Entrada destacada

Sarita Amor. Monólogo. Autor Benjamín Gavarre.

       Sarita Amor Monólogo     de Benjamín Gavarre.     Personaje:   Sarita Amor     Camerino de Sarita Amor.   Vemos a Sarita Amor antes d...

Buscar una obra de teatro en este blog

Mostrando las entradas con la etiqueta TALANCÓN CARLOS La cría. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta TALANCÓN CARLOS La cría. Mostrar todas las entradas

14/4/15

La cría por Carlos Talancón



La cría
por Carlos Talancón


  
Personajes:

            El hombre
            La mujer
            Un especialista
            Un ente
           
Una habitación con un aparato de televisión, un sillón, una mesa y una cocineta destartalada. Al fondo, en el centro, hay una escalera que lleva a una reja. Al pie de esta reja hay veladoras y otros elementos que evocan los de un altar, como si fueran las rejas que encierran a un ser que se le rinde culto. Nunca se alcanza a ver quién o qué está detrás de la reja, tras la cual hay completa oscuridad. Tan sólo, en ocasiones, se oyen chillidos salir de ella, o humo, o incluso sustancias que resbalan por la escalera.

El hombre está sentado ante el aparato de televisión. Su cara y su cuerpo están manchados de luz azul, como si estuviera viendo el resplandor azul de una pantalla donde no se transmite nada. Detrás de él, en la estufa, una mujer prepara algo incierto de comer. Comida de consistencia viscosa e incierta de coloración parduzca que de la olla va vertiendo en una cubeta.

Mujer:                La alacena está casi vacía, ¿qué vamos a hacer? (El hombre no responde, sigue con la mirada clavada en la televisión.) Pronto no habrá nada que ofrecerle y… Él lo sabe. Me doy cuenta por su forma de respirar. He aprendido a sentirla, ¿sabes? Sus distintas maneras de respirar. Sé lo que piensa, y lo que siente. Sí, ahora mismo… la escucho… ¿tú? (Silencio.) Él también, nos escucha, y lo sabe, sabe que pronto no habrá nada que darle y entonces…  (La mujer va hacia él y le quita el control de la televisión.) ¿No me oyes? Estamos a punto de quedarnos sin nada que ofrecerle.

Hombre:            ¿Y qué puta madre quieres que yo haga?

Mujer:                ¿Todavía te atreves a…? Ya sabes que sólo hay una cosa que tienes que hacer: proveerlo[1]. Son muchas sus necesidades, y no hace falta que te lo diga. (Breve pausa.) ¿O hay alguna otra cosa que seas capaz de…?

            Hombre:            No… no más. Ya le di todo lo que podía darle, ¿y para qué? Sea como sea va
a terminar por devorarlo todo. Dame el control.

Mujer:                (Pausa, lo ve con estupefacción. El hombre trata de arrebatarle el control pero la mujer logra mantenerlo.) ¿Estás loco? Necesitamos seguir alimentándolo… ¿No lo escuchas? Nos está llamando… quiere más, ¿lo escuchas?

Hombre:            Tal vez.(Breve pausa.) Ya no sé si de verdad lo escucho o sus chillidos ya se han vuelto parte de mi cabeza. Dame el control.

Mujer:                Yo sí lo escucho, claramente… un chillido suave, sí… en cualquier momento va a empezar a golpear.

            Hombre:            Parece una maldita polilla.

            Mujer:                ¿Qué?

Hombre:            (Festeja su comentario.)¡Polilla! ¡Sí! Ththththththth… Las características son las mismas. Observa el techo. (la mujer gira la cabeza hacia el techo, el hombre trata de arrebatarle el control pero no lo logra.) En cualquier momento va a caerse sobre nuestras cabezas.

Mujer:                Tal vez sea lo que nos merecemos. Que nos aplaste, sí.

Hombre:            Y para eso todo elsacrificio, para que al final yo tú y él nos vayamos a la chingada.

Mujer:                Yo dije sobre NUESTRAS cabezas, no la de él. Él tiene que sobrevivir. (Regresa a la cocina.) Si no fueras tan débil y egoísta…

Hombre:            ¡Egoísta! ¿Qué más puedo ofrecerle? Se lo he dado todo… ¡todo!

Mujer:                ¡No es suficiente!

Hombre:            Ni siquiera alcanzo a ver el dinero porque…

Mujer:                Y para qué quieres el dinero, ¿para comprarte una de tus cochinas revistas?

Hombre:            Eso… es cosa mía. Y es lo único que me queda, por si quieres saber. Dame el maldito control.

Mujer:                No mientras no lo abastezcas.

Hombre:            Eso es imposible. ¡No entiendes que traiga lo que traiga…!

Mujer:                ¡Entonces encuentra alguna manera de alimentarlo! Ahí está el hacha.

Hombre:            ¿El hacha?

Mujer:                La afilé esta mañana… por si llegamos a necesitarla.

Hombre:            Estás enloqueciendo, mujer. (Intercambian miradas. Breve silencio.) ¿No te das cuenta de lo que desea? Huir de ese chiquero donde lo tienes encerrado.

Mujer:                No es verdad, desea algo más, y tú lo sabes, así que trae algo rápido.

Hombre:            (Se levanta y va hacia la mujer, tratando de hurtar el control.) Hazme caso, lo mejor es renunciar a él, dejarlo ir… ¿ya cuánto tiempo lleva encerrado allá arriba?

Mujer:                No me importa. Recuerda lo que dijo ese hombre cuando vino a hacerle su último examen. Es muy riesgoso exponerlo. Debe permanecer ahí, todavía. Ese el precio de tener una criatura… extraordinaria.

Hombre:            Jamás oí que haya dicho eso.

Mujer:                Yo sí, y utilizó esa misma palabra.

Hombre:            Sólo escuchas lo que quieres oír.

Mujer:                (Nerviosa.) ¿No piensas en todas los influencias que puede recibir allá afuera?, ¿no piensas en eso? No puedo imaginármelo… afuera… Tú sabes que no es cualquier criatura… él es… especial… cualquier contacto con el exterior es peligroso… no, no, dejarlo ir sería arriesgar demasiado.

Hombre:            En algún momento tendremos que dejarlo ir, ¿y entonces?, ¿qué va a pasar cuando llegue ese momento, eh?

Mujer:                Va a aparecer alguien más, los desvalidos y los enfermos nunca faltan, es mi condena que siempre haya alguien que necesite de mí…

Hombre:            ¿Y yo?

Mujer:                Sí, también me he tenido que hacer cargo de ti, por desgracia.

Hombre:            No hablo de eso… ¡y yo! También yo, todas mis energías han sido para…

Mujer:                ¡Para su crianza! Es duro, lo sé, pero me sostiene pensar que la recompensa será grande. ¿Por qué te ríes?

Hombre:          Exactamente fueron tus mismas palabras con la otra. Y mira.

Mujer:                          No me culpes. Yo hice todo lo que pude.

Hombre:         Hasta que acabaste con ella.

Mujer:                          No digas eso. No es verdad. Yo sólo seguí las instrucciones que tú me diste.

Hombre:            Sabes que eso no es cierto (Intercambian miradas.) Tú fuiste la que sobre-indicó. (logra hurtar el control del bolsillo del mandil de la mujer y regresa al sillón. La mujer lo ve con furia.)

Mujer:                          (Terminando de preparar la papilla.) Está bien, quédate ahí, si eso todo lo que te hace sentir bien. Pobre. (Terminando de preparar la papilla.) Todavía me acuerdo… el día que nos conocimos. Tú llegaste a mí, arrastrándote como un perro desvalido. Aauuuhh, auuuuhhh. Tus ojos extraviados, buscando quién te diera refugio. Así llegaste, ¿te acuerdas? Entonces aparecí yo. Al principio yo no quería, mis intenciones eran otras pero…

Hombre:         Hacerse el desvalido siempre funciona contigo, ¿no es así?

(Breve silencio.)

Mujer:                          Fue mi culpa, sí… ¿cómo fui a pensar que iba a poder construir algo con un perrito inválido? Si te hubiera podido grabar entonces, viendo cómo te acercabas con tu mirada de huérfano prometiéndome todas esas cosas para que te dejara entrar. Y ahora mírate, todo el día sentado en el sofá, sin otra cosa que la televisión, ahora, justo cuando Él exige más de nosotros, cuando debemos tener el ánimo en alto… tú no eres capaz ni siquiera de cumplir con tu único deber.

Hombre:         Estoy agotado, mujer. Si cuando te conocí hubiera sabido lo que era capaz de engendrar.

Mujer:                         ¡Cállate! ¡No hables así! Nos está escuchando, ¿no sientes? Ahora mismo… nos oye… (Pausa. La mujer, alzando la cabeza como si percibiera algo, entrando en un estado cercano al éxtasis:) Sí, él puede oírlo todo, hasta cuando no hablamos, hasta lo que nosotros no podemos oír de nosotros mismos, él lo escucha, y puede sentir tu falta de fe… lo sé…ahora mismo… su respiración cambia… ¿no oyes? Sí, ahora te está llamando a ti… puedo sentirlo… (Termina de verter la comida en una cubeta y la coloca junto al hombre.) Ahí está, sube a darle de comer.(La mujer se gira de nuevo ante la estufa a levantar los trastes. El hombre ve con asco la papilla pero, aprovechando que la mujer no lo ve, mete la mano en la cubeta y come. La mujer finalmente se vuelve.) ¿Qué pasa?

Hombre:         No voy a subir.

            (Breve silencio.)

Mujer:                          ¿Le tienes miedo a tu propia carne?

Hombre:         No es mi carne.

Mujer:                         ¡Por supuesto que lo es! El producto de nuestra unión.(Pausa. La mujer se da cuenta que el hombre ha tomado de la papilla.) ¿Te has estado comiendo su comida, verdad?

Hombre:         Yo… no me atrevería… jamás.

Mujer:                          ¿Y esa mancha?

Hombre:         Esta mancha… es de… ayer.

Mujer:                          Ayer ni siquiera comimos, idiota.

Hombre:         Entonces, no sé… se debió haber resbalado del plato y…

Mujer:                          Si me entero que le estás robando su comida, yo podría…(toma el cuchillo, pero algo la detiene.) Ahí está… otra vez… sí… (Se escucha una especie de ronquido que tiene algo de no humano e inmediatamente después se escuche un golpeteo que proviene de arriba.)

Hombre:         ¡Carajo! ¡Ya va a empezar! ¡Otra vez! ¡Por qué lo hace!

Mujer:                          Te quiere a ti, ¿no te das cuenta?

Hombre:         No. Lo único que quiere es salir de ahí…

(Otro golpe sordo proveniente de arriba.)

Mujer:                         Por favor, te lo suplico, sube antes de que…

Hombre:         ¡Carajo, por qué yo!

Mujer:                          Por favor.

Hombre:         ¡Lo he hecho todo por él! Pero no me hagas subir.

Mujer:                          Escúchame, no hay que desesperarnos. Los frutos van a llegar… en algún momento, lo sé. Pero no hay que dejarnos vencer. Todavía… un poco más, y entonces todo habrá terminado, por favor, ve a ver qué quiere… ¿no? Está bien… entonces no vas a descansar, nunca, él te está oyendo, y cuando menos te lo esperes…

Hombre:         ¡Yaaaaa! (El hombre, de un impulso, fastidiado de escucharla:) Está bien, demonios, esa es tu estrategia, ¿verdad? El agotamiento… siempre lo ha sido. (Se levanta, toma la cubeta y se para frente a las escaleras unos instantes temeroso de subir, y finalmente lo hace.)

Mujer:                          No, espera… a lo mejor… a lo mejor no le gusta que lo perturbemos, espera. Ya sabes que es peligroso… espera. Recuerda que… debes tener cuidado, y también es importante que sienta tu fe en Él, recuerda que...

            El hombre ha entrado a la habitación de arriba. La mujer se queda sola y comienza a rezar postrada ante las escaleras. A cabo de un rato el hombre baja. Tiene la ropa ensuciada de una sustancia extraña y muestra náuseas.
            Sonidos inciertos de respiración, golpes, murmullos de rezos.
           
Mujer:                          ¿Qué pasó?

Hombre:         Estaba tratando de…

Mujer:              Yo te lo dije, ¿cómo fue?

Hombre:         Se acerco y… algo secretaba… una sustancia que… (quiere vomitar.)

Mujer:              Qué espanto.

Hombre:         Sí, no sabes lo que… (vomita.)

Mujer:              Qué espanto tú. Vomitando la carne de tu carne.

Hombre:         Deja ya de fastidiarme. ¡No es mi carne… y no voy a…!(De nuevo vomita.)No puedo… no puedo… es una maldición.

Mujer:                          No podemos dejarnos afectar por estas cosas. Esas sustancias deben ser algo… natural. Recuerda lo que dijo ese hombre, son sólo… parte de su crecimiento…

Hombre:         No, no es sólo eso, es algo más… quiere acabar con nosotros (vuelve a vomitar.)

Mujer:                          No digas eso. Lo hace sólo para llamar la atención, ¿entiendes? Son sustancias… psicológicas. Lo hace porque te necesita.(Pausa.)¡Escucha!

Hombre:         (Limpiándose el vómito.) ¿Ahora qué pasa?

Mujer:                          ¿No escuchas?

Hombre:         No.

Mujer:                          Es que no se escucha nada.¿Sí le lograste introducirle el alimento?

Hombre:         Se la acerqué…

Mujer:              ¿Pero se lo lograste introducir?

Hombre:         ¡Te digo que se la acerqué! (Se miran.)No voy a volver a subir, que te quede claro. (Se sienta de nuevo en el sofá.)

Mujer:                          Otra vez… vuelo a oírlo, todavía respira… ahí está… otra vez… lo percibo… esta vez como si susurrara algo… a mí… al oído…y esta vez no alucino… ahora duerme… sí… mi criatura… ahí sigues, sí… ten piedad de nosotros (Se postra ante las escaleras y reza. El hombre la observa con lástima y luego enciende de nuevo la televisión, de donde emana una monótona luz azul.)

Oscuro.
           
Sonidos de golpes, chillidos, gemidos.
Silencio.

            Luz tenue.
La mujer está empapada de sustancias espesas y de extraños colores. Permanece con los ojos muy abiertos aunque parece dormida. Habla como entresueños.

Mujer:              Estaba ahí… al fondo… comido por las sombras… sólo uno de sus miembros… rozaba la luz… una pequeña mancha violeta… empezó a agitarse… al sentir que entraba… pudo sentir mi miedo… olerlo… y yo el suyo… y entonces lo oí… me llamaba… me llamaba así, chillando, con un chillido agudo… así… muy agudo… tanto que casi no alcanzaba a oírse… pero cuando uno lo logra… oírlo… entonces… es imposible… arrancárselo de la cabeza… imposible… como si viniera del propio cerebro… sonando como un gran herida en la cabeza… y al verme ahí… paralizada… salió… de la oscuridad… era enorme… no me había dado cuenta que hubiera crecido tanto… él se acercaba, reptando, yo buscaba sus ojos… (Como si le hablara al ente:) ¿Dónde están tus ojos? No puedo verlos… tus ojos… Y se acercó… por un momento quise gritar pero… no… él te necesita… entonces lo dejé venir… y él sacó uno de sus… miembos… lo acercó y… empezó a recorrerme… mi cuerpo… a envolverlo… yo… quise gritar… no, cálmate, cálmate, tu propia carne, cálmate… no va a hacerte nada… cálmate… y entonces… sus miembros… sobre mi cuerpo…al principio…no sentía dolor… hasta que la vi… la sangre, no sabía de dónde… entonces me di cuenta…trataba de deverarme, me envolvía con líquidos y me devoraba… yo te llamaba, te pedía auxilio… pero tú dormías… como siempre… ¿si me escuchas? (El hombre no responde.)Tenía hambre. (Pausa.)Dormido… todo el tiempo dormido.

            Oscuro.

Sonido de respiración.

Luz.
            El hombre y la mujer duermen, el hombre frente al televisor encendido que sólo emite una luz esta vez de color amarillento. La mujer en el suelo, llena de sustancias extrañas. Da la impresión de que ha caído vencida.
Hay polvo en la estancia, como si parte del techo se estuviera ya desmoronando por los golpes.
Se escucha el timbre, es muy fuerte.
Silencio.
Se escucha el timbre de nuevo, más insistentemente.
            La mujer despierta con mucho esfuerzo.

Mujer:              Ahí está. (Silencio. Timbre. Despierta al hombre.) Ahí está. Maldita sea. ¿Cuándo vas a despertar?

Hombre:         ¿Otra vez está chillando?

Mujer:              No, idiota, es el timbre.

Hombre:         Ahhhh…

Mujer:              Sí, yo también odio que tenga que ser así. No entiendo para qué esos estudios.

Hombre:         Para… no sé.

Mujer:             Claro que sabes, tú lo llamaste.

Hombre:         ¡Insistes!

Mujer:             ¿Entonces? Un vecino debió haber sido, sí, siempre hay algún vecino ansioso de meterse donde no le toca. Odio que tenga que ser así, sería mucho más fácil si yo pudiera llevar el control de todo.

Hombre:         Como con la otra.

Mujer:             ¿Ya vas a empezar? Ya te dije que… (el timbre.) Trata de distraerlo un rato. Voy a subir a ver que todo esté bien allá arriba, tratar de limpiarlo lo más que se pueda. No me gustaría que subas y… tú sabes.

Hombre:         Ten cuidado.

Mujer:             He aprendido a protegerme. No le digas lo de las sustancias o… no lo sé. Dile que no hemos visto nada anormal o… ya sabes lo que le tienes que decir: nada, ¿está claro? (Breve pausa, el hombre no responde.) ¿Está claro?

Hombre:         No me repitas lo que tengo que hacer. ¡Sube antes de que empiece a golpear!

            La mujer sube.

El hombre le abre al “especialista” y le indica que pase. Éste entra con unmaletín, se para en el centro de la habitación y observa. 

Hombre:         Tome asiento. Mi mujer está por bajar.(El “especialista” no reacciona, se limita a observar el sitio, luego saca un cuaderno y comienza a hacer unas anotaciones.) Disculpe el deterioro. El techo, sobretodo, veo que le llama la atención. Es… la humedad la que lo tiene así. (El hombre se da cuenta que la silla está llena de polvo que se ha desprendido del techo, la limpia y con un gesto lo invita a sentarse. El examinador no reacciona a las palabras del hombre.) No va a tomar asiento? (El examinador no responde.) Está bien. (Breve silencio.) ¿Hay algo que pueda ofrecerle? Tal vez… ¿un burbon? O… ¿tal vez desea que le prepare algo en las rocas? Como en las películas: en las rocas. La verdad es que no le puedo ofrecer nada. Él ya lo ha consumido todo. (Pausa. Sonidos provenientes de arriba. El hombre se dirige hacia las escaleras.) ¿Lo escucha? Mi mujer lo debe estar… limpiando, no nos gustaría que pensaran… cosas. (Silencio.) Permítame preguntarle algo: ¿Cómo se enteró usted que lo teníamos aquí? (Silencio.) ¿Alguien le dijo? Un vecino, siempre hay un vecino dispuesto a meterse en la vida de los demás… o, ¿fui yo? (Pausa.) Mi esposa cree que fui yo, lo que sucede es que no se ha dado cuenta que… (Sonidos.) Permítame un momento. (Se acerca a las escaleras.) Mujer, ¿estás bien? (Pausa.) ¡Todo bien allá arriba! (Se escucha una vaga respuesta de la mujer. El hombre vuelve a dirigirse al examinador.) Sí, le estaba comentando…

Examinador:   ¿Cómo está respondiendo al alimento?

Hombre:         Al… ¿alimento?, ¿por qué lo pregunta? Me imagino que ya sabe el tipo de carne que Él quiere. Mi esposa y yo hemos hecho lo posible por satisfacerlo, pero… es difícil. Quiero decir, los tiempos, cada vez se vuelven más oscuros y las criaturas nacen cada vez más… ¿cómo decirlo? Absorbentes, sí. (Pausa.) ¿Sabe cuál es la opinión que me he hecho últimamente? La profunda convicción de que en estos tiempos no debería estar permitido engendrar así como así. ¿Sabe lo que quería ser yo? Un entomólogo, un gran entomólogo. (El examinador sigue haciendo anotaciones. Breve silencio. El hombre trata de ver lo que anota.) Siempre tuve una gran pasión por el mundo que se escondía bajo la tierra. No me pregunte por qué. Las pasiones son incomprensibles. Por qué tuve que sentirme atraído por esta mujer precisamente, por ejemplo, nunca lo he comprendido. De muchacho rascaba la tierra y qué cosas llegué a descubrir ahí abajo. Lo que hacen algunos insectos para reproducirse. Algunas especies de arañas, o la mantis… ¿nunca la ha visto? La naturaleza puede ser extraña, ¿no le parece? Me gustaba apachurrar a algunos insectos para ver las sustancias que escondían en sus adentros y… bueno, lamentablemente… apareció Él y, las exigencias eran tantas que... Ahora soy un simple empleado y cada centavo que gano... En fin. No me malentienda, yo he hecho todo lo posible, me he esforzado, y de algún modo me consuela pensar que por algo deben ser las cosas porque… (Pausa. El “examinador” sigue haciendo anotaciones en su libreta, ignorando al hombre. Éste le habla con cierta excitación en su voz pero al mismo tiempo confidente, cuidando que la mujer no lo escuche:) También Él ha comenzado a secretar sustancias, ya se dará cuenta. A veces verdaderos chorros. (Confidente, con temor de que lo puede escuchar la mujer:) Para serle sincero, el techo, ha sido Él. Usted ya debió haberse dado una idea de… lo que es. Es insaciable. Debería escuchar su manera de chillar, es… y sus dientes… si puede llamarse a eso dientes. La otra vez… (se sube la manga de su camisa, tiene una herida grande.) Sí. La otra vez, cuando subí trató de… imagínese, es… agotador, agotador al punto de… Pero mi esposa no quiere darse cuenta de la clase de criatura que es. Cree que su aspecto se debe a que… es una especie de ser elegido… cree que Él ha venido a salvarnos. Pobre. Yo la entiendo. Habíamos tenido otro intento. Fallido también. Algo tiene el vientre de mi mujer que… la pobre murió por un accidente, un mal diagnóstico. Entonces nació Él y… el momento en que vio lo que había salido de su vientre… enloqueció. Desde entonces lo tiene encerrado, le reza todas las mañanas, no quiere que se exponga a ninguna especie de contacto con el exterior, pero… yo ya he llegado a mi límite. Por favor, escúcheme, quiero proponerle algo: lléveselo de aquí, deshágase de Él. Sin que mi esposa sepa. Yo encontraré algo que decirle, pero por favor lléveselo… Puede hacer con Él lo que quiera, vendérselo a un circo, o a una clínica especial. ¿Me está escuchando? ¿Qué piensa de mi propuesta? (Se oyen las rejas. La mujer desciende, el hombre toma una actitud afectada:) Pero siéntase cómodo, sí, y con respecto a lo que le comentaba: la situación económica se vuelve cada vez más difícil y mi pasión por la entomología… ah, ahí está mi mujer. Viene un poco manchada por lo que puede apreciar. 

La mujer regresa abatida, como si hubiera venido de una batalla. Se coloca en un rincón junto a la estufa, cuidando no ser vista por el examinador. Desde ahí llama al hombre, quien va hacia ella. El examinador, quien aparentemente ignora o no se da cuenta de la situación, se mueve por distintos puntos de la estancia haciendo anotaciones.

Mujer:                         ¿Qué tanto le estuviste diciendo?

Hombre:         Nada.

Mujer:                         Vi que estaban hablando de algo.

Hombre:         De nada.

Mujer:                         ¿Y qué tanto le dijiste mientras hablaban de nada?

Hombre:         De nada, ya te dije: sobre mi vocación de entomólogo, cómo me vi obligado a renunciar a ella, pero qué más da.

Mujer:                         Sigues con eso, por el amor de Dios. Pero escuché que le decías algo más, ¿le dijiste algo sobre los golpes del techo?

Hombre:         Tuve que darle una explicación.

Mujer:                         Ahhhh, no tuviste que haberlo hecho. ¿Y sobre las sustancias?

Hombre:         Sí, también algo le mencioné.
           
Mujer:                         ¡Entonces se lo estuviste diciendo todo!

Hombre:         De cualquier modo va a verlo por sí mismo. ¿Cómo está Él?

Mujer:                         Duerme.

Hombre:         ¿Y eso que se oía era…?

Mujer:                         ¿Qué?

Hombre:         Se oía algo. Sus ronquidos, tal vez.

Mujer:                         ¿Por qué está dando vueltas?

Hombre:         No lo sé. Todavía no lo había visto dormir dando vueltas.

Mujer:                         No tonto, hablo de ese sujeto.

Hombre:         Ahh.

Mujer:                         Me desespera verlo moviéndose por la casa, ¿qué tanto apunta? ¿No le ofreciste que se sentara?

Hombre:         Le hice un gesto.

Mujer:                         Un gesto. Tú crees resolver todo con gestos. ¿Cómo sabes que entendió “tu gesto”?

Hombre:         Fue muy claro, señalé con el brazo la silla.

Mujer:                         Pues se le invita con la boca, no con gestos.

Hombre:         Encárgate tú entonces.

Mujer:                         Está bien, como siempre. Hazte a un lado.

El hombre se dirige al sofá y se sienta a ver la televisión. La mujer termina de limpiarse y se dirige al examinador.

Mujer:                         No le haga mucho caso mi marido, últimamente le ha dado por inventar cosas: eso de que quería ser entomólogo, por ejemplo, no sé de dónde lo sacó. Le aseguro que ni siquiera sabe lo que quiere decir eso. Tome asiento por favor, siempre nos ha gustado atender bien a nuestros invitados. ¿Le ofrezco un… mmmmm? Tome asiento. (El examinador no reacciona, la mujer trata de ver furtivamente lo que anota.) Supongo que quiere subir a examinarlo otra vez, ¿no es así? Está bien, no tengo ningún inconveniente, pero déjeme sugerirle algo antes: no será necesario. Como mi marido ya le dijo, el contacto directo con Él podría ser algo MUY incómodo para usted. ¿Cómo decirle…? Mi criatura ha comenzado a desprender ciertos… líquidos. No es que sea nada nocivo, es sólo… parte natural de su maduración, supongo. En realidad es como cualquier otra criatura… no, bueno, tanto así como cualquier otra, no, Él es… especial, lo único que en realidad quiero decir es… ¿Por qué se queda ahí parado? (Pausa.) ¿Quién es usted? (Pausa.) ¿Para qué va a estudiar a mi criatura, quién lo envía? Fue mi marido el que abrió la boca, ¿verdad? (Pausa.) Sí, ha perdido la fe en Él. No sé qué le pasa últimamente. Está todo el día ahí sentado y… ¿sabe en lo que le gusta gastarse el dinero de la criatura? Revistas insanas.

Hombre:         Son revistas científicas.

Mujer:                         Revistas sucias. (Al examinador.) Mire, no sé qué quiera usted, pero le repito que mi criatura es… sí, entiendo que su aspecto puede ser un poco, pero… no hay nada de qué alarmarse. Yo estoy muy tranquila. Demasiado tranquila. En realidad, todo lo que ha sucedido aquí…

Hombre:         (Violento:) Ya cierra el hocico y déjalo subir.

Mujer:                         Ahhh, mi marido, otra vez. Tome asiento, se lo suplico. (Va con el hombre:) Por qué me hablas así frente a este sujeto.

Hombre:         ¿No ves que entre más quieras detenerlo es peor?

Mujer:                         No voy a dejar que las manos de ese tipejo toquen a mi criatura.

Hombre:         Insistes en tenerlo aislado.

Mujer:                         ¿Qué es lo que quiere? Por qué tiene que entrometerse entre Él y yo, para qué son esos estudios.

Hombre:         Son necesarios, ya te lo dije. Si no lo dejas podría acusarnos de tener secuestrado a un raro espécimen.

Mujer:             ¡No le llames así!

Hombre:         Un engendro.

Mujer:             No le vuelvas a decir así. Es nuestra cría.

Hombre:         Está bien, voy a subirlo yo. (El hombre se levanta.) Puede subir, sígame.

Mujer:                         Espérate. Tú no puedes llevarlo.

Hombre:         ¿Por qué no? Soy su padre, ¿no? Tú misma me lo has repetido un millón de veces.

Mujer:                         Puede ser riesgoso, puede…

Hombre:         Sígame.

Mujer:                         Está bien… si no hay otro remedio. Pero ya sabes, ten cuidado, no dejes que…

El examinador sube guiado por el hombre. Se oye que el hombre abre con llave una pesada puerta metálica. La mujer, mientras los otros están arriba, ve que en la mesa hay un sobre. Rápidamente lo abre y lo examina, extrae unas hojas. De pronto se oyen ruidos provenientes de arriba, golpes, un chillido. La mujer esconde las hojas. El examinador baja las escaleras con ojos de horror. Tiene el traje roto y sucio de sustancias. El hombre viene detrás de él.

Mujer:             ¿Qué pasó allá arriba?

Hombre:         Quiso estrangularlo.

Mujer:                         ¿Lo ves? Te lo dije, no era nada bueno que… (El examinador guarda en su maletín los aparatos y el sobre.) Discúlpelo. No fue su intención atacarlo. Deje lo limpio. Son sustancias inofensivas, en verdad, yo misma las he tenido por todo mi cuerpo. ¡No lo tome a mal! Siéntese, por favor. Nos alegra mucho que haya venido, de verdad, nos alegra que…
           
            El examinador hace un gesto de desaprobación y sale.

Mujer:                         ¿Cómo estuvo?

Hombre:         El hombre se acercó con la jeringa y lo atacó. Le enredó con uno de sus miembros y… casi lo mata.

Mujer:                         Dios mío. (Intercambio de miradas.) Por qué me ves así. Sólo trató de defenderse. Yo también lo hubiera hecho con… un sujeto tan repugnante como ése. Yo te dije que no es nada bueno que recibiera ninguna influencia del exterior.

Hombre:         No podemos tenerlo aislado de por vida.

Mujer:                         ¿Y por qué no?

Hombre:         Porque… (exasperado) ah, olvídalo es imposible hablar contigo.

Mujer:                         Sí, supongo que en algún momento habrá que dejarlo salir, pero… No me digas más, por ahora. Ya cálmate. Mira lo que conseguí. (Le muestra las hojas que extrajo del maletín: son hojas marcadas con signos y manchas inciertas.)

Hombre:         ¿Lo robaste de…?

Mujer:                         Lo tomé. Trata de descifrarlo.

Hombre:         Esto puede meternos en fuertes problemas, ¿eres consciente de eso?

Mujer:                         No me importa. Trata de descifrarlo.

Hombre:         Pero antes quiero dejar claro que esto que haces es…

Mujer:                         Está bien, ya lo dejaste claro. Ahora trata de descifrarlo. (El hombre toma la hoja y la observa con afectada actitud de perito.) ¿Y?

Hombre:         ¿Qué?

Mujer:                         ¿Qué lograste descifrar?

Hombre:         Mmmm… pues, yo no soy propiamente un experto, pero… Observa.

Mujer:                         Sólo veo manchas.

Hombres:        No son sólo manchas. Observa bien. Mira esto, ¿lo sigues? Esto que parecen granos y estas bolas… ¿No lo ves? Es Él. Esto de aquí es su… corazón. Y esto otro… ay Dios.

Mujer:                          ¿Qué pasa?

Hombre:         ¿Eh?

Mujer:                         Dijiste “Ay Dios”. (Pausa.) ¿A qué te refieres exactamente con eso: “Ay Dios”?

Hombre:         Si te atrevieras a ver.

Mujer:                         ¿Estás insinuando que…? Dame eso, tú no sabes interpretar manchas. Yo veo otra cosa. Mira. (Toma la hoja y voltea.) Yo veo algo… a un ser extraordinario. Esto de aquí debe ser su… corazón. Es un ser con un gran corazón. Y esta mancha… su cerebro, sí, vuelvo a confirmarlo, podemos esperar grandes cosas. Es cierto, parece un poco delicado y un tanto… extravagante, pero los grandes seres tienen esas características.

Hombre:         Lo estás leyendo al revés.

Mujer:                         ¿Y tú cómo sabes que lo estoy leyendo al revés?

Hombre:         Algo estudié de eso.

Mujer:                         Ya deja de inventar cosas. ¡Tú nunca estudiaste nada!

Hombre:         Está bien, interpreta lo que tú quieras. Pero… tú viste cómo lo atacó.

Mujer:                         Sólo se defendió.

Hombre:         Es un patrón de comportamiento.

Mujer:                         “Patrón de comportamiento” ¿Qué es eso? Otra de tus invenciones. Lo que quieres es torturarme. Escúchame, ése no es un mal diagnóstico. No puede serlo. Hemos dado demasiado de nosotros para… ¡me escuchas! Si algo hay mal en esto… no podría soportarlo. Me mato, ¿me escuchas? (Silencio.) ¿No oíste que me mataba?

Hombre:         Sí.

Mujer:                         Y no reaccionas.

Hombre:         Ya lo habías prometido antes, y aquí seguimos.

            Se oyen golpes provenientes de arriba, más potentes que los anteriores.

Hombre:         No… otra vez, como un mismo sueño. Es una maldición. ¿Qué carajo quiere ahora?
           
Mujer:                         Ya sabes lo que quiere, y tenemos que darle algo a cambio. ¿Queda algo en la alacena?

Hombre:         Ya se acabó todo.

Mujer:                         ¿Estás seguro? No, espera. Recuerdo que… todavía quedaban algunos restos de carne.  (Se dirige a la despensa, fuera de escena.)

Hombre:         No… ¡no! Esa carne es mía, me lo habías prometido. He pasado prácticamente dos semanas alimentándome de las sobras, no voy a darle mis últimos restos de carne.

Mujer:             (Entrando con un trozo de carne en una bolsa.) Yo ya le ofrecí mi trozo. ¿Dónde está la llave?

Hombre:         ¡No voy a dársela!

Mujer:             Si pudieras escucharte, negándote a alimentar a tu propia criatura. Él es lo más sagrado que hay de nosotros. Esa carne es de Él. (Aumenta la intensidad de los golpes, la mujer busca algo en su mandil, se da cuenta que no tiene la llave.) ¿Dónde está la llave?

            Más golpes. Comienza a caer polvo del techo.

Mujer:                         ¡Dónde está la llave!

Hombre:         Pero… ¿Y qué más?

Mujer:                         Lo que necesite.

Hombre:         Está acabando con nosotros.

Mujer:                         La llave, te lo suplico, dámela. Mira el techo. Dámela… Recuerda que sólo mientras Él viva...

Hombre:         Hazme caso. Golpea porque quiere que lo dejemos libre. Lo mejor es dejarlo ir… y quedarnos tú y yo, solos, con lo que nos queda.

Mujer:                         Tú y yo… ¿qué haríamos tú y yo solos, sin Él? No… nunca va a llegar ese momento, es mi condena que siempre haya alguien que necesite de mí (Los golpes se intensifican. Cascajo comienza a caer del techo.) Por favor, dámela, antes de que el techo… vamos, de lo contrarios vas a terminar matándome a mí también. No soporto esto. Dame la llave.

Hombre:         Sólo di que esos restos de carne eran míos, sólo dilo.

Mujer:                         ¿Qué?

Hombre:         ¡Sólo di que eran míos!

Mujer:                         Son de Él.

Hombre:         Pero di que eran míos.

Mujer:                         Eran tuyos.

Hombre:         Aquí está. (Le da la llave. La mujer sube arreglándoselas con la muleta y la bolsa, pero a mitad de la escalera se detiene. Regresa y le da la llave y el trozo de carne al hombre.)

Mujer:                         Es mejor que tú se la ofrezcas. Nuestra última provisión. Apúrate, antes de que continúe, necesita comer.

El hombre duda, pero termina por tomar el alimento. Lo ve con nostalgia. Como quien va a ofrendar alimento a un ídolo, sube con un caminar que tiene algo de resignación.
La mujer se postra ante las escaleras y reza.
Los golpes provenientes de arriba aumentan.
Parte del techo comienza a desmoronarse.
Oscuro.
           
Penumbra.
Escombros.
Sonido de respiración proveniente de arriba.
El hombre está tirado en el sofá, su cuerpo lleno de sustancias y polvo.Ve la televisión de donde emana una luz intensa. Tiene los ojos abiertos aunque tal vez está dormido.
Sonido de respiración fatigada proveniente de arriba.
La mujer sigue rezando con vehemencia ante las escaleras que dan al cuarto de la criatura. Hay algo extraño en ella que no debe ser completamente advertido por el público a primera vista: le falta un brazo.

Mujer:              (En un tono parecido al rezo, de éxtasis:) Hay cuerpos débiles que le tienen miedo al dolor. Yo no. Mi cuerpo está hecho para resistirlo. Sus puertas están abiertas a él como al más leal de sus huéspedes. Aún puedo aguantar más. Mucho más. No me importa que el horizonte esté todavía lejos, porque al final… el dolor se volverá mi gran compañero. Cuando haya llegado al límite, cuando no quede más de mí, entonces tú y yo seremos otra vez una misma carne. Sentiré tu corazón latir en mi pecho y el aire que respiro entrará en tu cuerpo, enterraré mi vida en tus entrañas así como tu vida salió de las mías… hasta ser otra vez uno mismo… tú y yo… por siempre… Ahora mismo… ya puedo sentir, algo de mí… siendo digerido en tu ser y… (se escucha una especie de hipo provenir de arriba.) ¿Qué pasa? ¿Todavía no es suficiente? ¿Qué más puedo ofrecerte? Dime… qué más. Todavía no he llegado al límite… no… puedo resistir más… mucho más…

Hombre:         ¡Yaaaaa! ¡Yaaaa! Has estado en todo mi sueño como una maldita mosca… ¡Yaaaaa!

Mujer:              ¡Cállate! ¿No me ves?, ¿no ves hasta dónde ha llegado mi amor?

Hombre:         Nadie te pidió que lo hicieras, mujer… tú quisiste.

Mujer:                          Fue un accidente.

Hombre:         No es cierto, mujer. Tú se lo ofreciste, lo sé.

Mujer:                         Perdón. No tuve otra alternativa. Tuve que hacerlo. Él mismo me lo pidió.

Hombre:         No era necesario llegar a ese extremo. Mira la ruina en la que se ha convertido esto. Y mira la ruina en que te has convertido tú.
           
Mujer:                          Si hubiera habido algo en la alacena…

Hombre:         No trates de culparme. Llegaste a esto sólo porque tú lo quisiste así.

Mujer:                          Deberías callarte y compadecerme.

Hombre:         Me das pena.

Mujer:                         Entre más sea el sacrificio mayor será la recompensa. ¿Y quieres saber algo? Todavía aumente mi fe en Él, sí, todavía puedo ofrecerle más, y si tú ya llegaste al límite… (se dirige hacia la cocina por el hacha en actitud de éxtasis. Se vuelve a hincar ante las escaleras.)

Hombre:         ¿Qué vas a hacercon eso?

Mujer:                         No te acerques. ¿Querías ver hasta dónde puede llegar mi amor?

Hombre:         Nadie te está pidiendo eso. Deja eso en paz.


Mujer:                         No te acerques… (lo amenaza con el hacha.) Necesito seguir alimentándolo.

Hombre:         ¡Si está a punto de reventar!

Mujer:                         ¡Hazte a un lado! Que el mundo sepa hasta dónde pude llegar por amor… (Prepara una pierna.)

Hombre:         Estás loca, mujer.

Mujer:                         Está bien, si llamas al amor locura… sí, estoy loca.

Oscuro.
Gritos, llantos, sonido de respiración cada vez más intenso.
Silencio.

Luz.
El hombre y la mujer duermen. La mujer está echada ante las escaleras, torcida en su propio cuerpo, como si se hubiera quedado dormida mientras rezaba. Ahora le falta también una pierna. Su muñón de brazo y de pierna están enyesados, y a su lado tiene una muleta.
Se escucha el timbre una vez. Silencio. El hombre y la mujer no despiertan. Se escucha el timbre más insistentemente. Silencio. Se escuchan sonidos en la puerta, como si alguien tratara de forzarla, y luego un portazo. El examinador irrumpe en la escena, saca unas hojas de su portafolio y comienza a leer, con voz lacerante, como un despertador:
           
Examinador:               (Comienza a leer, abruptamente.) Los datos arrojados por los estudios han mostrado trastornos metabólicos de nivel grave pero mucho muy grave. Pudo advertirse una hipersecreción en las glándulas de funciones primarias, acompañado de una hiposecresión de las glándulas no primarias, trayendo como consecuencia una descompensación entre glándulas primarias y no primarias provocando daños irreversibles en el organismo de la criatura y ocasionando reacciones tales como incremento vertiginoso en el peso, tamaño y consistencia de sus órganos, exceso de secreciones sebáceas, sobrepoblación de sustancias sudorosos y pavorosas en el organismo, irrigación anormal de sustancias mucosas, sudoración incontenida, pigmentación anormal de folículos, párpados convulsos y se advirtió una gelatina blanca no clasificada que rezuma de las honduras no identificadas de su ser. Asimismo se detectó la aparición de nódulos tiroideos sembrados en distintos puntos de su cuerpo,  algunos tegumentos con formaciones granulares, ventosas y glándulas cefálicas dispersas a lo largo de su organismo. Uno de los estudios indicó características hematófagas y acusada incapacidad funcional con síntomas catatónicos, letargia, aumento de peso, así como una acentuada incapacidad para adaptarse en el ambiente y características nocivas para su entorno tales como agresividad incontenida, coprolalia, flatulencias ininterrumpidas, y en la aplicación de una de las pruebas casi estrangula al examinador.

Hombre:         (Que mientras tanto ha despertado:) Usted… ¿Cómo logró entrar? (Se levanta. Sale de escena. Se escucha que algo hace con la puerta. Regresa.) Esa manera suya de entrar fue un poco inadecuada, ¿no le parece? No se puede invadir el sueño de alguien así como así… (Silencio. El examinador sigue sumergido en su maletín sin hacer caso del hombre.) Todas esas cosas que estaba mencionando… es Él, ¿verdad? (Pausa.) Sí… lo sabía, es un ser dañado, irremediablemente. (Pausa.) Mire cómo ha dejado a mi mujer, ya casi no queda nada de ella. ¡Y pronto va a comenzar conmigo! (Espera una reacción del “especialista”, pero ésta no llega.) ¿Qué ha pensado de lo que le propuse? Vamos, tiene que ayudarme, yo…

Mujer:                          (Despertando con trabajo.) Bienaventurados aquellos que esperan el reino de los cielos con hambre y dolor, porque sólo ellos serán recompensados. (Se persigna.) ¿Qué sucede?

Hombre:         Está aquí… de nuevo. Vino a dar los resultados de los estudios.

Mujer:                         Qué raro, justamente estaba soñando que… ¿Ya lo invitaste a tomar asiento?

Hombre:         Sí.

Mujer:                         ¿Y qué tanto dijo?

Hombre:         Ahhhh, cómo me hubiera gustado que lo oyeras.

Mujer:                         Estoy segura que no fue nada grave. (Trata de caminar, o más bien arrastrarse hacia el “examinador” pero su falta de fuerzas no se lo permite.) Usted, que tanto le gusta estar parado. Me dice mi marido que ha venido a dar los resultados. Mi imagino que no hay nada de qué preocuparse. Mi criatura crece cada vez más, sé que pronto cosecharemos grandes satisfacciones y…

Hombre:         (Pretendiendo que la mujer no lo oye:)Delira.Usted mismo lo dijo, está dañado, irremediablemente. Vamos, deshágase de Él, antes de que comience a devorarme a mí, por favor… ahora mismo suba por Él y…

Mujer:                         ¿Qué tanto le está diciendo? Mi criatura no va a irse a ningún lado. No por ahora. Yo le tengo una mejor propuesta: mejor llévese a mi marido. Ha dejado de cumplir con su única función. ¿Ya le he dicho en lo que le gusta gastarse el dinero? Sí, es verdad que ha habido algunos costos, sí. No sólo ha sido mi pierna y mi brazo, también mi vista. Estoy casi ciega. Pero fuera de eso, las cosas han ido estupendamente. En estos días he aprendido que las cosas más valiosas de la vida son las que más cuestan. Y yo estoy dispuesta a pagarlo todo. La otra vez, debo confesárselo, pudimos ver uno de sus estudios y lo que ahí vimos confirma...

Examinador:   (Retoma la lectura abruptamente.) Es probable que en los días subsiguientes se presenten los siguientes síntomas: aumento en las palpitaciones, sensación de ahogo o de atragantarse acompañado de incontinencia alimenticia, inestabilidad en el sistema linfático, toritoxicosis, aliento agrio, tiroditis subaguda, inestabilidad linfática, disminución acusada del interés, insomnio o en su defecto hipersomnia, agitación o enlentecimiento psicomotores, fatiga o pérdida de energía, así como diversas averías gastrointestinales: hiperfagia, calambres intestinales y aumento desmesurado del apetito.

Hombre:         ¡Es eso lo que querías oír! Está completamente dañado. ¿Y oíste? Le va a aumentar el apetito, así que prepárate, mujer.

Mujer:                         Ya te había dicho que no ha comido lo suficiente.

Hombre:         ¡Que no ha comido lo…! Con todo lo que le hemos dado ya hubiéramos acabado con toda la hambruna de…!

Mujer:                         No exageres. (Al examinador.) Eso último que dijo, no es nada grave, ¿verdad?

Examinador:   ¿La hiperfagia?

Mujer:             No, no, me refiero a… todo eso que estuvo leyendo, supongo que no es nada de qué debamos preocuparnos.

Hombre:         No, cómo crees, nada de qué preocuparnos, allá arriba duerme tu angelito, mujer.

Mujer:                         Ya cálmate. Yo creo… haber oído, que algunos de esos síntomas que mencionó son característicos de seres… evolucionados, y yo estoy segura que…

Examinador:   (Casi murmurado y no del todo perceptible:) Necesito retirar a… la criatura.

Mujer:                         ¿Qué? ¿qué dijo?, ¿acaso me dijo que…? No, escúcheme, usted no vuelve a entrar ahí, Él me pertenece, ¿me entiende?

Hombre:         Cálmate, mujer. No termino de hablar. (Al examinador, que guarda sus documentos.) Sí, nos estaba diciendo... (Silencio.) Ahhh… ¿eso es todo lo que tenía que decir? Que va a… ¡llevársela! Qué pena me da oír eso. Supongo que tendrá que llevársela lejos, muy lejos, fuera de todo ojo humano, ¿verdad? Qué lástima. Sígame, lo conduzco a Él.

Mujer:                         No, espérese. Yo le tengo una mejor propuesta, mejor llévese a mi marido, ha dejado de cumplir con su única labor, ¿ya le he dicho en lo que le gusta gastarse el dinero de la criatura? Sí, mejor lléveselo… (El examinador, abruptamente, se dirige hacia la salida.) ¿Qué pasa? ¿Se va a ir así, sin dar una explicación?

Hombre:         ¿No se lo iba a llevar ahora? No se vaya, retírelo de aquí de una vez, ahora misma…

Mujer:                         Sí, lárguese. No lo queremos volver a ver. Mi criatura es un ser extraordinario, usted no va a decirme que…

            El examinador sale.

Hombre:         Tenía la ilusión de que se lo llevaran ahorita.

Mujer:                         ¿Tú fuiste el traidor, verdad?

Hombre:         ¿Ehhh?

Mujer:                         Sí, tú… se lo vendiste, lo sé.

Hombre:         ¿De qué hablas mujer? Ya deja de alucinar.

Mujer:                         Escúchame. Si ese hombre intenta algo… tendrán que llevarme a mí con Él, porque Él y yo somos una misma carne.

Hombre:         Ya cálmate, mujer. Trata de pensar un poco las cosas. Deja que se lo lleven, no puede estar más aquí, ya hemos dado todo lo humanamente posible, no podemos más.

Mujer:                         ¿Qué quiere hacer con Él?

Hombre:         No lo sé. Piensa que… tal vez se lo lleven a estudiar a una Universidad de prestigio o… a un museo de ciencias naturales o… al de lo nunca antes visto, ¿te imaginas? Ahí sería un gran éxito. Habría filas y filas para verlo, sólo a Él. Y tú podrás sentirte orgullosa, ¿no es lo que siempre has querido?

Mujer:                         No lo sé.

Hombre:         Tú misma me lo has dicho varias veces. Es tu mayor anhelo en este vida.

Mujer:                         Él me necesita a mí.

Hombre:         Déjalo ir, mujer. Entiende. Tenerlo aquí encerrado va a ser nuestra destrucción.

Mujer:                         No me importa.

Hombre:         Y no sólo la nuestra, también la de Él. Él mismo quiere irse de aquí. Escúchalo. Ahora mismo… ríe, está feliz, porque por fin va a salir de esas paredes. Va a conocer otros mundos.

Mujer:                         No, ahí te equivocas. No ríe. Chilla. Escucha bien. Sí, está chillando porque lo van a arrancar de mí. ¿Para qué quiere conocer otros mundos? Allá afuera sólo va a encontrar sufrimiento. Su mundo soy yo.

Hombre:         Alucinas, mujer. Pero ya despertarás. Vamos, trata de razonar un poco. (El hombre besa a la mujer, que está como pasmada, y luego se sienta el sillón a ver la tele.) Yo te entiendo, parece doloroso, que todo por lo que uno ha trabajado de pronto… pero es un alivio, en realidad. Es lo mejor que puede pasar, que desaparezca de nuestras vidas, sin esperar nada de Él. La esperanza también puede volverse en una gran carga. Estaremos libres de ella, al fin. A partir de ahora vamos a poder descansar, tú y yo, solos, sin esperar nada de nadie. Sólo descansar. Ahora, finalmente… ¿qué haces con el hacha?

Mujer:             Ya llegó su hora de comer. Puedo sentir su hambre en mi propio vientre.

Hombre:         Pero… ¿Piensas seguir…? ¿Para qué? No tiene caso.

Mujer:             No voy a renunciar ahora. Vamos, ten fe, ella te dará el valor. Dame tu brazo.

Hombre:         No… Ya te dije que no quiero tener fe en nada, lo único que quiero es descansar un poco… a tu lado. Tú y yo, solos, como en un inicio.

Mujer:                         El único inicio que hubo entre tú y yo fue el día en que me fecundaste. No descansaremos en tanto no veamos todos los frutos de nuestro dolor.

Hombre:         ¡Nunca van a llegar, trata de entenderlo, por favor! Entre más damos más nos hundimos. Mírate. Pronto ya no quedará nada de ti. A lo mejor si lo hubiéramos dejado ir hace tiempo… por favor, hazme caso por esta única vez: tú oíste lo que ese hombre dijo, es un ser dañino.

Mujer:                         No me importa qué tan dañino pueda ser, yo lo amo. Tu brazo.

Hombre:         No voy a darle mi vida.

Mujer:             Ya se la diste.

Hombre:         No voy a darle mi muerte entonces… ésa es mía.

Mujer:             Exageres, se puede vivir bien sin brazos. Mírame a mí.

Hombre:         Pero… ¿por qué yo?

Mujer:             Necesito al menos un brazo para seguir alimentándolo.

Hombre:         Podríamos intentar con alguien más.

Mujer:             Ya lo hemos hecho, y Él sólo acepta nuestra carne. Prometo que después de esto podrás quedarte frente a la televisión el tiempo que desees. Nadie va a perturbarte. El sueño y la televisión serán por fin tuyos.

Hombre:         Pero…

Mujer:             ¿Me amas?

            Breve silencio.

Hombre:         Sí.

Mujer:             Entonces velo así: de esa manera tú y yo estaremos más unidos, nuestro matrimonio será más sagrado. No tengas miedo. Es el último sacrificio, lo sé.

Hombre:         Ya…. No creo en Él, no… ese fue nuestro gran error, creer en Él de esa manera, creer que iba a salvarnos de…

Mujer:             No hay que perder la fe. Piensa que sólo cuando se lo hayamos dado todo podremos descansar. Podrás ver la televisión el tiempo que quieras. Yo cuidaré de ti… también. Serás mi otra criatura. Vamos, se un buen padre y toma el hacha, tendrás que hacerlo tu mismo, hazlo y verás como al final nuestro dolor será pagado con creces. (Como si estuviera poseída por una súbita fuerza, se acerca y le da el hacha al hombre, quien termina por aceptar también como si algo, una fuerza superior a él, lo hubiera poseído.)

Hombre:         ¡No… no… no…!  

Oscuro.
Sonidos agitados de respiración. Gritos. Chillidos.
Luz.
El hombre no tiene brazos ni piernas. Habla entre el sueño y la vigilia.
La mujer duerme atrás.

Hombre:         Lo hiciste, mujer. Se lo hemos dado… todo. ¿Te acuerdas… aquella tarde… cuando… me arrastré… como un perro… una vez más? De dónde… ese deseo… por ti… por tu cuerpo…. A veces pienso que… fueron ellos los que nos eligieron mujer, nuestras criaturas, a ti y a mi… desde antes… mucho antes… ellas nos fecundaron… sí… Él… nos observaba… desde algún lugar… y esperó… el momento… sí, sabía que… sólo a través de un amor tan monstruoso como… el mío… iba a poder llegar a este mundo… sí, Él me arrastró… esa tarde… hacia ti… y por fin… accediste… sin saber… me abriste tus puertas… otra vez… y entré yo… entró… Él… Pero no me arrepiento. La recompensa ha llegado. Al fin. Ahora, sin nada, es cuando más tengo. Te tengo a ti. No podrás dejarme, por fin seré completamente tuyo y tú… podrás cuidarme, como a un niño… al fin.
           
            Oscuro.
            Luz: el tronco del hombre se encuentra ante la televisión que ahora emite una monótona luz rojiza.
La mujer no está presente.
Se oyen golpes en la puerta.
El hombre no reacciona, sigue viendo la pantalla de la televisión.
De pronto se escuchan ruidos y chillidos ahogados provenientes de arriba.
Sonido de la reja. La mujer sale del cuarto con una cubeta llena de jeringas.

Mujer:                         No está reaccionando. Se retuerce y no deja de chillar.

Hombre:         ¿Qué tanta mierda le has estado inyectando?

Mujer:             Lo necesario. Era tu carne la que estaba mala.

Hombre:         ¡Mi carne! Haaa. Es toda esa mierda que le has metido. ¿Dónde la conseguiste?

Mujer:                         Las robé. Me hice pasar por una paciente, ¡cómo si fueran a hacerme crecer los miembros y…! Para qué veas hasta dónde puede llegar el amor de una madre por su cría.

Hombre:         Fue demasiado, ¿al menos te fijaste en la dosis que tenías que darle?

Mujer:                         Sus males en varios, y yo…

Hombre:         Fue lo mismo con la otra.

Mujer:             Tenía que hacer algo. Se sentía mal.

Hombre:         Tú lo pusiste así. Óyelo, cómo voy a ver la televisión con esos malditos chillidos. Fue demasiado.

Mujer:             Mi deber es protegerlo. Lo hice por amor.

Hombre:         Tu amor es un veneno. Óyelo, no deja de chillar. No oigo la televisión. Me lo habías prometido, que iba a poder verla, en paz, hasta que un día simplemente desapareciera de este mundo. ¡Y no puedo!

Mujer:             Te juro que… yo… creí que así iba a terminar con… sus males, yo, sólo quería lo mejor, yo... (Se oyen sonidos en la puerta, como si alguien afuera tratara de forzarla.) ¿Sigue ahí afuera?

Hombre:         Está tratando de tirar la puerta.

Mujer:             Maldita sanguijuela. Que lo intente. La reforcé bastante bien. (Asomándose afuera por la mirilla de la puerta:) ¿Por qué todo eso? ¡Un tráiler! ¿por qué ese hombre tiene que meterse en mi mundo… entre Él y yo?, ¿qué intenta?

Hombre:         Qué más da, con tal de que se deshagan de Él.

Mujer:             Cállate. Si no soy yo nadie lo podrá tener. Antes de dárselo yo preferiría…

Hombre:         Está bien. Que termine de devorarnos hasta que reviente.

Mujer:             Trata de entenderme, por favor. No puedo dejarlo ir, yo lo amo, en Él están todas mis esperanzas. ¿Por qué te ríes?

Hombre:         Porque tú misma lo estás matando con toda esa mierda.

Mujer:             No digas eso. Ya te dije que mi única intención es curarlo. Yo lo hago por amor… yo… maldita sea, ¿por qué? Yo sólo he querido ser una buena madre, ¿tendré que pagar hasta el final por eso?, ¿mi amor es un pecado? Es un castigo, todo esto, una maldición… por qué…

Hombre:         Ya deja de lamentarte, mujer. Mira cómo quedé yo. Y lo hice todo por ti. Llegué al final por ti, porque tú me lo pediste. Veme.

Mujer:                         (Lo ve. Se calma y hay cierta compasión en su mirada.) Él te lo va a agradecer. En algún momento.

Hombre:         Mmmmmm.

Mujer:                         ¿Quieres que te cambie la tele? (El hombre niega con la cabeza, la mujer se acerca por atrás y lo acaricia de la cabeza.) ¿Lo ves? Te dije que no iba a estar tan mal. Puedo traerte una de tus revistas. Puedes leerla mientras yo te estimulo. Ya sabes que sólo tienes que hacerme una señal cuando… hayas terminado, y yo cambio la página. (El hombre niega con la cabeza.) Está bien. (La mujer se acerca y lo besa en el cuero cabelludo.) No pierdas la fe en Él. Ahora es cuando más la necesitamos.
           
Se oyen sonidos en la puerta.

Mujer:                         ¡No entienden que no se los voy a dar! ¡Sanguijuelas!

Silencio. La mujer se postra con trabajo frente a las escaleras, hincada sobra su única rodilla, y empieza a rezar. Continúan los sonidos en la puerta.

Mujer:                         (Le habla a la criatura.) Mira cómo nos has dejado a tu padre, y a mí. No dejes que todo mi amor se pudra dentro de mí, no me dejes ahogándome en mi fe. Aún podemos darte más. Sólo hazme saber que… no todo ha sido en balde, que en algún momento cosecharé los frutos de todas mis esperanzas, y que seré dichosa… por siempre… a tu lado. Vamos, responde. Aún podemos darte más si lo necesitas… aún podemos… (Ve al hombre y ve al hacha. El hombre se da cuenta.)

Hombre:         ¡Qué! ¿Estás pensando en…? No, mujer, no. Cualquier otro órgano me costaría…

Mujer:                         Qué cobarde eres.

Hombre:         Pero… no entiendo… es… (Intercambian miradas.) Está bien, si eso es lo que deseas, hazlo, pero tú tendrás que subirme.

Mujer:                         No será tan doloroso, créeme.

Hombre:         Sólo… prométeme que lo harás suave.

Mujer:                         Lo prometo.

Hombre:         No… suave no. De tajo, es mejor, sin que ni siquiera me haya dado cuenta cuando… prométeme que lo harás así.

Mujer:                         ¿Cómo?

Hombre:         De tajo, sin que me dé cuenta.

Mujer:                         Lo prometo.

Silencio.
La mujer se dirige a tomar el hacha, pero de pronto un extraño silbido proviene de arriba, acompañado de golpes de menor intensidad provenientes, que emiten sonidos secos.

Hombre:         ¿Qué hace ahora?

Mujer:                         Tiene dolor. Es su manera de chillar.

El chillido acrecienta. Se oye una especie de explosión. De arriba proviene una respiración agónica y varias sustancias de distinta coloración resbalan por las escaleras.

Hombre:         ¿Y ahora?

Mujer:             No lo sé. (Sube a verlo. Los golpes de la puerta continúan. El hombre regresa su mirada a la televisión, sin preocuparse realmente por lo que sucede arriba. Se oye el llanto de la mujer. Más golpes en la puerta de entrada. La mujer vuelve a entrar en escena.) Ahhhh… si pudieras ver… lo que está haciendo. Su manera de retorcerse, y sus miembros, algo sale de… Tú lo planeaste todo, lo sé.

El hombre sigue con los ojos en la televisión, tratando de oír los sonidos inciertos que emite.

Hombre:         Yo te lo dije, era obvio que con todas esa porquerías que le has estado metiendo. Cuándo puta madre va a haber algo de silencio en esta maldita casa, cuándo voy a poder ver en paz lo que me interesa.

Mujer:             ¡Entre más doy mayor es mi castigo! Disfrutas viéndome sufrir, desde el principio ese fue tu gran placer. Estoy hastiada de todo esto. ¿Por qué? ¡Por qué! (Pausa.) Mi único pecado ha sido entregarlo todo. Un costal de maldiciones, eso es lo que es mi vientre. Y esta es una gran herida, pero tú entraste en ella. Maldito el día en que entró tu semilla, malditas las promesas, maldito el día en que saliste de mi cuerpo, malditas la fe en ti, maldita la hora de…

Hombre:         No empieces, mujer, por favor. Deja de alucinar y ven.

Mujer:                         Déjame, déjenme, no me torturen. Los odio, a los dos. ¿Así es como se paga el amor sin límites? Todo lo he dado. Todo… ¿y así responden?

Hombre:         Tuvimos que haber renunciado a Él hace mucho. (Los sonidos de la puerta aumentan.) Ya está a punto de entrar. Deja que se lleve sus restos y siéntate aquí a mi lado a ver la televisión, por favor.

Mujer:             Si no soy yo nadie lo va a tener.

Hombre:         Ya por favor. Ven. Termina con esto de una vez.

Mujer:             (Después de una breve pausa.) Está bien, voy a terminar de una vez.

Hombre:         ¿Qué?

Mujer:             Terminar con mi fe, con todas mis esperanzas. No más.

Hombre:         Tuvimos que haberlo hecho desde hace mucho. 

Mujer:             Muy bien. (La mujer toma el hacha.)

Hombre:         ¿Ahora qué vas a hacer, mujer? ¡No! Ya te dije que cualquier otro órgano… No tengo más que darle… espérate. (La mujer camina hacia el hombre.) Espérate, por favor, no…

La mujer se detiene ante el hombre. El examinador está a punto de entrar. La mujer ve hacia la puerta, luego, repentinamente, se da la vuelta y se dirige hacia el cuarto de la criatura. Sube con mucho trabajo, pero con rigor. Entra en el cuarto de la criatura. Poco después comienzan a escucharse fuertes chillidos. Poco a poco el público se da cuenta que ha comenzado a descuartizar a la criatura.

Mujer:              ¡Sólo así vas a responder! ¡Dime! ¿A esto querías que llegara? Respóndeme… ¿era esto lo que buscabas? Traidor… teníamos toda la fe puesta en ti… y todo nos lo quitaste… todo… Mira lo que hiciste conmigo… y a tu padre, velo, cómo lo dejaste… por qué… qué más querías…  Que más querías… ¿esto?, ¿a esto sí reaccionas? Tú me hiciste llegar aquí… ¿qué pasa? Responde… ¡Responde! ¡Por favor! Sé que todavía podemos… por favor, responde, reacciona.

Un último chillido y silencio.
La mujer llora, y sale con el hacha llena de sangre y todo tipo de sustancias.
Baja las escaleras.

Hombre:         ¿Ya estás satisfecha? Volviste a hacerlo... lo sabía. Todo nuestro esfuerzo y todo el sacrificio, tú misma te has encargado de enterrarlo, otra vez.

La mujer, exhausta, se sienta junto al hombre. Golpes en la puerta.
Silencio.

Mujer:             (La mujer tiene la mirada extraviada. Al cabo de un rato:) El siguiente será el que podrá salvarnos.

Hombre:         ¿El siguiente? Pero…

Mujer:             Sí, habrá un siguiente. Lo principal en ti todavía no se ha perdido. Podemos encontrar la forma… el siguiente, casi puedo sentirlo crecer ya en mí… Él será nuestra salvación, ¿entiendes? Sí, lo sé… y prometo cumplir otra vez con mi deber… mi deber de madre. 

El hombre y la mujer se observan.
En sus miradas se vislumbra el deseo de abrazarse pero lo falta de brazos lo impide. Con dificultades se acercan el uno al otro.          
Se oye que fuerzan la puerta. El examinador al fin logra entrar.
El hombre y la mujer no parecen advertir su presencia.
El examinador permanece parado detrás de ellos unos instantes, observando a la pareja preparándose con dificultades para el acto copulatorio como quien observa a una rara especie disponiéndose a la cópula.
Oscuro.







[1] Quitarlo, probablemente sea demasiado explicativo.