Oscar
Wilde
Una
mujer sin importancia
PERSONAJES
DE LA OBRA
LORD
ILLINGWORTH.
SIR
JOHN PONTEFRACT
LORD
ALFRED RUFFORD.
MR.
KELVIL, miembro del Parlamento.
EL ARCHIDIÁCONO DAUBENY
GERALD
ARBUTHNOT.
FARQUHAR, mayordomo.
FRANCIS, Criado.
LADY
HÜNSTANTON.
LADY
CAROLINE PONTEFRACT.
LADY
STUTHELD.
MISTRESS
ALLONBY
MISS
HESTER WORSLEY
ALICE,
doncella.
MISTRESS
ARBUTHNOT.
ACTO
PRIMERO
Escena: prado
frente a la terraza de Hunstanton Chase. La
acción de la obra tiene lugar en unas veinticuatro horas.
Tiempo: el
actual (1893).
Sir John, lady Caroline Pontefract y
miss Worsley están sentados en sillas, bajo un gran tejo.
LADY CAROLINE.––Creo
que ésta es la primera casa de campo inglesa en la que vive usted,
¿verdad, miss Worsley?
HESTER.––Sí, lady
Caroline.
LADY CAROLINE.––Me
han dicho que tienen ustedes casas de campo en América.
HESTER.––No
muchas.
LADY CAROLINE.––¿Y
tienen ustedes lo que aquí llamamos campo?
HESTER.––(Sonriendo.) Tenemos
el campo más grande del mundo, lady Caroline. Suelen
decirnos en la escuela que algunos de nuestros estados son tan
grandes como Inglaterra y Francia juntas.
LADY CAROLINE.––¡Ah!
Supongo que sí. (A sir John.) John, deberías
ponerte la bufanda. ¿De qué sirve que yo siempre esté haciéndote
bufandas, si luego tú no las usas?
SIR JOHN.––Tengo
mucho calor, Caroline, te lo
aseguro.
LADY CAROLINE.—Creo
que no, John. Bueno, no podía
usted haber venido a un sitio más encantador que éste, miss
Worsley, aunque la casa es excesivamente húmeda, de una humedad
terrible, y la querida lady Hunstanton
a veces no está muy acertada en la elección de la gente que invita
aquí. (A sir
John.) Jane hace demasiadas
mezclas. Lord Illingworth, desde
luego, es un hombre de gran distinción. Es un privilegio conocerlo.Y
ese miembro del Parlamento, míster Kettle...
SIR JOHN.––Kelvil,
querida, Kelvil.
LADY CAROLINE.––Debe
de ser muy respetable. Nunca se ha oído su nombre, lo cual dice
mucho en favor de una persona hoy día. Pero mistress Allonby
no parece una dama muy satisfactoria.
FESTER.––No
me gusta mistress Allonby. Me
disgusta más de lo que puedo decir.
LADY CAROLINE.––No
creo que los extranjeros como usted hagan bien en dejarse llevar por
las simpatías o antipatías hacia la gente que tienen que
tratar. Mistress Allonby es de
muy buena cuna. Es sobrina de Lord Brancaster.
Se dice, desde luego, que se escapó dos veces antes de casarse. Pero
ya sabe usted lo mala que es la gente muchas veces.Yo creo que sólo
se escapó una vez.
HESTER.––Míster
Arbuthnot es encantador.
LADY
CAROLINE. ¡Ah, sí! El joven empleado de
banco. Lady Hunstanton es muy
buena invitándolo aquí, y Lord Illingworth
parece tenerle gran afecto. Sin embargo, no estoy segura de
que Jane haga bien sacándolo de
su posición. En mi juventud, miss Worsley, nunca había nadie en
sociedad que tuviese que trabajar para vivir. No estaba bien
visto.
HESTER.––En
América, ésa es la gente que respetamos más.
LADY CAROLINE.––No
me cabe duda.
FESTER.––¡Míster
Arbuthnot tiene un bello carácter! Es tan simple y tan sincero.
Tiene uno de los mejores caracteres que he conocido. Es un privilegio
conocerlo.
LADY CAROLINE.––No
es costumbre en Inglaterra, miss Worsley, que una mujer joven hable
con tanto entusiasmo de una persona del sexo contrario. Las
mujeres inglesas ocultan sus sentimientos hasta después de casadas.
Entonces los muestran.
FESTER.––¿No
conciben en Inglaterra la amistad entre un hombre y una mujer
jóvenes? (Entra lady Hunstanton,
seguida de un criado que trae chales y un almohadón.)
LADY CAROLINE.––Pensamos
que es poco aconsejable. Jane, precisamente
estábamos hablando de la bella reunión a la que nos ha
invitado.Tienes un maravilloso don para elegir.
LADY HUNSTANTON.––¡Querida Caroline, qué
amable eres! Creo que congeniaréis todos muy bien.Y espero que
nuestra encantadora visitante americana se llevará un buen recuerdo
de la vida de campo inglesa. (Al criado.) El
almohadón póngalo ahí, Francis.Y mi chal. El de
Shetland.Traígame el de Shetland. (Sale
el criado. Entra Geral Arbuthnot.)
GERALD.––Lady
Hunstanton, tengo una buena noticia que comunicarle. Lord Illingworth
acaba de ofrecerme el puesto de secretario suyo.
LADY HUNSTANTON.––¿Secretario
suyo? Eso es magnífico, Gerald. Le
auguro un brillante porvenir. Su querida madre se alegrará
mucho. Realmente debo convencerla de que venga aquí esta noche.
¿Cree usted que vendrá, Gerald? Sé
lo difícil que es hacerla ir a cualquier parte.
GERALD.––¡Oh!
Estoy seguro de que vendrá, lady Hunstanton,
si se entera de que Lord Illingworth
me ha ofrecido el puesto de secretario suyo. (Entra
el criado con el chal.)
LADY HUNSTANTON.––Le
escribiré diciéndoselo y pidiéndole que venga a conocer
a Lord Illingworth. (Al criado.) Espere
un momento, Francis. (Escribe
una carta.)
LADY CAROLINE.––Ésta
es una maravillosa oportunidad para un joven como usted, míster
Arbuthnot. GERALD.––Lo es realmente, lady
Caroline. Espero ser digno de esa confianza.
LADY CAROLINE.––Yo
también espero que lo sea.
GERALD.––(A Hester) No
me ha felicitado usted todavía, miss Worsley.
HESTER.––¿Está
usted contento?
GERALD.––Naturalmente
que sí. Esto significa todo para mí... Cosas en las que antes ni
podía soñar, ahora tengo la esperanza de alcanzarlas.
HESTER.––Todo
debería estar al alcance de la esperanza. La vida es una
esperanza.
LADY HUNSTANTON.––Creo, Caroline, que
a Lord llbngworth le gusta la
diplomacia. He oído que le ofrecieron Viena. Pero puede no ser
cierto.
LADY CAROLINE.––No
creo que Inglaterra deba estar representada en el extranjero por
hombres solteros, Jane. Puede
acarrear complicaciones.
LADY HUNSTANTON.––Eres
demasiado nerviosa, Caroline. Además, Lord Ilhngworth
puede casarse cualquier día.Yo tenía la esperanza de que se casaría
con lady Kelso. Pero creo que él
dijo que tenía una familia demasiado grande. ¿O eran los pies? Lo
he olvidado. Lo sentí mucho. Ella estaba hecha para ser la esposa de
un embajador.
LADY CAROLINE.––Ciertamente
tenía una maravillosa facultad para recordar los nombres de la gente
y olvidar sus rostros.
LADY HUNSTANTON.––Bueno,
eso es muy natural, Caroline, ¿no
es cierto? (Al criado.) Dígale
a Henry que espere contestación.
He escrito unas lineas a su querida madre, Gerald, diciéndole
la buena noticia y rogándole que venga a cenar. (Sale
el criado.)
GERAL.––Es
usted muy amable, lady Hunstanton. (A Hester.) ¿Quiere
que demos un paseo, miss Worsley?
HESTER.––Encantada. (Sale
con Gerald.)
LADY HUNSTANTON.––Estoy
muy contenta de la buena suerte de Gerald Arbuthnot.
Es un protegé mío.
Y me agrada particularmente que Lord Illingworth
le haya ofrecido ese puesto sin que yo le haya ni siquiera sugerido
nada. A nadie le gusta que le pidan favores. Recuerdo a la
pobre Charlotte Pagden que una
temporada se hizo completamente impopular porque tenía una
institutriz francesa que quería recomendar a todo el mundo.
LADY CAROLINE.––Vi
a la institutriz, Jane. Lady Pagden
me la envió. Fue antes que viniese Eleanor. Era
demasiado bonita para estar en una casa respetable. No me extraña
que lady Pagden estuviera tan
ansiosa por deshacerse de ella.
LADY HuNSTANTON.––Eso
lo explica todo.
LADY
CAROLINE. John, la hierba está demasiado
húmeda para ti. Será mejor que te pongas inmediatamente tus
botines.
SIR JOHN.––Me
encuentro muy confortablemente, Caroline, te
lo aseguro.
LADY CAROLINE.––Permítame
que te diga que de esto sé más que tú, John. Te
ruego que hagas lo que te he dicho. (Sir John se
levanta y sale.)
LADY HUNSTANTON.––Le
estropeas *, Caroline; realmente
es así. (Entran mistress Allonby
y lady Stufeld. A
mis tress Allonby.) Bueno,
querida, espero que le haya gustado el parque. Es famoso por su
arbolado.
*
«Le estropeas»: La traducción debería decir «le mimas», que es
la traducción aquí del verbo spoil.
MISTRESS ALLONBY.––Los
árboles son maravillosos, lady Hunstanton.
LADY STUTFIELD.––Completamente
maravillosos.
MISTRESS ALLONBY.––Pero,
sin embargo, creo que si yo viviese en el campo durante seis meses me
volvería tan insignificante que nadie se preocuparía de mi.
LADY HUNSTANTON.––Le
aseguro, querida, que el campo no produce esos efectos. Desde
Melthorpe, que está solo a dos millas de aquí, fue desde donde se
fugó lady Belton
con Lord Fethesdale. Recuerdo el
hecho perfectamente. El pobre Lord Belton
murió tres días más tarde de alegría o de gota, ya lo he
olvidado. En aquel momento había aquí una gran reunión, y todos
nos interesamos mucho en el asunto.
MISTRESS
ALLONBY.––Creo que la fuga es una cobardía. Huir del
peligro. ¡Y el peligro es tan raro en la vida moderna!...
LADY CAROLINE.––Parece
que las mujeres jóvenes de hoy día tienen como único objeto en sus
vidas jugar con fuego.
MISTRESS
ALLONBY.––La ventaja de jugar con fuego, lady
Caroline, es que no nos quemamos. Sólo se
quema la gente que no sabe jugar con él.
LADY STUTFIELD.––Sí;
ya lo sé. Es muy útil.
LADY HÜNSTANTON.––No
sé lo que haría el mundo si tuviera una teoría como ésa,
querida mistress Allomby.
LADY STUTRELD.
¡Ah! El mundo está hecho para los hombres, no para las mujeres.
MISTRESS
ALLONBY. ¡Oh, no diga eso, lady Stutfield!
Nosotras estamos mucho mejor que ellos. Hay más cosas prohibidas
para nosotras que para ellos.
LADY STUTFIELD.––Sí;
eso es cierto, completamente cierto. No lo había
pensado. (Entra
sír John y mister Kelvil.)
LADY HUNSTANTON.––Bueno,
míster Kelvil, ¿ha terminado usted ya su trabajo?
KELVIL.––Por
hoy he terminado de escribir, lady Hunstanton.
Ha sido una ardua tarea. Hoy día el hombre público necesita tener
mucho tiempo.Y no creo que se reconozca adecuadamente su esfuerzo.
LADY
CAROLINE. John, ate has puesto los botines?
SIR JOHN.––Sí,
amor mío.
LADY CAROLINE.––Creo
que estarías mejor aquí,John. Está más resguardado.
SIR JOHN.––Estoy
muy confortablemente, Caroline.
LADY CAROLINE.––Creo
que no, John. Estarías mejor a
mi lado. (SirJohn se levanta y se
acerca a ella.)
LADY STUTFIELD.––¿Y
qué ha estado usted escribiendo esta mañana, míster Kelvil?
KELVIL.––He
escrito sobre el tema de costumbre, lady Stutfield:
sobre la pureza.
LADY STUTFIELD.––Ése
debe de ser un tema muy interesante para escribir sobre él.
KELVIL.––Hoy
día es un tema de importancia mundial, lady Stutfield.
Me propongo enviar a mis electores un escrito sobre el asunto antes
que se reúna el Parlamento. Creo que las clases más pobres de este
país demuestran un gran deseo de poseer una ética muy elevada.
LADY STUTFIELD.––Eso
es una buena cosa.
LADY CAROLINE.––¿Le
parece a usted bien que las mujeres tomen parte en la política,
míster Kettle?
SIR JOHN.––Kelvil,
amor mío, Kelvil.
KELVIL.––La
creciente influencia de las mujeres es algo alentador en nuestra vida
política, lady Caroline. Las
mujeres siempre están del lado de la moral, tanto pública como
privada.
LADY STUTFIELD.––Es
muy agradable oírle decir eso.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah,
sí! Las cualidades morales de la mujer... Ésa es una cosa
importante. Temo, Caroline, que
el querido Lord Illingworth no
valora adecuadamente las cualidades morales de las
mujeres. (Entra Lord Blíngworth.)
LADY STUTFIELD.––La
gente dice que Lord Illingworth
es muy malo, muy malo.
LORD ILLINGWORTH.––Pero
¿qué gente dice eso, lady Stutfield?
Debe de ser la del futuro. Este mundo y yo estamos en excelentes
relaciones. (Se sienta junto
a mistress Allonby.)
LADY STUTFIELD.––Yo
sé que todos dicen que es usted malo.
LORD ILLINGWORTH.––Es
enormemente monstruosa la costumbre que tiene la gente hoy día de
decir cosas contra los demás, a espaldas suyas, que son absoluta y
enteramente ciertas.
LADY HUNSTANTON.––El
querido Lord Illingworth es un
caso perdido, lady Stutfield. He
intentado reformarla, pero al fin he renunciado. Habría que formar
una compañía pública con un consejo de directores y un
secretario. Pero usted ya tiene secretario,
¿verdad, Lord Illingworth? Gerald Arbuthnot
nos ha hablado de su buena suerte; realmente es usted muy bueno.
LORD ILLINGWORTH.––¡Oh!
No diga eso, lady Hunstanton.
Bondad es una palabra horrible. Me agradó mucho el joven Arbuthnot
cuando lo conocí, y me será considerablemente útil para algo que
soy lo bastante loco para pensar en hacer.
LADY HUNSTANTON.––Es
un joven admirable. Y su madre es una de mis más queridas amigas.
Precisamente él acaba de ir a dar un paseo con nuestra bella
americana. Es muy bonita, ¿verdad?
LADY CAROLINE.––Demasiado
bonita. Estas muchachas americanas se llevan los mejores partidos.
¿Por qué no pueden quedarse en su país? Siempre se nos dice que
aquello es el paraíso de las mujeres.
LORD ILLINGWORTH.––Lo
es, lady Caroline.Y por eso, como
Eva, todas están ansiosas por salir de él.
LADY CAROLINE.––¿Quiénes
son los padres de miss Worsley?
LORD ILLINGWORTH.––Las
mujeres americanas son lo bastante inteligentes para ocultar a sus
padres.
LADY HUNSTANTON.––Mi
querido Lord IIlingworth, ¿qué
quiere usted decir? Lady Worsley
es huérfana, Caroline. Su padre
fue un gran millonario o un filántropo, o ambas cosas, según creo,
que recibió a mi hijo muy hospitalariamente cuando visitó
Boston. No sé cómo hizo su dinero.
KELVIL.––Supongo
que a base de las mercancías americanas.
LADY HUNSTANTON.––¿Cuáles
son las mercancías americanas?
LORD
ILLINGWORTH.––Las novelas americanas.
LADY HUNSTANTON.––¡Qué
singular!... Bueno, provenga de donde provenga su gran fortuna,
yo tengo en gran estima a miss Worsley. Viste extremadamente bien.
Compra sus vestidos en París.
MISTRESS
ALLONBY.––Se dice, lady Hunstanton,
que cuando los americanos buenos mueren, van a
París. LADY HUNSTANTON.––¿De
veras? Y los americanos malos, cuando mueren, ¿adónde van?
LORD ILLINGWORTH.––¡Oh!
Van a América.
KELVIL.––Temo
que usted no aprecia a América, Lord Ilhngworth.
Es un gran país, especialmente considerando su juventud.
LORD ILLINGWORTH.––La
juventud de América es su más vieja tradición. Ahora tiene unos
trescientos años. Al oírlos hablar, podría pensarse que están en
su primera infancia. En cuanto a civilización, ellos están en la
segunda.
KELVIL.––Indudablemente
hay mucha corrupción en la política americana. ¿Supongo que alude
usted a eso?
LORD ILLINGWORTH.––Me
lo pregunto.
LADY HUNSTANTON.––Me
han dicho que la política es algo muy triste en todas partes.
Ciertamente en Inglaterra lo es. El querido míster Cardew está
arruinando al país. Me pregunto por qué mistress Cardew
se lo permite. Estoy segura, Lord Illingworth,
de que usted no está de acuerdo con que a la gente inculta se le
permita votar.
LORD ILLINGWORTH.––Creo
que es la única gente que debería hacerlo.
KELVIL.––¿No
es usted de ningún partido político, Lord Illingworth?
LORD ILLINGWORTH.––No
debemos ser de ningún partido en nada, míster Kelvil. Decidirse a
tomar partido es empezar a ser sincero, e inmediatamente después a
ser formal, y entonces la existencia humana se haría inaguantable.
Sin embargo, la Cámara de los Comunes realmente es poco dañina. La
gente no puede hacerse buena por una orden del Parlamento..., eso ya
es algo.
KELVIL.––No
puede usted negar que la Cámara de los Comunes ha demostrado siempre
gran simpatía por los sentimientos de la clase pobre.
LORD ILLINGWORTH.––Ése
es un vicio muy especial. El vicio más particular de nuestra época.
Deberíamos simpatizar con la alegría, la belleza, el color de la
vida. Cuanto menos se hable de las penalidades del mundo, mejor,
míster Kelvil.
KELVIL.––Pero
nuestro East End es un problema
muy importante.
LORD ILLINGWORTH.––Cierto.
Es el problema de la esclavitud. E intentamos
resolverlo divirtiendo a los esclavos.
LADY HUNSTATON.––Ciertamente
puede hacerse mucho por medio de los entretenimientos baratos, como
usted dice, Lord Illingworth. El
querido doctor Daubeny, nuestro párroco aquí, organiza, con
ayuda de sus vicarios, unos recreos realmente admirables durante el
invierno para la gente pobre.Y se puede hacer mucho bien con una
linterna mágica o cualquier otra diversión popular por el
estilo.
LADY CAROLINE.––Yo
no estoy de acuerdo con todo eso, Jane. Mantas
y carbón son suficientes. Hay mucho amor al placer entre las clases
altas. Lo que se desea en la vida moderna es salud.
KELVIL.––Está
usted en lo cierto, lady Caroline.
LADY CAROLINE.––Creo
que generalmente estoy en lo cierto siempre.
MISTRESS
ALLONBY.––¡Salud! Horrible palabra.
LORD ILLINGWORTH.––Una
palabra tonta en nuestro idioma; todos saben muy bien cuál es la
idea corriente sobre la salud. El caballero rural inglés galopando
tras un zorro... Lo inexplicable persiguiendo a lo incomible.
KELVIL.––¿Puedo
preguntarle, Lord Illingworth, si
considera usted la Cámara de los Lores como
una institución mejor que la Cámara de los Comunes?
LORD ILLINGWORTH.––Una
institución mucho mejor, desde luego. Nosotros, los miembros de la
Cámara de los Lores, nunca
estamos en contacto con la opinión pública. Eso nos hace ser más
civilizados.
KELVIL.––¿Habla
usted en serio al decir eso?
LORD
ILLINGWORTH.––Completamente en serio, míster
Kelvil. (A mistress Allonby.) ¡Qué
costumbre tiene la gente hoy día de preguntar, cuando uno expone una
idea, si habla en serio o no! Nada es serio excepto la pasión. La
inteligencia no es una cosa seria, nunca lo ha sido. Es un
instrumento en el que se toca, eso es todo. La única inteligencia
seria que yo conozco es la británica.Y sobre ella los ignorantes
tocan el tambor.
LADY HUNSTANTON.––¿Qué
dice usted de tambor, Lord Illingworth?
LORD ILLINGWORTH.––Simplemente
estaba hablando con mistress Allonby
sobre los artículos de fondo de los periódicos de Londres.
LADY HUNSTANTON.––Pero
¿cree usted todo lo que se escribe en los periódicos?
LORD
ILLINGWORTH.––Sí. Hoy día lo único que ocurre es lo
ilegible. (Se levanta
con mistress Allonby.)
LADY HUNSTANTON.––¿Se
va usted, mistress Allonby?
MISTRESS ALLONBY.––Al
invernadero. Lord Illingworth me
ha dicho esta mañana que hay allí una orquídea tan bella como los
siete pecados capitales.
LADY HUNSTANTON.––Querida,
espero que no haya nada de eso. Ciertamente tendré que hablar con el
jardinero. (Salen mistress
Allonby y Lord Illingworth.)
LADY
CAROLINE.––Gran mujer mistress Allonby.
LADY HUNSTANTON.––a
veces se deja llevar por su lengua inteligente.
LADY CAROLINE.––¿Es
la única cosa por la que mistress Allonby se deja llevar, Jane?
LADY HUNSTANTON.––Supongo
que sí, Caroline; estoy
segura. (Entra Lord Alfed.) Querido Lord Alfred,
únase a nosotros. (Lord Afred
se sienta junto a lady Stutfield.)
LADY CAROLINE.––Crees
bueno a todo el mundo, Jane. Ése
es un gran error.
LADY STUTFIELD.––¿Cree
usted realmente, lady Caroline, que
deberíamos creer malo a todo el mundo?
LADY CAROLINE.––Creo
que es mucho más seguro, lady Stutfield.
Eso, naturalmente, hasta llegar a saber que la gente es buena. Pero
tal cosa, hoy día, requiere mucha investigación.
LADY STUTFIELD.––¡Hay
escándalos tan horribles en la vida moderna!
LADY CAROLINE.––Lord
Illingworth me dijo anoche durante la cena que la base de todo
escándalo es una certeza completamente inmoral.
KELVIL.––Lord
Illingworth es, desde luego, un hombre muy brillante, pero me parece
que no tiene esa hermosa fe en la nobleza y la pureza de la vida que
tan importante es en nuestro país.
LADY STUTFIELD.––Sí,
es muy importante, ¿verdad?
KELVIL.––Me
da la impresión de ser un hombre que no aprecia la belleza de
nuestra vida doméstica inglesa. Se diría que está influido por las
erróneas ideas extranjeras sobre esa cuestión.
LADY STUTFIELD.––No
hay nada, nada como la belleza de la vida doméstica, ¿verdad?
KELVIL.––Es
el fundamento del sistema moral inglés, lady Stutfield.
Sin ella nosotros seríamos como nuestros vecinos.
LADY STUTFIELD.––Eso
sería tan triste, ¿verdad?
KELVIL.––Temo
que Lord Illingworth considere a
la mujer como un simple juguete.Yo nunca la he considerado así.
La mujer es el apoyo intelectual del hombre, tanto en la vida pública
como en la privada. Sin ella olvidaríamos nuestros verdaderos
ideales. (Se sienta junto
a lady Stutfield.)
LADY STUTFIELD.––Estoy
muy contenta de oírlo decir eso.
LADY CAROLINE.––¿Está
usted casado, míster Kettle?
SIR JOHN.––Kelvil,
querida, Kelvil.
KELVIL.––Estoy
casado, lady Caroline.
LADY CAROLINE.––¿Con
hijos?
KELVIL.––Sí.
LADY CAROLINE.––¿Cuántos?
KELVIL.––Ocho. (Lady Stuprield
vuelve su atención hacia Lord Alfred.)
LADY CAROLINE.––¿Mistress Kettle y
los niños estarán en la playa supongo? (SirJohn
se encoge de hombros.)
KELVIL––Mi
esposa está en la playa con los niños, lady Carohne.
LADY CAROLINE.––¿Seguramente
se unirá a ellos más tarde?
KELVIL.––Si
mis compromisos públicos me lo permiten.
LADY CAROLINE.––SU
vida pública debe de causar gran satisfacción a mistress
Kettle.
SIR JOHN.––Kelvil,
amor mío, Kelvil.
LADY
STUTFIELD.––(A Lord
Alfred.) ¡Qué deliciosos son
esos cigarrillos de boquilla dorada que tiene usted, Lord
Alfred!
LORD ALFRED.––Son
terriblemente caros. Sólo puedo comprarlos cuando tengo deudas.
LADY STUTFIELD.––Debe
de ser terrible tener deudas, realmente terrible.
LORD ALFRED.––Hoy
día hay que tener una ocupación. Si no
tuviese mis deudas, no sabría en qué pensar. Todos mis amigos
tienen deudas.
LADY STUTFIELD.––Pero
la gente a la que debe el dinero, ¿no le causa grandes
molestias? (Entra el criado.)
LORD ALFRED.––¡Oh,
no! Ellos escriben; yo no.
LADY STUTFIELD.––¡Qué
extraño, qué extraño!
LADY HUNSTANTON.––¡Ah, Caroline! Aquí
está la carta de la querida mistress Arbuthnot.
No vendrá a cenar. Lo siento. Pero vendrá después. Me alegro
muchísimo. Es una de las mujeres más dulces. Tiene una bella letra,
tan grande, tan firme. (Le
tiende la carta a lady Caroline.)
LADY CAROLINE.––(La mira.) Le
falta feminidad, Jane. La
feminidad es la cualidad que yo admiro más en la mujer.
LADY HUNSTANTON.––(Cogiendo
la carta y dejándola sobre la mesa.) ¡Oh!
Es muy femenina, Caroline, y muy
buena. Deberías oír lo que dice de ella el archidiácono. Es su
mano derecha en la parroquia. (El
criado le dice algo.) En el salón
amarillo. ¿Vamos todos adentro? Lady Stutfield,
¿vamos a tomar el té?
LADY STUTFIELD.––Encantada, lady Hunstanton. (Se
levantan todos para irse. Sir John se
ofrece a llevarle la capa a lady Stutfield.)
LADY CAROLINE.––John!
Si permitieses a tu sobrino que
llevara la capa de lady Stutfield,
tú podrías llevar mi cesto de costura. (Entran Lord Illingworth
y mistress Allonby.)
SIR JOHN.––Desde
luego, amor mío. (Salen.)
MISTRESs
ALLONBY.––Cosa curiosa: las mujeres feas siempre están celosas
de sus maridos; las bonitas, nunca.
LORD ILLINGWORTH.––Las
bonitas no tienen tiempo. Siempre se encuentran ocupadas en estar
celosas de los maridos de las demás.
MISTRESS ALLONBY.––Creí
que lady Caroline se había
cansado ya de esas preocupaciones conyugales. ¡Sir
John es su cuarto marido!
LORD ILLINGWORTH.––No
está bien casarse tantas veces. Veinte años de romance hacen que
una mujer parezca una ruina; pero veinte años de matrimonio la
convierten en algo así como un edificio público.
MISTRESS ALLONBY.––¡Veinte
años de romance! ¿Existe tal cosa?
LORD ILLINGWORTH.––En
nuestros días, no. Las mujeres han llegado a ser muy
inteligentes y ocurrentes. Nada estropea tanto un romance como el
sentido del humor de la mujer.
MISTRESS ALLONBY.––O
la carencia de él en el hombre.
LORD ILLINGWORTH.––Tiene
razón. En un templo todos deben estar serios, excepto el objeto que
es adorado. MISTRESS ALLoNBY.––¿Y
ése debería ser el hombre?
LORD
ILLINGWORTH.––Las mujeres se arrodillan graciosamente; los
hombres, no.
MISTRESS
ALLONBY.––¡Está usted pensando en lady Stutfield!
LORD
ILLINGWORTH.––Le aseguro que no he pensado en lady Stutfield
desde hace un cuarto de hora. MISTRESS ALLONBY.––¿Es ella un
misterio tan grande?
LORD ILLINGWORTH.––Es
más que un misterio... Es un capricho.
MISTRESS
ALLONBY.––Los caprichos no duran.
LORD
ILLINGWORTH.––Es su principal encanto. (Entran
Hester y Gerald.)
GERALD.––Lord
Illingworth, todos me han felicitado: lady Hunstanton, lady
Caroline y... todos.
Espero que seré un buen secretario.
LORD
ILLINGWORTH.––Será el secretario modelo, Gerald. (Habla
con él.)
MISTRESS ALLONBY.––¿Le
gusta la vida de campo, miss Worsley?
HESTER.––Mucho.
MISTRESS ALLONBY ––¿No tiene
ganas de asistir a una fiesta en Londres?
HESTER.––No
me gustan las reuniones en Londres.
MISTRESS ALLONBY.––Yo
las adoro. La gente inteligente nunca escucha y los estúpidos
nunca hablan. HUSTER.––Creo que los estúpidos hablan mucho.
MISTRESS
ALLONBY.––¡Ah! ¡Yo nunca
escucho!
LORD
ILLINGWORTH.––Mi querido muchacho, si no me agradara usted, no le
habría hecho esa oferta. Es porque me agrada mucho por lo que
quiero tenerlo conmigo. (Salen
Hester y Gerald.) ¡Un
muchacho encantador Gerald Arbuthnot!
MISTRESS ALLONBY.––Es
muy agradable, muy agradable. Pero no puedo soportar a la joven
americana.
LORD ILLINGWORTH.––¿Por
qué?
MISTRESS
ALLONBY.––Me dijo ayer en voz alta que tenía dieciocho años.
Fue muy molesto.
LORD
ILLINGWORTH.––No debería permitírsele a una mujer que dijese su
verdadera edad. Una mujer que dijese eso sería capaz de decirlo
todo.
MISTRESS
ALLONBY.––Además es una puritana...
LORD ILLINGWORTH.––¡Ah!
Eso es inexcusable. No me importa que las mujeres feas sean
puritanas. Es la única excusa que tienen para ser feas. Pero ella es
muy bonita. La admiro enormemente. (Mira
fijamente a mistress Allonby.)
MISTRESS
ALLONBY.––¡Qué hombre tan malo debe de ser usted!
LORD
ILLINGWORTH.––¿A qué le llama usted ser hombre malo?
MISTRESS
ALLONBY.––Al que admira la inocencia.
LORD ILLINGWORTH.––¿Y
una mujer mala?
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh!
La clase de mujer de la que nunca se cansa un hombre.
LORD
ILLINGWoRTH.––Es usted severa... consigo misma.
MISTRESS
ALLONBY.––Definanos como sexo.
LORD
ILLINGWORTH.––Esfinges sin secretos.
MISTRESS
ALLONBY.––¿Eso también incluye a las puritanas?
LORD
ILLINGWORTH.––¿Sabe usted que yo no creo en la existencia de las
mujeres puritanas? No creo que haya una mujer en el mundo que no se
sienta un poco halagada si uno le hace el amor. Eso es lo que
hace a las mujeres tan irresistiblemente adorables.
MISTRESS
ALLONBY.––¿Cree usted que no hay una mujer en el mundo que se
resista a ser besada?
LORD
ILLINGWORTH.––Muy pocas.
MISTRESS
ALLONBY.––Miss Worsley no le dejaría que la besase.
LORD
ILLINGWORTH.––¿Está usted segura?
MISTRESS
ALLONBY.––Completamente.
LORD ILLINGWORTH.––¿Qué
cree usted que haría ella si yo la besase?
MISTRESS
ALLONBY.––Se casaría con usted o le cruzaría la cara con
su guante. ¿Qué haría usted si le cruzase la cara con su_ guante?
LORD
ILLINGWORTH.––Probablemente me enamoraría de ella.
MISTRESS
ALLONBY.––¡Entonces es mejor que no la bese!
LORD
ILLINGWORTH.––¿Eso es un reto?
MISTRESS
ALLONBY.––Es una flecha lanzada al aire.
LORD ILLINGWORTH.––¿No
sabe usted que yo siempre consigo lo que quiero?
MISTRESS
ALLONBY.––Siento oír eso. Las mujeres adoramos los
fracasos.Así los hombres se apoyan en nosotras.
LORD ILLINGWORTH.––Ustedes
adoran el éxito. Se agarran a él.
MISTRESS
ALLONBY.––Somos los laureles que ocultan su calvicie.
LORD
ILLINGWORTH.––Y nosotros siempre las necesitamos, excepto en
el momento del triunfo.
MISTRESS ALLONBY.––Entonces
pierden ustedes todo interés.
LORD ILLINGWORTH.––Es
usted un suplicio. (Una pausa.)
MISTRESS
ALLONBY.––Lord Illingworth, hay una cosa por la que siempre me ha
gustado usted.
LORD ILLINGWORTH.––¿Sólo
una cosa? ¡Y yo que tengo tantos defectos!
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh!
No se vanaglorie de ellos. Puede perderlos cuando se haga viejo.
LORD ILLINGWORTH.––Nunca
pienso ser viejo. El alma nace vieja y se va haciendo joven. Ésa es
la comedia de la vida.
MISTRESS ALLONBY.––Y
el cuerpo nace joven y se va haciendo viejo. Ésa es la tragedia.
LORD
ILLINGWORTH.––Y la comedia también, a veces. Pero ¿cuál es la
misteriosa razón por la que yo siempre le he gustado?
MISTRESS
ALLONBY.––Porque nunca me ha hecho el amor.
LORD
ILLINGWORTH.––Nunca he hecho otra cosa.
MISTRESS
ALLONBY.––¿Sí? No lo había notado.
LORD
ILLINGWORTH.––¡Qué mala suerte! Podía haber sido una tragedia
para los dos.
MISTRESS
ALLONBY.––Hubiéramos sobrevivido.
LORD ILLINGWORTH.––Se
puede sobrevivir a todo hoy día excepto a la muerte, y soportarlo
todo excepto la buena reputación.
MISTRESs
ALLONBY.––¿Ha intentado usted crearse una buena reputación?
LORD
ILLINGWORTH.––Es una de las muchas molestias a las que nunca he
estado sujeto.
MISTRESS ALLONBY.––Podría
sucederle.
LORD ILLINGWORTH.––¿Por
qué me amenaza?
MISTRESS ALLONBY.––Se
lo diré cuando haya besado a la puritana. (Entra
el criado.)
FRANCIS.––El
té está servido en el salón amarillo, milord.
LORD ILLINGWORTH.––Dígale
a la señora que ya vamos.
FRANCIS.––Sí, milord. (Sale.)
LORD ILLINGWORTH.––¿Vamos
a tomar el té?
MISTRESS ALLONBY.––¿Le
gustan los placeres sencillos?
LORD ILLINGWORTH.––Los
adoro. Son el último refugio de lo complejo. Pero, si lo desea,
nos quedamos aquí. Sí, quedémonos aquí. El libro
de la vida empieza con un hombre y una mujer en un jardín.
MISTRESS ALLONBY.––Y
acaba con el Apocalipsis.
LORD ILLINGWORTH.––Se
defiende usted divinamente. Pero se ha caído el botón de su
florete.
MISTRESS
ALLONBY.––Pero todavía tengo la careta.
LORD
ILLINGWORTH.––Hace sus ojos más hermosos.
MISTRESS ALLONBY.––Gracias.Vamos.
LORD
ILLINGWORTH.––(Ve la
carta de mistress Arbuthnot
sobre la mesa, la coge y mira el sobre.) ¡Qué
letra tan curiosa! Me recuerda la de una mujer que conocí hace años.
MISTRESS ALLONBY.––¿Quien?
LORD ILLINGWORTH.––¡Oh!
Nadie. Nadie en particular. Una mujer sin importancia. (Deja
la carta y sube las escaleras de la terraza con mistress Allonby.
Se sonríen uno a otro.)
TELÓN
ACTO
SEGUNDO
Escena: salón
de Hunstanton Chase después de
la cena. Luces encendidas. Puertas a izquierda y derecha. Las mujeres
están sentadas en el sofá.
MISTRESS
ALLONBY––¡Qué bien se está un rato sin los hombres!
LADY STUTFIELD.––Sí;
los hombres nos persiguen horriblemente, ¿verdad?
MISTRESS ALLONBY.––¿Perseguirnos?
Desearía que lo hiciesen.
LADY HUNSTANTON.––¡Querida!
MISTRESS ALLONBY.––Lo
malo es que pueden ser perfectamente felices sin nosotras. Por
eso creo que el deber de toda mujer es no dejarlos solos ni un
momento, excepto durante este rato de después de la cena, sin el
cual creo que nosotras, las pobres mujeres, nos convertiríamos
por completo en sombras. (Entran
criados con el café.)
LADY HUNSTANTON.––¿Convertirnos
en sombras, querida?
MISTRESS ALLONBY.––Sí, lady Hunstanton.
Es dificil mantener a los hombres. Siempre están intentando
escapársenos.
LADY STUTFIELD.––Me
parece que somos nosotras las que queremos escapar de ellos. Los
hombres no tienen corazón. Conocen su poder y lo utilizan.
LADY CAROLINE.––(Coge
el café de manos de un criado.) ¡Qué
cantidad de tonterías sobre los hombres! Lo que hay que hacer es
mantener a los hombres en su lugar.
MISTRESS
ALLONBY.––Pero ¿cuál es su lugar, lady Caroline?
LADY CAROLINE.––Tienen
que cuidar de sus esposas, mistress Allonby.
MISTRESS
ALLONBY.––(Cogiendo el café que le
da un criado.) ¿De veras? ¿Y
si no están casados?
LADY CAROLINE.––Si
no están casados, deberían buscar esposa. Es escandalosa la
cantidad de solteros que hay en sociedad. Debería haber una ley que
los obligase a casarse en una año como mucho.
LADY STUTFIELD.––(Rechaza
su café.) Pero ¿si están
enamorados de una mujer ligada a otro hombre?
LADY CAROLINE.––En
ese caso, lady Stutfield,
deberían casarse en menos de una semana con una fea y
respetable muchacha que les enseñase a no desear las
propiedades ajenas.
MISTRESS
ALLONBY.––No creo que debamos hablar de nosotras como si fuésemos
propiedad de otros. Todos los hombres casados son propiedad de la
mujer. Ésa es la única definición de lo que es realmente la
propiedad de la mujer casada. Pero nosotras no pertenecemos a nadie.
LADY STUTFIELD.––¡Oh!
Me alegro mucho de oírla decir eso.
LADY HUNSTANTON.––Pero
¿crees realmente, querida Caroline, que
la legislación puede hacer que algo mejore? Me han dicho que
hoy día los hombres casados viven como solteros y los solteros como
casados.
MISTRESS ALLONBY.––Ciertamente
yo nunca he distinguido unos de otros.
LADY STUTFIELD.––¡Oh!
Creo que se puede saber facilmente si un hombre tiene que
mantener un hogar o no. He notado una expresión muy triste en los
ojos de muchos hombres casados.
MISTRESS ALLONBY.––¡Ah!
Todo lo que yo he notado es que son horriblemente aburridos
cuando son buenos maridos y abominablemente engreídos cuando no
lo son.
LADY HUNSTANTON.––Bueno;
supongo que el marido ha cambiado desde mi juventud, pero puedo
decir que mi pobre y querido Hunstanton era la más deliciosa de las
criaturas y tan bueno como el que más.
MISTRESS
ALLONBY.––¡Ah! Mi marido es una especie de factura: estoy
cansada de pagarlo.
LADY CAROLINE.––Pero
usted lo renueva de cuando en cuando, ¿verdad?
MISTRESS
ALLONBY.––¡Oh, no, lady Caroline! Sólo
he tenido un marido. Supongo que me mirará usted como a una
aficionada.
LADY CAROLINE.––Con
sus puntos de vista sobre la vida, me extraña que se haya casado.
MISTRESS
ALLONBY.––A mí también.
LADY HUNSTANTON.––Mi
querida niña, creo que es usted realmente feliz en su vida
matrimonial, pero que le gusta ocultar a los, demás su felicidad.
MISTRESS ALLONBY.––Le
aseguro que Ernest me
causó una gran desilusión.
LADY HUNSTANTON.––¡Oh!
Espero que no sea cierto, querida. Conocí muy bien a su madre. Era
una Stratton, Caroline, una de
las hijas de Lord Crowland.
LADY CAROLINE.––¿Victoria
Sratton? La recuerdo perfectamente. Una mujer rubia, tonta y sin
barbilla.
MISTRESS ALLONBY.––¡Ah! Ernest tenía
barbilla. Tenía una barbilla fuerte y cuadrada. Era demasiado
cuadrada.
LADY STUTFIELD.––Pero
¿cree usted realmente que la barbilla de un hombre puede ser
demasiado cuadrada?Yo pienso que un hombre debe ser muy fuerte y su
barbilla muy cuadrada.
MISTRESS
ALLONBY.––Entonces seguro que conocería
a Ernest, lady Stutfield.
Pero debo decirle que carece de conversación.
LADY STUTFIELD.––Adoro
a los hombres callados.
MISTRESS
ALLONBY.––¡Oh! Ernest no
es callado. Habla continuamente. Pero no tiene conversación. No
sé de lo que habla. Hace años que no lo escucho.
LADY CAROLINE.––Entonces
¿nunca lo ha perdonado? ¡Qué triste es eso! Pero la vida en sí es
muy triste, muy triste, ¿verdad?
MISTRESS
ALLONBY.––La vida, lady Stutfield,
es simplemente un «mauvais quart d'heure»
hecho con momentos exquisitos.
LADY STUTFIELD.––Sí,
hay momentos, ciertamente. Pero ¿fue algo muy malo lo que hizo
míster Allonby? ¿Se encolerizó con uste o
dijo algo poco amable o que era verdad?
MISTRESS
ALLONBY.––¡Oh, querida! No; Ernest es
invariablemente tranquilo. Ésa es una de las razones por la que
siernpre me pone nerviosa. Nada hay tan inaguantable como la
calma. Hay algo brutal en el buen carácter de la mayoría de los
hombres modernos. Me admiro de que las mujeres podamos soportarlo tan
bien como lo hacemos.
LADY STUTFIELD.––Sí;
el buen carácter de los hombres demuestra que no son sensibles como
nosotras. Abre una gran barrera entre marido y mujer, ¿verdad? Pero
me gustaría mucho saber qué fue lo que hizo de malo míster
Allonby.
MISTRESS ALLONBY.––Bueno;
se lo diré si me promete solemnemente contárselo a todo el
mundo.
LADY STUTFIELD.
Gracias, gracias. Será un gran placer contarlo.
MISTRESS
ALLONBY.––Cuando Ernest y
yo nos prometimos, me juró de rodillas que no había amado a
otra mujer en su vida.Yo era muy joven entonces, así que no lo creí,
como es natural. Sin embargo, por desgracia no empecé a hacer
averiguaciones hasta unos cinco meses después de casada.
Entonces me enteré de que lo que me había dicho era absolutamente
cierto. Y esa clase de cosas hacen perder por completo el interés en
un hombre.
LADY HUNSTANTON.––¡Querida!
MISTRESS ALLONBY.––Los
hombres siempre quieren ser el primer amor de una mujer. Eso halaga
su vanidad. Las mujeres tenemos un instinto más sutil de las cosas.
Nos gusta ser el último amor del hombre.
LADY STUTFIELD.––Ya
veo lo que quiere usted decir. Es muy, muy bello.
LADY HUNSTANTON.––Querida
mía, ¿no querrá usted decir que no ha perdonado a su marido porque
nunca amó a otra sino a usted? ¿Has oído alguna vez tal
cosa, Caroline? Estoy enormemente
sorprendida.
LADY CAROLINE.––¡Oh!
Las mujeres se han desarrollado mucho, Jane. Nada
sorprende hoy día, excepto los matrimonios felices. Son rarísimos.
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh!
Están fuera de lugar.
LADY STUTHELD.––Excepto
entre la clase media, según me han dicho.
MISTRESS ALLONBY.––¡Va
mucho con ella!
LADY STUTFIELD.––Sí,
¿verdad? Es cierto, muy cierto.
LADY CAROLINE.––Si
lo que nos dice usted de la clase media es cierto, lady Stutfield,
eso la acredita mucho. Es terrible que entre los de nuestra clase la
esposa persista en ser trivial, bajo la falsa impresión de que tiene
que ser así. A eso le atribuyo yo la infidelidad de muchos de los
matrimonios que todos conocemos en sociedad.
MISTRESS
ALLONBY.––¿Sabe usted, lady Caroline, que
yo no creo que la frivolidad de la mujer tenga nada que ver con eso?
Muchos matrimonios fracasan por el sentido común del marido más que
por otra cosa. ¿Cómo puede esperar ser feliz una mujer con un
hombre que insiste en tratarla como si fuese un ser perfectamente
racional?
LADY HUNSTANTON.––¡Querida!
MISTRESS
ALLONBY.––El hombre, el pobre, necesario y confiado hombre,
pertenece a un sexo que ha sido racional durante millones y millones
de años. Tiene que ser así. Es algo que lleva dentro. La historia
de la mujer es muy diferente. Siempre hacemos pintorescas protestas
contra la mera existencia del sentido común. Vimos su peligro desde
el principio.
LADY STUTFIELD.––Sí;
el sentido común de los maridos es ciertamente muy, muy penoso.
¿Cuál es su concepto del marido ideal?
MISTRESS ALLONBY.––¿El
marido ideal? No puede haber tal cosa. Es un error.
LADY STUTFIELD.––El
hombre ideal, entonces, en su relación con nosotras.
LADY CAROLINE.––Probablemente,
sería muy realista.
MISTRESS ALLONBY.––¡El
hombre ideal! ¡Oh! El hombre ideal seria el que nos hablase
como si fuéramos diosas y nos tratase como si fuéramos niñas.
Nos negaría todas nuestras peticiones serias y satisfaría nuestros
caprichos. Nos prohibiría ejercer misiones. Siempre diría
mucho más de lo que en realidad quisiese decir y querría decir
mucho más de lo que dijese.
LADY HÜNSTANTON.––Pero
¿cómo puede ser eso, querida?
MISTRESS ALLONBY.––No
perseguiría a otras mujeres bonitas. Eso demostraría su falta de
gusto, o harta sospechar que tenía demasiado. No; sería amable
con todas, pero diría que ninguna le atraía.
LADY STUTFIELD.––Sí;
es muy, muy agradable oír hablar de otras mujeres.
MISTRESS ALLONBY.––Si
le preguntásemos algo, tendría que contestarnos hablándonos
de nosotras. Invariablemente, debería ensalzar en nosotras
cualidades que supiera que no teníamos. Pero debe ser despiadado en
grado sumo para reprocharnos virtudes que jamás hemos soñado en
tener. Nunca debe creer que conocemos la utilidad de las cosas
útiles. Eso sería imperdonable. Pero debe darnos siempre todo lo
que no necesitamos.
LADY CAROLNE.––Por
lo que veo, no haría otra cosa que pagar facturas y hacernos
cumplidos.
MISTRESS
ALLONBY.––Debe comprometernos siempre en público y
tratarnos con absoluto respeto cuando estuviésemos solos.También
debe estar siempre dispuesto a hacer una escena terrible cuando
nosotras queramos, a sentirse miserable cuando se lo indiquemos, a
dirigirnos justos reproches durante veinte minutos, a ser violento a
la media hora, y a dejarnos para siempre a las ocho menos cuarto,
cuando tenemos que vestirnos para la cena.Y cuando, después de
esto, lo hayamos visto realmente por última vez, se haya negado
a aceptar la devolución de los pequeños regalos que nos haya hecho
y nos haya prometido no volver a vernos nunca o no volver a
escribirnos cartas tontas, debería estar con el corazón destrozado,
telegrafiarnos durante todo el día, enviarnos pequeñas notas cada
media hora y cenar completamente solo en el club, para que todos
viesen lo desgraciado que era.Y después de toda una horrible
semana, durante la cual una se ha ido con su marido a cualquier
parte, para demostrar lo absolutamente sola que se encuentra, se le
puede conceder una última despedida definitiva, por la noche, y
entonces, si su conducta ha sido irreprochable y una ha sido
realmente mala con él, se le puede permitir que admita que la culpa
ha sido enteramente suya, y una vez hecho esto es deber de la mujer
el perdonarlo, y entonces se puede volver a empezar, con variaciones.
LADY STUTFIELD.––Gracias,
gracias. Ha sido algo muy bueno. Debo intentar recordarlo. Hay gran
número de detalles que son muy, muy importantes.
LADY CAROLINE.––Pero
no nos ha dicho todavía cuál sería la recompensa del hombre ideal.
MISTRESS
ALLONBY.––¿Su recompensa? ¡Oh! Una espera infinta. Eso es
bastante para él.
LADY STUTFIELD.––Pero
los hombres son terriblemente exigentes, ¿verdad?
MISTRESS ALLONBY.––Eso
no importa. Una no debe nunca rendirse.
LADY STUTRELD.––¿Ni
aun ante el hombre ideal?
MISTRESS ALLONBY.––Ciertamente
que no. A menos, naturalmente, que una quiera cansarse de él.
LADY STUTRELD.––¡Ah!...
Sí. Ya comprendo. ¿Cree usted, mistress Allonby,
que encontraré el hombre ideal? ¿O no hay más que uno?
MISTRESS ALLONBY.––En
Londres hay exactamente cuatro, lady Stutfield.
LADY HUNSTANTON.––¡Oh
querida!
MISTRESS
ALLONBY.––(Yendo hacia ella.) ¿Qué
ha ocurrido? Dígame.
LADY HUNSTANTON.––(En
voz baja.) Había olvidado por
completo que la joven americana estaba en la habitación.Temo
que su interesante charla le haya chocado un poco.
MISTRESS ALLONBY.––¡Ah!
¡Le habrá venido muy bien!
LADY HUNSTANTON.––Esperemos
que no haya entendido mucho. Creo que sería mejor acercarse y
hablar con ella. (Se levanta y va
hacia Hester Worsley.) Bueno,
querida miss Worsley... (Se sienta
junto a ella.) ¡Ha estado usted
muy callada en este rincón todo el tiempo! ¿Ha estado leyendo? Hay
muchos libros aquí, en la biblioteca.
HESTER.––No;
he estado escuchando la conversación.
LADY HUNSTANTON.––No
debe creer todo lo que se ha dicho, querida.
HESTER.––No
he creído nada.
LADY HUNSTANTON.––Ha
hecho bien, querida.
HESTER.––(Continuando.) No
podría creer que una mujer tuviera ideas sobre la vida tales como
las que esta noche he oído de labios de algunas de sus
invitadas. (Una pausa.)
LADY HUNSTANTON.––He
oído que en América la sociedad es muy agradable. Como la nuestra
en algunos sitios, según me escribe mi hijo.
HESTER.––Hay
reuniones en América, como en todas partes, lady Hunstanton.
Pero la verdadera sociedad americana está formada simplemente por
los hombres y mujeres buenos del país.
LADY HUNSTANTON.––¡Qué
sistema tan sensato! Y me atrevo
a decir que también muy agradable. Temo que en Inglaterra poseamos
demasiadas barreras sociales. No sabemos tanto como debiéramos
de las clases medias y bajas. HESTER.––En América no hay clases
bajas.
LADY HUNSTANTON.––¿De
veras? ¡Qué extraño!
MISTRESS ALLONBY.––¿De
qué está hablando esa horrible muchacha?
LADY STUTFIELD.––Es
muy vulgar, ¿verdad?
LADY CAROLINE.––Me
han dicho que carecen de muchas cosas en América, miss Worsley. Se
dice que no poseen ruinas ni curiosidades.
MISTRESS
ALLONBY.––(A lady
Stutfield.) ¡Qué tontería!
Tienen sus padres* y sus modales.
*
«Sus padres»: El texto inglés dice «sus madres».
HESTER.––La
aristocracia inglesa nos surte de curiosidades, lady
Caroline. Nos las envía todos los veranos
por barco, regularmente, y las expone al día siguiente de la
llegada. En cuanto a ruinas, estamos intentando construir algo
que dure más que el ladrillo y la piedra. (Se
levanta para coger su abanico de la mesa.)
LADY HUNSTANTON.––¿Y
qué es, querida? ¡Ah, sí! Una exposición de hierro en ese lugar
que tiene un nombre tan curioso,
¿verdad?
HESTER.––(En
pie, junto a la mesa.) Estamos
intentando construir la vida, lady Hunstanton,
sobre una base mejor, más verdadera, más pura, que la base sobre la
que aquí descansa. No hay duda de que esto les extrañará. ¿Cómo
no podía extrañarles? Ustedes, la gente rica de Inglaterra, no
saben cómo viven. ¿Cómo lo van a saber? Han cerrado la sociedad
para los buenos. Se ríen del ser sencillo y puro. Viviendo, como lo
hacen ustedes, por encima de los demás, se burlan del sacrificio y
si arrojan pan al pobre es para tenerlo tranquilo una temporada. Con
toda su fastuosidad, su fortuna y su arte, no saben cómo viven... No
saben ni siquiera eso. Aman la belleza que pueden ver, tocar y
sujetar, la belleza que pueden destruir y que destruyen, pero la
belleza invisible de la vida, la belleza de la vida elevada, no la
conocen en absoluto. Han perdido el secreto de la vida. ¡Oh! Su
sociedad inglesa me parece egoísta y tonta. Se ha cegado los
ojos y se ha tapado los oídos.Yace entre púrpura, pero como un
leproso. Es como algo muerto pintado con oro. ¡Es errónea,
completamente errónea!
LADY STUTFIELD.––No
creo que deban saberse esas cosas. No son muy, muy bonitas, ¿verdad?
LADY HUNSTANTON.––Mi
querida miss Worsley, pensé que le gustaba mucho la sociedad
inglesa. Ha tenido usted mucho éxito en ella, y ha sido muy admirada
por las mejores personas. He olvidado lo que Lord
Henry Weston dijo de usted...; pero fue un
gran cumplido, y usted sabe que él es una autoridad en lo que a
belleza se refiere.
HESTER.––¡Lord Henry Weston!
Lo recuerdo, lady Hunstanton. Un
hombre con una horrible sonrisa y un horrible pasado. Es invitado a
todas partes. Ninguna reunión está completa sin él. ¿Qué
hay de aquellas mujeres cuya vida destrozó? Son unas desgraciadas.
No tienen nombre. Si usted las encontrase por la calle, volvería la
cabeza. No lamento su castigo. Todas las mujeres que han pecado deben
ser castigadas. (Mistress Arbuthnot
entra por la terraza envuelta en una capa y con un velo de encaje
sobre la cabeza. Oye las últimas palabras y se estremece.)
LADY HUNSTANTON.––¡Querida
niña!
HUSTER.––Es
justo que sean castigadas, pero no deben ser las únicas que sufran.
Si un hombre y una mujer han pecado, que ambos vayan al desierto para
amarse u odiarse. Que ambos sean malditos. Que queden marcados,
si se quiere, pero que no sea castigado uno y el otro quede libre. No
tengamos una ley para los hombres y otra para las mujeres. Son
injustos con las mujeres en Inglaterra. Y hasta que se den cuenta de
que lo que es una vergüenza en una mujer es una infamia en un
hombre, siempre serán injustos, y la justicia, ese bloque de fuego,
y la injusticia, ese bloque de humo, estarán borrosos ante sus ojos,
o no los verán, y si los ven, no los mirarán.
LADY CAROLINE.––¿Le
importa, ya que está en pie, darme mi algodón, que está justamente
detrás de usted, miss Worsley? Gracias.
LADY HUNSTANTON.––¡Mi
querida mistress Arbuthnot!
Me alegro de que haya venido. Pero no me han avisado.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––¡Oh! Vine derecha, por la terraza, lady Hunstanton,
y justamente como estaba. No me dijo que tenía una reunión.
LADY HUNSTANTON.––No
es una reunión. Sólo unos cuantos invitados que están en la casa y
que debe conocer. Permítame. (Intenta
ayudarla. Toca el timbre.) Caroline, ésta
es mistress Arbuthnot, una de mis
mejores amigas. Lady Caroline Pontefract,
lady Stutfield, mistress Allonby
y mi joven amiga americana, miss Worsley, que acaba de decirnos lo
malas que somos.
HESTER.––Temo
que crea que he hablado demasiado duramente, lady Hunstanton.
Pero hay algunas cosas en Inglaterra...
LADY HUNSTANTON.––Mi
querida amiga; hay mucho de verdad en lo que usted ha dicho, y estaba
muy bonita mientras lo decía, lo cual es muy importante, según
dice Lord Ilhngworth. En lo único
que creo que ha sido un poco dura es en lo referente al hermano
de lady Caroline, el pobre Lord
Henry. Realmente es una persona
notable. (Entra el criado.) Llévese
las cosas de mistress Arbuthnot. (Sale
el criado con la capa.)
HUSTER.––Lady Caroline, no
tenía idea de que era su hermano. Siento mucho el dolor que debo
haberle causado ...Yo...
LADY CAROLiNE.––Mi
querida mistress Worsley, la
única parte de su pequeño discurso, si puedo llamarlo así, con la
que estoy de acuerdo, es la que se ha referido a mi hermano. Nada de
lo que se diga es lo suficientemente malo para él. Henry es
un ser infame, absolutamente infame. Pero debo señalar, como lo
hiciste tú, Jane, que es una
persona notable, que tiene uno de los mejores cocineros de Londres y
que después de una buena cena uno puede perdonar a cualquiera, hasta
a sus propios parientes.
LADY HUNSTANTON.––(A
miss Worsley.) Ahora, querida,
venga y hágase amiga de mistress Arbuthnot.
Es una de esas personas buenas y sencillas que usted nos ha dicho que
nunca admitimos en sociedad. Siento tener que decir
que mistress Arbuthnot viene muy
raramente a rrú casa. Pero eso no es culpa mía.
MISTRESS ALLONBY.––¡Qué
mal está que los hombres permanezcan tanto tiempo fuera después de
cenar! Imagino que estarán diciendo las cosas más horribles
sobre nosotras.
LADY STUTRELD.––¿Lo
cree realmente?
MISTRESS
ALLONBY.––Estoy segura de ello.
LADY STUTPIELD.––¡Qué
espantoso! ¿Vamos a la terraza?
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh!
Cualquier cosa con tal de alejarse de las viudas y los
marimachos. (Se levanta y se va
con lady Stufeld
por la izquierda.) Vamos a mirar
las estrellas, lady Hunstanton.
LADY HUNDSTANTON.––Encontrarás
muchas, querida. Pero no cojan frío. (A místress
Arbuthnot.) Sentiremos la falta
de Gerald, querida mistress Arbuthnot.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Pero ¿Lord Illingworth
le ha ofrecido realmente a Gerald el
puesto de secretario?
LADY HUNSTANTON.
¡Oh, sí! Estaba encantado. Tiene una gran opinión de su hijo.
Creo que no conoce a Lord Illingworth,
¿verdad, querida?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Nunca
lo he visto.
LADY HUNSTÀNTON.––No
hay duda de que lo conocerás por el nombre.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Temo que no.Vivo fuera del mundo y veo a tan poca
gente... Recuerdo haber oído hablar hace años de un
viejo Lord Illingworth que vivía
enYorkshire, me parece.
LADY HUNSTANTON.
¡Ah, sí! Sería el penúltimo conde. Era un hombre muy curioso.
Quería casarse con una mujer de clase inferior. O no quería, ahora
que recuerdo. Hubo algún escándalo sobre el asunto. El
actual Lord Illingworth es muy
diferente. Es muy distinguido. Se ocupa en ... Bueno, no se ocupa en
nada, lo cual temo que a nuestra querida visitante americana no le
guste mucho, y no sé si a él le preocupan mucho los asuntos por los
que se interesa usted tanto, querida mistress Arbuthnot.
¿Crees, Caroline, que
a Lord Illingworth le interesan
los albergues para gente pobre?
LADY CAROLINE.––Imagino
que no mucho, Jane.
LADY HUNSTANTON.––Todos
tenemos diferentes gustos, ¿no es así? Pero Lord Illingworth
tiene una posición elevada y no hay nada que no pueda conseguir si
quiere. Naturalmente, es aún relativamente joven y sólo tiene el
título desde hace... ¿Cuánto tiempo hace que tiene el
título Lord Illingworth, Caroline?
LADY CAROLINE.––Unos
cuatro años, creo, Jane. Lo sé
porque fue el mismo año que apareció en los periódicos de la noche
el último revuelo causado por mi hermano.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah!
Ya recuerdo. Hará unos cuatro años. Desde luego, se interponía
mucha gente entre el actual Lord Illingworth
y su título, mistress Arbuthnot.
Había... ¿Quiénes había, Caroline?
LADY CAROLINE.––Estaba
el niño de la pobre Margaret. Recordarás lo ansiosa que estaba
por tener un niño varón, y lo tuvo, pero murió, y su esposo murió
poco después, y ella se casó casi inmediatamente con uno de
los hijos de Lord Ascot, quien,
según me han dicho, le pegaba.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah!
Eso es de familia, querida. Y también había un clérigo que quería
hacerse pasar por loco, o un loco que quería hacerse pasar por
clérigo; he olvidado qué era, pero sé que el Tribunal de la
Cancillería investigó el asunto y juzgó que estaba completamente
sano. Después lo vi en casa del pobre Lord Plumstead
con algo de paja en la cabeza. No puedo recordar qué era.
Frecuentemente siento que la querida lady Cecilia
no haya vivido lo suficiente para ver a su hijo con el título.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––¿Lady Cecilia?
LADY HUNSTANTON.––La
madre de Lord Illingworth,
querida mistress Arbuthnot, era
una de las bellas hijas de la duquesa de Jerningham, y se casó
con sir Thomas Harford, que no
era considerado un buen partido en aquel tiempo, aunque se decía que
era el hombre más guapo de Londres. Los conocí íntimamente, y a
sus dos hijos,Arthur y George.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Naturalmente,
fue el hijo mayor el que heredó el título,
¿verdad, lady Hunstanton?
LADY HUNSTANTON.––No,
querida; murió en una cacería. ¿O en una pesca, Caroline? Lo
he olvidado. Pero George lo
heredó todo. Siempre le digo que ningún hijo menor ha tenido la
suerte que él.
MIsTRESs
ARBUTHNOT.––Lady Hunstanton, quiero hablar con Gerald ahora
mismo. ¿Puedo verlo? ¿Le pueden avisar?
LADY HUNSTANTON.––Ciertamente,
querida. Enviaré a uno de los criados. No sé cómo se entretienen
tanto los caballeros. (Toca el
timbre.) Cuando conocí
a Lord Illingworth al principio,
como simple George Harford, era
sólo un joven ocurrente sin un penique en el bolsillo, excepto lo
que le daba la pobre y querida lady Cecilia.
Ella lo adoraba. Principalmente, creo yo, porque él estaba en
malas relaciones con su padre. ¡Oh! Aquí está el querido
archidiácono. (Al criado.) Ya
no importa. (Entran sirJohn y el
doctor Daubeny. Sir John va
hacia lady Stufield
y el doctor Daubeny hacia lady Hunstanton.)
EL
ARCHIDIÁCONO.––Lord Illingworth nos ha entretenido mucho.
Nunca me he divertido más. (Ve
a mistress Arbuthnot.) ¡Ah, mistress Arbuthnot!
LADY HUNSTANTON.––(Al doctor
Daubeny.) Ya ve que he conseguido
al fin que viniese mistress Arbuthnot.
EL
ARCHIDIÁCONO.––Es un gran
honor, lady Hunstanton. Mistress Daubeny
se sentirá celosa de usted.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah!
Siento mucho que mistress Daubeny no haya venido esta noche con
usted. Supongo que seguirá con su dolor de cabeza, ¿verdad?
EL
ARCHIDIÁCONO.––Sí, lady Hunstanton;
un martirio. Pero ella es más feliz sola. Es más feliz sola.
LADY CAROLINE.––(A
su esposo.) ¡John! (Sir John va
hacia su esposa. El doctor Daubeny habla con lady Hunstanton
y mistress Arbuthnot
observa todo el tiempo a Lord Illingworth.
El atraviesa la habitación sin darse cuenta de la presencia de ella
y se aproxima a mistress Allonby,
que está en pie con lady Stutfield
junto a la puerta de la terraza.)
LORD ILLINGWORTH.––¿Cómo
está la más encantadora mujer del mundo?
MISTRESS ALLOÑBY.––(Cogiendo
a lady Stutfield de
la mano.) Las dos estamos muy
bien, gracias, Lord Illingworth.
Pero ¡qué poco tiempo han estado ustedes en el comedor! Parece como
si nosotras acabáramos de salir de allí.
LORD ILLINGWORTH.––Me
aburría mortalmente. No abrí los labios en todo el tiempo. Estaba
deseando venir con ustedes.
MISTRESS
ALLONBY.––Tenía que haber estado. La muchacha americana nos dio
un discurso.
LORD ILLINGWORTH.––¿Sí?
Todos los americanos lo hacen, según creo. Supongo que se deberá a
su clima. ¿Sobre qué fue el discurso?
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh!
Sobre el puritanismo, naturalmente.
LORD ILLINGWORTH.––Voy
a convertirla. ¿Cuánto tiempo me da para hacerlo?
MISTRESS ALLONBY.––Una
semana.
LORD ILLINGWORTH.––Una
semana es más de lo necesario. (Entran Gerald y Lord Afred.)
GERALD.––(Yendo
hacia mistress Arbuthnot.) ¡Querida
mamá!
MISTRESS ARBUTHNOT. Gerald, no
me encuentro bien. Lléveme a casa, Gerald. No
debiera haber venido. GERALD.––Lo siento mucho, mamá. Te
acompañaré. Pero antes debes conocer a Lord Ilingworth. (Cruza
la habitación.)
MISTRESS ARBUTHNOT.––Esta
noche no, Gerald.
GERALD.––Lord
Illingworth, quiero que conozca usted a mi madre;
LORD ILLINGWORTH.––Con
mucho gusto. (A mistress Allonby.) Regresaré
al momento. Las madres de la gente siempre me aburren muchísimo *.
Ésa es su tragedia.
*
En esta linea falta una frase crucial para entender la irónica
humorada de Wilde. Debe
decir: «Todas las mujeres se acaban pareciendo a sus madres. Esa es
su tragedia.» MISTRESS ALLONBY:
«Sin embargo, a los hombres no les ocurre. Esa es la suya.»
MISTRESS
ALLONBY. A los hombres no les ocurre. Esa es la suya.
LORD ILLINGWORTH.––¡Qué
delicioso humor tiene usted esta noche! (Se
da la vuelta y va con Gerald hacia mistress Arbuthnot.
Cuando la ve, se estremece y retrocede asombrado. Después
vuelve los ojos lentamente hacia Gerald.)
GERALD.––Mamá,
éste es Lord Illingworth, que me
ha ofrecido el puesto de secretario suyo. (Mistress Arbuthnot
se inclina fríamente.) Es un
principio maravilloso para mí, ¿verdad? Espero que no se lleve una
desilusión conmigo. Le darás las gracias a Lord Illingworth,
¿verdad, mamá?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Lord Illingworth es muy bueno al interesarse por ti.
LORD ILLINGWORTH.––(Poniendo su mano
sobre el hombro
de Gerald.) ¡Oh! Gerald y
yo somos grandes amigos ya, mistress Arbuthnot.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No hay nada en común entre usted y mi
hijo, Lord Illingworth.
GERALD.––Querida
mamá, ¿cómo puedes decir eso? Naturalmente, Lord Illingworth
es extraordinariamente inteligente y todo eso. No hay nada
que Lord Illingworth no sepa.
LORD
ILLINGWOKTH.––¡Querido muchacho!
GERALD.––Sabe
más sobre la vida que cualquiera de los que yo he conocido. Me
siento pequeño cuando estoy con usted, Lord Illingworth.
Desde luego, ¡he tenido tan pocas oportunidades! No he estado
en Eton ni en Oxford, como
otros muchachos. Pero a Lord Illingworth
eso no le importa. Ha sido muy bueno conmigo, mamá.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Lord
Illingworth puede cambiar de opinión. Puede realmente no necesitarte
como secretario.
GERALD.––¡Mamá!
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Debes recordar,
como tú mismo dijiste, que has tenido muy pocas oportunidades para
formarte.
MISTRESS
ALLONBY.––Lord Illingworth, quiero hablar con usted un
momento.Venga aquí.
LORD ILLINGWORTH.––¿Me
excusa usted, mistress Arbuthnot? No
deje que su encantadora madre ponga más dificultades, Gerald. La
cosa está convenida, ¿no?
GERALD.––Eso
espero. (Lord Illingworth
va hacia mistress Allonby)
MISTRESS ALLONBY.––Creí
que no iba a dejar nunca a la dama del terciopelo negro.
LORD ILLINGWORTH.––Es
muy bella. (Mira
a mistress Arbuthnot.)
LADY HUNSTANTON.––Caroline,
¿vamos al salón de música? Miss Worsley va a tocar. Usted vendrá
también, ¿verdad, querida mistress Arbuthnot?
No sabe usted lo bien que lo pasará. (Al
doctor Daubeny.) Realmente debo
llevar a miss Worsley alguna tarde a la parroquia. Me gustaría
mucho que la querida mistress Daubeny
la oyera tocar el violín. ¡Ah! No me acordaba. La
querida mistress Daubeny tiene un
pequeño defecto en los oídos, ¿verdad?
EL
ARCHIDIÁCONO.––Su sordera es una gran privación para ella.
Ahora no puede oír mis sermones. Los lee en casa. Pero encuentra
muchos recursos en sí misma, muchos recursos. ,
LADY HUNSTANTON.––¿Supongo
que leerá mucho?
EL
ARCHIDIÁCONO.––Sólo los libros con letra grande. Su vista se
extingue rápidamente. Pero nunca se queja, nunca se queja.
GERALD.––(A Lord Illingworth.) Hable
usted con mi madre antes de entra al salón de
música, Lord Illingworth. Parece
creer que usted no pensó lo que me dijo.
MISTRESS
ALLONBY.––¿No entra usted?
LORD ILLINGWORTH.––Dentro
de un instante. Lady Hunstanton,
si mistress Arbuthnot me lo
permite, quisiera hablar unas palabras con ella, y después me
uniré a ustedes.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah!
Desde luego.Tendrá usted mucho que decirle. No a todos los hijos les
hacen tal oferta, mistress Arbuthnot.
Pero sé que usted lo apreciará, querida.
LADY CAROLINE.––
¡John!
LADY HUNSTANTON.––Pero
no entretenga mucho a mistress Arbuthnot, Lord Illingworth.
No podemos estar sin ella. (Sale
seguida de los otros invitados. Suena un violín dentro, en el salón
de música.)
LORD ILLINGWORTH.––¡Así
que ése es nuestro hijo, Rachel! Bueno;
estoy muy orgulloso de él. Es un Harford de la cabeza a los pies.
Pero, a propósito, ¿por qué Arbuthnot, Rachel?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Un
nombre es tan bueno como cualquier otro cuando no se tiene ninguno.
LORD ILLINGWORTH.––Supongo
que sí... Pero ¿por qué Gerald?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Por un hombre cuyo corazón destrocé... Por mi
padre.
LORD ILLINGWORTH.––Bueno, Rachel, lo
pasado, pasado. Todo lo que ahora tengo que decir es que me agrada
mucho, mucho, nuestro hijo. La gente lo conocerá simplemente
como mi secretario particular, pero para mí será algo más próximo
y más querido. Es curioso, Rachel; mi
vida parecía estar enteramente completa. No era así. Me faltaba
algo. Me faltaba un hijo. Ahora he encontrado a mi hijo. Me alegro de
haberlo encontrado.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No tienes derecho a reclamar ni la más pequeña
parte de él. El muchacho es enteramente mío, y seguirá siendo
mío.
LORD ILLINGWORTH.––Mi
querida Rachel, lo has tenido
para ti sola durante veinte años. ¿Por qué no me lo dejas un poco
ahora? Es tan mío como tuyo.
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿Estás
hablando del niño que abandonaste? ¿El niño que por tu culpa podía
haber muerto de hambre y de necesidad?
LORD ILLINGWORTH.––Olvidas, Rachel, que
fuistes tú la que me dejaste, no yo quien te dejé a ti.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Te dejé porque te negaste a dar al niño un nombre.
Antes que mi hijo naciese, te imploré que te casaras conmigo.
LORD ILLINGWORTH.––Entonces
yo no tenía posición. Y además, Rachel, yo
no era mucho mayor que tú. Sólo tenía veintidós años, o
veintiuno, creo, cuando todo empezó en el jardín de tu padre.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Cuando un hombre tiene la edad suficiente para hacer
el mal, también la tiene para hacer el bien.
LORD ILLINGWORTH.––Mi
querida Rachel, las
generalidades intelectuales son siempre interesantes, pero las
generalidades en moral no significan absolutamente nada. En cuanto a
lo de que yo dejé a mi hijo que pasase hambre, es, por
supuesto, incierto y tonto. Mi madre te ofreció seiscientas libras
al año. Pero tú no aceptaste nada. Simplemente desapareciste,
llevándote al niño.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No
hubiera aceptado ni un penique de ella. Tu padre era diferente. Te
dijo en mi presencia, cuando estábamos en París, que tu deber
era casarte conmigo.
LORD ILLINGWORTH.––¡Oh!
El deber es lo que uno espera que hagan los demás, pero que nunca
hace uno mismo. Naturalmente, yo estaba influido por mi madre. Todo
hombre lo está cuando es joven.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Me alegro de oírte decir eso. Ciertamente, Gerald no
se irá contigo.
LORD
ILLINGWORTH.––¡Qué tontería, Rachel!
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿Crees
que le permitiría a mi hijo...?
LORD ILLINGWORTH.––Nuestro
hijo.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Mi hijo... (Lord Illngworth
se encoge de hombros.) ¿Marcharse
con el hombre que manchó mi juventud, que arruinó mi vida, que
mancilló cada instante de ella? Tú no te das cuenta de que mi
pasado está lleno de sufrimiento y vergüenza.
LORD ILLINGWORTH.––Mi
querida Rachel, debo decirte
que creo que el futuro de Gerald es
considerablemente más importante que tu pasado.
MISTRESs
ARBUTHNOT.––Gerald no puede separar su futuro de mi pasado.
LORD ILLINGWORTH.––Eso
es exactamente lo que debería hacer. Eso es exactamente lo que
deberías de ayudarle a hacer. ¡Qué típicamente femenina
eres! Hablas sentimentalmente y eres terriblemente egoísta. Pero no
tengamos una escena, Rachel, quiero
que veas el asunto desde el punto de vista del sentido común; desde
el punto de vista de qué es mejor para nuestro hijo, quedándonos tú
y yo fuera de la cuestión. ¿Qué es ahora nuestro hijo? Un
empleadillo en un pequeño Banco provincial, en una ciudad inglesa de
tercera categoría. Si crees que es feliz así, estás equivocada.
Está muy descontento.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No lo estaba hasta conocerte a ti. Tú lo
hiciste cambiar.
LORD ILLINGWORTH.––Desde
luego que sí. El descontento es el primer paso en el progreso
de un hombre o de una nación. Pero no sólo le hablé de las cosas
que ahora no podía obtener. No; le hice una gran oferta. Saltó de
gozo, no necesito decirlo. Cualquier hombre lo hubiera hecho.Y
ahora, simplemente porque resulta que soy el padre del muchacho, tú
te propones arruinar su carrera. Es decir, si yo fuera un perfecto
extraño, tú le hubieras permitido a Gerald venir
conmigo, pero como lleva mi propia sangre, no quieres. ¡Qué
terriblemente ilógica eres!
MISTRESS ARBUTHNOT.––No
te permitiré que te lo lleves.
LORD ILLINGWORTH.––¿Cómo
podrás evitarlo? ¿Qué excusa puedes darle para hacer que rechace
una oferta como la mía? Yo no le diré qué lazos me unen con él,
como es natural. Pero tú tampoco te atreverás a decírselo.
Sabes que no. Observa cómo lo has educado.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Lo he educado para que sea un hombre bueno.
LORD
ILLINGWORTH.––Exactamente. ¿Y cuál es el resultado? Lo has
educado par que sea tu juez, si llega a enterarse de lo que hiciste.Y
será contigo un juez severo e injusto. Los hijos empiezan por amar a
sus padres, Rachel. Después los
juzgan. Raramente, si es que ocurre alguna vez, los perdonan.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––George, no me quites a mi hijo. He pasado veinte años
de dolor y sólo he tenido una persona que me amaba y a la que yo
amaba. Tú has llevado una vida de alegrías, placeres y éxitos.
Has sido completamente feliz; nunca has pensado en nosotros. No
había razón, de acuerdo con tus puntos de vista sobre la vida, para
que nos recordases. Nos encontraste por simple casualidad, por una
horrible casualidad. Olvídalo. No vengas ahora a robarme... lo único
que tengo en el mundo. Eres rico en otras cosas. Déjame la pequeña
viña de mi vida; déjame el jardín vallado y el manantial de agua;
el cordero que Dios me envió en su piedad o en su ira. ¡Oh! Déjame
eso. George, no me arrebates
a Gerald.
LORD
ILLINGWORTH.––Rachel, ahora tú no eres necesaria para la
carrera de Gerald. Yo sí. No hay nada más que decir sobre el tema.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No lo dejaré ir.
LORD ILLINGWORTH.––Aquí
está Gerald. Tiene derecho
a decidir por sí mismo. (Entra Gerald.)
GERALD.––Bien,
mamá, espero que ya lo habrás arreglado todo
con Lord Illingworth.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No, Gerald.
LORD ILLINGWORTH.––A
su madre parece no gustarle que venga usted conmigo, por alguna
razón.
GERALD.––¿Por
qué, mamá?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Creí
que eras completamente feliz conmigo, Gerald. No
sabía que estabas ansioso por dejarme.
GERALD.––Mamá,
¿cómo puedes decir eso? Naturalmente que he sido completamente
feliz contigo. Pero un hombre no puede permanecer siempre con su
madre. Ningún muchacho lo hace. Quiero crearme una posición,
hacer algo. Pensé que estarías orgullosa de verme de secretario
de Lord Illingworth.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No
creo que fueras el secretario adecuado para Lord Illingworth.
No tienes facultades para eso.
LORD
ILLINGWORTH.––No deseo que parezca que quiero
entrometerme, mistress Arbuthnot,
pero en lo que concierne a su última objeción, seguramente soy yo
el mejor juez. Y puedo decir que su hijo tiene todas las facultades
que yo necesito. Tiene más, en realidad, de las que había pensado.
Muchas más. (Mistress Arburthnot
permanece en silencio.) ¿Tiene
alguna otra razón, mistress Arbuthnot,
para no desear que su hijo acepte este puesto?
GERALD.––¿La
tienes mamá? Contesta.
LORD ILLINGWORTH.––Si
la tiene, mistress Arbuthnot, le
ruego que la diga. Estamos solos aquí. Sea cual fuere la razón, no
necesito decirle que no la contaré a nadie.
GERALD.––¿Mamá?
LORD ILLINGWORTH.––Si
desea quedarse sola con su hijo, los dejo. Puede tener alguna razón
que no desee que oiga yo.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No
tengo otra razón.
LORD ILLINGWORTH.––Entonces,
muchacho, podemos dar la cosa por hecha.Venga usted; iremos a la
terraza a fumar juntos un cigarrillo.Y mistress Arbuthnot,
permítame que le diga que creo que ha obrado usted muy, muy
sabiamente. (Sale con Gerald.
Mistress Arbuthnot se queda sola.
Permanece inmóvil con un gesto de infinito dolor en el rostro.)
TELÓN
ACTO
TERCERO
Escena: la
galería de retratos de Hunstanton Chase. Puerta
al fondo que da a la terraza. Lord Illingworth
y Gerald están a la
derecha. Lord Illingworth, sobre
un sofá. Gerald, en una silla.
LORD
ILLINGWORTH.––Su madre es una mujer muy sensata, Gerald. Sabía
que al fin consentiría.
GERALD.––Mi
madre es terriblemente escrupulosa, Lord Illingworth,
y sé que ella no cree que soy lo bastante apto para el puesto
de secretario suyo. Está en lo cierto. Fui muy holgazán cuado
iba a la escuela y no podía aprobar ni un examen.
LORD
ILLINGWORTH.––Mi querido Gerald, los
exámenes no tienen ningún valor. Si un hombre es un
caballero, ya sabe lo bastante, y si no lo es, todo lo que sepa
es perjudicial para él.
GERALD.––Pero
¡yo desconozco tanto el mundo, Lord Illingworth!
LORD
ILLINGWORTH.––No tema, Gerald. Recuerde
que posee la cosa más maravillosa del mundo: ¡la juventud! No
hay nada como la juventud. Los de edad mediana tienen la vida
hipotecada. Los viejos están en el desván de la vida. Pero los
jóvenes son los amos de la vida. La juventud tiene un reino
esperándola.Todo el mundo nace rey, y la mayoría de la gente muere
en el exilio, como la mayoría de los reyes. Para volver a conseguir
mi juventud, Gerald, yo haría
cualquier cosa..., excepto ejercicio, levantarme pronto o ser un
miembro útil de la comunidad.
GERALD.––Pero
¿usted no se llamará viejo, Lord Illingworth?
LORD
ILLINGWORTH.––Soy lo bastante viejo para ser tu padre, Gerald.
GERALD.––Yo
no recuerdo a mi padre; murió hace años.
LORD ILLINGWORTH.––Eso
me dijo lady Hunstanton.
GERALD.––Es
muy curioso, pero mi madre jamás me habla de mi padre.
A veces creo que mi padre era de clase más
elevada.
LORD
ILLINGWORTH.––(Con una mueca.) ¿De
veras? (Se adelanta y pone una mano
sobre el hombro de Gerald.) Habrá
usted sentido la falta de su padre, ¿verdad, Gerald?
GERALD.––¡Oh,
no! ¡Mi madre ha sido tan buena conmigo! Nadie ha tenido una
madre como la mía.
LORD
ILLINGWORTH.––Estoy seguro de eso. Pero creo que la mayoría de
las madres no comprenden del todo a sus hijos. Quiero decir que no se
dan cuenta de que el hijo tiene ambiciones, o desea conocer la vida,
o hacerse un nombre. Después de todo, no esperaría usted pasarse
toda la vida en un agujero como Wrockley, ¿verdad?
GERALD.––¡Oh,
no! Sería horrible.
LORD ILLINGWORTH.––El
amor de una madre es conmovedor, desde luego, pero muchas veces
curiosamente egoísta. Quiero decir que hay mucho egoísmo en él.
GERALD.––(Lentamente.) Supongo
que sí.
LORD
ILLINGWORTH.––Su madre es una mujer muy buena. Pero las mujeres
buenas tienen ideas limitadas sobre la vida; su horizonte es tan
pequeño, sus intereses tan poco importantes... ¿no es así?
GERALD.––Se
interesan muchísimo, ciertamente, por cosas que a nosotros no nos
preocupan nada.
LORD
ILLINGWORTH.––¿Supongo que su madre será muy religiosa?
GERALD.––¡Oh,
sí! Va siempre a la iglesia.
LORD ILLINGWORTH.––¡Ah!
No es moderna, y ser moderna es lo único que vale la pena hoy día.
Usted quiere ser moderno, ¿verdad, Gerald? Usted
quiere saber lo que es realmente la vida. Bien, ahora simplemente
tiene que introducirse en la mejor sociedad. Un hombre que puede
dominar la mesa en una cena en Londres puede dominar el mundo. El
futuro le pertenece al dandi. Los elegantes gobernarán el universo.
GERALD.––Me
gustaría llevar buenos trajes, pero siempre me han dicho que un
hombre no debe pensar en eso.
LORD
ILLINGWORTH.––La gente de hoy es tan absolutamente
superficial que no entiende la filosofia de
lo superficial. A propósito, Gerald, debe
aprender a hacerse el nudo de la corbata mejor. El sentimentalismo
está bien para el ojal. Pero lo esencial para el nudo de la corbata
es el estilo. Un buen nudo de corbata es el primer paso serio en la
vida.
GERALD.––(Riendo.) Puedo
ser capaz de aprender a hacerme el nudo de la
corbata, Lord Illingworth, pero
nunca seré capaz de hablar como usted. No sé hablar.
LORD
ILLINGWORTH.––¡Oh! Hable con todas las mujeres como si
estuviese enamorado de ellas y con todos los hombres como si lo
aburriesen, y al final de su primera temporada tendrá fama de
poseer el más perfecto tacto social.
GERALD.––Pero
es muy difícil introducirse en sociedad, ¿no?
LORD
ILLINGWORTH.––Hoy día, para introducirse en sociedad hay que dar
de comer a la gente, divertirla u ofenderla... ¡Eso es todo!
GERALD.––¡Supongo
que la sociedad será deliciosa!
LORD ILLINGWORTH.––Estar
en ella es sólo un aburrimiento. Pero estar fuera de ella es
una tragedia. La sociedad es una cosa necesaria. Ningún hombre
tiene un verdadero éxito en este mundo, a menos que cuente con
la ayuda de una mujer, y las mujeres gobiernan la sociedad. Si no
tiene usted una mujer a su lado, está perdido. Más le valdría
entonces hacerse abogado, agente de bolsa o periodista.
GERALD.––Es
muy dificil entender a las mujeres, ¿verdad?
LORD
ILLINGWORTH.––No intente nunca entenderlas. Las mujeres son
cuadros. Los hombres son problemas. Si desea saber lo que una mujer
quiere decir realmente, lo cual es siempre peligroso, mírela y no la
escuche.
GERALD.––Pero
las mujeres son terriblemente inteligentes, ¿no?
LORD
ILLINGWORTH.––Siempre está bien decirles eso. Pero para el
filósofo, mi querido Gerald, la
mujer representa el triunfo de la materia sobre el espíritu,
así como el hombre representa el triunfo del espíritu sobre la
moral.
GERALD.––Entonces,
¿cómo pueden tener las mujeres tanto poder como usted dice?
LORD ILLINGWORTH.––La
historia de la mujer es la historia de la peor forma de tiranía que
el mundo ha conocido. La tiranía del débil sobre el fuerte. Es la
única tiranía que perdura.
GERALD.––Pero
¿no poseen una influencia refinadora?
LORD ILLINGWORTH.––Lo
único que refina es la inteligencia.
GERALD.––Sin
embargo, hay muchas clases diferentes de mujeres, ¿verdad?
LORD
ILLINGWORTH.––En sociedad sólo dos clases: las feas y las que no
se pintan.
GERALD.––Pero
hay mujeres buenas en sociedad, ¿no?
LORD ILLINGWORTH.––Demasiadas.
GERALD.––Pero
¿cree usted que las mujeres no deberían ser buenas?
LORD
ILLINGWORTH.––Nunca debe decírseles eso, porque todas se
harían buenas. Las mujeres son un sexo fascinadoramente terco.
Toda mujer es rebelde y corrientemente se revela salvajemente
contra ella misma.
GERALD.––¿No
se ha casado usted nunca, Lord Illingworth?
LORD
ILLINGWORTH.––Los hombres se casan porque están cansados; las
mujeres, por curiosidad. Ambos se llevan una desilusión.
GERALD.––Pero
¿no cree que uno puede ser feliz cuando está casado?
LORD ILLINGWORTH.––Perfectamente
feliz. Pero la felicidad de un hombre casado depende de las mujeres
con las que no se ha casado, querido Gerald.
GERALD.––Pero
¿si uno está enamorado?
LORD ILLINGWORTH.
Uno siempre está enamorado. Ésa es la razón por la que nunca debe
casarse.
GERALD.––El
amor es algo maravilloso, ¿no?
LORD ILLINGWORTH.––Cuando
uno está enamorado, empieza por engañarse a sí mismo. Y termina
engañando a los demás. Eso es lo que el mundo llama un romance.
Pero una verdadera «grande passion» es
muy rara hoy día. Es el privilegio de la gente que no tiene nada que
hacer. Ésa es la única utilidad de la clase ociosa en un país, y
la única explicación posible de nosotros, los Harfords.
GERALD.––¿Harfords, Lord Illingworth?
LORD ILLINGWORTH.––Es
mi nombre de familia. Debería estudiar la Guía
Nobiliaria, Gerald. Es un libro
que todo joven mundano debe conocer bien, y además
es lo mejor que ha hecho Inglaterra.Y ahora, Gerald, va
a entrar conmigo en una vida completamente nueva, y quiero que
aprenda a vivirla. (Aparece
mistress Arbuthnot tras ellos, por la terraza.) ¡Porque
el mundo ha sido hecho por los tontos para que los sabios vivan en
él! (Entran por la
izquierda lady Hunstanton
y el doctor Daubeny.)
LADY HUNSTANTON.––¡Ah!
Está usted aquí, querido Lord Illingworth.
Bueno, supongo que le habrá estado diciendo a nuestro joven
amigo Gerald cuáles van a ser
sus nuevos deberes y dándole muchos y buenos consejos mientras
fumaban un agradable cigarrillo.
LORD ILLINGWORTH.––Le
he dado los mejores consejos, lady Hunstanton,
los mejores cigarrillos.
LADY HUNSTANTON.––Siento
no haber estado aquí para escucharlo, pero supongo que ya soy
demasiado vieja para aprender. Excepto de usted, querido
archidiácono, cuando está en su hermoso púlpito. Pero entonces
siempre sé lo que va usted a decir, así que no me siento
alarmada. (Ve
a mistress Arbuthnot.) ¡Ah!
Querida mistress Arbuthnot, únase
a nosotros.Venga, querida. (Entra mistress Arbuthnot.) Gerald ha
tenido una larga conversación con Lord Illingworth;
estoy segura de que está muy contenta del magnífico porvenir
que se le presente a su hijo. Sentémonos. (Se
sientan.) ¿Y cómo va su bello
bordado?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Siempre
estoy trabajando, lady Hunstanton.
LADY HUNSTANTON.––Mistress
Daubeny también borda un poco, ¿verdad?
EL
ARCHIDIÁCONO.––Antes era como una Dorcas manejando la aguja.
Pero la gota ha paralizado mucho sus dedos. No toca una aguja desde
hace nueve o diez años. Pero tiene muchos otros entretenimientos.
Está muy interesada con su salud.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah!
Eso es siempre una buena distracción, ¿verdad? Y
ahora, Lord Ilhngworth, díganos
de qué estaban hablando.
LORD ILLINGWORTH.––En
este momento iba a explicarle a Gerald que
el mundo se ríe siempre de sus tragedias, porque es de la única
forma que es capaz de soportarlas.Y como consecuencia, lo que el
mundo ha tratado seriamente pertenece al lado cómico de las cosas.
LADY HUNSTANTON.––Eso
está fuera de mi entendimiento, como ocurre generalmente cuando
habla Lord Illingworth.Y la
sociedad es muy despreocupada. Nunca me ayuda. Me deja naufragar.
Tengo una ligera idea, Lord Illingworth,
de que está usted siempre del lado de los pecadores, y yo siempre
intento estar del lado de los santos, aunque hasta donde puedo.Y
después de todo, puede que esto sea simplemente la idea de una
persona que se ahoga.
LORD ILLINGWORTH.––La
única diferencia entre los santos y los pecadores es que el santo
tiene un pasado y el pecador un futuro.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah!
No tengo nada que decir a eso. Usted y yo,
querida mistress Arbuthnot,
estamos anticuadas. No podemos seguir a Lord Illingworth.
Temo que se han cuidado demasiado de nuestra educación. Ser bien
educada es una gran desventaja hoy día. Le cierra a una muchas
puertas.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Sentiría
seguir a Lord Illingworth en
alguna de sus opiniones.
LADY HUNSTANTON.––Tiene
usted razón, querida. (Gerald se
encoge de hombres y mira irritado a su madre. Entra lady Carolíne.)
LADY
CAROLINE. Jane, ¿has visto a John en
algún sitio?
LADY HUNSTANTON.––No
necesitas preocuparte por él, querida. Está con lady Stutfield;
los vi hace un rato en el salón amarillo. Parecían muy felices
juntos. No te irás, ¿verdad, Caroline? Te
ruego que te sientes.
LADY CAROLINE.––Creo
que será mejor que vaya a buscar a John. (Sale lady
Caroline.)
LADY HUNSTANTON.––No
debía prestarse tanta atención a los hombres.Y Caroline no
tiene realmente nada de que preocuparse. Lady Stutfield
es muy simpática. Es tan simpática con unos como con otros. Tiene
un bello carácter. (Entran sir
John y místress Allonby.) ¡Ah!
¡Aquí está sir John! ¡Y
con mistress Allonby! Supongo que
sería con ella con quien lo vi. Sir John, Caroline está
buscándolo por todas partes.
MISTRESS ALLONBY.––Hemos
estado esperándola en el salón de música, querida lady Hunstanton.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah!
El salón de música, naturalmente. Creí que era en el salón
amarillo; mi memoria no funciona
bien. (Al archidiácono.) Mistress Daubeny
tiene una memoria maravillosa, ¿verdad?
EL ARCHIDIÁCONO.––Era
notable por su memoria, pero desde que tuvo el último ataque se
acuerda principalmente de los acontecimientos de su niñez. Pero
encuentra un gran placer en tales recuerdos; un gran
placer. (Entran lady Stut
Ield y mister Kelvil.)
LADY HUNSTANTON.––¡Ah!
¡Querida lady Stutfield! ¿De
qué han estado hablando míster Kelvil y usted?
LADY STUTFIELD.––Sobre
el bimetalismo, si mal no recuerdo.
LADY HUNSTANTON.––¡El
bimetalismo! ¿Es un bonito tema? Aunque ya sé que la gente
discute libremente de todo hoy día. ¿De qué hablaban usted y sir
John, querida mistress Allonby?
MISTRESS ALLONBY.––Sobre
la Patagonia.
LADY HUNSTANTON.––¿Si?
¡Qué tema tan remoto! Pero de mucho provecho, no hay duda.
MISTRESS ALLONBY.––El
ha estado muy interesante hablando sobre la Patagonia. Los salvajes
parecen tener las mismas opiniones sobre todos los asuntos que la
gente civilizada. Están excesivamente avanzados.
LADY HUNSTANTON.––¿Qué
hacen?
MISTRESS ALLONBY.––Aparentemente,
de todo.
LADY HUNSTANTON.––Bueno;
es muy grato que la naturaleza humana perdure, ¿verdad, querido
archidiácono? En conjunto, el mundo es el mismo, ¿no?
LORD ILLINGWORTH.––El
mundo simplemente está dividido en dos clases: los que creen lo
increíble, como el público, y los que creen los improbable...
MISTRESS ALLONBY.––¿Como
usted?
LORD ILLINGWORTH.––Sí;
siempre me asombro de mí mismo. Es lo único que hace la vida digna
de ser vivida.
LADY STUTFIELD.––¿Y
qué ha hecho usted últimamente que lo asombre?
LORD ILLINGWORTH.––He
estado descubriendo toda clase de buenas cualidades en mi propio
carácter. MisTRESS ALLONBY.––¡Ah! No se
puede ser perfecto en un instante. Se consigue gradualmente.
LORD ILLINGWORTH.––No
intento ser perfecto del todo. Al menos espero no serlo. Tendría
muchos inconvenientes. Las mujeres nos aman por nuestros
defectos. Si tenemos los suficientes, nos lo perdonan todo, aun el
tener una inteligencia gigantesca.
MISTRESS ALLONBY.––Es
prematuro pedirnos que perdonemos el análisis. Perdonamos la
adoración; eso es todo lo que debe esperarse de
nosotras. (Entra Lord Afred.
Va junto a lady Stutfield.)
LADY HUNSTANTON.––¡Ah!
Las mujeres debíamos perdonarlo todo, ¿verdad?,
querida mistress Arbuthnot? Estoy
segura de que está de acuerdo conmigo en eso.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No, lady Hunstanton.
Creo que hay muchas cosas que las mujeres no deben perdonar nunca.
LADY HUNSTANTON.––¿Qué
clase de cosas?
MISTRESS ARBUTHNOT.––La
ruina de la vida de otra mujer. (Se
va lentamente hacia el fondo.)
LADY HUNSTANTON.––¡Ah!
Esas cosas son muy tristes, no hay duda, pero creo que hay sitios
admirables donde la gente de esa clase es cuidada y reformada, y creo
que todo el secreto de la vida es el tomar las cosas con mucha
tranquilidad.
MISTRESS ALLONBY.––El
secreto de la vida está en no tener jamás una emoción que no nos
siente bien.
LADY STUTFIELD.––El
secreto de la vida es apreciar el placer de sentirse terriblemente
desilusionada.
KELVIL.––El
secreto de la vida es resistir la tentación, lady Stutfield.
LORD ILLINGWORTH.––La
vida no tiene ningún secreto. La meta de la vida, si es que
existe, es simplemente estar siempre buscando las tentaciones. No hay
muchas. A veces yo me paso todo el día sin que me venga una sola. Es
horrible. Me hace ponerme nervioso con respecto al futuro.
LADY HUNSTANTON.––(Apuntándole
con el abanico.) No sé por qué
será, Lord Ilhngworth, pero todo
lo que dice usted hoy me parece excesivamente inmoral. Ha sido muy
interesante escucharlo.
LORD ILLINGWORTH.––Todo
pensamiento es inmoral. Su esencia es la destrucción. Si piensa
usted algo, lo mata. Nada sobrevive después de pensar en ello.
LADY HUNSTANTON.––No
entiendo una palabra, Lord Ilhngworth,
pero no hay duda de que está en lo cierto. Personalmente, no puedo
discutir con usted sobre el pensamiento. No creo que las mujeres
piensen demasiado. Las mujeres deberían pensar con moderación,
deberían hacerlo todo con moderación.
LORD ILLINGWORTH.––La
moderación es una cosa fatal, lady Hunstanton.
No hay nada como el exceso.
LADY HUNSTANTON.––Espero
que recordaré eso. Parece una admirable máxima. Pero estoy
empezando a olvidarlo todo. Es una gran desgracia.
LORD ILLINGWORTH.––Esa
es una de sus más fascinantes cualidades, lady Hunstanton.
Ninguna mujer debería tener memoria. La memoria en una mujer es
el principio de la dejadez. Por el sombrero de una mujer puede
adivinarse si tiene memoria o no.
LADY HUNSTANTON.––¡Qué
encantador es usted, querido Lord Illingworth!
Usted siempre descubre en un gran defecto una importante virtud.
Tiene los más consoladores puntos de vista sobre la vida. (Entra
Farquar)
FARQUAR.––¡El
coche del doctor Daubeny!
LADY HUNSTANTON.
¡Mi querido archidiácono! Son sólo las diez y media.
EL
ARCHIDIÁCONO.––(Levantándose.) Siento
tener que irme, lady Hunstanton.
Los martes mistress Daubeny
siempre pasa una mala noche.
LADY HUNSTANTON.––(Levantándose.) Bien;
no quiero apartarlo de ella. (Va
con él hacia la puerta.) Le he
dicho a Farquar que pusiera un par de perdices en el coche. Pueden
gustarle a mistress Daubeny.
EL
ARCHIDIÁCONO.––Es usted muy amable, pero ahora mistress Daubeny
no prueba los alimentos sólidos.Vive enteramente de purés.
Pero siempre está maravillosamente alegre. No tiene nada de qué
quejarse. (Sale
con lady Hunstanton.)
MISTRESS
ALLONBY.––(Yendo
hacia Lord Illingworth.) Esta
noche hay una hermosa luna.
LORD ILLINGWORTH.––Vayamos
a contemplarla. Hoy día es encantador contemplar algo que no es
constante. MISTRESS ALLONBY.––Tiene usted su espejo.
LORD ILLINGWORTH.––Es
malo. Sólo me muestra mis arrugas.
MISTRESS
ALLONBY.––El mío es mejor. Nunca me dice la verdad.
LORD ILLINGWORTH.––Entonces
está enamorado de usted. (Salen
sir John, lady Stufield,
mister Kelvíl y lord Alfred.)
GERALD.––(A Lord Illingworth.) ¿Puedo
yo ir también?
LORD ILLINGWORTH.––Claro,
querido muchacho. (Va hacia la
puerta con mistress Allonby
y Gerald. Entra lady
Caroline, mira rápidamente a su
alrededor y se va en dirección
opuesta a la que han tomado sirJohn y lady Stufield.)
MISTRESS
ARBUTHNOT.––¡Gerald!
GERALD.–– ¿Qué,
mamá? (Sale Lord Illíngworth
con mistress Allonby.)
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Es tarde.Vámonos a casa.
GERALD.––Querida
mamá, esperemos un poco más. ¡Lord Ilhngworth,es
tan delicioso! Y a propósito, mamá, tengo que darte una gran
sorpresa. Nos vamos a la India a finales de esta mes.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Vámonos
a casa.
GERALD.––Si
realmente quieres, vámonos, mamá; pero antes debo decirle adiós
a Lord Illingworth. Volveré
dentro de cinco minutos. (Sale.)
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Que me abandone si quiere, pero no con él...
¡No con él! No podría soportarlo. (Pasea
de un lado para otro. Entra Hester.)
HESTER.––¡Qué
hermosa es la noche, mistress Arbuthnot!
MISTRESS
ARBUTHNOT.––¿De veras?
HESTER.––Mistress
Arbuthnot, yo deseo que seamos amigas. ¡Es usted tan diferente de
las demás mujeres que hay aquí! Cuando entró en el salón esta
noche trajo con usted la sensación de lo que es bueno y puro en la
vida. He sido tonta. Hay cosas que se tiene derecho a decir, pero que
no deben decirse fuera de lugar y a gente indigna.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Oí
lo que dijo. Estoy de acuerdo con ello, miss Worsley.
HESTER.––No
sabía que lo hubiese oído. Pero sabía que estaría de acuerdo
conmigo. Una mujer que ha pecado debe ser castigada, ¿verdad?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Sí.
HESTER.––Y
no debía permitírsele entrar en la sociedad de los hombres y
mujeres buenos.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No debía permitírsele.
HESTER.––Y
el hombre debe ser también castigado.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Del
mismo modo. Y los hijos, si existen, ¿también?
HESTER.––Sí;
es justo que los pecados de los padres caigan sobre los hijos. Es una
ley justa. Es la ley de Dios.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Es
una de las terribles leyes de Dios (Va
hacia la chimenea.)
HESTER.––¿Siente
usted que su hijo la deje, mistress Arbuthnot?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Sí.
HESTER.––¿Le
agrada que se vaya con Lord Illingworth?
Desde luego tendrá posición y dinero; pero la posición y el dinero
no lo son todo, ¿verdad?
MISTRESS ARBUTHNOT.––No
son nada; traen la miseria.
RESTER.––Entonces
¿por qué deja que su hijo se vaya con él?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Lo
desea.
HESTER.––Pero
si usted le pidiera que se quedase, ¿lo haría?
MISTRESS ARBÜTHNOT.––Tiene
mucha ilusión en su viaje.
HESTER.––No
le negaría a usted nada. La ama demasiado. Pídale que se
quede. Déjeme que le diga que venga a hablar con usted. En este
momento está en la terraza con Lord Illingworth.
Los oí reír cuando pasaba por el salón de música.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No se moleste, miss Worsley; puedo esperar. No
tiene importancia.
HESTER.––No.
Le diré que quiere verlo. Pídale..., pídale que se
quede. (Sale Hester)
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No querrá venir... Sé que no querrá
venir. (Entra lady
Caroline. Mira a su alrededor con
ansiedad. Entra Gerald.)
LADY CAROLINE.––Mistress
Arbuthnot, ¿ha visto a sir John en
la terraza?
GERALD.––No, lady
Caroline, no está en la terraza.
LADY CAROLINE.––Es
curioso. Es la hora en que él se retira a descansar. (Sale lady
Caroline.)
GERALD.––Querida
mamá, siento que hayas estado esperando. Lo había olvidado. ¡Soy
tan feliz esta noche! Nunca he sido tan feliz.
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿A
causa del viaje?
GERALD.––No
te pongas así, mamá. Naturalmente que siento dejarte. Eres la mejor
madre del mundo. Pero después de todo, como dice Lord Illingworth,
es imposible vivir en un sitio como Wrockley A ti no te preocupa.Yo
tengo aspiraciones; quiero algo más que eso. Quiero tener un
porvenir. Quiero hacer algo de lo que tú te sientas orgullosa,
y Lord Illingworth va a
ayudarme.Va a hacerlo todo por mí.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Gerald, no te vayas con Lord Ilhngworth.
Te suplico que no lo hagas. ¡Gerald, te
lo ruego!
GERALD. ¡Mamá,
qué poco constante eres! Ni un solo momento pareces saber lo que
deseas. Hace una hora y media, en el salón, estabas de acuerdo con
todo; ahora vuelves a poner objeciones e intentas forzarme a que
deseche la mejor oportunidad de mi vida. Sí, la mejor oportunidad.
No supondrás que hombres como Lord Illingworth
se encuentran todos los días, ¿verdad, mamá? Es extraño que
cuanto tengo yo tan buena suerte, la única persona que pone
dificultades es mi propia madre. Además, tú sabes, mamá, que amo a
Hester Worsley ¿Quién no iba a amarla? La amo más de lo que crees,
mucho más.Y si tuviera una posición, si tuviera porvenir,
podría..., podría pedirle... ¿No entiendes, mamá lo que significa
para mí ser el secretario de Lord Illingworth?
Si lo fuera, podría pedirle a Hester que fuese mi mujer. Siendo
empleado de banco con cien libras al año seria una impertinencia
pedírselo.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Temo
que no puedas tener esperanzas con miss Worsley. Conozco sus puntos
de vista sobre la vida. Acaba de decírmelos. (Una
pausa.)
GERALD.––Entonces
aún tendría mi ambición. Eso es algo... ¡Me alegro de tenerla!
Siempre has intentado borrar mi ambición, mamá..., ¿verdad? Me has
dicho que j el mundo es un lugar de perversión, que el éxito no
vale nada, que la sociedad es mala y todas esas cosas... Bien; no lo
creo, mamá. Creo que el mundo debe ser delicioso. Creo que la
sociedad debe ser exquisita. Creo que el éxito vale mucho. Estabas
equivocada cuando me decías eso, mamá, completamente
equivocada. Lord Illingworth es
un hombre que ha tenido éxito. Es un hombre de moda. Un hombre que
vive en el mundo y para el mundo. Bien; yo lo daría todo por ser
como Lord Illingworth.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Antes
querría verte muerto.
GERALD.––Mamá,
¿qué tienes que oponer a Lord Illingworth?
Dímelo... Dime la verdad. ¿Qué es?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Es
un hombre perverso.
GERALD.––¿Perverso¿
¿En qué sentido? No entiendo lo que quieres decir.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Te lo diré.
GERALD.––Supongo
que lo crees malo porque no piensa lo mismo que tú. Los hombres son
diferentes de las mujeres, mamá. Es natural que tengan diferentes
ideas.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No
es lo que piensa Lord Illingworth,
o lo que no piensa, lo que lo hace malo. Lo hace malo ser como es.
GERALD.––Mamá,
¿es algo que sabes de él? ¿Algo que sabes realmente?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Es algo que sé.
GERALD.––¿Algo
de lo que estas completamente segura?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Completamente segura.
GERALD.––¿Cuánto
tiempo hace que lo sabes?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Veinte años.
GERALD.––¿Veinte
años no es retroceder demasiado en la existencia de un hombre? ¿Y
qué tenemos que ver tú y yo con la vida juvenil de Lord Ilhngworth.
¿Qué nos importa?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Lo que un hombre ha sido, lo es ahora y lo será
siempre.
GERALD.––Mamá,
dime lo que hizo Lord Illingworth.
Si fue algo vergonzoso, no iré con él. Me conoces lo suficiente
para saber que no me iré.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Gerald,
acércate a mí. Muy cerca, como
solías estar cuando eras pequeño, cuando eras mi pequeño
hijo. (Gerald se sienta
junto a su madre. Ella le acaricia el cabello y después le coge las
manos.) Gerald, hubo hace
tiempo una muchacha muy joven; tenía unos dieciocho años por
entonces. George Harford..., ése
era el nombre que antes tenía Lord Illingworth...,
la conoció. Ella no sabía nada de la vida. Él... lo sabia todo.
Hizo que esta muchacha lo amase... Hizo que lo amase tanto que ella
abandonó una mañana la casa de sus padres. Lo amó mucho, ¡y él
le prometió casarse con ella. Hizo la promesa solemne de
casarse con ella, y ella lo creyó. Era muy joven e ignoraba cómo
era la vida realmente. Pero él aplazó el matrimonio semana
tras semana, mes tras mes. Ella aún confiaba en él. Lo amaba. Antes
que su hijo naciese, porque tuvieron un hijo, le imploró, aunque
fuese por el niño, que se casase con ella para que la criatura
tuviera un nombre, para que no recayese sobre ella el peso del
pecado que no había cometido. Él se negó. Cuando el niño
nació, ella lo dejó, llevándose consigo a su hijo, y su vida quedó
destrozada, su alma arruinada, y todo lo que en ella había de dulce,
bueno y puro quedó mancillado. Ella sufrió terriblemente... Sufre
ahora.Y sufrirá siempre. Para ella no hay paz ni alegría. Es una
mujer que arrastra su cadena como un criminal. Es una mujer que lleva
máscara como un leproso. El fuego no puede purificarla. El agua
no puede borrar su angustia. ¡Nada puede sanarla! ¡No hay narcótico
que pueda hacerla dormir! ¡No hay adormideras que la hagan
olvidar! ¡Está perdida! ¡Es un alma perdida! Por eso digo
que Lord Illingworth es malo. Por
eso no quiero que mi hijo se vaya con él.
GERALD.––Querida
madre, todo eso suena muy trágico. Pero me atrevo a decir que
la muchacha tiene la misma culpa que Lord Illingworth.
Después de todo, una muchacha verdaderamente buena, una muchacha con
buenos sentimientos, no se va de su casa con un hombre con el que no
está casada ni vive con él como si fuera su esposa. Ninguna
muchacha decente lo haría.
MISTRESS ARBUTHNOT.––(Después
de una pausa.) Gerald, retiro
todas mis objeciones. Estás libre de irte con Lord Illingworth
cuando y a donde quieras.
GERALD.––Querida
madre, sabía que no te interpondrías en mi camino. Eres la
mujer más buena que Dios ha creado.Y en cuanto a Lord Illingworth,
no creo que sea culpable de nada infame. No puedo creerlo de él
... No puedo.
HESTER.––(Dentro.) ¡Déjeme!
¡Déjeme! (Entra Hester
aterrorizada y se arroja en los brazos de Gerald.) ¡Oh!
¡Sálveme! ¡Sálveme de él!
GERALD.––¿De
quién?
HESTER.––¡Me
ha insultado! ¡Me ha insultado
horriblemente! (Entra Lord Illingworth
por el fondo. Hester se desprende de los brazos de Gerald y
lo señala.)
GERALD.––(Fuera
de si, lleno de rabia e indígnación.) Lord Illingworth,
ha insultado al ser más puro de la tierra, a un ser tan puro como mi
madre. Ha insultado a la mujer que, junto con mi madre, amo más en
el mundo. ¡Como hay un Dios en el cielo que lo mataré!
MISTRESS ARBÜTHNOT.––(Corriendo
a sujetarlo.) ¡No!
¡No!
GERALD.––(Desembarazándose
de ella.) No me sujetes, mamá. No
me sujetes... ¡Lo mataré!
MISTRESS
ARBUTHNOT.––¡Gerald!
GERALD.––¡Déjame
te digo!
MISTRESS
ARBUTHNOT.––¡Deténte, Gerald, deténte!
¡Es tu padre! (Gerald agarra
las manos de su madre y la mira a la cara. Ella se derrumba
lentamente al suelo, llena de vergüenza. Hester se desliza
hacía la puerta. Lord Illíngu
orth frunce el ceño y se muerde el labio. Después de un
momento, Gerald levanta
a su madre, la rodea con el brazo y la conduce fuera de la
habitación.)
T E L
Ó N
ACTO
CUARTO
Escena: cuarto
de estar en la casa de mistress Arbuthnot,
en Wrockley.Ventanal al fondo que da al jardín. Puertas a derecha e
izquierda. GeraldArbuthnot escribe sobre una mesa. Entra Alice por
la derecha seguida de lady Hunstanton
y mistress Allonby.
ALICE.––Lady
Hunstanton y mistress Allonby. (Sale
por la izquierda.)
LADY HUNSTANTON.––Buenos
días, Gerald.
GERALD.––(Levantándose.) Buenos
días, lady Hunstanton.
Buenos días, mistress Allonby.
LADY HUNSTANTON.––(Sentándose.) Venimos
a preguntar por su querida madre, Gerald. ¿Supongo
que ya estará mejor?
GERALD.––Mi
madre no ha bajado todavía, lady Hunstanton.
LADY HÜNSTANTON.––¡Ah!
Temo que anoche hacía demasiado calor para ella. Creo que ha habido
truenos. O quizá fuera la música. ¡La música me hace sentirme tan
romántica! Al menos me calma los nervios.
MISTRESS ALLONBY.––Hoy
día las dos cosas son lo mismo.
LADY HUNSTANTON.––Me
alegro de no saber lo que ha querido usted decir, querida. Temo que
sea algo malo. ¡Ah! ¡Qué bonita es esta habitación! ¿No es
cierto que es bonita y antigua?
MiSTRESs
ALLONBY.––(Observando con
sus lentes la habitación.) Parece
enteramente el feliz hogar inglés.
LADY HUNSTANTON.––Ésa
es la palabra justa, querida. Eso lo describe perfectamente. Se
siente la buena influencia de su madre en todo lo que hay
alrededor, Gerald.
MISTRESS ALLONBY.––Lord
Ilhngworth dice que toda influencia es mala, pero que la buena
influencia es la peor del mundo.
LADY HUNSTANTON.––Cuando Lord Illingworth
conozca mejor a mistress Arbuthnot,
cambiará de opinión. Ciertamente, debo traerlo aquí.
MISTRESS ALLONBY.––Me
gustaría ver a Lord Illingworth
en un feliz hogar inglés.
LADY HUNSTANTON.––Le
haría mucho bien, querida. La mayoría de las mujeres de Londres
parece que no amueblan sus habitaciones con otra cosa que con
orquídeas y con novelas francesas. Pero aquí tenemos la
habitación de una santa. Flores frescas y naturales, libros que
no escandalizan, cuadros que una puede mirar sin ruborizarse.
MISTRESS ALLONBY.––Pero
a mí me gusta ruborizarme.
LADY HUNSTANTON.––Bueno,
hay mucho que decir a favor del rubor, si una sabe tenerlo en el
momento preciso. El pobre y querido Hunstanton solía decirme
que yo no me ruborizaba lo bastante. Pero entonces él era muy
particular. No me dejó conocer a ninguno de sus amigos, excepto a
los que tenían setenta años, como el pobre Lord Ashton,
que por cierto después estuvo ante el tribunal. Un caso muy
desafortunado.
MISTRESS ALLONBY.––Me
gustan los hombres de setenta años. Siempre ofrecen devoción
para toda la vida. Creo que los setenta años es un edad ideal para
un hombre.
LADY HUNSTANTON.––Es
usted incorregible, ¿verdad, Gerald? ¡Ah!
Espero que ahora su querida madre venga a verme con más frecuencia.
Usted y Lord Illingworth se
marcharán casi inmediatamente, ¿verdad?
GERALD.––Ya
no tengo la intención de ser el secretario de Lord Ilbngworth.
LADY HUNSTANTON.––¡Cómo! ¡Gerald! Seria
una enorme tontería por su parte. ¿Qué razón tiene para eso?
GERALD.––No
creo ser apropiado para el puesto.
MISTRESS
ALLONBY.––Desearía que Lord Illingworth
me pidiese que fuera su secretaria. Pero él dice que no soy lo
bastante seria.
LADY HUNSTANTON.––Querida,
no debe hablar así en esta casa. Mistress Arbuthnot
no sabe nada sobre la sociedad perversa en que nosotros vivimos.
No quiere entrar en ella. Es demasiado buena. Consideré un gran
honor que viniese a mi casa anoche. Le dio una atmósfera de
respetabilidad a la reunión.
MISTRESS ALLONBY.––¡Ah!
Eso debe haber sido lo que usted creyó que eran truenos.
LADY HUNSTANTON.––Querida,
¿cómo puede decir eso? No hay relación alguna entre ambas cosas.
Pero realmente, Gerald, ¿qué
entiende usted por no ser apropiado?
GERALD.––Las
ideas de Lord Illingworth sobre
la vida son demasiado diferentes de las mías.
LADY HUNSTANTON.––Pero,
mi querido Gerald, a su edad no
debería usted tener ideas sobre la vida. Están completamente fuera
de lugar. En este asunto deberían guiarle los
demás. Lord Illingworth le ha
hecho una gran oferta, y viajando con él vería usted el mundo, o al
menos mucho mundo, bajo los mejores auspicios posibles, y alternaría
con la gente elevada, lo cual es muy importante en este solemne
momento para su carrera.
GERALD.––No
quiero ver el mundo; ya he visto bastante de él.
MISTRESS
ALLONBY.––Supongo que no se imaginará usted que ha agotado la
vida, míster Arbuthnot. Cuando un hombre dice eso se sabe que la
vida lo ha agotado a él.
GERALD.––No
deseo dejar a mi madre.
LADY HUNSTANTON.––Gerald,
eso es simple pereza por su parte. ¡No dejar a su madre! Si yo fuera
su madre, insistiría en que se marchase. (Entra Alice por
la izquierda.)
ALICE.––Mistress
Arbuthnot les pide disculpas, pero tiene un fuerte dolor de cabeza y
no puede ver a nadie esta mañana, señora. (Sale
por la derecha.)
LADY HUNSTANTON.––(Levantándose.) ¡Un
fuerte dolor de cabeza! ¡Lo siento! Quizá puede usted llevarla a
Hunstanton esta tarde si se encuentra mejor, Gerald.
GERALD.––Temo
que esta tarde no, lady Hunstanton.
LADY HUNSTANTON.––Bueno,
mañana entonces. ¡Ah! Si tuviera usted padre, Gerald, no
dejaría que malgastase usted aquí su vida. Lo enviaría
inmediatamente con Lord Illingworth.
¡Pero las madres son tan débiles! Somos todo corazón, todo
corazón. Vamos, querida; tengo que ir a la parroquia a preguntar
por mistress Daubeny, pues me
temo que no esté muy bien. Es maravillosa la forma en que el
archidiácono lo soporta todo, maravillosa. Es el más agradable de
los maridos. Un modelo. Adiós, Gerald; déle
mis más cariñosos recuerdos a su madre.
MISTRESS
ALLONBY.––Adiós, míster Arbuthnot.
GERALD.––Adiós. (Salen lady Hunstanton
y mistressAllonby. Gerald se
sienta y lee su carta) ¿Con qué
nombre pudo firmar? No tengo derecho a ninguno. (Firma,
pone la carta en un sobre, escribe las señas y va a cerrarla cuando
se abre la puerta de la izquierda y entra
mistressArbuthnot. Gerald deja
el lacre. Madre e lijo se miran.)
LADY HUNSTANTON.––(A través
del ventanal del fondo.) Adiós
otra vez, Gerald. Nos vamos
acortando camino por su bonito jardín.Y recuerde mi consejo...
Márchese con Lord Illingworth.
MISTRESS
ALLONBY.––«Au revoir», míster Arbuthnot. Acuérdese
de traerme algo de sus viajes; pero no un chal de la India; eso
no. (Salen.)
GERALD.––Mamá,
acabo de escribirle.
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿A
quién?
GERALD.––A
mi padre. Le he escrito para decirle que venga aquí esta tarde a las
cuatro.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No
vendrá. No entrará en mi casa.
GERALD.––Debe
venir.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Gerald, si vas a irte con Lord Illingworth,
vete inmediatamente. Antes que yo muera de dolor; pero no me pidas
que lo vea.
GERALD.––Mamá,
no me entiendes. Nada en el mundo me inducirá a irme
con Lord Illingworth o a dejarte
a ti. Me conoces lo bastante bien para saber eso. No; le he escrito
para decirle...
MISTRESS
ARBUTHNOT.––¿Qué puedes tú decirle?
GERALD.––¿No
puedes adivinar lo que he escrito en esta carta, mamá?
MISTRESS ARBUTHNOT.––No.
GERALD.––Mamá,
claro que puedes. Piensa, piensa lo que tiene que suceder ahora,
inmediatamente, uno de estos días.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No
tiene que suceder nada.
GERALD.––Le
he escrito a Lord Ilhngworth para
decirle que se case contigo.
MISTRESS ARBÚTHNOT.––¿Casarse
conmigo?
GERALD.––Mamá,
lo obligaré a hacerlo. El mal que te ha hecho debe ser reparado. Hay
que hacer justicia. La justicia puede ser lenta, mamá, pero al fin
llega. Dentro de unos días serás la legítima esposa
de Lord Illingworth.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Pero, Gerald...
GERALD.––Insistiré
hasta que lo haga. Lo obligaré. No se atreverá a negarse.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Pero, Gerald, soy
yo quien se niega. No quiero casarme con Lord Illingworth.
GERALD.––¿No
quieres casarte con él? ¡Mamá!
MISTRESS ARBUTHNOT.––No
quiero casarme con él.
GERALD.––Pero
no entiendes. Es por ti por lo que quiero que esto se haga, no por
mí. Este matrimonio, este matrimonio necesario, este matrimonio que
por razones obvias debe llevarse a cabo, no me ayudará a mí, no me
dará el nombre que realmente tengo derecho a llevar. Pero
seguramente será algo para ti el que tú, mi madre, aunque tarde,
seas la esposa del hombre que es mi padre. ¿No significa eso nada?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No quiero casarme con él.
GERALD.––Mamá,
debes hacerlo.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No lo haré. Hablas de una compensación por el
mal que me ha hecho. ¿Qué compensación podría encontrar yo?
No hay compensación posible. Estoy degradada. Él no. Eso es todo.
Es la historia corriente de un hombre y una mujer, como ocurre
siempre.Y el final es el final de siempre la mujer sufre; el hombre
queda libre.
GERALD.––No
sé si será el final de siempre, mamá; espero que no. Pero tu vida,
al menos, no terminará así. El hombre dará todas las reparaciones
posibles. No es suficiente. Eso no borra el pasado, ya lo sé.
Pero al menos marca un futuro mejor, mejor para ti, mamá.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Me
niego a casarme con Lord Illingworth.
GERALD.––Si
viniese él mismo a pedirte que fueras su mujer, le darías una
contestación diferente. Recuerda que es mi padre.
MISTRESS ARBÜTHNOT.––Si
viniese él mismo, lo cual no hará, mi contestación sería la
misma. Recuerda que yo soy tu madre.
GERALD.––Mamá,
haces mi intención terriblemente dificil al hablar así, y no puedo
entender por qué no quieres ver este asunto desde el punto de
vista del derecho, desde el punto de vista lógico. Es para borrar
toda la amargura de tu vida, para borrar la sombra que oculta tu
nombre, para eso es para lo que debe tener lugar tu matrimonio.
No hay alternativa; y después del matrimonio tú y yo podemos irnos
juntos. Pero primero debe celebrarse éste. Es un deber que
tienes que cumplir no sólo por ti, sino por todas las demás
mujeres... Sí; para que él no pueda deshonrar a ninguna otra.
MiSTRESS
ARBUTHNOT.––No tengo que hacer nada por las demás mujeres. Ni
una sola me ayudó. No hay una sola mujer en el mundo a la que yo
pueda pedir piedad, si la quisiera, o simpatía, si la pudiera
ganarla. Las mujeres son duras entre sí. Anoche esa muchacha, con
todo lo buena que es, escapó de la habitación como si yo fuese una
cosa corrompida. Tenía razón. Estoy corrompida. Pero mis
errores son míos, y puedo soportarlos sola. Debo soportarlos sola.
¿Qué tienen que ver conmigo las mujeres que no han pecado, ni yo
con ellas? No nos comprendemos. (Entra
Hester por el fondo, a espaldas de ellos.)
GERALD.––Te
imploro que hagas lo que te pido.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––¿Qué hijo pidió nunca a su madre que hiciese un
sacrificio tan horrible? Ninguno.
GERALD.––¿Qué
madre se negó a casarse con el padre de su propio hijo? Ninguna.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Déjame
entonces que sea la primera. No lo haré.
GERALD.––Mamá,
tú crees en la religión y me educaste para que yo también
creyese en ella. Bien; pues tu religión, la religión que me
enseñaste cuando yo era pequeño, mamá, debe decirte que tengo
razón. Lo sabes, te das cuenta de ello.
MISTRESS
ARBÜTHNOT.––No lo sé. No me doy cuenta, ni iré ante el altar
de Dios para pedirle que bendiga una burla tan horrible como sería
mi matrimonio con George Harford.
No diré las palabras que la Iglesia ordena decir. No las diré. No
podría atreverme. ¿Cómo podría jurar amar a un hombre que odio,
honrar a un hombre que me ha traído el deshonor, obedecer al que con
su experiencia me hizo pecar? No; el matrimonio es un sacramento para
los que se aman mutuamente. No es para seres como él y como
yo. Gerald, para salvarte de las
burlas y las imprecaciones del mundo he mentido al mundo. Le he
mentido durante veinte años. No podía decirle al mundo la
verdad. ¿Quién lo hubiera hecho? Pero no iré a mentir a Dios y en
presencia de Dios. No, Gerald, ningún
acto regulado por la Iglesia o el Estado podrá unirme
a George Harford. Puede ser que
esté ya demasiado unida a él, que, después de robarme, me abandonó
más rica, pues hallé la más preciada perla en mi vida o lo
que yo creí que lo era.
GERALD.––Ahora
no te entiendo.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Los hombres no entienden lo que son las madres.Yo no
soy diferente a las otras mujeres, excepto en el mal que me han
hecho y el mal que hice yo, y en mi enorme castigo y mi gran
desgracia. Sin embargo, por ti he tenido que mirar a la muerte. Para
criarte he combatido con ella. La muerte luchó conmigo por ti.Todas
las mujeres tenemos que luchar con la muerte para guardar a
nuestros hijos. La muerte que no tiene hijos quiere los hijos de los
demás. Gerald, cuando estabas
desnudo, yo te vestí; cuando tuviste hambre, yo te di de comer. Te
cuidé noche y día durante todo el largo invierno. No hay tarea ni
cuidado demasiado pequeños para el ser que las mujeres amamos...Y,
¡oh! ¡Cómo te amaba yo! Más de lo que Ana amó a Samuel.Y tú
necesitabas amor, porque eras débil, y sólo el amor podía
hacerte vivir. Sólo el amor puede hacer vivir a cualquiera. Y
los niños generalmente no se preocupan y causan dolor, y nosotras
siempre pensamos que cuando sean hombre y nos conozcan mejor nos
compensarán. Pero no es así. El mundo los aleja de nuestro lado, y
ellos se hacen amigos con los cuales son más felices que con
nosotras y tienen diversiones en las que nosotras no contamos e
intereses que no son los nuestros, y frecuentemente son injustos con
nosotras, porque cuando encuentran amarga la vida nos hacen reproches
y cuando la encuentran dulce no dejan que compartamos con ellos su
dulzura... Has tenido muchos amigos, has ido a sus casas y te has
divertido con ellos, mientras que yo, con mi secreto, no me
atrevía a seguirte, sino que me quedaba en casa, cerraba la puerta y
permanecía en tinieblas. Mi pasado estaba conmigo... Y tú
creíste que no me preocupaban las cosas agradables de la vida. Pues
las deseaba, pero no me atrevía a tocarlas, sintiendo que no
tenía derecho. Creíste que yo era más feliz trabajando entre los
pobres. Imaginaste que ésa era mi misisón.
No lo era. Pero ¿qué iba a hacer? El enfermo no pregunta si la mano
que arregla su almohada es pura, ni al moribundo le preocupa si
los labios que tocan su frente han conocido el beso del pecado. Era
en ti en quien yo pensaba todo el tiempo; les di a ellos el amor que
tú no necesitabas; les di un amor que no era suyo... Y tú creíste
que yo ocupaba mucho tiempo en estar en la iglesia y en hacer mis
deberes religiosos. Pero ¿dónde podía ir? La casa de Dios es la
única en que los pecadores son bienvenidos, y tú siempre estabas en
mi corazón, Gerald, demasiado
dentro de mi corazón. Porque aunque día tras día me he arrodillado
en la casa de Dios, nunca me he arrepentido de mi pecado. ¿Cómo
podía arrepentirme de mi pecado si tú, mi amor, eres su fruto? Aun
ahora que eres duro conmigo no me arrepiento.
No.Tú eres para mí más que la inocencia. Prefiero infinitamente
ser tu madre que haber sido siempre pura. ¡Oh! ¡Lo prefiero! ¿No
ves? ¿No te das cuenta? Es mi deshonor lo que me ha hecho
quererte tanto. Es mi desgracia la que me ha unido tanto a ti.
Es el precio que he pagado por ti, el precio de mi alma y de mi
cuerpo lo que ha hecho que te ame como te amo. ¡Oh! No me pidas que
haga esa cosa horrible. ¡Eres el hijo de mi vergüenza; síguelo
siendo!
GERALD.––Mamá,
no sabía que me querías tanto. Y seré un hijo mejor de lo que he
sido.Y tú y yo nunca debemos separarnos... Pero, mamá... No lo
puedo evitar... Debes ser la esposa de mi padre. Debes casarte con
él. Es tu deber.
HESTER.––(Adelantándose
y abrazando a mistressArbuhnot.) No,
no; no lo hará usted. Eso sería un verdadero deshonor, el
primero que hubiese usted conocido. Sería una verdadera desgracia,
la primera que padecería. Déjele y venga conmigo. Hay otros países
además de Inglaterra... ¡Oh! Otros países tras el océano que son
mejores, más buenos y menos injustos. El mundo es muy ancho y
extenso.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Pero
no para mí. Para mí es como la palma de la mano, y por donde yo
ando hay espinas.
HESTER.––No
será así. En algún sitio encontraremos verdes campiñas y agua
fresca, y si tenemos que llorar, lloraremos juntas. ¿No lo
amamos las dos?
GERALD.––¡Hester!
HESTER.––(Rechazándolo.) ¡No,
no! No puede amarme a mí si no la ama también a ella. No puede
honrarme a mí si a ella no la cree una santa. En ella han sufrido
martirio todas las mujeres. No es ella sola, sino todas nosotras
las que nos sentimos destrozadas en ella.
GERALD.––Hester,
Hester, ¿qué debo hacer?
HESTER.––¿Respeta
al hombre que es su padre?
GERALD.––¿Respetarle?
¡Lo desprecio! Es un infame.
HESTER.––Gracias
por salvarme anoche de él.
GERALD.––¡Ah!
Eso no es nada. Moriría por salvarla a usted. ¡Pero no me dice lo
que ahora debo hacer!
HESTER.––¿No
le he dado las gracias por su ayuda?
GERALD.––Pero
¿qué debo hacer?
HESTER.––Pregúntele
a su corazón, no al mío. Nunca he tenido una madre que proteger o
afligir.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Es cruel..., cruel. Déjeme que me vaya.
GERALD.––(Se abalanza
hacía su madre y se pone
de rodillas junto a ella.) Mamá,
perdóname. He estado ciego.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No me beses las manos; están frías. Mi corazón
también lo está; algo se ha roto en él.
HESTER.––¡Ah!
No diga eso. Los corazones reviven al ser heridos. El placer puede
convertir un corazón en piedra, la riqueza puede endurecerlo;
pero el dolor... ¡Oh! El dolor no puede romperlo. Además, ¿qué
dolor tiene usted ahora? En este momento él la quiere más que
nunca, la quiere como antes... ¡Oh! ¡La ha querido a usted siempre!
Sea buena con él.
GERALD.––Eres
mi madre y mi padre en la misma persona. No necesito un segundo
padre. Era por ti por quien hablaba, sólo por ti. ¡Oh! Di algo,
mamá. ¿He encontrado un amor para perder otro? Dímelo. ¡Oh! Mamá,
eres cruel. (Se levante y se
arroja llorando en el sofá.)
MISTRESS ARBUTHNOT.––(A
Hester.) Pero ¿ha encontrado
realmente otro amor?
HEsTER.––Usted
sabe que lo he amado siempre.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Pero nosotros somos muy pobres.
HESTER.––¿Quién
es pobre cuando es amado? ¡Oh! Nadie. Odio mis riquezas. Son una
carga. Déjele compartirlas conmigo.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Pero estamos deshonrados. Nuestro lugar está entre
los parias. Gerald no tiene
nombre. El pecado de los padres ha caído sobre el hijo. Es la
ley de Dios.
HESTER.––Yo
estaba equivocada. La ley de Dios es sólo el amor.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––(Se levanta y coge a
Hester de la mano. Va lentamente hasta donde está Gerald en
el sofá, con el rostro entre las manos. Le toca y él la
mira.) Gerald, no puedo darte
un padre, pero te he traído una esposa.
GERALD.––Mamá,
no soy digno de ella ni de ti.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Ella
viene a ti porque eres digno. Y cuando estés
lejos, Gerald..., con... ella...
¡Oh! Acuérdate de mí. No me olvides.Y cuando reces, reza por mí.
Hay que rezar cuando se es feliz, y tú serás feliz, Gerald.
HESTER.––¡Oh!
¿No pensará dejarnos?
GERALD.––Mamá,
¿no querrás dejarnos?
MISTRESS ARBUTHNOT.––¡Yo
podría avergonzaros!
GERALD.––¡Mamá!
MISTRESS ARBUTHNOT.––Entonces
solamente algún tiempo, y si después queréis, con vosotros para
siempre.
HESTER.––(A mistress Arbuthnot.) Salga
con nosotros al jardín.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Más tarde, más tarde. (Salen
Hester y Gerald. Mistress Arbuthnot
va hacia la puerta de la izquierda. Se detiene ante el espejo que hay
sobre el estante de la chimenea y se mira en él. Entra Alice por
la derecha.)
ALICE.––Un
caballero quiere verla, señora.
MIsTREss
ARBUTHNOT.––Dígale que no estoy en casa. Enséñame su
tarjeta. (Coge la tarjeta de la bandeja
y la mira.) Dígale que no quiero verlo. (Entra Lord Illingworth.
MistressArbuthnot lo ve por el espejo y se estremece, pero no se
vuelve. Alice sale.) ¿Qué
tienes que decirme hoy, George Harford?
No puedes tener nada que decirme. Debes abandonar esta casa.
LORD
ILLINGWORTH.––Rachel, ahora Gerald lo
sabe todo acerca de ti y de mí, así que debemos hacer un arreglo
que nos convenga a los tres.Te aseguro que él encontrará en mí
al más encantador y generoso de los padres.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Mi hijo puede venir en cualquier momento. Te salvé
anoche. No seré capaz de salvarte otra vez. Mi hijo siente muy
dentro de él mi deshonor, terriblemente dentro. Te ruego que te
vayas.
LORD ILLINGWORTH.––Anoche
ocurrió algo desafortunado. Esa tonta muchacha puritana hizo
una escena sólo porque quise besarla. ¿Qué mal hay en un beso?
MISTRESS ARBUTHNOT.––(Volviéndose.) Un
beso puede arruinar una vida humana, George Harford.Yo
lo sé. Lo sé demasiado bien.
LORD ILLINGWORTH.––No
discutamos eso ahora. Lo que hoy importa es nuestro hijo. Me agrada
mucho, como sabes, y aunque te extrañe, me admiró su conducta de
anoche. Se decidió con gran prontitud a defender a esa bonita
gazmoña americana. Es justo como me hubiera gustado que fuese un
hijo mío. Excepto que ningún hijo mío debería ponerse del lado de
los puritanos; eso es siempre un error. Ahora lo que me propongo
es...
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Ninguna proposición tuya me interesa.
LORD
ILLINGWORTH.––De acuerdo con nuestras ridículas leyes
inglesas no puedo legitimar a Gerald. Pero
puedo dejarle mis propiedades. Illingworth está incluido, desde
luego, pero es una aburrida barraca. Puede quedarse con Ashby,
que es mucho más bonito, con Harborough, que es el mejor coto
de caza del norte de Inglaterra, y con la casa
de Saint James Square. ¿Qué
más puede desear un hombre en este mundo?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Nada
más, estoy segura.
LORD ILLINGWORTH.––En
cuanto a título, el título es realmente una carga en estos tiempos
democráticos. Como George Harford
tenía todo lo que quería. Ahora sólo tengo lo que quieren los
demás, lo cual no es tan agradable. Bien; mi propósito es éste...
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Te he dicho que no me interesa, y te he pedido que te
vayas.
LORD ILLINGWORTH.––El
muchacho estará seis meses al año contigo y los otros seis conmigo.
Es perfectamente lógico, ¿no? Tú puedes tener la renta que
quieras y vivir donde gustes. En cuanto a tu pasado, nadie sabe nada
de él, excepto Gerald y yo. Está
la puritana, desde luego, la puritana de la blanca muselina, pero
ella no cuenta. No podrá contar la historia sin explicar que se
opuso a ser besada.Y todas las mujeres pensarían que era tonta y los
hombres que era aburrida. Y no tienes que temer que Gerald no
sea mi heredero. Yo necesito decirte que no tengo ni las más ligera
intención de casarme.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Llegas demasiado tarde. Mi hijo no te necesita. No le
eres necesario.
LORD
ILLINGWORTH.––¿Que quieres decir, Rachel?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Que
no eres necesario para el porvenir de Gerald. No
te necesita.
LORD
ILLINGWORTH.––No te
entiendo.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Mira
al jardín. (Lord Illíngworth
se levanta y va hacia la ventana.) Sería
mejor que no te viera; le traerías recuerdos
desagradables. (Lord Illingworth
mira hacia fuera y se estremece.) Ella
lo ama. Ambos se aman. Estamos a salvo de ti y nos vamos a marchar.
LORD ILLINGWORTH.––¿Adónde?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No te lo diremos, y si nos encuentras, no te
conoceremos. Pareces Sorprendido. ¿Qué bienvenida podrías esperar
de la muchacha cuyos labios intentaste manchar, del muchacho cuya
vida llenaste de vergüenza, de la madre cuyo deshonor se debe a
ti?
LORD
ILLINGWORTH.––Te has vuelto
muy dura, Rachel.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Una vez fui demasiado débil. Gracias a Dios he
cambiado.
LORD
ILLINGWORTH.––Yo era muy joven entonces. Los hombres conocemos la
vida demasiado pronto. MISTRESS ARBUTHNOT.––Y las mujeres
demasiado tarde. Ésa es la diferencia entre unos y otros. (Una
pausa.)
LORD ILLINGWORTH.––Rachel,
quiero mi hijo. Ahora mi dinero no le hace falta, pero yo quiero mi
hijo. Unámonos, Rachel. Puedes
hacerlo, si quieres. (Ve la
carta sobre la mesa.)
MISTRESS ARBUTHNOT.––No
hay lugar para ti en la vida de mi hijo. No se interesa por ti.
LORD
ILLINGWORTH.––Entonces, ¿por qué me escribe?
MISTRESS ARBUTHNOT.––¿Qué
quieres decir?
LORD ILLINGWORTH.––¿Qué
es esta carta? (Coge la carta.)
MISTRESS
ARBUTHNOT. Eso...; nada. Dámela.
LORD
ILLINGWORTH.––Está dirigida a mí.
MISTRESS ARBUTHNOT.––No
la abras. Te lo prohíbo.
LORD ILLINGWORTH.––Y
es la letra de Gerald.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No iba a ser enviada. La escribió esta mañana antes
de verme. Pero ahora lamenta haberla escrito, lo lamenta mucho. No la
abras. Dámela.
LORD
ILLINGWORTH.––Me pertenece. (La
abre, se sienta y la lee lentamente. Mistress Arbuthnot
lo observa todo el tiempo.) ¿Supongo
que tú ya las habrás leído, Rachel?
MISTRESS ARBUTHNOT.––No.
LORD
ILLINGWORTH.––¿Sabes lo que dice?
MISTRESS ARBUTHNOT.––¡Sí!
LORD
ILLINGWORTH.––No admito ni por un instante que el muchacho tenga
razón en lo que dice. No admito que sea mi deber casarme contigo. No
estoy de cuerdo en absoluto. Pero para recuperar a mi hijo estoy
dispuesto... Sí, estoy dispuesto a casarme contigo, Rachel..., y
a tratarte siempre con la deferencia y respetos debidos a una
esposa. Me casaré contigo tan pronto como quieras. Te doy mi palabra
de honor.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Antes
ya me lo prometiste una vez y no lo cumpliste.
LORD ILLINGWORTH.––Lo
haré ahora. Y eso
te demostrará que quiero a mi hijo, al menos tanto como tú.
Porque si me caso contigo, Rachel, tendré
que renunciar a algunas ambiciones. Ambiciones elevadas, si es que
existen las ambiciones elevadas.
MISTRESs
ARBÜTHNOT.––Me niego a casarme contigo.
LORD
ILLINGWORTH.––¿Hablas en serio?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Sí.
LORD
ILLINGWORTH.––¿Por qué razones? Me interesan enormemente.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Ya
se las he explicado a mi hijo.
LORD
ILLINGWORTH.––Supongo que serán muy sentimentales, ¿no?
Las mujeres vivís por y para vuestras emociones. No
poseéis filosofia de
la vida.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Tienes razón. Las mujeres vivimos por y para
nuestras emociones. Por y para nuestras pasiones, si lo
quieres.Yo tengo dos pasiones: el amor hacia mi hijo y el odio hacia
ti. Tú no puedes borrarlas. Se alimentan entre sí.
LORD
ILLINGWORTH.––¿Qué clase de amor es ése que necesita tener el
odio por hermano?
MISTRESS ARBUTHNOT.––La
clase de amor que yo tengo por Gerald. ¿Crees
que es terrible? Bien; lo es. Todo amor es terrible. Todo amor es una
tragedia. Yo te
amé una vez. ¡Qué tragedia es para una mujer haberte amado!
LORD
ILLINGWORTH.––¿Te niegas a casarte conmigo?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Sí.
LORD
ILLINGWORTH.––¿Porque me odias?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Sí.
LORD
ILLINGWORTH.––¿Y mi hijo me odia como tú?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No.
LORD
ILLINGWORTH.––Me alegro de oír eso, Rachel.
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Simplemente, te desprecia.
LORD
ILLINGWORTH.––¡Qué lástima! Qué lástima para él, quiero
decir.
MISTRESS ARBUTHNOT.––Los
hijos empiezan por amar a sus padres. Después los juzgan. Raramente
los perdonan.
LORD ILLINGWORTH.––(Lee
la carta otra vez muy lentamente.) ¿Puedo
preguntarte qué argumentos has usado para hacer que el muchacho que
ha escrito esta carta, esta bella y apasionada carta, dejase de creer
que debías casarte con su padre, con el padre de tu hijo?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––No he sido yo la que lo ha convertido. Ha sido otra.
LORD ILLINGWORTH.––¿Y
quién es esa criatura «fin de siécle»?
MISTRESS ARBUTHNOT.––La
puritana.
LORD
ILLINGWORTH.––(Frunce el ceño,
luego se levanta lentamente y va hacia la mesa donde está su
sombrero y sus guantes. Mistress Arbuthnot
permanece junto a la mesa. El coge uno de sus guantes y empieza a
ponérselo.) Entonces ¿ya no
tengo nada que hacer aquí, Rachel?
MISTRESS ARBUTHNOT.––Nada
.
LORD ILLINGWORTH.––¿Es
un adiós?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Espero que esta vez para siempre.
LORD ILLINGWORTH.––¡Qué
curioso! En este momento estás igual que la noche que me
dejaste, hace veinte años. Tienes la misma expresión en la
boca. Te doy mi palabra, Rachel, que
ninguna mujer me ha amado como tú.Tú te diste a mí como una flor
para que yo hiciese con ella lo que quisiera. Fuiste el más bonito
de los juguetes, la más fascinante de las novelas... (Saca
su reloj.) ¡Las dos menos cuarto!
Debo volver a Hunstanton. Supongo que no volveré a verte. Lo siento,
lo siento de veras. Es una experiencia
divertida encontrarse entre las personas de nuestro mismo rango y
tratando muy seriamente a la querida de uno y a
su... (Mistress Arbuthnot
coge el guante y cruza la cara de Lord Illingworth
con él. Lord Illingworth
se estremece. Le turba lo insultante del castigo. Por fin se
controla, va hacía la ventana y mira a su hijo. Suspira y abandona
la habitación.)
MISTRESS
ARBUTHNOT.––Lo hubiera dicho. Lo hubiera
dicho. (Entran Gerald y
Hester desde el jardín.)
GERALD.––Bueno,
querida mamá. Después de todo no has salido, así que venimos a
buscarte. Mamá, ¿has estado llorando? (Se
arrodilla junto a ella.)
MISTRESS
ARBUTHNOT.––¡Hijo mío! ¡Hijo mío! ¡Hijo mío! (Le
acaricia el cabello.)
HESTER.––(Acercándose.) Pero
ahora tiene usted dos hijos. ¿Me quiere como hija?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––(Levantando la
vista.) ¿Me quiere usted como
madre?
HESTER.––A
usted entre todas las mujeres que he conocido. (Van
hacia la puerta que da al jardín rodeándose mutuamente la cintura
con el brazo. Gerald va
hacía la mesa de la izquierda a por su sombrero. Al volverse ve el
guante de Lord Illingworth
en el suelo y lo recoge.)
GERALD.––Mamá,
¿qué guante es éste? ¿Has tenido una visita? ¿Quién era?
MISTRESS
ARBUTHNOT.––(Volviéndose.) ¡Oh!
Nadie. Nadie en particular. Un hombre sin importancia.