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Sarita Amor. Monólogo. Autor Benjamín Gavarre.

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11/11/14

CIMBELINO. William SHAKESPEARE.

























CIMBELINO


 William SHAKESPEARE


DRAMATIS PERSONAE
* CIMBELINO, Rey de Bretaña.
* CLOTEN, Hijo de la Reina con su primer esposo.
* PÓSTUMO LEONATO, Caballero, Marido de Imógena.
* BELARIO, Señor desterrado, disfrazado bajo el nombre de Morgan.
* GUIDERIO, Hijo de Cimbelino, oculto, bajo el nombre de Polidoro y supuesto hijo de Morgan.
* ARVIRAGO, Hijo de Cimbelino, oculto, bajo el nombre de Cadwal y supuesto hijo de Morgan.
* FILARIO, amigo de Póstumo, italiano.
* IACHIMO, amigo de Póstumo, italiano.
* Un CABALLERO FRANCÉS, amigo de Filario.
* CAYO LUCIO, General de las tropas romanas.
* Un CAPITÁN romano.
* Dos CAPITANES bretones.
* PISANIO, Criado de Póstumo.
* CORNELIO, médico.
* Dos NOBLES de la Corte de Cimbelino.
* Dos CABALLEROS de la Corte de Cimbelino.
* Dos CARCELEROS.
* La REINA, esposa de Cimbelino.
* IMÓGENA, hija de Cimbelino con su primer esposa.
* ELENA, DAMA de compañía de Imógena.
* Un CABALLERO HOLANDÉS.
* Un CABALLERO ESPAÑOL.
*Un ADIVINO.
* Señores, Señoras, Senadores romanos, Tribunos, Músicos, Oficiales, Capitanes, Soldados, Mensajeros
y otras personas de acompañamiento.
* Apariciones.

ESCENA:
* Unas veces en Bretaña y otras en Italia.

ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
Bretaña. El jardín del palacio de Cimbelino. Entran dos CABALLEROS.
CABALLERO 1°: No encontráis un hombre que no frunza el entrecejo. Nuestros temperamentos
no obedecen con más docilidad a las influencias del ambiente que nuestros cortesanos acomodan su
rostro a la fisonomía del rey.
CABALLERO 2°: Pero ¿qué pasa?
CABALLERO 1°: Su hija y heredera del reino, que reservaba para el hijo único de su mujer, una
viuda con la que se enlazó recientemente, ha preferido a un pobre pero digno caballero. Se ha
casado con él. Su esposo está desterrado; ella, presa. Todo respira pesar externo, aunque creo que el
rey se halla verdaderamente afectado de corazón.

CABALLERO 2°: ¿El rey solo?
CABALLERO 1°: También el pretendiente que la ha perdido. Y también la reina, que deseaba
mucho el matrimonio. Pero en cuanto a los cortesanos, aunque algunos hayan acomodado sus
rostros al unísono de la fisonomía del rey, no hay uno cuyo corazón no se alegre de lo que parece
refunfuñar.
CABALLERO 2°: Y eso ¿por qué?
CABALLERO 1°: El que no ha obtenido la princesa es un ser por debajo incluso de una mala
reputación. Y el que la posee, quiero decir, el que se ha casado con ella..., ¡ay!, ¡pobre hombre!..., y
que en consecuencia está desterrado, es una persona tal, que si se buscase su parecido a través de
todas las regiones de la tierra, faltaría siempre alguna cosa con que compararle. No creo que haya
hombre en el mundo con tan bello exterior y sea más rico interiormente de los más hermosos dones.
CABALLERO 2°: Vuestro elogio va lejos.
CABALLERO 1°: Mi alabanza queda aún por debajo de su mérito, señor. La empequeñezco más
bien que le doy su justa y debida proporción.
CABALLERO 2°: ¿Cuál es su nombre y alcurnia?
CABALLERO 1°: No conozco a fondo sus orígenes. Su padre se llamaba Sicilio, y conquistó su
renombre contra los romanos bajo las banderas de Cassibelan; pero sus títulos le vinieron de
Tenancio, a quien sirvió con una gloria y un éxito dignos de admiración, y así ganó el sobrenombre
de Leonato. Además, el caballero de quien se trata tuvo otros dos hijos que murieron con la espada
en la mano en las guerras de su tiempo, a causa de lo cual su padre, que entonces era viejo y
apasionadamente deseoso de dejar descendencia, experimentó tal disgusto, que se fue de este
mundo; y su encantadora mujer, a la sazón embarazada del caballero objeto de nuestra
conversación, expiró después de haber dado a luz. El rey tomó al niño bajo su protección; le llamó
Leonato Póstumo; le educó y le hizo huésped de sus habitaciones íntimas. Mandó darle toda la
instrucción que su tiempo le permitía recibir, instrucción que absorbió como nosotros el aire, tan
pronto adquirida como presentada, y que le permitió en su primavera misma obtener el fruto. Vivió
en la Corte, cosa rara de lograr, muy elogiado, muy amado, modelo para los más jóvenes; para los
más maduros, espejo en que podían corregir sus defectos. Puesto enfrente de los más graves,
presentaba el espectáculo de un niño que dirigía a los caducos. En cuanto a su amada, por quien
ahora está desterrado, su propio mérito proclama hasta qué punto estimaba ella su persona y su
virtud; su elección indica con toda verdad qué género de hombre es.
CABALLERO 2°: Le honro nada más que por vuestros informes. Pero, decid, os lo ruego: ¿es ella
la hija única del rey?
CABALLERO 1°: Su única hija. Tenía dos hijos; si el hecho es digno de vuestra atención, notadlo:
el mayor, de tres años, y el segundo estaba todavía en pañales, cuando fueron robados en la
habitación de su nodriza; y hasta este momento no se ha podido conjeturar adónde han sido
llevados.
CABALLERO 2°: ¿Cuánto tiempo hace de eso?
CABALLERO 1°: Unos veinte años.
CABALLERO 2°: ¡Cómo! ¡Que hijos de un rey hayan podido ser robados así, estar tan
descuidadamente guardados, y la busca pueda ser tan poco activa que no se pueda hallar rastro de
ellos!
CABALLERO 1°: Por extraño que sea, o por burlas que merezca esta negligencia, el hecho no es
menos cierto, señor.
CABALLERO 2°: Os creo perfectamente.
CABALLERO 1°: Es menester retirarnos. Aquí llegan el caballero, la reina y la princesa. (Salen los
Caballeros 1° y 2°. Entran la REINA, PÓSTUMO e IMÓGENA)
REINA: No, estad segura, hija mía, de que no justificaré la mala reputación de la mayor parte de
las suegras ni os veré con malos ojos. Sois mi prisionera; pero vuestro carcelero os entregará las
llaves que encierran vuestra libertad. En cuanto a vos, Póstumo, tan pronto como pueda aplacar al
rey ofendido, seré abiertamente vuestro abogado. Pero, verdaderamente, está todavía presa del
fuego de la cólera, y bueno sería que os sometieseis a su fallo con toda la paciencia que vuestra
sabiduría pueda aconsejaros.
PÓSTUMO: Si le place a Vuestra Alteza, partiré de aquí hoy.
REINA: ¿Sabéis qué peligro corréis? Voy a dar una vuelta por el jardín, lamentándome de los
sufrimientos de vuestros cariños contrariados, aunque el rey haya ordenado que no se os deje hablar
juntos. (Sale la REINA)
IMÓGENA: ¡Oh cortesía hipócrita! ¿Con qué finura lisonjea esa alma tiránica allí mismo donde
hiere! Mi queridísimo esposo: temo algo la cólera de mi padre; pero, aparte el respeto sagrado que
le debo, no temo nada de lo que su cólera pueda hacer contra mí. Es necesario que partáis; y yo,
preciso que me quede aquí para sostener a toda hora el tiroteo de las miradas furibundas, sin
consuelo posible, si no es el pensamiento de que halle en el mundo esa joya que podré contemplar
aún.
PÓSTUMO: ¡Mi reina, mi amada! ¡Oh señora, no lloréis más, por temor de que no dé ocasión de
ser tachado de más sensibilidad de la que conviene a un hombre! Continuaré siendo el esposo más
leal que haya nunca empeñado su fidelidad. Mi residencia en Roma será en casa de un tal Filario,
que fue amigo de mi padre y que no me es conocido más que por correspondencia. Escribid a esa
dirección, reina mía, y mis ojos beberán las palabras que me enviéis, aun cuando vuestra tinta esté
hecha de hiel. (Vuelve a entrar la REINA)
REINA: Sed breves, os lo ruego. Si el rey llega, voy a incurrir en su desagrado, ignoro en qué
medida. (Aparte) Sin embargo, haré por llevarle a pasear de este lado. Nunca le causo un mal sin que
compre mis injurias para hacerse amigo de ellas. Paga mis ofensas a fuerte precio. (Sale la REINA)
PÓSTUMO: Aunque nuestra despedida se prolongara todo el tiempo que nos queda por vivir, este
retraso no haría sino acrecer nuestra pena de tener que separarnos. ¡Adiós!
IMÓGENA: No, quedaos un poco. Aun cuando no partierais más que para dar un paseo a caballo,
a fin de tomar el aire, un adiós así sería aún demasiado corto. Mirad, mi muy amado: éste diamante
era de mi madre; tomadlo, querido corazón mío. Pero guardadlo hasta que cortejéis a otra mujer,
cuando Imógena esté muerta.
PÓSTUMO: ¡Cómo! ¡Cómo! ¿Otra mujer? ¡Oh dioses benditos, dadme solamente la que tengo, y
antes de permitirme abrazar nunca a otra después de ella, desecadme 1 con las ligaduras de la
muerte! (Colocándose la sortija en un dedo) ¡Quédate, quédate aquí en tanto este dedo tenga sensación
de vida! Y vos, mi dulcísima, mi bellísima, así como he hecho el cambio de mi pobre individualidad
1
Sear up. Según Onions, aquí sear, tiene el sentido de to dry up, cause to wither, blight. Sin embargo, ¿no significará más
bien agarrotar?
por vuestra persona, con pérdida infinita para vos, así en nuestras bagatelas de endeble importancia,
gano todavía sobre vos. Llevad esto en consideración a mí. Son unas esposas de amor; voy a
ponérselas a éste hermosísimo prisionero. (Le pone un brazalete en el brazo)
IMÓGENA: ¡Oh dioses! ¿Cuándo nos volveremos a ver?
PÓSTUMO: ¡Ay, el rey! (Entran CIMBELINO y Señores)
CIMBELINO: ¡Ser vilísimo, parte, fuera de aquí, lejos de nuestra vista! Si después de esta orden
obstruyes la Corte con tu indignidad, eres muerto. ¡Huye, eres un veneno para mi sangre!
PÓSTUMO: ¡Los dioses os protejan! ¡Y bendigan a los hombres virtuosos que quedan en la Corte!
Vedme partir. (Sale PÓSTUMO)
IMÓGENA: La muerte no puede tener opresión más aguda que ésta.
CIMBELINO: ¡Oh criatura desleal, que debías renovar mi juventud, me has abrumado bajo el peso
de una vejez de muchos años!
IMÓGENA: Os lo suplico, señor; no os causéis más daño atormentándoos. Vuestra ira me deja
insensible. Un golpe más vivo subyuga en mí todos los demás sufrimientos, todos los otros temores.
CIMBELINO: ¿Habéis perdido toda gracia, toda obediencia?
IMÓGENA: He perdido toda esperanza y vivo en la desesperación; de esa manera, puedo decir que
he perdido toda gracia.
CIMBELINO: ¡Tú, que pudiste haber tenido el hijo único de mi reina!
IMÓGENA: ¡Oh, bien afortunada soy con no haber podido! He escogido un águila y he rehusado
un milano.
CIMBELINO: Has tomado a un mendigo. ¿Quisiste hacer de mi trono un sitial de bajeza?
IMÓGENA: ¡No; antes le he añadido lustre!
CIMBELINO: ¡Oh tú, vil criatura!
IMÓGENA: ¡Oh señor, falta vuestra es si he amado a Póstumo! Le habéis educado como a mi
compañero de juegos, y es un hombre digno de toda mujer; casándose conmigo, se puede decir que
casi paga mi precio con usura.
CIMBELINO: ¡Cómo! ¿Estáis loca?
IMÓGENA: Casi, señor. ¡Que el Cielo me cure! ¡Quisiera ser la hija de un vaquero, y que mi
Leonato fuese el hijo del pastor nuestro vecino!
CIMBELINO: ¡Oh criatura insensata! (Vuelve a entrar la REINA) Aún estaban juntos. No habéis
obrado según nuestra orden. ¡Partid con ella y encerradla!
REINA: Os suplico paciencia. ¡Silencio, querida dama, hija mía, silencio! Dulce soberano,
dejadnos a nosotras mismas y que vuestra razón, mejor aconsejada, os dé algún consuelo.
CIMBELINO: No; que languidezca lentamente, a una gota de sangre por día. ¡Y cuando sea vieja,
que muera víctima de esa locura! (Salen CIMBELINO y los Señores).
REINA: ¡Fuera de aquí!, os es preciso ceder. Aquí está vuestro servidor. (Entra PISANIO) ¡Hola,
señor! ¿Qué noticias hay?
PISANIO: Señora, vuestro hijo ha desenvainado contra mi amo.
REINA: ¡Oh! No habrá ocurrido ningún accidente, creo.
PISANIO: Pudo ocurrir, si mi amo no hubiese jurado, más que combatido, y no se hubiera
desposeído del estimulante de la cólera. Han sido separados por caballeros que se encontraban allí.
REINA: Me alegro mucho.
IMÓGENA: Vuestro hijo es amigo de mi padre; toma su partido. ¡Desenvainar contra un
confinado! ¡Oh bravo señor! Quisiera que estuviesen en África frente a frente el uno del otro, y yo
allí con una aguja para pinchar al que volviera la espalda. ¿Por qué habéis abandonado a vuestro
amo?
PISANIO: Por orden suya. No quiso permitirme que le llevara hasta el puerto. Me ha dejado estas
notas, relativas a las órdenes a que habré de obedecer cuando os agrade emplearme.
REINA: Este hombre ha sido vuestro fiel servidor. Me atrevo a empeñar mi palabra de que
continuará siéndolo.
PISANIO: Lo agradezco humildemente a Vuestra Alteza.
REINA: Os ruego que demos un paseo.
IMÓGENA: (A PISANIO) De aquí a medio hora próximamente venid a hablarme. Debéis ir, al
menos, a ver embarcarse a mi señor. Por el momento dejadme.
Salen IMÓGENA, la REINA y PISANIO.
ESCENA SEGUNDA
En Bretaña. Una plaza pública. Entran CLOTEN y dos Señores.
SEÑOR 1°: Señor, os aconsejaría que mudarais de camisa. La violencia de la acción os ha hecho
humear como un sacrificio. Cuando una corriente de aire sale, otra corriente de aire entra. No hay
en la atmósfera tanta salubridad como la que exhaláis.
CLOTEN: Si mi camisa estuviese ensangrentada, podría cambiarla. ¿Le he herido?
SEÑOR 2°: (Aparte) No, no, a fe mía; ni siquiera su paciencia.
SEÑOR 1°: ¡Él herido! Si no está herido, su cuerpo es un caparazón impermeable. Si no está
herido, es una encrucijada para el acero.
SEÑOR 2°: (Aparte) Su espada tenía deudas. Ha salido por las afueras de la ciudad.
CLOTEN: El villano no ha querido hacerme frente.
SEÑOR 2°: (Aparte) No; pero ha huido siempre adelante, mirándoos a la cara.
SEÑOR 1°: ¡Haceros frente! Tenéis suficientes tierras de vuestra pertenencia. Pero él ha
aumentado vuestro haber. Os ha cedido algún terreno.
SEÑOR 2°: (Aparte) Tantas pulgadas como océanos tenéis. ¡Qué majaderos!
CLOTEN: Hubiera querido que no se nos escapase.
SEÑOR 2°: (Aparte) Y yo también, hasta que hubierais tomado sobre el terreno la medida de lo
tonto que sois.
CLOTEN: ¡Y pensar que ella ha podido amar a ese mozo y rechazarme!
SEÑOR 2°: (Aparte) Si es un pecado hacer una buena elección, está condenada.
SEÑOR 1°: Señor, como os he dicho siempre, su belleza y su talento no conjuntan. Tiene una
buena insignia, pero no he podido percibir más que un mediano reflejo de su inteligencia.
SEÑOR 2°: (Aparte) No brilla sobre los tontos por temor de que sus reflejos la hieran.
CLOTEN: Venid, voy a trasladarme a mi habitación. ¡Lástima que no haya sucedido mal alguno!
SEÑOR 2°: (Aparte) No es ése mi deseo, a menos que no hubiese acarreado la caída de un asno, lo
que no supone un gran mal.
CLOTEN: ¿Queréis venir con nosotros?
SEÑOR 1°: Acompañaré a vuestra señoría.
CLOTEN: Vamos, venid; partamos juntos.
SEÑOR 2°: Bien, mi señor.

Salen CLOTEN y los dos Señores.
ESCENA TERCERA
En Bretaña. Una sala en el palacio de Cimbelino. Entran IMÓGENA y PISANIO.
IMÓGENA: Quisiera que hubieseis echado raíces en las orillas del puerto e interrogado a todos los
navíos. Si escribiese y su carta no llegase a mi poder, esa pérdida me sería tan sensible como un
perdón llegado demasiado tarde. ¿Cuál fue la última palabra que te dirigió?
PISANIO: Fue "¡mi reina, mi reina!"
IMÓGENA: ¿Y luego agitó su pañuelo?
PISANIO: Y lo besó, señora.
IMÓGENA: ¡Tela insensible, y más dichosa que yo por ese favor! ¿Y eso fue todo?
PISANIO: No, señora; porque todo el tiempo que pudo distinguírsele de los demás con los ojos y
los oídos de vuestro servidor aquí presente, se mantuvo sobre el puente, no cesando de agitar el
guante, el pañuelo o el sombrero, según los movimientos y transportes de su espíritu le permitían
mejor expresar con qué lentitud se alejaba su alma, con qué rapidez contraria corría su bajel.
IMÓGENA: Tus ojos no debieron cesar de seguirle antes de haberle visto tan diminuto como una
corneja por lo menos.
PISANIO: Es lo que he hecho.
IMÓGENA: Habría roto los nervios de mis ojos, los habría hecho estallar sólo para mirarle, hasta
que el alejamiento le hubiese hecho parecer tan delgado como una aguja; aún más: le hubiera
seguido con la mirada hasta que se hubiese fundido en el aire, después de quedar reducido a la
pequeñez de un mosquito; luego habría vuelto mis ojos y llorado. Pero, mi buen Pisanio, ¿cuándo
sabremos noticias suyas?
PISANIO: En su primera ocasión favorable; estad segura de ello, señora.
IMÓGENA: No me he despedido de él, pues tenía una infinidad de cosas lindas que decirle. Antes
que hubiese podido indicarle cómo pensaría en él en ciertas horas, con tales o cuales pensamientos;
o antes que hubiese podido hacerle jurar que las mujeres de Italia no traicionarían mi interés y su
honor; o antes que le hubiese podido prometer reunirse conmigo con sus oraciones, a las seis de la
mañana, al mediodía, a medianoche, pues en esas horas estoy en el cielo para él; o antes que
hubiese podido darle este beso de despedida, que quería engastar entre dos palabras preservadoras
de sortilegios, llega mi padre y, como el soplo tiránico del Norte, ha echado por tierra todos
nuestros capullos antes de abrirse. (Entra una Dama)
DAMA: La reina, señora, desea la compañía de Vuestra Alteza.
IMÓGENA: No olvidéis de ejecutar las cosas que os he encomendado. Voy en busca de la reina.
PISANIO: Vuestras órdenes serán ejecutadas, señora.
Salen IMÓGENA, PISANIO y la Dama.
ESCENA CUARTA
Roma. Una sala en la morada de Filario. Entran FILARIO, IACHIMO, un FRANCÉS, un HOLANDÉS y un
ESPAÑOL.
IACHIMO: Creedlo, señor: le vi en Bretaña. Su renombre estaba entonces en auge. Se esperaba
verle dar las pruebas de mérito que después le han conquistado su nombre. Pero en esta época
hubiera podido contemplarle sin experimentar la menor necesidad de admiración, aun cuando junto
a él se hubiese hallado el catálogo de sus cualidades y yo hubiera tenido facilidad de recorrerlo
artículo por artículo.
FILARIO: Os referís a una época en que estaba menos provisto que hoy de todo lo que hace en lo
moral y en lo físico un hombre cabal.
FRANCÉS: Le vi en Francia; teníamos allí muchas personas que podían mirar al sol tan
resueltamente como él.
IACHIMO: Este asunto de su matrimonio con la hija de su rey, que le hace apreciar la tasa del
mérito de su mujer más que la tasa del suyo, le da una fama, sin duda, por encima de su valla.
FRANCÉS: Y luego su destierro...
IACHIMO: Sí, y la aprobación de los que, bajo los colores de la princesa, lloran ese lamentable
divorcio, sirve maravillosamente para engrandecerle, aunque no fuese más que por contribuir a
fortificar su juicio en ella, juicio que, sin eso, se podría cómodamente echar abajo, haciéndole
percatarse de que ha escogido un pordiosero, sin otras cualidades. Pero ¿cómo es que viene a
establecerse con nosotros? ¿Cómo ha nacido vuestro conocimiento?
FILARIO: Su padre y yo fuimos compañeros de armas, y a éste padre le fui varias veces deudor de
nada menos que de la vida. Aquí viene el bretón. Recíbasele como se recibe a un extranjero de su
calidad por caballeros de vuestra educación. (Entra PÓSTUMO) Os suplico a todos que hagáis buen
conocimiento con este caballero, que os recomiendo como uno de mis nobles amigos. A qué punto
se elevan sus méritos, dejaré a él mismo que os dé las pruebas después, en lugar de alabarle en sus
propias narices.
FRANCÉS: Señor, nosotros nos hemos conocido en Orleáns.
PÓSTUMO: Desde entonces he sido siempre deudor vuestro por vuestras cortesías, que os pagaré
incesantemente, sin poder quedar en paz.
FRANCÉS: Señor, apreciáis demasiado alto mi pobre servicio. Me sentí dichoso al reconciliaros
con mi compatriota. Hubiera sido una lástima que vinierais a las manos con la cólera mortal que
entonces poseíais ambos, por un motivo tan ligero y de naturaleza tan trivial.
PÓSTUMO: Os pido perdón, señor; era yo entonces un viajero joven; prefería a la sazón
conducirme según mis propios conocimientos, a dejarme guiar en mis actos por la experiencia de
los otros. Pero, conforme con mi juicio actual, más maduro, si no os ofende que os diga que es más
maduro, mi querella no fue tan fútil.
FRANCÉS: Sí, por mi fe, era demasiado fútil para que se sometiera al arbitraje de las espadas, y
por dos hombres que, según todas las apariencias, se habrían destruido el uno al otro o se habrían
matado ambos.
IACHIMO: ¿Podríamos, sin faltar a la corrección, preguntaros el motivo de la diferencia?
FRANCÉS: Sin inconveniente, creo. Fue una disputa en público, que puede, sin temor de atraerse
las reclamaciones de nadie, ser referida. Era una discusión muy semejante a la que surgió la noche
última, cuando nos pusimos todos por turno a cantar las alabanzas de nuestras amadas en nuestros
diversos países. Aquél día este caballero sostenía, y con la garantía de su sangre, que su amada era
más bella, más virtuosa, más discreta, más casta, más constante, más reservada y menos accesible a
la seducción que ninguna de las más raras entre nuestras damas de Francia.
IACHIMO: ¡Esa dama no vivirá actualmente, o la opinión de este caballero, a la altura en que
estamos, debe ser destruida!
PÓSTUMO: Conserva todavía su virtud, y yo, mi opinión.
IACHIMO: No debéis darle preferencia hasta ese punto sobre nuestras damas de Italia.
PÓSTUMO: Si fuese provocado hasta el extremo que lo fui en Francia, no alteraría en nada mi
opinión, aun cuando hubiera de pasar por su idólatra antes que por su enamorado.
IACHIMO: Si hubieseis dicho, por una comparación que habría conservado la igualdad, que era
tan bella y buena como nuestras damas de Italia, esa alabanza hubiera sido todavía demasiado bella
y demasiado buena para cualquier dama de Bretaña. Si tuviera una superioridad tan cierta sobre
otras que he visto como ese diamante que lleváis excede al brillo de la mayor parte de los que he
admirado, me vería forzado a creer que está por encima de muchas mujeres; pero no he visto el
diamante más precioso que existe, ni vos la más preciosa dama.
PÓSTUMO: La he elogiado en el grado que la estimo. Así hago con mi diamante.
IACHIMO: ¿Y en cuánto estimáis ese diamante?
PÓSTUMO: En más de lo que posee el mundo.
IACHIMO: O vuestra amada incomparable ha muerto, o su precio es sobrepujado por el de una
bagatela.
PÓSTUMO: Os equivocáis. El uno podría ser vendido o dado, si el comprador tuviese una fortuna
suficiente o si el mérito realzase lo bastante al que lo recibiera como donación. La otra no es una
cosa que pueda comprarse, y no es una donación más que de los dioses.
IACHIMO: ¿Y los dioses os han hecho esta donación?
PÓSTUMO: Y con su favor la conservaré.
IACHIMO: Podéis conservarla a título posesorio; pero sabéis que las aves extranjeras se dejan caer
sobre los estanques de la vecindad. Vuestra sortija puede también ser robada; de modo que vuestros
dos objetos inapreciables, el uno es frágil y el otro puede perderse; un ladrón astuto o un cortesano
experto en ese oficio podría tratar de apoderarse de la una o de la otra.
PÓSTUMO: Vuestra Italia no contiene el cortesano bastante experto para vencer el honor de mi
amada, si al llamarla frágil queréis hacer alusión a la defensa o a la pérdida de su honor. No dudo de
que tengáis abundancia de ladrones; no obstante, no temo por mi joya.
FILARIO: Dejemos esto aquí, caballeros.
PÓSTUMO: Señor, con todo mi corazón. Éste digno signior, se lo agradezco, no me trata como a
un extranjero; estamos familiarizados desde la primera entrevista.
IACHIMO: Con cinco veces tanta conversación, tomaría posesión de vuestra bella amada. Y la
haría retroceder hasta entregarse, si fuese admitido cerca de ella y si tuviese ocasión de convertirme
en su amigo.
PÓSTUMO: No, no.
IACHIMO: Empeño sobre ésta convicción la mitad de mi fortuna contra vuestro diamante, prenda
que, a mi juicio rebasa un poco su valor. Pero hago esta apuesta más bien contra vuestra confianza
que contra su reputación. Y, por miedo de ofenderos, os diré que me atrevería a la empresa contra
cualquier dama del mundo.
PÓSTUMO: Vuestra persuasión temeraria os perjudica grandemente; y no dudo de que tengáis el
merecido de vuestra empresa.
IACHIMO: ¿Qué, entonces?
PÓSTUMO: Un fracaso; aunque vuestra empresa, como la llamáis, merece más..., merece un
castigo también.
FILARIO: Caballeros, basta ya del asunto. Esta discusión surgió demasiado repentinamente; que
muera como ha nacido, y, os lo ruego, hacer mejor conocimiento.
IACHIMO: ¡Ojalá hubiese empeñado mi fortuna y la de mi vecino sobre la certeza con que he
hablado!
PÓSTUMO: ¿Sobre qué dama caería vuestra elección para el asalto?
IACHIMO: Sobre la vuestra, de que tenéis por tan segura la constancia. Recomendadme a la Corte
en que vive vuestra dama, y apuesto diez mil ducados contra vuestra sortija a que, sin otra ventaja" que la oportunidad de una segunda conferencia, os daré noticia de ese honor que os figuráis tan bien
guardado.
PÓSTUMO: Apostaré oro contra vuestro oro. En cuanto a mi sortija, la tengo por tan cara como mi
dedo; es una parte de él.
IACHIMO: Tenéis miedo, y con ello mostráis mejor vuestra discreción. Aunque compréis carne de
mujer a millón la dracma 2 , no podréis impedir que se corrompa; pero veo que hay en vos alguna
religión, puesto que tenéis miedo 3 .
PÓSTUMO: Eso no es en vos sino una manera de hablar; vuestros pensamientos tienen más
gravedad que vuestras palabras, creo.
IACHIMO: Soy dueño de mis palabras, y emprenderé lo que he dicho, lo juro.
PÓSTUMO: ¿Lo queréis? Sea; todo consistirá simplemente en poner mi diamante en depósito
hasta vuestro regreso... Convengamos los términos de la apuesta. Mi amada excede en virtud la
enormidad de vuestros indignos pensamientos. Me atrevo a mantener esta apuesta contra vos. Aquí
está mi sortija.
FILARIO: No permitiré la apuesta.
IACHIMO: ¡Por los dioses, cosa hecha! Si no os aporto prueba suficiente de que he gozado la
parte más deliciosa del cuerpo de vuestra amada, mis diez mil ducados son vuestros, así como
vuestro diamante. Si fracaso y la abandono dejándola en posesión de ese honor, en el que tenéis
confianza, ella, vuestra joya, esta otra joya y mi oro son vuestros... con tal que, no obstante, tenga
yo vuestra recomendación para hablarle más libremente.
PÓSTUMO: Acepto las condiciones. Redactemos entre nosotros los artículos. Sólo tendréis que
responder a lo que sigue: si ejecutáis vuestro viaje y me dais una prueba positiva de que la habéis
conquistado, no soy más largo tiempo vuestro enemigo. Ella no sería digna de nuestra discrepancia.
Pero si no es seducida, al no dar vuestros discursos prueba en contrario, me responderéis con
vuestra espada de vuestra mala opinión y de la tentación que habréis hecho contra su castidad.
IACHIMO: Vuestra mano, y asunto concluido. Vamos a hacer que se estipule este convenio por
consejo legal, y, luego, derecho a Bretaña, a fin de que el asunto no se enfríe y se ahogue. Voy a ir a
buscar mi oro y hacer levantar acta de nuestras dos apuestas.
PÓSTUMO: Acordado. (Salen PÓSTUMO y IACHIMO)
FRANCÉS: ¿Creéis que se mantenga?
FILARIO: El señor Iachimo no retrocederá. Os lo ruego, sigámosle.
Salen FILARIO, el FRANCÉS, el HOLANDÉS y el ESPAÑOL.
ESCENA QUINTA
En Bretaña. Una sala en el palacio de Cimbelino. Entra la REINA, Damas y CORNELIO.
2
Dram, en el texto: la dracma, u octava parte de la onza, que contiene tres escrúpulos, o dos adarmes, o 72 granos.
Broma que alude al adagio: "El temor de Dios es el comienzo de la sabiduría." (Timor Domini, principium sapientia)
(PROVERBIOS, I)
3
REINA: Mientras el rocío dura aún sobre la tierra, reunid esas flores. Despachad. ¿Quién tiene la
nota de ellas?
DAMA 1°: Yo, señora.
REINA: Despachad. (Salen las Damas) Ahora, señor doctor, ¿habéis traído esas drogas?
CORNELIO: Sí, con permiso de Vuestra Alteza. Helas aquí, señora. (Le presenta una pequeña caja)
Pero lo declaro a Vuestra Gracia, si puedo dirigiros ésta insinuación sin ofensa, mi conciencia me
obliga a preguntaros: ¿por qué me habéis mandado traer esas mixturas de un veneno activísimo, que
tienen las propiedades de producir una muerte lenta, pero, aunque lenta, no menos segura?
REINA: Me extraña, doctor, que me dirijas semejante pregunta. ¿No he sido largo tiempo tu
discípula? ¿No me has enseñado a hacer perfumes, a destilar, a hacer conservas? Sí, y tan bien, que
nuestro gran rey me mima con frecuencia para tener la confitería de mi clase. Habiendo ido tan lejos
en este arte a menos que no me juzgues diabólica, ¿no es lógico que quiera impulsar mis
conocimientos en otra rama de la ciencia? Quiero ensayar el poder de las mixturas sobre criaturas
que no valen la pena de ser ahorcadas, pero no sobre ninguna criatura humana, a fin de
experimentar su vigor, aplicar antídotos a su acción, y por este medio llegar a darme cuenta de sus
virtudes y de sus efectos diversos.
CORNELIO: Con esta práctica, Vuestra Alteza no hará más que endurecerse el corazón. Además,
la operación de esos efectos será a la vez malsana e infecta.
REINA: ¡Oh, no te inquietes! (Aparte) Aquí llega un bribón adulador. Ensayaré primero estos
venenos con él, pues tiene apego a su amo y es enemigo de mi hijo. (Entra PISANIO) ¡Hola! ¿Qué
ocurre, Pisanio? Doctor, vuestro servicio por el momento ha terminado. Podéis ir a vuestros
asuntos.
CORNELIO: (Aparte) Sospecho de vos, señora, pero no haréis mal alguno.
REINA: (A PISANIO) Escucha, una palabra.
CORNELIO: (Aparte) Desconfío de ella. Se imagina que tiene en su poder venenos de una lentitud
extraña. Conozco su alma y no quisiera confiar a una persona tan malvada una droga de un carácter
tan infernal. Los que tiene entre manos adormecerán y entorpecerán los sentidos por cierto tiempo;
quizá los ensaye antes con los gatos y los perros, y luego, enseguida, con criaturas de un orden más
elevado. Pero no hay peligro alguno en la muerte aparente que producen, y en su efecto consiste
sencillamente en echar la llave a los espíritus vitales durante un tiempo, para que se levanten más
frescos cuando se despierten. Se equivoca al contar con un resultado que encontrará falso, y yo no
soy sino más leal al ser así desleal con ella.
REINA: No tengo ya necesidad de tu servicio, doctor, hasta que te mande llamar de nuevo.
CORNELIO: Me despido humildemente. (Sale CORNELIO)
REINA: ¿Llora todavía, dices? ¿No piensas que con el tiempo secará sus lágrimas y dejará entrar
los consejos en su alma, poseída hoy por la locura enteramente? Trabaja por este resultado. Cuando
me traigas noticias de que ama a mi hijo, te responderé acto seguido que eres, desde entonces, tan
grande como tu amo. Más grande todavía, porque su fortuna está en este momento completamente
muda y su renombre en la agonía. No puede volver ni continuar donde está. Cambiar de modo de
existencia no es para él más que cambiar una miseria por otra; y cada día que nace, nace para llevar
a cabo sobre él una jornada de destrucción. ¿Qué puedes esperar al apoyarte sobre un individuo que"
se inclina, que no puede incorporarse de nuevo y que no tiene bastantes amigos para servirle de
puntal? (La REINA deja caer la caja. PISANIO la recoge) Recoges algo que no conoces; pero toma, por
tu trabajo. Es un remedio que he compuesto y que ha librado de la muerte cinco veces al rey. No
conozco cordial parecido. Vamos, haz el favor, tómalo; será la prenda del bien futuro que te destino.
Muestra a tu ama en qué situación está colocada; pero hazlo como si viniera de ti mismo. Piensa
qué cambio de porvenir constituirá para ti; pero piensa también que conservas tu ama..., y mi hijo,
además, tomará de ti buena nota. Impulsaré al rey a darte cualquier beneficio que te plazca, y luego
yo misma, yo misma sobre todo, que te habré empujado a hacer esta obra meritoria, me
comprometo a recompensar dignamente tus servicios. Llama a mis doncellas. Piensa en mis
palabras. (Sale PISANIO) Un pícaro socarrón y constante, al que no se puede quebrantar; es el agente
de su amo, el hombre que la hace recordar para que ella se mantenga firme a favor de su esposo. Le
he dado una cosa que, si la toma, separará a Imógena de todo servidor adicto a su bien amado. Y en
cuanto a ella, si no cambia enseguida de carácter es muy seguro que la pruebe también. (Vuelve a
entrar PISANIO con las Damas) Eso, eso; me parece bien, me parece bien. Llevad a mi gabinete las
violetas, las primaveras y las velloritas 4 . Adiós, Pisanio; reflexiona en mis palabras. (Salen la REINA
y las Damas)
PISANIO: Y así lo haré. Pero cuando me muestre desleal para con mi buen señor, me estrangularé
yo mismo. He ahí todo lo que haré por vos.
Sale PISANIO.
ESCENA SEXTA
Bretaña. Otra sala en el palacio de Cimbelino. Entra IMÓGENA.
IMÓGENA: Un padre cruel y una falsa suegra. Un necio que requiere de amores a una dama
casada, cuyo marido está desterrado. ¡Oh éste esposo! ¡Mi suprema corona de dolor! ¡Y éstos
tormentos repetidos por su causa! ¡Dichosa yo, si me hubieran robado como a mis dos hermanos!
Pero la aspiración más gloriosa es la más cierta para tener un resultado miserable. Bienaventurados
aquellos que, por mediana que sea su condición, poseen los objetos de sus honrados anhelos y
obtienen de ellos su duradera satisfacción. ¿Quién puede ser? ¡Fuera! (Entran PISANIO e IACHIMO)
PISANIO: Señora, un noble caballero de Roma viene de parte de mi señor con cartas.
IACHIMO: ¿Cambiáis de color, señora? El noble Leonato está en lugar seguro y ofrece sus más
tiernos afectos a Vuestra Alteza. (Le presenta una carta)
IMÓGENA: Os doy las gracias, mi buen señor. Sed muy bien venido.
IACHIMO: (Aparte) Todo lo que se ve de ella, el porte de su persona, es de una extremada
hermosura. Si está provista de un alma tan rara como su cuerpo, es el fénix de Arabia, y he perdido
la apuesta. ¡Intrepidez, sé mi amiga! ¡Audacia, ámame desde la cabeza a los pies! O, como al parto,
me será preciso combatir huyendo, o más bien huir rectamente sin volverme.
IMÓGENA: (Leyendo) "Es un hombre de nobilísima nota, a quien estoy infinitamente obligado por
sus bondades. Dignaos, en consecuencia, dejar caer sobre él un reflejo de la estima que guardáis por
vuestro Leonato." No leeré más en voz alta, sino que mi corazón está caldeado hasta su mismo
centro con lo demás de esta carta y la recibe con gratitud. Sed bien venido, mi noble señor, tanto

4
Cowlips, en el texto; trátase exactamente de la vellorita o Primula veris, que aparece más adelante y de la que hemos
visto otros ejemplos en el Sueño de una noche de verano, Enrique V, etc.


como palabras tengo para decíroslo, y me esforzaré en probároslo por todos los medios a mi
alcance.
IACHIMO: Os doy las gracias, bellísima dama. ¡Cómo! ¿Están locos los hombres? La Naturaleza
les ha dado ojos para ver esta bóveda elevada del cielo y los ricos productos de la tierra y del mar,
ojos que pueden establecer distinción entre los orbes inflamados por encima de nosotros y los
guijarros, todos de igual insignificancia, depositados en número incalculable sobre las playas; y con
anteojos tan precisos, ¿no podemos establecer la diferencia entre lo bello y lo feo?
IMÓGENA: ¿Qué es lo que causa vuestra admiración?
IACHIMO: No puede ser culpa de los ojos, pues los monos y los babuinos, colocados entre dos
criaturas tales, acabarían por lanzar gritos de alegría al lado de ésta y despreciarían la otra con sus
muecas. No es tampoco falta de juicio, pues en el caso de ésta belleza, los idiotas pronunciarían un
sabio veredicto. No es tampoco efecto del apetito; la suciedad puesta frente a ésta excelencia sin
mancha forzaría al deseo a vomitar de vacío, en lugar de excitarle a satisfacerse.
IMÓGENA: ¿Qué quiere decir eso, me hacéis el favor?
IACHIMO: El apetito excitado, a fuerza de estar harto - ese deseo saciado, y, sin embargo, jamás
satisfecho, ese tonel a la par lleno y dejando correr su contenido - después de haber hecho presa en
el cordero, suspira después del hartazgo.
IMÓGENA: ¿Qué os transporta así, mi querido señor? ¿Estáis bien?
IACHIMO: Os doy las gracias, señora; bien. (A PISANIO) Os suplico, señor, que invitéis a mi
criado a que se quede allí donde le dejé. Es extranjero y de inteligencia sencilla.
PISANIO: Me disponía a ir a desearle la bienvenida, señor. (Sale PISANIO)
IMÓGENA: ¿Continúa mi señor en buena salud, queréis decirme?
IACHIMO: Su salud es buena, señora.
IMÓGENA: ¿Está dispuesto a la alegría? Espero que sí.
IACHIMO: Extremadamente jovial. No hay extranjero tan alegre y retozón. Se le llama el bretón
jaranero.
IMÓGENA: Cuando estaba aquí se inclinaba a la tristeza, y a menudo sin saber por qué.
IACHIMO: No le he visto jamás triste. Hay en su compañía un francés, un eminente monsieur,
quien parece que adora en su país a una hija de la Galia. Es un verdadero horno de suspiros; en éste
espectáculo, el alegre bretón, vuestro esposo, quiero decir, ríe a plenos pulmones, y grita: "¡Oh, me
duelen los costados de tanto como me río al pensar que un hombre que sabe por la Historia los
relatos del mundo, su propia experiencia, lo que es la mujer, lo que no puede evitar de ser, lo que
debe ser, se pueda pasar las horas de libertad languideciendo en una esclavitud segura!"
IMÓGENA: ¿Es posible que mi señor hable así?
IACHIMO: Sí, señora; y con los ojos preñados de lágrimas a fuerza de reír. Es una diversión estar
presente entonces y oírle burlarse del francés. Pero los cielos saben que ciertos hombres son muy de
censurar.
IMÓGENA: Pero no él, espero.
IACHIMO: Él, no. Sin embargo, las prodigalidades del Cielo con él podrían estar empleadas con
más reconocimiento. Los dones del Cielo en su persona misma son grandes; para vos, a quien
cuento con el número de sus dones, están por encima de toda estimación. En el momento mismo en
que estoy obligado a admirar, estoy obligado a apiadarme también.
IMÓGENA: ¿Apiadaros de qué, señor?
IACHIMO: Cordialmente, de dos criaturas.
IMÓGENA: ¿Soy una de ellas, señor? Me miráis. ¿Qué menoscabo notáis en mí que merezca
vuestra piedad?
IACHIMO: ¡Lamentable! ¡Cómo! ¡Ocultarse del radiante sol y encontrar gozo en una prisión
alumbrada por una candela!
IMÓGENA: Os lo ruego, señor; hacedme el favor de acordar vuestras respuestas más directamente
a mis preguntas. ¿Por qué os apiadáis de mí?
IACHIMO: Porque otros pueden... estaba a punto de decir: gozar de vuestro..., pero es misión de
los dioses vengarse de ello, y no es la mía revelarlo.
IMÓGENA: Parece que sabéis alguna cosa mía o que me concierne. Os ruego, puesto que dudar si
las cosas van mal causa a menudo más sufrimiento que estar seguro de que van mal en efecto; pues
que las cosas ciertas, o no tienen remedio, o conocidas a tiempo, pueden hallarlo, que me descubráis
cuál es ése secreto que impulsáis adelante y después atáis corto.
IACHIMO: Si tuviera esa mejilla para bañar en ella mis labios, esa mano cuyo contacto, cuyo
menor contacto forzaría a un juramento de fidelidad al alma que la sintiera; si poseyese ese objeto
que aprisiona la móvil mirada de mis ojos, fijándola sobre él, y nada más que sobre él; y si, no
obstante, mis besos fuesen esclavos de labios de uso tan común como las gradas que conducen al
Capitolio, ¡maldito sea yo entonces!, si cambiase apretones con manos convertidas en callosas por
los fingidos abrazos de todas horas, por la mentira tanto como por el trabajo; si me mirase en ojos
vulgares y sin brillo, parecidos a la luz humosa engendrada por un sebo maloliente, sería muy justo
que todas las plagas del infierno castigasen en un momento dado tamaña felonía.
IMÓGENA: Temo que mi señor se haya olvidado de Bretaña.
IACHIMO: Y de sí mismo. No por voluntad mía ni por tendencia a la indiscreción os revelo la
mezquindad del cambio que ha hecho; sino que es la fuerza de vuestra gracia la que, obrando sobre
mi lengua como un hechizo, extrae éste secreto de las profundidades mudas de mi conciencia.
IMÓGENA: No quiero oír más.
IACHIMO: ¡Oh carísima alma, vuestra causa toca a mi corazón con una piedad que me pone
enfermo! Una dama tan bella y heredera de un imperio que doblaría el valor del más grande rey,
¡estar asociada a libertinas pagadas con la misma pensión que sale de vuestras arcas! ¡A malsanas
aventureras que por el oro arriesgan todas las penalidades que la corrupción puede infligir a la
Naturaleza! ¡A plagas que emponzoñarían al veneno mismo! ¡Vengaos! O la que os dio a luz no era
reina, o degeneráis de vuestro gran origen.
IMÓGENA: ¡Vengarme! ¿Cómo podría vengarme? Si lo que me decís es verdad, tengo un corazón
que no quiere permitir a mis dos oídos alterarle precipitadamente; si lo que decís es verdad, ¿cómo
podría vengarme?
IACHIMO: ¿Os condenará a vivir como una sacerdotisa de Diana, entre sábanas frías, mientras se
dedica a las cabriolas de sus caprichos cambiantes para ofensa vuestra y a expensas de vuestra
bolsa? ¡Tomad venganza! Me ofrezco para vuestros dulces placeres. Soy más noble que ése
renegado de vuestro lecho, y continuaré adicto a vuestro cariño, siempre tan discreto como fiel.
IMÓGENA: ¡Hola, a mí, Pisanio!
IACHIMO: Dejadme que enfeude mi devoción en vuestros labios.
IMÓGENA: ¡Atrás! Condeno mis oídos por haberte escuchado tanto tiempo. Si fueras hombre de
honor, me habrías hecho esta revelación con un fin virtuoso, no con el fin tan bajo como
inconcebible que buscas. Calumnias a un caballero que se halla tan lejos de las acciones que le
imputas como tú del honor. Y solicitas aquí una dama que os desdeña igualmente a ti y al diablo.
¡Hola, a mí, Pisanio! El rey, mi padre, será informado de tu tentativa. Si encuentra conveniente que
un grosero extranjero venga a su Corte a proponer sus tratos como en un lugar de prostitución
romana, y abrirnos su espíritu bestial, sostiene una Corte de la que no se preocupa en modo alguno,
y posee una hija que no respeta en absoluto. ¡Hola, a mí, Pisanio!
IACHIMO: ¡Oh feliz Leonato! Puedo decirlo. La fe que tu dama te dedica merece tu confianza, y
tu perfectísima virtud merece su fe inquebrantable. ¡Vivid largo tiempo dichosa, dama del más
noble señor que jamás nación alguna se envaneció de poseer, y amada nacida solamente para el más
noble! Concededme vuestro perdón. He hablado de esa manera para saber si vuestra confianza tenía
profundas raíces; voy a entregaros vuestro marido tal como era y tal como es todavía: un varón de
los más exquisitos modales; un mágico virtuoso, que encanta todas las sociedades en que se
encuentra. La mitad de los corazones le pertenecen.
IMÓGENA: Hacéis la reparación.
IACHIMO: Reina en medio de los hombres como un dios descendido del cielo; posee una especie
de dignidad, que le da más que la apariencia de un mortal. No os irritéis, poderosísima princesa,
porque me haya aventurado a probaros con un falso informe. Mi experiencia ha confirmado,
honrándole, el profundo juicio que habéis mostrado al escoger un esposo tan perfecto, que, lo
sabéis, es impecable. El cariño que le profeso me ha inducido a echaros de esa manera. Pero los
dioses os han hecho a la inversa de todas las demás; es decir, sin paja. Os lo ruego, vuestro perdón.
IMÓGENA: Todo está bien, señor. Considerad mi poder en la Corte como si estuviera a vuestro
servicio.
IACHIMO: Mis humildes gracias. Había casi olvidado importunar a Vuestra Gracia con una
pequeña merced, que tiene, sin embargo, su importancia, pues concierne a vuestro señor, a mí
mismo y a otros nobles amigos que estamos asociados en el asunto.
IMÓGENA: ¿De qué se trata, queréis decirme?
IACHIMO: Una docena de romanos de nuestra sociedad y vuestro esposo, la más bella pluma de
nuestra ala, se han concertado para comprar un regalo al emperador; adquisición que yo, como
encargado de negocios de los demás, he hecho en Francia. Se compone de una vajilla de plata de un
gusto raro y joyas de una forma rica y exquisita. Su valor es grande, y estoy un poco deseoso, a
causa de mi calidad de extranjero, de depositarlos en lugar seguro. ¿Os placerá tomarlas bajo
vuestra protección?
IMÓGENA: De buena gana; y empeño mi honor por su seguridad. Ya que mi esposo está
interesado en esos objetos, los guardaré en mi alcoba.
IACHIMO: Se hallan en un cofre vigilado por mis gentes. Tendré el atrevimiento de enviároslas
solamente por esta noche. Debo embarcarme mañana.
IMÓGENA: ¡Oh, no, no!
IACHIMO: Sí, os lo suplico; de lo contrario, faltaré a mi palabra retardando mi vuelta. Después de
haber abandonado Francia, no atravesaré el mar sino con el designio, según la promesa hecha, de
ver a Vuestra Gracia.
IMÓGENA: Os agradezco vuestras molestias; pero no partáis mañana.
IACHIMO: ¡Oh, es preciso, señora! Por consiguiente, si os place enviar a vuestro señor vuestros
afectos por escrito, hacedlo esta noche, os lo ruego. He rebasado el tiempo que me estaba
concedido, circunstancia importante para nuestro presente, que debe ser ofrecido el día deseado.
IMÓGENA: Escribiré. Enviadme vuestro cofre. Será guardado con seguridad y se os entregará
fielmente. Muy bien venido seáis.
Salen IMÓGENA e IACHIMO.
SEGUNDO ACTO
ESCENA PRIMERA
En Bretaña. La explanada delante del palacio de Cimbelino. Entran CLOTEN y dos Señores.
CLOTEN: ¡Nunca hubo un hombre con semejante suerte! En el momento en que mi bolo iba a
besar el blanco, ¡atina a echarlo fuera un bolo adverso! Había apostado cien libras en la partida. Y
he aquí que un mequetrefe hideputa viene a hacerme exhortaciones porque juro. Como si yo le
pidiera prestados los juramentos que profiero y no fuese libre de gastar a mi antojo la provisión que
de ellos guardo.
SEÑOR 1°: ¿Qué ha ganado con eso? Le habéis roto la chola con vuestro bolo.
SEÑOR 2°: (Aparte) Si su talento se semejara al del que le ha roto la cabeza, no tendría más que
una brizna en estos instantes.
CLOTEN: Cuando un caballero tiene gana de jurar, ¿no es una insolencia en los concurrentes,
cualesquiera que sean, el cortar la cola a sus juramentos? ¿Eh?
SEÑOR 2°: Sí, mi señor. (Aparte) Tanto como cortarle las orejas.
CLOTEN: ¡Perro, hijo de puta! ¿Darle yo satisfacción? ¡Quisiera que hubiese sido un hombre de
mi rango!
SEÑOR 2°: (Aparte) Para oler a imbécil como vos.
CLOTEN: Nada en el mundo me veja tanto como ese episodio. ¡Que le den las viruelas! Me
gustaría más no ser tan noble como soy; no osan batirse conmigo, porque la reina es mi madre.
Cualquier Jack sinvergüenza puede batirse tanto y tan a menudo como el corazón le dicte, y a mí
me es menester ir y venir, semejante a un gallo que nadie se atreve a desafiar.
SEÑOR 2°: (Aparte) Sois el gallo y el capón también; y lanzáis el quiquiriquí con la cresta baja.
CLOTEN: ¿Dices?
SEÑOR 2°: Digo que no conviene que vuestra señoría dé satisfacción a todo compañero que
ofenda.
CLOTEN: No lo sé. Pero conviene que agravie a mis inferiores.
SEÑOR 2°: Sí; conviene a vuestra señoría solamente.
CLOTEN: ¡Vaya! Pues eso digo.
SEÑOR 1°: ¿Habéis oído hablar de un extranjero que ha llegado a la Corte esta noche?
CLOTEN: ¡Un extranjero, y no estoy enterado de ello!
SEÑOR 2°: (Aparte) Es un individuo extraño él mismo, y tampoco se ha enterado de ello.
SEÑOR 1°: Ha llegado un italiano, y, a lo que se cree, amigo de Leonato.
CLOTEN: ¡Leonato! Un pícaro desterrado; y ése individuo es otro que tal, quienquiera que sea.
¿Quién os ha hecho saber la llegado de ese extranjero?
SEÑOR 1°: Uno de los pajes de vuestra señoría.
CLOTEN: ¿Sería conveniente que fuese a avisarle? ¿No degeneraré con ello?
SEÑOR 1°: No podéis degenerar, mi señor.
CLOTEN: Me sería difícil, creo.
SEÑOR 2°: (Aparte) Sois un idiota declarado. Por consiguiente, vuestros hijos, si son idiotas, no
degenerarán.
CLOTEN: Vamos, iré a ver a ese italiano. Lo que hoy he perdido a los bolos lo ganaré esta noche.
Vamos, partamos.
SEÑOR 2°: Voy a seguir a vuestra señoría. (Salen CLOTEN y el Señor 1°) ¡Que una diablesa tan
astuta como su madre haya podido echar al mundo éste asno! Una mujer que lo arrolla todo con su
cabeza; y he aquí su hijo, incapaz de retener que, si de veinte se quitan dos, quedan dieciocho. ¡Ay!
¡Pobre princesa! Divina Imógena, ¡cuánto debes sufrir, colocada entre un padre gobernado por tu
madrastra, una madrastra que urde complots a toda hora y un enamorado más aborrecible que la
indigna expulsión de tu caro marido, que el acto horrible del divorcio que quería llevarte a cometer!
¡Que los cielos conserven inquebrantables las murallas de tu precioso honor! ¡Que preserven contra
toda sacudida este templo de tu bella alma, a fin de que puedas vivir lo bastante para poseer un día a
tu esposo desterrado y este gran reino!

Sale el Señor 2°.

ESCENA SEGUNDA

En Bretaña. Dormitorio en el palacio de Cimbelino. Un cofre colocado en un rincón. IMÓGENA está en la
cama leyendo; ELENA, su dama de compañía, en la habitación.
IMÓGENA: ¿Quién está ahí? ¿Es Elena, mi dama de compañía?
ELENA: Sí, si os place, señora.
IMÓGENA: ¿Qué hora es?
ELENA: Cerca de medianoche, señora.
IMÓGENA: Entonces, he leído tres horas. Mis ojos están fatigados. Señala la página en el sitio en
que me he quedado. Vete a acostar. No te lleves el candelabro, déjalo encendido; y si puedes
despertarme hacia las cuatro, te lo ruego, llámame. El sueño se apodera enteramente de mí. (Sale
ELENA) ¡Me encomiendo a vuestra protección, oh dioses! ¡De los trasgos y demonios tentadores de
la noche preservadme, os lo suplico! (Se duerme. IACHIMO deslízase fuera del cofre)
IACHIMO: Los grillos cantan y los sentidos fatigados del hombre reparan sus fuerzas en el reposo.
Nuestro Tarquino oprimía así quedamente los juncos, antes de despertar a la casta hermosura que
hirió. ¡Oh Citerea, qué esplendorosamente adornas tu lecho! ¡Fresco lirio, más blanco que tus
sábanas! ¡Oh, si pudiera tocarte! ¡Un beso tan sólo! ¡Nada más que un beso! ¡Rubíes sin igual de
sus labios, qué dulzura dais al beso que se os roba! Es su aliento el que perfuma así la habitación.
La llama del candelabro se inclina hacia ella. Quisiera penetrar a través de sus párpados para
contemplar dentro las luces contenidas en sus ojos, ahora bajo el dosel de esas ventanas blancas y
azuladas, recamadas del mismo tinte azul del cielo. Pero mi objeto es pasar revista a este cuarto.
Voy a tomar nota de todo... Tales y tales pinturas... Aquí, la ventana. De este modo decorado su
lecho; la tapicería, las figuras así y así, ¡pardiez!, y el motivo que representa... ¡Ah! Pero algunas
notas sobre las particularidades de su cuerpo enriquecerían mi inventario con pruebas de seriedad
muy distintas a las descripciones de diez mil miserables muebles. ¡Oh sueño, imitador 5 de la
muerte, gravita pesadamente sobre ella, y dale la insensibilidad de una estatua fúnebre que estuviera
yacente en una capilla. Quitémosle esto, quitémosle esto. (Quita el brazalete a IMÓGENA) Tan fácil
de sacar como el nudo gordiano fue difícil de deshacer. Es mío. Y éste testimonio aparente, obrando
con tanta energía como el testimonio íntimo de la conciencia, bastará para volver loco a su señor...
Sobre su seno izquierdo, una señal compuesta de cinco lunares, parecidos a las gotas carmesíes del
cáliz de una vellorita. He aquí un documento justificativo, más fuerte que la ley misma pudiera
nunca proporcionar. El haber sorprendido ese secreto le obligará a creer que he forzado la cerradura
y cogido el tesoro de su honor. Basta. ¿Para qué más? ¿Por qué anotar por escrito lo que tan bien
grabado e impreso se halla en mi memoria? Ella leía hace un instante la historia de Tereo. La página
está doblada en el pasaje en que Filomena se rinde. Tengo bastantes pruebas. Al cofre de nuevo, y
cerremos la abertura. ¡Aprisa, aprisa, dragones de la noche, para que la aurora pueda abrir los ojos
del cuervo! Alojo dentro de mí el temor. ¡Aunque ella sea un ángel del cielo, el infierno está aquí!
(Suena el reloj) Una, dos, tres... ¡Es hora, es hora!
IACHIMO se introduce en el cofre.
ESCENA TERCERA
En Bretaña. Una antecámara contigua al aposento de Imógena. Entran CLOTEN y algunos Señores.
SEÑOR 1°: Vuestra señoría es el hombre más resignado cuando pierde, el más frío que haya vuelto
nunca un as.
CLOTEN: El perder haría a cualquier hombre frío.
SEÑOR 1°: Pero no resignado a la noble manera de vuestra señoría. Sólo os ponéis acalorado y
furioso cuando ganáis.
5
Ape of death; literalmente, "mono de la muerte"; mas aquí ape equivale a imitador. A poco más, el pensamiento es el
mismo de: "sueño, imagen de la muerte", o una variante que añadir a este concepto clásico, común en todas las literaturas.
CLOTEN: Ganar daría valor a cualquiera. Si lograse a esa necia de Imógena, tendría oro en
cantidad suficiente. Está casi amaneciendo, ¿no?
SEÑOR 1°: Es de día, mi señor.
CLOTEN: Quisiera que llegase esa música. Se me aconseja darle música de madrugada. Me dicen
que eso la ablandará. (Entran los Músicos) Avanzad, templad. Si podéis emocionarla con vuestra
digitación, bueno. Ensayaremos también con la lengua. Si nada se consigue, como le plazca; pero
no cederé jamás. Comenzad por alguna cosa de excelente invención. Continuad enseguida con un
aire de dulzura maravillosa sobre letra de una riqueza admirable..., y luego... que reflexione.
CANCIÓN
¡Escuchad! ¡Escuchad! A la puerta del cielo canta la alondra
/y Febo comienza a levantarse
/para abrevar sus corceles en esta agua,
/que duermen en los cálices de las flores,
/y los centelleantes capullos de las caléndulas principian 6
/a abrir sus ojos de oro.
Con todos las cosas bonitas,
/despiértate, mi dulce ama.
¡Despiértate! ¡Despiértate!
Ahora, partid. Si esto "penetra", tendré vuestra música por lo mejor del mundo. Si no "penetra" es
que hay un defecto en sus oídos que las crines de caballo, las tripas de gato y una voz de eunuco
castrado fuera de lo conveniente no curarán jamás. (Salen los Músicos)
SEÑOR 2°: Aquí viene el rey.
CLOTEN: Me alegro de estar en pie tan tarde, porque ésta es la razón de hallarme levantado tan
temprano. No puede sino dar su aprobación paternal a la galantería que acabo de hacer. (Entran
CIMBELINO y la REINA) Buenos días a Vuestra Majestad, así como a mi graciosa madre.
CIMBELINO: ¿Estáis conspirando, aquí, a la puerta de nuestra terca hija? ¿No saldrá?
CLOTEN: La he atacado con música, pero no se digna prestar atención.
CIMBELINO: El destierro de su favorito es demasiado reciente y no le ha olvidado todavía. Será
menester un poco de tiempo aún para borrar la huella de su recuerdo, y entonces os pertenecerá.
REINA: Mucho tenéis que agradecer al rey, que no deja pasar ninguna oportunidad para que
consigáis a su hija. Tomad a vuestro cargo el hacerle la corte con todas las de la ley y estad
dispuesto siempre a aprovechar las ocasiones; que sus repulsas no hagan más que acrecer vuestro
celo en servirla. Adoptad el aire de ejecutar como por impulso irresistible estos tributos que la
rendís. Obedecedla en todo, excepto cuando sus órdenes tengan por objeto despediros. Además, sed
insensible.
CLOTEN: ¡Insensible! No. (Entra un Mensajero)
MENSAJERO: Dignaos saber, señor, la llegada de embajadores de Roma. Uno de ellos es Cayo
Lucio.
CIMBELINO: Un noble personaje, aunque venga en ese momento con un designio de violencia;
pero no es suya la falta. Debemos recibirle como conviene a la dignidad del que lo envía; y en
6
And winking Mary - buds begin. El compuesto Mary - buds, esto es, buds of a marigold, es de la exclusiva forja de
Shakespeare.
cuanto a él personalmente, sus servicios pasados nos invitan a acogerle mejor aún. Nuestro querido
hijo, cuando hayáis saludado a vuestra amada, venid a reuniros con la reina y Nos; tendremos
necesidad de emplearos cerca de ese romano. Venid, reina nuestra. (Salen CIMBELINO, la REINA, los
Señores y el Mensajero)
CLOTEN: Si está levantada, le hablaré; si no, es que duerme todavía y sueña. Con vuestro
permiso. ¡Hola! (Llama a la puerta de Imógena) Sé que sus doncellas la acompañan. ¡Si pudiera dorar
la mano de alguna de ellas! Es el oro el que compra la entrada. A menudo lo obtiene. Sí,
ciertamente, y con frecuencia lleva a las ninfas de Diana a engañarse a sí propias y a conducir su
cierva a la emboscada del cazador furtivo. El oro es el que hace matar al hombre honrado y el que
salva al ladrón, que aun a veces lleva a la horca a la par al hombre honrado y al ladrón. ¿Qué no
puede hacer y deshacer? Voy a tomar una de sus mujeres como abogado; porque no entiendo muy
bien el asunto yo mismo. Con vuestro permiso. (Llama. Entra una Dama)
DAMA: ¿Quién está ahí, que llama?
CLOTEN: Un caballero.
DAMA: ¿Nada más?
CLOTEN: Sí, y el hijo de una dama noble.
DAMA: (Aparte) Es más de lo que pueden vanagloriarse algunos individuos que tienen sastres tan
caros como los vuestros. ¿Qué quiere vuestra señoría?
CLOTEN: La persona de vuestra ama, ¿está dispuesta?
DAMA: Sí, a permanecer en su cuarto.
CLOTEN: Aquí tenéis oro para vos. Vendedme vuestra buena fama.
DAMA: ¿Qué entendéis por eso? ¿Mi buen renombre o los informes que pueda dar en bien de vos?
¡La princesa! (Entra IMÓGENA)
CLOTEN: Buenos días, bella entre las bellas. Hermana mía, vuestra dulce mano. (Sale la Dama)
IMÓGENA: Buenos días, señor. Gastáis demasiado trabajo para no lograr más que molestias. Las
gracias que tengo a vuestro servicio se limitan a deciros que soy pobre en gracias y que apenas
puedo concederlas.
CLOTEN: No obstante, os juro que os amo siempre.
IMÓGENA: Si os contentarais con decirlo, me causaría el mismo efecto. Pero si continuáis
jurándolo, vuestra recompensa consistirá siempre en responderos que me es igual.
CLOTEN: Eso no es una respuesta.
IMÓGENA: No hablaría si no temiera que fuerais a decir que cedo ante vos al permanecer
silenciosa. Os ruego que me dejéis tranquila. Por mi fe, que mostraré a vuestras más corteses
deferencias la misma descortesía que ahora. Un hombre de tan grande inteligencia como vos
debiera saber abstenerse cuando se le enseña a hacerlo.
CLOTEN: Dejaros en vuestra locura sería en mí una falta. ¡No lo haré!
IMÓGENA: Los tontos no son locos.
CLOTEN: ¿Me llamáis tonto?
IMÓGENA: Pues soy una loca, obro como tal. Si queréis resignaros, no estaré más loca. Esto nos
curará a los dos. Estoy apenadísima, señor, de que me obliguéis a olvidar las maneras de una dama,
al punto de servirme de palabras tan claras. Y sabed de una vez para siempre que yo, que conozco
mi corazón, os declaro aquí, con la más entera franqueza, que no hago ningún caso de vos. Y que
estoy tan cerca de faltar a la caridad, que me acuso a mí misma de odiaros, cosa que habría querido
mejor haceros sentir que vanagloriarme de ella.
CLOTEN: Pecáis contra la obediencia que debéis a vuestro padre; porque el contrato que alegáis
con ese ruin bribón, un individuo educado por medio de limosnas, alimentado con platos fríos,
migajas de la corte, no es un contrato, de ningún modo. Está permitido a las gentes de condición
inferior, ¿y quién de condición más inferior que él?, encadenar sus almas con lazos voluntariamente
anudados por ellos, porque no tienen para ellos otras consecuencias que los chiquillos y la miseria;
pero a vos esa libertad os está prohibida por herencia de la corona, y no debéis empañar el precioso
brillo con un vil esclavo, un miserable de librea, un individuo de paño escuderil, un panatero, y
menos todavía.
IMÓGENA: ¡Profano belitre! Aunque fueras el hijo de Júpiter, si no fueses bajo otros aspectos
superior a lo que eres, serías demasiado vil para servirle de lacayo. Te verías honrado, aun a los ojos
de la envidia, si para recompensarte dignamente, según tus méritos, se te nombrara ayudante del
verdugo en su reino y au fueras odiado por este nombramiento.
CLOTEN: ¡La niebla del mediodía le pudra!
IMÓGENA: Jamás podrá correr peor suerte que la de ser nombrado por ti. Su más pobre vestido,
con tal que tan sólo se haya moldeado a su cuerpo, es más preciado para mí que todos los cabellos
de tu cabeza, aun cuando hubieran de transformarse en otros tantos hombres como tú. ¡Hola,
Pisanio! (Entra PISANIO)
CLOTEN: "¡Su vestido!" El diablo.
IMÓGENA: Ve a buscar inmediatamente a mi doncella Dorotea...
CLOTEN: "¡Su vestido!"
IMÓGENA: Estoy frecuentada por un tonto; asustada por él e indignada todavía más. Ve a decirle
a mi doncella que busque una joya que por azar demasiado adverso se ha escurrido de mi brazo. Me
venía de tu mano; sea yo maldita, si hubiera querido perderla por toda la renta de cualquier rey de
Europa. Creo que la he visto esta mañana. Estoy segura de que la última noche estaba en mi brazo.
La besé. Espero que no haya desaparecido, para informar a mi señor que no concedo mis besos a
nadie sino a él.
PISANIO: No estará perdida.
IMÓGENA: Así lo creo. Anda y búscala. (Sale PISANIO)
CLOTEN: Me habéis insultado. "¡Su más pobre vestido!"
IMÓGENA: Sí, lo he dicho señor. Si queréis intentar contra mí una acción judicial, tomad testigos.
CLOTEN: Voy a informar a vuestro padre.
IMÓGENA: Informad también a vuestra madre. Es mi buena amiga, y espero que no pensará sino
lo peor de mí. Ahora os dejo, señor, con vuestro peor disgusto. (Sale IMÓGENA)
CLOTEN: ¡Me vengaré! "¡Su más pobre vestido!"
Sale CLOTEN.
ESCENA CUARTA
Roma. Una sala en la casa de Filario. Entran PÓSTUMO y FILARIO.
PÓSTUMO: No temáis, señor. Quisiera estar tan seguro de ganar la buena gracia del rey como
convencido de que el honor de ella quedará sano y salvo.
FILARIO: ¿Qué medios empleáis para reconciliaros con él?
PÓSTUMO: Ninguno, sino esperar el cambio del tiempo, resignarme a tiritar con el presente
estado de invierno de mi fortuna y desear que vuelvan los días más calurosos. Con sólo estas
esperanzas expuestas a la intemperie cuento para cumplir con vuestra amistad. Si me faltan, quedaré
en gran deuda con vos.
FILARIO: Vuestro mérito y vuestra compañía pagan con usura todo lo que puedo hacer. A la hora
presente, vuestro rey ha oído hablar del gran Augusto. Cayo Lucio llenará hasta el final su misión.
Y pienso que vuestro rey consentirá en el tributo y enviará sus atrasos antes que resignarse a volver
a ver a nuestros romanos, cuyo recuerdo está fresco en el dolor de sus súbditos.
PÓSTUMO: Creo, aunque no sea hombre de Estado, ni probablemente lo seré jamás, que esto
engendrará una guerra; y oiréis decir que las legiones que están ahora en Galia han desembarcado
en nuestra Bretaña exenta de temores, antes que os enteraseis que se ha pagado el tributo de un solo
penique. Nuestros compatriotas son gentes mucho mejor organizadas que en la época en que Julio
César se sonreía de su falta de arte; pero hallaba, sin embargo, que su valor era digno de que
frunciese el entrecejo. Su disciplina, unida ahora a su bravura, hará ver a quienes los pongan a
prueba que están en el número de esos pueblos que se perfeccionan en el mundo.
FILARIO: ¡Mirad! ¡Iachimo! (Entra IACHIMO)
PÓSTUMO: Sin duda, habéis tenido por caballos de posta a los ciervos más ágiles, e
innegablemente habrán besado vuestras velas los vientos de todos los puntos, para acelerar la
marcha de vuestro bajel.
FILARIO: Sed bien venido, señor.
PÓSTUMO: Presumo que la brevedad de la respuesta que habéis recibido ha causado la rapidez de
vuestro regreso.
IACHIMO: Vuestra dama es una de las más bellas que he visto jamás.
PÓSTUMO: Y la más virtuosa, por ende. Sin ello, su hermosura podría ponerse muy a gusto en
una ventaja para mortificar a los corazones viciosos, y obrar viciosamente con ellos.
IACHIMO: He aquí una carta para vos.
PÓSTUMO: El contenido será bueno, presumo.
IACHIMO: Es muy probable.
FILARIO: ¿Estaba Cayo Lucio en la Corte de Bretaña durante vuestra estancia en ella?
IACHIMO: Era esperado allí; pero no había llegado todavía.
PÓSTUMO: Hasta ahora, todo va bien. ¿Brilla este diamante como de costumbre, o no se ha
apagado con exceso para que vuestra elegancia lo lleve?
IACHIMO: De perderlo, hubiese perdido su valor en oro. He ahí todo. Haría un viaje dos veces
más largo para gozar de una segunda noche tan deliciosamente breve como la que he pasado en
Bretaña, pues he ganado la joya.
PÓSTUMO: El diamante es demasiado duro para ceder.
IACHIMO: Ni lo menos del mundo, puesto que vuestra mujer es tan fácil.
PÓSTUMO: Señor, no toméis a chanza vuestra derrota. Me parece que sabéis que no podemos
continuar siendo amigos.
IACHIMO: Podemos continuar siéndolo, mi buen señor, si os atenéis al contrato que hicimos. Si
no os refiriese el conocimiento completo de vuestra amada, entiendo que debiéramos llevar las
cosas más lejos. Pero me declaro en este momento el conquistador de su honra, al mismo tiempo
que de vuestra sortija, y no soy vuestro ofensor ni el suyo, puesto que no he obrado sino de acuerdo
con la voluntad de ambos.
PÓSTUMO: Si probáis de una manera evidente que habéis gustado de su lecho, aquí está mi mano
y aquí mi sortija. Si es de otro modo, la indigna opinión que habéis tenido de su honra sin mancha,
conquista o pierde vuestra espada o la mía, o las deja a las dos sin amo, a disposición del primer
recién llegado que las encuentre.
IACHIMO: Señor, mis pruebas llevan tal fisonomía de verdad, que cuando os las dé, estaréis
obligado a creerme. Mi juramento confirmará más su evidencia; pero no dudo de que me lo
ahorraréis cuando descubráis que no tenéis necesidad de él.
PÓSTUMO: Exponed vuestras pruebas.
IACHIMO: En primer lugar, su dormitorio, donde confieso que no dormí en absoluto, pero donde
obtuve una cosa que merecía bien el trabajo de velar, os respondo de ello, está cubierto de una
tapicería de seda y plata. El motivo que representa es el de la soberbia Cleopatra yendo al encuentro
de su romano, y el Cidno desbordándose por las orillas, ya de orgullo o ya por el peso de los botes.
Es una obra tan maravillosamente ejecutada, tan rica, que su hechura compite en ella con el valor
del asunto. Me pregunté con asombro cómo semejante obra podía haberse llevado a ese punto de
perfección y de realidad, puesto que la vida que palpitaba en ella era...
PÓSTUMO: Es exacto. Pero habéis podido oír hablar de esa obra aquí mismo, a mí, o a cualquier
otro.
IACHIMO: Otros detalles justificarán el conocimiento que tengo de ella.
PÓSTUMO: Es lo que debéis hacer, o, de lo contrario, mancilláis vuestro honor.
IACHIMO: La chimenea cae al sur de la habitación, y el delantero de esa chimenea 7 representa a la
casta Diana bañándose. No vi jamás figuras que pareciesen tan a punto de romper a hablar. El
escultor fue una segunda Naturaleza, pero una Naturaleza muda. La rebasó, salvo si se considera el
movimiento y la respiración.
7
Chimney - piece, en el texto" CIMBELINO
PÓSTUMO: Ésa es una cosa que habéis podido también recoger de boca de otro, por tratarse, en
efecto, de una obra a menudo elogiada.
IACHIMO: El techo de la alcoba está decorado con querubines dorados. Los morillos del hogar, se
me olvidaban, son dos Cupidos ciegos, de plata, sostenidos sobre un pie, y que se apoyan
delicadamente sobre sus teas.
PÓSTUMO: ¿Y son ésas vuestras pruebas contra su honra? Concedamos que habéis visto eso, y
demos justa alabanza a la felicidad de vuestra memoria; la descripción de lo que se encuentra en su
dormitorio no puede haceros ganar la apuesta que habéis empeñado.
IACHIMO: Pues bien: palideced, si os es posible. Pido solamente permiso para sacar al aire esta
joya. Mirad. (Saca el brazalete) Y ahora la embolso de nuevo. Debe enlazarse con vuestro diamante.
Los guardaré juntos.
PÓSTUMO: ¡Júpiter! Permitidme que lo contemple una vez más. ¿Es el que yo le había dejado?
IACHIMO: El mismo, señor. Se lo agradezco a vuestra mujer. Lo quitó de su brazo; aún lo estoy
viendo. La gentileza de su acción vendió más caro su regalo, y, sin embargo, la enriquecía también.
Me la dio, y me dijo que la tenía en gran estima en otro tiempo.
PÓSTUMO: Puede que se la quitara para devolvérmela.
IACHIMO: Os lo escribe así a vos, ¿no es eso?
PÓSTUMO: ¡Oh, no, no, no, es verdad! ¡Tened, tomad también esta sortija! (Le da la sortija) ; ¡es un
basilisco para mis ojos! Me mata al mirarla. Admitamos, pues, que la honra no reside jamás allí
donde está la verosimilitud, el amor donde hay otro hombre. Los juramentos de las mujeres no les
ligan más a los que los reciben que lo que ellas están ligadas a sus virtudes, que son nada. ¡Oh falsa,
por encima de toda medida!
FILARIO: Tened paciencia, señor, y recuperad vuestra sortija; no está ganada aún. Es probable
que haya perdido ese brazalete; o ¿quién sabe si alguna de sus doncellas ha sido sobornada y se lo
ha robado?
IACHIMO: ¡Por Júpiter! De su brazo, pasó directamente a mis manos.
PÓSTUMO: ¿Lo escucháis? ¡Jura! ¡Jura por Júpiter! Es verdad... Vamos, guardad la sortija... Es
verdad. Estoy seguro de que ella no ha perdido su brazalete. Sus doncellas son mujeres honorables,
que han prestado todas juramento de fidelidad. ¡Ellas sobornadas por robar!... ¡Y por un
extranjero!... No, la ha gozado; aquí está la prenda de reconocimiento de su incontinencia. A tan
caro precio ha adquirido el nombre de puta. Ten, toma tu salario y que todos los diablos del infierno
se dividan entre ella y tú.
FILARIO: Señor, tened paciencia. No es esta una prueba suficiente para disuadir de su creencia a
quien esté muy persuadido de...
PÓSTUMO: No hablemos más de eso. Ha retozado con él.
IACHIMO: Si queréis otras pruebas todavía... Bajo el seno, que vale la pena de que se le oprima,
se encuentra un lunar justamente orgulloso del sitio delicadísimo en que está. Por mi vida, lo besé, y
aunque estuve plenamente saciado, me abrió el apetito de comer todavía. ¿Os acordáis de aquella
mancha que tiene?
PÓSTUMO: Y eso confirma otra mancha lo suficientemente grande para llenar todo el infierno,
aunque fuese sola.
IACHIMO: ¿Queréis oír algo más?
PÓSTUMO: Ahorradme vuestra aritmética. No contéis vuestras reincidencias. ¡Una vez y un
millón de veces!
IACHIMO: Juraré...
PÓSTUMO: Nada de juramentos. Si juráis que no lo habéis hecho mentís. Y te mataré si niegas
que me has hecho cornudo.
IACHIMO: No negaré nada.
PÓSTUMO: ¡Oh! ¡Que no la tenga aquí para destrozarla miembro por miembro! Pero iré allá y lo
haré, en la Corte, delante de su padre. Haré algo que... (Sale PÓSTUMO)
FILARIO: ¡Está fuera de sí! Habéis ganado. Sigámosle y procuremos desviar la furia que le
domina en este momento.
IACHIMO: Con todo mi corazón.
Salen IACHIMO y FILARIO.
ESCENA QUINTA
Roma. Otro aposento en la casa de Filario. Entra PÓSTUMO.
PÓSTUMO: ¿No hay medio de que los hombres vengan al mundo sin que las mujeres hagan la
mitad de la tarea? Todos somos bastardos, y aquel hombre honorabilísimo a quien yo llamaba
padre, estaba no sé dónde cuando fui forjado. Algún monedero falso, con sus herramientas, hizo
conmigo una falsificación de moneda legal. Sin embargo, mi madre parecía la Diana de su época,
como mi mujer parece la maravilla de la suya. ¡Oh, venganza, venganza! A menudo me restringía
en mis placeres legítimos, y me rogaba que me moderase. Lo hacía con un pudor tan enrojeciente,
que aquél amable espectáculo habría encendido al viejo Saturno. Tanto, que yo la creía casta como
la nieve que el sol no ha llegado a visitar. ¡Oh, voto a todos los diablos! Ese amarillento Iachimo, en
una hora, ¿no?, o en menos acaso, ¿desde la primera entrevista?, quizá no ha hablado, sino que,
como un jabalí harto de bellotas, como un jabalí alemán, ha gritado: "¡Oh!", y la ha cubierto, sin
encontrar otra barrera que la que le ha opuesto el objeto que deseaba, ese objeto que ella debía
guardar de todo ataque. ¡Oh, si pudiera descubrir en mí lo que procede de la mujer! Porque no hay
en el hombre inclinación al vicio que, lo aseguro, no venga de la mujer. ¿Es la mentira? Es de la
mujer; estad seguros de ello. ¿La adulación? Es cosa de ella. ¿La trapacería? Siempre de ella. ¿La
lascivia y los malos pensamientos? De ella, de ella. ¿La venganza? De ella. Ambiciones, codicia,
orgullo cambiante, desdén, antojos nimios, maledicencias, versatilidad, todos los defectos que
puede el hombre nombrar, aún más, todos los que el infierno conoce, le pertenecen, ¡pardiez!, en
todo o en parte. Pero más bien en todo que en parte; porque no son constantes ni siquiera en el
vicio, sino que siempre están cambiando un vicio de antigüedad de un minuto por otro vicio ni la
mitad de viejo. Quiero escribir contra ellas, detestarlas, maldecirlas... Y, sin embargo, el mejor
medio de aborrecerlas verdaderamente es rogar porque se cumplan sus voluntades. Los mismos
diablos no pueden castigarles peor.
Sale PÓSTUMO.

ACTO TERCERO

ESCENA PRIMERA
Bretaña. Una sala de Estado en el palacio de Cimbelino. Entran, por un lado, CIMBELINO, la REINA,
CLOTEN y los Señores; por otro, CAYO LUCIO y las personas de su séquito.
CIMBELINO: Decidnos ahora: ¿qué nos quiere Augusto César?
LUCIO: Cuando Julio César, cuya imagen vive todavía en el recuerdo de los hombres, como si
estuviera presente ante sus ojos, y que será eternamente para sus lenguas y sus oídos materia de
hablar y escuchar, vino a esta Bretaña y la conquistó, Cassibelan, tu tío, también muy famoso por
las alabanzas de César, más que por las hazañas que las merecieron, se obligó a pagar a Roma un
tributo anual de tres mil libras, tributo que en estos últimos tiempos te has abstenido de pagar.
REINA: Y que, para cortar de raíz ese asombro, se abstendrá de satisfacer siempre.
CLOTEN: Habrá muchos Césares antes que se vuelva a ver otro Julio. Bretaña se pertenece a sí
misma y no queremos pagar nada por llevar nuestras propias narices.
REINA: Aquella ocasión que hallaron para imponernos tributo la volveremos a encontrar para
rehusarlo. Señor, mi soberano, acordaos de los reyes, vuestros antepasados; pensad al mismo
tiempo en la defensa natural de vuestra isla, que, semejante al parque de Neptuno, se yergue
rodeada de una cintura y de una empalizada de aguas rugidoras y de rocas infranqueables, y
protegida por arenas que no dejarán paso a las naves de nuestros enemigos, sino que las tragarán
hasta la cúspide de sus mástiles. César hizo aquí una especie de conquista; pero no es aquí donde
pronunció su jactancioso "Llegué, vi y vencí." Fue rechazado de nuestras costas, dos veces batido,
con vergüenza la primera que jamás le hubo alcanzado, y sus naves, pobres juguetes
inexperimentados, fueron sacudidas como cáscaras de huevo sobre las olas de nuestros terribles
mares y fácilmente destrozadas contra nuestras rocas; en regocijo de lo cual el ilustre Cassibelan,
que estuvo un día a punto, ¡oh engañosa Fortuna!, de apoderarse de la espada de César, hizo
resplandecer con luminarias de alegría la ciudad de Lud y relampaguear de valor a los bretones.
CLOTEN: Vamos, no hay más tributo que pagar. Nuestro reino es más fuerte que lo era en aquella
época y, como dije, no hay más Césares que aquél. Otros pueden tener las narices aguileñas como
él; pero en cuanto a tener brazos capaces de dar golpes tan rectos, no.
CIMBELINO: Hijo mío, dejad a vuestra madre acabar.
CLOTEN: Contamos aún con muchos de entre nosotros que tienen los puños tan fuertes como
Cassibelan. No diré que sea yo uno de ellos. Sin embargo, tengo manos. ¿Por qué un tributo? ¿Por
qué habríamos de pagar tributo? Si César puede taparnos el sol con una manta, o meterse la luna en
el bolsillo, le pagaremos tributo por tener luz. Si no, no más tributo, os lo ruego, señor.
CIMBELINO: Debéis saber que fuimos libres hasta el día en que los injuriosos romanos nos
arrancaron ese tributo. La ambición de César, que se había inflado de tal modo que alcanzaba casi a
los confines del mundo, sin pretexto ninguno, vino aquí a imponernos el yugo, yugo que conviene
sacudir a un pueblo guerrero, y nos envanecemos de ser uno de ellos. Recordad, pues, a César qué
es lo que estamos dispuestos a hacer. Nuestro antepasado fue ese Mulmucio, que estableció nuestras
leyes, cuya autoridad mutiló con exceso la espada de César, cuyo restablecimiento, con todas sus
franquicias, será, en virtud del poder que ejercemos, el acta meritoria de nuestro reino, aun cuando
la misma Roma se irritase por ello. Hizo nuestras leyes ese Mulmucio, quien, el primero en Bretaña,
ciñó sus sienes con una corona de oro y tomó el título de rey.
LUCIO: Me contraría, Cimbelino, tener que declararte la enemistad de César Augusto, de César,
que tiene más reyes por servidores que oficiales tienes tú en tu casa. Recibe, por tanto, esta
declaración: en el nombre de César, proclamo contra ti la guerra y la ruina. Espera una tormenta
irresistible. Comunicado este desafío, te doy las gracias por lo que me concierne.
CIMBELINO: Bien venido seas, Cayo. Tu César me hizo caballero. Pasé junto a él una gran parte
de mi juventud. Por él adquirí este honor, que quiere quitarme hoy por la violencia, y que sabré
defender a ultranza. Estoy perfectamente informado de que los panonios y los dálmatas están ahora
en armas para defender sus libertades. Si los bretones no supieran leer el sentido de semejante
ejemplo, haría falta que fueran muy fríos. César no los encontrará así.
LUCIO: Dejemos hablar a los hechos.
CLOTEN: Su Majestad os desea la bienvenida. Divertíos un día o dos con nosotros, o incluso más
tiempo. Si nos buscáis enseguida en otro plan, nos hallaréis en medio de nuestra cintura de agua
salada. Si nos echáis de ella, es vuestra; pero si sucumbís en la aventura, nuestros cuervos, gracias a
vosotros, se pondrán más gordos, y eso es todo.
LUCIO: Bien, señor.
CIMBELINO: Conozco las intenciones de vuestro señor; él conoce las mías. Todo lo que queda
después de esto es: "Sed bien venido."
Salen todos.
ESCENA SEGUNDA
Bretaña. Otra habitación en el palacio. Entra PISANIO con una carta.
PISANIO: ¡Cómo! ¡De adulterio! ¿Por qué no habéis escrito cuál es el monstruo que la acusa?
¡Leonato! ¡Mi amo! ¿Qué veneno extraño ha penetrado en tu oído? ¿Qué trapacero italiano, tan
emponzoñador de lengua como de mano, ha persuadido a tus oídos, demasiado complacientes?
¡Desleal! No; es castigada por su lealtad, y resiste, más todavía con la fuerza de una diosa que con
la fuerza de una esposa, los asaltos que reducirían cualquier otra virtud. ¡Oh amo mío! Su alma,
comparada con la mía, está en esta hora tan baja como lo estaba tu fortuna, comparada con la suya.
¡Cómo! ¿Que la asesine? ¿Eso es lo que me ordenas, en nombre del afecto, de la fe de mis
juramentos, tan encadenados a tu obediencia?... ¿Yo..., ella... su sangre?... Si a eso se llama prestar
un buen servicio, que no se me tenga jamás por buen servidor. ¿Qué figura tengo yo, pues, para
parecer desprovisto de humanidad en el grado que supondría tal acción? (Leyendo) "Hazlo. La carta
que le he enviado te suministrará la oportunidad por la orden que ella misma te dé." ¡Oh papel
maldito! ¡Negro como la tinta que te cubre! ¡Oh papelucho insensible! ¿Puedes complacerte con un
acto así? ¿Y, sin embargo, conservar exteriormente esta virginal blancura? ¡Oh, he aquí que llega!
Voy a aparentar ignorancia de la orden que he recibido. (Entra IMÓGENA)
IMÓGENA: ¿Qué hay, Pisanio?
PISANIO: Señora, aquí tengo una carta de mi señor.
IMÓGENA: ¿De quién? ¡De tu señor! ¡De mi señor! ¡Leonato! ¡Oh, sabio, en verdad, sería el
astrónomo que conociera las estrellas, como yo su escritura! Todo el porvenir le estaría abierto. ¡Oh
vosotros, dioses buenos, haced que lo que está aquí contenido embalsame de amor las noticias de la
salud de mi señor, de su contento, no obstante que estemos separados, creo que esto le aflige;
ciertos disgustos son medicinas saludables, y ésta es una de ellas, pues impide al amor alterarse; de
su contento, por tanto, en todas las cosas, excepto en ésta! ¡Buena cera, con tu permiso! ¡Benditas
seáis, abejas, que formáis éstas cerraduras de secretos! Los amantes y los hombres que están ligados
por peligrosos compromisos no ruegan de igual modo. Aunque metáis en prisión a los deudores,
selláis, sin embargo, el librito de memorias del joven Cupido. ¡Buenas noticias, oh dioses! (Lee) "La
justicia y la ira de vuestro padre, si me sorprendiese en su reino no podrían impulsar tan lejos de mí
la crueldad, que no pudierais resucitarme con vuestros ojos, ¡oh vos, la más cara de las criaturas!
Sabed que estoy en Cambria, en Milford - Haven; seguid el consejo que os dicte vuestro amor al
recibir este aviso. Ahora os desea toda felicidad el que continúa fiel a su juramento y, siempre en
amor creciente, se llama vuestro, Leonato Póstumo." ¡Oh, un caballo con alas! ¿Lo oyes, Pisanio?
Está en Milford - Haven. Lee y dime a qué distancia está esa localidad. Si una persona,
persiguiendo asuntos vulgares, puede alcanzar ese sitio en una semana, ¿por qué no podría yo
deslizarme allí en un día? Fiel Pisanio, que aspiras como yo a ver a tu señor..., que aspiras...,
consignémoslo, pero no como yo; que aspiras, sin embargo, pero de una manera más débil!... ¡Oh,
no como yo!, porque mi impaciencia está por encima y por encima... Habla, y habla pronto; un
consejero de amor debiera tapar con sus palabras el tubo de la oreja y ahogar la audición; dime
cuánto hay desde aquí a ese bienaventurado Milford. De camino me informaré de cómo el País de
Gales ha sido tan feliz para merecer un puerto así. Pero lo primero, y ante todo, dime cómo
podemos escabullirnos de aquí y qué excusa podemos encontrar para explicar el empleo de nuestro
tiempo entre nuestra partida y nuestro regreso. Pero, ante todo, ¿cómo partir de aquí? Después de
todo, ¿por qué buscar de antemano excusas y qué necesidad hay de buscar una siquiera? Nos
ocuparemos de esto más tarde. Habla, te lo ruego: ¿cómo podemos recorrer veintenas de millas de
una hora a otra?
PISANIO: Una veintena entre uno y otro sol es una etapa bastante fuerte para vos, señora, e incluso
demasiado fuerte, demasiado fuerte.
IMÓGENA: Verdaderamente quien se decidiera a realizarla no podría marchar más despacio,
amigo. He oído hablar de apostadores de carreras, a quienes los caballos se han mostrado más
veloces que la arena haciendo el oficio de reloj... Pero esto es una infantilidad... Anda, invita a mi
dama de compañía a fingir una enfermedad; que diga que le es preciso irse a casa de su padre. Y
procúrame enseguida un traje ecuestre, que no sea más rico que el que le convendría a la mujer de
un granjero 8 .
PISANIO: Señora, debierais considerar antes...
IMÓGENA: Veo rectamente delante de mí, amigo. En cuanto a lo que se halla a derecha, a
izquierda, o a lo que debe estar detrás, una niebla tal cubre todo de manera que mis ojos no pueden
penetrarla. Partamos, te lo ruego. Haz lo que te he recomendado. No hay nada más que decir; no
hay otro camino que tomar sino la ruta de Milford.
Salen IMÓGENA y PISANIO.
ESCENA TERCERA
Gales. Una comarca montañosa. Salen de una gruta BELARIO, ARVIRAGO y GUIDERIO.
BELARIO: Hace un día soberbio, un día para no estar en casa gentes cuyo techo es tan bajo como
el nuestro. Postraos, hijos. Esta puerta os enseña cómo debéis adorar al Cielo y prosternaros con una
plegaria piadosa en la mañana. Las puertas de los monarcas tienen arcos tan altos, que los gigantes
de ademanes fanfarrones pueden atravesarlas conservando sus turbantes impíos sobre sus cabezas y
8
Franklin, en el texto. Los franklines eran ricos burgueses del campo.
sin dar los buenos días al sol. ¡Salud, hermoso Cielo! Habitamos en la roca, y, sin embargo, no
tenemos para ti un corazón tan cerrado como los hombres que llevan una vida más pomposa.
GUIDERIO: ¡Salve, Cielo!
ARVIRAGO: ¡Cielo, salud!
BELARIO: Ahora, a nuestra caza en las montañas. Escaladme esa colina lejana, que vuestras
piernas son jóvenes; yo batiré estas llanuras. Cuando desde lo alto me diviséis del tamaño de un
cuervo, considerad que es el sitio en que se aminora o pone en plena evidencia. Entonces podréis
rumiar todos los relatos que os he hecho sobre las cortes, los príncipes, las intrigas de guerra. Allí,
el servicio prestado no es un servicio porque se ejecute, sino porque es aceptado como tal. Al
comparar de esa manera, sacaremos un provecho de todas las cosas que vemos. Y a menudo
descubrimos, para nuestro gran consuelo, que el escarabajo, con sus alas dentro de su caparazón,
está más seguro que el águila de ancha envergadura. ¡Oh esta vida, es más noble que la que se
resigna a los fracasos, más rica que la que saca su ociosidad de un salario de corrupción, más
orgullosa que la que pavonea con sus vestidos de seda impagados! Aquellas gentes pueden muy
bien obtener el saludo del sombrero del comerciante que confecciona su elegancia; pero al mismo
tiempo quedan asentados en sus libros. No hay vida comparable a la nuestra.
GUIDERIO: Habláis conforme a vuestra experiencia. Pero nosotros, pobres pájaros con plumas,
no tenemos jamás en nuestro vuelo perdido el nido a la vista, e ignoramos de qué naturaleza es el
aire lejos de nuestro hogar. Es posible que ésta vida sea la mejor, si la vida en el seno del reposo es
la mejor. Es tanto más dulce cuanto que habéis conocido otra más áspera. Está en armonía perfecta
con vuestra vejez de miembros agarrotados. Pero para nosotros es una celda de ignorancia, un viaje
en un lecho, la prisión de un deudor que osa rebasar el límite prescrito.
ARVIRAGO: ¿De qué hablaremos cuando seamos viejos como vos? Cuando oigamos el viento y
la lluvia azotar el sombrío diciembre, ¿cómo haremos en esta gruta fría para pasar las horas
heladas? No hemos visto nada. Somos como las bestias. Sutiles como el zorro para encontrar su
presa, belicosos como el lobo para nuestro alimento. Nuestro valor consiste en cazar lo que huye.
Como el ave prisionera, hacemos un coro de nuestra jaula y cantamos nuestra esclavitud con el
ímpetu de la libertad.
BELARIO: ¡Cómo habláis! ¡Oh, si conocieseis las costumbres de las ciudades, y las conocieseis
por haberlas sentido! ¡Si conocieseis los artificios de la Corte, tan difícil de abandonar como de
mantenerse en ella! La divisoria no puede ser escalada más que con una caída cierta; o es tan
escurridiza, que el miedo de caer hace sufrir tanto como la caída. ¡Si conocieseis el trabajo en la
guerra, fatiga que sólo parece tener por objeto el peligro en nombre de la gloria y del honor! Pero
ésta esperanza expira en la búsqueda misma, y el que la persigue logra tan a menudo un epitafio
informe como la memoria de una bella acción. ¡Cuántas veces el mal no tiene la recompensa del
bien cumplido! Y, lo que es peor, ¡cuántas veces no es preciso hacer la reverencia a la censura! ¡Oh
hijos míos, el mundo puede leer una historia en mi persona! Mi cuerpo lleva las señales de las
espadas romanas, y era renombrado en otro tiempo entre los más ilustres. Cimbelino me quería, y
cuando un soldado entablaba una conversación, mi nombre no estaba lejos. Entonces era yo como
un árbol que se inclina bajo el peso de sus frutos; pero una sola noche, una tempestad, un robo,
llamadlo como queráis, sacudió mis frutos maduros, abatió hasta mis hojas y me dejó desnudo,
expuesto a los rigores del invierno.
GUIDERIO: ¡Oh fortuna incierta!
BELARIO: Toda mi falta, como os he dicho con frecuencia, consistió en esto: que dos villanos,
cuyos falsos juramentos prevalecieron sobre mi perfecto honor, juraron a Cimbelino que yo estaba
confederado con los romanos; se siguió a ello mi destierro, y durante estos veinte años ésta roca y
estos dominios han sido mi universo; he vivido aquí en honrada libertad, he pagado más deudas
piadosas con el Cielo de las que había contraído durante toda mi vida precedente. Pero, andad, ¡a las
montañas! Lo que aquí decimos no es lenguaje de cazadores. El que mate la primera res será el
dueño del festín; los otros dos le servirán, y no temeremos el veneno que amenaza a menudo en los
más altos parajes. Os volveré a encontrar entre los vasallos. (Salen GUIDERIO y ARVIRAGO) ¡Cómo
son difíciles de ocultar las exhalaciones de la Naturaleza! Éstos jóvenes que sospechan poco que
son los hijos del rey, y Cimbelino jamás sueña que están vivos. Creen que son mis hijos, y aunque
están educados pobremente en esta gruta, que les mantiene la cabeza baja, sus pensamientos van a
alcanzar las techumbres de los palacios; la Naturaleza los impulsa a tomar las cosas, incluso las
simples y vulgares, de una manera principesca, que deja muy lejos las maneras de los otros. Éste
Poliodoro, el heredero de Bretaña y de Cimbelino, que su padre llamaba Guiderio, ¡por Júpiter!,
cuando estoy sentado sobre mi escabel de tres patas y le refiero mis proezas guerreras, toda su alma
se sumerge en mi relato. Si digo "así es como cayó mi herido, así como le puse el pie en el cuello",
inmediatamente su sangre principesca se sube a sus mejillas, el sudor le inunda, se estiran sus
jóvenes nervios y toma la postura que puede traducir mis palabras por acción. El hermano segundo,
en otro tiempo Arvirago, ahora Cadwal, en una actitud semejante, se enfrasca por completo en mi
narración y muestra que la siente mucho más todavía. ¡Escuchemos! ¡La res sale de su madriguera!
¡Oh Cimbelino! El Cielo y mi conciencia saben que me has confinado injustamente. Por eso me
llevé éstos niños cuando no tenían otra edad sino tres y dos años, respectivamente, con la idea de
privarte de descendencia, como tú me has privado de mis tierras. Eurófila, tú fuiste su nodriza; te
tomaban por su madre, y todos los días van a honrarte en tu tumba. A mí mismo, Belario, que me
nombro hoy Morgan, me toman por su padre según la Naturaleza. ¡La caza está levantada!
Sale BELARIO.
ESCENA CUARTA
Gales. Cerca de Milford - Haven. Entran PISANIO e IMÓGENA.
IMÓGENA: Cuando nos bajamos del caballo, me dijiste que el sitio estaba muy próximo. Nunca
mi madre deseó verme por la primera vez como deseo ahora... ¡Pisanio! ¡Amigo! ¿Dónde está
póstumo? ¿Qué tienes, pues, en el alma para temblar así? ¿Por qué ese suspiro se escapa del fondo
de tu pecho? Un personaje pintado, que tuviera tu semblante de este momento, sería tomado por el
retrato de un hombre perplejo que fuera incapaz de explicarse. Cobra un aspecto que refleje menos
el miedo, sin que el susto vaya a terminar de destruir mis sentidos más firmes. ¿Qué sucede? ¿Por
qué me presentas ése papel con malos ojos? Si son noticias del tiempo vernal, anúncialas como una
sonrisa; si son noticias invernales, no tienes más que conservar esa fisonomía... ¡La letra de mi
marido! Esa maldita ponzoñosa Italia le habrá hecho caer en algún lazo, y ahora está en algún paso
difícil. Hablad, amigo; tus palabras podrán atenuar un poco cualquier exceso que se encuentre quizá
en esta carta, y cuya lectura será para mí la muerte.
PISANIO: Leed, os lo ruego, y veréis que soy, miserable de mí, el ser más desdeñado de la suerte.
IMÓGENA: (Leyendo) "Tu ama, Pisanio, ha hecho la puta en mi lecho. Las pruebas han penetrado
en mi corazón, que sangra por ellas. No hablo por débiles conjeturas, sino sobre pruebas tan fuertes
como mi dolor, y tan ciertas como la venganza que espero. Éste papel de vengador debes
representarlo por mí, Pisanio; si no has manchado tu fidelidad favoreciendo la brecha que ella ha
abierto en la suya, quítale la vida con tus propias manos. Te proporcionaré la oportunidad en
Milford - Haven; ella ha recibido una carta mía con ese objeto. Si temes el herir y el darme la
prueba cierta de que es cosa hecha, eres complaciente con su deshonra y desleal con su ejemplo."
PISANIO: ¿Qué necesidad tengo de sacar mi espada? Esta carta le ha cortado ya la garganta. No;
he ahí el resultado de la calumnia, cuyo corte está más afilado que el de la espada, cuya lengua
sobrepuja en veneno todas las serpientes del Nilo, cuyo soplo es llevado en mensaje por todos los
rincones del mundo; reyes, reinas, estados, vírgenes, matronas, secretos de la tumba misma, donde
encuentra medio de deslizarse, esa víbora de la calumnia lo mancha todo. Vamos, señora; ¿cómo os
sentís?
IMÓGENA: ¡Falsa en su lecho! ¿Qué es ser falsa? ¿Es descansar sobre él sin dormir y pensando en
él? ¿Es llorar desde una vuelta del cuadrante a la otra? Y si la fatiga domina al fin a la naturaleza,
¿es dormir con un sueño interrumpido por una pesadilla temerosa que le afecta y despertarme
gritando? ¿A qué llama ser falsa en su lecho? ¿Es eso?
PISANIO: ¡Ah buena señora!
IMÓGENA: ¿Yo falsa? Tomo por testigo a tu conciencia. Iachimo, le acusaste de incontinencia.
En aquél momento me hiciste el efecto de ser un villano; ahora me parece que tu rostro era
suficientemente honrado. Alguna picaza de Italia, que tiene sus afeites por madre de sus atractivos,
le habrá seducido. Soy un vestido anticuado, pasado de moda, y como tela demasiado rica para ser
colgada en las paredes, debo ser decapitada. ¡Que se me haga pedazos! ¡Oh, los juramentos de los
hombres son los verdaderos traidores de las mujeres! ¡Oh esposo mío, gracias a tu mala acción,
todos los virtuosos aspectos serán desde ahora considerados como vestidos puestos por una villanía,
separables del que los ostenta, y solamente blasonados como un cebo para seducir a las mujeres!
PISANIO: Buena señora, escuchadme.
IMÓGENA: Después de la perfidia de Eneas, muchos hombres honrados fueron tenidos en su
época por falsos como él. Los llantos de Sinón trazaron más de una santa lágrima y privaron de
lástima más de una desgracia real. Lo mismo tú, Póstumo, serán la levadura que agrie la reputación
de todos los hombres de nobles costumbres; los valientes y los virtuosos serán, a causa de tu gran
error, tenidos por falsos y perjuros. Vamos, amigo mío, sé honrado, ejecuta el mandato de tu amo.
Cuando le veas, ríndele un poco de testimonio en obediencia mía. ¡Mira, yo misma saco la espada!
Tómala y hiere el inocente palacio de mi amor, mi corazón. No temas; está vacío de todo, excepto
de dolor. Tu amo ya no está en él; tu amo, que constituía su verdadera riqueza. Ejecuta sus órdenes,
hiere. Puedes ser valiente en una mejor causa; pero en este momento pareces cobarde.
PISANIO: ¡Lejos de mí, vil instrumento! ¡No condenarás mi mano!
IMÓGENA: Pero ¿cómo? Debo morir. Si no es por obra de tu mano, no eres el servidor de tu amo.
Y contra el suicidio hay defensas tan divinas, que paralizan mi débil mano. Vamos, aquí está mi
corazón. Hay algo delante. ¡Despacio, despacio! No queremos defensa; obediente como la vaina.
(Saca papeles de su seno) ¿Qué es esto? ¿Las epístolas del leal Leonato cambiadas en otros tantos
escritos heréticos? ¡Atrás, atrás, corruptoras de mi fe, no serviréis más de coraza a mi corazón! Así
es como pobres locas pueden creer en falsos doctores. Bien que las han traicionado sienten la
traición con un dolor punzante, un dolor todavía peor le aguarda al traidor. Y tú, Póstumo, que
sublevaste mi desobediencia contra el rey, mi padre, y que me hiciste despreciar las solicitudes de
los príncipes, mis iguales, te percatarás enseguida de que lo que hice no fue un acto de realización
ordinaria, sino una determinación muy rara. Y sufro yo misma al pensar cómo tu memoria te
torturará con mi recuerdo, cuando te halles harto de lo que te sacias ahora. Despacha, te lo ruego. El
cordero suplica al matarife. ¿Dónde está tu cuchillo? Eres demasiado lento en llevar a cabo la orden
de tu amo, cuando yo misma deseo ser ejecutada.
PISANIO: ¡Oh graciosa señora! ¡Desde que he recibido esta orden no he cerrado los ojos ni un
minuto!
IMÓGENA: Ejecútala, y luego vete a dormir.
PISANIO: Antes de hacerlo, me mantendré despierto hasta quedarme ciego.
IMÓGENA: ¿Por qué, entonces, emprendiste el ejecutarla? ¿Por qué engañarme, haciéndome
recorrer tantas millas bajo un pretexto falso? ¿Por qué este sitio, mi viaje y el tuyo, la fatiga de
nuestros caballos? ¿A qué santo esta ocasión que se te presenta? ¿A santo de qué perturbar con mi
ausencia la Corte, donde no me propongo volver jamás? ¿Por qué venir tan lejos para tender tu arco,
cuando has tomado posición, y la cierva, sumisa a tus golpes, está delante de ti?
PISANIO: Nada más que por ganar tiempo, a fin de eximirme de tan detestable oficio. Durante este
viaje me he formado un plan. Mi buena señora, escuchadme con paciencia.
IMÓGENA: Habla hasta fatigar tu lengua; expón lo que tengas que decir. Acabo de escuchar que
soy una puta, y mi oído, herido así por esa mentirosa injuria no puede recibir ni más grande herida
ni remedio que cure ésta. Pero habla.
PISANIO: Pues bien, señora: estaba persuadido que no querríais regresar a la Corte.
IMÓGENA: Es muy verosímil, puesto que me traías aquí para matarme.
PISANIO: No se trata de eso. Pero si mi inteligencia estuviese a la altura de la rectitud de mis
intenciones, mi proyecto saldría bien. Es imposible que mi amo no esté engañado. Algún malvado,
sí, y un malvado consumado en su arte, os ha hecho a los dos esta maldita injuria.
IMÓGENA: Alguna cortesana romana.
PISANIO: No, por mi vida. Le daré aviso de que estáis muerta, y le enviaré alguna muestra
sangrienta de que es verdad, pues he recibido orden de obrar así. Se os encontrará desaparecida de
la Corte, y eso confirmará perfectamente mi dicho.
IMÓGENA: Pero, mozo, ¿cómo haré durante ese tiempo? ¿Dónde me alojaré? ¿Cómo viviré? ¿Y
qué alegría tendré en mi vida cuando esté muerta para mi esposo?
PISANIO: Si queréis regresar a la Corte...
IMÓGENA: ¡Nada de Corte, nada de padre! No más nuevos fastidios como ese insoportable noble,
mulo, imbécil Cloten, cuyas solicitudes de amor han sido para mí tan terribles como un asedio.
PISANIO: Si no regresáis a la Corte, ¿entonces no podéis habitar en Bretaña?
IMÓGENA: ¿Dónde, en ese caso? ¿Es que el sol no brilla más que en Bretaña? ¿No hay más que
en Bretaña días y noches? En el volumen del mundo, nuestra Bretaña aparece como si formase parte
de él sin ser incluida; un nido de cisnes en un inmenso estanque. Piensa, te lo ruego, que hay seres
vivientes fuera de Bretaña.
PISANIO: Me contento que penséis en otro país. El embajador de Roma, Lucio, llega mañana a
Milford - Haven; ahora, si pudierais haceros con un alma tan impenetrable como vuestra suerte es
sombría, y disfrazar solamente lo que no podría ser descubierto sin peligro para vos, una carrera
feliz y llena de promesas se abriría delante de vos. Sí, es posible que incluso viváis cerca de la
residencia de Póstumo, o, por lo menos, lo bastante vecina para que el rumor os haga saber de hora
en hora cómo vive realmente, si no podéis seguir con vuestros propios ojos sus movimientos.
IMÓGENA: ¡Oh los medios de ejecución! Aunque haya peligro para mi pudor en ese proyecto, no
corre riesgo de muerte, y me aventuraré.
PISANIO: Pues bien: entonces, he aquí el plan. Habréis de olvidar que sois una mujer. Cambiar el
mando por la obediencia; la timidez y la delicadeza, que son las compañeras inseparables de todas
las mujeres, o, para hablar con más verdad, que son el ser encantador de la mujer misma, habréis de
reemplazarlas por un valor temerario; estar pronta en las puyas, viva en las réplicas, impertinente y
quimerista como la comadreja. Aun más todavía: debéis olvidar ese rarísimo tesoro de vuestras
mejillas al punto de exponerle, ¡oh, qué duro es, pero ¡ay!, no existe otro remedio!, a las voraces
mordeduras de Titán, el abrazador universal, y olvidar también vuestras elegancias laboriosas y
rebuscadas, que hacen que os atraigáis la cólera de la gran Juno.
IMÓGENA: Vamos, abrevia. Veo claro tu plan, y soy ya casi un hombre.
PISANIO: Para comenzar, tomad su aspecto. En previsión del asunto, me he provisto ya, todo se
encuentra en mi saco de viaje, de un jubón, de unas calzas, de un sombrero, de todas las prendas
diferentes del traje de hombre. ¿Queréis vestiros, e imitando con tanta perfección como podáis los
modales de un joven de vuestra edad, presentaros delante del noble Lucio, solicitar entrar a su
servicio, decirle cuáles son vuestros méritos, que él apreciará muy pronto si tiene oído musical?
Incontestablemente, os acogerá con alegría, porque está lleno de honor y de una piedad que duplica
a ese honor. En cuanto a vuestros medios de existencia en el extranjero, disponed de mí, que soy
rico, y no dejaré que os falten recursos, ni ahora ni más tarde.
IMÓGENA: Eres el único apoyo que los dioses quieren dejarme. Te lo ruego: partamos. Hay otras
muchas cosas que tener en cuenta. Pero las ejecutaremos a medida que la ocasión propicia nos lo
permita. Afronto esta empresa con la audacia de un soldado, y la sostendré con el valor de un
príncipe. Partamos, haz el favor.
PISANIO: Bien, señora; debemos despedirnos con un corto adiós, por temor de que, si se nota mi
ausencia, no se sospeche de mí el haber favorecido vuestra evasión de la corte. Mi noble ama,
tomad esta caja. Me viene de la reina. Su contenido es precioso. Si os ponéis enferma en el mar o
tenéis dolores de estómago en la tierra, una gota de este elixir hará desaparecer toda indisposición.
Busquemos algún sitio apartado, y vestíos ahora para vuestro papel de hombre. ¡Que los dioses
puedan llevaros a buen puerto!
IMÓGENA: Amén. Te lo agradezco.
Salen IMÓGENA y PISANIO.
ESCENA QUINTA
Bretaña. Una sala en el palacio de Cimbelino. Entran CIMBELINO, la REINA, CLOTEN, CAYO LUCIO,
Señores y Servidores.
CIMBELINO: No voy más lejos; y ahora, adiós.
LUCIO: Gracias, real señor. Mi emperador ha escrito; es menester que parta de aquí, y me disgusta
muchísimo tener que deciros que sois el enemigo de mi amo.
CIMBELINO: Nuestros súbditos, señor, no quieren soportar su yugo. Sería poco real en Nos,
ciertamente, mostrarnos menos celosos que ellos mismos de las prerrogativas de la soberanía.
LUCIO: Después de esto, señor, os pido una escolta que me conduzca hasta Milford - Haven.
¡Señora, que todas las alegrías lleguen a Vuestra Gracia, así como a vos, señor!
CIMBELINO: Señores, esta misión os incumbe. No omitáis ninguno de los honores que le son
debidos. Ahora, adiós, noble Lucio.
LUCIO: Vuestra mano, mi señor.
CLOTEN: Señor, los acontecimientos tienen aún que decidir quién será el vencedor. Que lo paséis
bien.
CIMBELINO: No abandonéis al noble Lucio antes que haya pasado el Severn, mis nobles señores.
¡Completa dicha! (Salen CAYO LUCIO y los Señores)
REINA: Se va frunciendo el entrecejo; pero eso nos honra, por haberle dado motivo para ello.
CLOTEN: Tanto mejor. De esta manera, vuestros valientes bretones realizarán sus deseos.
CIMBELINO: Lucio ha escrito ya al emperador qué giro tomaban aquí las cosas. Nos conviene
preparar con tiempo nuestros carros y nuestros jinetes. Las fuerzas que tiene ya en la Galia serán
bien pronto reunidas y enviadas contra Bretaña para esta guerra.
REINA: No hay que dormirse. Urge que nos pongamos en acción pronto y vigorosamente.
CIMBELINO: Aguardábamos tanto que las cosas ocurrieran de este modo, que hemos tomado
nuestras medidas. Pero, mi amable reina, ¿dónde está nuestra hija? No ha aparecido delante del
romano y no ha venido a cumplimentarnos, como todos los días. Nos produce el efecto de tener
hacia nosotros más malicia que respeto. Hemos llegado a advertirlo. Mandadla comparecer ante
nosotros, pues hemos soportado demasiado bondadosamente su conducta. (Sale un Servidor)
REINA: Real señor, desde el destierro de Póstumo, su vida ha sido muy retirada. Es menester
esperar el tiempo de la curación, señor. Suplico a Vuestra Majestad que se ahorre palabras duras. Es
una dama tan sensible a los reproches, que las palabras son para ella golpes, y los golpes la muerte.
(Vuelve a entrar el Servidor)
CIMBELINO: ¿Dónde está, señor? ¿Cómo justificas sus desvíos?
SERVIDOR: No os desplazca, señor; todos sus aposentos están cerrados con llave, y el más fuerte
ruido que puede hacerse no obtiene ninguna respuesta.
REINA: Mi señor, la última vez que he ido a verla me ha rogado excusarla si permanecía en su
cuarto; sin esa indisposición que la retiene, no habría dejado de venir a rendiros los cumplimientos
que debe ofreceros todos los días. He aquí lo que me había encargado deciros; pero los asuntos de
nuestra gran Corte han hecho que flaquee mi memoria.
CIMBELINO: ¿Sus puertas cerradas con llave? ¿Y no se la ha visto en estas últimas horas?
¡Hagan los cielos que mis temores sean falsos! (Sale CIMBELINO)
REINA: Hijo mío, seguid al rey, ¿entendéis?
CLOTEN: A ese hombre de su confianza, Pisanio, su viejo servidor, no le he visto en estos últimos
dos días.
REINA: Andad, mirad vos mismo. (Sale CLOTEN) ¡Pisanio! ¡El hombre tan profundamente adicto a
Póstumo! Ha recibido de mí una droga. Ruego a los cielos que su ausencia provenga de que la haya
ingerido, pues cree que es una cosa preciosísima. Pero, en cuanto a ella, ¿dónde ha ido? Quizá la
desesperación la haya dominado. O, desolada por su fervor amoroso, ¿será posible que haya volado
hacia su deseado Póstumo? Ha marchado, ora a la muerte, ora a la deshonra, y puedo sacar
provecho para mis fines de una u otra circunstancia. No estando ella, dispongo de la corona de
Bretaña. (Vuelve a entrar CLOTEN) ¿Qué hay, hijo mío?
CLOTEN: Se ha fugado; es lo cierto. Entrad y apaciguad al rey, que está colérico. Nadie se atreve
a acercarse a él.
REINA: ¡Tanto mejor! ¡Ojalá esta noche no le permita ver el día de mañana! (Sale la REINA)
CLOTEN: La amo y la odio, pues es bella y real. Todas las cualidades dignas de amor las tiene
más exquisitas que ninguna dama, que todas las damas, que ninguna mujer. Posee lo que existe de
mejor en cada una, y, compuesta de las partes de todas, las excede a todas, y por eso la amo. Pero,
al desdeñarme y dirigir sus favores hacia el vil Póstumo, daña de tal manera su juicio, que todo lo
que posee de raro desaparece. Siendo así, concluiré por decir que la odio; aún más: que quiero
vengarme de ella, porque cuando los imbéciles son... (Entra PISANIO) ¿Quién anda ahí? ¡Cómo!
¿Estáis maniobrando, bribón? Venid acá. ¡Ah preciso enredador! Bellaco, ¿dónde está tu ama?
Responde con una sola palabra, o irás derecho a encontrar la compañía de los diablos.
PISANIO: ¡Oh mi buen señor!
CLOTEN: ¿Dónde está tu ama? O, ¡por Júpiter!, no lo preguntaré una vez más. Discreto villano, tu
corazón me confiará ese secreto, o te arrancaré el corazón para encontrarle en él. ¿Está con
Póstumo, ese Póstumo cuya enorme masa de bajeza no podría proporcionar una dracma de mérito?
PISANIO: ¡Ay!, señor, ¿cómo podrá ella estar con él? ¿Desde cuándo está ausente? Está en Roma.
CLOTEN: ¿Dónde está, señor? Avanzad más cerca. Nada de respuestas cojas. Dime claramente
qué ha sido de ella.
PISANIO: ¡Oh mi muy digno señor!
CLOTEN: ¡Oh mi muy digno villano! Revélame enseguida dónde está tu ama con una sola
palabra, nada de digno señor; habla, o tu silencio es tu condenación y tu muerte inmediatas.
PISANIO: En ese caso, señor, éste papel contiene el resumen de todo lo que sé tocante a su fuga.
(Le presenta un papel)
CLOTEN: Veámoslo. La perseguiré hasta el trono mismo de Augusto.
PISANIO: (Aparte) Me es forzoso hacer esto, o perecer. Está bastante lejos, y todo lo que éste papel
le enseña podrá ponerle sobre la pista, pero no le hará correr a ella ningún peligro.
CLOTEN: ¡Hum!
PISANIO: (Aparte) Escribiré a mi señor que ha muerto. ¡Ah Imógena, que puedas llegar sana y
salva a la aventura, y sana y salva volver!
CLOTEN: ¡Granuja! ¿Esta carta es verdadera?
PISANIO: Así lo creo, señor.
CLOTEN: La letra es de Póstumo; la conozco, belitre; si quisieras no ser un villano, sino ser para
mí un leal servidor, cumplir con seria exactitud todos los oficios que yo tenga necesidad de
encargarte; dicho de otro modo, cumplir directa y francamente cualquier villanía que te ordenara, te
consideraría como a un hombre honrado; mis recursos no te escasearían para tus necesidades, ni mi
voz para tu adelanto.
PISANIO: Bien, mi buen señor.
CLOTEN: ¿Quieres servirme?... Puesto que has podido continuar unido constante y pacientemente
a la fortuna indigente de ese mendigo de Póstumo, no puede sino el reconocimiento hacer de ti mi
celoso servidor. ¿Quieres servirme?
PISANIO: Sí, señor.
CLOTEN: Dame tu mano. Aquí está mi bolsa. ¿Tienes en tu poder algunos de los trajes de tu
último amo?
PISANIO: Sí, mi señor; tengo en mi alojamiento el traje que llevaba el día en que se despidió de mi
señora y ama.
CLOTEN: El primer servicio que has de hacerme es ir a buscarme ese traje y traérmelo aquí. Sea
ese tu primer servicio. Anda.
PISANIO: Bien, mi señor. (Sale PISANIO)
CLOTEN: "¡Encontrarte en Milford - Haven!" He olvidado preguntarle una cosa; trataré de
recordarla luego. ¡Allí es, allí mismo será donde te mate, villano de Póstumo! Quisiera que te
trajeran esos vestidos. Ella me dijo una vez, vomito ahora la hiel que eso me introdujo en el
corazón, que tenía al simple traje de Póstumo más respeto que a mi noble persona entera, con todas
las cualidades de que está adornada. Me apoderaré de ella con ese traje sobre mi espalda. Primero le
mataré a él, y bajo los ojos de ella. Así ella verá mi valor, que será un tormento para su desprecio.
Una vez él en tierra, cuando haya acabado de insultar su cadáver, y satisfecha mi lujuria, cosa que
ejecutaré como lo digo, con las prendas que ha elogiado tan fuerte, a fin de vejarla, os la vuelvo a
conducir a la Corte y la hago hacer la ruta a pie. Sentía un placer maligno en despreciarme; tendré
un maligno placer en vengarme. (Vuelve a entrar PISANIO con las prendas) ¿Son ésas las prendas?
PISANIO: Sí, mi noble señor.
CLOTEN: ¿Cuánto tiempo hace que partió para Milford - Haven?
PISANIO: Apenas puede haberse trasladado allí.
CLOTEN: Lleva esas vestiduras a mi cuarto. La segunda cosa que te ordeno. La tercera es que seas
un mudo voluntario en mis designios. Pórtate como un buen servidor y no ha de faltarte un buen
progreso. Mi venganza está al presente en Milford. ¡Que no tuviera yo alas para perseguirla! Anda,
y sé leal. (Sale CLOTEN)
PISANIO: Me recomiendas lo que sería mi pérdida, porque ser leal contigo sería mostrarme
desleal, lo que no seré jamás, para con quien es la lealtad misma. Corre a Milford para no encontrar
allí a la que persigues. ¡Cae, cae sobre ella, bendición del Cielo! ¡Que la diligencia de ese necio
pueda ser dificultada por retrasos, y que su fatiga sea su única recompensa!
Sale PISANIO.
ESCENA SEXTA
Gales. Delante de la gruta de Belario. Entra IMÓGENA con traje de muchacho.
IMÓGENA: Veo que la vida del hombre es una vida penosa. Estoy fatigada, y dos noches seguidas
la tierra me ha servido de lecho. Estaría enferma si no fuera porque me sostiene mi resolución.
¡Milford! Cuando de lo alto de la montaña Pisanio te mostró a mis ojos, estabas, sin embargo, al
alcance de mi vista. ¡Oh Júpiter, creo que los asilos huyen ante los miserables; a lo menos aquéllos
donde podría hallar socorro! Dos mendigos me han dicho que no podía equivocarme de ruta.
¿Mienten, pues, gentes tan pobres sobre quienes pesa la aflicción, ellas que saben qué castigo o
prueba es la miseria? Cierto es, y nada extraño, el que las gentes ricas digan tan raramente la
verdad. Pecar en la abundancia es más culpable que mentir en la necesidad, y la falsedad es más
criminal en los reyes que en los mendigos. Mi querido señor, eres uno de los hombres más falsos de
la tierra. Ahora que mi pensamiento se fija en ti, mi hambre ha pasado. Sin embargo, no hace un
minuto estaba a punto de sucumbir bajo la necesidad de alimento. Pero ¿qué veo allá? Hay un
sendero que conduce allí. Es alguna guarida salvaje. Haría mejor en no llamar. Sin embargo, el
hambre, antes de aniquilar la naturaleza, comienza por hacerla valiente. La abundancia y la paz
engendran los cobardes. La necesidad es siempre madre del valor. ¡Hola! ¿Hay alguien aquí? Si es
civilizado, que hable. Si es salvaje, que tome o pida lo que quiera a cambio de mi alimento. ¡Hola!
¿No hay respuesta? Entonces voy a entrar. Es bueno que saque mi espada; y si mi enemigo teme a
una espada tanto como yo, apenas osará poner aquí los ojos. ¡Dadme un enemigo así, cielos santos!
(Entra en la gruta. Entran BELARIO, GUIDERIO y ARVIRAGO)
BELARIO: Vos, Polidoro, que os habéis mostrado el mejor bosquimano, sois el rey del festín.
Cadwal y yo haremos de cocinero y de criado. Es nuestro convenio. El esfuerzo de la industria
languidecería y moriría bien pronto sin la necesidad que la estimula. Venid: nuestros apetitos harán
parecer sabroso lo que es ordinario. La fatiga puede roncar sobre un lecho de piedras, mientras que
la inerte indolencia encuentra dura la almohada de pluma. Ahora, ¡que la paz esté aquí, pobre
morada, que te guardas a ti misma!
GUIDERIO: Estoy molido de fatiga.
ARVIRAGO: Estoy debilitado de trabajo, pero robusto de apetito.
GUIDERIO: Hay víveres fríos en la gruta. Vamos a apacentar allá arriba hasta que hayamos hecho
cocer la caza que hemos matado.
BELARIO: (Mirando a la gruta) Deteneos, no entréis. Si no fuera porque ese extraño ser come
nuestras vituallas, creería que aquí hay un hada.
GUIDERIO: ¿Qué es eso, señor?
BELARIO: ¡Un ángel, por Júpiter! O, si no, una maravilla terrestre. ¡Contemplad la naturaleza
divina bajo la fortuna y la edad de un joven! (Vuelve a entrar IMÓGENA)
IMÓGENA: Mis buenos amos, no me hagáis mal. He llamado antes de entrar. Y creía poder
mendigar o comprar lo que he cogido con franqueza; no he robado; y no habría robado nada aun
cuando me hubiese encontrado el suelo cubierto de oro. Aquí tenéis dinero por mi comida. Lo
hubiera dejado encima de la mesa al terminar de comer, y habría partido dedicando rezos al que
hubiese subvenido a mis necesidades.
GUIDERIO: ¿Dinero, joven?
ARVIRAGO: ¡Que todo el oro y toda la plata se cambien más bien en barro!, pues no se aprecia en
una tasa más elevada sino por aquéllos que adoran a los dioses de barro.
IMÓGENA: Veo que estáis colérico. Sabedlo; si me matáis por mi falta, habría muerto
absteniéndome de cometerla.
BELARIO: ¿Dónde vais?
IMÓGENA: A Milford - Haven.
BELARIO: ¿Cuál es vuestro nombre?
IMÓGENA: Fiel, señor. Tengo un pariente que se dirige a Italia. Se ha embarcado en Milford. E
iba a reunirme con él cuando, casi muerto de hambre, he tenido que cometer esta ofensa.
BELARIO: Te lo ruego, hermoso joven, no nos creáis rústicos, ni juzguéis de la humanidad de
nuestras almas por nuestra salvaje habitación. ¡Sois bien hallado! Es casi de noche. Haréis mejor
comida antes de partir, y os agradeceremos que os quedéis y la comáis. Muchachos, deseadle la
bienvenida.
GUIDERIO: Si fueseis mujer, joven, os haría la corte apremiantemente, sólo por ser vuestro
criado. Honradamente os digo que lo haría.
ARVIRAGO: Por mí, estoy contentísimo de que sea hombre. ¡Le querré como a mi hermano! Y la
bienvenida que deseo a mi hermano después de una larga ausencia, os la deseo. ¡Sed bien venido!
Poneos de humor alegre, pues que habéis caído entre amigos.
IMÓGENA: Entre amigos, en efecto, si he caído entre hermanos... (Aparte) ¡Ah, pluguiera al Cielo
que hubiesen sido los hijos de mi padre! Entonces mi precio hubiera sido menor y habría habido
más igualdad entre nosotros, Póstumo.
BELARIO: Algún pesar le tortura.
GUIDERIO: ¡Oh, cómo quisiera librarle de él!
ARVIRAGO: Y yo también, aunque me costase alguna fatiga y tuviera que correr algún peligro.
¡Oh dioses!
BELARIO: Escuchad, hijos. (Les cuchichea al oído)
IMÓGENA: (Aparte) Los grandes cuya corte no fuera más extensa que esta gruta, que se sirvieran
ellos mismos y que, dejando a un lado el hueco homenaje de las multitudes inconstantes, se
atrevieran a las virtudes que les aseguran sus conciencias, no podrían eclipsar a estos dos hermanos.
Perdonadme, ¡oh dioses! Pero puesto que Leonato es falso, cambiaré voluntariamente de sexo para
ser su compañera.
BELARIO: Será así. Hijos, vamos a aprestarnos a nuestra casa. Entra, hermoso joven. La
conversación en ayunas es fatigosa. Cuando hayas cenado, te rogaremos cortésmente que nos
cuentes de tu historia lo que de ella nos quieras decir.
GUIDERIO: Entrad, haced el favor.
ARVIRAGO: La noche es menos bienvenida para el búho, la mañana menos bienvenida para la
alondra, que lo sois para nosotros.
IMÓGENA: Gracias, señor.
ARVIRAGO: Os lo ruego, entrad.
Salen IMÓGENA, BELARIO, GUIDERIO y ARVIRAGO.
ESCENA SÉPTIMA
Roma. Una plaza pública. Entran dos Senadores y Tribunos.
SENADOR 1°: He aquí el tenor del edicto del emperador. Puesto que el ejército regular está ahora
ocupado contra los panonios y los dálmatas, y las legiones de Galia son ahora demasiado débiles
para emprender la guerra contra los bretones rebeldes, estamos encargados de estimular para esta
cuestión el celo de la nobleza. Crea a Lucio, procónsul, y a vosotros, tribunos, transmite sus poderes
absolutos para la leva inmediata de reclutas. ¡Larga vida a César!
TRIBUNO 1°: ¿Es Lucio el general de las tropas?
SENADOR 2°: Sí.
TRIBUNO 1°: ¿Y está ahora en Galia?
SENADOR 1°: Con esas legiones de que he hablado y que vuestros reclutas están llamados a
reforzar. Los términos de vuestra orden os dirán la cifra de ellos y os indicarán la época en que
deben ser enviados.
TRIBUNO 1°: Cumpliremos con nuestro deber.
Salen todos.
ACTO CUARTO
ESCENA PRIMERA
Gales. La selva, cerca de la gruta de Belario. Entra CLOTEN.
CLOTEN: Heme aquí cerca del lugar donde deben encontrarse, si Pisanio me ha señalado
exactamente su itinerario. ¡Qué bien me sientan sus prendas! ¿Y por qué su amada, que fue hecha
para el que ha sido vestido por el sastre, no ha de sentarme tan bien? Tanto más, perdonad la
palabra, cuanto se dice que una mujer os sienta, para significar que se tendría gusto en poseerla.
Voy, en consecuencia, a poner manos a la obra. Me atrevo a declararme a mí mismo, pues no hay
vanagloria para un hombre en conferenciar con su espejo en su propia habitación, que las líneas de
mi cuerpo están tan bien dibujadas como las del suyo. No soy menos joven, soy más fuerte, no le
soy inferior en fortuna, tengo sobre él la ventaja de las circunstancias, le soy superior por el
nacimiento, estoy tan experimentado como él en la guerra general, y soy más notable, en los
combates individuales. Y, sin embargo, esa criatura sin discernimiento le ama y me desprecia. ¡Lo
que es la vida humana! ¡Póstumo, la cabeza que tienes ahora sobre tus hombros habrá caído de aquí
a una hora, tu amante será violada, y tus prendas hechas pedazos ante tus ojos! Y hecho todo esto,
se la devolveré a su padre a puntapiés. Quizá se muestre un poco iracundo por este tratamiento
ligeramente brutal; pero mi madre, que sabe gobernar su mal humor, hará volver todo eso en elogio
mío. Mi caballo está atado en lugar seguro. ¡Afuera, espada mía, y para un cruel designio! ¡Fortuna,
hazles caer bajo mi mano! Ésta es la descripción misma que me ha dado del lugar de su cita, y ese
mozo no osaría engañarme.
Sale CLOTEN.

ESCENA SEGUNDA
Gales. Delante de la gruta de Belario. Salen de la gruta BELARIO, GUIDERIO, ARVIRAGO e IMÓGENA.
BELARIO: (A IMÓGENA) No estáis bien. Quedaos aquí en la gruta, os volveremos a encontrar
después de la caza.
ARVIRAGO: (A IMÓGENA) Hermano, quédate aquí. ¿No somos hermanos?
IMÓGENA: Sí, como el hombre debiera ser hermano del hombre; pero una arcilla difiere de otra
por la categoría, y, sin embargo, su polvo es igual. Estoy muy enfermo.
GUIDERIO: Andad a cazar; me quedaré aquí con él.
IMÓGENA: No estoy tan enfermo como para eso; sin embargo, no estoy bien. Pero no soy un
ciudadano afeminado, como los que tienen aspecto de morir antes de estar enfermos. Así, os ruego
que me dejéis. No renunciéis a vuestra excursión cotidiana. Romper con sus hábitos es romper con
todo. Estoy enfermo; pero no podéis curarme permaneciendo conmigo. La sociedad no es un alivio
para aquel que no tiene disposiciones de sociabilidad. No estoy muy enfermo, puesto que puedo
razonar acerca de mi mal. Os lo ruego, dejadme aquí con toda confianza; no robaré a nadie más que
a mí mismo, y si muero, ¡el robo será tan miserable!
GUIDERIO: Te quiero; lo he dicho. Te quiero con un amor tan grande, tan profundo, como quiero
a mi padre.
BELARIO: ¡Cómo! ¿Qué dices? ¿Qué dices?
ARVIRAGO: Si es un pecado hablar así, vaya, señor, comparto la falta con el bueno de mi
hermano. No sé por qué amo a este joven, y os he oído decir que la razón del amor es sinrazón. Pero
si el ataúd estuviera a la puerta y se me preguntase quién debe morir, diría: "Mi padre, no este
joven."
BELARIO: (Aparte) ¡Oh noble ímpetu! ¡Oh dignidad de la Naturaleza, grandeza nativa! Los
cobardes son los padres de los cobardes, y los seres viles engendran seres viles. La Naturaleza tiene
harina y salvado, materia despreciable y materia preciosa. No soy su padre; pero ¿quién puede ser
éste que realiza el milagro, incluso, de hacerse amar antes que yo? (Alto) Son las nueve de la
mañana.
ARVIRAGO: Hermano, adiós.
IMÓGENA: Os deseo buena caza.
ARVIRAGO: Y a vos, buena salud. Si os place, señor.
IMÓGENA: (Aparte) Son buenas criaturas. ¡Dioses, qué mentiras he escuchado! Nuestros
cortesanos dicen que todo está salvaje, menos la corte. ¡Experiencia, oh, cómo refutas las opiniones
recibidas! Los mares dominantes alimentan monstruos; los pobres ríos, sus tributarios, nos dan para
nuestras mesas pescados tan delicados como los suyos. Estoy siempre enferma, enferma del
corazón. Pisanio, voy a tomar un poco de tu droga. (Traga algunas gotas del elixir)
GUIDERIO: No he podido decidirle a hablar. Me había dicho que era noble, pero desgraciado,
deshonradamente dañado; pero, sin embargo, honrado.
ARVIRAGO: Es lo que me ha respondido a mí también. Sin embargo, me ha dicho que más tarde
podría enterarme de más.
BELARIO: ¡Al campo, al campo! (A IMÓGENA) Os dejamos por el momento; entrad y descansad.
ARVIRAGO: No estaremos largo tiempo ausentes.
BELARIO: Os lo ruego, no vayáis a poneros enfermo, pues es preciso que ocupéis el puesto de
gobernante.
IMÓGENA: Con buena o mala salud, os quedo adicto.
BELARIO: Y para siempre. (IMÓGENA entra en la gruta) Aunque en la miseria, este joven parece
haber tenido nobles antepasados.
ARVIRAGO: ¡Con qué voz de ángel canta!
GUIDERIO: ¡Y qué exquisita cocina! Ha cortado nuestras raíces como dibujos y sazonado nuestra
copa como si Juno hubiese estado enferma y fuese su enfermero.
ARVIRAGO: Noblemente asocia una sonrisa con un suspiro; tanto, que se diría que el suspiro no
es lo que es, sino por la pena de no ser una sonrisa, y que la sonrisa se burla de que el suspiro se
escape de un templo tan divino para ir a mezclarse a los vientos que denuestan los marineros.
GUIDERIO: Noto que el disgusto y la paciencia, igualmente implantados en él, mezclan juntos sus
raíces.
ARVIRAGO: ¡Agrándate, paciencia! ¡Y que ese saúco infecto, el disgusto, desembarace con sus
raíces heridas de muerte la vid creciente!
BELARIO: Es ya entrada la mañana. Vamos, partamos. ¿Quién está aquí? (Entra CLOTEN)
CLOTEN: No puedo encontrar a esos fugitivos. Ése villano se ha mofado de mí. Estoy rendido de
fatiga.
BELARIO: "¡Ésos fugitivos!" ¿No es de nosotros de quienes quiere hablar? Le reconozco, creo; es
Cloten, el hijo de la reina. Temo alguna emboscada. He ahí que hace años que no le he visto, y, no
obstante, le reconozco. Estamos fuera de la ley. ¡Partamos, aprisa!
GUIDERIO: No es, después de todo, más que un hombre. Vos y mi hermano, id a explorar si tiene
compañeros cerca de aquí. Andad, os lo ruego. Dejadme solo con él. (Salen BELARIO y ARVIRAGO)
CLOTEN: ¡Despacio! ¿Quiénes sois, que huís de ese modo delante de mí? ¿Algunos villanos de
las montañas? He oído hablar de gentes de esta clase. ¿Qué esclavo eres?
GUIDERIO: Nunca hice un acto más digno de esclavo que respondiendo a esa palabra "esclavo"
con un golpe.
CLOTEN: Eres un ladrón, un violador de leyes, un bellaco. ¡Ríndete, ladrón!
GUIDERIO: ¿A quién? ¿A ti? ¿Quién eres? ¿No tengo un brazo del volumen del tuyo? ¿Un
corazón del mismo volumen? Tus palabras, lo concedo, tienen más volumen que las mías, porque
no llevo un puñal en la boca. Dime: ¿quién eres para que necesite rendirme a ti?
CLOTEN: ¡Ruin patán! ¿No conoces quién soy por mis ropas?
GUIDERIO: No, granuja; no más de lo que conozco a tu sastre, que es tu verdadero abuelo. Hizo
esas ropas que, según parece, te hacen a su vez.
CLOTEN: Insigne lacayo, no es mi sastre quien las ha hecho.
GUIDERIO: Fuera de aquí entonces, y ve a agradecer al hombre que te las dio. Eres algo memo.
Me repugna zurrarte.
CLOTEN: Injurioso ladrón, oye mi nombre y tiembla.
GUIDERIO: ¿Cuál es tu nombre?
CLOTEN: ¡Cloten, zopenco!
GUIDERIO: Y tú, doble zopenco, admitiendo que Cloten sea tu nombre, no puedes hacerme
temblar. Si fuera sapo, víbora, araña, podría más seguramente emocionarme.
CLOTEN: ¿No tienes miedo?
GUIDERIO: A los que respeto, los temo; son los sabios. En cuanto a los tontos, me río de ellos, no
los temo.
CLOTEN: ¡Muere, entonces! Cuando te haya matado con mi propia mano, perseguiré a los que
acaban de huir hace un momento, y colocaré vuestras cabezas sobre las puertas de la ciudad de Lud.
¡Ríndete, palurdo montañés! (Salen combatiendo GUIDERIO y CLOTEN. Vuelven a entrar BELARIO y
ARVIRAGO)
BELARIO: No hay escolta alguna en los alrededores.
ARVIRAGO: Ni la más pequeña. De seguro os habéis engañado.
BELARIO: No sé qué decir. Hace mucho tiempo que no le he visto; pero el tiempo no ha
modificado en manera alguna los rasgos que tenía entonces. Los sonidos de su voz, ese modo de
hablar a sacudidas, le eran propios. Creo firmemente que era Cloten mismo.
ARVIRAGO: Los hemos dejado en este sitio. Deseo que mi hermano haya salido bien del trance
con él, puesto que decís que es tan cruel.
BELARIO: Cuando apenas estaba formado, quiero decir llegado a la edad de hombre, no tenía
ningún sentimiento de las amenazas del peligro; porque la falta de juicio es a menudo el antídoto
del miedo... Pero, mira, tu hermano. (Vuelve a entrar GUIDERIO con la cabeza de Cloten)
GUIDERIO: Este Cloten era un necio, una verdadera bolsa vacía, sin dinero alguno. Hércules
mismo no hubiera podido saltarle los sesos, porque no los tenía. No obstante, si no hubiese hecho lo
que he hecho, el tonto llevaría mi cabeza a estas horas como yo llevo la suya.
BELARIO: ¿Qué has hecho?
GUIDERIO: Sé perfectamente lo que he hecho. He cortado la cabeza de un tal Cloten, hijo de la
reina, según sus propias frases, el cual me había llamado traidor montañés y había jurado que nos
cogería a todos con su propia mano, que cambiaría nuestras cabezas del sitio en que están aún.
¡Alabados sean los dioses!, y las plantaría sobre los muros de la ciudad de Lud.
BELARIO: ¡Estamos todos perdidos!
GUIDERIO: ¿Por qué, noble padre? ¿Qué tenemos que perder sino lo que juraba que nos quitaría,
nuestras existencias? La ley no nos protege. ¿Por qué, entonces, hemos de ser tan delicados que
dejemos a un arrogante pedazo de carne amenazarnos, hacer a la vez los papeles de juez y de
verdugo, todo ello con su sola autoridad, porque tememos la ley? ¿Qué escolta habéis descubierto
en los contornos?
BELARIO: No hemos descubierto una sola alma; pero el buen sentido dice que seguramente debía
de tener algunas personas de escolta. Aunque su carácter no fuera sino un cambio, y cambio de mal
en peor todavía, no hay frenesí, completa locura, que haya podido hacerle delirar hasta el punto de
traerle aquí solo. Es posible que se haya dicho en la corte que gente de nuestras señas se alojaban
aquí en una gruta, cazaban aquí, llevaban vida de proscritos y oportunamente podrían emprender
algún golpe audaz. Al saber esto, es posible que haya tenido un acceso de furor, esto le parecería, y
habría jurado venir a apuñalarnos. Pero es improbable que haya venido solo para emprender una
cosa semejante, o que las personas de la corte le hayan dejado hacer. Nuestro temor tiene buenos
fundamentos si tememos que ese cuerpo no tenga una cola más peligrosa que la cabeza.
ARVIRAGO: Que las cosas ocurran como los dioses las han decretado de antemano. Ocurra lo que
quiera, mi hermano ha hecho bien.
BELARIO: No era mi ánimo ir a la caza de hoy. La enfermedad de ese joven Fiel me hacía
encontrar largo el camino.
GUIDERIO: Le he cortado la cabeza con su propia espada, que dirigía contra mi cuello. Voy a
echarla en la cala que está detrás de la roca. Que vaya a la mar y diga a los peces que es Cloten, el
hijo de la reina. He ahí cómo me preocupo de él. (Sale GUIDERIO)
BELARIO: Temo que eso sea vengado. Quisiera el Cielo que no lo hubieses hecho, Polidoro,
aunque el valor te siente bien.
ARVIRAGO: ¡Ojalá lo hubiese yo hecho y la venganza me persiguiese sólo! Polidoro, te amo
como a un hermano; pero te tengo gran envidia por haberme privado de esta acción. Quisiera que
todas las venganzas con que la fuerza humana pueda medirse viniesen a encontrarnos y nos
pusieran a prueba.
BELARIO: Bien; es cosa hecha. No cazaremos más hoy; ni iremos a buscar el peligro allí donde
no hay provecho. Te lo ruego, a nuestro peñasco. Haced de cocineros tú y Fiel. Esperaré a que el
violento Polidoro haya llegado y le llevaré comida inmediatamente.
ARVIRAGO: ¡Pobre Fiel, enfermo! Voy a reunirme con él de muy buena gana. Para dar color a
sus mejillas haré que sangre toda una parroquia de Clotens como ese y me envaneceré de mi
caridad. (Sale ARVIRAGO)
BELARIO: ¡Oh tú, diosa, divina Naturaleza, cómo haces aparecer tu blasón en estos dos niños
principescos! Son tan suaves como céfiros, que encorvan la violeta sin agitar su cabeza olorosa, y,
sin embargo, en cuanto hierve su sangre real, tan violentos como el más irresistible de los vientos,
que, cogiendo en la cima al pino de la montaña, le hace inclinarse hasta el valle. ¡Es maravilloso ver
cómo un oscuro instinto les ha hecho hallar esta realeza sin estudio, este honor sin lecciones, esta
galanura sin imitación de otro, este valor que los empuja por sí mismo, pero que les lleva una
cosecha como si hubiera sembrado en ellos! Sin embargo, es muy inquietante saber lo que nos
presagiaba la presencia de Cloten en estos lugares, o lo que nos acarreará su muerte. (Vuelve a entrar
GUIDERIO)
GUIDERIO: ¿Dónde está mi hermano? He enviado con la corriente la estúpida testa de Cloten en
embajada a su madre; guardo su cuerpo en rehenes hasta su regreso. (Música solemne)
BELARIO: ¡Mi instrumento inspirador! ¡Escucha, Polidoro, resuena! Pero ¿a qué propósito lo hace
Cadwal resonar en éstos instantes? ¡Escuchemos!
GUIDERIO: ¿Está en casa?
BELARIO: Acaba de entrar ahora mismo.
GUIDERIO: ¿Con qué fin hace eso? desde la muerte de mi queridísima madre ese instrumento no
había hablado. Todas las cosas solemnes debieran corresponder a accidentes solemnes. ¿El motivo
de ello? Himnos por nada y lamentaciones por bagatelas son alegrías de monos y disgustos de
niños. ¿Está loco Cadwal?
BELARIO: Mira, aquí le tienes que llega y que nos trae entre sus brazos la dolorosa causa de esa
música que condenamos. (Vuelve a entrar ARVIRAGO, llevando en brazos a IMÓGENA, que parece
muerta)
ARVIRAGO: Está muerta el ave que tanto amábamos. Hubiera preferido pasar de un golpe de mis
dieciséis a los sesenta años, cambiar mi edad alerta por la edad de las muletas, antes que haber visto
esto.
GUIDERIO: ¡Oh lirio hermosísimo, purísima azucena en los brazos de mi hermano! ¡No estás la
mitad de gracioso que cuando te sostenías en tu tallo!
BELARIO: ¡Oh melancolía! ¿Quién se ha sumergido nunca hasta tu fondo? ¿Quién ha sondado
jamás tu légamo para buscar la ensenada en que tu lento barquito pudiera guarecerse con mayor
facilidad? ¡Oh bienaventurada criatura! ¡Júpiter sabe qué hombre has podido llegar a ser; pero yo
sé, niño rarísimo, que has muerto de melancolía! ¿En qué estado le habéis encontrado?
ARVIRAGO: Rígido, como lo veis. Sonriendo así, como si alguna mosca le hubiera cosquilleado
en su sueño para hacerle reír, y no como si el dardo de la muerte le hubiese penetrado. Su mejilla
derecha, reposando sobre un almohadón.
GUIDERIO: ¿Dónde?
ARVIRAGO: En el suelo, los brazos cruzados así. Creí que dormía y me he quitado de los pies mis
chafalladas abarcas 9 , cuya pesadez hacía repercutir demasiado mis pasos.
GUIDERIO: En efecto, dijérase tan sólo que duerme. Si nos ha abandonado hará de su tumba un
lecho. Las hadas frecuentarán su tumba y no se acercarán a ella los gusanos.
ARVIRAGO: Fiel, mientras dure el estío y viva yo aquí, perfumaré tu triste tumba con las más
hermosas flores. No te faltarán ni la flor que se semeja a tu rostro, la pálida primavera, ni el jacinto
azulado como tus venas, ni la hoja de la eglantina, que, sin menoscabarla, no igualaba en sus
perfumes a tu aliento. El petirrojo, con su caritativo pico, ¡oh pico que avergüenza atrozmente a
esos ricos herederos que dejan a sus padres sin monumento!, vendría él mismo a traerle todo eso
para cubrirte. Sí, y cuando las flores se hubieran marchitado, te aportaría también haces de musgo,
para proteger tu cuerpo contra el invierno.
GUIDERIO: Calla, te lo ruego, y no representes con palabras tan tiernas el papel de una jovencita
en una circunstancia tan seria. Sepultémosle, y que nuestra admiración no retarde el pago de lo que
es ahora una deuda reclamada por la tumba.
ARVIRAGO: Di: ¿dónde le depositaremos?
GUIDERIO: Al lado de la buena Eurófila, nuestra madre.
ARVIRAGO: Sea, Polidoro; aunque nuestras voces hayan adquirido ahora el sonido ronco de la
virilidad, cantémosle nuestra despedida, como hicimos en otro tiempo con nuestra madre.
9
My clouted brogues, en el texto.
Sirvámonos de la misma melodía y de las mismas palabras, salvo que cambiemos el nombre de
Eurófila por el de Fiel.
GUIDERIO: Cadwal, no puedo cantar. Lloraré y repetiré las palabras contigo; porque las melodías
dolorosas fuera de tono son peores que los sacerdotes y los templos que mienten.
ARVIRAGO: Recitaremos el canto, entonces.
BELARIO: Los grandes pesares, a lo que veo, curan los menores, pues Cloten está en absoluto
olvidado. Era el hijo de una reina, niños. Aunque haya venido aquí como enemigo nuestro, acordaos
que ha estado bien castigado. Aunque los poderosos y los humildes, igualmente condenados a
pudrirse, no sean más que un mismo polvo, sin embargo, el respeto, ése ángel del mundo, establece
una distinción de sitio entre el alto y el bajo. Nuestro enemigo era príncipe; sepultadle, pues, como
un príncipe, aunque le hayáis arrancado la vida como enemigo vuestro.
GUIDERIO: Traedle aquí, por favor. El cuerpo de Tersites vale tanto como el de Ayax cuando
ambos están muertos.
ARVIRAGO: Si queréis, id a buscarle; recitaremos mientras tanto nuestro canto fúnebre.
Hermano, principia. (Sale BELARIO)
GUIDERIO: Pero, Cadwal, debemos colocar su cabeza del lado del Oriente. Nuestro padre tiene
sus razones para esta ceremonia.
ARVIRAGO: Es verdad.
GUIDERIO: Ven, entonces, y cambiémosle de sitio.
ARVIRAGO: Así. Comienza.
CANTO FÚNEBRE
GUIDERIO: No temas ya al calor del sol,
/ni las cóleras del furioso invierno;
/has cumplido tu misión terrestre,
/has vuelto a la patria y recibido tus premios.
Mozos y mozas guarnecidas de oro
/deben, como los deshollinadores, dirigirse al polvo.
ARVIRAGO: No temas ya la ira del poderoso,
/estás al abrigo de los golpes del tirano;
/no te preocupes ya del vestido y del alimento;
/para ti la caña es como la encina.
El rey, el sabio, el médico, todos
/deben seguir tu suerte y dirigirse al polvo.
GUIDERIO: No te asuste ya el estallido del relámpago.
ARVIRAGO: Ni la piedra del trueno, temida por todos.
GUIDERIO: No temas ya la calumnia, la censura temeraria.
ARVIRAGO: Has terminado ya con la alegría y los lloros.
ARVIRAGO y GUIDERIO: Todos los jóvenes amantes, todos los amantes deben
/ir donde tú vas, y dirigirse al polvo.
GUIDERIO: ¡Que ningún encantador te haga daño!
ARVIRAGO: ¡Que ninguna hechicera lance maleficio contra ti!
GUIDERIO: ¡Que los fantasmas insepultos te respeten!
ARVIRAGO: ¡Que nada malo se aproxime a ti!
ARVIRAGO y GUIDERIO: ¡Que tu disolución sea tranquila
/y renombrada tu tumba! (Entra BELARIO con el cuerpo de Cloten)
GUIDERIO: Hemos terminado nuestras exequias. Vamos, echémosle en la tierra.
BELARIO: He aquí unas cuantas flores. Pero hacia medianoche traeré más. Las hierbas que
conservan el fresco rocío de la noche son las que convienen más para esparcirlas sobre las tumbas...
Sobre sus mejillas... Sois como las flores, y ahora estáis marchitas. Así ocurrirá con éstas
hierbecillas 10 que sembramos sobre vos... Vamos, partamos. Alejémonos para rogar de rodillas. La
tierra que les dio el nacimiento las ha recobrado al presente. Sus placeres, como sus penas, de aquí
abajo, han pasado ya. (Salen BELARIO, GUIDERIO y ARVIRAGO)
IMÓGENA: (Despertándose) Sí, señor; en Milford - Haven. ¿Cuál es el camino? Os doy las
gracias... ¿Por ése matorral de allá?... Por favor, ¿cuánto hay desde aquí? ¡Santos cielos! ¿Puede
haber aún seis millas?... He viajado toda la noche. Por mi fe, voy a acostarme y dormir. (Viendo el
cadáver de Cloten) ¡Pero despacio! Nada de camarada de lecho. ¡Oh dioses y diosas, esas flores son
la imagen de los placeres del mundo y ese hombre ensangrentado, la imagen de sus penas! Creo que
sueño. Porque me imaginaba que habitaba una gruta como ésta y que aderezaba comida de honrados
seres. Pero no es así; no es más que una de esas visiones salidas de la nada y que el cerebro forma
como humaredas. Nuestros ojos incluso están algunas veces como nuestros juicios: ciegos. Bajo mi
buena fe, que todavía tiemblo de miedo. Pero si queda aún en el Cielo una gota de piedad tan
pequeña como el ojo de un reyezuelo, ¡oh dioses temibles concededme una parte de ella! El sueño
me domina aún. Incluso despierta, existe fuera de mí tanto como en mi interior. ¡Es sentido, no
imaginado! ¡Un hombre sin cabeza!... ¡Los vestidos de Póstumo! Reconozco la forma de su pierna.
Aquí está su mano. Aquí su pie de Mercurio; su muslo de Marte; sus brazos de Hércules; pero su
cara, de Júpiter... ¿Asesinos en el Cielo?... ¡Cómo!... ¡Raptada!... ¡Pisanio, que todas las
maldiciones que Hécuba, desesperada, lanzó contra los griegos, con las mías encima, sean lanzadas
contra ti! Has conspirado con ese demonio sin igual de Cloten y has asesinado aquí a mi señor.
¡Que leer y escribir sean tenidos desde ahora como traiciones!... Ése condenado Pisanio con sus
forjadas cartas..., ése condenado Pisanio ha cortado el gran mástil del más bravo bajel de este
mundo. ¡Oh Póstumo, ay! ¿Dónde está tu cabeza? ¿Dónde está? ¡Ay! ¿Dónde está? Pisanio pudo
apuñalarte el corazón y dejar la cabeza donde estaba... ¿Cómo ha podido ser? ¿Es Pisanio? Es él y
Cloten. La maldad de una parte, el lucro de la otra, han operado aquí este espectáculo de dolor. ¡Oh,
es evidente, evidente! La droga que me ha dado, que decía tan preciosa, y que debía servirme de
cordial, ¿no la he hallado mortífera para mis sentidos? Esto confirma mi opinión. Fue obra de
Pisanio y de Cloten. ¡Ah! Colorea con tu sangre mi pálida mejilla, a fin de que parezca más horrible
aún a los que tenga la suerte de encontrar. ¡Oh esposo mío, esposo mío! (Se desmaya. Entran CAYO
LUCIO, un CAPITÁN y otros Oficiales y un ADIVINO)
CAPITÁN: Las legiones que estaban de guarnición en la Galia, según nuestras órdenes, han
atravesado el mar. Os esperan allí en Milford - Haven, con vuestras naves. Están dispuestas a obrar.
LUCIO: Pero ¿qué noticias hay de Roma?
10
Herblets. La palabra no ha sido usada por ningún escritor antes de Shakespeare.
CAPITÁN: El Senado ha removido a los habitantes de las fronteras y los caballeros de Italia,
ardientes voluntarios cuyo valor promete un noble servicio, se han alistado y vienen bajo la
dirección de Iachimo, el hermano del gobernador de Siena.
LUCIO: ¿Cuándo los aguardáis?
CAPITÁN: Al primer tiempo favorable.
LUCIO: Esta prontitud nos da bellas esperanzas. Ordenad que se pase revista a las tropas aquí
presentes, invitad a los capitanes a que se ocupen de ello. Ahora, señor, ¿qué habéis soñado
recientemente sobre esta guerra?
ADIVINO: La noche última los dioses me han enviado una visión; había ayunado y rezado para
que me revelasen sus voluntades bajo esta forma. He visto el ave de Júpiter, el águila romana,
extendiendo sus alas desde el húmedo mediodía hasta esta parte del Occidente. Allí se ha
desvanecido ante el esplendor del sol. Esto presagia, si mis pecados no turban mi adivinación, éxito
feliz en los ejércitos romanos.
LUCIO: Tened a menudo tales sueños y que nunca sean falsos. ¡Cuidado, eh! ¿De quién es ése
tronco sin cabeza? La ruina dice que el edificio fue hermoso. ¿Qué hay allí? ¡Un paje! ¿Está
muerto, o duerme sobre ese cuerpo? Está muerto, más probablemente; pues la Naturaleza tiene
horror de acostarse con un cadáver o de dormir sobre un muerto. Veamos el rostro del niño.
CAPITÁN: Está vivo, señor.
LUCIO: En ese caso, nos informará sobre ese cuerpo. Joven, cuéntanos tus aventuras, pues me
parece que tienen necesidad de ser conocidas. ¿Quién es el hombre del que haces tu sangrienta
almohada? ¿Y quién se ha permitido mutilar esa bella imagen forjada por la noble Naturaleza?
¿Qué interés tienes en este triste accidente? ¿Cómo se ha efectuado? ¿Quién es este hombre?
¿Quién eres tú?
IMÓGENA: No soy nada, o si soy algo, más valdría que no fuera nada. Ese hombre virtuoso era
mi amo, un valentísimo y virtuoso bretón que ha sido muerto aquí por montañeses. ¡Ay! No hay
más amos así. Puedo errar del Oriente al Occidente, pedir empleo por todas partes, probar millares
de amos todos buenos, servirlos lealmente; nunca más encontraré uno parecido.
LUCIO: ¡Ay buen joven! Tus quejas no me afectan menos que la sangre de tu amo. Dime su
nombre, mi buen amigo.
IMÓGENA: Ricardo del Campo. (Aparte) Si no echo esta mentira por hacer daño, aunque los
dioses la oigan, espero que me la perdonarán. ¿Preguntáis señor?
LUCIO: Tu nombre.
IMÓGENA: Fiel, señor.
LUCIO: Justificas por completo ese nombre. Tu nombre concuerda a maravilla con tu fidelidad; tu
fidelidad, con tu nombre. ¿Quieres buscar fortuna cerca de mí? No te diré que encuentres un amo
tan notable; pero de seguro que no serás menos estimado. Cartas del emperador de Roma,
entregadas a mí por un cónsul, no te recomendarían tan eficazmente como tu propio mérito. Ven
conmigo.
IMÓGENA: Os seguiré, señor. Pero primero, si place a los dioses, voy a sustraer a mi señor a las
moscas y depositarlo en una fosa tan profunda como estos pobres útiles (enseñando sus dedos) puedan
abrirla. Luego, cuando haya hecho a su fosa una alfombra de hojas y hierbas, y musitado por dos
veces los varios rezos que sé decir, lloraré y sollozaré. Y, abandonando así su servicio, os seguiré, si
os place tomarme a vuestras expensas.
LUCIO: Sí, buen mozo, y seré más bien tu padre que tu amo. Amigos míos, el niño nos ha
enseñado nuestros deberes de humanidad. Busque el sitio más lindo y florido que podamos hallar, y
abrámosle una tumba con nuestras picas y nuestras partesanas. Vamos, levantadle en vuestros
brazos. Niño, tú eres quien le encomiendas a nuestros cuidados, y será enterrado como los soldados
pueden hacerlo. Ponte alegre; enjuga tus ojos. Hay caídas que nos sirven para levantarnos más
felices.
Salen todos.
ESCENA TERCERA
Bretaña. Una sala en el palacio de Cimbelino. Entran CIMBELINO, Señores, PISANIO y gente del séquito.
CIMBELINO: Regresad y venid a decirme cómo se encuentra. (Sale un acompañante) Una fiebre
causada por la ausencia de su hijo, un delirio que pone su vida en riesgo. ¡Cielos, con qué golpes
redoblados me abrumáis al mismo tiempo! Imógena, la mayor parte de mis consuelos, desaparecida.
Mi reina, en el lecho, en un estado desesperado, y en el instante en que guerras terribles me
amenazan. Su hijo, que sería tan necesario en estos momentos, partido. Todo eso me hiere hasta
quitarme toda esperanza de dicha. Pero en cuanto a ti, camarada, que debes de saber dónde ha ido y
que te haces tan bien el ignorante, te arrancaremos la verdad con crueles torturas.
PISANIO: Señor, mi vida es de vos y la entrego humildemente a vuestra voluntad. Pero en cuanto
a mi ama, no sé dónde está, por qué ha partido, ni cuándo se propone regresar. Suplico a Vuestra
Alteza que me considere como su leal servidor.
SEÑOR 1°: Mi buen soberano, el día que se descubrió que la princesa estaba ausente, se hallaba él
aquí. Me atrevo a jurar que es sincero y que cumplirá lealmente todos sus deberes de sumisión. Por
lo que atañe a Cloten, se le busca con toda diligencia imaginable, y sin ninguna duda se le
encontrará.
CIMBELINO: Es un momento lleno de enojo. (A PISANIO) Queremos soltaros enseguida; pero
sospechamos que no por eso continúen menos cargos dirigiéndose contra vos.
SEÑOR 1°: Permítame Vuestra Majestad que le anuncie que las legiones romanas, venidas todas
de las Galias, han desembarcado en vuestras costas, con un refuerzo de caballeros romanos
enviados por el Senado.
CIMBELINO: ¡Ahora tendría necesidad de los consejos de mi hijo y de la reina! Tantos asuntos
hacen que desvaríe mi cabeza.
SEÑOR 1°: Mi buen soberano, las fuerzas que están a vuestra disposición son más que suficientes
para afrontar las que se os anuncian. Que lleguen otras más; estad dispuesto a afrontarlas también.
Todo lo que reclama la situación es poner en movimiento esas fuerzas que no piden sino marchar.
CIMBELINO: Os doy las gracias. Retirémonos y tomemos las circunstancias como nos llegan. No
tememos las molestias que nos puedan venir de Italia; pero nos lamentamos de lo que pasa aquí...
¡Partamos! (Salen todos, excepto PISANIO)
PISANIO: No he recibido cartas de mi amo desde que le escribí que había inmolado a Imógena. Es
extraño. Ni oigo hablar de mi ama, que me había prometido hacerme saber a menudo noticias. No
sé tampoco lo que ha sido de Cloten; pero tengo inquietud por todo a la vez. Los cielos pueden
todavía proveer a esto. Soy honrado en las cosas en que miento. No soy sincero con el fin de ser
sincero. Las guerras actuales probarán a los ojos mismos del rey que amo a mi país, o pereceré en
él. Dejemos esclarecer por el tiempo las demás dudas. La Fortuna conduce al puerto muchas barcas
sin piloto.
Sale PISANIO.
ESCENA CUARTA
Gales. Delante de la gruta de Belario. Entran BELARIO, GUIDERIO y ARVIRAGO.
GUIDERIO: El estrépito es grande alrededor nuestro.
BELARIO: Alejémonos.
ARVIRAGO: ¿Qué placer, señor, encontrarnos en la vida para sustraerla así a toda acción y a toda
aventura?
GUIDERIO: Y, por otra parte, ¿qué esperanza tenemos ocultándonos? De este modo, los romanos,
o nos matarán como bretones, o nos aceptarán como rebeldes bárbaros, hijos ingratos de su patria, y
nos matarán después de haberse servido de nosotros.
BELARIO: Hijos míos, subiremos más alto sobre las montañas. Allí nos pondremos en seguridad.
No es preciso pensar en reunirnos al partido del rey. La muerte reciente de Cloten, al no ser
conocidas nuestras personas ni registradas las listas del ejército, podría muy bien causarnos un
interrogatorio para hacernos declarar dónde hemos vivido; interrogatorio que acabaría por
arrancarnos la confesión de nuestro acto, cuyo castigo sería la muerte por tormento.
GUIDERIO: Señor, es una suposición que en este tiempo os hace poco honor, y no nos satisface.
ARVIRAGO: No es probable que los bretones, oyendo de tan cerca el relincho de los caballos
romanos, contemplando los fuegos de los campamentos de sus enemigos, teniendo los ojos y los
oídos tan fuertemente ocupados, vayan a perder su tiempo en fijarse en nosotros y en preguntar de
dónde venimos.
BELARIO: ¡Oh! Soy conocido de muchas gentes del ejército, y, ya lo veis, los numerosos años no
habían podido borrar a Cloten de mi memoria, aunque fuera niño cuando le vi. Por otra parte, el rey
no ha merecido ni mi servicio ni los desvelos de vosotros, a quienes el destierro ha condenado a la
falta de educación, en la certeza de llevar siempre esta vida dura, que os ha privado de las dulzuras
que os prometía vuestro nacimiento, para hacer de vosotros para siempre los esclavos curtidos por
los estíos abrasadores, los esclavos tiritantes del invierno.
GUIDERIO: Antes de vivir así, vale más cesar de vivir. Al ejército, señor, os lo ruego. Mi
hermano y yo no somos conocidos, y en cuanto a vos, se piensa tan poco y estáis, por otra parte, tan
cambiado, que no se os preguntará ciertamente.
ARVIRAGO: ¡Iré, por ese sol que brilla en lo alto! ¡Qué cosa es estar obligado a decirme que no
he visto nunca morir a un hombre; que apenas si he contemplado nunca la sangre, excepto la de
liebres poltronas, machos cabríos lascivos y piezas de caza; que jamás he montado otro caballo que
uno que no conocía más jinete que yo, jinete que nunca llevó espuela ni acicate en su talón! Me
avergüenzo de mirar al sol divino, de recibir el beneficio de sus benditos rayos, permaneciendo tan
largo tiempo un pobre desconocido.
GUIDERIO: ¡Por los cielos! Iré. Si queréis darme vuestra bendición y permitirme partir, tendré
más cuidado de mí, señor; pero si me rechazáis ¡vaya!, que la casualidad se sirva de las manos de
los romanos para hacer que caiga sobre mí la suerte con que me amenazará vuestra repulsa.
ARVIRAGO: Digo lo mismo. Amén.
BELARIO: Puesto que valoráis en tan poco vuestras existencias, no tengo razón alguna en
conservar mi vieja persona para nuevas preocupaciones. Estoy con vosotros, muchachos. Si la
suerte quiere que muráis en las guerras de vuestra patria, mi lecho esté allí también, niños, y en él
me acostaré. ¡Conducidme, conducidme! (Aparte) ¡El tiempo les parece largo! Su sangre se
encuentra humillada con no poder brotar y mostrar que son príncipes.
Salen BELARIO, GUIDERIO y ARVIRAGO.


ACTO QUINTO
ESCENA PRIMERA
Bretaña. Un campo entre los campamentos bretón y romano. Entra PÓSTUMO con un pañuelo manchado de
sangre.
PÓSTUMO: ¡Oh lienzo ensangrentado, te conservaré, pues he anhelado que estuvieses tinto en
este color! ¡Oh vosotros, maridos, si cada uno de vosotros tomase una resolución así, cuántos
asesinarían a mujeres mucho mejores que ellos, por la más pequeña transgresión!... ¡Oh Pisanio!
Los buenos servidores no ejecutan todas las órdenes. No se atienen a ejecutar más que las justas.
¡Oh dioses, si hubieseis tomado venganza de mis faltas, jamás habría vivido para llevar a cabo esta
acción! Habríais salvado a la noble Imógena por el arrepentimiento y me habríais herido a mí,
miserable, mucho más digno de venganza. Pero ¡ay! A unos los arrebatáis de aquí por pequeñas
faltas; es por amor, con el fin de que no puedan pecar más. A otros les permitís cometer delito sobre
delito, cada nueva fechoría peor que la precedente, y luego los llenáis de terror para mayor bien de
sus almas. Pero Imógena es de vos ahora. ¡Haced vuestra divina voluntad y dadme la dicha de
obedeceros! Se me ha conducido aquí, en las filas de la nobleza italiana, a combatir contra el reino
de mi señora. Bastante es que haya matado a su dueña, ¡oh Bretaña! ¡Silencio! No te causaré herida.
En consecuencia, santos cielos, escuchad pacientemente mis designios. Voy a despojarme de estas
vestiduras italianas y a vestirme como un aldeano bretón. Bajo estos hábitos combatiré contra el
partido con el cual he venido; y así, Imógena, moriré por ti, cuyo recuerdo hace de mi vida una
muerte, que se renueva con cada uno de mis hábitos. Y de este modo, desconocido, ni dolido ni
odiado, me expondré cara a cara al peligro. Haré ver a los hombres que hay más valor en mí del que
denotan mis prendas. ¡Dioses, transferidme el vigor de los Leonato! Para avergonzar la costumbre
mundana, quiero comenzar la moda con esta divisa: "Menos exterior, más interior."
Sale PÓSTUMO.

ESCENA SEGUNDA
Bretaña. Un campo entre los campamentos bretón y romano. Entran, por un lado, CAYO LUCIO, IACHIMO,
y el ejército romano; por el otro, el ejército bretón; LEONATO PÓSTUMO le sigue como un pobre soldado.
Atraviesan la escena y salen. Ruido de armas. Luego entran combatiendo IACHIMO y PÓSTUMO; este
último triunfa de IACHIMO y le desarma; luego le deja.
IACHIMO: El sentimiento de mi delito pesa sobre mi corazón, y me quita toda virilidad. He
calumniado a una dama, la princesa de esta comarca, y el aire de este país me debilita como
venganza; sin esto, ¿este rústico, desperdicio completo de la Naturaleza, me hubiera vencido en mi
profesión de las armas? Caballerías y honores, llevados como yo los míos, no son más que títulos
despreciables. Bretones, si vuestros nobles se hallan tan por encima de este zoquete como él lo está
por encima de nuestros señores, entonces existe entre vosotros y nosotros esta diferencia: que
nosotros somos apenas hombres y vosotros sois dioses. (Sale IACHIMO. La batalla continúa. Los
bretones huyen. CIMBELINO cae prisionero. Luego, entran, lanzándose a su rescate, BELARIO, GUIDERIO
y ARVIRAGO)
BELARIO: ¡Alto, alto! Tenemos la ventaja del terreno. El desfiladero está guardado. Nada nos
obliga a emprender la fuga, si no es la cobardía de nuestros temores.
GUIDERIO y ARVIRAGO: ¡Alto, alto y combatamos! (Vuelve a entrar PÓSTUMO, que secunda a
los bretones. Liberan a CIMBELINO y salen. Luego vuelven a entrar CAYO LUCIO, IMÓGENA y
IACHIMO)
LUCIO: Retírate de las tropas y sálvate, niño; pues los amigos matan a los amigos, y es tal el
desorden, que se diría una guerra de la gallina ciega.
IACHIMO: Es a causa de sus nuevos refuerzos.
LUCIO: Esta es una jornada que ha cambiado singularmente. Recobremos la ventaja a toda prisa, o
huyamos.
Salen todos.
ESCENA TERCERA
Bretaña. Otra parte del campo de batalla. Entran PÓSTUMO y un Señor bretón.
SEÑOR: ¿Vienes del sitio donde han hecho resistencia?
PÓSTUMO: De allí vengo; pero vos me parece que venís del lado de los fugitivos.
SEÑOR: Sí.
PÓSTUMO: No hay por qué censuraros por ello, señor, pues todo estaba perdido si no hubiesen
combatido los cielos. El rey mismo tenía cortadas las alas, y su ejército estaba en derrota. De los
bretones no se veía más que la espalda; todos huían a través de un estrecho desfiladero. El enemigo,
lleno de ardor, sacando la lengua a fuerza de matar, teniendo más tarea que hacer que instrumentos
para ejecutarla, hería a aquellos mortalmente, a estos ligeramente, mientras que otros se dejaban
caer al suelo sólo de espanto; tanto, que el estrecho desfiladero estaba repleto de cadáveres heridos
por detrás, o de cobardes que vivían para morir tras una deshonra prolongada.
SEÑOR: ¿Dónde se halla ese desfiladero?
PÓSTUMO: Muy cerca del campo de batalla, en forma de trinchera y fortificado con murallas de
césped, ventaja que ha ideado un soldado viejo, y un soldado bravo os responde de ello; aquél ha
merecido de veras vivir hasta tan viejo, como lo atestigua su barba blanca, para rendir ese servicio a
su país. Seguido de dos muchachos, mozalbetes hechos para jugar a la barra más que para realizar
una matanza así, poseedores de rostros hechos para caretas, o, por mejor decir, más blancos que los
que se protegen con caretas por pudor o por precaución contra el sol, se ha abierto paso a través del
desfiladero, gritando a los que huían: "¡Son nuestros gamos y no nuestros hombres de Bretaña
quienes mueren huyendo! ¡Andad al mundo de las tinieblas, almas que huís! ¡Deteneos, o seremos
para vosotros romanos, y os daremos como a bestias salvajes esa muerte de que huís como bestias,
y que podréis evitar volviéndoos de cara con resolución! ¡Alto, alto!" Esos tres hombres, firmes
como tres mil, y valiendo tanto como tres mil en esta acción, pues tres combatientes hacen frente a
un ejército en una posición donde los demás no pueden obrar, secundados por la ventaja de la
situación, y más todavía por el sortilegio de su nobleza, que habría sido capaz de transformar un
huso en lanza, encendieron la chispa en los ojos apagados de espanto; la vergüenza se despierta en
los unos, en los otros el coraje; tanto, que aquellos que no habían sido cobardes sino por imitación,
¡oh, en la guerra es un crimen maldito dar el primero un ejemplo tal!, se volvieron y, recorriendo
con la mirada el camino que habían hecho comenzaron a rugir como leones ante las picas de los
cazadores. Entonces los perseguidores han comenzado a detenerse; luego han reculado; después ha
ocurrido un desastre, una increíble confusión. Vedlos que huyen como gallinas por el camino donde
habían venido como águilas, y que desandan cautivos los mismos pasos que habían marchado
vencedores. Y ahora, nuestros cobardes, parecidos a los despojos de comida en un duro viaje,
comienzan a convertirse en enfermeros de los que se hallan en peligro de muerte, encontrando
abierta la puerta trasera de corazones que no estaban ya custodiados. ¡Oh cielos, cómo herían! Los
unos, a los que estaban ya muertos; los otros, a los moribundos; algunos, a sus amigos que habían
sido llevados adelante por las primeras olas. Hacía unos momentos, diez eran acuciados por uno
solo; luego, cada uno de esos diez se transformaba en el estrangulador de veinte. Las mismas gentes
que antes preferían morir a resistir, se convirtieron en los terrores mortales del campo de batalla.
SEÑOR: ¡He aquí un sucedido singular! Un estrecho desfiladero, un anciano y dos niños.
PÓSTUMO: ¡Pardiez! No os extrañéis. Pero estáis hecho más bien para extrañaros de las cosas que
oís decir que para llevar a cabo ninguna. ¿Queréis rimar ahora por todo lo alto y tomarlo por motivo
de un epigrama?
Dos niños, un anciano dos veces niño,
/un estrecho camino,
/salvaron a los bretones, perdieron a los romanos.
SEÑOR: Vamos, no montéis en cólera, señor.
PÓSTUMO: ¡Ah! ¿Y por qué había de encolerizarme? Consiento gustoso en ser amigo de
quienquiera que huya de su enemigo; porque si obra conforme a su carácter, sé que huirá también
muy ligero de mi amistad. Me habéis puesto en vena de versos.
SEÑOR: Adiós; estáis colérico. (Sale el Señor bretón)
PÓSTUMO: ¿Le veis cómo huye todavía? ¡Y es un noble! ¡Oh noble bajeza! ¡Encontrarse en el
campo de batalla y preguntar por noticias! ¡Cuántos habrían dado hoy sus honras para salvar sus
esqueletos! ¡Cuántos habrán movido los talones para hacer lo mismo, y, sin embargo, están
muertos! Y yo, embrujado en mi desgracia, no he podido percibir la muerte allí mismo donde la oía
gemir; no he podido sentirla allí donde hería. Es extraño que ese monstruo, odioso como es, posea
el privilegio de ocultarse en las capas brillantes, en los blandos lechos, en las dulces palabras, y que
cuente con otros ministros que nosotros, que tenemos nuestros puñales en la guerra. Pero, bueno, la
encontraré; era hace poco del partido de los bretones; ahora ya no soy bretón y me vuelvo al partido
con el que he venido. No quiero combatir más, sino que me rendiré al primer bergante que me toque
en el hombro. Grande es la carnicería que han hecho aquí los romanos, y grande debe de ser
también la matanza con que han respondido los bretones. Para mí, mi rescate es la muerte. He
venido a dar el último suspiro entre los golpes del uno y del otro bando. No quiero ni conservar mi
vida en estos lugares, ni llevármela a otra parte, sino terminarla por un medio cualquiera, en nombre
de Imógena. (Entran dos Capitanes bretones y Soldados)
CAPITÁN 1°: ¡El gran Júpiter sea alabado! Lucio está prisionero. Se cree que el viejo y sus hijos
eran ángeles.
CAPITÁN 2°: Había allí un cuarto individuo con traje de campesino, que hizo frente al enemigo
con ellos.
CAPITÁN 1°: Es lo que se dice; pero no se ha vuelto a hallar a ninguno de ellos. ¡Alto! ¿Quién va?
PÓSTUMO: Un romano, que no estaría ahora aquí para entregarse si hubiera sido secundado.
CAPITÁN 2°: Apoderémonos de él. ¡Perro! No volverá a Roma una sola pierna de romano para
decir cuáles son los cuervos que los han picoteado aquí. Se envanece de sus servicios, como si fuera
alguien de importancia. Conduzcámosle al rey. (Entra CIMBELINO, seguido por BELARIO,
GUIDERIO, ARVIRAGO, PISANIO y los Cautivos romanos. Los Capitanes presentan a PÓSTUMO ante
CIMBELINO, quien lo entrega a un Carcelero. Después salen todos)
ESCENA CUARTA
Bretaña. Una cárcel. Entran PÓSTUMO y dos Carceleros.
CARCELERO 1°: No os trabarán ahora; estáis encerrado con cerrojos. Paced, según halléis
pienso.
CABALLERO 2°: O lo que el apetito os diga. (Salen los Carceleros 1° y 2°)
PÓSTUMO: ¡Sé bienvenida, esclavitud, pues eres, creo, un camino que conduce a la libertad!
Después de todo, estoy en mejor estado que el que tiene la gota, puesto que antes quisiera gemir
bajo sus sufrimientos a perpetuidad, que ser curado por ése médico seguro, la muerte, llave que abre
todas estas puertas. ¡Oh conciencia mía, estás más encadenada que mis piernas y mis puños! ¡Oh
dioses buenos, concededme el instrumento del arrepentimiento para abrirme ese cerrojo, y luego
que esté libre para siempre! ¿Es bastante estar afligido? Así es como los hijos apaciguan a los
padres, según el carácter. Más llenos de clemencia están los dioses. ¿Debo arrepentirme? No puedo
hacerlo mejor que con estas cadenas deseadas, más bien que llevadas con violencia. Para pagaros
mi deuda, ¡oh dioses!, si mi vida ha de ser el precio principal de mi liberación, no estiméis nada de
mí, tomadme por entero. Sé que sois más clementes que los hombres viles que toman a sus
acreedores arruinados un tercio, un sexto, un décimo y les dejan reponerse de su naufragio. No es
tal mi deseo. Para compensar la preciosa existencia de Imógena, tomad la mía; aunque no sea tan
preciosa, sin embargo, es una existencia; la habéis acuñado. Entre los hombres no se pesan todas las
piezas de moneda; se las acepta por su cuño, aunque sean ligeras. ¡Oh dioses, obrad así, tanto más
cuanto que mi existencia es propiedad vuestra! Y ahora, poderes supremos, si os place escuchar este
requerimiento, tomad mi vida y romped éstas frías trabas. ¡Oh Imógena! ¡Te hablaré en el seno del
silencio! (Se queda dormido. Música solemne. Entran, como en una visión, SICILIO LEONATO, padre de
Póstumo, anciano vestido de guerrero, conduciendo de la mano a una respetable matrona, su mujer, madre de
Póstumo. Los precede la música. Luego, precedidos de otra música, llegan los dos jóvenes LEONATO,
hermanos de Póstumo, con las heridas de que murieron en la guerra. Rodean a PÓSTUMO mientras está
dormido)
SICILIO:
No más largo tiempo, señor del trueno,
/hagas caer tu despecho sobre éstas moscas, los mortales.
Riñe a Marte, regaña a Juno,
/que te reprocha tus adulterios y se venga de ellos.
Mi pobre niño, al que no vi jamás la cara,
¿ha obrado nunca de otro modo que bien?
Morí mientras él esperaba en el seno de su madre
/el término marcado por la ley de la Naturaleza.
Si, como los hombres dicen, eres el padre del huérfano,
/debiste ser el suyo y protegerle con tu égida
/contra las heridas crueles de esta tierra.
MADRE:
Lucina no me prestó su ayuda,
/sino que me raptó en medio de mis sufrimientos,
/y así es como Póstumo, arrancado de mi seno,
/vino llorando entre sus enemigos.
¡Criatura digna de compasión!
SICILIO:
Como ella había hecho por sus abuelos, la gran Naturaleza
/dio a su sustancia una forma tan bella,
/que mereció las alabanzas del mundo
/como heredero del gran Sicilio.
HERMANO 1°:
Cuando una vez alcanzó la edad de hombre,
¿dónde estaba en Bretaña
/el que se le pudiera comparar?
¿Dónde quien era digno de parecer objeto deseable
/a los ojos de Imógena, que supo, mejor que todos,
/estimar su valor?
MADRE:
¿Por qué entonces le burlasteis con una boda,
/para estar confinado y arrojado
/de la morada de Leonato, y desterrado
/lejos de la que le era tan cara,
/la dulce Imógena?
SICILIO:
¿Por qué sufristeis que Iachimo,
/miserable criatura de Italia,
/manchase su noble corazón y su cerebro
/con unos celos inútiles?
¿Por qué permitisteis que fuera la burla y la irrisión
/de la villanía del otro?
HERMANO 2°:
Por eso hemos abandonado nuestras moradas, más tranquilas que el mundo,
/nuestros padres y nosotros dos.
Nosotros dos, que al combatir por la causa de nuestro país,
/caímos bravamente y fuimos muertos,
/por mantener con honor
/nuestro feudo y el derecho de Tenancio.
HERMANO 1°:
El mismo valioso servicio, póstumo
/ha desplegado con Cimbelino.
¡Oh Júpiter, tú, rey de los dioses!
¿Por qué has aplazado así
/los favores debidos a sus méritos
/y los has cambiado todos en dolores?
SICILIO:
Abre tu ventana de cristal; mira abajo
/y no hagas más largo tiempo caer sobre una raza valerosa
/tus ásperas y poderosas injurias.
MADRE:
Júpiter, puesto que nuestro hijo es virtuoso,
/líbrale de sus miserias.
SICILIO:
¡Mira afuera de tu palacio de mármol; socórrele!
O nosotros, pobres manes, acusaremos
/a tu divinidad ante el radiante sínodo de los demás dioses.
HERMANO 2°:
¡Socórrele, Júpiter! O apelamos contra ti
/y recusamos tu justicia. (JÚPITER desciende en medio del trueno y de los relámpagos, sentado sobre un
águila; lanza su rayo. Los fantasmas caen de rodillas)
JÚPITER:
Basta, espíritus ínfimos de las bajas regiones,
/no ofendáis más nuestros oídos. ¡Chitón! ¿Cómo osáis, fantasmas
/acusar al Tonante, cuyo rayo, lo sabéis,
/iniciado en el cielo, cae sobre todas las tierras rebeldes?
¡Pobres sombras del Elíseo, partid; y reposad
/sobre vuestros lechos de flores que no se marchitan jamás!
No os preocupéis de los accidentes de los mortales;
/ese cuidado no os pertenece; es de nosotros; lo sabéis.
Aflijo al que más amo, a fin de que mis dones
/sean recibidos con tanta más dicha cuanto más retrasados se hallan.
Estad tranquilos. Vuestro hijo ha caído, pero vuestro poder lo levantará.
Sus alegrías se preparan; su tiempo de prueba va a acabar con un feliz desenlace.
Nuestra estrella jupiteriana presidía su nacimiento
/y se casó en nuestro templo. Levantaos y desapareced.
Será el señor de la señora Imógena,
/y su aflicción presente le prepara una más grande dicha futura.
Colocad sobre su pecho estas tabletas; en ellas
/nos plugo escribir todos sus destinos.
Y ahora, que un campaneo semejante
/no exprese más vuestra impaciencia, o excitaréis la mía.
Sube, águila mía, a mi palacio de cristal. (Se remonta)
SICILIO:
Ha venido en el seno del trueno; su aliento celeste
/exhalaba olor de azufre. El águila sagrada
/se ha abatido como para cegarnos con sus garras.
Su ascensión es más radiante de ver que nuestros campos bienaventurados.
Su ave real alisa sus plumas y se frota el pico,
/como hace cuando su dios está contento.
TODOS:
¡Gracias, Júpiter!
SICILIO:
El pavimento de mármol se vuelve a cerrar; se ha entrado
/bajo su techo esplendente. Partamos, y para ser felices
/realicemos con cuidado sus grandes mandatos. (Los fantasmas se desvanecen)
PÓSTUMO: (Despertándose) Sueño, has sido un abuelo, pues me has engendrado un padre y creado
una madre y dos hermanos; pero... ¡oh irrisión, han partido! Se desvanecieron tan aprisa como han
nacido. Ahora, heme aquí despierto. Los pobres miserables que cuentan con el favor de los grandes
sueñan, como yo he hecho, se despiertan y no encuentran nada... Pero, ¡ay!, divago. ¡Cuántos, sin
soñar con la Fortuna y sin merecerla, están, sin embargo, colmados de favores!... Y este caso es el
que se da en mí, que acabo de tener la feliz suerte de este sueño sin saber por qué. ¿Qué hadas
frecuentan este lugar? ¿Un libro? ¡Oh, un hermoso libro! No te parezcas a nuestro mundo de
engañosas apariencias, que tu envoltura sea más noble que tu contenido. Responde a tu forma, y, al
revés de nuestros cortesanos, sé tan bueno como tus promesas. (Lee) "Cuando un leoncillo
desconocido de sí propio encuentre, sin buscarla, una criatura delicada como el aire y sea abrazado
por ella; cuando las ramas cortadas de un cedro real, muertas después de numerosos años, revivan,
se junten al viejo tronco y reverdezcan, entonces Póstumo verá el fin de sus miserias, la Bretaña
será afortunada y florecerá en la paz y la abundancia." Es todavía su sueño, o es la estofa de esos
discursos de los locos, engendrados por la lengua, sin el socorro del cerebro. Es una de estas dos
cosas, o no es nada. O estas palabras carecen de sentido, o tienen uno que el buen juicio no puede
por sí solo descubrir. Sea lo que fuere, las peripecias de mi existencia se parecen a este libro, y
quiero guardarlo, aunque sólo sea por simpatía. (Vuelve a entrar el Carcelero 1°)
CARCELERO 1°: Avanzad aquí, señor; ¿estáis a punto para la muerte?
PÓSTUMO: A punto, quiero decir, demasiado asado; estoy a punto desde hace tiempo.
CARCELERO 1°: La horca es la palabra justa, señor; si estáis a punto para ella, estáis bien cocido.
PÓSTUMO: De modo que, si soy una buena comida para los espectadores, el plato pagará el
escote.
CARCELERO 1°: Es una terrible cuenta para vos, señor. Pero lo que hay de consolador para vos
es que no se os pedirán nuevos pagos, que no tendréis que temer las notas de mesón, que, al partir,
causan a menudo tanta tristeza como antes habían causado alegría. En efecto, vais a la taberna
dispuesto a desvaneceros de hambre, y salís zigzagueando por haber bebido con exceso;
compungido de haber pagado demasiado y compungido de estar demasiado bien pagado, la bolsa y
el cerebro igualmente vacíos... El cerebro tanto más pesado cuanto más ligero está; y la bolsa tanto
más ligera cuanto más ha sido desembarazada de peso. Enseguida vais a veros desembarazado de
estas contradicciones. ¡Oh, qué caridad os tiene una cuerda de ínfimo coste! Os libera en un abrir y
cerrar de ojos de millones de dudas; no tenéis otro balance de cuentas mejor que el suyo; os liquida
también del pasado y del porvenir. Vuestro cuello, señor, es la pluma, el libro y la cuenta. Total, la
liquidación terminada.
PÓSTUMO: Estoy más contento de morir que tú de vivir.
CARCELERO 1°: En verdad, señor, el que sueña no teme el dolor de muelas, pero cuando un
hombre se apresta a dormir vuestro sueño y tiene un verdugo para ayudarle a ir al lecho, creo que
cambiaría d buena gana de sitio con su funcionario; pues considerad, señor, que ignoráis por qué
camino pasaréis.
PÓSTUMO: Sí, lo sé, amigo mío.
CARCELERO 1°: Vuestra muerte, entonces, tiene ojos en su cabeza; no es así como la he visto
pintada. Pero, una de tres cosas: o aceptáis creer a los que toman sobre ellos el saber cuál es el
camino, u os atribuís vos mismo el saber lo que estoy seguro de que no sabéis, u os es preciso
aventuraros en la averiguación, bajo vuestros riesgos y peligros, de lo que vais a hacer, y cómo se
verificará vuestro viaje, y si se terminará de una manera feliz, lo cual, creo, no volveréis para
decirlo a nadie.
PÓSTUMO: Te digo, amigo, que no tienen ojos aquellos que para dirigirse por el camino en que
me preparo a entrar los cierran y rehusan servirse de ellos.
CARCELERO 1°: ¡Graciosa ocurrencia esa de decir que el mejor uso que un hombre puede hacer
de sus ojos es ver el camino de la ceguera! Estoy seguro de que la horca es el camino de los ojos
cerrados. (Entra un Mensajero)
MENSAJERO: Quitadle las cadenas. Conducid vuestro prisionero ante el rey.
PÓSTUMO: Me traes buenas noticias. Se me llama para dejarme en libertad.
CARCELERO 1°: Es a mí a quien van a ahorcar en ese caso.
PÓSTUMO: Estarías entonces más libre que continuando de carcelero; no hay cerrojos para los
muertos. (Salen PÓSTUMO y el Mensajero)
CARCELERO 1°: A menos de encontrar un hombre que quisiera casarse con la horca y procrear
patibulillos, no he visto jamás quién fuese más entusiasta de ella. Sin embargo, por mi conciencia,
por muy romano que sea, existen otros más granujas que él que desean vivir; y los hay también,
entre los romanos, algunos que mueren contra su voluntad. Así haría yo si fuera uno de ellos.
Quisiera que fuéramos todos de un alma, de una buena alma. ¡Oh, sería la desolación de los
carceleros y de las horcas! Hablo contra mi provecho presente; pero mi deseo encierra una ventaja.
Sale el Carcelero 1°.
ESCENA QUINTA
Bretaña. La tienda de Cimbelino. Entran CIMBELINO, BELARIO, GUIDERIO, ARVIRAGO, PISANIO,
Señores, Oficiales, gentes del séquito.
CIMBELINO: Colocaos a mis lados vosotros, a quienes los dioses han hecho los salvadores de mi
trono. Mi corazón se aflige de que no pueda encontrarse a ese pobre soldado que ha combatido con
tan rica valentía, cuyos harapos han humillado a las armaduras doradas, cuyo pecho desnudo
marchaba delante de los escudos impenetrables. Sería feliz si nuestro favor tuviera poder y medios
para hacerle dichoso, lo que ocurrirá si le descubrimos.
BELARIO: No he visto jamás tan noble furia en tan pobre ser, ni tan raras proezas en un hombre
que no denotaba más que miseria y lastimoso estado.
CIMBELINO: ¿No se tienen noticias suyas?
PISANIO: Se le ha buscado entre los muertos y los vivos; pero no se encuentran sus huellas.
CIMBELINO: Siento heredar la recompensa que le era debida. La añadiré a las vuestras (a
BELARIO, GUIDERIO y ARVIRAGO) ; a vosotros, hígado, corazón y cerebro de Bretaña; a vosotros,
por quienes declaro que vive. Es tiempo ya en esta hora de preguntaros de dónde venís. Decídmelo.
BELARIO: Señor, hemos nacido en Cambria y somos caballeros. Vanagloriarnos de otra cosa no
sería ni leal ni modesto, a menos de añadir que somos gentes honradas.
CIMBELINO: Doblad vuestras rodillas. Levantaos, mis caballeros de la batalla. Os creo
acompañantes de nuestra persona y os investiré de dignidades adecuadas a vuestra alcurnia. (Entran
CORNELIO y Damas) He aquí rostros que tienen el aspecto contrariado. ¿Por qué saludáis nuestra
victoria con semblantes tan tristes? Se os tomaría por romanos, y no por gentes de la Corte de
Bretaña.
CORNELIO: ¡Salud, gran rey! Estoy obligado a amargar vuestra dicha participándoos que la reina
ha muerto.
CIMBELINO: ¿A quién puede convenir semejante mensaje peor que a un médico? Sin embargo,
considero que si la vida puede prolongarse por la medicina, la muerte se apoderará, no obstante,
también del doctor. ¿Cómo ha acabado la paciente?
CORNELIO: Con horror, con una agonía furiosa como su vida, que, después de haber sido cruel
en el mundo, ha concluido por ser cruel, sobre todo con ella misma. Si tal es vuestro gusto, os
referiré lo que ha confesado. Sus doncellas, que, con las mejillas empapadas en lágrimas, estaban
presentes cuando murió, pueden sacarme del error si miento.
CIMBELINO: Habla, te lo ruego.
CORNELIO: Primero, ha confesado que no os ha amado nunca; que lo que acariciaba no erais vos,
sino la grandeza conferida por vos; que se había casado con vuestra monarquía, y era la esposa de
vuestro trono, pero aborrecía a vuestra persona.
CIMBELINO: Sólo ella lo sabía, y si no lo hubiera declarado al morir, no habría creído la
confesión de sus labios. Continúa.
CORNELIO: Respecto a vuestra hija, a quien aparentaba amar tan profundamente, ha confesado
que era para ella un escorpión, y que la habría matado con el veneno que yo le di si no hubiera
impedido la muerte con la huida.
CIMBELINO: ¡Oh sutilísimo demonio! ¿Quién podría penetrar en el pensamiento de una mujer?
¿Hay todavía algo más?
CORNELIO: Sí, señor, y cosas peores... Ha confesado que os reservaba un veneno mortal; que,
una vez tomado, se alimentaría con vuestra vida minuto por minuto y os habría consumido
lentamente átomo por átomo. Durante este tiempo, contaba, a fuerza de velaros, de haceros
compañía, de llorar, de besaros, envolveros con sus comedias. Sí, y una vez que os hubiera
hechizado con sus engaños, llevaros a que declararais a su hijo por heredero de la corona. Pero
trastornados sus propósitos por la extraña ausencia de este último, se abandonó a una desesperación
impúdica, descubrió sus designios con desprecio del cielo y de los hombres, se arrepintió de no
haber podido realizar los crímenes que había concebido, y murió así, desesperada.
CIMBELINO: ¿Habéis escuchado todo eso vosotras, sus doncellas?
DAMA 1°: Lo hemos escuchado, con permiso de Vuestra Alteza.
CIMBELINO: Mis ojos no fueron culpables, puesto que era hermosa; ni is oídos, puesto que
escuchaban sus lisonjas; ni mi corazón, puesto que la creía tal como se mostraba. Desconfiar de ella
hubiera estado mal. Sin embargo, ¡oh hija mía!, podrás decir que fue locura mía y hallar la prueba
en lo que has debido sentir. ¡Quisiera repararlo todo! (Entran CAYO LUCIO, IMÓGENA, IACHIMO,
el Adivino y otros prisioneros romanos, custodiados. PÓSTUMO llega detrás) Ya no vienes a pedir el
tributo, Cayo; lo han abolido los bretones perdiendo, en verdad, bastantes bravos, cuyos parientes
han solicitado que los manes fueran aplacados con el exterminio de vosotros, sus cautivos, solicitud
que les hemos concedido. Así, preparaos a vuestra suerte.
LUCIO: Considerad, señor, las eventualidades de la guerra. La jornada os pertenece por azar. Si
nos hubiera pertenecido, no habríamos amenazado a vuestros prisioneros con el cuchillo una vez
que nuestra sangre se hubiese enfriado. Pero, puesto que los dioses quieren que no haya para
nosotros otro rescate que la muerte, que venga. A un romano le basta saber sufrir con corazón de
romano. Augusto existe y pensará lo que debe hacer. Eso, por lo que me toca particularmente.
Imploraré de vos una sola gracia. Permitid que mi paje, nacido bretón, sea rescatado. Nunca hubo
dueño que tuviera un paje tan afectuoso, tan fiel a sus deberes, tan diligente, tan escrupuloso, tan
leal, tan diestro, tan buen administrador en todo. Que su virtud apoye mi requerimiento, que Vuestra
Alteza no me negará, me atrevo a afirmar. No ha hecho daño ninguno a los bretones, aunque haya
servido al romano. Salvadle, señor, y enseguida no escatiméis la sangre de ninguno de nosotros.
CIMBELINO: De seguro que le he visto. Su fisonomía me es familiar... Niño, tus miradas han
conquistado mi favor, y me perteneces desde ahora. No sé por qué ni cómo me veo impulsado a
decirte: "¡Vive, niño!" Vamos, no lo agradezcas a tu amo. Vive y pide a Cimbelino, sea cual fuere,
el regalo que mi generosidad pueda concederte y que convengan a tu condición, que te lo otorgaré.
Sí, aun cuando me pidieras un prisionero, y el más noble de todos.
IMÓGENA: Doy las gracias humildemente a Vuestra Alteza.
LUCIO: No te recomiendo que intercedas por mi vida. Sé lo que harás.
IMÓGENA: No, no, ¡ay! Otra cosa distinta me reclama. Veo una cosa que para mí es más amarga
que la muerte. Vuestra vida, mi buen amo, deberá tener cuidado de ella misma.
LUCIO: El niño me desdeña, me abandona, me desprecia. Cortas son las alegrías de los que se fían
en la fidelidad de las jóvenes y de los muchachos... ¿Por qué tiene el aspecto tan perplejo?
CIMBELINO: ¿Qué desearías, niño? Te amo cada vez más. Piensa también cada momento más en
lo que anhelas pedirme con preferencia. ¿Conoces al hombre que miras? Habla: ¿quieres que viva?
¿Es tu pariente, tu amigo?
IMÓGENA: Es romano y no más pariente mío que yo de Vuestra Alteza, yo, que, habiendo nacido
vuestro vasallo, os soy, sin embargo, un poco cercano.
CIMBELINO: ¿Por qué le miras así?
IMÓGENA: Os lo diré en privado, señor, si queréis concederme audiencia.
CIMBELINO: Sí, con todo mi corazón, y te prestaré la atención más profunda. ¿Cuál es tu
nombre?
IMÓGENA: Fiel, señor.
CIMBELINO: Eres, mi buen mancebo, mi paje. Seré tu amo. Da una vuelta conmigo. Habla
libremente. (CIMBELINO e IMÓGENA conversan aparte)
BELARIO: Este adolescente, ¿no ha resucitado de entre los muertos?
ARVIRAGO: Un grano de arena no se parece más que otro de lo que se parece a aquél lindo
muchacho de mejillas rosadas que murió y se llamaba Fiel. ¿Qué pensáis de ello?
GUIDERIO: Pienso que es el mismo muerto, que está vivo.
BELARIO: ¡Silencio, silencio! Observemos un poco más. No se ha fijado en nosotros. Tengamos
cuidado. Dos criaturas pueden ser semejantes. Si fuese él, estoy seguro de que nos hubiera hablado.
GUIDERIO: Pero le hemos visto muerto.
BELARIO: Guardad silencio. Continuemos observando.
PISANIO: (Aparte) Es mi ama. Puesto que está viva, que las cosas vayan bien o mal, como quiera
que sea. (CIMBELINO e IMÓGENA se adelantan)
CIMBELINO: Ven, manténte a mi lado; pronuncia en alto tu demanda. (A IACHIMO) Señor,
avanzad aquí; responded a este muchacho, y respondedle francamente, o por nuestra grandeza y por
nuestra justicia, que es nuestro honor, una cruel tortura sabrá separar la verdad de la mentira. (A
IMÓGENA) Comienza, háblale.
IMÓGENA: El favor que reclamo es que ese caballero declare de quién tiene esa sortija.
PÓSTUMO: (Aparte) ¿Y qué le importa a él eso?
CIMBELINO: Ese diamante que está en vuestro dedo, ¿cómo ha llegado a vuestro poder?
IACHIMO: Me torturarás por no decir lo que, una vez dicho, te torturaría.
CIMBELINO: ¡Cómo! ¿A mí?
IACHIMO: Me contento con verme obligado a declarar una cosa cuyo secreto es un tormento para
mí. He adquirido por villanía esta sortija. Era la joya de Leonato, a quien han desterrado, y lo que
debe afligirte más, como me aflige a mí mismo, que más noble señor no alentará nunca entre el
cielo y la tierra. ¿Quieres oír más, mi señor?
CIMBELINO: Todo lo que se refiera a este asunto.
IACHIMO: Aquella maravilla, tu hija, cuyo recuerdo hace sangrar mi corazón y estremecerse mi
alma mentirosa..., perdón..., me desmayo.
CIMBELINO: ¡Mi hija! ¿Qué sabes de ella? Reúne tus fuerzas. Preferiría que vivieses tanto como
le pluguiese a la Naturaleza, a que murieses sin que yo supiese más. Haz un esfuerzo, amigo, y
habla.
IACHIMO: Una vez, ¡maldito sea el reloj que señaló la hora!, estaba en Roma, ¡maldito sea el
palacio donde pasó!, en un festín, ¡oh, que nuestros manjares no estuvieran envenenados, al menos
los que yo me llevaba a la boca!, el virtuoso Póstumo, ¿qué diré?; era demasiado virtuoso para
encontrarse en compañía de hombres malvados, y entre los más raros hombres virtuosos era el
mejor de todos. Como estuviera sentado tristemente, escuchándonos alabar nuestras amadas de
Italia, por su belleza, que reducía a la impotencia la elocuencia de los más admirables oradores; por
sus formas, que hacían parecer incompletas esas estatuas de los altares de Venus o de Minerva de
talla elevada, cuyas actitudes no pueden ser alcanzadas por la demasiado prematura naturaleza; por
su carácter, tienda de todas las cualidades que el hombre ama en la mujer, además de por ese
anzuelo del matrimonio, por la gracia que subyuga a los ojos...
CIMBELINO: Estoy en brasas. Lleguemos al hecho.
IACHIMO: Llegaré a él enseguida a menos que no te dispongas a estar prontamente entristecido.
Éste Póstumo, como un noble señor enamorado y un hombre que tenía una amante real, recogió el
guante y, sin despreciar a las que elogiábamos, fue a su asunto tranquilo, como la virtud, comenzó
el retrato de su amada. Éste retrato, una vez que lo hubo acabado su lengua, fue tal, que, al
suponerlo con vida, o las mujeres que nosotros amábamos eran porcallonas de cocina, o su
descripción nos reducía al estado de tontos que no saben hablar.
CIMBELINO: Vamos, vamos, al hecho.
IACHIMO: La castidad de vuestra hija... Aquí es donde comienza. Habló de ella como si Diana
estuviera habituada a los sueños lúbricos y ella sola fuera casta en el mundo. Ahora, miserable de
mí, me hice el incrédulo en lo referente a ese panegírico, y le aposté una suma de oro contra esta
sortija, que su honor llevaba en el dedo entonces, a que conseguía el favor de entrar en su cama y
ganaba esta joya mediante su adulterio y el mío. Él, leal caballero, teniendo en la honra de su mujer
toda la confianza que he descubierto que merecía, comprometió esta sortija, y la habría
comprometido aun cuando incluso hubiese sido uno de los diamantes del carro de Febo, y hubiera
podido comprometerlo con toda seguridad, aun cuando mismamente hubiese valido el carro entero.
Salgo con toda diligencia a Bretaña para este designio. Debéis, señor, acordaros de mi presencia en
vuestra Corte. Fue allí donde vuestra casta hija me enseñó la inmensa diferencia que hay entre lo
amoroso y lo lujurioso. Al estar así mi esperanza extinguida, pero no mi vanidad, mi cerebro
italiano concibió en vuestra inocente Bretaña una vilísima estratagema, pero excelente para mi
ventaja. Para abreviar, mi táctica salió tan bien, que regresé con pruebas suficientemente aceptables
para volver loco al noble Leonato, hiriendo la confianza que tenía en la honra de Imógena con tales
y tales testimonios, descripciones exactas de las tapicerías y de las pinturas de su dormitorio, éste
brazalete que le pertenecía, ¡oh perfidia, de qué manera lo he adquirido!, y más aún por ciertas
señales secretas que tiene en su persona, de tal suerte, que no pudo hacer otra cosa sino creer que
ella había roto enteramente su compromiso de castidad, y que yo había recogido el beneficio...
Además, me parece que le veo ahora...
PÓSTUMO: (Avanzando con precipitación) ¡Sí, me ves, en efecto, demonio italiano! ¡Ay de mí, loco
demasiado crédulo, insigne asesino, ladrón, digno de todos los epítetos dedicados a todos los
villanos pretéritos, presentes y futuros! ¡Oh, que algún íntegro justiciero me dé una cuerda, un
cuchillo o un veneno!... ¡Oh, rey, envía a buscar a los atormentadores más hábiles! Vedme aquí, a
mí, que indulto a todo lo que hay de más aborrecido sobre la tierra; tanto es lo que la excedo. Soy
Póstumo, quien mató a tu hija. Pero miento como villano que soy; obligué a un villano menor que
yo, a un ladrón sacrílego, a realizarlo. Ella era el templo de la virtud, la virtud misma. Escupidme,
tiradme piedras, cubridme de barro, echadme detrás de todos los perros de la calle; que todo
malvado sea llamado Póstumo Leonato, y que la villanía sea menos infamada que lo era en otro
tiempo. ¡Oh, Imógena, mi reina, mi vida, esposa mía! ¡Oh Imógena, Imógena, Imógena!
IMÓGENA: Calma, mi señor. ¡Escuchad, escuchad!
PÓSTUMO: ¿Vamos a cambiar esto en comedia? ¡Toma, paje impertinente, toma esto para tu
papel! (Da un golpe a IMÓGENA, que cae)
PISANIO: ¡Oh caballeros, socorro! ¡Mi señora y la vuestra! ¡Oh mi señor Póstumo, no habéis
matado a Imógena hasta este momento! ¡Socorro, socorro! ¡Mi honorable señora!
CIMBELINO: ¿Gira el mundo todavía sobre su eje?
PÓSTUMO: ¿De dónde me vienen estos vértigos?
PISANIO: ¡Volved en vos, señora mía!
CIMBELINO: Si es así los dioses se proponen herirme de muerte por exceso de gozo.
PISANIO: ¿Cómo se encuentra mi ama?
IMÓGENA: ¡Oh, retírate de mi vista! Me diste un veneno. ¡Fuera de aquí, desgraciado compañero!
¡No vengas a respirar donde están los príncipes!
CIMBELINO: ¡La voz de Imógena!
PISANIO: Señora, que los dioses lancen sobre mí sus rayos sulfurosos si no creí que la caja que os
di era una cosa preciosa. Me venía de la reina.
CIMBELINO: ¡Nueva revelación!
IMÓGENA: Su contenido me envenenó.
CORNELIO: ¡Oh dioses! Había olvidado en la confesión de la reina una cosa que atestigua su
honestidad. "Si Pisanio - dijo - ha dado a su ama esa composición que le di como cordial, ha servido
como serviría a una rata."
CIMBELINO: ¿Qué quiere decir eso, Cornelio?
CORNELIO: Señor, la reina me pedía a menudo que la preparase venenos, pretendiendo siempre
que se limitaba a matar viles seres para satisfacción de su ciencia, tales como perros y gatos sin
valor. Yo, temiendo que sus designios fuesen más peligrosos, compuse para ella cierta droga que,
tomada, tenía la propiedad de suspender el poder de la vida; pero, al cabo de poco tiempo, todas las
facultades de la naturaleza volvían a sus debidas funciones. ¿Habéis tomado esa droga?
IMÓGENA: Muy probablemente, pues he estado muerta.
BELARIO: Hijos míos, he ahí la causa de nuestro error.
GUIDERIO: Es Fiel, ciertamente.
IMÓGENA: ¿Por qué rechazáis lejos de vos a vuestra esposa? Imaginad que estáis en lo alto de
una roca, y ahora rechazadme aún. (Le abraza)
PÓSTUMO: Cuélgate aquí como un fruto, alma de mi vida, hasta que el árbol muera.
CIMBELINO: Ahora, ¿qué tenéis que decir, carne mía, hija mía? ¿Me tomas por el lobo de esta
pieza? ¿No me vas a hablar?
IMÓGENA: (Arrodillándose) Vuestra bendición, señor.
BELARIO: (A GUIDERIO y ARVIRAGO) Amabais a este joven, y no os lo censuro. Teníais motivo
para ello.
CIMBELINO: ¡Que mis lágrimas que caen sean para ti un agua de bendición! ¡Imógena, tu madre
ha muerto!
IMÓGENA: Os acompaño en el sentimiento, mi señor.
CIMBELINO: ¡Oh! No valía nada, y gracias a ella nos encontramos aquí de una manera tan
extraña. Pero su hijo ha partido, no sabemos por qué, ni dónde está.
PISANIO: Mi señor, ahora que no tengo ya temores, diré la verdad. Cuando el señor Cloten supo la
ausencia de la señora, se llegó a mí con la espada desnuda, la espuma en la boca, y juró que si no le
delataba qué ruta había tomado, me iba a matar acto seguido. Por casualidad, tenía yo entonces en
mi bolsillo una carta que mi amo había escrito fingidamente. Las indicaciones de esa carta
manifestaban que debía buscar en las montañas cerca de Milford; en un acceso frenético se plantó
las vestiduras de mi amo, que me había forzado a darle, y partió a toda prisa con proyectos
impúdicos, y después del juramento de violar la honra de la dama. Lo que haya acontecido más
tarde, no lo sé.
GUIDERIO: Permitidme acabar la historia. Le he matado en el sitio que decís.
CIMBELINO: ¿De veras? ¡Quieran los dioses que no! No querría que tus nobles acciones fuesen
recompensadas por una dura sentencia arrancada de mis labios. Te lo ruego, valeroso joven:
desdícete de tus palabras.
GUIDERIO: He dicho y he hecho como digo.
CIMBELINO: Era un príncipe.
GUIDERIO: Un príncipe harto incivil. Los insultos que me dirigió no eran nada principescos, pues
me provocó con un lenguaje que me habría empujado a dar puntapiés a la mar si hubiera surgido
contra mí de tal manera. Le corté la cabeza, y me alegro de que no sea él quien refiera aquí de mí lo
que yo refiero de él.
CIMBELINO: Lo deploro de ti. Te condenas por tu propia boca y debes sufrir nuestra ley. ¡Eres
muerto!
IMÓGENA: Había tomado a aquél hombre sin cabeza por mi esposo.
CIMBELINO: Atad al culpable y conducidle fuera de mi presencia.
BELARIO: Detente, señor monarca. Ese hombre es superior al hombre a quien mató; desciende de
tan alto sitial como tú mismo y ha merecido más de ti que toda una banda de Clotens, incluso
acribillados de heridas. (A los guardias) Dejad sus brazos tranquilos; no fueron creados para la
esclavitud.
CIMBELINO: ¿Qué dices, viejo soldado? ¿Acaso quieres frustrar la recompensa que te es debida
aún, provocando nuestra cólera? ¿Cómo desciende de tan alto lugar como nosotros?
ARVIRAGO: Ha ido demasiado lejos en eso.
CIMBELINO: Y morirá por sus palabras.
BELARIO: Moriremos los tres; pero probaré que hay dos de nosotros tan encopetados como he
dicho que éste lo era. Hijos míos, es menester que haga una declaración peligrosa para mí, aunque
pueda ser ventajosa para vosotros.
ARVIRAGO: Vuestro peligro es el nuestro.
GUIDERIO: Y nuestro bien el suyo.
BELARIO: Pues bien, ¡atención si os place! Gran rey, tuviste un súbdito que se llamaba Belario.
CIMBELINO: ¿Por qué hablas de él? Es un traidor desterrado.
BELARIO: Es el mismo que lleva estos viejos trazos que ves aquí. Está desterrado, en efecto;
traidor, no sé cómo lo fue.
CIMBELINO: Lleváoslo de aquí. El mundo entero no le salvará.
BELARIO: No tanta impetuosidad; págame primero por haber educado a tus hijos, y luego
confíscamelo todo, tan pronto como lo haya recibido.
CIMBELINO: ¡Por haber educado a mis hijos!
BELARIO: Soy demasiado brutal y demasiado descortés. Mírame aquí, de rodillas. Antes de
levantarme habré engrandecido a mis hijos; hecho esto, no te importe el viejo padre. Poderoso rey,
éstos dos jóvenes caballeros que me llaman padre y creen ser hijos míos, no me pertenecen. Han
salido de vuestros lomos, mi señor soberano, y han sido engendrados con vuestra sangre.
CIMBELINO: ¡Cómo! ¿Salidos de mí?
BELARIO: Tan seguro como habéis salido de vuestro padre. Yo, el viejo Morgan, soy ese Belario
que habéis desterrado en otro tiempo; mi ofensa, mi castigo, mi traición, todo ello no existió sino
por vuestro gusto; en lo que he sufrido consiste todo el mal que hice. Éstos nobles príncipes, nobles
eran y nobles son, los he educado durante estos últimos veinte años; las artes que pude inculcarles
las poseen, y sabéis, señor, cuál era mi educación. Eurófila, su nodriza, con la que me casé para este
secuestro, robó los niños en el momento que fui desterrado. La impulsé a este acto porque había
recibido de antemano el castigo que merecía. El castigo, que fue la recompensa de mi lealtad, me
excitó a la traición. Cuanto más debíais sentir la pérdida de estos preciosos seres, más respondía su
robo a mi objeto. Pero gracioso señor, ved de nuevo a vuestros hijos, y al devolvéroslos, me es
forzoso perder dos de los más amables compañeros que hay en el mundo. ¡Que la bendición de esos
cielos que se extienden por encima de nosotros caiga sobre sus cabezas como el rocío, pues son
dignos de ir a aumentar las estrellas del firmamento!
CIMBELINO: Lloras mientras hablas. El servicio que vosotros tres me habéis rendido hoy es más
increíble que la historia que cuentas. Perdí a mis hijos. Si son los que están aquí, no podría desear
una pareja de más nobles hijos.
BELARIO: Dignaos escucharme todavía. Éste caballero que llaman Polidoro, nobilísimo príncipe,
es vuestro verdadero Guiderio; éste otro caballero, mi Cadwal, es Arvirago, vuestro príncipe más
joven; aquél, señor, fue envuelto en una soberbia colcha, obra de manos de la reina, su madre,
colcha que puedo fácilmente presentar como prueba.
CIMBELINO: Guiderio tenía en el cuello una señal, una estrella color de sangre; era una marca
singular.
BELARIO: Aquí está Guiderio; lleva siempre aquélla marca que la Naturaleza, en su sapiencia, le
dio para que hoy le sirviera de testimonio.
CIMBELINO: ¡Oh! ¿Soy, entonces, como una madre que acaba de dar nacimiento a tres hijos?
Nunca hubo madre que estuviera tan contenta de su parto feliz... ¡Oh, imploro a los dioses seáis
bendecidos vosotros, que, después de tan extraño alejamiento de nuestras órbitas, volvéis para
reinar en ellas!... ¡Oh Imógena, pierdes un reino con este acontecimiento!
IMÓGENA: No, mi señor; he ganado con este acontecimiento dos universos... ¡Oh mis nobles
hermanos! ¿Nos hemos venido a encontrar de este modo? ¡Oh! No digáis ahora que no soy de
nosotros tres la más verídica. Me llamabais hermano cuando no era sino vuestra hermana. Os
llamaba hermanos, cuando erais verdaderamente mis hermanos.
CIMBELINO: ¿Os habéis encontrado alguna vez?
ARVIRAGO: Sí, mi buen señor.
GUIDERIO: Y la hemos amado desde la primera entrevista y continuado amándola hasta la hora
en que la creímos muerta.
CORNELIO: De la pócima de la reina que había tragado.
CIMBELINO: ¡Ah maravilla del instinto! ¿Cuándo sabré el relato completo de estas aventuras?
Este resumen a grandes rasgos tiene necesariamente circunstancias cuyo relato detallado mostrará el
interés. ¿Dónde y cómo habéis vivido? ¿Cuándo habéis entrado al servicio de nuestro cautivo el
romano? ¿Cómo os habéis separado de vuestros hermanos? ¿Cómo los habéis encontrado
primeramente? ¿Por qué habéis huido de nuestra Corte, y donde habéis huido? Todos estos
incidentes y los motivos que os han impulsado al combate a vosotros tres, así como otra infinidad
de cosas, merecerían otras tantas preguntas; y luego, todo el encadenamiento de las circunstancias,
la una engendrando a la otra; pero no es tiempo ni lugar convenientes para un largo interrogatorio.
Ved: Póstumo se junta a Imógena, y ella, parecida a un relámpago inofensivo, deja resbalar sus ojos
sobre él, sobre sus hermanos, sobre mí, sobre su señor, hiriendo a cada uno con una mirada de
alegría, que cada uno le devuelve. Abandonemos este lugar y hagamos que se inciense el templo
para nuestros sacrificios. (A BELARIO) Eres mi hermano. Te tendremos siempre por tal.
IMÓGENA: Sois también mi padre, y a vuestros socorros debo el ver estos momentos de dicha.
CIMBELINO: Todos nos hallamos saturados de alegría, salvo aquéllos que están encadenados;
que se muestren alegres también, pues deben gozar de nuestra felicidad.
IMÓGENA: Mi buen señor, puedo aún prestaros servicio.
LUCIO: ¡Que seas feliz!
CIMBELINO: El soldado preferido 11 que ha combatido tan gallardamente, habría mantenido
también su puesto en esta escena y honrado las gratitudes de un rey.
PÓSTUMO: Soy, señor, el soldado que hizo compañía a estos tres, con un pobre equipo que
convenía al objeto que perseguía entonces. Iachimo, declarad que era yo. Os he tenido bajo mi
poder y hubiera podido poner fin a vuestros días.
IACHIMO: Estoy abrumado por segunda vez; pero en este momento, el peso de mi conciencia
hace doblar la rodilla como la primera vez que la doblé bajo vuestra fuerza. (Se arrodilla) Tomad, os
suplico, esta vida que os debo tantas veces; pero recobrad primero vuestra sortija, y ved aquí el
brazalete de la más fiel princesa que prometiera lealtad.
PÓSTUMO: No os arrodilléis delante de mí. El poder que tengo sobre vos es el de consideraros; el
resentimiento que os conservo, el de perdonaros; vivid y obrad más honradamente con los demás.
CIMBELINO: ¡Sentencia noblemente manifestada! Nuestro yerno nos enseña cuál debe ser
nuestra generosidad. Perdón es la palabra para todos.
ARVIRAGO: Señor, nos habéis ayudado en el combate como si tuvieseis, en efecto, la intención
de ser nuestro hermano; estamos satisfechos de que lo seáis.
PÓSTUMO: Vuestro servidor, príncipes. Mi buen señor de Roma, llamad a vuestro adivino.
Durante mi sueño, me ha parecido que el gran Júpiter, montado en un águila, se me aparecía al
mismo tiempo que otros fantasmas, figuras de mis propios padres; en mi despertar he hallado sobre

11
Forlorn, en el texto: "perdido", pero en el sentido de "no hallado", "inhallado" o "inhallable", si así pudiera decirse en
nuestro idioma.
mi pecho éste escrito, cuyo texto es tan difícil de entender que no he podido penetrar el sentido; que
nos muestre su talento explicándonoslo.
LUCIO: ¡Filarmono!
ADIVINO: Aquí me tenéis, mi buen señor.
LUCIO: Leed, y exponednos el sentido de este escrito.
ADIVINO: (Leyendo) "Cuando un leoncillo desconocido de sí propio encuentre sin buscarla una
criatura delicada como el aire y sea abrazado por ella; cuando las ramas cortadas de un cedro real,
muertas después de numerosos años, revivan, se junten al viejo tronco, y reverdezcan, entonces
Póstumo verá el fin de sus miserias; Bretaña será afortunada y florecerá en la paz y en la
abundancia." Leonato, tú eres el leoncillo; tu nombre, descompuesto, da exactamente este sentido,
pues que es Leo nato. (A CIMBELINO) Esta criatura de aspecto delicado, que nosotros nombramos
mollis aer, es tu virtuosa hija; y de mollis aer hacemos mulier, cuya mulier, lo adivino, es tu
fidelísima esposa (A PÓSTUMO) , la que te pertenece a ti, que, para realizar el texto del oráculo, has
sido hace poco abrazado por ese vapor delicado que no reconocías y que no buscabas.
CIMBELINO: La analogía es bastante aceptable.
ADIVINO: El cedro elevado, real Cimbelino, te personifica. Sus ramas tronchadas señalan a tus
dos hijos, que, robados por Belario y creídos muertos desde hace tantos años, reviven ahora unidos
al cedro majestuoso; tus hijos, cuya posteridad promete la paz y la abundancia en Bretaña.
CIMBELINO: Bien; comencemos estos días en paz. Cayo Lucio, aunque vencedor, nos
sometemos a César y al Imperio romano, prometemos pagar el tributo acostumbrado; no lo hemos
negado más que a instigación de nuestra reina, que los cielos, en su justicia, han castigado, haciendo
caer sobre ella y los suyos una mano pesadísima.
ADIVINO: ¡Las manos de los poderes supremos concedan la armonía de esta paz! La visión que he
revelado a Lucio antes del comienzo de la batalla aún reciente 12 , se halla en este momento
plenamente cumplida; pues el águila romana, planeando altiva desde el Sur al Oeste, se ha
ablandado y desvanecido con los rayos solares. Lo que significa que nuestra águila principesca, el
imperial César, renovaría la alianza con el radiante Cimbelino que brilla aquí, en el Oeste.
CIMBELINO: ¡Alabemos a los dioses, y que desde nuestros altares benditos suban en espirales
hacia las ventanas de sus narices los inciensos de nuestros sacrificios! Anunciemos esta paz a todos
nuestros súbditos. Pongámonos en marcha; que una bandera romana y otra bretona floten
amigablemente reunidas; atravesaremos así la ciudad de Lud. Ratificaremos nuestra paz en el
templo del gran Júpiter, y la sellaremos con fiestas. ¡En marcha! Nunca se vio guerra que terminara
por una paz como esta, antes que fueran lavadas las manos tintas en sangre.


Salen todos.


12
Scarce - cold, en el texto; literalmente, "apenas enfriada".