- La habitación a oscuras
Tennesse Williams
The
Dark Room (1940)
Y
su marido, Mrs. Lucca, ¿cuánto
lleva sin trabajo?
—Dios
sabe cuánto.
—Necesito
una respuesta precisa, por favor.
—Debe
de haber estado desde 1930. Puede que más.
Mi marido dejó
de trabajar porque no estaba bien de la cabeza. Ya no podía
recordar las cosas.
—¿No
ha trabajado desde entonces?
—No.
Desde entonces ha estado enfermo. No está
bien de la cabeza.
—¿Y
sus hijos?
—¿Hijos?
Frank y Tony se marcharon. Frank se fue a Chicago, creo. No lo sé.
Tony nunca fue bueno. Los otros dos, Silva y Lucio, todavía
van al colegio.
—¿Van
al instituto?
—Todavía
van al colegio.
La
escoba de Mrs. Lucca rebuscó
con repentino vigor debajo de la mesa de la cocina. Sacó
una cuchara de plomo, unos recortes de papel y un trozo de bramante.
Recogió
la cuchara y la colocó
encima de la mesa.
—Me
hago cargo —dijo Miss Morgan—. Y tiene usted una hija, ¿no?
—Sí.
Una chica.
—¿Trabaja
en algo?
—No.
No trabaja.
—Su
nombre y edad, por favor.
—Se
llama Tina. ¿Cuántos
años
tiene? Viene justo antes que Silva. Silva tiene quince.
—Lo
que hace que tenga unos dieciséis
años,
supongo.
—Dieciséis.
—Ya
veo. Me gustaría
hablar con su hija, Mrs. Lucca.
—¿Hablar
con ella?
—Sí.
¿Dónde
está?
—Ahí
dentro —dijo Mrs. Lucca, señalando
una puerta cerrada.
La
asistente social se levantó.
—¿Puedo
verla?
—No,
no se puede entrar ahí.
A ella no le gusta.
Miss
Morgan se puso tensa.
—¿No
le gusta?
¿Por
qué no? ¿Está enferma?
—No
sé
lo que le pasa —dijo Mrs. Lucca—. No quiere que entre nadie en su
habitación
y no quiere que se encienda la luz.
La
escoba rebuscó
debajo del fogón
y sacó
el asa de una taza rota. Mrs. Lucca gruñó
cuando se agachó
para recogerla. La tiró
por
la trampilla del carbón.
—¿Qué
es lo que le pasa, Mrs. Lucca?
—¿A
quién?
¿A
Tina? No lo sé.
—¡De
verdad! ¿Desde
cuándo
pasa eso?
—Desde
sabe Dios cuánto.
—Por
favor, Mrs. Lucca, trate de dar respuestas precisas a mis preguntas.
Las evasivas no mejorarán
nada las cosas.
Mrs.
Lucca pareció
un tanto desconcertada.
—¿Cuánto
lleva en esa habitación?
—repitió
Miss Morgan.
—¿Cuánto?
Puede que unos seis meses.
—¿Seis
meses?
¿Está
usted segura?
—Empezó
a hacer cosas raras más
o menos hacia Año
Nuevo. Esa noche él
no vino. Fue la primera noche que él
no venía
después
de mucho tiempo, y era Año
Nuevo. Le llamó
a casa y su madre le dijo que él
se había
ido y que no llamara más.
Dijo que se iba a casar con una chica judía.
—¿Él?
¿Quién
es él?
—El
chico con el que salía
regularmente desde hacía
mucho tiempo. Un chico judío
que se llama Sol.
—¿Fue
eso lo que hizo que empezara a comportarse así?
—Puede
que lo fuera. No lo sé.
Tina colgó
el auricular, se metió
en
la cocina y calentó
agua. Dijo que tenía
dolor de estómago.
—¿Lo
tenía?
—No
lo sé.
A lo mejor sí.
En cualquier caso se acostó
y desde entonces no se ha levantado.
La
escoba de Mrs. Lucca hizo tímidas
excursiones en torno a la silla donde estaba sentada la asistente
social. Miss Morgan recogió
las piernas rápidamente
con el gesto de fastidio de un gato que evita agua derramada. Las
sucias pajas de la escoba se movieron sin propósito
fijo hacia el otro extremo de la habitación.
—¿Quiere
decir que lleva encerrada en su habitación
desde entonces?
—Sí.
—¿Y
desde cuándo
lleva?
—Desde
el último
Año
Nuevo.
—¿Seis
meses?
—Sí.
—¿Nunca
sale?
—Sale
cuando tiene que ir al cuarto de baño.
Sale entonces, pero son las únicas
veces en que sale.
—No
lo sé.
Se limita a estar tumbada a oscuras y no quiere salir. A veces hace
ruidos, llora y todo eso. Los de la familia del piso de arriba a
veces se quejan. Pero por lo general no dice nada. Se limita a estar
tumbada ahí,
en la cama.
—¿Come?
—Sí,
come. A veces.
—¿A
veces? ¿Se
refiere a que no hace unas comidas regulares?
—No,
regulares no. Sólo
lo que le trae él.
—¿Él?
¿A
quién se refiere, Mrs. Lucca?
—A
Sol.
—¿Sol?
—Sí,
Sol, el chico con el que estuvo saliendo regularmente tanto tiempo.
—¿Se
refiere a que él
viene?
—Sí,
a veces viene.
—Creí
que había
dicho que se casó
con una chica judía.
—Se
casó.
Se casó
con esa chica judía
con la que su familia quería
que se casase.
—¿Y
todavía
viene a ver a su hija?
—Sí,
la viene a ver. Es al único
que deja entrar en la habitación.
—¿Así
que entra? ¿A
la habitación?
¿Con
la chica?
—Sí.
—¿Sabe
ella que está
casado con otra chica?
—No
sé
lo que sabe. No lo puedo decir. Ella nunca dice nada.
—Y
sin embargo ¿le
deja entrar y hablar con ella?
—Le
deja entrar, pero él
nunca habla con ella.
—¿No
habla con ella? ¿Qué es lo que hace,
Mrs.
Lucca?
—No
lo sé.
Ahí
dentro está
a oscuras. No lo puedo decir. Nadie dice nada. Él
sólo
entra, se queda un rato y sale.
—¿Se
refiere, Mrs. Lucca, a que deja usted que un hombre entre a la
habitación
con ella, su hija, encontrándose
ésta
como se encuentra?
—Sí.
Le gusta que entre ahí
con ella. La tranquiliza durante un tiempo. Cuando no viene, ella se
lo toma muy a mal. Los de la familia del piso de arriba a veces se
quejan por eso. Pero cuando viene, ella mejora. Deja de hacer ruidos.
Y él
todas las veces le trae algo de comer y ella come lo que le trae.
La
escoba hizo un amplio círculo,
amontonando la basura en un rincón.
—Nos
viene bien —continuó
Mrs. Lucca—. Pasamos dificultades. Sólo
contamos con lo de la beneficencia y eso no es tanto. A veces ni
siquiera tenemos...
—Mamá,
¿puedes
darme quince centavos?
Era
uno de los chicos, Silva o Lucio, que asomaba la cabeza por la
ventana abierta que daba a la escalera de incendios. Tenía
sangre en la nariz.
—Dame
quince centavos, mamá.
Aposté
con Jeep a que no me podía,
pero me pudo y dice que me pegará
más
todavía
si no aparezco con la pasta.
—Calla
la boca —dijo Mrs. Lucca.
El
chico miró
sorprendido a Miss Morgan y bajó
estrepitosamente por la escalera de incendios. En el callejón
se oyeron gritos agudos y sonido de pasos que corrían.
La
mirada de Miss Morgan continuaba fija. No era consciente de la
interrupción.
—Supongo
que sabe, Mrs. Lucca, ¡que
pueden considerarla a usted responsable!
—¿De
qué?
Hubo
un momento tenso y perplejo entre ellas.
—No
importa. ¿Cuánto
lleva eso?
—¿El
qué?
—Lo
de ese hombre y su hija.
—¿Tina?
¿Sol?
¡No
lo sé!
¡Sabe
Dios cuánto!
—Eso
no es una respuesta, Mrs. Lucca.
—¿Quiere
saber cuánto
lleva teniendo relaciones con Sol? Casi desde que Tina empezó
a ir al colegio cuando tenía
once años.
—Me
refiero a cuánto
lleva ese hombre entrando en la habitación
de ella.
La
escoba se sacudió
con petulancia y luego continuó
sus movimientos errantes por el suelo de la cocina.
—Puede
que unos cinco o seis meses. No lo sé.
—Y
usted y su marido, Mrs. Lucca, ¿nunca
hicieron ningún
esfuerzo por mantenerla alejado a él?
Mrs.
Lucca bajó
la vista con muda concentración
hacia las pajas que se arrastraban.
—Su
marido, Mrs. Lucca, ¿no
hizo nada para evitar que ese hombre viniera aquí?
—Mi
marido lleva enfermo mucho tiempo.
Mrs.
Lucca se llevó
un cansado dedo índice
a la frente.
—Él
no está
bien de la cabeza. Y yo, yo no puedo hacer nada. Todo el tiempo tengo
cosas que hacer. Vamos tirando lo mejor que podemos. Lo que pasa no
es culpa nuestra. Es la voluntad de Dios. Es todo lo que puedo decir,
Miss Morgan.
—Ya
veo, Mrs. Lucca.
La
voz pareció
trazar una raya blanca de tiza en el aire. Mrs. Lucca dejó
de barrer y esperó.
Sabía
que estaba a punto de pronunciarse sentencia. Se preparó
para escuchar las palabras sin una tensión
apreciable.
—Mrs.
Lucca, habrá
que llevarse a la chica.
—¿A
Tina? No le gustará
eso.
—Me
temo que no podremos consultarle lo que opina al respecto. Ni a
usted, Mrs. Lucca.
—No
creo que ella quiera irse a otro sitio. Usted no conoce a Tina. Es
testaruda. Suelta cosas espantosas cada vez que uno trata de que haga
algo que no quiere. Grita, da patadas y muerde, conque no hay modo de
acercarse a ella.
—Se
tendrá
que ir.
—Espero
que quiera. Claro que espero que quiera. No es decente que esté
ahí
tumbada a oscuras todo el tiempo. Es malo para los chicos.
—¿Los
chicos?
—Sí,
Silva y Lucio. No es decente que ella esté
ahí
tumbada desnuda en ese plan.
—¡Desnuda!
—Sí.
No quiere estar tapada con nada.
El
cuaderno de notas se cerró
con un sonido de asombro. Miss Morgan apretó
la caperuza de su pluma estilográfica.
—Tendrán
que llevársela
por la mañana
y tenerla bastante tiempo en observación.
—Espero
que vaya, pero no creo que quiera a no ser que la lleve él.
—¿Él?
¿Se
refiere usted a...?
—A
Sol.
—¡Sol!
—Sí,
el chico con el que salió
regularmente durante tanto tiempo.
—¡Ya
veo! ¡Ya
veo!
La
escoba de Mrs. Lucca reanudó
su lento movimiento, hacia adelante y atrás,
sin un objetivo evidente. Una piel seca de cebolla sonó
bajo las sucias pajas. Hacia adelante y atrás.
Las tablas mojadas crujieron.