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9/10/21

Japonchina. Edith Ibarra.

  

 

 


 

 

Japonchina 


Edith Ibarra 

 

Contacto: 

© INDAUTOR 

 

 

 

  1. La llegada a la puerta de embarque.  

Espacio en blanco. Desnudo. Lleno de niebla. Se escucha Music for airports de Brian Eno. 

Voz en off. —Pasajeros con destino a Japonchina, favor de pasar al andén ocho bis, puerta C, pasillo diecinueve.  

Una mujer sale de una nube de humo. Mira a su alrededor. El espacio está completamente vacío. No sabe dónde se encuentra. 

Voz en off. — Pasajeros con destino a Japonchina, favor de pasar al andén ocho bis, puerta C, pasillo diecinueve. El vuelo está a punto de despegar. 

La mujer susurra. — ¿Japonchina? 

Voz en off. —La pasajera que susurró Japonchina debe presentarse en el andén ocho bis, puerta C, pasillo diecinueve. Su vuelo está a punto de despegar. 

La mujer. — ¿Cuál vuelo? 

Voz en off desesperada. — La pasajera que preguntó por el vuelo preséntese inmediatamente en el andén ocho bis, puerta C, pasillo diecinueve. Estamos a punto de despegar. 

La mujer. —Yo no pienso viajar.  

Sale una mujer con un magnetófono en la cabeza. —Podría dejar de detener el vuelo y subir de una vez.  

La mujer. — ¿Cuál vuelo?  

Voz en off. —Suba de una vez. 

La mujer. —No. 

Voz en off. —Súbanla 

Oscuro.  

Voz en off. — ¿Habrá alguien que suba sin resistencia? 

 

 

  1. En el pasillo de abordar. 

La mujer, ahora la viajera obligada, camina sobre un pasillo que se antoja enormeLa niebla es abundante. En el otro extremo del pasillo se encuentra una azafata que le habla como azafata; falsamente amable. 

La azafata gritando. — ¡Corra! ¡El avión está por despegar! 

La viajera obligada. — ¿El avión? 

La azafata gritando. — ¡Corra! No podemos perder más tiempo.  

La viajera obligada. — A mí nadie me... 

La azafata gritando. — ¡Corra! Ya no la podemos esperar más.  

La viajera obligada corriendo. — ¿Y mis maletas 

La azafata gritando. —A Japonchina se va ligero.  

La viajera obligada se detiene. —¿Por qué tengo que viajar? 

La azafata gritando. — ¡Disfrute las sorpresas! A veces caen del cielo de una en una.  

La viajera obligada asustada. — ¡Estoy en pijama! 

La azafata gritando. — ¡Corra!  

La viajera obligada. — No voy a correr. 

La azafata gritando. — ¡Corra! Piense en los demás. 

La viajera obligada. — ¿Los demás?  

La azafata gritando. —Todos quieren que corra. 

La viajera obligada gritando también. —No voy a correr. 

La azafata en tono amenazante. —Su mamá también quiere que corra.  

La viajera obligada. — ¿Mi mamá está en este viaje? 

La azafata gritando. —Sí. Ha preguntado muchas veces por usted. ¡Corra! Ya queremos verla llegar.  

La viajera obligada. — ¿Llegar a dónde? 

La azafata. —Corra. Sus amigas quieren que corra. 

La viajera obligada susurrando. — ¿Ellas estáaquí? 

La azafata. —Sí. Toda la gente que la ama quiere verla correr.  

La viajera obligada. — ¿Todos? 

La azafata. —Sí¡Corra! 

La viajera obligada empieza a correr.   

La azafata. — A todos nos hace bien verla correr. 

La viajera obligada corriendo. — ¿Y para qué corro? 

La azafata. —Para llegar. 

La viajera obligada sin dejar de correr. — ¿A dónde? 

La azafata. —A su nuevo destino.  

 

3. La viajera obligada llega corriendo a la entrada de un avión.   

La azafata. —Pase.  

La viajera obligada respirando agitada. — No estoy muy segura de querer entrar.  

La azafata. — ¡Todos la están esperando! 

La viajera obligada. — Esto es como una fiesta sorpresa.  

La azafata. —Algo así 

La viajera obligada. — Pero nunca me han gustado las fiestas sorpresas. 

 La azafata. —Hoy no tiene opción. Usted va a viajar con nosotros. 

La viajera obligada pensando en voz alta. —Puedo correr de vuelta 

La azafata. —Demasiado tarde. Bienvenida al vuelo JC 2352 con destino a Japónchina. La invitamos a ocupar su lugar y seguir cada una de las instrucciones de nuestro equipo a bordo.  

La viajera obligada duda. La azafata la jala y la mete. Oscuro. 

 

 

4. Todo está lleno de niebla. 

 

Fade in de luzEl espacio es enorme y sólo se ve un asiento. La viajera obligada ocupa el lugar.  

La azafata. — Buenos días, estimados pasajeros. El capitán del aire y la tripulación, en nombre de la aerolínea, les damos la más cordial bienvenida a este avión con destino a Japonchina. Volaremos a una altitud de veinte mil metros, con una velocidad de mil ciento veinticuatro kilómetros por hora, según el viento estacional. La duración aproximada del vuelo será de un sueño con tres pesadillas, a partir del momento del despegue. Por favor, hagan uso de los cinturones de seguridad, pongan el respaldo de su asiento en posición vertical y plieguen sus mesitas  

La viajera obligada interrumpiendo. —Mi asiento no tiene mesita. 

La azafata se molesta por la interrupción y decide ignorarla. —Este avión está provisto de veinticuatro salidas de emergencia. Doce de ellas se encuentran en la parte delantera de la cabina, seis más están situadas en las ventanillas y las seis últimas en la parte trasera del avión. Todas ellas están señalizadas con un cartel rojo que dice SA-LI-DA. Les recomendamos localizar las salidas de emergencia más cercanas a sus asientos. Las máscaras de oxígeno se encuentran arriba de ustedes y caerán en caso de desesperación. Coloquen la máscara en su cara, ajústenla y respiren como si fueran osos. Los chalecos salvavidas se encuentran en la parte lateral de sus asientos. La parte delantera está claramente identificada con una bandera azul. Para inflarlo tiren de las cadenas y si eso fallara… La azafata levanta los hombros. Se les recuerda que el chaleco salvavidas no debe ser inflado dentro del avión. De ser así, nos veremos obligados a expulsarlos por una turbina. Delante de su asiento encontrarán una copia de estas instrucciones que les acabo de señalar.Léanlas cuantas veces sea necesario. Gracias por volar con nosotros. Les deseamos un viaje inolvidable. 

La viajera obligada pensando en voz alta. — ¿Qué película irán a pasar? 

La voz de la azafata a lo lejos. —Lo siento. No ponemos películas. Nadie estaba conforme con nuestra selección así que decidimos dejar de hacerlo. Puede leer la revista del avión. 

La viajera obligada. —Esas revistas son aburridísimas. 

La azafata se acerca con la revista. —Hojéela. Nada pierde. Se va. 

La viajera obligada la hojea. —Lo de siempre: anuncios, hoteles de mil estrellas, zapatos carísimos paraísos inaccesibles para mí. Se detiene 

La azafata llega con el carrito de alimentos.  

La viajera obligada. — ¿Quién es él? 

La azafata. —El capitán del aire. 

La viajera obligada. —Es guapo. 

La azafata. — ¿Usted cree? 

La viajera obligada. —Sí 

La azafata dudando. —Yo no lo veo guapo. Tiene los dientes amarillos, los dos colmillos muy pronunciados, empieza a quedarse a calvo y su  barba está llena de canas. 

La viajera obligada sonriendo. —Tiene razón. No es tan guapo, pero a mí me gusta.  

La azafata. — ¿Ya vio cómo se describe? 

La viajera obligada. —Sí. Eso fue lo que me llamó la atención. 

La azafata. —Es un hombre simpático. 

La viajera obligada. — ¡Me gustaría conocerlo! 

La azafata. —Me temo que será imposible. 

La viajera obligada. — ¿Por qué? 

La azafata. — Porque el capitán no puede distraerse. 

La viajera obligada. —Sólo será un momento.  

La azafata. — No puede ser. 

La viajera obligada. —Puede poner el piloto automático…  

La azafata sonriendo. —Eso sólo lo hacen en las películas¿Huevos con manzana o molletes de atún? 

La viajera obligada. — ¿Ese es el desayuno? 

La azafata. —SíSosteniendo dos charolitas¡Elija!  

La viajera obligada. —Quiero una visita a la cabina del capitán. 

La azafata. —Ya le dije que eso no es posible.  

Oscuro. 

 

 

5La visita a la cabina del capitán. 

La viajera obligada en la cabina. — ¡Buenas tardes! 

El capitán del aire mirando los supuestos controles de la cabina. —Buenos días, querrá decir. 

La viajera obligada. —Cierto, es la hora del desayuno.  

El capitán del aire. — ¿En qué le puedo servir? 

La viajera obligada. —Quería saber que es estar cerca de un capitán. 

El capitán del aire. — ¿Es la primera vez que vuela? 

La viajera obligada. —No. Lo he hecho varias veces. 

El capitán del aire. — ¡Ah! Le gusta volar. 

La viajera obligada. —Eso creo.  

El capitán del aire. — ¿Y cómo le gusta hacerlo? 

La viajera obligada. —Acompañada… y con bitácora de viaje. 

El capitán del aire. —No soy bueno con las bitácoras. 

La viajera obligada. —No se preocupe. A mí se me dan de manera casi natural. 

El capitán del aire sorprendido— ¿Eso supone que usted irá en todos mis vuelos? 

La viajera obligada. — ¿Así lo entendió? 

El capitán del aire. —Sí 

La viajera obligada. —Parece que eso quise decir, pero no, no es eso.  

El capitán del aire. — ¿Qué es lo que sí quiso decir? 

La viajera obligada. — Que yo puedo llevar la bitácora de este viaje. 

El capitán del aire. —Entonces usted la hará 

La viajera obligada. — ¿No quiere saber lo que no quise decir? 

El capitán del aire. — No. Si no lo quiso decir, ¿qué interés puede tener? 

La viajera obligada. — Tiene interés para mí. 

El capitán del aire. — Entonces dígaselo a usted. 

La viajera obligada. — Estoy cansada de hablar sola.  

El capitán del aire. — ¿No tiene una ardilla con quien platicar? 

La viajera obligada. — ¿Una ardilla? 

El capitán del aire. — Sí. Son escuchas geniales; aunque yo no platico con ardillas. Lo hago con mi doble imaginario.  

La viajera obligada sonríe. — ¿Y supone que eso es mejor? 

El capitán del aire. — Mejor que hablar solo, sí 

La viajera obligada. — ¿Usted por qué está solo? 

El capitán del aire. — Me gusta.  

La viajera obligada. — ¿Le gusta? 

El capitán del aire. — Sí¿Suena egoísta? 

La viajera obligada. — No. Suena triste. 

El capitán del aire. — ¿Por qué triste? 

La viajera obligada. — Pienso que la gente que está sola es a causa de un dolor muy grande. 

El capitán del aire. — Entonces le diré que no he encontrado a alguien que me haga creer que acompañado puedo estar mejor. Silencio de ambos¿Así suena menos triste? 

La viajera obligada. — No. Suena peor.  

El capitán del aire. — ¿Cómo llegó a nuestro avión? 

La viajera obligada. — Usted es de los que cambia la conversación.  

El capitán del aire. — ¿Quiere saber algo s? 

La viajera obligada. — ¿Por qué alguien le debe hacer creer que estar acompañado es mejor? ¿Por qué no lo cree usted? 

El capitán del aire. — Señorita, tengo bastantes certificados en caídas. Lo he intentado una y otra vez. Por ahora, prefiero volar solo. 

La viajera obligada. — ¿En algún momento deberá aterrizar? 

El capitán del aire. — Lo hago cuando el mundo se pone exigente.  

La viajera obligada. —Me gusta su sonrisa 

El capitán del aire. —Ya veo. ¿Y vino a mi cabina para decirme eso?  

La viajera obligada. — ¿Podría firmar mi revista? 

El capitán del aire firmándola— ¿Cómo entró aquí? 

La viajera obligada. —No lo sé. Estaba discutiendo con la azafata y de pronto ya estaba aquí. Yo quería saludarlo y ella me dijo que no podía molestarlo. Insistí porque quería su autógrafo; entonces ella extendió la mano para que le diera la revista y me aseguró que en algún momento se la haría firmar. Silencio. Lo del autógrafo es un pretexto en realidadQuería comprobar si usted era tan guapo como en la foto 

El capitán del aire. — Es usted intrépida.  

La viajera obligada sonríe 

El capitán del aire. — ¿Lo hace a menudo? 

La viajera obligada. — ¿Pedir autógrafos? 

El capitán del aire. —No. Entrar a las cabinas… 

La viajera obligada. —A veces siento que los ojos de ciertos hombres me llaman.  

El capitán del aire. — ¿Y los míos la llamaron? 

La viajera obligada. — Algo así 

El capitán del aire. —Es la primera vez que una mujer asalta mi lugar de trabajo. 

La viajera obligada. — ¿Le molesta? 

El capitán del aire. — No. Me perturba. 

La viajera obligada. —Quería que supiera que existo.  

El capitán del aire. — Ya lo veo.  

La viajera obligada. — ¿Puedo venir otra vez? 

El capitán del aire. — Sí, pero anuncie su visita. 

La viajera obligada. —La azafata no me dejará pasar. 

El capitán del aire. —Ya encontrará una manera. 

La viajera obligada. —Pensaré en usted… 

El capitán del aire. — ¿Cree en la telepatía? 

La viajera obligada. —No. 

El capitán del aire. —Entonces no funcionaráSilencio prolongado. 

La viajera obligada entiende que debe salir de la cabina— Una última cosa, Capitán¿Qué es Japonchina? 

El capitán del aire. — Ya lo sabrá 

Oscuro 

 

 

6. El encuentro con el hombre de la gabardina. 

La viajera obligada aparece caminando hacia su asiento. Junto a éste hay un hombre sentado. 

La viajera obligada un poco contrariada. — Con permiso, debo pasar a mi lugar.  

El hombre de la gabardina se levanta y la deja pasar ¡Buenos días! 

La viajera obligada muy seria al contestar. — ¡Buenos días! Se sienta. 

El hombre de la gabardina. — ¡Hace un calor endemoniado! 

La viajera obligada. — No me obligue a platicar con usted 

El hombre de la gabardina. — Sólo dije que hace un calor endemoniado. Si prefiere, piense que me lo dije a mí mismo.  

La viajera obligada pensando en voz alta. — Pensé que iba a viajar sola. 

El hombre de la gabardina. — ¿Le molesta mi presencia? 

La viajera obligada. — No. Sólo dije que pensé que iba a estar sola. 

El hombre de la gabardina. — Podríamos volver a empezar. 

La viajera obligada. — ¿Empezar qué? 

El hombre de la gabardina. — El encuentro. Si prefiere, yo puedo ser el que llega.  El hombre de la gabardina sale del área de los asientos. Después desaparece del escenario  

La viajera obligada. — Oiga, espere..Nuevamente pensando en voz alta¿Tendré que seguir su juego? Se sienta y poco a poco se cansa de esperar. — ¿dónde fue? Se para, espera un poco más. Da unos pasos. Seguro creyó que lo corrí. Mejor… Se sienta. Odio platicar con desconocidos. Todo ese parloteo inútil. Silencio. ¿Fui muy grosera?  No debí haberle prohibido platicar conmigo. ¡Pero odio hablar del calor! No estamos en un taxi. Y él no es un chofer. ¿O sí? Silencio¿Qué me costaba decirFinge una voz amable: “Ynunca tengo calor.” ¡Detesto que hablen del calor o del frío para empezar una conversación! ¿Qué no hay otros temas? Pudo haberme dicho: “¿Usted también va a Japonchina?” Entonces hubiera tenido toda mi atención. Pero hablar del calor. Y esa forma de decirlo: “hace un calor endemoniado” ¿Quién habla así? Los abuelitos. Espera un rato más. Después se levanta y se vaOscuro 

 

 

7. El hombre disfrazado de lobo.  

La viajera obligada entra nuevamente al área de asientos. Un hombre disfrazado de lobo está sentado en su lugar 

La viajera obligada se acerca enfadada. — Disculpe, está sentado en mi lugar.  

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Y qué le hace pensar que éste es su lugar? 

La viajera obligada. — No es que lo piense. Hace un momento estaba ahí 

El hombre disfrazado de lobo señalando— Allí hay un lugar desocupado. 

La viajera obligada. — Pero no es mi lugar.  

El hombre disfrazado de lobo. — No hay nada que me diga que éste es su lugar. 

La viajera obligada. — Que yo se lo diga, ¿no significa nada para usted? 

El hombre disfrazado de lobo. — No.  

La viajera obligada insistiendo. —Éste es mi lugar. 

El hombre disfrazado de lobo. — Nada me dice que este lugar estaba ocupado por usted 

La viajera obligada. — Entonces, ¿no se va a quitar? 

El hombre disfrazado de lobo. — No. 

La viajera obligada susurra. — ¿Dónde está la azafata? 

El hombre disfrazado de lobo. — Aquí no hay azafatas.  

La viajera obligada. — ¿como usted no ha visto a la azafata, entonces no hay azafata? 

El hombre disfrazado de lobo. — ¡Vaya que quiere pelear! 

La viajera obligada. — No quiero pelear. Pero no pienso dejar que patanes como usted me quiten mi lugar. 

El hombre disfrazado de lobo. — Y yo no pienso tratar con tontas como usted. 

La viajera obligada. — ¿Tonta? 

El hombre disfrazado de lobo. — Corrijo. Tonta caprichosa como usted. 

La viajera obligada. — No es un capricho. Usted está sentado en mi lugar.  

El hombre disfrazado de lobo. —Puede sentarse en éste otro. 

La viajera obligada. — Pero yo estaba sentada ahí. 

El hombre disfrazado de lobo. — Es lo mismo. Sólo es un lugar. 

La viajera obligada. — Y si sólo es un lugar, ¿por qué no se cambia? 

El hombre disfrazado de lobo. — Porque no quiero. 

La viajera obligada. — Y deberé viajar con usted 

El hombre disfrazado de lobo. — No. Puede irse cuando quiera. 

Oscuro. 

  

La viajera obligada camina apresuradamente entre la niebla. — Capitán, venga pronto. Un hombre se niega a darme mi lugar. Capitán, capitán, ¿dónde estáOscuro. 

La viajera obligada se encuentra nuevamente en el área de asientos. El hombre disfrazado de lobo se encuentra, para su sorpresa, en el otro asiento— ¡No lo puedo creer! 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Qué no puede creer? 

La viajera obligada. — Que se haya cambiado de lugar. Usted actúa como niño, pero debo recordarle que ya es un adulto y debe respetar el lugar de los demás. 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿De qué habla? 

La viajera obligada. — Como salí a buscar al capitánusted cambió inmediatamente de lugar. 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Por qué haría eso? 

La viajera obligada. — No sé¿Por qué está loco? 

El hombre disfrazado de lobo. — Loco, dice.  

La viajera obligada. — Supongo que funciona a partir de amenazas.  

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Qué le hace pensar eso? 

La viajera obligada. — Porque salí a buscar al capitán y usted cambió de lugar.  

El hombre disfrazado de lobo. — No entiendo nada de lo que dice. 

La viajera obligada. — Olvídelo. Yo soy la loca. 

El hombre disfrazado de lobo. — ¡Qué divertido! En su mundo solamente hay locos. 

La viajera obligada. —Y pensar que voy a estar junto a usted.  

El hombre disfrazado de lobo. — Me temo que sí. Y yo también tendré que viajar con usted. 

La viajera obligada. — No. Buscaré al capitán y le pediré que me asigne otro lugar. Se va. Oscuro. 

La viajera obligada camina apresuradamente entre la niebla. — Capitán… capitán, necesito que me cambie de lugar. Capitán, ¿dónde estáOscuro. 

 

 

8. El nuevo encuentro con el hombre de la gabardina. 

Ella viene caminando y el hombre de la gabardina está sentado 

La viajera obligada aliviada. — Se fue el locoLlega a los asientos. Con permiso, debo pasar a mi lugar.  

El hombre de la gabardina se levanta y la deja pasar— ¡Buenos días! Hace un calor endemoniado, ¿no cree? 

La viajera obligada lo mira con desesperación, pero se tranquiliza. — ¿Usted también va a Japonchina? 

El hombre de la gabardina. — No. Pero es paso obligado.  

La viajera obligada. — ¿Usted a dónde va? 

El hombre de la gabardina. — Nuevaustralia. 

La viajera obligada. — ¿Nuevaustralia¿Eso existe? 

El hombre de la gabardina. — Sí. Es el espacio de mis sueños. 

La viajera obligada. — ¿Usted sueña con canguros? 

El hombre de la gabardina. — No. Sueño con una casita junto al mar, hablando de cine con un par de sirenas.  

La viajera obligada. — ¿Le gusta el cine? 

El hombre de la gabardina. — No. Me gustan las sirenas. 

La viajera obligada. — ¿Y a las sirenas les gusta el cine? 

El hombre de la gabardina. — Por supuesto. Todos mis planes están construidos alrededor de eso. 

La viajera obligada. — ¿Y qué hará en Nuevaustralia 

El hombre de la gabardina. — Me dedicaré a escribir.  

La viajera obligada. — A mí también me gusta escribir. 

El hombre de la gabardina. — ¿Y de qué escribe?  

La viajera obligada. — De mujeres tristes. 

El hombre de la gabardina. — ¿Y las mujeres felices? 

La viajera obligada. — No se puede escribir sobre la felicidad. 

El hombre de la gabardina. — Se pueden escribir finales felices. 

La viajera obligada. — Odio los finales felices. 

El hombre de la gabardina. — ¿Por qué? 

La viajera obligada. — Nunca he tenido uno. 

El hombre de la gabardina. — ¿Nunca? Eso no lo puedo creer. Hagamos un experimento. Recuerde la historia más triste que haya vivido.  

La viajera obligada. — La muerte de mi padre. 

El hombre de la gabardina. — Lamento hacerla recordar eso. 

La viajera obligada. —¿Dónde está el final feliz de esa historia? 

El hombre de la gabardina. — ¿Podría decirme mo murió? 

La viajera obligada. — No. Solo quiero decirle que sfinal fue menos triste que su vida 

El hombre de la gabardina se calla 

La viajera obligada. —Su mirada se fue. Nunca había visto cómo la mirada desaparece. Sus ojos realmente perdieron la vida. Murieron con él. Todo en él terminó. No quedó nada vivo.  

El hombre de la gabardina. — El final de una vida no es algo que se festeje, pero… 

La viajera obligada. —¿Le dije que murió un viernes en la noche? Silencio de ambos. 

El hombre de la gabardina. — Su padre no murió del todo 

La viajera obligada. —No, por favor. No necesito esa basura. 

El hombre de la gabardina. — Usted es muy dura, por eso no reconoce los finales felices. Silencio. 

La viajera obligada. — Nunca he querido ser dura. Me gustaría ser algo parecido a un bombón. Suave y dulce. 

El hombre de la gabardina. — Me gusta su voz. 

La viajera obligada extrañada. — Gracias. 

El hombre de la gabardina. — Tiene un timbre encantador. 

La viajera obligada. — ¿Le parece? 

El hombre de la gabardina. — Sí¿Nunca se lo habían dicho? 

La viajera obligada. — No.  

El hombre de la gabardina. — La gente de ahora está sorda. Siga hablando, por favor, permítame disfrutar de su voz. Si no le importa, quisiera cerrar los ojos mientras la escucho hablar. 

La viajera obligada. — ¡Usted exagera 

El hombre de la gabardina. — No. Escucharla me produce un éxtasis innenarrable.  

La viajera obligada. — ¿Se está burlando de mí? 

El hombre de la gabardina. — Nada más alejado de mis intenciones. 

La viajera obligada. — Deje de hablar como si fuera un anciano. 

El hombre de la gabardina. — ¿Le molesta? 

La viajera obligada. — Sí 

El hombre de la gabardina. — Lamento haberla importunado. Se levanta y se va.  

La viajera obligada mira cómo se aleja. Segundos después va tras él. — Espere. No se vaya. Quédese, pero no hable asíNo se vaya. Hablemos de otra cosa. Sale. Oscuro 

 

 

9. Nuevo encuentro con el capitán.  

El capitán del aire y la viajera obligada caminan entre la niebla, por lados distintos, hasta que se encuentran. 

El capitán del aire— Hace un momento escuché que me buscaba. 

La viajera obligada voltea hacia donde se escucha la voz. — Sí. Un hombre no querídarme mi lugar.  

El capitán del aire. — ¡Qué bonita frase! Hacía mucho tiempo que no escuchaba eso. 

La viajera obligada. — Me paré un momento y cuando regresé él estaba ahí 

El capitán del aire. — ¿Está segura de que ese era su lugar? 

La viajera obligada. —Capitán, en este avión sólo hay dos lugares, y yo estaba sentada en el asiento de la derecha.   

El capitán del aire. — ¿Qué le ha parecido nuestro servicio? 

La viajera obligada. —Normal…bueno, un poco extraños los pasajeros. 

El capitán del aire. — ¿Normal? Éste no es un avión normal. En este avión se respira libertad.  

La viajera obligada. — ¿Libertad? 

El capitán del aire. — ¿Qué puede hacer un hombre sin ella? No podríamos volar a dónde se nos antojara. 

La viajera obligada. — Como a Japonchina. 

El capitán del aire. —Sí. Un lugar adorable.  

La viajera obligada. — ¿Qué hay en Japonchina? 

El capitán del aire. —Cada quien encuentra lo que quiere. 

La viajera obligada. — ¿Y usted encontró…? 

El capitán del aire. —Un lugar lleno de comidas exóticas. 

La viajera obligada. —Suena bastante limitada su idea de la libertad.  

El capitán del aire. — ¿Volar a donde quiera se le hace poco? 

La viajera obligada. —Sí. No se puede volar eternamente.  

El capitán del aire. — En el avión tenemos compartimentos especiales para fumadores. 

La viajera obligada. —Yo no fumo. 

El capitán del aire. — ¿Nunca ha fumado? 

La viajera obligada. — A veces, pero en general no fumo. 

El capitán del aire. — ¿Cuándo fuma? 

La viajera obligada. — Cuando tomo un whisky. 

El capitán del aire. — Ah, el whisky, me encanta tomarlo en mi cabina. 

La viajera obligada. — ¿No es peligroso? 

El capitán del aire. — No. El whisky es una de las mejores bebidas. 

La viajera obligada. — Me refiero a que si no es peligroso para los pasajeros. 

El capitán del aire. — A ellos nunca les damos whisky. 

La viajera obligada riendo. —Lo que quiero decir es que si usted toma whisky en la cabina ¿quién conduce el avión? 

El capitán del aire. — Yo, por supuesto. 

La viajera obligada. — ¿Después de haber bebido whisky? 

El capitán del aire. — Nunca tomo más de una botella. Silencio de ella ¿Y qué paso con su lugar? 

La viajera obligada. — Cuando el hombre supo que yo lo estaba buscando… 

El capitán del aire. — ¿A él? 

La viajera obligada. — No, a usted.  

El capitán del aire. — Creo que tantas nubes me está mareando. Regresaré a la cabina. Se va.  

La viajera obligada. — Capitán, espere… Capitán… Otra vez se fue. Oscuro 

 

 

10. El hombre que no le da su lugar. 

La viajera obligada aparece nuevamente en el área de asientos.  

El hombre disfrazado de lobo. — ¡Volvió! 

La viajera obligada se sienta en su lugar sin contestar. 

El hombre disfrazado de lobo. — A mí también me gusta viajar en silencio.  

La viajera obligada no responde. 

El hombre disfrazado de lobo. —Es bastante incómodo escuchar historias de personas que no nos interesan.  

La viajera obligada sigue sin responder.  

El hombre disfrazado de lobo. — De todas maneras, uno cree que al hablar con otra persona encontrará algo, pero no siempre es así. A veces lo que se encuentra son solamente palabras muertas.  

La viajera obligada cierra los ojos.  

El hombre disfrazado de lobo. — Usted me recuerda a mi mujer. Finge dormir para no escucharme. Sé que no duerme porque su respiración es agitada. Y no descansa. Me vigila con los ojos cerrados.  

Silencio de ambos. 

Como finge que duerme saco de debajo del colchón las revistas que un hombre casado no debe ver. Las hojeo lentamente y me detengo en las mujeres que se parecen a ella. Eres tan hermosa, le digo a una de ellas. Me gustaste desde que te vi en la fila del avión. Tenías el aire distraído y mirabas sin cesar el pase de abordar. ¿Qué te hacía falta saber? Estabas en la sala indicada y en la fila precisa. Fuiste una de las primeras en abordar. Me excita saber que no existo para ti. Estabas sola y no estabas dispuesta a que ninguno de nosotros te acompañara. 

La viajera obligada le da la espalda.  

El hombre disfrazado de lobo. — También hace eso. Me da la espalda en la cama. En ese momento sé que no quiere seguir escuchándome, pero es entonces cuando le digo cosas ardientes a la mujer de la revista. ¡Eres tan sexual, tan cachonda! Tu mirada te traiciona y me dice que con unas cuantas palabras, con las caricias necesarias y con los besos apropiados te entregarás completa. Ya quiero tenerte en mí. Quiero que seas mía. Quiero ver tu mirada perturbada por el deseo. Quiero domar tu cuerpo. Quiero que me regales tu fuerza. Me gusta saber que dispondré de ti 

La viajera obligada se acurruca.  

El hombre disfrazado de lobo. — Cuando ella se pone en esa posición siento que se está protegiendo de mi presencia 

La viajera obligada sin voltear. — Quizás usted es demasiado para ella.  

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Demasiado? 

La viajera obligada. — Sí, demasiado olor, demasiada fuerza, demasiadas palabras.  

El hombre disfrazado de lobo. — Sugiere que 

La viajera obligada. — Podría callarse por lo menos pero nadie puede dejar de ser lo que es.  

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Podría perfumarme? 

La viajera obligada. —Podría intentarlo y sería una caricatura de usted mismo. 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿La he perdido? 

La viajera obligada. — Creo que sí. 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Cómo lo sabe? 

La viajera obligada volteando. — Cada que ella le da la espalda usted pierde una batalla.  

El hombre disfrazado de lobo dudando.  

La viajera obligada. — ¿Cada cuándo le da la espalda? 

El hombre disfrazado de lobo. — Todas las noches. Silencio¿Qué puedo hacer? 

La viajera obligada. — No séSilencio de ambos. ¿Qué quiere hacer? 

El hombre disfrazado de lobo. — Me gustaría aullar. 

La viajera obligada. — Hágalo. 

El hombre disfrazado de lobo. — No aquí. No delante de usted.  

La viajera obligada. — Hacíallá sólo hay neblina… 

El hombre disfrazado de lobo se levanta y se va. Oscuro. 

 

 

11. La plática con el hombre de la gabardina. 

La viajera obligada se recuesta. Concilia el sueño y duerme. Cuando despierta, el hombre de la gabardina se encuentra sentado a su lado. 

La viajera obligada despertando. — ¡Usted otra vez! 

El hombre de la gabardina. — Si quiere me voy. 

La viajera obligada. — No. Quédese. Silencio. ¿Dónde aprendió a hablar así? 

El hombre de la gabardina. — Me están empezando a incomodar sus comentarios sobre mi forma de hablar.   

La viajera obligada. — Se lo pregunto porque muy poca gente habla como usted. 

El hombre de la gabardina. — Si fuera una simple pregunta le diría que así hablaban en mi casa, pero me parece que su pregunta está llena de ironía. 

La viajera obligada. — Tiene razón. Siento que su forma de hablar esconde una gran hipocresía. 

El hombre de la gabardina. — Nunca me habían ofendido de tal manera… 

La viajera obligada. — Pero parece que en usted es algo genuino 

El hombre de la gabardina saca la revista de debajo del asiento y se pone a leer. 

La viajera obligada. — Cuénteme más sobre las sirenas. 

El hombre de la gabardina sin soltar la revista. — Le he mentido sobre ellas. 

La viajera obligada sin entender 

El hombre de la gabardina. — No les gusta el cine. 

La viajera obligada. — ¿Cómo lo sabe? 

El hombre de la gabardina. — Lo soñé 

La viajera obligada. — ¿Y eso le basta para creerlo? 

El hombre de la gabardina. — Sí 

La viajera obligada. — ¿Qué hará entonces? 

El hombre de la gabardina pone la revista donde estaba. — No lo sé. Voy hasta allá sin saber qué hacer.  

La viajera obligada. — Creo que así vamos más de la mitad de nosotros.  

El hombre de la gabardina. — Pero usted va a Japonchina. Eso es diferente. 

La viajera obligada. — ¿Por qué? 

El hombre de la gabardina. — ¿No le han explicado? 

La viajera obligada. — No.  

El hombre de la gabardina. — Ya vendrá el capitán a decirle. 

La viajera obligada. — Dígame usted. 

El hombre de la gabardina. — Yo no entiendo gran cosa de esa historia. 

La viajera obligada. — ¿Cuáhistoria? 

El hombre de la gabardina. — La de Japonchina 

La viajera obligada se levanta. — Buscaré al capitán para que me la cuente. 

El hombre de la gabardina. — Hasta donde séél tiene que venir a usted. 

La viajera obligada sentándose. — Me empiezo a aburrir de este juego.  

El hombre de la gabardina. — ¿Usted se aburre fácilmente? 

La viajera obligada. — Sí¿Está mal? 

El hombre de la gabardina. — No lo sé. A mí me gustaría aburrirme fácilmente 

La viajera obligada. — ¿Qué hace cuando ve una película aburrida? 

El hombre de la gabardina. — Me quedo. Espero por el bien del séptimo arte que algo cambie y suceda el milagro.  

La viajera obligada. — Y nada cambia. ¿No es cierto? 

El hombre de la gabardina. — Nada. La película termina y la gente sale odiando la película porque es más tedioso que sus vidas.  

La viajera obligada. — ¿A dónde fue? 

El hombre de la gabardina. — ¿Cuándo? 

La viajera obligada. — Hace rato. 

El hombre de la gabardina. — A dar un paseo en la niebla. Pensé que si dejaba de verme, usted podría tranquilizarse. 

La viajera obligada. — Discúlpemepero no acostumbro a hablar con gente que no conozco. 

Silencio de ambos.  

La viajera obligada. — Usted me recuerda a alguien. 

El hombre de la gabardina. — ¿A quién? 

La viajera obligada. — Mejor dicho, siento que lo conozco de alguna parte. 

El hombre de la gabardina. — Yo en cambio, no la recuerdo de ningún lado.  

La viajera obligada. — Olvídelo. Sólo estoy hablando por hablar. 

El hombre de la gabardina. — Y usted detesta eso. 

La viajera obligada. — Sí aparentemente. 

El hombre de la gabardina. — ¿Quiere hablar de algo en particular? 

La viajera obligada. — Sí 

Silencio. 

La viajera obligada. — ¿Qué pasó mientras paseaba en la niebla? 

El hombre de la gabardina dudando 

La viajera obligada. — Dígame… cada vez que estoy ahí sólo hay niebla. 

El hombre de la gabardina. — Trataba de imaginar sus senos.  

La viajera obligada. — ¿Qué? 

El hombre de la gabardina. — Y de pronto los pude ver, incluso los pude sentir y me sentí apremiado a regresar.  

La viajera obligada sorprendida. — ¿Mis senos? ¿Imaginó mis senos 

El hombre de la gabardina. — ¡Los vi, los toqué! 

La viajera obligada. — Creo que no era la plática que quería tener. Silencio de ambos¿En la niebla se ve lo que uno desea? 

El hombre de la gabardina. — No sé. Yo salí tan enojado de aquí que para tranquilizarme me dije: esa mujer debe tener algo lindo y me acordé de sus senos. Entonces la niebla se hizo más densa y fueron apareciendo. 

La viajera obligada. — ¿Y mo eran? 

El hombre de la gabardina. — Grandes, redondos, hermosos. Los pude tocar, los tuve entre mis manos. 

La viajera obligada. — No eran los míos. 

El hombre de la gabardina. — Por supuesto que sí. 

La viajera obligada. — Yo nunca sentí que los tocara. 

El hombre de la gabardina. — No importa. Sus senos son hermosos y yo los pude acariciar. 

Se hace un silencio incómodo. 

El hombre de la gabardina. — Creo que una vez más la volví a importunar. Intenta levantarse. 

La viajera obligada. — ¿A dónde va¿A sentir mis senos nuevamente? 

El hombre de la gabardina. — No. Quiero ir al baño. 

La viajera obligada levantándose. — Voy a la niebla, mientras usted va al bañoSale. El hombre de la gabardina sale en dirección contraria.  

 

 

12. Un paseo en la niebla. 

La viajera obligada camina entre la niebla. El tiempo transcurre y no pasa nada. El hombre disfrazado de lobo aparece en una esquina del espacio.  

La viajera obligada lo ve. — ¿Pudo aullar? 

El hombre disfrazado de lobo. — No.  

La viajera obligada. — ¿Por qué? 

El hombre disfrazado de lobo. — No puedo.  

La viajera obligada. — Pero es un lobo. 

El hombre disfrazado de lobo. — Sólo es un disfraz 

La viajera obligada. — ¿Y para qué lo necesita? 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿No es obvio? 

La viajera obligada. — No. No para mí 

El hombre disfrazado de lobo. — Sirve para asustar a mi mujer. 

La viajera obligada. — Ah.  

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Qué hace aquí¿Me vino a espiar? 

La viajera obligada. — No. Alguien me dijo que en este lugar los deseos se realizan.  

El hombre disfrazado de lobo. — No creo. 

La viajera obligada. — Yo tampoco.   

Silencio de ambos.  

La viajera obligada sigue su caminata 

El hombre disfrazado de lobo. — No se vaya. Sigamos conversando.  

La viajera obligada señalando el disfraz. — ¿Puedo tocar? 

El hombre disfrazado de lobo intrigado 

La viajera obligada. — Es que no parece un disfraz. 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Será que ya es parte de mí? 

La viajera obligada tocando el traje de lobo 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Y cuál es su deseo? 

La viajera obligada. —No lo sé. Estaba caminando para tratar de saber qué quiero y aparecen demasiadas cosas … todas al mismo tiempo… 

El hombre disfrazado de lobo. — Suena bastante complicado. 

La viajera obligada. — SíSilencio de ambos. Yo nunca me he puesto un disfraz. 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Por qué no? Ayudan mucho. 

La viajera obligada. — No sabrícuál ponerme.  

El hombre disfrazado de lobo. — Ya lleva uno.  

La viajera obligada. — ¿Cuál? 

El hombre disfrazado de lobo la mira insistenteSilencio de ambos 

La viajera obligada. — Me gustaría disfrazarme de bombón.  

El hombre disfrazado de lobo sonriendo. — ¿Rosa o blanco? 

La viajera obligada sonriendo. — RosaDel color que me tengo prohibido.  

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Por qué? 

La viajera obligada. — No lo sé. Quizá porque asocio el rosa con la estupidez. Pero en este momento me gustaría ser un bombón rosa. Claro, tendría que aprender a caminar como un bombón. 

El hombre disfrazado de lobo. — Recuerde que un bombón rosa no camina de la misma manera que un bombón blanco. 

La viajera obligada camina imaginándose bajo una botarga. — ¿Usted cree que los bombones rosas son sexys? 

El hombre disfrazado de lobo. — Quizá 

La viajera obligada. —¿Y se notará debajo del disfraz? 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Por qué le preocupa ser sexy? 

La viajera obligada. — Porque si no soy sexy nadie volteará a verme. 

El hombre disfrazado de lobo. — Eso nos han dicho. 

La viajera obligada. — ¿A usted también? 

El hombre disfrazado de lobo. —¡Claro! ¿Cree que alguien estaría platicando conmigo si trajera un disfraz de avestruz? 

La viajera obligada. — No. Yo al menos no. Sigue caminado como si llevara una botarga y levanta la mano derecha. — Y el bombón rosa sonríe y saluda a cada persona que ve.  

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Incluso a los hombres disfrazados de lobos?  

La viajera obligada saludándolo, con voz fingida. — ¿Cómo está? ¡Qué gusto verlo! Hace mucho tiempo que no lo vemos en casa 

El hombre disfrazado de lobo. — Podría decir algo mejor. 

La viajera obligada. — ¿Cómo qué? 

El hombre disfrazado de lobo. — Algo s directo, más personal. 

La viajera obligada de nuevo con la voz fingida. — ¿Cómo está su esposa?  

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Eso es lo más personal que se le ocurre? 

La viajera obligada sin saber qué decir.  

El hombre disfrazado de lobo. — Míreme. Dígame algo.  

La viajera obligada se detiene y lo mira con atención. Duda en hablar. — No sé si deba. 

El hombre disfrazado de lobo. — Dígalo.  

La viajera obligada. — Siento mucho que haya perdido su batalla.  

El hombre disfrazado de lobo. — Yo también.  

La viajera obligada da algunos pasos s. —Creo que no me gusta el disfraz de bombón.  

El hombre disfrazado de lobo. — Intente otro. 

La viajera obligada piensa. Esboza una sonrisa.  

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Ya sabe cuál? 

La viajera obligada. — Sí. 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Cuál es? 

La viajera obligada no responde. 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Por qué no me lo dice? 

La viajera obligada. —Porque saldrán varias piedras disparadas contra mí.   

El hombre disfrazado de lobo. —Lo que se dice en la niebla se queda en la niebla. 

La viajera obligada toma su tiempo. Se pone detrás de él para protegerse de las supuestas piedras y se lo dice. — Me gustaría disfrazarme de novia. 

El hombre disfrazado de lobo. — ¡Vaya! ¡Quién lo iba a pensar! 

La viajera obligada. — Si se va a burlar 

El hombre disfrazado de lobo. — No. No lo dije por burlarme. Aprecio que lo haya dicho.  

La viajera obligada. — Parece que todas tenemos un vestido blanco atravesado en la cabeza. Incluye una corona de flores diminutas y un ramo con rosas y tulipanes. También una iglesia y un esposo que nos tome de la mano. 

El hombre disfrazado de lobo se acerca y la carga. — Permítame. Después, como si anunciara algo. Y él, loco de felicidad, la lleva hasta el lecho nupcial para hacerla suya por primera vez. 

La viajera obligada. — EquivocaciónHabíamos sido amantes antes de casarnos. 

El hombre disfrazado de lobo corrigiendo. — Y él, loco de felicidad, la lleva a la cama para hacerle el amor por primera vez como su esposa. 

La viajera obligada. — En esta parte tengo que decir: eres el hombre con el que quiero vivir toda la vida. 

El hombre disfrazado de lobo. — Y tú eres la mujer con la que quiero morir. 

La viajera obligada y el hombre disfrazado de lobo se besan. Cuando el beso termina… 

La viajera obligada. — Necesito bajarme de esta fantasía. 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿Por qué? 

La viajera obligada. — ¿No se da cuenta? 

El hombre disfrazado de lobo. — ¿De qué? 

La viajera obligada. — ¡Esto es una mentira! ¡Es un disfraz de la vida! 

El hombre disfrazado de lobo sorprendido 

La viajera obligada. — ¡Bájeme! 

 

 

El hombre disfrazado de lobo no sabe qué hacer.  

La viajera obligada. — Bájeme antes de que usted tome sus revistas y yo le dé la espalda.  

El hombre disfrazado de lobo la pone suavemente en el piso— Ya está. 

La viajera obligada. — Debo volver a mi lugar. 

El hombre disfrazado de lobo. — Sí. En un momento la alcanzo. 

La viajera obligada sale de la niebla. El hombre disfrazado de lobo lla. Oscuro.  

 

13. La hora de la cena 

La viajera obligada camina hacia su asiento. Se detiene. Da la vuelta y camina en dirección a la niebla. 

La azafata. — Le suplico que pase a su lugar. Es la hora de la cena. 

La viajera obligada. — ¿Tanto tiempo ha pasado? 

La azafata. — ¿Ensalada de cóndor o paté de ballena azul? 

La viajera obligada incrédula 

La azafata. Todo lo servimos sobre tres galletitas de trigo triste e inorgánico.  

La viajera obligada. — ¿Qué hay de tomar? 

La azafata. —Agua azul y vodka. 

La viajera obligada. — ¿Agua azul? 

La azafata. —Se lleva muy bien con el paté. 

La viajera obligada. — En este momento necesito un whisky.  

La azafata. — ¿Agua azul o vodka? 

La viajera obligada. — ¿Podría pedirle un poco de whisky al capitán? 

La azafata. —El capitánunca comparte su whisky. 

La viajera obligada. — ¿Cómo lo sabe? 

La azafata. Él me lo ha dicho. 

La viajera obligada. — Usted está mintiendo. 

La azafata. —Él me lo dijo. 

La viajera obligada. — ¿Cuándo? 

La azafata dudando—En una de las tantas noches que hemos pasado juntos. 

La viajera obligada. — ¿Usted y él? 

La azafata. —Trabajando, por supuesto. 

La viajera obligada. — ¿Él nunca le ha invitado un whisky? 

La azafata. —Lo hizo una vez, pero lo rechacé. 

La viajera obligada. — Y desde entonces ha esperado una segunda invitación. 

La azafata. — ¿Cómo lo sabe? 

La viajera obligada. — ¿Por qué no va y se invita? 

La azafata. —No soy tan arrojada. 

La viajera obligada. — Sólo pídale un whisky. 

La azafata. — ¿Y si se niega? 

La viajera obligada. — Pues… busca la botella y se sirve. 

La azafata. Se enfadará conmigo. 

La viajera obligada. — Seguramente, pero usted se lo habrá tomado. 

La azafata. En realidad, nunca me ha gustado el whisky. 

La viajera obligada. — ¿Y el capitán?  

La azafata calla.   

La viajera obligada. — ¿Está enamorada de él? 

La azafata.  No. Me gusta un poco; supongo que es la costumbre de verlo.  

La viajera obligada. — Entonces, ¿no le molestaría que yo lo intente? 

La azafata. — ¿Intentar qué? 

La viajera obligada. — Quiero dos whiskys y una noche con el capitán. 

La azafata. —No puede hacerlo. ¿Quién volaría el avión? 

La viajera obligada saliendo. — Pondremos el piloto automático.  

La azafata va tras de ellaEso sólo existe en las películas… en las malas películas. 

Oscuro. 

 

14. Una visita más a la cabina. 

La viajera obligada entrando a la cabina. El capitán sentado verificando los controles. 

El capitán del aire. — Nuevamente por acá. 

La viajera obligada siempre detrás del capitán. — Sí. Vine a pedirle un whisky. 

El capitán del aire. —Usted no pierde el tiempo. 

La viajera obligada. — No. Se me hace estúpido retardar las cosas. 

El capitán del aire. — Tengo una botella nueva. ¿La quiere abrir? 

La viajera obligada. — Sí. 

El capitán del aire. — En las noches es cuando mejor se vuela. 

La viajera obligada. — ¿Vamos a tener una plática de taxista? 

El capitán del aire. — ¿qué se refiere? 

La viajera obligada. — A que los taxistas siempre hablan del tiempo, de si hace frío o calor, o si las noches son mejores para manejar 

El capitán del aire indignado— Yo no soy un taxista, yo soy un capitán. Un capitán del aire.  

La viajera obligada. — Creo que no es un buen momento para platicar. Va hacia la botella, la abre, se sirve el whisky, lo bebe y se va.  

Oscuro 

 

15. El regreso 

La viajera obligada camina entre la niebla.  

La azafata que parece que la espera— ¿Consiguió su whisky? 

La viajera obligada. — Sí. Sólo uno. Regresaré más tarde por el otro.  

La azafata.  ¿Se lo dio así, sin s? 

La viajera obligada. — Sí 

La azafata se va.  

 La viajera obligada llega a su lugar. Se sienta. Espera. —Parece que ninguno vendrá a molestarme.  Uno debe estar acariciando mis senos en la niebla, otro debe estar aullando por todo lo que le pasa y el capitán seguirá enojado porque lo comparé con un taxistaSilencioQuisiera viajar sola. Cuando ellos llegan, no sé si tengo que seguir sus pasos o darles la espalda y fingir que duermo 

El hombre de la gabardina se aproxima a los asientos.  

El hombre de la gabardina. —Había una fila interminable. 

La viajera obligada. — Miente. Estuvo en la niebla pensando en mis senos. 

El hombre de la gabardina. — Acariciándolos. Era excitante ver cómo toda usted se estremecía. Al principio no apareció más que su boca, que sonriendo me decía 

La viajera obligada. — ¿Yo hablaba con usted en la niebla? 

El hombre de la gabardina. — Sí 

La viajera obligada. — ¿Y qué le dije? 

El hombre de la gabardina. — Primero fue: same. 

La viajera obligada. — ¿Bésame? 

El hombre de la gabardina. — Sí 

La viajera obligada. — ¿Y después?  

El hombre de la gabardina. — La besé. Nuestras lenguas ejecutaron una danza largamente anhelada.  

La viajera obligada. — Deje de hablar así. Yo estuve en la niebla y nunca lo vi.  

El hombre de la gabardina. — ¿Pensó en mí 

La viajera obligada. — No. ¿Por qué tendría que pensar en usted? 

El hombre de la gabardina. — A lo mejor le gusto un poco. 

La viajera obligada sin saber qué responder.  

El hombre de la gabardina. —¿Le gusta algo de mí? 

La viajera obligada. —¿Le puedo hacer una pregunta? 

El hombre de la gabardina. — Por favor… 

La viajera obligada. — ¿En qué momento miró mis senos? 

El hombre de la gabardina. — Cuando pasó junto a mí la primera vez.  

La viajera obligada. — Fueron menos de seis segundos.  

El hombre de la gabardina. — Cincocinco segundos de placer. 

La viajera obligada. — ¿Y no piensa que eso me incomoda? 

El hombre de la gabardina. — ¿Por qué? Usted ni se dio cuenta. 

La viajera obligada. — Pero ahora lo sé y me incomoda. ¿Podría dejar de hacerlo? 

El hombre de la gabardina. — No puede mandar en mis sueños. 

La viajera obligada. — Sí puedo porque en sus sueños aparece mi cuerpo. 

El hombre de la gabardina. — Solo es una parte de su cuerpo. 

La viajera obligada. — Pues no quiero que esa parte de mi cuerpo aparezca en sus sueños. 

El hombre de la gabardina. — ¡Cómo quiera! Los senos de la azafata son más pequeños, pero me pueden ayudar. 

La viajera obligada. — ¿Qué más vio? 

El hombre de la gabardina guarda silencio 

La viajera obligada. — Yo ni siquiera puedo imaginar cómo es su cuerpo. Nunca se quita esa gabardina.  

El hombre de la gabardina. — Mi cuerpo no tiene sentido si no está en una cama junto a una mujer. 

La viajera obligada sonriendo. — Nunca había escuchado algo tan estúpido. 

El hombre de la gabardina. — Creo que usted me desea. 

La viajera obligada sorprendida 

El hombre de la gabardina. — ¿Un poco? 

La viajera obligada. — No. Nada 

El hombre de la gabardina se acerca y la huele— Es exactamente el olor que me imaginéLa toma de una mano y la aprieta contra él. Usted tiene todo lo que un hombre necesita. 

La viajera obligada se suelta de su mano y sale corriendo. Entra a la zona de niebla. 

 

16. Todo sucede en la zona de niebla 

El capitán del aire mira hacia abajo— Dos personas distintas, en momentos distintos, me comentaron que Mercurio está retrógrado, y sí, ahora hay una oposición en trígono entre Saturno, Júpiter y Urano, lo cual explica toda esta incomunicación... 

La viajera obligada entra corriendo a la zona de niebla 

El capitán del aire. — ¿Viene por un whisky? 

La viajera obligada. — No. Vengo huyendo de un pasajero.  

El capitán del aire. — ¿Se sobrepasó? 

La viajera obligada. — Ve mis senos en la niebla y los acaricia sin que yo se lo haya permitido. 

El capitán del aire. — En la niebla las cosas sólo pasan. 

La viajera obligada. — El goza de mí sin mi consentimiento. 

El capitán del aire. — De una parte de usted, para ser precisos. 

La viajera obligada enojada. — Es lo mismo que dijo. 

El capitán del aire. — Es obvio, está en el manual. 

La viajera obligada. —¿Cuál manual? 

El capitán del aire. — El que todos estamos obligados a aprender antes de venir a Japonchina. 

La viajera obligada. — Nunca me hablaron de ese manual. 

El capitán del aire. —¿No se la dio la azafata? 

La viajera obligada. —No.  

El capitán del aire. —La reportaré. 

La viajera obligada. —¿Y qué más dice ese manual? 

El capitán del aire. — ¿Usted cree en el amor? 

La viajera obligada. — No. No creo en el amor.  

El capitán del aire. — ¿Por qué? 

La viajera obligada. — Porque solo creo en el dolor y en mis pequeños intentos para no provocarlo. Este avión está lleno de locos. 

El capitán del aire. — No es el avión. Estamos a punto de entrar a Japonchina. 

La viajera obligada. — ¿Por eso todos actuamos como idiotas? 

El capitán del aire. — La gente presenta diversas reacciones durante un trígono entre Saturno, Júpiter y Urano.  

La viajera obligada. —Por eso quiero besarloSiento algo que me arrebata, pero está muy lejos de ser amor. Silencio de ambos.  

El capitán del aire. — Por mí está bien que me bese, siempre y cuando se vaya. 

La viajera obligada. — Es que no sólo quiero besarloquiero dominarlo y hacerle creer que es mejor estar juntos. 

El capitán del aire. — No se preocupe, tengo una especie de inmunidad contra eso. 

La viajera obligada. — ¿Puedo besarlo? 

El capitán del aire. — Como dije, sí es sólo besarme, no tengo reparo. Pero si quiere todo lo demás tendrá que penetrar mi fortaleza, y no se lo aconsejo. 

La viajera obligada. — Estoy acostumbrada a los asaltos nocturnos. 

El capitán del aire. — Los muros son bastantes altos, casi infranqueables. 

La viajera obligada. — Sé trepar por las paredes. 

El capitán del aire. — ¿Cómo un mono? 

La viajera obligada. — Casi. 

El capitán del aire. — Ustedes los monos piensan que nunca se van a caer. Se escucha un ruido de motor que arranca y se detiene. Se me hecho tardísimo platicando con usted. El piloto automático también se cansa.  

La viajera obligada. — Capitán, ¿qué hay en Japonchina? 

El capitán del aire. — Mucha niebla que atravesar. 

La viajera obligada. — ¿Puedo buscarlo más tarde? 

El capitán del aire. — ¿Qué necesita? 

La viajera obligada. — Otro whiskey y una noche con usted. 

El capitán del aire. — Consúltelo con la azafata. Se va. 

La viajera obligada gritando. — Sabe de sobra que me dirá que no. 

 

El hombre disfrazado de lobo se aproxima a ella. — Le gustan los uniformes. 

La viajera obligada. — ¿Ha estado aquí? 

El hombre disfrazado de lobo. — Desde que le dijo que escalaba murallas. 

La viajera obligada. — Dije paredes. 

El hombre disfrazado de lobo. —Murallas, paredes, da lo mismo.  

La viajera obligada. — Nada es lo mismo. 

El hombre disfrazado de lobo. — Da lo mismo si es una muralla o una pared por lo que tiene que trepar. Y da lo mismo porque, al parecer, nunca lo consigue. 

La viajera obligada. —¿De la misma manera en que usted no consigue que su mujer no le dé la espalda? 

El hombre disfrazado de lobo se muestra herido con el comentario. —Sí, de la misma manera. 

La viajera obligada. —Lo siento, no debí decir eso. Silencio incomodo de ambos. Su mujer sí lo quiere, por eso escapa. Deje las revistas y hable con ella. Seguro se vuelve hacia usted. 

El hombre disfrazado de lobo. —¿Ve eso? ¿Qué son? ¿Nubes o bolitas de algodón?  

La viajera obligada. —Son gases. 

El hombre disfrazado de lobo insistiendo. —¿Nubes o bolitas de algodón?  

La viajera obligada. Son bolitas de algodón que un señor, con una barba muy blanca, hace con una maquinita mágica. Silencio de ambosY también son gases, viles gases que hacen formas hermosas.  

El hombre disfrazado de lobo. — Yo voy a creer que son bolitas de algodón.  

La viajera obligada. —¿Por qué está aquí? 

El hombre disfrazado de lobo. — Porque mconsuelo viendo bolitas 

La viajera obligada. En el avión. ¿Usted también va a Japonchina? 

El hombre disfrazado de lobo. — Siempre hemos estamos ahí. 

El hombre de la gabardina se abalanza contra el hombre disfrazado de lobo. — ¡Traidor! 

El hombre disfrazado de lobo se defiende. 

La viajera obligada al hombre de la gabardina. — ¿Qué hace? 

El hombre de la gabardina luchando. — Nunca había tenido que batirme con alguien tan silvestre. 

La viajera obligada. — ¡Basta!  

El hombre de la gabardina sigue golpeando al hombre disfrazado de lobo y éste aúlla.  

El hombre de la gabardina. — ¡Deja de aullar, maldita bestia! 

El hombre disfrazado de lobo aúlla más y más fuerte.  

La azafata se aproxima con un carrito lleno de manzanas rojas Las manzanas, llegaron las manzanas. Nada mejor que algo natural para la hora de la colación.  

La viajera obligada. — ¡Detenga la pelea!  

El capitán del aire llegando. — Nunca me pierdo la hora de las manzanas. Me gusta arrojarlas contra el cielo y esperar a que se estrellen en cualquier cabeza. 

La viajera obligada. —Capitán, ordéneles que paren. 

El capitán del aire. —Caballeros, deténganse. Ellos continúan forcejeando. No quieren. El capitán del aire continúa lanzando manzanas al aire. — Las manzanas ya no caen como antes. 

El hombre disfrazado de lobo desde el suelo, mientras lucha contra el hombre de la gabardina. — Es porque la vida se ha vuelto incomprensible. 

La azafata. —Llevo años viajando en este avión y nunca había visto tantas murallas. 

La viajera obligada. ¿Qué es todo esto? 

El capitán del aire. — Paredes, murallas, da lo mismo. 

La azafata. —Llevo años viajando en este avión y nadie lo logra. 

El hombre de la gabardina deja inconsciente al hombre disfrazado de lobo y se incorpora. — Capitán, en la niebla se pueden acariciar todos los senos. 

El capitán del aire festejando lo dicho. — ¡Ay, los hombres! Piensan que nunca van a caer. 

La azafata. — Creí que solo los monos pensaban eso. 

El capitán del aire. — Hombres, monos, da lo mismo. 

El hombre de la gabardina comienza a rondar a la viajera obligada. Cuando ella no lo ve, la tiraElla intenta incorporarse, pero él la atacaElla grita, pide auxilio, pero parece que nadie la escucha. Ella quiere huir, y él la jala, la abraza, mientras le dice que la ama, que la necesita, que ella es toda su vida.... Poco a poco los demás se van retirando de la escena mientras siguen con su conversación.  

El capitán del aire. —No cabe duda que la niebla es el mejor lugar para estar.  

La azafata. — Sí. Siempre tiene una temperatura agradable. 

El capitán del aire. —Por eso nunca se pudren las manzanas.  

La azafata. — Capitán, ¿qué debo responder cuando los pasajeros me pregunten porqué el mundo se ha vuelto incomprensible? 

Se escucha nuevamente el ruido del motor que arranca y se detiene.  

El capitán del aire. — Se me hecho tardísimo platicando con usted. Cuando la compañía es entrañable, las horas pasan sin darnos cuenta. Camina con prisa. 

La azafata poniéndose el magnetófono en la cabeza. — Este trígono entre Saturno, Júpiter y Urano va a acabar con todos… los pasajeros ya deben estar llegando por el andén ocho bis, puerta C, pasillo diecinueve… Fade out de luz. 

 

20. Siempre hay que despertar. 

Proyección enorme de la cara de la mujer que despierta de este sueño. 

Oscuro final.