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21/4/20

ENTREMESES DE CERVANTES












































ENTREMESES DE CERVANTES






*
ENTREMÉS

DEL

JUEZ DE LOS DIVORCIOS





Sale el juez, y otros dos con él, que son escribano y procurador, y siéntase en una silla; salen el vejete y Mariana, su mujer.

Mariana Aun bien que está ya el señor juez de los divorcios sentado en la silla de su audiencia. Desta vez tengo de quedar dentro o fuera; desta vegada tengo de quedar libre de pedido y alcabala, como el gavilán.

Vejete Por amor de Dios, Mariana, que no almonedees tanto tu negocio: habla paso, por la pasión que Dios pasó; mira que tienes atronada a toda la vecindad con tus gritos; y, pues tienes delante al señor juez, con menos voces le puedes informar de tu justicia.

Juez ¿Qué pendencia traéis, buena gente?

Mariana Señor, ¡divorcio, divorcio, y más divorcio, y otras mil veces divorcio!

Juez ¿De quién, o por qué, señora?

Mariana ¿De quién? Deste viejo que está presente.

Juez ¿Por qué?

Mariana Porque no puedo sufrir sus impertinencias, ni estar contino atenta a curar todas su enfermedades, que son sin número; y no me criaron a mí mis padres para ser hospitalera ni enfermera. Muy buen dote llevé al poder desta espuerta de huesos, que me tiene consumidos los días de la vida; cuando entré en su poder, me relumbraba la cara como un espejo, y agora la tengo con una vara de frisa encima. Vuesa merced, señor juez, me descase, si no quiere que me ahorque; mire, mire los surcos que tengo por este rostro, de las lágrimas que derramo cada día por verme casada con esta anotomía.

Juez No lloréis, señora; bajad la voz y enjugad las lágrimas, que yo os haré justicia.

Mariana Déjeme vuesa merced llorar, que con esto descanso. En los reinos y en las repúblicas bien ordenadas, había de ser limitado el tiempo de los matrimonios, y de tres en tres años se habían de deshacer, o confirmarse de nuevo, como cosas de arrendamiento; y no que hayan de durar toda la vida, con perpetuo dolor de entrambas partes.

Juez Si este arbitrio se pudiera o debiera poner en prática, y por dineros, ya se hubiera hecho; pero especificad más, señora, las ocasiones que os mueven a pedir divorcio.

Mariana El ivierno de mi marido y la primavera de mi edad; el quitarme el sueño, por levantarme a media noche a calentar paños y saquillos de salvado para ponerle en la ijada; el ponerle, ora aquesto, ora aquella ligadura, que ligado le vea yo a un palo por justicia; el cuidado que tengo de ponerle de noche alta cabecera de la cama, jarabes lenitivos, porque no se ahogue del pecho; y el estar obligada a sufrirle el mal olor de la boca, que le güele mal a tres tiros de arcabuz.

Escribano Debe de ser de alguna muela podrida.

Vejete No puede ser, porque lleve el diablo la muela ni diente que tengo en toda ella.

Procurador Pues ley hay que dice, según he oído decir, que por sólo el mal olor de la boca se puede desc[as]ar la mujer del marido, y el marido de la mujer.

Vejete En verdad, señores, que el mal aliento que ella dice que tengo, no se engendra de mis podridas muelas, pues no las tengo, ni menos procede de mi estómago, que está sanísimo, sino desa mala intención de su pecho. Mal conocen vuesas mercedes a esta señora, pues a fe que, si la conociesen, que la ayunarían o la santiguarían. Veinte y dos años ha que vivo con ella mártir, sin haber sido jamás confesor de sus insolencias, de sus voces y de sus fantasías, y ya va para dos años que cada día me va dando vaivenes y empujones hacia la sepultura; a cuyas voces me tiene medio sordo, y, a puro reñir, sin juicio. Si me cura, como ella dice, cúrame a regañadientes; habiendo de ser suave la mano y la condición del médico. En resolución, señores: yo soy el que muero en su poder, y ella es la que vive en el mío, porque es señora, con mero mixto imperio, de la hacienda que tengo.

Mariana ¿Hacienda vuestra? Y ¿qué hacienda tenéis vos, que no la hayáis ganado con la que llevastes en mi dote? Y son míos la mitad de los bienes gananciales, mal que os pese; y dellos y de la dote, si me muriese agora, no os dejaría valor de un maravedí, porque veáis el amor que os tengo.

Juez Decid, señor: cuando entrastes en poder de vuestra mujer, ¿no entrastes gallardo, sano y bien acondicionado?

Vejete Ya he dicho que ha veinte y dos años que entré en su poder, como quien entra en el de un cómitre calabrés a remar en galeras de por fuerza; y entré tan sano, que podía decir y hacer como quien juega a las pintas.

Mariana Cedacico nuevo, tres días en estaca.

Juez Callad, callad, nora en tal, mujer de bien, y andad con Dios, que yo no hallo causa para descasaros; y, pues comistes las maduras, gustad de las duras; que no está obligado ningún marido a tener la velocidad y corrida del tiempo, que no pase por su puerta y por sus días; y descontad los malos que ahora os da, con los buenos que os dio cuando pudo; y no repliquéis más palabra.

Vejete Si fuese posible, recebiría gran merced que vuesa merced me la hiciese de despenarme, alzándome esta carcelería; porque, dejándome así, habiendo ya llegado a este rompimiento, será de nuevo entregarme al verdugo que me martirice; y si no, hagamos una cosa: enciérrese ella en un monesterio y yo en otro; partamos la hacienda, y desta suerte podremos vivir en paz y en servicio de Dios lo que nos queda de la vida.

Mariana ¡Malos años! ¡Bonica soy yo para estar encerrada! No sino llegaos a la niña, que es amiga de redes, de tornos, rejas y escuchas, encerraos vos, que lo podréis llevar y sufrir, que ni tenéis ojos con que ver, ni oídos con que oír, ni pies con que andar, ni mano con que tocar: que yo, que estoy sana, y con todos mis cinco sentidos cabales y vivos, quiero usar dellos a la descubierta, y no por brújula, como quínola dudosa.

Escribano Libre es la mujer.

Procurador Y prudente el marido; pero no puede más.

Juez Pues yo no puedo hacer este divorcio, quia nullam invenio causam.

Entra un soldado bien aderezado y su mujer, Doña Guiomar.

Doña [Guiomar] ¡Bendito sea Dios!, que se me ha cumplido el deseo que tenía de verme ante la presencia de vuesa merced, a quien suplico, cuan encarecidamente puedo, sea servido de descasarme déste.

Juez ¿Qué cosa es déste? ¿No tiene otro nombre? Bien fuera que dijérades siquiera: "deste hombre".

Doña [Guiomar] Si él fuera hombre, no procurara yo descasarme.

Juez Pues, ¿qué es?

Doña [Guiomar] Un leño.

Soldado [Aparte.] Por Dios, que he de ser leño en callar y en sufrir. Quizá con no defenderme ni contradecir a esta mujer el juez se inclinará a condenarme; y, pensando que me castiga, me sacará de cautiverio, como si por milagro se librase un cautivo de las mazmorras de Tetuán.

Procurador Hablad más comedido, señora, y relatad vuestro negocio, sin improperios de vuestro marido; que el señor juez de los divorcios, que está delante, mirará rectamente por vuestra justicia.

Doña [Guiomar] Pues, ¿no quieren vuesas mercedes que llame leño a una estatua, que no tiene más acciones que un madero?

Mariana Ésta y yo nos quejamos, sin duda, de un mismo agravio.

Doña [Guiomar] Digo, en fin, señor mío, que a mí me casaron con este hombre, ya que quiere vuesa merced que así lo llame; pero no es este hombre con quien yo me casé.

Juez ¿Cómo es eso?, que no os entiendo.

Doña [Guiomar] Quiero decir que pensé que me casaba con un hombre moliente y corriente, y a pocos días hallé que me había casado con un leño, como tengo dicho; porque él no sabe cuál es su mano derecha, ni busca medios ni trazas para granjear un real con que ayude a sustentar su casa y familia. Las mañanas se le pasan en oír misa y en estarse en la puerta de Guadalajara murmurando, sabiendo nuevas, diciendo y escuchando mentiras; y las tardes, y aun las mañanas también, se va de en casa en casa de juego, y allí sirve de número a los mirones, que, según he oído decir, es un género de gente a quien aborrecen en todo estremo los gariteros. A las dos de la tarde viene a comer, sin que le hayan dado un real de barato, porque ya no se usa el darlo. Vuélvese a ir, vuelve a media noche, cena si lo halla, y si no, santíguase, bosteza y acuéstase; y en toda la noche no sosiega, dando vueltas. Pregúntole qué tiene. Respóndeme que está haciendo un soneto en la memoria para un amigo que se le ha pedido; y da en ser poeta, como si fuese oficio con quien no estuviese vinculada la necesidad del mundo.

Soldado Mi señora doña Guiomar, en todo cuanto ha dicho, no ha salido de los límites de la razón; y, si yo no la tuviera en lo que hago, como ella la tiene en lo que dice, ya había yo de haber procurado algún favor de palillos, de aquí o de allí, y procurar verme, como se ven otros hombrecitos aguditos y bulliciosos, con una vara en las manos, y sobre una mula de alquiler pequeña, seca y maliciosa, sin mozo de mulas que le acompañe, porque las tales mulas nunca se alquilan sino a faltas y cuando están de nones; sus alforjitas a las ancas: en la una un cuello y una camisa, y en la otra su medio queso y su pan y su bota; sin añadir a los vestidos que trae de rúa, para hacellos de camino, sino unas polainas y una sola espuela; y, con una comisión, y aun comezón en el seno, sale por esa Puente Toledana raspahilando, a pesar de las malas mañas de la harona, y, a cabo de pocos días, envía a su casa algún pernil de tocino y algunas varas de lienzo crudo; en fin, de aquellas cosas que valen baratas en los lugares del distrito de su comisión, y con esto sustenta su casa como el pecador mejor puede; pero yo, que ni tengo oficio [ni beneficio], no sé qué hacerme, porque no hay señor que quiera servirse de mí, porque soy casado; así que, me será forzoso suplicar a vuesa merced, señor juez, pues ya por pobres son tan enfadosos los hidalgos, y mi mujer lo pide, que nos divida y aparte.

Doña [Guiomar] Y hay más en esto, señor juez: que, como yo veo que mi marido es tan para poco, y que padece necesidad, muérome por remedialle; pero no puedo, porque, en resolución, soy mujer de bien, y no tengo de hacer vileza.

Soldado Por esto solo merecía ser querida esta mujer, pero, debajo deste pundonor, tiene encubierta la más mala condición de la tierra: pide celos sin causa, grita sin porqué, presume sin hacienda, y, como me ve pobre, no me estima en el baile del rey Perico; y es lo peor, señor juez, que quiere que, a trueco de la fidelidad que me guarda, le sufra y disimule millares de millares de impertinencias y desabrimientos que tiene.

Doña [Guiomar] ¿Pues no? ¿Y por qué no me habéis vos de guardar a mí decoro y respeto, siendo tan buena como soy?

Soldado Oíd, señora doña Guiomar; aquí, delante destos señores, os quiero decir esto: ¿por qué me hacéis cargo de que sois buena, estando vos obligada a serlo, por ser de tan buenos padres nacida, por ser cristiana y por lo que debéis a vos misma? ¡Bueno es que quieran las mujeres que las respeten sus maridos porque son castas y honestas; como si en sólo esto consistiese, de todo en todo, su perfección; y no echan de ver los desaguaderos por donde desaguan la fineza de otras mil virtudes que les faltan! ¿Qué se me da a mí que seáis casta con vos misma, puesto que se me da mucho, si os descuidáis de que lo sea vuestra criada, y si andáis siempre rostrituerta, enojada, celosa, pensativa, manirrota, dormilona, perezosa, pendenciera, gruñidora, con otras insolencias deste jaez, que bastan a consumir las vidas de docientos maridos? Pero, con todo esto, digo, señor juez, que ninguna cosa destas tiene mi señora doña Guiomar; y confieso que yo soy el leño, el inhábil, el dejado y el perezoso; y que, por ley de buen gobierno, aunque no sea por otra cosa, está vuesa merced obligado a descasarnos; que desde aquí digo que no tengo ninguna cosa que alegar contra lo que mi mujer ha dicho, y que doy el pleito por concluso, y holgaré de ser condenado.

Doña [Guiomar] ¿Qué hay que alegar contra lo que tengo dicho? Que no me dais de comer a mí, ni a vuestra criada; y monta que son muchas, sino una, y aun esa sietemesina, que no come por un grillo.

Escribano Sosiéguense; que vienen nuevos demandantes.

Entra uno vestido a lo médico, y es cirujano, y Aldonza de Minjaca, su mujer.

Cirujano Por cuatro causas bien bastantes, vengo a pedir a vuesa merced, señor juez, haga divorcio entre mí y la señora doña Aldonza de Minjaca, mi mujer, que está presente.

Juez Resoluto venís; decid las cuatro causas.

Cirujano La primera, porque no la puedo ver más que a todos los diablos; la segunda, por lo que ella se sabe; la tercera, por lo que yo me callo; la cuarta, porque no me lleven los demonios, cuando desta vida vaya, si he de durar en su compañía hasta mi muerte.

Procurador Bastantísimamente ha probado su intención.

Minjaca Señor juez, vuesa merced me oiga, y advierta que, si mi marido pide por cuatro causas divorcio, yo le pido por cuatrocientas. La primera, porque, cada vez que le veo, hago cuenta que veo al mismo Lucifer; la segunda, porque fui engañada cuando con él me casé, porque él dijo que era médico de pulso, y remaneció cirujano, y hombre que hace ligaduras y cura otras enfermedades, que va decir desto a médico la mitad del justo precio; la tercera, porque tiene celos del sol que me toca; la cuarta, que, como no le puedo ver, querría estar apartada dél dos millones de leguas.

Escribano ¿Quién diablos acertará a concertar estos relojes, estando las ruedas tan desconcertadas?

Minjaca La quinta...

Juez Señora, señora, si pensáis decir aquí todas las cuatrocientas causas, yo no estoy para escuchallas, ni hay lugar para ello. Vuestro negocio se recibe a prueba; y andad con Dios, que hay otros negocios que despachar.

Cirujano ¿Qué más pruebas, sino que yo no quiero morir con ella, ni ella gusta de vivir conmigo?

Juez Si eso bastase para descasarse los casados, infinitísimos sacudirían de sus hombros el yugo del matrimonio.

Entra uno vestido de ganapán, con su caperuza cuarteada.

Ganapán Señor juez: ganapán soy, no lo niego, pero cristiano viejo, y hombre de bien a las derechas; y, si no fuese que alguna vez me tomo del vino, o él me toma a mí, que es lo más cierto, ya hubiera sido prioste en la cofradía de los hermanos de la carga, pero, dejando esto aparte, porque hay mucho que decir en ello, quiero que sepa el señor joez que, estando una vez muy enfermo de los vaguidos de Baco, prometí de casarme con una mujer errada. Volví en mí, sané y cumplí la promesa, y caséme con una mujer que saqué de pecado; púsela a ser placera; ha salido tan soberbia y de tan mala condición, que nadie llega a su tabla con quien no riña, ora sobre el peso falto, ora sobre que le llegan a la fruta, y a dos por tres les da con una pesa en la cabeza, o adonde topa, y los deshonra hasta la cuarta generación, sin tener hora de paz con todas sus vecinas ya parleras; y yo tengo de tener todo el día la espada más lista que un sacabuche, para defendella; y no ganamos para pagar penas de pesos no maduros, ni de condenaciones de pendencias. Querría, si vuesa merced fuese servido, o que me apartase della, o, por lo menos, le mudase la condición acelerada que tiene en otra más reportada y más blanda; y prométole a vuesa merced de descargalle de balde todo el carbón que comprare este verano; que puedo mucho con los hermanos mercaderes de la costilla.

Cirujano Ya conozco yo a la mujer deste buen hombre, y es tan mala como mi Aldonza: que no lo puedo más encarecer.

Juez Mirad, señores, aunque algunos de los que aquí estáis habéis dado algunas causas que traen aparejada sentencia de divorcio, con todo eso, es menester que conste por escrito, y que lo digan testigos; y así, a todos os recibo a prueba. Pero, ¿qué es esto? ¿Música y guitarras en mi audiencia? ¡Novedad grande es ésta!

Entran dos músicos.

Músico Señor juez, aquellos dos casados tan desavenidos que vuesa merced concertó, redujo y apaciguó el otro día, están esperando a vuesa merced con una gran fiesta en su casa; y por nosotros le envía[n] a suplicar sea servido de hallarse en ella y honrallos.

Juez Eso haré yo de muy buena gana; y pluguiese a Dios que todos los presentes se apaciguasen como ellos.

Procurador Desa manera, moriríamos de hambre los escribanos y procuradores desta audiencia; que no, no, sino todo el mundo ponga demandas de divorcios; que, al cabo, al cabo, los más se quedan como se estaban y nosotros habemos gozado del fruto de sus pendencias y necedades.

Músico Pues en verdad que desde aquí hemos de ir regocijando la fiesta.

Cantan los músicos.

Entre casados de honor,

cuando hay pleito descubierto,

más vale el peor concierto

que no el divorcio mejor.

Donde no ciega el engaño

simple, en que algunos están,

las riñas de por San Juan

son paz para todo el año.

Resucita allí el honor,

y el gusto, que estaba muerto,

donde vale el peor concierto

más que el divorcio mejor.

Aunque la rabia de celos

es tan fuerte y rigurosa,

si los pide una hermosa,

no son celos, sino cielos.

Tiene esta opinión Amor,

que es el sabio más experto:

que vale el peor concierto

más que el divorcio mejor.



Fin deste entremés








**

ENTREMÉS

DEL

RUFIÁN VIUDO LLAMADO TRAMPAGOS






Sale Trampagos con un capuz de luto, y con él Vademécum, su criado, con dos espadas de esgrima.


Trampagos ¡Vademécum!

Vademécum ¿Señor?

Trampagos ¿Traes las morenas?

Vademécum Tráigolas.

Trampagos Está bien: muestra y camina,

y saca aquí la silla de respaldo,

con los otros asientos de por casa.

Vademécum ¿Qué asientos? ¿Hay alguno, por ventura? 5

Trampagos Saca el mortero, puerco, el broquel saca,

y el banco de la cama.

Vademécum Está impedido;

fáltale un pie.

Trampagos ¿Y es tacha?

Vademécum ¡Y no pequeña!


Éntrase Vademécum.


Trampagos ¡Ah, Pericona, Pericona mía,

y aun de todo el concejo! En fin, llegóse 10

el tuyo: yo quedé, tú te has partido,

y es lo peor que no imagino adónde,

aunque, según fue el curso de tu vida,

bien se puede creer piadosamente

que estás en parte... Aun no me determino 15

de señalarte asiento en la otra vida.

Tendréla yo, sin ti, como de muerte.

¡Que no me hallara yo a tu cabecera

cuando diste el espíritu a los aires,

para que le acogiera entre mis labios, 20

y en mi estómago limpio le envasara!

¡Miseria humana! ¿Quién de ti confía?

Ayer fui Pericona, hoy tierra fría,

como dijo un poeta celebérrimo.


Entra Chiquiznaque, rufián.


Rufián Mi so Trampagos, ¿es posible sea 25

voacé tan enemigo suyo

que se entumbe, se encubra y se trasponga

debajo desa sombra bayetuna

el sol hampesco? So Trampagos, basta

tanto gemir, tantos suspiros bastan; 30

trueque voacé las lágrimas corrientes

en limosnas y en misas y oraciones

por la gran Pericona, que Dios haya;

que importan más que llantos y sollozos.

Trampagos Voacé ha garlado como un tólogo, 35

mi señor Chiquiznaque; pero, en tanto

que encarrilo mis cosas de otro modo,

tome vuesa merced, y platiquemos

una levada nueva.

Rufián So Trampagos,

no es éste tiempo de levadas: llueven 40

o han de llover hoy pésames adunia,

y ¿hémonos de ocupar en levadicas?


Entra Vademécum con la silla, muy vieja y rota.


Vademécum ¡Bueno, por vida mía! Quien le quita

a mi señor de líneas y posturas,

le quita de los días de la vida. 45

Trampagos Vuelve por el mortero y por el banco,

y el broquel no se olvide, Vademécum.

Vademécum Y aun trairé el asador, sartén y platos.


Vuélvese a entrar.


Trampagos Después platicaremos una treta,

única, a lo que creo, y peregrina; 50

que el dolor de la muerte de mi ángel

las manos ata y el sentido todo.

Rufián ¿De qué edad acabó la mal lograda?

Trampagos Para con sus amigas y vecinas,

treinta y dos años tuvo.

Rufián ¡Edad lozana! 55

Trampagos Si va a decir verdad, ella tenía

cincuenta y seis; pero, de tal manera

supo encubrir los años, que me admiro.

¡Oh, qué teñir de canas! ¡Oh, qué rizos,

vueltos de plata en oro los cabellos! 60

A seis del mes que viene hará quince años

que fue mi tributaria, sin que en ellos

me pusiese en pendencia, ni en peligro

de verme palmeadas las espaldas.

Quince cuaresmas, si en la cuenta acierto, 65

pasaron por la pobre desde el día

que fue mi cara, agradecida prenda,

en las cuales, sin duda, susurraron

a sus oídos treinta y más sermones,

y en todos ellos, por respeto mío, 70

estuvo firme, cual está a las olas

del mar movible la inmovible roca.

¡Cuántas veces me dijo la pobreta,

saliendo de los trances rigurosos

de gritos y plegarias y de ruegos, 75

sudando y trasudando: ``¡Plega al cielo,

Trampagos mío, que en descuento vaya

de mis pecados lo que aquí yo paso

por ti, dulce bien mío!''

Rufián ¡Bravo triunfo!

¡Ejemplo raro de inmortal firmeza! 80

¡Allá lo habrá hallado!

Trampagos ¿Quién lo duda?

Ni aun una sola lágrima vertieron

jamás sus ojos en las sacras pláticas,

cual si de esparto o pedernal su alma

formada fuera.

Rufián ¡Oh, hembra benemérita 85

de griegas y romanas alabanzas!

¿De qué murió?

Trampagos ¿De qué? Casi de nada:

los médicos dijeron que tenía

malos los hipocondrios y los hígados,

y que con agua de taray pudiera 90

vivir, si la bebiera, setenta años.

Rufián ¿No la bebió?

Trampagos Murióse.

Rufián Fue una necia.

¡Bebiérala hasta el día del jüicio,

que hasta entonces viviera! El yerro estuvo

en no hacerla sudar.

Trampagos Sudó once veces. 95


Entra Vademécum con los asientos referidos.


Rufián ¿Y aprovechóle alguna?

Trampagos Casi todas:

siempre quedaba como un ginjo verde,

sana como un peruétano o manzana.

Rufián Dícenme que tenía ciertas fuentes

en las piernas y brazos.

Trampagos La sin dicha 100

era un Aranjuëz; pero, con todo,

hoy come en ella, la que llaman tierra,

de las más blancas y hermosas carnes

que jamás encerraron sus entrañas;

y, si no fuera porque habrá dos años 105

que comenzó a dañársele el aliento,

era abrazarla como quien abraza

un tiesto de albahaca o clavellinas.

Rufián Neguijón debió ser, o corrimiento,

el que dañó las perlas de su boca, 110

quiero decir, sus dientes y sus muelas.

Trampagos Una mañana amaneció sin ellos.

Vademécum Así es verdad, mas fue deso la causa

que anocheció sin ellos; de los finos,

cinco acerté a contarle; de los falsos, 115

doce disimulaba en la covacha.

Trampagos ¿Quién te mete a ti en esto, mentecato?

Vademécum Acredito verdades.

Trampagos Chiquiznaque,

ya se me ha reducido a la memoria

la treta de denantes; toma, y vuelve 120

al ademán primero.

Vademécum Pongan pausa,

y quédese la treta en ese punto;

que acuden moscovitas al reclamo.

La Repulida viene y la Pizpita,

y la Mostrenca, y el jayán Juan Claros. 125

Trampagos Vengan en hora buena; vengan ellos

en cien mil norabuenas.


Entran la Repulida, la Pizpita, la Mostrenca y el rufián Juan Claros.


Juan Claros En las mismas

esté mi sor Trampagos.

Repulida Quiera el cielo

mudar su escuridad en luz clarísima.

Pizpita Desollado le viesen ya mis lumbres 130

de aquel pellejo lóbrego y escuro.

Mostrenca ¡Jesús, y qué fantasma noturnina!

Quítenmele delante.

Vademécum ¿Melindricos?

Trampagos Fuera yo un Polifemo, un antropófago,

un troglodita, un bárbaro Zoílo,

un caimán, un caribe, un comevivos,

si de otra suerte me adornara, en tiempo

de tamaña desgracia.

Juan [Claros] Razón tiene.

Trampagos ¡He perdido una mina potosisca,

un muro de la yedra de mis faltas, 140

un árbol de la sombra de mis ansias!

Juan [Claros] Era la Pericona un pozo de oro.

Trampagos Sentarse a prima noche, y, a las horas

que se echa el golpe, hallarse con sesenta

numos en cuartos, ¿por ventura es barro? 145

Pues todo esto perdí en la que ya pudre.

Repulida Confieso mi pecado: siempre tuve

envidia a su no vista diligencia.

No puedo más; yo hago lo que puedo,

pero no lo que quiero.

Pizpita No te penes, 150

pues vale más aquel que Dios ayuda,

que el que mucho madruga; ya me entiendes.

Vademécum El refrán vino aquí como de molde;

¡Tal os dé Dios el sueño, mentecatas!

Mostrenca Nacidas somos; no hizo Dios a nadie 155

a quien desamparase. Poco valgo;

pero, en fin, como y ceno, y a mi cuyo

le traigo más vestido que un palmito.

Ninguna es fea, como tenga bríos;

¡feo es el diablo!

Vademécum Alega la Mostrenca 160

muy bien de su derecho, y alegara

mejor si se añadiera el ser muchacha

y limpia, pues lo es por todo estremo.

Rufián En el que está Trampagos me da lá[s]tima.

Trampagos Vestíme este capuz; mis dos lanternas 165

convertí en alquitaras.

Vademécum ¿De aguardiente?

Trampagos Pues, ¿tanto cuelo yo, hi de malicias?

Vademécum A cuatro lavanderas de la puente

puede dar quince y falta en la colambre;

miren qué ha de llorar, sino agua-ardiente. 170

Juan [Claros] Yo soy de parecer que el gran Trampagos

ponga silencio a su contino llanto

y vuelva al sicut erat in principio,

digo a sus olvidadas alegrías,

y tome prenda que las suyas quite; 175

que es bien que el vivo vaya a la hogaza,

como el muerto se va a la sepultura.

Repulida Zonzorino Catón es Chiquiznaque.

Pizpita Pequeña soy, Trampagos, pero grande

tengo la voluntad para servirte; 180

no tengo cuyo, y tengo ochenta cobas.

Repulida Yo ciento, y soy dispuesta y nada lerda.

Mostrenca Veinte y dos tengo yo, y aun venticuatro,

y no soy mema.

Repulida ¡Oh mi Jezúz! ¿Qué es esto?

¿Contra mí la Pizpita y la Mostrenca? 185

¿En tela quieres competir conmigo,

culebrilla de alambre, y tú, pazguata?

Pizpita Por vida de los huesos de mi abuela,

doña Mari-Bobales, monda-níspolas,

que no la estimo en un feluz morisco. 190

¿Han visto el ángel tonto almidonado,

cómo quiere empinarse sobre todas?

Mostrenca Sobre mí no, a lo menos; que no sufro

carga que no me ajuste y me convenga.

Juan [Claros] Adviertan que defiendo a la Pizpita. 195

Rufián Consideren que está la Repulida

debajo de las alas de mi amparo.

Vademécum Aquí fue Troya, aquí se hacen rajas;

los de las cachas amarillas salen;

aquí, otra vez, fue Troya.

Repulida Chiquiznaque, 200

no he menester que nadie me defienda;

aparta, tomaré yo la venganza,

rasgando con mis manos pecadoras

la cara de membrillo cuartanario.

Juan [Claros] ¡Repulida, respeto al gran Juan Claros! 205

Pizpita Déjala, venga; déjala que llegue

esa cara de masa mal sobada.


Entra uno muy alborotado.


Uno Juan Claros, ¡la justicia, la justicia!

El alguacil de la justicia viene

la calle abajo.


Éntrase luego.


Juan [Claros] ¡Cuerpo de mi padre! 210

¡No paro más aquí!

Trampagos Ténganse todos;

ninguno se alborote; que es mi amigo

el alguacil; no hay que tenerle miedo.


Torna a entrar.


Uno No viene acá, la calle abajo cuela.


Vase.


Rufián El alma me temblaba ya en las carnes, 215

porque estoy desterrado.

Trampagos Aunque viniera,

no nos hiciera mal, yo lo sé cierto;

que no puede chillar, porque es[t]á untado.

Vademécum Cese, pues, la pendencia, y mi sor sea

el que escoja la prenda que le cuadre 220

o le esquine mejor.

Repulida Yo soy contenta.

Pizpita Y yo también.

Mostrenca Y yo.

Vademécum Gracias al cielo,

que he hallado a tan gran mal, tan gran remedio.

Trampagos Abúrrome, y escojo.

Mostrenca Dios te guíe.

Repulida Si te aburres, Trampagos, la escogida 225

también será aburrida.

Trampagos Errado anduve;

sin aburrirme escojo.

Mostrenca Dios te guíe.

[Trampagos] Digo que escojo aquí a la Repulida.

Juan Claros Con su pan se la coma, Chiquiznaque.

Rufián Y aun sin pan, que es sabrosa en cualquier modo . 230

Repulida Tuya soy; ponme un clavo y una S

en estas dos mejillas.

Pizpita ¡Oh hechicera!

Mostrenca No es sino venturosa; no la envidies,

porque no es muy católico Trampagos,

pues ayer enterró a la Pericona, 235

y hoy la tiene olvidada.

Repulida Muy bien dices.

Trampagos Este capuz arruga, Vademécum;

y dile al padre que sobre él te preste

una docena de reäles.

Vademécum Creo

Que tengo yo catorce.

Trampagos Luego luego, 240

parte, y trae seis azumbres de lo caro;

alas pon en los pies.

Vademécum Y en las espaldas.


Éntrase Vademécum con el capuz, y queda en cuerpo Trampagos.


Trampagos ¡Por Dios, que si durara la bayeta,

que me pudieran enterrar mañana!

Repulida ¡Ay, lumbre destas lumbres, que son tuyas, 245

y cuán mejor estás en este traje,

que en el otro, sombrío y malencónico!


Entran dos músicos, sin guitarras.


[Músico 1] Tras el olor del jarro nos venimos

yo y mi compadre.

Trampagos En hora buena sea.

¿Y las guitarras?

[Músico] 1 En la tienda quedan; 250

vaya por ellas Vademécum.

[Músico] 2 Vaya;

mas yo quiero ir por ellas.

[Músico] 1 De camino,


Éntrase el un músico.


diga a mi oíslo que, si viene alguno

al rapio rapis, que me aguarde un poco:

que no haré sino colar seis tragos, 255

y cantar dos tonadas y partirme;

que ya el señor Trampagos, según muestra,

está para tomar armas de gusto.


Vuelve Vademécum.


Vademécum Ya está en el antesala el jarro.

Trampagos Traile.

Vademécum No tengo taza.

Trampagos Ni Dios te la depare. 260

El cuerno de orinar no está estrenado;

tráele, que te maldiga el cielo santo;

que eres bastante a deshonrar un duque.

Vademécum Sosiéguese; que no ha de faltar copa,

y aun copas, aunque sean de sombreros. 265

[Aparte] A buen seguro que éste es churrullero.


Entra uno, como cautivo, con una cadena al hombro, y pónese a mirar a todos muy atento, y todos a él.


Repulida ¡Jesús! ¿Es visión ésta? ¿Qué es aquesto?

¿No es éste Escarramán? Él es, sin duda.

¡Escarramán del alma, dame, amores,

esos brazos, coluna de la hampa! 270

Trampagos ¡Oh Escarramán, Escarramán amigo!

¿Cómo es esto? ¿A dicha eres estatua?

Rompe el silencio y habla a tus amigos.

Pizpita ¿Qué traje es éste y qué cadena es ésta?

¿Eres fantasma, a dicha? Yo te toco, 275

y eres de carne y hueso.

Mostrenca Él es, amiga;

no lo puede negar, aunque más calle.

Escarramán Yo soy Escarramán, y estén atentos

al cuento breve de mi larga historia.


Vuelve el barbero con dos guitarras, y da la una al compañero.


«Dio la galera al traste en Berbería, 280

donde la furia de un jüez me puso

por espalder de la siniestra banda;

mudé de cautiverio y de ventura;

quedé en poder de turcos por esclavo;

de allí a dos meses, como el cielo plugo, 285

me levanté con una galeota;

cobré mi libertad y ya soy mío.

Hice voto y promesa invïolable

de no mudar de ropa ni de carga

hasta colgarla de los muros santos 290

de una devota ermita, que en mi tierra

llaman de San Millán de la Cogolla.»

Y éste es el cuento de mi estraña historia,

digna de atesorarla en mi memoria.

La Méndez no estará ya de provecho; 295

¿vive?

Juan [Claros] Y está en Granada a sus anchuras.

Rufián ¡Allí le duele al pobre todavía!

Escarramán ¿Qué se ha dicho de mí en aqueste mundo,

en tanto que en el otro me han tenido

mis desgracias y gracia?

Mostrenca Cien mil cosas; 300

ya te han puesto en la horca los farsantes.

Pizpita Los muchachos han hecho pepitoria

de todas tus médulas y tus huesos.

Repulida Hante vuelto divino: ¿qué más quieres?

Rufián Cántante por las plazas, por las calles; 305

báilante en los teatros y en las casas;

has dado que hacer a los poetas,

más que dio Troya al mantuano Títiro.

Juan [Claros] Óyente resonar en los establos.

Repulida Las fregonas te alaban en el río; 310

los mozos de caballos te almohazan.

Rufián Túndete el tundidor con sus tijeras;

muy más que el potro rucio eres famoso.

Mostrenca Han pasado a las Indias tus palmeos,

en Roma se han sentido tus desgracias, 315

y hante dado botines sine numero.

Vademécum Por Dios que te han molido como alheña,

y te han desmenuzado como flores,

y que eres más sonado y más mocoso

que un reloj y que un niño de dotrina. 320

De ti han dado querella todos cuantos

bailes pasaron en la edad del gusto,

con apretada y dura residencia;

pero llevóse el tuyo la excelencia.

Escarramán Tenga yo fama, y háganme pedazos; 325

de Éfeso el templo abrasaré por ella.


Tocan de improviso los músicos, y comienzan a cantar este romance:


Ya salió de las gurapas

el valiente Escarramán,

para asombro de la gura

y para bien de su mal. 330


Escarramán ¿Es aquesto brindarme, por ventura?

¿Piensan se me ha olvidado el regodeo?

Pues más ligero vengo que solía;

si no, toquen, y vaya, y fuera ropa.

Pizpita ¡Oh flor y fruto de los bailarines, 335

y qué bueno has quedado!

Vademécum Suelto y limpio.

Juan [Claros] Él honrará las bodas de Trampagos.

Escarramán Toquen; verán que soy hecho de azogue.

Músico Váyanse todos por lo que cantare,

y no será posible que se yerren. 340

Escarramán Toquen; que me deshago y que me bullo.

Repulida Ya me muero por verle en la estacada.

Músico Estén alerta todos.

Rufián Ya lo estamos.


Cantan.


Ya salió de las gurapas

el valiente Escarramán, 345

para asombro de la gura,

y para bien de su mal.

Ya vuelve a mostrar al mundo

su felice habilidad,

su ligereza y su brío, 350

y su presencia real.

Pues falta la Coscolina,

supla agora en su lugar

la Repulida, olorosa

más que la flor de azahar. 355

Y, en tanto que se remonda

la Pizpita sin igual,

de la Gallarda el paseo

nos muestre aquí Escarramán.


Tocan la Gallarda; dánzala Escarramán, que le ha de hacer el bailarín; y, en habiendo hecho una mudanza, prosíguese el romance.


La Repulida comience, 360

con su brío, a rastrear,

pues ella fue la primera

que nos le vino a mostrar.

Escarramán la acompañe;

la Pizpita, otro que tal, 365

Chiquiznaque y la Mostrenca,

con Juan Claros el galán.

¡Vive Dios que va de perlas!

No se puede desear

más ligereza o más garbo, 370

más certeza o más compás.

¡A ello, hijos, a ello!

No se pueden alabar

otras ninfas ni otros rufos

que nos pueden igualar. 375

¡Oh, qué desmayar de manos!

¡Oh, qué huir y qué juntar!

¡Oh, qué nuevos laberintos,

donde hay salir y hay entrar!

Muden el baile a su gusto, 380

que yo le sabré tocar:

el Canario, o las Gambetas,

o Al villano se lo dan,

Zarabanda, o Zambapalo,

el Pésame dello y más; 385

el Rey don Alonso el Bueno,

gloria de la antigüedad.


Escarramán El Canario, si le tocan,

a solas quiero bailar.

Músico Tocaréle yo de plata; 390

tú de oro le bailarás.


Toca el Canario, y baila solo Escarramán; y, en habiéndole bailado, diga:


Escarramán Vaya El villano a lo burdo,

con la cebolla y el pan,

y acompáñenme los tres.

Músico Que te bendiga San Juan. 395


Bailan el Villano, como bien saben, y, acabado el Villano, pida Escarramán el baile que quisiere, y acabado, diga Trampagos:


Trampagos Mis bodas se han celebrado

mejor que las de Roldán.

Todos digan, como digo:

¡Viva, viva Escarramán!

Todos ¡Viva, viva! 400








***

ENTREMÉS

DE

LA ELECCIÓN DE LOS ALCALDES DE DAGANZO




Salen el bachiller Pesuña; Pedro Estornudo, escribano; Panduro, regidor, y Alonso Algarroba, regidor.


Panduro Rellánense; que todo saldrá a cuajo,

si es que lo quiere el cielo benditísimo.

Algarroba Mas echémoslo a doce, y no se venda.

[Panduro] Paz, que no será mucho que salgamos

bien del negocio, si lo quiere el cielo. 5

[Algarroba] Que quiera, o que no quiera, es lo que importa...

Panduro ¡Algarroba, la luenga se os deslicia!

Habrad acomedido y de buen rejo,

que no me suenan bien esas palabras:

"quiera o no quiera el cielo", por San Junco, 10

que, como presomís de resabido,

os arrojáis a trochemoche en todo.

Algarroba Cristiano viejo soy a todo ru[e]do,

y creo en Dios a pies jontillas.

Bachiller Bueno;

no hay más que desear.

Algarroba Y si, por suerte, 15

hablé mal, yo confieso que soy ganso,

y doy lo dicho por no dicho.

Estornudo Basta;

no quiere Dios, del pecador más malo,

sino que viva y se arrepienta.

Algarroba Digo

que vivo y me arrepiento, y que conozco 20

que el cielo puede hacer lo que él quisiere,

sin que nadie le pueda ir a la mano,

especial cuando llueve.

Panduro De las nubes,

Algarroba, cae el agua, no del cielo.

Algarroba ¡Cuerpo del mundo! Si es que aquí venimos 25

a reprochar los unos a los otros,

díganmoslo; que a fe que no le falten

reproches a Algarroba a cada paso.

Bachiller Redeamus ad rem, señor Panduro

y señor Algarroba; no se pase 30

el tiempo en niñerías escusadas.

¿Juntámonos aquí para disputas

impertinentes? ¡Bravo caso es éste,

que siempre que Panduro y Algarroba

están juntos, al punto se levantan 35

entre ellos mil borrascas y tormentas

de mil contraditorias intenciones!

Estornudo El señor bachiller Pesuña tiene

demasiada razón: véngase al punto,

y mírese qué alcaldes nombraremos 40

para el año que viene, que sean tales,

que no los pueda calumniar Toledo,

sino que los confirme y dé por buenos,

pues para esto ha sido nuestra junta.

Panduro De las varas hay cuatro pretensores: 45

Juan Berrocal, Francisco de Humillos,

Miguel Jarrete y Pedro de la Rana;

hombres todos de chapa y de caletre,

que pueden gobernar, no que a Daganzo,

sino a la misma Roma.

Algarroba A Romanillos. 50

Estornudo ¿Hay otro apuntamiento? ¡Por San Pito,

que me salga del corro!

Algarroba Bien parece

que se llama Estornudo el escribano,

que así se le encarama y sube el humo.

Sosiéguese, que yo no diré nada. 55

Panduro ¿Hallarse han, por ventura, en todo el sorbe...?

Algarroba ¿Qué es sorbe, sorbe-huevos? Orbe diga

el discreto Panduro, y serle ha sano.

Panduro Digo que en todo el mundo no es posible

que se hallen cuatro ingenios como aquestos 60

de nuestros pretensores.

Algarroba Por lo menos,

yo sé que Berrocal tiene el más lindo

distinto.

Estornudo ¿Para qué?

Algarroba Para ser sacre

en esto de mojón y catavinos.

En mi casa probó los días pasados 65

una tinaja, y dijo que sabía

el claro vino a palo, a cuero y hierro;

acabó la tinaja su camino,

y hallóse en el asiento della un palo

pequeño, y dél prendía una correa 70


de cordobán y una pequeña llave.

Estornudo ¡Oh rara habilidad! ¡Oh raro ingenio!

Bien puede gobernar, el que tal sabe,

a Alanís y a Cazalla, y aun a Esquivias.

Algarroba Miguel Jarrete es águila.

Bachiller ¿En qué modo? 75

Algarroba En tirar con un arco de bodoques.

Bachiller ¿Que tan certero es?

Algarroba Es de manera

que, si no fuese porque los más tiros

se da en la mano izquierda, no habría pájaro

en todo este contorno.

Bachiller ¡Para alcalde 80

es rara habilidad, y necesaria!

Algarroba ¿Qué diré de Francisco de Humillos?

Un zapato remienda como un sastre.

Pues, ¿Pedro de la Rana? No hay memoria

que a la suya se iguale; en ella tiene 85

del antiguo y famoso Perro de Alba

todas las coplas, sin que letra falte.

Panduro Éste lleva mi voto.

Estornudo Y aun el mío.

Algarroba A Berrocal me atengo.

Bachiller Yo a ninguno,

si es que no dan más pruebas de su ingenio 90

a la jurisprudencia encaminadas.

Algarroba Yo daré un buen remedio, y es aquéste:

hagan entrar los cuatro pretendientes,

y el señor bachiller Pesuña puede

examinarlos, pues del arte sabe, 95

y, conforme a su ciencia, así veremos

quién podrá ser nombrado para el cargo.

Escribano ¡Vive Dios, que es rarísima advertencia!

Panduro Aviso es que podrá servir de arbitrio

para Su Jamestad; que, como en Corte 100

hay potra-médicos, haya potra-alcaldes.

Algarroba Prota, señor Panduro; que no potra.

Panduro Como vos no hay friscal en todo el mundo.

Algarroba ¡Fiscal, pese a mis males!

Escribano ¡Por Dios santo,

que es Algarroba impertinente!

Algarroba Digo 105

que, pues se hace examen de barberos,

de herradores, de sastres, y se hace

de cirujanos y otras zarandajas,

también se examinasen para alcaldes;

y, al que se hallase suficiente y hábil 110

para tal menester, que se le diese

carta de examen, con la cual podría

el tal examinado remediarse;

porque, de lata en una blanca caja

la carta acomodando merecida, 115

a tal pueblo podrá llegar el pobre,

que le pesen a oro; que hay hogaño

carestía de alcaldes de caletre

en lugares pequeños casi siempre.

Bachiller Ello está muy bien dicho y bien pensado: 120

llamen a Berrocal; entre, y veamos

dónde llega la raya de su ingenio.

Algarroba Humillos, Rana, Berrocal, Jarrete,

los cuatro pretensores, se han entrado;


Entran estos cuatro labradores.


ya los tienes presentes.

Bachiller Bien venidos 125

sean vuesas mercedes.

Berrocal Bien hallados

vuesas mercedes sean.

Panduro Acomódense,

que asientos sobran.

Humillos ¡Siéntome, y me siento!

Jarrete Todos nos sentaremos, Dios loado.

Rana ¿De qué os sentís, Humillos?

Humillos De que vaya 130

tan a la larga nuestro nombramiento.

¿Hémoslo de comprar a gallipavos,

a cántaros de arrope y a abiervadas,

y botas de lo añejo tan crecidas,

que se arremetan a ser cueros? Díganlo, 135

y pondráse remedio y diligencia.

Bachiller No hay sobornos aquí; todos estamos

de un común parecer, y es que el que fuere

más hábil para alcalde, ése se tenga

por escogido y por llamado.

Rana Bueno; 140

yo me contento.

Berrocal Y yo.

Bachiller Mucho en buen hora.

Humillos También yo me contento.

Jarrete Dello gusto.

Bachiller Vaya de examen, pues.

Humillos De examen venga.

Bachiller ¿Sabéis leer, Humillos?

Humillos No, por cierto,

ni tal se probará que en mi linaje 145

haya persona tan de poco asiento,

que se ponga a aprender esas quimeras,

que llevan a los hombres al brasero,

y a las mujeres, a la casa llana.

Leer no sé, mas sé otras cosas tales 150

que llevan al leer ventajas muchas.

Bachiller Y ¿cuáles cosas son?

Humillos Sé de memoria

todas cuatro oraciones, y las rezo

cada semana cuatro y cinco veces.

Rana Y ¿con eso pensáis de ser alcalde? 155

Humillos Con esto, y con ser yo cristiano viejo,

me atrevo a ser un senador romano.

Bachiller Está muy bien. Jarrete diga agora

qué es lo que sabe.

Jarrete Yo, señor Pesuña,

sé leer, aunque poco; deletreo, 160

y ando en el be-a-ba bien ha tres meses,

y en cinco más daré con ello a un cabo;

y, además desta ciencia que ya aprendo,

sé calzar un arado bravamente,

y herrar, casi en tres horas, cuatro pares 165

de novillos briosos y cerreros;

soy sano de mis miembros, y no tengo

sordez ni cataratas, tos ni reumas;

y soy cristiano viejo como todos,

y tiro con un arco como un Tulio. 170

Algarroba ¡Raras habilidades para alcalde;

necesarias y mucha[s]!

Bachiller Adelante.

¿Qué sabe Berrocal?

Berrocal Tengo en la lengua

toda mi habilidad, y en la garganta;

no hay mojón en el mundo que me llegue; 175

sesenta y seis sabores estampados

tengo en el paladar, todos vináticos.

Algarroba Y ¿quiere ser alcalde?

Berrocal Y lo requiero;

pues, cuando estoy armado a lo de Baco,

así se me aderezan los sentidos, 180

que me parece a mí que en aquel punto

podría prestar leyes a Licurgo

y limpiarme con Bártulo.

Panduro ¡Pasito,

que estamos en concejo!

Berrocal No soy nada

melindroso ni puerco; sólo digo 185

que no se me malogre mi justicia,

que echaré el bodegón por la ventana.

Bachiller Amenazas aquí, por vida mía,

mi señor Berrocal, que valen poco.

¿Qué sabe Pedro Rana?

Rana Como Rana, 190

habré de cantar mal; pero, con todo,

diré mi condición, y no mi ingenio.

Yo, señores, si acaso fuese alcalde,

mi vara no sería tan delgada

como las que se usan de ordinario: 195

de una encina o de un roble la haría,

y gruesa de dos dedos, temeroso

que no me la encorvase el dulce peso

de un bolsón de ducados, ni otras dádivas,

o ruegos, o promesas, o favores, 200

que pesan como plomo, y no se sienten

hasta que os han brumado las costillas

del cuerpo y alma; y, junto con aquesto,

sería bien criado y comedido,

parte severo y nada riguroso; 205

nunca deshonraría al miserable

que ante mí le trujesen sus delitos;

que suele lastimar una palabra

de un jüez arrojado, de afrentosa,

mucho más que lastima su sentencia, 210

aunque en ella se intime cruel castigo.

No es bien que el poder quite la crianza,

ni que la sumisión de un delincuente

haga al juez soberbio y arrogante.

Algarroba ¡Vive Dios, que ha cantado nuestra Rana 215

mucho mejor que un cisne cuando muere!

Panduro Mil sentencias ha dicho censorinas.

Algarroba De Catón Censorino; bien ha dicho

el regidor Panduro.

Panduro ¡Reprochadme!

Algarroba Su tiempo se vendrá.

Estornudo Nunca acá venga. 220

¡Terrible inclinación es, Algarroba,

la vuestra en reprochar!

Algarroba ¡No más, so escriba!

Estornudo ¿Qué escriba, fariseo?

Bachiller ¡Por San Pedro,

que son muy demasiadas demasías

éstas!

Algarroba Yo me burlaba.

Estornudo Y yo me burlo. 225

Bachiller Pues no se burlen más, por vida mía.

Algarroba Quien miente, miente.

Estornudo Y quien verdad pronuncia,

dice verdad.

Algarroba Verdad.

Estornudo Pues punto en boca.

Humillos Esos ofrecimientos que ha hecho Rana,

son desde lejos. A fe que si él empuña 230

vara, que él se trueque y sea otro hombre

del que ahora parece.

Bachiller Está de molde

lo que Humillos ha dicho.

Humillos Y más añado:

que, si me dan la vara, verán como

no me mudo ni trueco, ni me cambio. 235

Bachiller Pues veis aquí la vara, y haced cuenta

que sois alcalde ya.

Algarroba ¡Cuerpo del mundo!

¿La vara le dan zurda?

Humillos ¿Cómo zurda?

Algarroba Pues, ¿no es zurda esta vara? Un sordo o mudo

lo podrá echar de ver desde una legua. 240

Humillos ¿Cómo, pues, si me dan zurda la vara,

quieren que juzgue yo derecho?

Estornudo El diablo

tiene en el cuerpo este Algarroba; ¡miren

dónde jamás se han visto varas zurdas!


Entra uno.


Uno Señores, aquí están unos gitanos 245

con unas gitanillas milagrosas;

y, aunque la ocupación se les ha dicho

en que están sus mercedes, todavía

porfían que han de entrar a dar solacio

a sus mercedes.

Bachiller Entren, y veremos 250

si nos podrán servir para la fiesta

del Corpus, de quien yo soy mayordomo.

Panduro Entren mucho en buen hora.

Berrocal Entren luego.

Humillos Por mí, ya los deseo.

Jarrete Pues yo, ¿pajas?

Rana ¿Ellos no son gitanos? Pues adviertan 255

que no nos hurten las narices.

Uno Ellos,

sin que los llamen, vienen; ya están dentro.


Entran los músicos, de gitanos, y dos gitanas bien aderezadas, y, al son deste romance, que han de cantar los músicos, ellas dancen.




[Músicos] Reverencia os hace el cuerpo,

regidores de Daganzo,

hombres buenos de repente, 260

hombres buenos de pensado;

de caletre prevenidos

para proveer los cargos

que la ambición solicita

entre moros y cristianos. 265

Parece que os hizo el cielo,

el cielo, digo, estrellado,

Sansones para las letras,

y para las fuerzas Bártulos.


Jarrete Todo lo que se canta toca historia. 270

Humillos Ellas y ellos son únicos y ralos.

Algarroba Algo tienen de espesos.

Bachiller Ea, sufficit.


Músicos Como se mudan los vientos,

como se mudan los ramos,

que, desnudos en invierno, 275

se visten en el verano,

mudaremos nuestros bailes

por puntos, y a cada paso;

pues mudarse las mujeres

no es nuevo ni estraño caso. 280

¡Vivan de Daganzo los regidores,

que parecen palmas, puesto que son robles!


Bailan.


Jarrete ¡Brava trova, por Dios!

Humillos Y muy sentida.

Berrocal Éstas se han de imprimir, para que quede

memoria de nosotros en los siglos 285

de los siglos. Amén.

Bachiller Callen, si pueden.


Músicos ¡Vivan y revivan,

y en siglos veloces

del tiempo los días

pasen con las noches, 290

sin trocar la edad,

que treinta años forme,

ni tocar las hojas

de sus alcornoques.

Los vientos, que anegan, 295

si contrarios corren,

cual céfiros blandos

en sus mares soplen.

¡Vivan de Daganzo los regidores,

que palmas parecen, puesto que son robles! 300


Bachiller El estribillo en parte me desplace;

pero, con todo, es bueno.

Berrocal Ea, callemos.


Músicos Pisaré yo el polvico,

atán menudico;

pisaré yo el polvó, 305

atán menudó.


Panduro Estos músicos hacen pepitoria

de su cantar.

Humillos Son diablos los gitanos.


Músicos Pisaré yo la tierra,

por más que esté dura, 310

puesto que me abra en ella

amor sepultura,

pues ya mi buena ventura

amor la pisó.

Atán menudó. 315

Pisaré yo lozana

el más duro suelo,

si en él acaso pisas

el mal que recelo.

Mi bien se ha pasado en vuelo, 320

y el polvo dejó

Atán menudó.


Entra un sotasacristán, muy mal endeliñado.


Sacristán Señores regidores, ¡voto a dico,

que es de bellacos tanto pasatiempo!

¿Así se rige el pueblo, noramala, 325

entre guitarras, bailes y bureos?

Bachiller ¡Agarradle, Jarrete!

Jarrete Ya le agarro.

Bachiller Traigan aquí una manta; que, por Cristo,

que se ha de mantear este bellaco,

necio, desvergonzado e insolente, 330

y atrevido además.

Sacristán ¡Oigan, señores!

Algarroba Volveré con la manta a las volanzas.


Éntrase Algarroba.


Sacristán Miren que les intimo que soy presbiter.

Bachiller ¿Tú presbítero, infame?

Sacristán Yo presbítero;

o de prima tonsura, que es lo mismo. 335

Panduro Agora lo veredes, dijo Agrajes.

Sacristán No hay Agrajes aquí.

Bachiller Pues habrá grajos

que te piquen la lengua y aun los ojos.

Rana Dime, desventurado: ¿qué demonio

se revistió en tu lengua? ¿Quién te mete 340

a ti en reprehender a la justicia?

¿Has tú de gobernar a la república?

Métete en tus campanas y en tu oficio.

Deja a los que gobiernan; que ellos saben

lo que han de hacer mejor que no nosotros. 345

Si fueren malos, ruega por su enmienda;

si buenos, porque Dios no nos los quite.

Bachiller Nuestro Rana es un santo y un bendito.


Vuelve Algarroba; trae la manta.


Algarroba No ha de quedar por manta.

Bachiller Asgan, pues, todos,

sin que queden gitanos ni gitanas. 350

¡Arriba, amigos!

Sacristán ¡Por Dios, que va de veras!

¡Vive Dios, si me enojo, que bonito

soy yo para estas burlas! ¡Por San Pedro,

que están descomulgados todos cuantos

han tocado los pelos de la manta! 355

Rana Basta, no más; aquí cese el castigo;

que el pobre debe estar arrepentido.

Sacristán Y molido, que es más. De aquí adelante

me coseré la boca con dos cabos

de zapatero.

Rana Aqueso es lo que importa. 360

Bachiller Vénganse los gitanos a mi casa,

que tengo qué decilles.

Gitano Tras ti vamos.

Bachiller Quedarse ha la elección para mañana,

y desde luego doy mi voto a Rana.

Gitano ¿Cantaremos, señor?

Bachiller Lo que quisiéredes. 365

Panduro No hay quien cante cual nuestra Rana canta.

Jarrete No solamente canta, sino encanta.


Éntranse cantando:


Pisaré yo el polvico.








****

ENTREMÉS

DE

LA GUARDA CUIDADOSA




Sale un soldado a lo pícaro, con una muy mala banda y un antojo, y detrás dél un mal sacristán.


Soldado ¿Qué me quieres, sombra vana?

Sacristán No soy sombra vana, sino cuerpo macizo.

Soldado Pues, con todo eso, por la fuerza de mi desgracia, te conjuro que me digas quién eres, y qué es lo que buscas por esta calle.

Sacristán A eso te respondo, por la fuerza de mi dicha, que soy Lorenzo Pasillas, sotasacristán desta parroquia, y busco en es[t]a calle lo que hallo, y tú buscas y no hallas.

Soldado ¿Buscas por ventura a Cristinica, la fregona desta casa?

Sacristán Tu dixisti.

Soldado Pues ven acá, sotasacristán de Satanás.

Sacristán Pues voy allá, caballo de Ginebra.

Soldado Bueno: sota y caballo; no falta sino el rey para tomar las manos. Ven acá, digo otra vez, ¿y tú no sabes, Pasillas, que pasado te vea yo con un chuzo, que Cristinica es prenda mía?

Sacristán ¿Y tú no sabes, pulpo vestido, que esa prenda la tengo yo rematada, que está por sus cabales y por mía?

Soldado ¡Vive Dios, que te dé mil cuchilladas, y que te haga la cabeza pedazos!

Sacristán Con las que le cuelgan desas calzas, y con los dese vestido, se podrá entretener, sin que se meta con los de mi cabeza.

Soldado ¿Has hablado alguna vez a Cristina?

Sacristán Cuando quiero.

Soldado ¿Qué dádivas le has hecho?

Sacristán Muchas.

Soldado ¿Cuántas y cuáles?

Sacristán Dile una destas cajas de carne de membrillo, muy grande, llena de cercenaduras de hostias blancas como la misma nieve, y de añadidura cuatro cabos de velas de cera, asimismo blancas como un armiño.

Soldado ¿Qué más le has dado?

Sacristán En un billete envueltos, cien mil deseos de servirla.

Soldado Y ella, ¿cómo te ha correspondido?

Sacristán Con darme esperanzas propincuas de que ha de ser mi esposa.

Soldado Luego, ¿no eres de epístola?


Sacristán Ni aun de completas. Motilón soy, y puedo casarme cada y cuando me viniere en voluntad; y presto lo veredes.

Soldado Ven acá, motilón arrastrado; respóndeme a esto que preguntarte quiero. Si esta mochacha ha correspondido tan altamente, lo cual yo no creo, a la miseria de tus dádivas, ¿cómo corresponderá a la grandeza de las mías? Que el otro día le envié un billete amoroso, escrito por lo menos en un revés de un memorial que di a Su Majestad, significándole mis servicios y mis necesidades presentes (que no cae en mengua el soldado que dice que es pobre), el cual memorial salió decretado y remitido al limosnero mayor; y, sin atender a que sin duda alguna me podía valer cuatro o seis reales, con liberalidad increíble y con desenfado notable, escribí en el revés dél, como he dicho, mi billete; y sé que de mis manos pecadoras llegó a las suyas casi santas.

Sacristán ¿Hasle enviado otra cosa?

Soldado Suspiros, lágrimas, sollozos, parasismos, desmayos, con toda la caterva de las demonstraciones necesarias que para descubrir su pasión los buenos enamorados usan, y deben de usar en todo tiempo y sazón.

Sacristán ¿Hasle dado alguna música concertada?

Soldado La de mis lamentos y congojas, las de mis ansias y pesadumbres.

Sacristán Pues a mí me ha acontecido dársela con mis campanas a cada paso; y tanto, que tengo enfadada a toda la vecindad con el continuo ruido que con ellas hago, sólo por darle contento y porque sepa que estoy en la torre, ofreciéndome a su servicio; y, aunque haya de tocar a muerto, repico a vísperas solenes.

Soldado En eso me llevas ventaja, porque no tengo qué tocar, ni cosa que lo valga.

Sacristán ¿Y de qué manera ha correspondido Cristina a la infinidad de tantos servicios como le has hecho?

Soldado Con no verme, con no hablarme, con maldecirme cuando me encuentra por la calle, con derramar sobre mí las lavazas cuando jabona y el agua de fregar cuando friega; y esto es cada día, porque todos los días estoy en esta calle y a su puerta; porque soy su guarda cuidadosa; soy, en fin, el perro del hortelano, &c. Yo no la gozo, ni ha de gozarla ninguno mientras yo viviere; por eso, váyase de aquí el señor sotasacristán; que, por haber tenido y tener respeto a las órdenes que tiene, no le tengo ya rompidos los cascos.

Sacristán A rompérmelos como están rotos esos vestidos, bien rotos estuvieran.

Soldado El hábito no hace al monje; y tanta honra tiene un soldado roto por causa de la guerra, como la tiene un colegial con el manto hecho añicos, porque en él se muestra la antigüedad de sus estudios; y váyase, que haré lo que dicho tengo.

Sacristán ¿Es porque me ve sin armas? Pues espérese aquí, señor guarda cuidadosa, y verá quién es Callejas.

Soldado ¿Qué puede ser un Pasillas?

Sacristán "¡Ahora lo veredes!", dijo Agrajes.


Éntrase el sacristán.


Soldado ¡Oh, mujeres, mujeres, todas, o las más, mudables y antojadizas! ¿Dejas, Cristina, a esta flor, a este jardín de la soldadesca, y acomódaste con el muladar de un sotasacristán, pudiendo acomodarte con un sacristán entero, y aun con un canónigo? Pero yo procuraré que te entre en mal provecho, si puedo, aguando tu gusto, con ojear desta calle y de tu puerta los que imaginare que por alguna vía pueden ser tus amantes; y así vendré a alcanzar nombre de la guarda cuidadosa.


Entra un mozo con su caja y ropa verde, como estos que piden limosna para alguna imagen.


Mozo Den, por Dios, para la lámpara del aceite de Señora Santa Lucía, que les guarde la vista de los ojos. ¡Ah de casa! ¿Dan la limosna?

Soldado Hola, amigo Santa Lucía, venid acá. ¿Qué es lo que queréis en esa casa?

Mozo ¿Ya vuesa merced no lo ve? Limosna para la lámpara del aceite de Señora Santa Lucía.

Soldado ¿Pedís para la lámpara o para el aceite de la lámpara? Que, como decís limosna para la lámpara del aceite, parece que la lámpara es del aceite, y no el aceite de la lámpara.

Mozo Ya todos entienden que pido para aceite de la lámpara, y no para la lámpara del aceite.

Soldado ¿Y suelenos dar limosna en esta casa?

Mozo Cada día dos maravedís.

Soldado ¿Y quién sale a dároslos?

Mozo Quien se halla más a mano; aunque las más veces sale una fregoncita que se llama Cristina, bonita como un oro.

Soldado Así que ¿es la fregoncita bonita como un oro?

Mozo ¡Y como unas pelras!

Soldado ¿De modo que no os parece mal a vos la muchacha?

Mozo Pues, aunque yo fuera hecho de leño, no pudiera parecerme mal.

Soldado ¿Cómo os llamáis? Que no querría volveros a llamar Santa Lucía.

Mozo Yo, señor, Andrés me llamo.

Soldado Pues, señor Andrés, esté en lo que quiero decirle: tome este cuarto de a ocho, y haga cuenta que va pagado por cuatro días de la limosna que le dan en esta casa y suele recebir por mano de Cristina; y váyase con Dios, y séale aviso que por cuatro días no vuelva a llegar a esta puerta ni por lumbre, que le romperé las costillas a coces.

Mozo Ni aun volveré en este mes, si es que me acuerdo. No tome vuesa merced pesadumbre, que ya me voy.


Vase.


Soldado ¡No, sino dormíos, guarda cuidadosa!


Entra otro mozo, vendiendo y pregonando tranzaderas, holanda de Cambray, randas de Flandes y hilo portugués.


Uno ¿Compran tranzaderas, randas de Flandes, holanda, cambray, hilo portugués?


Cristina, a la ventana.


Cristina Hola, Manuel: ¿traéis vivos para unas camisas?

Uno Sí traigo, y muy buenos.

Cristina Pues entra, que mi señora los ha menester.

Soldado ¡Oh estrella de mi perdición, antes que norte de mi esperanza! Tranzaderas, o como os llamáis, ¿conocéis aquella doncella que os llamó desde la ventana?

Uno Sí conozco; pero, ¿por qué me lo pregunta vuesa merced?

Soldado ¿No tiene muy buen rostro y muy buena gracia?

Uno A mí así me lo parece.

Soldado Pues también me parece a mí que no entre dentro desa casa; si no, ¡por Dios, [que he] de molelle los huesos, sin dejarle ninguno sano!

Uno Pues, ¿no puedo yo entrar adonde me llaman para comprar mi mercadería?

Soldado ¡Vaya, no me replique, que haré lo que digo, y luego!

Uno ¡Terrible caso! Pasito, señor soldado, que ya me voy.


Vase Manuel.

Cristina, a la ventana.


Cristina ¿No entras, Manuel?

Soldado Ya se fue Manuel, señora la de los vivos, y aun señora la de los muertos, porque a muertos y a vivos tienes debajo de tu mando y señorío.

Cristina ¡Jesús, y qué enfadoso animal! ¿Qué quieres en esta calle y en esta puerta?


Éntrase Cristina.


Soldado Encubrióse y púsose mi sol detrás de las nubes.


Entra un zapatero con unas chinelas pequeñas nuevas en la mano, y, yendo a entrar en casa de Cristina, detiénele el soldado.


Soldado Señor bueno, ¿busca vuesa merced algo en esta casa?

Zapatero Sí busco.

Soldado ¿Y a quién, si fuere posible saberlo?

Zapatero ¿Por qué no? Busco a una fregona que está en esta casa, para darle estas chinelas que me mandó hacer.

Soldado ¿De manera que vuesa merced es su zapatero?

Zapatero Muchas veces la he calzado.

Soldado ¿Y hale de calzar ahora estas chinelas?

Zapatero No será menester; si fueran zapatillos de hombre, como ella los suele traer, sí calzara.

Soldado ¿Y éstas, están pagadas, o no?

Zapatero No están pagadas; que ella me las ha de pagar agora.

Soldado ¿No me haría vuesa merced una merced, que sería para mí muy grande, y es que me fiase estas chinelas, dándole yo prendas que lo valiesen, hasta desde aquí a dos días, que espero tener dineros en abundancia?

Zapatero Sí haré, por cierto: venga la prenda, que, como soy pobre oficial, no puedo fiar a nadie.

Soldado Yo le daré a vuesa merced un mondadientes, que le estimo en mucho, y no le dejaré por un escudo. ¿Dónde tiene vuesa merced la tienda, para que vaya a quitarle?

Zapatero En la calle Mayor, en un poste de aquellos, y llámome Juan Juncos.

Soldado Pues, señor Juan Juncos, el mondadientes es éste, y estímele vuesa merced en mucho, porque es mío.

Zapatero Pues, ¿una biznaga, que apenas vale dos maravedís, quiere vuesa merced que estime en mucho?

Soldado ¡Oh, pecador de mí! No la doy yo sino para recuerdo de mí mismo; porque, cuando vaya a echar mano a la faldriquera y no halle la biznaga, me venga a la memoria que la tiene vuesa merced y vaya luego a quitalla; sí, a fe de soldado, que no la doy por otra cosa; pero, si no está contento con ella, añadiré esta banda y este antojo; que al buen pagador no le duelen prendas.

Zapatero Aunque zapatero, no soy tan descortés que tengo de despojar a vuesa merced de sus joyas y preseas; vuesa merced se quede con ellas, que yo me quedaré con mis chinelas, que es lo que me está más a cuento.

Soldado ¿Cuántos puntos tienen?

Zapatero Cinco escasos.

Soldado Más escaso soy yo, chinelas de mis entrañas, pues no tengo seis reales para pagaros; ¡chinelas de mis entrañas! Escuche vuesa merced, señor zapatero, que quiero glosar aquí de repente este verso, que me ha salido medido:


Chinelas de mis entrañas.


Zapatero ¿Es poeta vuesa merced?

Soldado Famoso, y agora lo verá; estéme atento.


Chinelas de mis entrañas.


Glosa

Es Amor tan gran tirano,

que, olvidado de la fe

que le guardo siempre en vano,

hoy, con la funda de un pie,

da a mi esperanza de mano.

Éstas son vuestras hazañas,

fundas pequeñas y hurañas;

que ya mi alma imagina

que sois, por ser de Cristina,

chinelas de mis entrañas.


Zapatero A mí poco se me entiende de trovas; pero éstas me han sonado tan bien, que me parecen de Lope, como lo son todas las cosas que son o parecen buenas.

Soldado Pues, señor, ya que no lleva remedio de fiarme estas chinelas, que no fuera mucho, y más sobre tan dulces prendas, por mi mal halladas, llévelo, a lo menos, de que vuesa merced me las guarde hasta desde aquí a dos días, que yo vaya por ellas; y por ahora, digo, por esta vez, el señor zapatero no ha de ver ni hablar a Cristina.

Zapatero Yo haré lo que me manda el señor soldado, porque se me trasluce de qué pies cojea, que son dos: el de la necesidad y el de los celos.

Soldado Ése no es ingenio de zapatero, sino de colegial trilingüe.

Zapatero ¡Oh, celos, celos, cuán mejor os llamaran duelos, duelos!


Éntrase el zapatero.


Soldado No, sino no seáis guarda, y guarda cuidadosa, y veréis cómo se os entra[n] mosquitos en la cueva donde está el licor de vuestro contento. Pero, ¿qué voz es ésta? Sin duda es la de mi Cristina, que se desenfada cantando, cuando barre o friega.


Suenan dentro platos, como que friegan, y cantan:


Sacristán de mi vida,

tenme por tuya,

y, fiado en mi fe,

canta alleluya.


Soldado ¡Oídos que tal oyen! Sin duda e[l] sacristán debe de ser el brinco de su alma. ¡Oh platera, la más limpia que tiene, tuvo o tendrá el calendario de las fregonas! ¿Por qué, así como limpias esa loza talaveril que traes entre las manos, y la vuelves en bruñida y tersa plata, no limpias esa alma de pensamientos bajos y sotasacristaniles?


Entra el amo de Cristina.


Amo Galán, ¿qué quiere o qué busca a esta puerta?

Soldado Quiero más de lo que sería bueno, y busco lo que no hallo; pero, ¿quién es vuesa merced que me lo pregunta?

Amo Soy el dueño desta casa.

Soldado ¿El amo de Cristinica?

Amo El mismo.

Soldado Pues lléguese vuesa merced a esta parte, y tome este envoltorio de papeles; y advierta que ahí dentro van las informaciones de mis servicios, con veinte y dos fees de veinte y dos generales, debajo de cuyos estandartes he servido, amén de otras treinta y cuatro de otros tantos maestres de campo, que se han dignado de honrarme con ellas.

Amo Pues no ha habido, a lo que yo alcanzo, tantos generales ni maestres de campo de infantería española de cien años a esta parte.

Soldado Vuesa merced es hombre pacífico, y no está obligado a entendérsele mucho de las cosas de la guerra; pase los ojos por esos papeles, y verá en ellos, unos sobre otros, todos los generales y maestres de campo que he dicho.

Amo Yo los doy por pasados y vistos; pero, ¿de qué sirve darme cuenta desto?

Soldado De que hallará vuesa merced por ellos ser posible ser verdad una que agora diré, y es que estoy consultado en uno de tres castillos y plazas, que están vacas en el reino de Nápoles; conviene a saber: Gaeta, Barleta y Rijobes.

Amo Hasta agora, ninguna cosa me importa a mí estas relaciones que vuesa merced me da.

Soldado Pues, yo sé que le han de importar, siendo Dios servido.

Amo ¿En qué manera?

Soldado En que, por fuerza, si no se cae el cielo, tengo de salir proveído en una destas plazas, y quiero casarme agora con Cristinica; y, siendo yo su marido, puede vuesa merced hacer de mi persona y de mi mucha hacienda como de cosa propria; que no tengo de mostrarme desagradecido a la crianza que vuesa merced ha hecho a mi querida y amada consorte.

Amo Vuesa merced lo ha de los cascos más que de otra parte.

Soldado Pues, ¿sabe cuánto le va, señor dulce? Que me la ha de entregar luego luego, o no ha de atravesar los umbrales de su casa.

Amo ¿Hay tal disparate? ¿Y quién ha de ser bastante para quitarme que no entre en mi casa?


Vuelve el sotasacristán Pasillas, armado con un tapador de tinaja y una espada muy mohosa; viene con él otro sacristán, con un morrión y una vara o palo, atado a él un rabo de zorra.


Sacristán ¡Ea, amigo Grajales, que éste es el turbador de mi sosiego!

Grajales No me pesa sino que traigo las armas endebles y algo tiernas; que ya le hubiera despachado al otro mundo a toda diligencia.

Amo ¡Ténganse, gentiles hombres! ¿Qué desmán y qué acecinamiento es éste?

Soldado ¡Ladrones! ¿A traición y en cuadrilla? Sacristanes falsos, voto a tal que os tengo de horadar, aunque tengáis más órdenes que un ceremonial. Cobarde, ¿a mí con rabo de zorra? ¿Es notarme de borracho, o piensas que estás quitando el polvo a alguna imagen de bulto?

Grajales No pienso sino que estoy ojeando los mosquitos de una tinaja de vino.


A la ventana Cristina y su ama.


Cristina ¡Señora, señora, que matan a mi señor! Más de dos mil espadas están sobre él, que relumbran que me quitan la vista.

Ella Dices verdad, hija mía; ¡Dios sea con él! ¡Santa Úrsola, con las once mil vírgines, sea en su guarda! Ven, Cristina, y bajemos a socorrerle como mejor pudiéremos.

Amo Por vida de vuesas mercedes, caballeros, que se tengan, y miren que no es bien usar de superchería con nadie.

Soldado ¡Tente, rabo, y tente, tapadorcillo; no acabéis de despertar mi cólera, que, si la acabo de despertar, os mataré, y os comeré, y os arrojaré por la puerta falsa dos leguas más allá del infierno!

Amo ¡Ténganse, digo; si no, por Dios que me descomponga de modo que pese a alguno!

Soldado Por mí, tenido soy; que te tengo respeto, por la imagen que tienes en tu casa.

Sacristán Pues, aunque esa imagen haga milagros, no os ha de valer esta vez.

Soldado ¿Han visto la desvergüenza deste bellaco, que me viene a hacer cocos con un rabo de zorra, no habiéndome espantado ni atemorizado tiros mayores que el de Dio, que está en Lisboa?


Entran Cristina y su señora.


Ella ¡Ay, marido mío! ¿Estáis, por desgracia, herido, bien de mi alma?

Cristina ¡Ay desdichada de mí! Por el siglo de mi padre, que son los de la pendencia mi sacristán y mi soldado.


Soldado Aun bien que voy a la parte con el sacristán; que también dijo: "mi soldado".

Amo No estoy herido, señora, pero sabed que toda esta pendencia es por Cristinica.

Ella ¿Cómo por Cristinica?

Amo A lo que yo entiendo, estos galanes andan celosos por ella.

Ella Y ¿es esto verdad, muchacha?

Cristina Sí, señora.

Ella ¡Mirad con qué poca vergüenza lo dices! Y ¿hate deshonrado alguno dellos?

Cristina Sí, señora.

Ella ¿Cuál?

Cristina El sacristán me deshonró el otro día, cuando fui al Rastro.

Ella ¿Cuántas veces os he dicho yo, señor, que no saliese esta muchacha fuera de casa; que ya era grande, y no convenía apartarla de nuestra vista? ¿Qué dirá ahora su padre, que nos la entregó limpia de polvo y de paja? Y ¿dónde te llevó, traidora, para deshonrarte?

Cristina A ninguna parte, sino allí, en mitad de la calle.

Ella ¿Cómo en mitad de la calle?

Cristina Allí, en mitad de la calle de Toledo, a vista de Dios y de todo el mundo, me llamó de sucia y de deshonesta, de poca vergüenza y menos miramiento, y otros muchos baldones deste jaez; y todo por estar celoso de aquel soldado.

Amo Luego, ¿no ha pasado otra cosa entre ti ni él, sino esa deshonra que en la calle te hizo?

Cristina No, por cierto, porque luego se le pasa la cólera.

Ella El alma se me ha vuelto al cuerpo, que le tenía ya casi desamparado.

Cristina Y más, que todo cuanto me dijo fue confiado en esta cédula que me ha dado de ser mi esposo, que la tengo guardada como oro en paño.

Amo Muestra, veamos.

Ella Leedla alto, marido.

Amo Así dice:


Digo yo, Lorenzo Pasillas, sotasacristán desta parroquia, que quiero bien, y muy bien, a la señora Cristina de Parraces; y en fee desta verdad, le di ésta, firmada de mi nombre, fecha en Madrid, en el cimenterio de San Andrés, a seis de mayo deste presente año de mil y seiscientos y once. Testigos: mi corazón, mi entendimiento, mi voluntad y mi memoria.

Lorenzo Pasillas.


¡Gentil manera de cédula de matrimonio!

Sacristán Debajo de decir que la quiero bien, se incluye todo aquello que ella quisiere que yo haga por ella; porque, quien da la voluntad, lo da todo.

Amo Luego, si ella quisiese, ¿bien os casaríades con ella?

Sacristán De bonísima gana, aunque perdiese la espectativa de tres mil maravedís de renta que ha de fundar agora sobre mi cabeza una agüela mía, según me han escrito de mi tierra.

Soldado Si voluntades se toman en cuenta, treinta y nueve días hace hoy que, al entrar de la Puente Segoviana, di yo a Cristina la mía, con todos los anejos a mis tres potencias; y, si ella quisiere ser mi esposa, algo irá a decir de ser castellano de un famoso castillo, a un sacristán no entero, sino medio, y aun de la mitad le debe de faltar algo.

Amo ¿Tienes deseo de casarte, Cristinica?

Cristina Sí tengo.

Amo Pues escoge, destos dos que se te ofrecen, el que más te agradare.

Cristina Tengo vergüenza.

Ella No la tengas; porque el comer y el casar ha de ser a gusto proprio, y no a voluntad ajena.

Cristina Vuesas mercedes, que me han criado, me darán marido como me convenga; aunque todavía quisiera escoger.

Soldado Niña, échame el ojo; mira mi garbo; soldado soy, castellano pienso ser; brío tengo de corazón; soy el más galán hombre del mundo; y, por el hilo deste vestidillo, podrás sacar el ovillo de mi gentileza.

Sacristán Cristina, yo soy músico, aunque de campanas; para adornar una tumba y colgar una iglesia para fiestas solenes, ningún sacristán me puede llevar ventaja; y estos oficios bien los puedo ejercitar casado, y ganar de comer como un príncipe.

Amo Ahora bien, muchacha, escoge de los dos el que te agrada; que yo gusto dello, y con esto pondrás paz entre dos tan fuertes competidores.

Soldado Yo me allano.

Sacristán Y yo me rindo.

Cristina Pues escojo al sacristán.


Han entrado los músicos.


Amo Pues llamen esos oficiales de mi vecino el barbero, para que con sus guitarras y voces nos entremos a celebrar el desposorio, cantando y bailando; y el señor soldado será mi convidado.

Soldado Acepto:


Que, donde hay fuerza de hecho,

se pierde cualquier derecho.


Músico Pues hemos llegado a tiempo, éste será el estribillo de nuestra letra.


Cantan el estribillo


[Soldado] Siempre escogen las mujeres

aquello que vale menos,

porque excede su mal gusto

a cualquier merecimiento.

Ya no se estima el valor,

porque se estima el dinero,

pues un sacristán prefieren

a un roto soldado lego.

Mas no es mucho, que ¿quién vio

que fue su voto tan necio,

que a sagrado se acogiese,

que es de delincuentes puerto?

Que a donde hay fuerza, &c.


[Sacristán] Como es proprio de un soldado,

que es sólo en los años viejo,

y se halla sin un cuarto

porque ha dejado su tercio,

imaginar que ser puede

pretendiente de Gaiferos,

conquistando por lo bravo

lo que yo por manso adquiero,

no me afrentan tus razones,

pues has perdido en el juego;

que siempre un picado tiene

licencia para hacer fieros.

Que a donde, &c.


Éntranse cantando y bailando.








*****

ENTREMÉS

DEL

VIZCAÍNO FINGIDO




Entran Solórzano y Quiñones.


Solórzano Éstas son las bolsas, y, a lo que parecen, son bien parecidas; y las cadenas que van dentro, ni más ni menos. No hay sino que vos acudáis con mi intento; que, a pesar de la taimería desta sevillana, ha de quedar esta vez burlada.

Quiñones ¿Tanta honra se adquiere, o tanta habilidad se muestra en engañar a una mujer, que lo tomáis con tanto ahínco y ponéis tanta solicitud en ello?

Solórzano Cuando las mujeres son como éstas, es gusto el burlallas; cuanto más, que esta burla no ha de pasar de los tejados arriba; quiero decir, que ni ha de ser con ofensa de Dios ni con daño de la burlada; que no son burlas las que redundan en desprecio ajeno.

Quiñones Alto; pues vos lo queréis, sea así; digo que yo os ayudaré en todo cuanto me habéis dicho, y sabré fingir tan bien como vos, que no lo puedo más encarecer. ¿Adónde vais agora?

Solórzano Derecho en casa de la ninfa; y vos no salgáis de casa, que yo os llamaré a su tiempo.

Quiñones Allí estaré clavado, esperando.


Éntranse los dos.

Salen Doña Cristina y Doña Brígida; Cristina sin manto, y Brígida con él, toda asustada y turbada.


Cristina ¡Jesús! ¿Qué es lo que traes, amiga doña Brígida, que parece que quieres dar el alma a su Hacedor?

Brígida Doña Cristina, amiga, hazme aire, rocíame con un poco de agua este rostro, que me muero, que me fino, que se me arranca el alma. ¡Dios sea conmigo! ¡Confesión a toda priesa!

Cristina ¿Qué es esto? ¡Desdichada de mí! ¿No me dirás, amiga, lo que te ha sucedido? ¿Has visto alguna mala visión? ¿Hante dado alguna mala nueva de que es muerta tu madre, o de que viene tu marido, o hante robado tus joyas?

Brígida Ni he visto visión alguna, ni se ha muerto mi madre, ni viene mi marido, que aún le faltan tres meses para acabar el negocio donde fue, ni me han robado mis joyas; pero hame sucedido otra cosa peor.

Cristina Acaba; dímela, doña Brígida mía; que me tienes turbada y suspensa hasta saberla.

Brígida ¡Ay, querida! Que también te toca a ti parte deste mal suceso. Límpiame este rostro, que él y todo el cuerpo tengo bañado en sudor más frío que la nieve. ¡Desdichadas de aquéllas que andan en la vida libre, que, si quieren tener algún poquito de autoridad, granjeada de aquí o de allí, se la dejarretan y se la quitan al mejor tiempo!

Cristina Acaba, por tu vida, amiga, y dime lo que te ha sucedido, y qué es la desgracia de quien yo también tengo de tener parte.

Brígida ¡Y cómo si tendrás parte! Y mucha, si eres discreta, como lo eres. Has de saber, hermana, que, viniendo agora a verte, al pasar por la puerta de Guadalajara, oí que, en medio de infinita justicia y gente, estaba un pregonero pregonando que quitaban los coches, y que las mujeres descubriesen los rostros por las calles.

Cristina Y ¿ésa es la mala nueva?

Brígida Pues para nosotras, ¿puede ser peor en el mundo?

Cristina Yo creo, hermana, que debe de ser alguna reformación de los coches: que no es posible que los quiten de todo punto; y será cosa muy acertada, porque, según he oído decir, andaba muy de caída la caballería en España, porque se empanaban diez o doce caballeros mozos en un coche, y azotaban las calles de noche y de día, sin acordárseles que había caballos y jineta en el mundo; y, como les falte la comodidad de las galeras de la tierra, que son los coches, volverán al ejercicio de la caballería, con quien sus antepasados se honraron.

Brígida ¡Ay, Cristina de mi alma! Que también oí decir que, aunque dejan algunos, es con condición que no se presten, ni que en ellos ande ninguna...; ya me entiendes.

Cristina Ese mal nos hagan; porque has de saber, hermana, que está en opinión, entre los que siguen la guerra, cuál es mejor, la caballería o la infantería; y hase averiguado que la infantería española lleva la gala a todas las naciones; y agora podremos las alegres mostrar a pie nuestra gallardía, nuestro garbo y nuestra bizarría, y más, yendo descubiertos los rostros, quitando la ocasión de que ninguno se llame a engaño si nos sirviese, pues nos ha visto.

Brígida ¡Ay Cristina! No me digas eso, que linda cosa era ir sentada en la popa de un coche, llenándola de parte a parte, dando rostro a quien y como y cuando quería. Y, en Dios y en mi ánima, te digo que, cuando alguna vez me le prestaban, y me vía sentada en él con aquella autoridad, que me desvanecía tanto, que creía bien y verdaderamente que era mujer principal, y que más de cuatro señoras de título pudieran ser mis criadas.

Cristina ¿Veis, doña Brígida, cómo tengo yo razón en decir que ha sido bien quitar los coches, siquiera por quitarnos a nosotras el pecado de la vanagloria? Y más, que no era bien que un coche igualase a las no tales con las tales; pues, viendo los ojos estranjeros a una persona en un coche, pomposa por galas, reluciente por joyas, echaría a perder la cortesía, haciéndosela a ella como si fuera a una principal señora. Así que, amiga, no debes congojarte, sino acomoda tu brío y tu limpieza, y tu manto de soplillo sevillano, y tus nuevos chapines, en todo caso, con las virillas de plata, y déjate ir por esas calles; que yo te aseguro que no falten moscas a tan buena miel, si quisieres dejar que a ti se lleguen; que engaño en más va que en besarla durmiendo.

Brígida Dios te lo pague, amiga, que me has consolado con tus advertimientos y consejos; y en verdad que los pienso poner en prática, y pulirme y repulirme, y dar rostro a pie, y pisar el polvico atán menudico, pues no tengo quien me corte la cabeza; que este que piensan que es mi marido, no lo es, aunque me ha dado la palabra de serlo.

Cristina ¡Jesús! ¿Tan a la sorda y sin llamar se entra en mi casa, señor? ¿Qué es lo que vuesa merced manda?


Entra Solórzano.


Solórzano Vuesa merced perdone el atrevimiento, que la ocasión hace al ladrón: hallé la puerta abierta y entréme, dándome ánimo al entrarme venir a servir a vuesa merced, y no con palabras, sino con obras; y, si es que puedo hablar delante desta señora, diré a lo que vengo, y la intención que traigo.

Cristina De la buena presencia de vuesa merced no se puede esperar sino que han de ser buenas sus palabras y sus obras. Diga vuesa merced lo que quisiere, que la señora doña Brígida es tan mi amiga, que es otra yo misma.

Solórzano Con ese seguro y con esa licencia, hablaré con verdad; y con verdad, señora, soy un cortesano a quien vuesa merced no conoce.

Cristina Así es la verdad.

Solórzano Y ha muchos días que deseo servir a vuesa merced, obligado a ello de su hermosura, buenas partes y mejor término; pero estrechezas, que no faltan, han sido freno a las obras hasta agora, que la suerte ha querido que de Vizcaya me enviase un grande amigo mío a un hijo suyo, vizcaíno, muy galán, para que yo le lleve a Salamanca y le ponga de mi mano en compañía que le honre y le enseñe. Porque, para decir la verdad a vuesa merced, él es un poco burro, y tiene algo de mentecapto; y añádesele a esto una tacha, que es lástima decirla, cuanto más tenerla, y es que se toma algún tanto, un si es no es, del vino, pero no de manera que de todo en todo pierda el juicio, puesto que se le turba; y, cuando está asomado, y aun casi todo el cuerpo fuera de la ventana, es cosa maravillosa su alegría y su liberalidad: da todo cuanto tiene a quien se lo pide y a quien no se lo pide; y yo querría que, ya que el diablo se ha de llevar cuanto tiene, aprovecharme de alguna cosa, y no he hallado mejor medio que traerle a casa de vuesa merced, porque es muy amigo de damas, y aquí le desollaremos cerrado como a gato. Y, para principio, traigo aquí a vuesa merced esta cadena en este bolsillo, que pesa ciento y veinte escudos de oro, la cual tomará vuesa merced, y me dará diez escudos agora, que yo he menester para ciertas cosillas, y gastará otros veinte en una cena esta noche, que vendrá acá nuestro burro o nuestro búfalo, que le llevo yo por el naso, como dicen; y, a dos idas y venidas, se quedará vuesa merced con toda la cadena, que yo no quiero más de los diez escudos de ahora. La cadena es bonísima, y de muy buen oro, y vale algo de hechura. Hela aquí; vuesa merced la tome.

Cristina Beso a vuesa merced las manos por la que me ha hecho en acordarse de mí en tan provechosa ocasión; pero, si he de decir lo que siento, tanta liberalidad me tiene algo confusa y algún tanto sospechosa.

Solórzano Pues, ¿de qué es la sospecha, señora mía?

Cristina De que podrá ser esta cadena de alquimia; que se suele decir que no es oro todo lo que reluce.

Solórzano Vuesa merced habla discretísimamente; y no en balde tiene vuesa merced fama de la más discreta dama de la corte; y hame dado mucho gusto el ver cuán sin melindres ni rodeos me ha descubierto su corazón; pero para todo hay remedio, si no es para la muerte. Vuesa merced se cubra su manto, o envíe si tiene de quién fiarse, y vaya a la platería, y en el contraste se pese y toque esa cadena; y cuando fuera fina y de la bondad que yo he dicho, entonces vuesa merced me dará los diez escudos, harále una regalaria al borrico, y se quedará con ella.

Cristina Aquí, pared y medio, tengo yo un platero, mi conocido, que con facilidad me sacará de duda.

Solórzano Eso es lo que yo quiero, y lo que amo y lo que estimo; que las cosas claras Dios las bendijo.

Cristina Si es que vuesa merced se atreve a fiarme esta cadena, en tanto que me satisfago, de aquí a un poco podrá venir, que yo tendré los diez escudos en oro.

Solórzano ¡Bueno es eso! Fío mi honra de vuesa merced, ¿y no le había de fiar la cadena? Vuesa merced la haga tocar y retocar, que yo me voy, y volveré de aquí a media hora.

Cristina Y aun antes, si es que mi vecino está en casa.


Éntrase Solórzano.


Brígida Ésta, Cristina amiga, no sólo es ventura, sino venturón llovido. ¡Desdichada de mí, y qué desgraciada que soy, que nunca topo quien me dé un jarro de agua sin que me cueste mi trabajo primero! Sólo me encontré el otro día en la calle a un poeta, que de bonísima voluntad y con mucha cortesía me dio un soneto de la historia de Píramo y Tisbe, y me ofreció trecientos en mi alabanza.

Cristina Mejor fuera que te hubieras encontrado con un ginovés que te diera trecientos reales.

Brígida ¡Sí, por cierto! ¡Ahí están los ginoveses de manifiesto y para venirse a la mano, como halcones al señuelo! Andan todos malencónicos y tristes con el decreto.

Cristina Mira, Brígida, desto quiero que estés cierta: que más vale un ginovés quebrado que cuatro poetas enteros. Mas, ¡ay!, el viento corre en popa; mi platero es éste. Y ¿qué quiere mi buen vecino? Que a fe que me ha quitado el manto de los hombros, que ya me le quería cubrir para buscarle.


Entra el Platero.


Platero Señora doña Cristina, vuesa merced me ha de hacer una merced: de hacer todas sus fuerzas por llevar mañana a mi mujer a la comedia, que me conviene y me importa quedar mañana en la tarde libre de tener quien me siga y me persiga.

Cristina Eso haré yo de muy buena gana; y aun, si el señor vecino quiere mi casa y cuanto hay en ella, aquí la hallará sola y desembarazada; que bien sé en qué caen estos negocios.

Platero No, señora; entretener a mi mujer me basta. Pero, ¿qué quería vuesa merced de mí, que quería ir a buscarme?

Cristina No más, sino que me diga el señor vecino qué pesará esta cadena, y si es fina, y de qué quilates.

Platero Esta cadena he tenido yo en mis manos muchas veces, y sé que pesa ciento y cincuenta escudos de oro de a veinte y dos quilates; y que si vuesa merced la compra y se la dan sin hechura, no perderá nada en ella.

Cristina Alguna hechura me ha de costar, pero no mucha.

Platero Mire cómo la concierta la señora vecina, que yo le haré dar, cuando se quisiere deshacer della, diez ducados de hechura.

Cristina Menos me ha de costar, si yo puedo; pero mire el vecino no se engañe en lo que dice de la fineza del oro y cantidad del peso.

Platero ¡Bueno sería que yo me engañase en mi oficio! Digo, señora, que dos veces la he tocado eslabón por eslabón, y la he pesado, y la conozco como a mis manos.

Brígida Con eso nos contentamos.

Platero Y por más señas, sé que la ha llegado a pesar y a tocar un gentilhombre cortesano que se llama Tal de Solórzano.

Cristina Basta, señor vecino; vaya con Dios, que yo haré lo que me deja mandado: yo la llevaré y entretendré dos horas más, si fuere menester; que bien sé que no podrá dañar una hora más de entretenimiento.

Platero Con vuesa merced me entierren, que sabe de todo; y a Dios, señora mía.


Éntrase el platero.


Brígida ¿No haríamos con este cortesano Solórzano, que así se debe llamar sin duda, que trujese con el vizcaíno para mí alguna ayuda de costa, aunque fuese de algún borgoñón más borracho que un zaque?

Cristina Por decírselo no quedará; pero vesle, aquí vuelve; priesa trae, diligente anda; sus diez escudos le aguijan y espolean.


Entra Solórzano.


Solórzano Pues, señora doña Cristina, ¿ha hecho vuesa merced sus diligencias? ¿Está acreditada la cadena?

Cristina ¿Cómo es el nombre de vuesa merced, por su vida?

Solórzano Don Esteban de Solórzano me suelen llamar en mi casa; pero, ¿por qué me lo pregunta vuesa merced?

Cristina Por acabar de echar el sello a su mucha verdad y cortesía. Entretenga vuesa merced un poco a la señora doña Brígida, en tanto que entro por los diez escudos.


Éntrase Cristina.


Brígida Señor don Solórzano, ¿no tendrá vuesa merced por ahí algún mondadientes para mí? Que en verdad no soy para desechar, y que tengo yo tan buenas entradas y salidas en mi casa como la señora doña Cristina; que, a no temer que nos oyera alguna, le dijera yo al señor Solórzano más de cuatro tachas suyas: que sepa que tiene las tetas como dos alforjas vacías, y que no le huele muy bien el aliento, porque se afeita mucho; y, con todo eso, la buscan, solicitan y quieren; que estoy por arañarme esta cara, más de rabia que de envidia, porque no hay quien me dé la mano, entre tantos que me dan del pie; en fin, la ventura de las feas...

Solórzano No se desespere vuesa merced, que, si yo vivo, otro gallo cantará en su gallinero.


Vuelve a entrar Cristina.


Cristina He aquí, señor don Esteban, los diez escudos, y la cena se aderezará esta noche como para un príncipe.

Solórzano Pues nuestro burro está a la puerta de la calle, quiero ir por él; vuesa merced me le acaricie, aunque sea como quien toma una píldora.


Vase Solórzano.


Brígida Ya le dije, amiga, que trujese quien me regalase a mí, y dijo que sí haría, andando el tiempo.

Cristina Andando el tiempo en nosotras, no hay quien nos regale; amiga, los pocos años traen la mucha ganancia, y los muchos la mucha pérdida.

Brígida También le dije cómo vas muy limpia, muy linda y muy agraciada; y que toda eras ámbar, almizcle y algalia entre algodones.

Cristina Ya yo sé, amiga, que tienes muy buenas ausencias.

Brígida [Aparte] Mirad quién tiene amartelados; que vale más la suela de mi botín que las arandelas de su cuello; otra vez vuelvo a decir: la ventura de las feas...


Entran Quiñones y Solórzano.


Quiñones Vizcaíno, manos bésame vuesa merced, que mándeme.

Solórzano Dice el señor vizcaíno que besa las manos de vuesa merced y que le mande.

Brígida ¡Ay, qué linda lengua! Yo no la entiendo a lo menos, pero paréceme muy linda.

Cristina Yo beso las del mi señor vizcaíno, y más adelante.

Vizcaíno Pareces buena, hermosa; también noche esta cenamos; cadena que das, duermas nunca, basta que doyla.

Solórzano Dice mi compañero que vuesa merced le parece buena y hermosa; que se apareje la cena; que él da la cadena, aunque no duerma acá, que basta que una vez la haya dado.

Brígida ¿Hay tal Alejandro en el mundo? ¡Venturón, venturón, y cien mil veces venturón!

Solórzano Si hay algún poco de conserva, y algún traguito del devoto para el señor vizcaíno, yo sé que nos valdrá por uno ciento.

Cristina ¡Y cómo si lo hay! Y yo entraré por ello, y se lo daré mejor que al Preste Juan de las Indias.


Éntrase Cristina.


Vizcaíno Dama que quedaste, tan buena como entraste.

Brígida ¿Qué ha dicho, señor Solórzano?

Solórzano Que la dama que se queda, que es vuesa merced, es tan buena como la que se ha entrado.

Brígida ¡Y cómo que está en lo cierto el señor vizcaíno! A fe que en este parecer que no es nada burro.

Vizcaíno Burro el diablo; vizcaíno ingenio queréis cuando tenerlo.

Brígida Ya le entiendo: que dice que el diablo es el burro, y que los vizcaínos, cuando quieren tener ingenio, le tienen.

Solórzano Así es, sin faltar un punto.


Vuelve a salir Cristina con un criado o criada, que traen una caja de conserva, una garrafa con vino, su cuchillo y servilleta.


Cristina Bien puede comer el señor vizcaíno, y sin asco; que todo cuanto hay en esta casa es la quintaesencia de la limpieza.

Quiñones Dulce conmigo, vino y agua llamas bueno; santo le muestras, ésta le bebo y otra también.

Brígida ¡Ay, Dios, y con qué donaire lo dice el buen señor, aunque no le entiendo!

Solórzano Dice que, con lo dulce, también bebe vino como agua; y que este vino es de San Martín, y que beberá otra vez.

Cristina Y aun otras ciento: su boca puede ser medida.

Solórzano No le den más, que le hace mal, y ya se le va echando de ver; que le he yo dicho al señor Azcaray que no beba vino en ningún modo, y no aprovecha.

Quiñones Vamos, que vino que subes y bajas, lengua es grillos y corma es pies; tarde vuelvo, señora, Dios que te guárdate.

Solórzano ¡Miren lo que dice, y verán si tengo yo razón!

Cristina ¿Qué es lo que ha dicho, señor Solórzano?

Solórzano Que el vino es grillo de su lengua y corma de sus pies; que vendrá esta tarde, y que vuesas mercedes se queden con Dios.

Brígida ¡Ay, pecadora de mí, y cómo que se le turban los ojos y se trastraba la lengua! ¡Jesús, que ya va dando traspiés! ¡Pues monta que ha bebido mucho! La mayor lástima es ésta que he visto en mi vida; ¡miren qué mocedad y qué borrachera!

Solórzano Ya venía él refrendado de casa. Vuesa merced, señora Cristina, haga aderezar la cena, que yo le quiero llevar a dormir el vino, y seremos temprano esta tarde.


Éntranse el vizcaíno y Solórzano.


Cristina Todo estará como de molde; vayan vuesas mercedes en hora buena.

Brígida Amiga Cristina, muéstrame esa cadena, y déjame dar con ella dos filos al deseo. ¡Ay, qué linda, qué nueva, qué reluciente y qué barata! Digo, Cristina, que, sin saber cómo ni cómo no, llueven los bienes sobre ti, y se te entra la ventura por las puertas, sin solicitalla. En efeto, eres venturosa sobre las venturosas; pero todo lo merece tu desenfado, tu limpieza y tu magnífico término: hechizos bastantes a rendir las más descuidadas y esentas voluntades; y no como yo, que no soy para dar migas a un gato. Toma tu cadena, hermana, que estoy para reventar en lágrimas, y no de envidia que a ti te tengo, sino de lástima que me tengo a mí.


Vuelve a entrar Solórzano.


Solórzano ¡La mayor desgracia nos ha sucedido del mundo!

Brígida ¡Jesús! ¿Desgracia? ¿Y qué es, señor Solórzano?

Solórzano A la vuelta desta calle, yendo a la casa, encontramos con un criado del padre de nuestro vizcaíno, el cual trae cartas y nuevas de que su padre queda a punto de espirar, y le manda que al momento se parta, si quiere hallarle vivo. Trae dinero para la partida, que sin duda ha de ser luego; yo le he tomado diez escudos para vuesa merced, y velos aquí, con los diez que vuesa merced me dio denantes, y vuélvaseme la cadena; que, si el padre vive, el hijo volverá a darla, o yo no seré don Esteban de Solórzano.

Cristina En verdad, que a mí me pesa; y no por mi interés, sino por la desgracia del mancebo, que ya le había tomado afición.

Brígida Buenos son diez escudos ganados tan holgando; tómalos, amiga, y vuelve la cadena al señor Solórzano.

Cristina Vela aquí, y venga el dinero; que en verdad que pensaba gastar más de treinta en la cena.

Solórzano Señora Cristina, al perro viejo nunca tus tus; estas tretas, con los de las galleruzas, y con este perro a otro hueso.

Cristina ¿Para qué son tantos refranes, señor Solórzano?

Solórzano Para que entienda vuesa merced que la codicia rompe el saco. ¿Tan presto se desconfió de mi palabra, que quiso vuesa merced curarse en salud, y salir al lobo al camino, como la gansa de Cantipalos? Señora Cristina, señora Cristina, lo bien ganado se pierde, y lo malo, ello y su dueño. Venga mi cadena verdadera, y tómese vuesa merced su falsa, que no ha de haber conmigo transformaciones de Ovidio en tan pequeño espacio. ¡Oh hideputa, y qué bien que la amoldaron, y qué presto!

Cristina ¿Qué dice vuesa merced, señor mío, que no le entiendo?

Solórzano Digo que no es ésta la cadena que yo dejé a vuesa merced, aunque le parece: que ésta es de alquimia, y la otra es de oro de a veinte y dos quilates.

Brígida En mi ánima, que así lo dijo el vecino, que es platero.

Cristina ¿Aun el diablo sería eso?

Solórzano El diablo o la diabla, mi cadena venga, y dejémonos de voces, y escúsense juramentos y maldiciones.

Cristina El diablo me lleve, lo cual querría que no me llevase, si no es ésa la cadena que vuesa merced me dejó, y que no he tenido otra en mis manos: ¡justicia de Dios, si tal testimonio se me levantase!

Solórzano Que no hay para qué dar gritos; y más, estando ahí el señor Corregidor, que guarda su derecho a cada uno.

Cristina Si a las manos del Corregidor llega este negocio, yo me doy por condenada; que tiene de mí tan mal concepto, que ha de tener mi verdad por mentira y mi virtud por vicio. Señor mío, si yo he tenido otra cadena en mis manos, sino aquesta, de cáncer las vea yo comidas.


Entra un Alguacil.


Alguacil ¿Qué voces son éstas, qué gritos, qué lágrimas y qué maldiciones?

Solórzano Vuesa merced, señor alguacil, ha venido aquí como de molde. A esta señora del rumbo sevillano le empeñé una cadena, habrá una hora, en diez ducados, para cierto efecto; vuelvo agora a desempeñarla, y, en lugar de una que le di, que pesaba ciento y cincuenta ducados de oro de veinte y dos quilates, me vuelve ésta de alquimia, que no vale dos ducados; y quiere poner mi justicia a la venta de la Zarza, a voces y a gritos, sabiendo que será testigo desta verdad esta misma señora, ante quien ha pasado todo.

Brígida Y ¡cómo si ha pasado!, y aun repasado; y, en Dios y en mi ánima, que estoy por decir que este señor tiene razón; aunque no puedo imaginar dónde se pueda haber hecho el trueco, porque la cadena no ha salido de aquesta sala.

Solórzano La merced que el señor alguacil me ha de hacer es llevar a la señora al Corregidor; que allá nos averiguaremos.

Cristina Otra vez torno a decir que, si ante el Corregidor me lleva, me doy por condenada.

Brígida Sí, porque no estoy bien con sus huesos.

Cristina Desta vez me ahorco. Desta vez me desespero. Desta vez me chupan brujas.

Solórzano Ahora bien; yo quiero hacer una cosa por vuesa merced, señora Cristina, siquiera porque no la chupen brujas, o, por lo menos, se ahorque: esta cadena se parece mucho a la fina del vizcaíno; él es mentecapto y algo borrachuelo; yo se la quiero llevar, y darle a entender que es la suya, y vuesa merced contente aquí al señor alguacil; y gaste la cena desta noche, y sosiegue su espíritu, pues la pérdida no es mucha.

Cristina Págueselo a vuesa merced todo el cielo; al señor alguacil daré media docena de escudos, y en la cena gastaré uno, y quedaré por esclava perpetua del señor Solórzano.

Brígida Y yo me haré rajas bailando en la fiesta.

Alguacil Vuesa merced ha hecho como liberal y buen caballero, cuyo oficio ha de ser servir a las mujeres.

Solórzano Vengan los diez escudos que di demasiados.

Cristina Helos aquí, y más los seis para el señor alguacil.


Entran dos músicos, y Quiñones, el vizcaíno.


Músicos Todo lo hemos oído, y acá estamos.


Vizcaíno Ahora sí que puede decir a mi señora Cristina: mamóla una y cien mil veces.

Brígida ¿Han visto qué claro que habla el vizcaíno?

Vizcaíno Nunca hablo yo turbio, si no es cuando quiero.

Cristina ¡Que me maten si no me la han dado a tragar estos bellacos!

Quiñones Señores músicos, el romance que les di y que saben, ¿para qué se hizo?


Músicos La mujer más avisada,

o sabe poco, o no nada.

La mujer que más presume

de cortar como navaja

los vocablos repulgados,

entre las godeñas pláticas;

la que sabe de memoria,

a [L]ofraso y a Diana,

y al Caballero del Febo

con Olivante de Laura;

la que seis veces al mes

al gran Don Quijote pasa,

aunque más sepa de aquesto,

o sabe poco, o no nada.

La que se fía en su ingenio,

lleno de fingidas trazas,

fundadas en interés,

y en voluntades tiranas;

la que no sabe guardarse,

cual dicen, del agua mansa,

y se arroja a las corrientes

que ligeramente pasan;

la que piensa que ella sola

es el colmo de la nata

en esto del trato alegre,

o sabe poco, o no nada.


Cristina Ahora bien, yo quedo burlada, y, con todo esto, convido a vuesas mercedes para esta noche.

Quiñones Aceptamos el convite, y todo saldrá en la colada.







******


ENTREMÉS

DEL

RETABLO DE LAS MARAVILLAS




Salen Chanfalla y la Cherinos.


Chanfalla No se te pasen de la memoria, Chirinos, mis advertimientos, principalmente los que te he dado para este nuevo embuste, que ha de salir tan a luz como el pasado del Llovista.

Chirinos Chanfalla ilustre, lo que en mí fuere tenlo como de molde; que tanta memoria tengo como entendimiento, a quien se junta una voluntad de acertar a satisfacerte, que excede a las demás potencias. Pero dime: ¿de qué sirve este Rabelín que hemos tomado? Nosotros dos solos, ¿no pudiéramos salir con esta empresa?

Chanfalla Habíamosle menester como el pan de la boca, para tocar en los espacios que tardaren en salir las figuras del Retablo de las Maravillas.

Chirinos Maravilla será si no nos apedrean por solo el Rabelín; porque tan desventurada criaturilla no la he visto en todos los días de mi vida.


Entra el Rabelín.


Rabelín ¿Hase de hacer algo en este pueblo, señor autor? Que ya me muero porque vuesa merced vea que no me tomó a carga cerrada.

Chirinos Cuatro cuerpos de los vuestros no harán un tercio, cuanto más una carga; si no sois más gran músico que grande, medrados estamos.

Rabelín Ello dirá; que en verdad que me han escrito para entrar en una compañía de partes, por chico que soy.

Chanfalla Si os han de dar la parte a medida del cuerpo, casi será invisible.

»Chirinos, poco a poco, estamos ya en el pueblo, y éstos que aquí vienen deben de ser, como lo son sin duda, el Gobernador y los Alcaldes. Salgámosles al encuentro, y date un filo a la lengua en la piedra de la adulación; pero no despuntes de aguda.


Salen el Gobernador y Benito Repollo, alcalde, Juan Castrado, regidor, y Pedro Capacho, escribano.


»Beso a vuesas mercedes las manos: ¿quién de vuesas mercedes es el Gobernador deste pueblo?

Gobernador Yo soy el Gobernador; ¿qué es lo que queréis, buen hombre?

Chanfalla A tener yo dos onzas de entendimiento, hubiera echado de ver que esa peripatética y anchurosa presencia no podía ser de otro que del dignísimo Gobernador deste honrado pueblo; que, con venirlo a ser de las Algarrobillas, lo deseche vuesa merced.

Chirinos En vida de la señora y de los señoritos, si es que el señor Gobernador los tiene.

Capacho No es casado el señor Gobernador.

Chirinos Para cuando lo sea; que no se perderá nada.

Gobernador Y bien, ¿qué es lo que queréis, hombre honrado?

Chirinos Honrados días viva vuesa merced, que así nos honra; en fin, la encina da bellotas; el pero, peras; la parra, uvas, y el honrado, honra, sin poder hacer otra cosa.

Benito Sentencia ciceronianca, sin quitar ni poner un punto.

Capacho Ciceroniana quiso decir el señor alcalde Benito Repollo.

Benito Siempre quiero decir lo que es mejor, sino que las más veces no acierto; en fin, buen hombre, ¿qué queréis?

Chanfalla Yo, señores míos, soy Montiel, el que trae el Retablo de las maravillas. Hanme enviado a llamar de la Corte los señores cofrades de los hospitales, porque no hay autor de comedias en ella, y perecen los hospitales, y con mi ida se remediará todo.

Gobernador Y ¿qué quiere decir Retablo de las maravillas?

Chanfalla Por las maravillosas cosas que en él se enseñan y muestran, viene a ser llamado Retablo de las maravillas; el cual fabricó y compuso el sabio Tontonelo debajo de tales paralelos, rumbos, astros y estrellas, con tales puntos, caracteres y observaciones, que ninguno puede ver las cosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no sea habido y procreado de sus padres de legítimo matrimonio; y el que fuere contagiado destas dos tan usadas enfermedades, despídase de ver las cosas, jamás vistas ni oídas, de mi retablo.

Benito Ahora echo de ver que cada día se ven en el mundo cosas nuevas. Y ¿que se llamaba Tontonelo el sabio que el retablo compuso?

Chirinos Tontonelo se llamaba, nacido en la ciudad de Tontonela; hombre de quien hay fama que le llegaba la barba a la cintura.

Benito Por la mayor parte, los hombres de grandes barbas son sabiondos.

Gobernador Señor regidor Juan Castrado, yo determino, debajo de su buen parecer, que esta noche se despose la señora Teresa Castrada, su hija, de quien yo soy padrino, y, en regocijo de la fiesta, quiero que el señor Montiel muestre en vuestra casa su Retablo.

Juan Eso tengo yo por servir al señor Gobernador, con cuyo parecer me convengo, entablo y arrimo, aunque haya otra cosa en contrario.

Chirinos La cosa que hay en contrario es que, si no se nos paga primero nuestro trabajo, así verán las figuras como por el cerro de Úbeda. ¿Y vuesas mercedes, señores justicias, tienen conciencia y alma en esos cuerpos? ¡Bueno sería que entrase esta noche todo el pueblo en casa del señor Juan Castrado, o como es su gracia, y viese lo contenido en el tal Retablo, y mañana, cuando quisiésemos mostralle al pueblo, no hubiese ánima que le viese! No, señores; no, señores: ante omnia nos han de pagar lo que fuere justo.

Benito Señora autora, aquí no os ha de pagar ninguna Antona, ni ningún Antoño; el señor regidor Juan Castrado os pagará más que honradamente, y si no, el Concejo. ¡Bien conocéis el lugar, por cierto! Aquí, hermana, no aguardamos a que ninguna Antona pague por nosotros.

Capacho ¡Pecador de mí, señor Benito Repollo, y qué lejos da del blanco! No dice la señora autora que pague ninguna Antona, sino que le paguen adelantado y ante todas cosas, que eso quiere decir ante omnia.

Benito Mirad, escribano Pedro Capacho, haced vos que me hablen a derechas, que yo entenderé a pie llano; vos, que sois leído y escribido, podéis entender esas algarabías de allende, que yo no.

Juan Ahora bien, ¿contentarse ha el señor autor con que yo le dé adelantados media docena de ducados? Y más, que se tendrá cuidado que no entre gente del pueblo esta noche en mi casa.

Chanfalla Soy contento; porque yo me fío de la diligencia de vuesa merced y de su buen término.

Juan Pues véngase conmigo. Recibirá el dinero, y verá mi casa, y la comodidad que hay en ella para mostrar ese retablo.

Chanfalla Vamos; y no se les pase de las mientes las calidades que han de tener los que se atrevieren a mirar el maravilloso retablo.

Benito A mi cargo queda eso, y séle decir que, por mi parte, puedo ir seguro a juicio, pues tengo el padre alcalde; cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo rancioso tengo sobre los cuatro costados de mi linaje: ¡miren si veré el tal retablo!

Capacho Todos le pensamos ver, señor Benito Repollo.

Juan No nacimos acá en las malvas, señor Pedro Capacho.


Gobernador Todo será menester, según voy viendo, señores Alcalde, Regidor y Escribano.

Juan Vamos, autor, y manos a la obra; que Juan Castrado me llamo, hijo de Antón Castrado y de Juana Macha; y no digo más en abono y seguro que podré ponerme cara a cara y a pie quedo delante del referido retablo.

Chirinos ¡Dios lo haga!


Éntranse Juan Castrado y Chanfalla.


Gobernador Señora autora, ¿qué poetas se usan ahora en la Corte de fama y rumbo, especialmente de los llamados cómicos? Porque yo tengo mis puntas y collar de poeta, y pícome de la farándula y carátula. Veinte y dos comedias tengo, todas nuevas, que se veen las unas a las otras, y estoy aguardando coyuntura para ir a la Corte y enriquecer con ellas media docena de autores.

Chirinos A lo que vuesa merced, señor Gobernador, me pregunta de los poetas, no le sabré responder; porque hay tantos, que quitan el sol, y todos piensan que son famosos. Los poetas cómicos son los ordinarios y que siempre se usan, y así no hay para qué nombrallos. Pero dígame vuesa merced, por su vida: ¿cómo es su buena gracia? ¿cómo se llama?

Gobernador A mí, señora autora, me llaman el licenciado Gomecillos.

Chirinos ¡Válame Dios! ¿Y que vuesa merced es el señor licenciado Gomecillos, el que compuso aquellas coplas tan famosas de Lucifer estaba malo y tómale mal de fuera?

Gobernador Malas lenguas hubo que me quisieron ahijar esas coplas, y así fueron mías como del Gran Turco. Las que yo compuse, y no lo quiero negar, fueron aquellas que trataron del Diluvio de Sevilla; que, puesto que los poetas son ladrones unos de otros, nunca me precié de hurtar nada a nadie: con mis versos me ayude Dios, y hurte el que quisiere.


Vuelve Chanfalla.


Chanfalla Señores, vuesas mercedes vengan, que todo está a punto, y no falta más que comenzar.

Chirinos ¿Está ya el dinero in corbona?

Chanfalla Y aun entre las telas del corazón.

Chirinos Pues doite por aviso, Chanfalla, que el Gobernador es poeta.

Chanfalla ¿Poeta? ¡Cuerpo del mundo! Pues dale por engañado, porque todos los de humor semejante son hechos a la mazacona; gente descuidada, crédula y no nada maliciosa.

Benito Vamos, autor; que me saltan los pies por ver esas ma- ravillas.


Éntranse todos.

Salen Juana Castrada y Teresa Repolla, labradoras: la una como desposada, que es la Castrada.


Castrada Aquí te puedes sentar, Teresa Repolla amiga, que tendremos el retablo enfrente; y, pues sabes las condiciones que han de tener los miradores del retablo, no te descuides, que sería una gran desgracia.

Teresa Ya sabes, Juan Castrada, que soy tu prima, y no digo más. ¡Tan cierto tuviera yo el cielo como tengo cierto ver todo aquello que el retablo mostrare! ¡Por el siglo de mi madre, que me sacase los mismos ojos de mi cara, si alguna desgracia me aconteciese! ¡Bonita soy yo para eso!

Castrada Sosiégate, prima; que toda la gente viene.


Entran el Gobernador, Benito Repollo, Juan Castrado, Pedro Capacho, el autor y la autora, y el músico, y otra gente del pueblo, y un sobrino de Benito, que ha de ser aquel gentilhombre que baila.


Chanfalla Siéntense todos. El retablo ha de estar detrás deste repostero, y la autora también, y aquí el músico.

Benito ¿Músico es éste? Métanle también detrás del repostero; que, a trueco de no velle, daré por bien empleado el no oílle.

Chanfalla No tiene vuesa merced razón, señor alcalde Repollo, de descontentarse del músico, que en verdad que es muy buen cristiano y hidalgo de solar conocido.

Gobernador ¡Calidades son bien necesarias para ser buen músico!

Benito De solar, bien podrá ser; mas de sonar, abrenuncio.

Rabelín ¡Eso se merece el bellaco que se viene a sonar delante de...!

Benito ¡Pues, por Dios, que hemos visto aquí sonar a otros músicos tan...!

Gobernador Quédese esta razón en el de del señor Rabel y en el tan del Alcalde, que será proceder en infinito; y el señor Montiel comience su obra.


Benito Poca balumba trae este autor para tan gran retablo.

Juan Todo debe de ser de maravillas.

Chanfalla ¡Atención, señores, que comienzo!

¡Oh tú, quienquiera que fuiste, que fabricaste este retablo con tan maravilloso artificio, que alcanzó renombre de las Maravillas por la virtud que en él se encierra, te conjuro, apremio y mando que luego incontinente muestres a estos señores algunas de las tus maravillosas maravillas, para que se regocijen y tomen placer sin escándalo alguno! Ea, que ya veo que has otorgado mi petición, pues por aquella parte asoma la figura del valentísimo Sansón, abrazado con las colunas del templo, para derriballe por el suelo y tomar venganza de sus enemigos. ¡Tente, valeroso caballero; tente, por la gracia de Dios Padre! ¡No hagas tal desaguisado, porque no cojas debajo y hagas tortilla tanta y tan noble gente como aquí se ha juntado!

Benito ¡Téngase, cuerpo de tal, conmigo! ¡Bueno sería que, en lugar de habernos venido a holgar, quedásemos aquí hechos plasta! ¡Téngase, señor Sansón, pesia a mis males, que se lo ruegan buenos!

Capacho ¿Veisle vos, Castrado?

Juan Pues, ¿no le había de ver? ¿Tengo yo los ojos en el colodrillo?

Gobernador [Aparte] Milagroso caso es éste: así veo yo a Sansón ahora, como el Gran Turco; pues en verdad que me tengo por legítimo y cristiano viejo.

Chirinos ¡Guárdate, hombre, que sale el mesmo toro que mató al ganapán en Salamanca! ¡Échate, hombre; échate, hombre; Dios te libre, Dios te libre!

Chanfalla ¡Échense todos, échense todos! ¡Húcho ho!, ¡húcho ho!, ¡húcho ho!


Échanse todos y alborótanse.


Benito El diablo lleva en el cuerpo el torillo; sus partes tiene de hosco y de bragado; si no me tiendo, me lleva de vuelo.

Juan Señor autor, haga, si puede, que no salgan figuras que nos alboroten; y no lo digo por mí, sino por estas mochachas, que no les ha quedado gota de sangre en el cuerpo, de la ferocidad del toro.

Castrada Y ¡cómo, padre! No pienso volver en mí en tres días; ya me vi en sus cuernos, que los tiene agudos como una lesna.

Juan No fueras tú mi hija, y no lo vieras.

Gobernador [Aparte] Basta: que todos ven lo que yo no veo; pero al fin habré de decir que lo veo, por la negra honrilla.

Chirinos Esa manada de ratones que allá va deciende por línea recta de aquellos que se criaron en el Srca de Noé; dellos son blancos, dellos albarazados, dellos jaspeados y dellos azules; y, finalmente, todos son ratones.

Castrada ¡Jesús!, ¡Ay de mí! ¡Ténganme, que me arrojaré por aquella ventana! ¿Ratones? ¡Desdichada! Amiga, apriétate las faldas, y mira no te muerdan; ¡y monta que son pocos! ¡Por el siglo de mi abuela, que pasan de milenta!

Repolla Yo sí soy la desdichada, porque se me entran sin reparo ninguno; un ratón morenico me tiene asida de una rodilla. ¡Socorro venga del cielo, pues en la tierra me falta!

Benito Aun bien que tengo gregüescos: que no hay ratón que se me entre, por pequeño que sea.

Chanfalla Esta agua, que con tanta priesa se deja descolgar de las nubes, es de la fuente que da origen y principio al río Jordán. Toda mujer a quien tocare en el rostro, se le volverá como de plata bruñida, y a los hombres se les volverán las barbas como de oro.

Castrada ¿Oyes, amiga? Descubre el rostro, pues ves lo que te importa. ¡Oh, qué licor tan sabroso! Cúbrase, padre, no se moje.

Juan Todos nos cubrimos, hija.

Benito Por las espaldas me ha calado el agua hasta la canal maestra.

Capacho Yo estoy más seco que un esparto.

Gobernador [Aparte] ¿Qué diablos puede ser esto, que aún no me ha tocado una gota, donde todos se ahogan? Mas ¿si viniera yo a ser bastardo entre tantos legítimos?

Benito Quítenme de allí aquel músico; si no, voto a Dios que me vaya sin ver más figura. ¡Válgate el diablo por músico aduendado, y qué hace de menudear sin cítola y sin son!

Rabelín Señor alcalde, no tome conmigo la hincha; que yo toco como Dios ha sido servido de enseñarme.

Benito ¿Dios te había de enseñar, sabandija? ¡Métete tras la manta; si no, por Dios que te arroje este banco!

Rabelín El diablo creo que me ha traído a este pueblo.

Capacho Fresca es el agua del santo río Jordán; y, aunque me cubrí lo que pude, todavía me alcanzó un poco en los bigotes, y apostaré que los tengo rubios como un oro.

Benito Y aun peor cincuenta veces.

Chirinos Allá van hasta dos docenas de leones rampantes y de osos colmeneros; todo viviente se guarde; que, aunque fantásticos, no dejarán de dar alguna pesadumbre, y aun de hacer las fuerzas de Hércules con espadas desenvainadas.

Juan Ea, señor autor, ¡cuerpo de nosla! ¿Y agora nos quiere llenar la casa de osos y de leones?

Benito ¡Mirad qué ruiseñores y calandrias nos envía Tontonelo, sino leones y dragones! Señor autor, y salgan figuras más apacibles, o aquí nos contentamos con las vistas; y Dios le guíe, y no pare más en el pueblo un momento.

Castrada Señor Benito Repollo, deje salir ese oso y leones, siquiera por nosotras, y recebiremos mucho contento.

Juan Pues, hija, ¿de antes te espantabas de los ratones, y agora pides osos y leones?

Castrada Todo lo nuevo aplace, señor padre.

Chirinos Esa doncella, que agora se muestra tan galana y tan compuesta, es la llamada Herodías, cuyo baile alcanzó en premio la cabeza del Precursor de la vida. Si hay quien la ayude a bailar, verán maravillas.

Benito ¡Ésta sí, cuerpo del mundo, que es figura hermosa, apacible y reluciente! ¡Hideputa, y cómo que se vuelve la mochac[h]a!

Sobrino Repollo, tú que sabes de achaque de castañetas, ayúdala, y será la fiesta de cuatro capas.

Sobrino Que me place, tío Benito Repollo.


Tocan la zarabanda.


Capacho ¡Toma mi abuelo, si es antiguo el baile de la Zarabanda y de la Chacona!

Benito Ea, sobrino, ténselas tiesas a esa bellaca jodía; pero, si ésta es jodía, ¿cómo vee estas maravillas?

Chanfalla Todas las reglas tienen excepción, señor Alcalde.


Suena una trompeta, o corneta dentro del teatro, y entra un furrier de compañías.


Furrier ¿Quién es aquí el señor Gobernador?

Gobernador Yo soy. ¿Qué manda vuesa merced?

Furrier Que luego al punto mande hacer alojamiento para treinta hombres de armas que llegarán aquí dentro de media hora, y aun antes, que ya suena la trompeta; y adiós.


[Vase.]


Benito Yo apostaré que los envía el sabio Tontonelo.

Chanfalla No hay tal; que ésta es una compañía de caballos que estaba alojada dos leguas de aquí.

Benito Ahora yo conozco bien a Tontonelo, y sé que vos y él sois unos grandísimos bellacos, no perdonando al músico; y mirad que os mando que mandéis a Tontonelo no tenga atrevimiento de enviar estos hombres de armas, que le haré dar docientos azotes en las espaldas, que se vean unos a otros.

Chanfalla ¡Digo, señor Alcalde, que no los envía Tontonelo!

Benito Digo que los envía Tontonelo, como ha enviado las otras sabandi[j]as que yo he visto.

Capacho Todos las habemos visto, señor Benito Repollo.

Benito No digo yo que no, señor Pedro Capacho.

No toques más, músico de entre sueños, que te romperé la cabeza.


Vuelve el furrier.


Furrier Ea, ¿está ya hecho el alojamiento? Que ya están los caballos en el pueblo.

Benito ¿Que todavía ha salido con la suya Tontonelo? ¡Pues yo os voto a tal, autor de humos y de embelecos, que me lo habéis de pagar!

Chanfalla Séanme testigos que me amenaza el Alcalde.

Chirinos Séanme testigos que dice el Alcalde que lo que manda Su Majestad lo manda el sabio Tontonelo.

Benito Atontoneleada te vean mis ojos, plega a Dios todopoderoso.

Gobernador Yo para mí tengo que verdaderamente estos hombres de armas no deben de ser de burlas.

Furrier ¿De burlas habían de ser, señor Gobernador? ¿Está en su seso?

Juan Bien pudieran ser atontonelados: como esas cosas habemos visto aquí. Por vida del autor, que haga salir otra vez a la doncella Herodías, porque vea este señor lo que nunca ha visto; quizá con esto le cohecharemos para que se vaya presto del lugar.

Chanfalla Eso en buen hora, y véisla aquí a do vuelve, y hace de señas a su bailador a que de nuevo la ayude.

Sobrino Por mí no quedará, por cierto.

Benito Eso sí, sobrino; cánsala, cánsala; vueltas y más vueltas; ¡vive Dios, que es un azogue la muchacha! ¡Al hoyo, al hoyo! ¡A ello, a ello!

Furrier ¿Está loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta, y qué baile, y qué Tontonelo?

Capacho Luego, ¿no vee la doncella herodiana el señor furrier?

Furrier ¿Qué diablos de doncella tengo de ver?

Capacho Basta: ¡de ex il[l]is es!

Gobernador ¡De ex il[l]is es; de ex il[l]is es!

Juan ¡Dellos es, dellos el señor furrier; dellos es!

Furrier ¡Soy de la mala puta que los parió; y, por Dios vivo, que si echo mano a la espada, que los haga salir por las ventanas, que no por la puerta!

Capacho Basta: ¡de ex il[l]is es!

Benito Basta: ¡dellos es, pues no vee nada!

Furrier Canalla barretina: si otra vez me dicen que soy dellos, no les dejaré hueso sano.

Benito Nunca los confesos ni bastardos fueron valientes; y por eso no podemos dejar de decir: ¡dellos es, dellos es!

Furrier ¡Cuerpo de Dios con los villanos! ¡Esperad!


Mete mano a la espada y acuchíllase con todos; y el Alcalde aporrea al Rabellejo; y la Cherrinos descuelga la manta y dice:


[Chirinos] El diablo ha sido la trompeta y la ven[i]da de los hombres de armas; parece que los llamaron con campanilla.

Chanfalla El suceso ha sido extraordinario; la virtud del retablo se queda en su punto, y mañana lo podemos mostrar al pueblo; y nosotros mismos podemos cantar el triunfo desta batalla, diciendo: ¡vivan Chirinos y Chanfalla!







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ENTREMÉS

DE

LA CUEVA DE SALAMANCA




Salen Pancracio, Leonarda y Cristina.


Pancracio Enjugad, señora, esas lágrimas, y poned pausa a vuestros suspiros, considerando que cuatro días de ausencia no son siglos. Yo volveré, a lo más largo, a los cinco, si Dios no me quita la vida; aunque será mejor, por no turbar la vuestra, romper mi palabra, y dejar esta jornada; que sin mi presencia se podrá casar mi hermana.

Leonarda No quiero yo, mi Pancracio y mi señor, que por respeto mío vos parezcáis descortés; id en hora buena, y cumplid con vuestras obligaciones, pues las que os llevan son precisas; que yo me apretaré con mi llaga y pasaré mi soledad lo menos mal que pudiere. Sólo os encargo la vuelta, y que no paséis del término que habéis puesto.

Tenme, Cristina, que se me aprieta el corazón.


Desmáyase Leonarda.


Cristina ¡Oh, que bien hayan las bodas y las fiestas! En verdad, señor, que, si yo fuera que vuesa merced, que nunca allá fuera.

Pancracio Entra, hija, por un vidro de agua para echársela en el rostro. Mas espera; diréle unas palabras que sé al oído, que tienen virtud para hacer volver de los desmayos.


Dícele las palabras; vuelve Leonarda diciendo:


Leonarda Basta: ello ha de ser forzoso; no hay sino tener paciencia, bien mío; cuanto más os detuviéredes, más dilatáis mi contento. Vuestro compadre Loniso os debe de aguardar ya en el coche. Andad don Dios; que Él os vuelva tan presto y tan bueno como yo deseo.

Pancracio Mi ángel, si gustas que me quede, no me moveré de aquí más que una estatua.

Leonarda No, no, descanso mío; que mi gusto está en el vuestro; y, por agora, más que os vais que no os quedéis, pues es vuestra honra la mía.

Cristina ¡Oh, espejo del matrimonio! A fe que si todas las casadas quisiesen tanto a sus maridos como mi señora Leonarda quiere al suyo, que otro gallo les cantase.

Leonarda Entra, Cristinica, y saca mi manto, que quiero acompañar a tu señor hasta dejarle en el coche.

Pancracio No, por mi amor; abrazadme y quedaos, por vida mía.

Cristinica, ten cuenta de regalar a tu señora, que yo te mando un calzado cuando vuelva, como tú le quisieres.

Cristina Vaya, señor, y no lleve pena de mi señora, porque la pienso persuadir de manera a que nos holgu[e]mos, que no imagine en la falta que vuesa merced le ha de hacer.

Leonarda ¿Holgar yo? ¡Qué bien estás en la cuenta, niña! Porque, ausente de mi gusto, no se hicieron los placeres ni las glorias para mí; penas y dolores, sí.

Pancracio Ya no lo puedo sufrir. Quedad en paz, lumbre destos ojos, los cuales no verán cosa que les dé placer hasta volveros a ver.


Éntrase Pancracio.


Leonarda ¡Allá darás, rayo, en casa de Ana Díaz. Vayas, y no vuelvas; la ida del humo. Por Dios, que esta vez no os han de valer vuestras valentías ni vuestro recatos!

Cristina Mil veces temí que con tus estremos habías de estorbar su partida y nuestros contentos.

Leonarda ¿Si vendrán esta noche los que esperamos?

Cristina ¿Pues no? Ya los tengo avisados, y ellos están tan en ello, que esta tarde enviaron con la lavandera, nuestra secre-taria, como que eran paños, una canasta de colar, llena de mil regalos y de cosas de comer, que no parece sino [u]no de los serones que da el rey el Jueves Santo a sus pobres; sino que la canasta es de Pascua, porque hay en ella empanadas, fiambreras, manjar blanco, y dos capones que aún no están acabados de pelar, y todo género de fruta de la que hay ahora; y, sobre todo, una bota de hasta una arroba de vino, de lo de una oreja, que huele que traciende.

Leonarda Es muy cumplido, y lo fue siempre, mi Riponce, sacristán de las telas de mis entrañas.

Cristina Pues, ¿qué le falta a mi maese Nicolás, barbero de mis hígados y navaja de mis pesadumbres, que así me las rapa y quita cuando le veo, como si nunca las hubiera tenido?

leonarda ¿Pusiste la canasta en cobro?

Cristina En la cocina la tengo, cubierta con un cernadero, por el disimulo.


Llama a la puerta el estudiante Carraolano, y, en llamando, sin esperar que le respondan, entra.


Leonarda Cristina, mira quién llama.

Estudiante Señoras, yo soy, un pobre estudiante.

Cristina Bien se os parece que sois pobre y estudiante, pues lo uno muestra vuestro vestido, y el ser pobre vuestro atrevimiento. Cosa estraña es ésta, que no hay pobre que espere a que le saquen la limosna a la puerta, sino que se entran en las casas hasta el último rincón, sin mirar si despiertan a quien duerme, o si no.

Estudiante Otra más blanda respuesta esperaba yo de la buena gracia de vuesa merced; cuanto más, que yo no quería ni buscaba otra limosna, sino alguna caballeriza o pajar donde defenderme esta noche de las inclemencias del cielo, que, según se me trasluce, parece que con grandísimo rigor a la tierra amenazan.

Leonarda ¿Y de dónde bueno sois, amigo?

Estudiante Salmantino soy, señora mía; quiero decir que soy de Salamanca. Iba a Roma con un tío mío, el cual murió en el camino, en el corazón de Francia. Vime solo; determiné volverme a mi tierra; robáronme los lacayos o compañeros de Roque Guinarde, en Cataluña, porque él estaba ausente; que, a estar allí, no consintiera que se me hiciera agravio, porque es muy cortés y comedido, y además limosnero. Hame tomado a estas santas puertas la noche, que por tales las juzgo, y busco mi remedio.

Leonarda En verdad, Cristina, que me ha movido a lástima el estudiante.

Cristina Ya me tiene a mí rasgadas las entrañas. Tengámosle en casa esta noche, pues de las sobras del castillo se podrá mantener el real; quiero decir que en las reliquias de la canasta habrá en quien adore su hambre; y más, que me ayudará a pelar la volatería que viene en la cesta.

Leonarda Pues, ¿cómo, Cristina, quieres que metamos en nuestra casa testigos de nuestras liviandades?

Cristina Así tiene él talle de hablar por el colodrillo, como por la boca.

Venga acá, amigo: ¿sabe pelar?

Estudiante ¿Cómo si sé pelar? No entiendo eso de saber pelar, si no es que quiere vuesa merced motejarme de pelón; que no hay para qué, pues yo me confieso por el mayor pelón del mundo.

Cristina No lo digo yo por eso, en mi ánima, sino por saber si sabía pelar dos o tres pares de capones.

Estudiante Lo que sabré responder es que yo, señoras, por la gracia de Dios, soy graduado de bachiller por Salamanca, y no digo...

Leonarda Desa manera, ¿quién duda sino que sabrá pelar no sólo capones, sino gansos y avutardas? Y, en esto del guardar secreto, ¿cómo le va? Y, a dicha, ¿[es] tentado de decir todo lo que vee, imagina o siente?

Estudiante Así pueden matar delante de mí más hombres que carneros en el Rastro, que yo desplegue mis labios para decir palabra alguna.

Cristina Pues atúrese esa boca, y cósase esa lengua con una agujeta de dos cabos, y amuélese esos dientes, y éntrese con nosotras, y verá misterios y cenará maravillas, y podrá medir en un pajar los pies que quisiere para su cama.

Estudiante Con siete tendré demasiado: que no soy nada codicioso ni regalado.


Entran el sacristán Reponce y el barbero.


Sacristán ¡Oh, que en hora buena estén los automedones y guías de los carros de nuestros gustos, las luces de nuestras tinieblas, y las dos recíprocas voluntades que sirven de basas y colunas a la amorosa fábrica de nuestros deseos!

Leonarda ¡Esto sólo me enfada dél! Reponce mío: habla, por tu vida, a lo moderno, y de modo que te entienda, y no te encarames donde no te alcance.

Barbero Eso tengo yo bueno, que hablo más llano que una suela de zapato; pan por vino y vino por pan, o como suele decirse.

Sacristán Sí, que diferencia ha de haber de un sacristán gramático a un barbero romancista.

Cristina Para lo que yo he menester a mi barbero, tanto latín sabe, y aún más, que supo Antonio de Nebrija; y no se dispute agora de ciencia ni de modos de hablar: que cada uno habla, si no como debe, a lo menos, como sabe; y entrémonos, y manos a labor, que hay mucho que hacer.

Estudiante Y mucho que pelar.

Sacristán ¿Quién es este buen hombre?

Leonarda Un pobre estudiante salamanqueso, que pide albergo para esta noche.

Sacristán Yo le daré un par de reales para cena y para lecho, y váyase con Dios.

Estudiante Señor sacristán Reponce, recibo y agradezco la merced y la limosna; pero yo soy mudo, y pelón además, como lo ha menester esta señora doncella, que me tiene convidado; y voto a... de no irme esta noche desta casa, si todo el mundo me lo manda. Confíese vuesa merced mucho de enhoramala de un hombre de mis prendas, que se contenta de dormir en un pajar; y si lo han por sus capones, péleselos el Turco y cómanselos ellos, y nunca del cuero les salgan.

Barbero Éste más parece rufián que pobre. Talle tiene de alzarse con toda la casa.

Cristina No medre yo, si no me contenta el brío. Entrémonos todos, y demos orden en lo que se ha de hacer; que el pobre pelará y callará como en misa.

Estudiante Y aun como en vísperas.

Sacristán Puesto me ha miedo el pobre estudiante; yo apostaré que sabe más latín que yo.

Leonarda De ahí le deben de nacer los bríos que tiene; pero no te pese, amigo, de hacer caridad, que vale para todas las cosas.


Éntranse todos, y sale Leoniso, compadre de Pancracio, y Pancracio.


Compadre Luego lo vi yo que nos había de faltar la rueda; no hay cochero que no sea temático; si él rodeara un poco y salvara aquel barranco, ya estuviéramos dos leguas de aquí.

Pancracio A mí no se me da nada; que antes gusto de volverme y pasar esta noche con mi esposa Leonarda, que en la venta; porque la dejé esta tarde casi para espirar, del sentimiento de mi partida.

Compadre ¡Gran mujer! ¡De buena os ha dado el cielo, señor compadre! Dadle gracias por ello.

Pancracio Yo se las doy como puedo, y no como debo; no hay Lucrecia que se [le] llegue, ni Porcia que se le iguale; la honestidad y el recogimiento han hecho en ella su morada.

Compadre Si la mía no fuera celosa, no tenía yo más que desear. Por esta calle está más cerca mi casa; tomad, compadre, por éstas, y estaréis presto en la vuestra; y veámonos mañana, que [no] me faltará coche para la jornada. Adiós.

Pancracio Adiós.


Éntranse los dos.

Vuelven a salir el sacristán [y] el barbero, con sus guitarras; Leonarda, Cristina y el Estudiante. Sale el Sacristán con la sotana alzada y ceñida al cuerpo, danzando al son de su misma guitarra; y, a cada cabriola, vaya diciendo estas palabras:


Sacristán ¡Linda noche, lindo rato, linda cena y lindo amor!

Cristina Señor sacristán Reponce, no es éste tiempo de danzar; dése orden en cenar y en las demás cosas, y quédense las danzas para mejor coyuntura.

Sacristán ¡Linda noche, lindo rato, linda cena y lindo amor!

Leonarda Déjale, Cristina; que en estremo gusto de ver su agilidad.


Llama Pancracio a la puerta, y dice:


Pancracio Gente dormida, ¿no oís? ¿Cómo, y tan temprano tenéis atrancada la puerta? Los recatos de mi Leonarda deben de andar por aquí.

Leonarda ¡Ay, desdichada! A la voz y a los golpes, mi marido Pancracio es éste; algo le debe de haber sucedido, pues él se vuelve. Señores, a recogerse a la carbonera: digo al desván, donde está el carbón.

Corre, Cristina, y llévalos; que yo entretendré a Pancracio de modo que tengas lugar para todo.

Estudiante ¡Fea noche, amargo rato, mala cena y peor amor!

Cristina ¡Gentil relente, por cierto! ¡Ea, vengan todos!

Pancracio ¿Qué diablos es esto? ¿Cómo no me abrís, lirones?

Estudiante Es el toque, que yo no quiero correr la suerte destos señores. Escóndanse ellos donde quisieren, y llévenme a mí al pajar, que, si allí me hallan, antes pareceré pobre que adúltero.

Cristina Caminen, que se hunde la casa a golpes.

Sacristán El alma llevo en los dientes.

Barbero Y yo en los carcañares.


Éntranse todos y asómase Leonarda a la ventana.


Leonarda ¿Quién está ahí? ¿Quién llama?

Pancracio Tu marido soy, Leonarda mía; ábreme, que ha media hora que estoy rompiendo a golpes estas puertas.

Leonarda En la voz, bien me parece a mí que oigo a mi cepo Pancracio; pero la voz de un gallo se parece a la de otro gallo, y no me aseguro.

Pancracio ¡Oh recato inaudito de mujer prudente! Que yo soy, vida mía, tu marido Pancracio: ábreme con toda seguridad.

Leonarda Venga acá, yo lo veré agora. ¿Qué hice yo cuando él se partió esta tarde?

Pancracio Suspiraste, lloraste y al cabo te desmayaste.

Leonarda Verdad; pero, con todo esto, dígame: ¿qué señales tengo yo en uno de mis hombros?

Pancracio En el izquierdo tienes un lunar del grandor de medio real, con tres cabellos como tres mil hebras de oro.

Leonarda Verdad; pero, ¿cómo se llama la doncella de casa?

Pancracio ¡Ea, boba, no seas enfadosa, Cristinica se llama! ¿Qué más quieres?

[Leonarda] ¡Cristinica, Cristinica, tu señor es; ábrele, niña!

Cristina Ya voy, señora; que él sea muy bien venido.

¿Qué es esto, señor de mi alma? ¿Qué acelerada vuelta es ésta?

Leonarda ¡Ay, bien mío! Decídnoslo presto, que el temor de algún mal suceso me tiene ya sin pulsos.

Pancracio No ha sido otra cosa sino que en un barranco se quebró la rueda del coche, y mi compadre y yo determinamos volvernos, y no pasar la noche en el campo; y mañana buscaremos en qué ir, pues hay tiempo. Pero ¿qué voces hay?


Dentro, y como de muy lejos, diga el estudiante:


Estudiante ¡Ábranme aquí, señores; que me ahogo!

Pancracio ¿Es en casa o en la calle?

Cristina Que me maten si no es el pobre estudiante que encerré en el pajar, para que durmiese esta noche.

Pancracio ¿Estudiante encerrado en mi casa, y en mi ausencia? ¡Malo! En verdad, señora, que si no me tuviera asegurado vuestra mucha bondad, que me causara algún recelo este encerramiento; pero ve, Cristina, y ábrele, que se le debe de haber caído toda la paja a cuestas.

Cristina Ya voy.

Leonarda Señor, que es un pobre salamanqueso, que pidió que le acogiésemos esta noche, por amor de Dios, aunque fuese en el pajar; y ya sabes mi condición, que no puedo negar nada de lo que se me pide, y encerrámosle; pero veisle aquí, y mirad cuál sale.


Sale el Estudiante y Cristina; él lleno de paja las barbas, cabeza y vestido.


Estudiante Si yo no tuviera tanto miedo, y fuera menos escrupuloso, yo hubiera escusado el peligro de ahogarme en el pajar, y hubiera cenado mejor, y tenido más blanda y menos peligrosa cama.

Pancracio ¿Y quién os había de dar, amigo, mejor cena y mejor cama?

Estudiante ¿Quién? Mi habilidad, sino que el temor de la justicia me tiene atadas las manos.

Pancracio ¡Peligrosa habilidad debe de ser la vuestra, pues os teméis de la justicia!

Estudiante La ciencia que aprendí en la Cueva de Salamanca, de donde yo soy natural, si se dejara usar sin miedo de la Santa Inquisición, yo sé que cenara y recenara a costa de mis herederos; y aun quizá no estoy muy fuera de usalla, siquiera por esta vez, donde la necesidad me fuerza y me disculpa; pero no sé yo si estas señoras serán tan secretas como yo lo he sido.

Pancracio No se cure dellas, amigo, sino haga lo que quisiere, que yo les haré que callen; y ya deseo en todo estremo ver alguna destas cosas que dicen que se aprenden en la Cueva de Salamanca.

Estudiante ¿No se contentará vuesa merced con que le saque aquí dos demonios en figuras humanas, que traigan a cuestas una canasta llena de cosas fiambres y comederas?

Leonarda ¿Demonios en mi casa y en mi presencia? ¡Jesús! Librada sea yo de lo que librarme no sé.

Cristina [Aparte] El mismo diablo tiene el estudiante en el cuerpo: ¡plega a Dios que vaya a buen viento esta parva! Temblándome está el corazón en el pecho.

Pancracio Ahora bien; si ha de ser sin peligro y sin espantos, yo me holgaré de ver esos señores demonios y a la canasta de las fiambreras; y torno a advertir que las figuras no sean espantosas.

Estudiante Digo que saldrán en figura del sacristán de la parroquia, y en la de un barbero su amigo.

Cristina ¿Mas que lo dice por el sacristán Riponce y por maese Roque, el barbero de casa? ¡Desdichados dellos, que se han de ver convertidos en diablos! Y dígame, hermano, ¿y éstos han de ser diablos bautizados?

Estudiante ¡Gentil novedad! ¿Adónde diablos hay diablos bautizados, o para qué se han de bautizar los diablos? Aunque podrá ser que éstos lo fuesen, porque no hay regla sin excepción; y apártense, y verán maravillas.

Leonarda [Aparte] ¡Ay, sin ventura! Aquí se descose; aquí salen nuestras maldades a plaza; aquí soy muerta.

Cristina [Aparte] ¡Ánimo, señora, que buen corazón quebranta mala ventura!


Estudiante Vosotros, mezquinos, que en la carbonera

hallastes amparo a vuestra desgracia,

salid, y en los hombros, con priesa y con gracia,

sacad la canasta de la fïambrera;

no me incitéis a que de otra manera

más dura os conjure. Salid: ¿qué esperáis?

Mirad que si a dicha el salir rehusáis,

tendrá mal suceso mi nueva quimera.


Hora bien, yo sé cómo me tengo de haber con estos demonicos humanos; quiero entrar allá dentro, y a solas hacer un conjuro tan fuerte, que los haga salir más que de paso; aunque la calidad destos demonios más está en sabellos aconsejar, que en conjurallos.


Éntrase el Estudiante.


Pancracio Yo digo que si éste sale con lo que ha dicho, que será la cosa más nueva y más rara que se haya visto en el mundo.

Leonarda Sí saldrá, ¿quién lo duda? Pues, ¿habíanos de engañar?

Cristina Ruido anda allá dentro; yo apostaré que los saca; pero vee aquí do vuelve con los demonios y el apatusco de la canasta.

Leonarda ¡Jesús! ¡Qué parecidos son los de la carga al sacristán Reponce y al barbero de la plazuela!

Cristina Mira, señora, que donde hay demonios no se ha de decir Jesús.

Sacristán Digan lo que quisieren; que nosotros somos como los perros del herrero, que dormimos al son de las martilladas; ninguna cosa nos espanta ni turba.

Leonarda Lléguense a que yo coma de lo que viene de la canasta; no tomen menos.

Estudiante Yo haré la salva y comenzaré por el vino.


(Bebe)


Bueno es: ¿es de Esquivias, señor sacridiablo?

Sacristán De Esquivias es, juro a...

Estudiante Téngase, por vida suya, y no pase adelante. ¡Amiguito soy yo de diablos juradores! Demonico, demonico, aquí no venimos a hacer pecados mortales, sino a pasar una hora de pasatiempo, y cenar, y irnos con Cristo.

Cristina ¿Y éstos, han de cenar con nosotros?

Pancracio Sí, que los diablos no comen.

Barbero Sí comen algunos, pero no todos; y nosotros somos de los que comen.

Cristina ¡Ay, señores! Quédense acá los pobres diablos, pues han traído la cena; que sería poca cortesía dejarlos ir muertos de hambre, y parecen diablos muy honrados y muy hombres de bien.

leonarda Como no nos espanten, y si mi marido gusta, quédense en buen hora.

Pancracio Queden; que quiero ver lo que nunca he visto.

Barbero Nuestro Señor pague a vuesa[s] mercede[s] la buena obra, señores míos.

Cristina ¡Ay, qué bien criados, qué corteses! Nunca medre yo, si todos los diablos son como éstos, si no han de ser mis amigos de aquí adelante.

Sacristán Oigan, pues, para que se enamoren de veras.


Toca el sacristán, y canta; y ayúdale el Barbero con el último verso no más.


Sacristán Oigan los que poco saben

lo que con mi lengua franca

digo del bien que en sí tiene

Barbero La Cueva de Salamanca.

Sacristán Oigan lo que dejó escrito

della el bachiller Tudanca

en el cuero de una yegua

que dicen que fue potranca,

en la parte de la piel

que confina con el anca,

poniendo sobre las nubes

Barbero La Cueva de Salamanca.

Sacristán En ella estudian los ricos

y los que no tienen blanca,

y sale entera y rolliza

la memoria que está manca.

Siéntanse los que allí enseñan

de alquitrán en una banca,

porque estas bombas encierra

Barbero La Cueva de Salamanca.

Sacristán En ella se hacen discretos

los moros de la Palanca;

y el estudiante más burdo

ciencias de su pecho arranca.

A los que estudian en ella,

ninguna cosa les manca;

viva, pues, siglos eternos

Barbero La Cuev[a] de Salamanca.

Sacristán Y nuestro conjurador,

si es, a dicha, de Loranca,

tenga en ella cien mil vides

de uva tinta y de uva blanca;

y al diablo que le acusare,

que le den con una tranca,

y para el tal jamás sirva

Barbero La Cueva de Salamanca.


Cristina Basta: ¿que también los diablos son poetas?

Barbero Y aun todos los poetas son diablos.

Pancracio Dígame, señor mío, pues los diablos lo saben todo, ¿dónde se inventaron todos estos bailes de las zarabandas, zambapalo y Dello me pesa, con el famoso del nuevo Escarramán?

Barbero ¿Adónde? En el infierno; allí tuvieron su origen y principio.

Pancracio Yo así lo creo.

Leonarda Pues, en verdad, que tengo yo mis puntas y collar escarramanesco; sino que por mi honestidad, y por guardar el decoro a quien soy, no me atrevo a bailarle.

Sacristán Con cuatro mudanzas que yo le enseñase a vuesa merced cada día, en una semana saldría única en el baile; que sé que le falta bien poco.

Estudiante Todo se andará; por agora, entrémonos a cenar, que es lo que importa.

Pancracio Entremos; que quiero averiguar si los diablos comen o no, con otras cien mil cosas que dellos cuentan; y, por Dios, que no han de salir de mi casa hasta que me dejen enseñado en la ciencia y ciencias que se enseñan en La Cueva de Salamanca.






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ENTREMÉS

DEL

VIEJO CELOSO




Salen Doña Lorenza y Cristina, su criada, y Hortigosa, su vecina.


Doña Lorenza Milagro ha sido éste, señora Hortigosa, el no haber dado la vuelta a la llave mi duelo, mi yugo y mi desesperación. Éste es el primero día, después que me casé con él, que hablo con persona de fuera de casa; que fuera le vea yo desta vida a él y a quien con él me casó.

Hortigosa Ande, mi señora doña Lorenza, no se queje tanto; que con una caldera vieja se compra otra nueva.

Doña Lorenza Y aun con esos y otros semejantes villancicos o refranes me engañaron a mí; que malditos sean sus dineros, fuera de las cruces; malditas sus joyas, malditas sus galas, y maldito todo cuanto me da y promete. ¿De qué me sirve a mí todo aquesto, si en mitad de la riqueza estoy pobre, y en medio de la abundancia con hambre?

Cristina En verdad, señora tía, que tienes razón; que más quisiera yo andar con un trapo atrás y otro adelante, y tener un marido mozo, que verme casada y enlodada con ese viejo podrido que tomaste por esposo.

Doña Lorenza ¿Yo le tomé, sobrina? A la fe, diómele quien pudo; y yo, como muchacha, fui más presta al obedecer que al contradecir; pero, si yo tuviera tanta experiencia destas cosas, antes me tarazara la lengua con los dientes que pronunciar aquel sí, que se pronuncia con dos letras y da que llorar dos mil años; pero yo imagino que no fue otra cosa sino que había de ser ésta, y que, las que han de suceder forzosamente, no hay prevención ni diligencia humana que las prevenga.

Cristina ¡Jesús y del mal viejo! Toda la noche: ``Daca el orinal, toma el orinal; levántate, Cristinica, y caliéntame unos paños, que me muero de la ijada; dame aquellos juncos, que me fatiga la piedra''. Con más ungüentos y medicinas en el aposento que si fuera una botica; y yo, que apenas sé vestirme, tengo de servirle de enfermera. ¡Pux, pux, pux, viejo clueco, tan potroso como celoso, y el más celoso del mundo!

Doña Lorenza Dice la verdad mi sobrina.

Cristina ¡Pluguiera a Dios que nunca yo la dijera en esto!

Hortigosa Ahora bien, señora doña Lorenza, vuesa merced haga lo que le tengo aconsejado, y verá cómo se halla muy bien con mi consejo. El mozo es como un ginjo verde; quiere bien, sabe callar y agradecer lo que por él se hace; y, pues los celos y el recato del viejo no nos dan lugar a demandas ni a respuestas, resolución y buen ánimo: que, por la orden que hemos dado, yo le pondré al galán en su aposento de vuesa merced y le sacaré, si bien tuviese el viejo más ojos que Argos y viese más que un zahorí, que dicen que vee siete estados debajo de la tierra.

Doña Lorenza Como soy primeriza, estoy temerosa, y no querría, a trueco del gusto, poner a riesgo la honra.

Cristina Eso me parece, señora tía, a lo del cantar de Gómez Arias:


Señor Gómez Arias,

doleos de mí;

soy niña y muchacha,

nunca en tal me vi.


Doña Lorenza Algún espíritu malo debe de hablar en ti, sobrina, según las cosas que dices.

Cristina Yo no sé quién habla; pero yo sé que haría todo aquello que la señora Hortigosa ha dicho, sin faltar punto.

Doña Lorenza ¿Y la honra, sobrina?

Cristina ¿Y el holgarnos, tía?

Doña Lorenza ¿Y si se sabe?

Cristina ¿Y si no se sabe?

Doña Lorenza ¿Y quién me asegurará a mí que no se sepa?

Hortigosa ¿Quién? La buena diligencia, la sagacidad, la industria; y, sobre todo, el buen ánimo y mis trazas.

Cristina Mire, señora Hortigosa, tráyanosle galán, limpio, desenvuelto, un poco atrevido, y, sobre todo, mozo.

Hortigosa Todas esas partes tiene el que he propuesto, y otras dos más: que es rico y liberal.

Doña Lorenza Que no quiero riquezas, señora Hortigosa; que me sobran las joyas, y me ponen en confusión las diferencias de colores de mis muchos vestidos; hasta eso no tengo que desear, que Dios le dé salud a Cañizares: más vestida me tiene que un palmito, y con más joyas que la vedriera de un platero rico. No me clavara él las ventanas, cerrara las puertas, visitara a todas horas la casa, desterrara della los gatos y los perros, solamente porque tienen nombre de varón; que, a trueco de que no hiciera esto, y otras cosas no vistas en materia de recato, yo le perdonara sus dádivas y mercedes.

Hortigosa ¿Que tan celoso es?

Doña Lorenza Digo que le vendían el otro día una tapicería a bonísimo precio, y por ser de figuras no la quiso, y compró otra de verduras por mayor precio, aunque no era tan buena. Siete puertas hay antes que se llegue a mi aposento, fuera de la puerta de la calle, y todas se cierran con llave; y las llaves no me ha sido posible averiguar dónde las esconde de noche.

Cristina Tía, la llave de loba creo que se la pone entre las faldas de la camisa.

Doña Lorenza No lo creas, sobrina; que yo duermo con él, y jamás le he visto ni sentido que tenga llave alguna.

Cristina Y más, que toda la noche anda como trasgo por toda la casa; y si acaso dan alguna música en la calle, les tira de pedradas porque se vayan: es un malo, es un brujo; es un viejo, que no tengo más que decir.

Doña Lorenza Señora Hortigosa, váyase, no venga el gruñidor y la halle conmigo, que sería echarlo a perder todo; y lo que ha de hacer, hágalo luego; que estoy tan aburrida, que no me falta sino echarme una soga al cuello, por salir de tan mala vida.

Hortigosa Quizá con esta que ahora se comenzará, se le quitará toda esa mala gana y le vendrá otra más saludable y que más la contente.

Cristina Así suceda, aunque me costase a mí un dedo de la mano: que quiero mucho a mi señora tía, y me muero de verla tan pensativa y angustiada en poder deste viejo y reviejo, y más que viejo; y no me puedo hartar de decille viejo.

Doña Lorenza Pues en verdad que te quiere bien, Cristina.

Cristina ¿Deja por eso de ser viejo? Cuanto más, que yo he oído decir que siempre los viejos son amigos de niñas.

Hortigosa Así es la verdad, Cristina, y adiós, que, en acabando de comer, doy la vuelta. Vuesa merced esté muy en lo que dejamos concertado, y verá cómo salimos y entramos bien en ello.

Cristina Señora Hortigosa, hágame merced de traerme a mí un frailecico pequeñito, con quien yo me huelgue.

Hortigosa Yo se le traeré a la niña pintado.

Cristina ¡Que no le quiero pintado, sino vivo, vivo, chiquito como unas perlas!

Doña Lorenza ¿Y si lo vee tío?

Cristina Diréle yo que es un duende, y tendrá dél miedo, y holgaréme yo.

Hortigosa Digo que yo le trairé, y adiós.


Vase Hortigosa.


Cristina Mire tía: si Hortigosa trae al galán y a mi frailecico, y si señor los viere, no tenemos más que hacer sino cogerle entre todos y ahogarle, y echarle en el pozo o enterrarle en la caballeriza.

Doña Lorenza Tal eres tú, que creo lo harías mejor que lo dices.

Cristina Pues no sea el viejo celoso, y déjenos vivir en paz, pues no le hacemos mal alguno, y vivimos como unas santas.


Éntranse.

Entran Cañizares, viejo, y un compadre suyo.


Cañizares Señor compadre, señor compadre: el setentón que se casa con quince, o carece de entendimiento, o tiene gana de visitar el otro mundo lo más presto que le sea posible. Apenas me casé con doña Lorencica, pensando tener en ella compañía y regalo, y persona que se hallase en mi cabecera, y me cerrase los ojos al tiempo de mi muerte, cuando me embistieron una turbamulta de trabajos y desasosiegos; tenía casa, y busqué casar; estaba posado, y desposéme.

Compadre Compadre, error fue, pero no muy grande; porque, según el dicho del Apóstol, mejor es casarse que abrasarse.

Cañizares ¡Que no había que abrasar en mí, señor compadre, que con la menor llamarada quedara hecho ceniza! Compañía quise, compañía busqué, compañía hallé, pero Dios lo remedie, por quién Él es.

Compadre ¿Tiene celos, señor compadre?

Cañizares Del sol que mira a Lorencita, del aire que le toca, de las faldas que la vapulan.

Compadre ¿Dale ocasión?

Cañizares Ni por pienso, ni tiene por qué, ni cómo, ni cuándo, ni adónde: las ventanas, amén de estar con llave, las guarnecen rejas y celosías; las puertas jamás se abren; vecina no atraviesa mis umbrales, ni los atravesará mientras Dios me diere vida. Mirad, compadre: no les vienen los malos aires a las mujeres de ir a lo[s] jubileos ni a las procesiones, ni a todos los actos de regocijos públicos; donde ellas se mancan, donde ellas se estropean y adonde ellas se dañan, es en casa de las vecinas y de las amigas; más maldades encubre una mala amiga, que la capa de la noche; más conciertos se hacen en su casa y más se concluyen, que en una semblea.

Compadre Yo así lo creo; pero si la señora doña Lorenza no sale de casa, ni nadie entra en la suya, ¿de qué vive descontento mi compadre?

Cañizares De que no pasará mucho tiempo en que no caya Lorencica en lo que le falta; que será un mal caso, y tan malo, que en sólo pensallo le temo, y de temerle me desespero, y de desesperarme vivo con disgusto.

Compadre Y con razón se puede tener ese temer, porque las mujeres querrían gozar enteros los frutos del matrimonio.

Cañizares La mía los goza doblados.

Compadre Ahí está el daño, señor [com]padre.

Cañizares No, no, ni por pienso; porque es más simple Lorencica que una paloma, y hasta agora no entiende nada desas filaterías; y adiós, señor compadre, que me quiero entrar en casa.

Compadre Yo quiero entrar allá, y ver a mi señora doña Lorenza.

Cañizares Habéis de saber, compadre, que los antiguos latinos usaban de un refrán, que decía: Amicus usque ad aras, que quiere decir: "El amigo, hasta el altar"; infiriendo que el amigo ha de hacer por su amigo todo aquello que no fuere contra Dios; y yo digo que mi amigo, usque ad portam, hasta la puerta; que ninguno ha de pasar mis quicios; y adiós, señor compadre, y perdóneme.


Éntrase Cañizares.


Compadre En mi vida he visto hombre más recatado, ni más celoso, ni más impertinente; pero éste es de aquellos que traen la soga arrastrando, y de los que siempre vienen a morir del mal que temen.


Éntrase el compadre.

Salen Doña Lorenza y Cristinica.


Cristina Tía, mucho tarda tío, y más tarda Hortigosa.

[Doña] Lorenza Mas, que nunca él acá viniese, ni ella tampoco; porque él me enfada y ella me tiene confusa.

Cristina Todo es probar, señora tía; y, cuando no saliere bien, darle del codo.

Doña Lorenza ¡Ay, sobrina! Que estas cosas, o yo sé poco o sé que todo el daño está en probarlas.

Cristina A fe, señora tía, que tiene poco ánimo, y que, si yo fuera de su edad, que no me espantaran hombres armados.

Doña Lorenza Otra vez torno a decir, y diré cien mil veces, que Satanás habla en tu boca; mas ¡ay! ¿Cómo se ha entrado señor?

Cristina Debe de haber abierto con la llave maestra.

Doña Lorenza Encomiendo yo al diablo sus maestrías y sus llaves.


Entra Cañizares.


Cañizares ¿Con quién hablábades, doña Lorenza?

Doña Lorenza Con Cristinica hablaba.

Cañizares Miradlo bien, doña Lorenza.

Doña Lorenza Digo que hablaba con Cristinica: ¿con quién había de hablar? ¿Tengo yo, por ventura, con quién?

Cañizares No querría que tuviésedes algún soliloquio con vos misma, que redundase en mi perjuicio.

Doña Lorenza Ni entiendo esos circunloquios que decís, ni aun los quiero entender; y tengamos la fiesta en paz.

Cañizares Ni aun las vísperas no querría yo tener en guerra con vos; pero, ¿quién llama a aquella puerta con tanta priesa? Mira, Cristinica, quien es, y, si es pobre, dale limosna y des- pídele.

Cristina ¿Quién está ahí?

Hortigosa La vecina Hortigosa es, señora Cristina.

Cañizares ¿Hortigosa y vecina? Dios sea conmigo.

Pregúntale, Cristina, lo que quiere, y dáselo, con condición que no atraviese esos umbrales.

Cristina ¿Y qué quiere, señora vecina?

Cañizares El nombre de vecina me turba y sobresalta; llámala por su proprio nombre, Cristina.

Cristina Responda: y ¿qué quiere, señora Hortigosa?

Hortigosa Al señor Cañizares quiero suplicar un poco, en que me va la honra, la vida y el alma.

Cañizares Decidle, sobrina, a esa señora, que a mí me va todo eso y más en que no entre acá dentro.

Doña Lorenza ¡Jesús, y qué condición tan extravagante! ¿Aquí no estoy delante de vos? ¿Hanme de comer de ojo? ¿Hanme de llevar por los aires?

Cañizares ¡Entre con cien mil Bercebuyes, pues vos lo queréis!

Cristina Entre, señora vecina.

Cañizares ¡Nombre fatal para mí es el de vecina!


Entra Hortigosa, y trai un guadamecí y en las pieles de las cuatro esquinas han de venir pintados Rodamonte, Mandricardo, Rugero y Gradaso; y Rodamonte venga pintado como arrebozado.


Hortigosa Señor mío de mi alma, movida y incitada de la buena fama de vuesa merced, de su gran caridad y de sus muchas limosnas, me he atrevido de venir a suplicar a vuesa merced me haga tanta merced, caridad y limosna y buena obra de comprarme este guadamecí, porque tengo un hijo preso por unas heridas que dio a un tundidor, y ha mandado la justicia que declare el cirujano, y no tengo con qué pagalle, y corre peligro no le echen otros embargos, que podrían ser muchos, a causa que es muy travieso mi hijo; y querría echarle hoy o mañana, si fuese posible, de la cárcel. La obra es buena, el guadamecí nuevo, y, con todo eso, le daré por lo que vuesa merced quisiere darme por él, que en más está la monta, y como esas cosas he perdido yo en esta vida. Tenga vuesa merced desa punta, señora mía, y descojámosle, porque no vea el señor Cañizares que hay engaño en mis palabras; alce más, señora mía, y mire cómo es bueno de caída, y las pinturas de los cuadros parece que están vivas.


Al alzar y mostrar el guadamecí, entra por detrás dél un galán; y, como Cañizares vee los retratos, dice:


Cañizares ¡Oh, qué lindo Rodamonte! ¿Y qué quiere el señor rebozadito en mi casa? Aun si supiese que tan amigo soy yo destas cosas y destos rebocitos, espantarse ía.

Cristina Señor tío, yo no sé nada de rebozados; y si él ha entrado en casa, la señora Hortigosa tiene la culpa; que a mí, el diablo me lleve si dije ni hice nada para que él entrase; no, en mi conciencia, aun el diablo sería si mi señor tío me echase a mí la culpa de su entrada.

Cañizares Ya yo lo veo, sobrina, que la señora Hortigosa tiene la culpa; pero no hay de qué maravillarme, porque ella no sabe mi condición, ni cuán enemigo soy de aquestas pinturas.

Doña Lorenza Por las pinturas lo dice, Cristinica, y no por otra cosa.

Cristina Pues por esas digo yo. ¡Ay, Dios sea conmigo! Vuelto se me ha el ánima al cuerpo, que ya andaba por los aires.

Doña Lorenza ¡Quemado vea yo ese pico de once varas! En fin, quien con muchachos se acuesta, etc.

Cristina ¡Ay, desgraciada, y en qué peligro pudiera haber puesto toda esta baraja!

Cañizares Señora Hortigosa, yo no soy amigo de figuras rebozadas ni por rebozar; tome este doblón, con el cual podrá remediar su necesidad, y váyase de mi casa lo más presto que pudiere, y ha de ser luego, y llévese su guadamecí.

Hortigosa Viva vuesa merced más años que Matute el de Jerusalén, en vida de mi señora doña... no sé cómo se llama, a quien suplico me mande, que la serviré de noche y de día, con la vida y con el alma, que la debe de tener ella como la de una tortolica simple.

Cañizares Señora Hortigosa, abrevie y váyase, y no se esté agora juzgando almas ajenas.

Hortigosa Si vuesa merced hubiere menester algún pegadillo para la madre, téngolos milagrosos; y, si para mal de muelas, sé unas palabras que quitan el dolor como con la mano.

Cañizares Abrevie, señora Hortigosa, que doña Lorenza, ni tiene madre, ni dolor de muelas; que todas las tiene sanas y enteras, que en su vida se ha sacado muela alguna.

Hortigosa Ella se las sacará, placiendo al cielo, porque le dará muchos años de vida; y la vejez es la total destruición de la dentadura.

Cañizares ¡Aquí de Dios! ¿Que no será posible que me deje esta vecina? ¡Hortigosa, o diablo, o vecina, o lo que eres, vete con Dios y déjame en mi casa!

Hortigosa Justa es la demanda, y vuesa merced no se enoje, que ya me voy.


Vase Hortigosa.


Cañizares ¡Oh vecinas, vecinas! Escaldado quedo aun de las buenas palabras desta vecina, por haber salido por boca de vecina.

Doña Lorenza Digo que tenéis condición de bárbaro y de salvaje; y ¿qué ha dicho esta vecina para que quedéis con la ojeriza contra ella? Todas vuestras buenas obras las hacéis en pecado mortal: dístesle dos docenas de reales, acompañados con otras dos docenas de injurias, ¡boca de lobo, lengua de escorpión y silo de malicias!

Cañizares No, no, a mal viento va esta parva; no me parece bien que volváis tanto por vuestra vecina.

Cristina Señora tía, éntrese allí dentro y desenójese, y deje a tío, que parece que está enojado.

Doña Lorenza Así lo haré, sobrina; y aun quizá no me verá la cara en estas dos horas; y a fe que yo se la dé a beber, por más que la rehúse.


Éntrase Doña Lorenza.


Cristina Tío, ¿no ve cómo ha cerrado de golpe? Y creo que va a buscar una tranca para asegurar la puerta.


Doña Lorenza, por dentro.


[Doña Lorenza] ¿Cristinica? ¿Cristinica?

Cristina ¿Qué quiere, tía?

Doña Lorenza ¡Si supieses qué galán me ha deparado la buena suerte! Mozo, bien dispuesto, pelinegro, y que le huele la boca a mil azahares.

Cristina ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! ¿Está loca, tía?

Doña Lorenza No estoy sino en todo mi juicio; y en verdad que, si le vieses, que se te alegrase el alma.

Cristina ¡Jesús, y qué locuras y qué niñe[r]ías! Ríñala, tío, porque no se at[r]eva, ni aun burlando, a decir deshonestidades.

Cañizares ¿Bobear, Lorenza? Pues a fe que no estoy yo de gracia para sufrir esas burlas.

Doña Lorenza Que no son sino veras, y tan veras, que en este género no pueden ser mayores.

Cristina ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! Y dígame, tía, ¿está ahí también mi frailecito?

Doña Lorenza No, sobrina; pero otra vez vendrá si quiere Hortigosa, la vecina.

Cañizares Lorenza, di lo que quisieres, pero no tomes en tu boca el nombre de vecina, que me tiemblan las carnes en oírle.

Doña Lorenza También me tiemblan a mí por amor de la vecina.

Cristina ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías!

Doña Lorenza Ahora echo de ver quién eres, viejo maldito; que hasta aquí he vivido engañada contigo.

Cristina Ríñala, tío, ríñala, tío; que se desvergüenza mucho.

Doña Lorenza Lavar quiero a un galán las pocas barbas que tiene con una bacía llena de agua de ángeles, porque su cara es como la de un ángel pintado.

Cristina ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! Despedácela, tío.

Cañizares No la despedazaré yo a ella, sino a la puerta que la encubre.

Doña Lorenza No hay para qué: vela aquí abierta; entre, y verá como es verdad cuanto le he dicho.

Cañizares Aunque sé que te burlas, sí entraré para desenojarte.


Al entrar Cañizares, danle con una bacía de agua en los ojos; él vase a limpiar; acuden sobre él Cristina y Doña Lorenza, y en este ínterim sale el galán y vase.


Cañizares ¡Por Dios, que por poco me cegaras, Lorenza! Al diablo se dan las burlas que se arremeten a los ojos.

Doña Lorenza ¡Mirad con quién me casó mi suerte, sino con el hombre más malicioso del mundo! ¡Mirad cómo dio crédito a mis mentiras, por su [...], fundadas en materia de celos, que menoscabada y asendereada sea mi ventura! Pagad vosotros, cabellos, las deudas deste viejo; llorad vosotros, ojos, las culpas deste maldito; mirad en lo que tiene mi honra y mi crédito, pues de las sospechas hace certezas, de las mentiras verdades, de las burlas veras y de los entretenimientos maldiciones. ¡Ay, que se me arranca el alma!

Cristina Tía, no dé tantas voces, que se juntará la vecindad.


De dentro.


Justicia ¡Abran esas puertas! Abran luego; si no, echarélas en el suelo.

Doña Lorenza Abre, Cristinica, y sepa todo el mundo mi inocencia y la maldad deste viejo.

Cañizares ¡Vive Dios, que creí que te burlabas! ¡Lorenza, calla!


Entran el Alguacil y los músicos, y el bailarín y Hortigosa.


Alguacil ¿Qué es esto? ¿Qué pendencia es ésta? ¿Quién daba aquí voces?

Cañizares Señor, no es nada; pendencias son entre marido y mujer, que luego se pasan.

Músicos ¡Por Dios, que estábamos mis compañeros y yo, que somos músicos, aquí pared y medio, en un desposorio, y a las voces hemos acudido, con no pequeño sobresalto, pensando que era otra cosa.

Hortigosa Y yo también, en mi ánima pecadora.

Cañizares Pues en verdad, señora Hortigosa, que si no fuera por ella, que no hubiera sucedido nada de lo sucedido.

Hortigosa Mis pecados lo habrán hecho; que soy tan desdichada, que, sin saber por dónde ni por dónde no, se me echan a mí las culpas que otros cometen.

Cañizares Señores, vuesas mercedes todos se vuelvan norabuena, que yo les agradezco su buen deseo; que ya yo y mi esposa quedamos en paz.

Doña Lorenza Sí quedaré, como le pida primero perdón a la vecina, si alguna cosa mala pensó contra ella.

Cañizares Si a todas las vecinas de quien yo pienso mal hubiese de pedir perdón, sería nunca acabar; pero, con todo eso, yo se le pido a la señora Hortigosa.

Hortigosa Y yo le otorgo para aquí y para delante de Pero García.

Músicos Pues, en verdad, que no habemos de haber venido en balde: toquen mis compañeros, y baile el bailarín, y regocíjense las paces con esta canción.

Cañizares Señores, no quiero música: yo la doy por recebida.

Músicos Pues aunque no la quiera.


El agua de por San Juan

quita vino y no da pan.

Las riñas de por San Juan

todo el año paz nos dan.

Llover el trigo en las eras,

las viñas estando en cierne,

no hay labrador que gobierne

bien sus cubas y paneras;

mas las riñas más de veras,

si suceden por San Juan

todo el año paz nos dan.


Baila.


Por la canícula ardiente

está la cólera a punto;

pero, pasando aquel punto,

menos activa se siente.

Y así, el que dice no miente,

que las riñas por San Juan

todo el año paz nos dan.


Baila.


Las riñas de los casados

como aquesta siempre sean,

para que después se vean,

sin pensar regocijados.

Sol que sale tras nublados,

es contento tras afán:

las riñas de por San Juan

todo el año paz nos dan.


Cañizares Porque vean vuesas mercedes las revueltas y vueltas en que me ha puesto una vecina, y si tengo razón de estar mal con las vecinas.

Doña Lorenza Aunque mi esposo está mal con las vecinas, yo beso a vuesas mercedes las manos, señoras vecinas.

Cristina Y yo también; mas si mi vecina me hubiera traído mi frailecico, yo la tuviera por mejor vecina; y adiós, señoras vecinas.



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