De cómo cruzó el bosque
la reina vestida de blanco
y regresó
Edith Ibarra
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Personajes
La reina vestida de blanco
El hombre que espera a la entrada del bosque
Un oficial
Voces de una abuela
La voz del rey
La escena se desarrolla a lo lejos de un reino. A la entrada, en medio y a la salida de un bosque.
I
El castillo en llamas
Al inicio de la escena, la reina vestida de blanco se encuentra en una esquina del escenario. No se mueve. Parece más una estatua que un ser vivo. El hombre que espera a la entrada del bosque está en el centro del espacio. Él está sentado. Aunque la reina le da la espalda, la reconoce como la persona con la que debe hablar. — A veces el horror se nos presenta de la manera menos esperada. Un buen día las tazas se quiebran…y ya no hay nada que servir. No hay nada que contenga nada. Ha llegado la hora de marcharse. De nada sirve empacar. Es mejor dejar todo y confiar que nuevas cosas llegarán. Lo más recomendable es caminar, sólo caminar. En los primeros días no se sabe a dónde llegar. Un deseo desmedido nos urge a huir, a desaparecer. Ojalá pudiéramos desvanecernos en el paisaje. Si fuéramos niebla… viajaríamos metros y metros, a ras de suelo y luego hasta el cielo… seríamos y no seríamos, estaríamos y no estaríamos. Pero esa agonía algún día termina, algún día dejamos de escapar. Mientras tanto, habitamos el horror y el presente es un largo recorrido por la muerte…
La reina vestida de blanco lo interrumpe. — ¿Quién le ha contado mi historia?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Señora, no es usted la primera mujer en huir.
La reina vestida de blanco. —Tiene razón. Hemos sido tantas.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Espera a alguien?
La reina vestida de blanco no sabe qué responder.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Lo que he dicho es algo que mi abuela contaba.
La reina vestida de blanco. — ¿Su abuela lo escribió?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —No. Es un cuento más viejo que ella.
La reina vestida de blanco. —Dice cosas que son verdad.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Así parece.
La reina vestida de blanco. —Siempre que ve a una mujer sola, ¿lo cuenta?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —No. No todas las mujeres solas han sido abandonadas.
La reina vestida de blanco. — ¿Cómo sabe que he sido abandonada?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sus manos.
La reina vestida de blanco. — ¿Qué tienen mis manos?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Se aprietan, no han dejado de estrujarse, como si usted tuviera miedo a soltarse.
La reina vestida de blanco intenta soltarse.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —No se obligue. Necesita estar así.
La reina vestida de blanco. — ¿Su abuela fue abandonada?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sí, un día mi abuelo la dejó. Sólo le dijo que se iba.
La reina vestida de blanco. — ¿Y ella qué hizo?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Caminó, caminó mucho. Subió y bajó montañas. Tropezaba mucho y cayó demasiadas veces. No dormía ni comía.
La reina vestida de blanco. — ¿Quería morir?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sólo un día, un día quiso morir.
La reina vestida de blanco. — ¿El día que su abuelo se fue?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —No, ese día se sintió libre. La reina vestida de blanco calla. ¿Usted quiere morir?
La reina vestida de blanco. —Ya estoy muerta. El rey me asesinó. Silencio. Su abuela… ¿algún día dejó de caminar?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sí, encontró un bosque donde refugiarse.
La reina vestida de blanco. — ¿Y vivió sola para siempre?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sí, ella creía que era mejor estar así.
La reina vestida de blanco. —Le habrán hecho mucho daño.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —No sé. Hablaba poco.
La reina vestida de blanco. — ¡Yo nunca quise estar sola! Pensé que siendo reina iba a estar acompañada todo el tiempo. Mi castillo estaría siempre lleno de gente, de música, danzas y de amor incondicional; lo que ahora sé es que una reina siempre está sola.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Por qué no voltea? Podríamos platicar mejor.
La reina vestida de blanco. —No puedo. No sé cómo hacerlo. Parece que he quedado pegada a este lugar. Y en todo caso, qué me haría mirar hacia allá.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Un nuevo paisaje, la esperanza de otro horizonte.
La reina vestida de blanco. — ¿Habrá alguno que no se parezca a éste?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Parecidos son, pero lo mirará de otra manera.
La reina vestida de blanco. — Hace muchos años elegí algo que pensé que era un horizonte mejor. Me desposé y le entregué mis manos a un rey.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Sus manos?
La reina vestida de blanco. —Sí. Y mis pies también.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Él no tenía?
La reina vestida de blanco. — ¡Por supuesto que tenía! Pero pensé que era el mejor regalo que le podía dar.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Por qué?
La reina vestida de blanco. — ¿No ha oído hablar de las abejas?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —No. Las he visto, pero no sé gran cosa de ellas.
La reina vestida de blanco. —Son hembras devotas dedicadas a… La reina gira un poco la cabeza y deja de hablar.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Qué mira?
La reina vestida de blanco. —Mi mejor pesadilla. Estoy despierta y no puedo dejar de verla.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Su mejor pesadilla?
La reina vestida de blanco. — Sí. Todo arde y no hay nada que se pueda salvar.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Qué arde?
La reina vestida de blanco. —Mi casa.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Y por qué no corre a apagarla?
La reina vestida de blanco. —Los arqueros han logrado incendiar las atalayas. La madera se quema sin reposo y yo no haga nada más que mirar.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —El fuego limpia las condenas.
La reina vestida de blanco. — La mía ha terminado. La reina suelta sus manos.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Su condena?
La reina vestida de blanco. — Mi vida, todo.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Quién ordenó el incendio? Un castillo no arde nada más porque sí.
La reina vestida de blanco. — ¿Es usted detective?
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Digamos que sí.
La reina vestida de blanco. — ¿Y quiere saber quién empezó con el desastre?
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Ayuda saber, siempre ayuda.
La reina vestida de blanco. — ¿A quién le ayuda? ¿A mí? Ya no me importa saberlo. Silencio. ¿Sospecha usted de mí?
El hombre que espera a la entrada del bosque. — De alguna manera.
II
El giro de la reina
La reina vestida de blanco gira hacia el hombre que espera a la entrada del bosque. — De lo único que usted me puede culpar es de no haber hecho nada para apaciguar el fuego.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Quién dio la orden de quemar las atalayas?
La reina vestida de blanco. — Yo no.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Quién es el jefe de los arqueros?
La reina vestida de blanco. —El rey.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿El rey quería el fin de su reino?
La reina vestida de blanco. —No sé. Supongo que sí.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Es un rey atípico. Sería un acierto escribir sobre él. Un rey que busca destruir todo lo que es.
La reina vestida de blanco. — Usted no cree que él lo haya hecho.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Lo que digo es que estamos ante una gran contradicción. El rey se alumbra para oscurecerse.
La reina vestida de blanco. — No entiendo.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — No es tan fácil de entender. Estamos acostumbrados a creer que sólo buscamos nuestro bienestar.
La reina vestida de blanco. — ¿Y no es así?
El hombre que espera a la entrada del bosque. — No. A veces no. A veces buscamos nuestra ruina y la de los demás.
La reina vestida de blanco voltea nuevamente. — ¡El castillo!
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Qué tiene el castillo?
La reina vestida de blanco. —Se cae, se cae a pedazos. ¿No escucha cómo cruje? Lo que pensé que nunca se destruiría se ahoga en ese fuego que calcina todo.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Es el inicio de una nueva historia.
La reina vestida de blanco. —No. Es el fin de mi historia. He dejado de ser la reina blanca. Me he quedado sin rey y sin castillo. Corre hacia el castillo mientras grita: Malditas llamas que todo consumen, han acabado con todo lo que era. ¡Vengan acá, malditas, vengan por lo que queda de la reina blanca! ¡Que la reina arda como el tálamo nupcial, que la reina caiga a pedazos como las bóvedas del castillo, que la reina colapse como los muros de las atalayas! Acá estoy, háganme arder, devórenme. La reina vestida de blanco cae.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Así caía mi abuela, una y otra vez. A veces tardaba en levantarse, pero siempre lo hacía. Una vez me dijo que llevaba adentro un ave y que escuchaba como le decía, por aquí, por aquí.
La reina vestida de blanco en el suelo. —Yo no escucho nada.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — No es el momento. Usted ahora está acabada.
III
Los que miran a la reina
La reina vestida de blanco sigue tirada en el suelo. — Acabada, dice. Acabada es la palabra justa para definir mi estado. El rey entró con su nueva mujer y delante de ella me gritó que me fuera. ¡Sal del castillo, abominable esposa! ¡Vete de mi cama, amante odiosa! ¡Fuera de mi casa, enemiga de mi hogar! Me asesinó tres veces. Acabó conmigo en mi propia casa.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Le había dado el rey señales de rechazo?
La reina vestida de blanco. — Había ya tantas.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Usted esperaba, como mi abuela, a que él se hartara y se fuera.
La reina vestida de blanco. —Creí que nunca lo haría.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Por qué?
La reina vestida de blanco. —Porque éramos unos reyes de cuento. Vivíamos una historia con final feliz, de esas que todo el mundo quiere creer.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Sigue siendo el personaje de un cuento, sólo que el cuento cambió. Esta vez puede elegir.
La reina vestida de blanco se mira. — Soy la reina tirada en el suelo.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — O la reina que del suelo se levanta.
La reina vestida de blanco. —O la reina que se queda a vivir en el suelo.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — O la reina que después de vivir un tiempo en el suelo se levanta.
La reina vestida de blanco. —O la reina que no quiere vivir ni en el suelo y que nunca se levanta.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — O la reina que ni queriendo vivir en el suelo un buen día se levanta.
La reina vestida de blanco. —O la reina que muere en el suelo y de ahí nadie la levanta.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — O la reina que después de morir en el suelo, renace y se levanta.
La reina vestida de blanco. — ¿Nunca se va a callar?
El hombre que espera a la entrada del bosque. — No. Mi trabajo es hablar.
Silencio entre los dos.
La reina vestida de blanco. — Tengo frío.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Así serán estos días; llenos de frío.
Silencio entre los dos.
La reina vestida de blanco. —Estoy sola.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Sí.
Silencio entre los dos.
La reina vestida de blanco. — ¿Esto terminará algún día?
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Créame, sí. Todo esto va a terminar. Pero antes tiene que visitar muchos lugares.
La reina vestida de blanco. — ¿Seré una reina viajera?
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Algo así.
La reina vestida de blanco. —Pero salí sin nada, no tengo con qué viajar.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Es mejor estar ligeros de equipaje.
La reina vestida de blanco. —Si mi madre me viera. Una reina tirada a la ruina. Una vida desperdiciada. Me advirtió que el rey blanco era un rey caprichoso. Silencio. Y si mi padre me viera. Sería ahora su mayor vergüenza. Una hija repudiada. Silencio. Si mis hermanas me vieran… festejarían porque ya no soy esa reina de cuento que pretendí ser.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Si las estrellas la vieran alumbrarían el curso de su viaje.
La reina vestida de blanco sonríe. — ¿Qué hizo levantarse a su abuela la primera vez que cayó?
El hombre que espera a la entrada del bosque. — El silencio.
La reina vestida de blanco. — ¿El silencio?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sí. El silencio.
La reina se calla. Gran silencio en escena. La reina se levanta.
IV
La muerte del rey blanco
La reina vestida de blanco. —Siento que para poder seguir tengo que matar al rey dentro de mí.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sí. Busquemos la mejor manera de hacerlo.
La reina vestida de blanco. —No quisiera…
El hombre que espera a la entrada del bosque. —No podemos cargar con su cuerpo. Debemos ir ligeros al viaje.
La reina vestida de blanco. —Es que debo matarlo tantas veces.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Todas las que sean necesarias.
La reina vestida de blanco. —Se me ocurren muertes rápidas
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Esas son las mejores
La reina vestida de blanco. — ¿Un flechazo?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Una centena de flechas envenenadas que disparen sobre su cuerpo.
La reina vestida de blanco. —Un alud.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Agua, tierra y piedras que arrastren sin piedad su cuerpo.
La reina vestida de blanco. — Él yacerá bajo los escombros de lo que fue nuestro hogar. La tierra se desprenderá y sin piedad alguna se llevará árboles, casas enteras y castillos de reyes que mienten sin parar. Pausa. Quisiera tener la certeza de que no me pueda volver a mirar.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Qué se le ocurre? Arranque sus ojos.
La reina vestida de blanco. —También necesito asegurarme de que sus manos no me volverán a acariciar.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Destruya su cuerpo
La reina vestida de blanco. —No quiero volver a oír su voz. El recuerdo de su olor me repugna.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Yo soy su cómplice en este asesinato. Si no lo mata no podremos avanzar.
La reina vestida de blanco está indecisa.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Hágalo. Sacúdase su calor, su presencia.
La reina vestida de blanco se arranca un medallón que traía en el cuello y llama al oficial. — Oficial. El oficial entra. Busque a este hombre. Mírelo bien. Que nada lo confunda. ¡Quiero que lo mate todas las veces que sean necesarias! ¡No deje viva una sola parte de su cuerpo! ¡No tenga piedad de él! No lo escuche si llega a pedir clemencia. ¡No lo escuche! Cuando ya nada respire deje que las llamas lo consuman. No deje en un sólo lugar sus cenizas. No quiero que tenga la oportunidad de volverse a formar. ¡Que toda arda, como el castillo, como mi amor…! Le entrega el medallón al oficial.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Como su dolor… (Al oficial) Debe llegar a él y cuando lo tenga cerca…
La reina vestida de blanco. — No se presente como mi vengador. No quiero que tenga la menor posibilidad de defenderse de su ataque. Quiero que confíe en usted, como yo confié en él. Deje que le cuente su versión de los hechos. Ría con él. Comparta sus alimentos. Tome todo el tiempo que sea necesario. Cuando lo crea un aliado, lo mata. Procure que sea en un día de fiesta, cuando su nueva familia y amigos estén reunidos festejando. Que la música resuene cuando lo esté asesinando. Cuando voltee a verlo, sin saber por qué lo está matando, le dirá que es el último mensaje de la reina vestida de blanco. La reina despide al oficial y éste sale. Silencio. Él también buscará matarme. ¿No es así?
El hombre que espera a la entrada del bosque. — La muerte es recíproca, señora. Él ha ordenado que todos los recuerdos sean aniquilados. Sus vestidos han sido mancillados. Con ellos han disfrazado a una docena de cerdos.
La reina vestida de blanco. —Mis hermosos vestidos…
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Ya no son de usted… ahora son de los cerdos.
La reina vestida de blanco. — Soy un cadáver para él.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Y él para usted.
La reina vestida de blanco se huele. — Comienzo a apestar.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Usted también morirá. La mujer que lo amó no existe más.
La reina vestida de blanco. — Apenas pude salvar este vestido blanco.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Y ahora lo debe dejar.
La reina vestida de blanco. — Usted pretende que me quede sin nada. Si no soy la reina vestida de blanco, ¿quién diablos soy?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Es lo que queremos saber. ¿Quién diablos es usted?
La reina vestida de blanco repite histéricamente. — Yo soy la reina vestida de blanco, yo soy la reina vestida de blanco, yo soy la reina vestida de blanco, yo soy la reina vestida de blanco…
El hombre que espera a la entrada del bosque. — La reina vestida de blanco tenía un castillo y vivía felizmente con su rey. El rey quemó el castillo y usted ha mandado matar al rey. Ya no era feliz, ya no es la reina vestida de blanco.
La reina vestida de blanco. —Soy un árbol en llamas.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sólo por las noches, cuando su dolor arde sin fatiga.
La reina vestida de blanco. —Soy una niña perdida.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sólo hasta que se toma en brazos.
La reina vestida de blanco. —Soy una hoja que cae en el vacío.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Caiga, caiga más… déjese caer hasta que toque tierra.
La reina vestida de blanco. —Ya no quiero caer más. Siento que vivo en una pausa interminable. Esta ligereza me agobia. Sin mi castillo, vivo vacía, sin peso, sin forma.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Ya no se reconoce.
La reina vestida de blanco. —Esta no soy yo.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Ya no es la reina vestida de blanco. Ella se está yendo.
La reina vestida de blanco. — Un espejo, necesito un espejo, cien espejos, mil espejos. Mi pelo, ¿dónde está mi pelo? Era blanco, como mi vestido… largo y lacio.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Su pelo ya no está.
La reina vestida de blanco. — ¿Y mi corte? ¿Dónde está toda esa gente que me acompañaba?
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Ahora está sola. Lo que queda es caminar.
La reina vestida de blanco. — ¿Caminar? ¿A dónde? ¿Hacia usted?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —No. Hacia usted.
La reina vestida de blanco. — ¿Hacía mí? Ese camino no existe.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — No, no existe. Hay que hacerlo.
La reina vestida de blanco. —Quiero descansar, sentarme un rato.
El hombre que espera a la entrada del bosque le acerca su silla. Silencio.
La reina vestida de blanco. —Estoy agotada. Silencio. Los palacios son enormes e inhabitables… y hay tanta gente extraña alrededor.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Cómo le gustaría su nueva casa?
La reina vestida de blanco. — Quiero una cama, dos sillas, un espejo y un jardín lleno de flores.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Puede continuar?
La reina vestida de blanco. —No. Por hoy ha sido suficiente. Quiero dormir. ¿Podría quedarse a velar mi sueño?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sí. No tengo un mejor lugar a donde ir.
La reina vestida de blanco. —Gracias. La reina duerme. Oscuro.
V
Monólogo del hombre que espera a la entrada del bosque
El hombre que espera a la entrada del bosque, con un ramo de flores blancas, barre alrededor de la silla donde duerme la reina. — Mi abuela barría el camino de la tristeza con flores blancas. Decía que las flores tenían la virtud de apropiarse del dolor ajeno. Cada que caía, yacía en el suelo varios días en silencio. Y lo primero que hacía al levantarse era buscar flores blancas. Antes de cortarlas les ofrecía una canción. Mi abuela se desgarraba en el canto; algo en ella moría y se dolía. Lo sé porque un día la acompañé. Puedo jurarles que las flores se rendían ante ese dolor espectacular. Era como si le dijeran, ven, sácanos de aquí, llévanos contigo, te queremos ayudar. Entonces ella las cortaba y hacía un gran ramo. A lo largo del camino, ella barría sus pasos. En ese tiempo yo era un niño y no entendía cómo pasaba del dolor a la rabia. Se transformaba; de ser una vieja derrotada pasaba a ser una fiera, su mirada se afinaba, sus oídos se volvían astutos. De pronto era una loba que aullaba mientras se preguntaba cuál era la causa de todo ese dolor. Entonces me decía que tenía que develar ese misterio. Y me dejaba aquí, en la entrada del bosque. Acá no puedes venir conmigo, me decía. Acá sólo hay secretos y sombras. Y se iba. Yo no sabía si partir o esperarla. ¿Quién era yo en esa historia? Caminaba unos pasos con la firme intención de regresar a casa y algo me decía que debía dar la vuelta y esperar. Así se me iban los días. Yendo y viniendo, sin saber qué hacer. ¿Por qué me quedaba? Me emocionaba la idea de que compartiera conmigo el misterio. ¿Qué sombras había encontrado? ¿Qué secretos? También quería ser el primero en verla a su regreso. Algo nuevo la tomaba, algo que no estaba en ella la poseía. Y ahí estaba yo, esperando su regreso, disfrutando de su sonrisa que se dibujaba a lo lejos, gozando al verla como una montaña que bajaba del bosque, en esa polvareda indestructible que ahora era. La que llegaba era una mujer resuelta.
VI
La llegada del oficial
Amanece. El oficial llega.
El oficial. —He cumplido con la tarea que se me encomendó.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿El rey…?
El oficial. —Sí, en incontables muertes.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Lo vio morir?
El oficial. —Yo le quité la vida. Esa fue la orden.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Lo hizo tal y como ella lo pidió.
El oficial. —Seguí cada una de las indicaciones de la reina. Quiero verla, necesito darle el parte.
El hombre que espera a la entrada del bosque le señala la silla. —Ella duerme.
El oficial. — ¡Despiértela!
Silencio de ambos.
El hombre que espera a la entrada del bosque lo mira con atención. —Llego hasta el rey y…
El oficial. —No estoy autorizado a darle información.
Silencio.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Con el medallón en la mano caminó varios días. Cansado, sediento, urgido por cumplir la misión. Siguió el rastro del humo. No fue difícil hallar un castillo consumido por las llamas. No preguntó nada, pasó desapercibido por las rutas que tomó. Matar a un rey no es cosa fácil.
El oficial. — Ninguna muerte lo es si se tiene que cumplir cabalmente.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Supongo que no vistió su traje de guerra.
El oficial sonríe. — Le repito que no estoy autorizado a darle un sólo detalle
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Disfrutó con su muerte?
El oficial. — ¿Quién le dijo que buscamos placer en la muerte del contrario?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Ustedes siempre me han inquietado. Dígame, ¿dónde habita el alma de un soldado?
El oficial. — ¿Supone que tenemos alma?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sí, creo que todos la tenemos.
El oficial. — Yo no tengo alma. Soy algo así como un reloj. Sólo avanzo, avanzo sin detenerme.
La reina vestida de blanco se despierta. — ¿Lo logró?
El oficial. — Así es, señora.
La reina vestida de blanco. — ¿Usted fue quien lo mató?
El oficial. —Sí. Todas las veces que me fue posible.
La reina vestida de blanco. — Espero que lo haya hecho sufrir demasiado.
El oficial. —Nunca nadie había padecido de tal modo. Crueles y despiadadas torturas lastimaron su cuerpo. Sus gritos fueron aterradores.
La reina vestida de blanco. — ¿Pidió clemencia?
El oficial. —Rogó tantas veces por ella…
La reina vestida de blanco. — ¿Procuró que fuera en un día de festejo?
El oficial. —Sí, señora. Celebraba con un banquete su boda.
La reina vestida de blanco. — ¿Descuartizó su cuerpo en incontables pedazos?
El oficial. —Tal como usted lo ordenó.
La reina vestida de blanco. — Debió haber sido espantoso.
El oficial. —Lo fue.
La reina vestida de blanco. — ¿Lo asesinó en mi palacio?
El oficial. —Su palacio no existe más. Mandó construir uno nuevo y me encargué de que quedara manchado con su sangre.
La reina vestida de blanco. — ¿También le pedí eso?
El oficial asintiendo. —Y me pidió que me hiciera su amigo, que ganara su confianza y que lo asesinara el día que menos lo esperara.
La reina vestida de blanco. — ¿Y así fue?
El oficial. —Sí, señora.
La reina vestida de blanco. — ¿Tuvo dificultades para llegar?
El oficial mirando al hombre que espera a la entrada del bosque. — Con el medallón en la mano caminé varios días. Me encontraba cansado y sediento, pero urgido por cumplir la misión. Seguí el rastro del humo. No fue difícil encontrar el castillo consumido por las llamas. Nunca pregunté nada, procuré pasar desapercibido por las rutas que tomé. Usted, sabe, matar a un rey no es cosa fácil.
La reina vestida de blanco. — ¿Cómo pudo entrar?
El oficial. — Al llegar, la guardia del rey me detuvo. Me preguntaron mi nombre y la razón de mi visita. Dije que era un navegante y que le proponía un negocio al rey.
La reina vestida de blanco. — ¿Le creyeron?
El oficial. —No. No en ese momento. Me dejaron en una especie de prisión que se encuentra en la entrada, muy cerca de la puerta principal. Ahí estuve varios días, con poca agua y poca comida. En uno de esos tantos días, se acercó un hombre y me observó con detenimiento. Me preguntó por la oferta que le tenía al rey. Le dije que únicamente a él se lo diría y que si no le interesaba me dejara salir. El hombre se fue. Me dejaron ahí por varios días más. Por fortuna, la ración de alimentos aumentó.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —El rey estaba listo para recibirlo.
El oficial. —Así es. Me llevaron a un cuarto donde pude asearme y me dieron un traje que debí ponerme para poder estar en su presencia.
La reina vestida de blanco. — ¿Qué le pensaba proponer?
El oficial. —Un navegante siempre puede ofrecer sus rutas y yo le extendí, ante sus ojos codiciosos, estos mapas que no valen nada.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — El deseo lo llevó a imaginarse el rey más poderoso del mundo.
El oficial. —A partir de ese día, fui convidado a todas sus fiestas. Sacrificaban animales en mi honor y nos untábamos la sangre de las bestias. Comíamos y bebíamos sin medida.
La reina vestida de blanco. — ¿Llegó a ver a su nueva esposa?
El oficial. —Nunca la vi.
La reina vestida de blanco. — ¿Él le contó algo sobre mí?
El oficial. —Nunca. Usted nunca estuvo en su boca.
La reina vestida de blanco. —Me olvidó. Ahora sé que me olvidó.
El oficial. — La noche de su boda me dijo que yo debería haber sido su hermano, que nadie lo entendía como yo. Había ganado su confianza, había llegado el momento de asesinarlo.
La reina vestida de blanco. —Hábleme de su cara, de sus ojos, de lo que hizo cuando usted le asestó el primero golpe.
El oficial. —La sorpresa, señora, la sorpresa es encantadora. Quería hacer un brindis final por su boda y pidió que la guardia se fuera. Quería hacerme una confesión. Me dijo que el amor era un cuento para idiotas y que él era el mejor para contar ese cuento. Se volteó para enseñarme algo y fue cuando lo golpeé por primera vez. Nunca sabré lo que me iba a mostrar.
La reina vestida de blanco. — ¿El primer golpe fue por la espalda?
El oficial. —Sí, una total traición: tal y como usted lo ordenó.
La reina vestida de blanco. — ¿Cayó al suelo?
El oficial. —No, se fue hacia a la pared. El segundo golpe fue el que lo derribó.
La reina vestida de blanco. — ¿Su cara? Dígame algo sobre su cara.
El oficial. —Trataba de ver en mí la razón de la traición, trataba de explicarse el porqué de esta perfidia.
La reina vestida de blanco. — ¿Se lo preguntó?
El oficial. —No lo dejé hablar. A partir de ese momento mi misión era asesinarlo de todas las maneras posibles. Lo golpeé, lo azoté, lo acuchillé, prendí fuego en su carne inerme…
La reina vestida de blanco. — ¡Basta!
El oficial. —Rocié con cera caliente sus heridas, fracturé cada uno de sus huesos, mutilé sus extremidades…
La reina vestida de blanco. —Estaba vivo…
El oficial. —Sí, latiendo su corazón. ¡La traición ha sido vengada, su majestad!
La reina vestida de blanco. — ¡Yo pedí que lo matara! ¡Yo ordené todo ese horror!
El oficial. —Cuando dejó de respirar di por terminada la misión. Tomé los pedazos de su cuerpo y en una loca carrera esparcí la sangre que quedaba de él.
La reina vestida de blanco. — ¡Yo lo maté! ¡Yo lo asesiné!
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Por dentro y por fuera.
El oficial. — El enemigo debe ser aniquilado sin piedad.
La reina vestida de blanco al hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Por qué no me detuvo?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Porque cada uno de nosotros hace lo que puede.
La reina vestida de blanco. — Y yo sólo puedo matar.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Por el momento, sí.
El oficial. —Pido permiso para retirarme.
La reina vestida de blanco. — ¡Salga de aquí, maldito asesino! Acaba de matar al hombre que amé. El oficial sale. Siento asco de mí. Si pudiera escapar de lo que hice. Silencio. ¿Qué haría su abuela?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —No sé, ella nunca mató a nadie.
La reina vestida de blanco. —Caminar, algo me dice que debo caminar. La reina comienza a caminar. Se aleja. Oscuro.
VII
La reina pasa por un pasaje de niebla
La reina vestida de blanco caminando. — Caminar, caminar y no parar. Seguir, seguir en este caminar errado. Caminar y no esperar. Seguir, sólo seguir como la nube que viaja atropellada por el viento. Un paso y dos, un paso y tres, un paso y cuatro, un paso y seis. Juntar mil pasos, cien pasos, tantos pasos. Caminar, ¿de qué me sirve caminar? Se detiene. Camino sola, no hay nadie que me acompañe… sola… ¿por qué estoy sola? No fueron suficientes mis manos y mis pies. Debí haberle dado todo mi cuerpo. ¿De qué me sirve ahora si estoy sola? Debí haberme atado junto a él…poner un enorme grillete en mis deseos. Debí callarme, debí mirar únicamente hacia él y no perderme en paisajes interiores. Si le hubiera entregado mis ojos seguramente no me hubiera abandonado. Sabría que lo necesito para caminar y no me hubiera dejado. Ciega, debí haberme quedado ciega. Ahora estaríamos juntos y él me guiaría, como siempre quiso hacerlo. Yo confiada de su brazo caminaría junto a él. Su voz sería como esa luz que necesita el condenado a muerte. Su voz, extraño su voz pidiéndome más amor, más entrega, más tiempo, más vida. Si no le hubiera prestado atención al revuelo de pájaros que llevo dentro seguiría a su lado. Si no hubiera escuchado las sinfonías de mi pensamiento podría seguir mirándolo y sentirme llena, completa con su presencia. Debí haberle dado mis sonidos, mis imágenes, mis delirios, todo. ¿Para qué guardarlos? ¿Para qué esconder mis tesoros más queridos? ¿De qué me sirven ahora? Ni con él me han servido. Debí ser nada y dejar que él fuera todo. Ahora soy nada y no tengo nada. En mí sólo hay un gran silencio y no hay nadie que me pida que me detenga. La reina continua su marcha. Caminar, algo me dice que debo caminar. Caminar y no parar. Seguir, como el delirio que me acompaña, caminar, caminar y no esperar. Seguir, como el viento que atropella mis pasos…
VIII
Diálogo entre el hombre que espera a la entrada del bosque y El oficial
El oficial entrando. — ¿Y la reina?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Intentando escapar de lo que hizo.
El oficial prende un cigarro. —La muerte del rey…
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sí.
El oficial. —Murió rápido, dígale eso a ver si…
El hombre que espera a la entrada del bosque. — El hecho es que un hombre murió… y murió por sus órdenes.
El oficial. —Algún día tenía que morir.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Eso lo consuela?
El oficial. —Yo no necesito consuelo. ¿Por qué insiste en ponerme cosas que no siento?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Porque no puedo aceptar que usted se asuma como una máquina.
El oficial. — ¡Una máquina con un desempeño perfecto!
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Lo mató tal y cómo lo contó?
El oficial. — ¿Qué más da? El hombre está muerto.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Dígame cómo lo mató.
El oficial. —Usted ya lo escuchó.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Repítalo.
El oficial. —Le gustan los detalles morbosos.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — Sí, me gusta conocer la manera en la que se despliegan los hechos.
El oficial. —Llegué y lo maté.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Así? ¿A sangre fría?
El oficial. — ¿Me imagina usted haciendo amistad con el rey, comiendo y bailando, a la espera de ganarme su confianza?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —No. Esa parte nunca la creí.
El oficial. —Llegué y lo maté. Hubo gritos y gente corriendo, buscaban al asesino, pero nunca supieron que fui yo.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Por qué le dijo todo eso a la reina?
El oficial. —Ella quería venganza y yo se la di.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Ahora sufre por eso.
El oficial. — El rey la engañó. Merecía morir.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —A lo mejor no.
El oficial. —Él debió serle fiel, debió ser leal con ella.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Debió?… No se da cuenta de que no pudo.
El oficial. —No pudo porque no quiso.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Usted cree en toda esa basura de “querer es poder”?
El oficial. —Maté a un rey porque quise y porque quise pude.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Y por qué quiso matarlo?
El oficial. —El dejó de ser un amigo de la casa.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¡Vaya! Se inventó un enemigo.
El oficial. —Los que ofenden a la casa, me ofenden a mí.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Y así fue fácil matarlo, creyendo que él le había hecho algo malo.
El oficial. — Él debió morir en su cama. Ella debió enterrarlo, llorarlo y guardar luto por él.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Cuántas historias, que conoce,
han sido así?
El oficial. —Ella no debió salir huyendo de su palacio.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Pero lo hizo. Y son muchas las que se ven forzadas a hacerlo.
El oficial. —Usted está en medio de todo. No tiene un bando.
El hombre que espera a la entrada del bosque. —No, no lo tengo.
El oficial. —Usted puede llegar a ser una persona muy peligrosa.
El hombre que espera a la entrada del bosque. — ¿Sí?
El oficial. —Sí, usted puede llegar a ser un enemigo de la casa.
IX
La reina sale del pasaje de niebla
Se escuchan los murmullos de la reina vestida de blanco. — Caminar, caminar en este caminar errado, caminar, caminar y no parar…
El hombre que espera a la entrada del bosque se dirige al oficial. — ¿Por qué no la sigue?
El oficial. — ¿A dónde la debo llevar?
El hombre que espera a la entrada del bosque. —Sígala. Ella sabrá.
La reina vestida de blanco. — Caminar, caminar sin parar, perseguida por los gritos de su carne, caminar, siguiendo al delirio que me acompaña, caminar y no parar…
El oficial alcanzándola. — Caminar como sólo los relojes saben hacerlo, en un recorrido impecable, en una marcha silenciosa. Caminar sin anunciar el futuro y sin despertar al pasado. Caminar, caminar sin mirar lo que pensamos, sin retorno, sin culpa.
La reina vestida de blanco se detiene. — ¿Sin culpa? Asesiné al hombre que más he amado.
El oficial. —Él la traicionó.
La reina vestida de blanco. — Nunca pensé verlo morir… y muchos menos ordenar el fin de su vida.
El oficial. —Fue una muerte rápida, señora.
La reina vestida de blanco. — No trate de engañarme. Sus últimos minutos estuvieron llenos de dolor. Camina. Apenas si distingo todo lo que he borrado con su muerte. Me quedan tan pocos recuerdos y éstos se escapan como conejos corriendo. Se detiene nuevamente. Ya no puedo pronunciar aquí, en este instante, su nombre.
El oficial. —Caminar, señora, sólo queda caminar.
La reina vestida de blanco. — ¿Caminar para qué?
El oficial. —Para seguir viviendo.
La reina vestida de blanco. — ¿Y yo, tengo derecho a vivir? Las imágenes de su muerte me persiguen todo el tiempo. Quisiera escapar de todo lo que me está pasando.
El oficial la toma de la mano. — Venga, huyamos.
La reina vestida de blanco sorprendida. — ¿Lo puedo hacer?
El oficial. —Sí. Podemos escondernos en cada pueblo. Usted fingirá que no es la reina vestida de blanco y que no ordenó la muerte del rey. Un día aquí, otro allá. ¡Qué más da! Contaremos en cada lugar una historia diferente.
La reina vestida de blanco. — Yo seré su prima, su hermana, una amiga… Puedo decir que nuestros padres murieron y que un tío ambicioso nos ha robado todo y que debimos huir tras su amenaza de muerte.
El oficial. — ¿Y cuando sea su primo?
La reina vestida de blanco. —Diré que… que…que buscamos un remedio para mi amada tía.
El oficial dudando. — Esa historia nadie la creerá.
La reina vestida de blanco. — ¿No?
El oficial. —No.
La reina vestida de blanco. — Entonces quitemos la historia de los primos.
El oficial. — ¿Qué dirá cuando yo sea su amigo?
La reina vestida de blanco dudando. — La gente podría pensar cualquier cosa. Dirán que escape de mi hogar y me juzgarán terriblemente.
El oficial. —Olvidemos también la historia del amigo.
La reina vestida de blanco. —Y repetir eternamente la historia de los dos hermanos.
El oficial. — No faltará quien nos ofrezca apoyo para reconquistar lo perdido.
La reina vestida de blanco. — ¿Qué diremos entonces?
El oficial. —Nada. Ese día nos iremos de ahí.
La reina vestida de blanco. —No. Quiero quedarme y ver cómo todo un pueblo hace algo por mí.
El oficial. — ¿Y cuando tengamos que partir al combate?
La reina vestida de blanco. —Ese día desaparecemos. Ese día nadie nos volverá a ver.
El oficial. — Es un plan absurdo.
La reina vestida de blanco. — ¡Quiero sentir la indignación de la gente! ¡Quiero ver todo lo que harán para restablecer mi imperio!
El oficial. —Usted no tenía un imperio. Usted ya no es una reina. No hay nada por qué luchar.
La reina vestida de blanco. — ¡Cómo se atreve!
El oficial. —No tardarían en saber que usted no tiene nada.
La reina vestida de blanco. — Ellos lo harían por mí.
El oficial. —No. Ellos irían por lo que usted les pudiera dar.
La reina vestida de blanco. — ¡Sólo quiero ver que alguien hace algo por mí!
El oficial. —Usted no está pidiendo “algo”. Usted está pidiendo una guerra destinada al fracaso.
X
La noche de la Reina.
Una parvada de pájaros se escucha volar. La reina entra en pánico. Abraza con vehemencia al oficial.
La reina vestida de blanco. — Paremos. La noche se acerca.
El oficial. — Podríamos caminar un poco más.
La reina vestida de blanco. —No. Las noches son horribles. Los recuerdos se conjuran para hacerme daño.
El oficial. —El sendero aún no termina. Podríamos llegar en…
La reina vestida de blanco. —No. Lo que hago en las noches es llorar y esperar.
El oficial. — ¿Esperar?
La reina vestida de blanco se separa del oficial. — Debo estar de pie y lamentarme por estar sola.
El oficial. — Eso es un castigo.
La reina vestida de blanco. —Una agonía. Estoy hecha girones por dentro. Esperemos al amanecer. Cuando la luz del sol ilumina la tierra, todo este dolor se dispersa y puedo volver a caminar. (Silencio. La reina mira las estrellas) Mire, el cazador… cómo brillan sus estrellas…
El oficial. — La vida dedicada a matar…
La reina vestida de blanco. — ¿Usted se hizo soldado para matar?
El oficial. —No. Lo hice por vanidad. Quería ser un héroe.
La reina vestida de blanco. — ¿Y lo es?
El oficial sonríe. — No.
La reina vestida de blanco. — ¿Qué le falta?
El oficial. —Una colección de medallas.
La reina vestida de blanco. — Pensé que para ser héroe tendría que hacer algo notable.
El oficial. —No. Ahora los héroes son los que cargan medallas. Y yo moriré sin una sola. He matado por nada. Silencio. Pensé que nunca sería capaz de apuntar sobre el cuerpo de otro hombre y, sin embargo, el día llegó. Le puedo decir que el día que maté por primera vez fue un día normal, como cualquier otro. No vino un ángel a prevenirme del asesinato que estaba por cometer. No pasó algo extraordinario ese día. Desayuné lo de siempre, fumé varios cigarros, caminé por las mismas calles… Un día muy normal para llegar a ser héroe.
La reina vestida de blanco. — ¿Quién era él?
El oficial. —Un hombre que estaba en el lugar equivocado. No sabía que patrullábamos la zona y lo encontramos. Llevaba un poco de agua a su casa.
La reina vestida de blanco. — ¿Agua?
El oficial. —La ciudad estaba sitiada. La gente no tenía qué comer ni qué beber.
La reina vestida de blanco. — Y usted lo mató.
El oficial. — Era él o yo. No tenía tiempo de saber si estaba armado, si venía con alguien más, o si era algún miembro… ¿qué quiere que le diga?, ¿que fue mi estupidez?, ¿mi falta de entrenamiento?, ¿mi escaso control?
La reina vestida de blanco. — No importa lo que haya sido, un hombre murió…Se calla por un momento. Usted debe estar sufriendo…
El oficial. — No, señora. Yo no sufro. A diferencia de usted, cargo con lo que debo vivir.
La reina vestida de blanco. — Se convirtió en su propio héroe.
El oficial. — Ya no necesito medallas para seguir caminando. Soy un soldado, estoy listo para matar si así se requiere. Fui entrenado para avanzar, para no tener compasión… para no sentir piedad…
La reina vestida de blanco. — Comienza a hacer frío. El oficial se quita su camisola y se la ofrece. La reina la acepta y se la pone. ¿Cuánto tiempo más tendré que caminar?
El oficial. —Eso no importa. Preocúpese cuando ya no pueda hacerlo.
La reina vestida de blanco. — ¿Algún día pasará?
El oficial. —Sí.
La reina vestida de blanco. — ¿Y yo qué haré?
El oficial. —Guiarme. Yo la llevaré hasta su destino.
La reina vestida de blanco. — Pero no sé dónde está mi destino.
El oficial. —El hombre que siempre pregunta dijo que usted sabría a dónde llegar.
La reina vestida de blanco. —Lo dijo para que no me dejara sola caminando.
El oficial se detiene. —No debió haberme engañado. Una luz de visión nocturna de guerra invade la escena. El oficial apunta con su arma hacia varios lados. La noche siempre está llena de peligros. Es cuando el enemigo acecha. Ha llegado el momento de tener más cuidado. Es la hora de la prudencia, el momento del sigilo. Esperan a que nos abandonemos al sueño para empezar a matar. Silencio. Poco a poco se escucha el ruido de un grupo de helicópteros Apache. Escuche, es el aleteo de los Apaches, música para bailar.
Voz en off. — Bravo 3, aquí Delta 6, solicito situación en su área, cambio.
El oficial. — Delta 6, estamos en una zona de completa oscuridad. Cambio.
Voz en off. — Bravo 3, aquí Delta 6, solicito confirme su misión, cambio.
El oficial. — Delta 6, conduzco a la abeja al panal, repito, conduzco a la abeja al panal. Cambio.
Voz en off. — Bravo 3, aquí Delta 6, no tenemos información de su misión, cambio.
El oficial. — Delta 6, conduzco a una abeja a su destino, cambio.
Voz en off. — Bravo 3, aquí Delta 6, no existe confirmación de su misión, cambio.
El oficial. — Delta 6, la abeja requiere escolta, cambio.
Voz en off. — Bravo 3, no tenemos conocimiento de su misión. Regrese al punto de origen, cambio.
La reina vestida de blanco negando. — No voy regresar.
El oficial. — Delta 6, la abeja se niega, cambio.
Voz en off. — Bravo 3, aquí Delta 6, repito, regrese al punto de origen, cambio.
El oficial. —Debemos regresar.
La reina vestida de blanco comienza a caminar. —No. Para mí no hay retorno.
El oficial la sigue. — Delta 6, la abeja insiste en seguir, cambio. Ruido de disparos. Delta 6 estamos siendo atacados. Solicito refuerzos. Cambio.
La reina vestida de blanco corre. — ¡Es la guardia del rey!
El oficial. — Delta 6, repito, estamos siendo atacados, solicito ayuda. Cambio.
La reina vestida de blanco escondiéndose detrás del oficial. — ¡Es la guardia que viene por mí!
El oficial. — ¡Los muertos se han levantado!
La reina vestida de blanco asustada. — ¡Yo fui quien lo maté!
El oficial apartándola. —No vienen por usted. Vienen por mí.
La reina vestida de blanco. —Hay una docena de hombres que me apunta con su mirada.
El oficial. — Es el hombre del agua que no deja de señalarme.
La reina vestida de blanco. — Los arqueros preparan sus flechas. Me matarán como a un cerdo. La reina se tira a tierra y grita. Él debía morir, de otra manera yo no hubiera podido continuar.
El oficial. —Es el mismo argumento que uso en mi defensa.
La reina vestida de blanco. — Debemos escapar.
El oficial. —No existe huida cuando se ha tomado la vida de alguien.
La reina vestida de blanco. — ¿Y usted lo dice?
El oficial avanzando. — ¡Vengan por mí, bastardos…!
La reina vestida de blanco lo tira a tierra. — ¡Cállese! ¡Nos van a matar!
El oficial. —Ya no hay nada qué hacer.
La reina vestida de blanco. —Por allá…corramos.
El oficial. —No voy a huir. Quiero que esto termine. El oficial se levanta y enloquecido dispara de un lado a otro. Sí, yo los maté. ¿Y qué? Los volvería a matar un millón de veces. Se detiene y mira hacia un lugar preciso donde se encuentra la visión del hombre del agua. ¿Nunca dejarás de fastidiarme? Se acerca a la visión y golpea como si tuviera nuevamente al hombre en su poder. Sabías que la ciudad estaba sitiada y aun así te atreviste a salir. ¿Tus hijos no tenían qué beber? De todas maneras se quedaron sin agua y sin padre. ¿Por qué tenías que salir? ¿Por qué tenías qué caminar por mi calle? Debiste quedarte en casa. ¿Quién diablos les dice que no deben obedecer? ¡Bastardos desobedientes! Deja de golpear. Caminabas sin saber que en la siguiente calle te iba a encontrar. Al dar la vuelta, en esa fracción de segundo, me di cuenta de que eras un hombre con un galón de agua a medio llenar. ¿Qué hago? ¿Te dejo pasar? ¿Finjo que no te veo? ¿Hago como que no te tengo miedo? ¿Tú qué hubieras hecho? ¿Podrías haber seguido de largo? Algo me hizo apuntar. Y te disparé. Tú me miraste… tus ojos me preguntaron por qué. ¿Por qué? Cada que vienes tengo una respuesta diferente. Porque tengo miedo, porque creo que vas a disparar, porque pienso que me vas a matar… porque nunca debo dudar, porque debo seguir sin preguntar… porque puedo disponer de tu vida y de la de los demás… porque estás solo y nadie vendrá detrás de mí… porque quiero, porque algún día debía empezar a matar… ¿Cuándo supieron que no volverías a casa? ¿Cuando tu familia moría de sed? ¿Qué más? ¿Dejé tu cuerpo tirado en la calle? Sí, pero estabas con varios más. No eras el único cadáver de ese día. Tus ojos, tus malditos ojos seguían preguntándome por qué. ¿Qué debí haber hecho? ¿Correr hacía ti? ¿Tomarte el pulso? ¿Preguntarte si estabas bien? No, no estabas bien. Estabas muerto. Me aseguré de rajarte el corazón. Y ni muerto soltaste el maldito galón de agua a medio llenar.
Voz en off. — Bravo 3, aquí Delta 6, solicito situación en su área, cambio.
El oficial. — Delta 6, el enemigo me mira y me pregunta por qué. Cambio.
Voz en off. — Bravo 3, dispare sin responder, cambio.
El oficial. — Delta 6, veo la cara de este hombre cada vez que asesino a alguien. Cambio.
Voz en off. — Bravo 3, no mire las caras, sólo dispare. Cambio.
La reina vestida de blanco se levanta y camina hacia las visiones. — Yo debo dar mi vida; es el precio que debo pagar por mi venganza.
El oficial. — El rey sólo está muerto dentro de usted. Él sigue con vida.
La reina vestida de blanco. — No. Él está muerto.
El oficial. —Yo no lo maté.
La reina vestida de blanco dudando. —Pero lo he dejado de sentir dentro de mí.
El oficial. —Sí. Entre usted, el hombre que pregunta y yo lo hemos “matado” muchas veces.
La reina vestida de blanco. — ¿Me mintió?
El oficial. — Yo no puedo tomar la vida de un rey.
La reina vestida de blanco. — Pero se lo ordené.
El oficial. —Usted sólo es una reina…era una reina. Él es el rey. Usted puede ser reemplazada. Mi señor, jamás.
La reina vestida de blanco sale corriendo hacia el bosque.