Pareja Abierta
Darío Fo y Franca
Rame
(Inferior de un piso. Un hombre llama a una puerta; la luz de un
foco le ilumina el rostro.)
hombre.
¡Antonia! ¡Antonia! Mujer, di algo... ¿Qué haces ahí
metida? Oye, a lo mejor tienes razón, y la
culpa es mía, pero sal, por favor, ¡abre
la puerta! ¡Hablemos, mujer! ¿Por qué lo
dramatizas siempre todo, caramba? ¿Será posible que no podamos
resolver estas historias como personas
civilizadas? Pero ¿qué demonios estás haciendo ahí dentro? ¡Eres una demente y una insensata, eso es lo que eres!
(A un lado del escenario aparece una mujer también iluminada. El resto de la escena sigue en penumbra.)
mujer.
La demente insensata encerrada en la otra
habitación, es decir, en el baño, era yo,
Antonia Mambretti. El otro, el que
gritaba suplicándome que no hiciera tonterías, era mi marido, Pío Antonini, auxiliar administrativo.
hombre.
(Sigue hablando,
como si la mujer siguiera en el baño.)
¡Antonia, sal de ahí, te lo pido por favor! mujer.
Yo me estoy tomando
un,cocktail de pastillas: Valium, Mogadon, Optalidon, Diazepan, Tepazepan, Nolotil, Cibalgina, catorce
supositorios de Buscapina triturados, todo por
vía oral, glup, glup, glup... hombre.
¡Antonia, di
algo, por lo que más quieras! mujer.
Mi marido ha
llamado a la ambulancia. Pronto llegarán y echarán abajo la puerta. hombre.
Van a llegar los de
urgencias, y como siempre entrarán sin llamar.
¡Que van tres puertas en un mes, Antonia! mujer.
Lo que más me fastidia de estos salvamentos es el lavado de estómago, ese tubo por el esófago, qué asco... y estar sonada varios días, y lo violentos
que están todos los que vienen a verte, venga
hablar del tiempo... «Pues yo creo que va
a llover... ¿Tú qué crees, Antonia?»..., el caso es hablar,
no parar de hablar. Y luego, no falla, me
llevan al psicoanalista, perdón, al analista, que se dice ahora. Un cursi con barba, que se me queda mirando con una pipa en la boca, y luego me dice, como muy casual él: «Llore, llore, señora, no se me reprima. Usted me
perdonará una preguntita sin importancia:
¿usted de niña ambicionaba orinar
como su papá?» hombre.
¡Antonia, di
algo! Aunque sea un gemido, o un estertor.
Así por lo menos sabré hasta dónde has llegado.
Mira que me largo y
no me vuelves a ver... (Se inclina para mirar por la cerradura.) mujer.
La verdad es que no es la primera vez
que me quiero
morir. hombre.
¡Antonia, las
pastillas amarillas no, que son las mías
del asma! mujer.
Otra vez fui a tirarme por la ventana, pero él me agarró al vuelo.
(Se sube al alféizar de la ventana. El hombre la agarra por un tobillo. Luz general.)
hombre.
Anda, bájate de
ahí. Tienes razón, soy un sinvergüenza, pero te juro que no volveré a portarme así. mujer.
Déjame en paz. Me importas un bledo, tú y-tus historias... y no digamos esas estúpidas con las que
sales. hombre.
O sea, ¿que si
fueran inteligentes no te importaría? Anda, ven, hablemos de todo eso, pero a ras de suelo. ¡Baja! mujer.
No, que no tengo
ganas de hablar, a ver si te enteras.
¡Que me tiro por la ventana y se acabó! hombre.
¡No! mujer. ¡Sí! hombre.
Mira que te parto el
tobillo.
mujer.
¡Suéltame! hombre.
¡Que te lo parto!
(La mujer baja de la ventana. El marido le
pasa una muleta.)
mujer.
Que si me lo partió, el muy bestia, vaya manazas,
qué tío... Me tiré dos meses con la pierna escayolada,
pero viva, eso sí. Y todos venga preguntar:
«¿Has estado esquiando?» ¡Me ponía negra! (Cojeando,
deja la muleta y saca una
pistola de un cajón.) Otra vez
traté de pegarme un tiro con esta pistola.
hombre.
¡No, quieta! (Intenta sujetarla.) ¿Es que
quieres que me detengan? Aún no la tengo registrada.
(La mujer se dirige al público, casi fuera de la acción escénica.)
mujer.
Yo siempre quería
morirme de lo mismo: ya no me desea..., no me
siento amada... y se armaba una tragedia siempre
que descubría una nueva relación de mi marido. hombre.
(Intentando
quitarle la pistola.) Trata de
comprender,
Antonia, con las demás sólo hay sexo, nada más. mujer.
Pues conmigo ya ni eso. hombre.
Es que... yo siento
por ti un gran afecto.
mujer.
Gracias, Pío, me quitas un peso de encima. Es
verdad, el afecto es fundamental, ya se sabe..., ¿puede haber algo, entre un hombre y una mujer, más importante
que el afecto? Pues sabes lo que te digo, ¡que te metas tu afecto donde te quepa! (Al público.) La verdad es que en semejantes situaciones yo me ponía muy grosera. Pero era por las banalidades
que él decía, me sacaban de quicio..., conque afecto... No, no podíamos seguir así. Llevaba mucho tiempo sin
hacerme el amor.
hombre.
No entiendo por qué te gusta tanto sacarlo todo a relucir.
mujer.
Te molesta, ¿eh? (Al público.) Al principio
yo estaba preocupada. Pensé que estaba
enfermo, agotado..., bueno, que tenía stress, como todos. Hasta que descubrí
que llevaba una vida sexual de lo más intensa. Fuera de casa, claro. Y cuando le pedí que me explicara el motivo, que me dijera qué había ocurrido,
que si yo ya no le gustaba..., él disimulaba.
hombre.
¿Cómo que yo disimulaba? ¿Qué quieres
decir?
mujer.
Pues exactamente lo que he dicho. Una vez hasta intentaste echarle la culpa a la política. (Al
público.) ¡Tenían que haberle oído!
hombre.
«Esto ya no es lo que era. Ya no me apetece hacer el
amor... No se puede, estamos dominados por el
desencanto, la desmovilización..., la derrota
de los ideales...»
mujer.
¿No les decía?
hombre,
¿Y qué? Lo del desencanto no me lo he inventado yo, es un hecho real, objetivo. Porque, vamos a ver, ¿acaso no es verdad que tras el fracaso de tantas luchas nos hemos sentido todos algo... frustrados, con cierta sensación de vacío, casi como huérfanos? Miras a tu alrededor, ¿y qué ves? Cinismo,
sólo cinismo. Hay algunos que, con la
excusa del desencanto, dejan plantada a la
familia, se compran un libro y una túnica, y se meten en una
secta... Hay quien deja el trabajo, y pone
un restaurante vegetariano o
macrobio tico..., otros se vuelven más ecologistas que nadie, y venga footing, y jogging, y excursiones al campo... ¡Todo por culpa de la poli-tica!
mujer.
Sí, y los hay que dejan a la mujer, y se montan un
bur-del casero, de uso individual. ¡Todo por culpa
de la política!
hombre.
Bueno, reconozco que es una diversión algo tonta,
esto de coleccionar polvos para rellenar el vacío
del desencanto..., pero te juro que
contigo es diferente. Tú eres la única mujer a la que no puedo renunciar, la que más quiero en el mundo..., mi refugio seguro, mi nido calentito, ¡mi madre!
mujer.
¡Ahhhhhh! ¡Lo sabía! ¡Tu madre! Me has ascendido de categoría, ¡muchas gracias! Las mujeres son como los funcionarios de la Administración, que cuando ya
no valen para nada, los ascienden, o los mandan a provincias, o los nombran presidentes de alguna entidad totalmente inútil. Madre honorífica, ¡qué
ilusión! Pues yo profiero que me
degraden a amante de paso, tumbada en
el lecho de la pasión, deseada
con
frenesí y lascivia... ¡Pues sí que me importa a mí servirte de nido calen tito, de teta tierna! No, querido, tú ni te das cuenta de lo bruto que eres.
hombre. ¿Quién, yo?
mujer.
Sí, tú. Bruto, zafio, vulgar... ¿Qué es eso de la
madre? ¿Qué te has creído que soy, una zapatilla usada que puedes tirar a la basura cuando te has hartado de ella? ¡La madre! Pues cuando quieras te demuestro que puedo encontrar a todos los hombres que me dé la gana..., es inútil que pongas esa cara,
sabes..., los que me dé la gana, sí,
señor. Te vas a enterar, tú me provocas y
vas a ver..., te monto un puesto delante de
tu oficina..., me planto en la acera, a pasear, con una farola y una pancarta que ponga: «Lavada y perfumada en oferta especial, la señora del auxiliar administrativo Antonini, se hacen descuentos fabulosos para colegas, jubilados y sindicatos.»
¡Pues qué te has creído!
hombre.
Es lo bueno que tienes, siempre consigues estropear mis
momentos de honestidad y de auténtica emoción.
Yo trato de sincerarme contigo, de hablar con el corazón en la mano, y tú...
mujer.
¿Ah, sí? ¡Pues habla! ¿Qué te ha ocurrido? (Mientras
ella habla, él trata de quitarle
la pistola.) Qué es esa manía que te ha entrado de coleccionar mujeres, una tras otra... Caray con esa obsesión de la cama,
venga cama y cama..., con la de muebles que tenemos en casa..., pero, hombre, móntate una historia de armario, o de mesa camilla, para variar... Te
juro que no me pego un tiro, suéltame...
hombre.
¿Palabra de honor? mujer.
Palabra de honor que
no me pego un tiro. Se me han quitado las ganas. Total, para qué. Me lo he
pensado mejor, ¡y te disparo a ti! hombre.
Déjate de bromas. (Ella le apunta.) mujer.
No
es ninguna broma. (Dispara «casi» al hombre.) hombre.
¡Has disparado! ¡Serías capaz de matarme! mujer.
Por supuesto. Manos
arriba, y de cara a la pared... ¡Quieto ahí
que ahora mismo te mato! (Al público.) Y entonces, un buen día, él pasó al contrataque. hombre.
¿Qué has hecho tú para evitar la rutina? Cuando yo
he reaccionado, buscando emociones fuera del entorno familiar..., estímulos, nuevas pasiones, historias diferentes..., ¿qué has hecho tú para comprenderme? mujer.
Y parece sincero. Historias diferentes, qué bien
suena.
Pues entonces cuenta aquella vez que te encontré en
el cuarto de baño, por la mañana temprano, ahí, tú
sólito...
¿Eso también era una historia diferente?
hombre.
Mira que eres mezquina. ¿Por qué te gusta tanto dejarme en ridículo? Está bien, sí, a veces soy
algo... intimista. Es sano, me descarga las tensiones, me libera, sobre todo cuando estoy nervioso o deprimido. Es casi como una sauna... mujer.
¡Sí, la sauna de
la...! No me hagas decir groserías.
hombre.
Eso es, mejor
evítalo.
mujer.
(Apuntándole.) ¡Calla, sátiro! Silencio, y cierra la boca. (Al público.) Soy tremenda. Cómo le domino con una pistola en la mano, es que me
tiene pavor... Bueno, pues decía que mi
marido contratacó, y me salió con la
siguiente frasecita:
hombre.
Antonia, tú y yo tenemos que hablar más. Nuestra relación sólo podrá salvarse si cambia nuestro planteamiento cultural.
mujer.
(Al público.) Sacó a relucir la hipocresía del conformismo burgués, el repugnante
moralismo...
hombre.
Por supuesto. La fidelidad es un concepto
incivilizado e indigno. La idea de pareja
cerrada, de familia, está ligada al
mantenimiento del patriarcado, a la defensa de grandes intereses económicos, que están objetivamente interesados en evitar que ese núcleo caduco evolucione hacia soluciones renovadoras, más acordes con nuestros tiempos y con las necesidades sociopolíticas actuales. En resumen, lo que no hay manera de hacerte entender es que se puede perfectamente estar casado y tener una relación con otra, o con-varias mujeres. Lo importante es que siga habiendo entre nosotros una relación de amistad, de afecto, y, sobre todo, de respeto.
mujer.
¡Vaya discurso! Absolutamente genial. ¿Se te ha ocurrido a ti solo, o has tenido que convocar una asamblea de maridos modernos? Ya entiendo, comprendo el concepto, la ideología de esta historia. Se
acá-
barón los famosos «cuernos» latinos. Ahora, respeto recíproco, y
cuernos democráticos.
hombre.
Antonia, hay que comportarse como seres modernos, adultos, concienciados.
mujer.
Sí, claro. Por ejemplo: llaman a la puerta. «Permíteme, querida..., te presento a mi mujer.» «Oh, tanto
gusto. ¿Es tu nueva novia? ¡Qué mona! ¿Cómo te llamas, guapa? ¿Puedo llamarte de tú, verdad? ¿Cuánto años tienes? Oh, sólo veinticinco..., veinticinco menos que mi marido, claro. Qué bien. Pasad, pasad. ¿En qué curso estás? Espero que hayas aprobado las evaluaciones. Mira, ¿te gusta nuestra casa?
Este es vuestro dormitorio. Bueno, en
realidad es el nuestro, pero os lo cedo
encantada. Yo dormiré en el de mi hijo. No,
será mejor que salga, así estaréis más a gusto.
Me iré a casa de mi hermana. No, no os
preocupéis, si no es ningún sacrificio... Me acompañará Tomás, o Mario, o Luis, que también está libre esta noche, que
seáis muy felices, que comáis perdices y todo
eso... y que tengáis muchos hijos..., no, de hijos
nada, que ya tenemos dos.» (Al público.)
Y él, tan feliz, viéndose ya en
su harén particular, con sus mujeres
encantadas de la vida, y tan amigas todas... Ahora sólo son dos, pero más
adelante, ¿quién sabe? Y todos
felices y contentos. (Al marido.) ¿Es esto lo que
quieres? Pues no puede ser. Pronto
empiezan a salir las neuras, las angustias... y venga calmantes, y luego al analista de la pipa, y de ahí, directa al pabellón de Neurología. ¡No
funciona! Muchos lo han intentado, y todos han fracasado.
hombre.
No importa.
Precisamente ahí donde otros han fracasa-
do, nosotros tenemos que arriesgarnos, ser valientes, innovadores,
transformar las relaciones..., ¡volver a inventar la
pareja!
mujer.
¿Volver a inventar la pareja abierta? ¡Fuera de mi
casa, caradura! (Al público.) Pero al final me convenció. Había que mantener la pareja abierta, porque era
la única forma de seguir juntos. Para poder hablar, discutir, cuestionarnos, aconsejarnos y seguir
queriéndonos... teníamos que hacer el amor fuera de casa. Estaba el problema de los hijos, pero los hijos
comprenden... Y en efecto, parece increíble, pero fue precisamente Roberto...
hombre.
Vaya, ya salió el
moderno de tu niño.
mujer.
...quien me dio el
valor de intentarlo. Casi me agredió:
hombre.
(Imitando el estilo pasota de su hijo.) «Mira, tía. El viejo y tú os estáis haciendo puré el uno al otro, acabaréis machacándoos como no os inventéis otro rollo. Para empezar, tú no puedes seguir viviendo como la sombra del viejo, tienes que montártelo por tu cuenta, en plan bien. El viejo va con otras tías,
y tú no vas a ser menos, no por venganza,
sino porque es lo suyo, tía. Te buscas un novio que se enrolle, de poder ser, más joven que papá, con más pelo y menos barriga, que se lo haga como
nosotros, un colega, un compañero..., socialista no, que te reconvierte y vuelta a empezar el mal rollo... ¡Ya
verás qué bien nos lo hacemos, tía!»
mujer.
Oh, Roberto, cómo puedes hablarle así a tu madre...,
mira, me dejas angustiada, nerviosa, si hasta
estoy sudando y todo... Cómo puedes pensar que a mi
edad me voy a poner
a buscar hombres...
hombre.
«Que no va por ahí, tía, y no te pongas ejemplar. Parece
mentira el trauma que llevas, a estas alturas... Yo lo que digo es que basta con que quieras enrollarte, y que se te note... Vive para ti misma,
tía. jPor lo menos inténtalo, tía!»
mujer.
Yo, ante tanto «tía, tía, tía», decidí intentarlo.
Para empezar, me vine a esta casa, a vivir por mi
cuenta, sola, y me convencí de que
quería «enrollarme». ¡Vaya si quería! Lo
primero que hice fue adelgazar tres kilos, venga
aerobic, todo el día pegando brincos por la
casa, estaba agotada... Luego tiré a la basura toda la ropa de casada, y me compré todo nuevo, a la última, minifaldas, pantalones y chupa de cuero...
hombre.
Ya veo, te transformaste en postmoderna, estilo spot
de televisión, pero en plan de ama de casa,
más tranquila...
mujer.
Pues sí, querido. Me busqué lo mejor de lo mejor, y me cambié de arriba abajo. El pelo cortísimo, todo tieso,
de colores. Pendiente, cadenas, muñequeras, cinturones...,
maquillaje subidito de tono, estilo varicela...,
en fin, _me puse en plan tontona moderna. Por supuesto, todo eso con otro comportamiento, una actitud completamente diferente..., otra manera de andar, de moverme..., ¡qué agotamiento! Por
primera vez en mi vida me di cuenta
de que tenía caderas. Antes estaba
tan obsesionada con lo de que mi
marido ya no me quería, que .me sentía tiesa como un bacalao, y cuando
andaba no ponía una pierna delante y otra
detrás, moviendo las caderas,
qué va... Yo antes andaba así. (Imita.) Como un camello con artrosis. ¡Qué temporada! Menos mal que ya lo tengo superado. Bueno, pues decía que le hice caso a mi hijo, y me cambié entera, por fuera y
por dentro. Y lo increíble es que en cuanto me esforcé en ser más natural, en fijarme más... en devolver miraditas de simpatía..., pues encontraba, ¡vaya si encontraba! Pero se me caía el alma a
los pies, y al poco tiempo entraba
en crisis. Ante todo, porque eran
casi todos más jóvenes, demasiado más jóvenes que yo. ¡Los había hasta
de la edad de mi hijo! ¿Qué buscarían ésos,
a la segunda madre con Edipo
incluido? Una vez acepté una cita con un chico. Yo temblaba de miedo de que
alguien nos viera. Fuimos a un pub, y el camarero me preguntó: «¿Qué quiere tomar la señora? ¿Y su hijo?» «Yo un vermut doble», pedí para recuperarme del disgusto,
«a él tráigale directamente el biberón». Vamos, .¡por amor de Dios! Y estaba aún más deprimida que antes, me quería morir de desesperación. Bueno, la
verdad es que también había hombres de mi edad, pero debo tener más mala suerte, porque daba siempre con unos
personajes tristes, sombrones, abandonados,
traicionados por la mujer, por las amantes, por los hijos y hasta por los nietos. Tristes, como arbitros de fútbol los lunes por la mañana.
hombre.
¡Vamos, que era
una orgía constante!
mujer.
Yo andaba por ahí con mis treinta metros de soga
para ahorcarme, desesperada... Y en cambio él, mi
marido, había como... florecido, como si hubiese
entrado en otra dimensión..., ¡se había
transformado!
hombre. Bueno, sí, era
el efecto de la pareja abierta. Ya no me
sentía
abrumado por el complejo de culpa. Por fin era libre.
mujer.
Sí, yo le había dado el visto bueno: ¡anda, parejo
abierto, haz el amor sin remordimientos! Y
mientras yo estaba cada vez más paranoica
perdida, por lo de los jóvenes y los
viejos tristes, él, ese marido que me ha tocado
en suerte, tan contento, viento en popa.
Cuando nos veíamos estaba locuaz, bromista, gracioso, él que no lo ha sido en su vida. Cambió de coche, se compró un deportivo, rojo, cómo no, y
luego me contaba sus historias, con un lujo de detalles realmente ordinario, y que a mí...
hombre.
Perdona que te interrumpa, querida, pero eras tú
quien me decía siempre: «Cuenta, cuenta...»
mujer.
Claro, es que soy masoquista, ¿no lo sabías? Por entonces él tenía una relación con una chica muy maja,
de unos treinta años. Porque claro, ellos
nunca tienen relaciones con una de
ochenta, no hay peligro, porque de ochenta
es como la abuelita, y se la tiene en casa, a
la querida ancianita, haciendo ganchillo delante de la tele, con su brasero, el gato, y se la enseña uno a los amigos, «Mira, es la abuela», que hace tan familiar, tan calor de hogar... No. Joven,
jovencísima —para él, claro—, treinta años. Inteligente y moderna, libre de prejuicios, liberada..., una intelectual, ya saben.
hombre.
Pues,
en efecto, era una intelectual..., ¿por qué lo dices con ese tono de desprecio?
mujer.
Uy, todo lo contrario. Si yo estaba tan orgullosa de
tener una intelectual en la familia. Guapa,
lo que se
dice
guapa no era, él mismo lo reconocía..., pero era muy atractiva, sobre todo sentada, tan sexy ella encima de una silla...
hombre.
Eres mala. Y muy
sarcástica.
mujer.
Me acuerdo de cuando se fue a Londres, en vuelo charter,
ocho días. Cuando volvió ya no sabía hablar, no había quien la entendiera, preguntaba todo el tiempo: «¿Cómo se dice esto... y lo otro?...» Quedaba de rara..., un poco amnésica, la pobre, digo yo, porque vamos, en ocho días... De todos modos era maja. Y comía como una fiera, yo me pasaba la vida en la cocina, pero qué maja era, y te
quería mucho, las cosas como son, y no era posesiva, no como yo, ¿verdad? Además, cómo iba a serlo, si ya tenía otro novio, que a su vez amaba a otra, la cual tenía un marido y otro novio, que
a su vez... En fin, la cadena de San
Antonio de las parejas abiertas. Un
auténtico lío. Figúrense que hasta tenían un ordenador personal para no
confundirse con las citas... Al mismo
tiempo —porque él era muy activo, fuera de casa, claro—también salía con una jovencita muy mona, muy simpática y muy golosa, que se pasaba la vida tomando helados, hasta
en invierno, y todavía iba al colegio. El la ayudaba a hacer los
deberes.
hombre.
Era como un juego. Es cierto, ¡yo jugaba con esa chica!
mujer.
Sí, jugaban al escondite... bajo las sábanas. El me contaba:
hombre.
«Me gusta porque es
una locuela imprevisible, es capri-
chosa, ríe, llora, vomita los
helados enteros, con cucurucho y todo... Me hace sentir como
un muchacho, y al mismo tiempo como un
padre.» mujer.
Pues ten
cuidado, no vayas a hacerla madre. hombre.
Yo tengo cuidado,
pero cuando anda con chicos de su edad no puedo
pegarme a ella para vigilar..., ¡no se deja! mujer.
Un día viene a
verme mi marido, y me dice, muy violento, todo
colorado: hombre.
Oye, Antonia, esto
es cosa de mujer... Por qué no
acompañas a María... mujer.
María era la
niña de los helados. hombre.
...por qué no
acompañas a María al ginecólogo para que le ponga la espiral... Puede que tú consigas convencerla, contigo seguro que quiere ir... mujer.
Vaya, ahora tengo que hacer de madre de la María. La acompaño al ginecólogo, y le digo muy seria: «Señor ginecólogo, sea amable y póngale la espiral a la novia
de mi marido.» Esperemos que tenga tanto sentido
del humor como nosotros. ¡A ti sí que te voy a colocar yo la espiral, pero en la nariz! ¡Una en cada agujero! hombre.
Así fue como reaccionó. Y esto no es
nada. (A la mujer.) Cuenta lo que hiciste a continuación. mujer.
Por supuesto que lo cuento. ¿O crees que me da vergüenza? Bueno, tengo que reconocer que no demos-
tré ningún sentido del humor. Acababa de abrir una lata
de tomate de cinco kilos, tamaño familiar. La abrí con mucho cuidado, se la
volqué en la cabeza, y luego se la hundí hasta la barbilla. ¡Qué guapo estaba! Si llego a tener la Polaroid a mano, le
saco una foto recuerdo. Parecía el
rey Arturo a punto de torneo, patrocinado por tomate frito Solís. Luego, aprovechando su sorpresa, le metí una mano en el tostador de pan puesto al máximo.
hombre.
Se me marcaron todas las rayas. Parecía un filete a
la plancha. Me tiré quince días con hojas de
lechuga entre los dedos, para
disimular. (Al público.) Y encima gritos, insultos, ah..., realmente una pareja abierta modélica, muy democrática.
mujer.
¿Pues qué pretendías? (Al publico.) Yo había
dado pasos de gigante en mi camino hacia la
libertad sexual. Pero pretender que yo, la esposa legítima, tuviese que destetar a sus amantes infantiles, me parece
excesivo, ¿no? Hay que tener cierto sentido de la medida en la vida, caramba.
La verdad es que no sé qué le había
ocurrido, antes no era así, puedo asegurarlo. Pasaba de una mujer a otra con un
entusiasmo, una marcha... Entonces yo hablé con
otras mujeres, mis amigas, mis vecinas, e hice una especie de sondeo-encuesta.
Y resultó que también sus maridos están obsesionados con el tema, salidísimos
todos ellos. Debe ser un nuevo virus, el «salidococo». Hasta mi portera, la pobre mujer, tiene a su marido siempre de caza. Pero lo malo es que el mío no sólo
busca, sino que también encuentra. Es un verdadero maníaco, siempre persiguiendo faldas, es que no para un minuto. Yo creo que como siga así, terminan por hacerle socio honorífico del Banco de Semen.
hombre.
Basta, Antonia, como sigas en ese plan, me largo.
Hay que ver lo que eres capaz de decir para dar
gusto a esas cuatro amigas tuyas,
feministas viscerales y fanáticas, que hay
por el público. ¿Es que quieres que me linchen a
la salida? Que no, que estoy harto y me voy...
mujer.
Bueno, puede que me haya pasado un poco, por el placer de la paradoja...
hombre.
¡Y lo llama paradoja! Yo aquí, convertido en un fantasmón, el clásico obseso genital, incapaz del más
mínimo sentimiento, con una única obsesión:
¡sexo, sexo y sexo! Pero antes bien
que te guardaste de puntualizar que yo,
con muchas de esas mujeres, sólo salgo para charlar, o tomar una
copa, o ir al cine, y no necesariamente sólo
para acostarme con ellas.
mujer.
Pero, Pío, si has sido tú quien 'me ha dicho
siempre: ¡sexo, y sólo sexo!
hombre.
Pues claro, porque no me cabe duda de que si te digo
que entre esas mujeres y yo también hay
sentimiento, te enfadas aún más, y a
saber entonces lo que te inventas... En lugar
de la lata de tomate, no sé yo qué me tirarías a la cabeza.
mujer.
Puede ser. Tengo que reconocer que, siempre que yo le contaba que sentía como un bloqueo moralista y estúpido, que me consideraba incapaz de relacionarme con otro hombre, él me alentaba, me daba ánimos, como un auténtico compañero, un amigo muy majo, muy comprensivo. Me decía:
hombre.
Ya que has descubierto que no soy el hombre que te conviene, debes rehacerte una nueva vida. Tienes que encontrar un tipo que te guste, un hombre como
es debido... Te lo mereces, Antonia, eres una mujer extraordinaria, fuera de lo corriente, inteligente, generosa
y muy atractiva.
mujer.
No, déjame, por favor, yo no
puedo, que estoy bien así.
Si tú ya no quieres seguir conmigo, entonces prefiero
estar sola. Estoy muy tranquila, créeme, estoy muy bien aquí, en mi casa. Estoy muy serena.
hombre.
(Al público.) Y a continuación se
echaba a llorar e intentaba suicidarse. (La
mujer se sube al alféizar
de la ventana con la pistola
en la mano.) Quieta, ¡qué haces!
¿Ya estamos como siempre? Antonia, por favor, razona, no seas bruta, no hagas
locuras... (Al sujetarla la agarra por la falda, que se le escurre hasta los pies.)
mujer.
Déjame. Basta, no puedo más.
Estoy cansada y desilusionada. Perdóname si siempre te implico para angustiarte. Esta vez se acabó, de
una vez por todas: me
tiro por la ventana y en plena babada me pego un tiro, ¡y se acabó!
hombre.
¡No! Estamos en una calle de
mucho tráfico, en plena hora punta, y además dónde vas a ir tú sin falda...
Antonia, recapacita, por Dios, ¿es que no puedes intentar ver las cosas con un poco más de frialdad, y comportarte como una persona
normal?
mujer.
(Baja de la ventana.) Y por fin llegó el día en que me comporté como una persona normal.
Ya era hora.
Encontré un trabajo, como primera medida. El trabajo
es fundamental, porque te distrae, al mismo tiempo
que ganas un sueldo, eres independiente, dejas de ser el ama de casa que está
siempre esperando la paga del marido..., además, conoces gente... ¿Saben la de gente que se conoce en el Metro? ¡Pues no se conoce a nadie, pero que a nadie! Pero ves caras humanas..., bueno, a veces. Por las tardes
me aburría como una ostra, y me
parecía que nunca se hacía de
noche..., la de anuncios que me pude tragar esa temporada, me los veía todos, hasta el cierre. Así que por fin me decidí, y me presenté en el Centro de ayuda a los drogadictos del barrio. Y él,
que a pesar de todos sus grandes
amores seguía apareciendo por casa,
se dio cuenta de que día a día yo iba estando más segura y tranquila.
hombre.
Bueno, sobre todo me sorprendía que ya no te interesaran para nada mis aventuras...
mujer.
Y, para compensar, empezaste tú a hacerme preguntas.
(Al público.) Me traía frita a preguntas, quería saber si había conocido a alguien...
hombre.
Y ella, negando,
siempre negando.
mujer.
Más que negar, lo que hacía era cambiar de tema,
disimular, como tú antes, ¿recuerdas? No me apetecía
hablar de esas cosas, era un pudor lógico.
¡Después de todo, un marido siempre es
un marido! Y cuesta contarle ciertas cosas, es difícil, en fin, ya me entienden... Pero un buen día me armé de valor, y se lo conté todo. Empecé así: (Al marido.) Sabes,
querido, creo que he encontrado al hombre que me
conviene.
hombre.
¿Ah, sí! Cómo me alegro... ¿Y quién es? mujer.
Dijo él, poniéndose
cianótico, que no podía ni respirar... hombre.
(Molesto.) Es lógico. Me sentí pillado por sorpresa, completamente desprevenido. Se me encogió el estómago, y se me empezó a hinchar la tripa. mujer.
(AI publico.) Ah, sí, se me había
olvidado contarles algo muy
importante en nuestra vida. Mi marido, el pobre, padece
una enfermedad algo... insólita. Se llama
aerofagia nerviosa. Cuando se emociona, o se pone nervioso, se le hincha la tripa, y, en el silencio..., prot,
prot, prot. Eso, conmigo. Con las otras, canta. hombre.
Basta. Ya que
estás, ¿por qué no lo cuentas en estéreo? Prot...,
prot..., prot. Pero volviendo a lo
nuestro, te juro que en el fondo yo
estaba encantado por ti. mujer.
Uy,
sí, estaba contentísimo... Pues no te reías nada.. hombre.
Pues te abracé en seguida, tienes que
admitirlo, y con
mucho ímpetu. mujer.
Eso sí, lo
reconozco, por ímpetu no quedó. Luego...,
pero vamos a contarlo. hombre.
Estábamos jugando a las cartas. Yo
repartía.
(Se sientan a la mesa y juegan a las cartas.)
mujer.
Empecé yo. Sabes,
querido, creo que he encontrado al
hombre que me conviene. hombre.
Oh, cómo me alegro,
querida... Créeme, estoy muy contento por ti. (Mezcla
las cartas muy nervioso y se le caen
todas.) mujer.
Ahí se le
cayeron las cartas por primera vez. hombre.
Conque el hombre que te conviene. Por
fin. Y ¿quién
es? ¿Qué hace? (Recoge las carias.) mujer.
Ni te imaginas. Para
empezar, no es de nuestro ambiente. hombre.
¿Ah, no? Bueno, mejor así, casi lo prefiero. mujer.
Es profesor... de física. hombre.
¿Maestro? Bueno,
no te preocupes, las apariencias engañan. mujer.
No has entendido. Es
catedrático de la Universidad
de
Pisa. hombre.
¿Catedrático? Caramba, caramba. mujer.
Y además trabaja
como investigador nuclear en el Eura-
tom
de Ispra. hombre.
¿Nuclear? (Se le vuelven a caer las cartas.) mujer.
Segunda caída de
cartas.
hombre.
Qué interesante. Entonces lo habrás aprendido todo sobre la seguridad y las ventajas de nuestras
centrales atómicas. Te habrá convencido
de que el lugar indicado para
construir una nueva megacentral atómica es ¡el cráter del Vesubio, ja, ja!
mujer.
Muy gracioso. Pues lamento decepcionarte, pero él está
en contra de todas las centrales que se
instalan en nuestro país. Dice que son
proyectos obsoletos...
hombre. ¿Obsoletos?
mujer.
...planteados para reciclar el material rechazado
por los americanos..., que son
artefactos muy peligrosos... y que nuestros
gobernantes son unos sinvergüenzas, porque se
han dejado corromper..., pero sobre todo son peligrosos, porque son imbéciles e inepfos. Y me ha dicho un amigo suyo —juega— que en el Centro, figúrate, de no ser porque no lo pueden sustituir, ya
le habrían echado a la calle.
hombre.
Conque insustituible..., es un verdadero genio, tu
catedrático...
mujer.
Pues sí, la verdad. Pero él no se da ninguna
importancia, es de lo más modesto, no
te lo puedes ni figurar... Aunque, eso
sí, dice cada frase como para grabársela. Yo
me las apunto todas en un cuadernito. La última que ha dicho, con un tono de voz que ya te imaginas, es: «Los políticos tienen el nivel intelectual más bajo, pero inmediatamente detrás estamos los científicos. La. prueba es que juntos organizamos lo de Hiroshima.»
hombre.
Caray..., qué duro es el físico. mujer.
Cuenta historias increíbles, ¡si vieses lo ingenioso que es! Me relaja muchísimo, me hace reír... tanto, que
cuando le conocí pensé que era guionista de cine, o crítico
de teatro, de lo ingenioso y ocurrente que era... Claro que después me enteré de que ha sido propuesto
para el Premio Nobel. (Echa las cartas sobre
la mesa.) Cierro. hombre.
¡El amante de mi
mujer es casi-premio Nobel! Es maravilloso
descubrir que tiene uno genios en la familia.
Me siento muy halagado. mujer.
Ya, pero aquella
vez no lo dijiste con ese tono tan relajado.
Se te descolgó el labio izquierdo, así: «Me siento muy halagado.» hombre.
Es que me pillaste
desprevenido. Perdona la pregunta, pero...,
si no es indiscreción..., ¿habéis estado, ya juntos?..., quiero decir..,, ¿habéis hecho el amor? mujer.
(Pausa. Al público.) Y, mientras
formulaba la pregunta, él, el marido relajado, moderno y libre de prejuicios, volvió a ponerse cianótico, y mientras esperaba mi respuesta, la tripa empezó a hinchársele, sonando prot, prot, prot... ¡al «parejo abierto»! hombre.
Por favor, procura
obviar tanto detalle. Se me cortó la
respiración, eso es todo. Pero contesta la pregunta. mujer.
Ah,
querido, me gustaría tanto poder decirte que sí, pero por desgracia es: no.
hombre.
Ah, ¿así que nada de
amor? ¿Y eso por qué? ¿Algo
no marcha? mujer.
Nada. Es más, si
quieres saber la verdad —tú verás—, la verdad es
que me interesa, me gusta muchísimo...,
incluso le deseo..., pero..., pero es que... hombre.
¿No podrías hacer menos pausas? mujer.
Lo estoy repitiendo todo como aquella
vez. Me gusta,
pero...
hombre! ¿Pero? mujer.
Aún no puedo. No
me siento preparada. Y eso que tengo que reconocer que él es
discretísimo. hombre.
¿En qué sentido? mujer.
Pues que lo comprendió en seguida. hombre.
¿Qué comprendió? mujer.
Quiero decir que no me agobiaba, sino todo lo contrario...
Me hacía sentir muy a gusto, tranquila, relajada.
Estaba lleno de delicadeza. Se dio cuenta de que yo-estaba muy nerviosa, y para
relajarme me dijo: «Euremia»... hombre.
¿Cómo que
Euremia? ¿Es que ya no te llamas Antonia? mujer.
Pues claro, tonto. Es un diminutivo cariñoso. Euremia es la partícula vital del plutonio, querido. Es
físico
nuclear, ¿no? Y qué pretendes, ¿que me llame «cariño», o «cielo», como un fontanero? «Euremia —me dijo—, nuestra historia es demasiado importante
como para quemarla de esta manera. No, Euremia. Necesitamos recobrar el aliento, respirar...» «Sí, querido
—dije yo—, que si no se quema, se estropea,
se reduce a un polvo rápido, y ya está. Ya me ocurrió una vez, y lo pasé fatal, luego me quedé como un trapo.» hombre.
Oye..., ¿cuándo fue
eso del polvo y el trapo? Es6 no
me lo habías contado. mujer.
Bueno, es que
primero me preguntas los detalles, y luego
te molestas si los cuento. Fue una relación sin importancia, realmente sexo, sólo sexo, nada más. hombre.
¿Me estás tomando el pelo? Esa era una
frase mía, de
antes. mujer.
Para mí no se trata en absoluto de una
frase, es la realidad real. Tú ya lo sabes,
Pío, si no hay amor, yo después me
siento vacía, triste. hombre.
Y... ¿quién era el del vacío triste? mujer.
Qué más da. hombre.
Claro que da. Yo a ti te lo cuento siempre todo. mujer.
Pues yo no. Yo soy
muy reservada. Incluso al profesor
me costó mucho contárselo. hombre.
Ah, muy bien, a él
se lo contaste...
mujer.
¿Al profesor? hombre.
¡Sí! mujer.
Pues claro,
faltaría más. Me parecía honesto no ocultarle nada,
mostrarme ante él como soy. El profesor tiene
que saber todo lo que he hecho, es lo justo. hombre.
Tienes razón, has
hecho muy bien. En cambio, conmigo puedes mostrarte incluso como
no eres, total qué más da... (Cambia de tono.) Entonces, la cosa va en serio, con el atómico... mujer.
La verdad, querido,
es que creo que va en serio, que es una historia muy seria. Pero
¿es que acaso hubieras preferido que fuera
una broma? hombre.
¿Quién, yo? No,
¿por qué? Yo soy un hombre civili--zado,
sabes... (Grita) ¡Me siento como la personificación del macho latino! mujer.
Querido..., hay
que reconocer que la pareja abierta también tiene sus desventajas. Primera
regla: para que la pareja abierta funcione,
tiene que abrirse sólo por un lado,
¡el del marido! Porque si se abre por los
dos lados, se forman corrientes de aire, ¿no crees? hombre.
Tienes razón. Todo me funciona estupendamente, mientras
sea yo quien te deje: te utilizo, te tiro a la basura, ¡pero que a nadie se le ocurra recogerte! Si un sinvergüenza cualquiera se da cuenta de que tu
mujer sigue siendo atractiva, aunque abandonada, y la aprecia y la desea, ¡entonces es como para vol-
verse loco de
angustia! Y encima luego descubres que el
malvado recogedor es más listo que tú, pluri-licenciado, trilingüe,
ingenioso y ocurrente, puede que incluso más
alto, con más pelo y sin un solo michelín...,
demócrata, y encima cachondo..., ¡es que
es el colmo! mujer.
Relájate
y no te pases, Pío, que te vas a deprimir. hombre.
¡Es que hay que ver
con el dichoso profesor? Sólo falta que toque
la guitarra y cante rock. mujer.
¿Le conoces? hombre.
¿A quién? mujer.
Al profesor. Me
has hecho seguir. ¡Confiesa, cerdo in-. fame! hombre.
¿Seguir? ¿A dónde? mujer.
¿Pues cómo sabes tú
que el profesor toca la guitarra
y canta rock? hombre.
Ah...,
¿es que canta? mujer.
Pío, confiesa: ¿cómo te has enterado?
¿Quién te lo ha
dicho? hombre.
¡Nadie! Lo he dicho por casualidad, como un
chiste..., y mira por dónde, voy y
acierto. ¡Maldita la gracia que tiene! Conque
toca rock y canta, el moderno del premio Nobel
éste..., y yo, desafinando... De todos modos, me parece, vamos, digo yo, que
un cien-
tífico
de su edad, ponerse a imitar a Lou Reed, lo que hay que oír...
mujer.
¿Cómo que de su edad? Por si no lo sabes, sólo tiene
treinta y cinco años..., cinco menos que tú,
querido. Y además, no imita a nadie.
Tiene un estilo propio, muy original...
También toca el piano, e imita una trompeta
con la boca, y aun conociendo perfectamente el inglés —entre otros idiomas—, canta en slang americano, así, escucha: ai
uish-yu-mei-no-sti-fen...
hombre.
Así
que imita el slang americano, es catedrático nuclear, investigador dirigente en el Euratom..., a ver, déjame
que adivine..., ¿a que lleva gafas, y cuando' se
enfada se las quita, le sale una capa roja y vuela?
mujer.
Muy gracioso. Pues también compone.
hombre.
Hombre, precisamente me lo estaba preguntando... ¿No será que también compone?
mujer.
Pues sí, compone. Música y letras. Ha escrito dos o
tres canciones de mucho éxito. Por ejemplo, ésa que dice: «Una mujer sin un hombre...» Te la voy a cantar, escucha:
«Una mujer sin un
hombre es como un pez sin bicicleta, un león sin helicóptero, una nube sin orejas... Una mujer sin un hombre es como un sol
sin termostato, una estrella sin teléfono, un
clavel sin marcapasos...»
hombre.
(La interrumpe.) ¿La de la lista de la radio? ¿La ha
escrito él? mujer.
Pues
sí. Es muy de su estilo, ¿sabes? hombre.
¿Así es que
escribe canciones feministas? ¿A estas alturas? mujer.
Bueno, en
realidad... hombre.
A mí, los hombres
feministas me producen náuseas. Sobre todo a
los treinta y cinco años. mujer.
Pero si es una
canción irónica, que se burla del feminismo radical. Es que no la entiendes, querido. hombre.
Será eso. mujer.
También ha
compuesto una canción dedicada a mí, la
música y la
letra. hombre.
¿De veras? Qué amable. mujer.
Es tan bonita...,
me da un poco de vergüenza, pero como tú eres mi mejor amigo...,
si quieres te la canto. Pero me da
vergüenza... hombre.
Pues que te siga dando vergüenza, que no me importa. mujer.
Te agradezco que no hayas insistido. Me hubiera sentido
muy violenta cantándole a mi marido lo que mi nuevo compañero, mi único, último, auténtico gran amor ha escrito sólo para mí... Lo hubiera pasado
fatal. Dice: Pero espera, que
tengo la música grabada. (Pone el
cassette y canta.) «Y allí estabas
tú...» hombre.
(La interrumpe.) Esta me suena. mujer.
(Vuelve a cantar.) «Y allí
estabas tú... No había marcado el número, el número de mis deseos, y
allí estabas tú, mágica... Era el dial de mis
pensamientos una centralita componiendo, y apareciste tú, interferencia espléndida, fantástica...
Hiciste vibrar todos mis reíais, hiciste sonar todos mis reíais..., ¡oh yes!, ¡oh
yes!» hombre.
Fantástica. Espléndida. Más que por un
ingeniero nuclear, parece escrita por un
técnico de Telefónica... mujer.
¡Tienes razón! No
había caído, qué listo eres. Se lo
diré cuando lo
vea. hombre.
¿Y... cuándo lo
ves? mujer.
Dentro de un rato, para almorzar. hombre.
¿Tan pronto? mujer.
Es que vamos a pasar
juntos el fin de semana. ¿Por
qué, te molesta? hombre.
¿A mí? No, qué
va...
mujer.
Oye, tengo que darme
prisa, he quedado dentro de
una hora. hombre.
Antonia, si es tan
importante para ti, si te encuentras tan a gusto a su lado, ¿qué esperas para irte a vivir con
él? mujer.
Ni hablar, qué dices... Jamás volveré a repetir el
error de formar pareja fija con un hombre. ¡Eso pasó
a la historia!
hombre.—¿Ni siquiera si..., es un decir..., te lo propusiera yo? mujer.
¡Dios mío! Menos. Nunca. Lo siento, pero
me ha ido demasiado mal contigo, y a estas
alturas... Oye, ¿sabes que estás muy
nervioso? hombre.
¿Quién, yo? mujer.
Sí, tú. ¿Por qué
estás tan nervioso? hombre.
No
sé por qué lo dices. mujer.
¿Sabes que te has tomado muy mal lo del atómico? hombre.
¿Yo? mujer.
Sí, tú. Te estás
mordiendo las uñas..., has llegado a la segunda falange. Relájate, Pío. ¿Por qué te Levantas de golpe? ¿Es que no te encuentras bien? hombre.
Estoy perfectamente. Y además, ¡hago lo que me sale de
los huevos!
mujer.
Qué fino. No te pongas grosero, por favor. ¿Quieres tomar
algo? Te puedo hacer una infusión, unas hierbas,
que relajan mucho...
hombre. Qué asco.
mujer.
¿Te dan asco las hierbas? Pues ahora las toman mucho los hombres...
hombre.
No, las hierbas están bien, soy yo quien me doy
asco. Y encima, me lo he buscado yo solo, así que no puedo hacer nada. He sido yo, precisamente yo, quien te ha planteado lo de la pareja abierta, y ahora no
puedo pretender que te vuelvas atrás
porque a mí me molesta. Tienes todo
el derecho del mundo de organizarte
la vida por tu cuenta. Hay que ver, la de tonterías que estoy diciendo... Pero
dime una cosa, Antonia. ¿Tú no decías
siempre que el rock te daba ganas de
vomitar? Repetías que era cosa de
psicópatas y retrasados mentales, ¿o me equivoco? Recuerdo que en cuanto te llegaba al oído el bam bam-batapang trun trun del «sound», ¡te entraba dolor de estómago!
mujer.
Sí, es verdad. Se trataba del clásico rechazo
estúpido ante todo lo nuevo, ante lo que
no se conoce...
hombre.
¿Y no será, digo yo, que ahora te gusta el rock
porque vuelve a estar de moda? Porque
queda joven, marchoso, ahora les gusta a todos
los progres cuarentones... y encima lo
toca el profesor, ¿se puede pedir más? Mira,
Antonia, todos estos cambios a lo postmoderno a mí no
me convencen nada... Dime la ver-
dad, anda..., que ha sido él
quien te ha comido el coco... mujer.
Ya estamos. No falla. Si una mujer evoluciona, se transforma, detrás tiene siempre que estar un hombre,
cómo no, el Pigmalión de turno. Qué mentalidad
tan antigua y tan idiota. Pío. (Suena el teléfono.) hombre.
Si es alguna de
mis novias, dile que no estoy. mujer.
¿Por qué? hombre.
Pues... porque no me apetece hablar con ellas. mujer.
Síii..., ohhhh...,
hooolaaa, queridooo... (Al marido,
tapando el auricular.) Es él. hombre.
¿Quién es él? mujer.
(Le hace señas de que se calle.) ¿Cómo estás? Pero ¿qué hora es? Ah,
vaya susto, creía que se me había hecho tarde.
Oh, qué bien, ¿vienes a recogerme? ¿Ahora? ¿En seguida? (Muy
violenta.) No, no, claro que estoy
sola, estoy solísima, en mi vida he estado
tan sola..., no hay nadie conmigo. Sí, claro, ven cuando quieras... Dentro de media hora..., muy bien, te
espero. (Violentísima.) Sí, mucho..., sí..., bueno, te lo digo..., te quiero... muchísimo..., un beso..., hasta luego. (Cuelga con violencia.) ¡Oye
tú, asqueroso! hombre.
¿Era
el profesor? mujer.
Podías haber tenido
la delicadeza de no quedarte ahí,
mirándome fijamente, como un Miura... Me has puesto
nerviosísima, no podía ni hablar de lo violenta que estaba. hombre.
No sabes cómo lo
siento. Pero ¿por qué le has dicho que estabas
sola? ¿Es que te molesta que se entere de que estoy aquí? mujer.
No digas tonterías. Me da
absolutamente..., bueno, sí,
lo reconozco: me molesta. hombre.
Qué interesante. Acabamos de descubrir
que el genio
es celoso. mujer.
No digas tonterías,
no es nada celoso. Pero ahora sé
amable y márchate. hombre.
¿Y
por qué me voy a ir? mujer.
¿Cómo que por qué?
¿Te has vuelto loco?. Dentro de poco estará
aquí. No querrás que te encuentre conmigo, en mi casa. hombre.
¡Pero bueno! ¡Esto es el colmo! ¿Es que ahora se invierten
los papeles? ¿El marido tiene que esfumarse
para que el amante no le sorprenda con su mujer? Entonces tengo razón: ¡el genio está celoso de mí! mujer.
Te repito que no es
nada celoso, pero no me apetece
que os encontréis. hombre.
¡Ah! Lo que pasa es que temes que yo descubra que después de todo no es ese fenómeno del que me hablas..., que ni Superman, ni premio Nobel, ni
rock,
ni nada..., tienes miedo de que no me guste, y te diga: «¿Es eso? ¿Y para esto tanto número? Vaya decepción de atómico, pues no era para tanto.»
mujer.
El atómico no es ningún enano, eso lo primero, así que cuidado con lo que dices. En segundo lugar, no tengo tiempo de discutir. Y en tercer lugar, y te lo
voy a explicar muy clarito, para que te
enteres bien, y luego te largues: lo que me da
miedo es que tú no le gustes a él.
hombre.
¿Cómo dices?
mujer.
Es que, verás..., tienes que perdonarme..., le he
hecho un retrato tuyo muy halagador, algo...
exagerado. Le he dicho cosas que no son
del todo ciertas... Te he descrito
como un hombre superinteligente, ingenioso, moderno, sin prejuicios,
generoso...
hombre.
Ah, y en cambio soy un agarrado, un imbécil, una carroza...
mujer.
Te he dicho que no tengo tiempo de discutir. Yo me casé contigo hace tiempo, y antes no entendía de estas
cosas... Digamos que he exagerado un poco, que no he sido fiel al modelo real. Ya se sabe, todos tenemos nuestros defectos... Yo te quiero incluso con los tuyos. Llevamos casi una vida juntos...,
has sido mi primer amor, pero ahora he cambiado tanto, que quien me conoce tal y como soy ahora, al verte no podría entender cómo una como yo ha podido vivir tanto tiempo con uno como tú.
hombre.
¿Tan grave es? Pero, Antonia, ¿tú te das cuenta de lo que me estás diciendo?
mujer.
Pues
sí, Pío, trata de entender... hombre.
Espero que sólo sea
una broma. Pero es que no te das cuenta de que me estás ofendiendo..., ¿quién
te has creído que eres? mujer.
Otra
mujer, querido. hombre.
Sí, pero en el sentido de que te has alterado, ¡que estás mal de la cabeza! A ti te ha trastornado esa nueva vida, de tanto salir con casi:premios
Nobel, con snobs que cantan rock, con modernos
atómicos... Pero me importa un bledo, para
que te enteres, ¡tú y tus snobs de
pacotilla, tus genios de medio pelo, tus Supermanes de segunda división,
tus..., tus... cantautores de Telefónica! mujer.
Qué
espanto, qué vulgaridad. Muy típico tuyo. Como te ocurre a menudo, cuando no te vale la dialéctica, recurres a la grosería. Qué bochorno..., no, si ya
me lo esperaba yo de ti... ¿Por qué no me das un par
de bofetadas, como en los buenos tiempos? Prueba a tocarme siquiera con la punta de los dedos, y te hago picadillo la nariz. Grosero... y encima estás ridículo, no tienes la pinta adecuada para estas escenas..., con esa bufanda..., si pareces un cura
de los de antes con su estola. hombre.
¡Calla, calla que
te mato, monstruo! (Le pone la bufanda al cuello por detrás.) mujer.
Ay, Pío, pero qué haces, ¿te has vuelto loco? hombre. - ¡Dios! ¡He perdido la cabeza!
mujer.
Estás loco. Mira que
venir aquí, a mi propia casa, a
suicidarme... y con bufanda, encima... hombre.
Sí, debo reconocer
que estoy algo alterado. Pero es que tú me humillas, me provocas, Antonia... Dios mío, qué he hecho.
Perdóname..., ay, mi estómago..., es terrible... mujer. Tranquilo, Pío, no pasa nada.
Un gesto incontrolado
puede tenerlo cualquiera. hombre.
Pero es que yo
quería matarte, ¿comprendes? mujer.
Descuida, que ya lo había comprendido. Cálmate, y vete
a tu casa. Mira que ponerte así, qué barbaridad...,
si estás temblando..., y se te está hinchando la tripa... Anda, sé bueno, vete a tu casa, y allí, en el baño, te liberas, tranquilamente, a tu
aire... hombre.
¿Te estás
burlando de mí? mujer.
Que no. Bueno, si quieres liberarte aquí, no me importa... En el fondo, yo para ti soy como tu madre, tú mismo lo has dicho, ¿no? Así que puedo ayudarte
en estos trances, ¿no crees? Te daré un masaje. Ahora te pongo un disco, algo
tranquilito, nada de rock, para que
puedas relajarte. hombre.
¡Basta! Eres un
auténtico monstruo. mujer.
Pero, querido, vienes a mi casa, a suicidarme con bufanda, ¿y encima soy yo el monstruo? ¿Quieres que te diga la verdad? Aún estoy temblando. Me has dado verdadero miedo. Si te llegas a ver, con esos
ojos de loco que se te han puesto...
parecías la cuando le hablan del aborto. hombre.
Me lo imagino. Pero
es que me he sentido completamente desesperado ante la idea de que me
quisieras dejar para siempre..., me sentía
hundido..., te amo, Antonia... (Intenta
abrazarla.) mujer.
Qué
haces..., que me ahogas... hombre.
Por favor, desnúdate..., hagamos el amor... mujer.
Espera, que me
rompes el vestido..., además de un
par de
costillas. hombre.
Hagamos el amor... (Le quita la falda y las botas.) mujer.
¿Ahora? ¿Aquí? Pero
si ya te he dicho que he quedado..., quiero
salir..., quiero mi libertad... hombre.
Sí, sí, luego...,
primero hagamos el amor. Yo te ayudo
a desnudarte. (La tumba sobre la mesa.) mujer.
El
teléfono. (El lo quita de debajo de ella.) hombre.
¿Diga? No hay
nadie. Necesito que me demuestres... mujer.
¿Que te demuestre qué? hombre.
Que aún significo
algo para ti. (Se desabrocha el pantalón para quitárselo.) mujer.
Querido...,
cuánto tiempo he esperado este momento...,
es lógico que necesites sentirte gratificado..., es una cuestión de amor propio, ¿no? Sí, soy sólo
tuya, querido, sólo tuya. Tú eres el más grande, el mejor, el único..., ¡el más imbécil!
hombre.
¿Cómp? ¿Te has
vuelto loca?
mujer.
¡Vete a freír espárragos! Si das lástima, con esos
pantalones caídos... ¿Es que no te das cuenta de lo mezquino que eres?
hombre.
¿Por qué mezquino? Después de todo, yo te quiero, Antonia, y ¿qué es lo que he hecho? Sólo te he pedido
que hiciéramos el amor..., ¡tú y yo, como antes!
(Se viste.)
mujer.
¿Sólo me has pedido que hiciéramos el amor? ¿Y te parece poco? Hacer el amor
conmigo..., muy bien, pero que muy bien.
¿Cuánto tiempo hace que ni siquiera sabes que
existo como mujer, que sigo en este mundo? Y
ahora, de pronto, como aparece el atómico..., ¡el peligro atómico! ¡«El día después»!..., y pierdes la cabeza..., y hay que hacer el amor corriendo, en seguida, aquí, sobre una mesa tan corta,
que ni cabemos, de través, con el teléfono
incrustado en las costillas..., me das
pena..., conque pareja abierta..., tú puedes prestarme,
pero no cederme. Si existiese un hierro
con tu divisa, me colocarías una
hermosa marca al rojo vivo, como a una vaca, en plena nalga, con tus iniciales: ¡P. A.! ¡Pío An-tonini! ¡Pareja abierta! Tu propiedad privada...
hombre.
Qué exagerada. Me bastaría con ponértela en la muñeca. Hablas como una feminista antigua, Antonia. Pero qué haces..., te estás vistiendo. ¿De verdad no
quieres? ¿Entonces está todo realmente
acabado en-
tre
nosotros? Pero ¿se puede saber qué demonios te pasa?
mujer.
¿Cómo has dicho?
hombre.
¡Que qué demonios
te pasa!
mujer.
¿Qué demonios me
pasa? No lo sabe.
hombre.
Me parece que no has entendido nada. Es como si te
hubieras convertido..., no sé cómo decirlo..., en una extraña, eso es, como de otro mundo. ¡Yo te necesito como antes, créeme, Antonia! Trata de volver a encontrarte a ti misma..., la que me insultaba, diciendo
cada taco..., y quería tirarse por la .ventana..., y me disparaba un tiro que afortunadamente nunca acertaba... ¡Esa es la Antonia que yo prefiero! Antonia, te lo ruego, ¡encuéntrate, vuelve a ser la
que eras!
mujer.
Encuéntrate. Vuelve a ser Antonia. Tírate por la ventana todos los jueves. Sufre. ¡Imbécil! No debiste
hacerlo, es una auténtica vulgaridad. Encuéntrate..., pareces de una de esas sectas americanas... ¿Qué significa «encontrarse a sí mismo»? ¿«Tu propio yo»?
«Oiga, perdone, ¿ha visto a mi ego? ¡Si esestaba
aquí hace un momento, viendo la televisión!» «Perdone, señora, ¿me ha visto a
mí misma, por casualidad?» «Pues sí, la he visto pasar en bicicleta, con el complejo de Edipo en el manillar.»
hombre.
Qué ironía, qué lenguaje... Y luego te enfadas si te
digo.que el profesor te ha enseñado muy bien,
que te ha comido el coco... Oye, aclárame un
detalle sin importancia: ¿cómo y dónde le
has conocido?
mujer.
Por
su hija. hombre.
Ah, ¿el premio Nobel tiene una hija? mujer.
Sí. Yo la conocía del comité antidroga. hombre.
Ah, ya. ¿Es una de
esas chicas que trabajan contigo en
la asistencia a
los drogadictos? mujer.
No. Ella es drogadicta. hombre.
¿Toxicómana? mujer.
Sí. Estamos
intentando desengancharla con metadona, pero
es difícil. Y a través de ella he conocido a su padre. • hombre.
¿Así que el
profesor nuclear tiene una hija que se
droga? mujer.
¿Con qué tono lo has dicho, a ver? hombre.
¿Por
qué, qué tono? mujer.
Mira, Pío, que te
conozco de sobra... Casi parece que
te alegras. hombre.
¿Yo? ¿De qué? mujer.
De
saber que el profesor tiene una hija drogadicta. hombre.
Estás
loca..., figúrate si yo... mujer.
Claro que me lo
figuro. ¡Mírame a los ojos, falso!
hombre.
¡Pues sí, es verdad! Escúpeme a la cara si quieres. Tienes razón, soy un gusano, un miserable, pero me alegro muchísimo. Estoy encantado, ésa es la verdad.
Ese profesor empezaba a resultarme demasiado cargante..., el número uno en todo..., tan super..., joven, alto, ocurrente, marchoso... ¡Ya era hora! ¡Por
fin ha fallado en algo, menos mal! mujer.
No, eres tú quien ha fallado. ¿Sabes lo que eres? hombre.
No hace falta que lo digas. Lo sé perfectamente: soy un miserable. Ya sé que, hoy en día, educar a un hijo sin que se te tuerza con la violencia, o acabe enganchado con la droga, es como sacar una quiniela de catorce resultados. mujer.
Exactamente. ¿Y entonces? hombre.
Y entonces, yo
mismo me doy asco, pero debo admitirlo..., ¡a pesar de todo, me alegro! ¡Debe ser la clásica alegría dulzona del reaccionario! mujer.
Me das asco, quiero
que lo sepas, me das un asco espantoso. Si
lo hubieras conocido como lo conocí yo, pobre hombre, era como un saco
vacío..., parecía un perro apaleado el
pobre... hombre.
¿Ah, sí? Bueno, ya me va cayendo mejor. mujer.
Estaba desesperado. «Nunca le di nada a esta cría
—me decía—, mimos, caricias, regalos...,
tonterías..., pero verdadero cariño,
ni siquiera lo he intentado. Siempre he
pensado sólo en mí mismo, y en mi éxito personal.»
hombre.
¿Y tú qué le decías?
«¡No, profesor, no diga eso! Usted no tiene
la culpa. ¡La culpa es de la sociedad!» mujer.
No te pases de
gracioso y deja ya de provocarme. hombre.
¿Acaso no le consolaste? mujer.
Mira, en esa
temporada, y gracias a ti precisamente, la
que necesitaba consuelo, si acaso, era yo. hombre.
Ah, ya, ¿y entonces os habéis consolado juntos? mujer.
Más o menos. Y un
día le dije: «Oye, basta de seguir llorando sin
hacer nada.» Estábamos hablando de las bases de misiles en Comiso, ya sabes. Comentábamos
qué terrible es la indiferencia de la gente en nuestro país, sobre este problema tan grave. «La verdad es que
nosotros tampoco hacemos mucho», dije yo.
«Tienes razón», dijo él. «Vamonos a Comiso», dije yo. Y nos fuimos. hombre.
¿A Sicilia? mujer.
Pues claro.
Comiso está en Sicilia, Pío. hombre.
¿Y cuándo fue eso? mujer.
Hace
un mes. hombre.
Pero... oye, perdona, ¿tú el mes
pasado no fuiste a Florencia a ver a
una prima tuya que estaba embarazada y tenías que ayudarla con el
aborto? mujer.
Esa era la versión
para el marido.
hombre.
¡Estupendo! Ahora eres tú quien se cubre de gloria, ¿no crees? Además, me habéis decepcionado: el señor y la señora, típicos intelectuales burgueses, snobs
y prógres, que en pleno arrebato pacifista se lanzan a Comiso, a juntarse con cuatro hippies pasados
de moda y diez fanáticos masoquistas, para que les den bien de porrazos, vamos,
Antonia, a estas alturas... mujer.
Y vuelve a aparecer
la sórdida alegría dulzona del reaccionario...
hombre.
¡Pero qué hablas tú
de reaccionario! Pues anda que vosotros..., si esas cosas ya no se las cree
nadie..., eres más antigua... mujer.
Lo que pasa es que
te mueres de envidia de que seamos más jóvenes e idealistas que
tú. hombre.
Más jóvenes desde
luego. Del sesenta y ocho, como mucho. Si
hasta el Partido Comunista no quiere saber ya nada de esas historias. mujer.
Ah, no, ¿eh? ¿Y la
manifestación de los quinientos mil
en Roma, qué? hombre.
En Roma sí, claro. Grandes verbenas triunfales, cómodas,
en pleno centro, que siguen funcionando en la capital. ¿Pero quién va a ir a Comiso? Algún nostálgico de la vieja guardia..., dos despistados del movimiento sindical..., un diputado radical con bronquitis crónica, que le han dicho: «Vete, vete, que allí hace calor, y además tendrás que salir
corriendo de la policía, y a lo mejor te
curas.».
mujer.
Precisamente lo
que pensamos nosotros. Por eso tomamos la decisión: «Vamonos, y
menos hablar.» hombre.
Y salisteis rumbo a Sicilia. ¿Avión o
tren? mujer. Moto. hombre.
¿Que fuisteis a Sicilia en moto? Qué modernos. mujer.
¿Pasa algo? Es una pasión como otra
cualquiera, sólo
que tú no lo entiendes. hombre.
Será eso. Ya te
imagino yo a ti, disfrazada de motera, con el mono de
cuero, los guantes, la faja, las botas, el
casco integral... ¡subida en la Kawasaki
a todo gas, bruumm, bruummm! mujer.
Pues
te has vuelto a equivocar. Era una Ducati. hombre.
Vaya, el profesor es
un patriota... Y tú detrás, bien agarrada, de
compañera del centauro... Trun-puot-trap-trap.
Pero dime una cosa, ¿no eras tú la que no aguantaba la bicicleta por los baches? mujer.
¿Yo, los baches? hombre.
Sí, tú. Decías que te destrozaban los ovarios. mujer.
Vuelves a equivocarte. Aquello eran
molestias de origen neurovegetativo. Me
dijo el analista que estaba somatizando
una condición familiar conflictiva. hombre.
¿Ah,
era eso? Bueno, sigue. Cuéntame ese viaje en moto.
mujer.
Primera etapa: Parma. hombre.
Mílán-Parma... Me
parece algo corta, ¿no? ¿Y después? • mujer.
Después, nada. Nos quedamos allí. hombre.
¿No seguisteis?
¿Y Sicilia, y el impulso pacifista? mujer.
Nada. Nos dimos cuenta de que ya no lo sentíamos. Que el espectro de la guerra nuclear nos daba absolutamente igual. Que el terror de la amenaza atómica
no ha calado ni siquiera entre las masas... Y
además, Parma es una ciudad maravillosa, toda
dorada... ¿No recuerdas que estuvimos tú
y yo en viaje de novios? hombre.
Pues sí. mujer.
Claro que no tenía nada que ver. Era
preciosa, tan romántica... Paseamos, fuimos
en barca por el río..., comimos en un
restaurante que hay en la orilla... hombre.
Pensión completa.
Pero ahí tampoco conseguisteis hacer el amor,
¿verdad? mujer.
¿Por
qué? ¿Quién te ha dicho eso? hombre.
Tú, hace un rato. Que te sentías como
bloqueada, que
te resultaba
imposible... mujer.
Sí, pero eso fue antes de Parma. Hasta Piacenza, más o menos.
hombre.
Ah,
¿es que en Parma te... desbloqueaste? mujer.
Tú lo has dicho. Desbloqueo total, un auténtico triunfo. El profesor quería llevarse la cama de recuerdo.
Oye, ¿qué hora es? La media hora ha debido
pasar hace rato. Todo por tu culpa, que me has hecho
charlar como una tonta. Anda, márchate. Ya te
llamaré la semana próxima, cuando
vuelva. O puede que te llame desde fuera. No, por ahí no. Sal
por la puerta de la cocina, para que no te
ío encuentres en la escalera, que
nunca se sabe... hombre.
Muy bonito. Ahora
quieres librarte de mí por la puerta de servicio. De marido he pasado a repartidor, ¡el chico del super! mujer.
Está bien, si eres
tan susceptible sal por donde quieras, pero
date prisa. ¡Adiós, Pío, Adiós! hombre.
No. mujer.
¿Cómo que no? hombre.
Que no me voy. Me lo
he pensado mejor y le espero
aquí. Tengo verdaderas ganas de verle la cara. mujer.
¿Te has vuelto loco? Me habías prometido que... hombre.
Yo no te había prometido nada. Tengo todo el derecho del mundo de conocer al amante de mi mujer, si me apetece. Quiero verle los ojos y como cuando me mire sé atreva a esbozar siquiera una mueca de desprecio, y me haga el numerito del rockero, te
juro
que le cojo la guitarra y se la estampo en esa cabeza de premio Nobel.
mujer.
Eres un canalla. Por favor, no me lo estropees todo,
márchate...
hombre.
No insistas. Ya te he dicho que no.
mujer.
¡Eres un bastardo y un sinvergüenza, y además estás completamente loco! Hay que ver, primero me montas
un número, para convencerme de que acepte esa estupidez de la pareja abierta, de que seamos modernos y civilizados. A mí me entran ganas de vomitar, pero acepto para darte gusto, me pongo casi enferma, .pero tú venga insistir, y termino aceptando contra mi voluntad, y para no morirme de desesperación y tristeza me resigno a buscar un hombre.
Lo encuentro, me'gusta, me enamoro... y ahora tú, hijo de puta, con todo el respeto hacia tu madre que es una santa,
quieres estropeármelo todo, y mostrarte ante él como realmente eres: vulgar, grosero y mezquino. ¡Y encima
quieres romperle la guitarra! Mira, mejor di
entonces que quieres verme muerta. De acuerdo.
¿Sabes lo que te digo? Que esta vez me mato,
pero de verdad. El gas, voy a abrir el gas... (Corre a la cocina.) ¡Voy a
matarme!
hombre.
(La sujeta.) ¡Quieta! Ahórrate el gas. No te preocupes que
ya me voy, pero por la ventana, así te ahorro la molestia de tener que presentarme a ese novio tuyo,
¡y para siempre! (Se sube al alféizar.)
mujer.
No
seas ridículo y bájate de ahí. Sólo consigues dar pena.
hombre.
Vaya, cuando te subes tú a la ventana, es una escena
dramática, un acto terrible y grandioso, un
gesto trágico... Me subo yo, y es penoso y ridículo. Me parece injusto.
mujer.
Claro, como siempre es una cuestión de estilo. Anda,
bájate.
hombre.
Qué
remedio. Si tú no colaboras, no hay dramatismo que valga. Yo, en cambio, siempre cooperaba. Te sujetaba por el tobillo, te imploraba que te
bajaras, te rogaba que lo hablásemos, que reflexionaras...
mujer.
Pero, Pío, ¿y si luego tú vas y te tiras en serio?
Cómo voy a sujetarte, con lo que pesas me arrastras contigo. Y yo ahora no tengo ninguna intención de morirme, sabes, porque soy profundamente feliz. Vamos, baja. Hazlo por lo menos por tus mujeres. Imagínate qué violencia en-el entierro..., el furgón fúnebre, y detrás un escuadrón completo de mujeres, todas de luto... Vaya susto que se llevaría la
gente. Y mientras ellas discutiendo
por el papel de la más desesperada, a
empujones, para ir la primera detrás del coche... A
lo mejor se cae en la sepultura, te figuras... Anda, baja.
hombre.
Y encima te burlas de mí. (Se baja de la
ventana.) Está bien. Te vas a enterar. (Coge
la pistola.) Cuando hacías tu
numerito siempre estaba descargada, pero ahora
meteré yo las balas, y llenaré bien el cargador. (Lo
hace.)
mujer.
¿Para qué tanto desperdicio? Con una basta. Dame la pistola, no hagas tonterías, que se te puede escapar
un tiro de verdad. Que tú de
estas cosas no entiendes. ¡No has sabido arreglarme nunca ni
la plancha! Trae, que no sabes..., que es
peligroso, ¡suelta! hombre.
¡Déjame! mujer.
¡No! ¡Ayyy, que me
rompes el brazo, animal! (Se dispara la pistola.) hombre.
Lo sabía. mujer.
Imbécil. Se te
ha disparado, ¡cretino! hombre.
No
pasa nada. Ha sido un tiro al aire. mujer.
Conque al aire..., ¡pues me has dado en el pie! hombre.
Lo siento. (Le da la muleta.) mujer.
Menos mal que en
esta casa nunca faltan muletas. ¡Ay, socorro,
mamá, qué dolor! Eres un inútil, un verdadero desastre. No eres capaz ni de suicidarte tú solo, sin implicar a tu mujer. hombre.
Tienes razón, Antonia. Soy un fracasado. mujer.
Oye, fracasado,
como estoy sangrando, y además estoy manchando
la alfombra, haz el favor de ir a buscar una toalla, una venda, cualquier
cosa... hombre.
Sí, sí, voy
corriendo. Menos mal que sólo te ha rozado... (Entra en el baño. Se oye el grifo de la bañera. Vuelve a entrar con vendas, alcohol, etc.) mujer.
Sólo es un
arañazo, como en el cine, que a la protago-
nista nunca le aciertan en el
corazón, siempre en el sobaco, o en un
pie... Dame la venda. ¿Has abierto tú el grifo de la bañera? hombre.
Sí, he sido yo. mujer.
¿Y a santo de qué?
Perdona, pero ¿te importaría irte
a tu casa, si tanto te apetece tomar un baño? hombre.
En mi casa sólo hay
poliban, y con la ducha no funciona. mujer.
¿Qué es lo que no funciona? ¿Es un acertijo? Anda, márchate. Ya me estás cansando de verdad, te estás pasando muchísimo. Pero vamos a ver. Vienes aquí, me estrangulas con una bufanda, luego te tiras por la
ventana, a continuación me pegas un tiro en un pie... ¡Ya está bien, digo yo! Ahora te largas. No aguanto más tu presencia, ¡Vete de una vez! hombre.
No te preocupes, no
te molestaré mucho rato, ya lo verás. Cuando
llegue tu premio Nobel rockero, él podrá ayudarte a sacarme de la bañera. mujer.
¿Cómo que me ayudará a sacarte? hombre.
Pues sí, que mejor entre los dos, porque
los cadáveres
mojados pesan bastante, y tú sola no puedes. mujer.
Ay, Dios... Mi marido está pensando ahogarse en mi bañera, con mi gorro de plástico puesto para no mojarse el pelo, pobrecito... Con tu carácter no lo
conseguirás nunca. Se necesita una decisión
sobrehumana. Imagínate, quedarte bajo
el agua, tapándote la nariz, y
autoahogarte tú sólito. No te lo crees ni tú.
hombre.
Pues
no te preocupes, que no pienso volverme atrás. Una vez dentro de la bañera, cojo con una mano el secador de pelo,
enchufado a doscientos veinte, lo enciendo, y ¡pataflam!, una
llamarada tremenda. Fulminado. Sin
remisión. mujer.
Tú
has visto muchas películas de James Bond. hombre.
Yo no necesito el cine,
ni profesores de física, para tener ideas. Yo
solo me basto y me sobro. mujer.
Ya se nota. Si eso es una idea..., vaya estupidez. hombre.
De acuerdo. Y ahora
discúlpame, que tengo que prepararme para
el acto. (Entra en el baño.) Voy a desnudarme. mujer.
¿Piensas suicidarte desnudo? hombre.
¡Oye, yo también
tengo mi estilo, caramba! No preten-tederás que
me meta en la bañera con la chaqueta y los
pantalones, vamos... (Cierra la puerta.) mujer.
(Llama a la
puerta.) Déjate de bromas y sal de ahí, por favor... Está bien, reconozco que me he pasado un poco, que puede que te haya humillado, pero creo
que no es para tanto. Piensa en todo lo que he sufrido yo por tu culpa... Vamos, sal. ¡Pío, razona y
sal de ahí ahora mismo! hombre.
(Abre
la puerta. Ella retrocede, asustada.) Oye, Antonia, ¿me estás imitando? ¿O es que no te das cuenta? Estás repitiendo todo lo que yo te decía cuando te encerrabas en el baño, o te subías a la
ventana
para suicidarte. (Cierra la puerta y desaparece.) Sólo que en este caso no habrá cambios de parecer ni aplazamientos de ninguna clase. Tú que siempre te estás burlando de mí, vas a ver si tengo o no carácter. mujer.
De
acuerdo, tienes razón. Te creo... ¡pero sal! hombre.
Demasiado tarde, Antonia. Y no fisgues por el ojo de la cerradura. ¿No te da vergüenza? Además, te aconsejo que te apartes de ahí. En cuanto me meta en la bañera y apriete el interruptor, habrá una llamarada, con una detonación tan grande, que saltará la
puerta por los aires, y podrías morir aplastada. mujer.
(Sigue espiando.) Está completamente loco... ¡Ha enchufado de verdad el secador de pelo! hombre.
¡Pues claro! Así aprenderás a no humillarme sin piedad. ¡Quiero morir! Auuu, qué fría está el agua. ¿Pero
es que en esta bendita casa no funciona nunca
el calentador? Además de morirme, voy a pillar una bronconeumonía galopante. mujer.
No, quieto. ¡No
es verdad! hombre.
¿Cómo que no es
verdad? mujer.
Sí,
que no es verdad. Que me lo he inventado todo. hombre.
Ah, ya, que no es como me lo has contado..., que has
exagerado un
poco... mujer. No, que no existe. Me lo he inventado.
hombre.
(Se asoma a la puerta.) ¿Cómo dices? ¿Que te has inventado lo del rockero
premio Nobel? Perdona una pregunta: ¿y la
conversación telefónica, cuando llamó hace un rato, eh, qué me dices a eso?
mujer.
Si no era nadie. He fingido la llamada, pomo si él
estuviera al otro lado de la línea, pero era
mentira.
hombre.
Enhorabuena, vaya una actriz. He picado como un tonto. (Entra en escena envuelto en una toalla.
Tiene en la mano un secador con el
que apunta de vez en cuando a la mujer.) Pero oye, dime otra cosa: ¿y el sonido del teléfono cuando han llamado? ¿Lo has hecho tú con la boca?
mujer.
Claro
que no. Era de verdad. Era un señor que se había
equivocado de número. Ha colgado, y yo he seguido, fingiendo que era el profesor que me citaba para dentro de media hora.
hombre.
No me convence, es demasiado* fácil. ¿Entonces por qué me has metido tanta prisa y querías que me fuera en seguida, si no iba a venir nadie?
mujer.
Pues... porque tenía
que seguir con la historia, ¿no?
hombre.
No. No me cuadra. Tú estás intentando distraerme y hacerme perder tiempo, así dentro de poco llega el profesor, y entre los dos os abalanzáis sobre mí y me inmovilizáis. Pues te equivocas. Te advierto que el secador sigue enchufado, puedes verlo tú misma. Basta con que pegue un salto a la bañera, y ¡bum! ¡Se acabó! Quieta ahí, no te acerques... (Retrocede
apuntando con el secador como
si fuese una pistola.)
mujer.
Está bien. Vamos
a sentarnos y esperar. Ya que estás tan
convencido de que el profesor existe, estará al llegar, ¿no te parece? Porque
vamos, digo yo, han pasado ya más de
cincuenta y cinco minutos..., ¡un profesor
de física con tanto retraso, realmente es que no tiene sentido del tiempo! ¿No
te parece un poco raro? hombre.
Antonia, ¿sabes que
tienes una cara que te la pisas? ¡Mira que
pretender hacerme creer de pronto que te has inventado todo lo de Superman! mujer.
Pues
así es. ¿Qué tiene de raro? hombre.
¿También que
toca el rock y canta? mujer.
Sí. hombre.
-¿Y la letra de la canción que te ha dedicado? mujer.
Me la he inventado yo. hombre.
Oh, vaya, de pronto
te has convertido en cantautriz. ¡Enhorabuena! Pero oye, ¿tú crees que soy
tonto? En esos versos había un ingenio,
una imaginación, un sentido del humor... mujer.
Y qué. ¿Acaso te
molesta descubrir que tu mujer posee un cerebro vivo e
imaginativo? hombre.
No, no..., que no pienso picar, Antonia. Al profesor
no te lo has inventado tú, el profesor
existe... Pero si es como si lo tuviera
delante, es un tipo demasiado fuera de lo común
como para ser inventado. Los
personajes fáciles son los
normales, de serie. Pero para inventarse un
personaje como éste, tan contradictorio, tan
imprevisible, hay que ser un auténtico genio. mujer.
Y una mujer no
puede ser un genio, claro. hombre.
Pues entonces dime,
querido genio femenino, con qué propósito te has inventado a este
campeón del ingenio y del absurdo. mujer.
Bueno, pues... ante
todo porque tú siempre estabas lleno de mujeres, guapas, jóvenes, graciosas,
inteligentes... y yo sin nada que llevarme
a la boca... y encima no encontraba a
nadie a ese nivel. hombre.
Pero ¿por qué
precisamente el físico nuclear, ingenioso, con guitarra eléctrica? mujer.
Pues... se me ha ocurrido así, sin
más... He empezado a imaginarme un hombre,
mi hombre ideal, digamos, que pudiese
gustarme a mí y molestarte a ti. hombre.
Ah, entonces era
todo un juego... ¡«La vida es sueño»! Pero ¿tenías que divertirte en inventar un montaje semejante precisamente conmigo? mujer.
Te recuerdo que la culpa es sólo tuya.
hombre.
¿Mía, dices? mujer.
Pues sí. Tú me creíste en seguida. Yo te contaba y
tú estabas ahí, pendiente, escuchando todos los detalles como un bobo. Es más, incluso me provocabas, ha-
ciéndome un montón de preguntas..., ¡sS nunca tenías bastante!
hombre.
¡Qué te parece! ¡Si hasta te he ayudado! ¡Demasiado bonito!
mujer.
Pues así es. Y de este modo, a medida que te iba contando, que iba fabricando mi personaje, él crecía, crecía, y yo empecé a enamorarme, a quedarme con él... Cuantas más locuras contaba, más me las creía
yo misma. Como tú no has sabido darme una historia
hermosa, digna, gratificante, bueno, pues me la he
dado yo misma... y maravillosa, aunque sólo fuera
imaginada. Pero luego, como buen cabrón que eres, has
llegado y me lo has estropeado todo de golpe,
como siempre.
hombre.
¡Lo que faltaba, si ahora voy a tener yo la culpa!
Por Dios, Antonia, con tus fantasías me has
trastornado..., por poco me llevas al
suicidio, a quedarme tieso en una bañera,
con un secador de pelo en la mano... ¿y aún
tengo que pedirte excusas?
mujer.
No creas que basta con eso. Además, tus excusas me importan un bledo. ¡Dios mío! Jamás podré perdonarte esta guarrada que me has hecho. ¡Eres un elefante asqueroso, un delincuente, un asesino! Y ahora dime, ¿a quién le contaré mi historia de amor...,
si él ya no está? Me he equivocado en todo.
¡Tenía que haber dejado que te metieses
en la bañera, con llamarada y todo!
hombre.
Ja,
ja, ¿pero quién pensaba meterse? Eres de una ingenuidad repugnante, Antonia. Has pic.ado como una tonta.
mujer.
¿Cómo
que he picado? ¿Con qué? hombre.
Con el cuento de mi suicidio. mujer.
¿Era un cuento? hombre.
Pues claro, mujer.
Yo también he interpretado mi papel. Dime la
verdad, ¿a que yo también soy un buen actor
dramático? mujer.
Ya, ahora intentas
darle la vuelta a la tortilla, y te las das
de listo..., pero hace poco, cuando llenaste la bañera, ya lo creo que te molestaba, nada de interpretación, ni de
cuentos... hombre.
Conque
no, ¿eh? Pues entonces mira el contador de la luz. Está parado. Acércate y mira. He quitado el automático, aquí, ¿ves? Mira, está apagado. Y ahora, ves, está encendido... Todo por la representación,
no pensarás que quería quemarme vivo en serio...
mujer.
¿Lo
has fingido todo? hombre.
Pues sí, y ha sido
muy divertido, ja, ja. Y tú bien que
has
picado, tontona. mujer.
Conque tontona,
eh..., y cuando yo contaba lo del profesor, tú ya lo habías entendido... hombre.
Pues claro. Nunca me lo he llegado a creer.
mujer. .
mujer. .
Y has permitido que
yo me lanzase a tumba abierta...
hombre.
Pues
sí, te he dado cuerda..., aunque por un momento casi conseguiste convencerme de que era verdad. De todos modos,
tengo que darte'las gracias. Ha sido un espectáculo magnífico, me lo he pasado estupendamente. ¡Vaya fantasía! Un profesor de física
rocke-ro, ¡lo que hay que oír! mujer.
Eres un
sinvergüenza. ¡Yo matándome para impedírtelo, y era todo mentira! ¡Cerdo, asqueroso, canalla! hombre.
Eurania...,
perdóname, te he pedido perdón... ¿Cómo era esa canción? (Canta muy exagerado.) «En el dial de mis pensamientos...» mujer.
Eres un infame
bastardo. (Suena el portero automático mientras el hombre sigue cantando.) mujer.
(Contesta.) ¿Sí? Voz.
Antonia, soy yo. ¿Te falta mucho? mujer.
No, ya estoy. Bajo en seguida. hombre.
¿Quién es, Antonia? (Canta.) mujer.
Es para mí. hombre.
¿Pero quién es? mujer.
Pues quién quieres que sea, querido..., el
profesor
rockero. hombre.
¿El? ¿El premio Nobel? ¿Superman? ¿Entonces existe? ¡¡¡Existe!!!
(El hombre coge el secador y corre al baño. Entra. Se oye una gran explosión. Llamarada.)
mujer.
¡¡¡Oh,
nooooooo!!!