AÑOS
DIFICILES
Roberto Cossa
P E R S O N A J E
S
ALBERTO, su
hermano, un año menor
OLGA, esposa de
Federico
MAURICIO, pasa
los 50 años
Ámbito
UNA MUY ANTIGUA
CASA DEL BARRIO DE COLEGIALES DONDE HACE MUCHOS
AÑOS QUE NO SE
COMPRA UN OBJETO NUEVO. UNA CASA QUE EN LA DÉCADA
DEL VEINTE COMPRÓ
DON JUAN STANCOVICH, CONTRATISTA DEL
FERROCARRIL.
AHORA VIVEN SUS DOS HIJOS Y SU NUERA, MAESTROS
JUBILADOS. LA
CASA TIENE VARIOS AMBIENTES. LO QUE ESTÁ A LA VISTA DEL
ESPECTADOR ES UN
COMEDOR (EL CLÁSICO “LUGAR DE ESTAR”) QUE TIENE
SALIDAS A LA
COCINA, AL BAÑO, A LA HABITACIÓN DE ALBERTO Y A LA CALLE.
ESTA HISTORIA
OCURRE A LA TARDECITA DE UN DÍA DE SEMANA CUALQUIERA.
EN LA CASA DE
STANCOVICH, EN EL BARRIO DE COLEGIALES, SE CUMPLE CON
LA RUTINA DIARIA:
FEDERICO (ANDA POR LOS 70) ESCUCHA RADIO A TRAVÉS
DE UNOS
AURICULARES QUE LE TAPAN LAS DOS OREJAS. ES LA HORA EN QUE
OLGA (SESENTONA)
SACA LA BASURA A LA CALLE. ALBERTO, QUE ACABA DE
CUMPLIR LOS 70,
MIRA TELEVISIÓN EN SU PIEZA. OLGA REGRESA DE LA CALLE.
OLGA:
Si hay algo que odio es sacar la basura. Con dos hombres en la casa.
Alberto sale de
su pieza, ingresa al living y atraviesa el ámbito hacia la
cocina.
ALBERTO:
(Dice al pasar) Mataron a diez mil tipos en Ruanda. Los masacraron.
FEDERICO:
No fueron diez mil. No llegan a siete mil. Fue una mentira de la
televisión. La televisión. La televisión exagera todo. Escuchá la
radio.
ALBERTO:
(A Olga) Hubieras visto los cadáveres apilados en el desierto... los
cuerpos negros y la sangre roja... Impresionante (Dicho esto,
Alberto ingresa a
la cocina).
FEDERICO:
Había viejos y chicos... y mujeres viejas, jóvenes. Y una mujer
embarazada. Lo contaron por radio. La radio te da más detalles.
OLGA:
(A Federico) ¿Todos negros? Los muertos... ¿todos negros?
FEDERICO:
(Se desconcierta) Supongo que sí. Es en Ruanda.
OLGA:
Suponés. Si los vieras por la televisión en colores lo sabrías. El
que es negro aparece negro y el que es blanco aparece blanco. Y las
angre se ve roja, como dijo tu hermano.
FEDERICO:
Por la radio yo “veo” los muertos. Los veo con la imaginación.
Ya demás... ¿qué importa si son negros? Los negros son tan seres
humanos como nosotros. Y tienen sangre roja, como los blancos.
Reaparece Alberto
llevando una botella de vino y dos copas.
ALBERTO:
(A Olga) Empieza el programa.
Olga sale hacia
el baño. Alberto se encamina hacia su habitación.
Federico lo
corta.
FEDERICO:
(Irónico) ¿Qué sensacion térmica hay?
ALBERTO:
No sé.
FEDERICO:
¿Cómo? ¿La televisión no te informa la sensación térmica? ¿Y
la presión ambiental?
ALBERTO:
¡Qué sé yo!
FEDERICO:
Enterate. Está baja. Mil seis hectopascales.
ALBERTO:
No me importa.
FEDERICO:
¿No te importa? Pero va a llover. Enterate. ¡Va a llover!
ALBERTO:
Que llueva. No pienso salir.
FEDERICO:
Van a caer ciento cincuenta milímetros en media hora, con vientos
huracanados. Lo explicaron por la radio. Se va a inundar la avenida
Juan B. Justo.
ALBERTO:
Lo veo por la televisión.
Dicho esto,
Alberto sale hacia su habitación. En pocos instantes aparece Olga
desde el baño. Ha mejorado notoriamente su aspecto.
Avanza hacia la
habitación de Alberto.
FEDERICO:
Si vas a salir llevá paraguas.
OLGA:
Estoy en la pieza de tu hermano.
FEDERICO:
Envenenate con la televisión.
Olga ingresa a la
habitación de Alberto. Al mismo tiempo Federico secubre con los
auriculares y mueve el dial buscando un programa que leinterese.
Finalmente lo encuentra. Escucha la radio. Está ensimismado.
De pronto
reaparece Olga, alternada. Detrás, Alberto, que la toma de unbrazo.
OLGA:
Dejame.
ALBERTO:
¿Qué te pasa?
OLGA:
Está esa, otra vez.
ALBERTO:
¿Y cómo no va a estar? Es la protagonista.
OLGA:
¡No la soporto! Con esos aires de reina...
ALBERTO:
Es muy joven...
OLGA:
¡Y sí! ¡Y eso es lo que jode! ¿Te da por las mocosas ahora?
ALBERTO:
Se está muriendo...
OLGA:
¡Sí...! ¡Se está muriendo...! Con ese peinado... y esos labios
pintados... y esos pechos... ¡Esa no se muere más!
ALBERTO:
Tiene fiebre amarilla. Entendela.
OLGA:
Cuando se muera, avisame.
ALBERTO:
¡Hacé como quieras!
Alberto sale
hacia su habitación. Olga trata de llamar la atención de Federico.
FEDERICO:
(Pendiente de la radio) Escuchá: corte de agua en la manzana
comprendida entre Campana, Melincué, Nazarre y Cuenca. (A Olga) Ahí
vive la tía Chela. ¡Mirá que casualidad! ¡Veinticuatro horas sin
agua! ¡Que se joda! Hace sesenta años mi viejo le ofreció
comprarle la casa. ¡Se hizo la interesante! ¡Hoy no tiene agua!
OLGA:
¿Te conté? Esta mañana cuando fui al mercado estuve viendo unos de
tamaño mediano...con control remoto... Los venden en sesenta
cuotas... Ni lo sentís.
FEDERICO:
Odio que me muestren las cosas como son. ¿No te das cuenta? Ellos
deciden por vos. ¿Con qué derecho?
OLGA:
Pero a mí no me pasa lo mismo. Necesito ver lo que sucede en el
mundo.
FEDERICO:
Tenés el televisor de Alberto.
OLGA:
El televisor de Alberto es obsceno. Quiero un televisor para nosotros
dos.
Federico da por
terminado el diálogo con un gesto. Reaparece Alberto.
ALBERTO:
Murió.
FEDERICO:
(A Alberto) La tía Chela está sin agua. Por veinticuatro horas.
ALBERTO:
Por lo que se bañaba la tía Chela. (A Olga) ¿Venís?
OLGA:
No.
ALBERTO:
Están por sacarle las vendas al teniente de húsares. ¿No vas a ver
cómo quedó?
OLGA:
(Miente) No me interesa.
ALBERTO:
Si recupera la vista se va a dar cuenta que está enamorado de la
hermana.
OLGA:
(Se entrega) Por Dios... Dejame tranquila.
Alberto sale
hacia la habitación.
OLGA:
(A Federico, con desesperación) Aunque sea uno en blanco y negro.
FEDERICO:
Dejáme escuchar.
OLGA:
Todo puede volver a ser como antes entre vos y yo.
FEDERICO:
(La chista) Se está incendiando la Reserva Ecológica. Andá a verlo
por la televisión.
OLGA:
¡Estoy en la pieza de tu hermano!
Olga sale furiosa
hacia la habitación. Federico se enfrasca en la radio. Un instante
después suena el timbre de calle. Federico se toma el tiempo
necesario hasta que se dispone a atender.
FEDERICO:
¿Quién es? (Escucha). Sí, soy yo. ¿Y usted quién es?
Desde afuera se
oye una voz.
FEDERICO:
El nombre nada más. (Escucha) ¿Mauricio...? ¿Dónde vive,
Mauricio? (Tiempo. Impaciente) El barrio... Dígame el barrio donde
vive. (Escucha y repite) Mauricio, de Caballito. (Abre la puerta)
Pase.
Tímidamente
ingresa Mauricio, un hombre formal, de algo más de cincuenta años.
FEDERICO:
¡Pero, pase! (Le indica) Siéntese, Mauricio de Caballito. Espere.
(Está escuchando algo por radio) ¡Increíble! Están explicando por
qué las jirafas tienen el cuello largo. (Tiempo) Motivos sexuales.
¿Usted se lo hubiera imaginado? Con la radio uno aprende. (Mira a
Mauricio) ¿Ocurre algo?
MAURICIO:
Me llama la atención su confianza. Me dejó entar a sus casa sin
preguntarme nada.
FEDERICO:
Le pregunté el nombre y el barrio. ¿Qué más tenía que saber?
MAURICIO:
No sé...
FEDERICO:
Mauricio, de Caballito. Con eso me basta. (Tiempo) Además usted
tiene una voz sincera. Eso me da confianza. (Tiempo) Siéntese.
MAURICIO:
La gente en general no le abre la puerta a cualquiera. Tienen
miedo.
FEDERICO:
Porque ven mucha televisión. Están asustados. Los que escuchamos
radio tenemos otra mentalidad. Desarrollamos el oído. Cuando usted
preguntó detrás de la puerta: “El señor Stancovich?”, yo dije:
es de confianza. ¿Cómo se llama? Mauricio. ¿De qué barrio es? De
Caballito. Es un tipo confiable. Y le abrí la puerta. Mi hermano, en
cambio, hubiera exigido verlo. Es fanático de la televisión. Y se
equivoca siempre. La vez pasada tocó el timbre un boliviano y llamó
a la policía. Porque lo vio. Es un ladrón, gritó. Y yo le dije...
escuchalo, escuchalo, primero. Dejalo hablar. Pero no. Al rato
cayeron como diez patrulleros... sirenas... reflectores... tipos de
civil con armas largas... y otros con chaleco antibalas... Y más...
y más patrulleros... Y empezaron a los tiros. Y casi nos matan a
todos. Gracias a Dios al único que mataron fue al boliviano que
venía a destapar la pileta del lavadero. Lo mandó la mujer del
almacén que le dijo: “Andá a la casa de los Stancovich que
precisan una persona de confianza.” (Señala dos puntos de la
pared) Mire... Los balazos. ¡Y todo por no escucharlo! (Baja un
retrato de la pared y se lo muestra a Mauricio) El abuelo... Le
pegaron en la frente. Pero estaba muerto de antes.
Mauricio se queda
mirando fijamente el retrato.
FEDERICO:
La gente ya no se escucha. Se la pasa mirando la televisión y no se
escucha.
MAURICIO:
Así que este es el abuelo...
FEDERICO:
El padre de mi padre.
Mauricio mira el
retrato. Mira a Federico.
MAURICIO:
No se le parece.
FEDERICO:
Yo salgo a la familia de mi madre. Los Tobías. Todos morochos.
Aindiados. Mi hermano, en cambio, es rubio. La sangre de los
Stancovich.
Mauricio se ha
quedado prendido al retrato.
MAURICIO:
Podría ser un antepasado mío. ¿No lo nota? Tenemos un aire.
FEDERICO:
(Observa el retrato) Tienes razón. ¡Qué casualidad!
MAURICIO:
A lo mejor somos parientes.
FEDERICO:
Hay Stancovichs de Parque Patricios y Stancovichs de Bahía Blanca...
Pero no tienen nada que ver con la familia. (Lo mira) ¿Parientes,
nosotros? Nunca escuché que hubiera Stancovichs de Caballito.
MAURICIO:
Mi apellido es Valdés. Pero tengo la sangre de los Stancovichs. De
eso estoy seguro.
Se produce un
silencio. Mauricio se queda mirando a Federico.
FEDERICO:
¿Pasa algo?
Tiempo. Del
interior de la habitación llegan risas nerviosas. Claramente son las
voces de Olga y Alberto.
FEDERICO:
(Señala la puerta) Ah...esas risas falsas dela televisión. No las
soporto. En la televisión todo es falso. Como cuando mataron al
boliviano. Los de la radio llegaron enseguida. La televisión,
¿quiere creerlo?, dos horas después ¿Sabe qué hicieron?
Contrataron al hermano del boliviano... le dieron unos pesos... y le
hicieron hacer de cadáver. Falso. Todo falso. ¿Pero le pasa algo?
MAURICIO:
¿Usted es el señor Stancovich... el Ruso Stancovich... el que
jugaba muy bien a la paleta?
Federico hace un
gesto de confirmación. Las risas siguen.
FEDERICO:
¿A usted le divierte la televisión? Disculpe... (Cambia) Sí...
jugaba muy bien. Era el mejor del barrio.
MAURICIO:
Si usted es el señor Stancovich, el ruso Stancovich... que jugaba
muy bien a la paleta, se debe acordar de María Esther Valdés.
Federico no se
acuerda.
MAURICIO:
La hija del Lustra Valdés... (Le aclara) El Lustra Valdés...
Lustraba los zapatos aquí en la estación Colegiales. Hace muchos
años.
FEDERICO:
Ah, sí... El Lustra Valdés, sí. ¿Cómo no me voy a acordar del
Lustra Valdés? Tenía la parada en el andén que va para el
centro... Un maestro, el Lustra Valdés. Ya no hay lustradores así.
Lo mató el tren. Por perfeccionista. El guarda tocó el pito y el
cliente le dijo: Dejá, Lustra... Se me va el tren.” Y salió
corriendo. Y el Lustra Valdés detrás de él... “la última pasada
de cepillo, caballero... la última pasada, caballero”. El cliente
se paró en el estribo con el pie hacia delante... El tren arrancó...
y el Lustra Valdés corriendo por el andén le dio la última
cepillada... No se dio cuenta que el andén se terminaba y...
MAURICIO:
El Lustra Valdés tenía una hija: María Esther.
FEDERICO:
No me acuerdo.
MAURICIO:
Trabajaba de sirvienta aquí en el barrio.
FEDERICO:
Una grandota que...
MAURICIO:
No. Era delgadita.
FEDERICO:
Ah... la morocha... que andaba siempre con dos o tres hijos a
cuestas...
MAURICIO:
Tenía catorce años y era rubiecita.
FEDERICO:
La verdad...
MAURICIO:
Tenía un defecto en la mano... (Junta los dedos de la mano derecha
para ilustrar una limitación).
FEDERICO:
(Reacciona con alegría) ¡La Lauchita! ¡Pero sí! ¡Se llamaba
María Esther? Los chicos del barrio le deciamos la Lauchita. ¡La
Lauchita! Sí, ahora me acuerdo. ¡Éramos chicos...! ¿Qué se habrá
hecho de la Lauchita?
MAURICIO:
Vengo de su entierro.
FEDERICO:
¿Murió? Pobre Lauchita. Joven... Más joven que yo, seguro. ¿Usted
la conoció?
MAURICIO:
Soy el hijo.
FEDERICO:
Mire usted...
Tiempo. Llegan
sonidos de la televisión a todo volumen.
FEDERICO:
(Hacia la pieza) Eh, che... Bajen el televisor. (A Mauricio) ¿Así
que usted es el hijo de la Lauchita?
MAURICIO:
Soy el hijo de María Esther Valdés. Hace algo más de 52 años se
hizo un torneo de paleta en este barrio... Los muchachos inventaron
un trofeo. Fue mi madre. ¿No se acuerda?
FEDERICO:
Trofeo había todas las semanas. Y siempre los ganaba yo. Yo era
bueno para la pelota a paleta.
MAURICIO:
Ese fue un trofeo especial. Mi madre. Nueve meses después, nací yo.
Alguien se llevó el trofeo...Y ese fue mi padre.
FEDERICO:
Mire usted...
Al mismo tiempo
se escuchan jadeos de placer que llegan desde la habitación.
Mecánicamente, Federico cierra la puerta.
FEDERICO:
Mire los programas que dan a esta hora. Por eso la gente no se
escucha. Ni sé lo que me dijo. ¿En qué puedo ayudarlo, Mauricio
deCaballito?
MAURICIO:
Vengo a esta casa en busca de mi padre.
FEDERICO:
¿Por qué no se comunica con el servicio de búsquedas de Radio
Rivadavia?
MAURICIO:
Usted no me entiende. Yo nunca conocí a mi padre. Mi madre mantuvo
su nombre en secreto toda su vida. Pocos minutos antes de morir me lo
confesó todo. Me contó que yo fui el resultado de una apuesta. De
un torneo de paleta que se jugó entre los chicos del barrio en un
club de aquí a la vuelta.
FEDERICO:
¿Qué club? ¡Eh...! El club ya no está más. Yo era joven... mire
lo que le digo... Yo era un pibe cuando lo tiraron abajo y pusieron
un garaje... y ya hace años... pero años de años... que hay un
supermercado. ¿De qué tiempo me está hablando?
MAURICIO:
Año 1944. Mi madre fue el trofeo. Y lo ganó el ruso Stancovich.
Ingresa Alberto y
va hacia el baño. Se detiene al ver a Mauricio.
ALBERTO:
Perdón... (Mira a Federico con algo de temor) ¿Quién es?
FEDERICO:
Mauricio, de Caballito. ¿Te acordás del Lustra Valdés? El que
lustraba zapatos en la estación?
ALBERTO:
¿Al que lo mató el tren? ¡Un profesional!
FEDERICO:
¿Vos te acordás que tenía una hija?
MAURICIO:
María Esther.
ALBERTO:
¿María Esther? No.
FEDERICO:
La Lauchita. La chiquita... Que tenía la manito... (Hace su
descripción con gestos). Te tenés que acordar...
ALBERTO:
¿La Lauchita? No... la verdad que no. (Mientras sale hacia el baño
canturrea para sí) “Se coge a la Lauchita, laralalala...” “Se
coge a la Lauchita...laralalala.” ¿De dónde saqué yo eso?
Ingresa al baño.
MAURICIO:
Mi madre quedó embarazada y nos fuimos a vivir a Florencio Varela, a
la casa de unos primos. Allí nací y allí me crié. Mi madre nunca
quiso contarme nada. Siempre me ocultó la verdad. Hasta que ayer a
la mañana, antes de morir, me confesó todo. Que ella había sido el
trofeo de un campeonato de paleta. “Quién se llevo el trofeo,
mamá? Quien se llevó el trofeo?” (Imita a la madre moribunda) “El
Ruso Stancovich. Un lindo muchacho que vivía frente a la estación
Colegiales.” Y se murió. Después del entierro vine hasta
Colegiales. No me hacía muchas ilusiones. Habían pasado tantos
años... Le pregunté al diarero de la estación: “Usted sabe si
por aquí vive una familia de apellido Stancovich?” “¿Los rusos
Stancovich? Siempre vivieron ahí.” Y me señaló esta casa. ¡No
lo podía creer! Crucé la calle con tanto miedo... Pensé que me
iban a sacar a patadas. ¿Será eso que llaman la fuerza de la
sangre? (Federico lo mira y Mauricio le aclara) Que hay algo en la
sangre que atrae... ¡Usted me trató como si me conociera! ¡Como si
fuera su hijo!
FEDERICO:
Es la radio. Está lleno de historias parecidas.
Reaparece
Alberto.
ALBERTO:
¡Me acordé! Había una pendeja que le decíamos la Lauchita... (Con
gestos compone un ser escuálido y defectuoso) ¡Claro quesí! La
sorteamos en uno de los campeonatos. ¿No te acordás que la barra me
gritaba “se coge a la Lauchita, laralalala”? ¿O no? ¿Por qué
me gritaban eso? Porque gané yo. Seguro. (A Mauricio) La cosa fue
así: éramos una barra de diez tipos... ¿Qué tendríamos...?
Quince... dieciséis años... Jugabamos a la pelota paleta...
FEDERICO:
Ya lo sabe. Se lo contó la Lauchita.
ALBERTO: (A
Mauricio) Seguro que le dijo que ganó él. Porque no le gustaba
perder. ¡Pero esa vez gané yo, carajo! (A Federico) ¿Cómo que no?
¿Y si no, por qué me llevé a la Lauchita?
FEDERICO:
Si vos decís que ganaste... ganaste vos. (A Mauricio) Ganó
él.
MAURICIO:
¿Usted se llevó el trofeo...? Fue hace más de cincuenta y dos años
y todavía se acuerda...
ALBERTO: No
cabe duda.
MAURICIO:
¿Y por qué está tan seguro?
ALBERTO:
¿No le digo? “Se coge a la Lauchita, laralaralaaa.” ¿Y
por qué si no me cantaban eso? Porque gané yo. (A Federico, con un
gesto ilustrativo) ¡Te gané!
MAURICIO:
¿Y esa noche se llevó a mi madre y estuvo con ella...?
ALBERTO:
Bueno... Gané en buena ley.
MAURICIO:
¿Está seguro que ganó?
ALBERTO:
Cobré el premio, ¿no? Por algo cobré el premio.
Alberto sale
hacia la cocina.
FEDERICO:
Es mentira... Perdió la final. Nunca me ganó. Pero deje que lo
crea. No le gusta perder... Se deprime. Y después no hay quien lo
aguante.
Reaparece
Alberto.
ALBERTO:
¿Ocurre algo?
FEDERICO:
Que me acordé... Ganaste vos.
ALBERTO:
Y claro que gané yo.
Mauricio lo mira
extasiado.
ALBERTO:
¿Qué le pasa?
MAURICIO:
(A Alberto) Papá.
FEDERICO:
(Le aclara) Es tu hijo. Si ganaste vos, es tu hijo. Hijo tuyo y de la
Lauchita.
ALBERTO:
(Atraviesa el ámbito hacia el baño, arreglándose la ropa) Ahora
resulta que se casa con el primo... La televisión es increíble...
¡Inventan cada historia!
Ingresa al baño.
MAURICIO:
(A Alberto) Yo sabía que estaba vivo, papá... Yo sabía que estaba
vivo. Quería conocerlo y decirle que ella nunca lo olvidó.
ALBERTO:
(A Federico) No sé de qué me habla.
FEDERICO:
El señor es el fruto de tu noche de amor con la Lauchita.
ALBERTO:
Pero qué disparate... (A Mauricio) Señor... esta es una casa de
jubilados. ¿Se lo dijiste, Federico? Una casa de jubilados. ¡Por
favor! ¡Cuidado con lo que dice!
Alberto se
encamina hacia su habitación. Está por ingresar a su habitación,
pero antes se vuelve.
ALBERTO:
Respete a quienes pueden ser sus padres.
Ingresa a su
habitacion y cierra la puerta.
MAURICIO:
(A Alberto) ¿Qué pasó? ¿Hice algo malo?
FEDERICO:
No escucha... no escucha... Se encierra y no escucha.
MAURICIO:
(Le grita) Yo sabía que estaba vivo, papá... Yo sabía que estaba
vivo. Quería conocerlo y decirle que ella nunca lo olvidó. (A
Federico) Sólo quería conocer a mi padre. Eso es todo. Siempresupe
queestaba vivo. Lo supe acá. (Se señala el corazón) Sólo
conocerlo... Saber cómo es...
FEDERICO:
(Se acerca a la puerta) ¿Lo escuchaste? Quiere conocer a su padre.
(A Mauricio) La maldita telvisión...No escucha a nadie. (A la
puerta) Envenenate con la televisión. ¡Te inventan mundos raros! (A
Mauricio) Él no era así. La televisión lo cambió.
Reaparece Olga.
Advierte que algo pasa.
OLGA:
¿Qué son esos gritos? ¿Quién es este señor?
FEDERICO:
El hijo de Alberto.
OLGA:
¿Cómo el hijo de Alberto?
FEDERICO:
Vive en Caballito.
OLGA:
¿Tu hermano tenía un hijo?
MAURICIO:
(En lo suyo) Años y años... buscando un dato... un indicio... Nada.
Mi madre fue una persona muy sola. Encerrada en su secreto. Pero yo
quería saber. “¿Cómo era, mamá? ¿Cómo era él?” “Era muy
joven. Un hermoso muchacho y jugaba muy bien a la paleta”.
FEDERICO:
Es cierto. Pero yo era mejor. (Le susurra) Y esa vez gané yo.
MAURICIO:
Toda mi infancia y mi adolescencia jugando a la paleta... (A la
puerta) Papá... Salí a usted. Fui dos veces campeón nacional... Y
semifinalista por parejas en el sudamericano de Barranquilla. ¡Lo
hice por usted!
Mauricio se pone
a llorar. Olga se enternece.
OLGA:
Siempre quise tener un sobrino. (A Mauricio) Me alegra tenerte con
nosotros. (A la puerta) Alberto... Está tu hijo. ¿Oíste? ¡Tu
hijo!
Reaparece
Alberto.
ALBERTO:
¿Cómo entró este señor a esta casa? ¿Cómo entraste, ladroncito?
¿Te creés que no me di cuenta? (A los demás) Acabo de ver “Policía
de Nueva York.” Se meten en tu casa con cualquier excusa... Igual
que allá... Allá son los negros, pero es lo mismo... Llamen al
101...
FEDERICO:
¿Para que pase lo del boliviano? No.
ALBERTO:
¿Pero por qué le abriste la puerta?
FEDERICO:
Porque es tu hijo. ¿Qué? ¿Le voy a negar la entrada a un hijo
tuyo?
ALBERTO:
¿Qué hijo? Nos quiere sacar plata. (A Mauricio) Señor... esta es
una casa de jubilados. ¿Se lo dijiste, Federico?
FEDERICO:
Pará... ¡Escuchá... escuchá...! No lo mires. Escuchale la voz. Es
un muchacho sincero.
ALBERTO:
Nos quiere sacar plata.
MAURICIO:
Se equivoca, papá. Yo no pretendo nada. Soy un hombre decente. Todo
lo que yo quería era conocerlo. Fue la obsesión de mi vida. Verlo
alguna vez. Doy gracias a Dios que lo haya podido conocer.
Mauricio se pone
a llorar. Tiempo.
OLGA:
Parece razonable que un hijo quiera conocer al padre.
ALBERTO:
¿Pero de dónde sale que es mi hijo? ¿Quién lo dijo?
FEDERICO:
La Lauchita. El pibe lo acaba de contar. Antes de morirse la Lauchita
le dijo: “Tu padre vive frente a la estación Colegiales, jugaba
muy bien a la paleta y le dicen el ruso Stancovich.” ¡Sos vos!
ALBERTO:
“Ruso” nos decían a los dos. Y vos siempre ganabas los torneos
de paleta. ¿Por qué yo? Podés ser vos.
OLGA:
Un momento. Sobrino, sí. Pero hijo, no. En esta casa no entra nadie
que quiera hacer de hijo. Si quiere ser sobrino no hay ningún
problema. Los sobrinos sacan la basura y ayudan con los mandados. (A
Mauricio) Te conviene que tu papá sea él. Te puede dedicar más
tiempo.
MAURICIO:
(Violento, señala a Alberto) ¡Mi padre es el señor! Perdón... No
quise gritar. Pero es la verdad: mi padre es el señor.
FEDERICO:
¡Ahí tenés! El trofeo lo ganaste vos. (Canturrea) “Se hmmmm a la
Lauchita... laralaralala.” Lo acabás de decir. ¿Sí o no?
ALBERTO:
¿Pero por qué tiene que ser justo esa noche? ¡Qué puntería! No
habré sido el único que... Perdóneme... No sé si me explico...
Con todo respeto por su mamá. Vaya a saber en cuántoscampeonatos la
usaron de trofeo.
MAURICIO:
¡Nunca! Mi madre no tuvo otra noche de amor más que esa. Me lo
confesó antes de morirse.
ALBERTO:
¿La Lauchita, única vez? Escúcheme...
Alberto quiere
decir algo pero no se anima. Se crea un clima ominoso que corta Olga.
OLGA:
(A Mauricio) ¿Le podrías hacer un mandado a la tía? ¿Ir a
comprarme un paquete de galletitas acá a la vuelta?
MAURICIO:
Si mi padre me lo pide... ¿Quiere que le vaya a comprar las
galletitas, papá?
ALBERTO:
Sin sal... las que venden sueltas. Explicale bien: las que venden
sueltas y sin sal.
OLGA:
Hay un quiosco frente a la estación... Decile que vas de parte de
los rusos Stancovich... (Se mete la mano en el bolsillo).
MAURICIO:
Por favor... Invito yo. (Inicia el mutis) ¿Puedo decirles que soy un
pariente?
OLGA:
Claro que sí. Que sos el hijo de Alberto.
FEDERICO:
Llevá paraguas. La radio dijo que va a llover.
Mauricio sale.
OLGA:
Me gusta tu hijo... Es gauchito.
ALBERTO:
¡Qué hijo? ¿De qué hijo me hablás? (A Federico) Oíme... Vos te
acordás de la Lauchita? ¿Te acordás bien?
FEDERICO:
¿Cómo no me voy a acordar?
ALBERTO:
Vos también te la cogiste. ¿Qué me viene a decir que yo soy el
padre? ¡Una sola noche de amor! También vos podés ser el padre.
FEDERICO:
¿Eso quiere decir que yo gané el torneo? ¿Que yo te gané? ¿Estás
diciendo que yo te gané?
ALBERTO:
Eso no... Gané yo. Pero igual puede ser tu hijo.
OLGA:
¿Ese hombre puede ser hijo tuyo?
Tiempo.
FEDERICO:
No.
ALBERTO:
¿Por qué estás tan seguro?
FEDERICO:
Porque con la Lauchita nunca pude.
ALBERTO:
Pero si vos me decías que...
FEDERICO:
¡Pero no era cierto! Nunca pude. Esa manito... (Remeda el defecto de
la Lauchita) No podía. La toqueteaba en el cine. La llevaba al cine
y la toqueteaba. Los martes... los días de damas. Pero nunca pude...
OLGA:
(A Alberto) Pero oíme... Para vos ese muchacho es como un regalo de
Dios. Un apoyo para la vejez.
ALBERTO:
Yo no necesito ningún apoyo. (Recapacita) ¿Y a vos qué te pasa?
¿Querés endilgarme un hijo?
OLGA:
¡Y sí...! Porque los mandados en esta casa los hago yo. Y soy yo la
que te cobra la jubilación. Porque vos no te movés. Últimamente no
salís a la calle ni a sacar la basura.
ALBERTO:
¡No salgo porque no tengo ganas!
OLGA:
¡No salís porque estás viejo! Y esa vida sedentaria te va a llevar
a la tumba. Tenés setenta años. Y sos un buen candidato a la
hemiplejia. Y cuando estés postrado, quién te va a cuidar, ¿eh?
¿Quién te va a lavar el culo? ¡Yo no! ¡Que te lave el culo tu
hijo!
ALBERTO:
Estás exagerando. Por suerte estoy muy bien de salud.
FEDERICO:
Olga tiene razón. A mí no se me había ocurrido, pero tenemos que
pensar en el futuro. Y Olga no tiene ninguna obligación. Es tu
cuñada. Gracias que te cobra la jubilación todos los meses.
Necesitamos un sobrino.
ALBERTO:
Bueno... Que sea sobrino mío, también.
OLGA:
¿Y vos te creés que un sobrino se va a ocupar de vos?
ALBERTO:
Por lo menos te puede sacar la basura a vos y cobrarme la jubilación
a mí.
OLGA:
Sí... Pero no te va a limpiar el culo. Y menos un varón. A vos te
conviene que sea un hijo.
ALBERTO:
Y dale con mi culo. ¿Pero quién dijo que voy a terminar
hemipléjico?
OLGA:
Estás decayendo... ¿O te creés que no me doy cuenta? Están
apareciendo problemas... (Con un gesto) Sabés a qué me refiero. Eso
es la próstata.
ALBERTO:
¿Qué próstata? No tiene nada que ver...
OLGA:
¿Cómo que no tiene nada que ver?
Olga y Alberto no
pueden seguir la conversación. Federico lo advierte. Se pone el
auricular y escucha la radio.
FEDERICO:
Otro atentado en Argelia. Doscientos muertos. La radio es bárbara.
Te informa en el momento.
OLGA:
(A Alberto) ¿Y qué es lo que te está pasando, entonces?
Alberto hace
silencio. Mira la hora continuamente.
OLGA:
No sos el de antes. ¿Te creés que no me doy cuenta?
ALBERTO:
(Con poca convicción) Estoy un poco cansado.
OLGA:
No me mientas. Algo pasa.Tecuesta... tecuesta… Y eso es la
próstata.
ALBERTO:
No es la próstata. ¡Y no me jodas con la salud! Lo siento.
Alberto sale
hacia la habitación. Cierra la puerta. Olga toma conciencia. Va
hacia la habitación. Intenta abrir la puerta pero está cerrada.
Golpea la puerta.
OLGA:
¿Quéestás mirando? Decilo. ¡Ja...! No te vayas a perder a las
locas esas que muestran las tetas. (Transición. Habla para sí) ¿Era
hoy el desfile del carnaval? ¿O era en transnoche? ¡Necesito saber
el horario de los desfiles de las escolas do zambas! (Angustiada)
¡Por Dios...! Compremos un televisor o me voy a volver loca.
De pronto suena
el timbre. Olga sale del estado de histeria y va a abrir. Reaparece
Mauricio. Trae un par de pequeños paquetes y una botella.
OLGA:
Ah... Sos vos...
MAURICIO:
Disculpen la demora... Estoy tan contento... Quería agasajarlos...
Cuando salí a comprar las galletitas me sentí tan bien... ¡Tengo
una familia! ¡Por fin tengo una familia! ¿Y papá?
OLGA:
Está mirando a las putas de la televisión.
MAURICIO:
Come con nosotros, supongo. Avísele, tía.
OLGA:
No se lo puede interrumpir. Pero en los cortes aparece.
Mauricio
desenvuelve un paquete.
MAURICIO:
Me acordé que cerca de acá venden el mejor pastrón de Buenos
Aires... Agarré el coche y me largué... Los puedo invitar a comer,
¿no? Además traje unos varéniques de papa... son los que a mí más
me gustan... y unos guefilte fish... Una buena cena de una familia
judía. Son los sabores de mi infancia. Quiero recuperar los sabores
de mi infancia... compartirlos con mi familia. Y para después compré
un vino especial.
FEDERICO:
¿Usted es judío?
MAURICIO:
Somos judíos, supongo.
FEDERICO:
¿Nosotros?
Desconcierto.
Hasta que reacciona Olga.
OLGA:
¡Ah...! Es ese apellido... Todos se confunden. Stancovich. Cuando te
conocí y me dijiste que tu apellido era Stancovich, yo también creí
que eras judío. Por el vich.
FEDERICO:
(A Mauricio) Es un apellido de origen vasco.
OLGA:
Será vasco, ¿pero cómo les dicen en el barrio a vos y a tu
hermano? Los rusos Stancovich. Todos se confunden.
FEDERICO:
¡Los rusos...! Una manera de decir. Pero el apellido es vasco.
MAURICIO:
¿Vasco? (A Alberto) Pero mi madre me dijo que mi padre era judío...
FEDERICO:
Nos confundieron siempre. Por eso, de pibes, el viejo nos enseñaba.
“Cuando se presenten aclaren... Stancovich, apellido vasco”. Así
decía el viejo. “Stancovich, apellido vasco”. Yo nunca le di
pelota. Por mí... (A Mauricio) Pero no somos judíos. Esa es la
verdad. ¿Usted es judío?
MAURICIO:
Claro que sí. Mi madre me crió como un judío. Tu padre es judío y
vos serás judío, me dijo. Me circuncidaron... Me eduqué en escuela
judía... Soy religioso... No soy fanático, pero voy al templo todos
los viernes.
FEDERICO:
No hay judíos en la familia.
Mauricio se deja
caer en un sillon. Apesadumbrado.
FEDERICO:
Y qué va a hacerle... Si es judío, es judío.
MAURICIO:
No es eso... Estoy orgulloso de ser judío. Pero pienso lo que fue mi
vida. (Tiempo) Yo quería ser dibujante. Desde chico... En la escuela
los maestros me decían... Vos tenés que dedicarte al dibujo. Tenés
facilidad. Cuando terminé el colegio, le dije a mi MADRE: “Quiero
ser dibujante.” Se puso muy mal. Me dijo... vos tenés sangre
judía... Los judíos son muy buenos para la bioquímica. Fue un
error. Pobre mamá... Ella quería lo mejor para mí... Trabajaba
veinte horas por día... ¡de sirvienta!... pobre vieja...para que yo
me hiciera bioquímico. “Tenés que ser bioquímico”. Pero yo
quería ser dibujante. ¿A papá le molestará enterarse de que soy
judío?
FEDERICO:
Eso no. En esta casa nadie diferencia a nadie porcuestiones
religiosas.
OLGA:
Somos tolerantes... Maestros de escuela... jubilados. Tenemos una
formacíon democrática.
FEDERICO:
Pero aclarale que Stancovich es un apellido de origen vasco.
OLGA:
Dije tolerantes, no judíos.
Mauricio se lanza
hacia la puerta.
MAURICIO:
Papá... Yo quería ser como usted... Un judío gran jugador de
paleta.
OLGA:
No insistas. A esta hora no oye. ¿Qué día es hoy? ¿Jueves? Pasan
la serie esa sobre la familia norteamericana... No se la pierde
nunca.
FEDERICO:
Mierda... Pura mierda.
OLGA:
¡No es cierto! Decís eso porque no te gusta la televisión. Pero es
una lección de vida. ¡Muy buen programa! (A Mauricio) No sé si vos
lo ves... te va a hacer bien. Te explican cómo viven las verdaderas
familias norteamericanas. Es un buen ejemplo para nosotros. Bueno...
empecemos a comer.
MAURICIO:
¿No esperamos a papá?
OLGA:
Aparece en los cortes. (Se sirve) ¿Cómo se llaman estos?
MAURICIO:
Veréniques...
OLGA:
Ah, sí... Son muy ricos.
Se abre la puerta
de la habitación y aparece Alberto. Tiene un gesto severo.
ALBERTO:
(Padre de familia) ¿Hay algo para comer? (Se sienta) ¿Qué es todo
esto?
OLGA:
Tu hijo quiere homenajearte.
ALBERTO:
Demos gracias a Dios. (Reza, como en las películas) Gracias, Señor,
por el pan que nos has dado para saciar el hambre... Gracias por este
techo... gracias por este reencuentro de la familia... (A Mauricio)
Dónde estuviste
todo este tiempo? ¿Cosechando algodón en el sur?
MAURICIO:
Buscándolo, papá. Buscándolo. Traje un vino especial para que
brindemos... Por el reencuentro. Un vino especial de nuestra
comunidad.
OLGA:
(Cambia de tema) Bueno... bueno... eso de la comunidad lo dejamos
para después. Comamos... (A Alberto) ¿Viste, tu hijo? Gran campeón
de paleta. Salió a vos.
ALBERTO:
¿Qué pasó en Barranquilla? No fuiste el mejor.
MAURICIO:
Fuimos semifinalistas.
ALBERTO:
¿Semifinalistas? (Reprocha) Mi hijo vive en el país más grande del
mundo y es un semifinalista.
MAURICIO:
Papá... jugamos con cuarenta y cinco grados de temperatura...
ALBERTO:
Excusas.
MAURICIO:
Todos dijeron que perdimos por un error de mi compañero.
ALBERTO:
Excusas.
MAURICIO:
El referí era uruguayo.
ALBERTO:
Excusas. Fuiste un segundón. Si querés ser mi hijo tenés que ser
el mejor.
Alberto sale
hacia la habitación.
MAURICIO:
¿Qué le pasa conmigo? ¡Por Dios... parece que me odiara!
OLGA:
Es el programa. Se pone muy padre norteamericano... Todos tenemos que
ser los mejores.
MAURICIO:
¿Por qué no dejó que brindáramos con el vino especial?
OLGA:
¡No era el momento! Se iba a dar cuenta que sos judío. Estaba muy
cuáquero.
MAURICIO:
Pero tengo que decirle que soy judío.
OLGA:
Hay que esperar la oportunidad. ¿Qué día es hoy? ¿Martes...? A
medianoche hay un programa de las Naciones Unidas... Esos que te
convencen de que todos somos iguales... Él no se lo pierde. Es el
momento. Por ahora comamos.
Comen.
OLGA:
Así que estudiaste bioquímica. ¿Y te recibiste?
MAURICIO:
Sí. Pero nunca ejercí.
OLGA:
¿Te hiciste dibujante?
MAURICIO:
Tampoco. Me dediqué al comercio.
OLGA:
Una pena. Sos un fracasado.
MAURICIO:
En un sentido, sí...
OLGA:
¿Comerciante? ¿Y de qué?
MAURICIO:
Mayorista.
OLGA:
¿Mayorista? Nunca conocí un mayorista. ¿Oíste, Federico? Tenemos
un sobrino mayorista.
FEDERICO:
No me extraña. Los Stancovich somos ambiciosos.
OLGA:
¡Qué Stancovich! Es la voluntad típica de los judíos. (A
Mauricio) Supongo que tenés mucha mercadería... ¿Vendés
televisores, sobrino?
MAURICIO:
Las cosas no andan bien. Tuve que cerrar dos sucursales.
OLGA:
¿Cómo sucursales? ¿Tenés sucursales? Eso quiere decir que tenés
una central. ¿Dónde? (A la puerta) ¿Escuchaste, Alberto? Tu hijo
es un mayorista.
FEDERICO:
(Que no ha dejado de escuchar radio) Atanor, dos coma siete...
Garavaglio, uno
coma tres... ¿Qué te parece?
Mauricio lo mira.
FEDERICO:
Los índices... ¿Son buenos? El Merval subió un 2,7. ¿Vos que
harías?
Mauricio lo mira.
¿Qué consejo le darías al tío?
MAURICIO:
(Pendiente siempre de Alberto, le habla a la puerta) ¡Papá! Tuve
que cerrar dos sucursales... ¡Pero me voy a rehacer! Venga a tomar
una copa conmigo. Por favor. Compré un vino especial. Brindemos por
el reecuentro y después écheme si quiere.
Aparece Alberto.
Ha envejecido. Se deja caer en un sillón.
MAURICIO:
Papá... ¿Qué le pasa? ¡Papá...! ¿Qué le pasa?
ALBERTO:
El setenta por ciento de septuagenarios tenemos problemas con la
próstata.
OLGA:
(Mira la hora y dice con resignación) ¿Viste? Te lo dije. (A
Mauricio)
Estuvo viendo el
programa de los médicos. (A Alberto) ¿Te lo dije o no te lo dije?
FEDERICO:
(Tiende un papel donde anotó algo) Tomá. El teléfono de la
asociación de ayuda al prostático. Lo dieron por Radio del Plata.
ALBERTO:
Lo negué. La semana pasada... en el programa del mediodía lo
dijeron... Los septuagenarios niegan la próstata.
OLGA:
Te lo dije... pero no querés escuchar. Pero ahora tenés un hijo que
te va a cuidar. ¿No es cierto, Mauricio?
MAURICIO:
Claro que sí.
ALBERTO:
¿En serio? ¿Tengo un hijo que me va a ayudar?
OLGA:
Mauricio. Tu hijo es un mayorista. Tiene sucursales.
ALBERTO:
Hijo... ¿Tenés sucursales?
MAURICIO:
Sí, papá.
ALBERTO:
¿No me vas a abandonar...?
MAURICIO:
Claro que no.
ALBERTO:
¿Me vas a ayudar en mi vejez?
MAURICIO:
Por supuesto.
ALBERTO:
Abrazame.
Mauricio lo
abraza. Tiempo.
ALBERTO:
Quiero que me hagan un chequeo en el Hospital Alemán.
MAURICIO:
Pero sí, papá.
ALBERTO:
Habitación individual. Con televisión.
MAURICIO:
Por supuesto.
ALBERTO:
Que me entren en camilla... Por un pasillo largo... De azulejos...
Con una enfermera negra que grite... “El quirófano... El
quirófano...”
MAURICIO:
Claro que sí, papá. Lo que usted diga.
ALBERTO:
Gracias, hijo... Gracias (Lo abraza).
OLGA:
¡Qué hermoso...! Somos una familia. Una familia feliz.
MAURICIO:
Bueno... Llegó la hora del brindis. Traje un vino especial. El vino
familiar...
Mauricio sirve
las copas.
FEDERICO:
¿Vino judío?
OLGA:
Casher, se dice.
Todos tienen una
copa en la mano.
MAURICIO:
Brindemos por el reencuentro.
ALBERTO:
Por mi hijo el mayorista.
Todos brindan y
beben, salvo Mauricio.
OLGA:
Rico vino.
FEDERICO:
El gustito ese raro... ¿Qué es? ¿Qué le ponen...? ¿Algo
religioso?
ALBERTO:
¿Qué le pusiste al vino, hijo?
MAURICIO:
Propóleos, papá.
ALBERTO:
¡Propóleos...! ¿Cómo se te ocurrió?
MAURICIO:
Quiero darle una alegría, papá. Soy bioquímico.
OLGA:
¿No sos mayorista?
MAURICIO:
También. Pero mayorista de productos químicos. No le fallé a la
vieja, pobrecita. Me dijo: los judíos son muy buenos bioquímicos.
Estudiá bioquímica y el día que yo me muera –solo después que
yo me muera– vas y los envenenás a todos. ¡A todos! ¡A todos!
Que no quede nadie. Hace unos años... cuando mamá se enfermó
empecé a pensar... Tenía mis dudas de cómo hacerlo hasta que
apareció en la televisión la historia del propóleos. (Transición)
Lo que no sabía era que le decían la Lauchita. Pobre mamá...
Quécrueles... Quécrueles...
(Señala el
teléfono) ¿Me permite, papá?
Sin esperar
respuesta Mauricio marca un número. Entretanto:
ALBERTO:
El propóleos... Es cierto. En la televisión no hablaron nunca más
del propóleos.
FEDERICO:
La televisión es así... Se olvidan... se olvidan... Te dicen una
cosa y después se olvidan.
MAURICIO:
Aquella vez no murieron todos. Pero no se preocupen... Yo hice una
mezcla con arsénico diluído en alcohol metílico y clorhidrato de
potasio. Es rápido e indoloro. (Al teléfono) ¡Hola...! ¿Canal?
Ah, sí señor. Me llamo Mauricio Valdés. Acabo de envenenar a mi
padre, a mi tío y a la mujer de mi tío. Manden cámaras. Al barrio
de Colegiales. Frente a la estación.
OLGA:
¿Van a venir de la televisión? ¿Oíste, Federico? ¡Van a venir de
la televisión!
FEDERICO:
¡Acá no entra una cámara de televisión! ¡Te lo aviso!
OLGA:
(A Federico) Arreglate un poco. Mirá cómo estás.
FEDERICO:
¡No me jodas con la televisión!
Federico se apega
más que nunca a la radio. Olga se dedicará a preparar el ambiente
para recibir a la televisión.
ALBERTO:
Pero... ¿qué te contó tu mamita?
MAURICIO:
Usted le hizo mucho daño, papá. Mucho daño.
ALBERTO:
¿Qué daño? La Lauchita gozó. Fue feliz. Yo gané el torneo y
cobré el premio. Ella estaba contenta. Le gustaba ser el trofeo. Me
acuerdo que estaba contenta. Se la cogió el mejor.
MAURICIO:
(Violento) No es cierto, papá. No es cierto. Usted no ganó...
Porque a mamá se la llevaba el que perdía. Por eso, cuando el tío
me dijo que el torneo lo había ganado él, me di cuenta que mi padre
era usted. ¡Mi madre fue premio consuelo! Eso la ofendió mucho. Y
juró venganza para siempre. Poreso me dijo: “Matalos a todos. A tu
padre y al hermano y a todos los que estén en la casa.” (A
Federico) Estaba perdidamente enamorada de usted, tío. Y me confesó:
“Le rogué que perdiera la final. Pero no. Ganó. Hizo todo lo
posible por ganar. Me entregó al perdedor.” Agonizaba y me contó
llorando: “Yo sabía que era premio consuelo. Todo lo que quería
era que mi enamorado perdiera.” (Lloroso) Ella supo queera premio
consuelo, tío. Pero usted se empeñó en ganar.
FEDERICO:
Yo ganaba siempre. ¿Qué podía hacer?
OLGA:
(Le grita a Federico) ¡Perder! ¡Perder por amor! ¡Si alguna vez en
tu vida hubieras perdido por amor! (Le descarga todo el odio
acumulado) Imbécil... Si miraras la televisión te darías cuenta
que los perdedores son más eróticos. ¡Qué tonta la Lauchita!
(Intenta tomar a
Alberto, pero se desbarranca arrastrando el mantel y todo lo que hay
sobre la mesa.
Olga muere).
ALBERTO:
(Todavía resiste) Hace un año dieron por la televisión un
programa... Había un loco que envenenaba a toda la familia.
MAURICIO:
Una serie norteamericana. (Contento) ¡Se acordó, papá!
ALBERTO:
Sí... envenenaba a toda la familia.
MAURICIO:
Claro... ¿Se acuerda que el hijo organizaba una fiesta...? El padre
tocaba la trompeta... ¿Se acuerda? Eran todos negros.
ALBERTO:
Sí, sí. Y el hijo cantaba... Lo que no me acuerdo es por qué los
envenenó a todos.
MAURICIO:
Celos, papá. Celos. La orquesta se llamaba “The Johnson Orchestra”
y el hijo quería que se llamara “The Johnson Orchestra and the
Son.” Celos profesionales. Y cuando el padre se negó, los envenenó
a todos.
Alberto está
desolado.
ALBERTO:
¿Por eso los envenenó? ¡Qué loco! En la televisión
inventan cada
cosa...
MAURICIO:
Estaba basado en un hecho real, papá.
ALBERTO:
¡Mirá vos! En todos lados se cuecen habas. (Señala la
botella de vino) Servime un traguito. (Mauricio le sirve vino) ¡Vos
no vayas a tomar, eh? (Bebe) Abrazáme. (Se abrazan) El padre parecía
un buen tipo. Buen... a mí, en la televisión, los negros siempre me
parecen buenos.
Están abrazados.
Alberto, que se ve venir la muerte, se aferra a Mauricio. Mauricio lo
aprieta contra su pecho.
MAURICIO:
¿Se acuerda del final, cuando el hijo se abrazaba al cadáver
del padre y gritaba: “Papá... papá... ¿por qué no me dejaste
ser tu socio?” Yo lloré. Lloré. Y me decía: Él, por lo menos,
conoció al padre. Y sentí mucho odio.
ALBERTO:
Yo también lloré. Y me acuerdo que me dije: me hubiera gustado
tener un hijo.
Se aferran como
garrapatas.
MAURICIO:
Hubiera sido lindo que usted y yo miráramos el programa abrazados.
Como ahora. Me hubiera gustado conocerlo antes de matarlo. Como el
negrito de la televisión.
Alberto siente
que se va a morir. Con la boca simula el sonido de una trompeta. Toca
“Summertime”. Mauricio se enternece, se engancha, y canta dos o
tres versos de la canción. Por un momento hacen un dúo entusiasta.
Hasta que la trompeta de Alberto empieza a desvanecerse.
Mauricio lo
abraza con más fuerza. Alberto muere. Tiempo. Hasta que explota un
fuerte trueno y comienza a llover copiosamente. Federico tiene un
espasmo y vuelve de la muerte.
FEDERICO:
(Contento) ¿Viste que iba a llover? Lo dijo la radio (Se derrumba).
Las luces van
oscureciendo la escena. El sonido de la lluvia avanza y finalmente se
hace insoportable. Lo último que registra el espectador es la imagen
de Mauricio, que toma el vaso de Alberto, la botella de vino
envenenado y sirve un trago. ¿Lo beberá? Antes de que pueda
descubrirse, se apaga la luz.
FIN