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26/2/15

Ahí están los tarahumaras José Triana




Ahí están los tarahumaras
José Triana


Para Antonio Díaz Zamora
«Los hombres somos seres incompletos».

Frankenstein Mary W. Shelley               


«No supieron ni entendieron; porque 
encontrados están sus ojos para no ver, 
y su corazón para no entender».

Isaías, Versículo 10, capítulo 44               




PERSONAJES
 

ÉL
ELLA
Lugar: Un escenario, con una mesa y dos sillas y otros objetos.
Época: Actual.





La luz juega un papel importante en esta breve escena, casi podría decir que es un personaje.
El escenario es un cementerio de muebles rotos, de objetos inservibles y de fragmentos de monigotes o de monigotes inconclusos, creando una atmósfera especial. En algún momento debe crearse, por medio de la luz, la imagen de una pecera. No subrayar demasiado esta imagen en las escenas iniciales. Entra ÉL. Viste un pantalón de piyama. Los cabellos los trae revueltos. Óyese el ruido del agua de un grifo abierto. El ruido del agua crece. ÉL, soñoliento, mira como si estuviera delante de un abismo o precipicio, totalmente indiferente; se sienta en una silla. El ruido del agua se desvanece. ÉL se acoda en la mesa y vuelve a quedarse dormido. Óyese un murmullo de voces, risas -tal vez la evocación de los gemidos de las míticas sirenas-, choques de cadenas, violentos golpes en los laterales, y cantos de una salmodia, mezclado a un crujido de papeles o de ramas ardiendo. El murmullo de las voces se intensifica. Entra ELLA, ajena a estos ruidos, vestida con una bata de dormir corriente, de las que se venden en los almacenes al por mayor, y trae unas tijeras y un vaso de agua. Los ruidos cesan. Al verlo dormido, sonríe, y va a tocarlo, pero renuncia a hacerlo. Pausa breve.

ÉL.-   (Entre sueños.)  Sí, ahí están los tarahumaras... ¡Ahí están!
ELLA.-    (Susurrante.)  Querido.  (Lo besa en la mejilla.)  Querido... ¿De qué hablas? ¿De los qué...? ¡No te entiendo!
ÉL.-   (Molesto.)  Ah, déjame. No me despiertes, por favor.  (Pausa. Se acomoda y saca un paquete de cartas de la baraja. Lo pone encima de la mesa.)  ¿Me das un poquito de agua?  (ELLA lo mira fijamente, sonríe y le extiende el vaso.)  Gracias.  (Toma el vaso y bebe.)  Uf, qué sabor amargo.
ELLA.-   (Bebe un sorbo de agua, y se sienta en el suelo y continúa su labor creando un monigote con papel y vendas, esparadrapos y goma de pegar. Con gran sentido del humor.)  ¿Amargo? ¡Son tus sueños, querido! El agua es agua. ¡Creas fantasmas!  (Pausa. Vuelve a beber.)  ¿Por qué te has levantado?
ÉL.-  Te oía trasteando. Parecías un ratón y sentí miedo.
ELLA.-   (Rápida, casi sin oírlo. Refiriéndose al trabajo que realiza.)  ¡Sabes que tengo que terminarlo!... ¡Cuestión de un rato!... Si lo interrumpo, jamás llegaré al final. Como ha sucedido otras veces. Aunque no lo creas, me siento harta de andar guardándolos sin haberlos concluido. Ya espacio no poseemos en esta casa..., los cuartos abarrotados, el desván, la cocina, el cuarto de baño, los pasillos, en las cornisas, pegados y clavados al cielorraso y en los aleros del patio..., y un día nos caerán encima... ¡Te imaginas!...  (Otro tono.)  Y no estoy dispuesta tampoco a que lo que un día pensamos necesario, hoy se nos venga abajo. ¡No y no! ¡Insisto! ¡Insisto!  (Otro tono.)  ¡Échame una manito, anda! ¡Vamos, chico! ¡Deja eso!
ÉL.-  ¿Para qué me lo pides, si sabes que no lo haré?... ¡Me niego! Estoy convencido de que no vale la pena...
ELLA.-   (Rápida.)  ¡Tú siempre con tus manías!  (Pausa. Otro tono. Deteniendo su labor.)  ¿Miedo, dijiste? ¿Miedo, por qué? ¡Un ratón, dices!... Exageras, Dios mío, como si estuviéramos en el fin del mundo..., o un cataclismo se aproximara...
ÉL.-  No sé lo que me sucedió.  (Pausa.)  Tuve un sobresalto. Un espacio vacío, el borde de un precipicio. Ríete, bobita.  (Toma las cartas de la baraja y las revuelve, luego las pone sobre la mesa y la divide en dos grupos.)  Creo que todavía no he despertado. Sigo durmiendo.  (Extiende las cartas hábilmente sobre la mesa.)  ¡Debo consolarme contándote historias, porque no puedo aceptar la realidad! ¡Si lo hiciera, será el final!... ¡Sí, querida, sí! ¡A mal tiempo buena cara!, dice un viejo refrán.  (Otro tono.)  Veo un mapa azul. Un lago. Quizás el mar. Oigo que cae el agua en el sueño. Y es una pecera, y es el mar Jónico, y yo estoy en la cueva de los misterios... y tú... Tú estás en la cama y te levantas. Vas al cuarto de baño, y enciendes la lamparilla del espejo. Eres y no eres. Estás y no estás delante del espejo, que se vuelve un borrón de neblina...
ELLA.-   (Burlona.)  ¡Ah, sí!... ¿Cómo lo sabes?
ÉL.-   (Extrañado.)  ¿Por qué estoy diciendo esto?... ¿Qué hora es?
ELLA.-  ¿No has oído el reloj?
ÉL.-   (Ordena nuevamente las cartas.)  ¿Cuál?
ELLA.-  El reloj.
ÉL.-  Aquí no existen relojes. Te dije que miraras en tu corazón.
ELLA.-    (Divertida.)  Pues ahora oigo las campanadas muy clarito. Tres lentos, y muy pausados din don, din don, din don...  (Riéndose, abstraída, mirándolo en su juego con las cartas.)  ¡Qué imaginación, la tuya!  (ÉL la observa un segundo, y se queda abstraída mirando hacia el vacío.)  Recuerdo una vez, era graciosísimo, te dio por creer que estabas en Alejandría..., y era de noche y el mar extendía un banco de algas amarillas y rojas..., y yo te decía: «No querido, estamos en el Mar Negro...», y después me decías: «Mira el bosque negro de los asfodelos, y los sauces llorones, qué nostalgia, mira, cúbrete la cabeza y echa hacia atrás los huesos de mi madre», y yo me reía, y los perros aullaban como lobos, y tú nadabas en un arroyo y el agua parecía ceniza o lo era y volabas entre los escarabajos..., y cuando se te metió en la cocorotina que estábamos a punto de hundirnos en las aguas del Mediterráneo... ¡Siempre quieres hacerme ver lo que no existe!
ÉL.-   ¡Sólo en los sueños te reconcilias conmigo! ¡O me haces ver que lo haces, o me juegas cabeza!... Te afanas..., te afanas para escapar de nuestro amor que es una mentira..., o un fracaso.
ELLA.-  ¡No digas eso! ¡Te quiero! ¡Te acepto!
ÉL.-  Aunque a veces te cueste un poco.
ELLA.-  ¡Mentira!...
ÉL.-  ¡Tramposilla! A veces...
ELLA.-  ¡Nunca!
ÉL.-  ¿Estás segura?
ELLA.-  ¡Segurísima!
ÉL.-  ¡Blanco sobre negro!
ELLA.-   (Enérgica.)  ¡El tramposo eres tú!...
ÉL.-    (Abandona las cartas de la baraja.)  ¡Y si ahora te dijera que ahí están los tarahumaras! ¡Ahí! Los siento, desde que me levanto hasta que me acuesto, y aun entre los sueños se me aparecen... Tú piensas que es un capricho...
ELLA.-   (Rápida.)  ¡Un juego!
ÉL.-   (Rápido.)  ¡No, no estoy jugando!
ELLA.-   (Detiene la construcción del monigote.)  Sigue.
ÉL.-   (Con las cartas entre las manos.)  Sé que estaban a un paso, ahora, por la madrugada, que roncaban o simulaban que roncaban, ahí, entre las sábanas, parecidos a un caracol.  (Otro tono. Leyendo las cartas.)  La reina en la constelación de Andrómeda, y la luna como un pastor guiando el rebaño...
ELLA.-   (Vuelve a su quehacer. Divertida.)  Sigue...
ÉL.-   (Leyendo las cartas.)  Estaba dormido, y sentí que circulaban a mi lado y saltaban mariposas, y era un enjambre loco...
ELLA.-   (En su quehacer. Divertida.)  Sigue...
ÉL.-   (Con una sonrisa leve.)  ¡No, no quieres que siga! Mejor otra historia..., ¿no te parece?  (Improvisando, mezclando su realidad y una historia que se va forjando a medida que las palabras le llegan a los labios.)  Vi entonces sobre un monte plateado tres lunas... Golpeaban en la puerta. Tres lunas y giraban sobre mi cabeza. Y golpeaban en la puerta manos, muchas, manos solas, únicas... manos diversas... No veía los cuerpos.  (La mira)  ¡Te lo juro!...  (ELLA se afana en su trabajo. Prácticamente tiene construido las piernas y el tronco del monigote.)  Y entraba en un arca con remos que alguien movía sobre un pantano, y las rocas se convertían en hombres y mujeres, lo recuerdo y lo estoy viendo..., y el arca era un barco lunar y era el equinoccio de otoño y la luna nueva se abría y llegaban las lluvias infernales, y yo te buscaba, y me decían, no sé quiénes, «rey sagrado», y el barco lunar se deslizaba hasta llegar a una planicie de agua inmóvil..., y yo no sabía dónde estaba, la inmovilidad del agua me hipnotizaba, eso pensé o creí que pensaba, o me hacía un barullo de palabras que se volvían letras, cayendo, letras, y yo le buscaba el sentido, sí, querida, en la superficie lisa, en la fría planicie del agua...
ELLA.-  ¿De qué hablas..., otra historia, o estás rezando?
ÉL.-  ¡Déjame!
ELLA.-   (Muy suave, dulce.)  Querido, me confundo. Quisiera saber, saber a fondo. Es como si tuviera una estrella entre las manos y se me escapara.  (Otro tono.)  ¡Ven, ayúdame!  (Otro tono.)  ¿Y los tarahumaras? ¿Qué significan? ¿Por qué los metes en esto?
ÉL.-   (Señalando el fondo del escenario.)  ¡Ahí están!  (Abandona el juego de las cartas.) 
ELLA.-   (Abstraída en su quehacer.)  ¡Cabeza de mulo!
ÉL.-  ¡Tan claro ni el agua!...
ELLA.-  ¡Cuentos de camino!
ÉL.-  ¿Cuentos de caminos?... ¡Ja! ¡Ya verás! Porque has sido tú..., quien los ha metido en esta casa...
ELLA.-   (Abandona su quehacer, cruzándose de brazos.)  ¿Que yo?... Oye, querido, se te fue la mano..., ¡que yo!  (Se pone en pie, y toma el vaso de agua y ve que está vacío. Con violencia contenida.)  ¡Quien te oiga pensará que yo soy la inventora de esa patraña, que me paso el santo día buscándole las cinco patas al gato!
ÉL.-  ¡No estás muy lejos!
ELLA.-  ¡Eso es lo más lindo que tengo que oír!... Que tú, que tú... ¡Mejor, punto en boca!  (Pausa breve.)  ¡Si me ayudaras no estarías en todas..., en todas esas invenciones de medio pelo, en esa basura...!  (Otro tono.)  ¡Mira mi trabajo! ¡Míralo! Es precioso... Si me ayudaras, ya hubiera terminado.  (Otro tono.)  ¡Sí, querido, es la realidad!...  (Vuelve a su quehacer.)  ¡Así que yo...! ¡No te entiendo!
ÉL.-  ¡Porque me rechazas!
ELLA.-  ¡A palabras necias, oídos sordos! ¡Tú eres, tú, quien me rechaza! ¡Habráse visto! No sigas en ese jueguito, que te veo venir, y no estoy de acuerdo... ¡Qué odioso, Dios mío! ¡Qué roñoso, que...! Ah, mi niño, ¿qué es lo que tú quieres decirme y no me dices?... ¡Oye lo que te digo! ¡De unos días a esta parte estás insoportable!
ÉL.-  ¡Di lo que se te antoje! Dilo, y no me jeringues. Sé lo que me traigo entre manos, aunque tú no lo creas, nenita linda... ¡Pronto me darás la razón!
ELLA.-  ¡Lo mismo, siempre lo mismo! ¡Aclárame, pues!
ÉL.-  ¿Aclararte, qué?
ELLA.-  Lo que andas pregonando... ¡Tus augurios! ¡Tus visiones!...  (Sarcástica.)  En la fría planicie del agua...
ÉL.-   (Violento.)  ¡Ni augurios, ni visiones!
ELLA.-   (Desafiante.)  ¿Entonces, qué?
ÉL.-   (Sarcástico, acercándose a ella y poniéndose en cuclillas a su lado.)  Pero, querida, queridita, tú no te das cuenta, tú vives con los ojos vendados, tú..., ¿en qué mundo vives?
ELLA.-   (Violenta.)  ¡Déjate de payaserías! ¡Ayúdame! ¡Esto es lo que tienes que hacer!  (Comienza a golpear con un martillo un pedazo de cartón. Rotunda.)  ¡Vivo por esto, entregada a esto! ¡Noche y día!... ¡Y tú, tan campante! ¡Sí, no me mires así! ¡Soy yo quien tiene que enfrentarse en cuerpo y alma! ¡Y tú, tú, mirando pajaritos en el aire! ¡El gran señor de la mesa cuadrada!... ¡No me quejo! ¡Es la verdad! ¡Fuiste tú, tú, quien me puso la idea en la cabeza! ¡Niégalo, anda! ¡Atrévete! Fuiste tú, como quien no quiere la cosa, que me dijiste: «A nuestra incapacidad para la vida debemos darle un sentido.» Y yo te dije: «¿A qué te refieres, qué inventas?» Y tú me dijiste: «Podríamos realizar el sueño que ha obsesionado al hombre.» Y comenzaste a explicarme, y yo no entendía ni pizca, y me decía: «¡Qué bruta soy, qué bruta», y quería estar a tu nivel... «bruta, bruta», me repetía, y era tanta mi confusión que, en aquel instante, me entraron escalofríos y me pasé una semana enferma, volando en fiebre... ¡Sí, fuiste tú el inventor, el que me empujó a hacerlo! ¡Ahora me echas en cara, me recriminas! ¡No me vengas con pamemas! ¡Enfréntate a tu propia obra! Tú lo has querido... ¡Imbécil!... Bastante me has atormentado, que así no, que asao. Había días que me ponías los nervios de punta...  (Sonrisa amarga de ÉL.)  ¡Ríete! ¡Qué gracia, verdad!... Y yo detrás de ti, siguiendo tus pasos. Era como si estuvieras creando el universo, en cinco días..., y naturalmente, a fuerza de luchar conmigo misma, a fuerza de batallar, a poquito empecé, sí, igualito que un niño balbuceando, tanteando en la oscuridad...  (Gesto de ternura de ÉL, que intenta tocarle el mentón y ELLA lo rechaza. Feroz.)  Apártate.  (ÉL no se mueve y le sonríe de una manera compasiva.) 
ÉL.-  Cálmate, mujer.
ELLA.-  ¡Vete!
ÉL.-  ¡No sigas en ese estado, por favor!
ELLA.-    (Golpeando el monigote que ha ido construyendo.)  ¡Me sacas de quicio! No quiero verte. No quiero oírte. Déjame tranquila.
ÉL.-    (Apartándose, pero sigue cerca de ella. Una zona de sombra lo cubre.)  ¡Te empecinas, inútilmente!
ELLA.-   (Desesperada.)  ¡Ah, cielo, tierra, trágame, húndeme!  (El monigote se ha hecho pedazos. ELLA solloza desconsolada, perdida en su confusión.)  Yo quería hacer algo. Yo quería ser útil. ¿La vida es esto, Dios mío?...  (Pausa larga.)  Ni el castigo de un diluvio, ni lo otro, lo que no conozco... Ni soy una sacerdotisa, como tú te burlas, ni... No puedo aceptarme. No puedo aceptarlo. Quizás sea mi orgullo, o mi pobreza... Mi incapacidad tal vez... Estoy delante de un muro, y es mi propia cara...  (Llorando, las lágrimas le cubren el rostro.)  Pedazos, pedazos..., rastrojos. ¡Qué miseria!  (Pausa larga.) 
ÉL.-   (Saliendo lentamente de la zona de sombra.)  Es cierto, querida. Fui yo. Sí.  (Pausa.)  Ah, si existieran las palabras..., si yo pudiera decirte esta larga contienda, este andar en la tiniebla..., destrozado, arañando, mordiendo sombra... ¡Si yo pudiera!... En esta mediocridad, en este vacío... ¡Mira a tu alrededor! ¡Sombras que ríen, que bailan...! ¡Sombras de sombras! La casa, esta casa, mi casa..., yo quería..., yo deseaba, que el mundo, que tú y yo fuéramos, cómo decirte, que...  (Hace un gesto de abrazarla y termina abrazándose a sí mismo. Pausa. Solloza. Pausa.)  ¡Es horrible pensar que se vive una vida inútilmente!... Porque...  (Balbucea varias veces esta palabra buscando otra palabra. Otro tono, casi con una inocencia desconcertante.)  ¿Es que existe una inteligencia superior a nosotros que ha determinado o determina nuestros gestos, nuestros actos, nuestras palabras? Si es así, entonces, es el silencio..., debo aceptarlo todo. Pero, ¿si es todo lo contrario?...  (Pausa. Otro tono. Las palabras le llegan a los labios dulcemente, como en un éxtasis.)  ¡Sí, es probable!... Luego, yo puedo...  (Otro tono.)  Naturalmente que puedo, y no sólo eso...  (Otro tono. Como una música.)  Debo, sí, debo... Tengo todo mi derecho... Debo cambiar las cosas... y el mundo.  (Otro tono.)  Y entre ceja y ceja se me metió la idea de un destino. De un destino fantástico. Y me construí una leyenda. Yo soy el salvador, yo soy el redentor. Bienaventurados los que siguen mis palabras. Bienaventurados...  (Con arrogancia súbita.)  Y tú y yo empezamos..., suaves y duros. ¡Mucha mano izquierda, querida, encaja de perilla! ¡No te detengas nunca, ni para coger impulso!... ¿Recuerdas?... Fue fácil. Era la casa, nuestra casa, mi casa... Nadie podía detenerme. ¡Yo soy el dueño absoluto! ¡Yo y nadie más que yo! Por ende yo imponía mi orden. Yo imponía mi ley...  (Con una sonrisa diabólica.)  ¿Es capaz una silla de rebelarse? ¿O una mesa? ¿Un vaso? ¿Una cortina? ¿Un tiesto, un alfiler, una aguja en un pajar? ¿Un tareco cualquiera? ¡No! ¡Eso nunca!... ¡Porque eso es lo que son, tarecos, tarecos!  (Tono de extravío, y al mismo tiempo fascinado por su discurso.)  ¿Y por qué no construimos un monigote a nuestro gusto? ¿Por qué no?... Otros han soñado un hombre nuevo. El hombre perfecto. Una maquinaria perfecta. De una perfección admirable... Ahí están los libros. Miles y miles de libros hablan de lo mismo. Científicamente, sistemáticamente. Y otros, otros... El sueño de Frankenstein. La Eva futura, Locus Solus y el robot... Y nadie ha dado pie con bola. Después de interminables y laboriosas buscas en los laboratorios y en la alquimia, nadie, nadie... ¿Por qué nosotros no lo intentamos? El perfecto monigote. Como un acto de magia. ¡Así!  (Va hacia la mesa, coge las cartas y las esparce de un golpe por el escenario.)  Quien no haya sufrido en carne propia la ardiente seducción de la magia no podrá comprender su tiranía.  (Se ríe, mefistofelicamente. En un frenesí.)  ¡Sí, yo soy Merlín! ¡El encantador de caminos! ¡Yo soy el rey Midas!...  (ELLA se ríe con largas y estruendosas carcajadas.)  ¡Apártense!... ¡Yo soy el mágico señor de los milagros!
ELLA.-    (Todavía riéndose y burlona.)  ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Formidable, muchacho!
ÉL.-  ¡Aguántate, coño! Déjame terminar.
ELLA.-   (En su paroxismo.)  ¡Te la comiste! ¡El despelote, qué bárbaro!...  (Desesperada, golpeándose el pecho.)  Y he sido yo quien ha recibido los peores palos, sí, digo lo que pienso..., ya no podrás hacerme callar... He sido yo y esta casa..., corriendo a toda mecha..., de un lado para otro, corre que te corre, y golpes van y golpes vienen, a tutiplén...  (Imitándolo.)  Haz esto, haz lo otro. Entrarás por los carriles. Soy yo quien manda. Arriba y abajo. ¡Sin compasión! Y yo sin saber qué hacer.  (Gritando.)  ¡Piedad! ¡Piedad! ¡Dios mío, ayúdame! ¡Mírame en este desamparo!  
(Lo mira, indecisa, con ternura o compasión. Da unos pasos por el escenario, y se detiene, con un sollozo ahogado. ÉL la observa, furioso, con los brazos cruzados, esperando que ELLA termine. Otro tono.)
  Me hubiera gustado transformarme en una hormiguita. Algo insignificante. Algo que desconozco, en lo invisible. ¡Sí, eso hubiera sido una solución! Pero no puedo..., y además no tengo fuerzas, y ando al garete.  (Otro tono.)  Abajo y arriba hasta la eternidad.
ÉL.-  ¡Cállate, carajo!  
(Pausa. ELLA cae totalmente derrotada. ÉL la mira con desprecio.)
  Te vuelves loca por hacer un numerito.
ELLA.-  ¡Miserable! ¡Estafador! ¡Payaso! ¡Destruye, cambia, más rápido volveremos al principio! ¡Me llevas a paso de conga! ¡Algún día me las pagarás!
ÉL.-  ¡Tú no puedes conmigo, muñeca! ¡Ponte al buen vivir y sin chistar! ¡Ésas son las reglas del juego!
ELLA.-    (Cae de rodillas.)  ¡Maldito, maldito, maldito!
ÉL   (Hablando para sí.)  En llegando este punto... Las cosas no podían marchar... Era evidente. Y pensé que existía un culpable, y había que atajarlo a tiempo, porque si no, la casa se me caía encima, y los culpables eran los que estaban afuera, los vecinos. Eran ellos los que conspiraban, los que impedían que mi pensamiento, que mi obra se realizara.  (Gritando.)  Candela contra el macao. Candela.  (Otro tono.)  Medidas de urgencia. Medidas imprescindibles.  (Gritando.)  Guerra a muerte contra el enemigo.  (Otro tono.)  Ahora verán lo que es bueno.  (Otro tono. Narrativo.)  Y me lancé en ese proyecto. Impecable, implacable. Todos son mis enemigos. Todos. Pero el peor enemigo lo tengo en casa, sí, lo sé..., lo descubrí un día, porque oí risitas y vocecitas entre dientes...
ELLA.-  ¡Mal risco te pele, degenerado!
ÉL.-  Los muebles, ellos..., las sillas, las mesas, las cortinas... ¡Es increíble!, me dije. ¡Increíble, pero cierto!...  (Pausa. Otro tono.)  El lamento de esas sombras me atormenta, desde lo invisible.  (Cambio de tono.)  Y me di a la tarea de mirar a mi alrededor... ¡Sí, eran ellos! Y no sé de qué modo, ni cuándo ni por qué empezaron a tener una vida independiente. Hacen lo que les viene en gana. ¡Sí, parece increíble y ridículo! Solapados, astutos, permanecen sometidos a la ley del menor esfuerzo, al vaivén de la ola marina. Un pasito pa’delante, y tres pasitos pa’trás. ¡Poco valen mis discursos!... Las palabras caen en un barril sin fondo, en un pozo sin eco. Y la casa se va agrietando y derrumbando, y yo no puedo contener esta avalancha. Lo mismo sucede con estos monigotes. ¡Qué endiablado sarcasmo! Ellos, que debían ocupar un lugar prominente..., ellos, que estaban hechos para un destino superior... ¡Míralos!... Nunca hemos podido construir uno que alcance la perfección..., a medias siempre..., o peor..., caricaturas de calcomanías...
ELLA.-  ¡No te des por vencido, querido!
ÉL.-  Demasiado tarde.
ELLA.-  No digas eso.
ÉL.-  Reconócelo.
ELLA.-  ¡Intentémoslo!... ¡Al menos uno!
ÉL.-   (Rotundo.)  ¡No!  (Otro tono.)  ¡Ésa es la tribu de los tarahumaras!
ELLA.-   (Aferrándose a ÉL. Desesperada.)  ¡La tribu de los tarahumaras! ¡Los tarahumaras!... ¿Qué significa?
ÉL.-  ¡No sé! ¡No sé!... ¡Tú los verás, al fin! ¡Ahí están!... Entre sueños me dicen..., que son ellos los tarahumaras, y cantan y bailan, con sus rostros pintarrajeados... Los veo, querida, desnudos... Ellos, estos monigotes... Con sus brazos colgantes, las bocas torcidas, los ojos hundidos, o fuera de las órbitas, a ratos sólo el tronco, o las piernas y el tronco, sin cuellos ni cabezas ni caras, o cabezas rodando como pelotas enormes de baloncesto..., bailan y bailan y cantan, en el fondo del mar, alrededor de una hoguera que es una racha fosforescente de agua y neblina..., y estoy a sus albedríos, muy próximo al sacrificio..., me tironean, me amarran a un palo, en una roca alta, me tiran lanzas..., me increpan, me insultan, me beben la sangre gota a gota, repiten mis gestos y discursos, pues fungen de vengadores..., y oigo la turbulencia del agua..., el sonido que es un hueco de agua, un sonido hueco..., ahí están, ahí están..., y tengo miedo...  (Casi en un sollozo.)  ¡Tengo miedo!
ELLA   (Suspira angustiada.)  No te entiendo.  (Pausa breve. Resignada.)  ¡Qué importa!  (Le acaricia el rostro, y dulcemente lo acuna, mientras canta.) 

Señora Santana,
¿por qué llora el niño?
- Por una manzana
que se le ha perdido.
- Yo le daré una,
yo le daré dos.
Una para el niño
y otra para Dios.
-Yo no quiero una,
yo no quiero dos.
Yo quiero la mía
que se me perdió.
- Duérmete, mi niño.
Duérmete, mi amor.
Duérmete pedazo
de mi corazón.


(Vuelve a escucharse, como al inicio de la obra, el ruido del agua de un grifo abierto. Los personajes se miran espantados e intentan abrazarse. El ruido del agua crece. La luz del escenario se transforma en una piscina o pecera, y los dos personajes se mueven apenas en el agua. El ruido del agua se desvanece. Óyese un murmullo de voces, risas -tal vez la evocación de los gemidos de las míticas sirenas-, choque de cadenas, violentos golpes, y cantos de una salmodia, mezclado a un crujido de papeles o de ramas ardiendo. El murmullo de las voces se intensifica. El cementerio de muebles rotos y de objetos inservibles y de fragmentos de monigotes o de monigotes inconclusos se mueve amenazante y se eleva y forma poco a poco una danza en la luz del agua. Los personajes quieren salir de la pecera, y no pueden, aunque golpean ferozmente sus paredes.)




TELÓN





París, en invierno, 1993.