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26/2/15

José Triana. El Parque de la Fraternidad.


El Parque de la Fraternidad
José Triana


A Virgilio Piñera, mi afecto


Y llegará el tiempo, quien viva lo verá, en que para caminar se necesitarán los pies.

William Shakespeare               




PERSONAJES
 

EL VIEJO.
LA NEGRA.
EL MUCHACHO.

Lugar: La rotonda del Parque de la Fraternidad. Época: Hace algunos años.
  




El escenario representa una sección del Parque de la Fraternidad, específicamente, la rotonda, y está dividido en tres planos. El primer plano o parte anterior del escenario se supone que sea considerado un lugar de tránsito común. El tercer plano o parte posterior del escenario se halla integrado por un alto enrejado y el árbol simbólico. Entre el primer plano y el tercer plano se encuentra el plano segundo o parte intermedia formado por varios escalones que confluyen en una espaciosa plataforma. Sentada, en un magnífico trono de cachivaches y de cajones, delante del enrejado, se halla la NEGRA, que debe caracterizarse como el personaje popular de la Marquesa. Lo mismo acontece con el VIEJO, arrodillado en la parte intermedia -acomodando papeles, deterioradas carátulas enormes de libracos desencuadernados, trapos y desordenándolos de inmediato- que, de algunas manera, recuerda al Caballero de París.
No creo necesario acentuar el parecido a los modelos vivos.
La NEGRA viste un traje arbitrario, floreado, que cubre con un gran manto blanco. Mantiene un paraguas abierto, guareciéndose de una lluvia imaginaria. El VIEJO viste un traje negro con una capa escocesa, deshilachada y sucia. Posee barba larga y cabellos desgreñados, encanecidos. Junto a él gruesos volúmenes de carátulas carcomidas. A sus pies, un bastón.


Al comenzar la acción, se oye la voz de un borracho que grita: «¡Viva Cuba Libre, compadre!». Luz nocturna. El árbol simbólico se dibuja en la penumbra. Música de guitarras, maracas y claves. Alguien canta muy desafinado: «Aunque tú me has dejado en el abandono...» El VIEJO se mantiene cabizbajo, acaricia un pequeño libro, aunque dormita. Irrumpen voces de vendedores de tamales, café y maní. La música y los cantos se alejan. La NEGRA termina de comer un pedazo de pan. Entra un muchacho de aspecto vulgar; viste harapos sucios; trae una varilla que mueve impetuosamente alrededor suyo. El MUCHACHO mira a los dos personajes, se sonríe y le hace una reverencia. El VIEJO y la NEGRA no se dan por aludidos. Pausa. El MUCHACHO, un tanto defraudado, se sienta en uno de los escalones. La NEGRA registra en las jabas, hablando sola; saca cartuchos y periódicos doblados que irá cortando simétricamente y agrupando en diferentes niveles delante de ella. El MUCHACHO se vuelve hacia la NEGRA le chifla, y le pregunta por señas, algo así como: «Otra vez por aquí.» La NEGRA permanece absorta en su labor. El MUCHACHO se levanta, bosteza ruidosamente y estira brazos y piernas; regresa después a su sitio, batiendo unas cartas del Tarot.
A medida que transcurre la obra, NEGRA, a intervalos regulares, detiene su quehacer, se despoja, y en variados tonos dice frases en lengua lucumí, da extraños resoplidos y grita «¡Santísimo!».
El MUCHACHO silba, se contonea con las cartas de la baraja por el escenario y de un modo inesperado golpea suavemente con la varilla en los zapatos o botas del VIEJO.

MUCHACHO.-   (Agresivo y simpático.)  ¡Oiga, chévere, me puede hacer un favor!  (El VIEJO se reanima, indiferente ordena sus trastos.)  ¡Mal rayo me parta! ¡Qué día!  (Da unos pasos, recoge colillas de cigarros, se sienta. Pausa. Zalamero al VIEJO.)  ¿Hace fresquito, verdad?  (El VIEJO no contesta.)  Así me gusta la noche. Un aire por aquí. Un aire por allá.  (Silba.)  Cuando viene el calor uno no sabe donde meterse.  (Pausa. Juega con la varilla.)  Se entripa, se vuelve mantequilla. A mi madre le gustaba que llegara el invierno.  (Pausa larga.)  Y se fue, como quien dice, para el otro lado en abril. No tuvo suerte la vieja.  (Pausa. De repente se pone en pie, se palpa los bolsillos de su camisa y pantalón.)  ¿Tiene, por ahí, un medio o unos quilos prietos que me preste? Hoy no le he echado nada caliente a la barriga.  (Pausa. La NEGRA sonríe.)  ¡Y me entra una debilidad!  (Se sienta.)  He dado más vueltas que un trompo. Bien repetí a mi abuelo mientras jugaba al dominó con mi tío y Chucho Carvajal! Nadie se ocupa de nadie.  (Pausa. Casi agresivo.)  Eh, tú, viejo, te estoy hablando, y no soy un cero a la izquierda..., ¿qué te pasa? Que no se diga, mi hermano... Usted por experiencia sabe. La calle, de bicoca, ni por asomo.  (Rumiando su desazón, golpea con la varilla el borde de un escalón. El uso de la varilla crea siempre una tensión, la posibilidad de agresión.)  Juntando lo que se dice y se calla, llego a la conclusión que nadie dice lo que cree, de verdad, verdad. Imposible entender a la humanidad. Por mucho que me empeñe..., por mucho..., por mucho que piense y repiense... ¡Qué calamidad la mía! ¡Le zumba el mango! Que si hago esto por aquí, enseguida me juzgan, mal, mal, por allá, y lo de más acá, peor..., y en mi jamaqueo, recibo sin cesar una lluvia d descargas.  (Se acuesta en el suelo. Suspira. Se incorpora a medias. El VIEJO se levanta y de espaldas al MUCHACHO, improvisa unos movimientos extraños, desarticulados.)  Hermosa noche.  (Hablando con otra persona inexistente.)  ¿Ha mirado usted para arriba?... Con esa luna redonda como un plato.  (Se acuesta otra vez.)  Siendo yo un revijío me pasaba, ratos y ratos, mira que te mira, y contaba una infinidad de puntitos azules.  (Al VIEJO, burlón, insidioso, gesticulando y cambiando la voz.)  Eh, viejito, abuelito, ¿se te olvidó el guano que te pedí prestado?...  (Pausa. Cambia el tono de voz.)  Sí, ya sé, esta noche, mañana, algún día.  (La NEGRA se ríe, peinándose y observándolos fascinada.)  Oye..., óyelas... Gori, gori, gori, me gritan las tripas y no puedo descabezar un sueñito. Gori, gori, gori.  (Se levanta, con precaución mira hacia todos los lados y con la varilla y cierta malvada satisfacción le toca, sin golpearlo, en el hombro.)  ¿Te peinas o te haces papelillos?
VIEJO.-   (Asustado, rechazándolo.)  Apártese, déjeme... No acostumbro hablar con desconocidos.  (Tose, repite sus ejercicios.)  Demande audiencia y si estoy de buenas se la daré...
MUCHACHO.-  Le estoy pidiendo un favor...
VIEJO.-  ¡Favor, favor, favor!... ¿Está sordo? Me atosiga, váyase.  (Camina un trecho con dificultad y enseguida regresa a su sitio.)  El cuadrado de la circunferencia..., prepara la posibilidad de los siete círculos.  (Se sienta y manipula los pesados libracos.)  Detesto que me mire, tiene serpientes rojas en la frente... ¡Apártese!
MUCHACHO.-  ¿Qué dice, qué inventa?
VIEJO.-    (Tosiendo.)  Le suplico. Espante la mula. ¿No ha oído todavía? Usted desequilibra el orden divino. Usted, como los escarabajos...
MUCHACHO.-    (Para sí.)  ¡Qué cosa más rara! ¿Qué yo...?
VIEJO.-   (Constata en un libraco.)  El demonio ignora la creación de la luz. Exacto.  (Mira a la NEGRA con intención. Abandona el libro y toma otro.)  Más claro ni el agua. Mi percepción de las cosas no falla.
MUCHACHO.-    (Burlón y perplejo.)  Juraría que reza.
VIEJO.-  ¡Sió, hereje!
MUCHACHO.-   (Chacoteándose.)  Como guste su Excelencia. El abuelito se indigna, el abuelito degenerado, el abuelito...
VIEJO.-   (Enérgico.)  Le hablo claro. Hasta mañana. Adiós.  (Se abstrae.) 
MUCHACHO.-   (Indignado.)  ¿Qué se habrá figurado este sarnoso? ¡Déjate de paquetes, mi socio! Aquí todos somos iguales y esos aires no te sientan.  (Pausa. Relajeándolo, expresando varios matices en una caricatura de la vejez, sin ocultar su violencia.)  Cállese. Me atosiga. Espante la mula. Adiós.  (En otro tono. Hablando con un personaje invisible.)  En mi pueblo había un hombre como éste y la pasó como en un clavo ardiendo…, ¡De sobra lo sé! Imagínese que yo..., campeando bajito, qué le digo..., yo..., yo lo encontré en cueros y amaneció con la boca llena de hormigas y las putas del ballú de Lola bailaban a to meter una rumba, alrededor de él. Que se murió cachimba, que se murió...  (Pausa. Respondiendo al personaje invisible. El VIEJO, atemorizado, mueve otra vez sus tarecos.)  Sí, es natural. Como te dije. Eso me pasa por mi flojera, por acercarme a la tralla... Recuerda lo que te pasó los otros días..., por un pelo durmiendo a la sombra. ¡No! Eso no va a repetirse. Lo prometo. Una cosa es con flauta y otra con violín.  (Pausa. Se sienta. Discutiendo con otro personaje imaginario.)  ¡Te lo mereces, maricón! (Saca una armónica, la limpia. Da un acorde. A la NEGRA.)  ¿Quiere oír un poquito?  (Pausa. Otro acorde.)  ¿Sí o no?
VIEJO.-  Sí.
MUCHACHO.-  Me alegro.  (Improvisa una melodía en la armónica, imitando el acento de un malevo.)  Le tocaré un tango, la tristeza del arrabal y la melancolía que se desprende del bandoneón por una calleja...
VIEJO.-    (Al compás de la melodía mueve los brazos, imitando a un director de orquesta.)  Hace ratón y queso..., en un circo..., coño, qué tiempos aquellos..., andaba yo de ringo rango...  (Carraspea. Ensayando su voz de barítono y bajo.)  De buenas a primeras me sale un jipío de marca mayor..., yo... En el principio..., con las banderolas y las cornetas y los tambores sonando a todo meter, en medio de la pista y el circo resplandecía de una luz muy especial, y luego, averigüe por qué, me sonaban un pomo de palmacristi en la madrugada en el vivac..., por tránsfuga, decían, puah.  (Perdido el encadenamiento lógico de su discurso.)  ¿Por dónde iba yo...? En el principio... ¿Por qué insisto en el principio?... Usted me arma un barullo, solo de verlo.  (Pausa.)  Equilicuá. En el principio...
MUCHACHO.-    (Se detiene.)  En el principio, ¿qué?
VIEJO.-  ¡Sigue con tu musiquita! ¡Interrumpes y es una lástima!...  (Retoma la melodía el MUCHACHO.)  Yo iba en una piragua, remando...  (En seco.)  Lo ignoro.
MUCHACHO.-   ¿Ignora, qué? Déjese de ese estira y encoge de que si esto, de que si lo otro..., al grano, ocambo, al grano...  (Sigue improvisando con la armónica un son, baila.)  Le estoy creando un ambiente de película...
VIEJO.-    (Tararea e inmediatamente casi cantando.)  En el cuadrado de la circunferencia, en el principio del principio, se prepara la posibilidad de los siete círculos...
MUCHACHO.-  ¿Otra vez? ¿Qué es eso?
VIEJO.-    (De mal genio.)  ¡Jodido! Nunca pregunte. En busca de un espejismo se revela la fuerza...
MUCHACHO.-  Me gustaría saber, qué caramba.
VIEJO.-    (Casi cantando.)  ¡Son cosas mías! El cuento del cuento del cuento, del cuento que es un cuento y se transforma en un episodio de Tamakún y recomienza el cuento de los Tres Villalobos, de Los ángeles de la calle y Por la ciudad rueda un grito...
MUCHACHO.-  Pero se puede saber algo, al menos creo yo... Caminando por el buen trillo, decía mi abuelo que en paz descanse...  (Gesto de desagrado del VIEJO) , y nunca supe por qué lo decía...  (Enérgico y aparentemente sincero.)  Cuénteme. Uno aprende y no se dispersa.  (El VIEJO lo mira como en una nube sin responder.)  Oiga, yo me he pasado el santo día en un corre corre de padre y señor mío, de aquí al Vedado, del Vedado a Luyanó, de Luyanó a Marianao, de Marianao a la Quinta de los Monos, de la Quinta de los Monos a aquí y vuelta a empezar, dándole a la suela de los zapatos..., que...  (Le muestra la suela de los zapatos.) , contemple este espectáculo digno del Circo Pubillones..., la tengo llena de furos..., que ya no es suela de zapatos..., y sin embargo evite saber lo que me espera...
VIEJO.-    (Sin oírlo.)  Es terrible saber, terrible.  (Otro tono.)  Abate al corazón y se ahoga de agobio. ¡Se lo digo yo!  (Exaltado, en un trance.)  Miles de espíritus..., y un reguero de pólvora... Olvida. Olvida.  (Mira a la NEGRA.)  El demonio ignora la creación de la luz, lo ventea el libro.
MUCHACHO.-    (Sin oírlo.)  Le aseguro, por mi madre santísima..., y tenga la completa seguridad que no me interesa trajinar a nadie..., ¡y buena gente en cantidad!... Me viene a la mente, no sé por qué..., clarísimo..., que una vez le levanté la mano a la vieja, y ella me dijo «Muchacho, qué haces... ¡A tu madre! ¡Desastrado! El cielo te juzgará e irás a las llamas del infierno de sopetón, granuja. Desaparece de mi vista.», y yo la miré como se ven las musarañas..., y empecé a gatear... «Mamacita, mamacita linda», y salí echando el quilo y llorando..., como estando en una película..., de mentiritas lloraba... «Mamacita, no, mamacita...»
VIEJO.-    (Todavía abstraído.)  Un imperativo.
MUCHACHO.-    (En un rapto de sinceridad y sollozando.)  Señor, señor, dígame, ¿por qué, por qué soy tan bruto, por qué..., a mi edad, ya no soy un niño, y me parece que lo sigo siendo, y por más que me endurezca, un punto existe, y trato de vencerlo, y en ese dale que no te doy..., por qué aquello que toco lo destruyo la mayoría de las veces sin quererlo..., por qué cada vez que me propongo hacer una cosa me sale por la culata, y siempre, siempre me equivoco..., por qué quiero que lo imposible sea posible?
VIEJO.-    (Mirándolo extrañado, con aprehensión.)  Infinidad de cositas que hay que tenerlas bien claras. Por ejemplo, es probable que se precipite, que se..., que se agazape sin ninguna necesidad, creando un espacio de desconfianza...
MUCHACHO.-   (Mirándolo extrañado, del mismo modo.)  ¿Desconfianza? No lo entiendo.
VIEJO.-  Yo, tampoco. Mas la desconfianza me luce evidente.

(Pausa. Se oyen voces, y alguna guitarra.)

MUCHACHO.-    (Consigo mismo.)  A veces yo me digo, ¿por qué eres tan come bolas?
VIEJO.-    (Solo, para sí.)  Desde que el mundo es mundo, tú, yo, el otro, y el de más allá, decimos, hasta hoy..., y nunca más..., y nunca más lo diré, y hablando y hablando se encuentra el hilo..., sobre todo cuando la luna cae en medio del parque el mundo se ilumina, se transforma, se expanden leves alas en la noche leve.
MUCHACHO.-    (Apretándose la cabeza, sacudiéndola.)  ¿Qué me ocurre?... ¿Voy a perder la chola?... Algo nos está pasando... ¿Se ha dado cuenta usted?... Porque yo por pillar al vuelo eso que usted dice le daría la ropa que llevo puesta... Sí, señor... Andaría como Dios me trajo al mundo...
VIEJO.-  Sin..., sin la menor importancia.
MUCHACHO.-  Le juro, señor, que verraco no soy, aunque lo parezca. El hambre y la necesidad son hermanas gemelas, señor, créame. O tal vez, no, no. O tal vez, sí. Pronto se me entrecruzan los cables. ¿Somos o no somos? ¿Estamos o no estamos?  (Ríe.)  El globo terrestre al garete... ¡Explíqueme, usted!
VIEJO.-  Me dispersa, me anubla.
MUCHACHO.-  Haga un esfuerzo.  (Por momentos habla con personajes invisibles; sin proponérselo crea una tensión, un patetismo inesperado.)  La otra noche me encontré, con quién, con quién... con un tipo, como mi tío Ruperto o como mi abuelo. Hacía un calor del carajo y yo me contentaba en el forrajeo y en un disparadero, cavila que te cavila, en mi mahomía, cómo podré resolver, cómo, porque durante una semana comer, lo que llamamos en mi pueblo comer, nananina... Con una mano alante y otra detrás, ¡auténtico, cúmbila!, y con el cuchillo entre los dientes. A lo bestia. ¡Entiende!  (Duda el modo de plantear este asunto y se lanza enseguida enfocándolo por alusión.)  Estaba limpiecito y perfumado, buscando carne fresca. Y sin ningún rodeo le espeté con cierta amabilidad, con cierto recochineo: Yo le ayudaré. No se preocupe. Cuando se le antoje, estoy a su servicio. Si me propone que me ponga en cuatro, allá va eso.  (Se quita la camisa y queda en camiseta. Pavoneándose.)  Me da igual, pues con este continente más de uno..., ha tratado de...  (Pausa Sonriente.)  Y volviendo a mi tema..., así que de saltimbanqui experto, el gallo, sin ninguna delicadeza, me soltó un escupitajo, un maldito escupitajo. «La mierda no se revuelve con el diamante, muñeco.» Me dijo, sí, me dijo, y lo cacheé de arriba abajo, lo agarré y lo zarandeé por el cuello, y le espeté: «¿Quién es la plasta, tú o yo? ¡Escupe! ¡Desembucha, maricón!» Y lo tiré por el suelo y él me dio un codazo en el vientre y me apretó lo huevos..., y yo le gritaba... «Hijo de puta, me cago en tu madre!»  (El MUCHACHO representa en vivo la escena que la NEGRA se precipita sobre ellos.)  «Dime la miseria que eres. Di que en tu vida resingá no has tenido el coraje de enfrentarte de veras a un timbalú.»  (Enciende con dificultad una colilla.)  Cogí un sube que empecé a endilgarle unos batacazos... «Dí, cojones, dí, si eres macho.» Y venga uno y otro y otro y no quería, se lo prometo, no quería denigrarlo ni abollarlo ni descuarejingarlo, pero una fuerza que no tengo me empujaba, sangre, olía sangre, mátalo, y con esta varilla tinta en sangre...,  (Lanza la varilla por el suelo y la colilla.)  iba a romperle la crisma.  (Sollozando.)  Yo no quería..., y en un callejón, mátalo, sin piedad, qué es esto, mamacita..., mamacita.

(La NEGRA se acerca con cuidado, vence su reserva y lo abraza, finalmente acunándolo, cantando una canción de cuna. El VIEJO se aparta, recoge su capa que ha rodado por el suelo como un manchón de sangre.)

VIEJO.-  ¡Que me da un terepe, carijo!

(Pausa. El MUCHACHO sale de su crisis, y rechaza el abrazo de la NEGRA que queda atónita.)

MUCHACHO.-    (Abrupto. A la NEGRA.)  ¡Eh! ¡Suélteme! ¡Déjese de confiancitas! ¡No me toque! ¡Cómo se atreve! ¡Candela de basurero!...  (Recapacitando.)  Dispense, señora. No quiero ofenderla.  (Se arrodilla agarrándola por las manos.)  Mamacita.  (La NEGRA, con un empujón, lo aparta.)  ¡Tú te lo pierdes, mamalona!  (En pie. Contempla al VIEJO.)  ¿Y tú...? ¡Miserable vejancón!... ¡Que te da un terepe, ja, ja! Nervioso yo, positivo..., me iría a la Cochinchina y daría tres veces la vuelta al planeta! ¡Jodido yo, jodidísimo! ¡Sin remedio!...  (Pausa, se arrodilla junto a la NEGRA, aferrándose a ella.)  Acosado de cosas que se me embarullan y que no acabo de explicarme, que... ¿Por qué? ¿Por qué ese odio, clavado ahí, arañándome? ¿Por qué?  (Lo observa de refilón, tanteando su reacción.)  ¡Odio, sí!... ¡Usted lo sabe! ¡El mundo está hecho de odio!  (Dando grandes voces.)  ¡Auxilio, auxilio, deténganme! ¡Odio! ¡Odio! ¡La puta de su madre, odio!

(La NEGRA logra escaparse, se escurre gateando hasta su trono imaginario, se santigua luego. Las maracas se dejan oír a intervalos y una flauta china.)

VIEJO.-  ¿Odio?... Demasiado fácil albergar el odio, amigo. Mientras vivimos, ésta es mi teoría, mejor el amor que uno necesita aprender a conocerlo...
MUCHACHO.-  ¡No lo entiendo!
VIEJO.-  ¡Pruebe!
MUCHACHO.-  Ayúdeme.
VIEJO.-  Pide demasiado.
MUCHACHO.-  ¡Usted le gana al pipisigallo! Me acepta y luego me tira como un hollejo. El tiburón de la trova, el benedictino que trae las muletas del diablo y las esconde...  (Gritando.)  ¡Fuego, fuego, fuego!
VIEJO.-    (Dramático, pasando por alto las palabras del MUCHACHO.)  Pensándolo en su justa medida es muy triste esta historia. Cuando usted la pinta, es a navajazo, a tiro limpio en las calles.  (Se incorpora.)  ¡Pum, pum, pum!..., y el reguero de sangre... ¡O tal vez, no!  (Vuelve a sentarse.)  Hombres incapaces, hombres que no miran más allá de sus narices, revolviendo la miseria...
MUCHACHO.-    (Sentándose muy próximo á él.)  Yo intento aclararme y la mollera no da para más. Ésa es la dificultad que tengo.
VIEJO.-    (Confidencial, agradable.)  Eso me pasa a mí también. Uno mira hacia atrás y sólo ve eso. Cuanti más que se repite. ¡Una salación amigo! En mi pellejo, en tu pellejo. Esta historia, nuestra historia.
MUCHACHO.-    (Confidencia, agradable.)  A ver si nos entendemos, ¿de qué habla?
VIEJO.-  Le estoy hablando de mi vida.
MUCHACHO.-  Pues no lo parece.
VIEJO.-    (Totalmente transformado. Alegre, vivaz.)  Verá y me dirá que sí. Hubo una vez..., hace un tongón de años, allá por el tiempo de la Chelito y su pulguita, y el tiempo empezaba a ser tiempo.  (Con dificultad se pone en pie, da unos pasos, imita a un prestidigitador.)  Una carpa del circo. Yo también estuve en las bambalinas, amigo mío. El acabóse. Reflectores, señores. El gran espectáculo nocturno se prepara ante ustedes.

(Se acerca a una mesa de tablas baratas y cartones donde se encuentran varios instrumentos. Toca con una cuchara las botellas, improvisando, luego al jarro, a las botellas con el jarro, al jarro con un sartén y con unos cencerros, armando una cacofonía no exenta de gracia. Repiquetean tambores.)
  
Destoletados, destoletando, astrólogos, matarifes, vende patrias, filisteos, asesinos, los chulos de la garitas revueltos con las beneméritas procreadoras..., hay que tener gandinga, señoras y señores, música, señores, serpentinas, fuegos de artificios, el gran espectáculo nocturno comienza..., y todo se repite...

(El VIEJO, exhausto, se desploma.)

MUCHACHO.-  Siga, me gusta... ¿Sabe una cosa? Mi abuelo hablaba igualito. Cuando lo conocí..., enseguida me dije, que coincidencia..., y mi padre, que tenía un humor de perros, y mi madre, que en paz descanse, me contaban.  (Se le acerca, con intención.)  ¿Me podrá ayudar con algo? Las tripas me están cantando... Óigalas, es un concierto. Gori, gori, gori...  (Pausa. El VIEJO no responde. La NEGRA se persigna. Sincero.)  Quizás, después, lo que usted me ha contado, pueda regarlo por todo el mundo. Seré su sargento político, su secretario, su hombre de confianza, su guarda espaldas...
VIEJO.-  No necesito tanto, amigo. Me duelen los huesos.
MUCHACHO.-  Trataré, se lo aseguro.
VIEJO.-  Machaca, machaca... Con buenas intenciones se construyó el infierno. Usted, por su lado, yo por el mío. No nos confundamos. Téngalo presente. Ni con Dios ni con el diablo...
MUCHACHO.-  Y yo, de mentecato, proponiéndole de corazón...
VIEJO.-    (Evasivo.)  Atrapé un resfriado. La luna. Perra degenerada.  (Para sí.)  Tendré que denunciarla por chivata.  (En un exabrupto.)  Y usted me perturba, y llamaré ahora mismo a la policía. ¡Qué jodienda! ¡Éste es peor que una plaga de piojos...!
MUCHACHO.-  ¡Ah, Dios mío, Dios mío..., y usted sin darse cuenta me trae recuerdos, montones... Un pueblo y la ventolera agitando el polvo en una gigantesca plazoleta. El parque, no como éste, más bonito entodavía..., bonito a morirse, con farolas, y en la glorieta tocando canciones..., y las calles que se iluminan, y la vega del río en puro monte..., y a escondidas me bañaba..., y mamá peleaba, «no vayas, te vas a ahogar, mi nene.», y en andas, corría en bicicleta...  (Pausa larga. Se pasea por el escenario, buscando un apoyo. Más tarde se sienta.)  Yo no soy de aquí. Es la primera vez que vengo. Caí, por desgracia. Por mi vieja lo juro que una Estación de Policía...  (Simulando inocencia.) , le roncan el tubo ir de cabeza detrás de las rejas, sin comerlo mi beberlo, acosado por un viejo y la poli y los baños de manguera con agua fría y los chillidos de los presos en la madrugada...
VIEJO.-  Yo, sé, yo, yo sé... Una vez...
MUCHACHO.-    (Interrumpiéndolo.)  Oiga, con la debilidad que me mata y un resistero del diablo, en descampado, por esta zona, sin ninguna sombrita..., y en eso vino un mulato, un testaferro, un maleante, y sin venir a cuento me propuso que le vendiera un reloj enchapado..., de pulsera... Lo afirmo como que existe el cielo.  (En un rápido movimiento forma una cruz con los dedos y la besa.)  Así fue, compadre.  (Moviendo la cabeza, queda como en el vacío. La NEGRA da un grito casi imperceptible. Mecánico.)  Y apareció el viejito..., yo apenas me acuerdo..., quizás he perdido las huellas...

( Se oyen tambores lejanos y maracas.)

VIEJO.-   (Indiferente hace unos signos extraños con las manos, evocando el ritual de una liturgia antigua. Se para en seco. Recriminándolo.)  Recójase al buen vivir.  (De inmediato cambia de tono.)  A mí sin comerlo ni beberlo a cajas destempladas me metieron de cabeza en el vivac..., me acusaron de que yo me encueraba y bañaba en la Fuente de La India y me pajeaba ante el gentío, aquí mismito, y yo, ni de mentiritas, como que estoy vivito y coleando..., nunca, nunca..., y otra vez me cogieron meando, por allá por el bidé de Paulina, y aseguraban que yo le enseñaba mis partes a las muchachitas, dando jamón..., lo juro, ¡jamás!... y en aquel antro de la Estación dormí una buena semanita..., y no sé cómo me sacaron del apuro...  (Sonríe como si hubiera cometido una infracción.)  Usted y yo la hemos pasado negras.

(La música se acerca y se aleja. La NEGRA se incorpora y se sacude la falda, iniciando un atisbo de danza.)

MUCHACHO.-     (Para sí.)  Desconfianza, sí, desconfianza...,  (Lo mira fijamente.)  Qué pinta este tipo.  (Señala a la NEGRA y sonríe embaucador.)  ¿La conoce?
VIEJO.-    (Con desprecio, evidenciando una ambigüedad, a quién se refiere, al MUCHACHO a la NEGRA.)  Inmundo diablejo.
MUCHACHO.-  Los otros días se portó conmigo de chupa y déjame el cabo. ¡La pobre!... La gente se burla de ella y hasta le han encasquetado un apodo.  (Se vuelve para mirar a la NEGRA y se extasía.)  Fea, fea, fea, tan fea que llega al tope de fea, la muy condenada.  (La NEGRA se sienta.)  Mírela, mírela. Luce una reina. Mírela. O una Virgen.  (Pausa.)  Yo, qué caray, le agradezco el pedazo de pan con timba que me regaló..., y ahorita, usted vio, me abrazaba como a un fiñe.  (Desconociendo qué es lo que plantea.)  En este país..., amigo mío, en este país, a cualquiera se le ponen los pelos de punta... Mire en firme y verá..., ni de broma juegue..., caballero...
VIEJO.-    (Cortante.)  Desde el principio.  (Otro tono.)  No te fíes de ella.
MUCHACHO.-    (Molesto.)  ¿Qué, me intenta controlar? ¡Manda pinga!  (A la NEGRA.)  El pan con timba de anteayer, una delicia. ¿Tienes otro?  (Carcajeándose.)  Estoy en la fuácata.  (La NEGRA no se mueve.) 
VIEJO.-  Hazme caso.
MUCHACHO.-  Y bien, ¿por qué? Si nada malo ha hecho. Al contrario, churriburri.  (En otro tono.)  ¿Sabe que me trae en jaque? ¿Quién es usted? ¿Pretende, qué?... Ya me tiene hasta la coronilla con tanto sigilo...

(Vuelan algunas en rachas de hojas y pétalos.)

VIEJO.-  Escúchame.
MUCHACHO.-  ¿Dónde vive?
VIEJO.-  ¿Qué se trae entre manos?
MUCHACHO.-  ¡Vomita!
VIEJO.-  ¿Amenazas conmigo?
MUCHACHO.-  Vete a freír tusas.
VIEJO.-    (Se ríe, escandalizando, gritando y luego susurrando.)  ¡Se acabó lo que se daba!  (Imitando la voz del lobo.)  Es un misterio.
MUCHACHO.-    (Imitándolo.)  ¡Caperucita Roja y Aladino y la lámpara maravillosa!
VIEJO.-    (Burlón.)  En cualquier sitio. En todas partes.
MUCHACHO.-    (Jugando al ingenuo.)  ¿Sin techo fijo?
VIEJO.-   ¿Para qué?
MUCHACHO.-    (En su juego.)  Me toma el pelo de lo lindo. Yo creía que abusaba de su generosidad y veo...
VIEJO.-  La verdad. Nunca necesito nada.
MUCHACHO.-    (Rotundo.)  Ah, sí..., usted vive del aire.
VIEJO.-    (Retomando el librote.)  Créeme. Con esto me basta.
MUCHACHO.-  ¡Vengan las mentiritas criollas! Usted piensa que soy tan estúpido como para tragarme semejante filfa.  (En tono divertido.)  ¡Vive del aire! ¡Con eso le basta! ¡Ja, ja, ja! Bonita chinchorrería. No tengo nada. No quiero nada. No busco nada. Nada de nada, la mayúscula nada. ¡En la inopia!... Usted, como mi tío Ruperto, pregona que el hombre es un asco, y si podía romperme el culo, me lo rompía, que encaprichado estaba. ¡Quien te crea...! ¡Bambollero! A mí que estoy en el erizo me lleva a paso de conga. Porque a mí, mi hermano se me forma un hueco en la barriga... Y esto resolverlo, difícil..., aunque me atuse, y ponga carita de yo no fui, señora, señorita, caballero, por favor una pesetita, que mi abuelita se muere tísica en el hospital... la gente de reojo me espanta tremendo sal pa fuera, anda, bribón, arrégleselas como pueda, búscate un trabajo, con ese cuerpazo mendigando, no le da vergüenza..., y yo, en la prángana, zapateando calles, parques y plazoletas me reconcomo los hígados, con el deseo de gritar y mandar a la gente a la porra..., destruir, salir corriendo...  (Agitado.)  Paso por una vidriera y veo una panetela borracha y al doblar una esquina en pantalla completa exhiben el anuncio de un plato de frijoles negros..., y la boca se me hace agua..., aguanta que te aguanta, como un mulo de carga, jadeando, con la lengua afuera...
VIEJO.-  ¿Intenta qué, responsabilizarme?... ¿En ese desatino, qué parte me toca...? ¿Acaso por los pellejos que me bambolean, por la gardenia en el ojal o por la neblina que barre la ciudad?  (Retándolo.)  ¿Quiere matarme? ¡Hágalo! Ningún miedo le tengo.  (Mimando.)  Con un cuchillo o una soga, ¡crac!, y del otro lado. Morir no me importa, mejor que vivir en la miseria. Muriendo, se elimina la penuria..., y uno entra a paso seguro a desvanecerse en polvo.  (Con una sonrisa plácida, y amable.)  ¡Insúlteme! ¡Ya tendrá que arrepentirse!
MUCHACHO.-  Vaya, su Excelencia.  (En otro tono.)  Asimismo decía mi madre.
VIEJO.-    (Salta, circula igual que un enajenado.)  ¡No! ¡No me compare! Usted no es el único en este planeta que merezca una atención especial. Hay los de arriba y los de abajo..., y nosotros...  (Ríe estruendosamente, pateando, golpeándose los muslos.)  Uf, qué barbaridad. De abajo y de arriba, y nosotros, dónde estamos, dónde, abajo o más abajo..., discutiendo por qué en el vacío...  (A la NEGRA.)  Eh, tú, ¿de acuerdo está en que debe creerme?  (La NEGRA se acicala, se pinta los labios.)  Ésa la goza en grande.  (Al MUCHACHO)  Fíjese en ese fenómeno.

(El MUCHACHO mira a la NEGRA, sin verla. Permanece sumergido en alguna evocación. Sonríe mecánicamente.)
  
 (Con sorna.)  Cuquita, vieja puta, te vas a dar una vueltecita. Por el momento, por el momento el negocio rinde una mirringa. Antes, cuando las vacas gordas, nadabas en oro. ¡En tus buenos tiempos!  (La NEGRA, quizás con disimulo, le echa un vistazo.)  Y, a veces..., invariablemente, me azota una visión...  (Al MUCHACHO que escasamente le atiende.)  ¡Te lo había dicho! ¡La conozco! ¡Un pimpollo! ¡Con aire de chirusa, pero simpática! Aretes, pulseras, oro, mucho oro. Con sus faldones amarillos y azules, mejor guarabeados..., y las blusas desgolletadas, alborotaba el barrio de La Habana Vieja y en Puentes Grandes armaba un titingó, y ni se fijaba en mí. Yo llevaba un violín a cuestas, recorrí a los pueblos, los pueblos más olvidados, y la gente se estropeaba el galillo «Eh, Jiniguano, Príncipe de Versailles, tócame Papaíto Compay Gallo», y yo tocaba y entonces se desternillaban de risa y yo les veía los dientes podridos y lloraba y lloraba tanto que se ponían muy serios y venía una mujer gorda oliendo a cebolla y se arrodillaba delante de mi y chillaba: «Es un ángel, es el hijo de la Virgen». Llegaba de pronto un escuadrón pacapún, pacapún pacapún, de la tropa pretoriana y se creaba un barullo de polvo y lamentaciones, y me trepaban a un trípode y me llevaban en andas por la Calzada de Luyanó «Viva Tito Andrónico», y mi hermano que tenía malas pulgas conspiraba y me arrastró de allí, secreteando a quien quisiera oírlo que yo era un traidor, un voluntario de la guerra de los negros en la zona de Santiago, y me arrebató el violín, lo pateó y desguabinó contra las piedras... Y quedé ánima en pena, sin mi violín... Solo... Y el carnicero me tiró las piltrafas del perro... Y mi primo Juvencio, la cara llena de verrugas y el pelo de rojo azafrán...  (Susurrante, aproximándose al MUCHACHO.)  No te fíes de ella. Una pécora. Una puerca. Ella, ella. El demonio de que habla el libro. Me perseguía y yo le huía como a la peste.  (La NEGRA gesticula su desprecio, escupe y sigue acicalándose.)  Mi primo Juvencio que la conoció en Batabanó me dijo que le dijeron, a mí no me lo creas, que era verídico que vino de Haití a los diez años, atada con grilletes, entre una tonga de delincuentes, y la metieron en una tronera a cal y canto, y mira lo astuta que es que luego se fue con un chino...
MUCHACHO.-    (Sin creerle apenas.)  ¡Qué historia!
VIEJO.-  ...¡que siempre se anudaba la corbata!
MUCHACHO.-    (Abstraído.)  ¿Sabe usted..., mi madre..., ay, mi madre..., sabe? La quise matar, casi sin pensarlo, sí, porque ella me dijo que papá alzó la pata de casa y que el causante era menda..., y andaba yo martillando en el patio una lata y de pronto, ¡zaz!..., no, no, imposible que me detenga en esa idea, y me machaqué un dedo.  (Pausa. Otro tono.)  Resulta bastante raro. De vez en vez siento que me desvanezco, que me evaporo, que soy alguien que no conozco, que probablemente sea mi enemigo.  (Sonriente.)  ¿A que no lo adivina? No me diga que sí, porque lo degüello.  (Pausa.)  La recuerdo. Un día más que otro. Muy linda. Por las mañanas se levantaba a la salida del sol. La veo todavía.  (Acorde de la armónica.)  Parecía, cómo diría... Compararla, a nadie.  (Acorde de la armónica.)  Murió, ya se lo dije. Mierda, repito lo mismo. Sin embargo de santa no tenía un pelo, porque me metió de a timbales en la estación de policía al descubrir que yo guardaba una ñinguita de hierba debajo de la colchoneta.  (Pausa.)  Jamás volveré al pueblo. Hubo cosas difíciles. Un incendio y asesinaron a un viejo.  (Acorde de armónica.)  Demasiado feotas.  (Lo observa extraviado en su confesión, lo agarra por los hombros.)  En el velorio..., quise que la anegaran de flores, muchas, muchas flores, de lilas, de geranios, de girasoles, y empecé a vociferar...
VIEJO.-  ¡Suélteme! ¡Que me acogota!
MUCHACHO.-  ¡Perdón, perdón! En un tris me falló el chucho,...  (Lo suelta, se precipita hacia el proscenio.)  Entonces un borrico entró en el cuarto donde la tendieron, se me acercó y me sopló bajitico que no, que no podía ser, y yo dije que sí, y a eso intervino mi tío y le cuchicheó que me dejara, que no sabía lo que estaba diciendo y que yo no pintaba ni resolvía, y me disparó un gaznatón, y en aquel minuto, compadre, me subió un eructo de fuego, lo sujeté por el gaznate y si me dejan, me lo como vivo.  (Pausa.)  Peor fue después, al declararse el fuego en la funeraria...  (Pausa larga.)  Feotas, en confianza le repito, feotas.  (Desconcertado, se sienta en escalón.)  ¿A dónde me meto esta noche? ¿Dónde? ¿A quién le rapiño la jama, a quién?... ¡Las veo de todos los colores, coño!

(El VIEJO vuelve a su posición inicial. Hojea el libraco carcomido. El MUCHACHO, repentinamente, observa el sitio, como si no lo conociera. Coge la varilla, da vueltas en torno al VIEJO. Éste no se mueve, expectante. La NEGRA termina de pintarse, se endereza, compone su vestido y su manto, y se sienta. Cabecea o lo parece. El MUCHACHO regresa al punto inicial. (Escena muda.) El VIEJO saca unas gafas antiguas, se las pone. Las gafas ruedan por el suelo. El MUCHACHO se precipita y las recoge, entregándoselas. El VIEJO se lo agradece. Repite la operación de ponérselas. Enseguida hojea el libro y pronuncia palabras ininteligibles. Se levanta, se mueve alrededor de un círculo imaginario. Se sienta, frustrado. El MUCHACHO se burla en un tono juguetón, más bien, amable.)
  
Muchacho. ¿Habla conmigo?  (Se acerca y acuclilla.)  ¿Puedo?
VIEJO.-  Concentración, concentración...
MUCHACHO.-  Creí que me llamaba.
VIEJO.-  Medito.
MUCHACHO.-  ¿Quiere que le confiese una cosa?
VIEJO.-    (Cantando.)  Al ánimo, al ánimo, la fuente se rompió.  (Pausa. En un tono suave y cruel.)  Váyase, mi hijito, de una vez y por todas.  (Sigue cantando.)  Que sí, que no, que se asoma el gallo quiquiriquí, dale al ánimo, al ánimo, la fuente se rompió y yo diré que sí, y tú dirás que no...
MUCHACHO.-  (Abordándolo de una manera totalmente imprevista.) Yo..., yo..., entrometerme le aseguro que contaría hasta diez.  (Sonríe como un niño.)  Como usted afirma..., en el principio. Una magnífica teoría.  (Pausa breve, observándose distraídamente las uñas.)  Pasarme por un angelito sería el colmo... Soy un guacarnaco, de la cabeza a la punta de los pies, pero la necesidad me sobrepasa, usted comprende...  (Otro tono.)  Si le place..., me gustaría que me enseñara... Escúcheme. Confiar puede. A pie juntillas. Hago lo que quiera y resuélvame.  (Casi cuchicheando.)  A nadie le diré ni ji. Estamos hablando entre hombres. Por la vieja, le juro. Por los santos que cubren los cielos y los espantos.  (Las lágrimas resbalan por sus mejillas.)  La necesidad obliga, monina.
VIEJO.-  Mis años, jovencito. No vas a entender.
MUCHACHO.-  Haga la prueba.
VIEJO.-  Cuando llegue la ocasión.
MUCHACHO.-  Le prometo que no soy tan bruto como la gente se figura. Además como seres humanos, en un punto, bueno, hablando correctamente, sin ninguna faramalla ni tampoco orgullo...
VIEJO.-  En todo caso, cálmese... ¿Has visto como las farolas parpadean?... Es como si anunciaran que llegará pronto el otoño y se cubrirán de hojas y de pétalos los espacios.
MUCHACHO.-    (Sin oírlo. Otra vez confidencial.)  Hará cuestión de dos días, estuve con un mago del circo Pubillones y aprendí ciertos...  (No pronuncia la palabra, juega al inocente.) , ciertos..., trucos, boberas, y me regalaron la armónica y unas cartas que afirman que dan la buena suerte. A mí no me crea, pues de cierto modo, me las regalaron y a caballo regalado no se le ven las mataduras  (Ríe.) 
VIEJO.-  ¡Complicado el nene! Además esta gentecita engaña, engaña, engaña...
MUCHACHO.-    (Imitando el tono del VIEJO.)  Vive, vive, vive.

(En un acto de seducción el MUCHACHO saca el paquete de cartas de la baraja, las mueve, las organiza a su modo, y le demuestra su pericia, sus mañas, escondiendo una y luego mostrándola. Estas acciones deben poseer un encanto particular, mágico.)

MUCHACHO.-  Cerciórese. Ninguna trampa. Fácil y difícil, a la vez ¡Fantástico! ¡Me encanta! ¡Posiblemente la vida sea un juego, maestro! ¡Un crucigrama, una adivinanza!
VIEJO.-  ¿Lo afirmaría?
MUCHACHO.-    (Sincero y agresivo.)  Muéstreme entonces, señor Nostradamus.  (Pausa. Teatral y burlón, mientras mueve a veces las cartas.)  Soy igualito que un pitirre. O una cotorrita del Pinar.  (Saltando acuclillado por el escenario.)  Cuá, cuá, cuá. O un chimpancé. Levito, circunvuelo y voy cayendo, cayendo en el vacío como maná en el patio. Aguántame que me desboco. Mamacita, mamacita linda.  (Emite ruidos. Sofocado, se para en seco delante del VIEJO.)  Dígame, como usted sabe tanto.  (Burlón, con gestos afectados.)  Que así relajeaban en mi pueblo al cronista social afirmando que era una enciclopedia viviente.
VIEJO.-  ¡No le veo la gracia!
MUCHACHO.-    (Rápido.)  ¡Ni yo tampoco! Suelte prenda.
VIEJO.-  ¡Ni pensarlo!
MUCHACHO.-  ¡Al pan, pan!
VIEJO.-  Medito en los siete círculos que conforman los siete laberintos que conducen hacia un puente que no vemos. Los siete círculos son siete puertas proyectadas en el farallón de la costumbre..., y a veces me acontece que me duermo despierto y no tengo idea, recorriendo vidas anteriores que jamás he conocido..., superponiéndose una detrás de la otra..., aquí, entre dos espejos, delante de la llama de una vela...
MUCHACHO.-    (Reprimiendo la risa.)  ¿En los siete círculos? ¿Y dónde están? ¿En la estratosfera?
VIEJO.-    (Secreteando con aspaviento.)  En lo infinito.

( Un sutil cernido de hojas y pétalos.)

MUCHACHO.-    (Tono anterior.)  Hubiera jurado que por viejo guardaría mejor la forma.  (Al VIEJO.)  ¡Así que en el infinito!  (Mirándolo fijamente.)  ¡El infinito!... Larga tarea me pones.
VIEJO.-  Más allá, más acá... Estoy convencido que lo que le digo usted no lo entiende. Como la gente nunca entiende al otro y siempre piensa mal.
MUCHACHO.-    (Divertido, sin prestarle atención. Juega con las barajas.)  Ayer, no..., mentira: las otras noches..., mentira; un año a lo sumo..., quizás; por un tin me equivoco... ¡Yo vi un mapa, y en el mapa me encontré a un viejo tacaño que podía ser mi abuelo, jajaja...! ¡Más mezquino, coño, que una mazorca agusanada! ¡Un viejo con barba parecido a Mandinga! Una mezcla de oros, copas, espadas y bastos, rey de copas y rey de oros, sota, caballos. Mire, usted, todo se derrumba...
VIEJO.-    (Intrigado, con una vaga solemnidad.)  Repítame eso.
MUCHACHO.-  ¿Qué cosa?
VIEJO.-  Yo vi un mapa.  (Se transforma y se mueve imitando a un danzarín hindú.)  Yo vi un mapa..., yo vi un mapa...
MUCHACHO.-    (Mecánico, con fastidio.)  Yo vi un mapa.  (El VIEJO lo anima por señas a que continúe el parlamento. Él reacciona y plantea lo que le urge. Acaricia una bola de cristal imaginaria.)  Y en el fondo, en el fondo del fondo, resplandecía un plato de quimbombó, un bistec empanizado, unos platanitos maduros fritos, dos o tres tostones y una champola de guanábana...
VIEJO.-    (Indignado.)  ¿Y tú qué quieres que yo haga? Brujerías, patrañas, inutilidades.
MUCHACHO.-  ¿Cómo?
VIEJO.-  La experiencia habla.
MUCHACHO.-  ¡La experiencia! ¡Probable!... De muchachón, en la escuela, o antes, quizás, la maestra explicaba que el cuerpo determina, que uno jamás podría separarse de él, que cuerpo sano, mente sana, decían los antiguos..., que era sagrado, lo único sagrado que existe entre el cielo y la tierra, y mi padre me obligaba a que hiciera ejercicios, el cuerpo, el cuerpo, gritaba, y me puso a cargar piedras..., entre un elemento de siete suelas que yo me aterraba...
VIEJO.-    (Apenas sin oírlo.)  ¡El cuerpo, dices! ¡El cuerpo!
MUCHACHO.-    (Burlón.)  Dígame, señor, desentráñeme el misterio. Qué timbeque, papacito lindo, chinito de Cantón.
VIEJO.-    (Haciendo círculos en el aire con los dedos.)  Ahí reside la sabiduría. La eminente, la gran sabiduría..., por ejemplo, pienso que no lo conozco y siempre ha estado conmigo...
MUCHACHO.-  ¿En el cuerpo? ¿En el mapa? ¿En el mapa del cuerpo?
VIEJO.-  En los siete círculos.

(Un vendedor de tamales pregona a lo lejos. Rasgueos de guitarra.)

MUCHACHO.-    (Vulgar, feroz, gesticulando, agarrándose el sexo.)  ¡En este trozo de yuca, surrupio!  (Pausa. Se sienta desalentado. Cambia el tono, mostrando su doblez, señalando los libros.)  ¿Por qué no lee ahora un pedacito y después me ayuda con algo..., con cualquier perendengue?
VIEJO.-   (Evasivo. En el papel del anciano impotente.)  Con dificultad percibo, hijito. Se me emborronan las letras; puntitos, rayas, curvas, oblongas, circunferencias, rayas y rayas y rayas, usted no puede imaginar las mil y quinientas que paso.  (Otro tono.)  Y ahora usted me zarandea, me busca las cosquillas, y yo aterrizo despatarrado, y usted tan campante, jodiendo, agitándome, y yo qué debo hacer..., sí, sí, usted, mi sombra, mi dios, oculto en las tinieblas, azota que azota...  (Derrotado.)  Mis investigaciones se han ido al agua. Meses atrás me asaltaba la idea de ofrecer una conferencia sobre la estabilidad de la contradicción, y míreme usted, baldado, inútil, faltándome las fuerzas, sin defensa alguna. Una conferencia que haría sensación, estoy convencido... Una conferencia que me propusieron en el Salón de los Espejos, y yo de berraco, con mis humos de gran señor, de recatado y de puro, me tiraron a mondongo...
MUCHACHO.-    (Persuasivo.)  Vamos, hombre, tranquilo, tranquilo.  (Toma al VIEJO por un brazo.)  Venga, despacito. Conmigo no hay problema. Un hombre a todo. Yo le ayudo. En mi pueblo me llamaban el quimbao, y me reía, el quimbao, el quimbao... Usted me comprende perfectamente. Usted es un tipo inteligente. Diría una lumbrera. Un habitante de la luna, el poseedor de la buenaventura, el único...
VIEJO.-    (Zafándose.)  Que no, digo que no.
MUCHACHO.-    (En su chacota interior.)  ¿Se ofende? Ay, no creí que fuera tan delicado.
VIEJO.-  ¡Bazofia! ¡Váyase al cipote!
MUCHACHO.-  Su Excelencia es intocable.
VIEJO.-  A mi nadie me sopetea.
MUCHACHO.-    (Con el interés de robarle.)  Debajo de aquel farol.  (Lo arrastra a empellones.) 
VIEJO.-    (Rotundo, resistiéndose.)  ¡No, no, no! ¡Basta!
MUCHACHO.-  ¡Harás lo que yo quiera!
VIEJO.-  ¡Que no!  (Corre hasta su sitio y se sienta, sofocado, tantea una penca de cartón. Abanicándose.)  ¡La última palabra dije!
MUCHACHO.-    (Cae de rodillas. Trata de besarle las manos. Suplicante.)  No sea malito. Le prometo. Usted se parece a mi abuelo... ¡Traído de la mano de Dios!
VIEJO.-  Está bien, no exagere halándome la leva.  (Aclarándose la voz se toma su tiempo. Leyendo.)  En el principio era el principio y el principio como principio, que fue el principio... Mares irascibles, montañas en erupción, aires de azufre y la inmensidad dominada por el fuego...  (Deja la lectura, de pie con bastón en mano.)  Cercando la contradicción de la contradicción en una esfera donde se pierde el monte de las siete lunas, una caravana asoma su naricita y sus lápices de colores, y el embrujo se estratifica buscando el significado y el significante...  (Toma aliento apoyado en su bastón.)  Iba desmandado el gigante de las tres cabezotas por el barrio de Colón y se internaba por San Nicolás, corre que corre, ningún paradero, plaza abajo, plaza arriba, en nombre del Padre, del Hijo y del espíritu Santo, corre que corre, por los desiertos y las lagunas, y entre moñingos de perros, yo resucito en el cuerpo del Conde de San Germain...  (Baila.)  Abre camino, no te detengas, palabras, pedruscos, centellas, empellones, culi, culi, culi cagado, me voy al escusado.

(El VIEJO desaparece detrás del enrejado.)

MUCHACHO.-    (Violento.)  Si supiera lo gordo que me cae y el esfuerzo que hago con estas bainás.  (Pausa.)  Mi padre, por las noches, cuando estaba de vena, me leía libracos que no entendía. O entendía a medias. Puede que sea verdad o que en este momento cachicambié lo sucedido; que me invente recuerdos de libros leídos por otro. Es como una palabra que decía mi primo y me salta a menudo en la punta de la lengua y no comprendo, y olvido...

(Aparece el VIEJO al nivel de la baranda de hierro como un personaje del cine mudo, tratando de fisgonear a su alrededor. Despacio se contonea y llega a su sitio, haciendo reverencias y gestos inusuales desprovistos de lógica, del modo que se actúa en un circo o en una comedia de bulevar. El MUCHACHO continúa en su soliloquio. Se oye en la lejanía el son Échale salsita interpretado por el Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro.)
   
(A otro personaje imaginario.)
  
En mi pueblo había un cafre... Bah, ya se lo dije.  (Al VIEJO.)  ¿De regreso, mi amigo?... Siéntese, acomódese.  (El VIEJO duda.)  ¿A que no sabe cómo es mi pueblo? Un pueblo triste hasta más no poder donde espejea una laguna azul.  (Se extasía, la contempla.)  Más que azul..., se traga a los fiñes que caen en ella...  (Pausa. En otro tono.)  Allí somos gente importante y barín... Mucho pupú, casa con tres pisos. Mi tío Ruperto, de quien hablaba, se las traquetea. Altote, barrigón, grandes bigotes y un burujón de socios, y uno en particular, Chucho Carvajal que manichea en el Central y el batey. Fíjese usted cómo se arma el rebumbio que mi tío, siendo guarda espalda del Capitán de la Poli, allá en mi barrio, se fue al Central y afilando las garras de águila en los asuntos de dinero..., en el regateo la gente faroleaba que sí, que no, que al terminar la zafra... Me contaron, yo no lo vi, que se llevó en la golilla a más de siete, entre ellos a un negro..., y a más, acabó con la quinta y con los mangos, porque él no tiene miedo ni a Sansón Melena... ¡Ladrones, ladrones! ¡Una pandilla de ladrones!  (El VIEJO bosteza groseramente.)  Desde entonces le llaman el Alcalde, y ahí fue que encandilado por la historia se manifestó el Chucho Carvajal y se lo llevó a parte, diciéndole «Tú eres el hombre que necesito». Y andan a partir un piñón y se van de parranda que dura una semana, y mi tío saca un billetaje que no lo salta un chivo, y las mujeres se despatillan..., qué clase de hembras..., y el barrio entero en la efervescencia y el julepe, muerto de envidia..., todos, toditos, incluyendo a Panchito, el dueño del billar...  (Emite un silbido.)  Oiga, acompáñeme, compadre..., lo bueno que sería ahora meterle el diente a tremendo fricasé de pollo con pimientos morrones, su cervecita, y para terminar, unos casquitos de guayaba o de naranja bañados en almíbar con un quesito crema..., o qué caray, un pedazo de rompequijá que venden en la esquina. A falta de pan, casabe.  (Pausa.)  Para serle sincero a mi me gusta la vida suave. Lo mismito que a mi tío que se pasaba el santo día aconsejándome «Dobla el lomo», y que yo sepa él nunca lo dobló. Él a la bartola y que el mulo trabaje. No, viejo, no; de eso nada.  (El VIEJO pretende interrumpirle, no obstante el MUCHACHO sigue en su monólogo.)  Hablan hasta por los codos. Hablan, hablan..., y al fin y al cabo...  (Encogiéndose de hombros.)  ¡Cuentos de caminos!... O la sin hueso se despliega a millón, cepillando a media humanidad. A mi gustaba oírlo, se lo confieso. Luego me sentía mal. Por eso el día que murió mamá me anduve un tantico alterado por casa de Lola donde pululaban mujeres y me invitaron y me escurrí en una cama que se zarandeaba sola, riquirac, riquirac, y fue entonces que se declaró el incendio en la funeraria, «¿Qué fue?», gritaba, y me achujaron los perros «fue él, él fue»... Aciscado, con los chamas de enfrente de casa, con el hijo de Paco, el panadero, y con Lalo y con Yeyo..., a campo traviesa, por nuestra cuenta, a lo jíbaro, empezamos a tirar piedras en el río y a cazar pichones que se nos quedaban muertos al empuñarlos. Sin más, espanté la mula..., y nadie, nadie sabrá nunca, qué fue, cómo, quién, cuándo y por qué, se lo juro que nadie..., encaramado en los trenes de caña, en los camiones de carga de caballos o bueyes, en las carretas desperdigadas como fantasmas, me llegué, como quien logra su destino, a la capital, y aquí, vea usted, arrégleselas como pueda..., en el ballú de Carmela la Millonaria, en la casa de Pedro el Maricón... Porque uno es así..., barín.  (Pausa. Se cerciora de que el VIEJO dormita.)  Eh, usted... Mesié, mesié... No volveré a cortarle la inspiración... Despierte, hombre... La luna nos cae encima y baila entre nosotros un danzón... ¡Qué cosa!
VIEJO.-    (Totalmente atontado. Todavía dormitando.)  En el principio.
MUCHACHO.-  Mire la luna.
VIEJO.-  Se me nublan los ojos.
MUCHACHO.-  Límpiese los espejuelos.
VIEJO.-  Carijo, tienes razón.  (Se limpia las gafas con la camisa, mientras los libracos se desparraman a su alrededor.)  Es una historia que todos sabemos, que todos más o menos hemos sufrido.
MUCHACHO.-    (Teatralizando.)  Vaya. Tiene punta la cosa.
VIEJO.-  Como lo oye.
MUCHACHO.-  Para mí, primera noticia.
VIEJO.-  Porque la ocultan.
MUCHACHO.-  Debe ser aburrida.
VIEJO.-  Qué va, no lo crea.
MUCHACHO.-  En mi tierra jamás..., que yo sepa.
VIEJO.-  Pues su abuelo lo supo. Es un poco la historia que relata de su tío Ruperto. O la suya, la del incendio de la funeraria y la del crimen en la placita de Albear... «¡Mátalo, mátalo, sin piedad!», usted lo dijo, y trató de abacorarme..., por un tilín pierdo el resuello... «suéltame», y dijo que a su madre, me dijo que su padre, que el tío y el primo, el mundo colorao, Dios me libre y Dios me ayude, por mas que sea en los quintos infiernos, «auxilio, por San Bernardo y los ángeles caídos», que los astros se dislocan y rodarán más allá del globo terrestre, y tú y yo seremos pastos de los buitres..., «misericordia, piedad», en el desespero...
MUCHACHO.-    (Sobrecogido.)  Así puede ser.  (Pausa. Otro tono.)  Mi abuelo era como usted. ¡A los treinta, uno se las sabe todas!...  (Tono simpático.) , y mi abuelo y usted tienen la misma facha...
VIEJO.-    (Fingiendo.)  ¡Alabador!
MUCHACHO.-  ¡No lo cree!  (Mirándolo fijamente, de perfil, de frente.)  Sí, el doble, tal vez...  (De golpe.)  Su nariz. Me luce que..., idéntica, nada más de verla.
VIEJO.-    (Rápido, para desestabilizarlo. Suave.)  Quizás tenía algún detalle diferente. Alguna marca, algún rasguño, una verruguita, aquí, o allá..., quizás tú tienes razón cuando hablas del cuerpo, hay algo extraño y sagrado. Nadie es igual. ¡Se lo aseguro! Ni los gemelos. Aparentemente parece que no. Pero, sí. La naturaleza en eso es muy sabia. Otorga a cada uno una ración de algo imprevisto y único... ¡Se ríe!...  (Cambio total de tono.)  ¡Bribón!  (Toma la varilla del suelo y la blande a su alrededor.)  De a porque sí quiere meterme en su berenjenal. ¡Lo vi desde que llegó!  
(La NEGRA se agita y saca objetos inusitados de las jabas y cartuchos, como por ejemplo, unos soldaditos de plomo o madera, una lámpara portátil, un martillo, etc., corriendo de un lado para otro y gritando palabras enloquecidas.)

¡No tengo ni en qué caerme muerto! ¡Por experiencia, sé...!  (Se apuña el pecho.)  ¡Éste es el viejo de las barbas como Satanás! ¡No es ella!  (Risotadas.)  ¡Soy yo! Las cartas de la baraja lo dijeron, la reina y el rey... ¿A qué has venido, a qué?... ¿A asestarme la puñalada trapera?... ¿Por qué? ¡Piensa que fácilmente me meterá en un bolsillo y podrá aprovecharse a sus anchas!... ¿De qué?  (Golpea con la varilla a derecha y a izquierda.)  La historia de la mamá y del papá, del abuelito que se parece a mí...  (A carcajadas.) , del tío y del primo y de Chucho Carvajal... ¡Apártese!

(Lanza la varilla al suelo. Pausa. El MUCHACHO lo contempla sorprendido, fascinado, atontado. El VIEJO se recompone y se sienta, adquiriendo una falsa solemnidad. La NEGRA, al fondo, se arrodilla de espaldas al público y da golpes en el piso, chilla, vocifera, se contorsiona, de súbito se endereza. Siempre de espaldas al público.)

VIEJO.-  ¿Empezamos?
MUCHACHO.-  Estoy a su disposición.
VIEJO.-    (Ordenando los libracos, recita.)  En el séptimo día vino el séptimo arcángel... ¿Hubo alguna vez un arcángel?  (Pausa.)  ¿Podríamos dejarlo para otro momento, no le tienta...?
MUCHACHO.-  Un pedazo de pan...
VIEJO.-    (Sin oírlo, revisando los tarecos.)  ¡Me equivoqué! Debí comenzar por otro párrafo, antes del séptimo día..., cuando uno entra en éxtasis...
MUCHACHO.-    (Interrumpiéndolo. Inconsciente impulsado por las palabras.)  Mucha razón tiene, capitán. A veces uno confía y pierde el norte, como yo, aquí, ahora, viendo cachos que se encogen o se alargan, voy por una calle, la calle del Ángel, y no es la calle del Ángel sino la del Espíritu Santo, y me digo, «si recuerdo perfectamente el buen camino», y es incierto, las casas se achican a ras de tierra, los edificios se balancean, se desploma un timbiriche, más adelante la calle se tuerce, va hacia la derecha, buscando su equilibrio, gira, se contrae, aprieta a tal punto que me siento preso, reculo unos metros hacia la izquierda, y temblequean estas paredes donde me apoyo, en un lindero me muevo apenas, porque si doy un paso me desconchinflaría, sí, señor, entonces detengo la respiración, quisiera levitar, perderme, todo conspira, conspira contra mi, hablan hasta por los codos, riegan la porquería de los latones de basura, comienzan a ladrar unos perros, no, son mis propias voces, «corre, corre», «el incendiario, el asesino de su madre», «corre, corre, que el mundo es muy pequeño», me quedo fijo, segundos después me digo «aplácate, no jeringues», y una mano me toca el muslo, la mano, la mano, sacando fuerzas la obligo, la aparto, y la calle se cuartea, de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba, y estoy ante el espejo, me cuelo en él, la calle crece, se desvía, hacia el norte, hacia el sur, hacia el este, hacia el oeste, corro por un tablero de ajedrez, porque la calle es eso, un ojo mostrándome las cartas de la baraja, mi madre lloriquea, y dónde me encuentro...
VIEJO.-    (En un susurro, en un éxtasis místico.)  Comprendo.  (Hojea uno de los libracos y lee.)  El alma sana del hombre y el alma purificada de los ángeles se encuentran en una diagonal que coincide con el espectro solar, en una intersección, usted camina de espaldas por eso le ocurre...,  (Se persigna, espantado. , que yo puedo ser un asesino y usted la víctima...
MUCHACHO.-  Ayúdeme.
VIEJO.-  Las líneas astrales son confusas.
MUCHACHO.-    (Indignado.)  ¿Las oye? ¿Las está oyendo? Tengo las tripas pegadas.
VIEJO.-    (Sin oírlo.)  Conspiran las estrellas.
MUCHACHO.-  ¡Al carajo las estrellas!
VIEJO.-  En el séptimo círculo habitaban los ángeles destructores, y la tierra se abrió en tres pedazos...

(Se advierte música de flautas y de guitarras turcas.)

MUCHACHO.-  ¡Usted, increíble!... ¡Haciendo oídos sordos! ¡Basta, cojones!...  (Se echa a llorar.)  ¡Basta!  (Pausa.)  Toda mi vida elucubrando, calculando, rumiando y precipitándome en dar el golpe, en dar el golpe..., a toda costa... Mañana, tarde y noche...  (El MUCHACHO se abalanza sobre el VIEJO y lo derriba. El VIEJO se debate sofocado, sacando fuerzas, en un alarde de virilidad, transformándose la refriega en una danza violenta.) 
VIEJO.-    (Gritando.)  ¡Policía, justicia!... ¡Me desquijaras, cabrón!  (Forcejea con el MUCHACHO unos instantes encima de él.)  Misericordia, que me mata.  (El MUCHACHO lo golpea. El VIEJO se defiende y fácilmente se recompone.)  ¡Hijo de la gran puta!
MUCHACHO.-   ¡Tres quilos, le he dicho que tres quilos!  (Furioso, sollozando.)  No se hagas el come gofio... ¡Usted, usted...!  (Tirado en el suelo, despatarrado.) 
VIEJO.-  ¡Apacíguate, hijito! ¡Siéntate a mi lado!  (El MUCHACHO duda.)  ¡Acompáñame! ¡Verás que todo puede arreglarse!... ¡Y si no se arregla, al menos, ven!  (El MUCHACHO de mala gana obedece.)  ¡En el fondo de ti tú lo sabes!...

(La NEGRA se incorpora, va hacia el fondo y, con un gajo de albahaca, exorciza el escenario, pronunciando voces incomprensibles. Terminado el exorcismo, mira a su alrededor y recoge con parsimonia los objetos que había dispersado.)

VIEJO.-    (Al MUCHACHO.)  ¡Toca, toca tu armónica!...  (Pausa.)  Tócala!... Que se enciendan los ojos de los grillos, déjalos que penetren con sus gritos circulares..., que se esparza en torno nuestro el filtro de sus ensueños.  (Dormitando.)  ..., y creo que el amor...

(El MUCHACHO lo observa. La luna cae en el centro de la escena.)

MUCHACHO.-    (Preguntándose como si hablara con otro.)  ¿Usted cree...?  (Al VIEJO.)  ¿Usted cree...?  (En puntillas se acerca pretendiendo registrarlo. El VIEJO, con los ojos cerrados, le da un manotazo.) 
VIEJO.-  ¡Ajila!  (No se mueve.) 

(El MUCHACHO agita la varilla, amenazador. El VIEJO se pone en pie y le clava los ojos retador. El MUCHACHO inicia el mutis, por un lateral repitiendo el estribillo «Usted cree que...», entre risotadas y obscenidades. La NEGRA se levanta y se precipita hacia un lateral y acto seguido va al otro. El VIEJO se recuesta a lo largo del enrejado. La voz de un borracho canta: «Aunque tú me has dejado en el abandono...». Música de guitarras, maracas y claves.)

NEGRA.    (Gritando.)  ¡Llévatelo, viento de agua!  (Regresa, recoge sus trastos, abre la sombrilla y se dirige al público.)  ¿Quieren que te diga una cosa? La verdad, la purísima verdad. Yo creo. Sí, mi tierra, ¿qué voy hacer? Aquí lo que no hay es que morirse. Si no, polvo y ceniza. Y, quién me cuenta entonces el cuento que nunca se acaba, lo que dijeron en la esquina, en la casa de Chencha, y lo que dijo Cusita que no debió decir, que ella es candela y yo estoy en la prángana. Sí, mi cielo, sí. Ah, y lo que dejaron de decir... Porque Beba tiene un banco en el parquecito de Albear y yo le dije: «Mi hijita, me estás haciendo la competencia». Y yo la dejo y vengo para acá y no busco ningún tirijala... Hay que ir tirando, mi socio..., tirando hasta ver.  (Llamando a un espectador.)  Nene, ¿cuándo me das una pesetica?  (Abre una cartera.)  Hoy apenas me alcanza para una frita, y yo que soy la dueña de todos los bancos. No importa.  (Saca de una jaba un pan con dulce de guayaba y le da una mordida.)  La vida, mi hermano. La vida.  (Avanza hacia el primer plano, arrastrando el paraguas abierto.)  Yo, a pesar de todo, creo.  (Firme.)  Creo. Oye, viejo, aguanta. ¿Por dónde pasa la sesenta y seis?

(La luna ocupa lenta y totalmente el escenario.)




APAGÓN