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23/5/13

AZUL MARLENE, de Jorge Arroyo, Dramaturgo de Costa Rica

 
 
Jorge Arroyo
 
 
AZUL MARLENE
(ECCE HOMO)
 
De Jorge Arroyo
 
 
(Escrita en 1997, año europeo contra el racismo y a favor de la tolerancia)


Azul Marlene fue estrenada en el Teatro Lawrence Olivier de
San José de Costa Rica el 9 de mayo de 1997, con el siguiente reparto:


Marlene...............Miguel Ramos
Otto...............Marco Martín
Vestuario, escenografía y producción:
América Nuestro Mundo S.A. (Puerto Rico)
Dirección............Tatiana de la Ossa


Y en el Teatro Hecho a Mano de
Cochabamba, Bolivia el 22 de setiembre de 2006, con el siguiente reparto:


Marlene...............Pablo Aguilar
Otto...............Marcelo Fernández
Dirección............Bernardo Franck


Fue publicada por el Teatro Nacional de Costa Rica, en su colección Teatro para el Teatro, Volumen 6, Nº 2 / 1997


Acto único


"Pero adoptó el de Marlene Dietrich que, según dijo Jean Cocteau,
"empieza con una caricia y termina con un latigazo"
El Día Histórico. LA NACIÓN, 14/6/1985


Escena: Una celda con dos camastros, un taburete que hace de veladora, un excusado y los elementos de utilería apuntados


Personajes: Un reo, a quien llaman “La Marlene”, y un reo, que ha dicho llamarse Otto, ambos con la ropa de la prisión.


LA MARLENE: (Cerca de la puerta de la celda): ¿Esto es un sueño o una pesadilla? Resulta tan raro estar juntos, aguardando la muerte, con la esperanza perdida. Bueno, aquí, en Alemania, parece que ya todo está perdido. ¡Ya todo murió! Y lo que no ha muerto, es cuestión de horas, de minutos. Lo único que puede salvarse es la dignidad personal, supongo... ¿Me has oído? No, no me has oído. Estás dormido. ¿Estás dormido? Uno nunca sabe si estás prestando atención; se te oye cuando te conviene. ¿Me oyes? Tal vez si yo fuera una de esas campesinas de las cursis películas de la línea heimatfilm, me tomarías en cuenta. ¡Ah! Las peliculitas ésas, con tantos bosquecitos y tantos laguitos, pero en donde lo verdaderamente hermoso es el guardabosques. ¿Me estás oyendo? ¿Te has puesto a pensar en que es posible que no volvamos a ver ni siquiera una tonta película de ésas? Vamos a morir. ¡Sí! Vas a morir igual que yo, dentro de un rato. ¿Sientes cómo va llegando la hora de la muerte? A ver, ¡siéntelo!: Aquí tenemos un segundo de vida y ahora... ¡Fush! ¡Ya no está! Y tampoco está el que había cuando te hice ver que lo sintieras. Y éste... ¡Fush! ¡También se fue! Cada segundo es un pasito hacia la muerte... hacia tu muerte... hacia la mía. Deberías levantarte y ensayar conmigo las posibilidades de nuestros ajusticiamientos. ¿Nos ahorcarán? (Finge) He oído decir que, cuando cuelgan a una persona, su última sensación es muy erótica. Es posible. En Sachsenhausen los que se ahorcaban quedaban... (Levanta el antebrazo con el puño cerrado) No. A lo mejor vamos a ser los hors-d'oeuvre de alguna comida de Himmler. ¿Sabes que, antes del desayuno, siempre mata a un judío? ¡Pum! (Finge) No, no. ¡Mucho honor! Seguramente nos mandarán a los baños de gas... ¡Aghhh! (Cae poco a poco) O nos dejarán morir de hambre. Al menos a mí, porque los maricas no les importamos ni siquiera para gastar una bala. Importan más... no sé... los judíos... ¿los gitanos? Mmm... ¿De hambre? ¡Desechado! Vendrán dentro de poco y yo ni siquiera tengo sed. (Se acerca a Otto, lo mira, vuelve a alejarse) Dicen que en Büchenwald hay un subterráneo en donde apilan maricas hasta que se mueren por el hacinamiento. No faltará algún hijo de puta que diga que de lo que se morían era de aburrimiento, porque entre los "normales" hay unos malparidos que creen que nos la pasamos en una pura fiesta; peor aún: ¡en una pura orgía! No digo que todos, pero, a ver, tú, ¿qué piensas?. ¡Pobre! Tan normalito y deshonrándote en una celda con un espécimen como yo. ¿Te has puesto a pensar en lo que dirán luego de tu muerte? ¡El gran Otto murió bien abrazado por la Marlene! Y digo "bien abrazado", por no decir lo que seguramente dirán. Dime una cosa: ¿ser tan normal no duele? Debe ser algo muy molesto eso de estar siempre ajustándose a las normas. ¡Ay! ¡Yo te salvaré, gran Otto, te voy a quitar lo normal! (Va hacia el camastro, canturrea como himno): “¡El gran Otto murió con un marica!... ¡Fue un valiente dando todo por la Pa-a-tria!..” (Otto salta y lleva a la Marlene hasta pegarlo contra la pared) ¡Ay! ¡Déjame, desgraciado! (La Marlene lo patea en la entrepierna, Otto cae) ¿Qué crees? ¿Que no me puedo defender? Desde el principio supe que aquí nadie vendría a ayudarme. Los celadores se acercan sólo cuando quieren divertirse, viéndonos como un león y un judío en el circo romano. (Ríe) ¡Qué comparación! ¿Has visto cómo suenan las rejas para llamarse a la diversión cuando van a torturar a alguien... o a matarlo? (Pausa) Por qué me habrán puesto aquí, contigo? Supongo que querrán divertirse viendo cómo... ¡cómo te violo! (Otto, repuesto, de nuevo salta sobre la Marlene, quien otra vez logra esquivarlo y, cuando reinicia el ataque, la Marlene saca un pequeño fierro afilado y lo amenaza) ¡Quieto! Yo también tengo mis armas ocultas. Siempre me guardo alguna para sacarla en el momento preciso. Este puñalito puede matarte, pero lo que más debería preocuparte es que tengo otras cosas más grandes que este puñalito... ¡más grandes... (Se agarra la entrepierna) ...para comerte mejor! (Otto reincide, la Marlene lo amezana. Rondan la celda) Debemos de vernos preciosos, como el domador y la bestia. ¿Cuál es cuál? No sé, pero supongo que el gran Otto, sí. La escena te resulta familiar, ¿no es cierto? Te trae recuerdos de cuando trabajabas en el circo ¡Un circo! ¿No se te ocurrió un trabajo mejor, después de la muerte de tu familia? (La danza se detiene) ¡Touché, mon cher Otto! En este lugar, o se sabe todo, o no se sabe nada. Siempre los más fuertes son los más informados. ¡La información es poder! (Otto vuelve a su camastro. La Marlene baja el arma. Pausa) Siento mucho haberte golpeado, pero me obligaste. No sé cómo me atreví a pegarte. Es un sacrilegio golpear a alguien tan hermoso. Cuando te veo, inmediatamente recuerdo al actor que hizo al joven Rembrandt en la película. ¿Alcanzaste a ver "Rembrandt", esa porquería de película? ¡Si el pintor reviviera, le metería los pinceles entre el culo a los que la hicieron! Ridícula y más que ridícula. A mí me encantaba el actor, nada más, pero a los del partido les encantó toda la mierda. Dicen que Goering la vio no se cuántas veces. En fin, ¿quién ha dicho que ésos tienen buen gusto? Aunque... en lo que respecta a tesoros artísticos, sí. ¡Ahí sí que tienen buen ojo! ¿Alguna vez oíste hablar del Coronel Wolfmann? ¡Un nazi con el mejor gusto del mundo! Él fue uno de los encargados de confiscar y clasificar los valores artísticos que esos depredadores han robado en toda Europa. Dicen que Wolfmann es homosexual, pero a escondidas. Le decían "el lobo feroz" porque se sospechaba que tenía su "Caperucita". ¡Hay que ver las cosas que uno sabe de los del Reich! ¡Vaya! Te veo muy interesado. A lo mejor el gran Otto es un lobo feroz disfrazado de abuelita y quiere comerse a una Caperucita... (Otto se voltea hacia la pared) No entiendo por qué me trajeron a esta celda, aparte de todos, contigo por compañero. Me sacaron de una barraca, me separaron del grupo con el que estaba en Sachsenhausen... ¿Sabes que allá nos tenían apiñados lejos del resto de prisioneros, de los "normales", trabajando en una cantera de arcilla? ¡Era espantoso llenar y llenar vagonetas durante todo el día, a la intemperie, verano o invierno! "¡A trabajar, maricones, a hacerse hombres!", nos gritaban, igual a como me gritaba mi padre cuando yo era niño: "¡A hacerte hombre!" Algunos de los prisioneros eran corpulentos, masculinos, y se empeñaban duro en la faena, creyendo que con eso disimularían sus preferencias y serían trasladados al lado de los "normales", en donde las condiciones eran menos espantosas que las nuestras. ¡Qué ingenuidad! Y pensar que así les pasa a muchos en la vida, se la pasan disimulando creyendo que eso los pondrá en un mejor lugar en el mundo, ¿o esperarán que con el tiempo les vendrá la cura de esa "enfermedad" que la Biblia llama "el pecado nefando"? En Sachsenhausen, ésos eran los que más se quejaban. Los otros, ni siquiera intentábamos quejarnos. A muchos los mató el esfuerzo, por tratar de ser lo que no eran, a otros la sensibilidad. Algunos se dejaban morir apenas se enteraban de la muerte de su amante. En aquella situación, quien tenía un compañero lo tenía todo, pero si el amigo faltaba, entonces sí que nada tenía razón de ser, ni la esperanza. Y un buen número se suicidó con la peor belleza: con la muerte a medias. Para abandonar el infierno, varias veces vimos a dos amantes darse muerte simultáneamente. (Tira una mirada rápida a Otto) Pero total... a tí ¿qué te importa? (Coge un jarro y toma. Escupe inmediatamente) ¡Hijo de puta! ¿Qué mierda es esto? ¿Orinaste el agua? ¡Desgraciado! (Otto ríe) ¡Malnacido! ¡Yo te mato! (La Marlene se abalanza sobre Otto. Pleito. Cae el puñal de la Marlene. Otto domina la situación. Doblega a la Marlene. Recoge el puñal y se lo pone en el cuello a la Marlene) Adelante, gran Otto. Tal vez lo mejor sea acabar con todo ahora. (Con cuidado, pero aprisa, la Marlene saca de entre su ropa otro puñal y rápidamente se lo pone al cuello a Otto) ¡Sí! Tal vez sea lo mejor para los dos. ¡Creerán que preferimos darnos muerte mutua, como los amantes de Sachsenhausen! ¿Qué diría la pequeña Liesl de esa historia? (Otto cautelosamente se aleja) "Yo también tengo mis armas ocultas. Siempre me guardo algún arma para sacarla en el momento preciso". El puñalito te puede matar el cuerpo, pero no creo que te importe, no creo que algo te importe porque he notado que no tienes alma. Seguramente que la muerte de Liesl te la arrebató. (Otto se tira al camón) Espero que sepas perdonarme por haber sacado su nombre en este momento, pero no quiero morir todavía, y menos a manos tuyas. No podría soportar ese recuerdo durante toda la eternidad, no el de que fuera el gran Otto mi asesino, porque sería imposible guardarte rencor. En cambio a ellos... (Otto solloza) ¡Ay, Dios! ¡Lo que he provocado! ¡No debí haberte recordado a Liesl. Creo... seguramente... ¡No! Sé perfectamente que hiciste lo posible por salvarlos; intentaste devolverte para cargar al niño y que ella pudiera correr más libremente, y en eso ocurrió la explosión al frente tuyo, ¿no es cierto? ¡Más bien te salvaste de milagro! Una granada. ¿Una bomba?... ¡La explosión no fue culpa tuya! No fue... (Mira a Otto, que se ha quedado fijo con una profunda expresión de tristeza. La Marlene se acerca) Perdón, Otto. Perdonémonos mutuamente. Yo... soy un imbécil. (Otto se retira) Encima, nunca fui bueno pidiendo perdón. (Pausa. Otto se ve muy asustado, mira a la Marlene. Si la Marlene se mueve, Otto trata de poner la mayor distancia entre ambos) Supongo que sé lo que te pasa: pensarás que soy el mismísimo demonio, o tal vez un espía puesto aquí para vigilar hasta el último de tus pensamientos. En tiempo de guerra, y en éstas circunstancias, es bastante común. Dicen que en la Gran Guerra, cuando encerraron a Mata-Hari, le pusieron un carcelero con órdenes de vigilarle hasta los recuerdos. Parece que aquel hombre, conforme fue conociendo a la bayadera, se fue enamorando de ella. Lo peor fue que él formó parte del piquete que la fusiló. Unas horas más tarde, el tipo se suicidó. (Pausa. La Marlene extiende el puñal hacia Otto) ¿Te suicidarías después de matarme, gran Otto? (Otto arroja su puñal a la Marlene, regresa al camón y se voltea hacia la pared. La Marlene recoge el puñal y se guarda las dos armas) No soy ningún hechicero, hombre, al menos, no en el sentido convencional de la palabra. Y no estoy aquí para espiarte. Conozco algo de tu vida, es cierto, pero nunca podrías adivinar cómo lo supe. ¿Quieres que te lo cuente? (Otto lo mira. Pausa) Hablas dormido. (Otto se incorpora) ¡Hablas dormido, sí! ¡Hablas sin parar! Por eso, en apenas dos noches, he sabido todo lo que sé de tu vida y, seguramente, por la misma estúpida razón fue que descubrieron que eras judío. En sueños dijiste que te habías ocultado muy bien de los S.S. y de la Gestapo. ¡Cómo te ufanas de ello entre ronquidos! Pero no hay que creer que los triunfos personales son inmutables. A veces, una vez que consigues lo que quieres, con eso mismo pescas lo que ha de volverse en tu contra. ¿Nadie te dijo que hablabas dormido? ¿Nunca? ¿Liesl? ¿La gente del circo? ¡Qué raro! ¿O sería que empezaste a hacerlo cuando se te acumularon el miedo y el disimulo en la cabeza? ¡Pésima combinación! El disimulo con miedo puede hacer que uno hable con el inconsciente. Y ya ves, hermoso Otto: ¡Los nazis y yo te hemos descubierto a través de tus sueños y pesadillas! (Otto se levanta incomodísimo. Camina por la celda como bestia enjaulada; golpea la pared) En este momento te caería muy bien un poco de agua limpia, si no la hubieras orinado. (Otto está de espaldas en un rincón. La Marlene va hacia él. Luego de dudarlo un poco, lo toma por los hombros y lo voltea) No te voy a hacer daño. Tenemos que hablar. Para mí es importante aclarar por qué nos han puesto juntos y sé que eso es una respuesta a medias entre tú y yo. (Otto se deja llevar al camastro de la Marlene) Escuchar tus sueños ha sido hermoso y emocionante. En tus sueños siempre hay alegres cosas de tu niñez o conversaciones y cosas importantes, como el episodio con tu esposa y la bebé. Bueno... ése es triste, supongo. (Al ver que Otto lo mira incrédulo) ¡Sí! Supongo, digo; porque realmente no sé lo que es amar a una familia. ¿Debería pedir perdón por eso, o más bien exigir que alguien me pida perdón a mí? No tuve niñez, por lo que estoy incapacitado para aferrarme desesperadamente a la vida. Apenas entrado en la adolescencia tuve que dejar mi casa, cuando mi padre descubrió lo que mi tío me venía haciendo desde tiempo atrás. Mi tío se fue de la ciudad y a mí, mi padre me molió a palos y escandalizó a todo el pueblo con la historia. Cuando llegué a la bodega donde trabajaba, mis compañeros me vieron como a un apestado. Pasé entre un callejón de silencio y fui a mi puesto. Uno se levantó y se vino a mí. Empezó a tocarme y los demás se fueron acercando, burlándose, hasta que me alzaron y me bajaron los pantalones. Me llevaron hasta la rueca del telar y... supondrás lo que iban a hacer. Al pasar por una viga, la así y pude huir por la linternilla. Al llegar a la casa, me esperaba mi padre en la puerta, con mi maleta en la mano. Con el monto del tiquete del tren y una bofetada, me mandó a trabajar a una granja, donde una pariente de mi madre que vivía con dos hijas. Quizá pensaría que, en el contacto cotidiano con aquellas muchachas, a mí se me movería algo más que la cadera. ¡Vanas ilusiones, si las tuvo! La granja no era de esas bonitas que salen en las heimatfilm, sino un chiquero espantosamente sucio y descuidado, pese a que las tres mujeres eran buenas jornaleras; pero no se la podían con todo y tuve que emplearme a fondo. De esa época saqué las fuerzas que me han permitido sobrevivir a todos los malos tratos y trabajos forzados de este infierno, hasta hoy... hasta aquí. La vida en la granja no tenía días ni noches, igual que cuando se está prisionero; comíamos de lo que ahí se producía y, a ratos, yo descansaba sobre un montón de heno en lo alto del granero. ¡Eso sí que era igual que en las películas, y también igual que en las películas, una vez llegó algo parecido al guardabosques! Bueno... no exactamente: era un vendedor viajero que llevaba aperos para la granjería, un hombre bastante guapo, que se parecía al Schubert de "La inconclusa" -¿Viste la película?- ¡Uy! No hizo más que llegar y enloqueció a las muchachas del lugar; a las cuatro, incluyendo a la madre, -no saques cuentas difíciles, hablo por aquellas tres y por mí-. Yo noté que al señor no le importaban mucho las damas, pero ya sabrás lo que pasa en estos casos con las mujeres... ¡No se dan cuenta! ¡Tienen al frente a un hombre al que le gustan los otros hombres y creen poder cambiarle las preferencias! Prácticamente lo obligaron a quedarse a vivir allá, con toda la alevosía de redentoras. ¡Ja! No tendrás que hacer mucho esfuerzo de imaginación para saber lo que pasó, teniendo en cuenta que al señor Schubert también le tocó ir a dormir al granero... (Otto ríe) ¡No encuentro que sea como para reírse, morboso! ¿Qué iba a pasar? (Entre ambos y entre risas se da un juego con gestos obscenos. El juego toma un cariz de gran seducción. La Marlene, al ver que se acerca un punto álgido, se levanta suavemente y se retira). Y un día, a como llegó, se marchó. Fue una de las únicas dos cosas excepcionales en aquellos cuatro años. La otra fue que, al tiempo, llegó una carta de mi tío, anunciándonos la muerte de mis padres. ¡Pobres! Una noche, mientras hacían el amor, se les derrumbó el techo de la casa y una viga los mató, juntos. Aquella casa era viejísima, estaba muy dañada y nunca había sido reparada para nada. La venta del terreno apenas alcanzó para pagar algo de los dos funerales, el resto creo que lo cubrió mi tío. Siempre fuimos muy pobres, y ya ves que mi juventud no tiene nada que ver con tu felicidad en la casa de tu tía Berta... ¡Ja! ¿Sorprendido?... ¡Ahhh! ¡Los sueños! Es una de las cosas que dijiste anoche. Mmm... Te imagino disfrutando de buena comida, del gaisburger marsth con papas cultivadas por ustedes mismos y con la carne de buey tan bien cocinada que se deshace en la boca. ¡Qué buena comida te diste anoche! ¡Stuttgart es hermoso! No has dicho que seas de Stuttgart, pero hablar de un buen gainsburger marsth es hablar de allá... al menos para mí.


OTTO: ¿Dónde naciste?


LA MARLENE: ¡Qué importa! Lo que importa es en donde lo agarra a uno el presente. Y ahora el nuestro es patético.


OTTO: Anoche... no te oí hablar en sueños.


LA MARLENE: Yo no necesito hablar cuando duermo, ¡si no paro de hacerlo cuando estoy despierto! (Ríen) Si dónde nací, no importa... ¿cuándo? ¡Menos! Porque siempre me quito la edad. Mi tío inauguró mi pubertad y la disfrutó hasta que cumplí quince años, luego, en la granja estuve hasta los diecinueve, y después de lo de mis padres me fui a Hamburgo, sin un marco, y me vendí en las calles, hasta que un tipo decidió llevarme a vivir con él. Era dueño de una especie de café bastante lujoso, en donde el principal negocio era el de las drogas a clientes madurones, quienes también se entretenían con nosotros, los jovencitos. Un banquero se enganchó conmigo y me llevó a vivir con él, pero lo dejé el día en que me exhibió ante sus amigotes y, por hacerse el gracioso, quiso apagarme un cigarro entre el culo. Quise volver al café, pero ya no me aceptaron. Entonces me coloqué en un cabaret de mala muerte, siempre como señuelo, hasta que un día de tantos, el espejo y el patrón me dijeron que yo ya no era el jovencito útil para lo que ahí se hacía. Antes de que me pusieran de patitas en la calle, se me ocurrió una solución salvadora: dejar de ser el anzuelo que iba de mesa en mesa y pasar al lado de los que actuaban en el escenario. El patrón lo dudó un poco pero insistí hasta que accedió. Ante aquella oportunidad vendí un reloj que le había robado al cabrón del banquero, compré medias y una tela y rápidamente me hice un traje muy bonito para debutar como las grandes, un traje muy brillante, lleno de plumas que junté en los parques y en el zoológico. La cintura la armé con un aro que le quité a un barril y, el resto, con pedazos de tela que cogí de unas cortinas viejas que se pudrían en el sótano del negocio. En alguna película vi a alguien hacerse un vestido con unas cortinas... ¿En cuál fue?... No me acuerdo. El caso es que yo, divina. La noche de la gala, dejé mi modelito en un zaguán del cabaret -me habían dicho que ni mi traje ni yo, cabíamos en el pequeño camerino del lugar- y me fui a bañar. ¡Ay! ¿Supongo que sabes lo que es la envidia? Cuando salí del baño y subí a ponerme el vestido, alguno de los transformistas viejos habían "transformistado" mi creación en tiras y retazos. ¡Sólo la faldita interior estaba intacta, y seguro porque no tuvo tiempo de romperla! Casi era la hora de mi lucimiento y yo ahí, apenas con la calzoneta, las medias largas, los zapatos que me había prestado la portera, las plumas y una especie de chemise negra. Adentro se oían las risitas de las "estrellitas" y yo, ¡patética!, asomada por la puerta del camerino. Medio idiota por la tristeza y por la humillación, entré. Seguro creyeron que los iba a matar, porque se quedaron mudos, pero iba por algo que ví que podría servirme: un sombrerito colgado en un rincón, muy ajado y percudido. "Lo sucio no se verá con las luces de la escena", pensé, y lo cogí, mientras ideaba algo para salir del paso, alguna tontería como las que hacían los cómicos del cine mudo. Rápido, agarré las dos pantallas de unas lamparitas y me las puse aquí, en las muñecas, como quien dice de polainas, pero en los brazos. Uno soltó la risa pero ni lo dejé terminar la carcajada. ¡Ya era mucho! Me le fui encima y lo agarré del pelo, pero era una peluca que se me quedó entre las manos. Aquel transformista era calvo y, furioso, se me vino encima, pero yo salí del camerino a toda prisa. La peluca y el sombrero me los puse mientras corría por el pasillo y apuraba a bajar al escenario. El calvo me perseguía, y los dos gritábamos como enloquecidos. Casi me había atrapado y entonces agarré una silla para golpearlo por si me alcanzaba, pero no paré de correr. ¡Sí! ¡Con todo y silla bajé las incomodísimas escaleras de caracol y me metí por el callejón del foro! Cuando pasé al frente de uno que trabajaba en tramoya, el tipo, por molestarme, gritó "¡Abran paso, que por andar puteando, Marlene Dietrich viene tarde!" Como ya estaba harto de correr, paré en el acto para reventarle la silla al calvo y para contestarle al tramoyista y... ¡Ahí ocurrió el milagro! ¡Cuando me vi reflejado de cuerpo entero en el espejo del retocado! ¡Sí! ¡Yo era Marlene Dietrich en "El ángel azul"! ¡Y con todo y silla! En aquel momento vino el patrón, furioso, porque los gritos se habían oído desde afuera. Yo le hice ver que el público ya estaba muy borracho, y que todo el escándalo más bien le ponía ambiente al lugar. Se calmó. "¿Cómo te anuncio, demonio?", me dijo. Avancé hacia él, muy sensual, a lo Dietrich, y le dije: "Lola-Lola. ¡Y que toquen mi canción!" Yo vi que lo había impactado, pero nada más me dijo: "¡A ver si la tienen en repertorio, maricón, y si no confórmate con lo que haya!" Él era un poco rudo, pero yo supe que lo había flechado, lo sentí. Y mi corazón estaba como a mil, por la emoción... bueno, y por la carrera. Me senté un momento en la sillita, para tranquilizarme antes del debut, cuando en eso veo que el travesti calvo, que me acechaba detrás de un bastidor, se me viene encima. Sin pensarlo dos veces, pegué un último grito y me tiré al escenario, así, sin música ni nada. El público chiflaba y aplaudía y, ¡zas!: Ni siquiera me habían anunciado y ya todos, al verme, gritaban: "¡Miren! ¡Llegó Marlene Dietrich! ¡La Marlene! ¡La Marlene!" y se fue haciendo un coro que crecía, rítmico: "¡La-Mar-lene! ¡La-Mar-lene! ¡La-Mar-lene!". Yo, a como pude, tranquilicé al público y dije una frase muy Dietrich: "Disculpen, caballeros, que venga así, pero llevo estas ropas sólo porque son cómodas". ¡Ni para qué lo hice! ¡Estallaron en carcajadas y aplausos que parecían ametralladoras! Y yo... "¡Música maestro!" -Así lo dije, mírame- "¡Música maestro!" Y la orquesta, que ya había sido convenientemente informada por el patrón, arrancó con "Lola-Lola". Al primer cornetazo, puse la silla en el centro de la escena... ¡Y fue la locura! (La Marlene interpreta el número de Marlene Dietrich como "Lola-Lola" en "El ángel azul". Al finalizar, agradece los aplausos). Los aplausos! ¡Los aplausos! ¡En la dosis exacta para que uno no se muera antes de tiempo! ¡Un espectáculo digno de dioses! Y el público, Otto, un público que supo apreciar la gran actuación de mi vida! Después de eso... ¿qué importaba el Grand Finale? ¡Todo por el arte! Cuando terminé me fui directamente al camerino. Todos se hicieron a un lado menos el calvo, que se levantó furioso y me enfrentó. Me puse a la par del perchero y, disimuladamente, lo agarré con toda la intención de partírselo en la cabeza. En eso, se oyó la voz de trueno del patrón. "¡Salgan todas! ¡Quiero estar a solas con la Marlene!" ¡Jamás olvidaré la cara de humillado del calvo! ¡Bien merecido! Porque después me contaron que había sido él quien había destruido mi hermoso vestidito. ¡Pero la justicia existe! (Mira en torno). Bueno... A veces... (De nuevo en ánimo). Aquella noche el patrón no me soltó. ¡Realmente no me soltó hasta las siete de la mañana del día siguiente! ¡Si es que yo sé perfectamente cuando he flechado a alguien; lo sé, gran Otto, aunque la persona misma aún no lo sepa! (Otto se levanta y saca una pequeña bolsa del forro de su colchón, de la que, a su vez, saca lo necesario para enrolar cigarrillos y se pone a hacerlo. La Marlene observa todo atentamente). Fui la patrona de aquel lugar durante un tiempo, hasta que, casi al punto de que ocurriera lo que siempre ocurre -que llegue alguien que te saque de la silla-, estalló y recrudeció la guerra. Lo que sigue es la historia de todos los que hemos tratado de escapar de sus fauces: La Marlene huyendo de un lado a otro, como una puta fina en el Expreso de Shangai, saltando de hotelucho en hotelucho, parada de esquina en esquina, caminando de calle en calle... ¡Por dicha que tengo buenas piernas! ¡Como la Dietrich! (Ríen. Otto, que ha terminado de enrolar dos cigarrillos, de la pequeña bolsa saca fósforos, enciende uno y deja otro en la mesa veladora. Devuelve todo a la bolsita y la deja sobre el camón). ¡Ay! ¡La vida es una fruta muy curiosa! Algunas que se miran bien, son ácidas; otras parecen ácidas y son dulces, y, algunas dulces, son venenosas. ¡Fruta rara es la vida, en donde tantas veces las cosas parecen ser de una manera, pero son de otra!


OTTO: Quiero... quiero verte las piernas.


LA MARLENE: ¿Cómo?


OTTO: Lo que dije.


LA MARLENE: Son... comunes.


OTTO: Quiero verlas.


LA MARLENE: Me las viste ayer, cuando defequé en ese excusado, al frente tuyo.


OTTO: No me fijé.


LA MARLENE: Podrás verlas de nuevo si es que tengo tiempo y ganas de cagar otra vez.


OTTO: No. Es diferente. Quiero verlas ahora.


LA MARLENE: No quiero enseñártelas. No son las piernas de Marlene Dietrich. Déjame a mí con mis fantasías, pero no me involucres en las tuyas.


OTTO: Nunca me gustó Marlene Dietrich. Nunca me gustó el cine.


LA MARLENE: Al paso que vas me dirás que nunca te gustaron las mujeres, porque ¿cómo es posible que no te guste la Dietrich, si es una de las tres únicas cosas buenas que ha producido Alemania?


OTTO: ¿Cuáles son las otras dos?


LA MARLENE: La música y... las salchichas, en toda la extensióoon de la palabra.


OTTO: La música... La música que tengo más metida en mi cabeza es la del circo y la relaciono siempre con la muerte. En el circo, viví siempre con el temor a esa muerte que puede llegar descolgada de un trapecio, o con un paso en falso en la cuerda floja, o con los leones, o con los puñales a la diana humana...


LA MARLENE: ¿No es cierto que a los leones les quitan los dientes?


OTTO: Y luego se van muriendo lentamente. La mirada de tristeza de un león enjaulado no se olvida nunca. Te mira como buscando un cómplice... En el circo hay que ser cómplices de algo o de alguien para poder sobrevivir. Ser cómplice del payaso más gracioso, o de la equilibrista más bella, o del forzudo cruel... Hay que escoger con quien poder hacer tu mejor pirueta.


LA MARLENE: Como en Sachsenhausen, las miradas cómplices significan un pedacito de esperanza. (Se miran). ¿Por qué escogiste el circo?


OTTO: No lo escogí, el circo me escogió a mí. Yo solamente iba huyendo por un campo de hangares cuando topé con un vagón abierto, en donde me escondí, era un vagón lleno de monos viejos, sarnosos. Pasé ahí no sé cuanto tiempo, hasta que el tren se puso en marcha, una larga marcha hacia nunca supe dónde. En aquel trayecto me gané la confianza de los simios, que eran mis únicos compañeros. En alguna estación alguien vino a darles de comer. Me oculté, pero, cuando recibieron su comida, algunos de los monos se querían salir de la jaula hacia dónde estaba yo... Querían -no lo creerás-, sé que querían darme comida. Yo era su amigo y ya era de la manada, y habían visto que nadie me había alimentado. Por ellos me descubrieron. Fue un hombre gastado, un viejo que antes había sido la bala humana, pero que se había quedado sordo y, ahora, como nunca entendía lo que le decían, lo habían puesto de payaso para que la gente se riera con sus confusiones. Cuando me descubrió, me tapó con su manta y me llevó a donde los demás, les conté lo de la explosión y nadie hizo más preguntas. Me incorporaron y ahí me quedé, encargado de los monos, con quienes rápidamente monté un acto muy divertido, en donde la estrella era un pequeño chimpancé que había nacido ahí, en cautiverio. Y te voy a decir algo. Ése era "El Gran Otto". Yo me llamo Franz. "El Gran Otto" era aquel monito, aquel con el que pude ir suavizando el dolor de la muerte de Liesl y de mi bebé Erica. No deberías prestarle tanta atención a los sueños, Marlene, sobretodo cuando no son del todo comprensibles.


LA MARLENE: ¿Estuviste mucho tiempo con el circo?


OTTO: No conté los días, pero fue hasta que descubrieron que la bailarina de la danza ondulante del fuego, una polaca a quien los nazis le mataron la familia en Varsovia, era agente de espionaje al servicio de los americanos. El rumor circuló entre todos nosotros, pero no lo creímos. Una mañana, por las ventanillas del tren que corría, vimos que varios cazabombarderos venían hacia nosotros. Los del circo quizá pensaron que se trataba de alguna precaución de guerra. Yo no lo pensé dos veces y me tiré del tren y rodé por la pendiente, protegiéndome a como pude. En segundos, atrás sólo se oyó el espantoso sonido de... (Se lleva las manos a la cabeza. La Marlene corre a agarrar a Otto, que está descontrolado. Es un forcejeo violento, pero algo en la Marlene lo hace amable). ¡Es horrible! ¡No lo soporto! ¡No lo aguanto más! ¡Es terrible! ¡Me come todo el cerebro!


LA MARLENE: Basta... Descanse... Basta...


OTTO: ...Aturdido, apenas me pude incorporar para ver que el viejo payaso sordo venía, trastabillando, hacia mí. Traía algo abrazado. Cayó a pocos metros, agonizante y ya sin sentido. A como pude, me acerqué y topé con que, también agonizante... en su regazo estaba... "El Gran Otto"... "El Gran Otto"... que, sangrante, se colgó de mí... Y se me murieron los dos entre los brazos. (Llora. La Marlene lo acuna como a un bebé. Le canta. Poco a poco, Otto se calma. Va quedando adormecido. Apenas se duerme, se apagan las luces). ¡Mierda! ¡Aún no es tan temprano para que desconecten la luz estos hijos de puta! (La Marlene se separa cuidadosamente y va hacia la reja. Llama, apagando la voz, para no despertar a Otto). ¡Guardia! ¡Guardia! ¡Bah! ¡Cómo si algo fuera a cambiar! (La Marlene toma la candela y busca fósforos, sin resultado. Duda un momento antes de buscar entre las cosas de Otto. Lo hace. Saca los fósforos, prende la candela, encuentra fotos, las mira, las deja, saca una jeringa y un frasco y saca una libretita y una estilográfica. Mira todo detenidamente. Apenas abre la libretita, Otto empieza a hablar dormido) ¡No diré nada! ¡No diré nada, doctor! ¡Pero inyécteme, por favor! ¡No lo diré! ¡No hablaré! ¡Nunca he contado secretos! ¡Nunca! ¡Eso es falso! ¡Nunca he dicho nada de lo que sé! ¡Por favor, doctor! ¡Por favor! ¡La inyección! (La Marlene retoma la jeringa y el frasco). ¡Doctor, hágalo! Yo ni siquiera puedo pronunciar el nombre del holandés que lo hizo... Fue... el artista... en su estudio... El conde dijo que seis millones de dólares. ¿Cuántos marcos son? Y el álbum tiene como treinta... (Se oye una puerta metálica que se abre, luego otra. La Marlene intenta guardarlo todo, pero se detiene y mira, incrédula, las cosas. Se oyen las puertas que se cierran. La Marlene devuelve todo, con calma).


OTTO: ¿A dónde irán los gobelinos? ¿A dónde irán los gobelinos?


LA MARLENE: ¿Los gobelinos? ¿Una clave? O... ¡No! ¡Es...! ¡Los gobelinos! ¡El artista en su estudio! Pero... ¡He sido un estúpido!


OTTO: (A gritos).¿A dónde irán los gobelinos?


LA MARLENE: (Lanzándose a mover a Otto). ¡Arriba! ¡Arriba!


OTTO: (Se incorpora de un salto, adormecido, sudoroso y descompuesto, recorre la habitación). No. ¿Dónde? Se destruirán... ¡Se destruirán!


LA MARLENE: ¡Otto!


OTTO: Franz.


LA MARLENE: Ya es muy tarde para cambiar de nombres. Es hora de hablar. Creo empezar a entender por qué estamos los dos en ésta celda. (Otto se alza de hombros).


OTTO: Uno... uno nunca sabe por qué ellos hacen las cosas.


LA MARLENE: ¿No?


OTTO: No. No sé. No importa. Lo que importa es que... es que... ya me siento mejor. (Pausa). Quiero verte las piernas.


LA MARLENE: Las piernas. ¿El gran Otto quiere verme las piernas? Creo que lo que quiere es ver otra cosa.


OTTO: (Ambigüo) No sé. Tal vez.


LA MARLENE: Tal vez habré seducido al gran Otto... Franz, con quien no entiendo qué hago en una celda, cuando afuera mueren miles de personas, sin que los nazis se ocupen de poner en celda aparte ni siquiera a dos prisioneros importantes, a menos... a menos que les interese algo.


OTTO: Sí. Parece muy raro, ¿no es cierto?


LA MARLENE: ¿Así que quieres verme las piernas, gran.. Franz? Está bien, pero no me gusta mostrarlas así no más. Me gusta, mostrarlas... suavemente, me gusta que me quiten suavemente la ropa, aunque sea éste uniforme indecente, con esta marca oprobiosa. ¡Triángulos rosados con los vértices invertidos! Los has visto, claro, aquí, en mi brazo izquierdo y, éste otro, en el pantalón. Señalan a los homosexuales, a los que nos darán menos alimentos y más trabajo y nunca un camón en celda aparte; a los que sólo conoceremos la enfermería si es para que experimenten con nuestros cuerpos. ¿Sabrás, supongo, que para divertirse, algunos jefes nazis hacen que nos inyectan gasolina en la sangre, para vernos morir entre los espasmos más espantosos? Deberías pensar en que te podría pasar eso, si de pronto te cambiaras al bando... nuestro. Pero no. Sabes que no te va a pasar, sabes mucho más de lo que aparentas. Hay... hay cosas, gran... Franz, que se juntan parte por parte y... y que... que muestran la verdad con toda claridad. (Pausa). ¿Por qué, mejor, no intentaron sacarme la información con torturas? ¿Porque saben que hubiera sido inútil? La gente como yo sabemos callar. Desde pequeños aprendemos a callar nuestras inclinaciones, y el silencio pasa a formar parte de nuestras fibras y nos fortalece. Sí, por eso hubiera sido un mal paso recurrir a la tortura, porque nosotros sabemos que decir lo que no se debe, siempre es colaborar con un enemigo.


OTTO: No entiendo de qué hablas.


LA MARLENE: Es innecesario fingir, señor. Ya no le diré más ninguno de sus nombres falsos. (Otto lo mira, impertérrito). Porque usted no se llama Otto, ni Franz, ni estuvo jamás en un circo, ni tuvo una esposa llamada Liesl cuya muerte le robó el alma, porque nunca ha tenido ni alma, ni una bebé, ¡y ni siquiera habla dormido! Ha estado muy despierto todo este tiempo, muy satisfecho de que yo haya revisado sus cosas. La jeringa supongo que era para que yo creyera que a usted lo han inyectado con escopolamina, como lo hicieron con Marinus Van der Lubbe para dejarlo idiota y que no pudiera contar que él había incendiado el Reichstag por orden nazi. ¡Culparon a los homosexuales, justificando así las espantosas persecuciones que desataron!


OTTO: ¡Van der Lubbe era homosexual!


LA MARLENE: Puede ser. Pero no era por eso que era mejor o peor. Ustedes... -¡Sí, señor, ustedes, los nazis!- ...lo enviaron a incendiar el edificio, prometiéndole a cambio una libertad que cumplieron condenándolo a la horca, luego de inyectarlo durante semanas hasta idiotizarlo. ¡Una jeringa! (La Marlene coge la jeringa). ¡Una jeringa! (La mueve en el aire y la tira de nuevo sobre la cama). ¿Para qué querrían aquí una jeringa? ¿Para hacerme creer que usted es otro van der Lubbe? ¿Un intoxicado que necesita de algo para calmarse y que al no tenerlo, se suelta a hablar dormido? ¡Ya eso lo vi en una famosísima película de gángsters! (Otto sonríe. Marlene saca más cosas). Fotos tiernas y falsas, fósforos, libretita, estilográfica... ¿Por qué habrían de permitirle tener todo eso? ¡A todos nos quitan hasta los dientes y a usted lo encierran con un bazar! Yo no fui puesto aquí para espiarlo a usted; usted fue puesto aquí para sacar algo de mí, y ya sabemos de qué se trata. ¿Ahora quién quiere saberlo? Digo, aparte del Führer, de Herr Goering o de Herr Goebbles, que saben perfectamente en dónde están todos los tesoros artísticos robados en Viena, Polonia, Holanda... ¡Y sí! ¡Yo sé en dónde están! Estuvieron bastante acertados en no usar la tortura y en su lugar poner a un excelente señuelo, como usted! Pero yo también sé lo que es irse adueñando de las debilidades de alguien para conseguir lo que queremos. ¿Recuerda lo que era mi trabajo en el café y cómo empecé en los cabarets de Hamburgo? ¿La tortura? ¡Bah! Uno ante ella no cede, pero no por heroísmo, sino porque se ha llegado a un punto en donde morir carece completamente de importancia. En cambio, uno cae tan fácilmente ante la necesidad de amar... Y habla. Es capaz de decirlo todo ante la ínfima posibilidad de un abrazo. ¿Quién le envió para abrazarme? ¿Cuál quiere apoderarse de todo, ahora que ya ve la inminencia del fin de la guerra? ¡Quién sea! ¡Da igual! El que fuera luego querrá apagar un cigarro en su culo. Si usted llega a saber el secreto del escondite del gran botín, también alguien lo requerirá de usted, y no sé si será tan fuerte como yo, en la tortura... o en la seducción. ¿Y luego? Ya sea que lo diga o no... ¡Ghh! (Finge la horca, igual que al principio). Pum! (Finge el disparo). ¡Agh! (Finge el gas). Yo tengo su condena a muerte, señor, y se le agosta el tiempo para conocerla, ¿no es cierto? Está nervioso. ¿Lo matarán si no consigue la información? ¡Más rápido lo harán si lo logra! ¡Usted ha sido un torpe, un inepto! Los que lo pusieron aquí lo han de creer más inteligente de lo que realmente es. ¡Y claro, como se suponía que nos ajusticiarían dentro de poco, juntos, como los amantes de Sachsenhausen... Así que pretendían que, en un par de noches, yo cayera ante el folletín y hablara con la sinceridad del amor! Y si no era en dos noches, ¿qué? ¿Hasta dónde llegaríamos? ¿Hasta que nos desnucara una viga? ¡Qué poco nos conocen a los homosexuales! ¡Cómo nos imaginan de fáciles! Usted que presumiblemente no lo es, ¿estaría dispuesto a hacerme creer que yo podría inducirlo? ¡Vaya! Su moral vale menos que la mía en mi peor época de callejero. Pero yo no cometía tantos errores. ¿Para qué se mostraba tan violento sin razón? ¿Para hacerme creer triunfante sobre sus furias? No acostumbro creerme mis propias mentiras, ni siquiera las que inventé para sobrevivir a mi propia angustia, mentiras como la de mis padres, que realmente me abandonaron desde niño; o la de mi debut en aquel cabaretucho, en donde nunca nadie gritó "¡La Mar-le-ne! ¡La Mar-le-ne!", cuando todo lo que vociferaban era que querían ver las nalgas del marica. ¡Machos borrachos pidiendo ver las nalgas de un hombre travestido! ¡Pero hombre, al fin, porque tampoco me he creído mujer, nunca! Y no soy un hombre tan frágil, ni tan tonto como para tragarme que un violento pasa a ser un sensible en unas horas, un violento que ya estaba aquí adentro cuando me trajeron y que debió haber descubierto estos dos puñales con sólo revisar debajo de un colchón. ¡Dos puñalitos para sobrevivir en una celda nazi! ¡Qué idiotez! ¿Para qué los pusieron? Hay mil respuestas. Usted y yo las sabemos. (Tira los dos puñales por ahí. Otto enciende el cigarrillo que estaba en la veladora). "Deje que La Marlene hable, que hable todo lo que quiera", le habrán dicho; y luego le cuenta la historia del monito, digna de un heimatfilm, enternece al transformista, y, si es necesario, cede ante sus caprichos, pero no mucho, para que no descubra que usted no es judío.


OTTO: ¿Cómo?


LA MARLENE: Sáquesela.


OTTO: ¿Ah?


LA MARLENE: ¡Sáquesela! (Otto, con una satisfacción cínica, se saca el pene ante Marlene, quien mira y se voltea). ¡Usted no es judío! (Otto se recompone, aprovecha que la Marlene está de espaldas y del camastro saca una cuerda con la que lo amarra. La Marlene no opone resistencia). ¿Se suponía que yo debería haber descubierto esta cuerda?


OTTO: (Se alza de hombros). Habrías pensado que era para que alguien se ahorcara. En Sachsenhausen llegaban a ahorcarse por parejas con una misma cuerda, ¿no es cierto? (La Marlene asiente). Has visto muchos filmes baratos, Marlene. Tu imaginación está muy desarrollada. (Otto amarra bien a Marlene, lo tira contra el camastro y le quita los pantalones. Revuelca a Marlene, buscándole algo entre las piernas).


LA MARLENE: ¡Deje de hacer tonterías! ¡No es cierto que me hayan tatuado un mapa en las nalgas! ¡Eso lo inventé en Sachsenhausen para que no me diera vergüenza que me vieran tantas cicatrices, animal!


OTTO: (Golpeando a la Marlene). ¿Dónde está el gran álbum de Durero?


LA MARLENE: ¡Búscatelo entre el culo!


OTTO: (Le apaga el cigarrillo entre las nalgas a la Marlene). ¿Dónde está el altar de la iglesia de Santa María de Cracovia? (La Marlene no contesta nada. Otto, a cada pregunta, lo golpea hasta hacerlo sangrar). ¿La "Venus" de Cranach? ¿Los Rubens? ¿Los tapices? ¿Los gobelinos? (Otto alza en vilo a Marlene y lo revienta contra la pared). ¿Dónde está el "Retrato del artista en su estudio", de Vermeer?


LA MARLENE: Debería de tenerlo... el conde Czernin... su verdadero dueño... a quien ustedes se lo...


OTTO: (Pateando a la Marlene). ¿En dónde están?


MARLENE: (A como puede se levanta. Habla despaciosamente, con gusto indecible). Todo el botín de tesoros artísticos robados por Hitler para formar su pretendido gigantesco museo en la ciudad de Linz, se encuentra... ¡en las minas de sal de Alt Aussee! (Otto luce radiante). ¿Viste que no era tan difícil saberlo? Bastaba con preguntarlo. Sólo que ahora, señor, ya usted esta al otro lado de la cuerda de los ahorcados a medias. ¡Sí! ¡Todo-está-en-las-minas-de-sal-de-Alt-Aussee! Ahí mismo vi cómo lo llevaron en grandes camiones, durante días y noches. La entrada fue dinamitada y, luego, todos, salvo los poquísimos jerarcas que comandaban la operación, fueron muertos a tiros. Lo que no sabes es por qué yo estoy aquí... ¿No quieres saberlo? Hay... algo de mi vida que no conoces, la parte entre el cabaret y el campo de concentración. Hasta hace unos meses... Yo era el amante secreto del coronel Wolfmann, del "lobo feroz". quien entre sábanas, a trueque de abrazos, le contaba a su "Caperucita" lo de las confiscaciones, de las que estaba orgullosísimo. Pero Caperucita, que en el fondo de su corazoncito aborrecía al asqueroso lobo, todo se lo contaba, paso a paso, a la abuelita, para quien venía trabajando desde que dejó los cabaretuchos. ¡Igual que la Dietrich! Así que, a estas alturas, ya los aliados sabrán cómo recuperarlo todo y devolverlo a sus legítimos dueños... La información te llega tarde, casi al amanecer, y tenerla ya no es muy útil, que digamos... Más bien es peligroso... Muy peligroso mi querido... ¿Otto? ¿Franz?...


OTTO: Rudolph.


LA MARLENE: "Rudolph"... Así se llamaba el esposo de Mata-Hari...


OTTO: (Otto, con la cobija de uno de los camastros, termina de inmovilizar a la Marlene, quien luce como un ECCE HOMO. Toma la jeringa). La jeringa no es para ninguna droga, aunque supusimos que lo pensarías. Y nunca oriné en el jarro... (Del entreforro de su colchón saca una llave; con ella abre tranquilamente la puerta de la celda. Sale. Regresa al punto con un recimpiento. Coge el jarrito). ...te confundió mucho el sabor de la gasolina... ¡Hace muchos días que no te lavas la boca, puerca Marlene! Reconozco que cometí un error grave: no debí utilizar este jarro para calcular la dosis correcta para no matarte de un sólo golpe. O, al menos, debí lavarlo mejor luego de usarlo... (Vierte un poco de gasolina en el jarro. Llena la jeringa. Calcula). Será un espectáculo muy entretenido. (Coge uno de los puñales y golpea las rejas. Se encienden las luces). Y tendrás público, Marlene... ¡Tendrás un público que sabrá apreciar la mayor actuación de tu vida! ¡El Gran Final! ¡Todo sea en nombre del arte! (Otto inyecta a la Marlene. Rápidamente le quita la sábana y las sogas. La Marlene comienza a caer, espástico. Otto, radiante, aplaude y ríe a carcajadas. Su aplauso y su risa se confunden con carcajadas y aplausos que, paulatinamente, se convierten en ráfagas de balas y bombardeos que se acentúan hasta llenar la total oscuridad).


Fin


Alajuela, Costa Rica; 17 de marzo de 1997