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23/4/20

EL REY SE MUERE. IONESCO.















El rey se muere

Eugène Ionesco 

Guardia (anunciando) – Su majestad, el rey Berenguer Primero. ¡Viva el rey!
(El rey, con paso bastante vivo, manto de púrpura, corona en la cabeza, cetro en mano, atraviesa el escenario, entrando por la puerta pequeña de la izquierda y sale por la puerta de la derecha del fondo)

Guardia (anunciando) – Su majestad, la reina Margarita, primera esposa del rey, seguida por Julieta, asistenta, y enfermera de sus majestades. ¡Viva la reina!

(Margarita seguida por Julieta, entra por la puerta del primer plano de la derecha y sale por la puerta grande)

Guardia (anunciando) – Su majestad, la reina María, segunda esposa del rey, primera en su corazón, seguida por Julieta, asistenta y enfermera de sus majestades. ¡Viva la reina!

(La reina María, seguida por Julieta, entra por la puerta grande de la izquierda y sale con Julieta por la puerta del primer plano a la derecha. María parece más hermosa y más joven que Margarita. Lleva corona y manto de púrpura. Y joyas. Su manto es de estilo más moderno y tiene aspecto de haber sido hecho por un gran modisto. Entra, por la puerta del fondo izquierda, el médico)

Guardia (anunciando) – Su altanería, el señor Médico del Rey, cirujano, bacteriólogo, verdugo y astrólogo de la corte (el Médico avanza hasta el centro del escenario; luego, como si se le hubiera olvidado algo desanda lo andado y sale por la misma puerta por donde entró. El Guardia permanece en silencio algunos instantes. Parece estar cansado. Apoya la alabarda en el muro y se sopla las manos para calentarse) Que raro, a esta hora debería hacer calor, calefacción, prendete. Nada, no anda. Calefacción, prendete. El radiador sigue frío pero no me dijo que la calefacción ya no estaba a mi cargo. Al menos no oficialmente. Bueno, con ellos nunca se sabe… (Bruscamente vuelve a empuñar su alabarda, la reina Margarita vuelve a aparecer por la puerta del fondo a la izquierda. Lleva una corona, manto de púrpura bastante usado. No tiene edad. Aspecto severo. Se detiene en el centro del escenario, en primer término. Julieta la sigue) ¡Viva la reina!

Margarita – (A Julieta, mirando alrededor) Que mugre, puchos en el piso.

Julieta – Vengo del establo, de ordeñar la vaca, majestad. Ya casi no da leche. No tuve tiempo de limpiar el living.

Margarita – Esto no es un living. Es el salón del trono. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?

Julieta – Está bien, el salón del trono. Como diga su majestad. No tuve tiempo de limpiar el living.

Margarita – Hace frío.

Guardia – Intenté prender la calefacción, majestad, no funciona. Los radiadores no me hacen caso. El cielo está cubierto, las nubes no quieren disiparse fácilmente. El sol está retrasado a pesar de que el le dio la orden de aparecer.

Margarita – Bué…el sol ya no obedece.

Guardia – Anoche escuché un crujido. Hay una grieta en el muro.

Margarita – ¿Ya? No me lo esperaba. Esto va rápido.

Guardia – Julieta y yo tratamos de taparla.

Julieta – Si, me despertó de madrugada, con lo bien que estaba durmiendo.

Guardia – Se volvió a abrir. ¿La volvemos a tapar?

Margarita – No vale la pena. No hay vuelta atrás. (A Julieta) ¿Dónde está la reina María?

Julieta – Todavía está en su cuarto.

Margarita - Seguramente.

Julieta – Se despertó de madrugada.

Margarita – Ah, mirá.

Julieta – La escuché llorando.

Margarita – Reir o llorar es todo lo que sabe hacer. (A Julieta) Que venga inmediatamente. Andá a buscarla.

(En ese preciso momento aparece la reina María vestida como se dijo antes.)

Guardia – (Un segundo antes de la aparición de la reina María) ¡Viva la reina!

Margarita – (A María) Tenes los ojos rojos, querida, afecta tu belleza.

María – Ya lo sé.

Margarita – No empieces a lloriquear otra vez.

María – No puedo evitarlo. Pobre de mí.

Margarita – No te enloquezcas, no va a servir de nada. Lo que va a pasar es lo que tiene que pasar, es el orden de las cosas. Era de esperar ¿o no lo esperabas?

María – Y vos no esperabas más que eso.

Margarita – Por suerte, así todo está preparado. (A Julieta) Dale otro pañuelo.
María – Yo siempre esperaba…

Margarita – Tiempo perdido. Esperar, esperar… No tiene más que eso en la boca y lágrimas en los ojos. ¡Qué manías!

María – ¿Viste al Médico? ¿Qué dice?

Margarita – Lo que ya sabes.

María – Capaz que se equivoca.

Margarita – No empieces con ese jueguito de la esperanza. Los signos no engañan.

María – Pero capaz que los leyó mal.

Margarita – Los signos objetivos no engañan. Lo sabés.

María – (Mirando al muro) Ay, esa grieta…

Margarita – ¿La ves? Y no es solo eso, es tu culpa si no está preparado. Es tu culpa si lo agarra desprevenido. Vos lo dejaste engañarse. Ah, la alegría de vivir. Los bailes, los viajes, las cenas de gala, los artificios y los fuegos artificiales, las mieles y las lunas de miel. ¿Cuántas lunas de miel necesitaban?

María – Eran para festejar nuestros aniversarios.

Margarita – Los celebraban cuatro veces al año. “¡Hay que vivir!” decían…

María – Le gustan tanto las fiestas...

Margarita – Los hombres hacen como si no supieran pero saben y olvidan. El es rey, debería conocer las etapas; saber exactamente lo largo del camino y ver la llegada.

María - ¡Mi pobre amor, mi pobre reyecito!

Margarita (a Julieta) – Dale otro pañuelo. (A María) ¡Un poco de buen humor, vamos! Le vas a contagiar la tristeza. Ya bastante débil es. Esa influencia detestable que tenes sobre el, pero en fin… el te prefirió antes que a mi. No es que yo estuviera celosa, me daba perfectamente cuenta que lo que hacía no era razonable y ahora ya no podés hacer nada por el. Ahí estás bañadita en lágrimas. Ya no me haces frente, ya no me intimidas. ¿Dónde está esa insolencia, esa mirada irónica? ¡Despertate! Ocupá tu puesto. ¡Enderezate! Bien que seguis usando ese hermoso collar.

María – Yo no voy a poder decirle.

Margarita – De eso me encargo yo. Ya estoy acostumbrada al trabajo sucio.

María – ¡No! ¡No se lo digas, por favor! No le digas nada, te lo suplico.

Margarita – Dejamelo a mi, pero te necesitamos para las etapas de la ceremonia. ¡Si te encantan las ceremonias!

María – Esta no.

Margarita (a Julieta) - ¡Arreglanos los ruedos de los vestidos como es debido!

Julieta – Si, majestad. (Julieta arregla los ruedos de los vestidos de ambas reinas)

Margarita – Claro esta es menos divertida que tus bailes para niños, para ancianos, para recién casados, para supervivientes, para artistas, hasta ceremonias para organizadores de ceremonias. Este baile será en familia, sin bailarín y sin bailongo…

María - ¡No! No le digas nada. Mejor que no se de cuenta.

Margarita – Bueno… podría cerrar con una canción. (A María) Eso no es posible.

María – No tenés corazón.

Margarita – Si tengo, y late.

María – Sos inhumana.

Margarita - ¿Qué queres decir con eso?

María – Es horrible. No está preparado.

Margarita – Eso es culpa tuya. El es como los que se van de viaje y pierden el tiempo en los hoteles sin darse cuenta de que el fin del viaje no es el hotel. Yo les dije que hay que vivir conscientes del destino y ustedes se burlaban y me decían que exageraba.

Julieta – Y exagerado es.

María – Bueno ya que es inevitable por lo menos que se lo digan lo más suavemente posible.

Margarita – Tendría que haber estado preparado desde siempre. Tendrías que haberselo dicho todos los días. ¡Cuánto tiempo perdido! (a Julieta) ¿Por qué nos miras con la mirada perdida? ¡No te hundas vos también! Podes retirarte. No vayas muy lejos, te llamamos.

Julieta – Entonces, ¿no barro el living?

Margarita - Es demasiado tarde. Retirate. (Julieta sale)

María – Decíselo con mucha precaución. Tomate todo el tiempo necesario. Le va a dar un infarto.

Margarita – Ya no tenemos tiempo para perder el tiempo. Se acabaron los jugueteos, el ocio, los días hermosos. ¡Se acabó tu striptease! ¡Se acabó! Cuando llegue el momento déjenme sola con el y yo se lo voy a decir. Vos todavía tenes un rol que cumplir así que tranquilizate.

María – Esto es muy duro.

Margarita – Tan duro para vos como para mi, como para el. No lloriquees.

María – Se va a negar.

Margarita – Al principio.

María – No lo voy a permitir.

Margarita - Que no retroceda. ¡Pobre de vos! Es preciso que todo pase correctamente. Que sea un éxito. Hace tiempo que no tiene uno. Su palacio está en ruinas, sus tierras sin cultivo. Sus montañas se derrumban. El mar destruyó los diques e inundó el país. Ya no lo cuida. Le hiciste olvidar todo en tus brazos con ese perfume tuyo que aborrezco. Qué mal gusto.

María- Qué cizañera sos. En primer lugar no se puede luchar contra los temblores de tierra.

Margarita – Qué irritante que sos. Podría haber plantado coníferas en los arenales, cimentar los terrenos amenazados, pero no ahora el reino está lleno de agujeros como pedazo de queso gruyere.

María – No se podía hacer nada contra la fatalidad. No se podía ir en contra de la naturaleza.

Margarita – Y ni hablar de todas esas guerras patéticas. Mientras los soldados estaban dormidos de comer y chupar, los vecinos empujaban los límites de las fronteras, encogiendo el territorio nacional. Esos cobardes no querían ir al frente.

María – Tenían escrúpulos, cargo de conciencia.

Margarita – Sabés como le decían a esos escrúpulos y cargos de conciencia nuestros enemigos: desertores y a los que los tenían los mandaban fusilar. Ya ves el resultado: el reino arrasado, los jóvenes exiliados en masa. Cuando comenzó su reinado había nueve mil millones de habitantes.

María – Eran demasiados. No había lugar para ellos.

Margarita – Ahora no quedan más que mil viejos. ¡Menos! Mientras hablo se están muriendo.

María – También hay cuarenta y cinco jóvenes.

Margarita- Los que no querían en ningún lado. Ni nosotros los queríamos. Nos los devolvieron a la fuerza. Llegan con veinticinco años y a los dos días parecen de ochenta. No me vas a decir que eso es envejecer normalmente.
María – Pero el Rey todavía es muy joven.

Margarita – Ayer sí, anoche también. Ahora lo vas a ver.

Guardia (Anunciando) – Una vez más su altanería el Médico. Su altanería, su altanería.

Médico (A Margarita) – Buenos días Majestad. (a María) Buenos días Majestad. Perdón vuestras Majestades, llegué tarde porque vengo del hospital de hacer varias intervenciones quirúrgicas del más alto interés para la ciencia.

María – El Rey es inoperante…(se corrige inmediatamente)inoperable.

Margarita – Efectivamente ya no es operable.

Médico – (Mirando a Margarita y después a María) Si ya sé no hablaba de su Majestad.

María – ¿Doctor alguna novedad? ¿Alguna mejoría? ¿Lo ve mejor? No es imposible una mejoría ¿verdad?

Médico – Estamos frente a una situación tipo que no puede cambiar.

María – Es verdad no hay esperanza, no hay esperanza (mirando a Margarita) no me deja esperar me lo prohíbe.

Margarita – Hay gente que tiene delirio de grandeza. Vos tenés delirio de pequeñez. ¡Nunca vi una reina igual! Me avergonzás. ¡Ah! Otra vez va a empezar a llorar.

Médico – En realidad si se quiere algo nuevo hay.

María – ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué hay de nuevo?

Médico – Algo nuevo que no hace más que confirmar lo que ya sabíamos. Marte y Saturno entraron en colisión.

Margarita – Era de esperar.

Médico – Ambos planetas han estallado.

Margarita – Es lógico.

Médico – El Sol perdió el cincuenta y el setenta y cinco por cierto de su fuerza.

Margarita – Obviamente.

Médico – Cae nieve en el polo norte del Sol. La Vía Láctea se está aglutinando. El cometa está agotado, envejecido de tanto dar vueltas sobre sí mismo. Parece un perro moribundo.

María – Mentira exagera. Está exagerando.

Médico – ¿Quiere que le preste el telescopio?

Margarita (al médico) – No vale la pena, le creemos. ¿Qué más?

Médico – Hace dos horas y media era primavera. Ahora es otoño. En la frontera empezó a reverdecer la hierba. Todas las vacas paren dos terneros al día. Uno de mañana y el segundo a las cinco o cinco y cuarto de la tarde. En nuestro país las hojas se secaron y se caen. La tierra sigue agrietándose más que nunca.

Guardia (Guardia) – El instituto meteorológico del Reino informa que hace mal tiempo.

María – Vos sabés que oigo la tierra que se agrieta. Sí, sí la oigo.

Margarita – Es la grieta que se agranda y se propaga.

Médico – El rayo se inmoviliza en el cielo. Las nubes se llenan de ranas, retumba el trueno. No se lo oye porque es mudo. Veinticinco habitantes se han licuado. Doce perdieron la cabeza. Decapitados. Esta vez sin intervención mía.

Margarita – Sí, no hay duda, son los signos.

Médico – Por otra parte…

Margarita (interrumpiéndolo) No siga, basta. Es lo que pasa siempre en estos casos. Lo sabemos. Lo sabemos.

Guardia (anunciando) – ¡Su Majestad, el Rey! (música) ¡Atención, Su Majestad!
¡Viva el Rey!

(El Rey entra por la puerta del fondo, derecha. Trae los pies desnudos. Julieta entra detrás de él)

Margarita – ¿Qué hiciste con las chancletas?

Julieta – Señor, aquí están.

Margarita (al rey) - ¡Qué costumbre esa de andar descalzo!

María (a Julieta) – Ponele las pantuflas. Rápido. Que no tome frío.

Margarita – Que tome frío o no ya no tiene importancia. Es una mala costumbre.

(Mientras Julieta pone las pantuflas al Rey y María va a su encuentro, continúa oyéndose la música regia).

Médico (inclinándose humilde y melosamente) – Me tomo el atrevimiento de darle los buenos días a vuestra Majestad y de ofrecerle mis mayores respetos.
Margarita – Eso ya no es más que una fórmula hueca.


El Rey (a María y después a Margarita) – Buenos días, María. Buenos días, Margarita.
¿Seguís ahí? digo ¿Ya estás acá? ¿Cómo te va? ¡A mí me va mal! No sé bien lo que tengo. Siento las piernas entumecidas. Me costó trabajo levantarme. ¡Me duelen los pies! Voy a cambiar de pantuflas. ¿Puede ser que haya crecido? ¡ Dormí mal! ¡Esa tierra que cruje! ¡Ese ganado que muge! ¡Demasiado ruido! ¡Ay mis costillas!

(al médico) – Buenos días, doctor. ¿Es un lumbago? (a los demás) Estoy esperando a un ingeniero… extranjero… los nuestros ya no sirven para nada. Además ya no tenemos ninguno. ¿Por qué cerraron la facultad de ingeniería? Ah sí se cayó en el agujero. Y además, ¡me duele la cabeza! Y esas nubes… ya prohibí las nubes. ¡Nubes! ¡Basta de lluvia! ¡Nube idiota! No va a terminar nunca de gotear. Parece un viejo que no puede retener la orina. (a Julieta) - ¿Qué me miras vos? Estás muy arregladita hoy. Mi dormitorio está lleno de telarañas. ¡Andá a limpiarlas!

Julieta – Las saqué todas mientras Vuestra Majestad dormía. No sé de dónde salen. Se forman sin parar.

Médico (a Margarita) Vio Majestad se confirma cada vez más.

Rey (A MARÍA) – ¿Qué tenés mi Reina?

María – No sé… nada. No tengo nada.

Rey – Tenés ojeras. ¿Estuviste llorando?

María - ¡Dios mío!

Rey (a Margarita) – Les prohíbo que le den disgustos. ¿Y por qué dice “Dios mío”?

Margarita – Es una frase como cualquier otra. (A Julieta) Andá a limpiar las telarañas.

Rey – Ah, si, esas telarañas son un asco.

Margarita – Y rapidito. ¿No sabes cómo se usa una escoba?

Julieta – La que tengo está gastada. Necesitaría una nueva, necesitaría por lo menos una docena. (Sale)

Rey - ¿Por qué me miran todos así? ¿Pasa algo raro?

María – (Precipitándose hacia el rey) Reyecito. Estás cojeando.

Rey - ¿Estoy cojeando? No cojeo. Bueno, cojeo un poco.

María – ¿Te duele algo? Te sostengo.

Rey – No me duele nada. ¿Por qué me va a doler? No necesito que nadie me sostenga. Aunque me gusta que vos me sostengas.

Margarita (Dirigiéndose al rey) – Señor tengo que informarle algo.

María - ¡No, callate!

Margarita – Callate vos.

María – ¡Es mentira! No le creas.

Rey – ¿Qué es lo que es mentira? María, ¿por qué esa cara? ¿Qué pasa?

Margarita – Señor, tenemos que anunciarle que va a morir.

Médico – Ay si, majestad.

Rey – Ya sé. Obviamente. Todos lo sabemos. Háganme acordar cuando llegue el momento. Qué manía tiene Margarita de estresarme ni bien me levanto. Que me traigan el desayuno.

Margarita – Ya es mediodía.

Rey – Da igual, todavía no desayuné. En realidad no tengo hambre. Doctor, me va a tener que dar una pastilla para abrirme el apetito y desintoxicar el hígado. ¿Debo tener la lengua sucia, no?

Médico – Si majestad.

Rey – Se me engrasa el hígado. Anoche no tomé nada y tengo mal gusto en la boca.

Médico – Majestad, la reina Margarita está diciendo la verdad. Va a morir.

Rey – Otra vez lo mismo. Como joden. Me voy a morir si, me voy a morir… dentro 40, dentro de 50 o dentro de 300 años. Cuando yo quiera, cuando tenga tiempo, cuando yo lo decida. Por ahora a resolver los asuntos del reino. (Sube las gradas del trono) ¡Ay mis piernas, mis riñones! Agarré frío en este palacio mal calentado. ¿Arreglaron los vidrios rotos? Ya nadie trabaja. ¿Me tengo que encargar yo de todo? No se puede contar con nadie. (A María que intenta sostenerlo) ¡No! Puedo solo. (Se apoya en el cetro como si fuera un bastón y consigue a pesar de todo sentarse ayudado por la reina María) Ya está, que duro está este trono, habría que hacer rellenar el asiento. Bueno, ya llegué. ¿Cómo está el país esta mañana?

Margarita – Lo que queda de el.

Rey - ¡Que llamen a los ministros!

(Entra Julieta)

Julieta – Se fueron de vacaciones. No muy lejos porque los territorios se encogieron. Están en la otra punta, a tres pasos. Están viendo si pescan algo para alimentar al pueblo.

Rey – Andá a buscarlos.

Julieta – No van a venir, estan de vacaciones. Está bien, voy a ver. (Se acerca a mirar por la ventana)

Rey – ¡Qué indisciplina!

Julieta – Se cayeron al arroyo.

María – Tratá de rescatarlos.

(Julieta sale)

Rey – Si tuviera otros dos especialistas del gobierno en el país, los reemplazaría.

María – Vas a encontrar otros.

Médico – No va a encontrar otros, majestad.

Margarita – No vas a encontrar otros, Berenguer.

María – Si, si, si. Entre los niños de las escuelas, cuando crezcan. Hay que esperar un poco.

Médico – En la escuela solo quedan niños con bocio, débiles mentales congénitos, mongoloides, hidrocéfalos.

Rey – Si, la raza no anda bien de salud. Trate de curarlos o mejorarlos un poco. Que aprendan por lo menos las primeras letras del alfabeto. Antes se los mataba.

Médico – Majestad. No es posible, se quedaría sin súbditos.

Rey – ¡Que se haga algo!

Margarita – Ya no se puede curar a nadie. Vos mismo no tenés cura.

Médico – Señor, ya no tiene cura.

Rey – No estoy enfermo.

María – Se siente bien. (Al rey) ¿Verdad?

Rey – Unas puntadas. Estoy mucho mejor.

María – Dice que se siente bien. ¿Vieron?

Rey – Me siento muy bien.

Margarita – Vas a morir dentro de una hora y media, vas a morir al final del espectáculo.

Rey – ¿Qué estas diciendo? No me causa gracia.

Margarita – Vas a morir al final de la función.

María - ¡Dios mio!

Médico – Si, majestad. Va a morir.

María – No lo diga asi, tan rápido, tan alto.

Rey – ¿Pero quién dio esa orden sin mi consentimiento? Estoy bien de salud. Se están burlando. Mienten. (A Margarita) Siempre deseaste mi muerte. (A María) Siempre deseó mi muerte. (A Margarita) Me voy a morir cuando se me antoje. Soy el Rey. Soy yo el que decide. (A María) No estoy enfermo. ¿No dijiste que no estoy enfermo? Sigo siendo hermoso.

Margarita – ¿Y tus dolores?

Rey – Ya no los tengo.

Margarita – Movete un poco y vas a ver.

Rey (intenta levantarse) – ¡Ay! Es porque no me concentré en que no me duela. Si me concentro me curo a mi mismo. Pienso en eso y me curo, pero estaba pensando en los asuntos del reino.

Margarita – ¡Pero mirá en qué estado está tu reino! Ya no podes gobernarlo. Vos lo sabes pero no te querés dar cuenta. Ya no tenés poder sobre vos mismo ni sobre las cosas y mucho menos sobre nosotros.

María – Siempre vas a tener poder sobre mí.

Margarita – Ni eso.

(Entra Julieta)

Julieta – No pude rescatar a los ministros.

Rey – Ah, entiendo es un complot. Quieren que abdique.

Margarita – Todo sería más fácil si lo hicieras voluntariamente.

Médico – Abdique señor.

Rey – ¿Qué yo abdique?
Margarita – Si. Abdicá moralmente, administrativamente.

Médico – Y físicamente.

María – No abdiques. No les hagas caso.

Rey – O estan locos, o son unos traidores.

Julieta – Señor. Pobre señor.

María – Hay que arrestarlos.

Rey (al Guardia) – Guardia, arréstelos.

María – Guardia, arréstelos. (al Rey) Eso, da órdenes.

Rey (al Guardia) – Arrestalos a todos. Encerralos en la torre. No, la torre se hundió. Encerralos con llave en la conejera. Ordeno y mando.

María (al Guardia) – Arrestalos.

Guardia (sin moverse) – En nombre de su majestad, están arrestados.

Margarita (al Guardia) – Pero movete, movete.

Julieta – Se arresta a sí mismo.

Rey (al Guardia) – Pero movete, cumplí con tu deber.

Margarita – No puede moverse. Tiene gota. Reumatismo.

Médico (señalando al Guardia) – Señor, el ejército está paralizado. Un virus desconocido se introdujo en su cerebro y está saboteando los puestos de mando.

Margarita (al Rey) – ¿Ves? Son tus propias órdenes las que lo paralizan.

María (al Rey) – No le creas. Quiere hipnotizarte. Es un tema de voluntad. Todo depende de tu voluntad.

Guardia – En nombre del Rey… (deja de hablar y se queda con la boca abierta)

Rey (al Guardia) - ¿Pero qué te pasa? Decí algo, movete. ¿Te crees que sos una estatua?

María (al Rey) – No le hagas preguntas. Da órdenes.

Médico – Ya no puede moverse. No puede hablar. No lo oye. Es un síntoma característico, está muy claro.

Rey – ¡Ahora van a ver!

María (al Rey) – Demostrá que tenés el poder. Si querés, podes.

Rey – Quiero y puedo.

María – Primero levantate.

Rey – Me levanto (hace un gran esfuerzo con muecas de dolor)

María – ¿Ves que fácil?

Rey - ¿Ven que fácil? Son unos mentirosos. Zurditos conspiradores. (se empieza a mover) (a María que quiere ayudarlo) No, no. Puedo solo. (Cae. Julieta se apura a levantarlo.) Me levanto solo (se levanta solo con dificultad.)

Guardia - ¡Viva el Rey! (el Rey vuelve a caer) El Rey se muere.

María - ¡Viva el Rey!

(El Rey se levanta con dificultad ayudándose con el cetro)

Guardia - ¡Viva el Rey! (el Rey vuelve a caer) El Rey ha muerto.

María - ¡Viva el Rey! ¡Viva el Rey!

Margarita- Qué comedia.
(El rey se levanta con dificultad. Julieta, que había desaparecido reaparece)

Julieta - ¡Viva el Rey! (desaparece de nuevo. El Rey vuelve a caer)

Guardia – El Rey se muere.

María - ¡No! ¡Viva el Rey! ¡Levantate! ¡Viva el Rey!

Julieta (apareciendo y luego desapareciendo mientras el Rey se levanta) ¡Viva el Rey!

Guardia - ¡Viva el Rey!
(Toda esta escena hay que representarla en guiñol trágico)

María – Ya lo ven. Mejora.

Margarita - La mejoría del fin. ¿No es así doctor?

Médico (a Margarita) – Evidente. No es más que la mejoría del fin.

Rey – Me resbalé. Puede pasar. ¡Mi corona! (la corona había caído al suelo, al caer el rey. María vuelve a poner la corona sobre la cabeza del rey) Mala señal.

María- Pensá en positivo.
(el cetro cae de la mano del Rey)

Rey- Mala señal

María- ¡Pensá en positivo! (le vuelve a dar el cetro) Agarralo fuerte, apretá la mano.

Guardia – ¡Viva, viva…(se calla de repente)

Médico (al Rey) – Majestad…

Margarita (al médico, señalando a María) – A esta hay que calmarla, no sabe lo que dice. Que no hable sin nuestro permiso (María se inmoviliza). (ahora señalando al Rey) Ahora trate de hacérselo entender.

Médico (al Rey) – Majestad, hace décadas, o si se quiere hace tres días, su imperio florecía. En tres días, perdió las guerras que había ganado. Las que había perdido, las volvió a perder. Se pudrieron las cosechas y el desierto invadió nuestro continente. Los desiertos de nuestros vecinos ahora reverdecen. Los cohetes no despegan o más bien despegan y se estrellan.

El Rey – Un error técnico.

Médico – Antes no los teníamos.

Margarita – Se terminaron los éxitos. Tenés que darte cuenta.

Médico – Sus dolores, sus puntadas…

El Rey – Nunca los tuve. Es la primera vez.

Médico – Justamente. Esa es la señal. Vinieron de golpe, ¿no es así?

Margarita – Tendrías que haberlo previsto.

Médico – Vino de golpe. Ya no es dueño de sí mismo. Dese cuenta. ¡Vamos!

El Rey – Si me levanté. Mienten. Me levanté.

Médico – Está muy mal señor. No va a poder hacer más esfuerzo.

Margarita – No creo que esto dure mucho. ¿Podés dar una orden a alguien? ¿Podés cambiar algo? Probá y vas a ver.

El Rey – Es que no puse toda mi voluntad. Fue pura negligencia. Todo se va a organizar. Ahora van a ver lo que soy capaz de hacer. (al Guardia) ¡Guardia, múevase, venga para acá!

Margarita – No puede. Sólo nos obedece a nosotros. ¡Guardia, dos pasos! (el Guardia da dos pasos) ¡Guardia, retroceda! (el Guardia retrocede dos pasos).

El Rey – ¡Qué caiga la cabeza del guardia! ¡Qué caiga la cabeza del guardia! (la cabeza del Guardia se inclina un poco hacia la derecha y después un poco hacia la izquierda)
¡Su cabeza va a caer! ¡Su cabeza va a caer!

Margarita – No. Oscila. Como siempre.

El Rey – ¡Qué caiga inmediatamente la cabeza del Médico!

Margarita – La cabeza del médico nunca estuvo más firme.

El Rey – ¡Qué caiga inmediatamente la corona de Margarita! (la que cae al suelo es la corona del Rey. Margarita la levanta.)

Margarita – Te la vuelvo a poner.

El Rey – Gracias. ¿Qué brujería es esta? ¿Cómo escapan a mi poder? Esto no va a seguir así. Así no. Así no.

Margarita (a María) – Ahora podés hablar.

María (al Rey) – Decime que querés que haga. Dame una orden. Ordename. Mandame. Yo te obedezco.

Margarita (al Médico) – Se cree que lo que llama amor lo puede todo. Estupideces. Las cosas cambiaron. Ya no se trata más de eso. Estamos más allá.

María (que se movió retrocediendo hacia la derecha y ahora se encuentra cerca de la ventana) – Ordená, mi Rey. Ordená, mi amor. Mirá que hermosa que soy. Mirá que rico olor que tengo. Ordename que vaya y te abrace.

El Rey (a María) – Vení . Abrazame (María se queda inmóvil) ¿Me oís?

María – Sí, te oigo. Lo voy a hacer.

El Rey – Vení para acá.

María – Es lo que más quiero. Voy. Estoy yendo. Se me caen los brazos

El Rey – Bailá entonces (María no se mueve) Bailá. Bueno por lo menos abrí y cerrá la ventana.

María – No puedo.

El Rey – Es una contractura. Estás contracturada. Vení para acá.

María – Sí, Señor

El Rey – Vení hacia mí sonriendo.

María – Sí, Señor.

El Rey – ¡Hacelo!

María – Ya no sé caminar. Me olvidé de golpe.

Margarita (a María) – Caminá hacia él. (María camina un poco en dirección del Rey)

El Rey – ¿Ven? Camina.

Margarita – Me obedeció a mí (a María) Pará.

María – Perdón, mi Rey, yo no tengo la culpa.

Margarita (al Rey) – ¿Necesitás mas pruebas?

El Rey – Ordeno que del piso del salón broten árboles. (pausa) Ordeno que el techo desaparezca (pausa). ¿Cómo? ¿Nada? Ordeno que llueva (pausa. No sucede nada). Ordeno que rebroten las hojas (se acerca a la ventana) ¿Cómo? ¿Nada? Ordeno que Julieta entre por la puerta grande (Julieta entra por la puerta pequeña del fondo a la derecha) No por esa no, por esta. Salí por esta puerta (señala la puerta grande Julieta sale por la puerta pequeña de la derecha) Ordeno que te quedes (Julieta sale) Ordeno que suenen las trompetas (escucha)¡Nada!...¡Ah, sí! Oigo algo.

Médico – No es más que el zumbido de sus oídos.

Margarita – No pruebes más. Estás haciendo el ridículo.

María (al Rey) – Te cansa demasiado, mi Reyecito. Descansá un poco. Estás todo sudado. Probamos de nuevo en una hora.

Margarita (al Rey) – En una hora y veinticinco minutos vas a morir.

Médico – Sí, Majestad dentro de una hora veinticuatro minutos cincuenta segundos.

El Rey (a María) – ¡María!

Margarita – Dentro de una hora, veinticuatro minutos, cuarenta y un segundos. (al Rey) Preparate.

María – No cedas.

Margarita (a María) – ¡No trates de distraerlo!¡No le tiendas los brazos! ¡Ya está en declive! ¡No podés detenerlo! El programa se va a ejecutar punto por punto.

Guardia (anunciando) – ¡Comienza la ceremonia! (movimiento general. Colocación de ceremonia. El Rey está sobre el trono. María a su lado)

El Rey – Que el tiempo retroceda.

María – Que estemos veinte años atrás.

El Rey – Que estemos en la semana pasada.

María – Que estemos en ayer de tarde. Tiempo volvé. Tiempo volvé. Tiempo detenete.

Margarita – Ya no hay tiempo. El tiempo se le derritió en las manos.
Médico (a Margarita, después de haber mirado hacia arriba con su anteojo) – Hay un vacío en el cielo. Su majestad está declarada difunta en los registros del universo.

Guardia – ¡El rey ha muerto! ¡Viva el rey!

Margarita (al guardia) – ¡Callate idiota!

Médico – Está más muerto que vivo.

Rey – No. No quiero morir. Por favor, sean amables, no me dejen morir. No quiero.

María – Resistí. ¿Qué puedo hacer para darte fuerza? Yo misma flaqueo. Haceme caso a mí, no a ellos. Resistí.

Margarita – No lo entreveres. No haces más que hacerle daño.

Rey – No quiero, no quiero.

Médico – La crisis estaba prevista: es completamente normal. Ya está dañada la primera defensa.

Margarita (a María) – La crisis va a pasar.

Guardia (anunciando) – ¡El rey se muere!

Médico – Lo vamos a extrañar. Queda prometido.

Rey – No me quiero morir.

María – ¡Ay! ¡Está lleno de canas! Cada vez tiene más arrugas. De golpe envejeció como catorce siglos.

Médico – ¡Que rápido pasó de moda!

Rey – Los reyes deberían ser inmortales.

Margarita – Tienen una inmortalidad provisional.

Rey – Me avisas demasiado tarde. No me quiero morir. Que me salven, ya que no puedo salvarme a mi mismo.

Margarita – Es tu culpa si estas desprevenido, te tendrías que haber preparado. Nunca te hiciste el tiempo. Estabas condenado, tendrías que haber pensado en eso desde el primer día. Cinco minutos al día. Después diez minutos, un cuarto de hora, media hora. Así es como uno se va entrenando.

Rey – Iba a hacerlo.

Margarita – Nunca lo tomaste en serio, nunca profundamente, nunca con todo tu ser.

María – Estaba viviendo.

Margarita – Demasiado. (Al rey) Tendrías que haber tenido esto en mente todo el tiempo.

Médico – Nunca fue previsor, siempre vivió al día como cualquier otro.

Margarita – Siempre ponías una excusa. A los veinte años, decías que ibas a esperar a los cuarenta para empezar el entrenamiento. A los cuarenta…

Rey – ¡Tenía tan buena salud, era tan joven!

Margarita – A los cuarenta te propusiste esperar hasta los cincuenta. A los cincuenta…

Rey – ¡Estaba lleno de vida!

Margarita – Cumpliste setenta años, noventa, ciento veinte, doscientos, cuatrocientos. Ya no ibas aplazando los preparativos para dentro de 10 años sino para dentro de 50. Después lo fuiste dejando siempre para el próximo siglo.

Rey – Mirá, justo ahora tenía toda la intención de empezar. Si pudiera contar con un siglo más de vida, a lo mejor tendría tiempo de pensar un poco más en el tema.

Médico – Majestad, le queda poco más de una hora. Va a tener que prepararse en una hora.

María – No le va a dar el tiempo. Es imposible. Hay que darle más tiempo.

Margarita – Eso es imposible. Una hora es más que suficiente.

Médico – Una hora bien empleada vale más que siglos de negligencia. Tiene una hora, sesenta minutos. Tres mil seiscientos segundos. Tiene suerte.

Margarita – Se boludeó.

María – (Indignada) ¡Estabamos reinando!

Julieta – Pobre majestad, siempre haciéndose la rata.

Rey – Soy como un estudiante que se presenta a examen sin haber estudiado…

Margarita (al Rey) – No te preocupes.

Rey – … como un actor que no sabe la letra el día del estreno. Como un político que no sabe la primera palabra de su discurso ni a quien se dirige. No conozco a ese público, no quiero conocerlo, no tengo nada que decirle. ¡En qué estado estoy!

Guardia (anunciando) – El rey hace alusión a su estado.

Margarita – En que estado de ignorancia.

Julieta – Quería seguir haciéndose la rata durante siglos.

Rey – ¿Se puede repetir el curso?

Margarita – Tenés que dar examen, este curso no se puede repetir.

Médico – Su majestad no puede impedirlo. Nosotros tampoco. No somos más que los representantes de la medicina, que no hace milagros.

Rey – ¿El pueblo sabe? ¿Le avisaron? Quiero que todo el mundo sepa que el rey va a morir. (Se precipita hacia la ventana, la abre merced de un gran esfuerzo, porque cojea un poco más) Gente, voy a morir. Escuchen, su rey va a morir.

Margarita (al médico) – Es fundamental que no lo oigan. Impida que lo oigan.

Rey – ¡No toquen al rey! Quiero que todo el mundo sepa que voy a morir. (habla a gritos)

Médico – Es un escándalo.

Rey – ¡Pueblo, tengo que morir!

Margarita – Esto ya no es un rey, es un cerdo al que están degollando.

María – No es más que un rey, mi rey. No es más que un hombre, mi hombre.

Médico – Majestad, piense en la muerte de Luis XIV, en la de Felipe II, en la de Carlos V que durmió veinte años en su ataúd. Majestad: tiene el deber de morir dignamente.

Rey – ¿Morir dignamente? (gritando a la ventana) ¡Socorro! Su rey va a morir.

María – Ay pobre.

Julieta – No sirve de nada gritar. (Se oye un eco débil a lo lejos: “¡El rey va a morir!”)

Rey - ¿Oyen?

María – Yo oigo, oigo.

Rey – Me responden, puede que me salven.

Julieta – No hay nadie. (Se oye el eco: “¡Socorro!”)

Médico – Es el eco que responde con retraso.

Margarita – El retraso acostumbrado en este reino en que todo funciona tan mal.

Rey (apartándose de la ventana) – No lo puedo creer. (Volviendo a acercarse a la ventana) Tengo miedo.
Margarita – Piensa que es el único que va a morir.

María – Todo el mundo es el único que se muere.

Margarita – Es patético.

Julieta – Llora como un cualquiera.

Margarita – Su terror no le hace más que decir vulgaridades. Yo esperaba que dijera hermosas frases ejemplares. (Al médico) Le encargo la crónica. Utilice palabras de otros, algún poeta, no sé… sino las inventamos.

Médico – Quédese tranquilo que le vamos a poner frases célebres, lo vamos a cuidar, lo vamos a dejar bárbaro.

Rey (en la ventana) – ¡Pueblo, socorro… pueblo, socorro!

Margarita – La querés terminar, majestad. Te fatigas en vano.

Rey (en la ventana) – ¿Quién quiere darme su vida? ¿Quién quiere dar su vida al rey, su vida al buen rey, su vida al pobre rey?

Margarita – ¡Indecente!

María – Que intente todas sus probabilidades, hasta las más improbables.

Julieta – Y si, igual no hay nadie en el país… (sale)

Margarita – Están los enemigos acechando en las fronteras. Su miedo nos va a cubrir a todos de vergüenza.

Médico – Ya no le responde ni el eco.

Médico – Solo nosotros lo escuchamos. Ni el mismo se oye.

(El rey se vuelve. Da algunos pasos hacia el centro del escenario.)

Rey – Tengo frío, tengo miedo. (Llora)

María – Se le durmieron las piernas.

Médico – Es puro reuma. (a Margarita) ¿Le doy una inyección para calmarlo?

(Julieta aparece con una silla de ruedas, con símbolos reales)

Rey – No quiero inyecciones.

María – Nada de inyecciones.

Rey – Sé de sobra lo que quiere decir. He hecho dar inyecciones. (A Julieta) No te dije que traigas esa silla. Quiero pasear, quiero tomar aire.

(Julieta deja la silla en un rincón del escenario y sale)

Margarita – Sentate en la silla. Te vas a caer.

(El rey vacila, en efecto)

Rey – No. Quiero estar parado.

(Julieta vuelve trayendo una manta)

Julieta – Su majestad estaría más cómodo con una manta sobre las rodillas y una bolsa de agua caliente. (Sale)

Rey – No. ¡Quiero estar parado, quiero gritar! ¡Quiero aullar! (Da gritos)

Guardia (Anunciando) – ¡Su majestad aulla!

Médico (a Margarita) – No va a aullar mucho tiempo. Conozco el proceso. Se va a cansar. Nos va a hacer caso.

(Julieta entra, trayendo una bata de abrigo y la bolsa de agua caliente)

Rey (a Julieta) – Te prohíbo…

Margarita – Sentate dale, sentate.

Rey – No obedezco. (Quiere subir las gradas del trono pero no puede. Sin embargo, va a sentarse, desplomándose en el trono de la reina a la izquierda)

(Julieta, después de haber seguido al rey con los objetos que ya se han indicado, los deja sobre la silla de ruedas)

Margarita (a Julieta) – Sacále el cetro. Pesa demasiado.

Rey (a Julieta que se acerca a el con un gorro de dormir) – No quiero ese gorro. (No se lo ponen)

Julieta – Es una corona que pesa menos.

Rey – Dejame mi cetro.

Margarita – Ya no tenés fuerza para sostenerlo.

Médico – No vale la pena que se apoye en el. Lo trasladamos en la silla.

Rey – Quiero tenerlo en la mano.

María (a Julieta) – Quiere el cetro, dejáselo.

(Julieta mira a Margarita con aire interrogante)

Margarita – Bueno está bien, dejáselo.

(Julieta devuelve el cetro al rey)

Rey – ¿Es joda no? Decime que es joda. Es una pesadilla. (Silencio de todos los demás) ¿No habría una probabilidad entre diez? (Los demás guardan silencio) ¿Entre mil? (Solloza) Yo siempre ganaba la lotería.

Médico – ¡Majestad!

Rey – No puedo escucharlos. Tengo demasiado miedo. (Solloza, gime)

Margarita – Tenés que escuchar.

Rey – No me hablen más. Me dan miedo. (A María que intenta acercarse a el) ¡Vos tampoco! Tu lástima me da miedo. (Vuelve a gemir)

María – Es como un niño. Es como un niño.

Margarita – Un niño con barba, arrugado, feo. Que indulgente que sos.

Julieta (a Margarita) – No se ponen en su lugar.

Rey – Ayúdenme. Que alguien me sostenga. Quiero escaparme. (Se levanta con dificultad y va a instalarse en el otro trono pequeño a la derecha)

Julieta – Ya no le dan las piernas.

Rey – También me cuesta mover los brazos. ¿Es que ya empieza? No. ¿Para qué nací si no era para siempre? Malditos padres. No tuve tiempo de conocer la vida.

Margarita (al Médico) – No hizo ningún esfuerzo para eso.

Rey – No tuve tiempo.

Margarita – Decías que tenías tiempo de sobra. Ni siquiera consultaste a nuestros sabios, a los teólogos, al menos podrías haber leído un libro. Tenías todo a tu alcance.

Rey – No tuve tiempo, no tenía tiempo, no había tiempo.

Julieta – Y dale con eso.

Margarita – Siempre lo mismo.

Médico – Está mejorando. Se queja, llora, pero, empieza a razonar. Se queja, se expresa, protesta, lo cual quiere decir que empieza a resignarse.

Rey – No me voy a resignar nunca.

Médico – Decir que no quiere resignarse, es señal de que se va a resignar. Pone en tela de juicio la resignación. Se plantea el problema.

Margarita – ¡Al fin!

Médico – Majestad, ¡por favor! hizo la guerra ciento ochenta veces. Participó en dos mil batallas al frente de su ejército. Primero, en un caballo blanco con penacho blanco y rojo, muy lindo, y no tuvo miedo. Hasta se subió a un tanque y al ala de un avión. ¡Por favor Majestad!

María – ¡Era un héroe!

Médico – Rozó mil veces la muerte.

Rey – Un rocecito. No era para mí, lo sentía.

María – Eras un héroe. ¿Te lo repito? Convencete.

Margarita – Has hecho asesinar por éste médico y verdugo aquí presente.

Rey – Ejecutar, no asesinar

Médico (a Margarita) – Ejecutar, no asesinar. Yo obedecía órdenes. Era un mero instrumento. Un ejecutante más que un ejecutor, y lo hacía eutanásicamente. Además, lo lamento. Perdón.

Margarita (al Rey)Hiciste matar a mis padres, tus hermanos rivales, a nuestros primos primeros y segundos, a sus familias, sus amigos, sus ganados.

Médico –Su majestad, decía, que de todos modos algún día se iban a morir.

Rey – Era asunto de Estado.

Margarita – Que te estés muriendo también es asunto de Estado.

Rey – Pero si el Estado soy yo.

Julieta – ¡Infeliz! ¡y así estamos!

María – Él era la ley, por encima de las leyes.

Rey – Ya no soy la ley.

Médico – Lo admite. Va cada vez mejor.

Margarita –Lo que facilita las cosas.

Rey – Ya no estoy por encima de las leyes, Ya no estoy por encima de las leyes.

Guardia (anunciando) – ¡El Rey ya no está por encima de las leyes!

Julieta – Ya no está por encima de las leyes, pobre viejo. Es como nosotros. Parece mi abuelo.

María – Pobrecito, pobrecito mi chiquito

Rey – ¡Un niño ¡ Quiero volver a empezar. (A María). Quiero ser un bebé, vos vas a ser mi madre. Entonces, no me van a venir a buscar. No sé leer, no sé escribir, no sé contar. Que me lleven a la escuela con los otros niños. ¿Cuánto son dos mas dos?

Julieta – Dos más dos, son cuatro.

Margarita (al Rey) – Lo sabes.

Rey – Ella me sopló… ¡No se puede hacer trampa! ¡Ay, ay, debe haber tanta gente naciendo en este momento en el mundo entero!

Margarita – No en nuestro país.

El médico – La natalidad se ha reducido a cero.

Julieta – No brota ni una lechuga.

Margarita – La esterilidad absoluta, por culpa tuya.

María – No quiero que me lo abrumen.

Julieta – A lo mejor todo vuelve a brotar.

Margarita – Cuando él haya aceptado. Sin él.

Rey – Si sin mí, sin mí. Se van a reír, van a comer, van a bailar sobre mi tumba. Como si nunca hubiera existido. ¡Por favor acuérdense de mí! Lloren, desespérense. Perpetúen mi memoria en todos los manuales de Historia. Que todo el mundo sepa mi vida de memoria. Que los estudiantes y los sabios no tengan más tema de estudio que yo, mi reinado, mis hazañas. Que se quemen todos los demás libros, que se destruyan todas las estatuas, que se ponga la mía en todas las plazas públicas. Que mi imagen esté en todos los Ministerios, las oficinas y los hospitales. Que se olviden todos los demás reyes, los guerreros, los poetas, los tenores, los filósofos y que no exista más que yo en todas las conciencias. Un solo nombre de pila, un solo apellido para todo el mundo. Que aprendan a leer deletreando mi nombre: Be – Be, Berenguer. Que todas las ventanas iluminadas tengan el color y la forma de mis ojos y que los ríos dibujen en las llanuras el perfil de mi rostro.

María – ¿Y si reencarnaras? Puede ser que vuelvas.

Rey – Puede ser que vuelva. Que conserven mi cuerpo intacto en un palacio. (El rey se ha puesto de pie para decir este monólogo)

Julieta (a Margarita) – Está delirando.

Guardia (anunciando) – Su majestad, el Rey, delira.

Margarita – Todavía no.

Médico (al Rey) – Si esa es su voluntad, le embalsamamos el cadáver, lo conservamos.

Julieta – Bueno, mientras sea posible.

Rey – ¡Horror! ¡No me embalsamen! ¡No quiero ser cadáver! ¡No quiero que me quemen! ¡No quiero que me entierren! ¡No quiero que me entreguen a los buitres! Quiero que me envuelvan entre brazos calientes, tiernos, firmes.

Julieta – No sabe muy bien lo que quiere.

Margarita – Nosotros vamos a decidir por el. (A María) No te desmayes. (Julieta llora) Y esta también. Siempre lo mismo.

Rey – ¿Por cuánto tiempo me van a recordar? Egoístas todos. Solo piensan en su propia vida. Si igual el fin del mundo va a llegar. Si todos los universos estallan, que sea mañana o dentro de siglos da lo mismo. Lo que está destinado a morir muerto está.

Margarita – Todo es ayer.

Julieta – Todo hasta ahora es ayer.

Médico – Todo es pasado.

María – Mi amor, mi rey, no hay pasado, no hay futuro. Decítelo. Todo es presente. Sé presente. ¡Se presente!

Rey – ¡Ay no! No soy presente más que en el pasado.

María – Te digo que no.

Margarita (Al rey) – ¡Eso! Sé lúcido, Berenguer.

María – Si, sé lúcido mi rey. No te atormentes más. Existir y morir no son más que palabras, fórmulas, ideas que nos hacemos. Si entendés eso, nada va a poder lastimarte. Adueñate de vos mismo, sostenete bien, no te pierdas de vista, olvidate de todo lo demás. Sos, ahora sos. Nada de: “¿Qué es lo que es, qué es lo que…” No te hagas más preguntas, la imposibilidad de responder es la respuesta misma. Para ser infinitamente sé indefinible, sin límites. Asombráte, deslumbráte sin límites, salí de la prisión, evadite de las definiciones. Así vas a respirar.

Médico – Se está ahogando.

Margarita – El miedo lo anula.

María – Alegría, luz, asómbrate, deslúmbrate. Que te invada, que te cale los huesos como una ola, como un río de luz resplandeciente. Si querés.

Julieta – ¡No va a querer!

María (Juntando las manos y en tono de súplica) – Primavera. Juntos. Mañana a la orilla del mar. Vos feliz, radiante. Esa alegría que decías que estaba ahí, inalterable, fecunda, inagotable… está acá, está en vos. Si estaba, está siempre. Volvé a encontrarla. Búscala adentro tuyo.

Rey – No entiendo.

María – Ya no te entendes.

Margarita – No se ha entendido nunca.

María – Volvé a adueñarte de vos mismo. Llenate de luz.

Rey – ¡Oh sol: ayudame, iluminame, eliminemos la noche! Sol, sol, iluminá todas las tumbas, entra en todos los agujeros y en los rincones. Entrá en mi cuerpo, bajo mi piel, en mis ojos. Sol, sol, ¿me extrañarías? Solcito, defendeme. Secá y matá al mundo entero, si es que se necesita un pequeño sacrificio. ¡Que mueran todos con tal de que yo viva eternamente aunque sean solo en el desierto! Yo me las arregló en soledad. Mirá que me voy a acordar de los demás y los voy a extrañar sinceramente. Siempre es mejor extrañar que ser extrañado. ¡Luz, socorro!

Médico (a María) – No es esa luz la que usted decía, señora. No entendió nada.

Margarita – Perdiste el tiempo, no es por ahí.

Rey – ¡Pobre de mi, lo que debe terminar, ya ha terminado!

Médico – Vamos, señor ¿Qué está esperando?

Margarita – Es un monólogo que no termina nunca (señalando a la reina María y a Julieta) Y estas dos que no paran de llorar.

Rey – No, no lloran lo suficiente. (lloran más) No se angustian lo suficiente. (Lloran aún más) Siento lástima por ellas cuando pienso que me van a extrañar, que estarán abandonadas, que estarán solas. (Lloran más) Soy siempre yo el que piensa en los demás, en todos. Me muero, lo oís.

Margarita – ¡Y vuelta a empezar!

Médico – Más de lo mismo.

Rey – Creí que eran mi familia. Tengo miedo. ¡Muero!

Margarita – Eso es literatura.

Médico – Siempre se hace literatura hasta el último instante. Mientras uno está vivo todo es pretexto para literatura.

María – Si eso pudiera consolarlo...

Guardia (anunciando) – La literatura alivia un poco al rey.

Rey – Nada me alivia, me llena, me vacía. Ustedes, los muertos, ayúdenme. Cómo hicieron para morir, para aceptar. Enséñenme. Ayúdenme a abrir esa puerta. ¡Cómo pasó! ¡Quién los sostuvo! ¡Quién los empujó! ¡Tuvieron miedo! Y los que aceptaron con indiferencia y serenidad. Enséñenme la resignación. Ustedes que eran fuertes y animosos, que aceptaron morir con indiferencia y serenidad, enseñenme la indiferencia, enseñenme la serenidad, enseñenme la resignación. (las replicas que siguen deben decirse y representarse como un ritual, con solemnidad, casi contadas, con movimientos diversos de los actores, genuflexiones, alargar los brazos etc.)

Julieta – Estatuas, iluminados, antiguos, sombras, recuerdos…

María – Enséñenle la serenidad.

Guardia – (Enséñenle) La indiferencia.

Médico – (Enséñenle) La resignación.

Margarita – Háganle entrar en razón y que se calme.

Rey – Suicidas, ¿qué hay que hacer para adquirir el asco de la existencia? ¿Hay alguna droga para eso?

Médico – Puedo recetar píldoras euforizantes, tranquilizantes.

Margarita – Las vomitaría.

Julieta – Recuerdos…

Guardia – Viejas imágenes…

Julieta – Que no existen más que en las memorias…

Guardia – Recuerdos de recuerdos de recuerdos…

Margarita – Lo que debe aprender, es a ceder un poco y después entregarse.

Guardia – Los invocamos.

María – Brumas, rocíos…

Julieta – Humaredas, nubes…

María – Santas, Sabios, Locas, ayúdenlo, ya que no puedo ayudarlo yo.

Julieta – ¡Ayúdenlo!

Rey – Los que murieron con ganas, con la frente en alto, los que asistieron a su propio final…

Julieta – Ayuden al rey.

María – Ayúdenlo todos, ayúdenlo. Se los suplico.

Rey – Felices muertos, ¿Qué rostro, que sonrisa los iluminó?

Julieta – Ayúdenlo ustedes, millones de millones de difuntos.

Guardia – Oh, la Nada, ayude al Rey.

Rey – Millones de millones de muertos multiplican mi angustia. Mi muerte es innumerable. Soy sus agonías. Todos los universos se extinguen en mí.

Margarita – La vida es un destierro.

Rey – Si, ya sé.

Médico – En resumen, majestad, es volver a su patria.

María – Seguramente volvés a donde estabas antes de nacer. No tengas tanto miedo. Estaba oscuro, pero ya conoces el lugar.

Rey – Me gusta el destierro. Me auto exilié. No quiero volver allá. ¿Qué mundo era ese?

Margarita – Acordate, hacé un esfuerzo.

Rey – No veo nada, no veo nada.

Margarita – Acordate, vamos, pensá. Pensá vos que nunca pensaste.

Médico - Nunca piensa.

María – Otro mundo, mundo perdido, mundo olvidado, mundo tragado por las aguas, vuelve a subir a la superficie.

Julieta – Otra llanura, otra montaña, otro valle…

María – Recordale tu nombre.

Rey – No tengo ningún recuerdo de esa patria.

Julieta – No se acuerda de su patria.

Médico – Está demasiado débil.

Rey – Hasta la hormiga más insignificante, cuando está en peligro de muerte, se rebela porque está abandonada, arrancada bruscamente de su colectividad. Para ella también se extingue todo el universo. No es natural morir, ya que uno no quiere. Yo quiero ser.

Julieta – Y dale con querer ser.

María – Siempre fuiste.

Margarita – No hables más, callate, andá hacia adentro. No te distraigas. Eso te va a hacer bien.

Rey – Ese bien no lo quiero.

Médico (a Margarita) – Es muy pronto, no llegó a ese punto.

Margarita – No va a ser fácil, pero tenemos paciencia.

Rey – Doctor, doctor, ¿ya comenzó la agonía? No, … todavía no… todavía no empezó. (suspiro como de alivio). Soy, estoy aquí. Veo. Ahí están esos muros. Ahí están esos muebles. Ahí está el aire. Miro las miradas, no llegan las voces, vivo, me doy cuenta, veo, oigo. ¡Las trompetas! (Sonido de trompetas muy a lo lejos, el Rey echa a andar)

Guardia – El Rey se pone en marcha. ¡Viva el Rey!

Julieta – Se cae.

Guardia – El Rey cae, el Rey se muere.

María – Se levanta.

Guardia – El Rey se levanta ¡viva el Rey!

María – Se levanta.

Guardia – ¡Viva el Rey! (el Rey cae) El Rey ha muerto.

María – Vuelve a levantarse. (el Rey efectivamente vuelve a levantarse) Está vivo.

Guardia – ¡Viva el Rey!

(el Rey se dirige a su trono)

Julieta - Quiere sentarse en su trono.

María - ¡Reiná!¡ Reiná!

Médico- Y ahora se viene delirio.

María (al Rey que intenta subir las gradas del trono titubeando) – No te sueltes, agarrate. (a Julieta que quiere ayudar al Rey) Solo, puede solo.

Rey – (que no consigue subir las gradas del trono) Sin embargo tengo piernas.

María – ¡Avanzá!

Margarita – Ritmo, que se nos cae. Nos quedan treinta y dos minutos, treinta segundos.

Rey – Me vuelvo a levantar.

Médico – Es la penúltima sacudida. (esto se lo dice a Margarita)
(El rey cae en el sillón de ruedas que Julieta ha hecho adelantar. Lo cubren, le ponen la bolsa de agua caliente, pero el sigue hablando).

Rey – Me vuelvo a levantar.

María –Estás sofocado, estás fatigado, descansá. Después te levantás. Sí?

Margarita (a María) – No mientas con eso no lo ayudás.

Rey (En su sillón) –Me gustaba la música de Mozart.

Margarita – La vas a olvidar.

Rey (a Julieta) – ¿Arreglaste mis pantalones? ¡Qué! ¿ya no vale la pena? Mi capa tenía un agujero. ¿Lo arreglaste? ¿Le pusiste los botones que faltaban a mi pijama? ¿Mandaste a poner media suela a mis zapatos?

Julieta – No me acordé.

Rey – ¡No me acordé! ¿Pero en qué estabas pensando? Hablame. ¿En qué trabaja tu marido?
(Julieta se ha puesto su cofia de enfermera y un delantal blanco)

Julieta – Soy viuda.

Rey – ¿En que pensás cuando estás limpiando?
(Todo lo que va a decir el Rey durante esta escena debe decirlo con atontamiento y estupefacción, mejor que con patetismo)

Rey – ¿De dónde sáliste? ¿Cuál es tu familia?

Margarita (al Rey) – Eso nunca te interesó.

María – Nunca tenía tiempo de preguntárselo.

Margarita (al Rey) – Eso, en realidad, no te interesa.

Médico – Quiere ganar tiempo.

Rey (a Julieta) – Contame tu vida. ¿Cómo vivís?

Julieta – Muy mal, Señor.

Rey – No se puede vivir muy mal. Eso es una contradicción.

Julieta – La vida no es hermosa.

Rey – ¡Es la vida!
(No es un verdadero diálogo. El Rey habla más bien consigo mismo.)

Julieta – En invierno, cuando me levanto, es todavía de noche. Me congelo.

Rey – Yo también. No es el mismo frío. ¿No te gusta tener frío?

Julieta – En verano, cuando me levanto, recién está amaneciendo. La luz es tenue.

Rey (con éxtasis) – ¡La luz es tenue! Hay todas clases de luces: la azul, la rosa, la blanca la verde, la tenue.

Julieta – Lavo la ropa de toda la casa en el lavadero. Me duelen las manos, se me agrieta la piel.

Rey (hechizado) – Duele. Se siente la piel. ¿todavía no te compraron un lavarropas? ¡Margarita cómo es que no hay un lavarropas en un palacio!

Margarita – La tuvimos que prendar para un empréstito del Estado.

Julieta – Vacío las pelelas. Hago las camas.

Rey – ¡Hace las camas! Uno se acuesta en ellas, se duerme en ellas, se despierta en ellas. ¿Te diste cuenta de que te despertás todo los días? Despertar todos los días… Uno viene a este mundo todas las mañanas.

Julieta – Friego los pisos. Barro, barro, barro. No se acaba nunca.

Rey (encantado) – ¡No se acaba nunca!

Julieta – Me duele la espalda.

Rey – Es verdad. Tiene espalda. Tenemos espalda.

Julieta – Me duelen los riñones.

Rey - ¡También riñones!

Julieta – Y desde que no hay jardinero, me paso a pico y pala. Siembro.

Rey – Y brota.

Julieta – No puedo más de cansancio.

Rey – Lo hubieras dicho.

Julieta – Se los dije.

Rey – Es verdad. Tantas cosas que no me enteraba. No lo supe todo. No estuve en todas partes. Mi vida podría haber estado llena.

Julieta – Mi cuarto no tiene ventana.

Rey (con el mismo éxtasis) – ¡No tiene ventanas! Salís. Buscas la luz. La encontrás. Le sonríes. Para salir, girás la llave en la cerradura, abrís la puerta, girás de vuelta la llave, volvés a cerrar la puerta… ¿dónde vivís?

Julieta – En el granero.

Rey – Para bajar, agarrás la escalera, bajas un escalón, otro escalón, otro escalón, otro escalón, otro. Para vestirte, te ponés las medias, los zapatos.

Julieta – ¡Los zapatos con los tacos rotos!

Rey – Un vestido. ¡Es extraordinario!

Julieta – Un vestido feo, de dos pesos.

Rey – No sabés lo que decís. ¡Qué hermoso es un vestido feo!

Julieta – Tuve una infección en la boca. Me tuvieron que arrancar una muela.

Rey – Duele mucho. El dolor se atenúa. Desaparece. ¡Qué alivio! ¡Qué feliz se siente uno después!

Julieta – ¡Estoy cansada, cansada, cansada!

Rey – Después se descansa. Es bueno.

Julieta – No tengo tiempo de descansar.

Rey – Esperá ya lo vas a tener… Caminás, agarrás la chismosa, vas a hacer las compras. Sacas el monedero, pagas, te dan el vuelto. En la feria hay alimentos de todos colores: lechugas verdes, cerezas rojas, uvas doradas, berenjenas violetas…¡todo el arcoíris!... extraordinario. Increíble. Un cuento de hadas.

Julieta – Después vuelvo… por el mismo camino.

Rey – ¡Dos veces al día el mismo camino! ¡El cielo encima! Podés mirarlo dos veces al día. Respirás, no pensas nunca en que respiras. Pensá en eso. Recordalo, estoy seguro que no prestas atención. Es un milagro.

Julieta – Y después, y después friego los tachos del día anterior, platos llenos de grasa que se pega. Y además, hacer la comida.

Rey – ¡Qué gozo!

Julieta –Al contrario. ¡Qué aburrimiento! Estoy harta.

Rey – ¿Te aburre? mirá… Hay gente a la que no entiendo. También es hermoso aburrirse. También es hermoso aburrirse, y enojarse y no enojarse, y estar descontento y estar contento, y resignarse y protestar. Se agita uno, y hablas y te hablan, tocas y te tocan. Una magia , una fiesta continua.

Julieta – ¡Una magia! No se detiene nunca. Después, tengo que servir la mesa.

Rey (siempre encantado) – ¡Servís la mesa! ¡Servís la mesa! ¿Qué sirvís en la mesa?

Julieta – La comida que hice.

Rey – ¿Por ejemplo qué?

Julieta – No sé, el plato del día. Puchero.

Rey – ¡Puchero!... ¡Puchero!... (soñador)

Julieta – Es una comida completa.

Rey – ¡Cómo me gustaba el puchero! Con verduras, papas, repollo y zanahorias, que se mezclan con manteca y se aplastan con el tenedor para convertirlas en puré.

Julieta – Podríamos traerle un poco.

Rey – Que me lo traigan.

Margarita – No.

Julieta – Si le gusta…

Médico – Le va a caer mal. Está a dieta.

Rey – Quiero puchero.

Médico – No es recomendable para la salud de los moribundos.

María – Es tal vez su último deseo.
Margarita – Que se desprenda de el.

Rey (soñador) – Caldo… papas calientes… zanahorias bien cocidas…

Rey (con fatiga) – Nunca me había dado cuenta lo hermosas que son las zanahorias (a Julieta) Corré a matar las dos arañas del dormitorio. No quiero que me sobrevivan. No, no las mates. Capaz que tienen algo de mí… muerto… el puchero… desaparecido del universo. Nunca existió el puchero.

Guardia (anunciando) – Prohibido el puchero en toda la extensión del territorio.

Margarita – ¡Por fin! Por lo menos conseguimos algo. Renunció. Hay que empezar por los deseos importantes. Hay que proceder con mucha habilidad; sí, ahora podemos empezar suavemente, como para quitar un vendaje que cubre una herida en carne viva, un vendaje del cual se quitan primero las partes más alejadas del centro de la herida. (acercándose al Rey) secale el sudor, Julieta, está empapado. (a María) No, vos no.

Médico – Es el terror que se le escapa poco a poco por los poros. (examina al enfermo mientras María puede arrodillarse por un momento cubriéndose el rostro con las manos) Le bajó la temperatura. Sin embargo, casi no tiene piel gallina. Los cabellos que se le habían erizado se distienden y se aplastan. Todavía no está acostumbrado al espanto, no, no, pero puede mirarlo adentro y por eso se atreve a cerrar los ojos. Los va a volver a abrir. Sus funciones siguen descompuestas, pero vean como las arrugas y la vejez se instalan en su rostro. Ya las deja progresar. Tendrá altibajos, lo que va a llegar no llega tan rápido. Pero no va a tener los espasmos del terror. Eso habría sido deshonroso. Aun tendrá terror, pero terror puro sin complicación abdominal. No se puede esperar una muerte ejemplar. Pero será casi correcta. Morirá de su muerte y no de su miedo. De todos modos, habrá que ayudarlo majestad. Habrá que ayudarlo mucho, hasta el último segundo, hasta el último aliento.

Margarita – Lo voy ayudar. Yo se lo voy a hacer exhalar. Yo se lo voy a despegar. Yo voy a deshacer todos los nudos, yo voy a desenredar la madeja enredada, yo voy a separar las simientes de esa cizaña testaruda, enorme, que se agarra a él.

Médico – Le va a dar trabajo.

Margarita – ¿De donde sacó esas mañas?

Médico –Aparecieron con los años. Poco a poco.

Margarita – Vas entrando en razón, Majestad ¿no estás más tranquilo?

María (levantándose, al Rey) – Mientras ella (muerte) no esté ahí, estás vos. Cuando ella esté ahí, vos no vas a estar, y tampoco la vas a encontrar. No la vas a ver más.

Margarita – ¡Las mentiras de la vida, los viejos sofismas! Las conocemos. Ella siempre estuvo ahí, presente, desde el primer día, desde el germen. Es el brote que crece, la flor que se abre, el único fruto.

María (a Margarita) – Esa es otra verdad primaria que también conocemos.

Margarita – Es la verdad primera. Y la última ¿no es verdad doctor?

Médico – Ambas cosas son verdad. Todo depende del punto de vista.

María – En otro tiempo me creías.

Rey – Me muero.

Médico – Cambió de punto de vista. Se desplazó.

María – Bueno, entonces si hay que mirar desde los dos lados, mira también desde el mío.

Rey – Me muero. No puedo más. Me muero.

María - ¡Ay, pierdo el poder que tenía sobre él!

Margarita – Tu canto y tus encantos ya no sirven de nada.

Guardia (anunciando) – Los cantos y el encanto de la Reina María ya no encantan al Rey.

María (al Rey) – Me amabas, me seguís amando, yo te amo siempre.

Margarita – No piensa más que en sí misma.

Julieta – Es natural.

María – Te amo siempre, te sigo amando.

Rey – Ya no lo sé. No me sirve de nada.

Médico – El amor es loco.

María (al Rey) – El amor es loco. Si tenés amor loco, si amás insensatamente, si amás absolutamente, la muerte se aleja. Si me amás a mí, si lo amás todo, el miedo se reabsorbe. El amor te lleva, te abandonás y el miedo te abandona. El universo está entero, todo resucita, el vacío se llena.

Rey – Estoy lleno, pero de agujeros. Me roen. Los agujeros se agrandan. No tienen fondo. Cuando me inclino sobre mis propios agujeros, me da vértigo, me consumo.

María – Nada se consume, otros amarán por vos.

Rey – Yo me muero.

María – Entrá en los demás, sé los demás. Siempre habrá… eso.

Rey – ¿Eso qué?

María – Todo lo que es. Eso no perece.

Rey –Todavía hay… todavía hay … ya hay tan poco.

María – Las generaciones jóvenes agradan el universo.

Rey – Yo me muero.

María – Se conquistan constelaciones.

Rey – Yo me muero.

María – Los osados fuerzan las puertas de los cielos.

Rey – Por mí, que las fuercen.

Médico – También están a punto de descubrir los genes de la inmortalidad.

Rey (al médico) – ¡Incapaz! ¿Por qué no los descubriste vos antes?

María – Están a punto de aparecer astros nuevos.

Rey – ¡Qué bronca!

María – Son estrellas nuevitas. Estrellas vírgenes.

Rey – Se van a marchitar. Además, por mi me da igual.

Guardia (anunciando) – Las constelaciones, viejas y nuevas, le dan igual a su majestad, el Rey Berenger.

María – Se constituye una ciencia nueva.

Rey – Yo me muero.

María – Otra sabiduría reemplaza a la antigua, una locura más grande, una ignorancia más grande, completamente distinta, absolutamente semejante. Consolate con eso, alegrate con eso.

Rey – Tengo miedo. Me muero.

María – Vos preparaste todo esto.

Rey – No lo hice a propósito.

María – Fuiste una etapa, un elemento, un precursor. Estás en todas las construcciones. Contás. Contarás.

Rey – No voy a ser el contador. Me muero.

María – Todo lo que ha sido será, todo lo que será es, todo lo que será ha sido. Estás en la base de datos los archivos universales.

Rey – ¿Quién va a ir a consultar los archivos. Me muero, que se muera todo, no, que perdure todo, no, que todo muera ya que mi muerte no puede llenar los mundos. ¡Que muera todo! No, que todo quede.

Guardia – Su Majestad, el Rey, quiere que todo lo que queda quede.

Rey – No, que todo muera

Guardia – Su Majestad el Rey quiere que todo muera.

Rey – Que todo muera conmigo, no, que todo perdure después de mí. No, que todo muera, que todo quede, que todo muera.

Margarita – No sabe lo que quiere.

Julieta – Creo que ya no sabe lo que quiere.

Médico – Ya no sabe lo que quiere. Su cerebro degenera, es la senilidad, la chochez…

Guardia – Su Majestad se está volviendo cho…

Margarita (interrumpiendo al Guardia) – ¡Callate, imbécil! No des partes médicos a la prensa. Harían reír a los que aún pueden reír y entender.

Guardia (anunciando) – Partes médicos suspendidos, por orden de Su Majestad, la Reina Margarita.

María (al Rey) – Mi Rey, Mi Reyecito…

Rey – Cuando yo tenía pesadillas y lloraba dormido, vos me despertabas, me besabas, me calmabas.

Margarita – Ya no puede hacerlo.

Rey – Cuando tenía insomnio y salía del dormitorio, vos te despertabas también. Venías a buscarme a la Sala del Trono, con tu salto de cama rosado con flores, y me volvías a llevar a dormir, dándome la mano.

Julieta – Con mi marido hacía lo mismo.

Rey – Compartía contigo mi tos, mi gripe.

Margarita – Ya no tendrás tos.

Rey – Abríamos los ojos por la mañana, al mismo tiempo. Los voy cerrar solo o los cerraremos cada uno por su lado. Pensábamos en las mismas cosas al mismo tiempo. Terminabas la frase que yo había empezado a pensar y que no había empezado a decir. Te llamaba para que me enjabonaras la espalda. Elegías mis corbatas. No siempre me gustaban. Teníamos conflictos por eso. Nadie lo supo nunca. Nadie lo sabrá.

Médico – No era demasiado importante.

Margarita – ¡Qué burgués diminuto! La verdad más vale que ni se sepa.

Rey (a María) – No te gustaba verme despeinado. Me peinabas.

Julieta – ¡Ay que ternura!

Margarita – Nunca más vas a estar despeinado.

Julieta – Igual es muy triste.

Rey – Limpiabas mi corona. Me lustrabas las p…erlas para hacerlas brillar.

María (al Rey) – ¿Me querés? ¿Me querés? Yo te quiero siempre. ¿Me seguís queriendo? Todavía me ama. ¿Me amás en este momento? Estoy acá… acá… estoy… mirá, mirá. Mirame bien… mirame un poco…

Rey – Me amo a mi mismo, siempre. A pesar de todo, me amo. Todavía me siento. Me veo. Me miro.

Margarita (a María) – ¡Basta! (al Rey) ¡No vuelvas a mirar hacia a atrás, te lo recomiendo. Apurate. (a María) Y vos así solo le hacés daño, ya te lo dije.

Médico (mirando el reloj) – Recae, retrocede.

Margarita – No es nada. No se preocupe, señor doctor, señor verdugo. Esos retornos, esos giros y vueltas… estaban previstas. Están en el programa.

Médico – Con una buena crisis cardíaca no hubiéramos tenido tantas historias…

Margarita – Las crisis cardíacas son para los hombres de negocios.

Médico – …o una pulmonía doble.

Margarita – Eso es para los pobres, no para los reyes.

Rey – Podría decidir no morirme.

Julieta – No se curó,¿ven?.

Rey – ¡Y si decido no querer, y si decido no querer, y si decido no decidirme!

Margarita – Podemos decidirte.

Guardia (anunciando) – La Reina y el doctor pueden obligar al Rey a decidirse.

Médico – Es nuestro deber.

Rey – ¿Quién, si no el Rey les da el derecho a tocar al Rey?

Margarita – El derecho nos lo da la fuerza, la fuerza de las cosas, el Decreto supremo, las consignas.

Guardia (mientras Julieta empuja al Rey en su sillón de ruedas y lo pasea por todo el escenario)Majestad, mi comandante, él fue quien inventó la pólvora. Robó el fuego a los dioses y después con el fuego, prendió la pólvora. Casi salta todo. Todo lo detuvieron sus manos, todo lo recompuso. Yo lo ayudaba. No era cosa fácil. El tenía muy poca paciencia. Instaló las primeras fraguas que existieron en la Tierra.
Inventó la fabricación del acero. Trabajaba dieciocho horas de cada veinticuatro. A nosotros, nos hacía trabajar todavía más. Era ingeniero en jefe. El señor ingeniero hizo el primer globo, después el globo dirigible. Por fin, construyó con sus propias manos el primer aeroplano: no lo consiguió al primer intento. Los primeros pilotos de ensayo, Ícaro y otros cuantos, cayeron al mar hasta el momento en que decidió ser piloto él mismo. Yo era su mecánico. Mucho antes, cuando era delfín niño, había inventado la carretilla. Yo jugaba con él. Después los rieles, el ferrocarril, los automóviles. Él hizo los planos de la Torre Eiffel, sin contar las hoces, los arados, las segadoras, los tractores. (Al Rey) ¿No es verdad, señor Mecánico? ¿Lo recuerda? Ver como adaptar de acuerdo al estilo del decir)

Rey – Los tractores, mirá, los había olvidado.

Guardia – Apagó los volcanes, hizo surgir otros. Construyó Roma, Nueva York, Moscú, Ginebra. Fundó París. Hizo las revoluciones, las contrarrevoluciones, la religión, la reforma, la contrarreforma.

Julieta – Mirá, así como lo ves.

Guardia – Escribió la Ilíada y la Odisea.

Rey – ¿Qué es un auto?

Julieta (que sigue empujando el sillón de ruedas) – Un sillón de ruedas que rueda solo.

Guardia – Y, al mismo tiempo, el señor Historiador ha hecho los mejores comentarios sobre Homero y la época homérica.

Médico – En ese caso, verdaderamente, era el más indicado.

Rey – ¿Hice todo eso? ¿Es verdad?

Guardia – Ha escrito tragedias, comedias, con el seudónimo de Shakespeare.

Julieta – ¿Entonces él era Shakespeare?

Médico – Debería haberlo dicho, hace tiempo que nos rompemos la cabeza para saber quién fue.

Guardia – Era un secreto. Me lo había prohibido. Inventó el teléfono, internet. Él mismo los instaló. Todo lo hacía con sus propias manos.

Julieta – Ya no sabía hacer nada con sus manos. Por cualquier cosa llamaba al sanitario.

Guardia – ¡Mi comandante, era tan habilidoso!

Margarita – Ya no sabe ni calzarse ni descalzarse.

Guardia – No hace mucho que descifró el genoma humano.

Julieta – Ya no sabe prender y apagar una lámpara.

Guardia – ¡Majestad, mi Comandante, Maestro, Señor Director…!

Margarita (al Guardia) – Ya sabemos todos sus méritos pasados. Cortala con el inventario.

(El Guardia vuelve a ocupar su puesto)

Rey (a quien Julieta sigue paseando) – ¿Qué es un caballo? ¡Acá hay ventanas, acá hay paredes, acá hay un piso…!

Julieta – Reconoce las paredes.

Rey – Hice cosas. ¿Qué dijeron que hice? Ya no sé lo que hice. Me olvido, me olvido. (Mientras lo empujan). Ahí hay un trono.

María – ¿Y de mí te acordás? ¡Estoy acá, acá estoy!

Rey – Estoy acá, existo.

Julieta – No se acuerda ni de lo que es un caballo.

Rey – Ah, me acuerdo de un gatito (rojo). Lo encontré en un campo. Se lo habían robado a su madre. Era un verdadero salvaje. Tenía quince días, o más. Ya sabía arañar y morder. Era feroz. Lo alimenté, lo acaricié, me lo llevé, se había convertido en el más cariñoso de los gatos. Una vez se escondió en la manga del abrigo de una Señora. Era el ser mejor educado, con una cortesía natural, un príncipe. Venía a medianoche con los ojos borrachos. Volvía a acostarse titubeando. Por la mañana, nos despertaba para acostarse en nuestra cama. Un día, cerraron la puerta. Trató de abrirla con la cola, se enojó, armó un escándalo; nos guardó rencor por una semana entera. Tenía mucho miedo de la aspiradora, era un gato cobarde, un desgarbado, un gato poeta. Le compramos un ratón mecánico. Empezó a olerlo inquieto. Cuando le dimos cuerda y el ratón empezó a caminar, escupió, huyó, se acurrucó debajo del armario. Cuando creció, las gatas rondaban la casa, lo cortejaban, lo llamaban, lo volvían loco, pero no se movía. Quisimos hacerle conocer el mundo. Lo sacamos a la vereda, junto a la ventana. Estaba aterrado. Las palomas lo rodeaban. Tenía miedo de las palomas. Me llamó con desesperación, gimiendo, pegado a la pared. Los otros gatos eran para él seres extraños. Los veía como enemigos y desconfiaba de ellos. No tenía miedo de los hombres. Saltaba a sus hombros sin avisarles, les lamía el cabello. Creía que éramos gatos y que los gatos eran otra cosa. Un día, a pesar de todo, decidió que debía salir. El perrazo de los vecinos lo mató. Era como un muñeco – gato, un muñeco jadeante, con un ojo saltado, una pata arrancada, sí, como un muñeco destrozado por un niño sádico.

María (a Margarita) – No debiste dejar la puerta abierta. Te lo advertí.

Margarita – Detestaba a ese animal sentimental y cobarde.

Rey – ¡Cómo lo extraño! Me quería mi pobre gato, mi único gato.

(Este monólogo del gato ha de decirse con la menor emoción posible; el Rey debe hablar adoptando un aire más bien atontado, con una especie de estupor soñador, acaso exceptuando la última frase que expresa un desconsuelo)

Médico – Se retrasa.

Margarita – Es normal. De eso me encargo yo. Estaba previsto.

(Julieta deja algunos instantes al Rey en su sillón de ruedas, en el centro, al borde del escenario, de cara al público)

Julieta – La verdad es que da lástima, era un rey tan bueno.

(vuelven a circular)

Médico – No era muy agradable en su trato. Bastante malo. Rencoroso. Cruel.

Margarita – Vanidoso. (¿)

Julieta – Hay peores.

María – Era suave. Era cariñoso.

Guardia – Lo queríamos mucho.

Médico (al Guardia y a Julieta) – Pero bien que se quejaban de él.

Julieta – Eso se olvida.

Médico – Los tuve que defender varias veces.

Margarita – Solo le hacía caso a la reina María.

Médico – Era duro, era severo, sin ser justo.

Julieta – Lo veíamos tan poco. Pero igual lo veíamos.

Guardia – Era fuerte. Hacía cortar cabezas, es verdad.

Julieta – No tantas.

Guardia – Todo por el bien del pueblo.

Médico – Resultado estamos rodeados de enemigos.

Margarita – Todo se va hundiendo. Ya no tenemos fronteras. Un agujero que se va agrandando nos separa de los países vecinos.

Julieta – Mejor, así no pueden invadirnos.

Margarita – El abismo se agranda. Debajo, el agujero, encima, el agujero.

Guardia – Nos sostenemos con la superficie.

Margarita – Por muy poco tiempo.

María – Más vale morir con él.

Margarita – No somos más que una superficie, no seremos más que el abismo.

Médico – Lo que pasa es que no quiso dejar nada detras de èl. Después de él, el diluvio, después de él, nada. Un desagradecido, egoísta.

Julieta – Era un rey de la muerte, de la nada, pero bueno. El rey de un gran reino.

María – Era su centro. Era su corazón.

Julieta – ¡No se dan cuenta …la tierra se hunde con él. Nos quedamos sin estrellas ! Ya no hay agua, no hay fuego, no hay aire., ni universo hay ¡ ¿donde vamos a guardar las cosas ? Necesitamos un lugar.

Médico – Cuando los reyes mueren se agarran a los muros, a los árboles, a las fuentes, a la luna; se agarran…

Margarita – y todo eso los deja caer.

Médico – Todo eso se derrite, se evapora, no queda ni una gota, ni un poco de polvo, ni una sombra.

Julieta – Se lleva todo con el.

María – Había organizado bien su universo. No era completamente dueño de el. Habría llegado a serlo. Muere demasiado pronto. Había repartido el año en cuatro estaciones. Había imaginado los árboles, las flores, los olores, los colores.

Guardia – Un mundo a la medida del Rey.

María – Había inventado los océanos y las Montañas. El Mont Blanc tiene casi cinco mil metros.

Guardia – El Himalaya casi ocho mil.

María – Las hojas caían de los árboles y volvían a brotar.

Julieta – ¡Que genio!

María – Apenas nació, creo el sol.

Julieta – Y no le alcanzó. Hasta logró hacer fuego.

Margarita –Hubo estrellas, océanos , montañas, llanuras, ciudades, gente, rostros, edificios, casas, luz, noche, guerras, hubo la paz.

Guardia – Había un trono.

María – Estaba su mano.

Margarita – Estaba su mirada. Estaba la respiración.

Julieta – Todavía respira.

María – Si estoy acá es porque respira.

Margarita (al Médico) – ¿Todavía respira? ¿Respira todavía?

Julieta – Si Majestad. Respira, sino no estaríamos acá.

Médico (examinando al enfermo) – Sí, es evidente, respira. Tiene un corazón fuerte.

Margarita – Bueno, que deje de latir. ¿Para qué un corazón que late sin fundamento?

Médico – Si, un corazón loco. ¿Oyen? (se oyen los latidos del corazón del Rey)

(Los latidos del corazón del Rey sacuden la casa, la grieta del muro se agranda, aparecen otras. Un paño de pared entero puede derrumbarse o borrarse.)

Julieta – ¡Dios mío! ¡Se va a hundir todo!

Margarita – ¡Un corazón loco!

Médico – Un corazón con pánico. Y se lo comunica al mundo entero.

Margarita (a Julieta) – Ya se va a calmar.

Médico – Conocemos todas las fases. Siempre es así cuando desaparece un universo.

Margarita (a María) – Esa es la prueba de que su universo no es único.

Julieta – Quién lo hubiera dicho…

María – Me olvida. En este momento, está olvidándome. Lo siento. Me deja. Si se olvida de mi dejo de existir. Si no se muere por mi, me muero, desaparezco. ¡Resistí, resistí! Apretá las manos con todas tus fuerzas. NO me sueltes.

Julieta – Ya no tiene fuerza.

María – Agarrate, no me sueltes. Yo soy quien te hace vivir. ¿Entendés, entendés? Si te olvidas de mí, si me abandonas, ya no puedo seguir existiendo, ya no soy nada.

Médico – Será una página en un libro de diez mil páginas que pondrán en una biblioteca que tendrá un millón de libros, una biblioteca entre un millón de bibilotecas.

Julieta – Aprieta los puños. Vuelve a agarrarse. Resiste. Vuelve en sí.

María – Vuelve a mí.

Julieta (a María) – Su voz lo despierta, tiene los ojos abiertos, la mira.

Médico – Sí, todavía hay onda.

Margarita – ¡Pero qué necesidad! (Al Rey) Si te estás hundiendo en el barro.

María – Agarrate bien. Yo te sostengo. Mirame que yo te miro.
(El Rey la mira)

Margarita – Te la complica. Sacatela de la cabeza y vas a ver que te sentís mejor.

Médico – Renuncie, Majestad; Abdique Majestad.

Julieta – Renuncie, mi Rey.

(Julieta empuja de nuevo al Rey en su sillón y lo pone delante de María)

Rey – Oigo. Veo. ¿Quién sos? ¿Sos mi madre, mi hermana, mi mujer, mi hija...Te conozco, te conozco.
(Lo vuelve hacia Margarita) ¡Sos odiosa! ¡Fea! ¿Por qué estás cerca de mí? ¿Por qué te inclinás sobre mí? ¡Andate!

María – No la mires. Mirame a mí. Abrí bien los ojos. Estoy acá. Soy yo María.

Rey (a María) – ¿¡María!?

María (al Rey) – Si ya no me reconocés, mirame, aprendé de nuevo que soy María.

Margarita – Lo haces sufrir, ya no puede aprender.

María (al Rey) – Bueno aunque sea mirame, quedate con mi imagen, llevátela, llevátela contigo!

Margarita – Ni arrastrándola podría. No tiene fuerza. Una imagen pesa demasiado para una sombra. Se derrumbaría, no podría avanzar. (al Rey) ¡Liberate, aligerate!

Médico – Tiene que empezar a soltar. Libérese Majestad.

(El Rey se levanta, pero ha cambiado de modo de andar. Tiene movimientos que más bien parecen sacudidas, un aire ya un tanto sonámbulo. Este aspecto sonambúlico, se irá acentuando cada vez más.)

Rey – ¿María?

Margarita (a María) – ¿Ves? Ya no entiende tu nombre.

Julieta (a María) – Ya no entiende su nombre.

Guardia (anunciando) – ¡El Rey ya no entiende el nombre de María!

Rey – ¡María!

(al pronunciar el nombre el Rey puede extender los brazos y después dejarlos caer)

María – Lo pronuncia.

Médico – Lo repite sin entender.

Julieta – Como un loro. Son sílabas muertas.

Rey (a Margarita, volviéndose hacia ella) – No te conozco. No te quiero.

Julieta – No sabe lo que quiere decir no conocer.

Margarita (a María) – Se va a ir con mi imagen, que lo va a dejar cuando sea necesario. Hay un dispositivo que hace que se desprenda solo.

Julieta - Si?

Margarita – Si. (al Rey) Ve mejor.

(El Rey se vuelve hacia el público)

María – No nos ve.

Margarita – A vos no te ve.

(María desaparece bruscamente, mediante un artificio escénico)

Rey – Hay todavía…, hay…

Margarita – Ya no ve.

Médico (examinando al Rey) – Es verdad. Dejó de ver.
(Ha movido un dedo ante los ojos del Rey. También ha podido pasear una vela encendida o un encendedor o un fósforo ante los ojos de Berenger. Su mirada ya no reacciona.)

Julieta – Ya no ve, si lo dijo el médico...

Guardia – Su majestad está oficialmente ciego.

Margarita – Va a mirar hacia adentro. Verá mejor.

Rey – Veo las cosas, veo los rostros y las ciudades y los bosques, veo el espacio, veo el tiempo.

Margarita – Mirá más allá.

Rey – Más lejos, no puedo.

Margarita – Lanza una mirada más allá de lo que ves.

Rey – El océano; no puedo ir más lejos, no sé nadar.

Médico – Falta de ejercicio.

Margarita – Llega más al fondo de las cosas.

Rey – Tengo un espejo en las tripas, todo se refleja, veo cada vez mejor, veo el mundo, veo la vida que se va.

Margarita – Mirá más allá de los reflejos.

Rey – Me veo. Detrás de todo, estoy. Por todas partes no hay más que yo. ¿Estoy en todos los espejos o soy el espejo de todo?

Julieta – Se ama demasiado.

Médico – Narcisismo.

Margarita – Vení. Acércate.

Rey – No hay camino.

(Desde hace algunos instantes, el Rey avanza a ciegas, con paso inseguro)

Rey – ¿Dónde están las paredes, las puertas, las ventanas? ¿Dónde están los brazos?

Julieta – Las paredes están ahí, Majestad. Estamos todos. Acá tiene mi brazo.

(Julieta conduce al Rey hacia la derecha, le hace tocar la pared)

Rey – Acá está la pared. ¡El cetro! (Julieta se lo da)

Julieta – Acá está.

Rey – Guardia, ¿dónde estás?

Guardia – Siempre a sus gratas órdenes, Majestad.

Rey (da algunos pasos hacia el Guardia. Lo toca) – Sí, sí estoy acá.

Guardia – ¡No lo abandonaremos, Majestad, se lo juro!

(El guardia desaparece súbitamente)

Julieta – Acá estamos, Majestad y de acá no nos mueve nadie.

(Julieta desaparece súbitamente)

Rey – ¡Guardia! ¡Julieta! No los oigo. Doctor, ¿me quedé sordo?

Médico – No, Majestad. Todavía no.

Rey – ¡Doctor!

Médico – Perdone su Majestad, me tengo que ir. No tengo más remedio. Le pido disculpas.

(El médico se retira. Sale inclinándose, como un títere, por la puerta izquierda del fondo. Sale andando hacia atrás, con infinitas reverencias sin dejar de disculparse)

(El Rey tiende los brazos. Julieta, antes de marcharse, habrá puesto el sillón en un rincón para que no estorbe el juego escénico.)

Rey – ¿Dónde están los demás? (Llega a la puerta derecha también del primer término)
Se fueron. Me encerraron

Margarita – Tanta gente te molestaba. Se colgaban de vos. Ahora todo va a estar mejor. (El Rey anda con más facilidad) Te quedan quince minutos.

Rey - Que vuelvan. Llamalos. No les di permiso.

Margarita – No se hubieran podido ir si vos no hubieras querido.

Rey – Que vuelvan

Margarita – A ver… ¿Cómo se llamaban? (silencio del Rey) ¿Cuántos eran?

Rey – Quién es? No me gusta que me encierren. Abrí las puertas.

Margarita – Paciencia, las puertas se van a abrir de par en par. No te muevas. Te cansas.

(El Rey hace todo lo que ella le dice)

Rey – Estoy sordo.

Margarita – A mí me vas a poder oir. (El rey en pie, inmóvil se calla.) A veces uno tiene un sueño, se enreda en el, cree en el, lo ama. De mañana, al abrir los ojos, los dos mundos siguen entretejidos. Los rostros de la noche se van esfumando en la claridad. Quisiéramos recordar, quisiéramos retenerlos, pero la realidad brutal del día los rechaza. ¿Qué soñé? Nos preguntamos. ¿Qué pasó? ¿A quién besé? ¿A quién amé? ¿Qué decía yo y que me decían? Se encuentra uno con la añoranza imprecisa de todas aquellas cosas que fueron o que parecían haber sido. Ya no sabemos que es lo que había.

Rey – Ya no sé lo que había. Sé que yo era yo, pero ¿qué es lo que había?

Margarita – Todavía estas atado. No corté las cuerdas.

(Dando vueltas en derredor del Rey, Margarita corta en el vacío, como si tuviera en las manos tijeras invisibles)

Rey – Yo. Yo. Yo.

Margarita – ¿Cómo pudiste arrastrar esto toda una vida? Me preguntaba por qué estabas encorvado y era por este saco. Y estas alforjas. Y estos zapatos viejos. Esto no sos vos. Son objetos extraños, adherencias. La enredadera que trepa por el muro no es el muro. Esto no sos vos.

Rey (con una especie de gruñido) – No.

Margarita – ¡Calmate! No vas a precisar más estos zapatos viejos. Ni esta carabina, ni esta ametralladora de mano. (Los mismos ademanes que para las alforjas.) Ni esta caja de herramientas. (Idénticos ademanes. Protestas del Rey.) O este sable. ¿Le tenes cariño? Un sable viejo completamente oxidado. (Se lo quita, aunque el Rey se opone torpemente.) ¡Dejá que me encargue! Portate bien. (Da un golpe en las manos al Rey) Ya no necesitas defenderte. Solo queremos tu bien. (hace ademanes de despegar y limpiar) El soñador se retira de su sueño. Bueno, ya te liberé de esas pequeñas miserias. Ahora estas más limpio. Te queda mejor. Ahora, anda. Dame la mano, te digo que me des la mano, no tengas miedo, déjate llevar, yo te sostengo. No te animás.

Rey (tartamudeando) – Yo.

Margarita – ¡No! Se piensa que él es todo. Cree que tu ser es todo el ser. Hay que sacarte eso de la cabeza. (Como para animarlo) Todo va a quedar guardado en una memoria sin recuerdo. El grano de sal que se disuelve en el agua no desaparece sino que deja el agua salada. ¡Ah, mirá como te enderezas, ya no estás encorvado, ya no te duelen los riñones, ya no tenés calambres! ¿Era pesado, no? Estás curado. Dale, vos podés, avanzá, dame la mano. (Los hombros del Rey vuelven a encorvarse ligeramente.) No te encorves, si ya no cargas nada… Enderezate. (Le ayuda a enderezarse.) ¡La mano! (Indecisión del Rey) ¡Qué desobediente! No cierres el puño, abrí la mano. ¿Qué escondés ahí? (Le separa los dedos.) Lo que tenes en la mano es todo tu reino. Es chico: un microchip… semillas. (Al Rey.) Esas semillas no van a germinar. Déjalas caer. Ya no es más que polvo. (Le toma la mano y lo arrastra a pesar, todavía, de algo de resistencia por parte del Rey.) Vení. ¿De dónde sacas esa fuerza? Yo te guío. No tengas miedo. (Lo guía, llevándolo de la mano.) ¿Viste que podes, es fácil, no? Te preparé una bajada suave. Después va a ser más duro, no importa, te vas a haber recuperado. No te des vuelta para mirar lo que ya no vas a poder volver a ver. Concentrate, metete en tu corazón, entra, es necesario.

Rey (con los ojos cerrados y avanzando siempre llevado de la mano) – No hubo un imperio igual: dos soles, dos lunas, dos cielos ¡Un tercer firmamento surge, brota, se despliega! Mientras se pone un sol, otros se levantan…. Es un dominio que se extiende más allá de los océanos que se tragan los océanos. (delirio final que hace referencia a momentos plenos NdeT)

Rey – Azul, azul.

Margarita – Renunciá a ese imperio y también a los colores. Eso te atrasa. No te podés detener más, no te pares (Se aparta del Rey.) Andá solo. No tengas miedo. Dale. (Margarita en un rincón del escenario, dirige al Rey, de lejos) Ya no hay día, ya no hay noche. Dejate dirigir. Avanzá, cuidado no te tropieces con esa sombra que está a tu derecha… No mires para atrás. Esquivá el precipicio de la izquierda. No tengas miedo de ese lobo viejo que aúlla, tiene los dientes de cartón, no existe. No tengas miedo de las ratas. No pueden morderte. No sientas lástima por el mendigo que te estira la mano…Cuidado con la vieja que viene hacia vos… no agarres el vaso de agua que te da. No tenés sed. El que no tiene necesidad de beber, no tiene sed. Saltá la barrera… el camión no te va a aplastar. Es un espejismo… Podés pasar, pasa… Ya no te llama nadie. ¿A quién podrías hablarle? Ya no tenés palabras. Eso es, caminá más rápido…levanta un pie… el otro. No te inclines, sobretodo, no caigas. Subí, subí. . (El Rey empieza a subir las tres o cuatro gradas del trono.) Más arriba, subí, más arriba, a (El Rey está ya junto al trono.)Ahora mirame. Mirá a través de mí. Mira este espejo sin imagen, siguí derecho…Dame tus piernas, la derecha, la izquierda. (A medida que le da esas órdenes el Rey pone rígidos sus miembros.) Dame un dedo, dame dos dedos… tres… cuatro…cinco… los diez dedos. Entrégame el brazo derecho, el brazo izquierdo, el pecho, los dos hombros y el vientre. (El Rey está inmóvil, como una estatua.) Eso, ya ves, ya no tenés palabras; tu corazón ya no necesita latir, ya no vale la pena respirar. Era una agitación bien inútil ¿verdad? Podés sentarte.

Súbita desaparición de la reina Margarita por la derecha. El Rey está sentado en su trono. Se habrá visto, durante esta última escena, desaparecer progresivamente las puertas, las paredes de la sala del Trono. Este juego escenográfico es muy importante.
Ahora ya no hay nada en el escenario más que el Rey en su trono envuelto en una luz gris. Después, el Rey y el trono desaparecen igualmente.
Por fin, no queda más que la luz gris.
La desaparición de las ventanas, puertas, paredes, Rey y trono debe hacerse lenta y progresivamente, pero con mucha limpieza. El Rey, sentado en su trono, debe permanecer algún tiempo antes de zozobrar en una especie de bruma.