El
atentado, de Jorge Ibargüengoitia
Texto y representación: Benjamín Gavarre
El
Atentado en:
Ibargüengoitia, Jorge.
Teatro III. México,
Ed. Joaquín Mortiz, 1990.
El
atentado fue escrita
por Jorge Ibargüengoitia en 1963 y le dio al autor algunos dolores
de cabeza con la Secretaría de Gobernación, pero también le dio la
oportunidad de compartir el premio Casa de las Américas, otorgado
por Cuba, compartiendo el primer lugar con Osvaldo Dragún que
presentó a concurso sus Historias
para ser contadas.
Con El atentado,
Jorge Ibargüengoitia continuó con un estilo poco frecuente no sólo
en el teatro mexicano, sino me atrevería a decir en la literatura
mexicana. Mordaz, cáustico, agudo, ingenioso, serían algunos de los
adjetivos que podríamos mencionar para caracterizar el estilo del
autor guanajuatense. Provinciano, costumbrista, urbano a veces como
en La ley de Herodes,
tuvo el acierto de desacralizar con humor negro y espíritu critico
las usanzas de la clase media mexicana y algunos episodios de la
historia de México, como sucede con Los
pasos de López,
novela relacionada con la Independencia o como en la obra que nos
toca analizar, El
atentado, visión
crítica, humorística, reveladora, impertinente y gozosa de uno de
los momentos más álgidos luego de la Revolución Mexicana, la
Guerra Cristera y el atentado al caudillo Álvaro Obregón. Desde
luego uno de los motivos de que Gobernación vetara su obra por
varios años fue el hecho de que el autor presentó una aguda y dura
crítica a la Institución del entonces muy poderoso y desde luego
corrupto gobierno surgido de esa revolución y de esos caudillos que
son presentados caricaturescamente pero con el fondo de realidad que
todos reconocemos.
El 17 de junio de 1928, los
partidarios del General Álvaro Obregón le ofrecieron un banquete en
el restaurante "La Bombilla" de San Ángel, D. F. para
festejar su victoria electoral. Durante el convivio, el fanático
José de León Toral asesinó al presidente electo.
En este México del que se
ocupa Ibargüengoitia existía un problema religioso surgido desde la
promulgación de la Constitución de 1917, cuyos artículos 3, 5, 27
y 130 no fueron aceptados por el episcopado mexicano; atentados
dinamiteros, víctimas, expulsiones de delegados apostólicos se
presentan durante los primeros meses del gobierno del general Calles.
Un grupo de cismáticos al frente de los ex sacerdotes Joaquín José
Pérez y Manuel Monges, se apodera del templo de La Soledad con
intenciones de implantar la Iglesia Cismática Mexicana y separarla
de la Santa Sede Romana. El populoso barrio de La Soledad se sulfura
y ataca a los invasores provocando un mayúsculo escándalo, y tienen
que intervenir las autoridades. El gobierno, para solucionar este
asunto, acuerda que el Templo de la Soledad no sea ni para cismáticos
ni para católicos y que se destine a biblioteca pública,
entregándole a los primeros el templo de Corpus Cristi para que
puedan oficiar libremente.
El arzobispo de México fue
consignado a la Procuraduría de la república por sus declaraciones
hechas a la prensa y el Gobierno dio orden de clausurar todos los
establecimientos del culto religioso y decretó la expulsión de los
sacerdotes extranjeros. Los católicos protestaron por el cierre de
los templos organizándose muy serios escándalos.
La cosa estaba que ardía. Se
forma la Liga de Defensa Religiosa; los católicos boicotean al
Gobierno, se intensifica la campaña en favor de la Iglesia, hasta
que en el mes de julio, el episcopado mexicano publica una carta
anunciando la suspensión de cultos.
Con ese motivo, millares de
familias no quisieron quedarse sin recibir los cristianos sacramentos
y ocasionaron serios tumultos, especialmente en el atrio de la
Catedral.
Finalizaba el año 1926 y todas
las gestiones para la solución del asunto religioso fueron inútiles,
hasta que estalló en occidente del país la rebelión católica, la
que más tarde fue conocida como "rebelión cristera".
El ex presidente, general
Álvaro Obregón, llega a la capital de la República el 30 de marzo
de 1926, y le dieron recibimiento desde el Primer Magistrado, hasta
el más sencillo de sus amigos. Alojado en el Alcázar de Chapultepec
y al ser entrevistado por los periodistas, dijo: "Que su viaje
era exclusivamente de negocios… que pensaba vivir alejado de la
política." Y al tocarle los redactores los asuntos políticos
expresó: "Legalmente no existe ningún escollo para que no
vuelva a figurar como candidato a la presidencia de la República".
Como siempre la agitación
política se adelanto y los diputados reforman el 26 de octubre de
1926 los artículos 82 y 83 de nuestra Carta Magna y la envían al
senado para su estudio: fue aprobada por la Cámara alta el 19 de
noviembre de 1926, en el sentido de "que la reelección del
Presidente de la República puede hacerse solo una vez, siempre que
no sea para el período inmediato". Tres aspectos eran los más
significativos: la agitación política por la sucesión
presidencial, el problema religioso y la administración callista. El
primero, la aceptación del general Álvaro Obregón para volver a
figurar como candidato a la Presidencia de la República,
enfrentándose en una lucha cívica con dos de sus queridos amigos y
compañeros de armas, en una campaña electoral llena de injurias y
de oprobios entre reeleccionistas y antirreeleccionistas, finalizó
trágicamente. El segundo, la suspensión de cultos religiosos en la
República Mexicana y la hoguera de la rebelión cristera en el
occidente del país, tuvo consecuencias sangrientas, y el tercero, la
culminación de las grandes obras desarrolladas durante el gobierno
del general Calles.
A fines de febrero de 1927, el
ex presidente Obregón llega a la ciudad de México y se aloja en el
castillo de Chapultepec. En el corto tiempo que estuvo en la capital,
fue constantemente agasajado, especialmente por los políticos que
aprovecharon la ocasión para preparar la campaña reeleccionista. Al
regresar a su tierra natal, el divisionario sonorense, aún no decía
oficialmente si aceptaba la postulación; pero el 26 de junio, rompe
el silencio y manda un extenso manifiesto a la Nación, explicando
porque vuelve a la lucha cívica.
El problema religioso existente
en el país, cada día se pone más serio. Desde la suspensión de
cultos en la República, el gobierno del general Calles no puso nada
de su parte para solucionarlo. El Clero, por su parte, pedía la
reforma de la Ley de Cultos y la libertad a la religión Católica.
Como no hubo ninguna solución favorable, el occidente del país se
vio envuelto en una sangrienta rebelión cristera en la que murió
mucha gente en combates, emboscadas, asaltos a los trenes de
pasajeros, etc.
Pero la cosa no paró aquí;
los católicos continuaron con sus actividades y hacen explotar una
bomba de dinamita en el interior del edificio de la Cámara de
diputados, produciéndose el consiguiente escándalo, aunque no hubo
desgracias personales. Siete días después ejecutan la misma
operación en el Centro Director Obregonista, causando el mismo
escándalo que en la ocasión anterior.
El candidato único a la
presidencia continuaba en su jira política por los Estados de la
República; regresó a la capital a fines de abril y se trasladó a
su tierra natal, Sonora, para esperar el resultado de las elecciones,
como era de esperarse, ganó.
En la primera quincena de
julio, el presidente electo, general Álvaro Obregón, decide venir a
la capital de la República y sus partidarios la prepararon un
fantástico recibimiento; tres días después, los presuntos
diputados guanajuatenses le ofrecen un banquete en el restaurante de
la Bombilla en demostración de afecto y simpatía; el divisionario
sonorense aceptó la invitación y se presentó a la hora anunciada.
Con
buen humor, pasa a ocupar su asiento entre las mesas del comedor. El
festejo transcurría en la más franca y alegre camaradería entre
los asistentes; la orquesta típica "Esparza Oteo" tocaba
la popular pieza "El Limoncito". Por las afueras del
pabellón andaba un individuo con un block de papel en la mano,
esperando la oportunidad de poder acercarse a la mesa central;
pausadamente llega a la espalda del presidente electo y mientras le
mostraba un dibujo, consumaba su verdadero propósito sacando un
revólver y descargándolo sobre el divisionario sonorense, que murió
instantáneamente… Este joven era José de León Toral (García
Martínez, Bernardo. Historia
de México. México,
Ed. Everest, 1992, pp. 163-191).
El resumen de este episodio
histórico es reconocible paso a paso en la obra de nuestro autor. El
atentado a la Cámara de Diputados, la elección del caudillo para
regresar a la presidencia, la escena del restaurante y el asesinato
del son claramente identificables en la obra. Desde luego el autor no
presenta los nombres reales porque no se trata de hacer una clase de
Historia, sino de imaginarse una historia similar, en caricatura,
nueva creación a partir de los momentos ya resumidos y con una
visión nueva que toma en el escenario un discurso nuevo y crítico
cuya importancia radica en el hecho teatral.
Teatro
que remite inevitablemente a las obras didácticas de Bertolt Brecht,
El atentado
es un juguete escénico en el que se reflejan los usos y costumbres
de una clase política corrupta y un Clero que hace todo por
conservar sus privilegios. La gente está en medio y es atropellada
continuamente por los intereses de unos y otros. Mundo distorsionado
por la caricatura, el desorden moral o sobre todo ético nos lleva a
imaginar la obra en un ambiente fársico con los recursos del music
hall, con los
estereotipos del cabaret o los signos que pueden encontrarse por
ejemplo en una Casa de Citas. La prostitución de los valores que
deberían ser legítimos, aquellos que deberían servir para gobernar
y no para aplastar a las mayorías serían la base para la propuesta
escénica que a continuación detallo.
1
palabra
|
La
cuidadosa elección de las palabras es un elemento del estilo del
autor. Esta selección está relacionada con el ritmo,
entendiéndolo como frecuencia que se lleva a cabo no sin la
aparición de un elemento insólito dentro de un discurso
conocido. En este recurso encontramos quizá uno de las maneras en
que caricaturiza por medio del lenguaje. Ibargüengoitia encuentra
la palabra clave que detona la carcajada:
Borges.-
La Historia vuelve los ojos horrorizada, como púdica
matrona, para
contemplar el espectáculo de una jauría
indomable que
festina los restos de nuestra nacionalidad... No. Se
mira en el espejo un momento. Con voz más dramática...
que festina los restos de nuestra nacionalidad. Sí. Se
aclara la garganta. Consulta papeles.
Me refiero señores al clero católico. No, no, no. Me refiero
señores al clero... Bueno. Me refiero señores, al clero
católico... Líricamente.
Hidra de mil cabezas. Eso es. Hidra de mil cabezas que... (p.
315).
En
el texto anterior la parodia es evidente, dentro del hablar
retórico de Borges el autor incluye palabras como “púdica
matrona” que ningún político usaría en ningún discurso.
En
otros momentos, el habla cultivada de los políticos tiende si no
al realismo, si a una aparente seriedad. Después de que “Pepe”
cometió el asesinato de “Borges”, el personaje que
representa a Calles habla con cinismo pero apropiadamente, hasta
que aparece una palabra que no diría él, sino quizá diga la voz
del autor, haciendo una broma desde su máquina de escribir:
Vidal
Sánchez.- ...¡Confiesa, muchacho! No niegues a los hombres que
te han ayudado la gloria de haber participado en ese tiranicidio
heroico. No dejes que yo usurpe el aplauso que merecen otros. Di
sus nombres, que ellos te lo agradecerán (p.340).
En
los textos referidos el lenguaje aparentemente coloquial está
íntimamente relacionado con el tono por lo que resulta difícil
no mencionar la intención cómica del lenguaje. Hay textos donde
aparece un discurso enunciativo, expositivo, con un léxico propio
del mundo religioso o político, cargado de cinismo insisto en el
tono, y hay otros francamente paródicos, donde la selección de
las palabras tiene que ver con la situación ya sea cómica o
francamente fársica:
Borges:- No sé. Si fueran
revolucionarios como nosotros sería fácil eliminarlos: los
obligaríamos a levantarse en armas: una vez levantados,
compraríamos a tres o cuatro de los más importantes, mandaríamos
en viaje de estudio a otros tres o cuatro, al resto los
derrotaríamos fácilmente y los pasaríamos por las armas (p.
330).
Acusador.-
...Tengo el gusto de acusar a este homúnculo...
y a esta Harpía
(sic) del homicidio perpetrado con toda premeditación, alevosía
y ventaja... y para comprobarlo pido que se me permita presentar
testigos (p. 343) Mi voz se ahoga en mi pecho como se ahoga en el
pecho de todos los buenos mexicanos... Nada puede atenuar la
monstruosidad de este asesinato nefando. Pido que castiguéis a
los culpables (p. 355).
|
2
tono
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El
tono que domina, los colores con que ambienta el autor son en
general cálidos, cómicos. La noción clásica de presentar y
señalar los defectos de carácter desde un punto de vista social
son evidentes en el discurso de por ejemplo el general Borges o la
Madre Conchita y su aparente bondad religiosa, cargada de un
tartufismo con el que aparentemente se conduele de las muertes
llevadas a cabo por la causa cristera, pero que connotan una falta
de escrúpulos cómica. Está por otro lado el tono fársico, que
como sabemos es grotesco y lo emplea el autor en los discursos y
en las situaciones que nos remiten a actos casi circenses o del
cine mudo. Como ejemplo bastaría la presentación grotesca del
asesino del General ante un jurado vendido y una exposición de
los hechos donde el acusado ya es juzgado culpable de antemano. En
ocasiones el autor emplea el tono serio, propio del realismo o de
obras como la pieza para señalar la importante crítica social
que está presente en el objetivo final de la obra, la denuncia.
Todos estos tonos están relacionados finalmente con el genero al
que pertenece la obra, una pieza didáctica que emplea distintos
tonos para mostrar, al estilo de las obras de Bertolt Brecht, una
realidad que se desea critica para que el público tome
conciencia. Los recursos distanciadores precisamente rompen el
tono hilarante en un momento dado, por medio de anuncios,
diapositivas o fragmentos de película, para que el público salga
de la emoción que está experimentando y reflexiones y se
distancie para ser un espectador crítico que puede asumir una
posición ante lo que está viendo.
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3
mímica
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Los
mímica de los actores en numerosas ocasiones parece realizarse
frente a una cámara de cine hipotética. Además de los actos
mímicos en el escenario, podemos apuntar las proyecciones que se
indican en las didascalias, por ejemplo: Pepe y la abadesa suben
en una “julia”. (p. 356) Podemos imaginarnos la imitación,
por parte de los actores, o personajes, de unos asesinos o
criminales que hagan la mímica adecuada frente a la cámara. Hay
también la posibilidad de escenas mudas que recuerdan los
fragmentos de una clase de historia, pero en tono fársico. Un
ejemplo es cuando Pepe descubre su pecho para que lo fusilen. (p.
357.)
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4
gesto
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Distintos
gestos codificados pueden mencionarse: por ejemplo: Borges y
Valdivia se retuercen los bigotes. (p. 317). O cuando Pepe está
incado para recibir la confesión(p. 323). En la siguiente foto,
vemos la imagen histórica del hombre que inspiro al personaje
Pepe, José de Léón Toral, justo en el momento antes de ser
fusilado.
Imaginemos
solamente, que Pepe estaría frente al sacerdote y no frente al
federal, y desde luego, el tono cómico y no tan terriblemente
realista que tendría la escena en el teatro.
A
propósito del gesto de la Madre Conchita, cuando incita a Pepe a
actuar, podemos remitirnos a la siguiente imagen histórica, en la
que la inspiradora de la Abadesa se encuentra al lado del
estandarte de la fe:
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