HONRARÁS A TU MADRE
Por
Patricia Suárez
EMAIL:
cazadoraoculta@gmail.com
Un campo de la
Argentina
En tiempos
pasados
Personajes
Gildo, el padre
Julia, la madre
Dante, el hijo
Adelina, la hija
Escena 0
Cinco años
atrás.
Dante está
acostado en un jergón de paja en el cobertizo, entre pilas de heno y
forraje. Primero oye el ladrido de los perros; abre los ojos, es de
noche aun. Oye el portazo que se abre en el cobertizo donde él
duerme.
ADELINA: Dante,
Dante.
DANTE
sobresaltado: Qué pasa, qué es?
ADELINA: Estás
despierto?
DANTE: Sí. ¿Qué
hacés acá? Amarás a …
ADELINA: Tu
prójimo como a ti mismo. Vos qué hacés acá? No tenés que estar
en la casa con los viejos?
DANTE: Está que
pare la vaca roja.
ADELINA: Vos te
acordás de cuando éramos chicos, de todo?
DANTE: No. Eso
fue hace mucho.
ADELINA: Por qué
no te querés acordar?
DANTE: Pasó hace
mucho, no sé. Jesús dice que hay que perdonar.
ADELINA: Mañana
pasará un carro por ahí delante, en el camino real. Yo te mandaré
un regalo. Vos no tengas miedo y agarrá el regalo que yo te mando y
que es para vos.
DANTE: Es una
encomienda del Correo.
ADELINA: No.
DANTE: Por qué
no me lo trajiste vos al regalo? A vos te dejaron salir, Adelina?
ADELINA: No. Sí.
Ayer salí, pero chito. No lo sabe nadie que salí; ni vos lo vas a
saber. Vos juntá el paquete que se caiga del carro.
Adelina se
desvanece. Dante cae en el jergón muerto de sueño.
Poco después
despierta, sobresaltado. Con la mano en el pecho. Ya hay luz; canta
el gallo.
DANTE: ¡Adelina!
¡Adelina dónde estás?! ¡Adelina!
Busca por
todos lados, se sienta en el jergón y comienza a llorar con sollozos
dolorosos y profundos.
Escena 1
Pequeña sala
de los padres. Hay una gran mesa basta, sillas, un par de banquitos
muy bajos, para quitarse las botaas; una máquina de coser, dos sol
de noche, una lámpara de velas. En la pared un látigo, un rebenque
o un talero tirado por encima de la mesa. Uno o dos animales
disecados, tal vez una cabeza de vaca en la pared y un gato sobre una
vitrina. Dentro, la porcelana fina, la mayoría cachada. Algún
botellón de cristal, una bombonera, una cigarrera, todo o roto o
ajado. Un espejo muy sucio, unas flores marchitas. Dos retratos en la
pared, uno de una niña de 8 o 9 años en blanco y negro, y otro de
una adolescente en blanco y negro también. Julia está tejiendo una
manta a los pies que ya le cubre los pies. Es de lana negra.
Dante está
sentado a la mesa. El padre entra y sale; trayendo piezas de caza.
JULIA: Mejor
sentáte y escribí, Dante. Por favor te lo pido. Escribile una carta
a la Adelina. Que empiece: “Querida Adelina, hija…”
DANTE: Me
gustaría firmarla yo también ya que le escribo.
MADRE: Vos le
escribís otra, que para eso sabés leer y escribir.
PADRE: Para eso
te mandamos al catecismo.
MADRE: “Hace
mucho que no sabemos de ti; la enfermera Brunilda no nos mandó
noticias tuyas y no podemos saber si te llegó la viyelita para
hacerte el vestido o no…”
DANTE: Mama, si
le pone eso está haciendo quedar como una ladrona a la enfermera….
MADRE: Es que
debe ser una ladrona.
PADRE: Seguro.
DANTE: Dita me
dijo que la vio el otro día a la salida de misa.
MADRE: ¿A quién?
¿A mí?
DANTE: Sí.
MADRE: ¿Yo la
saludé?
DANTE: No.
MADRE: Entonces
no la ví a Ditta. Iba con las nenas?
DANTE: Sí.
PADRE: Tu madre
no vé nada; le estoy diciendo que se haga ver por el doctor de la
ciudad pero no quiere. No quiere viajar a la ciudad.
MADRE: Si me
tengo que quedar ciega, me quedaré ciega. Mirá cómo tejo la manta
lo más bien, y eso es que lana renegrida, teñida por las tintoreras
viudas y sin hijos con sus propias lágrimas. Guarda, capaz sea tu
mortaja, Gildo.
PADRE; Cruz
diablo!
DANTE: Qué más
le pongo en la carta?
MADRE: Tachá lo
de si le llegó la viyelita. Vos tenés razón en lo que decís.
Preguntále si come bien, si tiene agua caliente para bañarse una
vez por semana, si los remedios le hacen efecto y está un poco menos
trastornada…
PADRE: Vos comés
vizcacha, Dante? Las nenas comen vizcachas? Porque cazamos unas los
otros días con el Ceferino y los perros de él y si las hacés en
escabeche, te chupás los dedos. ¿No es cierto, Julia? Tu madre las
hizo pero después le vino que se le revolvía el estómago. Es la
edad; la edad te dá flojera con el cuchillo faenar animales.
MADRE: Cazó una
vizcacha flaca, llena de gusanos, apestada. Eso me revolvió el
estómago. ¡Decirme floja a mí! ¡A una gringa del campo!
PADRE: Estás
floja, Julia. No te hagas la chiquilina.
MADRE: Estoy
vieja, no estoy estúpida.
PADRE: Decile al
Dante que te traiga el San José así te devuelve la juventud, los
colores. Capaz que te revive por dentro como le pasó a la Sara de la
Biblia. Dante, vos no me acompañás a San Justo a buscar una perra?
Es una perra de aguas obediente, con la boca blanda. Es de raza, es
una perdiguera de San Juan del Canadá.
DANTE: Y cómo
llegó hasta acá del Canadá?
PADRE: No sé. La
trajo uno.
DANTE: Capaz le
quieren meter cualquier cosa. Un mastín.
PADRE: No, no. Es
una perra de aguas, de pelaje corto, negro. Es un sueño la perra.
MADRE: Calláte,
Gildo. Qué sucio. Andáte al cobertizo con tus bichos.
PADRE: Me voy sí.
Pero sabélo porque sos mi hijo. Es mi sueño una perra así. Lleváte
la fuente con las vizcachas.
DANTE: No creo
que las nenas coman la vizcacha, papá. Son chiquitas. Pero si cazó
perdices, me llevo las perdices.
PADRE ofendido:
No es tiempo de perdices. No hay perdices, parece que se
extinguieron. Aparte necesito la perra para cazar perdices, porque
los perros del Ceferino cobran mal. No se mantienen tranquilo cuando
el ave vuela y oye el tiro; no se sacuden a la orden. Se sacuden
cuando quieren, la otra vez el blanquito se sacudió el agua arriba
del bote y casi nos hundimos.
MADRE ríe a
carcajadas: Te miente, Dante. Es cuento lo de los perros del
Ceferino.
PADRE: No es
cuento.
MADRE: Es cuento:
les apunta y dispara a cualquier lado. La otra vez Ceferino se mataba
de la risa contando que tu padre quiso matar una pava de monte y le
disparó a una piedra. “Dura la pava de monte”, gemía tu padre.
Ceferino partido en dos de la risa, viste cómo son los peones para
reírse de los patrones cuando se vienen viejos e inservibles.
PADRE: Sos mala,
Julia. Decirme inservible. Que nunca te veas en el monte sola, sin
comida y yo tenga una escopeta en la mano.
Dante vuelve a
la carta
DANTE: Le
pregunto si la dejarán venir de visita.
MADRE: No le
preguntes eso, que se pondrá peor. Vos sabés que tu hermana tiene
una enfermedad muy mala, muy fuerte. Es una locura de familia. La
prima Nilda, que quedó en Italia, murió loca. La tenían atada a la
cama, no asomaba ni la nariz a la calle. Porque era un enemigo
público del pueblo, los quería matar a todos. Persona que se le
cruzaba, persona que quería matar. La Nilda ésta se enfermó como a
la edad de tu hermana, pobre ángelo, y vivió loca hasta el final.
Tu padre no quiere admitirlo; dice que tenía lombrices nomás.
DANTE: Cuál
prima Hilda?
MADRE: Nilda,
sobrina.
DANTE: No sé
quién es. Yo lo que le digo es que usted pasó al lado de la Ditta
que iba con las nenas, que son sus nietas, le recuerdo y ni las
saludó.
MADRE: Capaz
estaba muy distraída el domingo. Por eso no la vi a tu mujer. Ojo,
si ella era la que venía con un montón de críos agarrados a las
polleras, no la saludé porque yo no creí que fuera mujer tuya.
Porque vos tenés tres hijas nada más… Tenés tres hijas?
Dante está
concentrado en la escritura
DANTE: Estaría
con los hijos del Dioni, el hermano. Rulito y…
MADRE: No sé.
Pero yo me quedé muy preocupada por lo que dijo el padre Aurelio y
lo dijo en la homilía. Eso de que No adorarás a otro Dios más que
a mí, primer mandamiento que Dios ha dado al hombre. Porque Dios
castiga al idólatra. Y vos lo que hacés con el San José de palo es
una idolatría.
DANTE: Es San
José el esposo de la Virgen y padre de Nuestro Señor Jesucristo.,
MADRE: Padre
putativo.
DANTE: Lo que
sea.
MADRE: El
demonio, dijo el padre Aurelio. Propio el demonio si uno encuentra
una maderita tallada y dice Es San José y Es milagroso.
DANTE: No quiero
pelear, mama. Usted sabe que el padre Aurelio quiere que lo done a la
parroquia y yo no quiero. Porque si me lo encontré yo, es mio.
MADRE: Los santos
son de la Iglesia, Dante.
DANTE: No quiero
pelear más, mama.
MADRE: No vamos a
pelear. Te aconsejo, te doy un consejo bueno. Para eso soy tu madre.
Ya sé que vos pensás que es mejor no haber nacido o haber tenido la
estrella de ser hijo de un millonario del petróleo. Pero te tocó
ser hijo mío. Y de tu padre, claro. Eso aparte. Vos tenés que
deshacerte del San José por el bien de tu alma y de la de tus hijos.
De la de tu mujer, no me meto porque ella es tedesca y quién sabe
qué honran los tedescos.
El padre ha
venido y se sienta, lo mira atentamente.
DANTE: Yo sé que
usted no me lo cree. Pero se lo cuento porque es mi madre y me dio el
ser. Con unos pesos del Dioni, el hermano de la Ditta, compramos un
terrenito. El de los Francese que estaba seco, reseco, la tierra se
cuarteaba… Fui con el San José, me pasee de esquina a esquina del
terreno… Le juro, mamá, por esta cruz (se besa los dedos en cruz),
a las dos semanas, tenía un vergel ahí. La Ditta fue, hizo huerta,
tomate, repollo, tomillo, laurel…
MADRE: Deber ser
cosa del demonio.
DANTE: Por qué
va a ser cosa del demonio, si la figura es San José?
MADRE: A veces
los ojos nos engañan. Los sentidos nos engañan.
DANTE: Se lo
presté a la Laura Poggio. Trece años casada y nunca una preñez: le
llevé el San José y a la noche siguiente le prendió. Si le nace
varón, le pone José. Si hembrita, Josefa. Capaz, mama, yo le traigo
el San José acá y él le hace un milagro. El le quita la gota a
papá, él le hace que su corazón se arregle…
MADRE: Mi corazón
no tiene arreglo.
DANTE: Pero mama,
el San José es tan bueno…
MADRE: No, no,
no, no. Nada queremos de tu San José. Además la gota incurable, tu
padre ya lo sabe. Está cada vez peor; (baja la voz): sale a
cazar patos, y, me contaron, arma tal gritería que los espanta. Los
patos vienen volando arriba alto en el cielo y parece que lo oyen a
tu padre y se espantan. Dispara y gasta municiones nada más. Yo creo
que se está volviendo loco. A lo mejor la Adelina no es loca por
nada, sino que sea hereditario… (alarmada) Hijo: ¿vos pensás que
tu padre tiene la sífilis? ¿que yo, que vos, tenemos la sífilis?
DANTE: Mama, me
voy a tener que ir. Ya es tarde y…
MADRE: Vos lo que
te pasa es que trabajás mucho, Dante. Vos tuvieras un hijo varón,
tenés un descanso. Como nos pasa a nosotros con vos. Que sos nuestro
tesoro. Pero todas nenas, todas nenas, la Almita, la María… ¿Cómo
es la otra?
DANTE: Catalina.
MADRE: Eso. ¡Qué
nombre Catalina! Pún pún, pon pón. ¿Y por qué Catalina? No te
digo que le pongas Julia, porque no quiero escorchar siendo la
suegra, pero ¿por qué no Julia antes que Catalina? La madre de tu
mujer cómo se llama? Ah, cierto, Diomira, como ella. De dónde salió
Catalina, quién es? Catalina Catalinón. Es un nombre de cogotuda,
será una criatura soberbia. Te va a traer disgustos.
DANTE: No la
conoce a Catalina.
MADRE: Me doy
idea.
MADRE: Es igual a
vos o es igual a tu mujer. A uno de los dos, sale. Y sino se parece
ni a vos ni a tu mujer, mejor que no me entere. ¿Vos sabías que el
monaguillo del padre Aurelio tenía relaciones con la viuda Perotti?
Andaba con la viuda Perotti, sí. Ella vistiendo el luto y
enjugándose las lágrimas con pañuelito negro…! El difunto
caliente todavía en la tumba y ella con el monaguillo, ¿cuántos
años tendría el monaguillo? Gildo, vení. Cuántos años tendría
el monagauillito rubio ese que tiene el padre Aurelio?
PADRE off:
¿El que es maricón?
MADRE: Ah, tu
padre. No se le puede preguntar nada, que te sale con cualquier
burrada.
DANTE: Ditta
piensa que usted la desprecia.
MADRE: ¡Pero no!
¡Mirá como tengo los tobillos hinchados! Esto es el corazón,
Dante. Me lo avisó el doctor. ¿Querés que reviente yendo a
conocerte a las hembritas? (Un silencio) Cuando tengás un varón, yo
voy.
DANTE: A lo mejor
se dé ahora. No sé…
MADRE
escandalizada: Está otra vez? ¡Tu mujer es propio una
coneja!
Dante apronta
sus cosas.
MADRE angustiada:
Te vas?
DANTE: Me voy.
MADRE: Nos dejás
así? ¡Gildo, vení que tu hijo se quiere ir!
Gildo entra, a
fligido.
PADRE: Cómo te
vas?! Lo ofendiste, Julia?
MADRE: Pero no!
Cómo lo voy a ofender si él es la luz de mis ojos. No ha existido
muchacho más bueno que el Dante desde que el mundo es mundo.
PADRE: Ah, lo
ofendiste. Pedile disculpas.
MADRE: Disculpas
por qué? Soy la madre, ¿no puedo decir lo que pienso?
PADRE: Estás
hecha una vieja bruja.
MADRE: Gildo,
hijo, quedáte con tus padres un rato más.
DANTE: Mama, me
tengo que ir de verdad.
MADRE: Se va de
balde. Reténelo, Gildo. Se quiere ir.
PADRE; Quedáte
un poco más. Hacéme la promesa que me acompañás a San Justo a
buscar la perra de aguas.
DANTE: Estoy
retrasado, papá. Me está esperando el cerealista…
PADRE: Maldición
de Dios los cerealistas, los acopiadores, los patronos, los
sindicalistas. ¡Maldito el que inventó la plata, el que inventó el
trabajo! Ojalá viviéramos todos de la caza y de la pesca!
Dante hace una
pequeña reverencia y besa la mano derecha de la madre y la mano del
padre. Mientras lo hace la madre pone su mano izquiera sobre la
cabeza del hijo, y dice, sonriente:
MADRE: Honrarás
a tu madre…
Oscuro. Fin de
Escena 1
Escena 2
En medio de un
camino, cuenta a los feligreses
DANTE
Póngase
alrededor, así, al lado de la chica rubia. Eso, así escuchan mejor.
Lo cuento para
que sepan la historia y no anden creyendo que soy un ladrón, un
sacrílego. O un charlatán que es peor.
Hace cinco años
pasó. Los pajonales estaban así de alto, porque había llovido toda
la estación. Por abril, lluvias mil. Hará de esto que cuento un año
cumplido.. Por acá antes, antes del ferrocarril, había un camino
real. Pero hablo de hace mucho, cuando todavía había indios.
Después tendieron el ferrocarril y todos usaron el camino aquel y a
éste, el viejo, lo dejaron. Por acá pasábamos los chicos para ir a
la escuela nada más.
Yo llevaba la
canasta de huevos a la feria porque mi mujer no podía.
Estaba de parto;
la Catalina.
Igual que ahora
me picaban los tábanos.
(se mata uno
contra los tobillos)
Cómo duelen
estos bichos.
Entonces veo
pasar un carro delante mío.
Alzo el brazo
para saludar al carrero. Pero el carrero no se vuelve. Venía
encapotado por si lo agarraban las lluvias. Tenía un caballo, un
tordillo, al trote.
Me quedo parado
esperando que pase y veo que le cae un paquetón.
Me quedo parado
como una estaca.
Después me viene
de agarrar el paquete y correr el carro.
Y lo hago. Porque
nací honesto y me voy a morir honesto.
Pero chapaleo en
el barro y no llego, y cuando le doy voces, no me oye. Así que me
siento, abro el paquete.
(se persigna)
Es un San José
Obrero, de madera de palo rosa y aureola de bronce. Los ojitos, como
pueden ver, son de cristal. Tiene la escuadra, tiene las herramientas
con las que trabaja en la carpintería. Me puse a llorar. Me quedé
sentado llorando.
Que es como
estaba mi alma.
Doblada y
llorando.
Pero a lo mejor
es como dice la mama, el hombre vino al mundo para sufrir.
Se recompone
Después, cuando
se enteró, el cura del pueblo me ofreció un montón de plata si se
lo vendia. Yo no lo vendo. Yo le dije: Padre Aurelio, si usted lo
deja en la parroquia, yo se lo cedo a la parroquia. Pero si se lo
lleva del pueblo, no se lo entrego. Que hago un pecado, que esto y
que lo otro. Yo, en mis trece. Me puso la familia en contra. Porque
el San José Obrero es una imagen de mucho tiempo, de los españoles
que vinieron a conquistar y vale un montón de plata.
Yo le dije a San
José:
Vos cuidame a mí
y yo te voy a cuidar a vos.
Y ese es nuestro
pacto.
Por eso las cosas
me van mejor.
Todo lo que tengo
se lo debo a él. Esa estautita de un codo de alto, es más padre
para mí que mi padre.
Ahora, en fila
uno por uno. Se agachan delante de él y le besan el pie sin poner la
boca, que es sucio. Así (muestra el gesto). Primero, se ponen el
beso en los dedos y con los dedos y suaves le besan el pie. El les va
a cumplir; él ha sido padre y sabe lo que necesita un hijo. El es el
padre de todos nosotros.
No, no. No me den
nada, no me dejen nada. Sean buenos y pídanle con el corazón, que
él escucha. El vino a este pueblo perdido de la pampa para traernos
alivio.
No, no. No
quiero, señora. Le saco un panecito porque soy goloso, para
probarlo. Uno solo nomás.
Teniéndolo a San
José tengo todo lo que me hace falta.
Que les haga bien
a ustedes, como me hizo a mí.
Hace una
reverencia y se corre, para que la fila avance hacia el santo.
Escena 3
Mismo
escenario, escena 1.
Julia teje
crochet la manta. Entra Gildo con la escopeta al hombro y un pájaro
negro, picudo. Es un cuervillo de la cañada.
JULIA
volviéndose: Eso qué es? Eso no se come.
GILDO: Lo trozás
y lo fritás y se lo metés a un guiso.
JULIA: Yo una
porquería no voy a comer.
GILDO: Me lo
hacés para mí.
JULIA intentando
ver, se acerca: ¿Qué es? (Lo ve) Oh, por Dios: es un
cuervillo de la cañada. Cómo vamos a comer ese pajarraco? Vos estás
loco, Gildo.
GILDO se
encoge de hombros: Los perros del Ceferino ladran y espantan a
los patos. Los patos están siempre alerta. Los otros no…
JULIA (examinando
el pájaro): Vos sabés, Gildo. No se come el cuervillo,
no se come el biguá, no se come la gallareta. Basta de traer estos
bichos.
GILDO: No lo
querés comer, no lo comés. Me lo hacés a mí, primero frito y
después en guiso.
JULIA: Anduviste
por los cañaverales. Sabés que son peligrosos, que te podés
resfalar…
GILDO: Los ví en
la procesión.
JULIA: Qué
procesión? Qué santo es hoy?
GILDO: Lo vi a tu
hijo haciendo la romería. Con los romeros que vienen y le piden al
santo.
JULIA: Cómo los
viste?
GILDO; Iba
persiguiendo los patos. No eran patos al final, eran los bicharracos
estos. Los cuervillos. Pero vuelan tan alto que uno no puede adivinar
si son patos, si son cuervillos… Ellos estaban todo ahí en el
clarito, por donde el camino real que él dice se le apareció el San
José Obrero.
JULIA: Se le cayó
al carrero del carro.
GILDO: Te digo:
me iba a meter entre los romeros. Porque yo también tengo cosas para
pedir, por ejemplo, que vos no te quedés ciega o paralítica y ya no
puedas caminar…
JULIA: Vade
retro!
GILDO: Pero
después dije Dante me vé entre los romeros y seguro me saca a
escobazos; él me tiene rabia a mí. Siempre me tuvo rabia. Yo a
veces pienso que el Dante me odia.
JULIA: No tiene
motivo para odiarte. Nunca le levantaste la mano. Cuando debías
hacerlo: porque a un muchacho si no lo corregís se envicia. Y vos no
lo corregías; no fuiste buen padre, a veces hay que saber dar una
paliza.
GILDO: Me pesa en
el corazón.
JULIA: Ya está
hecho, Gildo.
GILDO: Porque no
volaba tan alto, te mentí. Estaba ahicito nomás entre los pajonales
y pum pum, lo bajé. Pobre pajarito; igual me lo voy a comer.
JULIA: Qué le
piden al santo?
GILDO: Cosas de
ellos, de los romeros.
JULIA: Trabajo,
salud, qué le piden?
GILDO: Ay, Julia.
Eso se lo pedís a una estrella fugaz, no a un santo. Qué poco
católica que estás. Le pedían en susurros; yo no me podía acercar
a oír los susurros.
JULIA: También!
Si estabas tirando tiros ahí al lado! Te habrán tenido miedo.
GILDO: Ellos no
me vieron. Si me veían, me acercaba. Seguro el Dante les habló mal
de mí, porque él no me quiere. Ahora él nomás es feliz con el San
José Obrero, se olvidó que tiene padre y madre; anda con el San
José Obrero aquí y allá que parece una nena con la muñeca. ¿Vos
te acordás cómo se peleaban la Adelina y la Rosetta por las muñecas
de lana cuando eran chicas? (Julia asiente). Vos se las hacías con
las sábanas viejas, yo las rellenaba con chala y vos después le
ponías lana negra para que hiciera los pelitos. Capaz esa misma lana
que estás tejiendo fue la cabellera de las muñecas de tus hijas
muertas.
JULIA: Calláte!
GILDO: Los
recuerdos son recuerdos. Vienen cuando quieren.
JULIA: Calláte,
mirá si alguien te oye hablar de la Adelina así.
GILDO: Yo no los
llamo a los recuerdos. Nadie me va a oír. Aparte, alguna vez el
Dante se tiene que enterar.
JULIA: Le querés
romper el corazón a tu propio hijo. Que se entere cuando estemos
muertos. Dejálo que él crea lo que cree.
Julia detiene
el tejido, va hacia los retratos, los dá vuelta.
GILDO: Cada vez
que hacés eso, me das miedo, Julia.
JULIA: Dante
parece que se olvidó que tiene padre y madre, y sabés por qué es?
GILDO: Porque
está con el San José Obrero.
JULIA: Justo.
GILDO: Yo le dí
el ser. Yo cuando era chiquito lo cuidaba, si lo llevaba conmigo a
zapar, estaba todo el tiempo mirando que al pobrecito no lo piquen
las arañas, no lo muerdan las víboras. (se arremanga la camisa)
Mirá la cicatriz que tengo de la zapa, el día que le ví la
cascabel cerca y tiré todo a la mierda, salí corriendo a aplastarle
la víbora…
JULIA: Vos tenés
que hacerle desaparecer el San José Obrero.
GILDO: …
JULIA: Tenés que
ir y quitárselo.
GILDO: …
JULIA: Es por el
bien de él, Gildo. Es como la paliza que no le diste, para hacerlo
hombre.
GILDO: No sé,
Julia.
JULIA: Ya estás
dudando; qué mequetrefe que sos. Cuando el se vea sin el San José
Obrero, volverá a nosotros como buen hijo que es. Como era antes,
hace cinco años atrás nada más, que nos consultaba en las cosas
que hacía, que nos pedía permiso. Hasta para casarse con la infeliz
de tu nuera nos pidió permiso. Vos te creés que yo no estoy triste
viendo que él no me respeta como antes? No tiene una palabra de
cariño para mí. Me agarró inquina desde que anda con el palito
ese, esa antigualla que dice es San José Obrero. ¡Si hasta la
Virgen María, Dios me perdone, le dio la espalda para tener un Hijo
con otro, de estúpido que era San José!
GILDO: Te estás
volviendo hereje, Julia.
JULIA: Hacé una
cosa, hacélo por mí. Por mí que soy devota; agarrá el San José
Obrero de tu hijo y se lo llevás al Padre Aurelio. El Padre Aurelio
te va a pagar un montón de plata, porque el San José Obrero es una
pieza de museo, como la Santa Catalina de Alejandría que tenían en
nuestro pueblo. Sabés cuál es la Santa Catalina de Alejandría?
Julia hace la
pose de la Santa Catalina de Alejandría de Rafael.
Gildo la
imita.
JULIA: Esa.
Después, con esa plata, pagamos la deuda del terreno.
GILDO: Si el San
José Obrero lo encontró él, debería ser para él…
JULIA furiosa:
¡¡¡Pagamos la deuda del terreno!!!
GILDO: Pero si el
terreno lo perdimos…
JULIA: Lo
rescatamos.
GILDO: No se
puede rescatar. Ya tiene dueño nuevo.
JULIA:
Acabáramos, Gildo. Para quién será ese terreno cuando estemos
muertos?
Gildo asiente.
JULIA: Hacélo.
GILDO asiente:
…
JULIA: Cuándo
tiene el bautismo de la nenita chica? El jueves, el viernes?
GILDO: Creo que
el jueves.
JULIA: Aprovechá
el jueves, que él va estar en el bautismo y le sacás el San José
Obrero.
GILDO: Seguro
tiene perros bravísimos guardándole el santo.
JULIA: Dejáte de
decir pavada, Gildo. Es tu hijo; es más bueno que el pan.
GILDO: Nosotros
lo hicimos buenos.
JULIA: Eso es
verdad. Costó, pero salió bueno.
GILDO: Vos vas a
estar en el bautizo?
JULIA: Con estos
tobillos hinchados como los tengo?
Gildo aparta
la colcha que ella teje, le mira los tobillos.
GILDO: No los
tenés tan hinchados.
JULIA: Vos sabés
cómo me duelen.
GILDO: Podés ir
en el sulky de Genaro. Le digo que te busque y…
JULIA: En sulky
con ese loco?! La otra vez casi me hace salir el corazón por la
boca.
GILDO: Vos no
querés ir.
JULIA: Y vos me
querés ver muerta de un ataque.
GILDO: Está
bien. No vayás; pero sabé que es tu sangre. Estás renegando de tu
sangre.
JULIA: ¡Hacé el
favor! ¡Por una vez hacé un bien, Gildo, hacé lo que te digo!
GILDO: La plata
la voy a usar para otra cosa.
JULIA: Vuelta la
burra al trigo.
GILDO: Me voy a
comprar la perra de aguas.
JULIA: Esa plata
es para…
GILDO: La querés
enterrada abajo del naranjo. Para la vejez. Pero no.
JULIA: Gildo…
GILDO: Si vos
querés que le haga un mal a nuestro hijo y que vos decís es un
bien, la plata me pertenece y la voy a usar en lo que quiero. Voy a
comprar la perra.
JULIA resignada:
Está bien.
Gildo le tira
el pájaro a los pies.
GILDO: Pero
desplumá el cuervillo.
JULIA
gritando, intenta rebelarse: ¡Yo…!!!!
GILDO
la amenaza con pegarle con lo primero que halla; una pala apoyada
contra una puerta: Desplumá el cuervillo. Lo cocinás con una
salsita.
JULIA con
asco…
GILDO: Lo hacés
con tomate, bien picadito, en salsa. Así sopamos los huesitos,
nervios con pan.
JULIA levanta
al pájaro con las puntas de los dedos.
GILDO: Va estar
para chuparse los dedos. Un manjar!
Fin de Escena
3
Escena 4
Mismo lugar
que escena 2
Dante está
solo con el San José Obrero; está concentrado rezándole. De
pronto, entra una mujer desde atrás de las piedras, o tal vez viene
caminando sobre el agua. Tiene unos veinte años, una camisola blanca
y el cabello largo y suelto. Está descalza. En absoluto silencio, se
sienta donde ésta el San José Obrero y lo pone a él sobre su
regazo, de pie. Dante levanta los ojos y la ve. Se queda mirándola;
se tapa la boca sorprendido. Hace el gesto de tomar la mano de ella,
que rehúye, pero dulcemente dicen los dos a la vez:
DANTE: Ama a tu
hermano…
ADELINA: Como a
ti mismo.
DANTE: Qué hacés
acá? Qué hacés así?
ADELINA:
Silencio; no hables.
DANTE: Te
escapaste?
Adelina hace
que no.
DANTE: Qué
disgusto se van a llevar mamá y el papá cuando sepan que te
escapaste. Te escapaste del loquero?
Adelina repite
el gesto.
ADELINA: Te puedo
contar con un secreto. Si no se lo vas a contar a nadie.
DANTE: Ay, no. El
jueguito de los secretos.
ADELINA: No es un
juego.
DANTE: Nunca me
gustó jugar a los secretos. Ni a la payanca, ni al zapatito de
charol, botellita de licor. Eso era cosa de ustedes, las nenas.
ADELINA: Yo ya no
estoy en el mundo de los vivos.
DANTE: Ya.
ADELINA: Fue hace
como cinco años. Encontré el bisturí que usaba el cirujano para
hacer operaciones en el cráneo y me corté acá, en el cuello.
Adelina muesta
una cicatriz tremenda en el cuello.
DANTE: Qué feo
te lo cosieron. Lo puedo tocar? Es hilo de chancho, estoy seguro.
ADELINA: No me
podés tocar.
DANTE: La que se
murió fue Rosetta. Pero yo sé que no lo podés entender. Mamá dijo
que los doctores iban a tratar de hacértelo entender. Ella era ella
y vos eras vos. Eran dos gotas de agua, pero yo las reconocía
siempre. Nunca me confundí a una con la otra. Decíme si miento, ¿no
es cierto que nunca te confundí a vos con la otra?
ADELINA: Nunca.
DANTE: Esa noche
no había luna. Esa fue la causa de todo; la gran culpable fue la
ausencia de la luna. O la perra amarilla que se escapó. Era mi perra
ésa; Diana, se llamaba. Todavía era cachorra y era traviesa; por
eso se escapó. Me acuerdo como si fuera ayer, que salieron al vado y
la Rosetta cayó en el pozo.
ADELINA: No cayó;
yo la empujé.
DANTE: Vos eras
así de alta. ¿Cuántos años tenían?
ADELINA: Ella o
yo?
DANTE: Las dos.
Ustedes tenían un año más que yo.
ADELINA: Ocho.
DANTE: Vos
viniste corriendo, llena de barro. Tocaste la puerta y gritaste
Salgan, salgan, se cayó al agua la Rosetta y se ahogó.
ADELINA; Yo me
caí al agua.
DANTE: Se cayó
la Rosetta al pozo y se murió.
ADELINA: Yo me
morí con ella.
DANTE: Qué
enojado estaba yo! Porque ustedes dos siempre hacían líos. Al
final, se fueron a sabiendas que estaba prohibido salir de noche y ni
siquiera me trajeron la perrita. Qué enojo tenía: estúpido de mí,
infeliz, yo creía que lo que de Rosetta era un cuento. Que estaba
escondida atrás del pino. ¡Mamma, papá, salgan! ¡Se cayó al agua
la Rosettina!
ADELINA: Yo la
empujé a Rosetta; porque ella se burlaba de mí. Yo la empujé y
después que ella se cayó ya no supe si yo era ella o si ella era
yo.
DANTE: Nadie pudo
probar que vos la hubieras tirado.
ADELINA: Con los
castigos que me daba la mamá era difícil que ayudara a saber.
DANTE: La mamma
tiene la mano pesada.
ADELINA: La mano
larga.
DANTE: Pero hay
que perdonarla. Ella sufrió mucho cuando era chiquita. No viste que
nunca cuenta de cuándo era chiquita? El padre, el padre de ella, el
abuelo, le hacía cosas espantosas. ¿Vos sabés que el padre de la
mamma mató a la madre, a nuestra abuela, cuando la mama era
chiquita? Un desalmado. Delante de sus ojos y todo la mató; y no fue
preso. En aquella época un hombre mataba a la esposa y no iba preso.
Vos sabés lo que habrá sufrido nuestra mamá viendo morir a su mama
a manos del padre?
Adelina hace
que no, sonriente.
DANTE: Qué
quiere decir eso? No te entiendo.
ADELINA: La mamá
nuestra no tiene el órgano de surfrir.
DANTE: No seas
ingrata, nos dio el ser.
ADELINA: Como lo
dio, lo quitó.
DANTE: Nosotros
no sabemos lo que es sufrir, como ella sufrió.
ADELINA: Dante,
¿vos te acordás? (Un largo silencio). Vos no te acordás bien de
cuándo éramos chicos. Dante, vos sos hermano mío. Yo estaba cuando
ella te sacudía del cabello, te tiraba al suelo, te pegaba hasta
hacerte sangre. La vez que te apaleó con la escoba, la escoba se
rompió.
DANTE (se tapa
las orejas): ¡Basta, basta!
ADELINA: Vos no
te querés acordar, eso pasa. Pero los recuerdos no son un pecado,
los recuerdos no son una tristeza, son parte de la vida. Después,
cuando muerto te pasa lo que a mí y te preguntás quién sos vos?
Dónde está la hermanita gemela que se te murió? Quién era el
reflejo de quién? Cuándo se sabe eso? ¿Si está vivo se llega a
saber o cuando se está muerto? Donde estoy, la Rosetta no está. Hay
otra gente, pero yo estoy sola.
DANTE: Vos te vas
a enfermar así. Te vas agarrar una pulmonía. Vení vamos para
adentro. Te deben estar buscando los enfermeros del loquero, los
doctores.
ADELINA (alegre):
No, no. No me toqués. Yo ya no me puedo enfermar. Primero, porque me
operaron el cerebro. Ahí le dijeron a la mamá y al papá que yo
había quedado muerta, un vegetal. Yo veía, oía, sentía, todo,
pero ellos decían que estaba igual que un bebé o un gazapo de
conejo que no siente. Cuando le dieron la noticia, mamá no soltó
una lágrima. Lloró como llora ella; se tapó la boca con el
pañuelito e hizo cof cof.
DANTE (imitando):
Cof cof. Sí.
ADELINA: Vos te
preguntaste si ese lloro es verdadero? Yo me lo pregunté. Allá
donde estoy tengo tiempo de sobra para preguntarme cosas. Preguntarme
cosas y padecer es como un deporte donde yo estoy. Es como esos
ricachones que juegan al golf. La respuesta a la que llegué es que
la mamá no tiene lágrimas. Pero hace que llora, porque queda mal
que un ser humano no llore por sus hijos; es de mala madre no llorar
por una hija enferma, por una hija muerta. Viste que en el entierro
de la Rosetta no lloró? El papá decía Tiene tanto dolor la
pobrecita Julia, que no puede llorar. Papá fue siempre un tonto, un
holgazán, un bueno para nada. Yo la tenía en estudio a mamá; nunca
lloró ni antes ni después. Nunca.
DANTE: No digas
eso. Cada uno sufre a su manera.
ADELINA: Mentira,
mentira!
DANTE: Viniste a
meterme púa con la mamá.
ADELINA: …
DANTE: Yo te
escribo una carta una vez por semana. Voy a la casa de los viejos y
ella me hace sentarme y escribirte una carta. Vos no recibiste esas
cartas, no las leíste? No te las lee la enfermera o quien sea…?
ADELINA: Nunca
recibí ninguna carta.
DANTE: No les
permiten a los enfermos recibir cartas donde estás?
ADELINA: Nunca me
enviaron ninguna carta.
DANTE: Como que
no? Yo escribo las cartas, porque mamá no sabe y el papá tiene tan
mala letra…
ADELINA: Viste la
panera vieja, la de la cocina? Abajo del pan fresco, ahí está la
pila de cartas que vos me escribiste. Nunca salieron de ahí.
DANTE: Papá me
dijo que él las llevaba a la estafeta, en el pueblo…
ADELINA: Buscá
en la panera vieja, buscá ahí adentro y encontrarás las cartas.
DANTE: Te
escribían porque no podían viajar a las sierras a verte.
ADELINA: No me
vinieron a ver más ninguno de los dos… como el doctor les anunció
que yo estaba muerta… Capaz le visitaban a la Rosetta más que a
mí. Vos ibas con ellos a ponerle flores a la Rosetta?
DANTE: No.
ADELINA: Qué le
tenés los miedos a los aparecidos?
DANTE: La mamá
decía que no era bueno ir. Que era mejor recordarla viva.
ADELINA: Un día
me levanté. No sé cuánto tiempo después. Era un día de sol en el
loquero, entraba el sol a raudales por una ventana rota. Me corté
acá, todo el cuello. (Riendo) Parece un collarcito la cicatriz. No
es un collarcito; lo que es, es que estoy muerta. Entonces me morí
de veras, como quería el doctor.
DANTE: Adelina,
no hagas así con las manos que me vas al romper al santito. Es un
San José Obrero que me encontré tirado de un carro hace cinco años.
Lo creas o no, la noche anterior, yo había soñado con vos, hermana.
Vos me decías, Es un regalo, Dante que te mando para que te proteja
del mal. ¡Ese santo me hizo venir la vida buena!, la vida que yo
quería; mi mujer me quiere, es linda; ¡me quiere a mí con esta
cara de escrofuloso, de mamarracho que tengo! Tres hijas hermosas me
dio, una más bella que otra. La mayorcita ya lee y escribe, ¡hace
cuenta con los dedos, mamita! Mañana es el bautizo de la chiquitina,
quedáte tranquila y te hago ser la madrina. Catalina se llama, por
una promesa que hizo la madre a Catalina de Siena. Sabés qué,
Adelina? Compré un campito hace un tiempo; la plata me la prestó mi
suegro y de los jornales cuando me fui al Chaco por la cosecha del
algodón. Los viejos no me dieron la plata, porque ellos pobrecitos
como sufrieron mucho tienen miedo de quedarse sin la plata y no te
dan. Pero entonces el San José Obrero que vio todo lo que yo me
rompí el lomo en esta tierra, me premió. (Feliz, orondo) Así de
alto el maíz. Arrancás una mazorca y donde la arrancás, crece otra
el mismo día. Bendito sea Dios que por una vez, por una vez…
Largo silencio
emocionado de los hermanos.
ADELINA: Te
felicito, Dante. Vos sos mi hermano querido y yo desde el Cielo pido
siempre por vos.
DANTE emocionado,
se enjuga las lágrimas: Bellaca, pavota.
ADELINA: Ahora me
voy a volver por allá; me tengo que ir rápido porque me vinieron
ganas de hacer aguas. Pero lo único que vine a decirte es que la
desgracia no es algo tremendo. La desgracia es la desgracia; es parte
de la vida. Vos, cuando te pase la desgracia, pensá en lo que te
digo y mantené la fé.
DANTE: De qué
hablás, Adelina? Qué desgracia? Vamos que te llevo a casa, a la
letrina. Mirá si te vas a andar meando por los caminos; qué
vergüenza.
ADELINA: No. Vos
mantenéte firme, Dante. Aun en la desgracia, porque eso es bueno,
eso hace bien: firme. No importa sino sabés a quién le hace bien
que vos seas fuerte. Vos mantenete sano, fuerte, bueno, buen hombre.
Eso siempre reconforta y si hay un ángel que cuida de vos, él
llorará las lágrimas por vos. Vos dejálo que llore él.
Adelina se
desvanece en el aire.
El San José
Obrero cae al suelo.
DANTE: Adelina!
Adelina, volvé! Vení, volvé que te llevo a pillar a la letrina!
Apagón.
Escena 5
Un mes
después.
Un enero de
mucho calor.
Un mediodía.
Mismo
escenario de escena 1. Gildo y Julia están sentados a la mesa,
desbaratados, comiendo de unos cazos de latón una carne trozada que
hay en la fuente. Tiene la forma de un pollo: son los cuervillos de
la cañada. La escopeta del padre está apoyada contra la puerta que
dá al fondito.
Entra Dante,
sudado, amarillo, arrastrando los pies
MADRE: Dante,
hijo. (se levanta a saludarlo, lo lleva a la mesa)
Dante hace una
reverencia pequeña, besa la mano de su madre
DANTE: Honrarás
a tu madre…
MADRE: Y a tu
padre. Sentáte. Estábamos por empezar a comer.
DANTE: No quiero.
MADRE: Comé, que
te hace bien.
Dante se
sienta
DANTE: Qué es…?
MADRE (mira al
padre): Es… es un pájaro que cazó tu padre.
Dante prueba
con los dedos unos pedacitos.
MADRE: Está
sabroso, le puse el cilantro, le puse menta…
DANTE: Están
comiendo los cuervillos?
MADRE al
padre: Qué hago, le digo?
PADRE: …
MADRE: Sí, son
los cuervillos. Pero los curé en vinagre dos días seguido y se le
va la salvajina; se dejan comer. Probá no seas quisquilloso. Por lo
menos logré que no se comiera los teros. Un casalcito de teros cazó.
DANTE: Por qué
papá?
PADRE: Los perros
del Ceferino se le fueron encima. Para jugar. Jugando, jugando, los
mataron. Tienen la boca dura esos perros, mastican todas las presas.
DANTE come,
traga: No se puede tragar.
MADRE: Se fueron
los otros pájaros. Los patos salvajes.
PADRE: Migran. No
hay caza.
DANTE aparta
el plato.
MADRE: Gildo,
traéle pan a tu hijo.
DANTE se
levanta, rápido: Dejá, lo busco yo.
Abre la puerta
del fondo, donde está la quintita y el naranjo.
DANTE: Por qué
dejás cerrado? Tenés que abrir así corre viento…
MADRE: Papá le
tiene miedo a los ratones, que son golosos del cuervillo…
PADRE: Mentira!
Le tenemos miedo al tornado.
MADRE: Por acá
no llegó. Pero supimos lo tuyo, hijo. Qué desgracia.
PADRE: No se
salvó nada?
DANTE hace que
no, mirando hacia el naranjo: …
MADRE: Yo quise
ir, pero con estas piernas apenas si me puedo mover. Ay, ojalá las
piernas me andaran como las manos que ya terminé la colcha que
estaba tejiendo. Después te la muestro, Dante.
PADRE: Una
mortaja fea, es.
DANTE: Tejió una
mortaja, mamma?
MADRE: Agradecé
igual que el tornado desbarató el maizal y no dañó a persona
ninguna.
PADRE: Hacéle
una novena a San José.
MADRE: La novena
a San José es en marzo.
PADRE: Faltan dos
meses para marzo.
MADRE: Le puede
hacer un triduo. El Padre Aurelio seguro que te dice que sí, Dante.
Le hacen un triduo, empiezan el 17 a rezarle; le rezan 17, 18 y 19,
porque es el día de él, de San José. No te apareció más la
estatuita?
DANTE negro:
No.
PADRE: Gente mala
que ronda el pueblo.
MADRE: Gente sin
Dios.
PADRE: Gitanos.
MADRE: O los
cómicos esos que vinieron para las fiestas. Hacían malabares,
divertimentos, pero seguro que robaban también. Los actores son
todos ladrones.
PADRE: Es un
oficio donde se pasa mucho hambre.
MADRE: No es un
oficio. Oficio es herrero, es carpintero, es albañil. (Transición)
Dante, hijo, ¿estás llorando?
DANTE: Hasta la
tierra removió el tornado. No quedaron ni las semillas…
MADRE: Son golpes
de la vida. Sentáte y comé.
DANTE: El San
José bendecía, hacía crecer, protegía. Dos días sin parar le
pregunté al cura dónde vendió al San José.
MADRE: Vos decís
el Padre Aurelio?
PADRE: Qué otro
cura hay en este pueblo, Julia?
MADRE: No sé…
DANTE: No dijo ni
una palabra.
MADRE: No sabría
el Padre.
DANTE: Hasta lo
agarré de atrás y le puse un cuchillo en la garganta. (Terror de
los padres) Ahí habló
MADRE: Y dón
dónde está el San José Obre Obrero? Qué te dijo?
DANTE: Está en
el Vaticano.
MADRE: Qué pena
por vos, hijo.
PADRE: Pena? Pena
es que el Ceferino tuvo que sacrificar al Gladiador, el perdicero. El
único perro más o menos educado que tenía. Cobraba las presas que…
Lloraba que era una perdición el Ceferino, que era el fin del mundo.
Cada uno tiene sus penas. Todos tenemos penas.
DANTE: Vine por
eso. Vine a pedirle plata.
Un silencio
mayúsculo, como una inspiración de una persona ahogada.
LOS DOS
pisándose: Plata? Vos sabés que no tenemos plata. Que lo
poco que tenemos, lo usamos para pagar el terrenito embargado. Para
plantar árboles, cítricos. Limón, prende más rápido. A ver si
levantamos el embargo. El embargo. Ese terrenito va a ser tuyo,
Dante. Vos sos nuestro único hijo. Nuestro amparo. Para qué querés
la plata?
PADRE: La plata
sirve para enredar nomás.
MADRE: Donde hay
plata hay lío, decía mi papá.
PADRE: Tu papá,
Julia, era un asaltante de caminos por eso lo decía. Te creés que
es un chiste lo que hacés?
DANTE: Ese
terreno no vale ni mierda.
LOS DOS: No,
Dante. No, hijo.
PADRE: La de
patos, la de gansos que vuelan cuando migran.
LOS DOS: Los
limones son codiciados. Son útiles. Lo que cura el limón o el ajo
no lo cura nadie.
DANTE: La
centella tocó la alambrada. La Almita estaba encima del caballo
pinto. La Dita lo llevaba de la rienda, al paso. Pero el caballo se
asustó cuando vio la centella y se paró en dos patas.
LOS DOS: Los
caballos, los caballos. El pinto siempre fue mañoso. Cómo la
dejaste ir? Una nena hasta los diez años no debe montar. Qué cabeza
hueca, Dante.
DANTE: La tiró a
la Almita que se dio los sesos contra los postes de la alambrada. Y
la arrastró a la Dita.
Un silencio.
LOS DOS: Ay,
hijo. ¿Y cómo están?
MADRE: Por qué
no viniste a avisarnos antes?
DANTE: Por qué
no vino usted?
MADRE: Sabés que
no puedo, que no…
PADRE: Estaba en
la caza!
LOS DOS: Qué
desgracia, qué desgracia. Cuando la desgracia se ceba con uno, no
tiene fin.
DANTE
lloriqueando: La Almita está muy golpeada. Se machucó la
cabeza; el doctor dice que la tienen que atender en Rosario. Dita
perdió los… Perdió los… Dos varoncitos eran, dos machitos. Ya
estaban formaditos y todo, pero ¡qué los iban a salvar! Eran pulpa
y sangre, los dos.
MADRE: Dante,
vení.
DANTE: La cuida
la cuñada. La mujer del Dioni.
MADRE: Sentáte.
DANTE: Necesito
plata para llevar a la nena a Rosario.
MADRE: No te
quedés ahí parado.
DANTE: Pensé que
plata me iban a dar.
MADRE: Te di el
ser, Dante! Te dí la vida y con gusto te la volvería a dar! Pero
plata… ¡Plata no tenemos!
PADRE: Querés mi
sangre? Te doy mi sangre.
DANTE: Vos
conocés un solo cultivo, mamma. La maldad. Pero cosechás año tras
año, año tras año. La cosecha de la pena no tiene fin.
MADRE: Estás
trastornado del dolor. Pobre hijo mío, vení.
DANTE: …
MADRE: No me
puedo parar, Dante. Tené compasión, vení.
DANTE: Antes San
Antonio Obrero me protegía. Pero no era un santo tan poderoso al
final. Porque se dejó llevar por unos rateros, que lo acechaban
escondidos en la maleza.
MADRE: Cerrá que
puede venir un torbellino.
PADRE: Pueden
entrar los ratones.
DANTE: Quiero
comer pan, mama.
Un breve
desconcierto y luego Dante se echa encima de la panera.
Saca una horma
de pan, una especie de pan flor o felipe, y lo muerde.
Después saca
los que hay dentro de la panera, la da vuelta, la golpea.
MADRE: ¿Qué
hacés, Dante? Te volviste loco?
Le pega con
fuerza a la panera hasta que caen las cartas del doble fondo.
Dante las
recoge del suelo
DANTE: Las cartas
que le escribí a la Adelina…
Se trata de
una pila de cartas.
DANTE: Está
muerta. Verdad? La Adelina.
La madre se
tapa la boca con una servilleta y tose.
Dante toma la
escopeta que sigue a su lado y los apunta a los dos.
DANTE: La verdad,
mamma!
MADRE: Decíle,
Gildo.
PADRE: Fue por
vos. Fue por piedad.
MADRE: No
quisimos verte sufrir la muerte de tu hermana.
PADRE: Una
mentira piadosa.
MADRE: Qué nos
vas a hacer? Nos vas a matar?
PADRE Yo te dí
el ser. A veces, ella me decía, Pegále, dale fuerte para que
aprenda. Pero yo no te levanté la mano.
DANTE Pero la
dejaba a mamá que me fustigara.
MADRE: Dante! Si
me dolía más a mí que a vos, cada castigo que te daba. Pero era
por tu propio bien, porque cuando uno es niño no sabe y necesita
corrección. Mi padre, mi propio padre, me tuvo metida en ese pozo a
pan y agua, un año entero porque lo había visto andar con la monja
y lo conté en la Iglesia.
PADRE: La monja
se dejaría a gusto.
DANTE: Está
mintiendo, mamá.
MADRE: No miento!
Fue así que aprendí que un hijo debe guardar silencio. No meterse
en las cosas de lo mayores.
DANTE: Usted me
daba con el rebenque hasta hacerme sangrar.
MADRE: Porque
eras travieso.
DANTE: Cuando
papá no estaba era peor. Me echó el aceite hirviendo en el cuerpo,
porque me comí un bollo…
MADRE: La gula
es…
PADRE: Julia,
cómo…?!
DANTE: Si usted
sabía, papá. Si yo estaba vendado cuando volvió.
PADRE: Ella me
dijo que se le cayó la sartén…
DANTE hace que
no: Papá, agarre la pala que está afuera y cave abajo del
naranjo.
PADRE tembloroso,
se limpia la boca de salsa: ¿Qué?
DANTE: Cave y
deme la saca.
PADRE
asustadísimo: No hay.
DANTE: La saca
donde guardó la plata que le dio el Padre Aurelio.
Los padres se
miran desconcertados.
PADRE: No sé de
qué hablás, Dante.
MADRE: Estás
enloquecido, estás loco de dolor.
DANTE: Cave,
padre.
El padre busca
la pala y se dispone a salir.
DANTE brutal:
¡¡Cave!!!
La madre se
levanta de la mesa.
DANTE: ¡Quédese
donde está, mamma!
El padre
fuera, cava.
MADRE: Será
mejor que lo mates.
Dante se
vuelve, sobresaltado.
MADRE: Le dio la
plata a un perrero. Un perrero que llegó al pueblo y le prometió
cachorros. Perdigueros de Burgos; el Ceferino dice que el perrero es
de confianza. Pero es un negro palurdo y para mí lo estafaron al
papá. No dejó rastro el perrero…
DANTE: Miente.
MADRE: Le vendió
tres perros. Una hembra, dos …
DANTE: No le creo
nada.
MADRE: No pensés
que le dieron tanta plata por el santo. Alcanzó apenas para …
DANTE: Lo del
terreno es mentira.
MADRE: Lo
perdimos hace mucho.
Dante pasa a
apuntar a la madre
MADRE: Te estoy
diciendo la verdad.
Dante ajusta
el gatillo para disparar. Entra el padre del fondito, con la camisa
abierta.
PADRE: Estoy
agitado. El corazón, el corazón…
MADRE, DANTE:
Qué?
PADRE: El cielo
está verde.
Los dos van
hasta el fondito a ver.
MADRE: Viene para
acá.
DANTE: Es la Ira
de Dios.
MADRE: No, no. Es
un tornado, son corrientes de viento que hacen un círculo muy
rápido, cada vez más rápido…
PADRE: Es una
bandada de pájaros. Las aves me odian.
DANTE: Hay que
refugiarse en el sótano. Dónde está…? (busca en el suelo,
desesperado, hace volar muebles, cosas) Donde está la trampilla
del sótano…?
MADRE con la
boca cubierta por el pañuelo: Lo hicimos tapar. Porque las
termitas… Las termitas se comieron … se hundía el piso… La
casa. La casa se iba a hundir.
Dante y el
padre se quedan de pie, mirando hacia el fondito la tromba que llega
de cosas y el ulular del tornado. Estallan los vidrios, estrépito.
MADRE: No hay
refugio.
Se agachan, se
cubren con los brazos.
MADRE por
primera vez llorando con lágrimas y sollozos: No hay.
Largo apagón.
Final
Debajo de unos
escombros, está Dante.
Adelina
levanta unos escombros.
ADELINA: Dante,
Dante.
Dante
despierta, confundido. Se toca la cabeza, lastimada.
ADELINA: Arriba,
Dante.
DANTE: Amarás a…
ADELINA: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo.
Adelina le
tiende la manta negra que tejía la madre.
Dante la toma,
se envuelve.
La hermana
camina delante y él unos pasos detrás.
Oscuro
Fin de la obra
Honrarás a tu madre