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7/9/14

Las Sillas IONESCO



Las Sillas
IONESCO


DECORADO
Paredes circulares con un rehundimiento en el fondo. Representa una sala de paredes desnudas. A la derecha, par¬tiendo del proscenio, tres puertas. Luego, una ventana con un escabel delante; a continuación otra puerta. En el rehundi¬miento del fondo una gran puerta de honor de dos hojas y otras dos puertas que se enfrentan y encuadran la puerta de honor. Esas dos puertas, o por lo menos una de ellas, están casi ocultas a la vista del público. A la izquierda del escenario, siempre par¬tiendo del proscenio, tres puertas, una ventana con escabel que hace frente a la ventana déla derecha y luego una pizarra negra y una tarima. Para mayor facilidad véase el plano anexo.


1. — Gran puerta del fondo, de dos hojas.
2,3,4,5. — Puertas laterales de la derecha.
6,7,8. — Puertas laterales de la izquierda.
9,10. — Puertas ocultas en el rehundimiento.
12,13. — Ventanas (con escabel) de izquierda y derecha.
14. — Sillas vacías.
XXX. — Pasillo entre bastidores.

En la parte delantera del escenario, dos sillas juntas. Una lámpara de gas cuelga del techo.


Se levanta el telón. Semioscuridad, EL VIEJO está asomado a la ventana de la izquierda, subido en el escabel. LA VIEJA, enciende la lámpara de gas. Luz verde. Luego va a tirar al VIEJO de la manga.

LA VIEJA. — Vamos, querido, cierra la ventana. Se siente el mal olor del agua estancada y además entran mosquitos.
EL VIEJO. — ¡Déjame en paz!
LA VIEJA. — Vamos, vamos, querido, ven a sentarte. No te inclines, pues podrías caerte al agua. Ya sabes lo que le sucedió a Francisco I. Hay que tener cuidado.
EL VIEJO. — ¡Más ejemplos históricos! Cascarria mía, estoy harto de la historia francesa. Quiero ver; las barcas forman manchas en el agua a la luz del sol.
LA VIEJA. — No puedes verlas, porque no hay sol; es de noche, querido.
EL VIEJO. — Queda la sombra. (Se inclina mucho)
LA VIEJA. (Tira de él con todas sus fuerzas). — ¡Ay... me asustas, querido! Ven a sentarte. No las verás venir. No merece la pena. Es de noche. EL VIEJO se deja llevar a su pesar.
El. VIEJO. — Quería ver, me gusta mucho ver el agua.
LA VIEJA. — ¿Cómo puedes hacer eso, querido? A mí me produce vértigo. ¡No puedo acostumbrarme a esta casa, a esta isla, toda rodeada de agua, con agua bajo ventanas, hasta el horizonte...!

LA VIEJA, y EL VIEJO, LA VIEJA, arrastrando al VIEJO se diri¬gen hacia las dos sillas de la parte delante del escenario. EL VIEJO se sienta con toda naturalidad en las rodillas de LA VIEJA. .

EL VIEJO. — Son las 6 de la tarde. Es ya de noche. Recordarás que en otro tiempo no era así; todavía era de día a las 9 de la noche, a las 10 y hasta a medianoche.
LA VIEJA. — ¡Es verdad! ¡Qué memorial!
EL VIEJO. — Esto ha cambiado mucho.
LA VIEJA. — ¿Por qué, en tu opinión?
EL VIEJO. — No lo sé, Semíramis, mi boñiga. Quizá porque cuanto más se avanza más se hunde. Es a causa de la Tierra, que gira y gira.


LA VIEJA. — Gira, gira, queriendo. (Silencio.). ¡Sí, eres cierta¬mente un gran sabio! Tienes mucho talento, querido. Habrías podido ser presidente jefe, rey jefe y hasta mariscal jefe si hubieras querido, si hubieras tenido un poco de ambi¬ción en la vida.
EL VIEJO (mientras LA VIEJA se echa a reír suave y chocha¬mente, y luego cada vez más fuerte. EL VIEJO ríe tam¬bién). — Entonces rieron, les dolía la barriga, pues la histo¬ria era tan graciosa... Lo gracioso llegó arrastrándose sobre el vientre, con el vientre desnudo, pues lo gracioso tenía vientre. Llegó con un baúl lleno de arroz... El arroz se dise¬minó por la tierra... y lo gracioso también, arrastrándose sobre el vientre. Entonces rieron, rieron, rieron el vientre gracioso, desnudo de arroz en tierra, el baúl, la historia del mal de arroz vientre en tierra, vientre desnudo, todo de arroz, y entonces rieron y lo gracioso llegó completamente desnudo y rieron...

(Silencio).

EL VIEJO. — Entonces llega...
LA VIEJA — ¡Ah, si! Coordina...relata...
EL VIEJO (mientras LA VIEJA se echa a reír suave y chochamente, y luego cada vez más fuerte. EL VIEJO ríe también). — En¬tonces rieron, les dolía la barriga, pues la historia era tan gra¬ciosa... Lo gracioso llegó arrastrándose sobre el vientre, con el vientre desnudo, pues lo gracioso tenía vientre. Llegó con un baúl lleno de arroz...El arroz se diseminó por la tierra...y lo gracioso también, arrastrándose sobre el vientre. Entonces rieron, rieron, rieron el vientre gracioso, desnudo de arroz en tierra, el baúl, la historia del mal de arroz vientre en tierra, vientre desnudo, todo de arroz, y entonces rieron y lo gra-cioso llegó completamente desnudo y rieron...
LA VIEJA (riendo). — Entonces rieron de lo gracioso, entonces llegó completamente desnudo y rieron, el baúl, el baúl de arroz, el arroz en el vientre en tierra...
Los DOS VIEJOS (ríen juntos). — Entonces rieron. ¡Ahí... ri... ri..., rieron! Lo gracioso con el vientre desnudo y el arroz... el arroz... y el baúl... con... el... vientre... desnudo. (Los dos VIEJOS se calman poco a poco.) Rie...ron... ríe...ron... ríe... ron.
LA VIEJA. — Eso era, pues, tu famoso París.
EL VIEJO. — ¿Quien podría describirlo mejor?
LA VIEJA. — ¡Oh, tienes tanto talento, querido, tanto, tanto, tanto talento! Habrías podido ser algo en la vida, mucho más que un mariscal-conserje.
EL VIEJO. — Seamos modestos...contentémonos con poco...
LA VIEJA. — Quizás has destrozado tu vocación.
EL VIEJO (llora de pronto). — ¿La he destrozado? ¿La he roto? |Ah!, ¿donde estás mamá, mamá, dónde estás?... Ji, ji, ji ¡Soy huérfano! (Gime) Un huérfano...un huérfano...
LA VIEJA— Yo estoy contigo. ¿Qué temes?
EL VIEJO. — No, Semíramis, querida. Tú no eres mi mamá...Soy huérfano, huérfano. ¿Quién va a defenderme?
LA VIEJA. — ¡Pero yo estoy aquí, querido!
EL, VIEJO. — No es lo mismo...Yo quiero mi mamá, y tú no eres mi mamá.
LA VIEJA (acariciándole). — Me destrozas el corazón. No llo¬res, querido.
EL VIEJO. — ¡Ji, ji! ¡Déjame, jji, ji! Me siento todo roto, me duele, mi vocación me duele, porque se ha roto.
LA VIEJA. — Cálmate. EL VIEJO (solloza con la boca muy abierta, como un bebé) — ¡Soy un huérfano... un huérfano...!

LA VIEJA (procura consolarlo, lo acaricia). — Mi huerfanito querido, me partes el corazón, huerfanito mío.

(Mece al VIEJO, que se ha puesto de rodillas).

EL. VIEJO (solloza). — ¡Ji, ji, jii! ¡Mi mamá! ¿Donde está mi mamá? Ya no tengo mamá.
LA VIEJA. — Yo soy tu mujer y ahora soy tu mamá.
EL VIEJO (cediendo un poco). — No es cierto; soy huérfano. ¡Ji, Ji!
LA VIEJA (que sigue meciéndolo). — ¡Querido mío, mi huérfa¬no, mi huerfanito, mi huerfanón!
EL VIEJO (todavía enfurruñado se deja hacer cada vez más). — No, no quiero...no...quiero.
LA VIEJA (canturreando). — Huérfano-lí, huérfano-lá, huérfano-lán, huérfano-lon.
EL VIEJO. — NO...O...O. NO...O...O.
LA VIEJA (lo mismo). — Li Ion lalá, li Ion la laira, huérfano-li, huérfano-lá, huérfano-lilalá.
El. VIEJO. — ¡Ji, ji, ji, ji! (Se sorbe los mocos y se calma un po¬co.) ¿Dónde está mi mamá?

LA VIEJA. — En él cielo florido...Te espera, te mira entre las flores. No llores, porque la harás llorar.

EL VIEJO. — No es cierto..., no me ve..., no me oye. Soy huérfano, en la vida, tú no eres mi mamá.
LA VIEJA (EL VIEJO está casi tranquilo). — Vamos, cálmate, no te pongas en ese estado... Posees enormes cualidades, mi mariscalito... Sécate las lágrimas. Los invitados vendrán esta noche y no deben verte así... No estás destrozado, no estás perdido. Les dirás todo, les explicarás; tienes un mensaje...Dices siempre que se lo dirás...Tienes que vivir, tienes que luchar por tu mensaje.
EL VIEJO. — Tengo un mensaje, es verdad, y lucho. "Tengo una misión, tengo algo en el vientre, un mensaje que comunicar a la humanidad, a la humanidad...
LA VIEJA. — A la humanidad, querido, tu mensaje.,
EL VIEJO. — Es cierto, cierto.
LA VIEJA (le limpia los mocos al VIEJO y le enjuga las lágrimas). — ¡Ajá! Eres un hombre, un soldado, un mariscal-conserje.
EL VIEJO (ha dejado las rodillas de LA VIEJA, y se pasea a pasitos, agitado). — Yo no soy como los otros, tengo un ideal en la vida. Quizá tenga talento, como tú dices; tengo talento, pero no facilidad. He desempeñado bien mi puesto d conserje, he estado siempre a la altura de la situación, honorablemente, y eso podría ser suficiente...
LA VIEJA. — No para ti. Tú no eres como los otros, eres mucho más grande, y, no obstante, habrías hecho mucho mejor si te hubieras puesto de acuerdo, como todos, con todos Has dis¬cutido con todos tus amigos, con todos los directores, con to¬dos los mariscales, con tu hermano.
EL VIEJO. — No es culpa mía, Semíramis. Sabes muy bien que dijo.
LA VIEJA. — ¿Qué dijo?
EL VIEJO. — Dijo: "Amigos míos, tengo una pulga. Os visito con la esperanza de dejar la pulga en vuestra casa”.
LA VIEJA. — Son cosas que se dicen, querido. No debías haber hecho caso. ¿Pero por qué te enojaste con Carel? ¿Fue también por culpa de él?
EL VIEJO. — Me vas a enojar, me vas a enojar, querida. Por supuesto, él tuvo la culpa. Vino una noche y dijo: "Les deseo buena suerte. Debería decirles la palabra que trae la buena suerte, pero no la digo, la pienso". Y se rió como un becerro.
LA VIEJA. — Lo dijo con buena intención, querido. En la vida hay que ser menos delicado.
EL VIEJO. — No me gustan esas bromas.
LA VIEJA. — Habrías podido ser marino jefe, ebanista jefe, rey de orquesta jefe.

(Largo silencio. Permanecen un tiempo inmóviles, muy rígidos en sus sillas).

EL VIEJO (como en sueños). — Era en el extremo del extremo del jardín... Allí estaba... allí estaba... ¿Qué era lo que estaba, querida?
LA VIEJA — ¡La ciudad de París!
EL VIEJO. — En el extremo, en el extremo del extremo de París había... ¿Qué era lo que había?
LA VIEJA. — ¿Qué era lo que había, querido, qué era lo que había?
EL VIEJO. — Había un lugar, un tiempo exquisito...
LA VIEJA. — ¿Tú crees que era un tiempo tan bueno?
EL VIEJO. — No recuerdo el lugar...
LA VIEJA. — No te canses la cabeza.
EL VIEJO. — Está demasiado lejos. Ya no puedo... alcan¬zarlo... ¿Dónde estaba?
LA VIEJA. — ¿Pero qué?
EL VIEJO. — Lo que yo...lo que yo... ¿Dónde estaba? ¿Y qué era?
LA VIEJA. — Donde quiera que sea, yo te seguiré a todas par¬tes; te seguiré, querido.
EL VIEJO. — ¡Me cuesta tanto expresarme! Tengo que decirlo todo.
LA VIEJA. — Es un deber sagrado. No tienes derecho a callar tu mensaje. Tienes que revelárselo a los hombres, lo esperan. El universo sólo te espera a ti.
EL VIEJO. — Sí, sí lo diré.
LA VIEJA — ¿Estás completamente decidido? Es necesario.
EL VIEJO. — Bebe tu té.
LA VIEJA. — Habrías podido ser un orador jefe si hubieses teni¬do más voluntad en la vida...Me siento orgullosa, me siento orgullosa de que por fin te hayas decidido a hablar a todos los países, a Europa y a todos los continentes.
EL VIEJO — ¡Ay, me cuesta tanto expresarme! No tengo facilidad.
LA VIEJA. — La facilidad viene comenzando, como 1a vida y la muerte. Basta con decidirse. Hablando es como se encuentran las ideas, las palabras, y luego a nosotros mismos, en nuestras propias palabras. Y también se encuentra la ciudad, el jardín; tal vez se encuentra todo, y ya no se es huérfano.
EL VIEJO. — No seré yo quien hablará. He contratado a un orador profesional, y él hablará en mi nombre. Verás.
LA VIEJA. — Entonces, ¿será verdaderamente esta noche? ¿Al menos ha convocado a todos, a todos los personajes, a todos los propietarios y todos los sabios?
EL VIEJO: — Sí, a todos los propietarios y todos los sabios.

(Silencio)

LA VIEJA. — ¿A los guardianes, los obispos, los químicos, le caldereros, los violinistas, los delegados, los presidentes, los policías, los comerciantes, los edificios, las lapiceras, los cromosomas?
EL VIEJO. — Sí, sí, y a los carteros, los posaderos, los artistas, a todos los que son un poco sabios, un poco propietarios.
LA VIEJA. — ¿Ya los banqueros?
EL VIEJO. — Los he convocado.
LA VIEJA. — ¿Ya los proletarios, los funcionarios, los militares, los revolucionarios, los reaccionarios, los alienistas y le alienados?
EL VIEJO. — Sí, sí, a todos, a todos, pues todos somos sabios o proletarios.
LA VIEJA. — No te pongas nervioso, querido. No quiero molestarte. Eres muy negligente, como todos los grandes genios. Esa reunión es importante y es necesario que vengan todos esta noche. ¿Puedes contar con ellos? ¿Lo han prometido?
EL VIEJO. — Bebe tu té, Semíramis.

(Silencio).

LA VIEJA. — ¿Y el Papa, las papas y los papeles?
EL VIEJO. — Los he convocado. (Silencio.) Voy a comunicarles el mensaje... Durante toda mi vida he sentido que me ahoga¬ba. Ahora lo sabrán todo, gracias a ti y al orador. Sólo vo¬sotros me habéis comprendido.
LA VIEJA. — Me siento tan orgullosa de ti...
EL VIEJO. — La reunión se realizará dentro de unos instantes.
LA VIEJA. — Entonces, ¿es cierto que van a venir esta noche?
No sentirás deseos de llorar, pues los sabios y los propietarios reemplazan a los papas y las mamas. (Silencio.) ¿No se podría aplazar la reunión? ¿No nos va a fatigar demasiado?

(Agitación más acentuada. Desde hace algunos instantes EL VIEJO da vueltas, a pasitos indecisos, de anciano o de niño, alrededor de LA VIEJA. .Ha podido dar uno o dos pasos hacia una del las puertas, y luego volver a girar en torno.)

EL VIEJO. — ¿Crees de veras que eso podría fatigarnos?
LA VIEJA. — Estás un poco resfriado.
EL VIEJO. — ¿Y cómo se podría anular la reunión?
LA VIEJA. — Invitémoslos para otra noche. Podrías telefonear.
EL VIEJO. — ¡Dios mío, ya no puedo! Es demasiado tarde. ¡Ya le habrán embarcado!
LA VIEJA. — Debías haber sido más prudente.

(Se oye el deslizamiento de una barca en el agua).

EL VIEJO. — Creo que vienen ya. (Se oye más fuertemente el ruido que hace la barca al deslizarse en el agua). ¡Sí, vienen!
(Se levanta también y avanza rengueando).
LA VIEJA. — Tal vez sea el orador.
EL VIEJO. — Él no viene tan pronto. Debe de ser algún otro.
(Se oye llamar.)¡Ah!
LA VIEJA. — ¡Ah! (EL VIEJO y LA VIEJA, se dirigen, nerviosos, a la puerta oculta en el fondo a la derecha. Mientras dicen:)
EL VIEJO. — Vamos...
LA VIEJA. — Estoy completamente despeinada...Espera un poco...

(Se arregla el cabello y el vestido mientras camina rengueando y se estira las gruesas medias rojas).

EL VIEJO. — Debías haberte preparado antes. Tenías tiempo de sobra.
LA VIEJA. — ¡Qué mal vestida estoy! Tengo un vestido VIEJO, todo arrugado.
EL VIEJO. — ¿Por qué no lo planchaste?... ¡Apresúrate! Haces esperar a la gente.

(EL VIEJO, seguido por LA VIEJA, que refunfuña, llega a la puerta del fondo; no se los ve durante un breve instante; se oye abrir la puerta y volverla a cerrar después de haber hecho entrar a alguien).

VOZ DEL VIEJO. — Buenos días, señora, haga el favor de entrar. Nos alegramos de recibirla. Le presento a mi esposa.
VOZ DE LA VIEJA. — Buenos días, señora, me alegro mucho de conocerla. Cuidado, no se estropee el sombrero. Puede sacarse el alfiler, será más cómodo. ¡Oh, no, nadie se sentará Encima!
VOZ DEL VIEJO. — Deje ahí su tapado de piel. Yo le ayudaré. No, no se estropeará.
VOZ DE LA VIEJA — ¡Oh, qué lindo traje sastre!... Un corpiño tricolor. ¿Tomará usted algunos bizcochos? No está usted gruesa… no está regordeta... deje el paraguas.
VOZ DEL VIEJO. — Tenga la bondad de seguirme.
EL VIEJO (de espaldas). — No tengo más que un puesto modesto.

(EL VIEJO y LA VIEJA, vuelven al mismo tiempo y se apartan un poco para dejar entre ellos a la invitada. Esta es invisible}
(EL VIEJO y LA VIEJA avanzan ahora de frente hacia él proscenio.)

(Hablan a la Dama invisible que avanza entre ellos).
EL VIEJO (a la Dama invisible). — ¿Ha tenido buen tiempo?
LA VIEJA (a la misma). — ¿No está muy cansada?... Sí, un poco.
EL VIEJO (a la misma). — Al borde del agua...
LA VIEJA (a la misma). — Voy a traerle una silla.

(EL VIEJO se dirige a la izquierda y sale por la puerta 6).

LA VIEJA (a la misma). — Entretanto, tome esta silla. (Indica una de las dos sillas y se sienta en la otra, a la derecha de la Dama invisible.) Hace calor, ¿verdad? (Sonríe a la Dama.) ¡Qué lindo abanico! Mi marido... (EL VIEJO reaparece por puerta Nº 7, con una silla.) Me regaló uno parecido hace setenta y tres años. Todavía lo tengo. (EL VIEJO, pone la silla la izquierda de la Dama invisible.) ¡Fue para mi cumpleaños!

EL VIEJO se sienta en la silla que acaba de traer y la Dama invisible se encuentra en medio. EL VIEJO, con la cara vuelta hacia la Dama, le sonríe, mueve la cabeza, se frota suavemente las manos y parece escuchar lo que ella dice. LA VIEJA, hace lo mismo.

EL VIEJO. — Señora, la vida nunca ha sido barata.
LA VIEJA (a la Dama). — Tiene usted razón. (La Dama habla.) Es como usted dice. Ya es hora de que eso cambie (Cambio de tono.) Mi marido, quizá, se va a ocupar de ello. Él le dirá.
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Cállate, cállate, Semíramis. Todavía no es el momento de hablar. (A la Dama.) Discúlpeme, señora, por haber despertado su curiosidad. (La Dama reacciona.) No insista, estimada señora.

(Los dos sonríen, e incluso ríen. Parecen muy satisfechos con lo que dice la Dama invisible. Una pausa, un blanco en la conversación. Los rostros han perdido toda expresión

EL VIEJO (a la Dama). — Sí, tiene usted completa razón.
LA VIEJA. — Sí, sí, sí. ¡Cómo no!
EL VIEJO. — Sí, sí, sí. De ningún modo.
LA VIEJA. — ¿Sí?
EL VIEJO. — ¿No?
LA VIEJA — Usted lo ha dicho.
EL VIEJO (ríe) — No es posible.
LA VIEJA (ríe). — ¡Oh, en ese caso! (Al VIEJO) Es encantadora.
EL VIEJO (a LA VIEJA.). — La señora te ha conquistado. (A la Dama.) La felicito.
LA VIEJA (a la Dama). — Usted no es como las jóvenes de hoy día.
EL VIEJO (se agacha con dificultad para recoger un objeto invisible que la Dama invisible ha dejado caer). — Deje... no se moleste... yo lo recogeré... ¡Oh, se me ha adelantado usted!

(Se endereza).

LA VIEJA (al VIEJO). — Ella no tiene tu edad.
EL VIEJO (a la Dama). — La vejez es una carga muy pesada. Deseo que usted conserve su juventud eternamente.
LA VIEJA (a la misma). — Es sincero, habla su buen corazón.
(Al VIEJO) ¡Amor mío!

(Unos instantes de silencio. Los VIEJOS, de perfil a la sala, contemplan a la Dama y sonríen cortésmente. Luego vuelven la cabeza hacia el público, miran otra vez a la Dama y responden con sonrisas a su sonrisa, y luego con las réplicas que siguen a preguntas).

LA VIEJA. — Es usted muy amable al interesarse por nosotros.
EL VIEJO — Vivimos retirados.
LA VIEJA — Sin ser misántropo, a mi marido le gusta la soledad.
EL VIEJO — Tenemos la radio, yo pesco con caña y hay un servicio de barcos bastante bien organizado.
LA VIEJA — Los domingos pasan dos por la mañana y uno por la tarde, sin contar las embarcaciones particulares.
EL VIEJO. — Cuando hace buen tiempo brilla la luna.
LA VIEJA. — Asume siempre sus funciones de conserje... Eso le ocupa. La verdad es que a su edad podría descansar.
EL VIEJO — Ya tendré tiempo de descansar en la tumba.
LA VIEJA (al VIEJO). — No digas eso, queridito. (A la Dama.) La familia, lo que quedaba de ella, y los compañeros de mi marido venían a vernos de vez en cuando hace diez años.

EL VIEJO (a la Dama). — En el invierno me siento junto al radiador con un buen libro y los recuerdos de toda una vida
LA VIEJA (a la Dama). — Es una vida modesta pero muy llena... durante dos horas diarias trabaja en su mensaje.

(Se oye llamar. Pocos instantes después se siente el deslizamiento de una embarcación).

LA VIEJA (al VIEJO). — Viene alguien, Corre a abrir.
EL VIEJO (a la Dama). — Discúlpeme, señora. Un instante. (a LA VIEJA,). Apresúrate a traer sillas.
LA VIEJA (a la Dama). — Perdóneme, un momento, querida

(Se oyen violentos campanillazos).

EL VIEJO (corre, muy decrépito, hacia la puerta de la derecha mientras LA VIEJA va hacia la puerta oculta a la izquierda rengueando). — Es una persona muy autoritaria. (Se apresura, abre la puerta Nº 2 y entra el Coronel invisible. Quizá sea útil que se oigan, discretamente, algunos trompetazo, algunas notas de "Salut au Colonel". En cuanto abre la puerta al ver al Coronel invisible, EL VIEJO se cuadra respetuosamente). — ¡Ah... mi Coronel! (Levanta vagamente el brazo hacia la frente para hacer un saludo que no se concreta. Buenos días, mi coronel. Es un honor sorprendente para mí... Yo... yo... no esperaba... aunque... no obstante... En resumen, me enorgullezco de recibir en mi alojamiento discreto a un héroe de su talla. (Estrecha la mano invisible que le tiende el Coronel invisible, se inclina ceremonia mente y luego se endereza.) De todos modos, y sin falsa modestia, me permito confesarle que no me creo indigno de su visita. ¡Orgulloso, sí, pero no indigno!

(LA VIEJA aparece con su silla, por la derecha).

LA VIEJA. — ¡Oh, qué hermoso uniforme! ¡Qué bellas condecoraciones! ¿Quién es, querido?
EL VIEJO (a LA VIEJA). — ¿No ves que es el Coronel?
LA VIEJA (al VIEJO). — ¡Ah!
EL VIEJO (a LA VIEJA). — ¡Cuenta los galones! (Al Coronel) Es mi esposa, Semíramis. (A LA VIEJA). Acércate para qué te presentes a mi Coronel. (LA VIEJA se acerca, arrastrando con una mano la silla, y hace una reverencia sin soltar la silla al Coronel) Mi esposa. (A LA VIEJA.) El Coronel.
LA VIEJA — Encantada, mi coronel. Sea bienvenido. Es usted camarada de mi marido, pues él es mariscal...
EL VIEJO (descontento). — Mariscal-conserje.
LA VIEJA (el Coronel invisible besa la mano de LA VIEJA; lo que se advierte por el gesto de la mano de LA VIEJA que se alza como hacia unos labios. La emoción hace que LA VIEJA suelte la silla — ¡Oh, es muy cortés! ¡Bien se ve que es un superior! (Toma de nuevo la silla y le dice al Coronel.) Esta silla es para usted
EL VIEJO (al Coronel invisible). — Dígnese seguirnos. (Todos se dirigen al proscenio, LA VIEJA arrastrando la silla; al Coronel.) Sí, tenemos a alguien y esperamos a otras muchas personas.

(LA VIEJA coloca la silla a la derecha).
LA VIEJA (al Coronel). — Siéntese, se lo ruego.

EL VIEJO presenta una a otro a los dos personajes invisibles.
EL VIEJO - Una joven dama amiga nuestra.
LA VIEJA - Una amiga muy buena.
EL VIEJO - El Coronel... un militar eminente,
LA VIEJA (mostrando la silla destinada al Coronel. — Tome esta silla
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Pero no, ya ves que el Coronel quiere sentarse junto a la dama.

(El Coronel se sienta invisiblemente en la tercera silla partiendo de la izquierda del escenario; la Dama invisible se encuentra supuestamente en la segunda; una conversación que no se oye se entabla entre los dos personajes invisibles sentados el uno junto al otro; los dos VIEJOS permanecen de pie detrás de las sillas, a un lado y otro de los invitados invisibles, EL VIEJO a la izquierda. junto a la Dama, y LA VIEJA a la derecha, junto al Coronel
LA VIEJA (escuchando la conversación de los dos invitados)
- ¡Oh! ¡Oh! Es demasiado fuerte.
EL VIEJO (lo mismo). — Tal vez. (EL VIEJO y LA VIEJA se hacen señas por encima de las cabezas de los dos invitados, mientras escuchan la conversación, que toma un giro que parece distanciarse Bruscamente.) Sí, mi Coronel, no están todavía aquí, van a venir. Es el Orador quien hablará en mi nombre y explicara el sentido de mi mensaje... Cuidado, Coronel; el marido de esta dama puede llegar de un momento a otro
LA VIEJA (al VIEJO). — ¿Quién es este señor?
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Ya te he dicho: el Coronel.

(Se producen, invisiblemente, cosas inconvenientes).

LA VIEJA (al VIEJO). — Lo sabía.
EL VIEJO. — Entonces, ¿por qué preguntas?
LA VIEJA. — Para saber. Coronel, ¡no eche al suelo las colillas!
EL VIEJO (al Coronel). — Mi Coronel, mi Coronel: lo he olvidado. La última guerra, ¿la perdió o la ganó usted?
LA VIEJA (a la Dama invisible). — ¡Pero amiga mía, resista!
EL VIEJO. — Míreme, míreme, ¿parezco un mal soldado? Una vez, mi Coronel, en una batalla...
LA VIEJA. — ¡Exagerada! ¡Es indecente! (Tira al Coronel de la manga invisible.) ¡Escúchele! ¡Querido, no lo dejes hacer eso!
EL VIEJO (que continúa rápidamente). — Yo sólo maté 209. Se les llamaba así porque saltaban a gran altura para escapar. Sin embargo, eran menos numerosos que las moscas y menos divertidos, evidentemente, Coronel, pero gracias a mi fuerza de carácter, les... ¡Oh, no, se lo ruego, se lo ruego!
LA VIEJA (al Coronel). — Mi marido nunca miente. Somos ancianos, es cierto, pero no obstante somos respetables.
EL VIEJO (al Coronel, con violencia). — ¡Un héroe debe ser también cortés si quiere ser héroe completo!
LA VIEJA (al Coronel). — Le conozco desde hace mucho tiempo. Nunca habría creído que era capaz de hacer esto. (A la Dama, mientras se oye ruido de barcos.) Nunca habría creído que era capaz de eso. Nosotros tenemos nuestra dignidad, un amor propio personal.
EL VIEJO (con voz temblorosa). — Todavía me hallo en estado de llevar armas. (Suena la campanilla.) Discúlpenme, voy a abrir. (Hace un falso movimiento y derriba la silla de la Dama invisible.) ¡Oh, perdón! LA VIEJA (precipitándose). — ¿Se ha hecho usted daño? EL VIEJO y LA VIEJA ayudan a la Dama invisible a levantarse) Se ha ensuciado usted con el polvo.

(Ayuda a la Dama a quitarse el polvo. Vuelve a sonar la companilla).

EL VIEJO. — Disculpen, disculpen. (A LA VIEJA.) Ve a buscar una silla
LA VIEJA (a los dos invitados invisibles). — Discúlpenme un instante.

(Mientras EL VIEJO va a abrir la puerta Nº 3, LA VIEJA sale en busca de una silla por la puerta Nº 5 y vuelve por la puerta Nº 8)

EL VIEJO (que se dirige a la puerta). — Quería hacerme rabiar. Estoy casi fuera de mí. (Abre la puerta). ¡Oh, señora, es usted! no creo lo que veo y sin embargo... No la esperaba en modo alguno... Es verdaderamente... ¡Oh, señora, señora! No obstante, me he acordado mucho de usted durante toda mi vida, toda la vida. Señora, la llamaban "la bella"... Es su marido... me lo han dicho, seguramente... No ha cambiado usted en absoluto... ¡Oh, sí, sí, cómo se ha alargado su nariz, corno se ha hinchado! No lo había advertido a primera vista, pero ahora me doy cuenta... Se ha alargado terriblemente.... ¡Que lástima! Sin embargo, no ha sido intencionadamente. ¿Como ha sucedido eso? ¿Poco a poco?... ¡Discúlpeme, señor y querido amigo! Permítame que le llame querido amigo, conocí a su esposa mucho antes que usted. Era la misma, con una nariz muy diferente... Le felicito, señor, pues ustedes parecen amarse mucho. (LA VIEJA aparece con una silla por la puerta Nº 8.) Semíramis, han llegado dos personas y hace falta otra silla. (LA VIEJA coloca la silla detrás de las otras cuatro) y luego sale por la puerta 8 para volver por la puerta Nº 5 al cabo de unos instantes, con otra silla que coloca junto a la que había llevado poco antes. En ese momento EL VIEJO llega con sus dos invitados adonde está LA VIEJA.) Acérquense, acérquense. Tenemos ya gente y les voy a presentar... Así, pues, señora... ¡Oh, bella, bella, señorita Bella, como la llamaban!... Está usted encorvada... ¡Oh, señor! ella está muy bella todavía, de todos modos; bajo sus anteojos sigue teniendo lindos ojos; sus cabellos son blancos, pero bajo los blancos están los morenos, los azules, estoy seguro de eso. Acérquense, acérquense... ¿Qué es esto, señor, un regalo para mi esposa? (A LA VIEJA, que acaba de llegar con la silla,) Semíramis, es la bella, tú lo sabes, la Bella. (Al Coronel y a la primera Dama invisible.) Es la señorita, perdón, la señora Bella... no se sonrían... y su marido... (A LA VIEJA.) Es una amiga de la infancia de la que te he hablado con frecuencia y su marido. (De nuevo al Coronel y a la primera Dama invisible.) Y su marido.
LA VIEJA (hace una reverencia). — Hace bien las presentaciones, a fe mía. Y tiene buenos modales. Buenos días, señora. Buenos días, señor. (Indica a los recién llegados las otras dos personas invisibles.) Son amigos, sí.
EL VIEJO (a LA VIEJA) — Acaba de hacerte un regalo.

(LA VIEJA toma el regalo).

LA VIEJA. — ¿Es una flor, señor, o una cuna, o un peral, o un cuervo?
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Pero no, ¿no ves que es un cuadro?
LA VIEJA. — ¡Oh, qué bello es! Muchas gracias, señor. (A la primera Dama invisible.) Mírelo, por favor, mi querida amiga.
EL VIEJO (al Coronel invisible). — Tenga la bondad de contemplarlo.
LA VIEJA (al marido de la Bella). — Doctor, doctor, siente náuseas, vaharadas, se me revuelve el estómago, tengo dolores, no siento ya mis pies, se me enfrían los dedos, sufro del hígado. ¡Oh, doctor, doctor!
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Este señor no es médico, es fotograbador.
LA VIEJA (a la primera Dama). — Si ha terminado de contemplarlo, puedo colgarlo. (Al VIEJO) Eso no importa; de todos modos es encantador, deslumbrador. (Al fotograbador) Sin querer halagarle.

(EL VIEJO y LA VIEJA están ahora detrás de las sillas, muy cerca el uno del otro, casi tocándose, pero dándose la espalda, Hablan EL VIEJO a la bella y LA VIEJA al fotograbador. De vez en cuando dirigen, volviendo la cabeza, una palabras a uno u otro de los dos primeros invitados).
EL VIEJO (a la Bella). — Estoy muy conmovido... Usted es usted de todos modos... Yo la amaba hace cien años... Ha cambiado usted tanto... No se ha producido en usted cambio alguno... Yo la amaba y la sigo amando.
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Oh, señor, señor, señor!
EL VIEJO (al Coronel). — Estoy de acuerdo con usted al respecto.
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Oh, verdaderamente, señor verdaderamente! (A la primera Dama.) Gracias por haberlo colgado... Discúlpeme si la he molestado.

(La luz es ahora más intensa. Se hace cada vez más medida que entran los invitados invisibles).

EL VIEJO (casi lloriqueando, a la Bella). — ¿Dónde están las nieves de antaño?
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Oh, señor, señor, señor! ¡Oh, señor!
EL VIEJO (indicando con el dedo la primera Dama a la Bella). — Es una joven amiga... muy amable.
LA VIEJA (indicando con el dedo el Coronel al fotograbador — Sí, es el Coronel de Estado a caballo... un compa¬ñero de mi marido... un subalterno. Mí marido es mariscal.
EL VIEJO (a la Bella). — Sus orejas no han sido siempre puntiagudas. ¿Lo recuerda usted, bella mía?
LA VIEJA (al fotograbador, haciendo carantoñas grotescas. En esta escena se mostrará cada vez más grotesca, enseñará las gruesas medias rojas, levantará sus numerosas faldas, hará ver una enagua llena de agujeros, descubrirá su VIEJO pecho; luego, con las manos en las caderas, echará la cabeza hacia atrás mientras lanza gritos eróticos, separará las piernas y reirá como una VIEJA puta . Esta actitud, muy distinta de la que ha mantenido hasta el presente y de la que mantendrá luego, y que revela una personalidad oculta de LA VIEJA, cesará bruscamente). — Eso no es propio de mi edad, ¿no le parece?
EL VIEJO (a la Bella, muy romántico). — En nuestro tiempo la luna era un astro viviente. ¡Ah, sí, sí, si nos hubiésemos atre¬vido! Pero éramos niños. ¿Quiere que recuperemos el tiempo perdido? ¿Se puede todavía? ¿Se puede todavía? ¡Ah, no, ya no se puede! El tiempo ha pasado tan rápidamente como el tren. Ha trazado rieles en la piel. ¿Cree usted que la cirugía estética puede hacer milagros? (Al Coronel.) Soy militar, y usted también. Los militares son siempre jóvenes y los mariscales son como dioses. (A la Bella.) Así debería ser, pero, ¡ay de mi!, hemos perdido todo. Habríamos podido ser dichosos, se lo aseguro, se lo aseguro; habríamos podido, habríamos podido. ¡Tal vez nacen flores bajo la nieve!
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Adulón! ¡Pícaro! ¡Ah, ahí! ¿Así que parezco más joven que lo que corresponde a mi edad? ¡Es usted un pequeño apache! Y muy excitante.
EL VIEJO (a la Bella). — ¿Quiere usted ser mi Isolda y yo su Tristán? La belleza está en los corazones. ¿Comprende usted, habríamos tenido el placer compartido, la belleza, la eternidad... la eternidad...? ¿Por qué no nos atrevimos? No deseamos lo suficiente y lo hemos perdido todo, todo, todo.
LA VIEJA (al fotograbador). — ¡Oh, no, no! ¡Oh, la, la! Me produce usted escalofríos. ¿También usted siente cosquilleo? ¿Es cosquilloso o cosquillador? Siento un poco de vergüenza (Ríe.) ¿Le gustan mis enaguas? ¿Prefiere esta falda?
EL VIEJO (a la Bella). — ¡Una pobre vida de conserje!
LA VIEJA (vuelve la cabeza hacia la primera Dama a invisible). — ¿Para preparar seda de China? Un huevo de buey, una libra de manteca y azúcar gástrico. (Al fotograbador) Tiene usted dedos hábiles. ¡Ah, sin embargo...! ¡Oh, oh, oh!
EL VIEJO (a la Bella). — Mi noble compañera, Semíramis ha reemplazado a mi madre. (Se vuelve hacia el Coronel.) Coronel, yo se lo había dicho, no obstante: se toma la verdad de donde se la encuentra.

(Se vuelve de nuevo hacia la Bella).
LA VIEJA (al fotograbador). — ¿Cree usted verdaderamente, verdaderamente, que se puede tener hijos a cualquier edad?
EL VIEJO (a la Bella). — Eso es lo que me ha salvado: la vida interior, un interior tranquilo, la austeridad, mis investigaciones científicas, la filosofía, mi mensaje.
LA VIEJA (al fotograbador). — Todavía nunca he engañado a mi esposo, el mariscal... No tan fuerte, me va a hacer caer. Yo no soy sino su pobre mamá. (Solloza.) Una segunda, una segunda (lo rechaza), segunda mamá. Esos gritos los lanza su conciencia. Para mí, la rama del manzano está rota. Busque en otra parte su camino. Ya no quiero coger las rosas la vida...
EL VIEJO (a la Bella). —...preocupaciones de un orden superior...
EL VIEJO y LA VIEJA conducen a la Bella y al fotograbador junto a los otros invitados invisibles y los hacen sentar). EL VIEJO y LA VIEJA (al fotograbador y la Bella). — Siéntese, siéntense.
(Los dos VIEJOS se sientan también, él a la izquierda y ella a la derecha, con las cuatro sillas vacías entre ambos. Larga escena muda, puntuada, de vez en cuando, con "no", "sí", "no", "sí". Los VIEJOS escuchan lo que dicen las personas invisibles
LA VIEJA (al fotograbador). — Nosotros tuvimos un hijo... Vive, por supuesto... Se fue... Es una historia corriente... más bien extraña... Abandonó a sus padres... Tenía un corazón de oro... hace ya mucho tiempo... Nosotros que le queríamos tanto... Se fue cerrando con violencia la puerta... Mi marido y yo tratamos de retenerlo por la fuerza... Tenía siete años, la edad de la razón, y le gritamos: "¡Hijo mío, hijo mío!" Ni siquiera volvió la cabeza.
EL VIEJO. — ¡Ay, no, no! No hemos tenido hijos... Yo habría querido tener uno... Semíramis también... Hicimos todo posible... Mi pobre Semíramis era tan maternal... Quizás no lo necesitaba... Yo mismo he sido un hijo ingrato... ¡Ah!... Dolor, pesar, remordimientos, no hay más que eso... no nos queda más que eso.
LA VIEJA. — El decía: "¡Ustedes matan a los pájaros! ¿Por qué matan a los pájaros?"... ¿Nosotros no matamos a los pájaros?”… Nosotros no matamos a los pájaros, nunca hemos hecho daño a una mosca... El tenía gruesas lágrimas en los ojos y no nos dejaba que se las enjugáramos. No podíamos acercarnos a él. Decía: "Sí, ustedes matan a todos los pájaros, todos los pájaros". Y nos mostraba sus puñitos... "Mienten, me han engañado. Las calles están llenas de pájaros muertos, de niñitos que agonizan. ¡Es el canto de los pájaros!... "No, son gemidos... El cielo está rojo de sangre..." "No, hijo mío, está azul"... El seguía gritando:”Me han engañado, yo les adoraba, les creía buenos, pero las calles están llenas de pájaros muertos, ustedes les han sacado los ojos. Papá, mamá, son ustedes malvados... No quiero quedarme con ustedes"... Me hinqué de rodillas delante de él. Su padre lloraba... No pudimos retenerlo. Todavía le oímos gritar: "¡Son ustedes los responsables!"... ¿Qué quiere decir responsable?
EL VIEJO. — Dejé que mi madre muriera sola en una zanja. Me llamaba, gemía débilmente: "Hijito mío, mi hijo muy amado, ¡No me dejes morir sola! Quédate conmigo. No viviré mucho tiempo". Yo le dije: "No te preocupes, mamá, volveré dentro de un instante". Yo tenía prisa, iba al baile. "Volveré dentro de un instante". Cuando volví estaba ya muerta y enterrada profundamente. Cavé la tierra y la busqué, pero no pude encontrarla... Yo sé, sé, que los hijos abandonan siempre a su madre y matan más o menos a su padre... La vida es así... pero yo sufro... los demás, no...
LA VIEJA. — Gritaba: "¡Papá, mamá, no volveré a veros!".
EL VIEJO. — Sufro, sí, los otros, no...
LA VIEJA. — No le hable de ello a mi marido. ¡Amaba tanto a sus padres! No los abandonó un instante. Los cuidó, los mimó... Murieron en sus brazos, diciéndole: "Has sido un hi¬jo perfecto. Dios será bueno contigo".
EL VIEJO. — La veo todavía en la zanja; tenía un lirio en la mano y gritaba: "¡No me olvides! ¡No me olvides!" Gruesas lagrimas le asomaban a los ojos y me llamaba por mi sobrenombre de niño: "¡Polluelo mío —decía—, polluelo mío me dejes aquí sola!"

LA VIEJA (al fotograbador). — Jamás nos ha escrito. De vez cuando un amigo nos dice que lo ha visto aquí o allá, que se porta bien, que es un buen marido...
EL VIEJO (a la Bella). — Cuando volví estaba ya enterrada desde hacía mucho tiempo. (A la primera Dama.) ¡Oh oh, sí, señora! En casa tenemos cinematógrafo, un restaurante, cuartos de baño...
LA VIEJA (al Coronel). — Pero sí, Coronel, es porque él…
EL VIEJO. — En el fondo, es así.

(Conversación a intervalos que se atasca).

LA VIEJA. — Con tal que...
EL VIEJO. — Por lo tanto yo... le... Ciertamente.
LA VIEJA (diálogo dislocado, agotamiento). — En una palabra.
EL VIEJO. — Al nuestro y a los suyos.
LA VIEJA. — A lo que...
EL VIEJO. — Ya lo tengo.
LA VIEJA. — ¿Lo o la?
EL VIEJO. — Los.
LA VIEJA. — Los papillotes... ¡Quita allá!
EL VIEJO. — No hay.
LA VIEJA. — ¿Por qué?
EL VIEJO. — Sí.
LA VIEJA. — Yo.
EL VIEJO. — En suma.
LA VIEJA. — En suma.
EL VIEJO (a la primera Dama). — ¿Qué dice usted, señora?

(Un largo silencio. Los VIEJOS permanecen inmóviles en las sillas. Luego se oye otra vez la campanilla).

EL VIEJO (con una nerviosidad que irá aumentando). — Viene gente. Todavía más gente.
LA VIEJA. — Me había parecido oír barcas...
EL VIEJO. — Voy a abrir. Tú vete en busca de sillas. Discúlpenme, señores y señoras.

(Va hacia la puerta Nº 7).

LA VIEJA (a los personajes invisibles y presentes). — Levántese, por favor, un instante. El Orador llegará pronto. Hay que preparar la sala para la conferencia. (LA VIEJA arregla las sillas, con los respaldos vueltos hacia la sala.) Ayúdenme. Gracias.
EL VIEJO (abre la puerta Nº 7). — Buenos días, señoras; buenos días, señores. Sírvanse entrar.

(Las tres o cuatro personas invisibles que llegan son muy altas y EL VIEJO tiene que ponerse de puntillas para estrecharles la mano).

(LA VIEJA, después de colocar las sillas como se indica anteriormente, sigue al VIEJO).

EL VIEJO (haciendo las presentaciones). — Mi esposa... Señor... Señora... Mi esposa... Señor... Señora... Mi esposa...
LA VIEJA. — ¿Quiénes son todas estas personas, querido?
EL VIEJO (a LA VIEJA). — Ve en busca de sillas, querida.
LA VIEJA. — ¡Yo no puedo hacerlo todo!

LA VIEJA sale rezongando por la puerta Nº 6 y vuelve por la purria Nº 7, mientras EL VIEJO se dirige con los recién llegados hacia el proscenio).

EL VIEJO. — No deje caer su aparato cinematográfico. (Más presentaciones.) El Coronel... La Dama... La señora Bella... El fotograbador... Son periodistas que vienen también para escuchar al conferenciante, quien se presentará seguramente dentro de un momento... No se impacienten... No se van a aburrir todos juntos. (LA VIEJA reaparece con dos sillas por la puerta Nº 7.) Vamos, apresúrate con tres sillas. Falta todavía una.

(LA VIEJA va en busca de otra silla, siempre rezongando, por la puerta Nº 3 y volverá por la Nº 8).

LA VIEJA — Ya va, ya va. Hago lo que puedo. No soy una maquina... ¿Quiénes son todos ésos?

(Sale).

EL VIEJO. — Siéntense, siéntense, las damas con las damas y los caballeros con los caballeros, o al contrario si lo desean... No tenemos sillas mejores... Todo es un poco improvisado... Disculpen... Tome la del centro... ¿Quiere una estilográfica?... Telefonee a Maillot y hablará con Mónica... Claudio es providencial... No tengo radio... recibo todos los diarios... Eso depende de un montón de cosas... Administro esta casa, pero no cuento con personal... hay que hacer economías... nada de entrevistas por el momento, se lo ruego... Más tarde veremos... Les van a dar inmediatamente un asiento... ¿Pero qué hace esa mujer? (LA VIEJA aparece por la puerta Nº 8 con una silla.) Más de prisa, Semíramis.
LA VIEJA. — ¡Hago todo lo que puedo!... ¿Quiénes son ésos?
EL VIEJO. — Luego te explicaré.
LA VIEJA. — ¿Y aquélla? ¿Aquélla, querido?
EL VIEJO. — No te preocupes... (Al Coronel.) Mi Coronel, el periodismo es una profesión que se parece a la del guerrero… (A LA VIEJA.) Ocúpate un poco de las damas, querida... (Llaman. EL VIEJO corre hacia la puerta Nº 8.) Esperen un momento. (A LA VIEJA.) ¡Tus sillas!
LA VIEJA. — Señores y señoras, discúlpenme.

(Sale por la puerta Nº 3 y volverá por la Nº 2; EL VIEJO va a abrir la puerta oculta Nº 9, y desaparece en el momento en que LA VIEJA reaparece por la puerta Nº 3).

EL VIEJO (oculto). — Entren... entren... entren. (Reaparece arrastrando tras sí una cantidad de personas invisibles, entre ellas un niño al que lleva de la mano.) No se viene con niños a una conferencia científica. Se va a aburrir el pobrecito... Si se pone a llorar o a hacer pis en los vestidos de las damas, ¡la que se va a armar! (Conduce a los recién llegados al centro del escenario y LA VIEJA llega con dos sillas.) Les presento mi esposa, Semíramis. Esos son sus hijos.
LA VIEJA. — Señores, señoras... ¡Oh, qué lindos son!
EL VIEJO. — Este es el más pequeño.
LA VIEJA. — ¡Qué lindo! ¡Qué gracioso!
EL VIEJO. — No hay bastantes sillas.
LA VIEJA. — ¡Ah, la, la, la, la!

(Sale en busca de otra silla. Ahora utilizará para entrar y las puertas núms. 2 y 3 de la derecha).

EL VIEJO. — Tome al pequeño en sus rodillas... Los dos mellizos podrán sentarse en la misma silla... Cuidado, pues no son muy sólidas. Son sillas de la casa, pertenecen al propietario. Sí, hijos míos, discutiría con nosotros, pues es un malvada. Desearía que se las comprásemos, pero no merecen la pena (LA VIEJA llega lo más rápidamente que puede con otra silla) Ustedes no se conocen todos, se ven por primera vez... Se conocen de nombre... (A LA VIEJA.) Semíramis, ayúdame a hacer las presentaciones.
LA VIEJA. — ¿Quiénes son todas estas personas?... Voy a presentarles, permítanme, voy a presentarles... ¿Pero quiénes son?
EL VIEJO. — Permítanme que les presente... que le presente... que se la presente... Señor, señora, señorita... Señor... Señora... Señora... Señor.

(Nuevo campanillazo).

EL VIEJO. — ¡Más gente!

(Otro campanillazo).

LA VIEJA. — ¡Más gente!

Vuelve a sonar la campanilla, y luego otras y otras veces. EL VIEJO se siente agobiado. Las sillas, vueltas hacia la tarima, con sus respaldos hacia la sala, forman hileras regulares que van aumentando como en las salas de espectáculos. EL VIEJO, sofocado enjugándose la frente, va de una puerta a otra, y coloca a las personas invisibles en el escenario; los VIEJOS cuidan de no tropezar con la gente al deslizarse entre las hueras de sillas. El movimiento podrá hacerse del siguiente modo: EL VIEJO va a la puerta Nº 4, LA VIEJA sale por la puerta Nº 3 y vuelve por la Nº 2 EL VIEJO va a abrir la puerta Nº 7, LA VIEJA sale por la Nº 8 y vuelve por la Nº 6 con las sillas, etcétera, con el fin de dar la vuelta al escenario y utilizar todas las puertas.

LA VIEJA. — Perdón... perdón... ¿Qué?... Bien... Perdón... Perdón...
EL VIEJO. — Señores... entren... Señoras... entren... Es la señora... Permítame... Sí...
LA VIEJA (con sillas). — ¡Vaya... vaya! Son demasiados... Son verdaderamente demasiados, demasiados. ¡Vaya, vaya!

Se oyen afuera cada vez más fuertes y cada vez cercanos los deslizamientos de las embarcaciones en el agua; todos los ruidos llegan ahora de bastidores. LA VIEJA y EL VIEJO continúan el movimiento antes indicado; abren puertas y traen sillas. Toques campanilla).

EL VIEJO. — Esta mesa nos molesta. (Cambia de lugar, o más bien esboza el movimiento de cambiar de lugar una mesa, sin detenerse, ayudado por LA VIEJA) Apenas queda espacio aquí discúlpennos
LA VIEJA (esbozando el gesto de despejar la mesa, al VIEJO). — ¿Te has puesto el chaleco de punto?

(Campanillazos)

EL VIEJO. — ¡Más gente! ¡Sillas! ¡Más gente! ¡Sillas! Entren, entren, señores y señoras... Semíramis, más de prisa... Te ayudaría de buena gana...
LA VIEJA. — Perdón... perdón... Buenos días, señora... Señora... Señor... Señor... Sí, sí, las sillas.

EL VIEJO (mientras tocan la campanilla cada vez con más fuerza y se oye el ruido de las barcas que chocan con el muelle muy cerca y cada vez con más frecuencia, se enreda entre las sillas y casi no tienen tiempo de ir de puerta en puerta, con tal rapidez se suceden los campanillazos). — Sí, enseguida... ¿Te has puesto tu tricota?... Sí, sí... en seguida... Paciencia, sí, sí... Paciencia.
LA VIEJA. — ¿Tu chaleco de punto? ¿Mi chaleco de punto?... Perdón, perdón.
EL VIEJO. — Por aquí, señoras y señores... Les ruego... les rué... perdón... les ruego que entren... Voy a conducirles… a los asientos... Por ahí no, querida amiga... Cuidado... ¿Es usted amiga mía? (Luego, durante un largo instante, nada de palabras. Se oyen las olas, las barcas, las llamadas ininterrumpidas. El movimiento llega a su intensidad culminante. Las puertas se abren y se cierran sin interrupción. Sólo la gran puerta del fondo permanece cerrada. Idas y venidas los VIEJOS, sin decir palabra, de una puerta a otra; parecen deslizarse sobre ruedas. EL VIEJO recibe a los visitantes, los acompaña, pero no va muy lejos y se limita a indicarles los asientos después de dar uno o dos pasos con ellos. No tiene tiempo para más. LA VIEJA acarrea sillas. EL VIEJO y LA VIEJA se encuentran y tropiezan una o dos veces sin interrumpir el movimiento. Luego, en el centro y en el fondo del escenario, EL VIEJO, casi sin cambiar de lugar, se vuelve a derecha e izquierda hacia todas las puertas e indica los asientos con el brazo, que se mueve rápidamente. Por fin, LA VIEJA se detiene, con una silla en la mano, que deja en el suelo, vuelve a tomar y deja otra vez, aparentando que quiere ir también de una puerta a otra, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, moviendo muy rápidamente la cabeza y el cuello. Eso no debe hacer que decaiga el movimiento y los dos VIEJOS deben dar la impresión de que no se detienen, aunque apenas se muevan de su lugar; sus manos, su busto, su cabeza, sus ojos se agitan describiendo quizá pequeños círculos Finalmente se produce una disminución del movimientos, al principio ligera y luego progresiva; los campanillazos son menos fuertes y frecuentes, las puertas se abren al cabo de más tiempo, los gestos de los VIEJOS se hacen más lentos. En el momento en que las puertas dejan por completo de abrirse y cerrarse y ya no se oye tocar la campanilla, se deberá tener la impresión de que el escenario rebosa de gente).

EL VIEJO. — Voy a ubicarlos... Paciencia... Semíramis, por favor...
LA VIEJA (hace un gran gesto, con las manos vacías). — No hay más sillas, querido. (Luego, bruscamente, se pone a vender programas invisibles en la sala llena y con las puertas cerradas) ¡El programa! ¡Pidan el programa! ¡El programa de la velada! ¡Pidan el programa!
EL VIEJO. — ¡Calma, señores y señoras! ya se van a ocupar de ustedes. Cada uno a su turno, por orden de llegada. Tendrán asiento, todo se arreglará.
LA VIEJA — ¡Compren el programa! Espere un poco, señora, no puedo atender a todos al mismo tiempo, no tengo treinta manos, no soy una vaca... Señor, le ruego que tenga la amabilidad de pasar el programa a su vecina... Gracias... Mi mo¬neda, mi moneda.
EL VIEJO. — ¡Les digo que los van a ubicar! ¡No se impacienten! Por aquí, por ahí... cuidado. ¡Oh, querido amigo... queridos amigos!
LA VIEJA —...Programa... grama... grama...
EL VIEJO. — Sí, amigo mío, ella está allí, más abajo, vendiendo los programas. No hay tareas tontas... Es ella... ¿la ve?... Tiene usted un asiento en la segunda fila... a la derecha... no, a la izquierda... eso es. LA VIEJA —...grama... grama... programa... compren el programa…
EL VIEJO — ¿Qué quieren que haga? Hago todo lo que puedo. (A invisibles sentados.) Córranse un poco, por favor... Queda; un asiento y será para usted, señora... Acérquese. (Sube a la tarima, obligado por la presión de la multitud.) Señoras y señores tengan la bondad de disculparnos, pero ya no quedan asientos.
LA VIEJA (que se encuentra en el extremo opuesto, frente al VIEJO, entre la puerta Nº 3 y la ventana). — ¡Compren el programa! ¿Quién quiere el programa? ¡Chocolate helado, caramelos, bombones acidulados! (Como no puede moverse enclavada por la multitud, lanza sus programas y sus bombones al azar, por encima de las cabezas invisibles.) ¡Ahí los tienen! ¡Ahí los tienen!
EL VIEJO (en la tarima, de pie, muy animado; le empujan, baja de la tarima, vuelve a subir a ella, baja de nuevo, choca con un rostro, le golpean con un codo). — Perdón... mil disculpas... tenga cuidado.

(Empujado, se tambalea y le cuesta recobrar el equilibrio por lo que se ase a hombros invisibles).

LA VIEJA. — ¿Qué es toda esta gente? ¡Programa! ¡Compren el programa y bombones helados!
EL VIEJO. — Señoras, señoritas, señores, les suplico un instante de silencio... de silencio... Es muy importante... Se ruega a las personas que no tienen asiento que dejen libre el pasillo Así... No se queden entre las sillas.
LA VIEJA (al VIEJO, casi gritando). — ¿Quiénes son todas estas personas, querido? ¿Qué vienen a hacer aquí?
EL VIEJO. — Abran paso, señoras y señores. Las personas que no tienen asiento deben, para comodidad de todos, colocarse en pie contra la pared, allí, a la derecha o la izquierda ¡Oirán todo, verán todo! No teman, todos los lugares son buenos.

(Se produce un gran zafarrancho. Empujado por la multitud, EL VIEJO da la vuelta a casi toda la sala, hasta que va a encontrarse en la ventana de la derecha, cerca del escabel. LA VIEJA hace el mismo movimiento en sentido inverso, hasta encontrarse en la ventana de la izquierda, junto al escabel)

EL VIEJO (mientras hace el movimiento indicado). — ¡No empujen, no empujen!
LA VIEJA (lo mismo). — ¡No empujen, no empujen!
EL VIEJO (lo mismo). — ¡No empujen, no empujen!
LA VIEJA (lo mismo). — ¡No empujen, señoras y señores no empujen!
EL VIEJO (lo mismo). — ¡Calma!... ¡Poco a poco!... ¡Calma!
LA VIEJA (lo mismo). — Pero ustedes no son salvajes, a pesar de todo.
(Por fin llegan a sus lugares definitivos, cada uno junto a la ventana, EL VIEJO a la izquierda, en la ventana del lado de la tarima, y LA VIEJA a la derecha. No cambiaran de lugar hasta el final.)
LA VIEJA (llama a su VIEJO.) — Querido... no te veo. ¿Dónde estás? ¿Quiénes son éstos? ¿Qué quiere toda esta gente? ¿Quién es aquél?
EL VIEJO. — ¿Dónde estás? ¿Dónde estás, Semíramis?
LA VIEJA. — Querido, ¿dónde estás?
EL VIEJO. — Aquí, junto a la ventana... ¿Me oyes?
LA VIEJA. — Sí, oigo tu voz... Hay muchas, pero distingo la tuya.
EL VIEJO. — ¿Y tú, dónde estás?
LA VIEJA. — ¡Yo también estoy en la ventana!... Querido, tengo miedo, hay demasiada gente... Estamos muy lejos uno del otro... A nuestra edad... debemos tener cuidado... podríamos extraviarnos... Tenemos que estar muy juntos, pues nunca se sabe, querido, querido...
EL VIEJO. — ¡Ah... acabo de verte... oh!... Volveremos a vernos, no temas... Estoy con unos amigos. (A los amigos.) ¡Cómo me alegra estrecharles la mano!... Sí, creo en el progreso, ininterrumpido, con sacudidas, sin embargo
LA VIEJA. — Está bien, gracias... ¡Qué mal tiempo!... ¡Qué hermoso día!... (Aparte.) Sin embargo, tengo miedo... ¿Qué hago aquí? (Gritando.) ¡Querido! ¡Querido!

(Cada uno por su lado habla con los invitados).

EL VIEJO — Para impedir la explotación del hombre por el hombre necesitarnos dinero, dinero y más dinero.
LA VIEJA. — ¡Querido! (Acaparada por los amigos.) Sí, mi marido está allí. Es él quien organiza... Allí abajo... ¡Oh, usted no podrá llegar allá!, tendría que cruzar entre toda esa gente. Está con unos amigos.
EL VIEJO — Ciertamente, no... Lo he dicho siempre... Es lógica pura. Eso no existe, es una imitación.

LA VIEJA — Vean ustedes, hay personas felices. Por la mañana desayunan en avión, al mediodía almuerzan en el tren y por la noche comen en un barco. Durante la noche duermen en camiones que ruedan, ruedan, ruedan...
EL VIEJO. — ¿Habla usted de la dignidad del hombre? Tratamos por lo menos, de cubrir las apariencias. La dignidad no es sino el reverso de eso. LA VIEJA — No se deslicen en las tinieblas.

(Se echa a reír mientras conversa).

EL VIEJO — Sus compatriotas me lo piden.
LA VIEJA. — Desde luego... refiérame todo.
EL VIEJO — Les he convocado... para que les expliquen... El individuo y la persona son una sola y misma persona.
LA VIEJA. — Parece hallarse incómodo. Nos debe mucho dinero.
EL VIEJO. — Yo no soy yo. Soy otro. Soy el uno en el otro.
LA VIEJA. — Hijos míos, desconfíen los unos de los otros.
EL VIEJO. — A veces me despierto en medio de un silencio: absoluto. Es la esfera. Nada falta. Hay que tener cuidado. No obstante. Su forma puede desaparecer súbitamente, hay agujeros por los que se escapa.
LA VIEJA. — Almas en pena, fantasmas, nadas absolutamente... Mi marido ejerce funciones muy importantes, sublimes,
EL VIEJO. — Discúlpeme... Esa no es en modo alguno mí opinión... Le haré conocer a tiempo mi opinión al respecto. Nada diré por el momento. Es el Orador, al que esperamos quien se lo dirá, quien responderá en mí nombre, quien hablará de todo lo que nos llega al alma... El les explicará todo... ¿Cuándo?... Cuando llegue el momento, que será pronto.
LA VIEJA (a sus amigos). — Cuanto antes, mejor... Por supuesto. (Aparte.) Ya no nos van a dejar tranquilos. ¡Que se vayan! ¿Dónde estará mi pobre VIEJO? Ya no lo veo.
EL VIEJO (lo mismo). — No se impacienten. Oirán mi mensaje dentro de un momento.
LA VIEJA (aparte). — ¡Ah, oigo su voz! (A los amigos.) Sepan ustedes que a mi esposo no le han comprendido nunca. Pero al fin le ha llegado su hora.

EL VIEJO. — Escúchenme. Yo poseo una rica experiencia en todos los campos de la vida y del pensamiento... No soy egoísta, la humanidad debe beneficiarse con ello.
LA VIEJA. — ¡Ay! ¡Me ha pisado usted los pies! ¡Y tengo sabañones!
EL VIEJO. — He preparado todo un sistema. (Aparte.) El orador debía estar ya aquí. (En voz alta.) He sufrido enormemente.
LA VIEJA. — Hemos sufrido mucho. (Aparte.) El Orador debiera estar ya aquí. Es la hora.
EL VIEJO. — Sufrido mucho y aprendido mucho.
LA VIEJA (como un eco). — Sufrido mucho y aprendido mucho
EL VIEJO. — Como verán ustedes, mi sistema es perfecto.
LA VIEJA (como un eco), — Como verán ustedes, su sistema perfecto.
EL VIEJO. — Si se quiere obedecer mis instrucciones...
LA VIEJA — (como un eco). — Si se quiere seguir sus instrucciones
EL VIEJO — ¡Salvemos al mundo!
LA VIEJA (como un eco). — ¡Salvemos su alma salvando al mundo!
EL VIEJO — ¡Una sola verdad para todos!
LA VIEJA (como un eco). — ¡Una sola verdad para todos!
EL VIEJO — ¡Obedézcanme!
LA VIEJA (como un eco). — ¡Obedézcanle!
EL VIEJO — Pues yo tengo la certidumbre absoluta.
LA VIEJA (como un eco). — Pues él tiene la certidumbre absoluta.
EL VIEJO — Nunca...
LA VIEJA (como un eco). — Nunca jamás...

(De pronto se oyen entre bastidores ruidos y una marcha militar).

LA VIEJA. — ¿Qué sucede?

(Los ruidos aumentan y luego se abre de par en par, con gran estrépito, la puerta del fondo. Por la puerta abierta no se ve a nadie, pero una muy potente invade la sala por la gran puerta y las ventanas, que se iluminan intensamente a la llegada del Emperador).

EL VIEJO — No sé... no creo... es posible... Pero sí... sí... increíble... Y no obstante... sí... sí... ¡Es el Emperador! ¡Su Majestad el Emperador!

(La luz adquiere el máximo de intensidad en la puerta abierta y las ventanas, pero es una luz fría, vacía. Siguen los ruidos que cesarán bruscamente)

LA VIEJA. — Querido mío... querido mío... ¿qué es esto?
EL VIEJO. — ¡Levántense! ¡Es Su Majestad, el Emperador! El Emperador está en mi casa, en nuestra casa. ¿Te das cuenta, Semíramis?
LA VIEJA (no comprende). — ¿El Emperador... el Emperador? ¡Querido! (De pronto comprende.) ¡Ah, sí, el Emperador! ¡Majestad! ¡Majestad! (Hace desvariadamente innumerables reverencias grotescas.) ¡En nuestra casa! ¡En nuestra casa!
EL VIEJO (llorando de emoción). — ¡Majestad!... ¡Oh, mi Majestad! ¡Mi pequeña, mi gran Majestad! ¡Oh, qué gracia sublime!... ¡Es un sueño maravilloso!
LA VIEJA (como un eco). — Un sueño maravilloso... maravilloso...
EL VIEJO (a la multitud invisible). — ¡Señoras, señores, levántense! ¡Nuestro soberano muy amado, el Emperador, se halla entre nosotros! ¡Viva! ¡Viva!

(Sube al escabel y se pone de puntillas para ver mejor al Emperador. LA VIEJA hace lo mismo por su lado).

LA VIEJA. — ¡Viva! ¡Viva!
(Pataleos).

EL VIEJO. — ¡Vuestra Majestad!... ¡Estoy aquí! ¿Me oye vuestra Majestad? ¿Me ve? Hago saber a Su Majestad que estoy aquí... ¡Majestad! ¡Majestad! ¡Aquí está vuestro más fiel servidor!
LA VIEJA (siempre como un eco). — ¡Vuestro más fiel servidor, Majestad!
EL VIEJO. — Vuestro servidor, vuestro esclavo, vuestro perro ¡guau, guau!, vuestro perro Majestad.
LA VIEJA (lanza muy fuertemente ladridos de perro). — Guau, guau, guau.
EL VIEJO (retorciéndoselas manos). — ¿Me veis? ¡Responded, señor!... Yo os veo, acabo de divisar la figura augusta de Vuestra Majestad, vuestra frente divina... La he visto, sí, a pesar de la pantalla que forman los cortesanos.
LA VIEJA. — A pesar de los cortesanos... Estamos aquí, Majestad.
EL VIEJO. — ¡Majestad! ¡Majestad! Señoras y señores: no dejen a Su Majestad en pie... Ya veis, mi Majestad, yo soy el único que cuido de vos y de vuestra salud, yo soy el más fiel de vuestros súbditos.
LA VIEJA (como un eco). — ¡Los más fieles súbditos de Vuestra Majestad!
EL VIEJO. — Déjenme pasar, señoras y señores... ¿Cómo podré abrirme paso entre esta turbamulta?... Tengo que ir a presentar mis humildes respetos a Su Majestad el Emperador. Déjenme pasar.
LA VIEJA (como un eco). — Déjenle pasar... déjenle pasar...
EL VIEJO. — ¡Déjenme pasar! ¡Déjenme pasar! (Desesperado). ¡Ay! ¿Podré llegar alguna vez hasta él?
LA VIEJA (como un eco). — Hasta él... hasta él...
EL VIEJO. — Sin embargo, mi corazón y todo mi ser están a sus pies. La multitud de sus cortesanos lo rodea. ¡Ah, quieren impedirme que llegue hasta él! Todos ellos sospechan que yo… ¡Oh, yo me entiendo, yo me entiendo! Conozco las intrigas de la Corte... ¡Quieren separarme de Vuestra Majestad!
LA VIEJA — Cálmate, querido... Su Majestad te ve, te mira... su Majestad me ha guiñado el ojo... ¡Su Majestad está con nosotros!
EL VIEJO — Denle al Emperador el mejor lugar... junto a la tarima. Que oiga todo lo que dirá el Orador.
LA VIEJA (se yergue en su escabel, de puntillas, y levanta el mentón todo lo que puede para ver mejor). — Por fin se ocupan del Emperador.
EL VIEJO — ¡El cielo sea loado! (Al Emperador.) Señor... tenga confianza, Vuestra Majestad. Es un amigo, mi representan¬te, quien está junto a Vuestra Majestad. (De puntillas sobre el escabel.) Señores, señoras, señoritas, hijos míos, les imploro…
LA VIEJA (como un eco). — Ploro... ploro...
EL VIEJO. — Desearía ver... Apártense... desearía... la mirada celestial, el respetable rostro, la corona, la aureola de Su Ma¬jestad... Señor, dignaos volver vuestro ilustre rostro hacia mí, hacia vuestro servidor humilde... tan humilde... ¡Oh!, ahora veo claramente... ahora veo...
LA VIEJA (como un eco). — Ahora ve... ve... ve
EL VIEJO — Me siento colmado de alegría... No encuentro palabras para expresar lo desmesurado de mi agradecimiento... ¡En mi modesta casa, oh! ¡Majestad, oh sol!... Aquí... aquí... en esta casa en que soy, ciertamente, el mariscal... pero en la jerarquía de vuestro ejército no soy más que un simple conserje.
LA VIEJA (como un eco). — Un simple conserje.
EL VIEJO. — Me siento orgulloso... orgulloso y humilde al mismo tiempo, como debe ser... ¡Ay! Es cierto que soy mariscal, que habría podido estar en la corte imperial, que aquí sólo vi¬gilo una pequeña corte... Majestad, yo... Majestad, me cuesta expresarme... Yo habría podido tener... muchas cosas, no pocos bienes si hubiera sabido, si hubiera querido... si yo... si nosotros... Majestad, disculpad mi emoción.
LA VIEJA. — ¡A la tercera persona!
EL VIEJO (lloriqueando). — ¡Que Vuestra Majestad se digné disculparme! Habéis venido... no se os esperaba... habríais podido no estar aquí... ¡Oh, salvador! He sido humillado...
LA VIEJA (como un eco). —...millado... millado...
EL VIEJO. — He sufrido mucho en mi vida... Habría podido ser algo si hubiese podido estar seguro del apoyo de Vuestra Majestad... No tengo apoyo alguno... Si no hubieseis vendido todo habría llegado demasiado tarde... Vos sois, señor mi último recurso.
LA VIEJA (como un eco). — Último recurso... Señor... timo recur... ñor... recurso...
EL VIEJO. — He acarreado desgracias a mis amigos, a todos los que me han ayudado... El rayo hería la mano que se tendía hacia mí...
LA VIEJA (como un eco). —...manos que se tendían... tendían… tendían... dían...
EL VIEJO. — Siempre han tenido buenos motivos para odiarme, malos motivos para amarme.
LA VIEJA. — No es cierto, querido, no es cierto. Yo te quiero soy tu madrecita.
EL VIEJO. — Todos mis enemigos han sido recompensados y mis amigos me han traicionado.
LA VIEJA (como un eco). — Amigos... trai... tra...
EL VIEJO. — Me han hecho daño. Me han perseguido. Si me quejaba, siempre les daban la razón a ellos... A veces traté de vengarme, pero nunca pude, nunca pude vengarme... sentía demasiada compasión... no quería golpear al enemigo caído... Siempre he sido demasiado bueno. LA VIEJA (como un eco). — Era demasiado bueno, bueno, bueno, bueno...
EL VIEJO. — Es mi compasión la que me ha vencido.
LA VIEJA (como un eco). — Mi compasión... compasión... pasión… pasión...
EL VIEJO. — Pero ellos no tenían compasión. Yo daba un alfilerazo y ellos me golpeaban con una maza, con un cuchillo, a cañonazos, me trituraban los huesos...
LA VIEJA (como un eco). — .. .los huesos... los hue... sos... los hue... sos. EL VIEJO. — Ocupaban mi lugar, me robaban, me asesinaban... Yo era el coleccionador de desastres, el pararrayos de las catástrofes.
LA VIEJA (como un eco). — Pararrayos... catástrofes... pararrayos...
EL VIEJO. — Para olvidar, Majestad, quise hacer deporte... alpinismo... Me tiraron de los pies para hacerme caer... Quise subir escaleras y me pudrieron los escalones... Me hundí… Quise viajar y me negaron el pasaporte... Quise cruzar el río y me cortaron los puentes.
LA VIEJA (como un eco). — Cortaron los puentes.
EL VIEJO — Quise atravesar los Pirineos y ya no había Pirineos
LA VIEJA (como un eco). — No había Pirineos... También él habría podido ser, Majestad, como tantos otros, un redactor jefe, un actor jefe, un doctor jefe, Majestad, un rey jefe.
EL VIEJO. — Por otra parte, nunca han querido tomarme en consideración, nunca me han enviado tarjetas de invitación… Sin embargo, yo os lo aseguro, yo solo habría podido salvar a la humanidad, que está muy enferma. Vuestra Majestad se da cuenta de ello como yo... O por lo menos habría podido evitarle los males de que tanto ha sufrido durante este último cuarto de siglo, si hubiese tenido ocasión de comunicar mi mensaje. No desespero de salvarla. Todavía hay tiempo, tengo el plan... ¡Ay, me cuesta expresarme!
LA VIEJA (por encima de las cabezas invisibles). — El Orador vendrá y hablará en tu nombre... Su Majestad está presen¬te… Por lo tanto, escucharán. No tienes por qué inquietarte, cuentas con todas las cartas de triunfo. Eso ha cambiado, ha cambiado
EL VIEJO. — Que vuestra Majestad me perdone, pues tiene otras preocupaciones... Me han humillado... Señoras y señores, apártense un poco, no me oculten por completo la nariz de Su Majestad. Quiero ver cómo brillan los diamantes de la corona imperial... Pero si Vuestra Majestad se ha dignado venir a colocarse bajo mi techo miserable es porque condesciende a tomar en consideración mi pobre persona. ¡Qué com¬pensación extraordinaria! Majestad, si materialmente me pongo de puntillas no lo hago por orgullo, sino sólo para contemplaros. Moralmente me arrodillo ante vuestra Majestad.
LA VIEJA (sollozando). — Nos arrodillamos, señor, nos arrodillamos a vuestros pies, a vuestros dedos de los pies.
EL VIEJO. — Tuve sarna. Mi patrón me puso en la puerta porque no hacía la reverencia a su bebé, a su caballo. Me dieron puntapiés en el culo, pero todo eso, Señor, ya no tiene importancia alguna, porque... porque... Majestad... mirad... estoy aquí... aquí...
LA VIEJA (como un eco). — Aquí..., aquí... aquí... aquí...
EL VIEJO. — Porque Vuestra Majestad está presente, porque Vuestra Majestad tomará en consideración mi mensaje... Pero el Orador debía estar aquí ya. Hace esperar a Su Majestad
LA VIEJA. — Que Su Majestad le disculpe. Debe venir. Estará aquí dentro de un instante. Nos ha telefoneado.
EL VIEJO. — Su Majestad es muy buena. Su Majestad no se iría sin haber escuchado todo, sin haber oído todo.
LA VIEJA (como un eco). — Escuchado todo... oído todo…
EL VIEJO. — Es él quien va a hablar en mi nombre. Yo, no puedo... no tengo talento... Él tiene todos los papeles, todos los documentos.
LA VIEJA (como un eco). — Él tiene todos los documentos.
EL VIEJO. — Un poco de paciencia, señor, os lo suplico... Debe venir.
LA VIEJA. — Debe venir dentro de un instante.
EL VIEJO (para que el Emperador no se impaciente). — Escuchad, Majestad, tuve la revelación hace ya mucho tiempo... Yo tenía cuarenta años. Lo digo también para ustedes señoras y señores... Una noche, después de comer y antes de acostarme, me senté, como de costumbre, en las rodillas de mi padre... Mis bigotes eran más gruesos que los suyos y más puntiagudos... mi pecho más velludo... mis cabellos comenzaban a encanecer y los suyos estaban todavía negros… Había invitados, grandes personajes, en la mesa y se echaron a reír, a reír.
LA VIEJA (como un eco). — A reír... a reír...
EL VIEJO. — "Yo no bromeo —le dije—. Quiero mucho a mi papá". Me contestaron: "Es medianoche y un niño no se acuesta tan tarde. Si no va usted a la cama es que no es usted un chiquillo". Yo no les habría creído si no me hubieran tratado de usted...
LA VIEJA (como un eco). — De usted...
EL VIEJO. — En vez de tú.
LA VIEJA (como un eco). — Tú.
EL VIEJO. — Sin embargo, pensé, no estoy casado. Por lo tanto soy todavía niño. Me casaron en el mismo instante, sólo para demostrarme lo contrario... por suerte, mi esposa me ha servido de padre y de madre...
LA VIEJA. — El Orador debe venir, Majestad.
EL VIEJO. — El Orador vendrá.
LA VIEJA. — Vendrá.
EL VIEJO. — Vendrá.
LA VIEJA. — Vendrá.
EL VIEJO. — Vendrá.
LA VIEJA — Vendrá.
EL VIEJO. — Vendrá, vendrá.
LA VIEJA — Vendrá, vendrá.
EL VIEJO. — Vendrá.
LA VIEJA — Viene.
EL VIEJO. — Viene.
LA VIEJA — Viene, está ahí.
EL VIEJO. — Viene, está ahí.
LA VIEJA — Viene, está ahí.
EL VIEJO. — Viene, está ahí.
EL VIEJO. y LA VIEJA. — Está ahí.
LA VIEJA — ¡Aquí está!

(Silencio; se interrumpen todos los movimientos. Petrificados, los dos VIEJOS fijan la mirada en la puerta Nº 5. La escena permanece inmóvil durante bastante tiempo, alrededor de medio minuto. La puerta se abre de par en par muy lenta y silenciosamente. Luego aparece El. ORADOR, es un personaje real. Tiene el tipo del pintor o el poeta del siglo pasado: sombrero de fieltro negro con anchas alas, corbata de lazo, blusa de marinero, bigote y barbita y el aire un tanto farsante y arrogante. Si los personajes invisibles deben tener la mayor realidad posible, EL ORADOR deberá parecer irreal. A lo largo de la pared de la derecha irá como deslizándose suavemente hasta el fondo, frente a la gran puerta, sin volver la cabeza a derecha ni izquierda. Pasara junto a LA VIEJA sin que al parecer la vea, ni siquiera cuando aquélla le toque el brazo para asegurarse de que existe. En ese momento LA VIEJA dirá):

LA VIEJA. — ¡Aquí está!
EL VIEJO. — ¡Aquí está!
LA VIEJA (que lo ha seguido con la mirada y seguirá ha¬ciéndolo). — Es él sin duda alguna. Existe en carne y hueso.
EL VIEJO (siguiéndolo con la mirada). — Existe. Es él. ¡No es un sueño! LA VIEJA. — No es un sueño, yo te lo había dicho.

(EL VIEJO entrelaza las manos, levanta los ojos al cielo y se arrebata de alegría silenciosamente. Cuando EL ORADOR llega al fondo se quita el sombrero, se inclina en silencio y saluda con su sombrero como un mosquetero y un poco como un autómata, al Emperador invisible. En ese momento):
EL VIEJO. — Majestad: os presento al Orador.
LA VIEJA. — ¡Es él!

(EL ORADOR se pone el sombrero en la cabeza y sube a la tarima, desde donde contempla al público invisible de la sala, las sillas. Adopta una actitud solemne).

EL VIEJO (al público invisible). — pueden pedirle autógrafos (Automáticamente, silenciosamente, EL ORADOR firma y distribuye innumerables autógrafos. Entretanto EL VIEJO vuelve a elevar los ojos al cielo y a entrelazar las manos y dice, jubiloso.) ¡Ningún hombre puede esperar más durante su vida!
LA VIEJA (como un eco). — Ningún hombre puede esperar más.
EL VIEJO (a la multitud invisible). — Y ahora, con autorización de Vuestra Majestad, me dirijo a todos ustedes, señoritas, caballeros, mis hijitos, mis queridos colegas, mis queridos compatriotas, señor Presidente, mis queridos compañeros de armas…
LA VIEJA (como un eco). — Mis hijitos... jitos... jitos...
EL VIEJO. — Me dirijo a todos ustedes sin distinción de edad, sexo, estado civil, categoría social y categoría comercial, para darles las gracias con todo mi corazón.
LA VIEJA (como un eco). — Darles las gracias...
EL VIEJO. — También el Orador les agradece... calurosamente... por haber venido en tan gran número... ¡Silencio, señores!
LA VIEJA. — Silencio, señores.
EL VIEJO. — Agradezco también a todos los que han hecho posible la reunión de esta noche, a los organizadores...
LA VIEJA. — ¡Bravo!

(Entre tanto, en la tarima, EL ORADOR sigue en actitud solemne, inmóvil, con excepción de la mano con la que firma autógrafos automáticamente).
EL VIEJO. — A los propietarios de este edificio, al arquitecto, a los albañiles que han elevado estas paredes...
LA VIEJA (como un eco). —...paredes...
EL VIEJO. —, A todos los que han cavado los cimientos… ¡Silencio, señoras y señores!
LA VIEJA (como un eco). —...ñores y señoras...
EL VIEJO. — No olvido, y les doy las gracias más sinceras, a los ebanistas que fabricaron las sillas en las que pueden sentarse, al artesano hábil...
LA VIEJA (como un eco). —...hábil...
EL VIEJO —...que hizo el sillón en el que se hunde blandamente Vuestra Majestad, lo que no le impide conservar un ánimo duro y firme. Gracias también a todos los técnicos, maquinistas, electrocutadores...
LA VIEJA (como un eco). —...tadores... tadores...
EL VIEJO —...a los fabricantes de papel y los impresores, correctores y redactores a los que debemos los programas, tan... lindamente adornados; a la solidaridad universal de todos los hombres. Gracias, gracias a nuestra patria, al Estado (se vuelve hacia el lado donde se halla el Emperador), cuya embarcación dirige Vuestra Majestad con la ciencia de un verdadero piloto... Gracias a la acomodadora...
LA VIEJA (como un eco). —...acomodadora... comodadora...
EL VIEJO (señala con el dedo a LA VIEJA). —...vendedora de bombones helados y de programas...
LA VIEJA (como un eco). —...gramas...
EL VIEJO. —...mi esposa, mi compañera... Semíramis...
LA VIEJA (como un eco). —...posa... ñera... ramis... (Aparte) Mi marido nunca se olvida de citarme.
EL VIEJO — Gracias a todos los que me han dado su ayuda financiara o moral, preciosa y competente, contribuyendo así al buen éxito total de la fiesta de esta noche... Gracias también, gracias sobre todo, a nuestro soberano muy amado, Su Majestad el Emperador.
LA VIEJA (como un eco). —...jestad el Emperador.
EL VIEJO (en un silencio total). —...Un poco de silencio... Majestad...
LA VIEJA (como un eco). —...jestad... jestad...
EL VIEJO. — Majestad, mi esposa y yo nada tenemos ya que pedir a la vida. Nuestra existencia puede acabar con esta apoteosis... Damos gracias al cielo porque nos ha concedido años tan largos y apacibles... Mi vida ha concluido su trayectoria. Mi misión se ha cumplido. No habré vivido en vano, pues mi mensaje le será revelado al mundo. (Gesto al ORADOR, quien lo advierte y rechaza moviendo el brazo, muy digno y firme, los pedidos de autógrafos.) Al mundo, o más bien a lo que queda de él. (Amplio gesto hacia la multitud invisible.) A usted¬es, señores, señoras y queridos camaradas, que son los restos de la humanidad, pero unos restos con los que todavía se puede hacer una buena sopa... Orador amigo... (EL ORADOR mira hacia otro lado.) Si durante largo tiempo he sido desconocido, desestimado por mis contemporáneos es porque debía ser así. (LA VIEJA solloza.) Ahora qué importa todo eso, puesto que te dijo a ti, mi querido Orador y amigo (El ORADOR rechaza un nuevo pedido de autógrafo y luego adopta una actitud de indiferencia y mira hacia todos los lados)...cuidado de hacer que irradie sobre la posteridad la luz de mi espíritu... Haz, pues, que conozca el universo mi filosofía. No omitas tampoco los detalles, ora ridículos, ora dolorosos, ora conmovedores, de mi vida privada, mis gustos, mi gula divertida... dilo todo... habla de mi compañera... (LA VIEJA redobla los sollozos.) ...de la manera como preparaba sus maravillosos pastelitos turcos, sus picadillos de conejo a la normanda... habla del Berry, mi región natal... Cuento contigo gran maestro y Orador... En cuanto a mí y a mi fiel compañera, tras largos años de trabajo en favor del progreso de la humanidad durante los cuales hemos sido soldados de una causa justa, sólo nos queda retirarnos... ahora mismo, para poder hacer el sacrificio supremo que nadie nos exige, pero que realizaremos de todos modos.
LA VIEJA (sollozando). — Sí, sí, moriremos en plena gloria… moriremos para entrar en la leyenda... Por lo menos tendremos nuestra calle...
EL VIEJO (a LA VIEJA). — ¡Oh, tú, mi fiel compañera... tú, que has creído en mí sin desfallecimiento durante un siglo, que nunca me has abandonado! He aquí que, en este momento supremo, la multitud nos separa sin compasión…
Quiero, no obstante, que nuestros huesos terminen bajo la misma piel, que los gusanos en tumba única pudran la carne de la vejez.
LA VIEJA. —...de la vejez...
EL VIEJO. — ¡Ay!... ¡Ay!
LA VIEJA. — ¡Ay!... ¡Ay!
EL VIEJO. — Nuestros cadáveres caerán el uno lejos del otro nos pudriremos en la soledad acuática... No nos quejamos demasiado.
LA VIEJA — ¡Hay que hacer lo que se debe hacer!
EL VIEJO — No nos olvidarán. El Emperador romano eterno se acordará siempre de nosotros.
LA VIEJA (como un eco). — Siempre.
EL VIEJO. — Dejaremos rastros, pues somos personas y no ciudades.
EL VIEJO y LA VIEJA (juntos). — ¡Tendremos nuestra calle!
EL VIEJO — Unámonos en el tiempo y en la eternidad si no podemos hacerlo en el espacio, como lo hicimos en la adversidad: muramos en el mismo instante... (Al ORADOR impasible, inmóvil.) Por última vez... Confío en ti... cuento contigo… Lo dirás todo... Transmite el mensaje... (Al Emperador.) Que Vuestra Majestad me disculpe... Adiós a todos... Adiós, Semíramis.
LA VIEJA — ¡Adiós a todos!... ¡Adiós, querido!
EL VIEJO — ¡Viva el Emperador!

(Arroja sobre el Emperador invisible confeti y serpentinas. Se oye música militar. Luz viva, como de fuegos artificiales)

LA VIEJA. — ¡Viva el Emperador!
(Arroja confeti y serpentinas en dirección del Emperador, y luego al ORADOR, inmóvil e impasible, y a las sillas vacías).

VIEJO (lo mismo). — ¡Viva el Emperador!
VIEJA (lo mismo). — ¡Viva el Emperador!

(EL VIEJO y LA VIEJA al mismo tiempo se arrojan cada uno por su ventana gritando: "¡Viva el Emperador!". Se hace bruscamente el silencio. Más fuegos artificiales. Se oye un "¡Ah!" a ambos lados de la sala y el ruido sordo de los cuerpos que caen al agua. La luz que entraba por las ventanas y la gran puerta ha desaparecido; sólo queda la luz débil del comienzo. Las ventanas a oscuras, quedan abiertas de par en par y sus cortinas flotan al viento.
EL ORADOR, que ha permanecido inmóvil e impasible durante la escena del suicidio doble, se decide por fin a hablar; frente a las hileras de sillas vacías da a entender a la multitud invisible que es sordomudo; hace señas como tal y esfuerzos desesperados para hacerse entender; luego deja oír ronquidos, gemidos y sonidos guturales de mudo)
EL ORADOR. — Je, mme, mm, mm,Ju, gou, hu, hu, gu; gu, gue...
(Impotente, deja caer los brazos a lo largo del cuerpo. De pronto se le ilumina el rostro. Se le ha ocurrido una idea y se vuelve hacia la pizarra negra, saca tiza del bolsillo y escribe con grandes letras mayúsculas):

ANGEPAIN

Y luego:
NNAA NNM NWNWNVV V
(Se vuelve de nuevo hacia el público invisible y le señala con el dedo lo que ha escrito en la pizarra).

EL ORADOR, — Mmm, Mmm, Gueu, Gu, Gu, Mmm, Mmm, Mmm, Mmmm.

(Luego, descontento, borra con gestos bruscos los signos trazados con tiza y los sustituye por otros, entre los que se distingue, en letras mayúsculas):

AADIOS ADIÓS APA

(De nuevo EL ORADOR se vuelve hacia la sala; sonríe, interrogador, y parece esperar que le han comprendido, que ha dicho algo. Muestra con el dedo a las sillas vacías lo que acaba escribir. Inmóvil durante unos instantes, espera, bastante satisfecho y un poco solemne, y luego, ante la falta de la reacción esperada, su sonrisa desaparece poco a poco y su rostro se ensombrece. Espera un poco más. De pronto saluda con humorismo y brusquedad y desciende de la tarima. Se dirige hacia la gran parte del fondo con su paso fantasmal; antes de salir por esa puerta saluda una vez más, ceremoniosamente, a las hileras de sillas vacías y al Emperador invisible. El escenario queda vacío con sus sillas, la tarima y el piso cubierto con serpentinas y papel picado. La puerta del fondo se abre de par en par a la oscuridad).

Se oven por primera vez los ruidos humanos de la multitud invisible: son risas, murmullos, chicheos y tosiqueos irónicos. Débiles al principio, esos ruidos se intensifican, y luego se van debilitando otra vez poco a poco. Todo esto debe durar el tiempo suficiente para que el público —el verdadero v visible— se vaya con este final bien grabado en la mente. El telón cae con mucha lentitud.

Abril-junio de 1951

En la representación el telón caía mientras mugía El. ORADOR mudo. Se suprimía la pizarra.