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15/4/20

ESPERANDO AL ZURDO CLIFFORD ODETS


LA HUELGA” DE DAUMIER (1860): UNA MIRADA PERSONAL | Historia del ...
ESPERANDO AL ZURDO

CLIFFORD ODETS

Drama dividido en siete escenas

PERSONAJES:

FATT
JOE
EDNA
MILLER
FAYETTE
IRVING
FLORENCE
SID
CLAYTON
KELLER
PISTOLERO
REILLY
DOCTOR BARNES
DOCTOR
BENJAMÍN
UN HOMBRE
UNA VOZ


Se alza el telón sobre una escena desnuda. Seis o siete hombres están sentados formando
un semicírculo. Al costado izquierdo un joven mastica un escarbadientes: es un pistolero. Un
hombre gordo, de aspecto porcino está hablando al público: es el dirigente de un sindicato. Y
los hombres que están sentados a su espalda son un comité de huelga. Están sentados en
distintas actitudes, todas presentan algún interés, todas son reveladoras de una gran
diversidad de tipos, tal como se verá en seguida. El gordo está acalorado y traspira, está
terminando su larga exposición. A decir verdad no está demasiado acalorado, ha comido
bien y tiene confianza en sus fuerzas. Se llama Harry FATT.



I
FATT — Ustedes están tan equivocados que ya no me quedan ganas de reír. Cualquiera que
tenga ojos para ver, lo sabe. Miren la huelga de los textiles. ¿Qué pasó? Salieron como
leones... y volvieron como corderos. Y vean el incidente de San Francisco; hambre y cabezas
rotas. Los muchachos del acero también querían salir, pero ya cambiaron de idea. Es la
tendencia de la época, eso es lo que hay. Todos nosotros los trabajadores ahora tenemos un
hombre que nos respalda. Es el hombre más importante del país, y se ocupa de nosotros: me
refiero al hombre de la Casa Blanca. Por eso es que ahora no es el momento de ir a la
huelga. Ese hombre trabaja día y noche...
UNA VOZ— (Del público). ¿Para quién? (El pistolero se agita visiblemente).
FATT— ¡Para ti! Y allí están los hechos que lo prueban. Si estuviéramos en la época de
Hoover, acaso diría yo: ¿No salgamos, muchachos? Por cierto que no. Pero ahora las cosas
son distintas. Ustedes leen los diarios tan bien como yo. Y lo saben. Por eso estoy contra la
huelga, porque tenemos que apoyar al hombre que nos apoya. Todo este país...
OTRA VOZ— ¡Se está yendo al diablo! (El pistolero asume un aire grave).
FATT — ¡A ver! ¡Que se pare y muestre la cara ese rojo de porquería! ¡A ver si es hombre!
¿Por qué no se para para que lo veamos? (Espera en vano). ¡Cobarde! Todos los rojos son
unos cobardes. Y yo ya le eché el ojo a cuatro o cinco en este sindicato. ¿Qué diablos van a
hacer ellos por ustedes? Los van a sacar a la calle y se van a escapar en cuanto empiecen
los líos. Denle a estos pájaros nada más que la sombra de una oportunidad y ya van a llevar
a todas sus hermanas y esposas a los prostíbulos, como hacen en Rusia. ¡Quieren arrancar a
Cristo de su cruz de dolor! ¡Van a destruir vuestros hogares y arrojar los chicos al río! ¿Y
ustedes creen que eso es mentira? Lean los diarios. Bueno, escuchen. No podemos estar
aquí toda la noche. Yo ya les di los elementos del asunto. Y ustedes, muchachos, tienen que
irse a casita donde les está esperando la cena caliente. Y yo...
OTRA VOZ— ¡Eso lo dice tú!
PISTOLERO — ¡A ver ese, que se siente!
OTRA VOZ — ¿Y dónde está el Zurdo? (Esta pregunta es repetida al unisono por los otros.
Fatt golpea con la mano).
FATT — Eso es justamente lo que yo quiero saber. ¿Dónde está el amigo ese? Ustedes lo
eligieron presidente, y ¿dónde diablos se metió?
Voces — ¡Queremos al Zurdo! ¡Zurdo! ¡Zurdo!
FATT— (Golpeando). ¿Qué se creen que es esto, un circo? Aquí tienen el comité. A este hato
de inservibles que ustedes mismos eligieron. (Señala al hombre sentado al extremo
derecho).
EL HOMBRE — Benjamín.
FATT — ¡Ah, sí! Benjamín, el "Doctor" Benjamín. (Señalando a los otros hombres sentados).
Benjamín, Miller, Stein, Mitchell, Phillips, Keller. Y no es culpa mía si el Zurdo se mandó a
mudar. Si ustedes, muchachos...
UNA VOZ FUERTE — ¿Y qué dice el comité?
LOS OTROS — ¡El comité! ¡Que hable el comité! (FATT trata de calmar los ánimos pero
sorpresivamente uno de los hombres se pone de pie y pasa al frente. El pistolero avanza
hacia él, pero FATT le detiene).
FATT — A este déjalo hablar. Vamos a ver qué es lo que estos rojos tienen que decir. (Se
oyen varios gritos desde el público. FATT insolentemente vuelve a su asiento en la mitad del
semicírculo. Se sienta sobre una plataforma ligeramente elevada y enciende un habano. El
pistolero vuelve a su lugar. JOE, el orador alza la mano pidiendo silencio. Todos se callan.
Está ofendido).
JOE — Ustedes, muchachos, me conocen. Yo no soy un rojo. Todavía llevo adentro el casco
de granada que recibí en la guerra. ¿Y creen ustedes que no me entero cuando hay
humedad? No me digan "rojo". ¿Saben ustedes qué somos nosotros? Los muchachos negros
y azules. Nos han estado pateando tanto tiempo que ya estamos amoratados desde los pies
hasta la cabeza. Pero ya me doy cuenta que todo el que no piensa como el secretario es un
rojo para los dirigentes del sindicato. ¿Y qué estupideces son estas de "ir a casita a comer la
cena caliente"? Yo les pregunto en la cara a cuántos los esperan cenas calientes. El primero
que esté seguro de su próxima comida, que levante la mano. Cierto caballero que está
sentado detrás mío puede alzar las dos. ¡Pero aquí enfrente, nadie! Y por eso es que
queremos ir a la huelga, para ganar un salario que nos permita comer.
UNA VOZ — ¿Y dónde está el Zurdo?
JOE — Honestamente, no lo sé, pero estoy seguro de que no se escapó. Ese mozo tiene más
agallas que un bacalao. Quizá sufrió un accidente, ya llegará... Pero no se dejen asustar por
este cuento de los rojos. A menos que luchar por un salario los asuste... Tenemos que
decidirnos. Mi mujer me hizo decidir la semana pasada, si quieren que les diga la verdad. Es
tan evidente como la nariz en la cara que necesitamos ir a la huelga. Volvemos a casa todas
las noches después de ocho o diez horas en el taxi, y la patrona nos dice: "¡Por Dios, si
ochenta centavos no es plata! ¡Si ni lentejas menudeadas se compran con esa plata! Estás
trabajando para la compañía", me dice. "Joe, no estás trabajando ni para mí ni para tu
familia", me dice. "Mira, Joe; si no empiezas...”


II JOE Y EDNA
Las luces se van apagando y un proyector fuerte ilumina el espacio que queda al costado de
los hombres sentados. A los hombres se los ve muy vagamente en la penumbra, pero más
prominente aparece FATT fumando su grueso cigarro y o menudo echa bocanadas de humo
dentro del haz de luz. Una mujer gastada, pero todavía atractiva, de unos treinta años entra
en escena, secándose las manos en el delantal. Está parada con aire desgraciado cuando
JOE aparece por el otro lado. Vuelve del trabajo. Por un instante ambos se miran en silencio.
JOE — ¿Y dónde están los muebles, querida?
EDNA — Se los llevaron. No pagamos la cuota.
JOE — ¿Cuándo?
EDNA — A las 3.
JOE — Pero no pueden hacer eso...
EDNA— ¿No pueden? Pero lo hicieron.
JOE— ¡Qué desalmados! Ya habíamos pagado tres cuartas partes.
EDNA — El hombre dijo que volvieras a leer el contrato.
JOE — Debemos haber filmado algún contrato falso.
EDNA — No, es un contrato en regla. Y tú lo firmaste.
JOE — No seas así, EDNA. (Trata de abrazarla).
EDNA — No, deja eso para el cine, Joe; a Charles Chaplin le pagan kilos de plata por hacerlo,
no ha ti.
JOE — ¿Pero, qué clase de hogar es éste? A uno no le dan ganas de volver a casa. ¡Te lo
juro...!
EDNA — ¡Te lo juro yo! ¿Quién tiene la culpa?
JOE — ¿Qué? ¿Vamos a empezar de nuevo?
EDNA — ¿Y de qué quieres hablar, de libros?
JOE — Te voy a dar una cachetada.
EDNA — No, no lo harás.
JOE— (Manso). Oye, Edna, a veces me sacas de las casillas.
EDNA — No tienes más que mirarme, estoy muerta de risa.
JOE — No me insultes. ¿Qué puedo hacer yo si la época es mala? ¿Qué diablos quieres que
haga? ¿Qué me tire al río?
EDNA — No grites. Recién acosté a los niños, para que no se den cuenta de que hoy no hay
cena. Y si no le arreglo los zapatos a Emily, mañana no podrá ir al colegio. Pero, mientras
tanto, déjala dormir.
JOE — Pero, querida, hoy trabajé toda la tarde... Anduve cinco horas sin un pasajero. Es lacrisis.
EDNA — Eso se lo cuentas al de la tienda.
JOE — El taxi marcaba 2 dólares con 20. Una mujer que andaba con un perro y estaba algo
borracha me dio 25 centavos de propina, por error. Si me quieres escuchar, te diré que esta-
mos llenos de oro.
EDNA— ¿Sí? ¿Cuánto?
JOE — Yo tomé un completo en una lechería. (Le da las monedas). Un dólar con cuatro.
EDNA —Sí, pero mañana se cumple el segundo mes de alquiler.
JOE — No me mires así, Edna.
EDNA — No te estoy mirando a ti, estoy mirando a través tuyo... ¡Pensar que todo iba a ser
tan lindo! Un chalecito junto al arroyo, y rosas en la primavera... ¡Y eres un fracasado de
marca mayor! Y si te crees que lo voy a soportar mucho más, estás loco de remate.
JOE — Yo buscaría otro trabajo si pudiera, pero es que no hay trabajo... ¿No lo sabes?
EDNA — Lo único que sé es que hemos tocado fondo.
JOE — ¿Y qué puedo hacer?
EDNA — ¿Quién es el hombre de la casa, yo o tú?
JOE — Esa no es una respuesta. ¿Por qué no me ayudas? Por Cristo, ¿no me vas a ayudar?
En todo el día no he tomado más que un café con leche. Yo también tengo hambre. Me
rompería los dedos trabajando si...
EDNA — Voy a abrir una lata de sardinas.
JOE — Ahora no. Dime qué quieres que haga.
EDNA — Yo no soy Dios.
JOE — ¡Ah!, quisiera volver a tener 10 años y no tener que pensar en el próximo minuto.
EDNA — Sí, pero no tienes 10 años y debes pensar en el próximo minuto. Y tienes a dos
pequeños durmiendo en la pieza de al lado. Y necesitan comida, Y ropa. Y zapatos. Por no
mencionar lo demás. Durante cinco años me he pasado las noches despierta oyendo latir mi
corazón. ¡Por amor de Dios, Joe, haz algol. ¡No te quedes ahí! ¿Por qué no se juntan todos;
por qué no hacen una huelga pidiendo aumento? Recuerdo que papá hizo una durante la
guerra y le aumentaron. ¿No ves que me estoy volviendo una vieja bruja?
JOE— (Se defiende). Las huelgas no sirven.
EDNA — ¿Quién te lo dijo?
JOE — Y además eso significa que mientras dure no ves un centavo. Y después, cuando se
acaba, la compañía no te quiere tomar.
EDNA — Bueno, supongamos que no te tomen. ¿Qué pierdes?
JOE — Bueno, ahora estamos sacando 6 ó 7 dólares por semana.
EDNA — Sí, el alquiler
JOE — Ya es algo, Edna.
EDNA — No, no es algo. Los van a seguir empujando, Y les van a llegar a pagar 3 ó 4 dólares
por semana, antes de que ustedes se den cuenta. Y cuando ganes 3 dólares por semana,
también me vas a decir: ¡pero peor es nada!
JOE — Es que hay demasiados autos en la calle, Eso es lo que pasa.
EDNA — ¡Pero, grandísimo imbécil! Deja que la compañía se preocupe por ellos. ¿No ves
que si los taxis no dieran plata, los meterían en el garaje ¿O crees que la empresa funciona
nada más que para pagarle el alquiler a Joe Mitchell?
JOE — Lo que pasa es que no entiendes de negocios, Edna.
EDNA — No, pero sí entiendo esto: que tu patrón los está explotando a todos ustedes. Que
les está sacando el jugo minuto a minuto. Y no sólo a ustedes, sino también a las esposas y a
los pobres niños que van a crecer raquíticos y desnutridos. ¿No ves que los niños se nos
resfrían continuamente? Parecen fantasmas. Betty no ha visto un pomelo en su vida. El otro
día la llevé a la frutería, y señalando un cajón de pomelos me preguntó: "¿Y eso, qué es?"
¡Por Dios, Joe! ¿No comprendes que el mundo debe ser para todos?
JOE — Los vas a despertar...
EDNA — No me importa, si también te despierto a ti.
JOE — No me insultes. Un solo hombre no puede hacer una huelga.
EDNA — ¿Y quién dijo un hombre? Si son centenares esa porquería de sindicato que tienen.
JOE — El sindicato no es una porquería.
EDNA — ¿No? ¿Y entonces, qué hace? Cobra la mensualidad y te palmean la espalda.
JOE — Están haciendo planes...,
EDNA — ¿Ah, sí? ¿Qué planes?
JOE — No sé, a nosotros no nos dicen.
EDNA — ¡Pobrecito! ¿Así que esos hombres malos no le quieren contar al pobrecito Joe los
plancitos que tienen para el sindicatico...? ¿Pero, qué te crees que es esto? ¿Una compañía
de boy-scouts?
JOE — Sabes muy bien que son pistoleros. Los que lo dirigen te meten cuatro tiros por una
moneda de cinco.
EDNA — ¿Y por qué aguantan eso?
JOE — ¿Qué? ¿No me quieres ver vivo?
EDNA—(Después de una larga pausa). No..., me parees que no, Joe. Si no eres capaz de
levantar un dedo para resolver nuestra situación, entonces no me importa.
JOE — Pero... querida, es que tú no comprendes...
EDNA — Ni tú ni todos esos cobardes que no quieren pelear. ¡Que los muelan y los hagan
ipicadillo!
JOE — Pero es que una cosa es...
EDNA — ¡Saca la mano! Pero a mí no me van a hacer picadillo. Yo tengo otros planes.
(Empieza a quitarse el delantal).
Job — ¿Dónde vas?
EDNA — No te interesa.
JOE — Te traes algo bajo el poncho.
EDNA —Traería algo si por lo menos tuviera un poncho. (Pliega cuidadosamente el delantal
y lo deja en el respaldo de una silla). .
JOE — Dímelo.
EDNA — ¿Que te diga qué?
Job — ¿Adónde vas?
EDNA — ¿Te acuerdas de ese novio que tuve?
JOE — ¿De quién!
EDNA — Bud Haas. Todavía lleva mi foto en el reloj. Y gana bien.
JOE — ¿Qué cosas estás diciendo!
EDNA — He oído cosas peores que las que yo estoy diciendo.
JOE —¿Has visto a Bud desde que nos casamos!
EDNA — Quizá.
JOE — Si yo pensara... (Se interrumpe y queda mirándola).
EDNA — ¿Qué ves! Mira m’hijito, si te crees que no lo voy a hacer, es porque no ves muy
lejos.
JOE — Quieres asustarme...
EDNA — Ya no estamos como hace cinco años, Joe.
JOE — ¿Quieres decir que me dejas! ¿A mí y a los niños!
EDNA — A ti te dejaría sin vacilar.
JOE — No...
EDNA •— Sí. (Joe se da vuelta y se sienta en una silla, dándole la espalda. fuera del círculo
iluminado oímos a los otros miembros del comité de huelga: "lo hará... lo hará... yo he
conocido un caso", etc. este grupo deberá ser usado a todo lo largo para los distintos
comentarios; políticos, sentimentales, ocasionales, y en general se le dará si sentido de un
coro. se oyen murmullos... el gordo echa ahora una gran bocanada de humo al haz de luz).
JOE—(Destrozado). Bueno, ahora no me queda ni una pierna en la que pararme.
EDNA — ¿Ah, no?
JOE — (Súbitamente furioso). No, rata de porquería, no. Y ahora mismo te vas de aquí. Vas a
sacar el irrigador del baño y te vas al primer hotel que encuentres por la calle. Y pensar que
ese canalla ha estado viniendo aquí todas las mañanas y acostándose contigo mientras yo
me rompía el alma en la calle...
EDNA — Te estás retorciendo como un gusano.
JOE — Tú te vas a estar retorciendo en seguida.
EDNA — ¡A mí no me asustas ni esto! (Indica con el dedo media pulgada).
JOE — ¿Para eso me maté trabajando?
EDNA — Eso se lo preguntas a tu patrón.
JOE — A él no le importa un rábano de ti ni de mí.
EDNA — Justamente lo que yo decía.
JOE — No cambies de tema.
EDNA— ¡Pero si ese es el tema! Tu patrón es el tema. Yo no lo he visto en mi vida, pero es
él quien me está metiendo ideas en la cabeza. Y es él quien le está inoculando a tus hijos
esa enfermedad tan rara que se llama “tifus exantemático” Es él quien te está haciendo
papilla y quien está poniendo arrugas en mi frente. ¡Ese es el tema! ¡Minuto a minuto él es el
tema! ¡Es él quien me arroja en brazos de Bud Haas! ¿Cuándo diablos te vas a dar cuenta !
JOE — No soy tan tonto como piensas. Pero ya estás hablando como una roja...
EDNA — No sé qué quiere decir “roja". Pero cuando un hombre te voltea de un golpe, tú te
levantas y le besas los puños. ¡Eres un gusano sin agallas!
JOE — Pero es que un hombre sólo no puede...
EDNA—(Con alegría). Si yo no dije un hombre sólo. ¡Yo digo cien, mil, un millón! ¡Pero
empiecen en tu sindicato! Que se junten todos los chóferes; que barran a esos pistoleros
como si fueran un montón de basura. ¡Párense como hombres y luchen por sus hijos y por
sus mujeres! ¡Maldito sea! ¡Estoy cansada de la esclavitud y de las noches sin dormir!
JOE— (Con ella). Es claro, es claro....
EDNA — Sí, pónganse punteras en los zapatos y fíjense adónde patean.
JOE—(Da un salto y besa apasionadamente a sw mujer en la boca). Oye, Edna, me voy a la
calle 174 a buscar al zurdo Costello. Justamente el Zurdo decía el otro día... (Se detiene de
pronto). Oye... ¿y qué hay de ese tipo Haasf
EDNA — ¡Fuera de aquí!
JOE — Ya vuelvo. (Sale corriendo. Durante un minuto EDNA mira triunfalmente a su
alrededor. Luego todo se oscurece, y cuando se encienden las luces normales, JOE Mit- chell
concluye lo que estaba diciendo), Y ustedes muchachos conocen esto tanto como yo. ¡Hay
que ir a la huelga! (Abruptamente corta su discurso y vuelve a su silla. La escena se
oscurece).


III. EL EPISODIO DEL AYUDANTE DE LABORATORIO
Se ve a MILLER, un asistente de laboratorio, mirando curiosamente a su alrededor; y a
FAYETTE, un industrial.
FAYETTE— ¿Le gusta?
MILLER— Mucho. Nunca había visto una oficina como ésta, si no es en las películas.
FAYETTE — Sí, yo muchas veces pienso que todos esos decoradores de interiores deben
sacar sus ideas de Hollywood.
Nuestro país es extraordinario en eso sentido: jabones, cosméticos, heladeras eléctricas; con
que sólo la señora consumidora sepa que las Garbos y las Grawfords las usan, y hay más
ventas que las que una fábrica pueda abastecer.
MILLER— Me temo que no sea tan fácil, Mister Fayette.
FAYETTE — No, tiene razón. Estoy exagerando. La competencia es terrible hoy día. El
mercado está saturado y se golpea contra un muro de cemento. Es mejor que los as-
trónomos se apuren y abran el planeta Marte a la expansión del comercio.
MILLER — ¿No será peor?
FAYETTE — ¿Fuma usted?
MILLER — No, gracias.
FAYETTE — ¿ Un trago ?
MILLER — Lo dicho, Mister Fayette.
FAYETTE — Me gusta la sobriedad en mis trabajadores... en los expertos, quiero decir. En
cuanto a esos polacos y esos negros, es mejor que se emborrachen; no los deja pensar.
¿Para qué lo hice llamar yo?
MILLER — Justamente lo que le iba a preguntar, si me lo permite.
FAYETTE— (Palmeándolo en la rodilla). Me gusta su trabajo.
MILLER — Gracias.
FAYETTE — No veo la razón para que un joven de talento como usted no progrese junco con
nosotros, que somos una empresa en pleno crecimiento. En nuestra organización se re-
compensa la lealtad. ¿Lo vió a Sigfrido esta mañana?
MILLER — No estuvo en el laboratorio en todo el día.
FAYETTE — Ayer le dije que le aumentara 20 dólares por mes, a partir de esta semana.
MILLER — No sabe lo feliz que hace usted a mi esposa...
FAYETTE — ¡Oh sí, ya puedo imaginármelo! (Se ríe).
MILLER — ¿Eso es todo, Mister Fayette?
FAYETTE—Sí, sólo que desde mañana pasa usted al laboratorio A. Sigfrido ya lo sabe. Por
eso lo llamé. Su nuevo trabajo es muy importante. Sigfrido lo recomendó a usted muy
calurosamente. Como un hombre de confianza. Trabajará usted directamente bajo las
órdenes del doctor Brenner. ¿Le gusta eso?
MILLER — Mucho. ¡Es un químico muy importante!
FAYETTE— (Lo mira muy seriamente). Eso es lo que criemos, Miller. Tanto que le pedimos
que usted se quede en el edificio todo el tiempo mientras trabaje con él.
MILLER—¿Quiere decir comer y dormir adentro!
FAYETTE — Sí...
MILLER — Puede arreglarse...
FAYETTE — Magnífico. Usted llegará lejos, Miller.
MILLER — ¿Y puedo preguntar cuál es mi nuevo trabajo?
FAYETTE—(Antes mira en derredor). Gases asfixiantes...
MILLER — ¿Gases?
FAYETTE — Son órdenes de arriba. No tengo por qué decirle de dónde. Es un nuevo tipo de
gas asfixiarte para la guerra moderna.
MILLER — Ya veo...
FAYETTE — ¿Usted no sabía que una nueva guerra estaba tan cerca, verdad?
MILLER — No, se ve que no tenía idea.
FAYETTE —No necesito insistir sobre la importancia del secreto.
MILLER — Ya lo comprendo.
FAYETTE —Todo el mundo es hoy un campamento guerrero. Un fósforo puede encender el
globo en 48 horas. Y al Tío Sam no lo van a agarrar dormido.
MILLER— (A su lápiz). Dicen que 12 millones murieron en la última, y que otros veinte
fueron heridos o desaparecieron.
FAYETTE — Eso no nos preocupa. Si las grandes empresas se pusieran sentimentales por la
vida humana, entonces no habría grandes empresas.
MILLER — Mi hermano y dos primos cayeron en la última.
FAYETTE — Murieron por una buena, causa.
MILLER — Mamá dice que no.
FAYETTE—Esta vez no se tendrá que afligir por usted. Es muy valioso en la retaguardia.
MILLER — Está bien.
FAYETTE — Bueno, Miller. Lo dicho, véalo a Sigfrido, él le dará instrucciones.
MILLER — Usted debía haber visto a mi hermano, andaba en la bicicleta soltándose las dos
manos...
FAYETTE — Y es mejor que traiga alguna ropa e implementos de afeitar mañana mismo. Y
no se olvide de lo que le dije: nosotros somos una empresa en pleno crecimiento.
MILLER — Corría las cien yardas en nueve segundos ocho décimas ...
FAYETTE — ¿ Quién?
iMILLER —Mi hermano. Está en el cementerio Central. Mamá estuvo en el año 26...
FAYETTE—Sí, esas cosas quedan. ¿Qué tal escribe usted, Miller? ¿Es legible?
MILLER— Y, más o menos.
FAYETTE — Una vez por semana quisiera que me elevara un informe.
MILLER — ¿Qué clase de informe?
FAYETTE — ¡ Oh...! Unas cien palabras, una vez por semana. Sobre los progresos del
trabajo del doctor Brenner.
MILLER — ¿No le parece que sería mejor pedírselo a él mismo?
FAYETTE — No le pregunté eso.
MILLER — Lo siento.
FAYETTE — Lo que quisiera saber es qué tal progresa su trabajo. Los informes serán
confidenciales, estrictamente entre usted y yo.
MILLER — Quiere decir que yo tendré que vigilarlo...
FAYETTE — Exactamente.
MILLER — Pero es que yo no puedo hacer eso...
FAYETTE — Hay un aumento de 30 dólares por mes.
Miller — Usted dijo 20.
FAYETTE — Ahora digo 30.
MILLER — Yo no sirvo para esas cosas.
FAYETTE — Cuarenta.
MILLER — El espionaje no me atrae, Mister Fayette.
FAYETTE — Está usted usando palabras feas Mister Miller.
MILLER — Son actividades feas.
FAYETTE — Piénselo, Miller. Sus posibilidades aquí son inmensas...
MILLER — No.
FAYETTE — Y estaría usted haciendo algo por su patria. Asegurando a los Estados Unidos
que cuando esos malditos japoneses nos ataquen, ya tendremos buenas armas que nos
respalden. ¿No lee los diarios, Miller?
MILLER — Nada más que las historietas.
FAYETTE — Si estuviera usted entre bambalinas sabría que estoy diciendo la pura verdad.
Bueno... no es necesario que lo decida ahora mismo. Piénselo a la hora del almuerzo.
MILLER — No.
FAYETTE — ¿Ya lo decidió?
MILLER — Me temo que sí.
FAYETTE — ¿Comprende las consecuencias de su acto?
MILLER — Pierdo el aumento...
(Al mismo Miller— .. .y mi empleo.
tiempo) Fayette—¡Y su empleo!
MILLER — Usted no comprende... antes me voy a cavar pozos.
FAYETTE — Ese es un trabajo para inmigrantes.
MILLER — ¿Y espiar? ¿Fabricar gases asfixiantes? ¿Eso es para norteamericanos?
FAYETTE — Eso lo decide usted.
MILLER — Ya lo decidí.
FAYETTE — ¿Sin rencor?
MILLER—¡No, con rencor! Yo no soy del tipo civilizado, Mister Fayette. No hay nada suave ni
elegante en mí. ¡Con mucho rencor! ¡Lo suficiente como para romperle la cara a usted y a
todos los de su calaña! (Lo hace. La escena se oscurece).


IV. EL JOVEN Y SU NOVIA
Una chica y un muchacho. FLORENCE está esperando a SID para que la lleve al baile.
FLORENCE — Algo tengo que sacar de esta vida. No fumo, no bebo, si Sid quiere llevarme a
un baile, tengo derecho a ir. Si estuvieras enamorado hablarías de otro modo.
IRVING — Lo digo por tu bien.
FLORENCE — ¡No seas tan bueno!
IRVING — Mamá está enferma en la cama, y la vas a matar a preocupaciones. Ella no
quiere que ese muchacho frecuente la casa, y tampoco que te encuentres con él en el
parque de centro.
FLORENCE — Me voy a encontrar con él cuando quiera.
IRVING — Si te llego a ver, un servidor se va a ocupar de ti y de él. ¡Y con una sola mano!
FLORENCE—¿Por qué están todos en contra de él?
IRVING — Mamá ya te lo ha dicho diez veces, no se trata de él, se trata de que no tiene
nada. Claro, ya sabemos que es un muchacho serio y que se muere por ti. Pero con eso no
se come.
FLORENCE — Los chóferes de taxi solían ganar bien.
IRVING — Sí, pero hoy en día ganan 5 ó 6 dólares a la semana. ¿Piensas formar una familia
con eso? Lo que va a pasar es que dentro de unos meses se van a mudar aquí y yo voy a
tener que mantener a dos familias en vez de una. Pero antes van a pasar por mi cadáver.
FLORENCE—Irving, nada me importa. ¡Yo lo amo!
IRVING — No eres más que una chiquilla y no sabes lo que quieres.
FLORENCE — Estoy detrás del mostrador todo el santo día, Y pienso en él.,.
IRVING — Mejor sería que pensaras en tu madre.
FLORENCE — ¿Acaso no me ocupo de ella? ¿Acaso no hago la cena y no te plancho las
camisas... ? Bastante trabajo me das! Y no me hagas callar; yo también traigo unos cuantos
dólares a la casa. ¿No ves que yo quiero algo de la vida? ¿No ves que yo quiero un romance,
un amor, niños...? Yo quiero tener todo lo que la vida pueda darme.
IRVING — ¡Tu te ocupas de tu madre, y ojo con lo que haces!
FLORENCE — ¿Y si no lo hago?
IRVING — Entonces un servidor se va a ocupar de ti.
FLORENCE — Así no se le habla a una niña...
IRVING — ¡Y así le y a hablar a tu amigo también, y no con palabras precisamente!
Florence, si tuvieras dos ojos verías que es por tu bien que te hablamos así. Este no es
momento para casarse. Más adelante, quizá...
FLORENCE — Sí, “más adelante quizá'' nunca llega para mi. Por qué no mandamos a mamá
a un hospital. Allí podrá morir en paz, en vez de quedarse mirando el reloj todo el santo día.
IRVING — Sí, pero para eso hace falta plata. Que es lo que no tenemos.
FLORENCE — ¡Plata! ¡Plata! ¡Plata!
IRVING — No cambies de tema.
FLORENCE — Si ese es el tema...
IRVING — Bueno, vas a dejar de verlo. (Ella se da vuelta). ¡Dios mío!, me acuerdo de
cuando eras una pequeña con rulos largos que caían en tu espalda.., Y ahora tengo que
gritarte en esta forma.
FLORENCE — Yo hablaré con él, Irving .
IRVING -— ¿Cuándo?
FLORENCE — Le pedí que venga esta noche. Y vamos a hablar.
IRVING — Sí, pero no seas blanda. Hoy en día hay que ser duro. Hay que endurecerse como
una roca o sucumbir.
FLORENCE — Ya descubrí eso. Sonó el timbre. Saca del fuego el huevo que puse para
mamá. Déjanos solos, Irving . (Entra SID. Los dos hombres se miran fijamente duran- te un
segundo. IRVING sale).
SID—(Que entra). ¡Hola, Florence
FLORENCE — ¡Hola, querido! Pareces cansado.
SID — No, es que vine sin afeitarme.
FLORENCE — Bueno. Arrima tu silla a la chimenea. Y yo voy a tocar el timbre para que nos
traigan whisky y soda,... como en el cine...
SID — Si esto fuera una película, yo habría traído un gran ramo de rosas.
FLORENCE — ¿Cuántas rosas?
SID — eehh, unas cincuenta o sesenta docenas, de esas con tallos largos, así de grandes...
FLORENCE — Oh, tontuelo...
SID — Y ese vestido que trajiste de París es maravilloso.
FLORENCE — Sí, Percy. Las faldas de terciopelo vuelven esta temporada. Madame La Farge
me dijo hoy que la misma reina María había diseñado una para su ajuar.
SID— Sí, Florence.
FLORENCE — Todas las princesas de los Balcanes usan vestidos así. (Se pone en pose).
SID — No se mueva. (Con los dedos y la nariz imita una cámara que la fotografía. De pronto
ella sale de su postura, va hacia él, lo abraza y lo besa tiernamente).
SID — Tienes aspecto cansado, Florence.
FLORENCE — No, es que estoy sin afeitar. (Tiene una risa trémula).
SID — ¿Estás preocupada por tu mamá?
FLORENCE— No.
SID—¿Y qué te preocupa?
FLORENCE — La guerra anglofrancesa.
SID — ¿Qué te preocupa?
FLORENCE — “Nosotros” me preocupa, Sid. Día y noche me preocupa, Sid.
SID — Hoy choqué con un camión. ¡Qué reto me dió! Yo iba manejando y no veía la calle. Yo
también iba pensando en nosotros. ¡Y no necesitas decírmelo, ya sé lo que piensas! Yo soy
para esta casa como el arsénico para las ratas.
FLORENCE — Para mí no...
SID-—No, pero yo sé para quién.... Y también sé por qué. Y no los culpo. Ya hace tres años
que estamos de novios...
FLORENCE — Tres años es mucho tiempo.
SID — Mi hermano Sam se enroló en la marina esta mañana. Es una manera de comer todos
los días. Lo van a mandar a Cuba a bailar la rumba. Y no sabe nada de nada, más que... más
que jugar al básquetbol...
FLORENCE — ¡Tú no hagas eso!
SID — No te aflijas, yo no soy de los que se escapan. Pera estoy tan cansado de esta vida,
ini amor, que me tiraría al río. ¡Ni siquiera necesito preguntarte en qué piensa sí Ya lo sé,
porque yo estoy pensando en lo mismo.
FLORENCE—¿Es sí o es no? No hay términos medios.
SID — Y la respuesta es NO, como un gran letrero luminoso que nos mirara desde Broadway,
FLORENCE — Quisimos tener hijos...
SID — Sí, pero esa vida no es para gente como nosotros. Cuando estamos juntos siento
como truenos en el pecho. Si nos fuéramos juntos quizá pudiera mirar al mundo cara a cara
y escupirle en el ojo, como un hombre. ¡Maldita sea! ¡Es duro ser un hombre en esta tierra!
FLORENCE — Pero hay algo que nos quiere solitarios, arrastrándonos por las tinieblas. ¿O es
que nos quieren atrapar?
SID — Sí, son los grandes ricachones los que nos quieren hacer eso.
FLORENCE — Nos insultan.
SID — Y no nos aclaran qué es lo que pasa con nosotros, por qué no tenemos dinero. Ellos
tienen el poder y los medios para estar seguros, y lo cuidan. Saben que si nos dan una
pulgada —sólo una pulgada— todos nosotros les caeremos encima como un océano que los
echaría a un infierno del cual no volverían más... ¡No deliro, Florence!
FLORENCE — Ya sé que no.
SID — No encuentro palabras para decirte lo que siento. Yo no terminé el primario.
FLORENCE — Ya lo sé...
SID — Pero es relativo, como dicen los profesores. ¡Trabajamos como locos para mandarle a
la universidad, a mi hermanito, a Sam, y mira lo que hace! Se enrola en la marina. Ese
estúpido no ve que las cartas se nos dan en contra. Que los ricos dan cartas y se aseguran
los pokers de Ases, y después a nosotros nos dan algo así como un par de diez para
hacernos creer de que tenemos juego. Y así se pierde una puesta tras otra. Porque todas las
cartas las tienen ellos. Y después te dicen: "¿Qué pasa que nunca ganas?'' " Tienes buenas
cartas, sin embargo". Y chicos como mi hermano les creen. Porque no saben de otra cosa.
Con toda su educación no entienden nada. Pero... espera un minuto. No viene él y te dice:
este es millonario con una jazz... "Escucha, Sam o Sid, o Fulano o Zutano: No sirves para
nada; y aquí tienes la oportunidad de tu vida". "Todo el mundo sabrá quién eres; sí señor", le
dice. "Sube a este barco y lucha contra esos bastardos que hacen que este mundo sea una
porquería. Los japoneses, los turcos, los griegos. Toma este fusil. Y mátalos como un héroe
—le dice— como un verdadero norteamericano, sé un héroe". ¿Y el pobre tipo a quien estás
apuntando? Otro infeliz como tú, porque a él tampoco le han dado más que un par de diez.
En su tierra es un tipo igual que yo y que Sam, que quiere tener un hijo como tú y quiere ir a
tomar sol a alguna playa. ¡Y le van a enseñar a Sam a que apunte donde no debe! A ese
estúpido jugador de básquetbol...
FLORENCE — Querido, tengo un nudo en la garganta.
SID — Tú y yo, ni siquiera hemos tenido una sala donde sentarnos
FLORENCE— El parque era lindo...
SID— ¿En invierno? Los zaguanes... Me alegro de que no nos hayamos casado. Así nunca
sabremos lo que nos perdimos.
FLORENCE—(Estalla) ¡ Sid, yo me voy contigo! Busquemos una pieza en alguna parte.
SID — No, ellos tienen razón. Si no podemos ir más allá de esto juntos, es mejor que nos
separemos.
FLORENCE — Te juro por Dios que no me importaría.
SID — Te importaría dentro de un año o dos. Maldecirías este día. Yo conozco casos así.
FLORENCE — ¡O H , Sid!
SID — Sí, es cierto, conozco casos. Estamos tristes, querida; tenemos la tristeza de 1935. Y
hablo así porque te quiero. Si no te quisiera, nada me importaría...
FLORENCE—Trabajaremos juntos, ya verás...
SID — Sí, ¿y lo demás? Tu familia necesita tus 9 dólares. Y mi familia...
FLORENCE. — No me importa.
SID — Te parece, Florence. Eres un pequeño canario enjaulado.
FLORENCE — No te burles de mí.
SID — No me burlo, nena.
FLORENCE — ¡ Sí, te estás riendo de mí!
SID — Te juro que no. (Se miran el uno al otro imposibilitados de hablar. Por fin él toma un
fonógrafo portátil y pone un disco. Es una pieza bailable, triste, barata. Le hace una señal y
ella va a él. Comienzan a bailar muy lentamente. Están fuertemente abrazados como si
estuvieran por fundirse el uno en el otro. La música se detiene, pero el disco rayado
continúa girando hasta el ' final de la escena. Dejan de bailar. Por fin él la suelta y la sienta
en el diván, donde ella queda tensa y expectante), ¡Hola, nena!
FLORENCE — ¡Hola! (Por un instante se miran como en sueños).
SID—(Resuelto), ¡Adiós, nena! (Espera una respuesta, pero ella guarda silencio. Se miran).
SID — ¿Oye; nunca te mostré cómo imito a Patty Rooneyf (Comienza a silbar "Rosy O'Grady"
y lo zapatea. Se detiene. Le pregunta). ¿No te gusta!
FLORENCE—(Destrozada). No. (Esconde él rostro entre sus mano s. Súbitamente él cae de
rodillas y hunde su cara en el regazo de ella. La escena se oscurece).

V. EL EPISODIO DEL ESPÍA
FATT — Ustedes no saben cómo trabajamos por el gremio. Y los gritos no sirven de nada. Lo
que pasa es que ustedes no pueden ver las cosas como yo las veo. Ahí tienen lo que pasa en
su propia industria. Vean lo que pasó cuando los chóferes hicieron la huelga en Filadelfia
hace tres meses. ¿Y dónde está Filadelfia? ¿A mil millas de aquí? No, apenas una hora de
tren.
UNA VOZ — Dos horas.
FATT — Bueno, dos horas. ¡Qué diablo importa! Pero vamos a oír ahora a uno que realmente
hizo la experiencia y puede hablar. Muchachos, aquí hay un hombre que ha vivido todo el
asunto de Filadelfia; salió con los compañeros, le pegaron como a los demás, y ahora está en
la lista negra, igual que todos. Por eso está en esta ciudad. Estoy seguro de que su palabra
les va a interesar mucho a todos ustedes. (Anuncia). ¡Tom Clayton! (Cuando Clayton avanza
hacia el centro del escenario, Fatt lo empieza a aplaudir, aplauso que repercute. débilmente
aquí y allá entre el público. Clayton se para junto a Fatt). Muchachos, aquí hay un hombre
que tiene experiencia en estas cosas. ; Tom Clayton, de Filadelfia!
Clayton — (Un individuo de aspecto modesto, delgado, aire mediocre). Muchachos, no me
importa que me silben. Si yo pensara que eso serviría para que nosotros los chóferes
ganásemos un poco más, yo los dejaría que me pisotearan y me cortaran en pedazos. Yo soy
uno de ustedes. Pero lo que yo quiero decirles hoy es que Harry Fatt tiene razón. No hace
más que cinco semanas que trabajo en esta ciudad, pero ya conozco las condiciones igual
que los más viejos. Ya saben cómo son estas cosas. No hace falta usarlo mucho para saber
dónde aprieta un zapato, camine uno donde camine. Pero Fatt tiene razón. Nuestros
dirigentes tienen razón. Este no es el momento y un fruto no cae del árbol hasta que no es la
época propicia.
UNA VOZ MUY NÍTIDA—(Desde el público). ¡Que se siente!
FATT—(Salta de la silla). A ver, muchachos. ¡Ocúpense de ese!
LA VOZ — (Entre el público, mientras se oye el ruido de una lucha). Nadie me va a echar a
mí. (Prosigue la lucha y por fin él propietario de la voz llega corriendo al escenario y se dirige
al orador).
LA VOZ — ¿De dónde diablos sacaste ese nombre? ¿Clayton? Esta rata se llama Clancy, de
los viejos Clancy de por aquí nomás. ¡Fruto!... ¡Casi me orino de risa oyendo eso!
FATT— (El pistolero a su lado). Esto no es una taberna. ¿Qué te crees que estás haciendo
aquí?
LA VOZ — Estoy denunciando a un canalla.
FATT — ¡ Ah, no! Eso no te lo voy a permitir. A ver, muchachos, échenlo de aquí...LA VOZ—(Preparándose para resistir). ¿Por qué no tratas tú mismo? ¿Pero, crees que voy a
permitir que este infeliz siga mintiendo? ¿Saben quién es éste? Un espía de la empresa...
FATT — ¿Y quién eres tú para?...
LA VOZ — Yo pagué mi cotización en este sindicato durante cuatro años. Ese soy yo. Yo
tengo derecho. Y este provocador de porquería no tiene por qué venir aquí. ¡Yo sé quién es,
y se lo voy a decir...!
FATT — Vas a probar lo que digas o te voy a hacer echar de todos los sindicatos del país.
LA VOZ — Yo tengo derecho a hablar. Yo tengo derecho. ¡Mírenlo! ¿Por qué no abre la boca?
CLAYTON — Usted señor es un mentiroso, y no lo he visto jamás en mi vida.
LA VOZ — Muchachos, este canalla estuvo dos años en las minas y destruyó todas las
organizaciones donde pudo entrar. Hay cincuenta presos gracias a él. Y después recorrió
todo el país: marítimos, textiles, metalúrgicos, ha andado por todas partes. Y en este
momento...
CLAYTON — Eso es mentira.
LA VOZ — Y en este momento trabaja para la organización de Bergman, de la calle
Columbus, que facilita rompe huelgas y espías a todas las empresas del país, antes, durante
y después de los conflictos. (El hombre que será el héroe del próximo episodio se pone a su
lado, así como los otros miembros del comité de huelga).
CLAYTON — Este está tratando de romper la asamblea...
LA VOZ—Pierde cuidado, no te vamos a registrar la ropa buscando credenciales.
CLAYTON — No tengo nada que ocultar. El mismo secretario sabe perfectamente quién soy.
LA VOZ—¡Claro que sabe! ¿Muchachos, saben quién es esté hijo de perra?
CLAYTON — Yo nunca lo he visto a usted...
LA VOZ—¡Pero, muchachos! ¡Si yo he dormido con él en la misma cama 16 años! ¡Si esta
porquería es mi hermano!
FATT—(Después de una pausa). ¿Es cierto eso? (Clayton no contesta).
LA VOZ—(A Clayton). ¡Y a volar de aquí antes de que te rompa el alma! (Clayton huye por
entre las butacas. La voz, mirándolo dice). Fíjense bien en la cara y no se la olviden nunca,
¡Clancy! (Volviendo a su lugar sigue). Lástima que no previeras esto, ¿eh, Fatt? (Después de
una pausa). El árbol de la familia Clancy también da frutos podridos. (Parado solo a un
costado del escenario está ya el héroe del próximo episodio. La escena se oscurece).


VI. EL EPISODIO DEL MEDICO INTERNO
El doctor Barnes, un hombre de edad, de aspecto distinguido,, habla por teléfono. Viste
casaca blanca.
BABNES— No. yo ya le di mi opinión dos veces. Ustedes me ganaron en la votación. Usted
le hizo esto al doctor Benjamín, y va a tener que decírselo usted mismo. (Cuelga el tubo
enojado. Cuando está por servirse un trago de una botella que tiene sobre la mesa, se oye
un golpe en la puerta).
BARNES — ¿Quién es?
BENJAMÍN— (Desde afuera). ¿Puedo verlo un minuto, por favor?
BARNES—(Esconde la botella). ¡Adelante, doctor Benjamín! ¡Adelante!
BENJAMÍN — Es importante. Perdóneme que lo moleste. Pero han puesto a Leeds en mi
lugar. Está operando a la señora Lewis —la histerectomía—; y ese caso es mío. Yo lo- lavé, lo
preparé... y recién a último momento me dijeron. No me importa que me sustituyan, doctor.
Pero es que Leeds es un incompetente. No debieran permitirle...
BARNES— (Seco). Leeds es el sobrino del senador Leeds.
BENJAMÍN — Sí, pero es un incompetente.
BARNES—(Cambiando de tema, toma una probeta). Hoy en día hacen cosas maravillosas en
cirugía del cerebro. Aquí tiene un magnífico ejemplar...
BENJAMÍN — Perdone creí que le interesaría.
BARNES—(Sin quitar la vista de la probeta). La verdad es que me interesa, joven, Pero no
olvide que esa enferma es gratis.
BENJAMÍN — Por supuesto. De otro modo no lo habrían permitido.
BARNES — ¿Peligra su vida?
BENJAMÍN — Es claro que peligra. Ya sabe usted que serio es ese caso.
BARNES — Bueno, mire para otro lado, doctor. Pero andar retorciéndose como un grillo en
un asador, no le va a servir de mucho. No se olvide que los médicos no dirigen este hospital.
El es el sobrino del senador. Y él opera.
BENJAMÍN — ¡Qué lástima!
BARNES — Yo no lo culpo a usted, tampoco. (Violentamente deja la probeta sobre la mesa).
¡Pero, maldita sea! ¿Cree usted que yo tengo la culpa?
BENJAMÍN— (Se está por ir). Ya sé... lo siento mucho.
BARNES — ¡A ver, un momentito! ¡Siéntese!
BENJAMÍN — Disculpe, no puedo sentarme.
BARNES — Bueno, entonces quédese de pie.
BENJAMÍN— (Se sienta). Compréndame, doctor Barnes. No me molesta que me sustituyan a
último momento. Pero es un caso flagrante de discriminación de clases. Simplemente porque
se trata de una mujer pobre..,
BARNES — Cuide sus palabras. Eso de la diferencia de clases no corre aquí. Son muy
enérgicos ustedes los jóvenes brillantes, pero también muy idiotas. ¡Discreción! ¿Oyó alguna
vez esa palabra?
BENJAMÍN — ¿Soy demasiado extremista?
BARNES — Precisamente. Y alguna vez —como en Alemania— eso le puede costar la
cabeza.
BENJAMÍN — Por no mencionar mi empleo.
BARNES — ¿Así que le dijeron?
BENJAMÍN — ¿Si me dijeron qué?
BARNES — Que cierran la sala 3 el mes que viene. No necesito informarle que este hospital
no se mantiene solo. Hasta el año pasado había una sociedad benéfica que hacía frente a los
déficits... usted puede adivinar el resto. En una reunión de la comisión, el martes pasado,
nuestros elegantes amigos descubrieron que no podían cubrir el déficit del último trimestre,
que andaba ya por los 100.000 dólares. Y si este hospital tiene que seguir funcionando, lo
mejor que se puede hacer.,.
BENJAMÍN — Es cerrar otra sala de atención gratuita.
BARNES — Eso dicen (Hay una pausa).
BENJAMÍN — Pero eso no es todo,
BARNES— (Avergonzado). Y también hay que reducir personal...
BENJAMÍN— ¡Qué lástima! ¿Y eso me afecta?
BARNES — Me temo que sí.
BENJAMÍN — Pero, después de todo yo soy el hombre clave aquí. No digo que sea mejor
que los otros, pero trabajo más.
BARNES — Y promete más...
BENJAMÍN — Yo siempre creí que empezarían a cortar por abajo.
BARNES — Así ocurre habitualmente.
BENJAMÍN — ¿Y en este caso?
BARNES — Complicaciones.
BENJAMÍN— ¿Por ejemplo? (Barnes vacila).
BARNES — Me gusta usted, Benjamín. ¡Es una vergüenza!
BENJAMÍN — Yo no soy una planta sensitiva. ¿Qué pasa?
BARNES — Bueno, se trata de una enfermedad vieja, ambulatoria, cancerógena. Y tenemos
que encontrar una antitoxina para ella.
BENJAMÍN — Ya me doy cuenta...
BARNES — ¿De qué se da cuenta?
BENJAMÍN — Ya padecí esa enfermedad... en Harvard.
BARNES — Usted tiene antigüedad aquí, Benjamín.
BENJAMÍN —Sí, pero soy judío. (Barnes asiente con la cabeza. Benjamín se queda callado
un momento, y después se suena ruidosamente la nariz).
BARNES— (También se suena la nariz), ¡Microbios!
BENJAMÍN — ¿Qué, hubo presión de arriba?
BARNES—¡No crea que Kennedy y yo no lo defendimos!
BENJAMÍN — Y la discriminación se hace igual, a pesar de todos esos ricachones judíos que
se sientan en el concejo.
BARNES — Yo ya lo había observado antes. Parece no haber mucha diferencia entre los
judíos ricos y los cristianos ricos. Están cortados por la misma tijera.
BENJAMÍN — Yo no lo siento por mí. Aunque mis padres se sacrificaron enormemente para
que yo pudiera llegar hasta aquí. Tenían un bazar, muy chico, en el Bronx, hasta que se
fundieron con la última crisis. Mi padre anda por la calle vendiendo corbatas— Saúl Ezra
Benjamín, un hombre que se pasó la vida leyendo a Spinoza.
BARNES — Los médicos no dirigen la medicina en este país. Los hombres que entienden, los
expertos, no dirigen nada aquí. Si se exceptúa a los conductores de tranvías. Yo he vista
cambiar mucho a la medicina, he visto llegar la anestesia, la antisepsia, pero no a causa de
los ricos, al contrario; ¡a pesar de ellos! Y en un país de ricos la verdadera personalidad de
uno yace enterrada. ¿Microbios? Menos todavía... ¡Lombrices! Vea este tobillo, esta mano
sensible y delicada. Hay 400 años detrás. Y un origen revolucionario. El espíritu del 76.
Hicieron la constitución para los ricos, entonces y ahora. ¡Todas son tonterías! (Suena el
teléfono).
BARNES— (Furioso). ¡Aquí Barnes! (Escucha un momento, se vuelve y lo mira a Benjamín).
¡Sí, ya veo! (Cuelga y dirigiéndose al joven, dice). Mataron a su enferma, doctor Benjamín.
(Este se queda de una pieza al recibir la noticia. Finalmente se saca los guantes de cirugía y
los tira al suelo).
BARNES — ¡Muy bien!... ¡Muy bien! ¡Joven apasionado, vaya y hágalo! Yo ya estoy muy
viejo, soy un fósil; pero usted tiene toda la vida por delante, doctor Benjamín. Y cuando
dispare el primer balazo, diga: ¡Este va por el viejo Barnes! Aunque es demasiado digno,
balas. No se fusila a las lombrices. ¡ Pisotéelas! Si yo no tuviera una hija paralítica... (Barnes
vuelve a su asiento y se suena la nariz en silencio). Bueno, ya hice mi discurso, Benjamín.
BENJAMÍN — Hay muchas cosas de las que no estaba seguro. Hay muchas cosas que estos
extremistas dicen... y uno no cree en las teorías hasta que no le ocurre.
BARNES — Usted perdió mucho hoy. Pero también ganó.
BENJAMÍN —Sí. Sé que tengo razón. Recién empiezo verdaderamente a creer en algo. No a
decir ¡Qué mundo este! sino a desear cambiar al mundo. Yo quería ir a Rusia. La semana
pasada estaba pensando en eso. La oportunidad maravillosa de trabajar en una medicina
socializada.
BARNES — ¡Hermoso! ¡Maravilloso!
BENJAMÍN — Poder trabajar...
BARNES — ¿Y por qué no va? Yo también podría...
BENJAMÍN — No hay nada que quiera con más ganas.
BARNES — Hágalo.
BENJAMÍN — No, nuestra tarea está aquí, en Norteamérica. Yo estoy asustado... ¿Qué futuro
me espera? No sé. Tendré que buscar algún empleo para seguir viviendo. Sé manejar;
probablemente me emplearé en un taxi, Y estudiaré... y trabajaré... y aprenderé..
BARNES — ¡Y pisotéelos!
BENJAMÍN — ¡Sí! ¡Voy a luchar! Quizá me maten. ¡Pero, maldita sea! Saldremos adelante.
(Benjamín queda parado- con los puños en alto. La escena se oscurece).


VII
KELLER — Damas y caballeros, y que no me digan que no hay alguna dama en este mar de
rostros... sólo que son damas con pantalones. Bueno, quizá yo no entienda nada. A lo mejor
porque me caí de la cuna cuando era chico, y desde entonces no ando bien, vaya uno a
saber...
UNA VOZ — ¡Que se siente ese borracho!
KELLER — Oye, nene, ¿quién te paga por gritar eso? ¿El oro de Moscú? La verdad es que
tengo un ojo de vidrio. Pero eso me vino de trabajar en una fábrica desde los 7 años. Se me
saltó porque tenía que trabajar sin máscara. Allí no daban. Pero yo lo llevo como si fuera una
medalla, porque ese ojo le dice a todo el mundo a qué clase pertenezco: a la clase
trabajadora. En ese sindicato también teníamos delegados, toda clase de secretarios,
tesoreros, presidentes... hasta teníamos secretarios viajeros, pero esos no tenían callos en
los pies. ¡Ah, no! Esos andaban con su gordo traste sentado en almohadones. (El secretario
y el pistolero demuestran con gestos su resentimiento). Siéntense, muchachos. Yo digo eso
del otro sindicato. Ya sé que aquí no es así. ¡Aquí no! Si aquí nuestros dirigentes son todos
unos campeones. ¡Vean a nuestro secretario, sin ir más lejos! Es capaz de no dar un paso
por no pisar a una cucaracha. No vayan a creer muchachos,..
FATT — (Lo interrumpe). Está fuera de la cuestión.
KELLER—(Al público). ¿Estoy fuera de la cuestión?
PÚBLICO — ¡No, no! ¡Que hable!
KELLER — Sí, como les decía, estos dirigentes son toda una maravilla. Pero yo estoy afiliado
al sindicato. Y nunca estuve en Filadelfia. Hoy no pude ponerme el distintivo del sindicato.
Me pasó la cosa más absurda. Cuando saco el abrigo de la percha veo que sale humo. ¿Y,
saben lo que pasaba? ¡Se estaba incendiando el distintivo! Como les digo, el pedazo de
celuloide ardía y hedía como un zorrillo. Vino la dueña de la pensión y me armó un tremendo
escándalo, ¿Y saben por qué? Porque el distintivo se había puesto colorado, y llegó a
ponerse tan rojo que al final se incendió. ¡De vergüenza! ¿Qué les parece?
FATT — ¡Siéntate, Keller, a nadie le interesa eso!
KELLER — ¡Sí que les interesa!
EL PISTOLERO — ¡Siéntate, como dice él!
KELLER — (Sigue hablando). Y cuando termine... (Su discurso es interrumpido por Fatt y el
pistolero que a empujones lo sacan del escenario. El se desprende de ellos y corre al otro
lado. Los otros dos se disponen a perseguirlo cuando los miembros del comité se interponen
entre ellos. A Keller le han desgarrado la camisa. Este se dirige al público) ¿Cuál es la
irespuesta, muchachos? La respuesta es que si somos rojos porque queremos hacer una
huelga, entonces también vamos a adoptar su Saludo. ¿Saben cómo es? (Levanta el puño).
¿Y saben lo que es esto? Un "un izquierdoso", Es un gancho a la mandíbula. Si algunos de los
muchachos no tienen ni una camisa que ponerse. ¿Qué quieren los patrones, convertirnos en
una colonia nudista? (El público se ríe. Keller se adelanta y se coloca al medio del escenario,
de manera que los otros chóferes se agrupen a su alrededor) No se rían, muchachos, esto no
es un chiste. Se trata de su vida y de la mía. Esto es carne y sangre a todo lo largo. ¡Por
Cristo! ¿No ven que nos están matando de a poco? Para que las hijas de papi hagan sus
bailes en los clubes. El papito tiene una hija y quiere que su foto salga en los diarios. ¡Dios
mío! ¡Y eso se hace con nuestra sangre! Joe lo dijo, se trata de una muerte lenta o de morir
peleando. ¡Es una guerra! (Durante todo este discursó Keller es rodeado por los otros seis
obreros, de manera que de su actividad se desprende que todos ellos están diciendo estas
palabras. Incluso alguno de ellos pueden tomar algunas líneas de este largo parlamento). Tú,
Edna; Sid y Florrie; los otros muchachos; el viejo doctor Barnes. ¡Luchen con nosotros! ¡Es la
guerra! ¡Que la clase obrera se una y pelée! ¡Tenemos que demoler el matadero de nuestra
vida! ¡Tenemos que volver a encontrar la libertad! Estos canallas gordos nos tratan de
agitadores. Eso no es nuevo. Ahora los agitadores son rojos. Pero el hombre que me dio de
comer en 1932 me llamaba camarada, y el que me recogió en la calle cuando me estaba
muriendo también me llamaba camarada. ¿Y ahora, qué esperamos?... ¡No esperemos al
Zurdo! A lo mejor no llega nunca. Y cada minuto... (Aquí lo interrumpe un hombre que ha
entrado corriendo por el pasillo central entre las butacas, viniendo desde la entrada. Sube
corriendo a la escena gritando).
UN HOMBRE— ¡Muchachos! ¡Lo han encontrado al Zurdo!
LOS OTROS — ¿Qué? ¿Qué? ¿Dónde?
OTROS — ¡ Sshhh! ¡ No se oye!
UN HOMBRE— ¡Lo han encontrado al Zurdo!
KELLER — ¿Adónde?
UN HOMBRE — Detrás del garaje, con una bala en la cabeza.
KELLER—(Gritando). ¿Lo oyen, muchachos? ¿Han oído? ¡Escúchenme de costa a costa! ¡De
norte a sur! ¡Hola Norteamérica! ¡Hola América latina! ¡Somos la bandada de la clase obrera!
Obreros del mundo..., hermanos de sangre. ¡Y cuando caigamos, sabrán que fue por buscar
un nuevo mundo! ¡Que nos hagan pedazos! ¡Vamos a morir por la verdad! Y que planten
árboles frutales sobre nuestras cenizas. (Al público). Y bien: ¿qué contestamos?
TODOS — ¡La huelga!
KELLER — ¡Más fuerte!
TODOS — !La huelga!
KELLER Y LOS OTROS DEL ESCENARIO — ¡Otra vez!
TODOS — ¡Viva la huelga!

La escena se oscurece