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24/7/22

La Nueva Mozuela. Autor Benjamín Gavarre

 















La Nueva Mozuela

 

de Benjamín Gavarre  

  

Personajes:  

 

LA MUJER, chismosa, exigente, insufrible.  

EL MARIDO, poltrón, mandilón, zoquete, cojo.  

LA MOZA RETOBADA, eso, sirvienta, RETOBADA, pero también lista, ladina, imposible, coja, apestosa.  

  

LA ACCIÓN ocurre en el hogar y fonda “BOTANAS Y ENTREMESES”, donde viven y trabajan La Mujer y El MARIDO. La obra recuerda a las breves obras de teatro español de tiempos de Cervantes, pero desde luego solo se tratará de aludir a esa época con algunos elementos. El vestuario no tiene que ser de reconstrucción de la época, sino también solamente sugerido, con rasgos de nuestros días y de nuestros usos y costumbres, sobre todo los relacionados con el trato que se les da a las empleadas de limpieza en nuestros hogares, y, por otro lado, las estrategias de sobrevivencia de ellas, que hacen “la vida imposible” a sus patrones. Pues, como en toda comedia, cada quién tiene lo suyo, en cuanto a vicios de carácter se refiere.  

El lenguaje trata de jugar con el estilo del español cervantino, pero desde luego no es sino una recreación con algunos modismos de nuestra época, y algunas palabras que es inútil buscar en el diccionario.  

Al inicio de la obra, El Marido está echado en unas sillas junto a una de las mesas destinadas a los parroquianos. Escucha música con sus auriculares. Se rasca la panza o se rasca lo que le pique, sin pudor. Se mete la mano a la nariz, observa lo obtenido, sin que eso afecte su labor de “hacer nada”, cosa que logra realmente con mucha eficacia.  

Llega la mujer, muy emocionada, gritona, mandona, escandalosa. Trae una noticia que hace que el indolente marido salte y la escuche, porque es imposible de hecho no hacerlo.  

  

MUJER. — ¡Que llega la nueva, que llega, que ya viene!  

MARIDO. — (Salta) ¡No!, ¿ya?... ¡El cieblo nos ha escuchado!  

MUJER. — ¡Alabado sea el Señor!  

MARIDO. — (Da instrucciones, tratando de ser el jefe de la casa) ¡He de advertiros una cosa, mujer! 

MUJER. — ¿A mí queréis advertirme algo? No empecemos a pelear, que sabéis ya como os va. 

MARIDO. — (Conciliador) No se trata de eso, no, válgame el cielo de los mil y un enredos. Escuchad. Sobre la Nueva. Luego que esté de puerco presente hazla de tratar con mano suave, con cortesía, que se sienta no como la criada que va a ser, sino como una dulce princesa que recibimos gustosos en nuestra humilde posada.  

MUJER. — (Indignada) ¿Pero ¿qué decís, Marido? Si una criada es una criada y san se acabó.  

MARIDO. — (Pierde la poca paciencia que tenía) Ah, sí, ya veo, entiendo... ¡Caigo en cuenta! Ahora lo sé. Es todo tan claro. (Ante la mirada fulminante de su esposa, continúa) Si por eso se nos fue Jovita ...y la Tota. y Proserpina... y Elba Esther...  y Teresita y Angiosperma y Martita. Las humillasteis, las tratasteis como trapos hediondos de cocina y claro, se sintieron sobajadas en su más íntima entraña. Y lo peor no fue eso, que a mí eso qué me importa, sino que nosotros, luego, tuvimos que limpiar las cazuelas, quitar el cochambre de los techos, atender a la clientela... Bueno, ni siquiera don Pepe, el pinche de cocina, nos duró más de dos días.  

MUJER. — (Pone las cosas en claro) Un momento, MARIDO. Si aquí la única que parece pinche y mesera y cocinera soy yo, pues tengo de facer mil tareas que no se casan con mi alta condición: azafranar la paella; resucitar el pozole, porque no se agrie; embutir los restos de comida. Tengo de limpiar las mesas, servir platos, sonreír cuando no se me viene en gana, recibir los pellizcos de los clientes rabo verdes...  

MARIDO. — Cobrar los dineros de propina...  

MUJER. — Para luego perdellos porque faltan servilletas y palillos y chiles y limones y ajos y cebollas.  

MARIDO. — Y sature tu boca el diabro, que no paras, Mujer.  

MUJER. — ¿Y cómo no he de parar? Si mientras yo me deslomo, tú te rascas el bigote y te rascas la panza y te rascas lo que las vergüenzas y mi buena cuna me obligan a olvidar.  

MARIDO. — ¡Callad!, que ya se acerca la prospecta, vela ahí do viene.  

  

Entra la nueva sirvienta, LA MOZA RETOBADA, cargada con dos enormes velices, o bien pueden ser cajas llenas con todo lo que tiene en su existencia. Los esposos la miran venir, y comentan sobre ella como si no pudiera escucharlos. Su traslado es casi en cámara lenta, cojea y hace muecas como si estuviera muy cansada o como si tuviera un malestar estomacal. Más adelante sabremos que quizá sean las dos cosas.  

  

MUJER. — (Tratando de buscar un indicio en el rostro de su marido, celosa, claro) ¿Y por qué dices que esa es, ¿conócesla?  

MARIDO. — (Ya no quiere conflictos) No, no, no por cierto. Supóngolo.  

MUJER. — ¿Y por qué camina así?  

MARIDO. — Preguntadle.  

MUJER. — ¿Y por qué se viste de ese modo?  

MARIDO. — Compradle ropa.  

MUJER. — ¿Y por qué cojea?, ¿será por imitaros?  

MARIDO. — Más respeto, mujer. Yo no cojeo.  

MUJER. — Ah, ¿no?  

MARIDO. — Tengo una pierna más larga, eso es todo.  

MUJER. — Sí, sí. (A la Moza, con hipocresía) Válganos el cieblo, que muy cargada venís. Dejad la maleta y bienvenida seas, dulce niña, princesa de la escoba, querubín del paraíso. 

LA MOZA RETOBADA. — (Ruda, maledicente, simpática, habla de las conquistas que pudo hacer, según ella, por la calle) Diabros, que no supieran el calafiate que vengo de padecer. Si he dejado dos mochachos en turno por mi regaliz es poco decir. Que muy aderezado estaba alguno de ellos, pero yo, muy pendenciera, solo dejé venir sus lances sin encaramarme en ninguno de ellos porque cristiana soy y de buena casta, aunque tenga de ganarme el pan con celosía y buen mandato.  

MARIDO. — (Paciente, finge no haber entendido que se la intentaron ligar) Quedo, quedo, mozuela hermosa, y deja tu veliz en sitio que se vea. Haz de saber que antes de que nada suceda, debes firmar el libro de las huellas y comprometerte a trabajar por la paga que son dos maravedís sin cuento.  

LA MOZA RETOBADA. — (Indolente, insolente, angustiada, adolorida del estómago, con requiebros mil) Sí firmo, firmo... pero luego. Despuecito, ehhh.... ¡Ay, ayyyy! ¡Ay de míiiiii! Antes, ser más comedidos y decidme dónde se halla la letrina, el excusado, el WC, o con perdón el cagadero, o sin perdón, porque es cosa de urgencia, ya os cuento, que me están dando seis retortijones jolinos, y no quisiera que estuviéredes mohínos por los malos flatos que suelen acompañar a tales descalabros.  

MUJER. — (Aprensiva, nerviosa, voltea a ver al petrificado y horrorizado marido) Ven, te acompaño, que dichos aspavientos pueden relajar el mal ánimo y dejarnos a todos como nariz de judío converso.  

LA MOZA RETOBADA. — (Repentinamente aliviada, aunque con algunos nuevos conatos de emergencia diarreica) No, no, no.  ¡Sí!  Sí... (Pausa, el matrimonio la observa, ella se observa) No, no, no. No. (Aliviada, cínica) Que ya pasó el fenómeno, ya pasó, pero si llega el caso, avisarles he de súbito.  

MARIDO. — (Infantil, asustado) ¿Prométeslo?  

LA MOZA RETOBADA. —  (Campechana) Sí, de Vero.  

MUJER. — (Práctica, va a lo que le interesa) Pues vamos presto a indicaros las faenas que habréis de realizar.  

LA MOZA RETOBADA. — (Ladina) Paso, señora, que no he venido desde el Cerro del Tullido para oír reclamos antes de entablar mis exigencias.  

MARIDO. — (Con los ojos abiertos) ¿Exigencias tenéis?  

LA MOZA RETOBADA. — (Con gesto de obviedad. Habla con toda la seguridad de tener la razón y estar en su derecho) Pues sí, que más vale que se digan por miles que no tener que sufrir las inclemencias de un mal contrato. Y van de cuento: Para empezar, debo decir que mi cama no sea blanda ni resortuda, que a muchos patrones he dejado por menos de eso.  

MARIDO. — ¡Pero, y ésta!...  

LA MOZA RETOBADA. — Y las almohadas que no tengan repujones ni durezas en las esquinas, pues es bien sabido que a los huesos de la cara malogran tales deterioros. Una vez por semana vendrá a apacentar mi ánimo un mozuelo muy galante que ya viene haciéndoseme costumbre por su muy atinado y grande corazón.  

MARIDO. — ¡Coja y ladina!  

LA MOZA RETOBADA. — Para la comida de las doce debo decir que suelo apetecer dos platos que quiero me preparen de la siguiente forma: Primero, una ensalada que debe estar muy bien ajustada con todas y cada una de las verduras libres de miasmas y torceduras. Después un calafiate bien cocido, con nueces y alverjones.  

MARIDO. — ¿No gustarías más un puerco bien despellejado?  

MUJER. — No, no, mejor un caldo de mastuerzo al mojo de ajo.  

MARIDO. — ¿O querrás patas de pollo a la Morales?  

MUJER. — ¿O una dotación de riñón con calafandras?  

LA MOZA RETOBADA. — Quizá, quizá... No sé...  

MUJER. — (En el juego de burla a las pretensiones de la Moza, cómplice con su marido) ...Tal vez debamos prepararle un entremés, no crees, Marido, y un buen aperitivo y un trago de vino branco, y, no sé, también unas botanas.  

LA MOZA RETOBADA. — Sí, sí, de entremeses quiero dos, muy cervantinos, con aceitunas negras y a la vinagreta. De botana: una rueda de jamón muy a la Lope... Y del vino... ¡tan solo de pensallo me dan escalofríos!, pues ha tiempo que mis intestinos se han sobresaltado demasiado por excesos tan alcohólicos que no quiero ni contaros, porque no piensen sus mercedes que beoda soy, aunque parezca.  

MARIDO. — (Mira a su mujer para iniciar el tratamiento de coscorrones y jalones de oreja, etc., destinados a la Moza) Beoda no sé, mas sí muy descastada y retobada. ¿Qué te parece mujer si de entremés le damos un coscorrón meneado?  

MUJER. — Bien dicho. Y para seguir la sopa: ¿de jalones de oreja te parece?  

MARIDO. — Como plato fuerte, una patada. ¿Se la das tú?, o antes pensamos en los postres.  

MUJER. — Ah, pues de esos tenemos muy variados: moquetes, bofetones y deliciosos pellizcos de jumento que os juro nunca olvidaréis, lindura.  

LA MOZA RETOBADA. — (Adolorida por el maltrato recibido, se queja, pero no es lo que más le preocupa) Yo bien quisiera disfrutallos, señores, todos ellos, pero antes decirme do el baño está o la letrina que ya parece que las miasmas se me desacomodaron de nuevo y no quiero ni pensallo. Sí. No. Sí... ¡Que aquí llega!, ¡que un dolor como de parto me asesina las tripas!... ¡Ay, que no puedo sufrille!... ¡Un médico, llamad un médico que me hago!  

MARIDO. — (Perturbadísimo) ¡Un médico, un doctor, que venga, que llamen un partero que esta moza desgraciada se descose, que se está descosiendo! 

MUJER. — Auxilio, huele muy mal.  

MARIDO. — Huele Espantoso, ¡pues qué comisteis criatura?  

MUJER. — ¡Guácatelas, pájaros muertos, cuervos negros, sesos de perro echados a perder! ¡Guaahhhhhh! (A punto de vomitar).  

LA MOZA RETOBADA. — Ay, señores, lo siento, se los dije, ya no aguanto. Ya no aguanté, sorry. (Su gesto corporal indica que se hizo encima).  

 El MARIDO. — (Asqueado) Ay, dios mío ¡Que ya se descosió!  

LA MUJER. — ¡Dios mío! (Sigue con sus conatos de vómito)  

 EL MARIDO. — (Sin saber a dónde ir o qué hacer) ¡Auxilio, qué peste, que llamen al doctor, a los bomberos!... (Decidido, huye) Yo mejor me voy de aquí.  

MUJER. — ¡Y yo!  ¡Aggggggggghhh! (Sale con claro indicio de que ya se va a vomitar).  

LA MOZA RETOBADA. — (Afligida, con la cola entre las piernas, pero siempre dispuesta a superar sus conflictos) ¿Y yo qué? Bueno... ¿Alguien sabe dónde está el aljibe? ¿No?... ¿Un lavabo? ¿Una regadera al menos? (Se queja y se va arrastrando su pierna) Diantre, pues tendré de quedarme así.  Es una pena. No me van a contratar. ¡Quién me manda! ¡Por qué cómo en la calle esas cosas!, ¡ay, ay de mí! (Voltea a ver al público antes de salir de escena) Voto al diabro, quién me viera: ¡coja y apestada!, ¡joder!