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27/7/22

Un amor tal desesperación, obra de Benjamín Gavarre.

 

 





Un amor tal desesperación,

obra de  Benjamín Gavarre.

 

 

Personajes: 

 
Fernanda: psicoanalista, 45 años. 

Jorge: “compositor”, 29. 

Héctor: profesor de filosofía, 36. 
Helena: traductora, 29. 
El Psicoanalista: personaje funcional. 
 
La obra se desarrolla en una ciudad mediana o grande, en diferentes espacios y en diferentes tiempos donde podamos representar a dos parejas de una clase más o menos profesional, más o menos ilustrada.  
 
 

Departamento de Fernanda. 
Cantina casera. 

 
Héctor está cerca de Jorge, en un extremo, y, en el otro lado, Helena y Fernanda. Todos brindan y sonríen. 

 
JORGE. ― Las mujeres... ¿Tú las entiendes? 

 

HÉCTOR. ― Me esfuerzo por entender a Helena. 

 

JORGE. ― No, yo no. Digo, yo ni lo intento... Entender a Fernanda. 

 
HÉCTOR. ― (Apura su copa y dice…) Me gustaría otro en las rocas. 

 
 
***  
 

 
FERNANDA. ― Así que ginecóloga. 

 

HELENA. ― Me siento más en confianza que con un ginecólogo, pero no creas, se pasa de... impertinente. Me dijo: —"¿Se llama Héctor tu esposo?, ¡qué gracioso! Yo le contesté: ―"No es mi esposo y no le veo ninguna gracia". Y me respondió muy seria: ―"No, es que me acordé de un novio que tuve". 

 

 FERNANDA. ― Jorge quería que tuviéramos una mascota, un perro, ¿te imaginas?... Pero no estuve de acuerdo: eso de cuidar de algo, de alguien... Ni pensarlo. 

 
 
 
*** 
 

 
JORGE. ― Desde que me acuerdo estuve ligado a las mujeres. Han dominado mi vida.  
(Abre una caja de metal y saca lo necesario para forjar un cigarro de mariguana). Entonces qué, quién quiere. 

 
HÉCTOR. ― Yo siempre. 

 
JORGE. ― Yo tampoco... Ja, ja. 

 
 
*** 

 
 
FERNANDA. ― Jorge... tampoco es muy sexual. 

 

HELENA. ― Pues si me pides mi opinión... 

 

FERNANDA. ― Te coqueteó. Siempre lo hace, con cualquiera. Lo hace como travesura, para molestarme. Por fortuna solamente es eso: coqueteo. Nada serio. A veces tiene aventuras, también sin importancia. Yo me doy cuenta. 

 
HELENA. ― ¿Por qué dices que no es sexual? 

 
FERNANDA. ― Oh, no conmigo. 

 
 
*** 
 

 
JORGE. ― “Yo no puedo tenerte ni dejarte...”. 

 

HÉCTOR. ― “Ni sé por qué al dejarte o al tenerte” ... 

 
JORGE. ― “Se encuentra un no sé qué para quererte” ... 

 
HÉCTOR. ― “Y muchos sí sé qué para olvidarte” ... 

 
JORGE. ― Salud, maestro... ¿Cómo sigue? 

 
HÉCTOR. ― Cálmate... no me pidas tanto. 

 
 
 
*** 

 
 
HELENA. ― Es un abusivo; no sabes cómo me trata. A veces... a su lado, me siento como si yo estuviera sola. 

 
FERNANDA. ― Héctor sabe que te tiene segura, por eso se aprovecha. Tú debes entender que una situación se tolera hasta que ya no tiene sentido seguir soportándola. 

 
 
 
*** 
 

 
JORGE. ― ¿Dinero?... con que haya: siempre llega, siempre se va. ¿Qué más?... Las mejores drogas, los mejores viajes; por lo menos un libro que me entusiasme, una película que no sea una pendejada... Y discúlpame pero te faltó lo más importante de la vida. 

 
HÉCTOR. ― ¿Qué? 

 
JORGE. ― Mu-je-res: muchas, variadas, ¡DISPUESTAS! ¡Por qué las mujeres siempre "se hacen del rogar"? Los hombres somos más fáciles. 

 
HÉCTOR. ― Lo dirás por experiencia. 
 

 
 
*** 
 

 
HELENA. ― Me esfuerzo por entenderlo, y solamente consigo su indiferencia. 

 
FERNANDA. ― ¿A ti te gusta que te humillen? 

 
HELENA. ― ¡Claro que no! 

 
FERNANDA. ― ¿Por qué sigues con Héctor? 

 
HELENA. ― Porque... ¿A ti te quiere Jorge? 

 
FERNANDA. ― Me adora. 

 
HELENA. ― ¿Qué? Pero si piensas que te engaña. 

 
FERNANDA. ― No me engaña: son simples travesuras, una especie de revancha infantil. En cambio tú, con Héctor, mantienes una relación sadomasoquista. 

 
 
*** 

 
 
JORGE. ― Pues a ella no le importa mantenerme, y a mí tampoco, ella gana bastante  
bien, como psicoanalista. No se mete, me refiero, no en un plan profesional. 

 
HÉCTOR. ― Comprendo, no te analiza. 

 
JORGE. ― Casi no. 

 
HÉCTOR. ― ¿Casi? 

 
JORGE. ― Dice que soy un caso típico del "síndrome de Peter Pan", siempre seré un irresponsable, un inmaduro, me niego a ser un adulto. Luego, que soy un caso típico del "síndrome de don Juan", que detrás de tanta mujer, inconscientemente, yo trato de resolver un conflicto homosexual. 

 
HÉCTOR. ― Yo pienso lo mismo. 

 
JORGE. ― ¡Qué pasó! 

 

  
*** 
 

 
HELENA. ― Jamás me ha golpeado. 

 
FERNANDA. ― Pero te utiliza. Le das mucho y en el fondo quieres que desprecie tu  
esfuerzo y te mire desde sus alturas como un Dios que se digna tenerte cerca. 

 
 
*** 
 

 
JORGE. ― Entonces qué... tú piensas de veras que estoy reprimiendo una homosexualidad inconsciente y latente. 

 
HÉCTOR. ― Oye, cálmate. Estaba bromeando. 

 

 
*** 

 
 
HELENA. ― Y si te dijera que en el fondo Héctor se menosprecia... Una basura, me lo ha confesado. 

 
FERNANDA. ― Eso hace el caso aún más interesante. (A los demás) ¿Ya quieren cenar? 
 
 

 
Cena. 

 

 
 
JORGE. ― (a Héctor) Oye, maestro. Quita esa cara y come algo... (Héctor no dice nada y se queda absorto frente a una botella de whisky casi vacía). Es alta cocina. La encargó Fernanda a un restaurante italiano. 

 
 
Pausa 

 
 
FERNANDA. ― (A Helena) Qué misterioso tu marido, Helena. ¿Se pone así a menudo? 

 
HELENA. —  No es mi marido. Y sí, a veces se pone así. Prefiere beber y pensar, a comer. 

 
FERNANDA. ― ¡Qué tal!... ¿Y en qué tanto piensas?: ¿tienes alguna teoría sobre la condición humana? 

 
HÉCTOR. ― Más o menos. Me preguntaba si el hombre es un animal de costumbres. 

 
FERNANDA. ― ¿Y a qué conclusión llegaste? 

 
HÉCTOR. ― Creo... que para no perder la costumbre, el hombre se comporta como un animal. 

 
FERNANDA. ― Hablarás por ti. 

 
 
Pausa 

 
 
JORGE. ― ¿Quieren que les diga un adelanto del blues que pienso componer? Ya tengo la letra. 

 
FERNANDA. ― No, por favor. Ya me la sé casi de memoria. 

 
JORGE. ― Bueno, si tú ya la conoces... Deja que otros disfruten, ¿no crees? 

 
FERNANDA. ― Ya conozco la letra, Jorgito; desde hace dos años. ¿Cuándo le vas a poner música? 
 
 
Sobremesa. 
Fernanda y Héctor se quedan en una “sobremesa incomoda”, mientras Helena y Jorge “recogen todo” y van a la cocina "a lavar los trastos". 

 
 
FERNANDA. ― (Inicia una conversación incomoda) ¿Y qué dice la Filosofía? ¿Sigues dando clases? 

 
HÉCTOR. ― Son dos preguntas diferentes. Sí, sigo dando clases. En cuanto a La  
Filosofía... ¿De veras te interesa? 

 
FERNANDA. ― No. 

 
HÉCTOR. ― Qué alivio. Puedo hablarte sobre la filosofía de un alcohólico. 

 
FERNANDA. ― Tampoco me interesa, gracias. 

 
HÉCTOR. ― De nada... ¿Fumas? 

 
FERNANDA. ― No antes de dormir. (Pausa). ¿Sabes?, eres muy afortunado en tener  
una pareja como Helena; ella es una gran persona. 

 
HÉCTOR. ― Lo es. (Pausa). Ojalá tuviera alguna idea de qué hacer con su vida (Toma un trago más de whisky). 

 
FERNANDA. ― (Irónica) Al menos tú sí sabes qué hacer con la tuya. 

 
HÉCTOR. ― A veces. 
 
 
*** 
 

 
LUZ IRREAL. Todo “sucede” sólo en la mente de Héctor. 
Héctor se levanta y revisa a Fernanda de arriba a abajo. 
 
 
FERNANDA. ― ¿Qué haces? 

 
HÉCTOR. ― Nada importante: miro tus piernas. Son bastante aceptables... Y sí,  
tienes un culo magnífico. Muy buenas nalgas, sí. 

 
FERNANDA. ― ¡Qué tal! 

 
HÉCTOR. ― Me pareces una pretenciosa y una estúpida, pero tus nalgas no están  
nada mal. (Se aproxima a la cara de Fernanda) ¿Me das un beso? 

 
FERNANDA. ― (Le da una bofetada) ¡Eres un imbécil!... ¡Jorge! ¡Helena! 

 
 
Entran Jorge y Helena 

 
 
FERNANDA. ― ¿Saben lo que opina este cretino de mis piernas? 

 
JORGE. ― Que son hermosas por supuesto. Yo lo sé, que lo sepa el mundo. 

 
FERNANDA. ― Dijo además que le gustaban mis nalgas. 

 
JORGE. ― ¿Eso dijo? 

 
FERNANDA. ― ...y que le gustaría acostarse conmigo aquí mismo, sin importar que tú o Helena estuvieran presentes. ¿Qué van a hacer al respecto? 

 
JORGE. ― No sé, Fernanda. Héctor es mi mejor amigo. 

 
HELENA. ― Y es mi pareja. 

 
 
Brevísimo Oscuro, luego, la situación y la iluminación regresan "a la normalidad"  
 

Helena y Jorge están en la cocina, y, Héctor y Fernanda están en la cantina realizando, al principio de la siguiente escena, exactamente las mismas primeras acciones de la situación anterior. 

 
 
HÉCTOR. ― ¿Fumas? 

 
FERNANDA. ― No antes de dormir. (Pausa). Sabes, eres muy afortunado en tener una  
pareja como Helena; ella es una gran persona. 

 
HÉCTOR. ― Lo es. (Pausa). Ojalá tuviera alguna idea de qué hacer con su vida (Toma un trago más de whisky). 

 
FERNANDA. ― (Irónica) Tú sabes qué hacer con la tuya. 

 
HÉCTOR. ― A veces.  

 
 
Pausa larga. Héctor se queda ensimismado, mirando su copa, luego de un instante, se ríe "sin motivo aparente". 
 
FERNANDA. ― Cuéntame el chiste. 

 
HÉCTOR. ― Me imaginé que tú... Que yo... No lo entenderías. 

 
FERNANDA. ― Oh... debe ser profundo. 

 
HÉCTOR. ― ¿Sí? No lo creo. 

 
FERNANDA. ― No lo es. 

 
HÉCTOR. ― Me lo imaginé. 

 

 
Jorge entra y se sienta, muy serio, a la mesa. 

 

 
FERNANDA. ― Héctor me estuvo hablando sobre asuntos graves. Muy profundos. 

 
HÉCTOR. ― No. Fernanda es la que estuvo muy lúcida. 

 
Jorge no dice nada. Simplemente se sirve un trago, se lo toma rápidamente, se levanta y regresa a la cocina. 
 
 

Consultorio de psicoanalista 
El Psicoanalista, primero a solas. 
Las escenas con el psicoanalista no son ‘realistas’.  

 
 
PSICOANALISTA. ― (Puede usar media máscara blanca, neutra. Lee un resumen de “sus notas”.) A Helena, aunque no lo reconozca, le gusta mucho el sexo. Héctor prefiere masturbarse a realizar un coito común. 

 
 
*** 
 

 
Héctor y Helena bajo un cenital, alejados a unos metros del psicoanalista 

 
 
HELENA. ― Estoy harta de tener que pedírtelo. 

 

HÉCTOR. ― Yo no entiendo por qué le das tanta importancia al sexo. ¿Es tan necesario para ti? 

 
HELENA. ― ¿Para ti no? 

 
HÉCTOR. ― Es tan importante como sonarse la nariz. Hay que hacerlo cuando es necesario.  

 

 

Héctor con el psicoanalista. 

 
 
HÉCTOR. ― Me gusta recordar las cosas que hacía cuando vivía solo. Bebía todo el ron, todo el tequila barato que deseara sin que nadie me dijera nada. Me fumaba el último cigarro de la última cajetilla y no tenía remordimiento alguno cuando bajaba a comprar otra. Luego, seguía fumando y bebiendo, bebiendo y fumando. Me metía a la cama y no extrañaba a nadie. 

 
PSICOANALISTA. ― ¿Le gustaba esa vida? ¿Le gustaba estar completamente solo? 

 

HÉCTOR. ―  Sí. 

 
PSICOANALISTA. ― ¿Le gustaría estar otra vez solo, sin Helena, sin nadie.  

 

HÉCTOR. ― Me encantaría. Pero, ¿cómo le digo a mi mujer que ya no la soporto? 
 
 

Helena y Jorge 
Están solos y se besan. En cierto momento, Jorge le besa el cuello. 

 
 
HELENA. ― (Se separa por un segundo de Jorge para reclamarle) No me dejes marcas. En el cuello no. 

 
JORGE. ― ¿En el cuello no? De acuerdo (Le abre la camisa y empieza a besar sus senos). 

 
HELENA. ― ¿Qué no entiendes!... ¿No puedes besarme de otra forma? Más suave, Jorge. 

 
JORGE. ― Entiendo que no quieres que te deje marcas en el cuello 

HELENA. ― Ya te dije. Lo que haces tú no es besar. Además, no quiero que Héctor se dé cuenta. 

 
JORGE. ― ¿Y cómo? ¿No me dijiste que ya no lo hacen? Yo te voy a quitar las ganas. (Se abre el pantalón). 

 
HELENA. ― ¡Qué no! ¿Por qué esa obsesión? 

 
JORGE. ― (Se abrocha los pantalones y se va a tomar un trago) Como quieras. Yo lo hacía por ti. 

 
HELENA. ― No necesito tu compasión. 

 
JORGE. ― Tú fuiste la que me llamaste. 

 
HELENA. ― Para que tomáramos un café. 

 
JORGE. ― (Irónico) ¿Para que platicáramos? 

 

HELENA. ― Yo soy una mujer más... convencional.  

 

JORGE. ― Está bien. Sé de lo que hablas. 

 

HELENA. ― Ya te veo venir. 

 
JORGE. ― Todavía no. 

 
HELENA. ― Qué dices. 

 
JORGE. ― Ven. Yo te explico. 

 
HELENA. ― No lo creo... (Pausa) Bueno, pero sé gentil. 

 
JORGE. ― Te lo juro. 

 
HELENA. ― Creo que me voy a arrepentir. 

 
JORGE. ― No. 

 
HELENA. ― Sí. 

 

 

Oscuro. 
 
 

Recámara. 
Fernanda, sola en un principio, se arregla el pelo frente al espejo. 
 
 
FERNANDA. — ¿Una mujer de mediana edad? ¿Y qué será eso? Una mala traducción, del inglés supongo, para decir: una mujer madura. Ni muy joven, ni demasiado... entrada en años; como yo, exactamente como yo. (Pausa) Pues para mi edad no estoy tan mal. (Pausa) Pero qué digo, estoy increíblemente bien. De acuerdo: bastante bien. (Pausa) Jorge se comporta a veces como un niño. ¿Y yo? En todo caso soy la perfecta estúpida que siempre le cumple sus caprichos. Qué horror, ¡como si fuera su madre! (Pausa) ¡Qué bajo he caído! 

 
 
*** 

 
 
Entra Jorge y va a tumbarse en un sillón a leer el periódico. Fernanda lo voltea a ver, le sonríe, le coquetea, pero él apenas levanta la vista para regresar inmediatamente a su lectura. Ella regresa al espejo. 

 
 
FERNANDA. —  Me siento como si fuera tu madre. 

 
JORGE. —  Cállate. 

 
FERNANDA. —  Ya ni siquiera hacemos el amor como antes; ya ni siquiera hacemos el amor. 

 
JORGE. — ¿No? ¿Y cómo le llamas a lo de anoche? 

 
FERNANDA. —  Fue un excelente masaje, Jorge, gracias. 

 
JORGE. —  No me presiones, Fernanda, ¡estoy harto! 

 
FERNANDA. — ¿El señor está harto? Al señor le hablan sus amantes a mi propia casa, hace citas con ellas casi en mis narices, pasa las tardes con ellas. Llega muy noche, cansadísimo, y me dice que no lo presione. Por lo menos podrías disculparte. 

 
JORGE. — ¿Estás conmigo, no? Eso debería bastarte. 

 
FERNANDA. —  Eres un imbécil. 

 
JORGE. ― No soy un imbécil y tú deberías sentirte agradecida. 

 
FERNANDA. ― Agradecido tú. ¡Sin mí te mueres! ¡Aléjate! 

 
JORGE. ― ¿Entonces me voy? ¿Eso quieres? 
 
 
Consultorio de psicoanalista. 
Helena y el psicoanalista. 

 
HELENA. —  Y no me quejo. Lo quiero, pero no estoy satisfecha. 

 
PSICOANALISTA. ― (Escribe)… “No se queja y no está satisfecha”. 

 

HELENA. —  Él está siempre ausente, aunque esté conmigo. De noche se aferra a mí como si en ello se le fuera la vida. Esos son los mejores momentos, si es que son buenos. Me abraza…y luego... 

 
PSICOANALISTA. ― ¿Luego? 

 
HELENA. —  En la intimidad... 

 
PSICOANALISTA. ― En el sexo. 

 
HELENA. —  Pues no hay tal. O cuando hay... es muy raro. Casi siempre... Él acaba... a solas… y se duerme. Por eso he buscado a otros hombres.  

 
PSICOANALISTA. ― ¿A otros? ¿No solamente a Jorge? 

 
HELENA. —  De los otros… ni siquiera me acuerdo de sus nombres. 

 
PSICOANALISTA. ― Pero de Jorge sí. 

 

HELENA. —  No soy una mujer fácil. 

 
PSICOANALISTA. ― Ya veo.  

 

HELENA. ―Yo sigo enamorada de Héctor. 

 
PSICOANALISTA. ― Pero siente algo por Jorge. 

 
HELENA. —  Me gusta, pero no entiendo por qué no podemos hacerlo de una manera normal. 

 
PSICOANALISTA. ― ¿Normal? 

 

HELENA. —  Como lo hacen todos, como lo hace usted, supongo. 

 

PSICOANALISTA. ― ¿Por qué se relaciona con hombres como Héctor y Jorge? 

 
HELENA. —  No lo sé... Jorge es igual con su mujer. No tienen sexo, no de manera normal. Él solamente le da masajes, no tienen sexo.  Ella dice que Jorge es un homosexual en potencia. ¿Usted qué opina? 

 

 

Casa de Fernanda. 
Cantina 

Los cuatro amigos están en una más de sus reuniones
 
JORGE. ― Estaba en un salón de clases. Era mi primaria pero también era la universidad. Yo le estaba dando un masaje a mi maestra, encima de su escritorio. 

 
HÉCTOR. ― ¿Solamente le dabas masaje? 

 
JORGE. ― Seguro. Era como esos que le doy a Fer. Cuando terminé, me dio unos billetes y me dijo: espero que un día me hagas lo mismo que a tus compañeritas. Yo me reía y me guardaba el dinero en los calzones. 

 
HÉCTOR. ― ¿Qué opinas, “Fer”? ¿Te identificas con alguno de los ‘personajes’ de su sueño? 

 
FERNANDA. ― Es claro que Jorge simboliza a su mujer interna a través de su maestra. 

 
JORGE. ― ¿Mi mujer interna? No digas pendejadas. 

 
FERNANDA. ― Mira, Jorge. El hombre que hay en ti... tendría que vencer al adolescente que insiste en hacer travesuras para liberarse de su detestada imagen materna, es decir tu maestra, es decir yo. 

 
JORGE. ― ¡Oooh! 

 
FERNANDA. ― Aunque te burles; el día en que puedas de verdad amarme será ése en el que no me necesites. 

 
JORGE. ― ¿Quién necesita a quién? 

 
HÉCTOR. ― Yo necesito otra copa. Se acabó el whisky, hermano. 

 
JORGE. ― Te lo acabaste. Ven, acompáñame por otra botella. 
 
 
*** 
 

 
Jorge y Héctor salen del escenario. 
 
FERNANDA. ― Qué par de idiotas. ¿Por qué tengo que solucionarle la vida a Jorge?  
¿Acaso yo pido que me la solucionen? Vamos a terminar de cenar. 

 
HELENA. ― Gracias, no. 

 
FERNANDA. ― ¿Te sientes mal? Te ves como apagada. 

 
HELENA. ― Más o menos. 

 

FERNANDA. ― (Aparte) Helena me aburre. 

 
HELENA. ― (Aparte) Necesito un abrazo. 

 

HELENA. ― (Aparte) Me duele la cabeza. 

 
 
*** 

 
 
Se enciende la luz del cenital y vemos al psicoanalista. 

 
 
PSICOANALISTA. ― (Continúa leyendo sus notas) Fernanda es un animal raro. Su relación con el mundo es distinta y distante. Con Helena tiene una actitud siempre de suficiencia. A Héctor lo menosprecia ya que ha notado sentimientos de hostilidad y de lujuria entremezclados. Para ella, Jorge es una obsesión. Le duele que la engañe, le duele que la manipule y se aproveche de su dinero. No sabe si lo quiere o lo tiene con la esperanza de que la quiera y reconozca lo que ha hecho por él. Eso sin embargo nunca va a suceder. Fernanda ha soportado mucho. Siempre ha sabido lo que quiere, pero Jorge es su mayor debilidad. 

 

 
Pausa 

 
 
El psicoanalista deambula por la escena pero sin relacionarse con los personajes. 

 
 
HELENA. ― Me duele la cabeza. 

 
FERNANDA. ― ¿Cómo? 

 
HELENA. ― Me siento mal. Desubicada. De un tiempo para acá, por las noches, me despierto con un dolor inexplicable, quizá en el estómago. No lo puedo identificar. 

 
FERNANDA. ― Se llama angustia. 

 
HELENA. ― (Se acerca a Fernanda, pero ella sigue comiendo). Fer, tú... Has llegado a ser una persona muy importante para mí. 

 
FERNANDA. ― (No se levanta) Gracias. 

 
HELENA. ― He llegado a quererte. Eres mi mejor amiga. 

 
FERNANDA. ― Tú también me simpatizas mucho.  

 
 
 
JORGE Y HÉCTOR. 
Están borrachos  

 
JORGE. ― ¡Ya llegamos! 

 
HÉCTOR. ― Ya se fueron. 

 
JORGE. ― Pero cómo. ¿No nos esperaron? ¡Si no nos tardamos!... (Grita) ¡Fernanda! 

 
FERNANDA. ― (Sale de su recámara en bata) ¿Ya llegaron? Se tardaron tres horas.  
Helena se sentía mal y tomó un taxi. 

 
HÉCTOR. ― Ella siempre se siente mal. 

 
JORGE. ― Vente, mi amor. Trajimos un excelente tequila. Vente a tomar un trago. 

 
FERNANDA. ― Gracias, no. Los dejo solitos. Nada más me dejan dormir. Es una orden  
(Se va a dormir). 

 
JORGE. ― Como quieras. (Se sirve un trago) Mejor. Así tenemos más para nosotros.  
Para nosotros dos. 

 

HÉCTOR. ― Ya cabrón. No te aproveches porque estoy borracho. 

 
JORGE. ― Como cuates. Tienes razón... (Pausa) Te veo muy seco, cabrón. ¿Te sirvo un trago? 

 
HÉCTOR. ― Claro. Ya me dio sed. 

 
JORGE. ― A mí también. 

 
 
*** 

 
 
LUZ IRREAL 
Lo siguiente sólo ocurre “en la mente” de Jorge. 
 
FERNANDA. ― (Se aparece de repente). Ya no puedo dormir. ¿Les importa si los acompaño? 

 
HÉCTOR. ― Para nada. Aquí, Jorge me estaba... invitando un trago. 

 
FERNANDA. ― ¿Sí? 

 
HÉCTOR. ― Quiere que nos vayamos a seguirla a un antro. Tú que piensas.  

 
FERNANDA. ― No cuenten conmigo. Vayan ustedes dos. Yo me quedo aquí y me tomo unas copas. 

 
JORGE. ― Eso me parece bien. Vamos a un antro. No te molesta, verdad.  

 
FERNANDA. ― No, para nada. 

 
HÉCTOR. ― Pero antes nos tomamos un trago. 

 

JORGE. ― Salud. Por la amistad. 

 
HÉCTOR. ― Por nuestra amistad. 

 
FERNANDA. ― Salud. 

 
 
 
 
*** 
 
 

 
Cambio de luz 
 
Fernanda se va a su recámara. La luz y la situación regresan a la representación patente. Héctor y Jorge repiten los últimos diálogos de la escena previa. 
 
JORGE. ― Como cuates. Te veo muy seco, cabrón. ¿Te sirvo un trago? 

 
HÉCTOR. ― Claro. Ya me dio sed. 

 
JORGE. ― A mí también. 

 
HÉCTOR. ― ¡Pues salud! 

 
JORGE. ― Salud. No te gustaría... Conozco un antro que está de poca. 

 
HÉCTOR. ― ¿Un antro? Me da huevita. ¿Qué no estás a gusto aquí? 

 
JORGE. ― Sí, cómo no. 
HÉCTOR. ― Además Fernanda ya se durmió... Y Helena no está. 

 
JORGE. ― Tienes razón. Yo creo que mejor me voy. 

 
HÉCTOR. ― Porque quieres. Yo aquí estoy muy a gusto. 

 
JORGE. ― Sale. Te cuidas. 

 
HÉCTOR. ― Ándale.  

 
 
 
Consultorio de psicoanalista 
El psicoanalista y Fernanda.  
 
 
FERNANDA. ― (Después de una larga pausa) ...Yo... 

 
PSICOANALISTA. ― Esa es una palabra característica en usted. Siempre es un ‘yo’. ¿Lo sabe? 

 
FERNANDA. ― Lo sé...  

 

PSICOANALISTA. ― ¿Cuándo fue la última vez que estuvo en análisis? 

 
FERNANDA. ― Estuve diez años en terapia, como se imaginará. Pero ahora...  

 
PSICOANALISTA. ― Se siente rebasada. 

 
FERNANDA. ― Más o menos. Las relaciones no se pueden romper de un día para otro. Hay muchas... 

 
PSICOANALISTA. ― ¿Se siente atada a Jorge? 

 
FERNANDA. ― No soy codependiente. ¿Usted piensa que sí? 

 

PSICOANALISTA. ― No es así como funciona, lo sabe.  

 

FERNANDA. ― Soy una mujer profundamente independiente, siempre lo he sido y sé perfectamente que mi destino es estar sola. Eso lo sé. 

 

PSICOANALISTA. ― Me da gusto que lo tenga tan claro. La felicito. 

 

FERNANDA. ― Lo tengo resuelto. (Se toca la cabeza) Solo es cuestión de tiempo. Ya usted se enterará. 

 

 

 

HELENA Y HÉCTOR 
Casa de ambos. 
 
HÉCTOR. ― ...Pero Jorge es nuestro amigo. 

 
HELENA. ― No me importa.  

 

HÉCTOR. ― Es sólo por unos días. No se puede quedar en la calle. 

 
HELENA. ― Tú lo conoces.  

 

HÉCTOR. ― Con mayor razón. Hay que apoyarlo. Se trata de Jorge. 

 
HELENA. ― Precisamente por eso. Él es muy...  

 

HÉCTOR. ― Qué. 

 
HELENA. ― No lo quiero aquí en la casa. Eso es todo. 

 
 
*** 

 
 
Jorge, quien ha estado escuchando la conversación sin ser notado, interviene. 
 
 
HÉCTOR. ― Te despertamos. 

 
JORGE. ― Sí. Creo que ya me voy. 

 
HELENA. ― Jorge. No puedes quedarte, lo siento. 

 
HÉCTOR. ― ¿Ya decidiste? 

 
JORGE. ― Les molestaría darme alojamiento por lo menos unos días. ¿Me puedo quedar esta noche al menos? ¿Qué piensan? 

 
HÉCTOR. ― Puedes quedarte. 

 
HELENA. ― (Alterada) ¿Qué?... ¡No puede!  

 

HÉCTOR. ― ¡No me grites! No tienes derecho a ponerte así. 

 
HELENA. ― ¡Y cómo quieres que me ponga!  

 

 

Pausa 

 

 
JORGE. ― ¿Y entonces? ¿Me puedo quedar?  

 
 

(Silencio

 

 
 

 
Meses después 
 
Casa de Fernanda 
 
Fernanda está en el bar de su casa. Limpia y arregla hasta el momento en que tocan el timbre. Sale a abrir la puerta. Entra Helena. 
 
FERNANDA. ― Pasa, siéntate. Lo siento mucho pero no hice nada de cenar. Al rato llega la pizza.  

 

HELENA. —  Gracias. 

 
FERNANDA. ― ¿Y qué me cuentas? No voy a decir que me da gusto, lo siento. Eso de traer hijos al mundo... ¿Es de Héctor el niño? 

 
HELENA. —  Tú siempre has sido muy sincera. 

 

FERNANDA. ― Bueno, qué importa si no sabes. ¿Extrañas a Héctor? 

 
HELENA. ―No puedes echar de menos lo que nunca tuviste. 

 
FERNANDA. ― Sé de lo que hablas.  

 

(Suena el timbre de la puerta. Fernanda feliz de no seguir con una conversación que no le agrada).  

 
HÉCTOR. ― O a lo mejor es Jorge. 

 
FERNANDA. ― ¿Qué?, ¡por qué! 

 
HELENA. —  Se enteró de que venía contigo. Tal vez venga con Héctor. 
 (Al ver la reacción de disgusto de Fernanda) ¿Te molesta? 

 
FERNANDA. ― Ya ves que no. ¿Me veo molesta? ¿Me veo preocupada? Gracias, Helena. 

 
 
Entran Jorge y Héctor 

 
 
JORGE. ― (Pausa) Hola, Fernanda. 

 
FERNANDA. ― (Siempre cerca de la puerta) Qué tal, Héctor. Discúlpame, Jorge...  
Pero... 

 
JORGE. ― ¿No quieres que me quede? 

 
FERNANDA. ― Yo no te invité. 

 
JORGE. ― Me invitó Helena. 

 
FERNANDA. ― ¿A mi casa?  

 
JORGE. ― Siempre fue tu casa. 

 
FERNANDA. ― Siempre ha sido mi casa. 

 
JORGE. ― Tienes razón. Será mejor que me vaya. Te cuidas, Fer. 

 
FERNANDA. ― No. Te cuidas tú. 

 
JORGE. ― Adiós, Helena. Nos hablamos.  

 
HÉCTOR. ― Nada de eso, Jorge. Vamos a tomar un trago. Fernanda invita. No te vas a ser grosera con los amigos. 

 

FERNANDA. ― Con los amigos de quién. 

 
HÉCTOR. ― ¿Tuyos? 

 
FERNANDA. ― Héctor. Yo decido quién entra o no a mi casa y en este caso ni tú ni tu amiguito son bienvenidos. 

 
JORGE. ― Ya la oíste, amigo. Fernanda es la dueña y vieja y rica señora de esta casa.  

 
FERNANDA. ― No estoy vieja, y sí, tengo el suficiente dinero como para haberte mantenido mucho tiempo. 

 
JORGE. ― Sí estás vieja y te estás volviendo una amargada. No sé cómo la soportas,  
Helena. Ella siempre me hablaba pestes de ti y ahora te usa como pañuelo de lágrimas. 

 
FERNANDA. ― Qué patético espécimen de hombre te has vuelto. Yo nunca hablé mal de Helena. ¿Y qué? ¿Ahora ustedes andan muy unidos? 

 
JORGE. ― Nos la pasamos haciendo apuestas. Junto con Helena, claro. 

 
HELENA. —  Jorge, por favor. 

 
FERNANDA. ― No me interesan tus acertijos. De verdad: no me importa lo que digas ni lo que hagas. 

 
JORGE. ― Tratamos de adivinar si el hijo que espera Helena es de Héctor, mío, de algún otro... Aunque Helena dice que ella lo va a cuidar sola, que no necesita de ningún padre... Pero nosotros, estamos intrigados. 

 
FERNANDA. ― Jorge, si me estás dando a entender que Helena puede estar esperando un hijo tuyo... Si quieres decirme, si quieres informarme, a destiempo, que entre tus múltiples aventuras, tuviste una con Helena... déjame decirte que no me importa. En efecto, el hijo que ella espera lo cuidará sola, si se le da la gana. A mí no me importa. Entiende únicamente que no eres bienvenido a mi casa. Ni tú, ni tú tampoco Héctor. Así que si nos disculpan... 

 
JORGE. ― Ya estuvo. Ya nos vamos. 

 
HELENA. ― Creo que yo también yo... Me voy. 

 
HÉCTOR. ― No, Fernanda... No estamos dispuestos a que nos corras de tu casa. Tú, en el fondo no eres una bruja amargada, estoy seguro. Mira. Invítanos un trago y… 

 
FERNANDA. ― (Estalla) ¡Qué no entienden! ¡No es posible que los esté echando de mi vida y no me hagan caso! Por qué no se largan de una vez y me dejan sola. A ninguno de ustedes le importa lo que yo sienta. Yo nunca te importé, Jorge. Siempre me lo  
dijiste, me lo hiciste sentir. Por qué me sigues buscando. Por qué de una maldita vez no te largas de mi vida, ¡por qué no me dejas en paz! ¡Largo, váyanse todos de aquí!  

 
Fernanda rompe en llanto 

 

 
Pausa  

 

 
JORGE. ― (Se le acerca y la trata de tocar, pero Fernanda lo rechaza violentamente)  
No hagas esto. Sabes que nunca he soportado las lágrimas... Y menos las tuyas.  

 
FERNANDA. ― ¿Puedes dejar de ser estúpido? 

 
JORGE. ― Lo siento pero... soy un estúpido que todavía te quiere... como yo lo entiendo... a mi manera, pero todavía te... quiero. No me alejes. No así. 

 
FERNANDA. ― Bonita forma de quererme. 

 
JORGE. ― Es la única que tengo. Ya sabes.  

 
Se dan un fuerte abrazo. Héctor y Helena se mantienen emocionados a cierta distancia. 
 
HELENA. ― Qué les parece si nos tomamos una copa...  

 
JORGE. ― Helena... Tú no puedes beber...  

 

HELENA. ― No lo haré.  

 

FERNANDA. ― Pero y entonces qué... vamos a brindar o no... ¡Por nosotros! 

 
HELENA. ― ¡Y por mi hijo! 
 
HÉCTOR. ― ¡Me parece bien! 

 
FERNANDA. ― ¡Pues brindemos! Porque estamos aquí... juntos. 

 
JORGE. ― Eso, sí... Muy juntos. Pero... Fernanda... ¿Vas a matar a tus invitados de hambre? 

 
FERNANDA. ― ¡Es cierto, ya debería haber llegado la pizza! (Suena el timbre de la puerta, los cuatro personajes miran expectantes). Jorge, sé bueno conmigo y ve a abrir la puerta. 

 
JORGE. ― ¿Como antes, Fer?  

 
FERNANDA. ― Qué quieres que te diga. Sí, como antes, Jorge. Como antes. (Se miran con cariño. Héctor y Helena hacen un gesto de complicidad). 

 
 
 Jorge abre la puerta. Entra el psicoanalista y se quita la máscara. 
 
Las dos parejas lo miran con un gesto de enorme incredulidad. 
 
 
Fin