ESPERANDO
AL ZURDO
CLIFFORD
ODETS
Drama
dividido en siete escenas
PERSONAJES:
FATT
JOE
EDNA
MILLER
FAYETTE
IRVING
FLORENCE
SID
CLAYTON
KELLER
PISTOLERO
REILLY
DOCTOR
BARNES
DOCTOR
BENJAMÍN
UN
HOMBRE
UNA
VOZ
Se
alza el telón sobre una escena desnuda. Seis o siete hombres están
sentados formando
un
semicírculo. Al costado izquierdo un joven mastica un
escarbadientes: es un pistolero. Un
hombre
gordo, de aspecto porcino está hablando al público: es el dirigente
de un sindicato. Y
los
hombres que están sentados a su espalda son un comité de huelga.
Están sentados en
distintas
actitudes, todas presentan algún interés, todas son reveladoras de
una gran
diversidad
de tipos, tal como se verá en seguida. El gordo está acalorado y
traspira, está
terminando
su larga exposición. A decir verdad no está demasiado acalorado, ha
comido
bien
y tiene confianza en sus fuerzas. Se llama Harry FATT.
I
FATT
— Ustedes están tan equivocados que ya no me quedan ganas de reír.
Cualquiera que
tenga
ojos para ver, lo sabe. Miren la huelga de los textiles. ¿Qué pasó?
Salieron como
leones...
y volvieron como corderos. Y vean el incidente de San Francisco;
hambre y cabezas
rotas.
Los muchachos del acero también querían salir, pero ya cambiaron de
idea. Es la
tendencia
de la época, eso es lo que hay. Todos nosotros los trabajadores
ahora tenemos un
hombre
que nos respalda. Es el hombre más importante del país, y se ocupa
de nosotros: me
refiero
al hombre de la Casa Blanca. Por eso es que ahora no es el momento de
ir a la
huelga.
Ese hombre trabaja día y noche...
UNA
VOZ— (Del público). ¿Para quién? (El pistolero se agita
visiblemente).
FATT—
¡Para ti! Y allí están los hechos que lo prueban. Si estuviéramos
en la época de
Hoover,
acaso diría yo: ¿No salgamos, muchachos? Por cierto que no. Pero
ahora las cosas
son
distintas. Ustedes leen los diarios tan bien como yo. Y lo saben. Por
eso estoy contra la
huelga,
porque tenemos que apoyar al hombre que nos apoya. Todo este país...
OTRA
VOZ— ¡Se está yendo al diablo! (El pistolero asume un aire
grave).
FATT
— ¡A ver! ¡Que se pare y muestre la cara ese rojo de porquería!
¡A ver si es hombre!
¿Por
qué no se para para que lo veamos? (Espera en vano). ¡Cobarde!
Todos los rojos son
unos
cobardes. Y yo ya le eché el ojo a cuatro o cinco en este sindicato.
¿Qué diablos van a
hacer
ellos por ustedes? Los van a sacar a la calle y se van a escapar en
cuanto empiecen
los
líos. Denle a estos pájaros nada más que la sombra de una
oportunidad y ya van a llevar
a
todas sus hermanas y esposas a los prostíbulos, como hacen en Rusia.
¡Quieren arrancar a
Cristo
de su cruz de dolor! ¡Van a destruir vuestros hogares y arrojar los
chicos al río! ¿Y
ustedes
creen que eso es mentira? Lean los diarios. Bueno, escuchen. No
podemos estar
aquí
toda la noche. Yo ya les di los elementos del asunto. Y ustedes,
muchachos, tienen que
irse
a casita donde les está esperando la cena caliente. Y yo...
OTRA
VOZ— ¡Eso lo dice tú!
PISTOLERO
— ¡A ver ese, que se siente!
OTRA
VOZ — ¿Y dónde está el Zurdo? (Esta pregunta es repetida al
unisono por los otros.
Fatt
golpea con la mano).
FATT
— Eso es justamente lo que yo quiero saber. ¿Dónde está el amigo
ese? Ustedes lo
eligieron
presidente, y ¿dónde diablos se metió?
Voces
— ¡Queremos al Zurdo! ¡Zurdo! ¡Zurdo!
FATT—
(Golpeando). ¿Qué se creen que es esto, un circo? Aquí tienen el
comité. A este hato
de
inservibles que ustedes mismos eligieron. (Señala al hombre sentado
al extremo
derecho).
EL
HOMBRE — Benjamín.
FATT
— ¡Ah, sí! Benjamín, el "Doctor" Benjamín. (Señalando
a los otros hombres sentados).
Benjamín,
Miller, Stein, Mitchell, Phillips, Keller. Y no es culpa mía si el
Zurdo se mandó a
mudar.
Si ustedes, muchachos...
UNA
VOZ FUERTE — ¿Y qué dice el comité?
LOS
OTROS — ¡El comité! ¡Que hable el comité! (FATT trata de calmar
los ánimos pero
sorpresivamente
uno de los hombres se pone de pie y pasa al frente. El pistolero
avanza
hacia
él, pero FATT le detiene).
FATT
— A este déjalo hablar. Vamos a ver qué es lo que estos rojos
tienen que decir. (Se
oyen
varios gritos desde el público. FATT insolentemente vuelve a su
asiento en la mitad del
semicírculo.
Se sienta sobre una plataforma ligeramente elevada y enciende un
habano. El
pistolero
vuelve a su lugar. JOE, el orador alza la mano pidiendo silencio.
Todos se callan.
Está
ofendido).
JOE
— Ustedes, muchachos, me conocen. Yo no soy un rojo. Todavía llevo
adentro el casco
de
granada que recibí en la guerra. ¿Y creen ustedes que no me entero
cuando hay
humedad?
No me digan "rojo". ¿Saben ustedes qué somos nosotros?
Los muchachos negros
y
azules. Nos han estado pateando tanto tiempo que ya estamos
amoratados desde los pies
hasta
la cabeza. Pero ya me doy cuenta que todo el que no piensa como el
secretario es un
rojo
para los dirigentes del sindicato. ¿Y qué estupideces son estas de
"ir a casita a comer la
cena
caliente"? Yo les pregunto en la cara a cuántos los esperan
cenas calientes. El primero
que
esté seguro de su próxima comida, que levante la mano. Cierto
caballero que está
sentado
detrás mío puede alzar las dos. ¡Pero aquí enfrente, nadie! Y por
eso es que
queremos
ir a la huelga, para ganar un salario que nos permita comer.
UNA
VOZ — ¿Y dónde está el Zurdo?
JOE
— Honestamente, no lo sé, pero estoy seguro de que no se escapó.
Ese mozo tiene más
agallas
que un bacalao. Quizá sufrió un accidente, ya llegará... Pero no
se dejen asustar por
este
cuento de los rojos. A menos que luchar por un salario los asuste...
Tenemos que
decidirnos.
Mi mujer me hizo decidir la semana pasada, si quieren que les diga la
verdad. Es
tan
evidente como la nariz en la cara que necesitamos ir a la huelga.
Volvemos a casa todas
las
noches después de ocho o diez horas en el taxi, y la patrona nos
dice: "¡Por Dios, si
ochenta
centavos no es plata! ¡Si ni lentejas menudeadas se compran con esa
plata! Estás
trabajando
para la compañía", me dice. "Joe, no estás trabajando ni
para mí ni para tu
familia",
me dice. "Mira, Joe; si no empiezas...”
II
JOE Y EDNA
Las
luces se van apagando y un proyector fuerte ilumina el espacio que
queda al costado de
los
hombres sentados. A los hombres se los ve muy vagamente en la
penumbra, pero más
prominente
aparece FATT fumando su grueso cigarro y o menudo echa bocanadas de
humo
dentro
del haz de luz. Una mujer gastada, pero todavía atractiva, de unos
treinta años entra
en
escena, secándose las manos en el delantal. Está parada con aire
desgraciado cuando
JOE
aparece por el otro lado. Vuelve del trabajo. Por un instante ambos
se miran en silencio.
JOE
— ¿Y dónde están los muebles, querida?
EDNA
— Se los llevaron. No pagamos la cuota.
JOE
— ¿Cuándo?
EDNA
— A las 3.
JOE
— Pero no pueden hacer eso...
EDNA—
¿No pueden? Pero lo hicieron.
JOE—
¡Qué desalmados! Ya habíamos pagado tres cuartas partes.
EDNA
— El hombre dijo que volvieras a leer el contrato.
JOE
— Debemos haber filmado algún contrato falso.
EDNA
— No, es un contrato en regla. Y tú lo firmaste.
JOE
— No seas así, EDNA. (Trata de abrazarla).
EDNA
— No, deja eso para el cine, Joe; a Charles Chaplin le pagan kilos
de plata por hacerlo,
no
ha ti.
JOE
— ¿Pero, qué clase de hogar es éste? A uno no le dan ganas de
volver a casa. ¡Te lo
juro...!
EDNA
— ¡Te lo juro yo! ¿Quién tiene la culpa?
JOE
— ¿Qué? ¿Vamos a empezar de nuevo?
EDNA
— ¿Y de qué quieres hablar, de libros?
JOE
— Te voy a dar una cachetada.
EDNA
— No, no lo harás.
JOE—
(Manso). Oye, Edna, a veces me sacas de las casillas.
EDNA
— No tienes más que mirarme, estoy muerta de risa.
JOE
— No me insultes. ¿Qué puedo hacer yo si la época es mala? ¿Qué
diablos quieres que
haga?
¿Qué me tire al río?
EDNA
— No grites. Recién acosté a los niños, para que no se den
cuenta de que hoy no hay
cena.
Y si no le arreglo los zapatos a Emily, mañana no podrá ir al
colegio. Pero, mientras
tanto,
déjala dormir.
JOE
— Pero, querida, hoy trabajé toda la tarde... Anduve cinco horas
sin un pasajero. Es lacrisis.
EDNA
— Eso se lo cuentas al de la tienda.
JOE
— El taxi marcaba 2 dólares con 20. Una mujer que andaba con un
perro y estaba algo
borracha
me dio 25 centavos de propina, por error. Si me quieres escuchar, te
diré que esta-
mos
llenos de oro.
EDNA—
¿Sí? ¿Cuánto?
JOE
— Yo tomé un completo en una lechería. (Le da las monedas). Un
dólar con cuatro.
EDNA
—Sí, pero mañana se cumple el segundo mes de alquiler.
JOE
— No me mires así, Edna.
EDNA
— No te estoy mirando a ti, estoy mirando a través tuyo... ¡Pensar
que todo iba a ser
tan
lindo! Un chalecito junto al arroyo, y rosas en la primavera... ¡Y
eres un fracasado de
marca
mayor! Y si te crees que lo voy a soportar mucho más, estás loco de
remate.
JOE
— Yo buscaría otro trabajo si pudiera, pero es que no hay
trabajo... ¿No lo sabes?
EDNA
— Lo único que sé es que hemos tocado fondo.
JOE
— ¿Y qué puedo hacer?
EDNA
— ¿Quién es el hombre de la casa, yo o tú?
JOE
— Esa no es una respuesta. ¿Por qué no me ayudas? Por Cristo, ¿no
me vas a ayudar?
En
todo el día no he tomado más que un café con leche. Yo también
tengo hambre. Me
rompería
los dedos trabajando si...
EDNA
— Voy a abrir una lata de sardinas.
JOE
— Ahora no. Dime qué quieres que haga.
EDNA
— Yo no soy Dios.
JOE
— ¡Ah!, quisiera volver a tener 10 años y no tener que pensar en
el próximo minuto.
EDNA
— Sí, pero no tienes 10 años y debes pensar en el próximo
minuto. Y tienes a dos
pequeños
durmiendo en la pieza de al lado. Y necesitan comida, Y ropa. Y
zapatos. Por no
mencionar
lo demás. Durante cinco años me he pasado las noches despierta
oyendo latir mi
corazón.
¡Por amor de Dios, Joe, haz algol. ¡No te quedes ahí! ¿Por qué
no se juntan todos;
por
qué no hacen una huelga pidiendo aumento? Recuerdo que papá hizo
una durante la
guerra
y le aumentaron. ¿No ves que me estoy volviendo una vieja bruja?
JOE—
(Se defiende). Las huelgas no sirven.
EDNA
— ¿Quién te lo dijo?
JOE
— Y además eso significa que mientras dure no ves un centavo. Y
después, cuando se
acaba,
la compañía no te quiere tomar.
EDNA
— Bueno, supongamos que no te tomen. ¿Qué pierdes?
JOE
— Bueno, ahora estamos sacando 6 ó 7 dólares por semana.
EDNA
— Sí, el alquiler
JOE
— Ya es algo, Edna.
EDNA
— No, no es algo. Los van a seguir empujando, Y les van a llegar a
pagar 3 ó 4 dólares
por
semana, antes de que ustedes se den cuenta. Y cuando ganes 3 dólares
por semana,
también
me vas a decir: ¡pero peor es nada!
JOE
— Es que hay demasiados autos en la calle, Eso es lo que pasa.
EDNA
— ¡Pero, grandísimo imbécil! Deja que la compañía se preocupe
por ellos. ¿No ves
que
si los taxis no dieran plata, los meterían en el garaje ¿O crees
que la empresa funciona
nada
más que para pagarle el alquiler a Joe Mitchell?
JOE
— Lo que pasa es que no entiendes de negocios, Edna.
EDNA
— No, pero sí entiendo esto: que tu patrón los está explotando a
todos ustedes. Que
les
está sacando el jugo minuto a minuto. Y no sólo a ustedes, sino
también a las esposas y a
los
pobres niños que van a crecer raquíticos y desnutridos. ¿No ves
que los niños se nos
resfrían
continuamente? Parecen fantasmas. Betty no ha visto un pomelo en su
vida. El otro
día
la llevé a la frutería, y señalando un cajón de pomelos me
preguntó: "¿Y eso, qué es?"
¡Por
Dios, Joe! ¿No comprendes que el mundo debe ser para todos?
JOE
— Los vas a despertar...
EDNA
— No me importa, si también te despierto a ti.
JOE
— No me insultes. Un solo hombre no puede hacer una huelga.
EDNA
— ¿Y quién dijo un hombre? Si son centenares esa porquería de
sindicato que tienen.
JOE
— El sindicato no es una porquería.
EDNA
— ¿No? ¿Y entonces, qué hace? Cobra la mensualidad y te palmean
la espalda.
JOE
— Están haciendo planes...,
EDNA
— ¿Ah, sí? ¿Qué planes?
JOE
— No sé, a nosotros no nos dicen.
EDNA
— ¡Pobrecito! ¿Así que esos hombres malos no le quieren contar
al pobrecito Joe los
plancitos
que tienen para el sindicatico...? ¿Pero, qué te crees que es esto?
¿Una compañía
de
boy-scouts?
JOE
— Sabes muy bien que son pistoleros. Los que lo dirigen te meten
cuatro tiros por una
moneda
de cinco.
EDNA
— ¿Y por qué aguantan eso?
JOE
— ¿Qué? ¿No me quieres ver vivo?
EDNA—(Después
de una larga pausa). No..., me parees que no, Joe. Si no eres capaz
de
levantar
un dedo para resolver nuestra situación, entonces no me importa.
JOE
— Pero... querida, es que tú no comprendes...
EDNA
— Ni tú ni todos esos cobardes que no quieren pelear. ¡Que los
muelan y los hagan
ipicadillo!
JOE
— Pero es que una cosa es...
EDNA
— ¡Saca la mano! Pero a mí no me van a hacer picadillo. Yo tengo
otros planes.
(Empieza
a quitarse el delantal).
Job
— ¿Dónde vas?
EDNA
— No te interesa.
JOE
— Te traes algo bajo el poncho.
EDNA
—Traería algo si por lo menos tuviera un poncho. (Pliega
cuidadosamente el delantal
y lo
deja en el respaldo de una silla). .
JOE
— Dímelo.
EDNA
— ¿Que te diga qué?
Job
— ¿Adónde vas?
EDNA
— ¿Te acuerdas de ese novio que tuve?
JOE
— ¿De quién!
EDNA
— Bud Haas. Todavía lleva mi foto en el reloj. Y gana bien.
JOE
— ¿Qué cosas estás diciendo!
EDNA
— He oído cosas peores que las que yo estoy diciendo.
JOE
—¿Has visto a Bud desde que nos casamos!
EDNA
— Quizá.
JOE
— Si yo pensara... (Se interrumpe y queda mirándola).
EDNA
— ¿Qué ves! Mira m’hijito, si te crees que no lo voy a hacer,
es porque no ves muy
lejos.
JOE
— Quieres asustarme...
EDNA
— Ya no estamos como hace cinco años, Joe.
JOE
— ¿Quieres decir que me dejas! ¿A mí y a los niños!
EDNA
— A ti te dejaría sin vacilar.
JOE
— No...
EDNA
•— Sí. (Joe se da vuelta y se sienta en una silla, dándole la
espalda. fuera del círculo
iluminado
oímos a los otros miembros del comité de huelga: "lo hará...
lo hará... yo he
conocido
un caso", etc. este grupo deberá ser usado a todo lo largo para
los distintos
comentarios;
políticos, sentimentales, ocasionales, y en general se le dará si
sentido de un
coro.
se oyen murmullos... el gordo echa ahora una gran bocanada de humo al
haz de luz).
JOE—(Destrozado).
Bueno, ahora no me queda ni una pierna en la que pararme.
EDNA
— ¿Ah, no?
JOE
— (Súbitamente furioso). No, rata de porquería, no. Y ahora mismo
te vas de aquí. Vas a
sacar
el irrigador del baño y te vas al primer hotel que encuentres por la
calle. Y pensar que
ese
canalla ha estado viniendo aquí todas las mañanas y acostándose
contigo mientras yo
me
rompía el alma en la calle...
EDNA
— Te estás retorciendo como un gusano.
JOE
— Tú te vas a estar retorciendo en seguida.
EDNA
— ¡A mí no me asustas ni esto! (Indica con el dedo media
pulgada).
JOE
— ¿Para eso me maté trabajando?
EDNA
— Eso se lo preguntas a tu patrón.
JOE
— A él no le importa un rábano de ti ni de mí.
EDNA
— Justamente lo que yo decía.
JOE
— No cambies de tema.
EDNA—
¡Pero si ese es el tema! Tu patrón es el tema. Yo no lo he visto en
mi vida, pero es
él
quien me está metiendo ideas en la cabeza. Y es él quien le está
inoculando a tus hijos
esa
enfermedad tan rara que se llama “tifus exantemático” Es él
quien te está haciendo
papilla
y quien está poniendo arrugas en mi frente. ¡Ese es el tema!
¡Minuto a minuto él es el
tema!
¡Es él quien me arroja en brazos de Bud Haas! ¿Cuándo diablos te
vas a dar cuenta !
JOE
— No soy tan tonto como piensas. Pero ya estás hablando como una
roja...
EDNA
— No sé qué quiere decir “roja". Pero cuando un hombre te
voltea de un golpe, tú te
levantas
y le besas los puños. ¡Eres un gusano sin agallas!
JOE
— Pero es que un hombre sólo no puede...
EDNA—(Con
alegría). Si yo no dije un hombre sólo. ¡Yo digo cien, mil, un
millón! ¡Pero
empiecen
en tu sindicato! Que se junten todos los chóferes; que barran a esos
pistoleros
como
si fueran un montón de basura. ¡Párense como hombres y luchen por
sus hijos y por
sus
mujeres! ¡Maldito sea! ¡Estoy cansada de la esclavitud y de las
noches sin dormir!
JOE—
(Con ella). Es claro, es claro....
EDNA
— Sí, pónganse punteras en los zapatos y fíjense adónde
patean.
JOE—(Da
un salto y besa apasionadamente a sw mujer en la boca). Oye, Edna, me
voy a la
calle
174 a buscar al zurdo Costello. Justamente el Zurdo decía el otro
día... (Se detiene de
pronto).
Oye... ¿y qué hay de ese tipo Haasf
EDNA
— ¡Fuera de aquí!
JOE
— Ya vuelvo. (Sale corriendo. Durante un minuto EDNA mira
triunfalmente a su
alrededor.
Luego todo se oscurece, y cuando se encienden las luces normales, JOE
Mit- chell
concluye
lo que estaba diciendo), Y ustedes muchachos conocen esto tanto como
yo. ¡Hay
que
ir a la huelga! (Abruptamente corta su discurso y vuelve a su silla.
La escena se
oscurece).
III.
EL EPISODIO DEL AYUDANTE DE LABORATORIO
Se
ve a MILLER, un asistente de laboratorio, mirando curiosamente a su
alrededor; y a
FAYETTE,
un industrial.
FAYETTE—
¿Le gusta?
MILLER—
Mucho. Nunca había visto una oficina como ésta, si no es en las
películas.
FAYETTE
— Sí, yo muchas veces pienso que todos esos decoradores de
interiores deben
sacar
sus ideas de Hollywood.
Nuestro
país es extraordinario en eso sentido: jabones, cosméticos,
heladeras eléctricas; con
que
sólo la señora consumidora sepa que las Garbos y las Grawfords las
usan, y hay más
ventas
que las que una fábrica pueda abastecer.
MILLER—
Me temo que no sea tan fácil, Mister Fayette.
FAYETTE
— No, tiene razón. Estoy exagerando. La competencia es terrible
hoy día. El
mercado
está saturado y se golpea contra un muro de cemento. Es mejor que
los as-
trónomos
se apuren y abran el planeta Marte a la expansión del comercio.
MILLER
— ¿No será peor?
FAYETTE
— ¿Fuma usted?
MILLER
— No, gracias.
FAYETTE
— ¿ Un trago ?
MILLER
— Lo dicho, Mister Fayette.
FAYETTE
— Me gusta la sobriedad en mis trabajadores... en los expertos,
quiero decir. En
cuanto
a esos polacos y esos negros, es mejor que se emborrachen; no los
deja pensar.
¿Para
qué lo hice llamar yo?
MILLER
— Justamente lo que le iba a preguntar, si me lo permite.
FAYETTE—
(Palmeándolo en la rodilla). Me gusta su trabajo.
MILLER
— Gracias.
FAYETTE
— No veo la razón para que un joven de talento como usted no
progrese junco con
nosotros,
que somos una empresa en pleno crecimiento. En nuestra organización
se re-
compensa
la lealtad. ¿Lo vió a Sigfrido esta mañana?
MILLER
— No estuvo en el laboratorio en todo el día.
FAYETTE
— Ayer le dije que le aumentara 20 dólares por mes, a partir de
esta semana.
MILLER
— No sabe lo feliz que hace usted a mi esposa...
FAYETTE
— ¡Oh sí, ya puedo imaginármelo! (Se ríe).
MILLER
— ¿Eso es todo, Mister Fayette?
FAYETTE—Sí,
sólo que desde mañana pasa usted al laboratorio A. Sigfrido ya lo
sabe. Por
eso
lo llamé. Su nuevo trabajo es muy importante. Sigfrido lo recomendó
a usted muy
calurosamente.
Como un hombre de confianza. Trabajará usted directamente bajo las
órdenes
del doctor Brenner. ¿Le gusta eso?
MILLER
— Mucho. ¡Es un químico muy importante!
FAYETTE—
(Lo mira muy seriamente). Eso es lo que criemos, Miller. Tanto que le
pedimos
que
usted se quede en el edificio todo el tiempo mientras trabaje con
él.
MILLER—¿Quiere
decir comer y dormir adentro!
FAYETTE
— Sí...
MILLER
— Puede arreglarse...
FAYETTE
— Magnífico. Usted llegará lejos, Miller.
MILLER
— ¿Y puedo preguntar cuál es mi nuevo trabajo?
FAYETTE—(Antes
mira en derredor). Gases asfixiantes...
MILLER
— ¿Gases?
FAYETTE
— Son órdenes de arriba. No tengo por qué decirle de dónde. Es
un nuevo tipo de
gas
asfixiarte para la guerra moderna.
MILLER
— Ya veo...
FAYETTE
— ¿Usted no sabía que una nueva guerra estaba tan cerca, verdad?
MILLER
— No, se ve que no tenía idea.
FAYETTE
—No necesito insistir sobre la importancia del secreto.
MILLER
— Ya lo comprendo.
FAYETTE
—Todo el mundo es hoy un campamento guerrero. Un fósforo puede
encender el
globo
en 48 horas. Y al Tío Sam no lo van a agarrar dormido.
MILLER—
(A su lápiz). Dicen que 12 millones murieron en la última, y que
otros veinte
fueron
heridos o desaparecieron.
FAYETTE
— Eso no nos preocupa. Si las grandes empresas se pusieran
sentimentales por la
vida
humana, entonces no habría grandes empresas.
MILLER
— Mi hermano y dos primos cayeron en la última.
FAYETTE
— Murieron por una buena, causa.
MILLER
— Mamá dice que no.
FAYETTE—Esta
vez no se tendrá que afligir por usted. Es muy valioso en la
retaguardia.
MILLER
— Está bien.
FAYETTE
— Bueno, Miller. Lo dicho, véalo a Sigfrido, él le dará
instrucciones.
MILLER
— Usted debía haber visto a mi hermano, andaba en la bicicleta
soltándose las dos
manos...
FAYETTE
— Y es mejor que traiga alguna ropa e implementos de afeitar mañana
mismo. Y
no
se olvide de lo que le dije: nosotros somos una empresa en pleno
crecimiento.
MILLER
— Corría las cien yardas en nueve segundos ocho décimas ...
FAYETTE
— ¿ Quién?
iMILLER
—Mi hermano. Está en el cementerio Central. Mamá estuvo en el año
26...
FAYETTE—Sí,
esas cosas quedan. ¿Qué tal escribe usted, Miller? ¿Es legible?
MILLER—
Y, más o menos.
FAYETTE
— Una vez por semana quisiera que me elevara un informe.
MILLER
— ¿Qué clase de informe?
FAYETTE
— ¡ Oh...! Unas cien palabras, una vez por semana. Sobre los
progresos del
trabajo
del doctor Brenner.
MILLER
— ¿No le parece que sería mejor pedírselo a él mismo?
FAYETTE
— No le pregunté eso.
MILLER
— Lo siento.
FAYETTE
— Lo que quisiera saber es qué tal progresa su trabajo. Los
informes serán
confidenciales,
estrictamente entre usted y yo.
MILLER
— Quiere decir que yo tendré que vigilarlo...
FAYETTE
— Exactamente.
MILLER
— Pero es que yo no puedo hacer eso...
FAYETTE
— Hay un aumento de 30 dólares por mes.
Miller
— Usted dijo 20.
FAYETTE
— Ahora digo 30.
MILLER
— Yo no sirvo para esas cosas.
FAYETTE
— Cuarenta.
MILLER
— El espionaje no me atrae, Mister Fayette.
FAYETTE
— Está usted usando palabras feas Mister Miller.
MILLER
— Son actividades feas.
FAYETTE
— Piénselo, Miller. Sus posibilidades aquí son inmensas...
MILLER
— No.
FAYETTE
— Y estaría usted haciendo algo por su patria. Asegurando a los
Estados Unidos
que
cuando esos malditos japoneses nos ataquen, ya tendremos buenas armas
que nos
respalden.
¿No lee los diarios, Miller?
MILLER
— Nada más que las historietas.
FAYETTE
— Si estuviera usted entre bambalinas sabría que estoy diciendo la
pura verdad.
Bueno...
no es necesario que lo decida ahora mismo. Piénselo a la hora del
almuerzo.
MILLER
— No.
FAYETTE
— ¿Ya lo decidió?
MILLER
— Me temo que sí.
FAYETTE
— ¿Comprende las consecuencias de su acto?
MILLER
— Pierdo el aumento...
(Al
mismo Miller— .. .y mi empleo.
tiempo)
Fayette—¡Y su empleo!
MILLER
— Usted no comprende... antes me voy a cavar pozos.
FAYETTE
— Ese es un trabajo para inmigrantes.
MILLER
— ¿Y espiar? ¿Fabricar gases asfixiantes? ¿Eso es para
norteamericanos?
FAYETTE
— Eso lo decide usted.
MILLER
— Ya lo decidí.
FAYETTE
— ¿Sin rencor?
MILLER—¡No,
con rencor! Yo no soy del tipo civilizado, Mister Fayette. No hay
nada suave ni
elegante
en mí. ¡Con mucho rencor! ¡Lo suficiente como para romperle la
cara a usted y a
todos
los de su calaña! (Lo hace. La escena se oscurece).
IV.
EL JOVEN Y SU NOVIA
Una
chica y un muchacho. FLORENCE está esperando a SID para que la lleve
al baile.
FLORENCE
— Algo tengo que sacar de esta vida. No fumo, no bebo, si Sid
quiere llevarme a
un
baile, tengo derecho a ir. Si estuvieras enamorado hablarías de otro
modo.
IRVING
— Lo digo por tu bien.
FLORENCE
— ¡No seas tan bueno!
IRVING
— Mamá está enferma en la cama, y la vas a matar a
preocupaciones. Ella no
quiere
que ese muchacho frecuente la casa, y tampoco que te encuentres con
él en el
parque
de centro.
FLORENCE
— Me voy a encontrar con él cuando quiera.
IRVING
— Si te llego a ver, un servidor se va a ocupar de ti y de él. ¡Y
con una sola mano!
FLORENCE—¿Por
qué están todos en contra de él?
IRVING
— Mamá ya te lo ha dicho diez veces, no se trata de él, se trata
de que no tiene
nada.
Claro, ya sabemos que es un muchacho serio y que se muere por ti.
Pero con eso no
se
come.
FLORENCE
— Los chóferes de taxi solían ganar bien.
IRVING
— Sí, pero hoy en día ganan 5 ó 6 dólares a la semana. ¿Piensas
formar una familia
con
eso? Lo que va a pasar es que dentro de unos meses se van a mudar
aquí y yo voy a
tener
que mantener a dos familias en vez de una. Pero antes van a pasar por
mi cadáver.
FLORENCE—Irving,
nada me importa. ¡Yo lo amo!
IRVING
— No eres más que una chiquilla y no sabes lo que quieres.
FLORENCE
— Estoy detrás del mostrador todo el santo día, Y pienso en
él.,.
IRVING
— Mejor sería que pensaras en tu madre.
FLORENCE
— ¿Acaso no me ocupo de ella? ¿Acaso no hago la cena y no te
plancho las
camisas...
? Bastante trabajo me das! Y no me hagas callar; yo también traigo
unos cuantos
dólares
a la casa. ¿No ves que yo quiero algo de la vida? ¿No ves que yo
quiero un romance,
un
amor, niños...? Yo quiero tener todo lo que la vida pueda darme.
IRVING
— ¡Tu te ocupas de tu madre, y ojo con lo que haces!
FLORENCE
— ¿Y si no lo hago?
IRVING
— Entonces un servidor se va a ocupar de ti.
FLORENCE
— Así no se le habla a una niña...
IRVING
— ¡Y así le y a hablar a tu amigo también, y no con palabras
precisamente!
Florence,
si tuvieras dos ojos verías que es por tu bien que te hablamos así.
Este no es
momento
para casarse. Más adelante, quizá...
FLORENCE
— Sí, “más adelante quizá'' nunca llega para mi. Por qué no
mandamos a mamá
a un
hospital. Allí podrá morir en paz, en vez de quedarse mirando el
reloj todo el santo día.
IRVING
— Sí, pero para eso hace falta plata. Que es lo que no tenemos.
FLORENCE
— ¡Plata! ¡Plata! ¡Plata!
IRVING
— No cambies de tema.
FLORENCE
— Si ese es el tema...
IRVING
— Bueno, vas a dejar de verlo. (Ella se da vuelta). ¡Dios mío!,
me acuerdo de
cuando
eras una pequeña con rulos largos que caían en tu espalda.., Y
ahora tengo que
gritarte
en esta forma.
FLORENCE
— Yo hablaré con él, Irving .
IRVING
-— ¿Cuándo?
FLORENCE
— Le pedí que venga esta noche. Y vamos a hablar.
IRVING
— Sí, pero no seas blanda. Hoy en día hay que ser duro. Hay que
endurecerse como
una
roca o sucumbir.
FLORENCE
— Ya descubrí eso. Sonó el timbre. Saca del fuego el huevo que
puse para
mamá.
Déjanos solos, Irving . (Entra SID. Los dos hombres se miran
fijamente duran- te un
segundo.
IRVING sale).
SID—(Que
entra). ¡Hola, Florence
FLORENCE
— ¡Hola, querido! Pareces cansado.
SID
— No, es que vine sin afeitarme.
FLORENCE
— Bueno. Arrima tu silla a la chimenea. Y yo voy a tocar el timbre
para que nos
traigan
whisky y soda,... como en el cine...
SID
— Si esto fuera una película, yo habría traído un gran ramo de
rosas.
FLORENCE
— ¿Cuántas rosas?
SID
— eehh, unas cincuenta o sesenta docenas, de esas con tallos
largos, así de grandes...
FLORENCE
— Oh, tontuelo...
SID
— Y ese vestido que trajiste de París es maravilloso.
FLORENCE
— Sí, Percy. Las faldas de terciopelo vuelven esta temporada.
Madame La Farge
me
dijo hoy que la misma reina María había diseñado una para su
ajuar.
SID—
Sí, Florence.
FLORENCE
— Todas las princesas de los Balcanes usan vestidos así. (Se pone
en pose).
SID
— No se mueva. (Con los dedos y la nariz imita una cámara que la
fotografía. De pronto
ella
sale de su postura, va hacia él, lo abraza y lo besa tiernamente).
SID
— Tienes aspecto cansado, Florence.
FLORENCE
— No, es que estoy sin afeitar. (Tiene una risa trémula).
SID
— ¿Estás preocupada por tu mamá?
FLORENCE—
No.
SID—¿Y
qué te preocupa?
FLORENCE
— La guerra anglofrancesa.
SID
— ¿Qué te preocupa?
FLORENCE
— “Nosotros” me preocupa, Sid. Día y noche me preocupa, Sid.
SID
— Hoy choqué con un camión. ¡Qué reto me dió! Yo iba manejando
y no veía la calle. Yo
también
iba pensando en nosotros. ¡Y no necesitas decírmelo, ya sé lo que
piensas! Yo soy
para
esta casa como el arsénico para las ratas.
FLORENCE
— Para mí no...
SID-—No,
pero yo sé para quién.... Y también sé por qué. Y no los culpo.
Ya hace tres años
que
estamos de novios...
FLORENCE
— Tres años es mucho tiempo.
SID
— Mi hermano Sam se enroló en la marina esta mañana. Es una
manera de comer todos
los
días. Lo van a mandar a Cuba a bailar la rumba. Y no sabe nada de
nada, más que... más
que
jugar al básquetbol...
FLORENCE
— ¡Tú no hagas eso!
SID
— No te aflijas, yo no soy de los que se escapan. Pera estoy tan
cansado de esta vida,
ini
amor, que me tiraría al río. ¡Ni siquiera necesito preguntarte en
qué piensa sí Ya lo sé,
porque
yo estoy pensando en lo mismo.
FLORENCE—¿Es
sí o es no? No hay términos medios.
SID
— Y la respuesta es NO, como un gran letrero luminoso que nos
mirara desde Broadway,
FLORENCE
— Quisimos tener hijos...
SID
— Sí, pero esa vida no es para gente como nosotros. Cuando estamos
juntos siento
como
truenos en el pecho. Si nos fuéramos juntos quizá pudiera mirar al
mundo cara a cara
y
escupirle en el ojo, como un hombre. ¡Maldita sea! ¡Es duro ser un
hombre en esta tierra!
FLORENCE
— Pero hay algo que nos quiere solitarios, arrastrándonos por las
tinieblas. ¿O es
que
nos quieren atrapar?
SID
— Sí, son los grandes ricachones los que nos quieren hacer eso.
FLORENCE
— Nos insultan.
SID
— Y no nos aclaran qué es lo que pasa con nosotros, por qué no
tenemos dinero. Ellos
tienen
el poder y los medios para estar seguros, y lo cuidan. Saben que si
nos dan una
pulgada
—sólo una pulgada— todos nosotros les caeremos encima como un
océano que los
echaría
a un infierno del cual no volverían más... ¡No deliro, Florence!
FLORENCE
— Ya sé que no.
SID
— No encuentro palabras para decirte lo que siento. Yo no terminé
el primario.
FLORENCE
— Ya lo sé...
SID
— Pero es relativo, como dicen los profesores. ¡Trabajamos como
locos para mandarle a
la
universidad, a mi hermanito, a Sam, y mira lo que hace! Se enrola en
la marina. Ese
estúpido
no ve que las cartas se nos dan en contra. Que los ricos dan cartas y
se aseguran
los
pokers de Ases, y después a nosotros nos dan algo así como un par
de diez para
hacernos
creer de que tenemos juego. Y así se pierde una puesta tras otra.
Porque todas las
cartas
las tienen ellos. Y después te dicen: "¿Qué pasa que nunca
ganas?'' " Tienes buenas
cartas,
sin embargo". Y chicos como mi hermano les creen. Porque no
saben de otra cosa.
Con
toda su educación no entienden nada. Pero... espera un minuto. No
viene él y te dice:
este
es millonario con una jazz... "Escucha, Sam o Sid, o Fulano o
Zutano: No sirves para
nada;
y aquí tienes la oportunidad de tu vida". "Todo el mundo
sabrá quién eres; sí señor", le
dice.
"Sube a este barco y lucha contra esos bastardos que hacen que
este mundo sea una
porquería.
Los japoneses, los turcos, los griegos. Toma este fusil. Y mátalos
como un héroe
—le
dice— como un verdadero norteamericano, sé un héroe". ¿Y el
pobre tipo a quien estás
apuntando?
Otro infeliz como tú, porque a él tampoco le han dado más que un
par de diez.
En
su tierra es un tipo igual que yo y que Sam, que quiere tener un hijo
como tú y quiere ir a
tomar
sol a alguna playa. ¡Y le van a enseñar a Sam a que apunte donde no
debe! A ese
estúpido
jugador de básquetbol...
FLORENCE
— Querido, tengo un nudo en la garganta.
SID
— Tú y yo, ni siquiera hemos tenido una sala donde sentarnos
FLORENCE—
El parque era lindo...
SID—
¿En invierno? Los zaguanes... Me alegro de que no nos hayamos
casado. Así nunca
sabremos
lo que nos perdimos.
FLORENCE—(Estalla)
¡ Sid, yo me voy contigo! Busquemos una pieza en alguna parte.
SID
— No, ellos tienen razón. Si no podemos ir más allá de esto
juntos, es mejor que nos
separemos.
FLORENCE
— Te juro por Dios que no me importaría.
SID
— Te importaría dentro de un año o dos. Maldecirías este día.
Yo conozco casos así.
FLORENCE
— ¡O H , Sid!
SID
— Sí, es cierto, conozco casos. Estamos tristes, querida; tenemos
la tristeza de 1935. Y
hablo
así porque te quiero. Si no te quisiera, nada me importaría...
FLORENCE—Trabajaremos
juntos, ya verás...
SID
— Sí, ¿y lo demás? Tu familia necesita tus 9 dólares. Y mi
familia...
FLORENCE.
— No me importa.
SID
— Te parece, Florence. Eres un pequeño canario enjaulado.
FLORENCE
— No te burles de mí.
SID
— No me burlo, nena.
FLORENCE
— ¡ Sí, te estás riendo de mí!
SID
— Te juro que no. (Se miran el uno al otro imposibilitados de
hablar. Por fin él toma un
fonógrafo
portátil y pone un disco. Es una pieza bailable, triste, barata. Le
hace una señal y
ella
va a él. Comienzan a bailar muy lentamente. Están fuertemente
abrazados como si
estuvieran
por fundirse el uno en el otro. La música se detiene, pero el disco
rayado
continúa
girando hasta el ' final de la escena. Dejan de bailar. Por fin él
la suelta y la sienta
en
el diván, donde ella queda tensa y expectante), ¡Hola, nena!
FLORENCE
— ¡Hola! (Por un instante se miran como en sueños).
SID—(Resuelto),
¡Adiós, nena! (Espera una respuesta, pero ella guarda silencio. Se
miran).
SID
— ¿Oye; nunca te mostré cómo imito a Patty Rooneyf (Comienza a
silbar "Rosy O'Grady"
y lo
zapatea. Se detiene. Le pregunta). ¿No te gusta!
FLORENCE—(Destrozada).
No. (Esconde él rostro entre sus mano s. Súbitamente él cae de
rodillas
y hunde su cara en el regazo de ella. La escena se oscurece).
V.
EL EPISODIO DEL ESPÍA
FATT
— Ustedes no saben cómo trabajamos por el gremio. Y los gritos no
sirven de nada. Lo
que
pasa es que ustedes no pueden ver las cosas como yo las veo. Ahí
tienen lo que pasa en
su
propia industria. Vean lo que pasó cuando los chóferes hicieron la
huelga en Filadelfia
hace
tres meses. ¿Y dónde está Filadelfia? ¿A mil millas de aquí? No,
apenas una hora de
tren.
UNA
VOZ — Dos horas.
FATT
— Bueno, dos horas. ¡Qué diablo importa! Pero vamos a oír ahora
a uno que realmente
hizo
la experiencia y puede hablar. Muchachos, aquí hay un hombre que ha
vivido todo el
asunto
de Filadelfia; salió con los compañeros, le pegaron como a los
demás, y ahora está en
la
lista negra, igual que todos. Por eso está en esta ciudad. Estoy
seguro de que su palabra
les
va a interesar mucho a todos ustedes. (Anuncia). ¡Tom Clayton!
(Cuando Clayton avanza
hacia
el centro del escenario, Fatt lo empieza a aplaudir, aplauso que
repercute. débilmente
aquí
y allá entre el público. Clayton se para junto a Fatt). Muchachos,
aquí hay un hombre
que
tiene experiencia en estas cosas. ; Tom Clayton, de Filadelfia!
Clayton
— (Un individuo de aspecto modesto, delgado, aire mediocre).
Muchachos, no me
importa
que me silben. Si yo pensara que eso serviría para que nosotros los
chóferes
ganásemos
un poco más, yo los dejaría que me pisotearan y me cortaran en
pedazos. Yo soy
uno
de ustedes. Pero lo que yo quiero decirles hoy es que Harry Fatt
tiene razón. No hace
más
que cinco semanas que trabajo en esta ciudad, pero ya conozco las
condiciones igual
que
los más viejos. Ya saben cómo son estas cosas. No hace falta usarlo
mucho para saber
dónde
aprieta un zapato, camine uno donde camine. Pero Fatt tiene razón.
Nuestros
dirigentes
tienen razón. Este no es el momento y un fruto no cae del árbol
hasta que no es la
época
propicia.
UNA
VOZ MUY NÍTIDA—(Desde el público). ¡Que se siente!
FATT—(Salta
de la silla). A ver, muchachos. ¡Ocúpense de ese!
LA
VOZ — (Entre el público, mientras se oye el ruido de una lucha).
Nadie me va a echar a
mí.
(Prosigue la lucha y por fin él propietario de la voz llega
corriendo al escenario y se dirige
al
orador).
LA
VOZ — ¿De dónde diablos sacaste ese nombre? ¿Clayton? Esta rata
se llama Clancy, de
los
viejos Clancy de por aquí nomás. ¡Fruto!... ¡Casi me orino de
risa oyendo eso!
FATT—
(El pistolero a su lado). Esto no es una taberna. ¿Qué te crees que
estás haciendo
aquí?
LA
VOZ — Estoy denunciando a un canalla.
FATT
— ¡ Ah, no! Eso no te lo voy a permitir. A ver, muchachos, échenlo
de aquí...LA VOZ—(Preparándose para resistir). ¿Por qué no
tratas tú mismo? ¿Pero, crees que voy a
permitir
que este infeliz siga mintiendo? ¿Saben quién es éste? Un espía
de la empresa...
FATT
— ¿Y quién eres tú para?...
LA
VOZ — Yo pagué mi cotización en este sindicato durante cuatro
años. Ese soy yo. Yo
tengo
derecho. Y este provocador de porquería no tiene por qué venir
aquí. ¡Yo sé quién es,
y se
lo voy a decir...!
FATT
— Vas a probar lo que digas o te voy a hacer echar de todos los
sindicatos del país.
LA
VOZ — Yo tengo derecho a hablar. Yo tengo derecho. ¡Mírenlo! ¿Por
qué no abre la boca?
CLAYTON
— Usted señor es un mentiroso, y no lo he visto jamás en mi
vida.
LA
VOZ — Muchachos, este canalla estuvo dos años en las minas y
destruyó todas las
organizaciones
donde pudo entrar. Hay cincuenta presos gracias a él. Y después
recorrió
todo
el país: marítimos, textiles, metalúrgicos, ha andado por todas
partes. Y en este
momento...
CLAYTON
— Eso es mentira.
LA
VOZ — Y en este momento trabaja para la organización de Bergman,
de la calle
Columbus,
que facilita rompe huelgas y espías a todas las empresas del país,
antes, durante
y
después de los conflictos. (El hombre que será el héroe del
próximo episodio se pone a su
lado,
así como los otros miembros del comité de huelga).
CLAYTON
— Este está tratando de romper la asamblea...
LA
VOZ—Pierde cuidado, no te vamos a registrar la ropa buscando
credenciales.
CLAYTON
— No tengo nada que ocultar. El mismo secretario sabe perfectamente
quién soy.
LA
VOZ—¡Claro que sabe! ¿Muchachos, saben quién es esté hijo de
perra?
CLAYTON
— Yo nunca lo he visto a usted...
LA
VOZ—¡Pero, muchachos! ¡Si yo he dormido con él en la misma cama
16 años! ¡Si esta
porquería
es mi hermano!
FATT—(Después
de una pausa). ¿Es cierto eso? (Clayton no contesta).
LA
VOZ—(A Clayton). ¡Y a volar de aquí antes de que te rompa el
alma! (Clayton huye por
entre
las butacas. La voz, mirándolo dice). Fíjense bien en la cara y no
se la olviden nunca,
¡Clancy!
(Volviendo a su lugar sigue). Lástima que no previeras esto, ¿eh,
Fatt? (Después de
una
pausa). El árbol de la familia Clancy también da frutos podridos.
(Parado solo a un
costado
del escenario está ya el héroe del próximo episodio. La escena se
oscurece).
VI.
EL EPISODIO DEL MEDICO INTERNO
El
doctor Barnes, un hombre de edad, de aspecto distinguido,, habla por
teléfono. Viste
casaca
blanca.
BABNES—
No. yo ya le di mi opinión dos veces. Ustedes me ganaron en la
votación. Usted
le
hizo esto al doctor Benjamín, y va a tener que decírselo usted
mismo. (Cuelga el tubo
enojado.
Cuando está por servirse un trago de una botella que tiene sobre la
mesa, se oye
un
golpe en la puerta).
BARNES
— ¿Quién es?
BENJAMÍN—
(Desde afuera). ¿Puedo verlo un minuto, por favor?
BARNES—(Esconde
la botella). ¡Adelante, doctor Benjamín! ¡Adelante!
BENJAMÍN
— Es importante. Perdóneme que lo moleste. Pero han puesto a Leeds
en mi
lugar.
Está operando a la señora Lewis —la histerectomía—; y ese caso
es mío. Yo lo- lavé, lo
preparé...
y recién a último momento me dijeron. No me importa que me
sustituyan, doctor.
Pero
es que Leeds es un incompetente. No debieran permitirle...
BARNES—
(Seco). Leeds es el sobrino del senador Leeds.
BENJAMÍN
— Sí, pero es un incompetente.
BARNES—(Cambiando
de tema, toma una probeta). Hoy en día hacen cosas maravillosas en
cirugía
del cerebro. Aquí tiene un magnífico ejemplar...
BENJAMÍN
— Perdone creí que le interesaría.
BARNES—(Sin
quitar la vista de la probeta). La verdad es que me interesa, joven,
Pero no
olvide
que esa enferma es gratis.
BENJAMÍN
— Por supuesto. De otro modo no lo habrían permitido.
BARNES
— ¿Peligra su vida?
BENJAMÍN
— Es claro que peligra. Ya sabe usted que serio es ese caso.
BARNES
— Bueno, mire para otro lado, doctor. Pero andar retorciéndose
como un grillo en
un
asador, no le va a servir de mucho. No se olvide que los médicos no
dirigen este hospital.
El
es el sobrino del senador. Y él opera.
BENJAMÍN
— ¡Qué lástima!
BARNES
— Yo no lo culpo a usted, tampoco. (Violentamente deja la probeta
sobre la mesa).
¡Pero,
maldita sea! ¿Cree usted que yo tengo la culpa?
BENJAMÍN—
(Se está por ir). Ya sé... lo siento mucho.
BARNES
— ¡A ver, un momentito! ¡Siéntese!
BENJAMÍN
— Disculpe, no puedo sentarme.
BARNES
— Bueno, entonces quédese de pie.
BENJAMÍN—
(Se sienta). Compréndame, doctor Barnes. No me molesta que me
sustituyan a
último
momento. Pero es un caso flagrante de discriminación de clases.
Simplemente porque
se
trata de una mujer pobre..,
BARNES
— Cuide sus palabras. Eso de la diferencia de clases no corre aquí.
Son muy
enérgicos
ustedes los jóvenes brillantes, pero también muy idiotas.
¡Discreción! ¿Oyó alguna
vez
esa palabra?
BENJAMÍN
— ¿Soy demasiado extremista?
BARNES
— Precisamente. Y alguna vez —como en Alemania— eso le puede
costar la
cabeza.
BENJAMÍN
— Por no mencionar mi empleo.
BARNES
— ¿Así que le dijeron?
BENJAMÍN
— ¿Si me dijeron qué?
BARNES
— Que cierran la sala 3 el mes que viene. No necesito informarle
que este hospital
no
se mantiene solo. Hasta el año pasado había una sociedad benéfica
que hacía frente a los
déficits...
usted puede adivinar el resto. En una reunión de la comisión, el
martes pasado,
nuestros
elegantes amigos descubrieron que no podían cubrir el déficit del
último trimestre,
que
andaba ya por los 100.000 dólares. Y si este hospital tiene que
seguir funcionando, lo
mejor
que se puede hacer.,.
BENJAMÍN
— Es cerrar otra sala de atención gratuita.
BARNES
— Eso dicen (Hay una pausa).
BENJAMÍN
— Pero eso no es todo,
BARNES—
(Avergonzado). Y también hay que reducir personal...
BENJAMÍN—
¡Qué lástima! ¿Y eso me afecta?
BARNES
— Me temo que sí.
BENJAMÍN
— Pero, después de todo yo soy el hombre clave aquí. No digo que
sea mejor
que
los otros, pero trabajo más.
BARNES
— Y promete más...
BENJAMÍN
— Yo siempre creí que empezarían a cortar por abajo.
BARNES
— Así ocurre habitualmente.
BENJAMÍN
— ¿Y en este caso?
BARNES
— Complicaciones.
BENJAMÍN—
¿Por ejemplo? (Barnes vacila).
BARNES
— Me gusta usted, Benjamín. ¡Es una vergüenza!
BENJAMÍN
— Yo no soy una planta sensitiva. ¿Qué pasa?
BARNES
— Bueno, se trata de una enfermedad vieja, ambulatoria,
cancerógena. Y tenemos
que
encontrar una antitoxina para ella.
BENJAMÍN
— Ya me doy cuenta...
BARNES
— ¿De qué se da cuenta?
BENJAMÍN
— Ya padecí esa enfermedad... en Harvard.
BARNES
— Usted tiene antigüedad aquí, Benjamín.
BENJAMÍN
—Sí, pero soy judío. (Barnes asiente con la cabeza. Benjamín se
queda callado
un
momento, y después se suena ruidosamente la nariz).
BARNES—
(También se suena la nariz), ¡Microbios!
BENJAMÍN
— ¿Qué, hubo presión de arriba?
BARNES—¡No
crea que Kennedy y yo no lo defendimos!
BENJAMÍN
— Y la discriminación se hace igual, a pesar de todos esos
ricachones judíos que
se
sientan en el concejo.
BARNES
— Yo ya lo había observado antes. Parece no haber mucha diferencia
entre los
judíos
ricos y los cristianos ricos. Están cortados por la misma tijera.
BENJAMÍN
— Yo no lo siento por mí. Aunque mis padres se sacrificaron
enormemente para
que
yo pudiera llegar hasta aquí. Tenían un bazar, muy chico, en el
Bronx, hasta que se
fundieron
con la última crisis. Mi padre anda por la calle vendiendo corbatas—
Saúl Ezra
Benjamín,
un hombre que se pasó la vida leyendo a Spinoza.
BARNES
— Los médicos no dirigen la medicina en este país. Los hombres
que entienden, los
expertos,
no dirigen nada aquí. Si se exceptúa a los conductores de tranvías.
Yo he vista
cambiar
mucho a la medicina, he visto llegar la anestesia, la antisepsia,
pero no a causa de
los
ricos, al contrario; ¡a pesar de ellos! Y en un país de ricos la
verdadera personalidad de
uno
yace enterrada. ¿Microbios? Menos todavía... ¡Lombrices! Vea este
tobillo, esta mano
sensible
y delicada. Hay 400 años detrás. Y un origen revolucionario. El
espíritu del 76.
Hicieron
la constitución para los ricos, entonces y ahora. ¡Todas son
tonterías! (Suena el
teléfono).
BARNES—
(Furioso). ¡Aquí Barnes! (Escucha un momento, se vuelve y lo mira a
Benjamín).
¡Sí,
ya veo! (Cuelga y dirigiéndose al joven, dice). Mataron a su
enferma, doctor Benjamín.
(Este
se queda de una pieza al recibir la noticia. Finalmente se saca los
guantes de cirugía y
los
tira al suelo).
BARNES
— ¡Muy bien!... ¡Muy bien! ¡Joven apasionado, vaya y hágalo! Yo
ya estoy muy
viejo,
soy un fósil; pero usted tiene toda la vida por delante, doctor
Benjamín. Y cuando
dispare
el primer balazo, diga: ¡Este va por el viejo Barnes! Aunque es
demasiado digno,
balas.
No se fusila a las lombrices. ¡ Pisotéelas! Si yo no tuviera una
hija paralítica... (Barnes
vuelve
a su asiento y se suena la nariz en silencio). Bueno, ya hice mi
discurso, Benjamín.
BENJAMÍN
— Hay muchas cosas de las que no estaba seguro. Hay muchas cosas
que estos
extremistas
dicen... y uno no cree en las teorías hasta que no le ocurre.
BARNES
— Usted perdió mucho hoy. Pero también ganó.
BENJAMÍN
—Sí. Sé que tengo razón. Recién empiezo verdaderamente a creer
en algo. No a
decir
¡Qué mundo este! sino a desear cambiar al mundo. Yo quería ir a
Rusia. La semana
pasada
estaba pensando en eso. La oportunidad maravillosa de trabajar en una
medicina
socializada.
BARNES
— ¡Hermoso! ¡Maravilloso!
BENJAMÍN
— Poder trabajar...
BARNES
— ¿Y por qué no va? Yo también podría...
BENJAMÍN
— No hay nada que quiera con más ganas.
BARNES
— Hágalo.
BENJAMÍN
— No, nuestra tarea está aquí, en Norteamérica. Yo estoy
asustado... ¿Qué futuro
me
espera? No sé. Tendré que buscar algún empleo para seguir
viviendo. Sé manejar;
probablemente
me emplearé en un taxi, Y estudiaré... y trabajaré... y
aprenderé..
BARNES
— ¡Y pisotéelos!
BENJAMÍN
— ¡Sí! ¡Voy a luchar! Quizá me maten. ¡Pero, maldita sea!
Saldremos adelante.
(Benjamín
queda parado- con los puños en alto. La escena se oscurece).
VII
KELLER
— Damas y caballeros, y que no me digan que no hay alguna dama en
este mar de
rostros...
sólo que son damas con pantalones. Bueno, quizá yo no entienda
nada. A lo mejor
porque
me caí de la cuna cuando era chico, y desde entonces no ando bien,
vaya uno a
saber...
UNA
VOZ — ¡Que se siente ese borracho!
KELLER
— Oye, nene, ¿quién te paga por gritar eso? ¿El oro de Moscú?
La verdad es que
tengo
un ojo de vidrio. Pero eso me vino de trabajar en una fábrica desde
los 7 años. Se me
saltó
porque tenía que trabajar sin máscara. Allí no daban. Pero yo lo
llevo como si fuera una
medalla,
porque ese ojo le dice a todo el mundo a qué clase pertenezco: a la
clase
trabajadora.
En ese sindicato también teníamos delegados, toda clase de
secretarios,
tesoreros,
presidentes... hasta teníamos secretarios viajeros, pero esos no
tenían callos en
los
pies. ¡Ah, no! Esos andaban con su gordo traste sentado en
almohadones. (El secretario
y el
pistolero demuestran con gestos su resentimiento). Siéntense,
muchachos. Yo digo eso
del
otro sindicato. Ya sé que aquí no es así. ¡Aquí no! Si aquí
nuestros dirigentes son todos
unos
campeones. ¡Vean a nuestro secretario, sin ir más lejos! Es capaz
de no dar un paso
por
no pisar a una cucaracha. No vayan a creer muchachos,..
FATT
— (Lo interrumpe). Está fuera de la cuestión.
KELLER—(Al
público). ¿Estoy fuera de la cuestión?
PÚBLICO
— ¡No, no! ¡Que hable!
KELLER
— Sí, como les decía, estos dirigentes son toda una maravilla.
Pero yo estoy afiliado
al
sindicato. Y nunca estuve en Filadelfia. Hoy no pude ponerme el
distintivo del sindicato.
Me
pasó la cosa más absurda. Cuando saco el abrigo de la percha veo
que sale humo. ¿Y,
saben
lo que pasaba? ¡Se estaba incendiando el distintivo! Como les digo,
el pedazo de
celuloide
ardía y hedía como un zorrillo. Vino la dueña de la pensión y me
armó un tremendo
escándalo,
¿Y saben por qué? Porque el distintivo se había puesto colorado, y
llegó a
ponerse
tan rojo que al final se incendió. ¡De vergüenza! ¿Qué les
parece?
FATT
— ¡Siéntate, Keller, a nadie le interesa eso!
KELLER
— ¡Sí que les interesa!
EL
PISTOLERO — ¡Siéntate, como dice él!
KELLER
— (Sigue hablando). Y cuando termine... (Su discurso es
interrumpido por Fatt y el
pistolero
que a empujones lo sacan del escenario. El se desprende de ellos y
corre al otro
lado.
Los otros dos se disponen a perseguirlo cuando los miembros del
comité se interponen
entre
ellos. A Keller le han desgarrado la camisa. Este se dirige al
público) ¿Cuál es la
irespuesta,
muchachos? La respuesta es que si somos rojos porque queremos hacer
una
huelga,
entonces también vamos a adoptar su Saludo. ¿Saben cómo es?
(Levanta el puño).
¿Y
saben lo que es esto? Un "un izquierdoso", Es un gancho a
la mandíbula. Si algunos de los
muchachos
no tienen ni una camisa que ponerse. ¿Qué quieren los patrones,
convertirnos en
una
colonia nudista? (El público se ríe. Keller se adelanta y se coloca
al medio del escenario,
de
manera que los otros chóferes se agrupen a su alrededor) No se rían,
muchachos, esto no
es
un chiste. Se trata de su vida y de la mía. Esto es carne y sangre a
todo lo largo. ¡Por
Cristo!
¿No ven que nos están matando de a poco? Para que las hijas de papi
hagan sus
bailes
en los clubes. El papito tiene una hija y quiere que su foto salga en
los diarios. ¡Dios
mío!
¡Y eso se hace con nuestra sangre! Joe lo dijo, se trata de una
muerte lenta o de morir
peleando.
¡Es una guerra! (Durante todo este discursó Keller es rodeado por
los otros seis
obreros,
de manera que de su actividad se desprende que todos ellos están
diciendo estas
palabras.
Incluso alguno de ellos pueden tomar algunas líneas de este largo
parlamento). Tú,
Edna;
Sid y Florrie; los otros muchachos; el viejo doctor Barnes. ¡Luchen
con nosotros! ¡Es la
guerra!
¡Que la clase obrera se una y pelée! ¡Tenemos que demoler el
matadero de nuestra
vida!
¡Tenemos que volver a encontrar la libertad! Estos canallas gordos
nos tratan de
agitadores.
Eso no es nuevo. Ahora los agitadores son rojos. Pero el hombre que
me dio de
comer
en 1932 me llamaba camarada, y el que me recogió en la calle cuando
me estaba
muriendo
también me llamaba camarada. ¿Y ahora, qué esperamos?... ¡No
esperemos al
Zurdo!
A lo mejor no llega nunca. Y cada minuto... (Aquí lo interrumpe un
hombre que ha
entrado
corriendo por el pasillo central entre las butacas, viniendo desde la
entrada. Sube
corriendo
a la escena gritando).
UN
HOMBRE— ¡Muchachos! ¡Lo han encontrado al Zurdo!
LOS
OTROS — ¿Qué? ¿Qué? ¿Dónde?
OTROS
— ¡ Sshhh! ¡ No se oye!
UN
HOMBRE— ¡Lo han encontrado al Zurdo!
KELLER
— ¿Adónde?
UN
HOMBRE — Detrás del garaje, con una bala en la cabeza.
KELLER—(Gritando).
¿Lo oyen, muchachos? ¿Han oído? ¡Escúchenme de costa a costa!
¡De
norte
a sur! ¡Hola Norteamérica! ¡Hola América latina! ¡Somos la
bandada de la clase obrera!
Obreros
del mundo..., hermanos de sangre. ¡Y cuando caigamos, sabrán que
fue por buscar
un
nuevo mundo! ¡Que nos hagan pedazos! ¡Vamos a morir por la verdad!
Y que planten
árboles
frutales sobre nuestras cenizas. (Al público). Y bien: ¿qué
contestamos?
TODOS
— ¡La huelga!
KELLER
— ¡Más fuerte!
TODOS
— !La huelga!
KELLER
Y LOS OTROS DEL ESCENARIO — ¡Otra vez!
TODOS
— ¡Viva la huelga!
La
escena se oscurece