Japonchina
Edith Ibarra
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La llegada a la puerta de embarque.
Espacio en blanco. Desnudo. Lleno de niebla. Se escucha Music for airports de Brian Eno.
Voz en off. —Pasajeros con destino a Japonchina, favor de pasar al andén ocho bis, puerta C, pasillo diecinueve.
Una mujer sale de una nube de humo. Mira a su alrededor. El espacio está completamente vacío. No sabe dónde se encuentra.
Voz en off. — Pasajeros con destino a Japonchina, favor de pasar al andén ocho bis, puerta C, pasillo diecinueve. El vuelo está a punto de despegar.
La mujer susurra. — ¿Japonchina?
Voz en off. —La pasajera que susurró Japonchina debe presentarse en el andén ocho bis, puerta C, pasillo diecinueve. Su vuelo está a punto de despegar.
La mujer. — ¿Cuál vuelo?
Voz en off desesperada. — La pasajera que preguntó por el vuelo preséntese inmediatamente en el andén ocho bis, puerta C, pasillo diecinueve. Estamos a punto de despegar.
La mujer. —Yo no pienso viajar.
Sale una mujer con un magnetófono en la cabeza. —Podría dejar de detener el vuelo y subir de una vez.
La mujer. — ¿Cuál vuelo?
Voz en off. —Suba de una vez.
La mujer. —No.
Voz en off. —Súbanla.
Oscuro.
Voz en off. — ¿Habrá alguien que suba sin resistencia?
En el pasillo de abordar.
La mujer, ahora la viajera obligada, camina sobre un pasillo que se antoja enorme. La niebla es abundante. En el otro extremo del pasillo se encuentra una azafata que le habla como azafata; falsamente amable.
La azafata gritando. — ¡Corra! ¡El avión está por despegar!
La viajera obligada. — ¿El avión?
La azafata gritando. — ¡Corra! No podemos perder más tiempo.
La viajera obligada. — A mí nadie me...
La azafata gritando. — ¡Corra! Ya no la podemos esperar más.
La viajera obligada corriendo. — ¿Y mis maletas?
La azafata gritando. —A Japonchina se va ligero.
La viajera obligada se detiene. —¿Por qué tengo que viajar?
La azafata gritando. — ¡Disfrute las sorpresas! A veces caen del cielo de una en una.
La viajera obligada asustada. — ¡Estoy en pijama!
La azafata gritando. — ¡Corra!
La viajera obligada. — No voy a correr.
La azafata gritando. — ¡Corra! Piense en los demás.
La viajera obligada. — ¿Los demás?
La azafata gritando. —Todos quieren que corra.
La viajera obligada gritando también. —No voy a correr.
La azafata en tono amenazante. —Su mamá también quiere que corra.
La viajera obligada. — ¿Mi mamá está en este viaje?
La azafata gritando. —Sí. Ha preguntado muchas veces por usted. ¡Corra! Ya queremos verla llegar.
La viajera obligada. — ¿Llegar a dónde?
La azafata. —Corra. Sus amigas quieren que corra.
La viajera obligada susurrando. — ¿Ellas están aquí?
La azafata. —Sí. Toda la gente que la ama quiere verla correr.
La viajera obligada. — ¿Todos?
La azafata. —Sí. ¡Corra!
La viajera obligada empieza a correr.
La azafata. — A todos nos hace bien verla correr.
La viajera obligada corriendo. — ¿Y para qué corro?
La azafata. —Para llegar.
La viajera obligada sin dejar de correr. — ¿A dónde?
La azafata. —A su nuevo destino.
3. La viajera obligada llega corriendo a la entrada de un avión.
La azafata. —Pase.
La viajera obligada respirando agitada. — No estoy muy segura de querer entrar.
La azafata. — ¡Todos la están esperando!
La viajera obligada. — Esto es como una fiesta sorpresa.
La azafata. —Algo así.
La viajera obligada. — Pero nunca me han gustado las fiestas sorpresas.
La azafata. —Hoy no tiene opción. Usted va a viajar con nosotros.
La viajera obligada pensando en voz alta. —Puedo correr de vuelta…
La azafata. —Demasiado tarde. Bienvenida al vuelo JC 2352 con destino a Japónchina. La invitamos a ocupar su lugar y seguir cada una de las instrucciones de nuestro equipo a bordo.
La viajera obligada duda. La azafata la jala y la mete. Oscuro.
4. Todo está lleno de niebla.
Fade in de luz. El espacio es enorme y sólo se ve un asiento. La viajera obligada ocupa el lugar.
La azafata. — Buenos días, estimados pasajeros. El capitán del aire y la tripulación, en nombre de la aerolínea, les damos la más cordial bienvenida a este avión con destino a Japonchina. Volaremos a una altitud de veinte mil metros, con una velocidad de mil ciento veinticuatro kilómetros por hora, según el viento estacional. La duración aproximada del vuelo será de un sueño con tres pesadillas, a partir del momento del despegue. Por favor, hagan uso de los cinturones de seguridad, pongan el respaldo de su asiento en posición vertical y plieguen sus mesitas…
La viajera obligada interrumpiendo. —Mi asiento no tiene mesita.
La azafata se molesta por la interrupción y decide ignorarla. —Este avión está provisto de veinticuatro salidas de emergencia. Doce de ellas se encuentran en la parte delantera de la cabina, seis más están situadas en las ventanillas y las seis últimas en la parte trasera del avión. Todas ellas están señalizadas con un cartel rojo que dice SA-LI-DA. Les recomendamos localizar las salidas de emergencia más cercanas a sus asientos. Las máscaras de oxígeno se encuentran arriba de ustedes y caerán en caso de desesperación. Coloquen la máscara en su cara, ajústenla y respiren como si fueran osos. Los chalecos salvavidas se encuentran en la parte lateral de sus asientos. La parte delantera está claramente identificada con una bandera azul. Para inflarlo tiren de las cadenas y si eso fallara… La azafata levanta los hombros. Se les recuerda que el chaleco salvavidas no debe ser inflado dentro del avión. De ser así, nos veremos obligados a expulsarlos por una turbina. Delante de su asiento encontrarán una copia de estas instrucciones que les acabo de señalar. Léanlas cuantas veces sea necesario. Gracias por volar con nosotros. Les deseamos un viaje inolvidable.
La viajera obligada pensando en voz alta. — ¿Qué película irán a pasar?
La voz de la azafata a lo lejos. —Lo siento. No ponemos películas. Nadie estaba conforme con nuestra selección así que decidimos dejar de hacerlo. Puede leer la revista del avión.
La viajera obligada. —Esas revistas son aburridísimas.
La azafata se acerca con la revista. —Hojéela. Nada pierde. Se va.
La viajera obligada la hojea. —Lo de siempre: anuncios, hoteles de mil estrellas, zapatos carísimos… paraísos inaccesibles para mí. Se detiene.
La azafata llega con el carrito de alimentos.
La viajera obligada. — ¿Quién es él?
La azafata. —El capitán del aire.
La viajera obligada. —Es guapo.
La azafata. — ¿Usted cree?
La viajera obligada. —Sí.
La azafata dudando. —Yo no lo veo guapo. Tiene los dientes amarillos, los dos colmillos muy pronunciados, empieza a quedarse a calvo y su barba está llena de canas.
La viajera obligada sonriendo. —Tiene razón. No es tan guapo, pero a mí me gusta.
La azafata. — ¿Ya vio cómo se describe?
La viajera obligada. —Sí. Eso fue lo que me llamó la atención.
La azafata. —Es un hombre simpático.
La viajera obligada. — ¡Me gustaría conocerlo!
La azafata. —Me temo que será imposible.
La viajera obligada. — ¿Por qué?
La azafata. — Porque el capitán no puede distraerse.
La viajera obligada. —Sólo será un momento.
La azafata. — No puede ser.
La viajera obligada. —Puede poner el piloto automático…
La azafata sonriendo. —Eso sólo lo hacen en las películas. ¿Huevos con manzana o molletes de atún?
La viajera obligada. — ¿Ese es el desayuno?
La azafata. —Sí. Sosteniendo dos charolitas. ¡Elija!
La viajera obligada. —Quiero una visita a la cabina del capitán.
La azafata. —Ya le dije que eso no es posible.
Oscuro.
5. La visita a la cabina del capitán.
La viajera obligada en la cabina. — ¡Buenas tardes!
El capitán del aire mirando los supuestos controles de la cabina. —Buenos días, querrá decir.
La viajera obligada. —Cierto, es la hora del desayuno.
El capitán del aire. — ¿En qué le puedo servir?
La viajera obligada. —Quería saber que es estar cerca de un capitán.
El capitán del aire. — ¿Es la primera vez que vuela?
La viajera obligada. —No. Lo he hecho varias veces.
El capitán del aire. — ¡Ah! Le gusta volar.
La viajera obligada. —Eso creo.
El capitán del aire. — ¿Y cómo le gusta hacerlo?
La viajera obligada. —Acompañada… y con bitácora de viaje.
El capitán del aire. —No soy bueno con las bitácoras.
La viajera obligada. —No se preocupe. A mí se me dan de manera casi natural.
El capitán del aire sorprendido. — ¿Eso supone que usted irá en todos mis vuelos?
La viajera obligada. — ¿Así lo entendió?
El capitán del aire. —Sí.
La viajera obligada. —Parece que eso quise decir, pero no, no es eso.
El capitán del aire. — ¿Qué es lo que sí quiso decir?
La viajera obligada. — Que yo puedo llevar la bitácora de este viaje.
El capitán del aire. —Entonces usted la hará.
La viajera obligada. — ¿No quiere saber lo que no quise decir?
El capitán del aire. — No. Si no lo quiso decir, ¿qué interés puede tener?
La viajera obligada. — Tiene interés para mí.
El capitán del aire. — Entonces dígaselo a usted.
La viajera obligada. — Estoy cansada de hablar sola.
El capitán del aire. — ¿No tiene una ardilla con quien platicar?
La viajera obligada. — ¿Una ardilla?
El capitán del aire. — Sí. Son escuchas geniales; aunque yo no platico con ardillas. Lo hago con mi doble imaginario.
La viajera obligada sonríe. — ¿Y supone que eso es mejor?
El capitán del aire. — Mejor que hablar solo, sí.
La viajera obligada. — ¿Usted por qué está solo?
El capitán del aire. — Me gusta.
La viajera obligada. — ¿Le gusta?
El capitán del aire. — Sí. ¿Suena egoísta?
La viajera obligada. — No. Suena triste.
El capitán del aire. — ¿Por qué triste?
La viajera obligada. — Pienso que la gente que está sola es a causa de un dolor muy grande.
El capitán del aire. — Entonces le diré que no he encontrado a alguien que me haga creer que acompañado puedo estar mejor. Silencio de ambos. ¿Así suena menos triste?
La viajera obligada. — No. Suena peor.
El capitán del aire. — ¿Cómo llegó a nuestro avión?
La viajera obligada. — Usted es de los que cambia la conversación.
El capitán del aire. — ¿Quiere saber algo más?
La viajera obligada. — ¿Por qué alguien le debe hacer creer que estar acompañado es mejor? ¿Por qué no lo cree usted?
El capitán del aire. — Señorita, tengo bastantes certificados en caídas. Lo he intentado una y otra vez. Por ahora, prefiero volar solo.
La viajera obligada. — ¿En algún momento deberá aterrizar?
El capitán del aire. — Lo hago cuando el mundo se pone exigente.
La viajera obligada. —Me gusta su sonrisa.
El capitán del aire. —Ya veo. ¿Y vino a mi cabina para decirme eso?
La viajera obligada. — ¿Podría firmar mi revista?
El capitán del aire firmándola. — ¿Cómo entró aquí?
La viajera obligada. —No lo sé. Estaba discutiendo con la azafata y de pronto ya estaba aquí. Yo quería saludarlo y ella me dijo que no podía molestarlo. Insistí porque quería su autógrafo; entonces ella extendió la mano para que le diera la revista y me aseguró que en algún momento se la haría firmar. Silencio. Lo del autógrafo es un pretexto en realidad. Quería comprobar si usted era tan guapo como en la foto.
El capitán del aire. — Es usted intrépida.
La viajera obligada sonríe.
El capitán del aire. — ¿Lo hace a menudo?
La viajera obligada. — ¿Pedir autógrafos?
El capitán del aire. —No. Entrar a las cabinas…
La viajera obligada. —A veces siento que los ojos de ciertos hombres me llaman.
El capitán del aire. — ¿Y los míos la llamaron?
La viajera obligada. — Algo así.
El capitán del aire. —Es la primera vez que una mujer asalta mi lugar de trabajo.
La viajera obligada. — ¿Le molesta?
El capitán del aire. — No. Me perturba.
La viajera obligada. —Quería que supiera que existo.
El capitán del aire. — Ya lo veo.
La viajera obligada. — ¿Puedo venir otra vez?
El capitán del aire. — Sí, pero anuncie su visita.
La viajera obligada. —La azafata no me dejará pasar.
El capitán del aire. —Ya encontrará una manera.
La viajera obligada. —Pensaré en usted…
El capitán del aire. — ¿Cree en la telepatía?
La viajera obligada. —No.
El capitán del aire. —Entonces no funcionará. Silencio prolongado.
La viajera obligada entiende que debe salir de la cabina. — Una última cosa, Capitán. ¿Qué es Japonchina?
El capitán del aire. — Ya lo sabrá.
Oscuro.
6. El encuentro con el hombre de la gabardina.
La viajera obligada aparece caminando hacia su asiento. Junto a éste hay un hombre sentado.
La viajera obligada un poco contrariada. — Con permiso, debo pasar a mi lugar.
El hombre de la gabardina se levanta y la deja pasar. — ¡Buenos días!
La viajera obligada muy seria al contestar. — ¡Buenos días! Se sienta.
El hombre de la gabardina. — ¡Hace un calor endemoniado!
La viajera obligada. — No me obligue a platicar con usted.
El hombre de la gabardina. — Sólo dije que hace un calor endemoniado. Si prefiere, piense que me lo dije a mí mismo.
La viajera obligada pensando en voz alta. — Pensé que iba a viajar sola.
El hombre de la gabardina. — ¿Le molesta mi presencia?
La viajera obligada. — No. Sólo dije que pensé que iba a estar sola.
El hombre de la gabardina. — Podríamos volver a empezar.
La viajera obligada. — ¿Empezar qué?
El hombre de la gabardina. — El encuentro. Si prefiere, yo puedo ser el que llega. El hombre de la gabardina sale del área de los asientos. Después desaparece del escenario
La viajera obligada. — Oiga, espere... Nuevamente pensando en voz alta. ¿Tendré que seguir su juego? Se sienta y poco a poco se cansa de esperar. — ¿A dónde fue? Se para, espera un poco más. Da unos pasos. Seguro creyó que lo corrí. Mejor… Se sienta. Odio platicar con desconocidos. Todo ese parloteo inútil. Silencio. ¿Fui muy grosera? No debí haberle prohibido platicar conmigo. ¡Pero odio hablar del calor! No estamos en un taxi. Y él no es un chofer. ¿O sí? Silencio. ¿Qué me costaba decir? Finge una voz amable: “Yo nunca tengo calor.” ¡Detesto que hablen del calor o del frío para empezar una conversación! ¿Qué no hay otros temas? Pudo haberme dicho: “¿Usted también va a Japonchina?” Entonces hubiera tenido toda mi atención. Pero hablar del calor. Y esa forma de decirlo: “hace un calor endemoniado” ¿Quién habla así? Los abuelitos. Espera un rato más. Después se levanta y se va. Oscuro.
7. El hombre disfrazado de lobo.
La viajera obligada entra nuevamente al área de asientos. Un hombre disfrazado de lobo está sentado en su lugar.
La viajera obligada se acerca enfadada. — Disculpe, está sentado en mi lugar.
El hombre disfrazado de lobo. — ¿Y qué le hace pensar que éste es su lugar?
La viajera obligada. — No es que lo piense. Hace un momento estaba ahí.
El hombre disfrazado de lobo señalando. — Allí hay un lugar desocupado.
La viajera obligada. — Pero no es mi lugar.
El hombre disfrazado de lobo. — No hay nada que me diga que éste es su lugar.
La viajera obligada. — Que yo se lo diga, ¿no significa nada para usted?
El hombre disfrazado de lobo. — No.
La viajera obligada insistiendo. —Éste es mi lugar.
El hombre disfrazado de lobo. — Nada me dice que este lugar estaba ocupado por usted.
La viajera obligada. — Entonces, ¿no se va a quitar?
El hombre disfrazado de lobo. — No.
La viajera obligada susurra. — ¿Dónde está la azafata?
El hombre disfrazado de lobo. — Aquí no hay azafatas.
La viajera obligada. — ¿Y como usted no ha visto a la azafata, entonces no hay azafata?
El hombre disfrazado de lobo. — ¡Vaya que quiere pelear!
La viajera obligada. — No quiero pelear. Pero no pienso dejar que patanes como usted me quiten mi lugar.
El hombre disfrazado de lobo. — Y yo no pienso tratar con tontas como usted.
La viajera obligada. — ¿Tonta?
El hombre disfrazado de lobo. — Corrijo. Tonta caprichosa como usted.
La viajera obligada. — No es un capricho. Usted está sentado en mi lugar.
El hombre disfrazado de lobo. —Puede sentarse en éste otro.
La viajera obligada. — Pero yo estaba sentada ahí.
El hombre disfrazado de lobo. — Es lo mismo. Sólo es un lugar.
La viajera obligada. — Y si sólo es un lugar, ¿por qué no se cambia?
El hombre disfrazado de lobo. — Porque no quiero.
La viajera obligada. — Y deberé viajar con usted…
El hombre disfrazado de lobo. — No. Puede irse cuando quiera.
Oscuro.
La viajera obligada camina apresuradamente entre la niebla. — Capitán, venga pronto. Un hombre se niega a darme mi lugar. Capitán, capitán, ¿dónde está? Oscuro.
La viajera obligada se encuentra nuevamente en el área de asientos. El hombre disfrazado de lobo se encuentra, para su sorpresa, en el otro asiento. — ¡No lo puedo creer!
El hombre disfrazado de lobo. — ¿Qué no puede creer?
La viajera obligada. — Que se haya cambiado de lugar. Usted actúa como niño, pero debo recordarle que ya es un adulto y debe respetar el lugar de los demás.
El hombre disfrazado de lobo. — ¿De qué habla?
La viajera obligada. — Como salí a buscar al capitán, usted cambió inmediatamente de lugar.
El hombre disfrazado de lobo. — ¿Por qué haría eso?
La viajera obligada. — No sé. ¿Por qué está loco?
El hombre disfrazado de lobo. — Loco, dice.
La viajera obligada. — Supongo que funciona a partir de amenazas.
El hombre disfrazado de lobo. — ¿Qué le hace pensar eso?
La viajera obligada. — Porque salí a buscar al capitán y usted cambió de lugar.
El hombre disfrazado de lobo. — No entiendo nada de lo que dice.
La viajera obligada. — Olvídelo. Yo soy la loca.
El hombre disfrazado de lobo. — ¡Qué divertido! En su mundo solamente hay locos.
La viajera obligada. —Y pensar que voy a estar junto a usted.
El hombre disfrazado de lobo. — Me temo que sí. Y yo también tendré que viajar con usted.
La viajera obligada. — No. Buscaré al capitán y le pediré que me asigne otro lugar. Se va. Oscuro.
La viajera obligada camina apresuradamente entre la niebla. — Capitán… capitán, necesito que me cambie de lugar. Capitán, ¿dónde está? Oscuro.
8. El nuevo encuentro con el hombre de la gabardina.
Ella viene caminando y el hombre de la gabardina está sentado.
La viajera obligada aliviada. — Se fue el loco. Llega a los asientos. Con permiso, debo pasar a mi lugar.
El hombre de la gabardina se levanta y la deja pasar. — ¡Buenos días! Hace un calor endemoniado, ¿no cree?
La viajera obligada lo mira con desesperación, pero se tranquiliza. — ¿Usted también va a Japonchina?
El hombre de la gabardina. — No. Pero es paso obligado.
La viajera obligada. — ¿Usted a dónde va?
El hombre de la gabardina. — A Nuevaustralia.
La viajera obligada. — ¿Nuevaustralia? ¿Eso existe?
El hombre de la gabardina. — Sí. Es el espacio de mis sueños.
La viajera obligada. — ¿Usted sueña con canguros?
El hombre de la gabardina. — No. Sueño con una casita junto al mar, hablando de cine con un par de sirenas.
La viajera obligada. — ¿Le gusta el cine?
El hombre de la gabardina. — No. Me gustan las sirenas.
La viajera obligada. — ¿Y a las sirenas les gusta el cine?
El hombre de la gabardina. — Por supuesto. Todos mis planes están construidos alrededor de eso.
La viajera obligada. — ¿Y qué hará en Nuevaustralia?
El hombre de la gabardina. — Me dedicaré a escribir.
La viajera obligada. — A mí también me gusta escribir.
El hombre de la gabardina. — ¿Y de qué escribe?
La viajera obligada. — De mujeres tristes.
El hombre de la gabardina. — ¿Y las mujeres felices?
La viajera obligada. — No se puede escribir sobre la felicidad.
El hombre de la gabardina. — Se pueden escribir finales felices.
La viajera obligada. — Odio los finales felices.
El hombre de la gabardina. — ¿Por qué?
La viajera obligada. — Nunca he tenido uno.
El hombre de la gabardina. — ¿Nunca? Eso no lo puedo creer. Hagamos un experimento. Recuerde la historia más triste que haya vivido.
La viajera obligada. — La muerte de mi padre.
El hombre de la gabardina. — Lamento hacerla recordar eso.
La viajera obligada. —¿Dónde está el final feliz de esa historia?
El hombre de la gabardina. — ¿Podría decirme cómo murió?
La viajera obligada. — No. Solo quiero decirle que su final fue menos triste que su vida.
El hombre de la gabardina se calla.
La viajera obligada. —Su mirada se fue. Nunca había visto cómo la mirada desaparece. Sus ojos realmente perdieron la vida. Murieron con él. Todo en él terminó. No quedó nada vivo.
El hombre de la gabardina. — El final de una vida no es algo que se festeje, pero…
La viajera obligada. —¿Le dije que murió un viernes en la noche? Silencio de ambos.
El hombre de la gabardina. — Su padre no murió del todo…
La viajera obligada. —No, por favor. No necesito esa basura.
El hombre de la gabardina. — Usted es muy dura, por eso no reconoce los finales felices. Silencio.
La viajera obligada. — Nunca he querido ser dura. Me gustaría ser algo parecido a un bombón. Suave y dulce.
El hombre de la gabardina. — Me gusta su voz.
La viajera obligada extrañada. — Gracias.
El hombre de la gabardina. — Tiene un timbre encantador.
La viajera obligada. — ¿Le parece?
El hombre de la gabardina. — Sí. ¿Nunca se lo habían dicho?
La viajera obligada. — No.
El hombre de la gabardina. — La gente de ahora está sorda. Siga hablando, por favor, permítame disfrutar de su voz. Si no le importa, quisiera cerrar los ojos mientras la escucho hablar.
La viajera obligada. — ¡Usted exagera!
El hombre de la gabardina. — No. Escucharla me produce un éxtasis innenarrable.
La viajera obligada. — ¿Se está burlando de mí?
El hombre de la gabardina. — Nada más alejado de mis intenciones.
La viajera obligada. — Deje de hablar como si fuera un anciano.
El hombre de la gabardina. — ¿Le molesta?
La viajera obligada. — Sí.
El hombre de la gabardina. — Lamento haberla importunado. Se levanta y se va.
La viajera obligada mira cómo se aleja. Segundos después va tras él. — Espere. No se vaya. Quédese, pero no hable así. No se vaya. Hablemos de otra cosa. Sale. Oscuro.
9. Nuevo encuentro con el capitán.
El capitán del aire y la viajera obligada caminan entre la niebla, por lados distintos, hasta que se encuentran.
El capitán del aire. — Hace un momento escuché que me buscaba.
La viajera obligada voltea hacia donde se escucha la voz. — Sí. Un hombre no quería darme mi lugar.
El capitán del aire. — ¡Qué bonita frase! Hacía mucho tiempo que no escuchaba eso.
La viajera obligada. — Me paré un momento y cuando regresé él estaba ahí.
El capitán del aire. — ¿Está segura de que ese era su lugar?
La viajera obligada. —Capitán, en este avión sólo hay dos lugares, y yo estaba sentada en el asiento de la derecha.
El capitán del aire. — ¿Qué le ha parecido nuestro servicio?
La viajera obligada. —Normal…bueno, un poco extraños los pasajeros.
El capitán del aire. — ¿Normal? Éste no es un avión normal. En este avión se respira libertad.
La viajera obligada. — ¿Libertad?
El capitán del aire. — ¿Qué puede hacer un hombre sin ella? No podríamos volar a dónde se nos antojara.
La viajera obligada. — Como a Japonchina.
El capitán del aire. —Sí. Un lugar adorable.
La viajera oblig