Háblame como la lluvia y déjame escuchar…
Tennesse Williams
Personajes
Hombre
Mujer
Voz
de niño
Escena
única
Una habitación amueblada al oeste
de la Octava Avenida en la zona central de Manhattan. En una cama
plegable está echado un hombre
vestido con una camiseta arrugada, despertándose con los suspiros de
quien se acostó muy borracho. Una mujer
está sentada en una silla junto a la única ventana de la
habitación, vagamente delineado su perfil sobre un cielo preñado de
lluvia que todavía no ha comenzado a caer. La mujer
tiene en la mano un vaso de agua que va bebiendo de a pequeños
sorbos, a sacudidas, como bebería un pájaro. Los rostros de ambos
son jóvenes y desmedrados, como los rostros de los niños en un país
donde hay hambre. Se hablan con una especie de cortesía, una especie
de formalidad afectuosa como la de dos niños solitarios que quieren
ser amigos; y, sin embargo, dan la impresión de haber vivido juntos
durante mucho tiempo, y de que la presente escena entre ellos es la
repetición de una escena tantas veces vivida que su contenido
emocional plausible, como el reproche y el arrepentimiento, está
totalmente gastado, y no queda nada más que la aceptación de algo
irremediablemente inalterable entre ellos.
HOMBRE
(Con voz ronca):
¿Qué hora es? (La mujer
murmura algo inaudible)
¿Qué, cariño?
MUJER:
Domingo.
HOMBRE:
Ya sé que es Domingo. Nunca das cuerda al reloj.
(La
mujer
alarga el brazo, un brazo desnudo y delgado que sale de la
deshilachada manga de su quimono de seda rosa y coge el vaso de agua,
cuyo peso parece inclinarla un poco hacia delante. Desde la cama el
hombre
la observa muy serio, con ternura, mientras ella bebe agua. Empieza a
oírse una música tenue, vacilante, con una frase que se repite
varias veces, como si en la habitación contigua alguien estuviese
tratando de recordar una canción en una mandolina. A veces se oye
cantar una frase en español. La canción podría ser Estrellita.
Empieza a llover; a lo largo de la obra cesa y se reanuda la lluvia
varias veces. Una bandada de palomas pasa aleteando junto a la
ventana y se oye la voz de un niño que canta fuera…)
VOZ DE NIÑO:
Lluvia, lluvia, vete y vuelve otro día.
(Otro
niño repite la canción en son de burla más lejos.)
HOMBRE
(Por fín):
Me pregunto si cobré el cheque del seguro de paro. (La
mujer
se inclina hacia delante como si le pesara el vaso de agua; lo deja
en el reborde de la ventana con un pequeño chasquido que parece
asustarla. Ríe, jadeando, por unos momentos. El hombre
continúa, sin mucha esperanza.)
Espero no haber cobrado mi cheque. ¿Dónde está mi traje? Mira en
los bolsillos, a ver si lo llevaba encima.
MUJER:
Volviste mientras yo estaba en la calle buscándote, y cogiste el
cheque y dejaste sobre la cama una nota que no pude descifrar.
HOMBRE:
¿No pudiste descifrar la nota?
MUJER:
Sólo un número de teléfono. Llamé, pero había tanto ruido que no
entendí nada.
HOMBRE: ¿Ruido?
¿Aquí?
MUJER:
No, allí.
HOMBRE: ¿Dónde
era “allí”?
MUJER:
No lo sé. Alguien me dijo que fuera y colgó; y después ya sólo
daba la señal de comunicar…
HOMBRE: Cuando
me desperté estaba en una bañera llena de cubitos de hielo medio
derretidos y de cerveza High Life de Miller. Tenía la piel azul.
Estaba ahogándome en una bañera llena de cubitos de hielo. Era
cerca de un río, pero no sé si era el río Este o el Hudson. En
esta ciudad le hacen a uno cosas terribles cuando está inconsciente.
Me duele todo el cuerpo, como si me hubieran tirado a puntapiés por
una escalera. No como si me hubiera caído, sino como si me hubieran
dado puntapiés. Una vez recuerdo que me afeitaron la cabeza. Otra
vez me metieron en un cubo de basura que había en un callejón, y
salí de allí con cortes y quemaduras en todo el cuerpo. La gente
depravada abusa de uno cuando se está inconsciente. Cuando desperté
estaba desnudo en una bañera llena de cubitos de hielo medio
derretidos. Salí de allí arrastrándome y fui al salón, y al
entrar yo alguien salía por la otra puerta, y yo abrí la puerta y
oí cerrarse la del ascensor y vi las puertas de un pasillo de un
hotel. Estaba puesta la televisión y al mismo tiempo sonaba un
disco; el salón estaba lleno de mesas de ruedas cargadas de cosas
que debían haber subido los camareros del hotel, y jamones enteros,
pavos enteros, sándwiches de tres pisos, fríos, que se estaban
poniendo secos, y botellas, y botellas, y más botellas de toda clase
de bebidas, que ni siquiera se habían abierto, y recipientes con
cubitos derritiéndose. Alguien cerró una puerta al entrar yo… (La
mujer
toma sorbos de agua)
Cuando entré alguien se marchaba. Oí cerrarse una puerta y fui a la
puerta y oí la puerta de un ascensor cerrarse… (La
mujer
deja el vaso) Por el
suelo de aquel apartamento junto al río…, cosas, ropas…
esparcidas… (La mujer se
sobresalta un poco al pasar junto a la ventana abierta una bandada de
palomas) Sostenes…,
pantalones…, camisas, corbatas, calcetines… y muchas cosas más…
MUJER
(Débilmente):
¿Ropas?
HOMBRE: Sí,
toda clase de prendas personales, y vidrios rotos, y muebles volcados
como si hubiese habido allí un zafarrancho general y hubiese entrado
en el apartamento… la Policía…
MUJER: Oh…
HOMBRE: Debió
haber una lucha muy violenta… allí…
MUJER: ¿Tú
estabas…?
HOMBRE: En
la bañera, entre… el hielo…
MUJER:
Oh…
HOMBRE:
Y recuerdo que cogí el teléfono para preguntar qué hotel era, pero
no recuerdo si me lo dijeron o no… Dame un sorbo de ese agua.
(Ambos se levantan y
se encuentran en el centro de la habitación. Se pasan muy serios el
vaso de uno a otro. Él se enjuaga la boca, mirándola gravemente, y
cruza la habitación para escupir por la ventana. Después regresa al
centro de la habitación y le devuelve a ella el vaso. Ella toma un
sorbo de agua. Él pone sus dedos con ternura sobre el largo cuello
de ella.) Ya he recitado
la letanía de mis desgracias. (Pausa.
Se oye la mandolina.) Y
tú, ¿no tienes nada que contarme? Háblame, dime algo de lo que
pasa detrás de tu… (Sus
dedos recorren la frente y los ojos de ella. Ella cierra los ojos y
levanta una mano como para tocarle. Él le coge la mano y la mira
volviéndola, y después oprime los dedos contra sus labios. Cuando
se la suelta ella le roza con los dedos. Acaricia su pecho delgado y
liso, como el de un niño, y luego sus labios. Él levanta la mano y
desliza sus dedos por el cuello y el escote de su quimono a medida
que se afirma el sonido de la mandolina. Ella se vuelve y se apoya en
él, reclinando la cabeza en su hombro; y él sigue recorriendo con
los dedos la curva de su cuello y dice:)
Hace tanto tiempo que no estamos juntos de verdad. Vivimos juntos
como dos extraños. Encontrémonos y quizá no nos perdamos.
¡Háblame! ¡Yo he estado perdido! … Pensaba mucho en ti, pero no
podía llamarte, cariño. Pensaba en ti todo el tiempo, pero no podía
llamar. ¿Qué iba a decir si llamaba? ¿Iba a decir, estoy perdido?
¿Perdido en la ciudad? ¿Circulando como una tarjeta sucia entre la
gente? Y después colgar… Me siento perdido en esta… ciudad.
MUJER:
¡Desde que te fuiste no he tomado más que agua! (Lo
dice casi alegremente, riéndose de lo que dice. El hombre la
estrecha contra sí con un gemido suave, emocionado.)
¡Nada más que café en polvo, hasta que se acabó, y agua! (Ríe
compulsivamente)
HOMBRE:
¿Puedes hablarme, cariño? ¿Puedes hablarme ya?
MUJER: ¡Sí!
HOMBRE:
Pues háblame como la lluvia y… déjame escuchar, déjame estar ahí
echado y escuchar… (Se
tumba en la cama y se da la vuelta, quedando boca abajo, con un brazo
colgando por un lado de la cama y golpeando de cuando en cuando el
suelo con los nudillos. La mandolina continúa.)
Hace demasiado tiempo que no hablamos… abierta y claramente.
Cuéntame cosas. ¿Qué has estado pensando en silencio? Mientras yo
he circulado como una postal sucia por esta ciudad… ¡Dime,
háblame! Háblame como la lluvia, y yo estaré aquí echado y
escucharé.
MUJER:
Yo…
HOMBRE: ¡Tienes
que hacerlo, es necesario! ¡Tengo que saber, así es que háblame
como la lluvia y yo te escucharé, aquí echado, te escucharé…!
MUJER: Quiero
irme de aquí
HOMBRE:
¿Quieres irte?
MUJER: ¡Quiero
irme de aquí!
HOMBRE: ¿Cómo?
MUJER: ¡Sola!
(Vuelve a la ventana)
Me instalaré con un nombre supuesto en un pequeño hotel de la
costa…
HOMBRE:
¿Con qué nombre?
MUJER: Anna…
Jones… La camarera será una viejecita que tenga un nieto y hable
de él… Yo me sentaré en la silla mientras la viejecita hace la
cama, con los brazos colgando… a los lados y… su voz será…
apacible… Me contará lo que cenó su nieto…, tapioca y leche…
(Se sienta junto a la
ventana y bebe sorbos de agua.)
La habitación será umbrosa, fresca y estará llena del murmullo de
la…
HOMBRE:
¿Lluvia?
MUJER:
Sí. De la lluvia.
HOMBRE: ¿Y…?
MUJER: ¡La
ansiedad… desaparecerá!
HOMBRE: Sí…
MUJER: Al
cabo de un rato la viejecita dirá: ya tiene la cama hecha, señorita;
y yo le diré: gracias… Coja un dólar de mi monedero. Se cerrará
la puerta. Y me quedaré otra vez sola. Las ventanas serán altas,
con largos postigos azules, y habrá una temporada de lluvia…,
lluvia…, lluvia… Mi vida será como la habitación, fresca,
umbrosa y… llena del murmullo de la…
HOMBRE:
Lluvia…
MUJER: Todas
las semanas, sin falta, el correo me traerá un cheque. La viejecita
me cobrará los cheques y me traerá libros de una biblioteca y
recogerá… la ropa de la lavandería… ¡Siempre llevaré ropa
limpia!... Me vestiré de blanco. Nunca seré muy fuerte ni me
quedarán muchas energías, pero pasado algún tiempo tendré las
suficientes para pasear por la explanada, para pasear por la playa
sin esfuerzo… Por las tardes pasearé por la explanada que bordea
la playa. Elegiré una playa donde ir a sentarme, no lejos de la
glorieta donde la banda toca selecciones de Víctor Herbert mientras
oscurece… Tendré una habitación grande, con postigos en las
ventanas. Habrá una temporada de lluvia, lluvia, lluvia. Y me
sentiré tan agotada después de mi vida en la ciudad que no me
importará estar sin hacer nada, simplemente oyendo caer la lluvia.
Estaré tan tranquila. Las arrugas desaparecerán de mi cara. No se
me inflamarán nunca los ojos. No tendré amigos. No tendré siquiera
conocidos. Cuando sienta sueño regresaré despacio al pequeño
hotel. El empleado dirá: buenas noches, señorita Jones; y yo me
limitaré a sonreír apenas y cogeré mi llave. Nunca ojearé
siquiera un periódico ni oiré la radio; no tendré ni idea de lo
que ocurre en el mundo. No tendré conciencia del paso del tiempo…
Un día me miraré al espejo y veré que mi cabello está empezando a
ponerse gris, y por primera vez me daré cuenta de que he estado
viviendo en ese pequeño hotel bajo un nombre supuesto, sin amigos ni
conocidos ni relaciones de ninguna clase durante veinticinco años.
Me sorprenderá un poco, pero no me preocupará. Me alegraré de que
el tiempo haya pasado tan sin sentir. De cuando en cuando quizá vaya
al cine. Me sentaré en la última fila, con toda esa oscuridad en
torno mío y unas figuras inmóviles sentadas junto a mí,
ignorándome, mirando la pantalla. Personas imaginarias. Personajes
inventados. Leeré largos libros y los diarios de escritores muertos.
Me sentiré más cerca de ellos de lo que me he sentido nunca de las
personas que conocía antes de retirarme del mundo. Será grata y
sedante esta amistad mía con poetas muertos, porque no tendré que
tocarlos ni que responder a sus preguntas. Me hablarán sin esperar
mi respuesta. Y me vendrá el sueño escuchando sus voces que me
explicarán misterios. Me quedaré dormida con el libro todavía
entre las manos y lloverá. Despertaré, oiré la lluvia y me volveré
a dormir. Una temporada de lluvia, lluvia, lluvia… Después, un
día, al cerrar el libro o al volver sola del cine a las once de la
noche, me miraré al espejo y veré que mi cabello se ha vuelto
blanco. Blanco, blanco del todo. Tan blanco como la espuma de las
olas (Se levanta y pasea
por la habitación mientras habla.)
Recorreré mi cuerpo con las manos y percibiré lo asombrosamente
delgada e ingrávida que me he quedado. ¡Oh, Dios mío, qué delgada
estaré! Casi transparente. Apenas real, ya. Entonces advertiré,
sabré, un tanto confusamente, que he permanecido allí, en ese
pequeño hotel sin… relaciones sociales, responsabilidades,
inquietudes ni perturbaciones de ninguna clase… durante casi
cincuenta años. No recordaré siquiera los nombres de las personas
que conocía antes de llegar allí, ni qué se siente cuando se
espera a alguien que… puede no venir… Entonces sabré –mirándome
al espejo- que ha llegado el momento de pasear sola una vez más por
la explanada, con un viento fuerte azontádome, el viento limpísimo
que sopla desde el confín del mundo, desde más lejos aún, desde
los fríos límites del espacio ultraterrestre, desde más allá de
lo que haya más allá de los confines del espacio. (Se
sienta otra vez, vacilante, junto a la ventana.)
Entonces saldré y pasearé por la explanada. Pasearé sola y me iré
adelgazando, adelgazando.
HOMBRE:
Nena. Vuelve a la cama.
MUJER:
¡Cada vez más delgada, más delgada! (Él
va hacia ella y la obliga a levantarse de la silla.)
¡Hasta que al final no tendré cuerpo ya y el viento me cogerá en
sus fríos brazos blancos y me llevará para siempre!
HOMBRE (Le
besa el cuello): ¡Vamos,
ven a la cama conmigo!
MUJER: ¡Quiero
irme, quiero irme de aquí! (Él
la suelta y ella vuelve al centro de la habitación, sollozando
inconteniblemente. Se sienta en la cama. Él suspira y se asoma en la
ventana; la luz brilla a intervalos tras él y arrecia la lluvia. La
mujer
se estremece y
cruza los brazos. Sus sollozos han cesado, pero respira con
dificultad. La luz centellea y el viento gime fríamente.
El hombre
sigue asomado a la ventana. Por fín, ella le dice con voz suave…:)
Vuelve a la cama. Vuelve
a la cama, cariño…
(Él
vuelve hacia ella su cara perdida mientras).
CAE
EL TELÓN