
Cuatro Diálogos de animales
de Sergio Magaña
Los fabulosos
(El Unicornio solicita ayuda de la Quimera para encontrar la raíz
de la Mandrágora.)
UNICORNIO:
¡Eh, tú, detente, y ayúdame a manejar un poco el azadón!
QUIMERA:
¿Es a mí a quien te diriges?
UNICORNIO:
Precisamente es a ti, y si me
ayudas a manejar el azadón, es posible que participes de los beneficios del
encuentro.
QUIMERA:
Pero, ¿y cómo? ¿Te diriges a mí? ¿No sabes acaso que yo no existo? ¿Me has visto
alguna vez?
UNICORNIO:
Eso no tiene importancia. Contesta sólo si puedes ayudarme o no. Ya me miras
cansado y con mi hermoso cuerno lleno de barro, aun astillado; daño que me ha
venido al pretender usarlo para remover la tierra de este campo.
QUIMERA: Te
ayudaré, con un suspiro, porque debes saber que yo no existo. ¡Soy una Quimera!
Animal fabuloso no clasificado en ninguna Zoología.
UNICORNIO
¿Y qué quieres? ¿Que me asombre? Yo soy Unicornio y tampoco me han registrado
jamás, ni nadie me ha visto como no sean los ignorantes hombres de la edad
media.
QUIMERA:
Entonces tú, igual que yo, no existes... y si no existes es un absurdo que me
estés hablando y solicitando ayuda. No veo por qué, un ente inexistente deba
distraerme y aún exigirme le ayude a cavar. ¡Sin duda me pedirá después una
sonrisa!
UNICORNIO:
¿Una sonrisa tuya, Quimera? Ni aún a riesgo de perder mi cuerno la solicitaré.
Cuando sonríes echas llamaradas por tu cabeza de león y tu barriga de cabra se
arruga mientras tu cola de dragón se yergue. ¿Vas a llorar?
QUIMERA. No
me toques... eres un ser sin entrañas. Acabas de describirme sin ninguna
cortesía y de tan horrible manera que nadie querría invitarme ni siquiera un
trago.
UNICORNIO:
¿Acaso eres borracha?
QUIMERA:
Imagínate, he contraído el vicio de la bebida, empujada tal vez por mi soledad,
sin tener nunca a un Quimero o cosa parecida. Cuando era joven soñaba con él y
solía peinarme en el espejo de los lagos. Dame un tabaco.
UNICORNIO:
¡Ajá! ¿También fumas?
QUIMERA.
Claro, por culpa también de mi soledad.
UNICORNIO:
Pues aquí no hay tabaco. Y además con el fuego de tus fauces podrías provocar un
incendio.
QUIMERA:
¡Oh, no! ¡Es fuego fatuo! En fin…por ser tan agradable tu manera de ser, te
ayudaré si puedo.
UNICORNIO:
Puedes. Usa tus garras para cavar el terreno.
QUIMERA:
¿Mis garras? ¿No las ves? ¡Son de terciopelo!
UNICORNIO:
Luego es cierto. Pobrecilla. Entonces lárgate de aquí si de nada me
sirves.
QUIMERA:
Por eso te digo que no existo. Aunque si tuvieras un trago...
UNICORNIO:
Déjame en paz. Estoy escarbando con la intención de hallar la raíz de
la
Mandrágora. Dicen que en cuanto la coma existiré realmente y gozaré
de los privilegios de la tierra.
QUIMERA:
Siendo así no me voy. Déjame esperar tus resultados y si me lo permites, de la
raíz tomaré también un pedacito. ¡Quiero vivir y existir! Estoy cansada de
charlar con puros animales fabulosos. La Hidra de Lerna me tiene harta, el León
de Nemea me cansa. La Salamandra es una histérica, el Basilisco no hace más que
llorar y la Hidra Verde es un miserable gusano terrestre cuyo hermoso nombre,
correspondiente a tan mísero ser, nos ha puesto a todos en ridículo.
UNICORNIO:
Siéntate pues, y no eches fuego, no sea que me asuste mientras
escarbo.
Los
moluscos
(Una madreperla, Malagrina, encuentra inmóvil al pulpo Octopus,
que ha sido víctima de la habilidad de un cangrejo.)
MALAGRINA: ¡Buen
viaje, Octopus
Vulgaris!
OCTOPUS: ¡Detente,
hermana madreperla! Y mírame aquí, reducido a la vergüenza de oírte decir "Buen
viaje", a ti y a otros
animales del mar, sin poder yo moverme ni decir lo mismo; así que es una frase
odiosa para mis oídos.
MALAGRINA:
Verdaderamente, Octopus, me parece
insólito el espectáculo de un pulpo enorme, ágil y voraz como tú, hundido en la
arena y sin mover nada más que los ojos, y aún éstos llenos de
lágrimas.
OCTOPUS: A tal
condición, oh Malagrina, me han reducido mis aficiones al Arte. Si tú quisieras
ayudarme a salir de mi postura acercándote a mí, y manipulando donde yo te diga,
sería siempre tu amigo y defensor.
MALAGRINA:
Lo haría, Octopus, mas nadie
como yo conoce los peligros de la piedad en el fondo de los mares, de suerte que
no me pidas ayuda de ninguna clase. Si en algo puede consolarte el que yo
escuche tus ridículos lamentos, habla ya, mientras yo contemplo mi perla en esta
concha vacía, espejo pulido admirablemente por las aguas.
OCTOPUS: Tu vanidad
es larga; pero mi historia es corta, escucha: Navegaba hace poco por este
hermosísimo paraje, henchido de luz, enamorado de las irisaciones de los peces y
jugueteando inocentemente con muchos y pequeños cangrejos...
MALAGRINA:
¿Inocentemente, Octopus?
OCTOPUS: ¡
Inocentemente, Malagrina! Cuando de pronto todos ellos en coro me pidieron que
danzara, y echando mano de dorados caracolillos y soplando en sus orificios,
lograron estremecer las aguas con una música encantadora. Yo mismo me sentí
transfigurado y, poniéndome de pie y apoyando graciosamente la punta de mis
tentáculos sobre la arena, me lancé a girar al compás vertiginoso de la melodía;
al grado de sembrar la envidia entre varios delfines y medusas que también me
contemplaban. Entonces uno de los cangrejos, sin duda espantado de mi casual
proximidad, me enchufó el caracolillo en la abertura de mi sifón. Ahora bien, tú
sabes que nosotros, los cefalópodos, nos movemos por retropropulsión y que
expelemos el aire necesario por esta abertura de nuestra bolsa, cercana a
nuestra cabeza -¿y cómo voy a moverme nunca más si tengo ahí el caracolillo
incrustado?. Líbrame de él, Malagrina, y prometo organizarte una costosísima
fiesta donde tu perla sea proclamada la más hermosa. MALAGRINA: Y mi carne la
más apetitosa... ¿Eso pretendes? Pues me retiro, Octopus, he
terminado de mirarme al espejo.
OCTOPUS: ¿Así que te
vas sin quitarme el caracolillo? ¡Ya te arrepentirás, ingrata, cuando sepas que
he sido presa de los tiburones!
Los Crustaceos
(Un gracioso camarón llamado Leander Squila, libra al pulpo
Octopus
de un grave mal. En reciprocidad, Octopus
lo devora a él y a su prole.)
LEANDER: Inclina la cabeza, pulpo, o no podré extraerte ese tapón
que obstruye tu sifón. Así se explica tu inmovilidad, tapada como tienes la
abertura por donde recibes y expulsas el aire necesario para tu locomoción.
¿Todos los pulpos caminan como tú?
OCTOPUS: Habla
menos, camarón Leander, y acaba de sacarme ese estorbo de mi tubo. Hazlo con el
mayor cuidado, no sea que quieras cobrarte en mi cuerpo el despecho de tus
desilusiones marinas.
LEANDER: Por fin lo he sacado y estoy viendo un simple caracolillo.
¿Cómo pudo haberse metido en la entrada de tu sifón?
OCTOPUS: No lo creas
tan hábil. Me lo incrustó ahí Gelassimo Tangeri, un cangrejo a quien puedes ir
previniendo de mi venganza.
LEANDER: Debo decirte, Octopus, que
Malagrina, esa orgullosa madreperla, diciéndose tu amiga, estuvo hace poco
pregonando tu voraz intención de comerte la prole de Gelássimo, y de que éste no
sólo te burló, sino que con un caracol. manejando su desarrollada pinza
izquierda, te dejó inmóvil taponándote.
OCTOPUS: ¿Eso
dice?
LEANDER: También se ufana de haberte negado su ayuda y de
abandonarte a los tiburones, no obstante tus afeminadas súplicas.
OCTOPUS: Pues ya
estoy curado. ¡Mira cómo me levanto, camino, giro y ondulo libre de todo dolor!
En cuanto a esos despectivos juicios no los creo por ningún motivo y comienzo a
pensar, camarón Leander, que tú los has inventado para encender mi cólera en
contra de la bella amiga, incapaz de tales expresiones.
LEANDER: ¡Suélteme, Octopus! No está
bien que, tras de mostrarme contigo tan amablemente, extrayendo ese caracol de
tu sistema y abandonando las redecillas de mis huevos a la ferocidad de mis
enemigos, me tildes ahora de mentiroso y calumniador.
OCTOPUS: No me
interesan tus huevecillos. Seguramente los habrás escondido muy bien. ¿Dónde
están?
LEANDER:
Están abajo de aquella esponja, próxima a la cresta de corales; pero tú
comprendes, cualquier merodeador puede dar con su escondite y
devorarlos.
OCTOPUS: Llévame
junto a ellos para que sobre ellos hagas el juramento de si es verdad o no,
cuanto me dices de la conducta de Malagrina.
LEANDER:
Hemos llegado. He aquí mis crías y sobre ellas te repito que es tan cierta la
conducta de tu amiga, como es cierto que nada tienes que hurgar abajo de la
esponja.
OCTOPUS: Eso crees,
camarón Leander. Yo te castigaré por trastornar mi ánimo de pulpo con esas
fábulas acerca de Malagrina.
LEANDER:
¡Oh, hijos míos, estamos perdidos! Ya se me desgarran los ojos al ver cómo
Octopus
los devora. ¡Quisiera morir!
OCTOPUS: A eso voy;
conque serénate para poder tragarte sin esfuerzo.
LEANDER: No
tomes tan al pie de la letra mis expresiones. En realidad quiero vivir aunque
hayas devorado a mis hijos.
OCTOPUS: ¡Ah,
padre
desnaturalizado! Sólo por eso vas a morir.
LEANDER:
¡Ay de mí, oh ingratitud de los seres!
OCTOPUS: Calla,
Leander y ven a reunirte con tus huevecillos. ¡Glub, glub!
Los
anfibios
(Por su sabiduría, la Salamandra se gana una cena.)
AJOLOTE:
Díme lo que haces, Salamandra.
SALAMANDRA:
Vivir. ¿Te parece poco, amigo mío horrendo?
AJOLOTE:
Tienes razón; sobre todo en estos lugares donde la gente es supersticiosa en
grado extremo. A mí me persiguen las brujas para realizar hechizos repugnantes,
sin otro resultado que mi muerte. Y a ti, Salamandra,
te aplastan con el pie por miedo a tu mordedura, sin embargo
inofensiva.
SALAMANDRA:
Eso se llama hablar con la verdad. Tipos hay que me arrojan al fuego en la
creencia que saldré ilesa. Así han muerto mi padre, mi tía y siete sobrinos
indefensos. Y si fuéramos animales comestibles, excuso decirlo ya habría
perecido nuestra especie.
AJOLOTE: No creas. Las ranas lo son y aún subsisten. En cuanto los
hombres nos declaran alimento, hasta hacen criaderos. Cerca de aquí existe uno,
especialmente dispuesto para obtener en poco tiempo grandes cantidades de ranas,
inocentes ellas de su próximo tránsito a los intestinos del hombre.
SALAMANDRA:
Bueno, yo odio las ranas. Quisiera vivir en la América del Sur; allí sí que no
hay ranas.
AJOLOTE:
¿No?
SALAMANDRA:
Hay sapos; pero ranas verdaderas, no.
AJOLOTE: ¿Y
cómo es que cantan las ranas?
SALAMANDRA:
Para cantar, la rana expulsa violentamente el aire de sus pulmones, haciendo
vibrar dos fuertes bandas elásticas o cuerdas vocales -en la faringe-, y
sirviéndole de cajas resonantes dos bolsas membranosas que posee a los lados de
la boca y que salen al exterior enormemente distendidas.
AJOLOTE:
¡Oh, cuán culta eres, Salamandra! Me agradaría aceptases una invitación a comer
en mi casa; donde mis hijos ganarían mucho oyéndote hablar.
SALAMANDRA:
Nada me gustaría tanto, aunque soy un poco voraz.
AJOLOTE: No
te preocupes. Tengo ochenta insectos en conserva, catorce babosas y nueve
lombrices, y…
SALAMANDRA:
¡Vamos al punto! Mi desayuno consistió en una mosca; así te puedes figurar mi
apetito. En cuanto a las ranas, te diré que quién canta es sólo el macho, la
señora tiene por exclusiva misión la de poner huevos, por eso es tan bruta. En
cuanto a la crianza de los hijos, las ranas, según su género, usan de los
métodos más extravagantes. Las ranas marsupiales, por ejemplo, tienen en la
espalda una amplia bolsa, más bien un bolsillo con la abertura hacia atrás y,
cuando ponen, el macho va recogiendo los
huevos y metiéndolos allí; de manera que la madre los conserva guardados
hasta que salen crías, que nacen, por cierto, en un avanzado estado de
desarrollo: con sus cuatro patitas y sus branquias. En Argentina, el sapito
vaquero, guarda los huevos en la boca, imagínate, en una bolsa especial y un
buen día, pasado el tiempo, abre la boca y empieza a vomitar a su
familia.
AJOLOTE:
¡Mira, ahí va un sapo!
SALAMANDRA:
Es un enano. En América del Sur hay unos sapos así de grandes, horribles. ¿Y
sabías que las ranas no tienen lengua? Por eso cantan. Hay una sola especie
venenosa, la tintorera, que segrega un líquido...
AJOLOTE:
Hemos llegado. ¿Que tienes... por qué lloras?
SALAMANDRA:
Porque otra vez me quedaré sin comer, a pesar de mi sabiduría.
AJOLOTE: No
digas eso. Yo te he invitado.
SALAMANDRA:
¿Y voy a entrar al agua para ahogarme? Cierto que pertenezco a los anfibios y me
gusta la humedad; pero no al grado de poder respirar dentro del agua. Tal es mi
desgracia, amigo mío horrendo.
AJOLOTE: No
te preocupes. Espera y me verás traer cuanto prometí, pues yo gozo la doble
ventaja de poder vivir en la tierra y en el agua.
TELON