Orlando y Ariosto,
obra de Benjamín Gavarre
Personajes:
Ariosto
Orlando
Discípulo Caballòn
Garrafonero 1
Garrafonero 2
Garrafonero 3
Primer Día
El escenario estará casi vacío. Luces azules y
naranjas. Enormes pinturas de cítricos en mitades. Al fondo, majestuosas las
Famosas 23 Puertas. El vestuario, en colores vivos. El Discípulo Caballón será
el único que vista en colores neutros (pero usará coturnos). Los GARRAFONEROS
tendrán, cada uno, una corona de laurel.
En una gran piedra pintada de
blanco estará sentado Ariosto. Usa una camiseta hasta los muslos y una bufanda
con la que juega.
ARIOSTO. — Quisiera... No, no, no. La
palabra indicada es quiero. ¡QUIERO! (Reflexiona) Pero qué, qué,
¡quéeeeee!!! ¡Ya lo tengo! (Se levanta) Quiero preparar un buen plato de
PERAS DIVERSAS. Mhhhh. Con una buenísima salsa de caracoles empotrados y un
batido de zanahorias BERMEJAS alrededor. Sí. Pero, antes necesito que Orlando
regrese de su RONDA y entonces le pediré... Ah, no: le exigiré... LA RECETA de
las: ¡PERAS DIVERSAS!!! Le pediré la receta, y me la dará, porque si
noooooooo...
ORLANDO. — ¿Peras Diversas??? ¿Peras
diversas!!!! (Amenazante) No vuelvas ni siquiera a pensarlo o a
murmurarlo debajo de la regadera.... ¿Qué no sabes mi querido, mi pequeñísimo
Ariosto, que el Discípulo Caballón ha PROHIBIDO utilizar los refractarios
cúbicos en el Recinto?
ARIOSTO. — Nooo. Tú quieres engañarme. (Juguetón)
Apostaría que todo lo haces para no darme la receta de...
ORLANDO. — ¡Calla!
ARIOSTO. — Oh, sí, callaré y no podrás a ver
El Aire Disecado de mis Palabras Suculentas.
ORLANDO. — ¡Suculentas?... Lo que es hoy tu
Mente se ha Disecado en una porción bastante condimentada de tu estómago.
ARIOSTO. — ¿Es decir???
ORLANDO. — Quiero decir NADA, y cuando digo
Nada, es que no me importa lo que te pase, ¡está claro?, ni lo que sientas, ni
nada.... (Furioso) ¿¡Podrías dejar de estar jugueteando con tu
bufanda!!???
ARIOSTO. — ¡¿Son Alientos Marinos los que el
Señorito tiene entre dientes???? Mejor sería que te sentaras y cultivaras
pacientemente a la MONOTONÍA.
Orlando se sienta y Ariosto empieza a dar vueltas
en torno a él modelando su camiseta que le llega a los muslos.
ORLANDO. — Buff, Buff. Estás provocando mis
sentidos penibatorios con tu caminar esférico, amado Ariosto. Cesa, cesa, cesa,
riqueza de tus movimientos azulados... Y escucha, escucha, escucha lo que
traigo para ti del mercado del Recinto.
ARIOSTO. — Habla pues y Recomienda a tus
Neuronas que no se esfuercen en vociferar tonterías.
ORLANDO. — ¡Qué vociferas tú???
ARIOSTO. — Que no te confundas con las
palabras.
ORLANDO. — Ah, eso querías decir.... (Después
de una pausa en la que se ha chupado el dedo meñique) ¡Bueno!... Te diré el
mensaje del mensaje del Gran Recinto. (Ampuloso) Has de saber que el
Discípulo Caballón cocinará para la Próxima Batalla una Tómbola. Una Tómbola en
la que tendrá como innovación estremecida: La Tierna historia de arrojar vasos
de vidrio llenos de agua a todos los premios anhelados de la Gran SAGRADA
Tómbola.
ARIOSTO. — Y eso a mí en qué me
afecta.
ORLANDO. — ¡Pero qué grosero y villano
alfeñique de falda hueca! (Pausa) En fin... es INEVITABLE que todos los
miembros del Recinto: es decir incluido Túuuuuu (Cansado) Ah. En fin.
Lleve en sus manitas huesudas su dotación simple de agua cristalina.
ARIOSTO. — Haberlo dicho sin tantas
remambarambas. ¿Y cuándo tendrá lugar la Rica Tómbola?
ORLANDO. — El siguiente día.
ARIOSTO. — Pues no prolonguemos el instante.
Encaminémonos al Recinto y preparemos nuestra dotación de Sucios Vasos de
Cristal Irrompible.
Salen. Se oye el ruido de un avión que despega.
Entran tres hombres con
garrafones de agua vacíos al hombro. Se reúnen en un punto del escenario.
GARRAFONERO 1. — Voy a llenar el Gran Garrafón y
aventaré todo Gran Garrafón y toda agua a la JETA inquieta del Discípulo Caballote.
GARRAFONERO 2. — No, no, no, no. No caballote.
Caballón. Se llama Caballón. Discípulo Caballón, hijo del Genio Caballón,
guardián de las 23 puertas del Recinto. Y a quien debemos arrojar el gran
garrafón lleno de agua no es al Discípulo, sino, y escucha bien, a la TÓMBOLA,
a la Gran Sagrada Tómbola.
GARRAFONERO 1. — Pues yo aventaré a gran Jeta de
Caballote garrafón. Y tú explicar tus, tus, tus nueces a tu armadillo
preferido.
GARRAFONERO 2. — ¿Por qué quieres atentar contra
el Discípulo del Recinto?
GARRAFONERO 1. — Porque yo... yoooo.... yoooo...
BUAHHHH! (Grotesco) Yo dar MIS CINCO PEQUEÑINES PREDILECTOS A LA TÓMBOLA
Y LOS PARTICIPANTES romperán sin brevedad a los cinco BEBITOS que doné, que yo
regalé, con mucho cariño y abnegación, a las fuerzas del Recinto.
GARRAFONERO 3. — Los regalos son engaños: si tú
regalaste a tus nenes para la gran Sagrada Tómbola, tú contento y no hacer
tonterías.
GARRAFONERO 1. — Romperé su cabezota.
GARRAFONERO 2. — ¿A quién? ¡Por qué?
GARRAFONERO 1. — Al Caballote Caballón, yo le
dejaré sin dientes y solo podrá comer carne de verduras sustanciosas.
GARRAFONERO 3. — Será mejor que llenemos los
garrafones con el líquido y estemos listos. Preparados. Listos. Preparados para
la Gran Sagrada Tómbola.
GARRAFONERO 2. — Vamos pues, y tú, GARRAFONERO
UNO, no te atreverás más que en sueños a rebelarte.
Salen de escena.
Entra el DISCÍPULO CABALLÓN seguido de VEINTITRÉS
pelotas más o menos grandes.
DISCÍPULO CABALLÓN. — (Habla
al Público) Ah, súbditos. ¡Ahhhhh Súbditooooossss! Compañeros de campanas y
globos atormentados. Yo les aseguro que la decisión tomada por Mí es gozosa,
simple, y de manera VERTICAL... la única posible. Casi, casi (a punto de llorar)
…casi... ¡Achúuu! (Se limpia la nariz) ...Les decía: Casi tan
insólitamente bien pensada como la que tomé el día 23 en el que decidí de
manera autónoma y sentimental, el (a punto de llorar o estornudar)
...¡Sustituirlos! (Lacónico) Es decir remplazarlos... A… ellos… en fin…
a ellos… (Triunfal) por inteligentes pelotas de colores magistralmente
escogidas por mí. Por MÍ. ¡Por MMMMIIIII!!!! (Formal, a una de las pelotas)
O usted qué opina, mi querido ministro... ¡No me LO diga! ¿Usted opina mi
selecto ministro que mi decisión de fabricar la Tómbola, la gran Sagrada
Tómbola es UNICAESTUPENDA. Simplemente VERTICAL? ¿Noooo? ¿O Nooooo?... Je, je,
gracias. Es precisamente lo que pensé que contestaría... Pues sí, pues veamos
mis redondos súbditos: Aquí se acercan Ariosto y Orlando y seguramente se
postrarán ante mí, como es consecuencia.
Entran Ariosto y Orlando con sendos vasos DE VIDRIO
llenos de agua.
ARIOSTO. — (A alguien del público) ¡A
mí! ¡¿A mí??? ¡¿A mí me está mirando Usted? (Al Discípulo Caballón) ¡¿A
mí?!... eso es lo último que me faltaba. Después de prohibir LA RECETA DE PERAS
DIVERSAS (Al Discípulo Caballón) Usted se atreve a mirarme a míii.
¿Usted se atreve a MIRARRRMEEEEEEEEEE?!!!
DISCÍPULO CABALLÓN. — (Amable)
No solo a ti Ariosto, sino también a tu compañero Orlando. Se vuelven cada día
más tiernos y bestiales. Ah, pero veo que traen su dotación de vasos de vidrio
con cristalino líquido, y por adelantado.
ORLANDO. — Cloro, dogo, digo, claro…
¡CLARO!, su Majestad. Como respuesta a vuestra erecta…
DISCÍPULO CABALLÓN. — ¡No!... (Pausa)
…¿Vertical?...
ORLANDO. — Por supuesto. Vuestra VERTICAL
decisión de la Tómbola de mañana. Decía… Ah sí… En vista De VUESTRA SABIA
Decisión… Nosotros… hemos decidido a nuestra vez ADELANTAR la Dotación de
Líquidolíquido. Adelantadamente.
ARIOSTO. — (Irónico) Claro… Quisimos
calentar el agua EN NUESTRAS BOCAS y así el día De MAÑANA beberemos el agua
caliente con un poco de azúcar y dos terrones de CAFÉ.
DISCÍPULO CABALLÓN. — (Siempre
amable) Al contrario.
ARIOSTO. — (Furioso) ¡Se atreverá
Usted a Impedirlo?
DISCÍPULO CABALLÓN. — No, por
supuesto, ni pensarlo: solo he querido decir, mi amado Ariosto que los terrones
no suelen ser sino de azúcar.
ARIOSTO. — Ah, bueno, si es así no creo que
haya problema alguno. Terrones son terrones.
ORLANDO. — ¡Basta Ariosto! ¡Te atreves a ir
en contra de la Justicia del Discípulo Caballón??? Recuerda que él es el hijo
de Nuestro Fundador, el Genio Caballón, Guardián de Las Veintitrés
Puertas.
ARIOSTO. — (Insolente) Y dígame,
señor Caballón… ¿A qué se debe la decisión de destrozar los premios de la
Tómbola con lanzamientos de vasos de agua?????
DISCÍPULO CABALLÓN. — Pues…
pregúnteselo a mi Primer Ministro. Él le sabrá responder.
ARIOSTO. — No, no es necesario. Creo que
será una buena respuesta. ¿Verdad que será una buena respuesta, Orlando?
ORLANDO. — Así lo pienso, y será mejor que
dejemos a la Corte caminar a su destino. Hasta la Tómbola de Mañana, Discípulo
Caballón. ¡Hasta la vista, miembros distinguidos de la Corte del
Recinto!!!
DISCÍPULO CABALLÓN. — Hasta la
Tómbola pues y no olviden su dotación de vasos de agua.
ARIOSTO. — No lo olvidaremos, Majestad, no
lo olvidaremos.
ORLANDO. — Hasta luego.
DISCÍPULO CABALLÓN. — Hasta
mañana.
ARIOSTO. — Hasta la Tómbola.
ORLANDO. — Adióoooooooooos.
Desaparecen todos rápidamente, al último las
Pelotas-Ministro. Se vuelve a oír el ruido de un avión que despega.
Oscuro
Segundo Día
Vemos una enorme caja naranja y en letras negras la
leyenda La Gran Sagrada Tómbola. Al lado de la caja, en un bastidor, está
pintada la imagen de una gran sonrisa. En otro bastidor vemos la imagen de dos
grandes colmillos amarillos. En un estrado, muy dignas, están las
“Pelotas-Ministro” del discípulo caballón.
Al comenzar la escena estarán
congelados los tres GARRAFONEROS con sus recipientes llenos. Orlando y Ariosto
lanzan vasos llenos de agua a la caja enorme, y cada vez que lo hacen el vaso
cae al fondo de la Caja y produce un sonoro estallido de cristales que inunda
todo el espacio. Después de cada “lanzamiento de vasos con agua”, Orlando y
Ariosto se muestran eufóricos, o bien observan minuciosamente a los tres grotescos
personajes, como esperando que reaccionen.
ARIOSTO. — (Lanza un vaso más) ¡Es
ridículo! ¡¡¿Una caja que dice ser la Gran Sagrada Tómbola, pretende
Ser… la Gran Sagrada Tómbola????
ORLANDO. — Tómbola, tómbola, tómbola… no muy
tómbola.
ARIOSTO. — Claro, que no. Ni siquiera gira,
ni siquiera da vueltas, ni se puede escoger nada, ni ganas nada, qué caso
tiene. Solo puedes arrojar vasos de agua a la Muy Sagrada y escuchar cómo se
rompen los vasos. (Arroja un vaso más y se escucha el estallido de vidrios).
¿Lo ves? ¿Gana algo uno con el estallido de vidrios? (Vuelve a arrojar un
vaso, seguido de estallido. Orlando lanza el suyo: vaso, estallido). No
gana Uno nada.
Pausa. Los dos bostezan, y se quedan viendo
impasibles a los GARRAFONEROS.
GARRAFONERO 1. — (Se descongela, muy
circunspecto. A Ariosto...) Perdone el allanamiento de su personalidad,
pero tengo la sensación del deber de comunicarle a usted por medio de esta
interrupción…
ARIOSTO. — (Fastidiado)
¡Dígame!
GARRAFONERO 1. — (Al borde del llanto) Se
lo diré: mis niños. Mis criaturitas preferidas. Mi mundo interior. ¡Mi
todo!!!!
ARIOSTO. — ¡Y eso a mí en que me
afecta!
GARRAFONERO 1. — (Furioso) A usted en nada,
por supuesto. A usted… ¡Qué le va a importar! Oh, pero a mis cinco pequeñitos
indefensos que están allí dentro, en la purulenta Tómbola Gran Sagrada ¡OHHH! (Se
abraza de su garrafón y trata de meter la mano por la boca del recipiente).
ARIOSTO. — Ah, se trata de sus hijitos, de
sus mascotitas. No parece ser del tipo de… (Se contiene ante lo que iba a
decir) ¿No, Orlando? Nunca pensé que bichos semejantes tuvieran
hijos.
ORLANDO. — Todos pueden ser padres. Algunos
hasta tienen más de dos, hasta más de cinco. Lo ves Ariosto, es cosa de animarlo
a que tenga más hijos.
ARIOSTO. — Así es, mentecato: Usted puede
tener más hijos.
GARRAFONERO 1. — No quiero más hijos, Señor.
Quiero a mis cinco chiquitines, a mis cinco, mis cinco, mis cinco querubines,
Ohhhhhhh.
ARIOSTO. — (A Orlando) Voy a vomitar.
(Supuestamente compasivo, al GARRAFONERO 1) No se preocupe, seguramente
se salvaran, ya que el agua que le arrojamos está especialmente a la
temperatura necesaria.
GARRAFONERO 1. — ¿Y los pedazos de vidrio?
ARIOSTO. — ¿Los vidrios? (A Orlando)
No arrojamos pedazos de vidrio, o sí.
ORLANDO. — No, solo arrojamos vasos
completos. Y el agua es inofensiva, además está tibia. Previamente la
calentamos en nuestras bocas como todo el mundo sabe.
ARIOSTO. — Es cierto, por otro lado, sus pequeñines
estaban al fondo de la tómbola, o no tanto. Debo decir, para su consuelo, que
la tómbola, por muy sagrada que sea, es un fiasco, no gira ni nada. ¡No da
vueltas!, ¡no tiene premios! ¡Qué caso tiene!!!!!!
ORLANDO. — Sí, no se preocupe. No da vueltas.
Así que sus pequeños no corren peligro, ¿lo ve? Además si hubieran sufrido
algún daño, pues ya los habríamos oído. Y no hemos oído nada, ni que lloren ni
nada.
ARIOSTO. — Sí, no se preocupe Usted. Yo solo
escucho un silencio sepulcral. (Voltea a ver con un gesto cómplice a Orlando).
GARRAFONERO 1. — Mis hijos. Mis hijitos.
Ayyyyyy.
ORLANDO. — (“Conciliador”) En
cierto modo tiene razón nuestro amigo, Ariosto. No solo los pequeñines se
destruirían, sino todas las aportaciones de los miembros a la Gran Sagrada
Tómbola. Imagínate ¿cuántos platos suculentos y vertiginosos hay allí
dentro?
ARIOSTO. — Además de las mascotitas, los
pequeñines. Sí, es cierto. No creo que nada se destruya. Incluso la
SOGADELSENTIDOESTRICTO fue incluida por unos de los miembros más eminentes del
Recinto. Eso lo sé. Lo sé, lo sé.
GARRAFONERO 2. — (Se descongela) ¡Qué dice!
¡La SOGADELSENTIDOESTRICTO está en peligro? Hay pedazos de vidrio, los vasos
rotos, usted sabe, los cristales, el agua.
ARIOSTO. — Sí, podría estar en peligro, pero
no se apene, no creo. Cuando mucho llegará a mojarse un poquitín, o algún
pedazo de vidrio se enredara con ella. Pero el sentido estricto siempre será el
sentido estricto, y la sogasoga.
ORLANDO. — Eso digo yo, y la sogasoga.
GARRAFONERO 3. — (Se descongela: a los otros
GARRAFONEROS) ¿saben cuál será el destino de la Tómbola Sagrada una vez
destruida?
GARRAFONERO 2. — ¿Será Destruida?
GARRAFONERO 1. — ¡Destruida, Mis hijos,
ayyyyyyyy!
ARIOSTO. — (Atroz) La tómbola, la
Gran Sagrada Tómbola, una vez destruida, será... Será guardada en la puerta
número 28.
ORLANDO. — ¿Bromeas?, si solo son 23 las
puertas.
ARIOSTO. — El Discípulo Caballón, a la
muerte del Genio Caballón decidió inaugurar 23 puertas más, pero éstas serían
identificadas por medio de números irracionales.
ORLANDO. — ¿Pero el número veintiocho es
irracional?
ARIOSTO. — Así es.
ORLANDO. — No entiendo nada.
ARIOSTO. — Ah, tienes razón, Orlando. Este
es el mundo en que vivimos. No tiene mucho sentido, verdad, jejejeje.
Jajajajajajaja... Eso creo... Pero... En fin... Por fin. Se acerca
nuestro Discípulo Caballón: tendré que escupirle en la cara.
Entra el DISCÍPULO CABALLÓN. Los tres GARRAFONEROS
se postran ante él y se congelan.
DISCÍPULO CABALLÓN. — ¿Por qué
quieres escupirme, Ariosto?
ARIOSTO. — Eso a usted no le importa, y para
que se enoje más: no descuidaré mi saliva de su rojiza cavidad.
DISCÍPULO CABALLÓN. — Bueno,
bueno. ¡Bien!... Decía... Mis muchachos, encantadores ministros, amados
súbditos: voy a decir mi discurso de inauguración con motivo de la destrucción
de la gran sagrada tómbola.
GARRAFONERO 1. — (Se descongela) Antes
quiero decir que no estoy de acuerdo.
GARRAFONERO 2. — Ni yo.
GARRAFONERO 3. — Yo.
DISCÍPULO CABALLÓN. — Je, je.
Claro, claro. “Yo”, je, je. En fin. Siendo las 23 horas de este magnífico
Paraíso del Recinto, me permito…
ORLANDO. — ¿Me permite decir que yo tampoco
estoy de acuerdo?
DISCÍPULO CABALLÓN. — Desde
luego… Decía. Me permito: dada la investidura que mi antecesor, mi Padre, el
Genio Caballón, me confirió el día 23 de Otro tiempo… Inaugurar…
TODOS. — ¡Nooooo!
ARIOSTO. — ¡Me niego!
DISCÍPULO CABALLÓN. — Y sin
embargo es una idea soberbia de, de, de, decididamente Vertical.
ORLANDO. — (Ecuánime) Piense por un
momento. Si una vez destruida la Gran Sagrada Tómbola es remitida a la puerta
número veintiocho... Tal vez encierre de por vida a cinco pequeñines
angustiados.
DISCÍPULO CABALLÓN. — Oh, solo
son cinco.
ARIOSTO. — En eso tiene razón: Solo son
cinco.
GARRAFONERO 1. — (Llora) ¡Oh, desdichado! (Mete
la mano en la boca del garrafón) ¡Mis pobres pequeñitos querubines multicolores!
DISCÍPULO CABALLÓN. — ¡Son
peces?
ARIOSTO. — No se sabe... Son pequeñitos, son
sus hijos. Eso sí, ni hablar.
ORLANDO. — Las circunstancias hablan por sí
mismas.
DISCÍPULO CABALLÓN. — Habría
que conocer la opinión de los pequeñines.
GARRAFONERO 1. — (Lastimeramente) ¡Son
sordos!!!
ARIOSTO. — (Obvio) Pero podrán
hablar. (Al GARRAFONERO 1) ¿Sí pueden hablar? ¡Sí? ¡No?
ORLANDO. — Yo propondría una solución
intermedia a la disputa.
ARIOSTO. — Sí, tengo hambre.
DISCÍPULO CABALLÓN. — Eso
implicaría un nuevo decreto. Voy a consultarlo con mis ministros. (Se acerca
a los balones y los empieza a “interrogar”). ¿Sí o sí?... Ah, lo
siento mucho... ¿Y usted?... (Pausa, “oye” otra de las opiniones de uno de
sus “ministros”) Bueno, no es para tanto... ¿Y ustedes dos?... Claro. Eso
mismo pienso yo. Bueno, parece que la solución intermedia ha sido estudiada y
aprobada.
TODOS. — ¡Bravo! ¡Viva! ¡Bravo!
DISCÍPULO CABALLÓN. — Dictaré
El Nuevo Decreto: Siendo las horas pertinentes al caso... y sabiendo que la
decisión expresada será la mejor posible… (Mira entre asustado e inseguro a
todos.) …Dictaré el siguiente…
ARIOSTO. — Sí, sí, adelante, siga, continúe
usted… ¡O LE ESCUPO!
DISCÍPULO CABALLÓN. — Ya voy,
ya voy. Decía: Pronunciaré … El siguiente...
TODOS. — (Exasperados) ¡Bueno,
ya!
DISCÍPULO CABALLÓN. — Es cosa
de tomar tiempo. Son asuntos serios. Se tiene. que analizar, considerar, tasar,
evaluar... ¡PONDERAR!
ORLANDO. — Es evidente.
ARIOSTO. — No tanto.
GARRAFONERO 1. — Hay que dejarlo solito para que
piense.
ORLANDO. — Ah, no. Solo no se quedaría.
Estaría siempre cerca de todos los Ministros.
ARIOSTO. — ¡Y para qué dejarlo solito?
Después, cuando regresemos, será necesario que todos estemos de acuerdo en la
decisión que se tome.
ORLANDO. — ¿Sería necesario?
ARIOSTO. — Evidentemente sí.
ORLANDO. — Entonces, si tú lo dices (Ampuloso)
¡Es necesario! ¡Será necesario! Muy necesario.
DISCÍPULO CABALLÓN. — Es
necesario que guarden silencio.
ARIOSTO. — Si yo lo decía, hay que hablar,
antes de disentir.
GARRAFONERO 3. — ¿Quéeeee?
DISCÍPULO CABALLÓN. — (Enojadísimo)
¡CÁLLENSE TODOS! (Largo Silencio) ...Les decía: Siendo estas horas de
hoy que no recuerdo. Pronunciaré el siguiente decreto. DECRETO QUE CADA QUIÉN
HAGA LO QUE QUIERA.
ARIOSTO. — Ah, no, esto no me lo pueden
hacer a mí. Yo no tengo por qué soportar tanta injusticia. Es más, me voy. (Da
dos pasos) Mejor me quedo. Pero hay que salvar a los pequeñines.
ORLANDO. — Eso digo yo, salvarlos.
GARRAFONERO 1. — Es demasiado tarde.
ARIOSTO. — Sí, a estas alturas, si no están
muertos, por lo menos... estarán agonizando. Podemos investigar. Voy a tirar
otro vaso de agua a la Tómbola, a ver si reaccionan. (Echa el contenido de
agua a la tómbola, pero sin el vaso) Lo ven, no se escucha nada. Están
muertos.
GARRAFONERO 1. — Pues yo tiraré el agua en el
sitio más indicado (Le echa el contenido de un vas al DISCÍPULO CABALLÓN).
ARIOSTO. — Yo estoy de acuerdo (Le tira
el contenido de otro vaso al DISCÍPULO).
TODOS. — (Lo bañan) Todos estamos
de acuerdo.
DISCÍPULO CABALLÓN. — (Casi
llora o estornuda) Ministros, esto es humillante. Yo renuncio. Me encerraré
en la puerta 23 y ni con sus lamentos más histéricos lograrán hacer salir mi
hermoso cuerpo (Muy digno) Hasta que acabe mi tormento, sinceramente,
¡LOS ODIO! (Se va corriendo).
ARIOSTO. — Ah, no era para tanto. No tenía
por qué dramatizar.
ORLANDO. — Ya verás, va a regresar. Siempre
lo hace... Y qué hacemos ahora. ¿Salvamos a los pequeñines?
GARRAFONERO 1. — ¡Están Muertos!
ARIOSTO. — ¡Ya lo comprobó?
GARRAFONERO 1. — No, ¡me ayudan?
ARIOSTO. — Eso es cosa suya, ¿no cree?
GARRAFONERO 1. — Sí, es cierto. (A los otros
GARRAFONEROS) ¿Me ayudan?
GARRAFONERO 2. — No sé.
GARRAFONERO 3. — ¿Y si nos bañamos antes?
GARRAFONERO 2. — Esa es la primera idea sensata
que oigo. Yo primero... (Vierte el contenido de su garrafón en la cabeza del
GARRAFONERO 1)
GARRAFONERO 3. — No, ¿de quién fue la idea? Mía,
¿no? Pues entonces... Yo primero (A su vez, vierte el contenido de su
garrafón [puede ser confeti] en la cabeza del GARRAFONERO 1)
GARRAFONERO 1. — ¡Ah, sí... Pues yo también puedo
ser primero (Vacía el contenido de su garrafón en la cabeza de los otros
dos. Orlando y Ariosto se alejan subrepticiamente).
LOS TRES GARRAFONEROS. —
Eh, bravo. Tú primero. Nooo, yo primero, no él primero, eh. ¡Bravo!
ARIOSTO. — Pero qué odiosos.
ORLANDO. — Sí. ¿Tú crees que los
pequeñines se salven?
Los GARRAFONEROS quedan una vez más congelados en
posiciones muy grotescas.
ARIOSTO. — (Juega con su bufanda) Se
salvarán, no se salvarán... Es un asunto que ahora no me preocupa.
ORLANDO. — ¿No?
ARIOSTO. — Lo que me gustaría saber ahora,
mi amado, mi muy querido Orlando, ya que no hay ningún inconveniente para
ELLO...
ORLANDO. — (Turbado) ¿Sí??
ARIOSTO. — Podrías, es decir, no tendrías
inconveniente en darme, es decir, yo... (Decidido) ¡Podrías darme la
receta de LAS PERAS DIVERSAS?
OSCURO
SE OYE UN AVIÓN ATERRIZAR
Fin