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4/5/16

JULIA VERSIÓN DE SEÑORITA JULIA DE STRINDBERG POR ALEJANDRO TANTANIAN



JULIA

Una tragedia naturalista
Versión de Alejandro Tantanian
de Señorita Julia de Augus Strindberg
A partir de la traducción del sueco de Carlos Liscano


Personajes

"YO SOY AUGUST STRINDBERG"
JULIA, 25 años
JUAN, criado, 30 años
CRISTINA, cocinera, 35 años


YO SOY AUGUST STRINDBERG: Es la Primera vez que veo la Cabeza de Muerto, o Acherontia Atropos, mariposa que luce un cráneo humano sobre su coraza. Me dispongo a estudiar al animal. Los bretones dicen que presagian muerte.

Prorrumpe en un dolorido lamento cuando se la inquieta; su larva se nutre de lilas y su crisálida nace en las profundidades de la tierra. Hay en ella una estrecha relación con la muerte. No soy de naturaleza supersticiosa, pero habiéndome enterado que la Cabeza de Muerto aparece en épocas de grandes epidemias, no es extraño que medite sobre las costumbres de esta mariposa y la relación con su macabra librea. Para comenzar, la larva se nutre de solanina y de daturina, dos alcaloides vegetales emparentados con la morfina y muy cercanos
también a los venenos cadavéricos. Esos venenos exhalan el olor del jazmín, de la rosa y del almizcle. Existen plantas llamadas ‘De cadáver’ que poseen olor cadavérico atrayendo, así, a los insectos que se nutren de carroña. ¿No es lógico, entonces, que la Cabeza de Muerto visite los lugares azotados por la epidemia y sembrados de cuerpos en descomposición?
La solanina es un veneno narcótico. ¿Será por esto que la mariposa duerme noche y día y sólo se propaga en el crepúsculo? Y la daturina encierra dos alcaloides: atropina e hiosciamina. La atropina dilata las pupilas y hace insoportable la luz del día. ¿Será causa de los hábitos crepusculares de la Cabeza de Muerto el que esta mariposa tema al sol y, sin embargo, esté forzada a dormir durante la noche debido al efecto soporífero de la hiosciamina? Así parece. Ahora bien, la hiosciamina, el veneno del beleño, comporta el inconveniente secundario de que la víctima ve los objetos agrandados (megalopsia). Imaginemos una Cabeza de Muerto atraída por su engañado olfato por los cementerios, los vertederos, los cadalsos y los patíbulos, donde ve cráneos humanos muy agrandados y preguntémonos si esto puede actuar sobre los nervios de una mariposa impresionable hasta el punto de que emite quejidos cuando se la molesta, una mariposa poseída por el doble delirio del celo y de la embriagadora ponzoña del beleño, doble embriaguez equiparable al delirio histérico.


CRISTINA COCINA ALGO. JUAN ENTRA CON UN PAR DE BOTAS NEGRAS ALTAS CON ESPUELAS.


JUAN: Un animal salvaje. Esta noche la Señorita Julia parece un animal salvaje.
CRISTINA: Ah, ¿volviste?
JUAN: Acompañé al conde hasta la estación. Cuando volví entré al granero a
bailar un rato y ahí estaba la Señorita Julia, bailando con el guardabosque. Ni
bien me ve, se me tira encima: ‘¡Baile conmigo!’, me dice. Tenías que haberla
visto... cómo bailaba: completamente salvaje.
CRISTINA: Ella es salvaje. Pero está peor que nunca desde que rompió con el novio...
JUAN: Ah, sí... el novio. ¿Ese tipo no tenía mucha HACIENDO EL GESTO DEL DINERO CON LOS DEDOS, no? Son todos tan... especiales... ¿No te parece raro que la hija de un conde prefiera quedarse bailando con los sirvientes en vez de ir con su padre a lo de sus primos? ¿Y justo hoy? ¿En la noche de San Juan?
CRISTINA: Debe tener vergüenza. Por lo del novio.
JUAN: Seguro. Pero el tipo se la hizo bien: le dio lo que se merecía... Yo no le dije nada a nadie... pero lo vi todo.
CRISTINA: ¿Qué viste?
JUAN: En la entrada de la cuadra, la otra tarde. Ella estaba ‘entrenándolo’. Así le decía ella. Increíble. Tenía la fusta así y lo hacía saltar. Como un perro.
¡Arrriba, hop! El tipo saltó dos veces y ella le pegó dos fustazos. En la tercera, él le arrancó la fusta, le marcó la cara, y se fue.
CRISTINA: Por eso tanto maquillaje. PAUSA.
JUAN: ¿Y? ¿Qué hay de cenar?
CRISTINA: Riñón. El conde come ternera; y el Señor Juan come riñones.
JUAN: ¡Delicioso! ¿Pero cuántas veces te lo tengo que decir? ¡Calentá el plato!
CRISTINA: No empieces. Sos peor que el conde. LE TIRA DEL PELO.
JUAN: ¿Qué hacés? Sabés que no me gusta. CRISTINA SACA UNA BOTELLA DE CERVEZA. ¿Cerveza? ¿En la noche de San Juan? No, gracias. Tengo algo mejor.
JUAN BUSCA UNA BOTELLA DE VINO CON SELLO DORADO. Sello dorado. No esa mierda. Traé un vaso. No, mejor una copa. Este vino merece una copa.
CRISTINA: ¡Que Dios proteja a la que se case con vos!
JUAN: ¿Ah, si? ¿Qué te pasa? Bien que no te molesta cuando dicen que sos mi prometida. ¿Qué es ese olor? Apesta.
CRISTINA: Una porquería que me pidió la Señorita Julia. Para Diana.
JUAN: Eh, momentito, cuidá la lengua. ¿Por qué tenés que quedarte cocinando
para esa perra de mierda un día de fiesta? No me digas que está enferma.
CRISTINA: ¿Enferma? Se escapó con el dogo del guardabarrera y ahora está... Y la Señorita no lo quiere.
JUAN: ¡No lo quiere! Como su madre, ¿te acordás? La condesa podía llevar la camisa sucia, pero los botones... brillantes. La hija es igual: la condesa Julia.
Hace lo que quiere. Recién, en el granero, le arrancó el novio a Ana y lo obligó a bailar. Nosotros no somos así... Cuando la gente fina se mezcla con la gente común se vuelven comunes. Pero está buena: buenos hombros, buen...
CRISTINA: No digás estupideces. Clara la ayuda a vestirse... Y dice que...
JUAN: ¡Clara! Son todas iguales. Celosas. Yo cabalgué con ella, yo bailé con ella.
CRISTINA: ¿Y vas a bailar conmigo, no? ¿Juan? ¿Cuando termine?
JUAN: ¿Y yo qué te dije?
CRISTINA: ¿Me lo jurás?
JUAN: Cuando prometo algo, lo cumplo. Y gracias por los riñones, estaban muy
buenos. PONE EL CORCHO EN LA BOTELLA. OÍMOS A LA SEÑORITA JULIA EN LA PUERTA.
SEÑORITA: No tardo. Sigan sin mí. JUAN ESCONDE LA BOTELLA. LA SEÑORITA
AVANZA HACIA CRISTINA. ¿Y? ¿Está listo? CRISTINA HACE SEÑAS DE QUE JUAN ESTÁ PRESENTE.
JUAN: ¿Secretos? Si las damas tienen secretos...
SEÑORITA: PEGÁNDOLE EN LA CARA CON EL PAÑUELO. Nunca lo va a saber.
JUAN: ¡Violetas!
SEÑORITA: ¡Sabe bailar... sabe de perfumes! Pero esto no es asunto suyo. No espíe.
JUAN: ¿Una de esas pociones de bruja que hacen las damas en la noche de San Juan? ¡Abracadabra, muéstrame al hombre que será mi marido!
SEÑORITA: Eso no se ve en una olla. A CRISTINA. Llená una botella. Tapála bien.
Juan, van a tocar una polca ahora. ¿Bailamos?
JUAN: Es que... le prometí a Cristina...
SEÑORITA: Ella puede esperar. ¿No, Cristina? ¿Me prestás a Juan?
CRISTINA: Lo que la Señorita mande. Andá, Juan.
JUAN: Es que... No quisiera ser impertinente... pero me pregunto si la Señorita sabe lo que la gente puede llegar a decir: el mismo hombre, dos bailes en una
noche. Usted sabe cómo es la gente.
SEÑORITA: No. ¿Cómo es la gente?
JUAN: Es que... si la Señorita prefiere a uno de sus sirvientes...
SEÑORITA: ¡Preferir! ¿De qué habla? Yo soy la señora de la casa. Y si decido ir al baile de mis sirvientes, puedo bailar con quién se me dé la gana. Alguien que sepa bailar para que yo no haga el ridículo.
JUAN: Lo que la Señorita mande.
SEÑORITA: No, no es una orden. Hoy es una noche especial. Somos todos iguales.
Deme su brazo. Y no te preocupes, Cristina. Es tu prometido. No te lo voy a
robar. JUAN LE OFRECE EL BRAZO A LA SEÑORITA Y LA CONDUCE HACIA LA SALIDA.
YO SOY AUGUST STRINDBERG: La transformación de la oruga dentro del capullo
es un verdadero milagro que equivale a la resurrección de los muertos. Así, durante la fase de inmovilidad de la ninfa, en los insectos, los tejidos de la larva sufren una histólisis, es decir, la degeneración grasa o necrobiosis filogenética. 
Traduzcamos: en la crisálida, la oruga está sometida al mismo proceso que el cadáver en la tumba, donde se transforma en una grasa amoniacal. Ahora bien, necrobiosis significa muerte-vida. La larva ha muerto entonces dentro del capullo, ya que se ha transformado en una masa grasienta informe; y sin embargo vive, y resucita en una forma más desarrollada, más libre y más bella.
¿Qué son la vida y la muerte? ¡Lo mismo! Pensemos: ¿Y si los muertos no están muertos, y la indestructibilidad de la energía no es más que la inmortalidad? Para terminar el dibujo del caótico estado de mi alma, reproduzco aquí mis estudios fúnebres, en los que el yo, cultivado en la soledad y los sufrimientos, retorna a una noción vaga de Dios y de la inmortalidad.
ENTRA JUAN.
JUAN: ¡Está loca! ¡Qué manera de bailar! Y todos ahí, riéndose de ella.
CRISTINA: Cada vez que está con la regla se porta así. ¿No querés bailar conmigo
ahora?
JUAN: ¿No estás enojada porque te planté...?
CRISTINA: ¿Enojada? ¿Por qué iba a estar enojada? Y aunque lo estuviera, yo sé muy bien cuál es mi lugar...
JUAN: Sos tan... Vas a ser una buena esposa.
LA SEÑORITA ENTRA; DESAGRADABLEMENTE SORPRENDIDA INTENTA UNA RISA FORZADA.
SEÑORITA: Usted sí que es un caballero encantador: abandonar a su dama, así.
JUAN: Ah no, Señorita: vine corriendo a buscar a mi dama abandonada.
SEÑORITA: ¿Sabe que usted baila como nadie? ¿Y por qué lleva uniforme en un
día de fiesta? Cámbiese. Enseguida.
JUAN: Si tengo que cambiarme usted va a tener que retirarse. Un momento,
nada más. Tengo mi abrigo acá... INICIA LA SALIDA.
SEÑORITA: No sea vergonzoso. Vaya a su cuarto y cámbiese... o cámbiese aquí y
yo no miro.
JUAN: Si me disculpa, entonces, Señorita. VA HACIA LA DERECHA. VEMOS UN FRAGMENTO DE SU BRAZO MIENTRAS SE PONE EL ABRIGO.
SEÑORITA: Ah... Cristina, parece que Juan gusta de vos. Es tu... novio.
CRISTINA: Bueno, Señorita, usted debe saber...
SEÑORITA: ¿Qué?
CRISTINA: Usted tuvo un novio.
SEÑORITA: Sí, estuvimos comprometidos.
CRISTINA: Y mire lo que pasó. JUAN ENTRA CAMBIADO.
SEÑORITA: Todo un caballero. Le queda muy bien. SE SIENTA A LA MESA.
JUAN: Me está halagando.
SEÑORITA: ¿Halagarlo, yo?
JUAN: Soy demasiado modesto para creer que alguien como usted pueda dar sinceros cumplidos a alguien como yo. Por eso me permití suponer que exageraba, es decir, que me halagaba.
SEÑORITA: ¿De qué obra sacó eso? No me diga que también va al teatro.
JUAN: A veces.
SEÑORITA: Pero usted nació aquí, ¿no?
JUAN: Mi padre era peón en casa del fiscal, aquí cerca. Yo la veía seguido, Señorita, cuando era chica. Usted nunca se fijó en mí.
SEÑORITA: Claro que no.
JUAN: Recuerdo una vez... No.
SEÑORITA: Siga. Se lo pido.
JUAN: Otro día. Tal vez.
SEÑORITA: ‘Otro día’. ¿Tan peligroso es?
JUAN: Peligroso, no. Pero prefiero... ¡Mire! SEÑALA A CRISTINA QUE SE QUEDÓ
DORMIDA EN UNA SILLA.
SEÑORITA: Va a ser una esposa encantadora. A que ronca.
JUAN: No, habla dormida.
SEÑORITA: ¿Y cómo lo sabe?
JUAN: La oí. SILENCIO. SE OBSERVAN.
SEÑORITA: Siéntese.
JUAN: No delante de la Señorita.
SEÑORITA: ¿Y si se lo ordeno?
JUAN: Obedezco. Naturalmente.
SEÑORITA: Siéntese, entonces. ¡Espere! Primero deme algo de tomar.
JUAN: No sé qué puede haber. Cerveza, sólo cerveza.
SEÑORITA: No importa. Tengo gustos simples. Prefiero la cerveza al vino. JUAN
BUSCA CERVEZA Y UN VASO. SIRVE.
JUAN: Señorita.
SEÑORITA: Gracias. Tome usted también.
JUAN: No soy muy amante de la cerveza. A menos que la Señorita...
SEÑORITA: Sí. Un verdadero caballero jamás deja que su dama tome sola.
JUAN: ¡Bien dicho! SACA OTRO VASO.
SEÑORITA: Beba a mi salud, entonces. No me diga que es tímido, un hombre
como usted... JUAN SE ARRODILLA, PARÓDICAMENTE, ELEVA EL VASO.
JUAN: ¡A la salud de la Señorita!
SEÑORITA: ¡Bravo! Ahora béseme el zapato. JUAN DUDA, PERO ENSEGUIDA LE
TOMA EL PIE Y SE LO BESA. ¡Bien hecho! ¡Usted debió ser actor!
JUAN: Ya está bien, Señorita. Puede entrar alguien...
SEÑORITA: ¿Y?
JUAN: La gente habla, eso. Si la Señorita los hubiese escuchado recién, en el granero...
SEÑORITA: ¿Qué decían? Cuénteme. Siéntese.
JUAN: Nada... sólo que... Usted no es ninguna nena... y cuando uno ve a una mujer bebiendo a solas con un hombre... aunque sea un sirviente... de noche... bueno...
SEÑORITA: ¿Y con eso qué? Además, no estamos solos. Está Cristina.
JUAN: Dormida.
SEÑORITA: Entonces la voy a despertar. ¡Cristina! ¿Dormís? CRISTINA HABLA DORMIDA. ¡Cristina! Está como muerta. ¡Despertáte!
JUAN: Déjela.
SEÑORITA: ¿Qué?
JUAN: Estuvo trabajando todo el día. No es justo molestarla.
SEÑORITA: Tiene razón. LE TOMA LA MANO. ¡Venga! Vamos a juntar algunas lilas.
JUAN: ¿Usted y yo? ¿Juntos?
SEÑORITA: Juntos.
JUAN: No podemos. No debemos.
SEÑORITA: ¿Por qué no? No me diga que...
JUAN: Yo no, la gente.
SEÑORITA: ¿Qué? ¿Pueden pensar que estoy enamorada... de mi sirviente?
JUAN: Alguna gente tiene pensamientos sucios.
SEÑORITA: ¿Y si elijo descender...?
JUAN: Van a decir que se cayó.
SEÑORITA: La gente no es así. Salgamos y ya va a ver.
JUAN: Usted es rara.
SEÑORITA: Usted también. El mundo entero es raro. La vida es rara. La gente...
Barro que flota en el agua, que se hunde. Sueño siempre el mismo sueño...
YO SOY AUGUST STRINDBERG: Estoy en lo más alto de una columna, trepé hasta ahí y ahora no sé cómo bajar. Estoy sentada. Y si miro para abajo me mareo.
Pero tengo que bajar, y no sé cómo. No me atrevo a saltar. Y no me puedo sostener. Quiero caer, pero no puedo. Lo único que sé es que no voy a ser feliz hasta que esté en el piso. Y cuando esté en el piso, voy a querer hundirme más... y más... y más... ¿Soñó eso alguna vez?
JUAN: No. En mi sueño...
YO SOY AUGUST STRINDBERG: En mi sueño estoy acostado debajo de un árbol, en un bosque oscuro. Quiero subir, subir hasta poder ver el atardecer en el horizonte. Arriba, hay un nido con un huevo de oro... y quiero robarlo. Entonces trepo y trepo y trepo... el tronco es ancho y resbaladizo, y la primera rama está alta, muy alta... Pero sé que si la alcanzo voy a poder llegar a la copa como por
una escalera. Todavía no la alcancé, pero un día voy a llegar. Sé que voy a llegar, aunque sólo sea en mi sueño.
SEÑORITA: Vamos al jardín. INICIAN LA SALIDA.
JUAN: Si esta noche dormimos sobre nueve flores de San Juan nuestros sueños se
van a cumplir. SE DETIENE. SE LLEVA LA MANO A UN OJO.
SEÑORITA: ¿Le entró algo en el ojo? Déjeme ver.
JUAN: Nada... una basurita... ya sale.
SEÑORITA: Lo debo haber rozado con mi manga. Siéntese, lo voy a ayudar. LO
TOMA DEL BRAZO, LO SIENTA EN UNA SILLA, LE TOMA LA CABEZA Y SE LA INCLINA
HACIA ATRÁS. ¡Quédese tranquilo! ¡Tranquilo, dije! LE PEGA EN LA MANO.
¡Pórtese bien! Está temblando. Qué chiquilín. Qué chiquilín.
JUAN: ¡Señorita! CRISTINA SE VA, MEDIO DORMIDA, A ACOSTARSE.
SEÑORITA: ¿Sí?
JUAN: Suficiente.
SEÑORITA: ¡Quédese quieto! Ya está. Salió. Béseme la mano. Diga gracias.
JUAN: ¡Señorita, escúcheme! Cristina ya se acostó. ¿Me va a escuchar?
SEÑORITA: Primero béseme la mano.
JUAN: ¡Señorita!
SEÑORITA: Primero béseme la mano.
JUAN: Usted va a tener la culpa.
SEÑORITA: ¿De qué?
JUAN: Usted es una mujer, y está jugando con fuego. ¿Entiende?
SEÑORITA: Estoy asegurada.
JUAN: ¡No lo está! ¡Y aunque lo estuviese, hay material inflamable cerca!
SEÑORITA: ¿Usted?
JUAN: Sí, pero no porque sea yo, sino porque soy un hombre... y joven.
SEÑORITA: Y buen mozo. Y vanidoso. ¿Don Juan es su nombre? ¿O José? Si, creo
que sí: José. El casto José.
JUAN: ¿Se está burlando?
SEÑORITA: Usted qué piensa. JUAN INTENTA TOMARLA DE LA CINTURA PARA BESARLA. LA SEÑORITA LE DA UNA CACHETADA. No.
JUAN: ¿Habla en serio?
SEÑORITA: Sí.
JUAN: Ya me cansé de jugar. Así que si la Señorita me disculpa, tengo trabajo
que hacer. Hace rato que pasó la medianoche... y el conde necesita sus botas...
SEÑORITA: ¡Saque esas botas de ahí!
JUAN: Es mi trabajo. No me contrataron para que sea su compañerito de juegos.
Tengo demasiado que perder.
SEÑORITA: ¡Qué orgulloso!
JUAN: A veces sí. A veces no.
SEÑORITA: ¿Estuvo enamorado alguna vez?
JUAN: ¿Enamorado? Tuve admiradoras, muchas. Y una vez que no fui correspondido estuve a punto de morirme, como los príncipes de Las Mil y Una Noches, que no comían ni bebían por amor.


SEÑORITA: ¿Quién era? JUAN CALLA. ¿Quién era?

JUAN: No tengo por qué decírselo.
SEÑORITA: Y si se lo pido... como amiga... ¿Quién era?
JUAN: Usted.
SEÑORITA: No le creo.
JUAN: Era usted. ¡Fue ridículo! ¿Ve?, ésa era la historia que no le quería contar, pero ahora la va a tener que escuchar. ¿Sabe cómo es el mundo visto desde abajo? No. ¡Qué va a saber! Águilas y halcones vuelan sobre nosotros, siempre, ¿y quién puede ver sus espaldas? Yo vivía en una choza: siete hermanos y un chancho, en medio del campo seco... ni un sólo árbol. Pero por la ventana se
veía el muro del castillo del Conde. Y del otro lado del muro: los manzanos. El Paraíso... con ángeles guardianes y sus espadas de fuego... Y sin embargo no nos pudieron parar... pasamos... yo y los otros chicos. Y ahí estaba: el árbol de la ciencia del bien y del mal. ¿Me desprecia?
SEÑORITA: Todos los chicos roban manzanas.
JUAN: Eso dice, pero igual me desprecia. Un día entré al jardín, con mi mamá, a recoger cebollas. Y cerca de la huerta, entre los jazmines, estaba el pabellón turco, cubierto de madreselva. Yo no sabía para qué servía. La gente entraba y salía... Un día dejaron la puerta abierta. Entré. Y aquel edificio, aquel raro edificio era... un baño. Y en el baño, ahí... cuadros de reyes y emperadores... cortinas rojas con flecos dorados... Yo... CORTA UNA LILA Y SE LA PONE A LA SEÑORITA BAJO LA NARIZ. ... yo nunca había estado en el castillo, nunca había visto más que la iglesia, pero esto era mucho más hermoso. No pude dejar de pensar en todo eso. Yo quería eso para mí, quería disfrutarlo. Un día entré, y me
quedé allí, sentado, con la boca abierta. De pronto oigo ruidos: alguien viene.
Para los señores no había más que una salida, pero yo encontré otra: ¡me hundí
en el pozo para escapar! LA SEÑORITA DEJA CAER LA LILA SOBRE LA MESA.
Cuando salí, corrí a través de las frambuesas, por encima de las frutillas y llegué al jardín de las rosas. Y ahí estaba: los zapatos negros, brillantes, el olor del cuero, las medias blancas, suaves, y ese vestido rosa, un poco más arriba: era usted. Me hundí en los cardos. ¿Me cree? Bañado en mierda y cubierto de espinas.
Y la vi pasearse entre las rosas, hundido entre los cardos, y me dije: ¡si es verdad que un ladrón puede entrar al Cielo y vivir entre los ángeles, no sería extraño, entonces, que aquí, en la Tierra de Dios, el hijo de un peón pueda entrar al parque del castillo y jugar con la hija del conde!
SEÑORITA: Imagine si todos los chicos pobres pensaran de esa manera. Ser
pobre... qué desgracia.

JUAN: Un perro tiene derecho a recostarse en su sofá, un caballo puede sentir la caricia de su mano, pero un sirviente... ¿Sabe lo que hice después? Salté al arroyo... vestido. Me agarraron y me pegaron. Pero el domingo siguiente, cuando mi padre y toda la familia se fueron a ver a mi abuela, me las arreglé para
quedarme en casa. Me lavé con jabón y agua caliente, me puse mi mejor ropa y fui a la iglesia... a verla. Y cuando la vi, decidí morir. Pero sin dolor, con felicidad. Entonces recordé que si uno se queda dormido debajo de un saúco puede morirse. Había uno enorme cerca de mi casa, en flor. Arranqué un montón de flores y me hice un colchón en el cajón de la avena, y me acosté. La avena:
¿alguna vez notó lo fina que es la avena, suave como la piel humana? No importa.
Bajé la tapa, cerré los ojos y me dormí. Me enfermé y, como usted puede ver, no me morí. No sé lo que quería. ¿A usted? Imposible. Usted estaba ahí y era todo lo que yo jamás tendría, la diferencia entre lo que yo deseaba ser y lo que de verdad era.
SEÑORITA: ¡Qué bien cuenta! ¡Bravo, bravo! ¿Fue a la escuela?
JUAN: Un poco. Leí libros, fui al teatro. Y escucho hablar a mis superiores,
escucho y aprendo.
SEÑORITA: ¿Nos espía?
JUAN: Se sorprendería si supiera todo lo que escucho... Una vez la escuché a usted y a una de sus amigas...
SEÑORITA: ¿Y qué escuchó?
JUAN: Bueno... no podría repetirlo. ¿Quién le enseñó a hablar así? Quizá no haya tanta diferencia entre la gente... y la gente.
SEÑORITA: No sea estúpido. Cuando nosotros estamos comprometidos no nos
comportamos como ustedes.
JUAN: No haga bromas. Está hablando conmigo, Señorita... a mí no me engaña.
SEÑORITA: Era un... inútil. No merecía mi amor.
JUAN: Todas dicen eso... después.
SEÑORITA: ¿A qué se refiere con todas?
JUAN: Cada chica que conozco dice eso, después.
SEÑORITA: ¿A qué se refiere con después?
JUAN: Usted sabe perfectamente lo que quiero decir.
SEÑORITA: ¡Basta! Ya escuché demasiado.
JUAN: Eso exactamente dijo su amiga. Bueno, si no le importa, Señorita, me voy
a acostar.
SEÑORITA: ¿Acostarse? ¿En la noche de San Juan?
JUAN: ¿Usted cree que quiero bailar con esa lacra de ahí afuera?
SEÑORITA: Lléveme al lago. Quiero ver el amanecer.
JUAN: ¿Le parece una buena idea?
SEÑORITA: ¿De qué tiene miedo? ¿Qué pueden decir?
JUAN: No me gusta hacer el ridículo, por otra parte tengo que pensar en mi
trabajo. Y si me echan sin una recomendación... Estoy tratando de
establecerme. Además... Cristina...
SEÑORITA: Ah sí, ahora es Cristina...
JUAN: Y usted. Siga mi consejo: ¡suba y acuéstese!
SEÑORITA: ¿Consejo? ¿Usted? ¿A mí?
JUAN: Sólo por esta vez. Es por su bien. Es tarde, está cansada, y no está muy
lúcida que digamos. Váyase a la cama. ¿Oye? Están viniendo... me buscan. Y si la
encuentran acá...
ESCUCHAMOS CANTAR, FUERA.
Una niña caminaba por el bosque en pleno día,
Tra-la-la-la, tra-la-la-la
fue tan largo su camino que su camino perdía.
Tra-la-la-la, tra-la-la-la
A su hombre corrió luego, cantándole esta canción:
Tra-la-la-la, tra-la-la-la

”Tendremos que casarnos, es mi única salvación.”
Tra-la-la-la, tra-la-la-la
Y su hombre a los ojos la miró, tan bueno como el pan
Tra-la-la-la, tra-la-la-la
”Me casaré con otra en la noche de San Juan.”
Tra-la-la-la, tra-la-la-la
SEÑORITA: Los conozco, y ellos me conocen, somos amigos. Déjelos entrar.
JUAN: No, Señortia. No son sus amigos. Comen su comida, y después la escupen.
Confíe en mí. ¿No escucha lo que cantan? Mejor no escuche.
SEÑORITA: ¿Qué cantan?
JUAN: Una canción sucia. Sobre usted y yo.
SEÑORITA: ¿Cómo pueden? ¿Cómo se atreven?
JUAN: Se atreven. No podemos contra ellos. A menos que nos vayamos, ahora.
SEÑORITA: ¿Irnos? ¿A dónde? No por ahí. ¿Al cuarto de Cristina?
JUAN: No. Al mío. No hay otra salida. Ahí va a estar segura. La voy a cuidar.
Confíe en mí. Yo la voy a cuidar.
SEÑORITA: ¿Pero y si nos buscan ahí?
JUAN: Trabo la puerta. Venga. ¡Venga!
SEÑORITA: ¿Me promete...?
JUAN: Lo juro. LA SEÑORITA SALE RÁPIDAMENTE POR LA DERECHA. JUAN LA SIGUE.

YO SOY AUGUST STRINDBERG:
BALLET
Entran los campesinos precedidos por un violinista, todos llevan flores en el pelo.
Apoyan sobre la mesa un barril de brandy adornado con flores. Llenan sus vasos y beben. Luego forman una ronda y cantan ‘Una niña caminaba por el bosque en pleno día...’, luego bailan. Cuando terminan la canción, salen.
El ballet que introduzco aquí no podría haber sido sustituido por una supuesta escena popular, porque las escenas populares siempre se actúan mal, y nunca falta gente dispuesta a aprovechar la más mínima oportunidad para burlarse y estropear, así, la ilusión.
Como el pueblo nunca improvisa sus insidias, sino que se aprovecha de material ya existente y que pueda a su vez ser susceptible de un doble sentido; no escribí la canción difamatoria sino que me limité a utilizar una ronda que yo mismo oí en Estocolmo.

Det kommo tvá fruar fran skogen
Tridridi dalla Tridiridira
Den ena var väat om footen
Tri...
De talte om hundra riksdaler
Tri...
Men ägde knappast en daler
Tri...
Och kransen jag dig skänker
Tri...
En annan jag patänker
Tri...

La letra encaja aquí de manera aproximada, pero esto es precisamente de lo que se trata, porque la debilidad del esclavo no permite un ataque directo. Así que nada de graciosos en una acción seria, nada de sonrisas crueles en una situación que cierra el ataúd de toda una estirpe.
El ballet debe quedar; porque sino, durante el entreacto, los burgueses se burlarán de lo visto y, con un vaso de champagne en la mano, harán pronósticos: ¿entrará él al segundo acto con la bragueta baja?

ENTRA JUAN, SEGUIDO POR LA SEÑORITA.

JUAN: ¿Vio? ¿Los oyó? No podemos quedarnos acá ahora.
SEÑORITA: ¿Y qué podemos hacer?
JUAN: Irnos. Viajar. Lejos.
SEÑORITA: ¿A dónde?
JUAN: A Suiza. A los lagos italianos. ¿Nunca estuvo ahí?
SEÑORITA: ¿Es lindo?
JUAN: Siempre es verano, hay naranjos... laureles...
SEÑORITA: ¿Y qué vamos a hacer ahí?
JUAN: Voy a abrir un hotel. Un hotel lujoso.
SEÑORITA: ¿Un hotel?
JUAN: Eso es vida. Caras nuevas todos los días, ni un segundo para cansarse o aburrirse, siempre algo que hacer, los timbres sonando día y noche, los trenes que pasan, coches que llegan, coches que se van, y el dinero, el dinero, mucho dinero entrando en la caja. La gran vida.
SEÑORITA: ¿Y yo?
JUAN: La anfitriona, el adorno de la empresa. Con su belleza y su estilo... ¡éxito asegurado! Usted sentada en su oficina como una reina, toca un timbre y sus esclavos vienen corriendo. A sus pies. No se imagina cómo tiembla la gente cuando recibe una cuenta. Yo las recargo y usted las endulza con su sonrisa...
Vámonos ahora. En el próximo tren.
SEÑORITA: Sí. Claro. Juan... tengo miedo. Abrazame. Decime que me amás.
JUAN: Yo quisiera, pero no acá. No en esta casa. La amo... ¿lo duda?
SEÑORITA: ¡Tuteame!
JUAN: No mientras estemos en esta casa. Vámonos a otro país, a un lugar en donde todos caigan rendidos a mis pies, frente a mi uniforme. Si alcanzo la primera rama me van a ver trepar. Sirviente hoy, mañana jefe, en diez años millonario, después a Rumania, compro un título y entonces sí: conde.
SEÑORITA: ¡Muy bien!
JUAN: Los venden en Rumania: títulos. Así que usted será Condesa después de todo. Mi Condesa.
SEÑORITA: No me importa. Decime que me amás.
JUAN: Lo voy a decir, mil veces... pero no acá. La cabeza fría, la mente despierta. Como gente adulta. Siéntese ahí. Hablemos, tengamos una conversación como si nada hubiese pasado.
SEÑORITA: ¿Cómo puede ser tan... descortés?
JUAN: Puedo ser el hombre más cortés del mundo. Pero sé controlarme.
SEÑORITA: Hace un minuto me besaba el zapato... y ahora.
JUAN: Ahora tenemos que pensar en otras cosas.
SEÑORITA: No sea cruel.
JUAN: El conde puede venir en cualquier momento. Y antes de que llegue hay que decidir la partida. ¿Qué piensa de mis planes? Para el futuro, digo.
SEÑORITA: Me parecen bien, salvo que... vamos a necesitar capital. ¿Lo tiene?
JUAN: Claro: soy un profesional, tengo experiencia, hablo idiomas... ¿qué más se necesita?
SEÑORITA: Eso no va a comprar ni los pasajes de tren.
JUAN: Entonces necesitamos un socio.
SEÑORITA: No hay tiempo.
JUAN: Eso depende de usted. Si quiere venir conmigo.
SEÑORITA: No conozco a nadie. Y no tengo un peso. SILENCIO.
JUAN: Entonces, listo...
SEÑORITA: ¿Qué?
JUAN: Fracaso absoluto.
SEÑORITA: ¿Usted cree que me voy a quedar acá en esta casa como su... mujer?
¿Que voy a dejar que la gente me señale con el dedo? Y mirar a mi padre a los ojos después... después de... ¡No! Sáqueme de aquí. ¿Qué hice?
JUAN: ¿Qué hizo? Lo que hacen todas las chicas.
SEÑORITA: ¡Me desprecia!
JUAN: ¿Cree que esta es mi primera vez?
SEÑORITA: Basta. Sus palabras son sucias.
JUAN: ¿Qué espera? Estamos juntos en esto. Siéntese, y pensemos qué hacer.
SACA LA BOTELLA DE VINO DEL CAJÓN Y LLENA DOS VASOS.
SEÑORITA: ¿De dónde sacó eso?
JUAN: Del sótano.
SEÑORITA: ¡El borgoña de mi padre!
JUAN: ¿No soy su yerno?
SEÑORITA: Me dio cerveza.
JUAN: Tenemos gustos diferentes.
SEÑORITA: Ladrón.
JUAN: Salga y dígaselo a todos.
SEÑORITA: Un ladrón... mezclada con un ladrón. La noche de San Juan, la fiesta
de la inocencia.
JUAN: ¿Inocencia?
SEÑORITA: Nadie en esta Tierra soportó lo que estoy soportando.
JUAN: ¿Soportar? ¡Si tiene todo! ¿Y Cristina, entonces? ¿Qué debería sentir ella, eh?
SEÑORITA: Nada. ¿Sentir? Un sirviente es un sirviente.
JUAN: ¡Y una puta es una puta!
SEÑORITA: Sacame de esta mugre.
JUAN: Cuando yo estaba entre las cebollas, mirándola en el jardín de rosas
sentía... lo que sienten todos los varoncitos.
SEÑORITA: Y dijo que quería morir por mí.
JUAN: ¿En el cajón de avena? Puro bla bla.
SEÑORITA: ¡Mentiroso!
JUAN: Más o menos. Lo leí en el diario. Un deshollinador que se encerró en un
cajón lleno de lilas porque lo andaban persiguiendo...
SEÑORITA: Entonces, usted...
JUAN: ¿Qué esperaba? A las chicas les gustan esas historias.
SEÑORITA: ¡Hijo de puta!
JUAN: Pedazo de mierda.
SEÑORITA: Muy bien, le vio la espalda al águila...
JUAN: No precisamente la espalda...
SEÑORITA: Y yo era la primera rama...
JUAN: ¡... podrida!
SEÑORITA: Yo iba a ser la atracción central, en su hotel...
JUAN: Mi hotel. Exacto.
SEÑORITA: Sentada en su oficina, atrayendo a sus clientes, aumentando sus cuentas...
JUAN: Yo iba a hacer eso.
SEÑORITA: ¿Cómo puede haber gente así?
JUAN: Mírese al espejo.
SEÑORITA: ¡Lacayo! ¡Esclavo! ¡De pie cuando le hablo!
JUAN: Puta. Chupapijas de esclavo. Cerrá la boca, ¿querés? ¿Vos pensás que alguna sierva se entregaría como lo hiciste vos? ¿Qué chica de mi clase se porta de esa manera? ¿Dónde te creés que estás? ¿En un prostíbulo?
SEÑORITA: ¡Pegame! ¡Pateame! Me lo merezco. Pero ayudame a salir. Por favor encontrá una salida.
JUAN: Tengo parte de culpa, lo acepto. ¿Pero no cree que si alguien como yo se fija en alguien como usted es porque el primer movimiento fue suyo?
SEÑORITA: Orgulloso. Orgulloso.
JUAN: Usted fue fácil, demasiado fácil. Puta.
SEÑORITA: Más. Más.
JUAN: No voy a negarle que siento orgullo al descubrir que la espalda del águila es gris, que hay pintura en esas mejillas, que hay tierra debajo de esas uñas tan pulidas y que su pañuelo lleno de perfume está sucio. Y me duele descubrir que todo lo que quería y por lo que tanto luché, no tiene valor. Me duele ver que haya caído más bajo que su cocinera. Me duele verla transformada en basura.
SEÑORITA: Habla como si estuviese encima de mí.
JUAN: Lo estoy. Podría transformarla en condesa, pero usted no puede transformarme en conde.
SEÑORITA: Mi padre es conde.
JUAN: Mis hijos van a ser condes. Algún día.
SEÑORITA: Los hijos de un ladrón. Yo no soy una ladrona.
JUAN: Hay cosas peores que robar. Cuando yo sirvo en una casa, me considero miembro de la familia, como un hijo, ¡y nadie habla de robo si un chico agarra una manzana de una fuente! SE EXCITA NUEVAMENTE. Señorita, usted es una mujer maravillosa, demasiado buena para alguien como yo. Llegó hasta acá y
ahora quiere escapar convenciéndose de que me ama. Usted no me ama. Yo le gusto, y eso no hace que su amor sea mejor que el mío. Pero no quiero ser su mascota, su animalito. No creo que pueda alguna vez ganar su amor.
SEÑORITA: ¿Está seguro?
JUAN: ¿Qué quiere decir? Yo puedo amarla, sin problemas. Es linda, de buena
cuna... LE TOMA LA MANO. ... educada, amable cuando quiere. Una vez que incendió el corazón de un hombre, arde para siempre. LA TOMA POR LA CINTURA.
Usted es vino caliente, con especies... y un beso... TRATA DE LLEVARLA FUERA, PERO ELLA SE LIBERA.
SEÑORITA: Déjeme. No es la manera.
JUAN: ¿No es la manera? Besos y bellos discursos no son la manera, hacer planes para el futuro o salvarla no son la manera, ¿cuál es la manera, entonces?
SEÑORITA: No tengo idea. Usted es horrible, como una rata. Estoy atrapada. No puedo escapar.
JUAN: Escape conmigo.
SEÑORITA: Deme un poco de vino. Sí, vamos a escapar. Pero primero vamos a
hablar. Yo voy a hablar.
JUAN: ¡Piénselo bien! No vaya a arrepentirse después por haberme contado sus secretos.
SEÑORITA: Todos conocen mis secretos. Para empezar mamá no era una dama:
así de simple. Odiaba la idea del matrimonio. Cuando papá se lo propuso, ella se negó y le dijo que prefería ser su amante. Él le dijo que jamás permitiría que la mujer que amaba fuese menos respetada que él. Y ella le dijo que no le importaba para nada el respeto de la gente. Él la amaba, y aceptó. Entonces
todas las amistades de papá lo abandonaron, y quedó aislado en la casa, infeliz.
Llegué al mundo: un accidente, estoy segura. Mamá decidió criarme como a un salvaje y enseñarme todo lo que un varón debe saber, para así demostrarle al mundo que una mujer puede ser tan buena como un hombre. Me vestía como un varón, aprendí a cabalgar y a cazar. Y hasta a carnear: eso sí que era horrible.
En mi casa, los hombres hacían el trabajo de las mujeres y las mujeres el de los hombres... hasta que llegó la ruina económica. Entonces papá se despertó, como de un hechizo, y todo cambió. Nunca más se hablaron desde entonces. Mamá se enfermó. No sé lo que tuvo. Se escondía en el altillo o en el jardín, pasaba toda la noche afuera. Y después el fuego, usted habrá escuchado hablar del incendio.
Casa, establo, granero, todo perdido. Y no fue accidental. Sucedió un día después de haber vencido el seguro. ELLA LLENA EL VASO Y BEBE. Nos quedamos en la calle. Dormíamos en los coches. Papá no sabía de dónde sacar el dinero para reconstruir la casa. Había perdido a todos sus amigos. Entonces mamá le aconsejó que le pidiera prestado a un viejo amigo de ella, un fabricante de ladrillos de la ciudad. Papá consiguió el préstamo. Sin intereses. Eso le llamó la atención. Y fue así que la casa se reconstruyó. VUELVE A BEBER. Adivine quién incendió la casa.
JUAN: ¡Su madre!
SEÑORITA: Adivine quién era el fabricante de ladrillos.
JUAN: El amante de su madre.
SEÑORITA: Adivine de quién era el dinero.
JUAN: De... Ni idea.
SEÑORITA: De mamá.
JUAN: Y de su padre, estaban casados.
SEÑORITA: No, ella dejó sus bienes separados. Tenía su dinero, no quería que papá lo administrase, así que lo dejó con su amigo.
JUAN: Que se lo robó.
SEÑORITA: Exacto. Se quedó con todo. Papá se enteró pero no podía entablar juicio, ni pagarle al amante de su mujer, ni probar que el dinero era de su mujer. Papá trató de matarse, dicen. Con un revólver. Falló. Después, pudo salir de todo eso, pero se aseguró muy bien que mamá sufriera por todo lo que había hecho. Yo tenía cinco años. Y quería a mi papá, pero no sabía toda la historia, y me puse del lado de mamá. Ella me enseñó a odiar a los hombres, y yo le prometí que jamás sería la esclava de un hombre. Jamás.
JUAN: Y va y se compromete con el abogado ése.
SEÑORITA: Justamente: para transformarlo en mi esclavo.
JUAN: ¿Y no quiso?
SEÑORITA: Sí que quiso. Pero no lo dejé. Era aburrido.
JUAN: Sí, claro, aburrido. Yo lo vi... en la entrada de la cuadra.
SEÑORITA: ¿Qué vio?
JUAN: Lo vi romper el compromiso. Y esa marca en la cara.
SEÑORITA: Yo rompí. Y esto es... nada.
JUAN: Nada. ¿Así que la Señorita odia a los hombres?
SEÑORITA: Sí. Casi siempre.
JUAN: ¿A mí también?
SEÑORITA: Lo mataría como a un perro.
JUAN: Son dos años de cárcel por sodomía, ¿no? Pero a un perro se lo mata antes.
SEÑORITA: ¡Sí!
JUAN: Pero aquí no hay perros. ¿Entonces, qué hacemos?
SEÑORITA: Irnos de viaje.
JUAN: ¿Y torturarnos hasta la muerte el uno al otro?
SEÑORITA: No... disfrutar... un par de días... una semana... tanto como podamos, después... morir.
JUAN: Mi idea del hotel es mucho mejor.
SEÑORITA: Junto al lago de Como, donde el sol brilla siempre, donde los laureles reverdecen en Navidad, donde las naranjas se incendian...
JUAN: El lago de Como es un agujero lluvioso, y naranjas vi sólo en las fruterías.
SEÑORITA: ¿No quiere morir conmigo?
JUAN: Yo no quiero morir, punto. Primero: amo la vida; y segundo: el suicidio es un pecado mortal.
SEÑORITA: ¿Cree en Dios, usted?
JUAN: Voy a la iglesia todos los domingos. Ya estoy cansado de todo esto. Me voy a la cama.
SEÑORITA: Muy bien, muy bien. ¿No cree que un hombre que deshonra a una dama, está en deuda con ella? JUAN SACA UNA MONEDA DEL BOLSILLO Y LA TIRA SOBRE LA MESA.
JUAN: Ahí tiene. Gracias. Estamos a mano.
SEÑORITA: Usted sabe que es ilegal. Forzar a una mujer...
JUAN: ¿Y cuando es ella la que lo fuerza a él?
SEÑORITA: Debemos irnos. ¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿Casarnos y después divorciarnos?
JUAN: Yo no aceptaría un casamiento desigual.
SEÑORITA: ¿Desigual?
JUAN: ¿Está sorda? Mi familia es respetable: no hay incendiarias.
SEÑORITA: ¿Y esto es lo que consigo? Abro mi corazón a un cualquiera, sacrifico el honor de mi familia...
JUAN: Deshonor. Deje el trago. Le hace decir cosas que no debe.
SEÑORITA: Hubiera deseado no haber dicho nada. Nada. Si me amara por lo menos...
JUAN: Por última vez... ¿qué quiere? ¿Que llore? ¿Que me ponga a saltar sobre la fusta? ¿Que la bese? ¿Que la lleve una temporadita al lago de Como? ¿Qué?
Suficiente. ¡La Señorita Julia! Está triste, sufre... A nosotros no nos pasan esas estupideces. El amor es un juego para nosotros. Usted está enferma.
SEÑORITA: Tráteme bien. Sea humano.
JUAN: Usted sea humana.
SEÑORITA: Ayúdeme. Dígame qué hacer. Adónde ir.
JUAN: ¿Y cómo puedo saber eso yo?
SEÑORITA: Debe haber una salida.
JUAN: Quedarse acá, no decir nada. Nadie sabe.
SEÑORITA: No puedo. La gente lo sabe. Cristina lo sabe.
JUAN: Nadie lo sabe. Y aunque lo supieran, no lo creerían.
SEÑORITA: Pero puede... volver a pasar.
JUAN: Puede.
SEÑORITA: Y si hay... consecuencias.
JUAN: Consecuencias. Tiene razón: váyase. Ahora mismo. Váyase sola.
SEÑORITA: No puedo.
JUAN: Tiene que hacerlo. Y antes que vuelva el conde. ¡Váyase!
SEÑORITA: Yo me voy si usted viene conmigo.
JUAN: ¿Está loca? La Señorita Julia y su sirviente fugados. Mañana sale en todos
los diarios.
SEÑORITA: No puedo irme. No me puedo quedar. Estoy cansada. Dígame qué
hacer. No puedo pensar más, no tengo fuerzas.
JUAN: Qué poca cosa son todos ustedes. Van por ahí cagando más arriba que el culo como si fueran los dueños de la creación. ¿Y ahora? Le voy a decir lo que tiene que hacer. Suba, haga la valija, busque dinero para los pasajes y después baje.
SEÑORITA: Venga conmigo.
JUAN: ¿A su cuarto? Está loca. BREVE PAUSA. No. Suba. Rápido. LA TOMA DE LA
MANO Y LA LLEVA A LA PUERTA.
SEÑORITA: Sea bueno conmigo, Juan.
JUAN: ¿No quería órdenes? ¡Váyase! ELLA SALE. JUAN SE SIENTA A LA MESA, SACA
UNA LIBRETA Y UN LÁPIZ, HACE CUENTAS EN VOZ ALTA. ENTRA CRISTINA, VESTIDA PARA IR A LA IGLESIA, TRAE UNA PECHERA Y UNA CORBATA BLANCAS.

YO SOY AUGUST STRINDBERG: Las almas, quiero decir los cuerpos desmaterializados, permanecen flotando en el aire, esto me lleva a intentar aprehenderlos y analizarlos. Provisto de un pequeño frasco lleno de acetato de plomo líquido, emprendo esta caza de almas, quiero decir de cuerpos, y apretando el frasco destapado en mi mano cerrada me paseo como un cazador de pájaros. En mi casa, filtro el abundante precipitado y lo coloco bajo el microscopio. ¡Gringoire! ¿Son, realmente, estos pequeños cristales los componentes de tu cerebro-máquina? Mi bueno y honesto Boulay, ¿eres tú eso que capturé con mi atrapamoscas? ¿O quizá eres tú, D’Urville, tú que me proporcionaste mi primera vuelta al mundo, durante las largas veladas de invierno, lejos de aquí, bajo la aurora boreal de Suecia? En vez de responder, vierto una gota de ácido sobre el portaobjeto. La materia muerta se hincha, crepita, comienza a vivir, despide un hedor pútrido, se calma y muere.
Ciertamente, sé despertar a los muertos, pero ya no lo repito, pues los muertos tienen mal aliento, como los disolutos tras una noche de alcohol. ¿Será que no duermen bien allá abajo, mientras esperan la resurrección?
CRISTINA: Dios Santo, qué desorden. ¿Qué estuvieron haciendo?
JUAN: La Señorita, que invitó a todo el granero... ¿Estabas tan dormida que no
oíste nada?
CRISTINA: Como un tronco.
JUAN: ¿Vas a la iglesia?
CRISTINA: Dijiste que venías conmigo, a tomar la comunión.
JUAN: ¿Esa es mi ropa? Ayudame. SE SIENTA. CRISTINA COMIENZA A PONERLE LA
PECHERA Y LA CORBATA. SILENCIO. ¿Qué Evangelio toca hoy?
CRISTINA: La decapitación de Juan el Bautista.
JUAN: Eso dura siglos. Me estás estrangulando. Tengo un sueño.
CRISTINA: ¿Qué hiciste toda la noche? Estás verde.
JUAN: Estuve sentado charlando con la Señorita.
CRISTINA: Esa chica no se sabe cuidar. SILENCIO.
JUAN: Cristina.
CRISTINA: ¿Qué?
JUAN: Es increíble... si uno lo piensa.
CRISTINA: ¿Qué es increíble?
JUAN: Todo. Silencio. CRISTINA MIRA LOS VASOS MEDIO VACÍOS SOBRE LA MESA.
CRISTINA: Estuvieron tomando también, los dos.
JUAN: Sí.
CRISTINA: Juan... Juan, mirame.
JUAN: Sí.
CRISTINA: ¿Vos... ?
JUAN: Sí.
CRISTINA: ¿Cómo pudiste?
JUAN: Estás celosa.
CRISTINA: ¿De ella? Si hubiese sido Clara o Sofía, te arranco los ojos. Pero esto...
Es un asco.
JUAN: Estás enojada con ella.
CRISTINA: No, con vos. ¿Cómo pudiste? Esa pobre criatura. No voy a quedarme
acá ni un segundo más, en una casa donde no se respetan las diferencias.
JUAN: ¿Y por qué habría que respetarlas?
CRISTINA: ¡No te hagás el vivo! No voy a trabajar para gente que no sabe cómo
comportarse. No está bien.
JUAN: Claro que está bien. Eso demuestra que son iguales a nosotros.
CRISTINA: ¡No lo son! Si todos fuéramos iguales, ¿para qué querríamos mejorar?
¿Y el conde? Ese pobre hombre. Todo lo que tuvo que soportar. No, no me voy a quedar acá ni un segundo más. ¡Y fue con vos... con vos! Si hubiese sido con el abogado, con alguien mejor...
JUAN: ¿Qué decís?
CRISTINA: ¡La Señorita! ¿Cómo pudo? Tan orgullosa, tan distante con los
hombres, ¿quién hubiera pensado que ella... y con... ? Y quería matar a Diana
por haberse ido con el dogo del guardabarrera... Ni un segundo más acá. Me voy.
JUAN: ¿Y después qué?
CRISTINA: Después vas a tener que ir pensando qué hacer. Vas a necesitar un trabajo nuevo después del casamiento.
JUAN: ¿Qué trabajo? No se consigue un puesto como este si uno está casado.
CRISTINA: No. Pero sí uno de portero. O de sereno. No pagan mucho, pero son puestos seguros. Ofrecen pensión para los hijos y la viuda.
JUAN: Eso no es para mí. ¡Morirse por la esposa y los chicos! Tengo otros planes.
CRISTINA: Y obligaciones, no te olvides.
JUAN: Sé todo lo que hay que saber sobre mis obligaciones. ESCUCHA ALGO QUE OCURRE AFUERA. Ya vamos a hablar más tarde. Ahora andá y preparate.
CRISTINA: ¿Quién anda arriba?
JUAN: ¿Qué sé yo? Clara.
CRISTINA: Seguro que no es el conde. Lo hubiésemos escuchado.
JUAN: ¿El conde? No, su Excelencia habría tocado el timbre.
CRISTINA: Que Dios nos ayude. ¿Qué nos está pasando? Sale. EL SOL SE LEVANTA Y BRILLA SOBRE LOS ÁRBOLES EN EL JARDÍN. LA LUZ SE MUEVE LENTAMENTE
HASTA ENTRAR OBLICUAMENTE POR LAS VENTANAS. JUAN VA HASTA LA PUERTA Y
HACE UNA SEÑA. ENTRA LA SEÑORITA, VESTIDA DE VIAJE. TRAE UNA PEQUEÑA
JAULA, CUBIERTA CON UNA TELA, LA COLOCA SOBRE UNA SILLA. A LO LARGO DE LA ESCENA QUE SIGUE SE LA VE MUY NERVIOSA.
SEÑORITA: Estoy lista.
JUAN: ¡Shh! Cristina está despierta.
SEÑORITA: ¿Sospecha algo?
JUAN: Nada. ¿Qué le pasa?
SEÑORITA: ¿Qué tengo?
JUAN: Parece un cadáver. Tiene la cara sucia.
SEÑORITA: Me voy a lavar. SE LAVA LA CARA Y LAS MANOS. Déme una toalla.
Juan, por favor, venga conmigo. Tengo el dinero.
JUAN: ¿Todo?
SEÑORITA: Suficiente para empezar. Venga conmigo, no puedo ir sola...
JUAN: Voy con usted. Antes de que sea demasiado tarde. LA SEÑORITA TOMA LA
JAULA. Sin equipaje. Nos descubrirían.
SEÑORITA: Sólo lo que se puede llevar en el vagón.
JUAN: ¿Qué tiene ahí? ¿Qué es eso?
SEÑORITA: Mi jilguero. No puedo dejarlo.
JUAN: No sea estúpida. Deje eso.
SEÑORITA: Es todo lo que tengo. Todo lo que quiero. El único ser vivo que me va a recordar mi hogar, ahora que Diana se fue. No sea así. Déjeme llevarlo.
JUAN: Deje eso, le dije. Y no haga tanto ruido. Cristina nos puede escuchar.
SEÑORITA: No lo puedo dejar en manos extrañas. Preferiría que estuviese
muerto.
JUAN: Démelo, entonces.
SEÑORITA: No lo lastime. No puedo.
JUAN: Pero yo sí. Démelo. LE SACA EL PÁJARO, LO APOYA SOBRE LA TABLA DE
PICAR Y TOMA EL HACHA. LA SEÑORITA SE GIRA. DA UN HACHAZO. Asustada por
un poco de sangre.
SEÑORITA: Tengo que ver. ¡Shh! Hay alguien ahí. Afuera. ESCUCHA LO QUE PASA SIN QUITAR SU MIRADA DE LA TABLA Y EL HACHA. ¿Creés que no soporto la sangre? Creés que soy débil... si pudiera... ver tu sangre, tu cerebro, sobre esta tabla. Me gustaría ver tu cuerpo flotando en un mar de sangre, y tu sexo, hundiéndose. Bebería de tu cráneo, me lavaría los pies en tu pecho, cocinaría tu corazón y me lo comería. Débil, creés que soy débil. Pensás que te amo, sólo porque este sexo quiere tu semen. Pensás que voy a llevar un hijo aquí adentro, en mis entrañas, debajo de mi corazón y alimentarlo con la sangre de mi corazón, parirlo, darle tu nombre... ¿Cómo es tu nombre? ¿Tu apellido? ¿Tenés apellido? ¿Quién vengo a ser yo? ¿Señora de Esclavo? Un perro, mi perro, sos mi perro, y llevás mi collar; sos mi esclavo, estás marcado, llevás mi marca, acá, mi marca, a fuego, grabada, mi perro, mi esclavo, mi marca, sobre tu piel. ¿Y tengo que compartirte con mi cocinera? ¿Asustada, yo? ¿Escapar, yo? Me quedo, lo enfrento. Mi padre está llegando. Va a encontrar su escritorio abierto, el dinero robado, va a tocar el timbre, dos veces... su señal. Y va a llamar a la policía, y les voy a contar todo. Todo. Y así llega el final: a papá le da un ataque, y se muere. Y yo, libre, libre de una vez... y para siempre. El eterno reposo. Y el escudo familiar que se hunde con mi padre, se rompe contra el ataúd, la estirpe del conde se extingue pero la familia de los siervos se perpetúa en un orfanato... se corona de laureles entre el barro, la mierda y la cárcel.
JUAN: Bravo. Bravo. CRISTINA ENTRA VESTIDA PARA IR A LA IGLESIA CON EL
LIBRO DE SALMOS EN LA MANO. JULIA CORRE HACIA SUS BRAZOS, BUSCANDO
PROTECCIÓN.
SEÑORITA: Ayudame, Cristina. Ese hombre... ¡ayudame!
CRISTINA: Lindo espectáculo para un día santo. VE LA TABLA DE COCINA. Más
desorden. ¿Qué pasa acá? ¿Por qué todos esos gritos?
SEÑORITA: Cristina, sos mi amiga, salvame de este monstruo.
JUAN: Asunto de mujeres. Si me disculpan, me voy a afeitar. SALE.
SEÑORITA: Tenés que entenderme.
CRISTINA: No creo que pueda entender estas cosas. ¿Y a dónde es que va tan temprano? ¿Y?
SEÑORITA: Escuchá, por favor escuchá...
CRISTINA: No quiero escuchar nada.
SEÑORITA: Por favor.
CRISTINA: ¿Y qué me va a contar? ¿Las pavadas que hizo con Juan? No es asunto mío. Nada que ver conmigo. Pero si anda pensando en quitármelo, eso sí que no se lo voy a permitir.
SEÑORITA: Por favor, Cristina. Entendé. No puedo quedarme acá... él no puede quedarse acá. Tenemos que irnos. CRISTINA RÍE. Ya sé: nos vamos todos. Los tres. Suiza. Podemos poner un hotel. Tengo dinero. Juan y yo lo dirigiríamos, y vos podrías ser la cocinera. Va a funcionar, decí que sí. Por favor decí que sí.
TEMPO PRESTISSIMO. Vos nunca saliste de viaje. Es tan lindo, viajar en tren...
Vamos a ir a Hamburgo, hay un zoológico, te va a encantar... el teatro, la ópera... Munich, los museos, Rubens, Rafael... seguro que escuchaste hablar de Rafael... Munich, donde vivía el rey Ludwig, el loco... Y después Suiza... VEMOS
A JUAN AFILANDO SU NAVAJA, SOSTENIENDO LA CORREA CON LOS DIENTES Y SU MANO IZQUIERDA. LA ESCUCHA, ASINTIENDO DE VEZ EN CUANDO, COMO APROBANDO LO QUE ELLA DICE. Y ahí ponemos el hotel. Yo voy a estar sentada en la oficina, Juan va a recibir a los clientes, hacer las compras, escribir las cartas. ¡La buena vida! Llegan los trenes... los timbres suenan, arriba, abajo, y el restaurant, yo me encargo de las cuentas, y de los recargos... ¡no te das una idea cómo se pone la gente con una cuenta en la mano!... y vos en tu cocina, dueña y señora de la cocina. Y no vas a estar al lado del horno, vas a usar ropas finas, charlar con los clientes y, quién te dice, con esa figura tan linda que tenés podés encontrar a alguien... un inglés, millonario, son tipos fáciles... Y nos hacemos ricos, vivimos cerca del lago de Como... llueve seguido, pero el sol brilla... de vez en cuando... Después... podemos volver a casa cuando nos dé la gana... a casa... aquí... o a cualquier lado...
CRISTINA: Señorita, ¿usted cree en todo eso que dice?
SEÑORITA: ¿Si lo creo?
CRISTINA: Sí.
SEÑORITA: No sé. No sé en lo que creo. CAE SOBRE EL BANCO. En nada.
Absolutamente en nada.
CRISTINA: Pensabas fugarte.
JUAN: No. Ya escuchaste lo que dijo la Señorita. Puede funcionar. El proyecto, digo.
CRISTINA: Y pensabas que yo iba a cocinar para esa...
JUAN: Suficiente. Es tu ama.
CRISTINA: Mi ama.
JUAN: Sí.
CRISTINA: ¡Mirá vos!
JUAN: Callate. La Señorita es tu ama y vos no sos quién para hablar así.
CRISTINA: No voy a seguir rebajándome.
JUAN: Orgullosa. Orgullosa.
CRISTINA: La cocinera del conde no se rebaja yéndose por ahí con el que cuida los caballos o los chanchos.
JUAN: Claro que no. Porque encontraste alguien mucho mejor. Tuviste suerte.
CRISTINA: ¿Alguien mucho mejor? Revendés la avena del establo.
JUAN: Mirá quién habla. ¿Y las comisiones que cobrás cada vez que comprás la verdura y la carne?
CRISTINA: No sé de qué estás hablando.
JUAN: ¡Respeto a tus superiores! ¿Vos?
CRISTINA: ¿Venís a la iglesia o no? Te hace falta un sermón.
JUAN: No, no voy a ir a la iglesia. Andá vos... y confesá tus pecados.
CRISTINA: Sí, es lo que voy a hacer. Y voy a volver perdonada. Y con un perdón para vos también. Nuestro salvador sufrió y murió por nosotros, y si vamos a él con fe y los corazones abiertos, nos liberará de todos nuestros pecados.
JUAN: ¿Y eso incluye lo del carnicero?
SEÑORITA: ¿Creés eso, Cristina?
CRISTINA: Lo creí toda la vida, Señorita, desde chiquita. ‘Allí donde el pecado
desborda, también desborda la misericordia.’
SEÑORITA: Si yo...
CRISTINA: La fe no es para todos. Sólo se obtiene por la gracia de Dios. Y no todos la merecen.
SEÑORITA: ¿Quiénes, entonces?
CRISTINA: Sólo Dios lo sabe, Señorita, y Dios no se fija en las personas. ‘Los
últimos serán los primeros.’
SEÑORITA: ¿Ayuda a los últimos?
CRISTINA: ‘Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al Reino de los Cielos.’ Eso es lo que dijo, Señorita. Me voy. Y de paso voy a avisar que no dejen salir ni un solo coche, no vaya a ser cosa que a alguien se le ocurra viajar antes de que vuelva el conde. Buenos días. SALE.
JUAN: ¡Hija de puta! Todo por un pajarito.
SEÑORITA: No, no es eso. ¿Qué hago? Si usted fuera yo...
JUAN: ¿Qué haría yo si...? JULIA HACE UN GESTO CON LA NAVAJA DE AFEITAR.
SEÑORITA: ¿Esto?
JUAN: Sí. Yo no lo haría. No podría. Somos diferentes.
SEÑORITA: ¿Cuál es la diferencia?
JUAN: Está a la vista.
SEÑORITA: Quiero. Pero no puedo. Papá tampoco pudo.
JUAN: ¿Usted ama a su padre, Señorita?
SEÑORITA: Muchísimo. Pero también lo odié. ¿Y de quién es la culpa? ¿De mi papá? ¿De mi mamá? ¿Mía? Si es que tengo algo mío. Todo lo que pienso, él me lo dio; todo lo que siento, ella me lo dio; y esta última cosa, esto de que todos los seres humanos somos iguales, eso me lo dio mi prometido... y mire lo que siento por él. ¿Cómo puede ser mi culpa? ¿Tengo que hacer como Cristina y culpar a Jesús? ¿Que la gente rica no puede entrar al Reino de los Cielos? Estupideces. Si
Cristina tiene un solo peso en el banco no va a poder entrar entonces. ¿A quién hay que culpar?... Yo cargo con la culpa, yo sufro las consecuencias... SUENAN DOS FUERTES TIMBRAZOS. LA SEÑORITA SE SOBRESALTA. JUAN SE PONE EL UNIFORME.
JUAN: El conde. Llegó. VA AL TUBO ACÚSTICO; LLAMA Y ESCUCHA.
SEÑORITA: ¿Vio el escritorio?
JUAN: Soy Juan, su Excelencia. ESCUCHA. Sí, su Excelencia. ESCUCHA. Sí, su Excelencia. Enseguida. ESCUCHA. En media hora, su Excelencia.
SEÑORITA: ¿Qué dijo? ¿Qué dijo?
JUAN: Quiere sus botas y su café en media hora.
SEÑORITA: No sé qué hacer. Ayúdeme. Deme órdenes, le voy a obedecer como un perro. Usted sabe muy bien lo que quiero hacer.
JUAN: No sé. No puedo darle órdenes... ahora que su Excelencia me habló. Hay un demonio en mi hombro. Si su Excelencia bajase ahora mismo y me ordenase cortarme el cuello, lo haría.

YO SOY AUGUST STRINDBERG. Un mirlo negro, surge de su nido y se posa en una cruz de piedra. Me mira, lo miro. Da unos picotazos sobre la cruz, para llamarme la atención, y leo el epitafio: “Quien me siga no andará en las tinieblas”.
El pájaro negro emprende el vuelo, perdiéndose entre las tumbas, y lo sigo sin reflexionar. Se para sobre el techo de una capilla con esta inscripción en la puerta: “La tristeza se convertirá en alegría”.
Mi guía levanta el vuelo y me conduce más lejos, por el laberinto sepulcral, gorjeando, inusitadamente, sonidos que quisiera comprender.
Por fin, mi lazarillo desaparece al pie de un saúco.
SEÑORITA: Haga de cuenta que es él. Y que yo soy usted. ¿Nunca vio un hipnotizador en el teatro? JUAN ASIENTE. ‘Agarrá esa escoba.’, dice. Y el otro la agarra. ‘Barré’, dice. Y el otro barre.
JUAN: Pero el otro tiene que estar dormido.
SEÑORITA: Estoy dormida, en trance... la habitación está llena de humo... y usted es fuego... es un hombre de negro, con sombrero de copa, sus ojos son carbones, encendidos, su cara blanca, cenizas...
LA LUZ DEL SOL SE DERRAMA SOBRE EL
PISO E ILUMINA A JUAN.
Tan cálido, tan agradable...
CALIENTA SUS MANOS SOBRE JUAN COMO SI FUERA DE FUEGO.
Tanta luz... tanta paz...
JUAN LE DA LA NAVAJA.
JUAN: Tome. Salga ahora. Es de día. Vaya al granero... y... LE SUSURRA ALGO AL OÍDO.
SEÑORITA: Gracias. Paz al fin. No puedo moverme. Hable. Ordéneme. Diga: váyase.
JUAN: No puedo.
SEÑORITA: ‘Y los primeros serán los últimos.’
JUAN: No se detenga. No piense. Me siento débil. ¿Fue el timbre? No. Lo tapo con un papel. No. Es sólo un timbre. No es eso. Es la mano que lo toca, y el cerebro que mueve la mano. Tápese los oídos, no escuche. No puede. Suena y suena, hasta que alguien contesta... y es demasiado tarde. Entonces llega la policía... y después... DOS FUERTES TIMBRAZOS. Es horrible. Y no hay salida.
¡Andate! JULIA SALE, DECIDIDA, HACIA EL GRANERO.

YO SOY AUGUST STRINDBERG: El mirlo al regreso de su excursión, me llama con su agudo grito. Se ha posado sobre una verja de hierro, llevando en el pico un objeto del que no puedo distinguir ni la forma ni el color. Cuando me acerco, el pájaro emprende el vuelo abandonando su botín. Es una crisálida de mariposa, un monstruo, un capuchón de duende que no es ni un animal, ni una planta, ni una piedra. Un sudario, una tumba, una momia no evolucionada, ya que no tiene ningún antepasado en este mundo.
Esta momia, bien lo sé, no contiene más que un mucílago animal informe que huele a cadáver fresco.
Y esta maravilla está dotada de vida, de instinto de conservación, ya que cruje sobre el hierro frío y podrá sujetarse por medio de hilos si se siente perturbada.
¡Un cadáver vivo que seguramente resucitará!
Y los otros, allá abajo, que se transforman en sus crisálidas y sufren la misma necrobiosis, no se despertarán más, según la ciencia de las academias. Yo me daré el gusto de arrojar una piedra de escándalo: “La resurrección es algo
completamente natural: no es más extraño nacer dos veces que una sola”.
En el drama que acabamos de ofrecerles no traté de hacer nada nuevo. Y, con ese objetivo, seleccioné un tema que está al margen de las luchas partidistas del día, ya que el problema de subir o bajar en la escala social, de los de arriba o los de abajo, de los peores o los mejores, del hombre o la mujer es de interés permanente. Cuando tomé este tema pensé que se adaptaba bien a la tragedia, porque todavía produce una impresión dolorosa el ver caer a una persona
afortunada. Pero quizá llegue una época en la que estaremos tan desarrollados que podremos contemplar con indiferencia el espectáculo con sólo cerrar esas máquinas del pensamiento, inferiores e infieles, que se llaman sentimientos.

Gracias por su atención.


TELÓN.