presidente.
PRESIDENTE DEL CONSEJO: ¡Concedida!
GÓMEZ LUNA: Señor Presidente,
señores vocales, se trata de un caso
excepcional por su fácil resolución,
ya que la justicia que asiste a mi
defensor es palpable y lo revela este
proceso, ya que el juicio hasta
ahora, no ha demostrado la
criminalidad de Felipe Ángeles y
allí donde hay pruebas no cabe más
recurso que la absolución. Lo que no
existe en el proceso no existe en el
mundo, dicen los antiguos juristas.
El artículo 313 invocado en la
requisitoria terrible del Ministerio
Público dice: «serán castigados con
la pena de muerte los militares que
sustrayéndose a la obediencia del
Gobierno y aprovechándose de las
fuerzas que mande o de los
elementos que hayan sido puestos a
su disposición, se alcen en actitud
hostil para contradecir cualquiera de
los preceptos de la Constitución
Federal». Lo primero que exige la
Ley es el carácter militar. ¿Es militar
el inculpado? Es imposible sostener
la afirmativa. La cualidad de
médico, de abogado, o de militar no
se sostiene con el dicho de quienes
lo poseen, ni con el testigo, sino con
documentos fehacientes expedidos
por las autoridades o corporaciones
encargadas de ellos. Abro el libro
de la Ordenanza General del
Ejército, la que en su artículo 921
dice: «el carácter militar, sólo se
demuestra con el nombramiento
expedido por las autoridades a
quienes concierne tal cosa». En la
causa no consta el nombramiento o
título que se atribuye al prevenido. Y
en este caso la incompetencia del
Honorable Consejo a quien tengo el
honor de dirigirme está demostrada.
El mismo libro de Ordenanza
General del Ejército especifica que
un Consejo de Guerra sólo puede
llevarse a efecto para juzgar delitos
militares cometidos por personas
que pertenezcan al Ejército
Mexicano. Si el acusado no es
militar sino paisano, él Consejo
debió declinar su jurisdicción para
juzgado. ¿Acaso el señor Felipe
Ángeles no ha explicado de una
manera detallada su intervención en
la Convención de Aguascalientes?
¿Acaso no ha hablado aquí de una
Liga Liberal para unir a todos los
partidos que por desgracia están en
pugna? ¿En qué combate se ha visto
al acusado mandar tal o cual facción,
hacer prisioneros y tomar resolución
respecto a ellos? En ninguno,
señores. ¿Cómo pues imputarle el
delito de rebelión? Toca a vosotros
resolver sobre la suerte del acusado
y quiero recordaros que «todo
hombre caído en desgracia, ha de
verse como cosa sagrada». En virtud
de lo anterior presento las siguientes
conclusiones: Primera: El Señor
Felipe Ángeles no es responsable
del delito de rebelión que se le
atribuye, porque no es militar.
Segunda: Felipe Ángeles no es
miembro del Ejército Nacional.
Tercera: A Felipe Ángeles no se le
ha expedido la patente de General
Brigadier por el actual Gobierno.
Cuarta: Felipe Ángeles no se
sustrajo a la obediencia del
Gobierno Constituido. Quinta:
Felipe Ángeles no se ha
aprovechado de fuerzas del
Gobierno Constituido. Sexta: A
Felipe Ángeles no le han sido
puestos a su disposición elementos
de guerra del actual Gobierno.
Séptima: Felipe Ángeles no se ha
lanzado en actitud hostil para
contrariar cualquiera de los
preceptos de la Constitución; no
siendo Felipe Ángeles responsable
del delito que se le acusa, debe
quedar en libertad. Octavo: El
Consejo de Guerra extraordinario no
es competente para poder fallar o
para juzgar a Felipe Ángeles.
Noveno: Son aplicables los artículos
17 y 921 de la Ordenanza General
del Ejército, 313 del Código Penal
Militar; 201 y 203 del
Enjuiciamiento del Ramo [El
abogado se sienta].
PRESIDENTE DEL CONSEJO:
[Poniéndose de pie]. De acuerdo
con lo prevenido por el artículo 343
del Código de Procedimientos
Penales en el fuero de guerra,
concedo la palabra al General
Felipe Ángeles, para que exponga en
su defensa todo lo que crea
pertinente y le ruego que sea breve
en su exposición, en virtud de la
prolongación inusitada de esta
audiencia.
ÁNGELES: [Se pone de pie]. Tendré
cuidado en atender la invitación de
la presidencia. Quiero dar las
gracias a mis defensores por su
desinteresada actitud, fundada en los
principios de la solidaridad y el
humanismo. Declaro solemnemente
que no creo que por perversidad se
tengan para conmigo malas
intenciones, sino que sólo se me
juzga con la pasión de la política…
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
[Interrumpiendo]. Señor General
Felipe Ángeles, se le suplicó que
fuera breve.
ÁNGELES: Señores, ya que me van
ustedes a matar, les suplico que
siquiera me den tiempo para
explicarme. Este es mi juicio y esta
mi última oportunidad para dialogar
con mis compatriotas, y no quisiera
que mis conciudadanos guardaran la
impresión de que fui un hombre tan
malo. No abrigo odio contra nadie:
amo entrañablemente a todos los
mexicanos de cualquier creencia,
religión o credo político que sean.
Es verdad que fui militar de carrera,
y un intelectual, como dicen mis
jueces. También es verdad que
cuando me uní a la Revolución tuve
que olvidar muchas cosas que
aprendí en mi juventud y aprender
otras nuevas para entender la
realidad que vivía. No me mezclé en
la política por odio, sino porque la
vista de los pobres me dolía.
Dominado por la fraternidad conviví
con los revolucionarios y cuando la
Revolución se dividió en dos
bandos, uno el ganancioso y otro el
que renunció al poder personal en el
nombre de las ideas por las cuales
habíamos peleado todos, yo me uní a
estos últimos, ya que no creo en la
ambición personal. La rebelión que
hoy se me imputa, si acaso fue
cometida por mí, sucedió en el
instante en que me puse del lado de
los convencionistas. Más tarde al
darme cuenta de que la violencia
desemboca en la violencia, tuve
horror del soldado que fui, y maté al
militar. Quise entonces suavizar la
guerra, hacer que la luz entrara en
los corazones rencorosos… pero fui
incapaz de lograr lo que deseaba y
opté por el destierro para no
participar en los crímenes que no
podía impedir.
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
[Interrumpiendo]. Señor general,
evite las insinuaciones o nos
veremos precisados a quitarle la
palabra.
ÁNGELES: Señor Agente del Ministerio,
se dice que soy motivo de discordia
y que sólo me gusta la rebelión y no
es así. Amo la democracia. En mi
destierro en los Estados Unidos,
estudié el socialismo y reconocí que
ese sentimiento fraternal se extiende
por todo el mundo y que a él se
deben las conmociones populares
actuales. Ahora yo sólo quiero que
los constitucionalistas se consoliden,
que abran los brazos a todos sus
hermanos, que se instruyan y que
formen un gobierno ejemplar. Para
ello hay que establecer la concordia
y a la concordia no se llega
cegándose en los crímenes políticos.
Les pregunto a ustedes, mis antiguos
compañeros de armas: ¿Qué hemos
hecho para desencadenar esta
violencia? Sabemos todos que fui
dado de baja en el ejército y que la
Ley Militar exige que, además, debe
ser sorprendido in fraganti para
poder condenarlo. Sabemos también
que volví al territorio mexicano
como miembro de la Liga Liberal
Mexicana, para buscar la unión de
los partidos en pugna. El asesinato
de Emiliano Zapata por el Gobierno
prueba que esta unión es más que
necesaria. Si no me hice presente
ante las fuerzas del Gobierno fue
para no correr con la misma suerte
que el general Zapata. Si al volver al
país ya no era ni soy militar, este
Consejo de Guerra extraordinario no
es competente para juzgarme y sin
embargo, la pasión política hace que
se lleve adelante su audiencia. Un
Juez lo manda suspender con un
recurso de amparo y el Consejo
continúa. Se dice que la defensa
debió haber recabado las pruebas
documentales para probar que no
soy militar. Pues bien, no es la
defensa lo que debe probarlo, sino
la parte acusadora. Este pues no es
un juicio militar, sino político. Los
miembros de este Consejo son de
una probidad reconocida, pero basta
que yo pertenezca al partido en
derrota para que sea condenado. El
partido político opuesto al mío se ha
impuesto y el éxito le concede la
razón. La diosa del éxito justifica los
crímenes… por un tiempo. El señor
Carranza me considera como su
enemigo personal desde la batalla de
Torreón y si nunca estuve entre sus
tropas fue por temor de ser
capturado. Estamos en el tiempo de
matar: se empieza matando en el
nombre de una idea y se termina
asesinando en el nombre de un jefe.
¡Y un jefe es una mentira! Yo lo
sabía y si me fui a la Revolución fue
porque Madero era el nombre
sustituyendo al jefe. Cuando vi que
Venustiano Carranza reunía algunas
firmas para constituirse en jefe, supe
que la Revolución estaba perdida.
Las ideas encarnan en los hombres,
de ahí que degeneren. El crimen de
Zapata y el de tantos otros lo
demuestran. A eso volví a México, a
decirles que habíamos hecho de la
Revolución un fin en si mismo, y que
por eso endiosamos a sus jefes y
perpetuamos con distintos nombres
la esclavitud y el horror. La política
no es un fin: la Revolución no es un
fin: son medios para hacer hombres
a los hombres. Nada es sagrado
excepto el hombre. Hay algo frágil,
débil, pero infinitamente precioso
que todos debemos defender: la
vida. Ustedes, mis antiguos
compañeros de armas, creen que
miento y yo no tengo más prueba que
ofrecerles que mis palabras, mis
actos y, cuando este juicio termine,
mi vida. [La sala se deshace en una
tempestad de aplausos. Felipe
Ángeles se sienta. Luego poco a
poco el silencio vuelve. Todos se
miran sorprendidos].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
Señores, deben empezar las
deliberaciones. Sólo falta el
veredicto, el juicio del General
Felipe Ángeles ha terminado. [Se
cierra el cortinaje rojo y sólo
quedan visibles el vestíbulo y las
gradas del Teatro de los Héroes. Ya
oscureció. La entrada sigue
vigilada por soldados. Entra el
General Diéguez por el lado
izquierdo del proscenio y sube las
gradas. Se dirige a un centinela y le
dice algo en voz baja. El centinela
atraviesa el vestíbulo y desaparece
detrás de la cortina roja del fondo.
Diéguez se pasea nervioso fumando
un cigarrillo. El centinela
acompañado de Bautista, reaparece.
Bautista se acerca al General
Diéguez].
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Todavía no acaban
de deliberar? ¿Cuánto tiempo hace
que están enchiquerados?
BAUTISTA: [Mirando el reloj]. Son las
diez y veinte, mi general; hace más
de tres horas.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Ya lo sabía! Se lo
dije esta mañana, que matar a
Ángeles no era algo sencillo. Al
venir acá, me crucé con el abogado
Gómez Luna, se veía muy agitado.
BAUTISTA: Es un gran abogado. Casi al
final del Juicio demostró que
Ángeles no es militar.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Lo demostró? Me
lo temía y así se lo comuniqué al
Primer Jefe pero no quiso desistir de
su aparato de… legalidad.
BAUTISTA: Gavira no se inmutó y
declaró que Ángeles era militar
porque había estudiado la carrera.
Los demás se asustaron. Cuando el
abogado enseñó un amparo
concediendo la suspensión del
juicio, creí que era el final de la
función.
GENERAL DIÉGUEZ: [Riéndose]. ¡Eso se
sacan por querer matar con el código
en la mano! [Poniéndose serio]. En
México también hay mucha
agitación.
BAUTISTA: Sandoval se rajó. A las
primeras de cambio perdió el
aplomo y no pudo enfrentarse al
General Ángeles. ¡Era mucho gallo
para él!
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Que me traigan a
ese pendejo!
BAUTISTA: [A uno de los centinelas].
¡Que se presente el Teniente coronel
Gabino Sandoval!
[Sale un centinela].
BAUTISTA: En cambio Salas le sostuvo
todo lo convenido a su antiguo jefe.
GENERAL DIÉGUEZ: De ése estaba yo
seguro. ¡Pobre Ángeles…, pero así
lo quiso él! ¿Sabe, Bautista? Las
actitudes como las de Salas le sirven
a Felipe Ángeles para morir…
BAUTISTA: Tiene mucha calma; comentó
que una persona de la calidad moral
de Salas, debería ser declarada
incompetente.
GENERAL DIÉGUEZ: Confunde la moral
con la política… Quiero que esto
acabe porque pienso dejar
Chihuahua esta misma noche. [Mira
su reloj pulsera]. ¡Y esos no salen!
BAUTISTA: ¿Se nos va, general? No es
para tanto… por mucho que
deliberen la sentencia será la que
usted sabe. Allá en el centro
decidirán después si perdonan o
no… aunque conociendo al Primer
Jefe… [Entra Sandoval. Se acerca a
Diéguez y a Bautista].
SANDOVAL: [Cuadrándose]. A sus
órdenes, mi general.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Por qué no me
dijiste esta mañana que no tenías
bastantes pantalones? Hubiéramos
buscado a otro más hombre que tú.
¡En qué compromiso pusiste a los
generales del Consejo de Guerra!
SANDOVAL: ¡Caray, mi general, yo creía
que era más fácil decir lo que usted
me ordenó! Pero cuando el General
Ángeles abrió tamaños ojos al oír
que yo decía que había disparado
sobre nosotros, pues sentí feo, mi
general. Le expliqué a usted, que fue
al contrario, que les dije a sus
muchachos que no dispararan sobre
nosotros. ¿Y quién soy yo para venir
a decir tamaña mentira? Yo, con toda
mi voluntad, hubiera querido decir
lo que usted me ordenó, pero había
algo aquí, en mi pecho, que me
dejaba sin habla. Eso fue lo que
pasó, mi general. ¡No fue falta de
voluntad!
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Haz de cuenta que
nunca oíste hablar de dinero!
SANDOVAL: Ya me hago cargo, mi
general. Yo para mis adentros me
decía: ¡Este jijo de Salas ya se llevó
los diez mil! El sí tuvo el valor que
a mí me faltó. El General Ángeles
dijo que lo querían matar con
mentiras.
GENERAL DIÉGUEZ: Puedes retirarte.
[Sale Sandoval].
GENERAL DIÉGUEZ: [A Bautista]. ¿Eso
dijo Ángeles?
BAUTISTA: Sí. Sabe que su caso está
perdido. No perdió el tino cuando lo
llamaron inteligencia perversa…
Para mí que Ángeles no está
peleando por su vida…
GENERAL DIÉGUEZ: Eso es lo que yo
preveía que iba a suceder. Quiere
dejarnos su vida y su muerte como
uno de esos planos de batallas
célebres, bien trazados, y cada trozo
con una explicación, para que
mañana se pueda leer, como se lee
un hermoso texto. Y así será,
Bautista, para vergüenza de
nosotros, porque Felipe Ángeles es
ejemplar. Gavira no me entendió, se
lo quise explicar, también se lo
expliqué a los de México, aunque
ellos lo saben… Por eso Ángeles
debe morir…
BAUTISTA: Los generales no le daban los
ojos.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Sabe, Bautista,
que para amar a una persona
inteligente hay que ser inteligente?
No le perdonarán su indiferencia en
este último diálogo. No se dan
cuenta de que la calma de Ángeles
no es menosprecio, sino que Ángeles
está dialogando no con ellos sino
con una presencia invisible, a la que
nadie invitó, pero que está aquí
presente. ¡Pobres generales! El
diálogo no es entre ellos y Ángeles,
sino entre este último y el tiempo.
[Bautista no responde. En ese
momento aparece el General Gavira
y los demás miembros del Consejo
de Guerra].
GAVIRA: [Dirigiéndose a Diéguez].
¡General Diéguez! ¡Estoy sofocado
con tanto alegato! ¡Qué bueno que se
me aparece, a ver si me ayuda con
los compañeros! Suspendí unos
minutos las deliberaciones para ver
si se nos aclara un poco la cabeza y
podemos llegar a una conclusión.
GENERAL DIÉGUEZ: Usted, General
Gavira, no necesita aclarar la suya.
Sabe muy bien lo que quiere y lo que
no quiere.
GAVIRA: ¡Es que yo soy hombre de
hechos y no de palabras!
ESCOBAR: [Riéndose]. ¡Pues en este
juicio hay muchas palabras porque
hay muy pocos hechos!
GENERAL ACOSTA: ¡Eche la cuenta,
General Diéguez; estamos
encerrados desde las ocho de la
mañana y todavía no encontramos el
delito!
GARCÍA: Y entre nosotros llevamos tres
horas discutiendo… no vemos
claro… este es un caso muy triste…
GENERAL DIÉGUEZ: Esta mañana creí
que todos estaban de acuerdo en lo
esencial.
PERALDÍ: ¿En lo esencial? ¡Pero mi
general, lo esencial es la acusación y
la acusación no está fundada!
GAVIRA: ¡Usted es un sentimental,
Peraldí! Ve al rebelde Ángeles en
esa traza, él que fue siempre tan
elegante; lo ve sentado en el
banquillo de los acusados, él que fue
tan gran general, y le parece injusto,
porque alguna vez combatió con
nosotros. ¡Ojalá que nunca lo
hubiera hecho! Nos evitaría este mal
rato. ¿No se da cuenta, compañero,
de que Ángeles ha chaqueteado?
PERALDÍ: No, General Gavira Ángeles
no ha chaqueteado. Y si no veo claro
es que el delito no está claro.
ESCOBAR: ¡Peraldí tiene un caballo!
GENERAL ACOSTA: También yo tengo
mis dudas…
GAVIRA: Ya lo dije antes, Ángeles es un
perverso que ha sembrado la duda
en cabezas tan bien puestas como las
suyas, compañeros. Ahora
imagínense ustedes el efecto que sus
palabras terribles habrán hecho en
los demás.
GARCÍA: General Gavira, hay un hecho:
Ángeles no combatió, ni ofreció
resistencia cuando lo agarraron.
GENERAL DIÉGUEZ: [Exaltado]. ¿Quién
dice que no ofreció resistencia?
GARCÍA: Los testigos se desdijeron en el
careo.
GAVIRA: ¡Compañeros, Ángeles tuerce
las declaraciones de los testigos!
ESCOBAR: No, compañeros, no es
Ángeles el que tuerce las
declaraciones, son los testigos los
que se enredan porque sencillamente
están mintiendo.
PERALDÍ: Felipe Ángeles se queja de
que queremos matarlo con mentiras.
¡Hay que jugarle limpio,
compañeros!
GAVIRA: ¡Pues a ver si también las balas
le parecen de mentiras!
ESCOBAR: ¡A lo mejor son mentiras,
general!
PERALDÍ: Insisto en que hay que jugarle
limpio. Ángeles es un militar de
honor, y yo me jacto de serlo
también. Un Consejo de Guerra es un
consejo de honor. No podemos
manchar el uniforme con mentiras.
Yo me niego a dar un veredicto
desfavorable al acusado mientras no
se me pruebe que traicionó.
ESCOBAR: Peraldí ha hablado por mí.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡No se exalten así!
Aunque yo no deba intervenir en esta
discusión, me permito recordarles
que alguna vez se vio a Felipe
Ángeles con cinco hombres a su
mando…
PERALDÍ: [Arrebatándole la palabra].
¿Y que son cinco hombres
desarmados? ¿A quién pretende
engañar usted, General Diéguez?
GENERAL DIÉGUEZ: A nadie. La
voluntad de Felipe Ángeles es una
voluntad opuesta a la voluntad del
Primer Jefe; eso basta para que
Ángeles deje de ser inocente.
GENERAL ACOSTA: Entonces ha
quedado claro que Ángeles es un
combatiente que no combatió, un
general que no forma parte del
ejército, un reaccionario que es un
revolucionario, un traidor que
siempre ha sido leal a sus ideales,
que fueron los nuestros…
GARCÍA: ¡Un oposicionista!
ESCOBAR: ¡Un oposicionista no es un
rebelde!
GAVIRA: Compañeros, para evitar más
confusiones les pido que, sin
pensarlo más, emitamos el juicio que
se nos pide y que el General Juan
Barragán espera ansioso en México.
El que mucho habla mucho yerra.
ESCOBAR: ¡Sin pensarlo más!
GENERAL DIÉGUEZ: Sí, General
Escobar, sin pensarlo más. No es un
problema algebraico que necesita
una demostración impecable, es un
caso político. Ángeles ha cometido
un error político y sabe el precio
que se paga por esa clase de errores.
Error en el que no debemos caer,
compañeros. Sobre todo porque
ninguno de nosotros tiene un pasado
tan brillante e intachable como lo
tiene Felipe Ángeles y nuestra
sentencia de muerte no sería tan
discutida.
GARCÍA: No lo podemos condenar ahora
que nadie lo sigue.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Cómo que nadie
lo sigue? ¿Qué me dice del público
que lo aplaude, de las calles que lo
vitorean al pasar y de las peticiones
de gracia que llegan del mundo
entero?
GAVIRA: Eso no indica nada. La gente lo
aplaude por sus tendencias
socialistas, pero todos somos
socialistas como él.
PERALDÍ: ¡Como él no! El es socialista
con un pelotón de fusilamiento
enfrente. ¡Y así es distinto! ¡Además
es un intelectual!
GENERAL DIÉGUEZ: La política no es
academia de ciencias. Aquí todos
nos jugamos la vida. ¡Hay que
escoger a cuál vida le vamos!
ESCOBAR: Ángeles jugó y perdió. ¿No
es eso? Pero algo me dice que no
perdió del todo ¡compañero
Diéguez, nunca sabemos a cuál vida
le vamos…!
PERALDÍ: General Gavira, yo no puedo
condenar al General Ángeles. Yo le
vi dirigiendo la batalla de
Zacatecas… y esa noche no quiso
entrar a la plaza tomada, para no ver
la matanza que no podía impedir. Es
verdad que siempre tuvo piedad.
Hoy no mintió y lo siento,
compañeros, pero estuvo superior a
nosotros.
ESCOBAR: Si lo matamos a él,
asesinamos a la Revolución.
GENERAL DIÉGUEZ: Compañero
Escobar, no se trata de escoger entre
la vida de Ángeles y su muerte, sino
entre su vida y la nuestra.
PERALDÍ: Desde el poder la piedad es
un lujo… ¿No podemos ser como él
aunque sea así? Podríamos llamar al
enemigo nuestro hermano
equivocado…
GENERAL DIÉGUEZ: [Interrumpiendo].
¡Cómo se rio el General Obregón,
cuando supo esa frase de Ángeles!
¡Él que los fusila a todos! Entren en
razón, no somos nosotros los que
vamos a matar a Ángeles sino sus
contradicciones.
ESCOBAR: Pero ¿va morir?
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Todavía lo duda?
Si no muere él moriremos
nosotros… Y ustedes hablando de
piedad… Además Ángeles va a
morir aunque ustedes den un
veredicto piadoso…
GENERAL ACOSTA: Ahora veo que
desde Zacatecas Ángeles tenía
razón, por eso el Primer Jefe quiso
destrozarlo desde entonces.
ESCOBAR: Sí, Ángeles lo vio antes que
nosotros. Y ahora ha vuelto para
probarnos que un caudillo es un
arma de exterminio.
GAVIRA: ¡Está usted loco! ¿Qué sería de
la Revolución sin el Primer Jefe?
ESCOBAR: ¿Sin el Primer Jefe?… Ya lo
había pensado, Gavira; sin querer se
piensan tantas cosas…
GENERAL DIÉGUEZ: No sueñe, Escobar,
es peligroso. No podemos cerrar los
ojos ante los hechos, somos jefes y
tenemos responsabilidades, algo que
defender… todo eso por lo que
peleamos. También tenemos que
pagar el precio del triunfo, aunque a
veces sea tan repugnante que
quisiéramos volver a los momentos
anteriores, al triunfo… Ángeles
habla en nombre de la Revolución y
sus ideas son hermosas, pero en la
realidad, su prédica ataca a los
hombres que han organizado a la
Revolución y así destruye en su raíz
aquello que pretende defender. La
Revolución tiene su propia lógica, y
los que pecan contra ella mueren.
ESCOBAR: Eso no es la Revolución, es
el viejo juego del poder, el quítate tú
para ponerme yo.
GENERAL DIÉGUEZ: Démelo como
quiera, el hecho es que no hay
escapatoria.
PERALDÍ: Es imposible probar que
Ángeles está contra la Revolución.
GENERAL DIÉGUEZ: Ángeles ni siquiera
pelea contra nosotros. Quiso eludir
el poder, lo niega, por eso muere. El
poder es implacable: o lo tomamos o
nos aniquila.
PERALDÍ: Desde que se rehusó a
tomarlo, supe que estaba muy lejos
de nosotros.
ESCOBAR: Nos hace señas desde la otra
orilla y nos llama… Es un suicida.
GAVIRA: ¡Pues no hay que contrariarlo!
PERALDÍ: ¡Años y años peleando para
acabar fusilándolo!
GENERAL DIÉGUEZ: Años y años
peleando para seguir fusilando. La
política no tiene fin, el poder no
tiene fin.
GAVIRA: Los invito, compañeros, a
liquidar esta discusión en el cuarto
de las deliberaciones. ¿Vamos? [Los
generales se miran entre sí y no
contestan. Gavira avanza hacia el
fondo del vestíbulo, se vuelve y los
mira sonriendo]. ¿Vamos,
compañeros?
PERALDÍ: Voy, pero no a donde usted
quiera llevarme. [Peraldí
desaparece detrás del cortinaje.
Acosta y García lo siguen].
ESCOBAR: ¡Qué mala suerte la mía,
General Diéguez, hubiera dado algo
por no tomar parte en este juicio!
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Usted cree que a
mí me gusta?
ESCOBAR: Pero usted no forma parte de
este Consejo de Guerra. Usted se
lava las manos. Y yo me las empapo
con la sangre de Felipe Ángeles. Me
han convidado a un asesinato. ¡Y
todavía me piden que Lo juzgue
cuando él tiene la razón!
GENERAL DIÉGUEZ: Y sin embargo,
Escobar, la verdad en la política son
los hechos consumados. Un muerto
es siempre una verdad. [Entran las
señoras Revilla, Seijas y Galván.
Diéguez al verlas hace ademán de
irse. Escobar que observa su deseo
de huir, lo detiene con malicia].
ESCOBAR: General Diéguez, las señoras
quieren hablarle. Con su permiso yo
me voy a luchar todavía por… un
muerto. [Escobar se dirige con
lentitud hacia el fondo. Antes de
desaparecer, se vuelve y mira
largamente a Diéguez. Luego cruza
la cortina. La Señora Revilla se
acerca a Diéguez].
GENERAL DIÉGUEZ: Parece que la
defensa ha sido muy brillante. Las
felicito, señoras.
SEÑORA REVILLA: La defensa no ha
hecho sino apelar a la verdad.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿La verdad?… La
verdad tiene tantas cabezas como
hombres, me parece arriesgado
recurrir a ella.
SEÑORA REVILLA: Usted habla de
verdades personales general.
GENERAL DIÉGUEZ: No, señora, en este
caso hablo de una verdad política.
El General Ángeles piensa que él
tiene la verdad y no todos pensamos
como él.
SEÑORA SEIJAS: El General Ángeles
habló de sus hechos, porque para
poder matarlo tratan de
desfigurarlos. Dijo que no estaban
juzgando al verdadero Ángeles sino
a un Ángeles imaginario.
GENERAL DIÉGUEZ: Tiene razón. El
hombre fabrica sus amores y sus
odios. Si tuviéramos la imagen que
él tiene de sí mismo no podríamos
juzgarlo.
SEÑORA REVILLA: Pero existen los
hechos, y para juzgar a un hombre
hay que revisar los hechos
cometidos por él y no en la
imaginación de sus enemigos.
GENERAL DIÉGUEZ: Los hechos existen
en relación con los demás. Un hecho
no es algo aislado. Tiene múltiples
aspectos y consecuencias
imprevisibles, aun para el que lo
comete. El mismo hecho puede ser
bueno para usted y malo para mí,
señora.
SEÑORA SEIJAS: Los hechos del General
Ángeles no son malos sino para una
camarilla en el poder.
GENERAL DIÉGUEZ: [Sonriente]. El que
entre en el juego de la política debe
contar también con este hecho,
señora.
SEÑORA REVILLA: Esperaba esa
respuesta, pero también la política
es variada y admite interpretaciones.
Su partido, General Diéguez, era el
mismo que el de Ángeles. ¿Quién ha
cambiado?
GENERAL DIÉGUEZ: El poder cambia al
hombre.
SEÑORA REVILLA: Entonces, ¿reconoce
que usted ha cambiado y que es
cómplice de crímenes y de actos
equivocados?
GENERAL DIÉGUEZ: Hermosa señora,
reconozco que todos hemos
cambiado, pero no admito ser
cómplice de crímenes. Reconozco
también que hay actos que no me
gustaría cometer y que no tengo más
remedio que realizar. Por ejemplo,
ahora nada me gustaría más que
hacerla sonreír y sin embargo me
veo obligado a contrariarla. Para
ejercer el poder hay que establecer
un equilibrio entre las concesiones y
la dureza; por eso, al mismo tiempo,
insisto en concederle todas las
facilidades que me pide, para
defender al General Felipe Ángeles.
Le aseguro, señora, que no siempre
es grato ser inflexible, y menos
frente a la belleza. Este es el juego
de siempre, señora, las dos caras de
la medalla. Y ninguna es peor, ni
mejor que la otra, y las dos son
igualmente peligrosas. ¿No ha
pensado usted, en que podría ser yo
el acusado y Ángeles el jefe de la
plaza?
SEÑORA REVILLA: Después de este
diálogo me parece inútil la defensa,
ya que las cartas estaban echadas de
antemano.
SEÑORA SEIJAS: Hemos apelado a la
Suprema Corte y a la Cámara de
Diputados. De ellos esperamos una
decisión favorable.
GENERAL DIÉGUEZ: Señora, la Suprema
Corte puede cambiar el final de este
diálogo.
SEÑORA GALVÁN: El amparo de la
Suprema Corte llegará de un
momento a otro.
GENERAL DIÉGUEZ: Será la mejor
solución, porque todos habremos
cumplido con nuestro deber.
¿Quieren ustedes hablar con el
Señor Ángeles?
SEÑORA REVILLA: Si usted nos lo
permite…
GENERAL DIÉGUEZ: [A uno de los
centinelas]. ¡Ordene al Coronel
Bautista que traiga al señor Ángeles!
[El centinela sale por las cortinas
del fondo. Diéguez hace una
reverencia a las señoras, sale del
vestíbulo y baja de prisa las
gradas del Teatro de los Héroes.
Sale].
SEÑORA GALVÁN: Diéguez me da
miedo.
SEÑORA REVILLA: No entiendo su furor
frío. Sabe que está cometiendo un
crimen en el nombre de unos
intereses en los que no cree.
[Entra Felipe Ángeles escoltado
por Bautista y por soldados. Se
dirige a las señoras].
ÁNGELES: ¡Ya es muy tarde para
ustedes, señoras!
SEÑORA REVILLA: Esperamos, General
Ángeles.
ÁNGELES: Me duele verlas esperar por
una muerte que no es la suya,
señoras.
SEÑORA REVILLA: Y a nosotras nos
duele que quieran aplastarlo con esta
maquinaria oficial tan eficaz para la
destrucción.
ÁNGELES: No es grave que esta
maquinaria se vuelva contra mí, lo
grave es que existe, porque existe
contra todos. Es un arma que no
distingue amigos de enemigos, ni
verdades de mentiras. Y esta muerte
mía no será la última.
SEÑORA REVILLA: Ni siquiera se
atreven a matarlo a usted, sino a ese
fantasma que han inventado.
ÁNGELES: Un fantasma demasiado real,
señora. Si repaso mi vida me veo
como una sucesión de fantasmas.
Para vivir he matado a muchos
Felipe Ángeles… hasta llegar a éste,
que presencia este juicio, y todos,
hasta este último han fracasado. Pero
abuso de su bondad, ya es muy tarde
y hace mucho frío. Estarán ustedes
muy cansadas…
SEÑORA REVILLA: No, general, no
estamos cansadas, queremos ver
hasta donde son capaces de llegar
los jueces de Felipe Ángeles.
ÁNGELES: ¿Mis jueces…? Este es el
juicio de Felipe Ángeles contra
Felipe Ángeles. Mientras los jueces
hablan yo busco el error, recuento
mis actos: fui revolucionario y dejé
que la Revolución cayese en el
pecado que había combatido… Tuve
el poder y lo dejé escapar, en lugar
de destruirlo… El cargo que me
hacen mis amigos es que lo dejé
escapar, ¡y hubiera sido tan fácil!
Pero yo quería una historia distinta.
Confundí el futuro con el presente.
Estaba ciego. Quizás todavía era la
hora de la fuerza. Había demasiado
odio, demasiada violencia
acumulada por los siglos de
injusticia. Había miedo de perder lo
ganado. Lo ganado nos volvió
enemigos y la violencia fue nuestro
único horizonte. ¿Por qué tuve
horror de pelear por lo ganado? No
lo sé. Pero tal vez si hubiera dado
esa batalla, se hubiera podido
detener esta cadena de crímenes.
Cuando quise detener el horror y
enseñar la concordia, mi muerte
violenta prueba la ineficacia de mi
acción y fortifica la violencia
establecida… ¿Por qué?… ¿Dónde
está mi error?
SEÑORA REVILLA: ¡No se acongoje,
general! Este no es el juicio de
Felipe Ángeles contra Felipe
Ángeles, sino el juicio de la
Revolución contra ella misma.
ÁNGELES: Si pudiera creer que eso es
cierto, y que en mí se castigan los
pecados de nuestro movimiento,
moriría tranquilo.
SEÑORA SEIJAS: Usted es el único que
no debe morir, general. Nos dejaría
solos con ellos, que no son sino la
fachada de un hombre y por dentro
un abismo insaciable de poder.
ÁNGELES: Hubo un tiempo en el que
todos nos reconocimos en el hombre
sin nombre, en el polvo, en la basura
de México, en el silencio, en los
ojos humillados en donde nadie
quiere verse. Y nos vimos en esos
ojos y esos ojos nos vieron. ¡El
triunfo corrompe!
BAUTISTA: [Que ha escuchado atento el
diálogo]. Sí, mi general, el triunfo
corrompe. Usted no lo sabe, porque
abandonó la victoria, dejó tirado el
botín en manos de… [Bautista
calla].
ÁNGELES: ¡Cómo quisiera vivir otra
vez! Ahora, después de este fracaso,
entre todos, quizás podríamos
inventar la historia que nos falta. La
historia, como las matemáticas, es un
acto de la imaginación. Y la
imaginación es el poder del hombre
para proyectar la verdad y salir de
este mundo de sombras y de actos
incompletos.
[El abogado Gómez Luna sube
corriendo las gradas del teatro,
entra al vestíbulo e interrumpe el
diálogo].
GÓMEZ LUNA: ¡La Cámara de
Diputados se ha dividido! El
diputado Alfonso Toro ha pedido
que el caso se turne a lo civil.
ÁNGELES: No puede ser verdad.
SEÑORA REVILLA: ¡Y nosotros
empezábamos a perder la esperanza!
GÓMEZ LUNA: ¿Aquí siguen
deliberando? No se deciden a dar el
fallo adverso que les exigen.
ÁNGELES: Hace tres horas que terminó
el juicio.
GÓMEZ LUNA: Los diputados también
deliberan. Nosotros seguimos
presionando a la Suprema Corte
para alcanzar el amparo. El juicio es
tan irregular, que sé de buena fuente
que el amparo será concedido de un
momento a otro.
SEÑORA REVILLA: ¿En México ya saben
que el juicio terminó y que ahora no
esperamos sino el veredicto?
GÓMEZ LUNA: ¡Claro que lo saben, no
me he despegado un minuto del
telégrafo! Estoy esperando la
respuesta. ¡Señor Felipe Ángeles, le
juro a usted solemnemente que no
volveré al Teatro de los Héroes si
no es con el amparo en la mano!
ÁNGELES: ¡El triunfo sería más
increíble que la derrota!
SEÑORA REVILLA: Vamos con el
abogado. Hay mucha gente a la que
todavía podemos recurrir en la
capital. [Las tres señoras y el
abogado salen del vestíbulo y
descienden animadamente las
gradas del teatro. Salen. Ángeles se
queda pensativo y silencioso. Todos
a su alrededor guardan silencio].
BAUTISTA: [Como para sí mismo]. ¡Qué
crédulos, no conocen al Primer Jefe!
ÁNGELES: ¿Duda usted, coronel?
BAUTISTA: Sí, francamente dudo que su
vida se salve por el perdón.
ÁNGELES: No pensaba en el perdón.
Pensaba en un movimiento de la
opinión pública que obligue al
Gobierno a ceder. Los hombres del
poder saben que a veces conviene la
magnanimidad.
BAUTISTA: Sí, pero también saben que
perdonar es abrir la puerta a la
rebelión, porque es reconocer el
error y los derechos de los demás.
El principio del Primer Jefe es que
no se equivoca nunca. Es un ídolo, y
la muerte de usted es el incienso que
él mismo ofrece a su propia
divinidad.
ÁNGELES: Entonces, todo es inútil. No
me queda sino esperar a que
amanezca.
BAUTISTA: Honradamente, no le queda
otra, mi general. Sólo una cosa se
me ocurre… [Entra un capitán al
vestíbulo].
CAPITÁN: [Saludando]. Coronel
Bautista, el Consejo de Guerra
reclama la presencia del acusado.
ÁNGELES: [Irguiéndose]. A sus órdenes,
capitán.
[Salen los tres por las cortinas del
fondo del vestíbulo. El General
Diéguez sube las gradas del
Teatro. Viene sombrío. Enciende
un cigarrillo, lo fuma, se pasea a
grandes zancadas por el vestíbulo,
da un puntapié a uno de los
banquillo de terciopelo rojo.
Llama a un centinela y éste
reaparece al cabo de unos
segundos acompañado del Coronel
Bautista].
BAUTISTA: ¿Qué pasa, mi general,
siempre no se nos va?
GENERAL DIÉGUEZ: Ya nada me retiene
en Chihuahua. Me voy para
Camargo.
BAUTISTA: Es usted poco curioso, mi
general; entre a la sala siquiera a
echar un vistazo. Ahora van a leer el
veredicto.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Como si no lo
conociera! La gente me da asco…
Sí, me dan asco todos: los generales,
el defensor, ese loco de Ángeles.
¡Todos! Y en especial esa
muchedumbre que llena el teatro y
aplaude, y silba y patea y luego
nada. ¡No harán nada! Tal vez las
únicas que merecen respeto son esas
señoras. Pero esa gente…
BAUTISTA: ¡Es que subió usted muy alto,
mi general! Ya se olvidó de que la
gente…
GENERAL DIÉGUEZ: [Interrumpiendo].
¡No me hable de la gente! Dentro de
unas horas les mataremos a Felipe
Ángeles y no moverán un dedo para
salvarlo. El Primer Jefe les regala
esa imagen sacrificada, en la que
ellos se ven ejemplares. Les basta
con la muerte de Ángeles para
sentirse ellos también fusilados. En
ese espejismo los tiranos fundan su
crueldad y su omnipotencia. Ya los
verá mañana. No quieren que los
salpique la sangre y creen que así
quedan limpios. ¿Los ve ahora?
Quietos. ¡Les gusta la fuerza porque
justifica su impotencia! ¡Y ese iluso
de Ángeles va a morir por esos
pendejos!
BAUTISTA: Todavía puede pasar algo, mi
general, no esté usted tan seguro.
GENERAL DIÉGUEZ: No pasa nada.
Volveré a Chihuahua cuando el
muerto esté bien muerto y hasta
hieda.
BAUTISTA: Yo no me iría, mi general. La
gente, aunque usted no lo crea, anda
muy alzada.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡No harán nada!
Además he previsto todo. He dado
órdenes de anunciar el fusilamiento
en el cerro de Santa Rosa, para
desalojar un poco la ciudad de
revoltosos. Esta misma noche
empezará el éxodo. ¿Usted cree que
van a perder el espectáculo? Y
mientras, usted se lo truena: en el
interior del teatro hay un patio.
BAUTISTA: Sí, atrás, pero es muy
pequeño, mi general, habrá que
dispararle casi a boca de jarro… el
cadáver va a quedar muy
desfigurado, parecerá un asesinato.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡No entre en
detalles! Lo único importante es que
se cumplan las órdenes. Qué más da
como quede… al cabo que muerto
no irá a ningún baile. [Diéguez
golpea con su guante una de las
columnas del vestíbulo. Luego
avanza hacia las gradas y de
espalda a Bautista, se detiene].
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Ah!… ¡se me
olvidaba algo, Coronel Bautista!
Hay órdenes superiores de fusilar al
General Felipe Ángeles con balas
expansivas. ¡Coronel, usted
responde con su cabeza de que las
órdenes sean ejecutadas!
[Diéguez baja las gradas de prisa.
Por el lado opuesto del proscenio
entran las señoras Revilla, Seijas
y Galván. Ven a Diéguez, que se
dispone a abandonar el teatro. La
Señora Revilla lo alcanza y lo
detiene].
SEÑORA REVILLA: ¡General Diéguez!
GENERAL DIÉGUEZ: [Haciendo una
reverencia]. Señora.
SEÑORA REVILLA: ¡Es la última burla!
Han cortado el telégrafo para
Impedir que llegue el amparo de la
Suprema Corte. [La Señora Revilla
parece que va a llorar].
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Por favor, señora!
… Me apena usted, está mal
informada, el parte dice que son los
villistas los autores de esta nueva
fechoría.
[Se corren las cortinas del
vestíbulo y empiezan a salir los
generales del Consejo de Guerra.
Vienen serios. Varios asistentes
los ayudan a ponerse los capotes
militares].
SEÑORA REVILLA: ¿Los villistas?
GENERAL DIÉGUEZ: Señora, el Consejo
de Guerra ha terminado. Quizás le
interese conocer su veredicto.
¡Señoras, créanme que lamento en el
alma no haber podido serles más
útil! [Diéguez hace una nueva
reverencia y veloz sale de escena.
Las señoras suben lentamente las
gradas y entran en el vestíbulo. Los
miembros del Consejo de Guerra se
despiden. Escobar se aísla].
GAVIRA: [A Acosta y García]. ¿Cómo
dicen?
GENERAL ACOSTA: Sí, General Gavira,
salimos esta misma noche de
Chihuahua; ya no hay nada que hacer
aquí, sino recordar todo lo que uno
trata de olvidar.
GARCÍA: Este ha sido el día más duro de
mi carrera, General Gavira.
GAVIRA: ¿Qué le parecen estos dos
compañeros, Peraldí? ¡Se van!
Véngase conmigo, vamos a tomar un
trago juntos.
PERALDÍ: Lo siento, general, también yo
tomo el mismo tren que los
compañeros. Debo volver a mi
puesto.
GAVIRA: ¡Esto es una desbandada!
ESCOBAR: [Desde lejos]. Dice bien,
General Gavira, esto es una
desbandada. [Un asistente se acerca
a ofrecerle su capote. Escobar lo
rechaza con un gesto].
GENERAL ACOSTA: [A Escobar].
¡Apúrese, general, o va a perder el
tren!
ESCOBAR: ¿Qué tren?
[Los demás generales se miran
entre ellos].
GAVIRA: El tren que sale de Chihuahua
dentro de unos minutos. Yo también
me voy con los compañeros no voy a
quedarme de alma en pena.
ESCOBAR: ¡Buen viaje, General Gavira!
Yo me quedo aquí. Me quedo hasta
el final de esta función de teatro.
[Escobar se aleja de los generales.
Se recarga contra uno de los pilares
del vestíbulo y mira a sus
compañeros con aire sombrío. Los
generales se apresuran a salir].
PERALDÍ: ¡Adiós, General Escobar!
[Peraldí baja las gradas y sale].
GARCÍA: [A Escobar]. No se excite mi
general, todo es por demás. [García
alcanza a Peraldí. Sale].
GAVIRA: [A Escobar tomando del brazo
a Acosta]. Yo en su lugar no me
quedaría, General Escobar. Es un
consejo, un consejo de amigo.
GENERAL ACOSTA: ¡Suerte, Escobar!
[Gavira y Acosta bajan las gradas y
salen. Escobar fuma un cigarrillo
recargado contra el pilar, está
silencioso. Las señoras Revilla,
Seijas y Galván, forman un grupo
alejado del general. Entra Felipe
Ángeles escoltado por Bautista y
por soldados. Se hace un gran
silencio. La señora Revilla se le
acerca].
SEÑORA REVILLA: ¿A muerte, general?
ÁNGELES: Y muerte por unanimidad.
[La señora Revilla lo abraza.
Escobar avanza silencioso hasta el
grupo formado por Ángeles y la
señora Revilla].
ESCOBAR: ¡General Felipe Ángeles!,
estuvo usted brillantísimo en su
defensa. Nos puso usted en
verdaderos aprietos. ¡Permítame
felicitarlo!
ÁNGELES: ¡Gracias, General Escobar,
muchas gracias! Desde que me
aprehendieron no he recibido sino
atenciones.
ESCOBAR: General, estoy a sus órdenes,
créame que estoy aquí para servirlo.
ÁNGELES: [Con aire sonámbulo]. Para
servirme, General Escobar… para
servirme. [Silencio. Adentro de la
sala se oyen los pasos del público
que desaloja la sala].
Telón.
ACTO III
Celda improvisada en el interior del
Teatro de los Héroes. Se supone que la
celda está en lino de los camerinos del
teatro. Es media noche. Felipe Ángeles
sentado frente a una mesa de pino
escribe una carta. Bautista, silencioso
y sombrío, observa a su prisionero.
Este firma la carta y se queda absorto.
BAUTISTA: ¡General!… ¡General! ¿No
me oye usted?
ÁNGELES:[Ausente]. ¿Es usted otra vez,
Bautista?
BAUTISTA: Sí, mi general… [Baja
mucho la voz]. Francisco Villa no
anda lejos… nos anda rodeando. Lo
busca a usted, General Ángeles… ya
sabe que usted para Villa es sagrado,
como lo fue Madero… Yo he estado
pensando todo el día que… pero no
sé cómo decírselo, es usted una
persona tan especial. Con cualquier
otro no me tocaría el corazón…
ÁNGELES: Dígalo sin miedo… Pobre
Francisco Villa…
BAUTISTA: El General Diéguez se fue de
Chihuahua, no quiso estar aquí a la
hora de la hora. Yo solo soy
encargado de guardarlo y fusilarlo.
¿Pero qué le da su muerte a mi vida?
¡Amarguras! Por eso he decidido
después de pensarlo todo el día,
jugarme la cabeza con usted.
ÁNGELES: [Mirando asombrado]. No
habla usted en serio, coronel.
BAUTISTA: ¡Tan en serio como los que
quieren fusilarlo! Usted en mi caso
haría lo mismo. Yo estoy al mando
de las tropas, contamos con el
pueblo de Chihuahua. Francisco
Villa no anda lejos. Con un golpe de
mano nos apoderamos de la ciudad y
les damos la entrada a los villistas.
Si fracasamos nos vamos al monte
con ellos.
ÁNGELES: ¿Y sus jefes, coronel?
BAUTISTA: ¿Mis jefes…? Usted está
contra los jefes, general y yo
también. He tenido muchos y todos
me han dado la orden de matar. Los
he visto subir, fusilar y luego caer
fusilados… ¡Como usted, general, si
no se decide! [Se produce un
silencio].
BAUTISTA: ¿Sabe, general, lo que nos
importan los jefes? ¡Un salivazo!
ÁNGELES: [Lo mira asombrado].
¡Pobre General Villa!…
BAUTISTA: Acepte mi proposición,
general.
ÁNGELES: No creo en la fuerza…
BAUTISTA: Con razón el General
Escobar dice que es usted un
suicida.
ÁNGELES: ¿Un suicida?… No, se
equivoca. Un suicida es un error.
BAUTISTA: Usted cree que todavía
llegará el amparo.
ÁNGELES: No lo sé…
BAUTISTA: No sea inocente, general, y
acepte lo que le propongo; así nos
cobraremos lo que nos han hecho. Es
la única manera de empezar de
nuevo, como usted decía antes.
ÁNGELES: Pero no así, Coronel
Bautista. Empezar de nuevo
significaría cambiar el crimen por la
fraternidad, la muerte por la vida,
los disparos por las ideas, la
anarquía por la conducta, a mí por el
otro.
BAUTISTA: Tiene usted razón y no la
tiene. ¡Lástima que no podamos
hablar más largo, su tiempo es ya
muy corto, general! Hay que abrirle
una puerta que lo alargue, que lo
conduzca al campo, en donde lo
aguardan sus compañeros, no el
pelotón de fusilamiento.
ÁNGELES: No me haga soñar, coronel.
BAUTISTA: ¿Cuál es su respuesta?
ÁNGELES: [Ausente]. ¿Cuál respuesta?
BAUTISTA: No me creyó. Nadie me cree.
¿No se da cuenta General Ángeles
de que también yo estoy preso? ¿No
se da cuenta de que también yo me
quiero escapar?
ÁNGELES: Nadie se escapa, Bautista. La
huida es una ilusión y en este caso
no creo que valga la pena el riesgo.
BAUTISTA: No hay riesgo, general.
Todos los generales del Consejo de
Guerra se fueron hoy mismo de
Chihuahua. Sólo quedó Escobar…
no sé para qué se quedaría ése, pero
es lo de menos. Yo soy el encargado
de fusilarlo. Mi cabeza depende de
la suya. ¿Ve general? Sin
proponérnoslo, nos columpiamos del
mismo mecate por encima de la
muerte. ¡Y quiero corrérmela con
usted!
ÁNGELES: Usted es el único que se la
corre, Bautista, mi vida ya está
perdida.
BAUTISTA: Hace más de una hora que
anunciamos que usted sería fusilado
en el cerro de Santa Rosa y a estas
horas todos sus partidarios van hacia
allá; pero usted debe de ser fusilado
en el interior de este teatro.
ÁNGELES: ¡El Gobierno sabe hacer las
cosas!
BAUTISTA: ¡Sabe y no! A mí no me
preguntaron si quería fusilar a Felipe
Ángeles en un patio del Teatro de los
Héroes… con balas expansivas.
ÁNGELES: ¿Con balas expansivas?…
No veo el objeto… ni veo el motivo
de sus palabras…
BAUTISTA: ¿No ve, general, que yo
también quiero volver a ser lo que
fui? Yo no entré a la Revolución
para fusilarlo a usted, un
revolucionario, con balas
expansivas. Esta Revolución es una
víbora que empezó a silbar muy de
mañana y que a estas horas ya se
enroscó y se muerde la cola para
asfixiarnos a todos. ¡Hay que
descabezarla! Los generales del
Consejo de Guerra también le tienen
miedo.
ÁNGELES: Es que si no matan, mueren.
BAUTISTA: Acepte mi proposición,
general. Los guardias me obedecen.
Si prefiere, para menos riesgo, lo
saco disfrazado.
ÁNGELES: [Pensativo]. ¿Y usted cree,
coronel, que podemos deshacer el
círculo de la serpiente?
BAUTISTA: ¡Seguro que podemos! Pero
hay que dispararle a la cabeza, para
que nunca más vuelva a oprimirnos
su círculo de sangre fría que pide
sangre tibia. ¡Decídase, general,
apenas nos queda tiempo!
ÁNGELES: El tiempo, el tiempo, siempre
el tiempo… Quizás, coronel, el
tiempo nuestro se ha gastado y
empieza ahora un tiempo nuevo…
imprevisible. Tal vez el tiempo es
algo finito…
BAUTISTA: No divague, general. Hay que
actuar ahora mismo para que nos
quede algo de la noche, por si
debemos de salir al monte.
ÁNGELES: Si Escobar está en
Chihuahua, tan pronto como se
entere de nuestra fuga se pondrá al
frente de las tropas para
aniquilarnos.
BAUTISTA: [En voz muy baja]. No le
daremos tiempo. Antes de salir
puedo romper el primer anillo de la
vibra. ¡Yo, general, quiero dar el
primer balazo! Le garantizo que no
será Escobar el que me madrugue.
[Alguien llama a la puerta. Ángeles
y Bautista se miran. Bautista se
acerca a la puerta. Ángeles
continúa sentado, con aire ausente.
Insisten en el llamado].
VOZ DE ESCOBAR: [Desde afuera de la
puerta]. ¡General Ángeles!
[Bautista cerca de la puerta mira
a Ángeles, éste levanta con fatiga
la mano para hacer la seña de
dejar pasar al visitante. Bautista
adopta la actitud de que está
alerta para cualquier orden
muda].
VOZ DE ESCOBAR: [Desde afuera de la
puerta]. General Ángeles, ¿me
permite pasar?
ÁNGELES: [Sereno]. ¡Adelante, General
Escobar!
[Bautista abre la puerta, mira al
visitante con intensidad y
permanece junto a la puerta
abierta en actitud alerta. Cuando
Escobar entra el coronel
permanece junto a la puerta y
continúa en la misma actitud.
Escobar viene limpio, se nota que
se acaba de bañar. Todo él
resplandece de pulcritud].
ESCOBAR: [Dirigiéndose a alguien que
lo sigue]. ¡Anda, pásale, no te
achiques! [Entra un camarero con
una bandeja llena de viandas y
cubierta con una servilleta
albeante. Ángeles permanece
impasible].
ESCOBAR: Buenas noches, General
Ángeles. ¿No incomodo?
ÁNGELES: [De pie]. No, General
Escobar. [Escobar recoge de la
mesa pluma, tintero y papel].
ESCOBAR:[Al camarero]. ¡Déjala aquí!
Ya puedes irte. [Escobar saca
dinero de su bolsillo y se lo da al
camarero que mira fascinado a
Ángeles].
CAMARERO:[Cogiendo maquinalmente
la propina]. Buenas noches, mi
General Felipe Ángeles.
ÁNGELES: [Lo mira tratando de
reconocerlo]. Buenas noches… nos
vimos mucho en un tiempo,
muchacho.
CAMARERO: Sí, mi general, yo combatí
bajo sus órdenes en la toma de
Torreón y en la de Zacatecas; luego
pasé a la brigada del General Saulo
Navarro y con él estuve hasta que lo
mataron. Siempre fui villista y
soldado raso.
ÁNGELES: Parece otra vida y hace solo
unos años…
CAMARERO: Era otra vida, mi general.
Me di de baja después de la
peregrinación que hice por toda la
frontera con el cuerpo de mi General
Saulo Navarro. Carranza no lo
dejaba entrar ni muerto, pero lo
metimos y está sepultado aquí en
Chihuahua.
ÁNGELES: Está bien quedarse aquí. En
Chihuahua han quedado tantos
valientes. [El camarero se cuadra
ante Ángeles].
CAMARERO: Para Chihuahua es usted el
glorioso Felipe Ángeles.
[El hombre sale de prisa, se
produce un silencio. Bautista
permanece junto a la puerta
cerrada, mirando a Felipe
Ángeles, que ahora tiene una
actitud ausente].
ESCOBAR: General, aquí me tiene, un
amigo siempre es necesario en
momentos como éste… si en algo
puedo serle útil.
ÁNGELES: [Desconcertado]. ¿Útil? Ya
vi General Escobar todo lo útil que
puede serme usted: me condenó a
muerte.
ESCOBAR: ¡Compréndame, general, con
el dolor de mi corazón tuve que dar
ese paso!
ÁNGELES: ¡Ah!
ESCOBAR: No quise dejarlo solo,
general… me permití traer esta
modesta cena para compartirla con
usted. [Bautista inmóvil espera una
señal de Ángeles. Felipe Ángeles lo
mira impasible. Luego a Escobar].
ÁNGELES: Siéntese, general, le
agradezco infinitamente su atención.
[Escobar ocupa una de las dos
sillas de pino que hay en la
celda].
ÁNGELES: [A Bautista]. Usted, coronel,
haga el favor de sentarse aquí con
nosotros. [Bautista avanza hasta
tocar el respaldo de la silla varia.
Hace esto contra su voluntad.
Ángeles se dirige al catre de
campaña que hay en la celda y se
sienta en el borde].
BAUTISTA: Gracias, general, prefiero
estar de pie.
ESCOBAR: [Levantando la servilleta
que cubre la bandeja y en la cual se
ven dos cenas abundantes]. Pero…
¿no va usted a acompañarme?
ÁNGELES: Lo siento, pero mi estómago
no resistiría ningún alimento.
[Escobar vuelve a cubrir la
bandeja].
ESCOBAR: ¡Compañero, yo quisiera que
usted me comprendiera! Nada me
dolería más que no lograr
desvanecer este equívoco que ha
surgido entre nosotros.
ÁNGELES: ¿Equívoco?… General, no
comparto sus escrúpulos.
ESCOBAR: ¡Caray, General Ángeles,
quisiera que estuviera usted en mi
pellejo!
ÁNGELES: [Se echa a reír]. ¿Lo dice
usted en serio?
ESCOBAR: ¡Claro que sí!… Usted sabe,
general, que siempre hay dos
situaciones: la pública y la privada.
Soy su amigo y usted va a morir; y
yo debo explicarme con usted, como
usted haría conmigo, si yo estuviera
en esta celda. Como hombre público
al servicio de un régimen he tenido
que condenarlo a muerte. Como
amigo, estoy aquí para testimoniarle
mi afecto y admiración.
ÁNGELES: Perdón, Escobar, pero no
entiendo su actitud. Si merezco la
muerte y usted así lo dictó, no debe
darme explicaciones, y su presencia
en esta celda de condenado a muerte
es una crueldad.
ESCOBAR: [Poniéndose de pie]. ¡Nada
más lejos que pretender herirlo!
Créame que obro impulsado por mi
corazón, que soy su amigo.
ÁNGELES: ¡Mi amigo!
ESCOBAR: Yo no soy responsable de su
muerte. Era imposible salvarlo,
general, y le aseguro que hice todo
lo posible… Usted es víctima de las
circunstancias… además había
órdenes.
ÁNGELES: ¿Ordenes? No creo en las
órdenes.
ESCOBAR: Ya lo sé, general. Y tiene
usted razón. Si hubiera usted seguido
las órdenes de Carranza, cuando le
ordenó que dividiera a la División
del Norte y que no tomara Zacatecas,
todavía estaría Victoriano Huerta en
el poder, pero usted desobedeció,
tomó la plaza y ganó la Revolución.
Usted, General Ángeles, se dio
cuenta desde entonces, de que
Carranza estaba dispuesto a
sacrificarlo todo, hasta el triunfo, si
no era él la primera figura. A usted
lo temía más que a ninguno de
nosotros, porque era un rival
involuntario y demasiado brillante.
Y él ya había calculado erigirse en
jefe de todos… pero, general, si lo
hubiera usted obedecido, no estaría
en esta celda… De modo que no
tiene razón.
ÁNGELES: Cada quien actúa de acuerdo
con su conciencia y es responsable
de sus actos. Yo desobedecí y tomé
Zacatecas para evitar batallas
inútiles. Ahora, General Escobar, no
le tomo cuentas a su conciencia, ni le
reprocho su obediencia.
ESCOBAR: ¿Mi obediencia? Pero ¿solo
ve usted que obedezco y
desobedezco? Yo, como Gonzalo
Escobar, soy su amigo aunque no lo
entiendo. Pero como el General
Escobar, no tengo más remedio que
condenarlo porque la Revolución y
sus jefes lo condenan.
ÁNGELES: Entiendo, general, usted tiene
dos conciencias, una privada y otra
pública; a la primera la absuelve la
segunda y a la segunda la de un
tercero. Después de esta transacción
no veo de cuál de las dos
conciencias pueden brotarle los
escrúpulos que lo traen a esta celda.
ESCOBAR: General, ¿no quiere entender
que yo como todos soy dos?
ÁNGELES: [Lo ve con tristeza]. Sí, el
hombre es múltiple, pero también es
uno. Uno y dueño de sus actos y no
puede entregar su destino en las
manos de un tercero sin volverse un
siervo, un cómplice o un autómata.
ESCOBAR: ¿Usted me considera un
siervo? ¿Usted que sabe que luché
por la libertad y por la Revolución?
ÁNGELES: No me hable de libertad,
Escobar, cuando acaba de decirme
que no es libre de sus actos. De esta
Revolución no han surgido hombres
libres. Ni siquiera el Primer Jefe, él
es el más esclavo de todos ustedes,
porque es el que tiene más miedo. El
miedo es el peor consejero, no
aconseja sino crímenes. Detrás de
cada dictador hay un potencial de
miedo infinito.
ESCOBAR: ¡No siga, General Ángeles!
Sus palabras me lastiman, como
lastimarían a cualquier
revolucionario. Hace usted mal en
hablar así. Hizo usted mal en hablar
con esas palabras a los jefes de la
Revolución. Hace años que comete
el mismo error, era fatal que llegara
esta noche… usted solito, general,
ha cavado su tumba.
ÁNGELES: Lo sé, y no me arrepiento.
Son mis palabras y no mí espada,
rota por mí hace mucho tiempo, las
que me matan.
ESCOBAR: ¿Y de verdad la rompió,
general, o simplemente se negó a
ponerla al servicio de nadie, sino al
suyo propio? En el Consejo de
Guerra esta pregunta me
atormentaba.
ÁNGELES: Mi espada nunca estuvo al
servicio de nadie, sino al de unos
principios que cada día se fueron
haciendo más claros, hasta que al
final, ya no necesité de la espada,
porque ellos se volvieron un arma
más poderosa. Entonces, cambié a la
espada por la palabra.
ESCOBAR: ¡Que grave error en un
hombre tan inteligente! La espada es
el poder. ¡No ve a tantos leguleyos
plegados a la voluntad del Primer
Jefe!
ÁNGELES: El terror es el arma de los
débiles; a la espada más cruel se le
vence con la palabra, que es más
poderosa.
ESCOBAR: ¡No se engañe, General
Ángeles! Cuando usted habla de
justicia parece que tiene razón, pero
no la tiene, porque carece de la
fuerza para imponerla. ¿Y qué es la
justicia sin el poder?
ÁNGELES: ¿No se da cuenta,
compañero, de que la justicia está
por encima del poder y de que no
necesita ninguna circunstancia
temporal?
ESCOBAR: Yo no creo en la justicia de
esa manera. Usted no va a morir,
perdone lo que voy a decirle,
víctima de una injusticia, sino por
obra de una justicia superior que
usted se niega a aceptar.
ÁNGELES: Usted, en lo único que cree
es en la fuerza. ¿Y si ahora en este
momento, un grupo adicto a mí,
entrara en esta celda y lo asesinara
usted admitiría esta justicia? Todo es
posible, General Escobar. [Escobar
lo mira atónito, luego mira a
Bautista, que lo mira con fijeza].
ESCOBAR: ¿Un grupo adicto a usted?…
No tendría fuerza suficiente para
asesinarme, general.
ÁNGELES: ¿Por qué no?
ESCOBAR: Porque sería un grupo
reaccionario, sin raíz en el pueblo…
condenado a fracasar en unas horas.
La Revolución ganó. ¿O quiere usted
que volvamos a la bola, al desorden,
que sea otra vez la reacción quien
gobierne? ¡Si ganamos, general,
ganó la revolución!
ÁNGELES: La bola no es la Revolución
ni la voluntad arbitraria de los jefes
es la justicia. General Escobar, usted
y sus amigos no son la Revolución.
Por eso yo, en este momento puedo
aceptar que mis partidarios lo
fusilen en mi lugar y también su
muerte sería en el nombre de la
Revolución. Todo es válido después
de que usted y sus amigos han
traicionado a la Revolución que era
la convención.
ESCOBAR: [Nervioso]. No creo que
hable usted en serio… Además usted
es el único que no haría eso, porque
usted está en contra de la violencia y
no cree en el poder… yo sé que es
usted incapaz de aprovechar a la
gente que vigila el teatro para vigilar
su vida…
ÁNGELES: Quién sabe…
ESCOBAR: Yo lo sé. Usted siempre fue
el mismo, por eso siempre me dije:
el General Ángeles acabará mal, por
llenarse la cabeza de dudas y de
palabras.
ÁNGELES: Sí, siempre fui el mismo y
siempre combatí para oponerme a lo
que ustedes están haciendo ahora:
reducimos al estado de tribu, con un
sacerdote mágico a la cabeza,
pronunciando fórmulas sin sentido
dique para remediar los males de su
pueblo. Yo combatí, compañero,
para acabar con los brujos del poder
y sus profecías ininteligibles. Y creo
que ahora hay que empezar a
combatir de nuevo.
ESCOBAR: [Nervioso]. ¡Mi general,
parece increíble que haya sido usted
un jefe revolucionario! ¿Qué ya se le
olvidó cómo se nombran los
ejércitos? ¡Soy gente de Francisco
Villa! ¡Soy gente de Carranza! ¡Soy
gente de Felipe Ángeles! ¡Y están
dispuestos a morir por uno! Y si
usted está aquí, es porque se quedó
sin gente. Por eso, perdone que se lo
diga, no es grave matarlo ahora.
¡Qué distinto hubiera sido antes!
¡Nadie se hubiera atrevido ni
siquiera a pensarlo, porque estaba
toda la División del norte con usted!
ÁNGELES: La gente, general, está con
los que estamos con ella.
BAUTISTA: [Dando un paso adelante].
¿No ha visto, General Escobar, al
pueblo de Chihuahua?
ESCOBAR: Sí, lo he visto.
ÁNGELES: Pero usted sigue creyendo,
general, que no es grave matarme
ahora porque no tengo gente armada,
porque estoy vencido… Y yo le
digo, compañero, que el acto más
grave que puede cometer el hombre
es el de matar. Las consecuencias de
un crimen son incalculables.
Recuerde que la Revolución se
desató por un crimen.
ESCOBAR: ¡Es cierto que ese crimen nos
descabezó!
ÁNGELES: No, general, no porque nos
descabezó. Madero no era un jefe.
Madero pensaba que todos éramos
iguales, por eso todos nos sentimos
asesinados cuando lo mataron a él.
Le aseguro que no ocurriría lo
mismo con su muerte, ni con la de
Carranza.
ESCOBAR: ¡Baje a la tierra, general!
¡Cómo me duele ver que usted se va
a morir por unas palabras! Y a las
palabras se las lleva el viento. A mí,
General Ángeles, me da tristeza que
usted muera por unas palabritas.
ÁNGELES: Nada existiría si antes no le
hubiera dado forma la palabra. Si
muero será por las palabras, por la
palabras que no se lleva el viento,
compañero.
ESCOBAR: ¡Usted está ciego! Y pensar
que era usted el hombre que
necesitábamos. La gran cabeza.
Todos estábamos dispuestos a
seguirlo. Su primer error fue no
tomar el poder. Y luego hablar,
hablar cada vez más solo, cada vez
más para usted mismo… ¿quién lo
ha oído? ¿Quién lo ha seguido?
ÁNGELES: No sé si alguien me haya
oído, pero lo que sé es que hay que
hablar en este cementerio en el que
ustedes han convertido al país, en
donde sólo se oyen gritos y disparos.
Ya sé que hablar aquí es el mayor de
los delitos; aquí en donde el terror
ha reducido al hombre al balbuceo.
Pero yo, general, no renuncio a mi
calidad de hombre. Y el hombre es
lenguaje. Y óigame bien, General
Escobar; lo único que deseo es que
hablen todos, que se oiga la voz del
hombre, en lugar de que el hombre
se ahogue en crímenes. Hay que
hablar, general, aunque nos cueste la
vida. Hay que nombrar a los tiranos,
sus llagas, sus crímenes, a los
muertos, a los desdichados, para
rescatarlos de su desdicha. Al
hombre se le rescata con la palabra.
ESCOBAR: Aquí hablamos todos.
ÁNGELES: Aquí repetimos todas las
frases oficiales, que nacen muertas
de los labios de los jefes. El pueblo
no ha hablado todavía.
ESCOBAR: ¿Y la Revolución?
ÁNGELES: La Revolución empezó como
un ruido para aturdirse en la
desdicha, luego ustedes la
amordazaron con el terror.
ESCOBAR: Reniega usted de la
Revolución. Ahora veo claro por
qué van a matarlo. ¡Y si para alguien
fue fácil acomodarse fue para usted!
ÁNGELES: Yo ya encontré mi acomodo.
ESCOBAR: Perdone, general, no quise
ofenderlo… pero, se nos volteó.
ÁNGELES: No, me quedé con los
convencionistas… y no para ganar.
ESCOBAR: Eso es lo que me entristece,
porque lo admiro. Comprendo que
hay gente que juega para perder.
ÁNGELES: No se pierde nada. Yo no
jugué para perder, ni para ganar. Yo
luché por unos principios. Lo que
usted llama triunfo, para mí es una
derrota. Mi muerte es una derrota
más de la Revolución, una derrota
de ustedes los que me matan.
ESCOBAR: ¡De verdad que es usted
valiente! Siempre lo fue. Todos
admiramos su sangre fría. Cuando
les cuente a los compañeros esta
última noche me la creerán porque
se trata de usted. ¡Yo que venía a
acompañarlo en estas últimas horas!
Pensé que se le harían muy largas.
ÁNGELES: [Se echa a reír]. ¿Largas?
¡No soy tan despilfarrado, General
Escobar! Apenas me queda tiempo
para pensar un poco en lo sucedido.
Tengo que hacer mi balance final,
encontrar una explicación a lo que
me atormentó durante años.
ESCOBAR: Entonces, será mejor que me
retire. ¿Cree usted que debo regresar
más tarde?
BAUTISTA: ¿Regresar?
ESCOBAR: ¡No sé qué hacer! Todo esto
es muy terrible. Le debería pedir
perdón pero no puedo… y lo que
más me entristece es que no logré
deshacer el equívoco.
ÁNGELES: También para mí esto es muy
triste… Pero ya es tarde hasta para
hablar.
ESCOBAR: ¿Quién me iba a decir a mí,
Gonzalo Escobar, que el General
Felipe Ángeles iba a morir fusilado
por la Revolución? ¿Y qué iba yo a
pasar la última noche con él? ¡Cómo
da vueltas el mundo!
ÁNGELES: [A Bautista]. El círculo está
cerrado para siempre.
ESCOBAR: [Sacando un papel y una
pluma]. ¿Quiere usted firmarme este
papel? No quiero olvidar nunca esta
noche.
ÁNGELES: Lo que usted pida.
[Ángeles se inclina sobre la mesa
y escribe. Luego tiende el papel a
Escobar].
ESCOBAR: [Al terminar de leer]. Es
usted un hombre de ideas propias. [A
Bautista]. A que nunca conoció a un
hombre más inteligente. [A Ángeles].
¡Cómo quisiera que nada de esto
hubiera ocurrido! Borrar estos años,
volver todos juntos a la sierra…
ÁNGELES: ¡Volverán esos años!… El
tiempo es uno…
ESCOBAR: [Irguiéndose]. ¡Adiós mi
general!… ¡Lástima que no fuera
cierto lo de sus partidarios!, me
hubiera pasado con usted. Nunca
hubiera usted dictado mi sentencia
de muerte, no lo habría usted
necesitado.
BAUTISTA: ¿Está usted seguro?
ESCOBAR: Tanto, como que me llamo
Gonzalo Escobar. Conozco al
general hace mucho tiempo, coronel.
El hombre no cambia. Eso es lo
único que he aprendido en mis 28
años. [Escobar abraza a Felipe
Ángeles].
ESCOBAR: ¡Hasta pronto, mi general!
ÁNGELES: Adiós, General Escobar.
[Escobar sale. Ángeles lo ve salir.
Luego, con infinita tristeza, baja la
luz de la celda y queda indeciso. Da
unos pasos].
ÁNGELES: ¡Qué cansado estoy! ¿No va a
terminar nunca esta terrible noche?
[Bautista, mudo, lo ve dar unos
pasos por la celda, luego
acercarse al catre, taparse con la
cobija y cubrirse la cara con las
manos].
ÁNGELES: ¡Hace frío!… Y tanta
palabra. Y todas rebotan contra un
muro. ¿Nadie entiende el idioma que
yo hablo? Nadie te entiende, Felipe
Ángeles. ¡Mírate ahí!, tumbado en el
catre de los fusilados. Escupiendo
tus dientes rotos por las balas. Con
la lengua sangrando a fuerza de
llamar y llamar a alguien. Con los
ojos abiertos al horror del último
cielo. ¡Ese era el cielo, azul,
tendido, que amparaba mi infancia
allá en Hidalgo! El mismo cielo que
escuchaba al aire girar adentro de su
bóveda y al ruido acompasado de
los frutos columpiándose. Debajo de
ese cielo había mi casa; había mi
padre; había mi patria llamándome:
¡ven aquí, niño Felipe Ángeles, no
escapes a la ardua tarea de darme
forma! ¡Mírame aquí en el mapa, con
mi silueta rosa de cucurucho de
domingo desparramando lima,
capulines, jícamas! ¡Ven aquí, niño
Felipe Ángeles!, ata un cordelito a
mi cola de cometa y hazme subir al
cielo como un papalote, con su
cauda de frutos de colores. No me
abandones, niño Felipe Ángeles.
Paséame por las sierras, enséñame a
conocer el cauce andrajoso de mis
ríos. No me dejes que me olvide de
mis ciudades olvidadas: Colima,
Chetumal, Campeche, se me
escapan. Atada a su dedo, niño
Felipe Ángeles, hazme navegar por
mis cielos. Abajo tú, guiándome,
enseñándome a mí misma,
asomándome a la profundidad
submarina de mis valles. ¡Tú a
caballo, Felipe Ángeles! ¡A caballo
vomitando fuego! Buscando la
palabra que me apacigüe. ¿En dónde
está mi gente? Yo solo oigo el correr
de las lágrimas de los que no me ven
y me maldicen. Oigo sus pasos
descalzos, apagados, gastando las
piedras. ¡No me abandones, niño…!
¡Aquí estoy yo!, Felipe Ángeles,
aquí estamos los dos, tú pegada ahora a
las piedras de este techo de prisión,
encarcelada conmigo. Cuando mi dedo
engarruñado por la muerte no aprisione
más este cordel, no dejes que lo separen
de mi mano, hasta que otra mano
predilecta tuya, te arranque y te lleve
con la piel de mi mano muerta… ¡Niño
Felipe Ángeles, te busca tu papá! No
quiere que sigas jugando en las peleas
de gallos…
¡Yo galopo, yo batallo, yo lloro al
ver llorar al hombre que me sigue en la
noche! Arriba de mí, cruzando las
sierras, una forma rosada me sigue…
Díganle a mi padre que no se ocupe
de mi muerte. Que moriré aquí, con mi
uniforme de cadete, con mi compás en la
mano, haciendo círculos redondos como
el mundo y sus frutos.
¡Allí en un rincón está mi madre
mirando un papalote! De sus ojos salen
todos los ríos: el Lema, el Papaloapan,
el Mexcala. De sus hombres enlutados
salen los ojos tristes que me miran en
las batallas antes de morir. ¡Aquí está,
mírenla todos! Llorando el pecho
abierto de su hijo. Recogiendo su sangre
que se escapa en las losas del patio de
los ajusticiados. ¡Recógeme, forma
rosada, no me olvides, hazme un lugar
en tu memoria! ¡Tú que anduviste
posada en mi hombro como una paloma,
en los cuarenta y siete años que me
permitieron verte! ¡Llora Felipe
Ángeles! ¡Llora por ti, antes de que tus
lágrimas desaparezcan de esta tierra
regada por las lágrimas! ¡Llora igual que
Madero lloró antes de que lo sacaran
para su asesinato! Para que luego digan:
Madero era un tonto, Ángeles era un
tonto. De las lágrimas tontas de los
tontos nacen manantiales de los que
surge la frescura de la patria. [Ángeles
solloza. Bautista se le acerca. Hay un
silencio].
BAUTISTA: General. ¿Puedo ayudarlo en
algo?… Tómese un trago…
ÁNGELES: ¿Lo oyó usted?… Yo oí el
llanto de Madero esa noche, antes de
que tuviera que vestirse para que lo
mataran… Las palabras son inútiles.
Usted lo oyó, coronel…
BAUTISTA: ¿A quién, mi general? ¿A
Escobar?
ÁNGELES: No era Escobar. Eran todos
estos cadáveres voraces. Yo me voy,
me voy al reino de los vivos, de las
palabritas, como dicen ellos. De ahí
llegaré a la ciudad intocada por su
baba. Allí no encontraré estatuas de
ladrones, ni avenidas manchadas con
el nombre de los réprobos. Me voy a
vagar por la gran patria de las ideas.
Me voy a la palabra concordia.
BAUTISTA: ¡Cálmese, general!
ÁNGELES: Estoy en calma.
BAUTISTA: Nunca supe por qué peleaba,
y esta mañana cuando lo oí hablar
me di cuenta de que había andado a
ciegas y me entró rabia. Pero
siempre la tuve, sólo que no sabía
por qué. Ahora quiero disparar en
sus cabezas las balas que han
preparado para usted. ¡Ayúdeme!
También yo quiero llevar el papalote
rosa, encima de mi cabeza
guiándome en la noche, como un
farol de feria.
ÁNGELES: No necesita de mí, usted
también lo lleva, coronel.
BAUTISTA: Mientras estuvo aquí
Escobar, esperé su señal para darle.
¿Qué me hubiera durado?…
ÁNGELES: No se puede fincar nada
sobre un charco de sangre. Busque la
tierra firme, búsquela adentro de
usted mismo.
BAUTISTA: Yo no soy usted, mi general.
Yo soy los otros. Soy el montón. El
montón de pobres que ellos
acumulan… Usted dijo en su jurado:
sólo la sangre es fértil…
ÁNGELES: La sangre de los mártires.
BAUTISTA: Esa se evapora pronto, la
tierra de México es muy caliza y se
la traga pronto, nadie la recuerda, es
la sangre de los pendejos. ¡Quédese
aquí, general, dé la pelea! ¿No le
gusta vivir?… [Hay un silencio].
No, usted ya se me fue. Ya no es de
este mundo y por más que le hable,
no lo podré traer aquí conmigo, a
esta noche del 26 de noviembre de
1919, que es la última noche que le
queda.
ÁNGELES: Al encuentro de esta noche
vine. Estaba lejos y una voz me
llamaba: Felipe Ángeles, no pierdas
tus pasos en estas calles extranjeras,
gastadas por tus pies de tanto
andarlas. Ven cerca de mí, habla con
tus compatriotas, despiértalos del
sueño de los homicidas. Y me vine a
detener el crimen. Y aquí estoy
esperando…
BAUTISTA: Entonces renuncia, general.
Me deja. Nos deja.
ÁNGELES: Renuncio a despojar a mis
ojos del cielo fijo de los fusilados.
Ese es mi cielo. Ese es el cielo de
los mexicanos: inmóvil, aterrado a
las seis de la mañana. Ese es el
cielo que me aguarda. Quizás así
logre detener el horror y después el
cielo vuelva a girar dulcemente
sobre la cabeza de mis hijos y el
cucurucho rosa de mi tierra flote
como una nube. [Llaman a la
puerta. Bautista abre. Es la señora
Revilla. Lleva en la mano un
gancho de ropa del cual pende un
traje de civil color negro, una
camisa blanca y una corbata
también negra. En la otra mano, un
par de zapatos negros de hombre].
SEÑORA REVILLA: [Titubeante].
General, traigo esta ropa negra… es
nueva, no quiero que vaya así,
delante de los soldados. [Bautista se
adelanta y recoge las ropas de
manos de la señora y las coloca con
cuidado sobre una de las sillas de
pino].
BAUTISTA: [Con los ojos bajos]. Con su
permiso, general. [Sale].
ÁNGELES: Mi ropa para morir. Se
acordó usted, señora, de la
acusación que me lanzaron: hay que
ir limpios a la muerte. Lo creo,
señora, y no por catrín como dijeron
ellos, sino porque creo en el orden
de las almas y de los cuerpos,
reflejo del orden del Universo… Por
eso trataba de presentarme limpio en
los combates.
SEÑORA REVILLA: No se preocupe por
lo que ellos digan, general.
ÁNGELES: También somos la imagen
que tienen de nosotros los demás. Es
terrible descubrir todo en el último
momento… ¿qué hice en tantos años
como tuve? ¿Por qué no fui el que
debía haber sido?… se hubieran
evitado tantas lágrimas…
SEÑORA REVILLA: [Conteniendo el
llanto]. ¿A quién le importa que
lloremos?
ÁNGELES: ¡Cuánto silencio!
SEÑORA REVILLA: El telégrafo sigue
mudo… sin respuesta.
ÁNGELES: Este silencio no se va a
romper nunca. Para romperlo
sacrifiqué tantas cosas… Dentro de
un rato va a morir un hombre que
fracasó, y ese hombre soy yo… Me
cuesta trabajo no llorar sobre mí
mismo. No llorar sobre Clara, mi
mujer, sobre mis hijos… Es mejor
que no los hayan dejado cruzar la
frontera. En su presencia me hubiera
sido imposible morir.
SEÑORA REVILLA: Llore, general…
ÁNGELES: Les he escrito una carta. Me
preocupa que mi muerte frente al
paredón los llene de rencor por su
patria. Pero usted dígales que tener
una patria, a veces, es tener un
paisaje apacible y a veces un
paredón de fusilamiento.
SEÑORA REVILLA: Guardé intactas sus
palabras para dárselas.
ÁNGELES: Dígales que yo no muero
porque mi patria me repudie, sino
por un exceso de amor entre ella y
yo. Y que prefiero este final
encarnizado a una muerte extranjera.
Dígales que no olviden el color de
su luz, ni sus montañas infinitas, tan
caminadas por su padre. Que
aprendan a leer sus noches. Esas
noches solitarias que me han dado
fuerzas para morir. Su silencio me
enseño la triste suerte del hombre,
que no encuentra respuesta sino en el
miedo y la matanza.
SEÑORA REVILLA: General, también yo
he buscado una respuesta sin
hallarla. Al despertarme en las
mañanas, con la luz del sol, leía en
la palma de mi mano el destino inútil
del hombre. Ahora todo será
distinto, desde la inmovilidad de mi
casa, la palma de mi mano será la
superficie de la tierra; por ella iré
andando acompañada por usted,
escuchando sus palabras a través de
las sierras y de las ciudades
destruidas por el odio.
ÁNGELES: Un día todo entrará en orden
armonioso distinto al orden de la
violencia. No lo veré yo… pero tal
vez Clara lo alcance, y me perdone
el que ahora la deje en este
abandono: sola, sin dinero, en una
ciudad extranjera, y con tres niños…
nunca pensé en ella tanto como en
estos minutos. Ella es así, no quiere
nada que yo no quiera. No quería
existir sino como una parte mía… y
ahora me doy cuenta de que ella
siempre fue yo mismo. ¡Morirá
conmigo!… Esto es un consuelo
egoísta… Clara va a seguir viviendo
para pagar mis errores…
SEÑORA REVILLA: No me diga eso,
general… todavía podemos esperar
un milagro …
ÁNGELES: Este milagro no se va a
producir, señora. Usted, Clara y yo
lo sabemos en estos instantes
terribles, en que nuestro corazón se
inflama de un amor que va más allá
del amor, porque es irremediable y
son los últimos instantes que
tenemos para sentirlo… Dígale,
señora, que siempre la amé. Que
cuando descifraba las inexpugnables
sierras, descifraba también el
misterioso destino que la trajo hasta
mí, desde las selvas de pinos de
Alemania… Y que mientras las
sierras crecían delante de mí, una
detrás de la otra, como obsesión
infinita, diciéndome siempre: eres
pequeño, estas solo frente a ti
mismo, el único consuelo me lo daba
la gracia de una flor, inocente como
su rostro, al que ya no veré más…
SEÑORA REVILLA: General… el amor es
tan poderoso que puede producir
milagros, y tal vez ese traje negro se
quede colgado ahí como una
pesadilla… El abogado Gómez Luna
ha ido a los pueblos vecinos a
buscar un telégrafo…
ÁNGELES: No tengo esperanzas… Si al
menos mi muerte sirviera de algo…
con un hombre que se viera en mi
sangre mi muerte no sería inútil…
SEÑORA REVILLA: Hay muchos años por
venir. Muchos cruces de caminos.
Muchos hombres por nacer, habrá
alguno que busque sus huellas y las
vuelva otra vez vivas en el tiempo.
[Llaman a la puerta].
VOZ DE BAUTISTA: General…
ÁNGELES: Pase, Coronel Bautista.
[Entra Bautista].
BAUTISTA: [Sombrío]. Afuera está el
Padre Valencia… [Ángeles va a
decir algo, pero la señora Revilla
interviene].
SEÑORA REVILLA: Yo lo mandé llamar.
Sé que usted no es creyente, pero
quizás pueda ayudarlo en algo.
ÁNGELES: [Jovial, saliendo al
encuentro del Padre]. Pase, pase
usted, padre. [Entra el Padre
Valencia, afuera se perfila la luz del
amanecer].
PADRE VALENCIA: La Señora Revilla
me rogó…
ÁNGELES: Entre usted, padre, siéntese.
[La Señora Revilla se pone de pie].
SEÑORA REVILLA: General, los dejo,
estaré afuera esperando, esperando a
ver si nos hacen el milagro… ¿Nos
oirán padre?
PADRE VALENCIA: Hay alguien que nos
oye siempre. [La señora Revilla
sale].
ÁNGELES: Vaya usted con mi amiga,
padre. Yo estoy tranquilo.
PADRE VALENCIA: Déjela sola. La salud
en el hombre viene de saberse solo.
ÁNGELES: Todos estamos tan
horriblemente solos…
PADRE VALENCIA: Dios está con
nosotros.
ÁNGELES: No quisiera engañarlo,
padre; no creo necesitar su ayuda.
No me interprete mal, su presencia
no me incomoda y podríamos
conversar unos minutos. [Mira la luz
que se filtra]. Ya está
amaneciendo… esta noche ha sido
larga y extraña.
PADRE VALENCIA: A eso vine, general,
a que la extrañeza que siente ahora
al enfrentarse con su destino se
convierta en comunión y muera
reconciliado.
ÁNGELES: Estoy en paz, padre. Sé que
como todos los hombres no estoy
exento de errores y de crímenes…
tal vez la misma vida es un error y
solo la muerte es la perfección,
porque ahí cesa el combate, el
deseo, el fuego que nos consume.
Esta noche me ha dado la extrañeza
de la calma. Si dentro de unos
minutos logro ser digno frente al
paredón, conoceré por un instante la
eternidad. Eso es todo lo que espero.
PADRE VALENCIA: General, ¿no teme
usted el juicio de Dios?
ÁNGELES: No, no lo temo. Ese Dios
vengador es el espejo de nuestro
miedo. Yo no tengo miedo, si
acaso…
PADRE VALENCIA: [interrumpiendo].
¿Cómo puede negar a Dios en el
límite de sus días? El orgullo lo
ciega y lo lleva a juzgar a Dios con
esas terribles palabras.
ÁNGELES: [Riendo]. No lo niego, ni lo
juzgo, padre. Rechazo esa imagen
suya hecha a la medida de nuestras
imperfecciones. Creo en la
divinidad de la Creación, y creo que
nuestra presencia aquí en la tierra
tiene algún sentido. Todo está tan
lleno de misterio: los astros, las
plantas, el cielo, la muerte.
PADRE VALENCIA: Si esas preguntas las
dirigiera usted a Dios, todo para
usted se volvería claro y
transparente como un manantial.
ÁNGELES: Para mí, padre, Dios es mi
semejante, los árboles, los animales,
usted, yo. Dios es lo que mueve la
vida y la muerte. Dios es el orden, la
justicia. Por eso fui revolucionario y
muero siéndolo, porque quise y
quiero que en este país haya un
remedo de justicia. Y usted que
pertenece a la Iglesia debería
comprender que mientras la gente
viva en Ya abyección y en la
injusticia, no podrá sino creer, en un
Dios limitado, que la priva hasta de
la dignidad de ser hombre. Y digo
esto impulsado por la fraternidad.
PADRE VALENCIA: Lo sé, general, yo
soy un cura pobre y amigo de los
pobres. Pero no hable ahora de
política. Esta vida es un sueño, lo
espera la otra, la verdadera.
ÁNGELES: Nada sé de la otra vida. Si
existe, debe ser un acuerdo
milagroso con la creación.
PADRE VALENCIA: ¿No siente usted en
esta celda la presencia de la vida y
la muerte girando como dos
cometas? La muerte es una nueva
luz. Es la eternidad, la indecible
presencia de Dios. Todas sus
palabras, sus actos, sus
pensamientos, desaparecen frente a
este misterio. El tiempo que le
queda, general, apenas le basta para
deponer sus armas ante la verdad
que va a descubrir.
ÁNGELES: Para mí el tiempo ya no
corre. Y este diálogo es irreal. Las
palabras avanzan en un espacio sin
tiempo, sin sucesos, en la paz.
Moriré tranquilo.
PADRE VALENCIA: Morirá usted ciego, a
oscuras. Morirá usted como un
animalito.
ÁNGELES: Padre, ¿no se da cuenta de
que lo que necesito no es un
sacerdote, sino alguien que me
explique cómo un hombre que ama
tanto la vida no tiene miedo de
morir? [Se oyen pasos de soldados
que marchan. Un clarín. Tambores].
ÁNGELES: [Irguiéndose]. Para mí,
padre, ya llegó la verdad, la
respuesta que todos buscamos.
PADRE VALENCIA: [Conmovido]. Dios
lo perdone, hijo mío.
ÁNGELES: [Alisándose los cabellos y
tratando de poner en orden sus
ropas viejas]. Estoy perdonado,
padre. Todos estamos perdonados.
Otro tiempo me espera, sin jueces,
sin premios, sin castigos. La
salvación, el perdón, no están fuera
sino dentro de nosotros mismos…
[Los pasos avanzan, se detienen
cerca, detrás de la puerta de la
celda].
VOZ DE MANDO: [Detrás de la puerta].
¡Altooo! [Se abre la puerta y entran
la señora Revilla, la señora Seijas
y la señora Galván. Inmediatamente
después Bautista, que viene pálido].
ÁNGELES: [Cuadrándose delante de
él]. ¡A sus órdenes, coronel…! ¿Me
permite que me despida? [Ángeles
abraza estrechamente a la señora
Revilla].
ÁNGELES: Para no prolongar estos
minutos, este abrazo es para todos
mis amigos.
BAUTISTA: General Ángeles, me
abandonó, me condenó al crimen
para siempre.
ÁNGELES: Coronel, como última gracia
le pido que me conceda dar la orden
de fuego. [Ángeles al ir a colocarse
en el pelotón de soldados, pasa
cerca del traje negro y le pasa una
mano por encima].
ÁNGELES: Es igual morir en estas
trazas… Voy a entrar en un orden
diferente. [El Padre Valencia hace
la señal de la bendición].
ÁNGELES: ¡Gracias, padre! [Después de
una pausa]. Estoy listo. [Ángeles se
coloca en el centro mismo del
pelotón].
ÁNGELES: ¡De frente! ¡Marchen! [Salen
todos. Se oscurece la escena].
Fachada del Teatro de los Héroes.
Sentadas en los escalones, las señoras
Seijas, Revilla y Galván. Silencio. Ya
amaneció. En lo alto de la escalinata
aparece Bautista muy pálido.
BAUTISTA: Acaba de morir… Pueden
ustedes recoger su cuerpo. Está allá,
con los ojos abiertos, mirando lo
que él quería ver: el cielo de los
mexicanos… el último cielo… el
cielo de los fusilados. [Las señoras
se levantan y suben las gradas].
SEÑORA REVILLA: ¿En dónde está?
BAUTISTA: Atrás; en el patio.
SEÑORA REVILLA: Está en todos los
patios. [Salen las señoras seguidas
de Bautista. Hay un gran silencio en
la escena vacía. De pronto, por la
izquierda, entra el abogado Gómez
Luna. Viene corriendo, con el cuello
de la camisa abierto y la cara
desvelada. Con la mano derecha
agita un sobre azul. Sube la
escalinata corriendo].
GÓMEZ LUNA: ¡General Ángeles!
¡General Ángeles! ¡Estamos
salvados! ¡Llegó el amparo! ¡Llegó
el amparo! [Gómez Luna entra en el
teatro silencioso, corriendo].
VOZ DE GÓMEZ LUNA: [Desde el
interior del teatro]. ¡Coronel
Bautista! ¡Llegó el amparo!… ¡Llegó
el amparo!…
TELÓN FINAL.
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Elena Garro
Personajes
GENERAL DIÉGUEZ
CORONEL BAUTISTA
SOLDADO SANDOVAL
SEÑORA REVILLA
SEÑORA SEIJAS
SEÑORA GALVÁN
GENERAL GAVIRA: AGENTE DEL
MINISTERIO PÚBLICO
GENERAL ACOSTA: FISCAL
GENERAL PERALDÍ
GENERAL GARCÍA
GENERAL ESCOBAR: PRESIDENTE DEL
CONSEJO
ABOGADO GÓMEZ LUNA
ABOGADO LÓPEZ HERMOSA
GENERAL FELIPE ÁNGELES
SOLDADO FÉLIX SALAS
PADRE VALENCIA
UN CAPITÁN
CENTINELAS Y SOLDADOS
CAMARERO
ACTO I
La acción pasa en la ciudad de
Chihuahua el día 26 de noviembre de
1919. Fachada del Teatro de los
Héroes. La escalinata que va de la
plaza al Teatro de los Héroes, debe
ocupar el proscenio. Las grandes
puertas del teatro están cerradas. Solo
la puerta central ha quedado
entreabierta y es guardada por varios
centinelas. A través de las puertas de
cristales, se ve el vestíbulo del teatro
con candiles de cristal, muros
tapizados de seda roja, espejos de
marcos dorados y bancos laterales de
terciopelo rojo. Al fondo del vestíbulo
los cortinajes rojos ocultan la entrada
a la sala de espectáculos.
Entran el General Diéguez y el
Coronel Bautista. Vienen cubiertos de
gruesos capotes militares de invierno.
Diéguez se detiene en la escalinata y
distraído empuja con el pie algunos
restos de la nieve que ha caído la
noche anterior. Son las siete de la
mañana.
GENERAL DIÉGUEZ: Coronel, no me
parece que el teatro ofrezca mucha
seguridad.
[El General muy preocupado, mira
hacia las puertas de vidrio que
dan acceso al teatro].
BAUTISTA: He hecho todo lo posible, y
más, mi general.
GENERAL DIÉGUEZ: La llegada del
prisionero va a provocar un motín…
BAUTISTA: Desde anoche las tropas de
refuerzo están acuarteladas. Hoy al
amanecer, los soldados barrieron a
culatazos a la gente que quiso tomar
el teatro por asalto, cuando ya en la
sala no cabía ni un alma. Después
limpiamos de revoltosos los
alrededores y la tropa cerró las
bocacalles.
GENERAL DIÉGUEZ: El hombre es
contradictorio. Anoche al llegar a
Chihuahua, me sorprendió la
multitud hostil que se cerró a mí
paso. Hasta pensé que no saldría con
vida.
BAUTISTA: Esta es la ciudad de
Francisco Vila y de aquí salió el
General Felipe Ángeles a tomar
Zacatecas. Eso no lo olvidan.
Anoche lo esperaban a él, y verlo a
usted los enojó, mi general.
GENERAL DIÉGUEZ: Es cierto,
esperaban al tren del prisionero. El
pueblo ya no se ve en nosotros, es
como si hubiéramos caído detrás del
espejo.
BAUTISTA: Después de tres años de
destierro, Felipe Ángeles les ha
vuelto a la memoria.
GENERAL DIÉGUEZ: Sí, y ahora vuelve
seguido del rumor de sus batallas,
escoltado por sus guerreros muertos
y resucitados hoy, para entrar con él
a Chihuahua. No se resignan a ver en
el prisionero de hoy al héroe de
ayer. ¡Y en México se empeñan en
ignorar que este juego es peligroso!
BAUTISTA: ¿En México?… Allá se
limitan a girar órdenes y a darse
buena vida.
GENERAL DIÉGUEZ: Ven al mundo
desde la lejanía del poder. Deberían
estar aquí y ver mi mesa inundada de
telegramas de Francia, de Estados
Unidos, de Inglaterra. El mundo
entero pide clemencia para Felipe
Ángeles, el gran matemático, el gran
estratega, el maestro; deberían ver
también la ola de descontentos que
avanza por la ciudad y que amenaza
con tragarnos a todos.
BAUTISTA: Todo eso, mi general, me
asegura que su sentencia de muerte
es irrevocable, aunque parezca
difícil matarlo, no queda otra.
GENERAL DIÉGUEZ: He pedido que el
juicio sea rápido. ¡Al mal paso darle
prisa! ¿Usted, Bautista, se da cuenta
de que éste no será un fusilado
cualquiera?
BAUTISTA: Sí… Pero, si usted se da
cuenta de esos peligros, mi general,
¿por qué no acepta la suspensión del
juicio concedida por la Justicia del
Congreso de la Unión?
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Está usted loco
Bautista? ¿Cómo se atreve a
aconsejarme que contravenga las
órdenes expresas del Primer Jefe?
[Entra Sandoval y al ver al general,
se queda a una distancia
respetuosa].
BAUTISTA: Entonces lo mejor es acabar
cuanto antes.
GENERAL DIÉGUEZ: Muerto el perro se
acabó la rabia. [Diéguez se vuelve a
Sandoval].
GENERAL DIÉGUEZ: ¡A ver tú,
Sandoval! ¿Cómo te sientes en tu
uniforme nuevo?
SANDOVAL: [Avanzando]. Ya ve, mi
general, la suerte…
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Qué suerte ni qué
niño muerto! A mí no me vas a hacer
creer la historia que contaste a los
periódicos. Todos sabemos que si no
fuera por el chaquetero de Félix
Salas, no andarías tú vestido de
oficial.
SANDOVAL: ¡Que ni qué, que está usted
diciendo la verdad, mi general!
GENERAL DIÉGUEZ: Salas desertó de su
General Ángeles, para entregarlo y
ganar el dinero que ofreció el Primer
Jefe por su captura.
SANDOVAL: ¡Así fue, mi general! Y muy
honradamente, así me lo confesó
cuando vino en busca de tropa para
ir a aprehenderlo. Como yo estaba
de Defensa Social del punto, a mí
me tocó salir en su busca… Por eso
le dije, mi general, que había yo
tenido suerte.
BAUTISTA: ¿Y qué vas a hacer con los
diez mil del águila que te van a
pagar por tu buena suerte?
SANDOVAL: ¡Ah, qué mi coronel, el
dinero es algo que nunca le sobra a
un pobre!
GENERAL DIÉGUEZ: Si quieres cobrar tu
dinero, tus declaraciones deben de
ser Útiles al Primer Jefe.
SANDOVAL: Mire, mi general, la verdad
es que yo salí de noche en busca de
los alzados, para que no se echara
de ver mi paso. Así me acerqué al
valle de los olivos donde Félix
Salas me dijo que estaban
acampados…
BAUTISTA: [Interrumpiendo]. ¿Y Salas
se rajó? ¿No fue contigo?
SANDOVAL: Yo diría que sí… tal vez
sentiría feo de ver que agarraban a
su Jefe…
GENERAL DIÉGUEZ: O a lo mejor le dio
miedo.
SANDOVAL: ¡A lo mejor! Contaba yo con
llegar antes de rayar el día para
agarrarlos dormidos. Usted sabe, mi
general, que aunque no más eran
cinco, era gente de peligro.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Caray! Eres muy
prudente.
SANDOVAL: Pero no di con ellos hasta
las once. Iba yo venteando, ya con
cuidado a causa de la luz del sol,
¡cuando voy viendo un humito! Nos
quedamos silencios. Desmonté a
diez de mis hombres para que se
acercaran a rastras y esperé en el
chaparral, aguantando los latidos de
mi corazón.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Y no había nadie
más?
SANDOVAL: Nadie, más que los cerros y
nosotros. Dice mi gente que alcanzó
a ver a la mujer de Salas curando al
difunto Muñoz, cuando éste gritó:
¡Ahí están ya!
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Hicieron fuego
sobre ustedes?
SANDOVAL: ¡Qué va, mi general! Al
contrario, nosotros hicimos fuego
sobre ellos y cayeron dos que no
tenían las señas del General
Ángeles, porque yo quería agarrarlo
vivo.
GENERAL DIÉGUEZ: [Disgustado]. ¿Y a
ti quién te ordenó que lo agarraras
vivo?
SANDOVAL: Nadie, pero me gustaba más
traerlo vivo que muerto, mi general.
GENERAL DIÉGUEZ: A ver si no te
cuestan caros tus gustos. ¿Qué
pertrecho encontraron?
SANDOVAL: Casi nada, mi general.
Unos 30-30 y unas chaparreras.
Luego tuvimos la mala suerte de
entrar a Parral con el prisionero en
20 de noviembre…
GENERAL DIÉGUEZ: [Molesto]. Las
fechas son supersticiones.
SANDOVAL: No se crea, mi general, la
gente se desencaminó mucho.
Hubiera usted oído cuando
gritaban… bueno, igualito que acá
en Chihuahua.
GENERAL DIÉGUEZ: No te preocupes
por lo que griten. Tú lo único que
tienes que hacer es declarar que
Ángeles y sus hombres hicieron
fuego sobre ustedes. ¡No lo olvides,
son órdenes superiores!
BAUTISTA: A ver si tienes cara en el
juicio, cuando el mismo General
Ángeles te desmienta.
GENERAL DIÉGUEZ: Después haremos
las gestiones para que te paguen:
ahora sube al teatro, ahí te dirán a
donde deberás esperar.
SANDOVAL: [Cuadrándose]. ¡A sus
órdenes, mi general!
[Sandoval sube las escaleras,
atraviesa la puerta central, cruza
el vestíbulo y desaparece por las
cortinas del fondo. Sale].
GENERAL DIÉGUEZ: [Mirándolo
alejarse]. ¡Este cobarde de
Sandoval debió matar a Ángeles!
Muerto, nos hubiera evitado este
juicio, este mecate, que todavía se
nos puede enredar entre las patas.
BAUTISTA: No tema nada, mi general. Es
el juicio de un muerto, mañana lo
veremos tendido.
GENERAL DIÉGUEZ: A Salas, a estas
horas no le debe llegar la camisa al
cuerpo. ¡Conozco a los vendidos!
BAUTISTA: ¡De verdad que traidores hay
de sobra!
GENERAL DIÉGUEZ: La traición nos
ronda, nos aguarda a cualquier hora
y en cualquier esquina. Y todos
hemos ido terminando así y ninguno
de nosotros tendrá un final distinto.
Da lo mismo llamarse Zapata,
Ángeles o Madero…
BAUTISTA: Si uno lo piensa da
escalofrío… o miedo. ¿Verdad, mi
general?
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Miedo?… No,
coronel, es la espera. No sabemos
qué ni a quién, pero esperamos. Tal
vez sólo esperamos al traidor…
BAUTISTA: No tema nada, mi general, yo
soy su amigo, usted me ha encargado
la seguridad del preso y no se
escapará, porque para él ya llegó su
última mañana. Después a ver cómo
nos toca.
GENERAL DIÉGUEZ: [Mirando su reloj
de pulsera]. ¡Las siete y cuarto! Los
generales del juicio sumario no
tardarán en llegar a Chihuahua. El
tren del prisionero entra en la
estación dentro de veinte minutos.
BAUTISTA: Me voy, mi general. A ver si
cuando baje Ángeles del tren no se
amotina la plebe en la estación. [Se
ríe]. ¡Mañana, mi genera!, diremos
otra vez: ¡Sobre el muerto las
coronas!
[Sale Bautista. Diéguez lo ve irse
y se dispone a subir las gradas del
teatro cuando entran por el lado
opuesto del proscenio las señoras
Revilla, Seijas y Galván].
SEÑORA REVILLA: ¿General Diéguez, lo
hemos buscado toda la noche?
GENERAL DIÉGUEZ: [A mitad de las
gradas]. Lo ignoraba, señora: nunca
me hubiera privado de su presencia.
[Diéguez baja las gradas y hace
una reverencia a las señoras].
SEÑORA SEIJAS: Nos envían los comités
Pro-Felipe Ángeles a pedir la vida
de su prisionero.
GENERAL DIÉGUEZ: No es mi
prisionero, señoras, sino el
prisionero del Gobierno. ¿Son
ustedes parientes del General
Ángeles?
SEÑORA GALVÁN: No señor, la familia
del General Ángeles está en el
destierro, usted lo sabe, y el
Gobierno no deja cruzar la frontera a
su hermano.
GENERAL DIÉGUEZ: Perdón señora. Veo
que vienen impulsadas por la
piedad.
SEÑORA REVILLA: No, general, la
justicia se parece poco a la piedad.
GENERAL DIÉGUEZ: Señora, me precio
de ser hombre que conoce la
justicia, ya que estoy encargado de
impartirla.
SEÑORA GALVÁN ¿A organizar esta
función de teatro le llama usted
justicia, general?
SEÑORA SEIJAS: La confunde usted con
el terror.
GENERAL DIÉGUEZ: A veces el rostro
de la justicia es aterrador… pero, no
es mi propósito discutir con señoras.
¿En qué puedo servirlas? No
entiendo lo que me piden.
SEÑORA REVILLA: Pedimos un juicio
legal. Tiempo, defensores, o bien la
suspensión del juicio, ya que éste ha
sido declarado ilegal por la Justicia
de la Unión.
GENERAL DIÉGUEZ: No está en mis
manos satisfacer sus deseos,
señoras.
SEÑORA GALVÁN: Pero sí está en sus
manos formar un tribunal compuesto
por generales adictos al régimen.
SEÑORA SEIJAS: ¡Y esta prisa por
anunciar la traición del General
Ángeles! Se diría que están ustedes
llenos de miedo.
GENERAL DIÉGUEZ: Vivimos en un
tiempo que va más de prisa que
nosotros, señora. El gobierno no
puede gastar muchos días en el caso
de un general traidor a la
Revolución.
SEÑORA REVILLA: General, antes de
afirmar que su prisionero es traidor,
debe usted probarlo.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Pide usted
pruebas? Las tendrá hoy mismo.
SEÑORA REVILLA: ¿El tribunal
encargado de condenar a muerte a
Felipe Ángeles me las va a dar?
GENERAL DIÉGUEZ: Es un tribunal
formado por antiguos compañeros de
armas del acusado.
SEÑORA SEIJAS: Amigos en el poder,
dispuestos a conservarlo aun a costa
de su honor.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Señora!… Hay
hechos que usted olvida: la
Revolución triunfó y ella es la única
que puede absolver o condenar a sus
enemigos.
SEÑORA REVILLA: ¿La Revolución?
¿Llama usted la Revolución a una
camarilla de ambiciosos que están
sacrificando a todos los que se
oponen a sus intereses personales?
GENERAL DIÉGUEZ: [Serio]. Señora, yo
no puedo ayudarlas. No comparto
sus opiniones políticas Consulten
con un ahogado, el prisionero
todavía no ha pedido defensores.
[Por el lado izquierdo del
proscenio entran poco a poco los
generales del Consejo de Guerra.
Ven a Diéguez acompañado de las
señoras y permanecen alejados].
SEÑORA GALVÁN: ¿Preparar la defensa
de un condenado a muerte? ¿Así, sin
tiempo, en unas cuantas horas?
GENERAL DIÉGUEZ: Tengo entendido
que la barra de abogados de
Chihuahua forma parte de los
Comités Pro-Felipe Ángeles. Ahí
pueden encontrar a mejores
consejeros que yo. [Diéguez mira en
dirección de los generales y trata
de separarse de las señoras].
SEÑORA SEIJAS: ¿Y nos concederá
hablar con su prisionero?
GENERAL DIÉGUEZ: [Mirando hacia
los generales]. Cuantas veces lo
juzguen necesario. El prisionero
estará aquí antes de las ocho de la
mañana. Me perdonan, pero debo
atender a los señores generales del
Consejo de Guerra. ¡A los pies de
ustedes, señoras!
SEÑORA REVILLA: Gracias por su
consejo, iremos a buscar abogados.
[Diéguez se inclina ante ellas y
luego se dirige hacia los
generales].
[Las tres señoras salen. Diéguez
avanza y abraza a los generales:
Gavira, Acosta, Peraldí, García y
Escobar].
GENERAL DIÉGUEZ: [A Gavira].
¡General Gavira!
GAVIRA: [Abrazándolo]. ¡No se quejará
usted, aquí nos tiene a todos! Hemos
hecho jornadas dobles, como en los
buenos tiempos. [Se estrechan todos
la mano].
GENERAL DIÉGUEZ: No me quejo, antes
me maravilla su exactitud. Y aquí
entre nosotros, temía por el General
Escobar. [Se ríe].
PERALDÍ: También yo venía pensando en
él. Para llegar aquí, había muchas
piedras en su camino.
ESCOBAR: ¡Ni tantas! Los ejércitos se
han desgranado como mazorcas de
maíz. Ya ven ustedes, a un Ángeles,
que mandó a miles, lo han cogido
con dos o tres hombres en estos
andurriales del norte.
GENERAL ACOSTA: Apenas puede
creerse… yo no quería venir para no
pegarme el chasco. [Se ríe].
GARCÍA: Lo agarraron como pajarito.
ESCOBAR: Eso es lo que no entiendo. Si
estaba desterrado y su facción en la
derrota, ¿a qué volvió a México?
GAVIRA: No creyó en su derrota. En
Parral hasta se declaró Presidente de
la República.
ESCOBAR: ¡No es verdad! Ángeles es
demasiado inteligente para hacer tal
disparate.
GAVIRA: General Escobar, me asombra
que diga usted eso, Ángeles es sólo
un disidente, como Francisco Villa y
Emiliano Zapata.
PERALDÍ: No, General Gavira, no es el
mismo caso, esos dos empezaron
como bandidos y así han acabado.
En cambio Ángeles es militar de
carrera, hizo sus estudios en Francia.
¿No se acuerda de él? ¡Tan pulcro!
¡Tan callado! Se nos separaba
después de las batallas y se iba a
vagar solo…
GAVIRA: ¡Claro que me acuerdo de él,
compañero! Nunca supe qué lo llevó
a la Revolución; en cambio sí sé qué
fue lo que lo hizo traicionarla.
GENERAL ACOSTA: No, General Gavira,
Ángeles era sincero. A pesar de que
es cierto, que siempre nos puso una
distancia. Yo la sentía. No sé cómo
el General Francisco Villa llegó a
quererlo tanto…
PERALDÍ: Yo no creo que nos
malquisiera, nada más era diferente.
Tenía sus manías: antes de los
combates se bañaba, porque creía
que había que ir limpios a la muerte.
GAVIRA: [Riéndose]. ¡Pues a ver,
General Diéguez, váyale preparando
su tinita y su loción!
GENERAL DIÉGUEZ: [Serio]. No se
dejen llevar por sus recuerdos. Para
poder hacer justicia, hay que obrar
como si nunca lo hubiéramos
conocido.
GAVIRA: No, general, ¡hay que
recordarlo todo! Ángeles fue
siempre un ambicioso. Un militar
postergado por el antiguo régimen,
que creyó encontrar su oportunidad
uniéndose a las filas
revolucionarias. Eso lo descubrió el
Primer Jefe desde el principio y lo
inutilizó. Entonces se fue con Villa
creyendo que iba a poder manejarlo
contra el Primer Jefe. El es uno de
los causantes de la división entre los
revolucionarios.
ESCOBAR: No nos hagamos tontos,
General Gavira. La enemistad del
Primer Jefe por Ángeles es un
incidente personal, una cuestión de
antipatía. La verdad es que Ángeles
ganó todas las batallas y así se ganó
la Revolución… Después nos
dividimos…
GENERAL ACOSTA: Durante la
Convención buscó la alianza con
Zapata…
GARCÍA: ¿Y qué? Zapata era un
revolucionario y todos fuimos
convencionistas.
GAVIRA: Dejemos ese punto aparte,
General García. La actitud
levantisca de Ángeles no data de la
Convención, sino que viene de más
lejos. ¿Ya no recuerdan que antes de
la batalla de Zacatecas se enfrentó
con el Primer Jefe, con el pretexto
de que el pueblo no necesitaba
caudillos sino ciudadanos?
ESCOBAR: Sí, general, pero él ganó la
batalla y con ella ganó la
Revolución.
GAVIRA: ¡General Escobar, no están en
discusión los méritos guerreros de
Ángeles, sino su conducta política!
GENERAL ACOSTA: ¡No se exalten,
compañeros!… ¿No sería más
prudente continuar la discusión más
adelante?
GENERAL DIÉGUEZ: [Con aire
solemne]. Tiene razón el compañero
Acosta. No es hora de discutir. El
General Juan Barragán, Ministro de
Guerra, me ordenó que los llamara a
todos ustedes para que, reunidos en
Consejo Extraordinario, juzgaran al
General Felipe Ángeles, culpable
del delito de rebelión militar. Y
ustedes saben señores, el rigor con
que castiga la ley de nuestra
profesión a un oficial de alta
graduación, que se rebela contra las
instituciones públicas y olvida el
honor jurado. [Cambiando de tono].
Siento tener que hablarles en esos
términos, pero he recibido
instrucciones concretas de México.
ESCOBAR: [Señalando el teatro]. Ahora
me explico por qué vamos a juzgarlo
en un teatro.
GENERAL DIÉGUEZ: [Serio]. ¿Qué
quiere usted decir, general?
ESCOBAR: ¡Nada! Que a mí me cuesta
trabajo aprenderme los papeles de
memoria.
GAVIRA: ¡Rechazo las insinuaciones del
compañero Escobar!
GENERAL DIÉGUEZ: Por supuesto que
están ustedes en absoluta libertad
para juzgar al reo y serán la ley y sus
conciencias las que decidan su
suerte, que desde luego ahora queda
en sus manos.
GENERAL ACOSTA: ¿Ese es el camino a
seguir?
ESCOBAR: ¡De verdad que esto es un
entierro! Compañeros, nos han
reunido aquí para dar fe de su
cadáver.
PERALDÍ: ¡Caray, a mí me duele
condenar a muerte al General
Ángeles! Y más en el nombre de la
disciplina militar. ¡Ha sido un
general tan brillante!
ESCOBAR: Si hubiéramos pensado en la
disciplina militar, jamás hubiéramos
tomado las armas.
GAVIRA: Era diferente. En ese tiempo
nos alzamos contra la usurpación y
además nos jugábamos la cabeza.
ESCOBAR: Felipe Ángeles también se la
jugó entonces.
GENERAL DIÉGUEZ: Y se la juega ahora,
pero contra la Revolución. Usted,
General Escobar, se empeña en no
ver el aspecto político del caso.
Ángeles lucharía contra su sombra,
si su sombra tomara el mando. No
odia a Carranza, odia al Jefe. No
entiende a su pueblo, ni entiende a su
momento. Esta hora es hora de
caudillos, a cuya sombra se cobijan
los demás, los débiles o los que han
renunciado al pensamiento. A estos
les gusta descansar en el fuerte. ¡Y
Ángeles, el iluso, cree que hay que
acabar con los jefes! No se da
cuenta de que para acabar con los
jefes es necesario un jefe que los
mate a todos.
ESCOBAR: Sí, hasta que venga otro jefe
y lo mate a él. ¡Ya me convenció
General Diéguez!, pero confieso que
no hicimos la Revolución para esto.
[Escobar sube las gradas de la
escalinata]. ¡Vamos a ocupar
nuestros sitios, señores! ¡Este es un
juego con un final de sangre, y hay
que jugarlo aunque sepamos que la
muerte es el único premio de esta
lotería! ¡Ojalá, General Diéguez, que
no tenga yo que asistir a su función
teatral!
[Los centinelas abren de par en
par las puertas centrales de
cristal del vestíbulo. Antes de
cruzarlas, Escobar se vuelve a
Diéguez y se ríe. El General
García le sigue de muy cerca].
GENERAL DIÉGUEZ: [En voz muy alta].
¡Falta mucho para ese estreno,
General Escobar!
GARCÍA: [A Diéguez, en voz muy alta y
desde arriba de las gradas].
¡Avíseme para apartar mi palco!
[Escobar y García entran al
vestíbulo del teatro y conversan
animadamente].
GENERAL ACOSTA: ¿Qué me dice usted,
compañero Peraldí? ¿Usted que se
tocaba tanto el corazón?
PERALDÍ: [Tomando a Acosta por el
brazo y empezando a subir las
gradas]. Que a veces los recuerdos
nos traicionan… y que a veces no
entiendo en qué hemos convertido a
la Revolución.
[Acosta y Peraldí entran al
vestíbulo del teatro, Escobar y
García se dirigen hacia las
cortinas del fondo del vestíbulo,
las cruzan y desaparecen].
GENERAL DIÉGUEZ: Lo felicito, Gavira,
los convenció a todos, usted debió
haber sido licenciado.
GAVIRA: Usted fue el que los amansó.
¡Ya ve que hasta Escobar se dobló!
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Escobar? No
estoy seguro, general… y a decir
verdad, no estoy seguro de haber
convencido a ninguno… pero, le
aseguro que va a ser difícil que
Escobar asista a mi Consejo de
Guerra: en cambio a él no se la fío
muy larga.
GAVIRA: ¡Con qué humor lúgubre se
levantó hoy, compañero!
GENERAL DIÉGUEZ: En días como éste
no tengo otro mejor. Hay que matar
pronto a Ángeles… El teatro está
repleto de partidarios suyos y ya
verá usted como se pone cuando él
hable. El juicio es ilegal, ha sido
suspendido por un Juez y el Primer
Jefe insiste en matar con el código
en la mano. ¿No se dará cuenta de
que no engaña a nadie? Hubiera sido
mejor matarlo en el campo y decir
que había muerto en una escaramuza.
Pero quiso darse el gusto de matarlo
en el nombre de la ley y de la
Revolución, como si quisiera
matarlo totalmente, y nada más está
enseñando demasiado el juego.
GAVIRA: Cuando la carta es buena hay
que enseñarla. ¡Tenemos un as en la
mano! ¡Matarlo en el campo era
desaprovecharla! Debemos hacer
una demostración de fuerza delante
de los sentimentales y de los ilusos,
como decía usted, general.
GENERAL DIÉGUEZ: Pero ¿no
comprende, general, que el crimen
de matar a Ángeles justificará
muchos asesinatos en el futuro? El
mío, el de usted, el de Carranza… y
mientras tanto la opinión mundial y
el país entero piden clemencia. Y no
hay respuesta. El Primer Jefe no
responde.
GAVIRA: Ni responderá. Hay que
amansar a muchos todavía. Y verá
usted que en el futuro, nadie
discutirá la razón que le asistió.
GENERAL DIÉGUEZ: Se equivoca,
Gavira. Esta muerte no quedará
clara; porque Ángeles es un
revolucionario y todavía no está
claro si fuimos nosotros o ellos los
disidentes. Nosotros abandonamos a
la Convención que era el poder
supremo al que habíamos jurado
defender.
Gavira: Compañero, ¿quería usted que
nos quedáramos en manos de Villa y
de Zapata? Además, hicimos la
Constitución. ¿O pone usted en duda
la legalidad del régimen
constitucional?
GENERAL DIÉGUEZ: Yo no pongo en
duda nada. Me pregunto por las
consecuencias de este acto.
GAVIRA: Nosotros ganamos la partida.
Los vencidos nunca tienen razón. La
historia está con nosotros.
GENERAL DIÉGUEZ: La historia es una
puta, general. No hay que fiarse de
ella. Y este muerto es muy grande,
no vamos a tener bastante tierra para
cubrirlo.
GAVIRA: No lo entiendo, General
Diéguez.
GENERAL DIÉGUEZ: Tampoco yo me
entiendo. ¿Usted cree que Ángeles
entiende algo? Aunque quizá todo se
vuelve claro para los que van a
morir.
GAVIRA: Y a propósito, todavía no me
dice usted dónde se encuentra el
prisionero.
GENERAL DIÉGUEZ: La escolta que
viene con él no debe tardar en llegar
GAVIRA: ¿Y todo está preparado?
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Todo! Tenemos
listos testigos y testimonios. El
juicio debe de ser rapidísimo.
GAVIRA: [Tomándolo del brazo].
Entonces, vamos a entrar. Nos
espera un día de trabajo.
GENERAL DIÉGUEZ: [Deteniéndose]. Yo
no pienso asistir al juicio. Estaré en
mi despacho por si algo se les
ofrece. Me daré una vuelta más
tarde. Adentro están las pruebas y
los testigos.
GAVIRA: [Asombrado]. ¿Se me va?
GENERAL DIÉGUEZ: Sí, General Gavira.
[Diéguez se coloca el kepí y serio
saluda al General Gavira y sale con
decisión. Gavira asombrado lo ve
irse, luego sube las gradas, cruza el
vestíbulo y desaparece detrás de las
cortinas del fondo. Por el lado
izquierdo del proscenio entran las
señoras Revilla, Seijas y Galván.
Las acompañan los abogados
Gómez Luna y López Hermosa].
SEÑORA REVILLA: Vamos a esperar
aquí, abogados. El General Diéguez
me aseguró que podríamos hablar
con el prisionero antes de que
entrara al teatro.
SEÑORA GALVÁN: ¡El aire frío se me ha
metido en los huesos!
SEÑORA SEIJAS: ¡Mi pobre General
Ángeles! ¿Cómo vendrá con vendrá
con este frío? El viaje lo hizo en un
vagón de carga. La noche se le habrá
hecho eterna.
GÓMEZ LUNA: Ya debería estar aquí.
LÓPEZ HERMOSA: Son capaces de
hacerlo entrar al teatro por alguna
puertecilla de salida de actores, No
creo que lo dejen comunicarse con
nosotros.
SEÑORA REVILLA: Si, estos ambiciosos
son capaces de todo, con tal de
asesinarlo rápidamente.
SEÑORA SEIJAS: Su coche venía muy
despacio por el paseo Bolívar.
Alcancé a ver sus ojos detrás de los
cristales del coche. ¿Los vieron?
¿Vieron los ojos de las gentes en las
aceras, esperando como nosotros?
SEÑORA GALVÁN: Yo no pude ver
nada… no quise
GÓMEZ LUNA: No hay que desesperar.
Haremos que de esta farsa surja la
verdad y el Gobierno tendrá que
retroceder.
LÓPEZ HERMOSA: No podemos aceptar
que la Revolución se haya
convertido en la voluntad homicida
de un ambicioso.
SEÑORA SEIJAS: ¡La gente se
arremolina! [Se oyen gritos de ¡Viva
el General Ángeles! Que vienen de
las calles adyacentes. Rumores de
que la multitud trata de desbordar
a la valla de soldados que la
contiene. Entra Felipe Ángeles
escoltado por soldados y por el
Coronel Bautista. Viste una camisa
vieja y unos pantalones viejos de
mezclilla desteñida. Calza unos
zapatos de tenis muy gastados.
Lleva dos libros bajo el brazo Es
moreno, delgado y alto. Las señoras
y los abogados avanzan a su
encuentro].
SEÑORA REVILLA: General Ángeles, me
voy a presentar: Soy la Señora
Revilla y vengo con las señoras
Seijas y Galván, enviadas por los
comités Pro-Felipe Ángeles, para
ayudarlo en su defensa.
ÁNGELES: [Haciendo una reverencia a
las señoras]. Queridas señoras.
SEÑORA REVILLA: Los abogados Gómez
Luna y López Hermosa, de la barra
de abogados de Chihuahua.
[Felipe Ángeles estrecha las manos de
los abogados].
GÓMEZ LUNA: Es un honor, General
Ángeles.
LÓPEZ HERMOSA: General Ángeles, soy
su servidor.
ÁNGELES: No sé cómo agradecer tantas
bondades. En momentos así
descubre uno cuánta gente buena hay
en el mundo.
SEÑORA SEIJAS: ¡Verlo así, general,
rodeado por una escolta, como un
delincuente!
GÓMEZ LUNA: De manera muy distinta
lo había recibido a usted Chihuahua.
SEÑORA GALVÁN: [A da escolta].
¡Esbirros! ¿No les da vergüenza
hacerle esto al vencedor de la
Revolución?
SEÑORA REVILLA: Pero ya ve usted,
general, que Chihuahua entera ha
salido a su encuentro, sólo que ahora
todos estamos tristes, no es como
antes.
ÁNGELES: Aquellos eran los días de la
libertad.
SEÑORA SEIJAS: ¡Con este frío y no
tiene usted ni siquiera una guerrera!
BAUTISTA: Pueden subir al teatro, allí
está más recogido, siquiera no sopla
el viento.
ÁNGELES: Aunque ya me estoy haciendo
viejo, todavía el frío no me pega. El
aire de la sierra de Chihuahua curte.
Ya me hacía falta después de los
años de destierro. Se pierde la
costumbre de la vida a campo raso.
[Se ríe].
SEÑORA SEIJAS: ¡Me muero de frío!
ÁNGELES: ¡Vamos, vamos adentro!
[Ángeles, Bautista, los abogados y
las señoras, suben las gradas y
entran al vestíbulo del Teatro de los
Héroes].
SEÑORA REVILLA: Le tengo noticias de
su familia, general. Su hijo Alberto
hace gestiones desde Nueva York y
su hija Isabel ha enviado un
telegrama a la hija de Carranza, que
desgraciadamente ha quedado sin
respuesta.
ÁNGELES: ¡Pobres niños…!
LÓPEZ HERMOSA: No contestará, tiene
la mudez del ídolo.
SEÑORA SEIJAS: Su hermano está
tratando de cruzar la frontera, viene
con los abogados.
ÁNGELES: No los dejarán pasar.
GÓMEZ LUNA: General, aquí en la
ciudad, somos muchos los abogados
que queremos defenderlo.
ÁNGELES: Señor Gómez Luna, no creo
que mi problema sea un problema de
abogados, sino el de un destino ya
determinado.
GÓMEZ LUNA: ¡General, su caso es un
caso de justicia! ¿Para qué servimos
los abogados, sino para defender a
los inocentes?
ÁNGELES: Yo, abogado, creo que todos
somos inocentes y todos somos
culpables. Es decir, que vamos
empujados por un mismo destino que
entre todos hemos convocado.
BAUTISTA: [Interviniendo]. Solo que
unos son los ganadores y otros los
que pierden.
ÁNGELES: No, coronel, aquí no hay
ganadores. Aquí todos hemos
perdido por parejo.
BAUTISTA: ¡Hum…! Aunque ahora que
lo traía yo por esas calles con tanta
gente… no sé… no me parecía
llevar a un perdedor. Tal vez tiene
usted razón, general.
ÁNGELES: ¿Ve, coronel? ¿Ve cómo todo
se ha vuelto ambiguo? El triunfo, la
derrota, y es que no era éste el
triunfo que esperábamos.
GÓMEZ LUNA: El pueblo sabe que usted
es inocente, general, y cree en usted.
Por eso ha salido a recibirlo como a
un triunfador.
LÓPEZ HERMOSA: Para nosotros salvar
su vida es un deber, general.
Sabemos como el pueblo de
Chihuahua, que no hay delito que
perseguir, y que sólo se trata de una
venganza personal. Carranza no le
perdona su carrera, su limpieza y su
prestigio. Usted representa un
enemigo demasiado brillante además
un enemigo al que no le interesa el
poder personal. El en cambio sólo
persigue erigirse en tirano.
ÁNGELES: Por eso debo morir mañana
al amanecer, entre las cinco y las
siete de la mañana y nada podrá
salvarme… Y lo que es más triste es
que mi muerte no cambiará la suerte
de mi pueblo.
SEÑORA REVILLA: Entonces, ¿no cree en
nosotros? ¿No cree en nuestra
defensa, general?
ÁNGELES: En ustedes es en lo único que
creo, señora, y por ustedes volví a
México, pero sé que todo lo que
hacen por mi es inútil. Ni siquiera
este Consejo de Guerra, si me fuera
favorable, podría cambiar mi suerte.
Y si el mundo entero pidiera mi
vida, también sería ejecutado. Así lo
ha resuelto un hombre sentado en el
principio de la infalibilidad del
poder personal. Contra ese principio
combatimos todos con las armas en
la mano y ahora reaparece en un
hombre nuevo, que no va a permitir
que se le combata ni con las armas,
ni con la palabra. La sangre está
todavía muy fresca, la memoria
intacta y el origen del poder, dudoso.
GÓMEZ LUNA: No sea pesimista,
general. No olvide que Carranza se
juega todas sus cartas sucias a la
palabra legalidad. Ahora quiere
asesinarlo con el simulacro de la
legalidad. Para eso ha organizado
este juicio en lugar de ordenar el
crimen en un paraje obscuro.
ÁNGELES: Carranza equivoca las
palabras para disfrazar los hechos,
por eso es peligroso. Nunca ha
estado dispuesto a asumir el origen
secreto y verdadero de sus actos, es
decir la verdad. Y en este caso la
verdad es que uno de nosotros dos
debe morir, porque somos
incompatibles, aunque la muerte de
cualquiera de nosotros dos
signifique el naufragio de los
principios por los cuales peleó el
pueblo. Miente para ocultar que él y
yo no peleamos por los mismos
principios y que somos antagónicos.
El cree que la revolución es un
medio para alcanzar el poder
absoluto y yo creí que era un medio
para exterminarlo. Hay destinos
paralelos, abogado, el de los
adversarios, el de los héroes, el de
los amantes, el del criminal y la
víctima, y su relación es tan intima,
que a veces escapa hasta a los
mismos protagonistas.
SEÑORA REVILLA: Su sangre ahogaría a
Carranza, general.
ÁNGELES: Tal vez es mi sangre la que
necesita Carranza para ahogarse. Tal
vez desde el primer día así lo vimos
los dos. Somos dos principios frente
a frente y si uno de ellos es
asesinado ahora, el otro lo será,
automáticamente. El arma de la
tiranía dispara por la boca y por la
culata. No se puede arrancar a los
demás un privilegio, sin perderlo
uno mismo; ni se puede privar a los
demás de la libertad, sin perderla
uno mismo ni se puede impartir el
terror, sin estar poseído por el
terror. Tampoco se puede matar sin
entrar en el terreno del crimen y
armar la mano del que después nos
va a asesinar. Cometer crímenes
desde el poder es abrir la era de los
asesinos, por eso ahora al cruzar las
calles de esta ciudad, un tumulto de
hombres y de rostros caídos en
combate o ante los pelotones de
fusilamiento me seguían diciéndome:
«nada ni nadie impedirá tu muerte,
Felipe Ángeles, porque el principio
que alimentaba tu vida ha muerto…
quizás el destino de las
revoluciones…».
GÓMEZ LUNA: La ley no acepta la
fatalidad, general. La ley tiene la
facultad de salvar a un hombre de
una muerte injusta.
ÁNGELES: La muerte de un hombre,
abogado, es algo determinado desde
antes de su nacimiento.
LÓPEZ HERMOSA: No acepto sus
razones para morir, general.
ÁNGELES: Los destinos secretos de la
muerte nadie los conoce. Además, la
muerte es el único privilegio
privado que acepto… cada uno
muere de su propia muerte. [Ángeles
se ríe].
SEÑORA SEIJAS: No digo eso, general.
ÁNGELES: [Serio]. No quiero que nadie
se aflija por mí, señora. Yo soy el
que debe llorar por todo lo que no
hice por ustedes cuando pude
hacerlo. Muchas veces vi morir a
mis hombres, ¡pobres soldados del
pueblo, que con las piernas
temblorosas avanzaban hacia la
muerte…! Y no lloré por ellos a
pesar de pedírmelo mi corazón
porque creía que se debía morir por
algo superior a nosotros. Y ahora,
aunque a mí también me flaquean las
piernas, debo morir como mis
hombres, a pesar de que muero por
algo inferior a lo que ellos
murieron… gracias a mis errores.
GÓMEZ LUNA: Usted, general, no tiene
la culpa del fracaso de la
Revolución. Los ideales son
maleables dependen de las manos de
quienes los manejan. Después de
todo las ideas se traducen en
palabras y las palabras se aplican a
veces a realidades que no
corresponden a ellas, para ocultar
las verdades. Eso es lo que sucede
ahora, general, se han invertido los
valores por los que usted peleó,
mientras se sigue usando el mismo
lenguaje por el que usted peleó.
Nosotros lo sabemos y estamos con
usted.
LÓPEZ HERMOSA: Y nosotros vamos a
pelear por su vida, aunque esta sea
la última batalla que demos.
ÁNGELES: Ahora ya todo es igual,
abogado, la batalla la perdimos.
Esta ciudad, la más leal a Madero,
lo sabe. Por eso sus calles me veían
pasar con tristeza: «¿Y en esto acabó
todo, General Ángeles?», me decían.
GÓMEZ LUNA: Entre todos podemos
encontrar una respuesta diferente,
para eso estamos aquí.
ÁNGELES: ¡Ah!, ¡si pudiera empezar de
nuevo! ¡Volver a aquel 20 de
noviembre! Tal vez encontraría un
final diferente. Pero quizá es mejor
así. Quizá ningún triunfo es fecundo
y sólo la derrota está libre de
compromisos, no hay con quien
pactar, ni siquiera con uno mismo.
Necesitaríamos sangre otra vez para
lavar a las palabras manchadas por
los traidores y hacer que floreciera
la verdad… pero tal vez toda
revolución está condenada a una
mentira final: la del que queda con
el triunfo en la mano, porque ése
antes ya recorrió el largo camino de
la intriga y el crimen, y miente para
ocultar que sus fines son personales
y sus intereses opuestos a la
Revolución. Eso, abogado, es
inconfesable, y cada vez que alguien
se lo recuerde, se verá obligado a
asesinarlo. ¿No ve, abogado, que un
revolucionario en el poder es una
contradicción? ¿Y qué asesinar a los
revolucionarios en el nombre de la
Revolución es una consecuencia de
una misma contradicción?
LÓPEZ HERMOSA: Eso lo debemos
probar ante el Consejo de Guerra.
ÁNGELES: Los miembros del Consejo lo
saben mejor que nosotros, y como lo
saben se sienten en peligro. Muchos
de ellos desfilaron pronto ante un
pelotón de fusilamiento. Déjelos
ahora, que se embriaguen con
palabras que han perdido su sentido
y que van a emplear ahora para
matarme. Ellos saben el peligro de
usar un lenguaje determinado para
situaciones cambiantes: las palabras
se convierten en armas, que se
vuelven contra nosotros mismos. Y
más tarde el pueblo, hasta que
lleguen a significar exactamente lo
contrario de lo que significaron en
su origen, y el Estado se convierta
en un monolito enemigo, que asesina
a todo aquello que se opone a su
poder.
GÓMEZ LUNA: Si usted hubiera tomado
el poder, no estaríamos ahora
metidos en esta maquinaria infernal.
ÁNGELES: ¡No lo sé! Al poder hay que
llegar puro, como llegó Madero, o
no hay que llegar. Por eso la
Convención pidió elecciones libres
y exigía a un civil, pero los
cañonazos de cincuenta mil pesos
hicieron un efecto más mortífero que
los cañonazos de Zacatecas… ¡Y
pensar que todo pudo ser hermoso!
[Se produce un silencio].
SEÑORA REVILLA: Prométanos, general,
que va a pelear por su vida. O
cuando menos concédanos que la
peleemos nosotros.
ÁNGELES: [Sonriendo]. Señora, yo no
he hecho en mi vida otra cosa que
pelear. Le prometo seguirlo
haciendo hasta que muera. Usted,
abogado, ayúdeme a dar esta batalla
inútil. [A Bautista]. Coronel, estoy a
su disposición.
[Felipe Ángeles se inclina y besa
la mano de las señoras Seijas y
Galván, se detiene unos instantes
frente a la Señora Revilla y luego
le besa la mano con respeto].
SEÑORA REVILLA: Yo estaré en el
teatro. Yo, como la ciudad, me veo
en usted y su muerte y su vida son
las mías. De aquí en adelante nada
nos separará, ni las acusaciones, ni
las balas.
[Felipe Ángeles suelta dulcemente
la mano de la Señora Revilla, la
mira con tristeza, se vuelve a
Bautista, luego a Gómez Luna y a
López Hermosa].
ÁNGELES: ¡Señores, estoy a sus
órdenes!
GÓMEZ LUNA: Apenas si tenemos
tiempo. [Ángeles, Bautista, Gómez
Luna y López Hermosa, se dirigen al
fondo del vestíbulo mientras cae
suavemente el telón].
Telón.
ACTO II
Foro del Teatro de los Héroes. Las
cortinas rojas del fondo del Vestíbulo
están descorridas y muestran el foro.
Es el final del Juicio Sumario de Felipe
Ángeles. El C. Juez Instructor Militar;
el Secretario; los Vocales y el Agente
del Ministerio Público, están sentados
ante una gran mesa cubierta de
papeles. Felipe Ángeles ocupa el
banquillo de los acusados. En un
ángulo opuesto está el Abogado López
Hermosa, ayudante del Abogado Gómez
Luna. El Agente del Ministerio Público
se pone de pie.
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Ha
dicho el abogado defensor, que no
hay ningún dato en el proceso que
acredite los elementos constitutivos
de la acusación. Dice también que
unas cuantas horas no bastan para
efectuar un proceso de esta
naturaleza. Y yo digo que ni dos o
tres meses bastarían. ¡Y le contesto
que por tratarse justamente de un
Consejo de Guerra extraordinario
debe terminarse inmediatamente!
Hay elementos bastantes para juzgar
como comprobado el cuerpo del
delito de rebelión y la
responsabilidad criminal del
acusado. La comprobación de los
delitos de rebelión y deserción están
constituidos por hechos que tienden
al objeto que señala el artículo 133
de la Ley Penal Militar. Este artículo
exige en primer lugar el carácter
militar del acusado, que está
perfectamente comprobado en autos.
Todos sabemos que el acusado llegó
a ser hasta Subsecretario de Guerra
en la época Pre-constitucional!
Ahora bien, todos sus actos han
demostrado desde hace mucho
tiempo, que se encontraba sustraído
a la obediencia de las fuerzas del
señor Carranza. ¿No es prueba
bastante de rebelión el hecho de no
haberse internado en la zona
ocupada por las fuerzas carrancistas
por temor a ser aprehendido y el
hecho de haber acompañado a las
fuerzas de Villa? Ángeles se nos
quiere presentar en esta audiencia,
como un propagador de la unión y la
fraternidad, y nos oculta que ha
traído armas, se ha puesto
chaparreras y ha peleado contra las
fuerzas de Carranza. Su rebelión
quedó demostrada cuando él mismo
llamó problemas a las preguntas que
se le hicieron. Su rebelión quedó
demostrada, con esa falta de
voluntad para contestar, en lugar de
presentar su alma desnuda ante el
pueblo y ante los que tienen poder
para juzgarlo. Esta indiferente
actitud indica dos cosas: que no es
un militar pundonoroso y el ánimo
con el que se internó en la
República. En esta audiencia se le
deslizaron varias veces expresiones
como ésta: «que había que tratar con
clemencia al enemigo». ¿Cuál
enemigo? Todos estos elementos a
los que me he referido en desorden
por el calor de la improvisación,
hacen prueba plena de los delitos
que le imputo. Al ser interrogado,
Ángeles ha dicho que no fue rebelde
ni hostil al Gobierno. De acuerdo
con la regla: animuspreconsumiturs
quealem facta
demostrant, todos estos hechos
señalan el ánimo necesario para que
sea juzgado por rebelión. El
ciudadano defensor espera que este
Honorable Consejo absuelva al
acusado, ya que dice que hasta los
aplausos del público demuestran la
inocencia de Ángeles. Pero, yo debo
advertir que los aplausos se deben a
las tendencias socialistas del
público y del acusado, ya que
cuando éste dijo: «mientras el pobre
trabaja el rico come» fue cuando los
aplausos fueron más nutridos. En fin,
no trataré puntos que carecen de
importancia, para no alargar este
Consejo. El pero sólo, que este
Consejo de Guerra, dada la
trascendencia de estos momentos, no
sea víctima de un espíritu de
clemencia que podría ser de
consecuencias funestas. Espero pues
una resolución enérgica, en bien de
la patria, del pueblo y de la paz
pública.
LÓPEZ HERMOSA: Los testigos que han
depuesto en el proceso, en virtud de
haber sido amnistiados por el mayor
y ahora Teniente coronel Gabino
Sandoval, han sido parciales y sus
declaraciones están llenas de
divergencias. No sé cómo el señor
Agente del Ministerio Público,
puede afirmar con todo aplomo, que
depusieron uniformemente, aunque
acepta que, el acusado, Señor
Ángeles, con la astucia que le
caracteriza logró torcer sus
declaraciones. Da pena, es
verdaderamente lamentable, como si
la situación en que se encuentra el
Señor Ángeles, no fuera ya de por sí
terrible, para que todavía venga el
señor Agente del Ministerio Público
a agravarla aún más, pintando al
acusado con los colores más negros,
haciéndole pasar casi como a un
demonio. Es muy fácil hacer pasar
los actos puros y nobles como
inspirados por la perversidad. No,
señor Agente del Ministerio
Público, ni la condición moral del
Señor Ángeles, ni sus antecedentes
gloriosos, ni su pasado limpio de
toda mancha, ni la condición
tristísima en que se encuentra hoy,
hacen presumir, no ya probar que el
acusado sea capaz de cometer el
acto delictuoso que usted le imputa.
Todos sabemos que vino a México a
propagar ideas de fraternidad. Y
pido un último careo entre él y
Gabino Sandoval, ya que el anterior
lo considero como un no careo, pues
al acusado no se le concedió la
palabra una sola vez.
[Aplausos en la sala].
LÓPEZ HERMOSA: Así como un nuevo
careo con Félix Salas.
[Aplausos en la sala].
LÓPEZ HERMOSA: El pueblo lo pide
conmigo.
[Aplausos en la sala].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: El
licenciado López Hermosa ha dicho
que no soy honrado, por citar la
confesión del acusado respecto al
enemigo. Me permito suplicar al
señor Presidente del Consejo, se
sirva decir al señor López Hermosa,
que se sirva retirar esas palabras,
porque no está en lo justo al hacer
tal apreciación sobre mi persona.
LÓPEZ HERMOSA: Disculpe el señor
Agente del Ministerio Público, ya
que no eran mis intenciones
lastimarlo, y en obsequio a su deseo
retiro las palabras que le hirieron.
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
Queda borrada la mala impresión.
PRESIDENTE DEL CONSEJO: Se da por
terminado el incidente.
LÓPEZ HERMOSA: Insisto en la nueva
presencia de los testigos.
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Que
comparezcan los testigos que
todavía están en el recinto, puesto
que la mayoría de ellos hace ya
mucho rato que abandonaron el
lugar. [Entra Sandoval].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¿.Conoce usted al acusado?
SANDOVAL: Sí es el General Felipe
Ángeles [Del público surgen gritos,
silbidos, insultos].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¡Silencio! ¡Silencio! ¡Silencio, o
haré evacuar la sala!
[La gritería aumenta. Sandoval
baja los ojos].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¡Silencio! ¡Silencio…! [La gritería
se calma un poco, hasta que se hace
el silencio].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Su
nombre y grado militar.
SANDOVAL: Gabino Sandoval, teniente
coronel de las defensas as Sociales
de Chihuahua.
FISCAL: ¿Conoce usted al acusado?
SANDOVAL: Sí, es el General Felipe
Ángeles.
FISCAL: Diga en qué circunstancias lo
conoció.
SANDOVAL: El día que lo aprehendí.
FISCAL: Explique usted cómo y en qué
batalla lo tomó prisionero. No se
deje impresionar por el acusado.
SANDOVAL: Cuando llegué al Valle de
los Olivos con mi gente, los
soldados del General Ángeles me
recibieron con un fuego nutrido. Así
se inició la batalla en la que las dos
partes tuvimos Bajas… después en
el momento en que iba a caer
prisionero sacó la pistola para
dispararme, sus hombres trataron de
propiciarle la huida y así fue como
lo conocí…
[Ángeles levanta la cabeza y mira
asombrado al testigo].
ÁNGELES: ¿Puedo hacer una pregunta al
testigo?
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
Cuando el testigo termine su
relación. Prosiga usted Sandoval.
SANDOVAL: Si el General Ángeles no
hubiera caído prisionero, nunca lo
hubiera conocido.
LÓPEZ HERMOSA: Mi cliente desea
hacer una pregunta. Después de todo
es un careo.
PRESIDENTE DEL CONSEJO: Concedida.
ÁNGELES: ¿Cuánto tiempo duró la
batalla, Sandoval?
SANDOVAL: [Con los ojos bajos]. Una
buena mitad de la mañana…
ÁNGELES: ¿Cuántas bajas sufrió usted
Sandoval?
SANDOVAL: ¡Ninguna!
ÁNGELES: En el Valle de los Olivos no
éramos más que cinco personas.
Cuando usted llegó estábamos
curando a Muñoz, que se había
lastimado un pie y nadie hizo fuego
sobre usted.
SANDOVAL: Nadie, mi general…
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Se
suplica al reo, que no trate de
confundir al testigo con argucias, ya
que éste es un hombre de clase
inferior y carente de toda cultura y
por lo tanto fácil de intimidar.
ÁNGELES: No lo intimido, simplemente
le recuerdo que yo no estaba
armado.
SANDOVAL: [Con los ojos bajos]. Muy
cierto, no estaba amado…
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¿Qué dice usted…? Le suplico que
no se deje impresionar por la
personalidad del acusado.
[Sandoval guarda silencio].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¡Retírese usted, Sandoval! [La sala
se llena de aplausos y de vivas a al
General Felipe Ángeles].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¡Silencio! ¡Silencio…! ¡Que pase el
testigo Félix Salas! [Entra Félix
Salas y una lluvia de gritos e
insultos acoge su aparición].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
Félix Salas, ¿conoce usted al
acusado?
FÉLIX SALAS: Sí, lo conozco muy bien y
desde hace ya tiempo.
FISCAL: ¿En qué circunstancias conoció
usted al acusado?
FÉLIX SALAS: Cuando era yo soldado
del ejército gobiernista, mi tropa
entró en combate con las fuerzas
rebeldes y yo caí prisionero en
Camargo. Así lo conocí.
FISCAL: Aclare usted exactamente de
quién cayó prisionero.
FÉLIX SALAS: De los villistas.
FISCAL: ¿Y entre los villistas se
encontraba Felipe Ángeles?
FÉLIX SALAS: Sí, fue precisamente él
quien me salvó de ser fusilado.
FISCAL: Entonces ¿quedó usted como
prisionero?
FÉLIX SALAS: No, porque el General
Ángeles me salvó la vida para que
entrara de soldado en el ejército
rebelde. Los villistas andaban cortos
de hombres y no fusilaban a los
prisioneros, para que entráramos en
el ejército de los levantados.
FISCAL: Entonces después de un
combate, usted cayó prisionero de
las fuerzas rebeldes y el General
Felipe Ángeles le salvó la vida a
condición de que usted combatiera
en las filas rebeldes al Gobierno de
México.
FÉLIX SALAS: ¡Tal como usted lo dice,
mi general!
ÁNGELES: Me permito repetir que no
tomé parte en el combate de
Camargo. Después de la batalla me
limité a pronunciar un discurso
pidiendo que se respetara la vida de
los prisioneros y entre ellas la vida
de Salas. Ya dije que soy enemigo
de la violencia, y que si volvía a mi
país, después de dos años de
destierro, como consecuencia de la
división entre los jefes
revolucionarios, fue para conciliar a
los mexicanos y terminar con esta
guerra fratricida entre los generales
que traicionaron a la Convención y
los revolucionarios que fueron fieles
a la Convención y a los principios
por los cuales luchamos todos antes
de que entraran en juego las
ambiciones personales.
FISCAL: ¿Y para unir a los mexicanos se
dedicaba usted a combatir a las
fuerzas gobiernistas?
ÁNGELES: Repito que desde mi vuelta a
México, no he combatido. Ya que no
vine a combatir sino a impedir que
sigan combatiendo inútilmente.
Cuando crucé la frontera, el General
Francisco Villa se dispuso a tomar
un pueblo fronterizo, para que yo
pasara al país sin peligro de ser
arrestado por las fuerzas
gobiernistas. Yo le agradecí su
muestra de afecto, pero me apresuré
a cruzar la frontera un día antes del
previsto y a mi cuenta y riesgo, para
evitar un derramamiento de sangre.
FISCAL: ¡Ah!, no quería usted debilitar
inútilmente a las fuerzas rebeldes y
prefirió cruzar la frontera solo y de
contrabando. Eso es lo que quiere
decir.
ÁNGELES: Lo que quise decir es
exactamente lo que dije, señor
Fiscal. Entré a México no a
combatir, sino a tratar de evitar que
esta matanza continúe.
FISCAL: Su hipocresía me subleva. El
testigo de cargo Félix Salas, asegura
que usted tomó parte en el combate
de Camargo y que cuando usted le
salvó la vida, así como a muchos de
sus compañeros, fue para ganar
hombres para las fuerzas traidoras.
ÁNGELES: Félix Salas falta a la verdad.
Sabe que no tomé parte en ese
combate y que si le salvé la vida fue
por un principio moral y no para
aprovechado como soldado del
General Francisco Villa. También
sabe que se quedó a mi lado por
agradecimiento y que cuando me
entregó a ustedes iba yo hacia el Sur,
pasa hablar con los zapatistas, y
lograr una alianza y una paz que
terminara con tantos crímenes. Yo,
señores, no hice la Revolución para
que tuviera este final de asesinatos,
sino la concordia y la igualdad de
los mexicanos…
FISCAL: [Interrumpiendo]. ¿Entonces
trataba usted de reunirse con las
fuerzas rebeldes zapatistas?
ÁNGELES: Señor Fiscal, me parece
inútil este diálogo. Usted está aquí
para hallar razones que justifiquen
mi muerte, y yo ocupo este banquillo
de los acusados, porque no busco la
muerte de nadie. Hubo un tiempo en
que fuimos iguales y peleamos por
las mismas cosas: por los pobres
apaleados, por el hombre privado de
su dignidad, por la justicia, por la
verdad. Cuando unidos derrotamos a
la reacción, la unidad también se
rompió entre nosotros, y el triunfo
del pueblo se convirtió en botín de
generales ambiciosos. Desde ese día
el grupo que tomó el poder
traicionando a la Convención, se
dedicó a exterminar al grupo que
quiso respetar las decisiones
tomadas en la Convención… Desde
ese instante andamos perdidos en el
laberinto del crimen y de la política
personal.
FISCAL: ¡No hay lugar para discursos!
¡El tiempo corre y la patria
angustiada nos mira! Debemos
continuar con el interrogatorio del
testigo. [A Salas]. ¿Una vez que el
acusado le salvó la vida qué hizo
con usted?
SALAS: Ya dije que entré bajo su mando,
pero que siempre busqué la ocasión
de volver con mi gente, y mi gente es
la gente del gobierno. Si me quedé
con el ejército del General
Ángeles…
ÁNGELES: ¿Mi ejército? Salas, ¿puede
usted darme algunos nombres de los
hombres que estaban bajo mi
mando? Si usted formaba parte de
ese ejército debe recordar nombres
de oficiales y soldados.
SALAS: Uno se llamaba Trillo… otro
Muñoz…
[Silencio].
ÁNGELES: No nombre usted a los cuatro
hombres que me acompañaban hacia
el sur. Cuatro hombres no
constituyen un ejército.
[Silencio. Salas mira hacia una
lámpara colocada a la izquierda
del escenario].
ÁNGELES: Es lamentable que detrás de
esa lámpara estén ocultos los
testigos, escuchando, para que
cuando estén en nuestra presencia no
se contradigan. Le suplico al señor
Fiscal, que insista para que el testigo
Salas dé ahora mismo los nombres
de los oficiales y soldados a mi
mando.
FISCAL: Pido que se retire la pregunta
del acusado por capciosa.
FÉLIX SALAS: Eran tantos los hombres
que ¿cómo me voy a acordar?
ÁNGELES: ¡Un hombre de la categoría
moral de Félix Salas deshonra a
quienes lo utilizan!
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: Se
suplica al acusado que guarde sus
juicios para sí mismo.
ÁNGELES: Un hombre que falta a la
verdad debe ser declarado
incompetente.
FISCAL: El testimonio del testigo es
desfavorable al acusado, pero eso
no significa que debe ser declarado
incompetente. Este Consejo no se ha
reunido para solapar traiciones sino
para juzgarlas.
ÁNGELES: Es una lástima que tengamos
que recurrir a la mentira para
justificar nuestros apetitos y nuestros
actos. Y, ¿justificarse delante de
quién? Los hechos existen por ellos
mismos y están más allá de nuestro
poder. Nuestro pasado es
irrecuperable e invariable y ninguna
mentira es capaz de borrarlo o de
transformarlo. [De la sala vienen
aplausos y vivas para el acusado].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¡Silencio!, ¡silencio!
FISCAL: Le suplico al reo que considere
sus palabras.
ÁNGELES: Señores, está bien que me
maten, ya que soy un testigo
inoportuno de su triunfo; pero está
mal que traten de matarme con
mentiras, porque la misma mentira
los condena a ustedes.
[En la sala se oyen vivas y
aplausos].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: [A
Salas]. Puede usted retirarse.
[Félix Salas abandona la sala. En
ese instante entra el abogado
Gómez Luna y se produce un
silencio. El abogado trae unos
papeles en la mano y los agita].
GÓMEZ LUNA: ¡Pido la palabra, señor
Agente del Ministerio Público!
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
¡Concedida! Pero le suplico al
abogado defensor que sea breve,
pues ya estamos en el final de este
Juicio Sumario.
GÓMEZ LUNA: [Muestra uno de los
papeles]. Señores, he aquí un
amparo del juez del segundo ramo
penal, en favor del acusado Felipe
Ángeles. El juicio queda suspendido
por ilegal, ya que este Consejo de
Guerra no tiene jurisdicción sobre el
reo, pues éste no pertenece al
ejército. [La sala aplaude con
frenesí. Se escuchan vivos y gritos
de gozo. Los generales del Consejo
de Guerra se ponen de pie
sorprendidos].
FISCAL: ¿Qué burla sangrienta es ésta?
GÓMEZ LUNA: ¡Felipe Ángeles fue dado
de baja del Ejército
Constitucionalista en 1917 por el
propio gobierno constitucionalista,
que pretende juzgarlo ahora como
militar!
PRESIDENTE DEL CONSEJO:
[Volviéndose a sentar, todos lo
imitan]. ¡Esa es una formalidad sin
importancia! Fue un castigo
impuesto a su actitud rebelde. Señor
abogado, su argucia está alimentada
por sentimientos hostiles al pueblo
de México y a su gobierno, el señor
General Felipe Ángeles estudió la
carrera militar y siempre ha sido
considerado como un miembro
prominente del ejército mexicano.
GÓMEZ LUNA: Señores, el hecho de que
Felipe Ángeles haya estudiado la
carrera y haya sido director del
Colegio Militar de San Jacinto y
general distinguido, no significa que
pertenezca al ejército y que en la
actualidad siga siendo militar. [Agita
un telegrama]. Si la Secretaría de
Guerra y Marina, no expresa aquí, y,
por lo tanto no reconoce el carácter
militar del acusado, ¿por qué el
Agente del Ministerio Público se lo
atribuye? Al Señor Felipe Ángeles
no se le puede considerar como
general del Ejército Federal, ya que
ese ejército quedó disuelto por los
tratados de Teoloyucan y sus grados
no han sido reconocidos con
posterioridad. Más tarde, en 1917,
el señor Ángeles fue borrado del
Ejército Constitucionalista.
Actualmente no tiene ni
nombramiento, ni patente de general
del actual Ejército Nacional.
Entonces, ¿cómo se le puede llamar
general? Difícil ha sido la tarea de
la defensa, ya que no se le ha
permitido aportar el contingente de
pruebas necesarias. Pero
recurriendo a la benevolencia y
magnanimidad de este Consejo pido
el receso de seis horas que concede
la Ley, para pedir a la Secretaría de
Guerra la hoja de servicios de
Felipe Ángeles y demostrar
plenamente que el acusado fue dado
de baja del ejército y que por lo
tanto este Consejo de Guerra es
incompetente para juzgarlo.
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
Señor abogado, no podemos
conceder ese receso, ya que las
pruebas las debería usted haber
tenido en las manos al presentarse a
este juicio. [Al oír estas palabras el
público grita y golpea el suelo con
furor].
GÓMEZ LUNA: En atención a las treinta
mil almas que escuchan este juicio,
le suplico a este Consejo que se
sirva ser magnánimo y delibere para
considerar su incompetencia en este
caso. Ya que si nos fuera dable
consultar al pueblo que escucha, el
pueblo gritaría unánimemente: ¡que
no se lleve al acusado al patíbulo!
[El público grita la frase del
abogado Gómez Luna. Cuando
vuelve el silencio el abogado
continúa].
GÓMEZ LUNA: [Mostrando otro papel].
El señor Agente del Ministerio
Público debe considerar que este
amparo tiene la facultad de
suspender este Juicio.
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO: El
Juicio Sumario continúa, ya que el
amparo ha sido concedido por
autoridades extrañas al fuero militar.
GÓMEZ LUNA: En apoyo a mi tesis
sobre incompetencia de este Consejo
de Guerra, me permito consignar los
telegramas que aparecen en la
prensa que se edita en la capital de
la República, y en los cuales, tanto
el Presidente Venustiano Carranza,
como el señor General de División
Manuel M. Diéguez, no dan al señor
Ángeles el título de General con que
este Consejo lo hace aparecer.
¡Quiero hacer constar que la
Suprema Corte de Justicia se ha
reunido en la capital de la República
para decidir sobre este caso! Y hago
también saber que estoy en continua
comunicación telegráfica con la
capital y que las máximas
autoridades penales piensan de una
manera muy distinta a la de los
señores miembros del Consejo.
[Gómez Luna se acerca al
abogado López Hermosa. Ambos
hablan en voz baja. Gómez Luna
entrega a López Hermosa unos
papeles y abandona el foro. Sale].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
[Poniéndose de pie]. Señor
Presidente, señores vocales, la
acusación está fundamentada; por lo
tanto este Consejo de Guerra
Sumarísimo, es competente. Toca a
mi pobre voz levantarse ante este
tribunal, en el nombre de la
conciencia nacional, para formular
la más tremenda requisitoria y
reclamar a los representantes de la
justicia, la imposición de una pena
ejemplar, para el que, haciendo
plegar las alas de su águila
simbólica, se apartó de la senda
patriótica y cometió la más nefanda
de las traiciones, al secundar al
bandolero feroz cuyo solo nombre,
Francisco Villa, flagela y pisotea a
la sociedad. ¡Señores, hablo del
General Felipe Ángeles, acusado de
alta traición! ¡Felipe Ángeles no es
un acusado cualquiera, ya que goza
de una inteligencia superior y es esta
inteligencia suya su arma más
peligrosa, ya que siempre la ha
puesto al servicio del mal y del
desorden! A este hombre siniestro
hay que hacerle cargos más graves
de los que prevén los códigos. Su
figura es una sombra que oscurece
peligrosamente el limpio cielo de la
patria. Su inteligencia es funesta, ya
que con ella siembra el desconcierto
y el desorden en las filas
revolucionarias. En cuanto a su
culpabilidad ha quedado
ampliamente demostrada en el curso
de este juicio: el acusado declaró
haberse internado en el país como
miembro de la Liga Liberal
Mexicana, formada por desterrados
políticos cuyos nombres prefiero no
citar y los cuales no tienen derecho a
pretender la unión de los mexicanos.
Pretende que su misión era
pacificadora y que se reducía a
salvar la vida de los prisioneros.
¿Cuáles eran estos prisioneros? Los
que él mismo obtenía en las batallas
ganadas por él. Con esto queda
establecido el cuerpo del delito de
rebelión militar. Los testigos
demuestran que alguna vez se le vio
con cinco o siete hombres a su
mando y que se le cogió prisionero
in fraganti, es decir, haciendo fuego
sobre las fuerzas del Gobierno. El
hecho de que su nombre no figure en
las nóminas de la Secretaría de
Guerra no demuestra que no sea
militar, ya que es natural que una
persona substraída a la obediencia
del Gobierno se coloque fuera de su
carácter militar y de su empleo y en
eso justamente reside su delito. Por
último su declaración en este juicio
al decir que no reconocía como
Presidente de la República al
C. Venustiano Carranza, es prueba
suficiente de rebelión, ¿o quieren
ustedes señores, una prueba más
convincente de la hipocresía y la
mentira de este falso revolucionario,
de este traidor a la patria y al pueblo
de México? Desde el principio puso
en tela de juicio las opiniones del
Primer Jefe. Señores, no se dejen
impresionar por sus glorias pasadas,
pues si analizáramos estas glorias
veríamos que también ellas están
fundadas en la traición. Recuerden
las palabras proféticas del Primer
Jefe, al enterarse de la victoria de
Zacatecas: «¡Ya apareció el primer
Judas!». Pues si bien es cierto que
esa batalla le dio el triunfo a la
Revolución, también es cierto que su
preclaro general, Felipe Ángeles, ya
tramaba en las tinieblas de su
inteligencia la traición. Recuerden
también, que antes de la batalla, que
él solo decidió emprender,
negándose a aceptar las órdenes del
señor Carranza para dividir a la
División del Norte, el acusado envió
un telegrama al Primer Jefe
redactado en los siguientes términos:
«México no necesita un Jefe, sino
ciudadanos». ¡Señores, hay que
salvar a la Revolución de sus
enemigos escondidos en falsos
redentores! Este hombre ha vuelto a
su patria para destruir aviesamente
la mejor obra de los mexicanos: La
Revolución, a la cual todos
pertenecemos y por la cual todos
estamos dispuestos a morir. Así
probada la rebelión de Felipe
Ángeles y la competencia de este
Consejo de Guerra, formulo de
acuerdo con el artículo 313 de la
Ley Penal Militar las siguientes
conclusiones: Primera: Acuso al
General Felipe Ángeles de
responsable del delito de rebelión.
Segunda: El caso se encuentra
comprendido en los artículos 313 de
la Ley Penal Militar, 1905, 1125 de
la del Distrito Federal. Tercera:
Pido que se aplique al reo la pena de
muerte. Cuarta: es competente para
fallar, en este caso, este Consejo de
Guerra extraordinario. [El Agente
del Ministerio Público toma asiento
en medio de un grave silencio].
GÓMEZ LUNA: Pido la palabra, Señor
Presidente.
PRESIDENTE DEL CONSEJO: ¡Concedida!
GÓMEZ LUNA: Señor Presidente,
señores vocales, se trata de un caso
excepcional por su fácil resolución,
ya que la justicia que asiste a mi
defensor es palpable y lo revela este
proceso, ya que el juicio hasta
ahora, no ha demostrado la
criminalidad de Felipe Ángeles y
allí donde hay pruebas no cabe más
recurso que la absolución. Lo que no
existe en el proceso no existe en el
mundo, dicen los antiguos juristas.
El artículo 313 invocado en la
requisitoria terrible del Ministerio
Público dice: «serán castigados con
la pena de muerte los militares que
sustrayéndose a la obediencia del
Gobierno y aprovechándose de las
fuerzas que mande o de los
elementos que hayan sido puestos a
su disposición, se alcen en actitud
hostil para contradecir cualquiera de
los preceptos de la Constitución
Federal». Lo primero que exige la
Ley es el carácter militar. ¿Es militar
el inculpado? Es imposible sostener
la afirmativa. La cualidad de
médico, de abogado, o de militar no
se sostiene con el dicho de quienes
lo poseen, ni con el testigo, sino con
documentos fehacientes expedidos
por las autoridades o corporaciones
encargadas de ellos. Abro el libro
de la Ordenanza General del
Ejército, la que en su artículo 921
dice: «el carácter militar, sólo se
demuestra con el nombramiento
expedido por las autoridades a
quienes concierne tal cosa». En la
causa no consta el nombramiento o
título que se atribuye al prevenido. Y
en este caso la incompetencia del
Honorable Consejo a quien tengo el
honor de dirigirme está demostrada.
El mismo libro de Ordenanza
General del Ejército especifica que
un Consejo de Guerra sólo puede
llevarse a efecto para juzgar delitos
militares cometidos por personas
que pertenezcan al Ejército
Mexicano. Si el acusado no es
militar sino paisano, él Consejo
debió declinar su jurisdicción para
juzgado. ¿Acaso el señor Felipe
Ángeles no ha explicado de una
manera detallada su intervención en
la Convención de Aguascalientes?
¿Acaso no ha hablado aquí de una
Liga Liberal para unir a todos los
partidos que por desgracia están en
pugna? ¿En qué combate se ha visto
al acusado mandar tal o cual facción,
hacer prisioneros y tomar resolución
respecto a ellos? En ninguno,
señores. ¿Cómo pues imputarle el
delito de rebelión? Toca a vosotros
resolver sobre la suerte del acusado
y quiero recordaros que «todo
hombre caído en desgracia, ha de
verse como cosa sagrada». En virtud
de lo anterior presento las siguientes
conclusiones: Primera: El Señor
Felipe Ángeles no es responsable
del delito de rebelión que se le
atribuye, porque no es militar.
Segunda: Felipe Ángeles no es
miembro del Ejército Nacional.
Tercera: A Felipe Ángeles no se le
ha expedido la patente de General
Brigadier por el actual Gobierno.
Cuarta: Felipe Ángeles no se
sustrajo a la obediencia del
Gobierno Constituido. Quinta:
Felipe Ángeles no se ha
aprovechado de fuerzas del
Gobierno Constituido. Sexta: A
Felipe Ángeles no le han sido
puestos a su disposición elementos
de guerra del actual Gobierno.
Séptima: Felipe Ángeles no se ha
lanzado en actitud hostil para
contrariar cualquiera de los
preceptos de la Constitución; no
siendo Felipe Ángeles responsable
del delito que se le acusa, debe
quedar en libertad. Octavo: El
Consejo de Guerra extraordinario no
es competente para poder fallar o
para juzgar a Felipe Ángeles.
Noveno: Son aplicables los artículos
17 y 921 de la Ordenanza General
del Ejército, 313 del Código Penal
Militar; 201 y 203 del
Enjuiciamiento del Ramo [El
abogado se sienta].
PRESIDENTE DEL CONSEJO:
[Poniéndose de pie]. De acuerdo
con lo prevenido por el artículo 343
del Código de Procedimientos
Penales en el fuero de guerra,
concedo la palabra al General
Felipe Ángeles, para que exponga en
su defensa todo lo que crea
pertinente y le ruego que sea breve
en su exposición, en virtud de la
prolongación inusitada de esta
audiencia.
ÁNGELES: [Se pone de pie]. Tendré
cuidado en atender la invitación de
la presidencia. Quiero dar las
gracias a mis defensores por su
desinteresada actitud, fundada en los
principios de la solidaridad y el
humanismo. Declaro solemnemente
que no creo que por perversidad se
tengan para conmigo malas
intenciones, sino que sólo se me
juzga con la pasión de la política…
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
[Interrumpiendo]. Señor General
Felipe Ángeles, se le suplicó que
fuera breve.
ÁNGELES: Señores, ya que me van
ustedes a matar, les suplico que
siquiera me den tiempo para
explicarme. Este es mi juicio y esta
mi última oportunidad para dialogar
con mis compatriotas, y no quisiera
que mis conciudadanos guardaran la
impresión de que fui un hombre tan
malo. No abrigo odio contra nadie:
amo entrañablemente a todos los
mexicanos de cualquier creencia,
religión o credo político que sean.
Es verdad que fui militar de carrera,
y un intelectual, como dicen mis
jueces. También es verdad que
cuando me uní a la Revolución tuve
que olvidar muchas cosas que
aprendí en mi juventud y aprender
otras nuevas para entender la
realidad que vivía. No me mezclé en
la política por odio, sino porque la
vista de los pobres me dolía.
Dominado por la fraternidad conviví
con los revolucionarios y cuando la
Revolución se dividió en dos
bandos, uno el ganancioso y otro el
que renunció al poder personal en el
nombre de las ideas por las cuales
habíamos peleado todos, yo me uní a
estos últimos, ya que no creo en la
ambición personal. La rebelión que
hoy se me imputa, si acaso fue
cometida por mí, sucedió en el
instante en que me puse del lado de
los convencionistas. Más tarde al
darme cuenta de que la violencia
desemboca en la violencia, tuve
horror del soldado que fui, y maté al
militar. Quise entonces suavizar la
guerra, hacer que la luz entrara en
los corazones rencorosos… pero fui
incapaz de lograr lo que deseaba y
opté por el destierro para no
participar en los crímenes que no
podía impedir.
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
[Interrumpiendo]. Señor general,
evite las insinuaciones o nos
veremos precisados a quitarle la
palabra.
ÁNGELES: Señor Agente del Ministerio,
se dice que soy motivo de discordia
y que sólo me gusta la rebelión y no
es así. Amo la democracia. En mi
destierro en los Estados Unidos,
estudié el socialismo y reconocí que
ese sentimiento fraternal se extiende
por todo el mundo y que a él se
deben las conmociones populares
actuales. Ahora yo sólo quiero que
los constitucionalistas se consoliden,
que abran los brazos a todos sus
hermanos, que se instruyan y que
formen un gobierno ejemplar. Para
ello hay que establecer la concordia
y a la concordia no se llega
cegándose en los crímenes políticos.
Les pregunto a ustedes, mis antiguos
compañeros de armas: ¿Qué hemos
hecho para desencadenar esta
violencia? Sabemos todos que fui
dado de baja en el ejército y que la
Ley Militar exige que, además, debe
ser sorprendido in fraganti para
poder condenarlo. Sabemos también
que volví al territorio mexicano
como miembro de la Liga Liberal
Mexicana, para buscar la unión de
los partidos en pugna. El asesinato
de Emiliano Zapata por el Gobierno
prueba que esta unión es más que
necesaria. Si no me hice presente
ante las fuerzas del Gobierno fue
para no correr con la misma suerte
que el general Zapata. Si al volver al
país ya no era ni soy militar, este
Consejo de Guerra extraordinario no
es competente para juzgarme y sin
embargo, la pasión política hace que
se lleve adelante su audiencia. Un
Juez lo manda suspender con un
recurso de amparo y el Consejo
continúa. Se dice que la defensa
debió haber recabado las pruebas
documentales para probar que no
soy militar. Pues bien, no es la
defensa lo que debe probarlo, sino
la parte acusadora. Este pues no es
un juicio militar, sino político. Los
miembros de este Consejo son de
una probidad reconocida, pero basta
que yo pertenezca al partido en
derrota para que sea condenado. El
partido político opuesto al mío se ha
impuesto y el éxito le concede la
razón. La diosa del éxito justifica los
crímenes… por un tiempo. El señor
Carranza me considera como su
enemigo personal desde la batalla de
Torreón y si nunca estuve entre sus
tropas fue por temor de ser
capturado. Estamos en el tiempo de
matar: se empieza matando en el
nombre de una idea y se termina
asesinando en el nombre de un jefe.
¡Y un jefe es una mentira! Yo lo
sabía y si me fui a la Revolución fue
porque Madero era el nombre
sustituyendo al jefe. Cuando vi que
Venustiano Carranza reunía algunas
firmas para constituirse en jefe, supe
que la Revolución estaba perdida.
Las ideas encarnan en los hombres,
de ahí que degeneren. El crimen de
Zapata y el de tantos otros lo
demuestran. A eso volví a México, a
decirles que habíamos hecho de la
Revolución un fin en si mismo, y que
por eso endiosamos a sus jefes y
perpetuamos con distintos nombres
la esclavitud y el horror. La política
no es un fin: la Revolución no es un
fin: son medios para hacer hombres
a los hombres. Nada es sagrado
excepto el hombre. Hay algo frágil,
débil, pero infinitamente precioso
que todos debemos defender: la
vida. Ustedes, mis antiguos
compañeros de armas, creen que
miento y yo no tengo más prueba que
ofrecerles que mis palabras, mis
actos y, cuando este juicio termine,
mi vida. [La sala se deshace en una
tempestad de aplausos. Felipe
Ángeles se sienta. Luego poco a
poco el silencio vuelve. Todos se
miran sorprendidos].
AGENTE DEL MINISTERIO PÚBLICO:
Señores, deben empezar las
deliberaciones. Sólo falta el
veredicto, el juicio del General
Felipe Ángeles ha terminado. [Se
cierra el cortinaje rojo y sólo
quedan visibles el vestíbulo y las
gradas del Teatro de los Héroes. Ya
oscureció. La entrada sigue
vigilada por soldados. Entra el
General Diéguez por el lado
izquierdo del proscenio y sube las
gradas. Se dirige a un centinela y le
dice algo en voz baja. El centinela
atraviesa el vestíbulo y desaparece
detrás de la cortina roja del fondo.
Diéguez se pasea nervioso fumando
un cigarrillo. El centinela
acompañado de Bautista, reaparece.
Bautista se acerca al General
Diéguez].
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Todavía no acaban
de deliberar? ¿Cuánto tiempo hace
que están enchiquerados?
BAUTISTA: [Mirando el reloj]. Son las
diez y veinte, mi general; hace más
de tres horas.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Ya lo sabía! Se lo
dije esta mañana, que matar a
Ángeles no era algo sencillo. Al
venir acá, me crucé con el abogado
Gómez Luna, se veía muy agitado.
BAUTISTA: Es un gran abogado. Casi al
final del Juicio demostró que
Ángeles no es militar.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Lo demostró? Me
lo temía y así se lo comuniqué al
Primer Jefe pero no quiso desistir de
su aparato de… legalidad.
BAUTISTA: Gavira no se inmutó y
declaró que Ángeles era militar
porque había estudiado la carrera.
Los demás se asustaron. Cuando el
abogado enseñó un amparo
concediendo la suspensión del
juicio, creí que era el final de la
función.
GENERAL DIÉGUEZ: [Riéndose]. ¡Eso se
sacan por querer matar con el código
en la mano! [Poniéndose serio]. En
México también hay mucha
agitación.
BAUTISTA: Sandoval se rajó. A las
primeras de cambio perdió el
aplomo y no pudo enfrentarse al
General Ángeles. ¡Era mucho gallo
para él!
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Que me traigan a
ese pendejo!
BAUTISTA: [A uno de los centinelas].
¡Que se presente el Teniente coronel
Gabino Sandoval!
[Sale un centinela].
BAUTISTA: En cambio Salas le sostuvo
todo lo convenido a su antiguo jefe.
GENERAL DIÉGUEZ: De ése estaba yo
seguro. ¡Pobre Ángeles…, pero así
lo quiso él! ¿Sabe, Bautista? Las
actitudes como las de Salas le sirven
a Felipe Ángeles para morir…
BAUTISTA: Tiene mucha calma; comentó
que una persona de la calidad moral
de Salas, debería ser declarada
incompetente.
GENERAL DIÉGUEZ: Confunde la moral
con la política… Quiero que esto
acabe porque pienso dejar
Chihuahua esta misma noche. [Mira
su reloj pulsera]. ¡Y esos no salen!
BAUTISTA: ¿Se nos va, general? No es
para tanto… por mucho que
deliberen la sentencia será la que
usted sabe. Allá en el centro
decidirán después si perdonan o
no… aunque conociendo al Primer
Jefe… [Entra Sandoval. Se acerca a
Diéguez y a Bautista].
SANDOVAL: [Cuadrándose]. A sus
órdenes, mi general.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Por qué no me
dijiste esta mañana que no tenías
bastantes pantalones? Hubiéramos
buscado a otro más hombre que tú.
¡En qué compromiso pusiste a los
generales del Consejo de Guerra!
SANDOVAL: ¡Caray, mi general, yo creía
que era más fácil decir lo que usted
me ordenó! Pero cuando el General
Ángeles abrió tamaños ojos al oír
que yo decía que había disparado
sobre nosotros, pues sentí feo, mi
general. Le expliqué a usted, que fue
al contrario, que les dije a sus
muchachos que no dispararan sobre
nosotros. ¿Y quién soy yo para venir
a decir tamaña mentira? Yo, con toda
mi voluntad, hubiera querido decir
lo que usted me ordenó, pero había
algo aquí, en mi pecho, que me
dejaba sin habla. Eso fue lo que
pasó, mi general. ¡No fue falta de
voluntad!
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Haz de cuenta que
nunca oíste hablar de dinero!
SANDOVAL: Ya me hago cargo, mi
general. Yo para mis adentros me
decía: ¡Este jijo de Salas ya se llevó
los diez mil! El sí tuvo el valor que
a mí me faltó. El General Ángeles
dijo que lo querían matar con
mentiras.
GENERAL DIÉGUEZ: Puedes retirarte.
[Sale Sandoval].
GENERAL DIÉGUEZ: [A Bautista]. ¿Eso
dijo Ángeles?
BAUTISTA: Sí. Sabe que su caso está
perdido. No perdió el tino cuando lo
llamaron inteligencia perversa…
Para mí que Ángeles no está
peleando por su vida…
GENERAL DIÉGUEZ: Eso es lo que yo
preveía que iba a suceder. Quiere
dejarnos su vida y su muerte como
uno de esos planos de batallas
célebres, bien trazados, y cada trozo
con una explicación, para que
mañana se pueda leer, como se lee
un hermoso texto. Y así será,
Bautista, para vergüenza de
nosotros, porque Felipe Ángeles es
ejemplar. Gavira no me entendió, se
lo quise explicar, también se lo
expliqué a los de México, aunque
ellos lo saben… Por eso Ángeles
debe morir…
BAUTISTA: Los generales no le daban los
ojos.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Sabe, Bautista,
que para amar a una persona
inteligente hay que ser inteligente?
No le perdonarán su indiferencia en
este último diálogo. No se dan
cuenta de que la calma de Ángeles
no es menosprecio, sino que Ángeles
está dialogando no con ellos sino
con una presencia invisible, a la que
nadie invitó, pero que está aquí
presente. ¡Pobres generales! El
diálogo no es entre ellos y Ángeles,
sino entre este último y el tiempo.
[Bautista no responde. En ese
momento aparece el General Gavira
y los demás miembros del Consejo
de Guerra].
GAVIRA: [Dirigiéndose a Diéguez].
¡General Diéguez! ¡Estoy sofocado
con tanto alegato! ¡Qué bueno que se
me aparece, a ver si me ayuda con
los compañeros! Suspendí unos
minutos las deliberaciones para ver
si se nos aclara un poco la cabeza y
podemos llegar a una conclusión.
GENERAL DIÉGUEZ: Usted, General
Gavira, no necesita aclarar la suya.
Sabe muy bien lo que quiere y lo que
no quiere.
GAVIRA: ¡Es que yo soy hombre de
hechos y no de palabras!
ESCOBAR: [Riéndose]. ¡Pues en este
juicio hay muchas palabras porque
hay muy pocos hechos!
GENERAL ACOSTA: ¡Eche la cuenta,
General Diéguez; estamos
encerrados desde las ocho de la
mañana y todavía no encontramos el
delito!
GARCÍA: Y entre nosotros llevamos tres
horas discutiendo… no vemos
claro… este es un caso muy triste…
GENERAL DIÉGUEZ: Esta mañana creí
que todos estaban de acuerdo en lo
esencial.
PERALDÍ: ¿En lo esencial? ¡Pero mi
general, lo esencial es la acusación y
la acusación no está fundada!
GAVIRA: ¡Usted es un sentimental,
Peraldí! Ve al rebelde Ángeles en
esa traza, él que fue siempre tan
elegante; lo ve sentado en el
banquillo de los acusados, él que fue
tan gran general, y le parece injusto,
porque alguna vez combatió con
nosotros. ¡Ojalá que nunca lo
hubiera hecho! Nos evitaría este mal
rato. ¿No se da cuenta, compañero,
de que Ángeles ha chaqueteado?
PERALDÍ: No, General Gavira Ángeles
no ha chaqueteado. Y si no veo claro
es que el delito no está claro.
ESCOBAR: ¡Peraldí tiene un caballo!
GENERAL ACOSTA: También yo tengo
mis dudas…
GAVIRA: Ya lo dije antes, Ángeles es un
perverso que ha sembrado la duda
en cabezas tan bien puestas como las
suyas, compañeros. Ahora
imagínense ustedes el efecto que sus
palabras terribles habrán hecho en
los demás.
GARCÍA: General Gavira, hay un hecho:
Ángeles no combatió, ni ofreció
resistencia cuando lo agarraron.
GENERAL DIÉGUEZ: [Exaltado]. ¿Quién
dice que no ofreció resistencia?
GARCÍA: Los testigos se desdijeron en el
careo.
GAVIRA: ¡Compañeros, Ángeles tuerce
las declaraciones de los testigos!
ESCOBAR: No, compañeros, no es
Ángeles el que tuerce las
declaraciones, son los testigos los
que se enredan porque sencillamente
están mintiendo.
PERALDÍ: Felipe Ángeles se queja de
que queremos matarlo con mentiras.
¡Hay que jugarle limpio,
compañeros!
GAVIRA: ¡Pues a ver si también las balas
le parecen de mentiras!
ESCOBAR: ¡A lo mejor son mentiras,
general!
PERALDÍ: Insisto en que hay que jugarle
limpio. Ángeles es un militar de
honor, y yo me jacto de serlo
también. Un Consejo de Guerra es un
consejo de honor. No podemos
manchar el uniforme con mentiras.
Yo me niego a dar un veredicto
desfavorable al acusado mientras no
se me pruebe que traicionó.
ESCOBAR: Peraldí ha hablado por mí.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡No se exalten así!
Aunque yo no deba intervenir en esta
discusión, me permito recordarles
que alguna vez se vio a Felipe
Ángeles con cinco hombres a su
mando…
PERALDÍ: [Arrebatándole la palabra].
¿Y que son cinco hombres
desarmados? ¿A quién pretende
engañar usted, General Diéguez?
GENERAL DIÉGUEZ: A nadie. La
voluntad de Felipe Ángeles es una
voluntad opuesta a la voluntad del
Primer Jefe; eso basta para que
Ángeles deje de ser inocente.
GENERAL ACOSTA: Entonces ha
quedado claro que Ángeles es un
combatiente que no combatió, un
general que no forma parte del
ejército, un reaccionario que es un
revolucionario, un traidor que
siempre ha sido leal a sus ideales,
que fueron los nuestros…
GARCÍA: ¡Un oposicionista!
ESCOBAR: ¡Un oposicionista no es un
rebelde!
GAVIRA: Compañeros, para evitar más
confusiones les pido que, sin
pensarlo más, emitamos el juicio que
se nos pide y que el General Juan
Barragán espera ansioso en México.
El que mucho habla mucho yerra.
ESCOBAR: ¡Sin pensarlo más!
GENERAL DIÉGUEZ: Sí, General
Escobar, sin pensarlo más. No es un
problema algebraico que necesita
una demostración impecable, es un
caso político. Ángeles ha cometido
un error político y sabe el precio
que se paga por esa clase de errores.
Error en el que no debemos caer,
compañeros. Sobre todo porque
ninguno de nosotros tiene un pasado
tan brillante e intachable como lo
tiene Felipe Ángeles y nuestra
sentencia de muerte no sería tan
discutida.
GARCÍA: No lo podemos condenar ahora
que nadie lo sigue.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Cómo que nadie
lo sigue? ¿Qué me dice del público
que lo aplaude, de las calles que lo
vitorean al pasar y de las peticiones
de gracia que llegan del mundo
entero?
GAVIRA: Eso no indica nada. La gente lo
aplaude por sus tendencias
socialistas, pero todos somos
socialistas como él.
PERALDÍ: ¡Como él no! El es socialista
con un pelotón de fusilamiento
enfrente. ¡Y así es distinto! ¡Además
es un intelectual!
GENERAL DIÉGUEZ: La política no es
academia de ciencias. Aquí todos
nos jugamos la vida. ¡Hay que
escoger a cuál vida le vamos!
ESCOBAR: Ángeles jugó y perdió. ¿No
es eso? Pero algo me dice que no
perdió del todo ¡compañero
Diéguez, nunca sabemos a cuál vida
le vamos…!
PERALDÍ: General Gavira, yo no puedo
condenar al General Ángeles. Yo le
vi dirigiendo la batalla de
Zacatecas… y esa noche no quiso
entrar a la plaza tomada, para no ver
la matanza que no podía impedir. Es
verdad que siempre tuvo piedad.
Hoy no mintió y lo siento,
compañeros, pero estuvo superior a
nosotros.
ESCOBAR: Si lo matamos a él,
asesinamos a la Revolución.
GENERAL DIÉGUEZ: Compañero
Escobar, no se trata de escoger entre
la vida de Ángeles y su muerte, sino
entre su vida y la nuestra.
PERALDÍ: Desde el poder la piedad es
un lujo… ¿No podemos ser como él
aunque sea así? Podríamos llamar al
enemigo nuestro hermano
equivocado…
GENERAL DIÉGUEZ: [Interrumpiendo].
¡Cómo se rio el General Obregón,
cuando supo esa frase de Ángeles!
¡Él que los fusila a todos! Entren en
razón, no somos nosotros los que
vamos a matar a Ángeles sino sus
contradicciones.
ESCOBAR: Pero ¿va morir?
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Todavía lo duda?
Si no muere él moriremos
nosotros… Y ustedes hablando de
piedad… Además Ángeles va a
morir aunque ustedes den un
veredicto piadoso…
GENERAL ACOSTA: Ahora veo que
desde Zacatecas Ángeles tenía
razón, por eso el Primer Jefe quiso
destrozarlo desde entonces.
ESCOBAR: Sí, Ángeles lo vio antes que
nosotros. Y ahora ha vuelto para
probarnos que un caudillo es un
arma de exterminio.
GAVIRA: ¡Está usted loco! ¿Qué sería de
la Revolución sin el Primer Jefe?
ESCOBAR: ¿Sin el Primer Jefe?… Ya lo
había pensado, Gavira; sin querer se
piensan tantas cosas…
GENERAL DIÉGUEZ: No sueñe, Escobar,
es peligroso. No podemos cerrar los
ojos ante los hechos, somos jefes y
tenemos responsabilidades, algo que
defender… todo eso por lo que
peleamos. También tenemos que
pagar el precio del triunfo, aunque a
veces sea tan repugnante que
quisiéramos volver a los momentos
anteriores, al triunfo… Ángeles
habla en nombre de la Revolución y
sus ideas son hermosas, pero en la
realidad, su prédica ataca a los
hombres que han organizado a la
Revolución y así destruye en su raíz
aquello que pretende defender. La
Revolución tiene su propia lógica, y
los que pecan contra ella mueren.
ESCOBAR: Eso no es la Revolución, es
el viejo juego del poder, el quítate tú
para ponerme yo.
GENERAL DIÉGUEZ: Démelo como
quiera, el hecho es que no hay
escapatoria.
PERALDÍ: Es imposible probar que
Ángeles está contra la Revolución.
GENERAL DIÉGUEZ: Ángeles ni siquiera
pelea contra nosotros. Quiso eludir
el poder, lo niega, por eso muere. El
poder es implacable: o lo tomamos o
nos aniquila.
PERALDÍ: Desde que se rehusó a
tomarlo, supe que estaba muy lejos
de nosotros.
ESCOBAR: Nos hace señas desde la otra
orilla y nos llama… Es un suicida.
GAVIRA: ¡Pues no hay que contrariarlo!
PERALDÍ: ¡Años y años peleando para
acabar fusilándolo!
GENERAL DIÉGUEZ: Años y años
peleando para seguir fusilando. La
política no tiene fin, el poder no
tiene fin.
GAVIRA: Los invito, compañeros, a
liquidar esta discusión en el cuarto
de las deliberaciones. ¿Vamos? [Los
generales se miran entre sí y no
contestan. Gavira avanza hacia el
fondo del vestíbulo, se vuelve y los
mira sonriendo]. ¿Vamos,
compañeros?
PERALDÍ: Voy, pero no a donde usted
quiera llevarme. [Peraldí
desaparece detrás del cortinaje.
Acosta y García lo siguen].
ESCOBAR: ¡Qué mala suerte la mía,
General Diéguez, hubiera dado algo
por no tomar parte en este juicio!
GENERAL DIÉGUEZ: ¿Usted cree que a
mí me gusta?
ESCOBAR: Pero usted no forma parte de
este Consejo de Guerra. Usted se
lava las manos. Y yo me las empapo
con la sangre de Felipe Ángeles. Me
han convidado a un asesinato. ¡Y
todavía me piden que Lo juzgue
cuando él tiene la razón!
GENERAL DIÉGUEZ: Y sin embargo,
Escobar, la verdad en la política son
los hechos consumados. Un muerto
es siempre una verdad. [Entran las
señoras Revilla, Seijas y Galván.
Diéguez al verlas hace ademán de
irse. Escobar que observa su deseo
de huir, lo detiene con malicia].
ESCOBAR: General Diéguez, las señoras
quieren hablarle. Con su permiso yo
me voy a luchar todavía por… un
muerto. [Escobar se dirige con
lentitud hacia el fondo. Antes de
desaparecer, se vuelve y mira
largamente a Diéguez. Luego cruza
la cortina. La Señora Revilla se
acerca a Diéguez].
GENERAL DIÉGUEZ: Parece que la
defensa ha sido muy brillante. Las
felicito, señoras.
SEÑORA REVILLA: La defensa no ha
hecho sino apelar a la verdad.
GENERAL DIÉGUEZ: ¿La verdad?… La
verdad tiene tantas cabezas como
hombres, me parece arriesgado
recurrir a ella.
SEÑORA REVILLA: Usted habla de
verdades personales general.
GENERAL DIÉGUEZ: No, señora, en este
caso hablo de una verdad política.
El General Ángeles piensa que él
tiene la verdad y no todos pensamos
como él.
SEÑORA SEIJAS: El General Ángeles
habló de sus hechos, porque para
poder matarlo tratan de
desfigurarlos. Dijo que no estaban
juzgando al verdadero Ángeles sino
a un Ángeles imaginario.
GENERAL DIÉGUEZ: Tiene razón. El
hombre fabrica sus amores y sus
odios. Si tuviéramos la imagen que
él tiene de sí mismo no podríamos
juzgarlo.
SEÑORA REVILLA: Pero existen los
hechos, y para juzgar a un hombre
hay que revisar los hechos
cometidos por él y no en la
imaginación de sus enemigos.
GENERAL DIÉGUEZ: Los hechos existen
en relación con los demás. Un hecho
no es algo aislado. Tiene múltiples
aspectos y consecuencias
imprevisibles, aun para el que lo
comete. El mismo hecho puede ser
bueno para usted y malo para mí,
señora.
SEÑORA SEIJAS: Los hechos del General
Ángeles no son malos sino para una
camarilla en el poder.
GENERAL DIÉGUEZ: [Sonriente]. El que
entre en el juego de la política debe
contar también con este hecho,
señora.
SEÑORA REVILLA: Esperaba esa
respuesta, pero también la política
es variada y admite interpretaciones.
Su partido, General Diéguez, era el
mismo que el de Ángeles. ¿Quién ha
cambiado?
GENERAL DIÉGUEZ: El poder cambia al
hombre.
SEÑORA REVILLA: Entonces, ¿reconoce
que usted ha cambiado y que es
cómplice de crímenes y de actos
equivocados?
GENERAL DIÉGUEZ: Hermosa señora,
reconozco que todos hemos
cambiado, pero no admito ser
cómplice de crímenes. Reconozco
también que hay actos que no me
gustaría cometer y que no tengo más
remedio que realizar. Por ejemplo,
ahora nada me gustaría más que
hacerla sonreír y sin embargo me
veo obligado a contrariarla. Para
ejercer el poder hay que establecer
un equilibrio entre las concesiones y
la dureza; por eso, al mismo tiempo,
insisto en concederle todas las
facilidades que me pide, para
defender al General Felipe Ángeles.
Le aseguro, señora, que no siempre
es grato ser inflexible, y menos
frente a la belleza. Este es el juego
de siempre, señora, las dos caras de
la medalla. Y ninguna es peor, ni
mejor que la otra, y las dos son
igualmente peligrosas. ¿No ha
pensado usted, en que podría ser yo
el acusado y Ángeles el jefe de la
plaza?
SEÑORA REVILLA: Después de este
diálogo me parece inútil la defensa,
ya que las cartas estaban echadas de
antemano.
SEÑORA SEIJAS: Hemos apelado a la
Suprema Corte y a la Cámara de
Diputados. De ellos esperamos una
decisión favorable.
GENERAL DIÉGUEZ: Señora, la Suprema
Corte puede cambiar el final de este
diálogo.
SEÑORA GALVÁN: El amparo de la
Suprema Corte llegará de un
momento a otro.
GENERAL DIÉGUEZ: Será la mejor
solución, porque todos habremos
cumplido con nuestro deber.
¿Quieren ustedes hablar con el
Señor Ángeles?
SEÑORA REVILLA: Si usted nos lo
permite…
GENERAL DIÉGUEZ: [A uno de los
centinelas]. ¡Ordene al Coronel
Bautista que traiga al señor Ángeles!
[El centinela sale por las cortinas
del fondo. Diéguez hace una
reverencia a las señoras, sale del
vestíbulo y baja de prisa las
gradas del Teatro de los Héroes.
Sale].
SEÑORA GALVÁN: Diéguez me da
miedo.
SEÑORA REVILLA: No entiendo su furor
frío. Sabe que está cometiendo un
crimen en el nombre de unos
intereses en los que no cree.
[Entra Felipe Ángeles escoltado
por Bautista y por soldados. Se
dirige a las señoras].
ÁNGELES: ¡Ya es muy tarde para
ustedes, señoras!
SEÑORA REVILLA: Esperamos, General
Ángeles.
ÁNGELES: Me duele verlas esperar por
una muerte que no es la suya,
señoras.
SEÑORA REVILLA: Y a nosotras nos
duele que quieran aplastarlo con esta
maquinaria oficial tan eficaz para la
destrucción.
ÁNGELES: No es grave que esta
maquinaria se vuelva contra mí, lo
grave es que existe, porque existe
contra todos. Es un arma que no
distingue amigos de enemigos, ni
verdades de mentiras. Y esta muerte
mía no será la última.
SEÑORA REVILLA: Ni siquiera se
atreven a matarlo a usted, sino a ese
fantasma que han inventado.
ÁNGELES: Un fantasma demasiado real,
señora. Si repaso mi vida me veo
como una sucesión de fantasmas.
Para vivir he matado a muchos
Felipe Ángeles… hasta llegar a éste,
que presencia este juicio, y todos,
hasta este último han fracasado. Pero
abuso de su bondad, ya es muy tarde
y hace mucho frío. Estarán ustedes
muy cansadas…
SEÑORA REVILLA: No, general, no
estamos cansadas, queremos ver
hasta donde son capaces de llegar
los jueces de Felipe Ángeles.
ÁNGELES: ¿Mis jueces…? Este es el
juicio de Felipe Ángeles contra
Felipe Ángeles. Mientras los jueces
hablan yo busco el error, recuento
mis actos: fui revolucionario y dejé
que la Revolución cayese en el
pecado que había combatido… Tuve
el poder y lo dejé escapar, en lugar
de destruirlo… El cargo que me
hacen mis amigos es que lo dejé
escapar, ¡y hubiera sido tan fácil!
Pero yo quería una historia distinta.
Confundí el futuro con el presente.
Estaba ciego. Quizás todavía era la
hora de la fuerza. Había demasiado
odio, demasiada violencia
acumulada por los siglos de
injusticia. Había miedo de perder lo
ganado. Lo ganado nos volvió
enemigos y la violencia fue nuestro
único horizonte. ¿Por qué tuve
horror de pelear por lo ganado? No
lo sé. Pero tal vez si hubiera dado
esa batalla, se hubiera podido
detener esta cadena de crímenes.
Cuando quise detener el horror y
enseñar la concordia, mi muerte
violenta prueba la ineficacia de mi
acción y fortifica la violencia
establecida… ¿Por qué?… ¿Dónde
está mi error?
SEÑORA REVILLA: ¡No se acongoje,
general! Este no es el juicio de
Felipe Ángeles contra Felipe
Ángeles, sino el juicio de la
Revolución contra ella misma.
ÁNGELES: Si pudiera creer que eso es
cierto, y que en mí se castigan los
pecados de nuestro movimiento,
moriría tranquilo.
SEÑORA SEIJAS: Usted es el único que
no debe morir, general. Nos dejaría
solos con ellos, que no son sino la
fachada de un hombre y por dentro
un abismo insaciable de poder.
ÁNGELES: Hubo un tiempo en el que
todos nos reconocimos en el hombre
sin nombre, en el polvo, en la basura
de México, en el silencio, en los
ojos humillados en donde nadie
quiere verse. Y nos vimos en esos
ojos y esos ojos nos vieron. ¡El
triunfo corrompe!
BAUTISTA: [Que ha escuchado atento el
diálogo]. Sí, mi general, el triunfo
corrompe. Usted no lo sabe, porque
abandonó la victoria, dejó tirado el
botín en manos de… [Bautista
calla].
ÁNGELES: ¡Cómo quisiera vivir otra
vez! Ahora, después de este fracaso,
entre todos, quizás podríamos
inventar la historia que nos falta. La
historia, como las matemáticas, es un
acto de la imaginación. Y la
imaginación es el poder del hombre
para proyectar la verdad y salir de
este mundo de sombras y de actos
incompletos.
[El abogado Gómez Luna sube
corriendo las gradas del teatro,
entra al vestíbulo e interrumpe el
diálogo].
GÓMEZ LUNA: ¡La Cámara de
Diputados se ha dividido! El
diputado Alfonso Toro ha pedido
que el caso se turne a lo civil.
ÁNGELES: No puede ser verdad.
SEÑORA REVILLA: ¡Y nosotros
empezábamos a perder la esperanza!
GÓMEZ LUNA: ¿Aquí siguen
deliberando? No se deciden a dar el
fallo adverso que les exigen.
ÁNGELES: Hace tres horas que terminó
el juicio.
GÓMEZ LUNA: Los diputados también
deliberan. Nosotros seguimos
presionando a la Suprema Corte
para alcanzar el amparo. El juicio es
tan irregular, que sé de buena fuente
que el amparo será concedido de un
momento a otro.
SEÑORA REVILLA: ¿En México ya saben
que el juicio terminó y que ahora no
esperamos sino el veredicto?
GÓMEZ LUNA: ¡Claro que lo saben, no
me he despegado un minuto del
telégrafo! Estoy esperando la
respuesta. ¡Señor Felipe Ángeles, le
juro a usted solemnemente que no
volveré al Teatro de los Héroes si
no es con el amparo en la mano!
ÁNGELES: ¡El triunfo sería más
increíble que la derrota!
SEÑORA REVILLA: Vamos con el
abogado. Hay mucha gente a la que
todavía podemos recurrir en la
capital. [Las tres señoras y el
abogado salen del vestíbulo y
descienden animadamente las
gradas del teatro. Salen. Ángeles se
queda pensativo y silencioso. Todos
a su alrededor guardan silencio].
BAUTISTA: [Como para sí mismo]. ¡Qué
crédulos, no conocen al Primer Jefe!
ÁNGELES: ¿Duda usted, coronel?
BAUTISTA: Sí, francamente dudo que su
vida se salve por el perdón.
ÁNGELES: No pensaba en el perdón.
Pensaba en un movimiento de la
opinión pública que obligue al
Gobierno a ceder. Los hombres del
poder saben que a veces conviene la
magnanimidad.
BAUTISTA: Sí, pero también saben que
perdonar es abrir la puerta a la
rebelión, porque es reconocer el
error y los derechos de los demás.
El principio del Primer Jefe es que
no se equivoca nunca. Es un ídolo, y
la muerte de usted es el incienso que
él mismo ofrece a su propia
divinidad.
ÁNGELES: Entonces, todo es inútil. No
me queda sino esperar a que
amanezca.
BAUTISTA: Honradamente, no le queda
otra, mi general. Sólo una cosa se
me ocurre… [Entra un capitán al
vestíbulo].
CAPITÁN: [Saludando]. Coronel
Bautista, el Consejo de Guerra
reclama la presencia del acusado.
ÁNGELES: [Irguiéndose]. A sus órdenes,
capitán.
[Salen los tres por las cortinas del
fondo del vestíbulo. El General
Diéguez sube las gradas del
Teatro. Viene sombrío. Enciende
un cigarrillo, lo fuma, se pasea a
grandes zancadas por el vestíbulo,
da un puntapié a uno de los
banquillo de terciopelo rojo.
Llama a un centinela y éste
reaparece al cabo de unos
segundos acompañado del Coronel
Bautista].
BAUTISTA: ¿Qué pasa, mi general,
siempre no se nos va?
GENERAL DIÉGUEZ: Ya nada me retiene
en Chihuahua. Me voy para
Camargo.
BAUTISTA: Es usted poco curioso, mi
general; entre a la sala siquiera a
echar un vistazo. Ahora van a leer el
veredicto.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Como si no lo
conociera! La gente me da asco…
Sí, me dan asco todos: los generales,
el defensor, ese loco de Ángeles.
¡Todos! Y en especial esa
muchedumbre que llena el teatro y
aplaude, y silba y patea y luego
nada. ¡No harán nada! Tal vez las
únicas que merecen respeto son esas
señoras. Pero esa gente…
BAUTISTA: ¡Es que subió usted muy alto,
mi general! Ya se olvidó de que la
gente…
GENERAL DIÉGUEZ: [Interrumpiendo].
¡No me hable de la gente! Dentro de
unas horas les mataremos a Felipe
Ángeles y no moverán un dedo para
salvarlo. El Primer Jefe les regala
esa imagen sacrificada, en la que
ellos se ven ejemplares. Les basta
con la muerte de Ángeles para
sentirse ellos también fusilados. En
ese espejismo los tiranos fundan su
crueldad y su omnipotencia. Ya los
verá mañana. No quieren que los
salpique la sangre y creen que así
quedan limpios. ¿Los ve ahora?
Quietos. ¡Les gusta la fuerza porque
justifica su impotencia! ¡Y ese iluso
de Ángeles va a morir por esos
pendejos!
BAUTISTA: Todavía puede pasar algo, mi
general, no esté usted tan seguro.
GENERAL DIÉGUEZ: No pasa nada.
Volveré a Chihuahua cuando el
muerto esté bien muerto y hasta
hieda.
BAUTISTA: Yo no me iría, mi general. La
gente, aunque usted no lo crea, anda
muy alzada.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡No harán nada!
Además he previsto todo. He dado
órdenes de anunciar el fusilamiento
en el cerro de Santa Rosa, para
desalojar un poco la ciudad de
revoltosos. Esta misma noche
empezará el éxodo. ¿Usted cree que
van a perder el espectáculo? Y
mientras, usted se lo truena: en el
interior del teatro hay un patio.
BAUTISTA: Sí, atrás, pero es muy
pequeño, mi general, habrá que
dispararle casi a boca de jarro… el
cadáver va a quedar muy
desfigurado, parecerá un asesinato.
GENERAL DIÉGUEZ: ¡No entre en
detalles! Lo único importante es que
se cumplan las órdenes. Qué más da
como quede… al cabo que muerto
no irá a ningún baile. [Diéguez
golpea con su guante una de las
columnas del vestíbulo. Luego
avanza hacia las gradas y de
espalda a Bautista, se detiene].
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Ah!… ¡se me
olvidaba algo, Coronel Bautista!
Hay órdenes superiores de fusilar al
General Felipe Ángeles con balas
expansivas. ¡Coronel, usted
responde con su cabeza de que las
órdenes sean ejecutadas!
[Diéguez baja las gradas de prisa.
Por el lado opuesto del proscenio
entran las señoras Revilla, Seijas
y Galván. Ven a Diéguez, que se
dispone a abandonar el teatro. La
Señora Revilla lo alcanza y lo
detiene].
SEÑORA REVILLA: ¡General Diéguez!
GENERAL DIÉGUEZ: [Haciendo una
reverencia]. Señora.
SEÑORA REVILLA: ¡Es la última burla!
Han cortado el telégrafo para
Impedir que llegue el amparo de la
Suprema Corte. [La Señora Revilla
parece que va a llorar].
GENERAL DIÉGUEZ: ¡Por favor, señora!
… Me apena usted, está mal
informada, el parte dice que son los
villistas los autores de esta nueva
fechoría.
[Se corren las cortinas del
vestíbulo y empiezan a salir los
generales del Consejo de Guerra.
Vienen serios. Varios asistentes
los ayudan a ponerse los capotes
militares].
SEÑORA REVILLA: ¿Los villistas?
GENERAL DIÉGUEZ: Señora, el Consejo
de Guerra ha terminado. Quizás le
interese conocer su veredicto.
¡Señoras, créanme que lamento en el
alma no haber podido serles más
útil! [Diéguez hace una nueva
reverencia y veloz sale de escena.
Las señoras suben lentamente las
gradas y entran en el vestíbulo. Los
miembros del Consejo de Guerra se
despiden. Escobar se aísla].
GAVIRA: [A Acosta y García]. ¿Cómo
dicen?
GENERAL ACOSTA: Sí, General Gavira,
salimos esta misma noche de
Chihuahua; ya no hay nada que hacer
aquí, sino recordar todo lo que uno
trata de olvidar.
GARCÍA: Este ha sido el día más duro de
mi carrera, General Gavira.
GAVIRA: ¿Qué le parecen estos dos
compañeros, Peraldí? ¡Se van!
Véngase conmigo, vamos a tomar un
trago juntos.
PERALDÍ: Lo siento, general, también yo
tomo el mismo tren que los
compañeros. Debo volver a mi
puesto.
GAVIRA: ¡Esto es una desbandada!
ESCOBAR: [Desde lejos]. Dice bien,
General Gavira, esto es una
desbandada. [Un asistente se acerca
a ofrecerle su capote. Escobar lo
rechaza con un gesto].
GENERAL ACOSTA: [A Escobar].
¡Apúrese, general, o va a perder el
tren!
ESCOBAR: ¿Qué tren?
[Los demás generales se miran
entre ellos].
GAVIRA: El tren que sale de Chihuahua
dentro de unos minutos. Yo también
me voy con los compañeros no voy a
quedarme de alma en pena.
ESCOBAR: ¡Buen viaje, General Gavira!
Yo me quedo aquí. Me quedo hasta
el final de esta función de teatro.
[Escobar se aleja de los generales.
Se recarga contra uno de los pilares
del vestíbulo y mira a sus
compañeros con aire sombrío. Los
generales se apresuran a salir].
PERALDÍ: ¡Adiós, General Escobar!
[Peraldí baja las gradas y sale].
GARCÍA: [A Escobar]. No se excite mi
general, todo es por demás. [García
alcanza a Peraldí. Sale].
GAVIRA: [A Escobar tomando del brazo
a Acosta]. Yo en su lugar no me
quedaría, General Escobar. Es un
consejo, un consejo de amigo.
GENERAL ACOSTA: ¡Suerte, Escobar!
[Gavira y Acosta bajan las gradas y
salen. Escobar fuma un cigarrillo
recargado contra el pilar, está
silencioso. Las señoras Revilla,
Seijas y Galván, forman un grupo
alejado del general. Entra Felipe
Ángeles escoltado por Bautista y
por soldados. Se hace un gran
silencio. La señora Revilla se le
acerca].
SEÑORA REVILLA: ¿A muerte, general?
ÁNGELES: Y muerte por unanimidad.
[La señora Revilla lo abraza.
Escobar avanza silencioso hasta el
grupo formado por Ángeles y la
señora Revilla].
ESCOBAR: ¡General Felipe Ángeles!,
estuvo usted brillantísimo en su
defensa. Nos puso usted en
verdaderos aprietos. ¡Permítame
felicitarlo!
ÁNGELES: ¡Gracias, General Escobar,
muchas gracias! Desde que me
aprehendieron no he recibido sino
atenciones.
ESCOBAR: General, estoy a sus órdenes,
créame que estoy aquí para servirlo.
ÁNGELES: [Con aire sonámbulo]. Para
servirme, General Escobar… para
servirme. [Silencio. Adentro de la
sala se oyen los pasos del público
que desaloja la sala].
Telón.
ACTO III
Celda improvisada en el interior del
Teatro de los Héroes. Se supone que la
celda está en lino de los camerinos del
teatro. Es media noche. Felipe Ángeles
sentado frente a una mesa de pino
escribe una carta. Bautista, silencioso
y sombrío, observa a su prisionero.
Este firma la carta y se queda absorto.
BAUTISTA: ¡General!… ¡General! ¿No
me oye usted?
ÁNGELES:[Ausente]. ¿Es usted otra vez,
Bautista?
BAUTISTA: Sí, mi general… [Baja
mucho la voz]. Francisco Villa no
anda lejos… nos anda rodeando. Lo
busca a usted, General Ángeles… ya
sabe que usted para Villa es sagrado,
como lo fue Madero… Yo he estado
pensando todo el día que… pero no
sé cómo decírselo, es usted una
persona tan especial. Con cualquier
otro no me tocaría el corazón…
ÁNGELES: Dígalo sin miedo… Pobre
Francisco Villa…
BAUTISTA: El General Diéguez se fue de
Chihuahua, no quiso estar aquí a la
hora de la hora. Yo solo soy
encargado de guardarlo y fusilarlo.
¿Pero qué le da su muerte a mi vida?
¡Amarguras! Por eso he decidido
después de pensarlo todo el día,
jugarme la cabeza con usted.
ÁNGELES: [Mirando asombrado]. No
habla usted en serio, coronel.
BAUTISTA: ¡Tan en serio como los que
quieren fusilarlo! Usted en mi caso
haría lo mismo. Yo estoy al mando
de las tropas, contamos con el
pueblo de Chihuahua. Francisco
Villa no anda lejos. Con un golpe de
mano nos apoderamos de la ciudad y
les damos la entrada a los villistas.
Si fracasamos nos vamos al monte
con ellos.
ÁNGELES: ¿Y sus jefes, coronel?
BAUTISTA: ¿Mis jefes…? Usted está
contra los jefes, general y yo
también. He tenido muchos y todos
me han dado la orden de matar. Los
he visto subir, fusilar y luego caer
fusilados… ¡Como usted, general, si
no se decide! [Se produce un
silencio].
BAUTISTA: ¿Sabe, general, lo que nos
importan los jefes? ¡Un salivazo!
ÁNGELES: [Lo mira asombrado].
¡Pobre General Villa!…
BAUTISTA: Acepte mi proposición,
general.
ÁNGELES: No creo en la fuerza…
BAUTISTA: Con razón el General
Escobar dice que es usted un
suicida.
ÁNGELES: ¿Un suicida?… No, se
equivoca. Un suicida es un error.
BAUTISTA: Usted cree que todavía
llegará el amparo.
ÁNGELES: No lo sé…
BAUTISTA: No sea inocente, general, y
acepte lo que le propongo; así nos
cobraremos lo que nos han hecho. Es
la única manera de empezar de
nuevo, como usted decía antes.
ÁNGELES: Pero no así, Coronel
Bautista. Empezar de nuevo
significaría cambiar el crimen por la
fraternidad, la muerte por la vida,
los disparos por las ideas, la
anarquía por la conducta, a mí por el
otro.
BAUTISTA: Tiene usted razón y no la
tiene. ¡Lástima que no podamos
hablar más largo, su tiempo es ya
muy corto, general! Hay que abrirle
una puerta que lo alargue, que lo
conduzca al campo, en donde lo
aguardan sus compañeros, no el
pelotón de fusilamiento.
ÁNGELES: No me haga soñar, coronel.
BAUTISTA: ¿Cuál es su respuesta?
ÁNGELES: [Ausente]. ¿Cuál respuesta?
BAUTISTA: No me creyó. Nadie me cree.
¿No se da cuenta General Ángeles
de que también yo estoy preso? ¿No
se da cuenta de que también yo me
quiero escapar?
ÁNGELES: Nadie se escapa, Bautista. La
huida es una ilusión y en este caso
no creo que valga la pena el riesgo.
BAUTISTA: No hay riesgo, general.
Todos los generales del Consejo de
Guerra se fueron hoy mismo de
Chihuahua. Sólo quedó Escobar…
no sé para qué se quedaría ése, pero
es lo de menos. Yo soy el encargado
de fusilarlo. Mi cabeza depende de
la suya. ¿Ve general? Sin
proponérnoslo, nos columpiamos del
mismo mecate por encima de la
muerte. ¡Y quiero corrérmela con
usted!
ÁNGELES: Usted es el único que se la
corre, Bautista, mi vida ya está
perdida.
BAUTISTA: Hace más de una hora que
anunciamos que usted sería fusilado
en el cerro de Santa Rosa y a estas
horas todos sus partidarios van hacia
allá; pero usted debe de ser fusilado
en el interior de este teatro.
ÁNGELES: ¡El Gobierno sabe hacer las
cosas!
BAUTISTA: ¡Sabe y no! A mí no me
preguntaron si quería fusilar a Felipe
Ángeles en un patio del Teatro de los
Héroes… con balas expansivas.
ÁNGELES: ¿Con balas expansivas?…
No veo el objeto… ni veo el motivo
de sus palabras…
BAUTISTA: ¿No ve, general, que yo
también quiero volver a ser lo que
fui? Yo no entré a la Revolución
para fusilarlo a usted, un
revolucionario, con balas
expansivas. Esta Revolución es una
víbora que empezó a silbar muy de
mañana y que a estas horas ya se
enroscó y se muerde la cola para
asfixiarnos a todos. ¡Hay que
descabezarla! Los generales del
Consejo de Guerra también le tienen
miedo.
ÁNGELES: Es que si no matan, mueren.
BAUTISTA: Acepte mi proposición,
general. Los guardias me obedecen.
Si prefiere, para menos riesgo, lo
saco disfrazado.
ÁNGELES: [Pensativo]. ¿Y usted cree,
coronel, que podemos deshacer el
círculo de la serpiente?
BAUTISTA: ¡Seguro que podemos! Pero
hay que dispararle a la cabeza, para
que nunca más vuelva a oprimirnos
su círculo de sangre fría que pide
sangre tibia. ¡Decídase, general,
apenas nos queda tiempo!
ÁNGELES: El tiempo, el tiempo, siempre
el tiempo… Quizás, coronel, el
tiempo nuestro se ha gastado y
empieza ahora un tiempo nuevo…
imprevisible. Tal vez el tiempo es
algo finito…
BAUTISTA: No divague, general. Hay que
actuar ahora mismo para que nos
quede algo de la noche, por si
debemos de salir al monte.
ÁNGELES: Si Escobar está en
Chihuahua, tan pronto como se
entere de nuestra fuga se pondrá al
frente de las tropas para
aniquilarnos.
BAUTISTA: [En voz muy baja]. No le
daremos tiempo. Antes de salir
puedo romper el primer anillo de la
vibra. ¡Yo, general, quiero dar el
primer balazo! Le garantizo que no
será Escobar el que me madrugue.
[Alguien llama a la puerta. Ángeles
y Bautista se miran. Bautista se
acerca a la puerta. Ángeles
continúa sentado, con aire ausente.
Insisten en el llamado].
VOZ DE ESCOBAR: [Desde afuera de la
puerta]. ¡General Ángeles!
[Bautista cerca de la puerta mira
a Ángeles, éste levanta con fatiga
la mano para hacer la seña de
dejar pasar al visitante. Bautista
adopta la actitud de que está
alerta para cualquier orden
muda].
VOZ DE ESCOBAR: [Desde afuera de la
puerta]. General Ángeles, ¿me
permite pasar?
ÁNGELES: [Sereno]. ¡Adelante, General
Escobar!
[Bautista abre la puerta, mira al
visitante con intensidad y
permanece junto a la puerta
abierta en actitud alerta. Cuando
Escobar entra el coronel
permanece junto a la puerta y
continúa en la misma actitud.
Escobar viene limpio, se nota que
se acaba de bañar. Todo él
resplandece de pulcritud].
ESCOBAR: [Dirigiéndose a alguien que
lo sigue]. ¡Anda, pásale, no te
achiques! [Entra un camarero con
una bandeja llena de viandas y
cubierta con una servilleta
albeante. Ángeles permanece
impasible].
ESCOBAR: Buenas noches, General
Ángeles. ¿No incomodo?
ÁNGELES: [De pie]. No, General
Escobar. [Escobar recoge de la
mesa pluma, tintero y papel].
ESCOBAR:[Al camarero]. ¡Déjala aquí!
Ya puedes irte. [Escobar saca
dinero de su bolsillo y se lo da al
camarero que mira fascinado a
Ángeles].
CAMARERO:[Cogiendo maquinalmente
la propina]. Buenas noches, mi
General Felipe Ángeles.
ÁNGELES: [Lo mira tratando de
reconocerlo]. Buenas noches… nos
vimos mucho en un tiempo,
muchacho.
CAMARERO: Sí, mi general, yo combatí
bajo sus órdenes en la toma de
Torreón y en la de Zacatecas; luego
pasé a la brigada del General Saulo
Navarro y con él estuve hasta que lo
mataron. Siempre fui villista y
soldado raso.
ÁNGELES: Parece otra vida y hace solo
unos años…
CAMARERO: Era otra vida, mi general.
Me di de baja después de la
peregrinación que hice por toda la
frontera con el cuerpo de mi General
Saulo Navarro. Carranza no lo
dejaba entrar ni muerto, pero lo
metimos y está sepultado aquí en
Chihuahua.
ÁNGELES: Está bien quedarse aquí. En
Chihuahua han quedado tantos
valientes. [El camarero se cuadra
ante Ángeles].
CAMARERO: Para Chihuahua es usted el
glorioso Felipe Ángeles.
[El hombre sale de prisa, se
produce un silencio. Bautista
permanece junto a la puerta
cerrada, mirando a Felipe
Ángeles, que ahora tiene una
actitud ausente].
ESCOBAR: General, aquí me tiene, un
amigo siempre es necesario en
momentos como éste… si en algo
puedo serle útil.
ÁNGELES: [Desconcertado]. ¿Útil? Ya
vi General Escobar todo lo útil que
puede serme usted: me condenó a
muerte.
ESCOBAR: ¡Compréndame, general, con
el dolor de mi corazón tuve que dar
ese paso!
ÁNGELES: ¡Ah!
ESCOBAR: No quise dejarlo solo,
general… me permití traer esta
modesta cena para compartirla con
usted. [Bautista inmóvil espera una
señal de Ángeles. Felipe Ángeles lo
mira impasible. Luego a Escobar].
ÁNGELES: Siéntese, general, le
agradezco infinitamente su atención.
[Escobar ocupa una de las dos
sillas de pino que hay en la
celda].
ÁNGELES: [A Bautista]. Usted, coronel,
haga el favor de sentarse aquí con
nosotros. [Bautista avanza hasta
tocar el respaldo de la silla varia.
Hace esto contra su voluntad.
Ángeles se dirige al catre de
campaña que hay en la celda y se
sienta en el borde].
BAUTISTA: Gracias, general, prefiero
estar de pie.
ESCOBAR: [Levantando la servilleta
que cubre la bandeja y en la cual se
ven dos cenas abundantes]. Pero…
¿no va usted a acompañarme?
ÁNGELES: Lo siento, pero mi estómago
no resistiría ningún alimento.
[Escobar vuelve a cubrir la
bandeja].
ESCOBAR: ¡Compañero, yo quisiera que
usted me comprendiera! Nada me
dolería más que no lograr
desvanecer este equívoco que ha
surgido entre nosotros.
ÁNGELES: ¿Equívoco?… General, no
comparto sus escrúpulos.
ESCOBAR: ¡Caray, General Ángeles,
quisiera que estuviera usted en mi
pellejo!
ÁNGELES: [Se echa a reír]. ¿Lo dice
usted en serio?
ESCOBAR: ¡Claro que sí!… Usted sabe,
general, que siempre hay dos
situaciones: la pública y la privada.
Soy su amigo y usted va a morir; y
yo debo explicarme con usted, como
usted haría conmigo, si yo estuviera
en esta celda. Como hombre público
al servicio de un régimen he tenido
que condenarlo a muerte. Como
amigo, estoy aquí para testimoniarle
mi afecto y admiración.
ÁNGELES: Perdón, Escobar, pero no
entiendo su actitud. Si merezco la
muerte y usted así lo dictó, no debe
darme explicaciones, y su presencia
en esta celda de condenado a muerte
es una crueldad.
ESCOBAR: [Poniéndose de pie]. ¡Nada
más lejos que pretender herirlo!
Créame que obro impulsado por mi
corazón, que soy su amigo.
ÁNGELES: ¡Mi amigo!
ESCOBAR: Yo no soy responsable de su
muerte. Era imposible salvarlo,
general, y le aseguro que hice todo
lo posible… Usted es víctima de las
circunstancias… además había
órdenes.
ÁNGELES: ¿Ordenes? No creo en las
órdenes.
ESCOBAR: Ya lo sé, general. Y tiene
usted razón. Si hubiera usted seguido
las órdenes de Carranza, cuando le
ordenó que dividiera a la División
del Norte y que no tomara Zacatecas,
todavía estaría Victoriano Huerta en
el poder, pero usted desobedeció,
tomó la plaza y ganó la Revolución.
Usted, General Ángeles, se dio
cuenta desde entonces, de que
Carranza estaba dispuesto a
sacrificarlo todo, hasta el triunfo, si
no era él la primera figura. A usted
lo temía más que a ninguno de
nosotros, porque era un rival
involuntario y demasiado brillante.
Y él ya había calculado erigirse en
jefe de todos… pero, general, si lo
hubiera usted obedecido, no estaría
en esta celda… De modo que no
tiene razón.
ÁNGELES: Cada quien actúa de acuerdo
con su conciencia y es responsable
de sus actos. Yo desobedecí y tomé
Zacatecas para evitar batallas
inútiles. Ahora, General Escobar, no
le tomo cuentas a su conciencia, ni le
reprocho su obediencia.
ESCOBAR: ¿Mi obediencia? Pero ¿solo
ve usted que obedezco y
desobedezco? Yo, como Gonzalo
Escobar, soy su amigo aunque no lo
entiendo. Pero como el General
Escobar, no tengo más remedio que
condenarlo porque la Revolución y
sus jefes lo condenan.
ÁNGELES: Entiendo, general, usted tiene
dos conciencias, una privada y otra
pública; a la primera la absuelve la
segunda y a la segunda la de un
tercero. Después de esta transacción
no veo de cuál de las dos
conciencias pueden brotarle los
escrúpulos que lo traen a esta celda.
ESCOBAR: General, ¿no quiere entender
que yo como todos soy dos?
ÁNGELES: [Lo ve con tristeza]. Sí, el
hombre es múltiple, pero también es
uno. Uno y dueño de sus actos y no
puede entregar su destino en las
manos de un tercero sin volverse un
siervo, un cómplice o un autómata.
ESCOBAR: ¿Usted me considera un
siervo? ¿Usted que sabe que luché
por la libertad y por la Revolución?
ÁNGELES: No me hable de libertad,
Escobar, cuando acaba de decirme
que no es libre de sus actos. De esta
Revolución no han surgido hombres
libres. Ni siquiera el Primer Jefe, él
es el más esclavo de todos ustedes,
porque es el que tiene más miedo. El
miedo es el peor consejero, no
aconseja sino crímenes. Detrás de
cada dictador hay un potencial de
miedo infinito.
ESCOBAR: ¡No siga, General Ángeles!
Sus palabras me lastiman, como
lastimarían a cualquier
revolucionario. Hace usted mal en
hablar así. Hizo usted mal en hablar
con esas palabras a los jefes de la
Revolución. Hace años que comete
el mismo error, era fatal que llegara
esta noche… usted solito, general,
ha cavado su tumba.
ÁNGELES: Lo sé, y no me arrepiento.
Son mis palabras y no mí espada,
rota por mí hace mucho tiempo, las
que me matan.
ESCOBAR: ¿Y de verdad la rompió,
general, o simplemente se negó a
ponerla al servicio de nadie, sino al
suyo propio? En el Consejo de
Guerra esta pregunta me
atormentaba.
ÁNGELES: Mi espada nunca estuvo al
servicio de nadie, sino al de unos
principios que cada día se fueron
haciendo más claros, hasta que al
final, ya no necesité de la espada,
porque ellos se volvieron un arma
más poderosa. Entonces, cambié a la
espada por la palabra.
ESCOBAR: ¡Que grave error en un
hombre tan inteligente! La espada es
el poder. ¡No ve a tantos leguleyos
plegados a la voluntad del Primer
Jefe!
ÁNGELES: El terror es el arma de los
débiles; a la espada más cruel se le
vence con la palabra, que es más
poderosa.
ESCOBAR: ¡No se engañe, General
Ángeles! Cuando usted habla de
justicia parece que tiene razón, pero
no la tiene, porque carece de la
fuerza para imponerla. ¿Y qué es la
justicia sin el poder?
ÁNGELES: ¿No se da cuenta,
compañero, de que la justicia está
por encima del poder y de que no
necesita ninguna circunstancia
temporal?
ESCOBAR: Yo no creo en la justicia de
esa manera. Usted no va a morir,
perdone lo que voy a decirle,
víctima de una injusticia, sino por
obra de una justicia superior que
usted se niega a aceptar.
ÁNGELES: Usted, en lo único que cree
es en la fuerza. ¿Y si ahora en este
momento, un grupo adicto a mí,
entrara en esta celda y lo asesinara
usted admitiría esta justicia? Todo es
posible, General Escobar. [Escobar
lo mira atónito, luego mira a
Bautista, que lo mira con fijeza].
ESCOBAR: ¿Un grupo adicto a usted?…
No tendría fuerza suficiente para
asesinarme, general.
ÁNGELES: ¿Por qué no?
ESCOBAR: Porque sería un grupo
reaccionario, sin raíz en el pueblo…
condenado a fracasar en unas horas.
La Revolución ganó. ¿O quiere usted
que volvamos a la bola, al desorden,
que sea otra vez la reacción quien
gobierne? ¡Si ganamos, general,
ganó la revolución!
ÁNGELES: La bola no es la Revolución
ni la voluntad arbitraria de los jefes
es la justicia. General Escobar, usted
y sus amigos no son la Revolución.
Por eso yo, en este momento puedo
aceptar que mis partidarios lo
fusilen en mi lugar y también su
muerte sería en el nombre de la
Revolución. Todo es válido después
de que usted y sus amigos han
traicionado a la Revolución que era
la convención.
ESCOBAR: [Nervioso]. No creo que
hable usted en serio… Además usted
es el único que no haría eso, porque
usted está en contra de la violencia y
no cree en el poder… yo sé que es
usted incapaz de aprovechar a la
gente que vigila el teatro para vigilar
su vida…
ÁNGELES: Quién sabe…
ESCOBAR: Yo lo sé. Usted siempre fue
el mismo, por eso siempre me dije:
el General Ángeles acabará mal, por
llenarse la cabeza de dudas y de
palabras.
ÁNGELES: Sí, siempre fui el mismo y
siempre combatí para oponerme a lo
que ustedes están haciendo ahora:
reducimos al estado de tribu, con un
sacerdote mágico a la cabeza,
pronunciando fórmulas sin sentido
dique para remediar los males de su
pueblo. Yo combatí, compañero,
para acabar con los brujos del poder
y sus profecías ininteligibles. Y creo
que ahora hay que empezar a
combatir de nuevo.
ESCOBAR: [Nervioso]. ¡Mi general,
parece increíble que haya sido usted
un jefe revolucionario! ¿Qué ya se le
olvidó cómo se nombran los
ejércitos? ¡Soy gente de Francisco
Villa! ¡Soy gente de Carranza! ¡Soy
gente de Felipe Ángeles! ¡Y están
dispuestos a morir por uno! Y si
usted está aquí, es porque se quedó
sin gente. Por eso, perdone que se lo
diga, no es grave matarlo ahora.
¡Qué distinto hubiera sido antes!
¡Nadie se hubiera atrevido ni
siquiera a pensarlo, porque estaba
toda la División del norte con usted!
ÁNGELES: La gente, general, está con
los que estamos con ella.
BAUTISTA: [Dando un paso adelante].
¿No ha visto, General Escobar, al
pueblo de Chihuahua?
ESCOBAR: Sí, lo he visto.
ÁNGELES: Pero usted sigue creyendo,
general, que no es grave matarme
ahora porque no tengo gente armada,
porque estoy vencido… Y yo le
digo, compañero, que el acto más
grave que puede cometer el hombre
es el de matar. Las consecuencias de
un crimen son incalculables.
Recuerde que la Revolución se
desató por un crimen.
ESCOBAR: ¡Es cierto que ese crimen nos
descabezó!
ÁNGELES: No, general, no porque nos
descabezó. Madero no era un jefe.
Madero pensaba que todos éramos
iguales, por eso todos nos sentimos
asesinados cuando lo mataron a él.
Le aseguro que no ocurriría lo
mismo con su muerte, ni con la de
Carranza.
ESCOBAR: ¡Baje a la tierra, general!
¡Cómo me duele ver que usted se va
a morir por unas palabras! Y a las
palabras se las lleva el viento. A mí,
General Ángeles, me da tristeza que
usted muera por unas palabritas.
ÁNGELES: Nada existiría si antes no le
hubiera dado forma la palabra. Si
muero será por las palabras, por la
palabras que no se lleva el viento,
compañero.
ESCOBAR: ¡Usted está ciego! Y pensar
que era usted el hombre que
necesitábamos. La gran cabeza.
Todos estábamos dispuestos a
seguirlo. Su primer error fue no
tomar el poder. Y luego hablar,
hablar cada vez más solo, cada vez
más para usted mismo… ¿quién lo
ha oído? ¿Quién lo ha seguido?
ÁNGELES: No sé si alguien me haya
oído, pero lo que sé es que hay que
hablar en este cementerio en el que
ustedes han convertido al país, en
donde sólo se oyen gritos y disparos.
Ya sé que hablar aquí es el mayor de
los delitos; aquí en donde el terror
ha reducido al hombre al balbuceo.
Pero yo, general, no renuncio a mi
calidad de hombre. Y el hombre es
lenguaje. Y óigame bien, General
Escobar; lo único que deseo es que
hablen todos, que se oiga la voz del
hombre, en lugar de que el hombre
se ahogue en crímenes. Hay que
hablar, general, aunque nos cueste la
vida. Hay que nombrar a los tiranos,
sus llagas, sus crímenes, a los
muertos, a los desdichados, para
rescatarlos de su desdicha. Al
hombre se le rescata con la palabra.
ESCOBAR: Aquí hablamos todos.
ÁNGELES: Aquí repetimos todas las
frases oficiales, que nacen muertas
de los labios de los jefes. El pueblo
no ha hablado todavía.
ESCOBAR: ¿Y la Revolución?
ÁNGELES: La Revolución empezó como
un ruido para aturdirse en la
desdicha, luego ustedes la
amordazaron con el terror.
ESCOBAR: Reniega usted de la
Revolución. Ahora veo claro por
qué van a matarlo. ¡Y si para alguien
fue fácil acomodarse fue para usted!
ÁNGELES: Yo ya encontré mi acomodo.
ESCOBAR: Perdone, general, no quise
ofenderlo… pero, se nos volteó.
ÁNGELES: No, me quedé con los
convencionistas… y no para ganar.
ESCOBAR: Eso es lo que me entristece,
porque lo admiro. Comprendo que
hay gente que juega para perder.
ÁNGELES: No se pierde nada. Yo no
jugué para perder, ni para ganar. Yo
luché por unos principios. Lo que
usted llama triunfo, para mí es una
derrota. Mi muerte es una derrota
más de la Revolución, una derrota
de ustedes los que me matan.
ESCOBAR: ¡De verdad que es usted
valiente! Siempre lo fue. Todos
admiramos su sangre fría. Cuando
les cuente a los compañeros esta
última noche me la creerán porque
se trata de usted. ¡Yo que venía a
acompañarlo en estas últimas horas!
Pensé que se le harían muy largas.
ÁNGELES: [Se echa a reír]. ¿Largas?
¡No soy tan despilfarrado, General
Escobar! Apenas me queda tiempo
para pensar un poco en lo sucedido.
Tengo que hacer mi balance final,
encontrar una explicación a lo que
me atormentó durante años.
ESCOBAR: Entonces, será mejor que me
retire. ¿Cree usted que debo regresar
más tarde?
BAUTISTA: ¿Regresar?
ESCOBAR: ¡No sé qué hacer! Todo esto
es muy terrible. Le debería pedir
perdón pero no puedo… y lo que
más me entristece es que no logré
deshacer el equívoco.
ÁNGELES: También para mí esto es muy
triste… Pero ya es tarde hasta para
hablar.
ESCOBAR: ¿Quién me iba a decir a mí,
Gonzalo Escobar, que el General
Felipe Ángeles iba a morir fusilado
por la Revolución? ¿Y qué iba yo a
pasar la última noche con él? ¡Cómo
da vueltas el mundo!
ÁNGELES: [A Bautista]. El círculo está
cerrado para siempre.
ESCOBAR: [Sacando un papel y una
pluma]. ¿Quiere usted firmarme este
papel? No quiero olvidar nunca esta
noche.
ÁNGELES: Lo que usted pida.
[Ángeles se inclina sobre la mesa
y escribe. Luego tiende el papel a
Escobar].
ESCOBAR: [Al terminar de leer]. Es
usted un hombre de ideas propias. [A
Bautista]. A que nunca conoció a un
hombre más inteligente. [A Ángeles].
¡Cómo quisiera que nada de esto
hubiera ocurrido! Borrar estos años,
volver todos juntos a la sierra…
ÁNGELES: ¡Volverán esos años!… El
tiempo es uno…
ESCOBAR: [Irguiéndose]. ¡Adiós mi
general!… ¡Lástima que no fuera
cierto lo de sus partidarios!, me
hubiera pasado con usted. Nunca
hubiera usted dictado mi sentencia
de muerte, no lo habría usted
necesitado.
BAUTISTA: ¿Está usted seguro?
ESCOBAR: Tanto, como que me llamo
Gonzalo Escobar. Conozco al
general hace mucho tiempo, coronel.
El hombre no cambia. Eso es lo
único que he aprendido en mis 28
años. [Escobar abraza a Felipe
Ángeles].
ESCOBAR: ¡Hasta pronto, mi general!
ÁNGELES: Adiós, General Escobar.
[Escobar sale. Ángeles lo ve salir.
Luego, con infinita tristeza, baja la
luz de la celda y queda indeciso. Da
unos pasos].
ÁNGELES: ¡Qué cansado estoy! ¿No va a
terminar nunca esta terrible noche?
[Bautista, mudo, lo ve dar unos
pasos por la celda, luego
acercarse al catre, taparse con la
cobija y cubrirse la cara con las
manos].
ÁNGELES: ¡Hace frío!… Y tanta
palabra. Y todas rebotan contra un
muro. ¿Nadie entiende el idioma que
yo hablo? Nadie te entiende, Felipe
Ángeles. ¡Mírate ahí!, tumbado en el
catre de los fusilados. Escupiendo
tus dientes rotos por las balas. Con
la lengua sangrando a fuerza de
llamar y llamar a alguien. Con los
ojos abiertos al horror del último
cielo. ¡Ese era el cielo, azul,
tendido, que amparaba mi infancia
allá en Hidalgo! El mismo cielo que
escuchaba al aire girar adentro de su
bóveda y al ruido acompasado de
los frutos columpiándose. Debajo de
ese cielo había mi casa; había mi
padre; había mi patria llamándome:
¡ven aquí, niño Felipe Ángeles, no
escapes a la ardua tarea de darme
forma! ¡Mírame aquí en el mapa, con
mi silueta rosa de cucurucho de
domingo desparramando lima,
capulines, jícamas! ¡Ven aquí, niño
Felipe Ángeles!, ata un cordelito a
mi cola de cometa y hazme subir al
cielo como un papalote, con su
cauda de frutos de colores. No me
abandones, niño Felipe Ángeles.
Paséame por las sierras, enséñame a
conocer el cauce andrajoso de mis
ríos. No me dejes que me olvide de
mis ciudades olvidadas: Colima,
Chetumal, Campeche, se me
escapan. Atada a su dedo, niño
Felipe Ángeles, hazme navegar por
mis cielos. Abajo tú, guiándome,
enseñándome a mí misma,
asomándome a la profundidad
submarina de mis valles. ¡Tú a
caballo, Felipe Ángeles! ¡A caballo
vomitando fuego! Buscando la
palabra que me apacigüe. ¿En dónde
está mi gente? Yo solo oigo el correr
de las lágrimas de los que no me ven
y me maldicen. Oigo sus pasos
descalzos, apagados, gastando las
piedras. ¡No me abandones, niño…!
¡Aquí estoy yo!, Felipe Ángeles,
aquí estamos los dos, tú pegada ahora a
las piedras de este techo de prisión,
encarcelada conmigo. Cuando mi dedo
engarruñado por la muerte no aprisione
más este cordel, no dejes que lo separen
de mi mano, hasta que otra mano
predilecta tuya, te arranque y te lleve
con la piel de mi mano muerta… ¡Niño
Felipe Ángeles, te busca tu papá! No
quiere que sigas jugando en las peleas
de gallos…
¡Yo galopo, yo batallo, yo lloro al
ver llorar al hombre que me sigue en la
noche! Arriba de mí, cruzando las
sierras, una forma rosada me sigue…
Díganle a mi padre que no se ocupe
de mi muerte. Que moriré aquí, con mi
uniforme de cadete, con mi compás en la
mano, haciendo círculos redondos como
el mundo y sus frutos.
¡Allí en un rincón está mi madre
mirando un papalote! De sus ojos salen
todos los ríos: el Lema, el Papaloapan,
el Mexcala. De sus hombres enlutados
salen los ojos tristes que me miran en
las batallas antes de morir. ¡Aquí está,
mírenla todos! Llorando el pecho
abierto de su hijo. Recogiendo su sangre
que se escapa en las losas del patio de
los ajusticiados. ¡Recógeme, forma
rosada, no me olvides, hazme un lugar
en tu memoria! ¡Tú que anduviste
posada en mi hombro como una paloma,
en los cuarenta y siete años que me
permitieron verte! ¡Llora Felipe
Ángeles! ¡Llora por ti, antes de que tus
lágrimas desaparezcan de esta tierra
regada por las lágrimas! ¡Llora igual que
Madero lloró antes de que lo sacaran
para su asesinato! Para que luego digan:
Madero era un tonto, Ángeles era un
tonto. De las lágrimas tontas de los
tontos nacen manantiales de los que
surge la frescura de la patria. [Ángeles
solloza. Bautista se le acerca. Hay un
silencio].
BAUTISTA: General. ¿Puedo ayudarlo en
algo?… Tómese un trago…
ÁNGELES: ¿Lo oyó usted?… Yo oí el
llanto de Madero esa noche, antes de
que tuviera que vestirse para que lo
mataran… Las palabras son inútiles.
Usted lo oyó, coronel…
BAUTISTA: ¿A quién, mi general? ¿A
Escobar?
ÁNGELES: No era Escobar. Eran todos
estos cadáveres voraces. Yo me voy,
me voy al reino de los vivos, de las
palabritas, como dicen ellos. De ahí
llegaré a la ciudad intocada por su
baba. Allí no encontraré estatuas de
ladrones, ni avenidas manchadas con
el nombre de los réprobos. Me voy a
vagar por la gran patria de las ideas.
Me voy a la palabra concordia.
BAUTISTA: ¡Cálmese, general!
ÁNGELES: Estoy en calma.
BAUTISTA: Nunca supe por qué peleaba,
y esta mañana cuando lo oí hablar
me di cuenta de que había andado a
ciegas y me entró rabia. Pero
siempre la tuve, sólo que no sabía
por qué. Ahora quiero disparar en
sus cabezas las balas que han
preparado para usted. ¡Ayúdeme!
También yo quiero llevar el papalote
rosa, encima de mi cabeza
guiándome en la noche, como un
farol de feria.
ÁNGELES: No necesita de mí, usted
también lo lleva, coronel.
BAUTISTA: Mientras estuvo aquí
Escobar, esperé su señal para darle.
¿Qué me hubiera durado?…
ÁNGELES: No se puede fincar nada
sobre un charco de sangre. Busque la
tierra firme, búsquela adentro de
usted mismo.
BAUTISTA: Yo no soy usted, mi general.
Yo soy los otros. Soy el montón. El
montón de pobres que ellos
acumulan… Usted dijo en su jurado:
sólo la sangre es fértil…
ÁNGELES: La sangre de los mártires.
BAUTISTA: Esa se evapora pronto, la
tierra de México es muy caliza y se
la traga pronto, nadie la recuerda, es
la sangre de los pendejos. ¡Quédese
aquí, general, dé la pelea! ¿No le
gusta vivir?… [Hay un silencio].
No, usted ya se me fue. Ya no es de
este mundo y por más que le hable,
no lo podré traer aquí conmigo, a
esta noche del 26 de noviembre de
1919, que es la última noche que le
queda.
ÁNGELES: Al encuentro de esta noche
vine. Estaba lejos y una voz me
llamaba: Felipe Ángeles, no pierdas
tus pasos en estas calles extranjeras,
gastadas por tus pies de tanto
andarlas. Ven cerca de mí, habla con
tus compatriotas, despiértalos del
sueño de los homicidas. Y me vine a
detener el crimen. Y aquí estoy
esperando…
BAUTISTA: Entonces renuncia, general.
Me deja. Nos deja.
ÁNGELES: Renuncio a despojar a mis
ojos del cielo fijo de los fusilados.
Ese es mi cielo. Ese es el cielo de
los mexicanos: inmóvil, aterrado a
las seis de la mañana. Ese es el
cielo que me aguarda. Quizás así
logre detener el horror y después el
cielo vuelva a girar dulcemente
sobre la cabeza de mis hijos y el
cucurucho rosa de mi tierra flote
como una nube. [Llaman a la
puerta. Bautista abre. Es la señora
Revilla. Lleva en la mano un
gancho de ropa del cual pende un
traje de civil color negro, una
camisa blanca y una corbata
también negra. En la otra mano, un
par de zapatos negros de hombre].
SEÑORA REVILLA: [Titubeante].
General, traigo esta ropa negra… es
nueva, no quiero que vaya así,
delante de los soldados. [Bautista se
adelanta y recoge las ropas de
manos de la señora y las coloca con
cuidado sobre una de las sillas de
pino].
BAUTISTA: [Con los ojos bajos]. Con su
permiso, general. [Sale].
ÁNGELES: Mi ropa para morir. Se
acordó usted, señora, de la
acusación que me lanzaron: hay que
ir limpios a la muerte. Lo creo,
señora, y no por catrín como dijeron
ellos, sino porque creo en el orden
de las almas y de los cuerpos,
reflejo del orden del Universo… Por
eso trataba de presentarme limpio en
los combates.
SEÑORA REVILLA: No se preocupe por
lo que ellos digan, general.
ÁNGELES: También somos la imagen
que tienen de nosotros los demás. Es
terrible descubrir todo en el último
momento… ¿qué hice en tantos años
como tuve? ¿Por qué no fui el que
debía haber sido?… se hubieran
evitado tantas lágrimas…
SEÑORA REVILLA: [Conteniendo el
llanto]. ¿A quién le importa que
lloremos?
ÁNGELES: ¡Cuánto silencio!
SEÑORA REVILLA: El telégrafo sigue
mudo… sin respuesta.
ÁNGELES: Este silencio no se va a
romper nunca. Para romperlo
sacrifiqué tantas cosas… Dentro de
un rato va a morir un hombre que
fracasó, y ese hombre soy yo… Me
cuesta trabajo no llorar sobre mí
mismo. No llorar sobre Clara, mi
mujer, sobre mis hijos… Es mejor
que no los hayan dejado cruzar la
frontera. En su presencia me hubiera
sido imposible morir.
SEÑORA REVILLA: Llore, general…
ÁNGELES: Les he escrito una carta. Me
preocupa que mi muerte frente al
paredón los llene de rencor por su
patria. Pero usted dígales que tener
una patria, a veces, es tener un
paisaje apacible y a veces un
paredón de fusilamiento.
SEÑORA REVILLA: Guardé intactas sus
palabras para dárselas.
ÁNGELES: Dígales que yo no muero
porque mi patria me repudie, sino
por un exceso de amor entre ella y
yo. Y que prefiero este final
encarnizado a una muerte extranjera.
Dígales que no olviden el color de
su luz, ni sus montañas infinitas, tan
caminadas por su padre. Que
aprendan a leer sus noches. Esas
noches solitarias que me han dado
fuerzas para morir. Su silencio me
enseño la triste suerte del hombre,
que no encuentra respuesta sino en el
miedo y la matanza.
SEÑORA REVILLA: General, también yo
he buscado una respuesta sin
hallarla. Al despertarme en las
mañanas, con la luz del sol, leía en
la palma de mi mano el destino inútil
del hombre. Ahora todo será
distinto, desde la inmovilidad de mi
casa, la palma de mi mano será la
superficie de la tierra; por ella iré
andando acompañada por usted,
escuchando sus palabras a través de
las sierras y de las ciudades
destruidas por el odio.
ÁNGELES: Un día todo entrará en orden
armonioso distinto al orden de la
violencia. No lo veré yo… pero tal
vez Clara lo alcance, y me perdone
el que ahora la deje en este
abandono: sola, sin dinero, en una
ciudad extranjera, y con tres niños…
nunca pensé en ella tanto como en
estos minutos. Ella es así, no quiere
nada que yo no quiera. No quería
existir sino como una parte mía… y
ahora me doy cuenta de que ella
siempre fue yo mismo. ¡Morirá
conmigo!… Esto es un consuelo
egoísta… Clara va a seguir viviendo
para pagar mis errores…
SEÑORA REVILLA: No me diga eso,
general… todavía podemos esperar
un milagro …
ÁNGELES: Este milagro no se va a
producir, señora. Usted, Clara y yo
lo sabemos en estos instantes
terribles, en que nuestro corazón se
inflama de un amor que va más allá
del amor, porque es irremediable y
son los últimos instantes que
tenemos para sentirlo… Dígale,
señora, que siempre la amé. Que
cuando descifraba las inexpugnables
sierras, descifraba también el
misterioso destino que la trajo hasta
mí, desde las selvas de pinos de
Alemania… Y que mientras las
sierras crecían delante de mí, una
detrás de la otra, como obsesión
infinita, diciéndome siempre: eres
pequeño, estas solo frente a ti
mismo, el único consuelo me lo daba
la gracia de una flor, inocente como
su rostro, al que ya no veré más…
SEÑORA REVILLA: General… el amor es
tan poderoso que puede producir
milagros, y tal vez ese traje negro se
quede colgado ahí como una
pesadilla… El abogado Gómez Luna
ha ido a los pueblos vecinos a
buscar un telégrafo…
ÁNGELES: No tengo esperanzas… Si al
menos mi muerte sirviera de algo…
con un hombre que se viera en mi
sangre mi muerte no sería inútil…
SEÑORA REVILLA: Hay muchos años por
venir. Muchos cruces de caminos.
Muchos hombres por nacer, habrá
alguno que busque sus huellas y las
vuelva otra vez vivas en el tiempo.
[Llaman a la puerta].
VOZ DE BAUTISTA: General…
ÁNGELES: Pase, Coronel Bautista.
[Entra Bautista].
BAUTISTA: [Sombrío]. Afuera está el
Padre Valencia… [Ángeles va a
decir algo, pero la señora Revilla
interviene].
SEÑORA REVILLA: Yo lo mandé llamar.
Sé que usted no es creyente, pero
quizás pueda ayudarlo en algo.
ÁNGELES: [Jovial, saliendo al
encuentro del Padre]. Pase, pase
usted, padre. [Entra el Padre
Valencia, afuera se perfila la luz del
amanecer].
PADRE VALENCIA: La Señora Revilla
me rogó…
ÁNGELES: Entre usted, padre, siéntese.
[La Señora Revilla se pone de pie].
SEÑORA REVILLA: General, los dejo,
estaré afuera esperando, esperando a
ver si nos hacen el milagro… ¿Nos
oirán padre?
PADRE VALENCIA: Hay alguien que nos
oye siempre. [La señora Revilla
sale].
ÁNGELES: Vaya usted con mi amiga,
padre. Yo estoy tranquilo.
PADRE VALENCIA: Déjela sola. La salud
en el hombre viene de saberse solo.
ÁNGELES: Todos estamos tan
horriblemente solos…
PADRE VALENCIA: Dios está con
nosotros.
ÁNGELES: No quisiera engañarlo,
padre; no creo necesitar su ayuda.
No me interprete mal, su presencia
no me incomoda y podríamos
conversar unos minutos. [Mira la luz
que se filtra]. Ya está
amaneciendo… esta noche ha sido
larga y extraña.
PADRE VALENCIA: A eso vine, general,
a que la extrañeza que siente ahora
al enfrentarse con su destino se
convierta en comunión y muera
reconciliado.
ÁNGELES: Estoy en paz, padre. Sé que
como todos los hombres no estoy
exento de errores y de crímenes…
tal vez la misma vida es un error y
solo la muerte es la perfección,
porque ahí cesa el combate, el
deseo, el fuego que nos consume.
Esta noche me ha dado la extrañeza
de la calma. Si dentro de unos
minutos logro ser digno frente al
paredón, conoceré por un instante la
eternidad. Eso es todo lo que espero.
PADRE VALENCIA: General, ¿no teme
usted el juicio de Dios?
ÁNGELES: No, no lo temo. Ese Dios
vengador es el espejo de nuestro
miedo. Yo no tengo miedo, si
acaso…
PADRE VALENCIA: [interrumpiendo].
¿Cómo puede negar a Dios en el
límite de sus días? El orgullo lo
ciega y lo lleva a juzgar a Dios con
esas terribles palabras.
ÁNGELES: [Riendo]. No lo niego, ni lo
juzgo, padre. Rechazo esa imagen
suya hecha a la medida de nuestras
imperfecciones. Creo en la
divinidad de la Creación, y creo que
nuestra presencia aquí en la tierra
tiene algún sentido. Todo está tan
lleno de misterio: los astros, las
plantas, el cielo, la muerte.
PADRE VALENCIA: Si esas preguntas las
dirigiera usted a Dios, todo para
usted se volvería claro y
transparente como un manantial.
ÁNGELES: Para mí, padre, Dios es mi
semejante, los árboles, los animales,
usted, yo. Dios es lo que mueve la
vida y la muerte. Dios es el orden, la
justicia. Por eso fui revolucionario y
muero siéndolo, porque quise y
quiero que en este país haya un
remedo de justicia. Y usted que
pertenece a la Iglesia debería
comprender que mientras la gente
viva en Ya abyección y en la
injusticia, no podrá sino creer, en un
Dios limitado, que la priva hasta de
la dignidad de ser hombre. Y digo
esto impulsado por la fraternidad.
PADRE VALENCIA: Lo sé, general, yo
soy un cura pobre y amigo de los
pobres. Pero no hable ahora de
política. Esta vida es un sueño, lo
espera la otra, la verdadera.
ÁNGELES: Nada sé de la otra vida. Si
existe, debe ser un acuerdo
milagroso con la creación.
PADRE VALENCIA: ¿No siente usted en
esta celda la presencia de la vida y
la muerte girando como dos
cometas? La muerte es una nueva
luz. Es la eternidad, la indecible
presencia de Dios. Todas sus
palabras, sus actos, sus
pensamientos, desaparecen frente a
este misterio. El tiempo que le
queda, general, apenas le basta para
deponer sus armas ante la verdad
que va a descubrir.
ÁNGELES: Para mí el tiempo ya no
corre. Y este diálogo es irreal. Las
palabras avanzan en un espacio sin
tiempo, sin sucesos, en la paz.
Moriré tranquilo.
PADRE VALENCIA: Morirá usted ciego, a
oscuras. Morirá usted como un
animalito.
ÁNGELES: Padre, ¿no se da cuenta de
que lo que necesito no es un
sacerdote, sino alguien que me
explique cómo un hombre que ama
tanto la vida no tiene miedo de
morir? [Se oyen pasos de soldados
que marchan. Un clarín. Tambores].
ÁNGELES: [Irguiéndose]. Para mí,
padre, ya llegó la verdad, la
respuesta que todos buscamos.
PADRE VALENCIA: [Conmovido]. Dios
lo perdone, hijo mío.
ÁNGELES: [Alisándose los cabellos y
tratando de poner en orden sus
ropas viejas]. Estoy perdonado,
padre. Todos estamos perdonados.
Otro tiempo me espera, sin jueces,
sin premios, sin castigos. La
salvación, el perdón, no están fuera
sino dentro de nosotros mismos…
[Los pasos avanzan, se detienen
cerca, detrás de la puerta de la
celda].
VOZ DE MANDO: [Detrás de la puerta].
¡Altooo! [Se abre la puerta y entran
la señora Revilla, la señora Seijas
y la señora Galván. Inmediatamente
después Bautista, que viene pálido].
ÁNGELES: [Cuadrándose delante de
él]. ¡A sus órdenes, coronel…! ¿Me
permite que me despida? [Ángeles
abraza estrechamente a la señora
Revilla].
ÁNGELES: Para no prolongar estos
minutos, este abrazo es para todos
mis amigos.
BAUTISTA: General Ángeles, me
abandonó, me condenó al crimen
para siempre.
ÁNGELES: Coronel, como última gracia
le pido que me conceda dar la orden
de fuego. [Ángeles al ir a colocarse
en el pelotón de soldados, pasa
cerca del traje negro y le pasa una
mano por encima].
ÁNGELES: Es igual morir en estas
trazas… Voy a entrar en un orden
diferente. [El Padre Valencia hace
la señal de la bendición].
ÁNGELES: ¡Gracias, padre! [Después de
una pausa]. Estoy listo. [Ángeles se
coloca en el centro mismo del
pelotón].
ÁNGELES: ¡De frente! ¡Marchen! [Salen
todos. Se oscurece la escena].
Fachada del Teatro de los Héroes.
Sentadas en los escalones, las señoras
Seijas, Revilla y Galván. Silencio. Ya
amaneció. En lo alto de la escalinata
aparece Bautista muy pálido.
BAUTISTA: Acaba de morir… Pueden
ustedes recoger su cuerpo. Está allá,
con los ojos abiertos, mirando lo
que él quería ver: el cielo de los
mexicanos… el último cielo… el
cielo de los fusilados. [Las señoras
se levantan y suben las gradas].
SEÑORA REVILLA: ¿En dónde está?
BAUTISTA: Atrás; en el patio.
SEÑORA REVILLA: Está en todos los
patios. [Salen las señoras seguidas
de Bautista. Hay un gran silencio en
la escena vacía. De pronto, por la
izquierda, entra el abogado Gómez
Luna. Viene corriendo, con el cuello
de la camisa abierto y la cara
desvelada. Con la mano derecha
agita un sobre azul. Sube la
escalinata corriendo].
GÓMEZ LUNA: ¡General Ángeles!
¡General Ángeles! ¡Estamos
salvados! ¡Llegó el amparo! ¡Llegó
el amparo! [Gómez Luna entra en el
teatro silencioso, corriendo].
VOZ DE GÓMEZ LUNA: [Desde el
interior del teatro]. ¡Coronel
Bautista! ¡Llegó el amparo!… ¡Llegó
el amparo!…
TELÓN FINAL.
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