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DE ACÁ NO SE VA NADIE
de Alejandro Brandes
La acción transcurre en el restaurant de LUCHO; a excepción de la escena 2, que se desarrolla en el departamento de MARÍA.
ESCENA 1
Diego se sienta a una mesa con tres sillas; mira para todos lados, mira la hora; unos segundos después entra LUCHO. Se saludan.
DIEGO — Buenas Lucho, ¿Todo bien?
LUCHO — Sí.
DIEGO — (Mira para ambos lados.) ¿Vacío?
LUCHO — Vacío no tengo.
DIEGO — No te hagas el vivo, quise decir que no hay nadie.
LUCHO — (Se encoge de hombros.) Ya van a llegar.
DIEGO — ¿Dónde está el resto de los comensales? Mario me dijo que iba a estar a las trece horas.
LUCHO — Mario estuvo, pero se fue a comer al restaurant peruano de acá a la vuelta, tenía antojo de chicharrones.
DIEGO — Mmmmm, todo esto es muy raro… traeme un matambrito a la pizza y una ensalada completa.
LUCHO — No tengo matambrito.
DIEGO — Entonces traeme una porción de entraña.
LUCHO — Tampoco tengo entraña.
DIEGO — Mirá, Lucho, tengo hambre y no me levanté de buen humor, así que deja de hacer chistes y traeme lo que tengas.
LUCHO sale y vuelve unos segundos después con sushi.
DIEGO — (Toma el sushi entre sus manos.) ¿Qué es esta porquería? Te dije que no estoy para jodas.
LUCHO — Sushi. Es lo único que tengo hoy, mañana vamos a ampliar el menú.
DIEGO — (Alterado.) Mirá, Lucho, déjate de joder y decime que está pasando acá.
LUCHO — Pasa que cambié de estilo gastronómico.
DIEGO — ¿Estilo gastronómico?
LUCHO — Sí, vamos a hacer un restaurant vegetariano, especializado en “cocina fusión”.
DIEGO — ¿Y qué mierda es la “cocina fusión”?
LUCHO — Por ejemplo, un plato que es mitad japonés y mitad peruano… supongamos sushi con humita, ¿entendés?
DIEGO — Ahora me queda claro, o sea que si mezclamos una paella con pizza, tendríamos una fusión “española-italiana”.
LUCHO — Exacto, veo que estás entendiendo.
DIEGO — Y si a un choripán le ponemos chucrut, tenemos una fusión “argentino-alemana”.
LUCHO — Correcto.
DIEGO — Decime una cosa, si a un traidor como vos, lo mezclamos con papas fritas, ¿qué fusión tenemos ahí?
LUCHO — No entiendo por qué me agredís, Diego.
DIEGO — No te agredo, te digo lo que sos, un traidor.
LUCHO — Mirá, este es mi negocio, la propiedad es mía y hago lo que se me cantan las bolas; si quiero, cierro el nuevo restaurant antes de abrirlo, pongo una ferretería y me dedico a vender taladros.
DIEGO — Eso es lo que hicieron con vos, te “taladraron” la cabeza, te lavaron el cerebro.
LUCHO — ¿Quién me lavó el cerebro? ¿De qué estás hablando?
DIEGO — La japonesa te lavó el cerebro.
LUCHO — No es japonesa, es coreana.
DIEGO — Es lo mismo, los chinos quieren dominar el mundo.
LUCHO — Te acabo de decir que es coreana; no es china ni japonesa.
DIEGO — Es lo mismo, son todos iguales… ¿Acaso vos distinguís entre un chino, japonés, vietnamita o lo que sea?
LUCHO — Mirá, Diego, te estás metiendo en lugares que no te corresponden.
DIEGO — Es que no puedo entenderlo, habiendo tantas minas criollas lindas… justo una china te tenés que buscar.
LUCHO — Ya te dije que es coreana.
Entra un cliente, es ciego, tiene puesto anteojos oscuros y se guía con un bastón, se sienta en una mesa, DIEGO y LUCHO lo miran en silencio.
CIEGO — ¡Buenos días, jovencitos!
LUCHO — (A dúo con DIEGO.) ¡Buenos días, señor!
CIEGO — ¡Buen día!, mi nombre es Fredy y vendo perfumes.
LUCHO — Le agradezco, pero no me interesa.
CIEGO — Debería interesarle, usted tiene puesto en los sobacos un desodorante “rexuni” a bolita, que es lo más berreta que hay.
LUCHO — ¿Usted cómo sabe?
CIEGO — Soy catador de perfumes, puedo reconocer mas de mil esencias; puedo mezclar olores de circo y usted puede oler como un trapecista o un oso amaestrado.
LUCHO — ¡Qué interesante!
CIEGO — Sí, puedo ofrecerle un desodorante que evoca un viaje a Japón.
DIEGO — ¿Cómo sería eso?
CIEGO — Usted se coloca el desodorante en aerosol en las axilas, cierra los ojos y sentirá que está en el mercado de pescados de Tokio, el más grande del mundo.
DIEGO — Me muero de curiosidad. (Al CIEGO.) ¿Podría ponerme un poco de desodorante?
LUCHO — Esperen un poco, esto no es una perfumería, es un restaurant.
CIEGO — ¿Un restaurant? Yo creía que era un consultorio odontológico.
LUCHO — El consultorio es al lado.
CIEGO — ¡Ah!, me equivoqué, perdón…ya me retiro.
LUCHO — Si va a consumir, se puede quedar.
DIEGO — (A LUCHO.) No seas así. Me privás de comerme un choripán, aunque sea dejáme probarme un perfume.
LUCHO — Ok, tienen diez minutos.
DIEGO — (Al CIEGO.) ¿Me pondría el desodorante que me transporta a China?
CIEGO — A Japón le dije.
DIEGO — Bueno, es lo mismo.
CIEGO — Ya se lo pongo. (Abre un bolsito, saca un desodorante en barra y se lo aplica a DIEGO en las axilas.)
DIEGO — No siento nada.
CIEGO — Inhale profundamente, imagínese que está viajando hacia el Oriente.
DIEGO — (Con los ojos cerrados.) Sigo sin sentir nada.
CIEGO — Relájese joven, usted está nervioso. Sienta que la paz de Oriente lo invade, usted es una gota de agua en el mar cósmico.
DIEGO — Sí, claro…los orientales nos invaden, eso puedo sentirlo.
CIEGO — Yo no dije eso, no es lo mismo que la paz de Oriente nos invada a que nos invadan los orientales.
DIEGO — (Muy alterado.) Es lo mismo, es lo mismo… los chinos tienen un supermercado en cada esquina, los coreanos manejan el negocio de la ropa y los japoneses están abriendo locales de sushi todos los días…
CIEGO — Inhale profundamente y olvídese de los prejuicios xenófobos… ¿Qué siente?
DIEGO — No siento nada…pero veo peces de colores.
CIEGO — Hermosa imagen, joven; el aroma del desodorante está haciendo efecto.
DIEGO — Veo peces con lucecitas que titilan, parecen arbolitos de navidad.
CIEGO — Bellísima imagen.
DIEGO — No, es una imagen horripilante, son peces contaminados por la radioactividad, pobres víctimas del desastre nuclear de Fukuyima…veo también animales desesperados corriendo por los bosques, gente que se sube a canoas, botes, yates, cruceros…miles de personas, más de diez mil que vienen para acá.
LUCHO — ¿Vienen para acá?
DIEGO — Sí, a la Patagonia, miles de coreanos viniendo para acá.
CIEGO — ¿Cómo coreanos? ¿No eran japoneses?
DIEGO — Es lo mismo, miles de orientales dispuestos a arrojarnos al mar y ocupar nuestras tierras.
ESCENA 2
Living del departamento de MARÍA.
NANCY — ¿Querés que vayamos a comer al nuevo “Sushi bar” que pusieron acá a la vuelta?
MARÍA — ¿Acá a la vuelta, dónde?
NANCY — Al lado del consultorio odontológico; antes había una parrilla.
MARÍA — ¿Vos te referís a ese bodegón inmundo, repleto de cucarachas?
NANCY — ¡Ay, no seas tan despectiva! Yo he comido un matambrito a la pizza riquísimo en ese lugar, pero ahora hay un “sushi bar”.
MARÍA — No puedo creer que entraste a comer a esa pocilga.
NANCY — Fui una vez, me encanto.
MARÍA — Nancy, qué valiente que sos, te metés en cualquier lado, comés cualquier cosa.
NANCY — Deberías imitarme un poco, vos vivís encerrada dentro de estas cuatro paredes, no sabés lo que es la calle.
MARÍA — Ayer salí.
NANCY — ¿En serio? ¡No te puedo creer! ¿Fuiste a alguna verdulería nueva?
MARÍA — Te hablo en serio; salí. Me senté en el banco de una plaza.
NANCY — ¡Guauu! Admiro tu audacia, ¿Te pusiste a charlar con algún jubilado?
MARÍA — No, se me sentó un vendedor de perfumes, un tal Fredy; un tipo con una sensibilidad olfativa sorprendente, inhaló profundamente y me dijo “El perfume que tenés puesto tiene esencia de vinagre, que produce tristeza”. Me quedé atónita, ¿te das cuenta?
NANCY — No, no me doy cuenta; El tipo te dijo cualquier cosa para venderte un perfume.
MARÍA — Me dijo la marca de mi perfume y me dio otro que me da alegría, me siento mejor.
NANCY — A mí me parece que vos necesitás un psicólogo… Hay muchas formas de obtener un poco de alegría, pero no con un perfume.
MARÍA — No solo me dio alegría, me hizo sentir cosas nuevas.
NANCY — ¿Cosas nuevas?
MARÍA — Sí, me hizo sentir aromas que nunca había sentido; por ejemplo, me puso un spray en la oreja y sentí el olor de un panqueque de pera quemado al rhum.
NANCY — ¡Qué interesante!
MARÍA — Te estás riendo de mí.
NANCY — De ninguna manera; ¿Los perfumes los fabrica él o los revende?
MARÍA — Los hace él en la casa, tiene un chalet precioso en Parque Patricios, a una cuadra de la cancha de Huracán y en el garage tiene el taller.
NANCY — ¡No puedo creer que fuiste a la casa!
MARÍA — Si, me quedé toda la tarde.
NANCY — ¿Pero vos sos loca? ¿Cómo te metés en la casa de un desconocido sola?
MARÍA — Vos sos la menos indicada para hacerme este comentario.
NANCY — Es cierto que me meto en cualquier lado, pero yo sé cómo defenderme si me quieren hacer algo.
MARÍA — Desgraciadamente no me hizo nada.
NANCY — ¿No te quiso besar? No te llevó a su dormitorio?
MARÍA — No, yo estaba medio acalorada, imaginate…años que no estaba sola en una casa con un hombre.
NANCY — Capaz que es gay o no le gustaste…
MARÍA — No sé, es un ser muy especial, se pasa el día en su taller mezclando esencias… para trabajar se pone una antena de TV en la cabeza.
NANCY — ¿Para qué?
MARÍA — Dice que para captar las vibraciones electromagnéticas y enviar mensajes.
NANCY — ¡Qué hombre tan raro! ¿Y a la televisión le pone un sombrero? (Se ríe sola.)
MARÍA — No entiendo el chiste.
NANCY — Claro, en la cabeza se pone una antena de TV y a la televisión le pone un sombrero. (Se vuelve a reír sola.)
MARÍA — No mira televisión, no mira nada…
NANCY — ¿Cómo que no mira nada?
MARÍA — No, es ciego.
NANCY — (Sorprendida.) No me habías contado ese detalle. (Piensa.) Qué hombre tan raro, ¿no será extraterrestre? Me gustaría saber qué mensajes envía con esa antena…
MARÍA — Eso no me quiso contar…es una antena casera, en realidad es una papa con dos agujas, con la aguja izquierda recibe mensajes y con la derecha los envía.
NANCY — ¿Y con quién se comunica?
MARÍA — Ya te dije que no sé.
NANCY — (Piensa.) Deberíamos ir las dos a su casa, mientras yo lo distraigo en la cama…vos revisás el taller…
MARÍA — Eso lo vemos allá.
NANCY — (Piensa.) Bueno, o si no lo emborrachamos bien hasta que hable…
ESCENA 3
Restaurant de LUCHO. DIEGO está sentado, con la mirada perdida. En otra mesa está sentada NANCY.
NANCY — (A DIEGO.) Perdón, ¿no sabés donde está el mozo?
DIEGO — (Distante.) No hay mozo acá, está Lucho que hace todo.
NANCY — Bueno, ¿dónde está Lucho?
DIEGO — Ya viene.
Pausa.
NANCY — (Mira el plato de DIEGO.) Perdón, ¿qué estás comiendo?
DIEGO — (De mala manera.) Guefilte fish, es una especie de pescado hervido.
NANCY — ¡Ah!, no estoy muy informada sobre comida japonesa, me gustaría probar.
DIEGO — El guefilte fish no es japonés, es comida judía.
NANCY — ¡Ah!, no sabía.
Desde el fondo entra LUCHO.
LUCHO — (A DIEGO.) ¿Qué tal está el guefilte fish?
DIEGO — (Se encoge de hombros.) No tiene gusto a nada.
NANCY — A mí me gustaría probarlo.
LUCHO — (Se da vuelta sorprendido.) ¡Ah!, discúlpeme señorita, no la había visto.
NANCY — Recién entré, me gustaría acompañar el guefilte fish con un California roll.
LUCHO — Lo lamento, pero ya no hago mas comida japonesa, ahora es un restaurant judío.
NANCY — (Piensa.) ¿Y los judíos no comen sushi?
LUCHO — Supongo que sí.
NANCY — Además, en Japón debe haber judíos que comen comida autóctona.
LUCHO — Supongo que sí.
NANCY — Usted supone que los judíos comen sushi, o sea que usted no es judío.
LUCHO — (Piensa.) Digamos que tengo raíces hebreas.
NANCY — ¡Ah!, su abuelo era judío.
LUCHO — Mi abuelo no, mi recontra tátarabuelo sufrió los atropellos de la inquisición española.
NANCY — ¡Pobre! ¡Qué feo!
LUCHO — Sí, los Reyes Católicos promulgaron un decreto en donde los judíos debían aceptar el bautismo o abandonar el país…, mi recontra tátarabuelo no quiso dejar España,… no lo juzgo…
NANCY — Claro, hay que entenderlo, cuando uno está arraigado a un lugar, cuesta dejarlo…
LUCHO — Mi recontra tátarabuelo vendía telas, se llamaba Saúl Gomestein, pero los Reyes lo obligaron a cambiarse el apellido y pasó a llamarse Gómez.
NANCY — ¡Qué triste! ¿Hace mucho descubrió la historia familiar?
LUCHO — No, todo se debe a una investigación minuciosa de mi hermana Gladis, a ella le encanta hacer “arboles genealógicos”, tiene el hobby desde chiquita, me acuerdo cuando tenía seis años armó un cuaderno con fotos de toda la familia, hasta primos lejanos, puso.
NANCY — Es muy familiera…
LUCHO — Sí, hizo un trabajo increíble, llegó hasta nuestros ancestros familiares del año 1492.
NANCY — Qué lindo debe ser encontrar las raíces de uno, yo no sé de dónde era mi recontra tátarabuelo…
Entra MARÍA.
NANCY — ¡Hola, María!
MARÍA — ¡Hola!, pasé por la puerta y te vi… (A LUCHO y DIEGO.) ¡Buen día!
LUCHO — (A dúo con DIEGO.) ¡Buenos días!
MARÍA — (A LUCHO.) Estoy con un poquito de hambre, tráigame un California Roll.
NANCY — Qué bueno que te animás a comer acá. (A LUCHO.) Ella piensa que este lugar es una pocilga mugrienta. (Se ríe.)
MARÍA — (Incómoda.) No seas desubicada. (A LUCHO.) No le haga caso y tráigame un California Roll.
NANCY — No es más un “sushi-bar”, ahora es un restaurant judío...Pedite un guefilte fish, tiene linda pinta.
MARÍA — ¿Restaurant judío? ¿Tiene licencia kosher?
LUCHO — ¿Qué es eso?
MARÍA — ¿Cómo qué es eso? ¿Usted no sabe lo que es comida kosher?
NANCY — ¡Ay, María!, no seas tan agresiva… Él descubrió su religión hace pocos días y está aprendiendo, resulta que su tátarabuelo fue obligado por los Reyes de España a convertirse al catolicismo.
LUCHO — Mi recontra tátarabuelo.
NANCY — Es lo mismo.
MARÍA — (A LUCHO.) Usted me está dando a entender que la inquisición española obligó a un familiar suyo a convertirse.
LUCHO — Exacto, mi hermana Gladis investigo y llegó a esa conclusión.
NANCY — Sí. El recontra tátarabuelo se llamaba Gomestein y lo obligaron a cambiarlo por Gómez.
MARÍA — (Indignada.) ¡Usted es un farsante y me parece de mal gusto hacer bromas con la tragedia de un pueblo!
NANCY — Pero María, no seas desconfiada…por eso estás tan sola, no crees en nadie, vivís encerrada en vos misma, no sabés lo que es el amor, desconfiás del prójimo.
MARÍA — (Llora desconsoladamente.) Tenés razón, no puedo más de tanta soledad.
LUCHO — (Se sienta a la mesa, le acaricia la cabeza a María.) Ahora te voy a traer un guefilte fish que te va a poner mejor.
MARÍA — (Se seca las lágrimas.) Gracias y disculpe mi violencia verbal.
LUCHO — No te aflijas. (Se levanta y sale de escena.)
En la otra mesa, está sentado DIEGO, encerrado en su mundo, mira el horizonte.
DIEGO — La culpa es de los japoneses, mandan nubes radioactivas al resto del planeta y nos afectan la mente y el cuerpo.
NANCY — (A DIEGO.) Es fácil echarle la culpa al otro de lo que nos pasa…, lo importante es mirar dentro nuestro y reconocer nuestros errores.
DIEGO — (Se para en la silla, mira a través de unos prismáticos imaginarios.) Ahí los veo, cientos de japoneses a bordo de barcazas, lanchas, gomones; navegando hacia nuestras tierras, trayendo consigo la radioactividad, peces de colores los acompañan…
MARÍA — (A NANCY.) Para mí, es un actor que está ensayando una obra.
NANCY — Es probable, no me había dado cuenta.
DIEGO — Ahí los veo, conejos sin orejas, tortugas sin caparazón, gallinas de colores, que titilan al compás de una danza macabra… ahí los veo…
MARÍA — (A NANCY.) No me parece un gran actor, pero le pone pasión.
NANCY — Sí, y es bastante atractivo.
DIEGO — Ahí lo veo a “él”…al “Gran jefe”…
NANCY — ¿Quién es el “Gran jefe”?
DIEGO — El Gran jefe es un coreano que vive en Japón, viste un kimono verde y zapatillas amarillas.
NANCY — Qué elegante... ¿No será brasilero en vez de coreano?, por los colores, digo… (Se ríe sola.)
DIEGO — El Gran jefe, lleva puesta una antena en la cabeza…una papa con dos agujas.
NANCY — Me estás jodiendo, (A MARIA.) ¿Te das cuenta, María?...El coreano se comunica con el ciego.
MARÍA — El ciego se llama Fredy.
NANCY — No importa, se comunica con el coreano.
MARÍA — No seas ridícula, este hombre delira o ensaya una obra de teatro.
NANCY — (A DIEGO.) Disculpáme, ¿Vos estás delirando o ensayando una obra teatral?
DIEGO — Ninguna de la dos cosas, veo lo que otros no quieren ver.
NANCY — ¿Qué ves?
DIEGO — Veo chinos por todos lados, nos están por invadir…veo a un ciego, que es un agente secreto al servicio de los japoneses.
NANCY — ¿Un ciego que vende perfumes y se llama Fredy?
DIEGO — Sí, exactamente.
MARÍA — (Ofuscada.) Déjense de hablar pavadas, Fredy es un simple vendedor de perfumes, un humilde ciego que se gana la vida como puede.
NANCY — ¿Y vos por qué lo defendés? ¿Trabajás para el o estás enamorada?
MARÍA — No seas ridícula, Ana. Ustedes son unos paranoicos.
NANCY — Explicáme lo de la papa y las dos agujas.
MARÍA — ¿Qué querés que te explique?
NANCY — Que cómo puede ser que este hombre (Señala a DIEGO.) vea a un coreano con una papa y dos agujas en la cabeza al igual que el ciego; eso quiere decir que se comunican entre sí.
DIEGO — Claro, el ciego trabaja para el coreano.
Entra LUCHO.
LUCHO — (A MARÍA.) Señorita, le traigo el guefilte fish…está para chuparse los dedos.
MARÍA — Gracias, pero ya no tengo hambre.
LUCHO — ¿Todavía sigue enojada conmigo?
MARÍA — No, simplemente me duele vivir en un mundo tan injusto, tan discriminador, tan excluyente; donde el hecho de ser distinto, hace a un hombre sospechoso de pertenecer a alguna organización macabra; me duele la ignorancia de esta sociedad injusta.
LUCHO — Usted habla muy bien, señorita, pero no entiendo a qué se refiere.
NANCY — Se refiere a Fredy, el ciego que vende perfumes. Parece que trabaja para una organización secreta japonesa que quiere invadir la Patagonia.
LUCHO — (Piensa.) Yo siempre sospeché que ese hombre andaba en algo raro; cuando tenia la parrilla vino a comer varias veces.
DIEGO — ¿En serio? ¿Y no lo reconociste cuando vino a vender perfumes?
LUCHO — No, porque venía disfrazado de mujer, usaba una peluca rubia…lo reconocí por los anteojos, recién me di cuenta hace unos días.
MARÍA — Son todas mentiras, me molesta que critiquen a ese pobre hombre.
LUCHO — (A MARÍA, de mala manera.) ¿Y vos por qué lo cubrís? ¿Trabajás para él?
NANCY — Lo mismo le pregunté yo y no me quiso contestar.
MARÍA — No puedo creer, Nancy, que me ataques así, sos mi amiga. ¿Qué te pasa? ¿Te volviste loca como ellos?
NANCY — Mirá, chiquita, no te hagás la mosquita muerta que te conozco bien, vos fuiste amante de mi ex, me lo contó él.
MARÍA — ¿De qué estás hablando?
NANCY — Hablo de Manuel, él me contó que ustedes tuvieron un romance fugaz.
NANCY — Pero eso fue antes que salgan ustedes, mucho antes…
MARÍA — No importa cuándo fue, vos te acostaste con el hombre que amé.
DIEGO — (A ambas.) Bueno chicas, no se peleen, tenemos que pensar cómo capturar al ciego y sacarle toda la información.
NANCY — Eso, eso… María sabe dónde vive y nos va a llevar a la casa. (A MARÍA.) ¿No es cierto?
MARÍA — Yo no los pienso llevar a ningún lado, no se hagan ilusiones.
LUCHO — Mirá, chiquita, mejor que colaborés con nosotros, no me gustaría usar la fuerza.
MARÍA — No les tengo miedo.
NANCY — Dejá… (A LUCHO.) ¿Cómo era que te llamás?
LUCHO — Lucho.
NANCY — Dejá, Lucho. El ciego vive en Parque Patricios, a una cuadra de la cancha de Huracán.
DIEGO — Mi tío Raúl vive en la misma zona, le voy a preguntar, capaz lo conoce.
LUCHO — Tenemos que elaborar un plan para entrar en la casa. No es difícil, nos presentamos, él ya nos conoce, le decimos que queremos comprar perfumes o cualquier pelotudez que sea creíble.
MARÍA intenta salir de escena.
LUCHO — (A MARÍA.) ¿A dónde vas, chiquita?
MARÍA — Me voy a mi casa, me cansé de escuchar tantas pavadas.
LUCHO — (La agarra del brazo.) Vos no te vas a ningún lado, te creés que nosotros somos giles, seguro nos vas a denunciar. (A DIEGO.) Llevála para el fondo y cerrá la puerta.
MARÍA — Esto les va a salir caro.
ESCENA 4
El mismo escenario.
NANCY — Me parece que nos fuimos a la mierda…, liberemos a María y terminemos con esto, vamos a ir todos presos.
DIEGO — Si querés irte, andáte, nosotros queremos capturar al ciego y sacarle toda la información.
LUCHO — De acá no se va nadie.
NANCY — ¿Cómo que de acá no se va nadie? En una hora tengo turno del psiquiatra.
LUCHO — Dije que de acá, no se va nadie.
DIEGO — Pero, Lucho, ¿qué te pasa? La chica tiene que ir al psiquiatra, debe tener problemas para resolver… no podés coartar su libertad.
LUCHO — Mirá, Nancy, primero capturemos al ciego y después vas a todos los psiquiatras que quieras.
NANCY — Pero yo no suspendo mi terapia por nada, tengo que ir como sea.
DIEGO — Tenés que dejarla Lucho, mirá si le agarra un brote psicótico, ¿qué hacemos?
NANCY — Tiene razón, en cualquier momento me puede agarrar un ataque de locura.
LUCHO — (Preocupado.) ¿Vos tomas pastillas para los nervios?
NANCY — Tomo un jarabe que me da el doctor en cada sesión, es necesario que lo tome.
Entra el CIEGO.
CIEGO — ¡Buenas tardes!
Los tres se dan vuelta, sorprendidos.
LUCHO — ¡Pero mirá quien esta acá! ¡Qué alegría verte!
CIEGO — ¿Me conoce?
LUCHO — Claro que te conocemos, vos sos Fredy, el vendedor de perfumes.
CIEGO — (Orgulloso.) El mismo. El mejor vendedor de todo Buenos Aires y alrededores, tengo un olfato especial para detectar las mejores esencias, perdón pero… ¿este es el consultorio odontológico del doctor Sánchez?
LUCHO — El mismo; nosotros estamos esperando al doctor; somos fabricantes del hilo dental “la gallina degollada”.
CIEGO — Nunca escuche esa marca.
LUCHO — Es nueva, recién patentadita, todavía no la sacamos al mercado, se la queremos hacer probar a los odontólogos, es un hilo súper fuerte, puede sacar cualquier basura entre los dientes.
DIEGO — Y también degollar gallinas, se la queremos ofrecer a criadores de pollos.
CIEGO — Claro, como su nombre lo indica.
LUCHO — Exacto, es también un homenaje al escritor Horacio Quiroga, que escribió la obra homónima.
CIEGO — (Levemente incómodo.) Perdón, ¿la secretaria del doctor no se encuentra?
NANCY — La secretaria no pudo venir porque esta enferma; vine yo a suplantarla. Soy la sobrina del doctor, me llamo Nancy. Mucho gusto.
CIEGO — (Olfatea.) Hay mucho olor a pescado en este lugar.
LUCHO — Tenés razón, viene del restaurant de al lado. Ya nos quejamos varias veces.
CIEGO — (Amaga con irse.) Voy a aprovechar que no llego el doctor para ofrecer mis perfumes en el restaurant.
LUCHO — Esperá. A nosotros nos interesan tus fragancias, sentáte y mostranos que tenés.
CIEGO — (Se sienta, los demás permanecen parados alrededor de él.) Ustedes no son fabricantes de nada, no soy tonto. ¿Quiénes son? ¿Dónde está el doctor?
DIEGO — Al doctor lo tenemos atado en el consultorio; le aplicamos el torno para que hable, pero no quiere confesar.
CIEGO — ¿Confesar qué? ¿Quiénes son ustedes?
LUCHO — (Se inclina y le habla amenazadoramente al oído.) Confesar para quienes trabajan el doctor y vos.
CIEGO — Nosotros no trabajamos juntos.
LUCHO — ¡Ajá! … ¿Y vos para quién trabajás?
CIEGO — No tengo que dar explicaciones, me gano la vida decentemente, es cierto que no pago impuestos, pero no robo.
DIEGO — Mejor que nos digas para quién trabajás.
CIEGO — Trabajo para el “Chino Benítez”, pero por favor, no le hagan nada a él, es un hombre bueno, padre de familia, humilde…
DIEGO — ¡Se dan cuenta! ¡Trabaja para un chino!
LUCHO — (Emocionado.) El Chino Benítez fue un futbolista que jugó en Racing y Boca, era un volante derecho de la puta madre, con Boca ganó seis títulos.
DIEGO — Confesá, Fredy, ¿es un chino de verdad o es el jugador de fútbol?
CIEGO — (Nervioso.) No sé,… no pregunto cosas íntimas. Yo me dedico a vender por la calle los perfumes que él me da. Me paga el treinta por ciento por perfume que vendo.
LUCHO — ¿Pero es chino de verdad?
CIEGO — No sé, nunca le vi la cara.
DIEGO — Obviamente… ¿Pero qué acento tiene?
CIEGO — Me parece que es peruano.
NANCY — Decime, Fredy, ¿por qué te ponés una papa con dos agujas en la cabeza?
DIEGO — Eso, eso… ¿Por que?
CIEGO — ¿Quién les contó eso a ustedes?
NANCY — María es mi amiga y me contó con lujo de detalles la noche de pasión que tuvieron.
CIEGO — No es cierto, no pasamos ninguna noche de pasión; pero es verdad que estuvo en mi casa, le mostré mi depósito de perfumes.
DIEGO — ¿Y para qué te ponés la papa con las agujas en la cabeza?
CIEGO — Esa es una técnica que me enseñó el Chino, para captar las buenas vibraciones del universo y mandar mensajes a los ángeles.
NANCY — (Mira el reloj y se agarra la cabeza.) Dentro de quince minutos tengo psiquiatra y todavía estoy acá, boludeando.
LUCHO — Ya te dije que de acá no se va nadie.
NANCY — A mi terapia voy como sea, rompo todo, no me importa.
DIEGO — Dejala ir, Lucho.
LUCHO — ¿Pero vos sos tarado o te hacés? Nos puede denunciar. De acá no se va nadie o nos vamos todos juntos.
DIEGO — Ya sé, vamos los tres al psiquiatra.
NANCY — Si quieren, acompáñenme hasta la puerta.
LUCHO — No, nena; no te vamos a dejar sola, entramos los tres al consultorio del psiquiatra.
CIEGO — ¿Yo también puedo ir?
LUCHO — No, vos te vas a quedar encerrado acá hasta que volvamos del psiquiatra.
DIEGO — En una hora estamos, portáte bien.
ESCENA 5
El mismo escenario.
CIEGO — (Grita.) ¡Doctora, me escucha!
MARÍA — (Voz en off.) Sí, te escucho, Fredy, pero no soy doctora, apenas terminé el secundario.
CIEGO — Usted no es la doctora, esa voz me suena conocida, pero la Doctora no es.
MARÍA — (Voz en off.) Soy María, la que estuvo en tu casa el otro día.
CIEGO — ¿María? ¿Que hacés acá? ¿Sos cómplice de los delincuentes? ¿Dónde está la doctora?
MARÍA — (Voz en off.) Acá no hay ninguna doctora… ¿Dónde están Lucho, Nancy y el otro idiota?
CIEGO — No se quiénes son. Acá estuvieron tres delincuentes que te conocen, ahora se fueron al psiquiatra.
MARÍA — (Voz en off.) No entiendo nada, abrime la puerta por favor.
El ciego sale de escena y vuelve a entrar con MARÍA.
MARÍA — ¿Entendés lo que paso?, se hicieron pasar por delincuentes para sacarte información. Ellos creen que trabajás para una organización japonesa que quiere invadir la Patagonia.
CIEGO — Yo soy un simple vendedor de perfumes.
MARÍA — Ya sé, mi amor; tenemos que escaparnos de acá.
CIEGO — Va a ser imposible, bajaron la cortina metálica.
MARÍA — (Piensa.) En la cocina hay cuchillos de todos los tamaños, tenemos que armarnos para enfrentarlos cuando regresen.
CIEGO — A mí no me gusta la violencia, soy pacifista.
MARÍA — Yo también soy pacifista, pero no tenemos opción, o los matamos o nos matan.
CIEGO — Nadie nos va a matar.
MARÍA — Si intentan hacerte daño, yo te voy a defender, voy a dar mi vida por vos.
CIEGO — No exageres.
MARÍA — ¿Vos darías tu vida por mí?
CIEGO — María, no sé de qué hablás.
MARÍA — Hablo de amor, de lo que pasó entre nosotros la otra tarde en tu casa.
CIEGO — ¡Pero si no pasó nada!
MARÍA — ¿Y por qué no pasó nada? ¿No te gusto o sos gay?
CIEGO — María, no me parece el momento adecuado para hablar de estas cosas.
MARÍA — Sí, este es el momento, quizás nos maten en unos minutos y me gustaría ir a la tumba con mis emociones claras…yo me enamoré de vos, a primera vista.
CIEGO — ¿De qué estás hablando, María? Yo no creo en el amor a primera vista…
MARÍA — Yo sí… ¿Vos sabés quien fue Gadafi?
CIEGO — Fue un dictador libio, derrocado por su pueblo.
MARÍA — No fue ningún dictador; eso es lo que dicen los imperialistas, pero no importa.
CIEGO — María, te afectó el encierro en la cocina, no sé qué tiene que ver Gadafi con todo esto.
MARÍA — (Seria.) Gadafi dijo “Quien no me ame, no merece vivir”.
CIEGO — ¿Entonces?
MARÍA — Vos no me amas y no mereces vivir.
CIEGO — Pero vos no sos Gadafi.
MARÍA — Me voy a apropiar de esa frase, ya que no puedo apropiarme de tu amor.
CIEGO — ¡La puerta! ¡Están abriendo la puerta!
MARÍA — Escondámonos, que no nos vean.
Entran LUCHO, DIEGO y NANCY; se sientan alrededor de una mesa.
LUCHO — ¡Qué rico estaba ese puchero de gallina! …No sé si el Dr. Werner será un buen psiquiatra, pero como cocinero es fantástico.
NANCY — Se come muy bien del doctor, la semana pasada sacrificó una rana…la hizo al horno con papas… ¡una exquisites!
LUCHO — (A Diego.) ¿Qué te pasa Diego que estás tan callado?
DIEGO — No sé, no me gustó lo que me dijo el doctor, fue muy agresivo conmigo.
NANCY — El doctor es así, Diego, te dice lo que no queremos escuchar.
Se escucha un ruido, como si se hubiera caído un objeto al piso.
LUCHO — ¿Qué es ese ruido?
MARIA y el CIEGO entran a escena.
MARÍA — Somos nosotros, si nos van a matar, háganlo ahora, no quiero sufrir más.
NANCY — ¡Ay, María! sos tan exagerada, eso te pasa por mirar telenovelas todo el día y no vivir la realidad.
CIEGO — Yo lo único que quiero decir es que soy un simple vendedor de perfumes, que trata de ganarse la vida honestamente.
LUCHO — (A MARÍA y el CIEGO.) Tomen asiento, que en unos momentos viene el psiquiatra.
MARÍA — ¿Psiquiatra? Yo no estoy loca.
NANCY — Nadie dice que estás loca, ahora llega el Dr. Werner y nos va a aclarar muchas cosas.
MARÍA — ¿Dr. Werner? ¿El brujo que vas a ver todas las semanas? ¿El que sacrifica animalitos y después se los come?
NANCY — Es un psiquiatra de mucho prestigio, si no crees en la ciencia, es problema tuyo.
DIEGO — Para mí es un brujo, tiene una cara de loco que asusta.
LUCHO — Diego, a vos no te asustaron las verdades que te dijo.
CIEGO — Yo mucho de psiquiatría no entiendo, pero me parece cruel sacrificar animalitos.
NANCY — Los animalitos no sufren, ni cuenta se dan cuando les clava el hachazo…y a nosotros nos libera de nuestras penas, porque estas se transmiten al animal.
CIEGO — ¿Y para qué va a venir el psiquiatra acá?
LUCHO — A verte a vos, Fredy, te va a liberar de tus penas.
CIEGO — (Alarmado.) Yo no tengo penas, soy un hombre feliz, me encanta olfatear los aromas de la calle, vender mis perfumes, escuchar música, hablar con la gente, soy feliz.
NANCY — Fredy, te parece que sos feliz, la sociedad de consumo nos vende la idea de felicidad y la compramos contentos…vos estás poseído por fuerzas oscuras y el Dr. Werner te va a liberar.
CIEGO — (Muy nervioso.) Yo no estoy poseído por nadie y no quiero escuchar como sacrifican a un pobre animalito, ¿Qué va a matar el doctor esta vez? ¿Una gallina, un sapo, un gato?
DIEGO — Ojalá, Fredy…te van a sacrificar a vos, eso es lo que están planeando.
CIEGO — (Se levanta, LUCHO lo toma del brazo y lo vuelve a sentar.) A mí no me va a tocar.
LUCHO — Nadie te va a hacer daño.
NANCY — Fredy, si no te hubieras puesto la papa y dos agujas en la cabeza, no hubiera pasado nada… ¿Para qué hiciste eso?
CIEGO — Pero…es una técnica que me enseño el Chino Benítez, para ahuyentar malos espíritus y tener paz.
LUCHO — Pero Fredy…en vez de ahuyentarlos, los atrajiste…a mí me hiciste mucho daño.
CIEGO — ¿A vos? ¿Qué te hice ?...Si ni te conozco.
LUCHO — Sí, me conocés…vos venías a la parrillita disfrazado de mujer, usabas una peluca rubia.
CIEGO — ¡Estás loco! Yo nunca me disfracé de nada, nunca fui a un baile de disfraces en mi vida.
LUCHO — Te creo, Fredy, vos no sos conciente de tus actos, estás poseído por fuerzas ocultas. El doctor te lo va a explicar muy bien cuando llegue.
CIEGO — ¡Esto es una locura! ¿Dónde estás, María? ¿Por qué no hablás?
MARÍA — (Seria.) Me parece que el brujo tiene razón, estás imposibilitado de amar, deberían sacrificarte.
CIEGO — ¡Están todos locos! ¿Qué quieren de mí? Yo no soy ningún agente secreto, solamente vendo perfumes.
LUCHO — Ya lo sabemos, Fredy, quedate tranquilo, nadie te va a hacer nada.
NANCY — Fredy, vos sos una víctima inocente, el Dr. Werner te va a liberar.
CIEGO — Yo no soy ninguna víctima, no quiero que me sacrifiquen.
Se escucha que golpean la puerta.
NANCY — Es el Dr. Wermer, la felicidad nos espera.
ESCENA 6
Están todos sentados a lo largo de las dos mesas. Lucen de manera desprolija y tienen manchas de sangre. Un comisario de la Policía les toma declaración.
NANCY — (Llorando.) Alguien mató al Dr. Wermer y lo va a pagar…las pericias van a dar con el asesino, ¿No es cierto, comisario?
LUCHO — También está la posibilidad de que haya muerto desnucado, capaz que al entrar al baño resbaló.
DIEGO — Mire, comisario, existe la posibilidad de que haya muerto intoxicado por el guefilte fish que se comió, eso lo sabremos después que le hagan la autopsia.
LUCHO — ¿Qué querés decir? ¿Que yo vendo comida en mal estado?
DIEGO — Convengamos que ese pescado estaba repugnante.
MARÍA — ¡Pobre cerdito! qué manera horrible de morir.
NANCY — (A MARIA.) Mi doctor también murió de forma terrible.
MARIA — Ese viejo brujo está bien muerto.
NANCY — (Sigue llorando.) Cómo podes hablar así de un hombre sabio que me ha hecho un inmenso bien. No sé como voy a vivir sin él. Para mi fue un padre, un maestro, un confesor, un…
MARÍA — ¿Un amante, tal vez?
NANCY — (La agarra de los pelos.) Desgraciada, te voy a matar.
LUCHO — (Las separa.) Basta chicas, ¿Qué va a pensar el comisario de nosotros?
DIEGO — Sí, comisario; yo le voy a contar como fueron los hechos. El Dr. Wermer entró a este salón acompañado de un cerdo, al que aparentemente iba a sacrificar.
NANCY — (Sigue llorando.) No te confundas, Diego. El Dr. Wermer no iba a sacrificar a Porcozín, era su mascota…pero Fredy lo mato, pobre animalito de Dios.
CIEGO — No fue mi intención, yo actué en defensa propia.
NANCY — ¿Defensa de qué? Nadie te iba a hacer nada.
CIEGO — Diego me dijo al oído que me iban a clavar un hachazo en el corazón, igual que a Drácula.
DIEGO — Pero Fredy, fue una broma, vos no tenés sentido del humor.
CIEGO — ¿Una broma? No entiendo qué tiene de gracioso decirle a un hombre que lo van a matar.
DIEGO — (Relajado.) Fue una bromita, Fredy, no te pongas mal.
MARÍA — (Fuera de sí.) Vos te la pasas haciendo bromas y la gente te cree… (Señala a todos.) Estos tarados se creyeron esa historia de la invasión japonesa y de que Fredy era un agente secreto.
DIEGO — Lo de Fredy era una bromita…pero lo de la invasión es cierto, yo veo japoneses por todos lados… el brujo me trato de “delirante paranoico”, fue injusto conmigo.
NANCY — (Sigue llorando.) ¿Por qué no le seguimos contando al comisario que pasó, a ver si puede desentrañar este crimen horrendo?
DIEGO — Sí, comisario, disculpe; como le estaba diciendo, el doctor entró acompañado de un cerdo, se sentó al lado de Fredy, lo abrazó y le dio un beso en la cabeza.
CIEGO — Sí, es cierto, después me puso la antena casera en la cabeza.
LUCHO — También le puso una antena a Porcozín, para que se comunicaran entre ellos.
CIEGO — Fueron instantes muy bellos, yo sentí una enorme paz. El doctor me tomó de la mano y se puso a cantar una canción extraña.
NANCY — Es una canción tradicional alemana, fue un momento mágico, estábamos todos tomados de la mano.
MARIA — Ese hombre nos hipnotizó a todos, eso es lo que pasó, yo misma sentí una enorme alegría, hasta me dieron ganas de besarlos y abrazarlos a todos.
NANCY — (Sigue llorando.) Tus emociones fueron genuinas, lo que pasa es que no te permitís sentir nada y te querés convencer de que fuiste hipnotizada.
DIEGO — Hasta el chanchito se contoneaba al ritmo de la música sin que se le cayera la antena.
NANCY — Todo fue mágico, hasta que Lucho lo arruinó. (Todos miran a LUCHO.)
LUCHO — (Titubeando.) Mire comisario…yo estaba disfrutando de la ceremonia, pero empecé a sentir un olor extraño que venía de la cocina, fui para allá y me llevé una desagradable sorpresa… encontré la heladera abierta y el tupper con el guefilte fish estaba vacío, también encontré materia fecal porcina, un asco… volví al salón enloquecido y dije “Este chancho hijo de puta, se comió todo el pescado y me cagó en el piso”.
DIEGO — Y ahí se armó el gran despelote, comisario; parecía que se venía el fin del mundo, el Apocalipsis…
MARIA — Fue un espanto, comisario; el brujo enloqueció, se paró y empezó a revolear las sillas, mientras nos blasfemaba a todos.
NANCY — Yo nunca lo vi en ese estado, pero era razonable…Lucho había insultado a Porcozín y el doctor lo quería como a un hijo.
CIEGO —En medio del caos, Diego me dijo al oído que el doctor me sacrificaba en cualquier momento, entonces fui a la cocina a buscar un cuchillo para defenderme, en ese momento se cortó la luz…yo no me di cuenta, pero eso fue lo que escuche.
MARIA —Sí, se corto la luz y el brujo empezó a gritar “Herejes, vivirán eternamente en la oscuridad”. Me asusté mucho y busqué un rincón para refugiarme.
DIEGO — Sí, yo también tuve miedo y me acosté en el piso, el chanchito se acostó al lado mío, lloraba desconsoladamente, parecía un bebe.
NANCY — Yo lo escuché, también me tiré en el piso y me partió el alma el llanto de Porcozín, estaba asustado.
CIEGO — Yo tenía intenciones de quedarme en la cocina, pero el olor a mierda de chancho era insoportable, entonces volví al salón, armado con el cuchillo y tuve la mala suerte de resbalar y caí con el cuchillo de punta sobre el chancho…
LUCHO — El alarido que pegó ese animalito de Dios, fue estremecedor.
DIEGO — Fue un milagro que no me haya acuchillado a mí, yo estaba pegado al chancho.
LUCHO — Después volvió la luz, comisario; y lo que vimos fue un espanto.
NANCY — (No para de llorar.) El doctor estaba tirado en el baño, lo primero que hice fue tomarle el pulso, estaba sin vida…le hice respiración boca a boca.
MARÍA — Estuviste como quince minutos tratando de resucitarlo. Si no te sacábamos, te quedabas todo el día besándolo.
NANCY — (Alterada.) Loca de mierda, como podés hablar así, no tenés respeto por nada.
LUCHO — Mire comisario, para mí, el hombre murió de un infarto o se resbaló y se desnucó…ya lo van a decir las pericias, pero otra posibilidad no hay… no presenta heridas de arma blanca…
NANCY — (No para de llorar.) ¡Pobre Franz!
MARÍA — ¿No se llamaba Wermer?
NANCY — Se llamaba Franz Wermer, tenía nombre y apellido como todo el mundo. Sos una idiota.
LUCHO — Como Franz Beckenbauer, que era un cinco de la puta madre, con una elegancia única.
NANCY — ¿Cómo dice, comisario? Sí, llevaba tres años viviendo en la Argentina, estaba medio prófugo, lo buscaba Interpol Internacional porque se había robado un mono del zoológico de Berlín. Se escapó de Alemania en un barco pesquero de bandera sueca, viajó como polizonte y la poca comida que conseguía se la daba al mono. Cuando llegaron a Buenos aires, el mono murió de una neumonía.
MARÍA — Para mí que lo sacrificó.
NANCY — ¡Cállate, imbécil!
MARÍA — O sea que ahora lo delataste y si resucita lo van a meter preso y extraditar a Alemania.
NANCY — ¡Pobre Franz! como lo voy a extrañar…
CIEGO — Comisario, tengo algo importante que decirle… El Dr. Wermer no murió…
Todos se levantan a la vez y miran hacia el baño.
LUCHO — ¡¿Cómo?!
CIEGO — Salió hace treinta segundos, comisario; salió por la cocina, si se apura lo alcanza.
Todos levantan la mano y saludan al comisario, al unísono.
TODOS — ¡Chau, comisario!
NANCY — (Exultante, levanta los brazos.) ¡¡Sí!! ¡Wermer está vivo!
MARIA — Sí, y por culpa tuya lo van a detener y mandar derechito a la cárcel de Berlín.
NANCY — No lo voy a permitir, me voy a ayudarlo a escapar. (Sale de escena.)
DIEGO — (Al CIEGO.) ¿Cómo te diste cuenta de que se fue el doctor?
CIEGO — ¡Je!…Por el olfato. Apenas se levantó me percaté, tengo un olfato privilegiado.
MARIA — (Fastidiosa.) Bueno, chicos, muy entretenido todo, pero me quiero ir a la mierda, hace como seis horas que estoy acá.
DIEGO — Yo también me quiero ir, estoy agotado.
CIEGO — A mí, el Chino Benítez me va a matar, hoy no vendí nada, no fui a visitar a ningún cliente y mañana tengo que pagar la luz, ¿Alguien me puede prestar cien pesos?
DIEGO — Si, tomá Fredy, (Saca cien pesos.) te los regalo, sos un capo, te los merecés y disculpáme las bromas que te hice.
CIEGO — ¡Gracias, Diego!
DIEGO — Bueno, Lucho, nos vamos, mañana vengo a comer.
LUCHO — Un segundito, ustedes me deben plata.
MARIA — Yo tomé una Fanta, nada más.
LUCHO —Son nueve pesos.
DIEGO — Dejate de joder, Lucho, no nos podés cobrar.
LUCHO —Vos, Diego, me debés treinta y cinco pesos del menú ejecutivo, sabés muy bien que yo no le fío a nadie.
DIEGO — Pero quedate con el chancho, cocinálo y vendé los lechones.
LUCHO — Este es un restaurant judío, no puedo ofrecer carne de cerdo.
CIEGO — Yo tomé un agua mineral, nada más.
LUCHO — Son siete pesos, Fredy.
MARÍA — Mirá, Lucho, yo no traje la billetera, mañana paso y te pago la Fanta.
DIEGO — Yo tampoco tengo plata, los cien pesos que tenía se los di a Fredy.
LUCHO —No sé, ustedes me deben plata. ¡De acá no se va nadie!
FIN