ATANDO CABOS
de Griselda Gambaro
Personajes
Martín
Elisa
Esta obra fue escrita por comisión del Festival Internacional de Teatro
de Londres (LIFT, 91), para ser leída en un ciclo de obras cortas. Esto explica
su particular estructura. No obstante, con el título de Pulling two and two
together terminó estrenándose en el Royal Court, upstairs, el 4 de julio de
1991, con dirección de James McDonald y actuación de Colin McCormack y Dinah
Stabb.
Fue publicada por primera vez en inglés, con el título de Loose Ends y
traducción de Catherine Boyle, en la revista Travesía del Center For Latin
American Cultural Studies, King's College, Londres, octubre 1992 y en
castellano por la Revista Art Teatral, 2º semestre 1992, Año 4, Nº 4 de
Valencia.
MARTÍN: ¿Es suyo el pañuelo?
ELISA: Oh, sí. Lo había perdido. Gracias.
MARTÍN: Se está bien aquí. ¿Es su primer viaje? (No hay respuesta.
carraspea) ¿Su primer viaje?
ELISA: Perdone. ¿Qué dijo?
MARTÍN: (sonríe):Si era su primer viaje.
ELISA: Sí.
MARTÍN: El bar está abierto. ¿Quiere tomar una copa conmigo?
ELISA: Es muy temprano. Acabo de desayunar. Gracias. (A modo de
despedida) Gracias por el pañuelo.
MARTÍN: La veré después.
ELISA: Si usted lo desea... (Pausa. Una risita. Para sí) Yo no... ¡Qué
pesado!
MARTÍN: Es su primer viaje? ¿O ya se lo pregunté?
ELISA: Ya me lo preguntó. (Remeda) "¿Es su primer viaje?"
MARTÍN: Por barco sí. Prefiero el avión. Esto me resulta muy lento.
ELISA: Lentamente, vemos pasar el mar. Lástima, ahora hay pocos barcos.
De pasajeros, digo.
MARTÍN: El mar puede verlo desde una playa. Con el avión ya hubiéramos
estado en Europa. A bordo los días no pasan nunca. Suerte que la encontré,
aunque usted parece no querer verme.
ELISA: No me gustan los aviones.
MARTÍN: ¿No?
ELISA: Odio todo lo que vuela. (Ríe) Salvo los pájaros, las semillas...
MARTÍN: ¿Teme los aviones? Son seguros. Más que un auto en la carretera.
ELISA: No tengo miedo... Ya no. Me traen malos recuerdos.
MARTÍN: ¿Un accidente?
ELISA: Podríamos llamarlo así. (Ríe) No me ocurrió a mí. Si no, no
contaría el cuento. No estaría aquí, bajo este cielo, bajo este sol... ¡Mire!
Saltó un pez.
MARTÍN: No lo vi.
ELISA: Apartó los ojos del agua.
MARTÍN: La miraba a usted.
ELISA: Si uno los aparta, saltan. Basta un parpadeo. La breve sombra de
un parpadeo y, como si lo supieran, aprovechan el instante y saltan.
MARTÍN: Usted me gusta.
ELISA: Se me secan los ojos de mirar tan fijo. A veces, los peces
saltaban desde muy alto, maniatados y atontados. ¡Plof! Golpeaban muy duro en
el agua, se hundían.
MARTÍN: (bromista): Saltaban desde un avión. Los peces.
ELISA: ¿Cómo lo sabe?
MARTÍN: (ídem): Animales extraños... Esos peces.
ELISA: ¡Oh, sí! Como si tuvieran una carga que no les permitiera nadar.
No nadaban. No volvían a la superficie. Los encontraron por casualidad, en el
fondo. Un remolcador se hundió en el río y al dragar para rescatarlo... Había
periodistas, ¿sabe? Ahí estaban, sobre el lecho de arena.
MARTÍN: Perdóneme. Perdí el equilibrio. Casi más la hago caer. ¿La
lastimé?
ELISA: No.
MARTÍN: ¿Qué pasa? Hemos chocado con algo.
ELISA: Chocado? No hay barco a la vista. Ni niebla. Se ve el mar hasta
el horizonte. ¿Chocado? ¿Qué dice usted?
MARTÍN: Sin embargo... ¿Oye? Es la sirena de a bordo.
ELISA: Un ejercicio de salvataje. Como la semana pasada.
MARTÍN: Han parado las máquinas. No es lo mismo.
ELISA: Me parece que tiene razón. Oigo la sirena. (Ríe) ¡Cómo para no
oírla! ¡Y todo el inundo corre!
MARTÍN: Espéreme aquí.
ELISA: ¿Dónde va? ¿Qué hace? Se ha puesto pálido.
MARTÍN: ¡Buscaré salvavidas! Espéreme.
ELISA: ¡Qué hombre aprensivo! Me estoy inclinando, es como un juego.
Mejor que me tome de la baranda. ¿Por qué se asustan tanto? Niña, ¡niña!, no
llores. Allá está tu madre, ¡allá! No te pierdas. Tranquila. (Pausa) ¡Qué
barullo! Estaban todos aquí, disfrutando del viaje, cómodos, felices, ¿no?, y de
pronto esta agitación, este pánico... Hormigas. Si aplastan el hormiguero,
salen todas juntas, para un lado, para otro...
MARTÍN: Póngase su salvavidas.
ELISA: ¿Esto? De ningún modo. Me aplastará el vestido. Me compré ropa
nueva para el viaje.
MARTÍN: ¿No se da cuenta? El barco se escora. ¡Muévase!
ELISA: No conozco términos marinos. Apenas si distingo proa y popa. El
resto es misterio. Nunca pude leer a Conrad. Me perdía apenas empezaba con
jarcias, pagnol, barlovento... ¿Qué significa "escorarse"?
MARTÍN: Que el barco se inclina. ¡Se hunde! Muévase.
ELISA: ¿Hacia dónde? La gente parece loca. ¡Mire a ése! Gracioso, con el
sobretodo sobre el piyama. ¡Con este calor! (Furiosa) ¡No me empuje!
MARTÍN: ¿Quiere quedarse aquí? ¿Hundirse?
ELISA: (abstraída): No es tan raro... hundirse.
MARTÍN: ¡Entonces quédese! ¡Yo me voy! (Una pausa) Venga conmigo.
ELISA: ¿Adónde?
MARTÍN: A los botes.
ELISA: Ése está lleno, aquél está repleto...
MARTÍN: ¡A éste!
ELISA: ¡Es muy chico! ¡Y no me empuje! Está perdiendo el control,
domínese. ¿Nunca pasó por una situación de riesgo?
MARTÍN: Me iré solo.
ELISA: ¡Ah, no, no! Sería poco gentil. Hace días que usted me persigue.
Lo advertí enseguida. Usted tiene aspecto un poco... militar. No me gustaba. Su
voz es fuerte. Pero hoy accedí a hablarle. Hablamos de aviones, ¿no lo
recuerda?
MARTÍN: Sí, lo recuerdo. Póngase el salvavidas. Suba al bote.
ELISA: ¡Me lo pongo! Si no hay más remedio... ¡Qué fastidio! Me siento
gorda, o hinchada como... los muertos en el mar. (Ríe) No, no. ¡No apriete
tanto las cintas! Bien atado, pero sin arrugar la ropa.
MARTÍN: ¿Quién piensa en la ropa ahora? ¡Suba! Sujétese. Siéntese aquí y
manténgase serena.
ELISA: ¡Oh, Dios! ¿Tenemos que bajar al agua? Es tanta distancia. No
miro. Me tapo los ojos. Mi hija jugaba así: se cubría los ojos con las manos y
decía: ¡no estoy! (Triste) Para los demás estaba. No pudo salvarse.
MARTÍN: Cierre los ojos si la tranquiliza.
ELISA: (risueña): ¡No! ¡Los tengo abiertos! "Manténgase
serena" ¿Y usted?
MARTÍN: No lo encuentro divertido.
ELISA: Nadie se ha muerto. Esto no es tan grave. Si yo recuerdo, cuando
tiraban los cuerpos al mar...
MARTÍN: ¡Quédese quieta, señora!
ELISA: Para ellos era un juego...
MARTÍN: ¡Siéntese!
ELISA: No se daban cuenta. Y los que caían tampoco se daban cuenta,
atontados, un golpecito acá, un golpecito allá, un tranquilizante... En cierta
manera, eran considerados, ¿no le parece?
MARTÍN: ¡Siéntese! (Breve silencio) Nunca haga movimientos bruscos en un
bote.
ELISA: ¡Sólo quería mostrarle! No me hable en ese tono. (Ríe) Me
intimida.
MARTÍN: Mejor que se intimide y no que zozobremos. ¿Por qué se me habrá
ocurrido viajar en barco? Conozco los aviones...
ELISA: Ah, ¿los conoce?
MARTÍN: ¡Y se me ocurrió el barco! ¡Qué imbécil!
ELISA: ¿Está arrepentido? ¿Por qué? El bote se desliza suavemente las
olas son pequeñas, y estamos solos como si nos hubiéramos dado cita para...
(Una risita) ¿Qué ha pasado con los otros? Es así, se apretujan por ansiedad en
un solo rincón y la tierra es tan ancha. Se amasijan, y la tierra es tan ancha.
MARTÍN: ¿Por qué no se calla?
ELISA: Me distrae hablar. ¿Le aburro?
MARTÍN: Aburrir es poco. ¡Me mata de aburrimiento! ¡Tengo su voz metida
en los oídos! ¡Cállese! Diez minutos, una hora, ¡cállese! ¡Ni en sueños deja de
hablar! ¡Ya no lo aguanto!
ELISA: Sí, sobre todo en sueños. Es mi manera de exorcizar las
pesadillas. Pero en la vida real no encontré, no encontré la manera de
exorcizarlas.
MARTÍN: (groseramente): ¡Qué me importa! (Se controla) Gasta energías y
se trata de durar.
ELISA: ¿Durar ... ?
MARTÍN: Un buen principio de supervivencia: hablar poco, moverse menos.
Resistir.
ELISA: Pero desperdiciar la oportunidad... Me parece tan romántico esto
de naufragar. Ya no se estila. Demodé, ¿verdad? Pero romántico. Un hombre y una
mujer que se conocieron accidentalmente en un barco... solos en un bote
salvavidas en medio del océano... Lo que no me explico es cómo no vinieron a
recogernos. Tanta tecnología... radar y todo eso... inútil, ¿no?
MARTÍN: Ya vendrán. No debe asustarse.
ELISA: No debe asustarse, le decía la rata aterrorizada al león. (Ríe)
Una broma. No lo tome a mal. (Pausa. Canturrea un momento) ¿Se enojó?
MARTÍN: No. Quedémonos quietos y en silencio.
ELISA: ¿Quietos? ¿No exagera? Esto no es un salón de baile. Muevo la
mano, el pie... Muy poquito. Pero si dejo de hablar me engulle el agua. ¿Tiene
familia?
MARTÍN: Poca.
ELISA: Es parco usted. Antes quería conversar conmigo y ahora le saco
las palabras a cuentagotas. Debiera haber preguntado: ¿y usted?
MARTÍN: (secamente): ¿Y usted?
ELISA: ¡Qué tono estimulante! Tuve. Ya no. Curioso, mis amigos piensan
que me estoy divirtiendo. Casi me obligaron. Usted sabe, la mitología de los
viajes, el cruce del Ecuador, las fiestas de noche, el bingo... En cambio,
estamos aquí, pronto padeceremos sed... Yo no quería viajar. Pensaba en una
casualidad trágica.
MARTÍN: El naufragio.
ELISA: No. Que podía compartir la mesa en el comedor, sentarme en
cubierta, en un bote, junto a uno de ésos que tiraban... los peces al río. Como
compañeros inocentes.
MARTÍN: (brusco): La fuerza es la que da la inocencia, señora. Ni el
pecado original existe, ningún pecado, si uno tiene la fuerza.
ELISA: Usted es inocente.
MARTÍN: Por supuesto. (Ríe)
ELISA: ¿Queda algo de galleta?
MARTÍN: Sí.
ELISA: Comería una con gusto.
MARTÍN: Ya comió. Espere a la noche.
ELISA: ¿Por qué?
MARTÍN: Es necesario.
ELISA: Ah. Racionar los alimentos. Como en la guerra. Y
"usted" se encarga. (Ríe)
MARTÍN: ¿Qué hay de gracioso? ¿No tiene miedo? Yo, la rata, tengo miedo
No mucho.
ELISA: El león, la leona, también. Las mujeres Fingimos con bastante
eficacia. Hasta último momento. Mi hija debió tener miedo.
MARTÍN: ¿Su hija? ¿Por qué?
ELISA: Cayó al agua.
MARTÍN: ¿Se ahogó"
ELISA: Se ahogó.
MARTÍN: Lo siento.
ELISA: Pasó hace mucho. Y el tiempo lo cura todo. (Abstraída) Así dicen.
A mí se me ocurre que fue ayer cuando cayó... al agua. Ni siquiera al océano.
Al río. No a cualquiera, al más ancho del mundo.
MARTÍN: ¿Cómo? (Rápido) No me importa
ELISA: Desde un helicóptero. (Ríe) ¡Ni suerte para un avión! El
subdesarrollo es así. Ni mar ni océano: río. En una época plateado, ahora arena
sucio. Un helicóptero seguramente pasado de moda, chatarra que nos vendieron
como nueva. Pero aún volaba y servía para alzar vuelo en la noche. (Tristemente
irónica) La noche oscura del alma. Si lo pienso, esto me resulta una fiesta.
Imagínese. Los prisioneros empujados al vacío, ya medio muertos, para terminar
de morir. Sucia manera, !no?
MARTÍN: (fríamente): Yo diría limpia. Más limpia que enterrar. Casi más
práctica. Ejecución y sepultura a la vez.
ELISA: De pronto usted parece saber mucho sobre eso.
MARTÍN: Solamente ato cabos.
ELISA: Yo también.
MARTÍN: ¿Por qué encogió las piernas? No la voy a tocar.
ELISA: Sin embargo, quiso salvarme.
MARTÍN: Usted me gustaba. Cuido a cierta gente. ¿O qué supone que soy?
ELISA: Humano. Caben tantas cosas... en humano.
MARTÍN: La bondad. ¿Quiere un poco de agua?
ELISA: No. ¿Piensa que va a llover?
MARTÍN: Quizás. Hay nubes. Aquellas son cúmulus, pueden traer agua.
ELISA: Nos vendría bien la lluvia. Los náufragos siempre se salvan así,
antes del rescate. Cuando están a punto de morir de sed, llueve. Los otros
botes han desaparecido como por encanto.
MARTÍN: Distintas corrientes.
ELISA: ¿Cree que se han salvado?
MARTÍN: Quizás.
ELISA: Han tenido más suerte. Todo es cuestión de suerte. Una pobre
chica. Quería cambiar el mundo. Una intención muy inestable, ¿no cree? (Ríe) Si
hubiera naufragado... Ningún lugar más seguro que éste. El naufragio.
MARTÍN: La tierra es más segura todavía. O el aire.
ELISA: Se me ocurre que miente. El aire no es sólo soporte de pájaros
inofensivos, ¿verdad? Y la tierra... ¿Qué hacía en la tierra para sentirse
seguro?
MARTÍN: ¿Qué hacía? (Ríe) Vivía bien.
ELISA: Sin hijos, sin lengua.
MARTÍN: Sin hijos, pero con lengua. Una lengua sabia.
ELISA: Que asiente.
MARTÍN: Que asiente, o niega lo que hay que negar.
ELISA: Ni ojos. Nunca vio a los peces saltar en el aire, hacia el mar,
digo hacia el río.
MARTÍN: (tajante): Nunca. Quien saltó al mar, al río, fue porque se lo
buscó. Si un pajarito se para bajo la pata de un elefante, será aplastado. Me
refiero naturalmente a su hija. Hay otras escalas.
ELISA: Y a usted le tocó ésa, la ínfima, en ese ridículo y despreciado
país del que partimos.
MARTÍN: Me tocó? (Ríe) ¡Absolutamente no! ¡Mire! ¡Allá! ¡Deme su
pañuelo! ¡Pronto! ¡Eh, eh! ¡Aquí, aquí!
ELISA: ¿Qué pasa?
MARTÍN: ¡Un avión! Ese punto plateado a la izquierda... ¡Eh, eh!
ELISA: No nos descubrirán, está muy lejos. Yo, que vi tanto, casi no lo
distingo.
MARTÍN: ¡Yo lo veo! ¡Eh, eh! ¿Qué hacen? ¡Idiotas! ¡Eh, eh! (Bajo) Aquí,
aquí...
ELISA: Tome un sorbo de agua.
MARTÍN: ¡Maldito sea!
ELISA: Agua.
MARTÍN: Nos queda poca. Beberé a la noche.
ELISA: Terminar antes o después es lo mismo.
MARTÍN: (furioso): ¿Terminar? ¡Vendrán a salvarnos! ¿O usted cree que
vamos a morir aquí, con esta muerte estúpida?
ELISA: No la considero tan estúpida. Hay otras peores. No llegar a
despertar del sueño o despertar un instante para darse cuenta... que la puerta
está abierta, y corre el viento y alguien nos empuja al vacío... Peor, ¿no?
MARTÍN: Mi muerte es lo que importa. ¡Mi vida! Lo mejor y lo peor se
refieren a esto.
ELISA: Poca cosa es la vida si no hay lazos con los otros. La pobrecita
lo sabía. Pobre muchacha... Cambiar el inundo... A veces es tan tonto pretender
cambiar el mundo... (Ríe) Perder la vida casi por una necedad.
MARTÍN: (tajante): Sí, fue muy necio pretenderlo. Ya le dije, si un
pajarito se para bajo la pata de un elefante...
ELISA: Será aplastado. ¿Conoce la historia ... ?
MARTÍN: (la interrumpe): No conozco ninguna historia. Ni me interesa,
señora.
ELISA: Cuando usted dice señora es porque se enoja. ¿Por qué se enojó
esta vez?
MARTÍN: ¿De qué quiere hablarme en realidad? ¿De su hija? Perdóneme si
soy rudo, las pequeñas historias se acaban muy rápido. Incluso las grandes. Se
ahogó, lo lamento. Pero no quiero detalles. Podemos hablar de otro tema. O
callarnos.
ELISA: ¿Callarnos? No.
MARTÍN: Ahorre saliva.
ELISA: ¡Qué grosero puede ser usted, en ocasiones! ¿Quiere hacerme
callar? ¿Cómo?
MARTÍN: No escuchándola.
ELISA: ¿Dándome la espalda? Usted puede ser grosero... e infantil.
MARTÍN: También puedo tirarla por la borda. Eso no sería tan infantil,
¿verdad?
ELISA: Sí, puede hacerlo. Pero no tiene ganas. "Ahora" no
tiene ganas.
MARTÍN: Acertó. Ahora sólo tengo ganas de que se calle. (Alusivo) Y si
me apura...
ELISA: (furiosa): ¡No me toque!
MARTÍN: ¿Por qué? Déjeme besarla. Todavía no estamos tan débiles como
para no ... aprovechar... Usted lo dijo: es tan romántico ... los dos solos en
el bote...
ELISA: ¡Sáqueme las manos de encima!
MARTÍN: (un silencio): ¿Quién cree que es? ¿Se vio en el espejo? La
dejo, pero porque quiero, ¿sabe? Métaselo en la cabeza: porque quiero.
ELISA: ¿Si?
MARTÍN: Sí.
ELISA: Mi hija...
MARTÍN: ¡Cállese! ¡Estoy harto de su hija! Compare, señora. Una pequeña
desgracia, o fatalidad, no hace temblar al mundo. Ni siquiera agita la hierba.
ELISA: ¡Oh, sí! La hierba tiembla, se acongoja. (Pausa) Es lógico que no
le interese hablar... Escuchar. Con las hecatombes que provocan los ricos, lo
nuestro parece tan mínimo, tan olvidable...
MARTÍN: Me alegro de que lo entienda.
ELISA: (ríe): ¡No! ¡No lo entiendo! No es por eso de: cada uno sabe
dónde le aprieta el zapato, o a cada uno le importa su ombligo. Siempre
haciendo números con la muerte. Pero en la muerte no hay número, ni tiempo, ni
siquiera lugar. Todas están unidas, del sur al oriente, del oriente al norte,
como si los puntos cardinales hubieran enloquecido en esta tierra triste... Una
cadena infinita donde cada muerto está abrazado a otro, uno de piel clara con
otro de piel oscura, un niño con una mujer desconocida, todos culpables de ser
débiles, de no tener voz, culpables de haber muerto... Usted y yo somos
sobrevivientes.
MARTÍN: No creo. Si estuve en una guerra, fue en la de los que
vencieron. Los que vencen nunca son sobrevivientes. Nunca estuvieron a punto de
morir. Ahora, si se refiere al barco, se lo concedo, quizás lo seamos. Puede
que haya otros. Sobrevivientes.
ELISA: Sabe qué hacía mi hija?
MARTÍN: (sonríe irónico): Depende de la edad.
ELISA: Quince años.
MARTÍN: (ídem) Puedo suponerlo.
ELISA: ¿Que era coqueta? Sí. ¿Que le gustaba bailar? Sí. Pero quería
cambiar el mundo.
MARTÍN: ¿Cambiarlo? (Ríe) Torcerle el rumbo. Una necedad.
ELISA: Sí, sí. Una necedad, se lo dije. No me interrumpa. Si usted me
interrumpe a cada momento no terminaré de contarlo.
MARTÍN: ¿Quién le pide que me lo cuente?
ELISA: ¡Es que yo quiero! Fue tan... ¡desmesurada! La necedad. (Ansiosa
y aceleradamente) ¡No me interrumpa! Se juntó en la calle con otros chicos
-¡una calle con plátanos!- para... ¡una necedad!, ¿qué era?, ¡ya no recuerdo!,
la re baja del boleto del ómnibus... o... o algo así, ¿era esto? Que no raparan
a los muchachos o les dejaran usar barba... ¡Imagínese! (Ríe) Gritaron en la
calle, ¡bajo los plátanos! (Martín en silencio. Furiosa) No me interrumpa, ¡no
me interrumpa!, alborotaron, sabe cómo son los chicos, irrespetuosos, se creen
invulnerables... Y después... la hecatombe. ¡Eso también fue una hecatombe! ¡De
dos, de cinco, de diez! Una muerte puede ser una hecatombe, ¡una sola!
MARTÍN: (fríamente): No grite.
ELISA: ¡Muertos por semejante necedad! Y antes de la muerte... (Se
interrumpe. Cambia de tono. Voluble) No lo digo. No lo diré nunca. No puedo. Es
de muy mal gusto decirlo. Y más a usted.
MARTÍN: No hace falta decirlo.
ELISA: "Usted" lo sabe. Yo no quería viajar, podría ocurrir
que me sentara junto a un compañero inocente.
MARTÍN: ¿Que empujó a su hija al río? No fui yo. Tomaremos un sorbo de
agua.
ELISA: No es de noche todavía.
MARTÍN: Atardece. Sé lo que hay que hacer.
ELISA: Sobre el agua y la sed. ¿Nada le dijo que yo lo odiaba? Tiene
aspecto un poco... militar.
MARTÍN: (divertido): ¿Sólo por eso me odiaba?
ELISA: No es poco. Se para de cierta manera, habla, de cierta manera....
Huele.
MARTÍN: A colonia, a loción de afeitar. Antes. Ahora supongo a mugre, a
sal.
ELISA: (aspira profundamente): Sin embargo... ahí está el olor.
MARTÍN: Usted huele como yo, no demasiado bien. Es raro, es una mujer
inteligente, pero puede ser muy estúpida. Señora.
ELISA: Lo odiaba. Después... me desconcerté. Me trajo el salvavidas, me
guió al bote...
MARTÍN: A veces cometo esos errores. La encontraba muy hermosa. Y tengo
cierta debilidad por la belleza. Debo confesar que en estos días usted ha
perdido mucho de su atractivo. ¡Venga! ¡No se aparte! Va a caerse por la borda.
(Ríe) Y no la rescataré.
ELISA: ¿Cómo estoy sentada a su lado? ¿Es que no hubo castigo?
MARTÍN: Sí, lo hubo. ¿No me dijo que su hija se ahogó? (Ríe) Perdóneme.
Usted me ofrece la ocasión servida, ¿por qué me busca la lengua? No quería
hablar así. Beba un sorbo.
ELISA: Usted me da el agua porque comparto su naufragio. Sólo por eso. Y
no sirve.
MARTÍN: (brutalmente): ¿Quién le dijo? Ni siquiera el naufragio es el
mismo para todos. Entre los dos, me quedo conmigo. Disfrute el sorbo, será el
último. Para usted. ¡Mire!
ELISA: ¿Qué?
MARTÍN: ¡Allá, allá lejos ... ! ¡Una lancha! Viene hacia nosotros...
¡Oh, Dios!
ELISA: Puede arrodillarse. Usted cree en Dios. Naturalmente cree.
MARTÍN: ¿Qué clase de mujer es? ¿No se alegra? ¡Vienen a salvarnos!
¡Vienen a salvarnos!
ELISA: ¡Suélteme! ¡No me abrace! ¡Suélteme!
MARTÍN: ¡ La abrazo porque estoy contento! ¡Vienen a salvarnos!
ELISA: No quiero que me toque. Caí con mi hija al río. Miraba salir los
peces fuera del agua y caer, y, trataba de imaginar... Usted nunca imaginó
nada.
MARTÍN: No necesito imaginar. Yo hice la historia, la grande y la
pequeña. Todas las historias que usted cuenta, yo las hice. Y los que hacemos
la historia somos los únicos libres y podemos ensalzarnos. No necesitamos
ninguna absolución. ¡Alégrese! ¡Volveremos a tierra'
ELISA: Nadie me salvará del naufragio.
MARTÍN: ¿Prefiere ahogarse? Ahóguese entonces.
ELISA: Caigo y no me ahogo. Tengo una memoria profunda como el agua, me
trae, me lleva, me hunde... me salva.
MARTÍN: ¡Qué mujer tonta! Cargante. ¡Eh, los de la lancha! ¡Pronto,
pronto! Yo sabía que vendrían. Rastrean por zonas, ¿sabe?
ELISA: Sí, lo sé. Rastreaban por zonas, casa por casa. Y uno era
encontrado. Indefectiblemente.
MARTÍN: Estarnos bien, exhaustos... Sólo exhaustos. Nunca viajaré más
por mar. Por aire y por tierra, nunca más por mar. (Ríe débil,
tontamente) Pase primero, señora. Señora, y no estoy enojado sino feliz. Pase
primero, señora.
ELISA: No le daré la espalda.
MARTÍN: Siéntese. ¿Tiene frío? He vuelto a ser gentil. Limpio, afeitado,
sin hambre. He vuelto a ser gentil. ¿La veré en tierra?
ELISA: (secreta): Sí, me verá.
MARTÍN: Una mujer hermosa, un poco verborrágica, ahora en silencio. Me
alegro de que no contemple más el mar, como hacía antes en el barco. Me mira a
mí, ahora.
ELISA: Sí, lo miro.
MARTÍN: Podemos descansar Juntos unos días donde usted quiera. Tengo una
casa en el campo, hay caballos, ¿sabe montar?, está el río cerca. ¿Qué le
parece? ¿Acepta?
ELISA: ¿Es que la historia es esta reconciliación absurda y miserable?
MARTÍN: No vuele tanto. Lo que dijimos en el bote fue por nervios,
quizás extenuación. Usted me agrada. Acepte. Serán buenas vacaciones,
descansará.
ELISA: No. No quiero descansar.
MARTÍN: Pero volveremos a vernos, ¿verdad?
ELISA: Sí. Me verá. No dejará de verme.
MARTÍN: ¿Por qué usa ese tono? No sea rencorosa. (Sonríe) Soy inocente.
ELISA: Usted lo dijo, inocente como son los que tienen la fuerza. Algo
haré para que no deje de verme. En tierra, en el naufragio. Algo haré para que
no deje de verme. ¿Verborrágica, dijo? Hablaré tanto que lo inundaré con mi
memoria, y no podrá respirar, y se ahogará en tierra, ¡en el naufragio!
MARTÍN: (fríamente): Somos ciegos y sordos, señora. El mundo no cambiará
por unos pocos. O por una multitud sin fuerza. Resígnese.
ELISA: No sé qué es eso. No contar con mi resignación es su fracaso. No
conseguir borrar mi memoria, su naufragio. En esta tierra que transito usted no
puede vivir. En estas aguas, usted no sabe nadar. ¿Oye? (Atiende) Corren. (Una
pausa) Hemos chocado con algo.
TELÓN