DEBILIDAD
Una obra sobre la
incomprensibilidad del amor
Buenos Aires
Camarín de un teatro independiente.
Personajes
HORACIO, 60/65 años
LIVIA, 45/48 años.
Escena 1
Horacio está en el camarín quitándose el maquillaje. Todavía
tiene el atuendo de un personaje del teatro español. Forcejeando con
el picaporte y la puerta, entra LIVIA, fuera de escuadra, que se
acomoda en seguida.
HORACIO: ¿Qué hacés acá?
LIVIA: ¿Qué clase de pregunta me hacés?
HORACIO: Viniste.
LIVIA: Me pediste que viniera. No: me escribiste que viniera a verte.
Me lo pusiste todo en una carta (LIVIA revisa su cartera). Ya
lo voy a encontrar. Y en la carta decía que viniera a verte. No me
hace ninguna gracia venir a verte, Horacio. Pero lo me pusiste en una
carta…
HORACIO: Así que el Correo funciona, finalmente.
LIVIA: Y yo tengo corazón, todavía. Tenemos una hija, Eva.
HORACIO: Ah, sí. Eva, la princesa a la que están dirigidos todos
mis pensamientos.
LIVIA: No quiere ni oír hablar de vos.
HORACIO: Porque le metiste cizaña toda la infancia. No es reproche,
es un hecho que salta a la vista. ¡Si esa criatura me adoraba!
Estabas celosa y no soportabas nuestra relación.
LIVIA: No seas ridículo, Horacio.
HORACIO: Siempre nos espiabas, siempre cuestionabas si le había dado
mucho, si le había dado poco. Si la regañaba, si no la regañaba.
Si tal regalo era o no era para una niña de su edad, si le había
comprado los zapatitos de charol con plata o en cuotas. ¡Qué
escándalo hiciste con los zapatitos de charol del cumpleaños de
ocho de la Evita! No me voy a olvidar nunca; nos agriaste la fiesta.
Después la profesora de francés. Si la profesora de francés que le
conseguí había sido bataclana en la juventud o prostituta… Como
si la profesoras de francés abundaran como la maleza en Carmen de
Areco, ¡en ese pueblo sólo vos podías vivir a gusto! No me acuerdo
ya qué barbaridad decías de la pobre Madame Renaudot.
LIVIA: Le vendiste las joyas que eran de mi mamá. Mejor dicho,
vendiste a escondidas de ella, las joyas que eran de mi mamá y las
reemplazaste por bijouterie idéntica.
HORACIO: Eso no puede ser.
LIVIA: El brazalete, la cadenita con el dije de coral, los zarcillos…
Igual yo te admiro, Horacio, y le expliqué que podías ser un
estafador y un sátrapa, pero habías tenido el suficiente don de
gentes, como para ir a un joyero y encargar un duplicado de sus
alhajitas. O sea, en última instancia, habías pensado en no
romperle el corazón a ella.
HORACIO: Livia, abrí los ojos!! Esas joyas las habrá vendido Eva,
para darle la plata del oro a algún noviecito, un machito que le
gustaba…
LIVIA: Espero que Eva no se incline a la misma clase de hombres que
yo.
HORACIO: Rodolfo es un buen hombre.
LIVIA: No hablo de Rodolfo.
Largo silencio.
HORACIO: Pero ya estás acá. Eso es lo que importa.
LIVIA: Me mandaste una carta.
HORACIO: A la casa vieja de Carmen de Areco. Pensé que te habías
mudado, pero seguís en la casa vieja, la que levantamos juntos.
Porque de alguna manera la levantamos juntos. Ya sé no digas nada,
te lo leo en el rostro: me vas a decir que no soy albañil, que no sé
ni siquiera cómo se agarra la cuchara. Soy actor, sí. Soy un gran
actor: cada escenario de Buenos Aires, me conoce. ¿Sabías eso?
LIVIA: Sí, Horacio.
HORACIO: Un concejal, un político,presentó una petición para
declararme Ciudadano Ilustre de Buenos Aires.
LIVIA: …
HORACIO: ¿Levantaste las hipotecas de la casa vieja?
LIVIA: Las pagó Rodolfo.
HORACIO suspicaz: Te casaste con Rodolfo porque levantó las
hipotecas?
LIVIA: No vine a pedirte cuentas, ni a pasarte facturas.
HORACIO insultante: Te vendiste a Rodolfo por unas cuantas
deudas, unos pesos miserables…
LIVIA: Basta, Horacio. Vine porque me apenó el estado en que estás.
HORACIO: ¿Seguís haciendo pastelitos de batata, de membrillo, para
la Fiesta del Pastelito en Gouin?
LIVIA: Sí.
HORACIO: Te salían ricos.
LIVIA: Gracias.
HORACIO: Yo, la verdad, pensaba que el Correo no funcionaba más. Que
es como una entelequia. Mando muchas cartas, nunca recibo respuestas.
A veces, antes, algún admirador te mandaba unas líneas, unas
palabras. A ustedes se limitaban a mandarle flores a los camerinos, a
los actores de carácter, unas líneas. A los capocómicos, nada. Ya
nadie escribe una sola palabra y por lo que cuenta la Tamburini, las
actrices ahora ven flores nomás en su entierro. Claro que la
Tamburini está muy baqueteada para el papel; un papel así lo
tendrías que hacer vos. Perdoná la infidencia, sé que estás
ocupada, que estás en otras cosas para dedicarte al teatro. Pero
decía, digo: el Correo no existe o está dejando de existir, eso es
lo que pasa, como la alquimia, la cetrería,el verso alejandrino.
Pero de pronto parece que existe, porque acá estás vos.
LIVIA (saca de la cartera la carta): Acá está.
HORACIO: Esas cajitas son chiclets?
LIVIA: Qué?
HORACIO: Eso que se te cayó son chiclets. Hacen mal a los dientes
los chiclets. Qué fea costumbre la de mascar chiclets como si una
persona fuera un rumiante. Y la gente masca chiclets, está perdida
toda la elegancia. Pensar que se inventaron para los soldados
americanos que estaban en la guerra, para que no estuvieran tan
ansiosos. ¿Y qué problema tan grave puede ser la ansiedad en la
guerra? El problema es seguir vivo, no si uno está nervioso o no
está nervioso. Eso de los chiclets lo inventó un dentista, para
hacer negocio después.
LIVIA: Es para el aliento. Tienen sabor a menta.
HORACIO pícaro: ¡Mentirosa! Es para que te quiten el apetito
y te mantengas delgada. La mayoría de las mujeres a tu edad están
hechas unas matronas. Pero vos seguís con esa cinturita de avispa,
las piernas finitas, largas. Las piernas de chuña que tuviste desde
siempre; en el pueblo cómo te las miraban, cómo te las codiciaban.
¡Si habré temido que te robaran de mi lado por la belleza de tus
piernas! Dejáme darte la vuelta.
Horacio toma a LIVIA, y la hace dar una vuelta como en un baile,
para verla de adelante y de atrás. LIVIA se sonroja.
HORACIO: Estás más bella que nunca, LIVIA.
LIVIAcon embarazo: Gracias.
Silencio tenso.
LIVIA (releyendo la carta): Lo que no dice acá es cuánto
tiempo…
HORACIO: Cómo?
LIVIA: Estas cosas son breves y no hablás mucho de tu enfermedad, en
que estadío, ¿estadío se dice?, estás…
HORACIO: Convidame con uno, LIVIA. Obsequiame un chiclet.
LIVIAle entrega una cajita de chiclets: ¿Cuánto te queda,
Horacio?
HORACIO: …
LIVIA: El cáncer de pulmón puede durar un año, dos años. Una
persona sana, fuerte, capaz que con cáncer de pulmón vive tres
años. Está el loco que se quiere curar a toda costa, se va al
Tibet, escala el Monte Everest, que sé yo, y después se cura.
¿Cuánto te dijo el médico que te queda a vos?
HORACIO: Estoy desahuciado.
LIVIA: Pero te dijo un tiempo?
HORACIO: Livia, estás siendo cruel.
LIVIA: Es que no entiendo nada, Horacio. ¿Cómo te agarraste un
cáncer de pulmón, vos, que no fumás? Te cuidabas de todo: de la
comida, de las corrientes de aire, de los sarpullidos en la piel.
Ibas al consultorio del médico cada dos por tres, parecía que le
eras devoto.
HORACIO: Pero vos sí fumás.
LIVIA: …
HORACIO: Seré débil de los pulmones. Tanto colocar la voz para
hablar en el escenario, tanto declamar, me debilitó los pulmones.
LIVIA: El cáncer es por nicotina, no por actuar.
HORACIO: Y bueno, vos fumabas, te estoy diciendo. El humo del
cigarrillo es peor que el cigarrillo. Te va directo al pulmón la
nicotina, hace un depósito en el fondo de los pulmones, y un día
aparecen las células cancerosas, el tejido necrosado…
LIVIA: Fue hace quince años cuando yo fumaba al lado tuyo y vos
respirabas el humo.
HORACIO: El cáncer es una bomba de tiempo. Está, está, está ahí
y no lo ves. Y un día, ¡pum!, explota.
LIVIA: Hace doce años que estamos separados.
HORACIO: Una bomba de tiempo.
LIVIA: Está bien, decíme qué querés, por qué me hiciste venir.
HORACIO: Así? No podemos ir a cenar, hablar como gente civilizada?
LIVIA: Delante tuyo se me corta el hambre.
HORACIO: Me lo hacés muy difícil así.
LIVIA: Apelá a tus dotes artísticas. Decíme.
HORACIO: Decía, digo: No quiero morir solo, LIVIA. Tratá de
entenderme. Vivo en uncuarto de hotel, en San Cristóbal. Nadie me
dirá una palabra de consuelo, nadie llorará una lágrima por mí.
El público, sí, el público. Porque al público le entregué mis
mejores años, mi vida. Nunca habrá otro Juan Gabriel Borkman
como el que hice yo. La platea costaba fortuna, hacíamos función
jueves, viernes, sábado, domingo. No se levantó una sola función
jamás y estaba el teatro repleto. Me ovacionaban!
LIVIA: Horacio, ¿qué es lo que querés?
HORACIO: Lleváme a vivir con vos.
LIVIA: Qué?
HORACIO: Lleváme a la casa vieja.
LIVIA: Es una locura.
HORACIO (de pronto, abatido, doblado de dolor): Es mi última
voluntad. Respetámela, te lo suplico, Livia. Vos me querías,
acordáte de eso, del amor que me tenías. Por mí, por Evita.
Lleváme a casa.
LIVIA: Horacio, yo…
HORACIO: No me dejes solo en mi hora de dolor.
LIVIA: …
HORACIO: Vos sos la única persona que amé en mi vida. Vos sabés
eso. Vos sabés que después de vos no hubo otra.
LIVIA: Querido…
HORACIO: Vos sabés, Livia. Vos sabés cómo nos queríamos.
LIVIA: Horacio.
HORACIO: Vos sabés. se levanta, la abraza: Gracias, LIVIA.
Fin de escena 1.
Escena 2
Mismo camarín.
Han hecho el amor. LIVIA está abrochándose la ropa de espaldas a
HORACIO y por eso él, como al descuido, observa el interior de la
cartera de ella y puede que le sustraiga la billetera, el monedero,
un paquete de pastillas, etc.
LIVIA: No sé cómo ocurrió. No tendría que haber venido.
HORACIO: Me amás, Livia. Me querés todavía. Esa es la cuestión.
LIVIA: Hace diez años que estoy con Rodolfo y nunca le falté. (se
vuelve hacia Horacio). ¡Y le vengo a faltar con vos que me
dejaste en la calle, llena de deudas, con una criatura a cuestas!
HORACIO: Es amor, Livia. Lo que hay entre vos y yo es una gran
pasión.
LIVIA: El amor no te alcanza para no faltarme el respeto, Horacio. No
tendrías que haberte abalanzado así, insistirme… No es correcto,
entre nosotros ya no es correcto.
HORACIO: Yo no te apunté con una pistola para que te desnudaras.
LIVIA apesadumbrada: Rodolfo es un buen hombre.
HORACIO: Vos también sos buena, tuviste un acto de bondad.
LIVIA: Mirá lo que me hiciste hacerle.
HORACIO: Tuviste un acto de generosidad, eso, para con un hombre
moribundo.
LIVIA: Horacio…
HORACIO: Me deben quedar seis meses. Ves que estoy flaco?
LIVIA: Flaco?
HORACIO: Hace año y medio estaba muy gordo. Ah, las vacas gordas que
vinieron con Hamlet. Vos me tendrías que haber visto, ¡era la
locura entre la gente!
LIVIA: Hacías Claudio?
HORACIO: Laertes, el padre de Ofelia.
LIVIA: Qué personaje miserable es ese.
HORACIO: No, Livia, no te permito. No hay personajes menores en el
teatro, hay…
LIVIA: Es un viejo miserable y ruin.
Silencio molesto.
HORACIO: La taquilla explotaba todos los días, localidades agotadas.
El Hamlet era un actorcito de la tele que no podía decir tres
palabras sin que se le oyera el acentito nasal de niño bien, daban
ganas de pegarle. Pero el productor estaba cebado con ese chico, ¿qué
le vas a hacer? Todas las noches íbamos a cenar que a Pipo, que a
Güerrín, que a Edelweiss, con las estrellas del Maipo. Pero
después… después, la desgracia, la guadaña. Me puse flaco con el
cáncer; te come el cáncer, por dentro: los huesos, los cartílagos,
las ilusiones, la esperanza de redimir los errores que cometí. Con
vos, con la Evita.
LIVIA: Yo te quiero, Horacio, pero no de la manera que... Me das pena
que hables así como pidiéndome el tiro de gracia. Vos no sabés que
lo ha sido Rodolfo para mí. Fue más que un padre, llegó en un
momento de tribulación, le entregué mi vida, puse mi vida en sus
manos y ahora lo traiciono así.
HORACIO: Estás haciendo teatro, Livia.
LIVIA: Rodolfo es un santo.
HORACIO: Yo no diría tanto.
LIVIA: No te atrevas a ensuciar su nombre.
HORACIO: Nunca faltaría a la verdad respecto de tu marido, que te
quiere, te cuidó todos estos años, como decís vos. Y me parece
bien; y me alegro que alguien lo hiciera. Porque si no me hacés
sentir cargo de conciencia y la culpa me aplasta como un zapato hace
polvo a la colilla de cigarrillo.
LIVIA (suspira): ¡Cargo de conciencia vos, Horacio!
HORACIO: Igual, a veces… digo, decía, a veces esto parece una
pieza de vodevil. Viste esos vodeviles donde uno corre tras el otro y
entran y salen de distintos cuartos y ya perdés de vista quién
quiere a quién?
LIVIA: No.
HORACIO: Dejáme que te suba el cierre. Cómo brilla tu piel, Livia.
Tu piel es algo inolvidable. Estoy tan feliz de que hayas venido,
¿vas a dormir conmigo hoy? No vamos a ir a mi hotel, vamos a ir a un
buen hotel, un cuatro estrellas. Vamos a cenar opíparamente. No me
vas a negar este capricho, está voluntad. Mis sentimientos por vos
están intactos, Livia. Yo te quiero, te adoro igual que siempre.
LIVIA: Te acompaño a empacar a tu hotel y me vuelvo a Areco.
HORACIO: Ya está todo empacado. Podés ir vos, habitación 12. Le
pagás una deuda chica al dueño… Prestáme cuatrocientos pesos,
¿podés? Así le pago al asqueroso ese que me reclama, me trata como
a un perro y nunca la vida se topó con un artista de mi categoría,
eso le pasa. ¿Tenés cuatrocientos pesos? El cáncer me comió hasta
los ahorros.
LIVIA: Te presto, pero vas vos. Yo no quiero saber nada de tratar
con usureros.
HORACIO: Me gustaría dormir con vos acá, acá en Buenos Aires.
Tener la ilusión de que sos mi mujer.
LIVIA: No puedo.
HORACIO: Claro que podés. Yo siempre te he sentido mi mujer, aunque
te casaste con el bueno de Rodolfo para que te pagara las deudas.
Para mí seguís siendo mi mujer.
LIVIA: Dejá de hablar así de Rodolfo. Me casé con él porque lo
quería.
HORACIO: Ay, qué mentirosa.
LIVIA: Sí, lo quería. ¿Qué hay?
HORACIO: ¿Ustedes son muy unidos? No, muy unidos no son.
LIVIA: Sos un cínico.
HORACIO: El te cuenta todo a vos? Vos sos capaz de ir y buchonearle
que te acostaste conmigo, para desmerecer lo nuestro. Que no es una
revolcada así nomás, es lo más puro que pasa entre dos personas.
Pero él, a vos, ¿te cuenta todo lo que hace? ¿con quién va?
LIVIA: El no va con nadie.
HORACIO: Ves? No te lo cuenta. Es lo que yo digo: no son muy unidos.
¡Ah, esta es la sagrada institución del matrimonio! Una suma de
hipocresías, de calenturas, de ataduras… No te contó lo de la
chiquita. Digo, decía, porque le gustan jovencitas. Vos tenés la
carne firme, Livia, eso es un lujo a tus años. Pero una jovencita es
una jovencita. Clelia se llama. Es poético el nombre Clelia.
LIVIA: No me vas a enredar en tu maraña de mentiras.
HORACIO: Clelia Expósito. Averigualo vos, si querés, que tenés
todo el tiempo del mundo para hacerlo, toda la vida por delante. Es
una maestra de Arrecifes, está ahí nomás Arrecifes. El se iba las
noches que vos… no sé, ¿qué hacés vos los jueves a la noche?
Jugás a las canasta? Bueno, vos jugás a la canasta y él… (gesto
obsceno)
LIVIA: Me das asco, Horacio.
HORACIO: Te mete los cuernos con una maestrita de pueblo de primer
grado. Ahora no sé si era de primero inferior o de primero superior.
¿O ya no existe esa disposición, es de mi época? Cuando yo iba a
la escuela hacías primero inferior y después primero superior. En
suma, la maestrita, Clelia, linda como un nenúfar y con los labios
todos los días y las noches pintados de rojo, del rojo ese de la
Corona de Cristo, ¿te acordás de esa flor que teníamos en el
patio, la corona de cristo? Así de rojo se pinta los labios. Es
bonita, pero vos a su edad le pasabas el trapo que no la miraba ni
Dios.
LIVIA: Cómo sabés todo eso.
HORACIO: Funciones que hacemos en la escuela. Tarea educativa,
triste, tristísima, de los actores. Fuimos a Arrecifes, Pergamino,
Capitán Sarmiento, Junin, San Pedro y San Nicolás. En San Nicolás
estaba muerto como un burro de trabajar y me metí en la iglesia a
rezar. Quién me ha visto y quién me ve, pensé, pero como dicen que
la Virgen es milagrosa, por ahí me quitaba el cáncer de pulmón.
LIVIA: Y qué tiene que ver eso con la tal… cómo era Lelia?
Clelia? Delia?
HORACIO: Clelia, la amante de tu marido. Hacíamos Fuenteovejuna.
Cómo me gusta esa obra. Yo antes, cuando hacía el Comendador, ¡la
de aplausos que arrancaba! Ahora lo hace un mequetrefe que estudió
en una academia oficial y en tres años, tres años y medio, tal vez,
se recibió de Actor Nacional. Tomá, chupáte esa mandarina.
Talento, cero. Pero el diploma abajo del sobaco dice: Actor Nacional.
Silencio.
LIVIA: ¿Y?
HORACIO perdido: ¿Y qué?
LIVIA: Dónde aparece la Clelia esta en el cuento.
HORACIO: Ves que sospechás que tu marido te pone los cuernos? Si no,
no preguntarías tanto. Ya te hubieras ido dando un portazo. Vos para
dar portazos sos mandada a hacer. Aparece, aparece. Viene a pedirme
autógrafos, a mí, que soy nomás el Regidor, pero la dejé
extasiada de placer. No me digas que le gustan los viejos verdes a la
chiquita, porque ella es preciosa. Y cándida. Debe tener mil
pretendientes. Quién sabe por qué le gusta Rodolfo. De vos lo
entiendo, pero ¿de ella? Le debe llevar regalos caros, seguro.
Billetera mata galán.
LIVIA: Así que Clelia.
HORACIO: Charlamos, hablamos de la escuela. Qué trabajo durísimo es
ser maestra. Y me suelta que a ella le gustaría ser actriz pero
creía que no tenía pasta. Y aunque tuviera pasta, no iba a dejar el
pueblo, o ciudad, no sé si Arrecifes es una ciudad o un pueblo…
¿Cuántos habitantes tiene que tener una localidad para pasar de ser
pueblo a ser ciudad?
LIVIA: No sé, Horacio. Seguí por favor.
HORACIO: Por amor de Dios, no te vas a poner celosa. Hacé de cuenta
que te cuento esto desde la ultratumba, no venga a causar un
conflicto entre nosotros dos. Una revelación de ultratumba, eso es.
Bueno, que me suelta que la retiene un amor, que no es casada, pero
el amor que la retiene sí lo es, un próspero comerciante de Areco.
No me quiere decir quién es, al principio. Cuenta que el tipo tiene
una vida matrimonial atribulada -¡las cosas que le harás pasar al
Rodolfo, Livia, no quiero ni pensar!- y que no se anima a dejar a la
esposa. Y por ahí, se le escapa, Rodolfo, el nombre. Y yo digo,
decía: Es Rodolfo, el marido de la yegua aquella.
LIVIA: Hay un montón de Rodolfos en el norte de la provincia de
Buenos Aires.
HORACIO: Era de Carmen de Areco. Más de cinco no debe haber.
LIVIA: Está bien, a lo mejor hay cinco.
HORACIO: Querés que vaya y haga un censo? Es tu Rodolfo, es tu
marido, que se cansó de vos, Livia. El amor tiene un límite. El
nuestro no, el amor que tienen los otros, el amor que se llama
normal, tiene un límite y se termina.
LIVIA: Me harté.
HORACIO: Rodolfo Beresford, me confesó la chiquita.
LIVIA: Dejémoslo ahí.
HORACIO: No me creés? Vamos a la oficina de Paco, agarrás el
teléfono y llamás a la Escuela Normal de Arrecifes. Pedís hablar
con la Señorita Clelia y le preguntás. Y punto.
LIVIA: Y qué le pregunto?
HORACIO: Le preguntás si es la amante de tu marido. ¿No es eso lo
que querés saber? O querés saber la fija del domingo? Cuando te
ponés así no te entiendo.
LIVIA: Ah, sí. Y ella me va a contestar tan campante si es o no la
amante de Rodolfo?
HORACIO: Eso no sé. Yo no estoy en la cabeza de la chiquita para
saber qué te va a contestar…!
LIVIA: Eva está en Buenos Aires y quiere verte.
HORACIO: ¿Eva?
LIVIA: Quiere verte por última vez, despedirse de vos.
HORACIO: ¿Evita, mi princesita?
LIVIA: Siente el deber de despedirse de vos.
HORACIO: Me perdona?
LIVIA: Ah, al final reconocés que le vendiste las alhajas.
HORACIO seco: Si me perdona que la haya abandonado cuando te
dejé, y con tal de tenerte lejos a vos, a ella ya no la visité.
Pobre hijita mía. Qué injusto fui, qué gran pecado hice. En la
radio hacía una obra sobre Kepler, ¿sabés quién es Kepler? No
importa, da igual. Hacía esta obra y ahí Kepler defiende a la madre
de él, a la que acusan de bruja, la Inquisición la acusa. Y él
hace y hace hasta que detiene el proceso, y la salva de que la quemen
en la hoguera. Y la madre le dice: Gracias, hijo. Te quiero, hijo. La
actriz que hacía de madre tenía veintidós años y se acostaba con
el productor de la radio, si no nunca le hubieran dado el papel. Y
Kepler le contesta: Yo no, madre. Yo la odio, madre. No la tuteaba a
la madre, antes no se tuteaba. Yo no la tuteaba a mi madre, pero
porque ella era arisca, los otros chicos sí tuteaban a las madres.
Pero mi madre trataba de usted hasta al perro; debe ser porque era
pampeana, la gente de La Pampa es más distante.
LIVIA llorosa: Estás chocheando, Horacio.
HORACIO: Y cada vez que hacía la obra de Kepler, pensaba en la
Evita. Que no llegue el día que yo le diga, en mi lecho mortal,
digo, Te quiero, Evita. Te quiero y soy tu padre y te quise siempre.
Y ella me responda: Yo no, papá. Yo te odio. Me clavaría un puñal,
me dejaría sin aliento.
LIVIA: Si igual estabas en el lecho mortuorio qué más dá lo que
ella te diga.
HORACIO: Vos no triunfaste en el teatro porque no entendés qué es
una metáfora.
LIVIA: Va a pasar acá a las ocho de mañana. Las ocho de la mañana.
HORACIO: Cuando la vea, voy a caer de rodillas ante ella.
LIVIA: Horacio…
HORACIO: Decíme que me querés, Livia. Decíme que vos también me
perdonás.
LIVIA: Sí, Horacio.
HORACIO la acaricia, le besa el pelo: Hay un pueblo en Benin ,
que cuando dicen “te quiero”, “te quiero” significa “me
gusta tu olor”. Y a mí me gusta tu olor, Livia. Nunca pude olvidar
el olor a leche y frutas dulces de tu piel, tu sexo…
LIVIA: ¿Dónde queda Benin? Es por el lado de Trenque Lauquen?
HORACIO: No, Livia. Benin está en Africa, esto es un pueblo de
negros africanos. Brutos, pero sensibles. Y cuando dicen te quiero,
dicen me gusta tu olor.
LIVIA: ¿Lo viste en un documental del National Geographic?
HORACIO: No me abandones, Livia. Sos lo único que tengo.
LIVIA: No te voy abandonar.
HORACIO la abraza: Amor mío, te quiero tanto!
Fin de escena 2
Escena 3
Mismo escenario, pero Horacio está abrigado, porque vino del
exterior. Cerca de él, una maleta de fibra, un poco cachada.
HORACIO eufórico: …y no había manera de hacerle entender
que se decía Pato Silvestre, no Pato Silvestro. Pero Maestro, le
explicábamos, en castellano se dice Pato Silvestre. Y él, nada,
Pato Silvestro. Un hombre tan distinguido, que había estudiado con
Stanislavsky, y no había cómo sacarle el Pato Silvestro. Tenía muy
pegado el idioma ruso. Pato Silvestro, Pato Silvestro.
LIVIA: Me la contaste a esa anécdota.
HORACIO: Ah, si?
LIVIA: Sí. Me la contaste.
HORACIO: Vos también contás las cosas dos veces. A veces más de
dos veces. La de veces que estuve que escuchar cómo fue el parto de
Evita!!
LIVIA: Vos no estabas en el parto de Eva así que lo menos que podés
hacer es escuchar el relato de cómo fue.
HORACIO: Dejáme de embromar, estar en el parto. Ustedes las mujeres
tienen cada cosa. Mirá si mi viejo iba a ir a los nacimientos
nuestros. Cagaba a tiros a la partera si nomás le iba con la idea.
LIVIA: Qué animal.
HORACIO: Vos le decías papá cuando nos casamos, ¿te acordás? Qué
camelera, te querías meter al viejo en un puño. Después, ustedes
se pelearon ya no me acuerdo más por qué, alguna locura tuya y
empezaste a desparramar por todo el pueblo que era un viejo de
mierda. Pobrecito mi viejo.
LIVIA: Le vendiste los tractores diciendo que estábamos por
construir una casa para que él se viniera a vivir con nosotros.
Después te gastaste la plata.
HORACIO: Qué decís, Livia. No te acordás, vos en esa época
estabas mal de los nervios.
LIVIA: No sé qué habilidad tendrías para gastar tan rápido toda
la plata que tenías. Te quemaba la mano, parecía. Claro, ya estabas
viniendo a Buenos Aires, a ver si te conchababa alguna compañía…
Te la darías de gran señor, de feudatario de las tierras de Areco…
HORACIO: Vos estabas en tratamiento, ¿te acordás? Si fue para
cuando perdiste el embarazo del Natán y quedaste mal. Estabas
postrada todo el día.
LIVIA: El bebé nació muerto.
HORACIO: Me hubiera gustado tanto tener otro hijo. Natán, yo le
quería poner Natán. Por Natán Pinzón. Vos no querías, porque si
hay un alma entrenada para llevarme la contraria en la vida, esa sos
vos.
LIVIA: El bebé nació muerto y si un ser humano nace muerto, quiere
decir que no nace. No nació y si no nació, no tiene nombre. No sé
por qué estamos hablando de esto que a mí me hace tanto daño,
Horacio.
HORACIO: Dos perdiste en aquel tiempo.
LIVIA: Horacio, por favor.
HORACIO: Tanto juntarte con los gatos.
LIVIA: Toxoplasmosis se llama.
HORACIO: Ves? La enfermedad tiene nombre, pero mis hijos decís que
no. ¿El segundo que perdiste qué era? Nene o nena? Vos sabés que
no me acuerdo.
LIVIA: Todavía me duele el raspaje que me hicieron para que no
quedaran restos. Te pido que no hablemos más.
HORACIO: Otro nene, claro. Es que vos sos como Lady Macbeth, pero al
revés. Viste que dicen en la obra que una mujer como ella, dura,
amarga, febril, sólo puede engendrar machitos. Vos, que sos dulce,
nomás diste a luz una nena. Corrijo, sos dulce cuando querés.
Porque a veces…
LIVIA: Me alegra escucharte tan dicharachero. Parece que estás
repuesto de la pena.
HORACIO: Vos sabés que no. Justo lo contrario. Estoy deshecho. Pero
soy actor, ¿qué querés que haga? Tengo deformación profesional y
actúo hasta por los codos. No puedo enmudecer.
LIVIA: …
HORACIO: Pasé por el hospital antes de venir. Por eso tardé tanto.
El doctor Fideleff pasa por los partes y los estudios a la noche. Me
dieron los resultados de los últimos análisis. Fracasó todo.
LIVIA apenada sinceramente: Ay, Horacio.
HORACIO: Esta enfermedad de mierda me hace vivir con un dedo en el
culo. Porque ya estaba que me iba, que me moría. Ya estaba que
aceptaba la realidad, el paso cuatro, la aceptación, le llaman los
médicos del dolor que me atendieron. Tengo la metástasis en la
linfa, eso ¿cuánto tarda en llevarse a una persona? Y quería,
quiero, irme con vos, Livia, con la Evita. Quiero morirme en tus
brazos, en la casa vieja.
LIVIA: Acordáte que Rodolfo también vive en casa.
HORACIO: ¡Me cago en la hostia con tu Rodolfo! ¡Que te viva mil
años tu Rodolfo y con su pan te lo comas! Pero yo me estoy muriendo,
estoy condenado. Yo soy un muerto en vida.
LIVIA lo abraza, conmovida: Yo no te voy a abandonar a tu
suerte, Horacio. No sé si podés considerarme una vieja amiga, pero
sí… nosotros, a esta altura de la vida, somos como los veteranos
de guerra, que se reúnen, se encuentran. Sobrevivieron a la misma
catástrofe y…
HORACIOinterrumpe, impaciente: Me bajaron los leucocitos y los
linfocitos. No hay más neutrofilia.
LIVIA: ¿Eso qué quiere decir, Horacio? No entiendo así.
HORACIO: Que puedo iniciar otro tratamiento.
LIVIA: Te podés curar?
HORACIO: . Quimioterapia, radiaciones.
LIVIA: Te podés salvar, Horacio? Eso es una gran noticia.
HORACIO: Chequeos de pulmón con punzamientos todas las semanas,
controles diarios, eso no es vida.
LIVIA: Cómo que no, Horacio? Vos estás en la obligación de elegir
la vida, por tu hija. Vos tenés una hija. Y por mí, claro. Por mí
también.
HORACIO: No es tan fácil, Livia.
LIVIA: ¿Vas a dejar caer los brazos ahora?
HORACIO: El tratamiento no lo hacen en el hospital público. Es un
tratamiento privado, lo hace en la Clínica de Hematología de los
doctores Lein y Belinsky. Nunca un criollo en estos asuntos, eh. La
Asociación de Actores no lo cubre. Pueden reintegrarme, dicen, el
20% en un año. Si vivo un año, si no cero reintegro. Ni al
enterrador le van a pagar el reintegro.
LIVIA: Dios mío, qué injusticia.
HORACIO: Así está hecho el mundo.
LIVIA: Tan costoso no puede ser. ¿Cuánto sale el tratamiento que te
proponen hacer?
HORACIO: Treinta mil pesos.
LIVIA: Ay, Horacio. Qué tremendo.
HORACIO: Ya sé.
LIVIA: Si yo tuviera esa plata, mirá…
HORACIO: Ya sé, Livia.Ya sé.
LIVIA: Rodolfo justo está en un momento de ajuste con el negocio. Si
no le pedía y…
HORACIO: Le vas a pedir justo a Rodolfo. No te preocupes.
LIVIA: Es que no sé cómo ayudarte.
HORACIO: Paciencia. Teniéndome paciencia.
LIVIA: Pero yo no te puedo dejar morir. Cómo vivo después con esa
carga? Cómo la vuelvo a mirar a Eva a la cara y decirle que en el
último momento no te pude ayudar…?
HORACIO: Voy a pedir un crédito al banco.
LIVIA aliviada: Ah.
HORACIO: Tengo los papeles.
Horacio saca con lentitud los papeles del interior de la chaqueta.
Su actitud, sus movimientos son los de una persona derrotada.
HORACIO: Pero yo no soy sólido para el banco, Livia. No son tontos,
saben que me puedo morir antes de terminar pagar el crédito. Quieren
garantes. Por eso me piden un aval, una hipoteca. Sin aval y sin
hipoteca no largan un peso.
LIVIA: Son unos hijos de puta. ¿Era Brecht el que dijo “Robar un
banco es delito, pero más delito es fundarlo”?
HORACIO: Sí, era Brecht.
LIVIA: Perra vida.
HORACIO: La casa vieja puede ayudar. De alguna manera sigue siendo
los dos.
LIVIA: Vos decís que te hagan el tratamiento en Areco?
HORACIO: Yo digo que hipoteques la casa vieja.
LIVIA: No, eso no puedo.
HORACIO: Olvidáte entonces.
LIVIA: Es el único techo que tengo.
HORACIO: Dejá, Livia. Si es de Dios que tengo que reventar, tengo
que reventar.
LIVIA: No puedo darte la casa vieja. Rodolfo me mataría.
HORACIO: Rodolfo te compra una. Te compra un chalecito con techo a
dos aguas, y dos perros de guardia. Nomás cuando se entere que te
acostaste conmigo, con tu marido, el único que te hizo gozar, el
único que te hizo los hijos… ¡no va a querer ni dormir ni estar
de pie en la casa vieja ni un minuto!
LIVIA: Rodolfo no tiene por qué saber…
HORACIO: Ya sé, Livia. Qué rápido te volviste una buscona. Yo
siempre creí que vos ibas a engañarme en cuanto me descuidara. Que
no me ibas a llorar ni dos semanas si yo no estaba tu lado. Que eras
capaz de hacerlo con un tipo atrás de un palo de escoba y yo no me
daría cuenta. Tan modosita, tan puta.
LIVIA: Horacio, me ofendés…
HORACIO: Qué rapido te deshiciste de mí. (Grita, aulla) Ah!
Perdonáme, perdonáme! Estoy hecho una bestia, ya ni sé lo que
digo. No te quise maltratar, disculpáme los zarpazos, Livia.
Horacio se le acerca, la acaricia.
HORACIO: Puedo vivir, pero voy a morir como un perro. Por tirado y
por seco. Por no saber juntar. (llora desesperado) ¡Porque
siempre creí que ahorrar era de burgueses recalcitrantes y yo era un
artista, un gran artista, que no tenía cabeza para pensar en la
plata! Entendéme, estoy loco. Te quiero y ya no tengo más chance ni
con vos, ni con nada. Stefáno! ¡Me hubiera gustado hacer
Stéfano! Me voy a morir sin actuarlo.
LIVIA: No te puedo ver así, Horacio. Me partís el alma.
HORACIO: Lo lamento. Te pedí la casa vieja, porque también era un
poco mía. Así creí, pero también me equivoqué en eso.
LIVIA: Vos me firmaste que renunciabas a tu parte a cambio de no
pasarle alimentos a Eva.
HORACIO: Pero sigue siendo de los dos la casa vieja.
LIVIA: Me firmaste…
HORACIO: Vos sabés que eso no tiene validez a la hora de distribuir
la herencia.
Silencio incómodo.
LIVIA: ¿Me estás pidiendo que hipoteque la casa, sin
contemplaciones?
HORACIO: No. Te estoy pidiendo uno, dos años de vida.
LIVIA: Dicho así…
HORACIO: Si tengo cinco años de sobrevida, con cinco años que Dios
me dé, te devuelvo todo, Livia. Peso sobre peso.
LIVIA desesperada en la disyuntiva: Horacio, Horacio…
Horacio abre la maleta, saca una arrugada escritura.
HORACIO: Esta es la escritura de la casa vieja. Me acuerdo el día
que fuimos al escribano, ese tipo tan envarado. Parecía el General
San Martín cuando ya está anciano en Boulogne-Sur-Mer. Vos te
reías!! Estabas tan feliz, éramos felices.
LIVIA: Vos no querías comprar la casa.
HORACIO: Tenía miedo.
LIVIA como en trance: Vos no querías ataduras conmigo,
querías ser libre, decías. Para actuar. El teatro era tu pasión;
yo eso lo entendía. Pero yo no quería vivir en un cuarto de
pensión, como una cualquiera. Arrimada a un hombre, amancebada.
Cuando perdí los bebés, vos dijiste que era un alivio.
HORACIO: Yo cometí muchos errores, Livia.
LIVIA: El médico nos dijo que como no nacieron no era necesario
enterrarlos. Eran deshecho biológico. Es feo, es horrible. Pero el
entierro era muy doloroso psíquicamente para una puérpera. Vos te
opusiste, firmamos que queríamos los cuerpecitos. Los enterramos en
el Cementerio Municipal, vos me dijiste que así era una manera de
tenerlos, de saber que tuvimos una familia a punto de florecer. Esas
fueron tus palabras. Yo te creí, yo bebía de tu boca. Después, yo
iba sola al Cementerio.
HORACIO: Dejáme reparar mis errores.
LIVIA; Qué tétrico.
HORACIO: Si vivo, voy a darte los años más felices de tu vida.
LIVIA: Les llevaba un ramito de clivias. Después, planté salvia,
lavanda alrededor y ya no fui más.
HORACIO compadecido: Pobre, mi querida.
LIVIA: Me fue esquiva la maternidad.
HORACIO: Pero al final nació Eva. Y nos devolvió a la alegría, al
amor.
LIVIA furiosa: ¡No es cierto! ¡No la querías tener y
después nunca la quisiste! ¡No te importaba! ¡Ya no hables más,
Horacio! No quiero saber más. ¿Dónde querés que te firme? ¡Dame
esos malditos papeles que te firmo de una vez y ojalá te cures y te
pudras!
Horacio le tiende los papeles.
LIVIA: ¡Te firmo, te firmo! Conste que te firmo por Eva, por mi
hija!
Livia temblorosa, rabiosa, en una crisis de nervios, firma y se
los tira a la cabeza.
LIVIA: ¡Ahí tenés tus papeles! ¡Ahí tenés tu plata!
Golpes a la puerta.
LIVIA: Ahí está Eva.
HORACIO: Livia, Livia…
LIVIA: Salgo un rato.
HORACIO: Livia, calmáte.
LIVIA: Quedáte con Eva vos. Y arregláte.
HORACIO: Volvé, Livia. No hagas una locura. Mira que la calle es
peligrosa, no te metas en lugares que no conocés. Hay un barcito acá
cerca, te pedís un café, una leche, respirás. Hacen las
sfogliatellas napolitanas, esas que hacía tu mamá y a vos te
gustan. Pedíte una sfogliatella, el dulce hace bien. Te da energía.
Es importante tener energía para enfrentar los combates de la vida…
Livia sale, portazo.
Fin de escena 3
Escena 4
Mismo camarín. Noche de ese día.
Horacio está arreglado, orondo, perfumado. La tez colorada, la
actitud de una persona satisfecha. Mira por la ventanita, luego va
hacia el espejo, enciende todas las bombitas. Se contempla, suspira.
Entra Livia, que parece su opuesto. Desarreglada, desabrochada, el
pelo revuelto, la pintura corrida. Con un pañuelo se tapa la boca,
se seca la transpiración, se enjuga las lágrimas.
HORACIO: ¿Qué pasó? Te esperé todo el día. Quedamos en que
íbamos a pasar el día juntos.
LIVIA: Vos no tenés cáncer.
HORACIO: Me plantaste. Ibamos a ir a Isis a comer los sándwiches de
pavita que hacen ellos. Vos sabés cómo me gustan los sándwiches de
pavita. Ibamos a ir al cine, a ver una francesa. A vos siempre te
gustaron las películas francesas, yo me aburría, pero…
LIVIA: ¡Vos no tenés cáncer!
HORACIO: Pensaba que íbamos a dormir juntos esta noche. Anoche
querías, después no querías. Pensé que capaz hoy se te iba la
estrechez y me dabas ese gusto. Tampoco es que vos seas la pasión
personificada. Te echás, te dejás hacer y a mí me entran ganas
hasta de disculparme: “¿Te molesté, Livia?” “Qué va,
Horacio, si ni lo sentí”. Siempre así; yo te hacía el amor y vos
bostezabas.
LIVIA: No me estás escuchando, Horacio. ¡Vos no tenés cáncer!
HORACIO: Una cura milagrosa.
LIVIA: ¡Un timo! ¡Un cuento el cáncer!
HORACIO: No creas, es uno de las causas de mortalidad más altas en
Occidente. Los chinos no, son menos cancerosos.
LIVIA: Pensé que te morías. Y me daba culpa dejarte morir como una
rata. ¡Pero no tenés cáncer!
HORACIO: Parece que no te alegra la noticia.
LIVIA: Actuaste el canceroso, hijo de mil putas.
HORACIO: Parece que te gustaba más si estaba muerto. Después decís
que sos buena, una mujer piadosa. ¡Qué infamia, por favor!
LIVIA: Jugaste con mis sentimientos por vos.
HORACIO: Cuando yo era chico iba a ver las cintas de don Luis
Sandrini y ya de chico, me ponía al espejo y le copiaba, los gestos,
las acciones. Qué gran actor, el día que lo conocí casi me meo en
las patas.
LIVIA: Fui al Hospital Argerich, la parte de Oncología. Me late que
vos ni siquiera sabés qué quiere decir la palabra oncología. No te
molestaste ni siquiera en armar un buen libreto. Soy tan poca cosa
para vos que bastaba la sonrisita y el personaje magnánimo, mártir
de su propia suerte.
HORACIO: Los actores tienen lo suyo, algunos tienen luz propia. Año
’64 con el Teatro de Los Independientes hacemos una puesta de
Galileo Galilei. Yo no sé si estoy espléndido, pero es como
si no me viera nadie. Año siguiente hacemos una adaptación de Arlt,
de Roberto Arlt, que ya estaba muerto. Erdosain el humillado,
adaptación de Onofre Lovero. Yo estaba ahí, en bastidores, por si a
Onofre le pasaba alguna cosa y necesitaba un reemplazo. El público
aplaudía de pie a Onofre después de cada función. Nunca necesitó
un reemplazo, nunca, nunca. Ese hombre era un genio; yo, era el
imbécil; ese hombre haciendo de Erdosain me demostró que yo era un
imbécil.
LIVIA: Nadie sabe de un paciente que se llame Horacio Ostrovich.
HORACIO: No dí mi verdadero nombre en el hospital. No quería que
nadie me reconociera, me tuviera pena. Preferí el incógnito y di un
nombre falso.
LIVIA: En la Obra Social de la Asociación de Actores, tampoco saben
que estuvieras enfermo. Saben que tenías deudas, saben que sableabas
a Dios y María Santísima. Saben que dejabas pelado a quien le ibas
con algún cuento.
HORACIO: Quién te dijo eso? Si fue Perduli, el de Recepción, es
porque me odia. Yo le quité hace muchos años el papel de Bruto. Y
le quité una novia también; una rubia, primorosa.
LIVIA: ¡De qué Perdulli me estás hablando! Me pasé el día
esperando que el erudito del Dr Lein aceptara contestar mi llamado,
levantar el tubo y decirme una palabra. ¡Quería una sola palabra
que me salvara del infierno! Cinco horas estuvo hasta que se dignó
hablar.
HORACIO: Cuando los médicos se dan corte, son tremendos.
LIVIA: ¿Qué Ostrovich ni Ostrovich? No existe ningún Ostrovich, me
dice tu doctor Lein. “¿Para eso molesta, señora?” Qué
vergüenza.
HORACIO: Seguro lo pronunció mal. Porque es judío. Lein es judío.
Y dice Ostróvich, con acento en la o. Pero es croata Ostrovich, y se
acentúa en la i. Me revienta cuando creen que soy judío y soy hijo
de croatas. O qué sé yo: mi madre me dejó cuando yo tenía un año.
Capaz que ella era judía o negra o criolla. Qué sé yo.
LIVIA: No existís, Horacio. ¿Te das cuenta de eso?
HORACIO: Mirá el Anuario de la Asociación de Criticos de
Espectáculos de la Argentina, y vas a ver que existo. Mirá los
programas de mano del Teatro de la Ribera, en La Boca. Todos los años
hago una obra ahí. A beneficio siempre.
LIVIA: No me importa para qué querés la plata. No me importa qué
pito toca esa tal Magda y su hija Celeste en tu vida. Si te vas a
casar con ella, como le prometiste, o no. Un comino me importa, lo
único que te digo es que no es legal el modo en que me quitás mi
casa.
HORACIO: Ya fuiste de conventillo: por eso Eurípides odiaba a las
mujeres. ¿Y qué te dice Magda? Que tengo una aventura de amor con
ella, que no contesto sus llamados. Ella me persigue, ella me está
encima a cada rato: eso seguro que no te lo dice. Y que es loca,
pobrecita, loca como una chiva, no te lo puede decir.¡Que no la
quiero, te dijo, que siento asco, que me da repugnancia acostarme con
ella! Porque a ver si entendés: ¡a la única mujer que quise en
toda mi vida es a vos!
LIVIA: No, no me dijo que está loca de amor por vos. Me dijo que te
llevaste todas las cucharitas de plata que tenía. En algún momento,
la señora ésta sale al baño y vos te apropiás de la platería.
¡Un ladronzuelo, Horacio!
HORACIO: Habla de despechada. Qué querés que te diga una mujer a la
que se despreció?
LIVIAangustiadísima. Y que le robaste un cuadro de Prilidiano
Pueyrredón, un original. Lo descolgaste, dice ella que cuando fue al
baño, que vos le pusiste un nárcotico en el oporto, en la
sobremesa, no sé. Una mujer tocándose, ese era el cuadro que le
robaste.
HORACIO: Cómo delira esa vieja.
LIVIA: Ella avisó a la policía, a los traficantes de obras de
artes…
HORACIO: Todo mentira, Livia. Yo no puedo distinguir una caricatura
de Divito de un Prilidiano Pueyrredón, hacé el favor. Son los
calores de la menopausia que la tienen así a la vieja ésa.
LIVIA: No es legal, Horacio. Yo voy a contratar a un abogado y te voy
a quitar mi casa. Porque es mía.
HORACIO: Vos no vas a contratar a nadie.
LIVIA: Me estafaste otra vez.
HORACIO: Me estoy cansando de este jueguito, Livia.
LIVIA: Le manoseaste la hija, dice. Veinte años tiene la hija.
HORACIO: Estoy harto de celos y persecuciones. Harto.
LIVIA: ¿Qué hacés vos seduciendo una jovencita de veinte años?
HORACIO: ¿Para qué viniste, Livia? Tenés una misión cristiana que
cumplir? Para qué viniste, decíme.
LIVIA: Porque sos el padre de Eva.
HORACIO: Te cagás en eso, siempre te cagaste en eso. No la hiciste
que me llame una sola vez en toda su vida. Ni para mi cumpleaños, ni
un estreno importante, nada. Porque a ese pueblo de mierda, los
diarios llegan. Te enterás si estreno.
LIVIA: Vos tenés obligaciones con ella y no ella con…
HORACIO: Vos estás hasta la coronilla de Rodolfo. Y venís a ver si
podés retomar conmigo, que soy un idiota y siempre te quise. Pero
esta vez, como viniste te vas.
LIVIA: Me escribiste que te morías.
HORACIO: Viniste porque te gusta cómo te lo hago yo. Ahora, si ya no
te gusta te vas.
LIVIA: Que era un cáncer terminal, escribiste.
HORACIO: Cincuenta mujeres como vos tengo.
LIVIA: Que te quedaba poco tiempo.
HORACIO: A la salida del teatro, hacen una cola. Mujeres hermosas, no
vayas a creer que te hablo de esperpentos. La Magda esa, si la viste,
no es ningún adefesio.
LIVIA: Es tuerta.
HORACIO: Una mujer muy apetecible, en la cama era un torbellino.
LIVIA: Tiene un ojo de vidrio.
HORACIO: Era una amante experta, le gustaba el sexo. No era ninguna
sardina.
LIVIA: Bastón usa.
HORACIO: Te vas ya. Te quiero fuera de mi vista.
LIVIA: No!!
Horacio la empuja para echarla del camarín. Ella se defiende
violentamente, agarrándose al dintel de la puerta, a lo que sea.
LIVIA: ¡No me echás!
Horacio ha caído en la butaca, está cansado por la lucha él
también.
LIVIA: Rompé delante de mí los papeles del Banco.
HORACIO: No puedo.
LIVIA: Rompé esos papeles!
Livia como loca, los busca por todo el camarín dando vueltas
todo.
HORACIO: No están, no los tengo más. Digo, decía, tardaste tanto
en venir, que pensé que te arrepentiste. Vos sos una pluma al
viento, como dice la Opera. En un momento renuncié. Dije: Livia es
grupo que me quiere; Livia no me quiere. Fui al Banco y presenté los
papeles, llené el formulario. El crédito de los treinta mil pesos
está en marcha. Ahora, decíme, ¿qué esperás para irte?
LIVIA: Por qué me hacés esto?
HORACIO: Porque estoy solo. Porque estoy viejo.
LIVIA: Esa no es una respuesta.
HORACIO: Porque soy un hombre débil. Porque soy débil ya para
pelear por vos, por nosotros…
LIVIA incrédula, herida: ¿Débil?
HORACIO: Y vos sos mi debilidad. Me podría haber ido con otra mujer,
me podría haber vuelto a casar. Pero no puedo. ¿Y por qué no
puedo? Porque no te puedo sacar de mi cabeza, porque tu ausencia, tu
perfume, tu piel, me hacen débil. Yo diría que hasta tu existencia
me debilita, es enfermiza tu existencia para mí. Es amor, ¿quién
lo duda?, lo que yo siento.
LIVIA: Me estafaste.
HORACIO: Porque tengo mucho tiempo para pensar.
LIVIA: Vos me odiás.
HORACIO: No.
LIVIA: Vos me odiás.
HORACIO: No. O sí, a veces.
LIVIA: Eva está deshecha. Cree que te vas a morir mañana. Vos no
tenés corazón; sos capaz de matarme la hija para dártelas de pachá
con la vieja tuerta.
HORACIO: Está bien que sufra: es digno. Soy su padre, ¿no? Que me
funcionan los bichitos del esperma es algo que con dos lápidas y la
Evita podés comprobar. Pero después me quité todo lo que tenía en
los testículos; para no hacerle hijos a una chitrula que los
abandone. Como hizo mi madre conmigo. Hasta los seis meses, me tenía
en la cuna y yo lloraba, pedía la teta, la mamadera, qué sé yo, y
ella se reía. No pensaba en el crío, pensaba en los machilongos, en
los trapos que ponerse… ¿Cómo no me iba a venir contrahecho?
LIVIA: Eso es de Ricardo III. Ese no sos vos.
HORACIO ríe: Touché!
LIVIA: Vos no sos nadie.
HORACIO: ¿Sabés que decía mi padre? Para que los hijos sean sanos,
hay que matarles la madre antes que tomen la primera teta. Ahí
tenés.
LIVIA: No sos nadie, no sos el actor que vos decís que sos, no sos
el hombre que decís que sos, el amante que decís que sos…
HORACIO: Don Pedro Alberto Jacinto Ostrovich y vos que lo querías
tanto.
LIVIA: …no sos el padre, que seguro decís por ahí que sos y con
el que te llenás la boca, no sos el marido que decís que sos, no
sos persona. Un pedazo de mierda tiene más consistencia que vos.
Horacio ofendido en su honor, le pega un cachetazo brutal a Livia.
LIVIA: ¿Qué más?
HORACIO cebado: ¿Querés más? ¿Querés que te ponga en tu
lugar? Querés que te enseñe quién es el hombre acá?
LIVIA: Te voy a denunciar.
Horacio la agarra de los pelos y la fuerza.
HORACIO: ¿A quién vas a denunciar?
Livia, de repente, se abraza a él.
HORACIO tratando de quitársela: ¿Qué hacés?
LIVIA: Besáme, besáme, Horacio.
HORACIO: Salí, no quiero.
LIVIA: Besáme, por favor.
Horacio se la saca de encima y la sienta en la butaca. Livia se
hunde en la butaca.
LIVIA arrebujada, suplicante: Bésame, mostráme que esto no
es cierto.
HORACIO: …
LIVIA: Decíme que me querés, mostráme.
HORACIO: …
LIVIA: Decíme que este mal, que todo el mal, no es cierto.
Horacio va hacia el espejo con marquesina, comienza a componerse
la ropa, que ha quedado mal trazada por Livia. Se peina con saliva
las cejas, el jopo. Se abotona la camisa, disimula el botón que se
salió en la pela con Livia.
Largo momento.
HORACIO: Livia, vamos. Levantáte.
LIVIA: No…
HORACIO: Vamos, Livia. Cae el telón, hay que irse.
Horacio ayuda a Livia a levantarse.
Apaga las luces del espejo. Livia, apoyada en él, comienza a
salir.
LIVIA: Horacio, ¿por qué?
HORACIO: Hay un lugarcito acá al lado, seguro que tienen sándwiches
de pavita. Vamos, Livia. Mové los piecitos.
Salen los dos de escena
Apagón.