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11/5/20

HEDDA GABLER Drama en cuatro actos HENRIK IBSEN


HEDDA GABLER

 IBSEN


Personajes

Jørgen Tesman, becario en Historia de la Cultura.

Señora Hedda Tesman, su esposa.

Señorita Juliane Tesman, su tía.

Señora Elvsted.

Juez Brack.

Ejlert Løvborg.

Berte, criada de los Tesman.


La acción transcurre en la casa de los Tesman, en la parte oeste de la ciudad.



ACTO PRIMERO


Un salón amplio, elegante, amueblado con gusto y decorado en colores oscuros.

En la pared del fondo, una puerta ancha, con pesadas cortinas descorridas, conduce a

una sala más pequeña, que mantiene el mismo estilo que el salón. En la pared derecha,

una puerta de dos hojas da al recibidor. En la pared opuesta, a la izquierda, una puerta

acristalada, también con las cortinas descorridas. A través de los cristales se ve parte

de una terraza con porche y árboles con colores otoñales. En primer término, una mesa

ovalada con tapete, rodeada de sillas. Delante, en la pared derecha, una estufa de

azulejos ancha y oscura, un sillón de respaldo alto, un alzapié con cojín y dos taburetes.

En el rincón de la derecha, un sofá rinconero y una mesita circular. Delante, a la

izquierda, algo separado de la pared, un sofá. Al otro lado de la puerta acristalada, un

piano. A ambos lados de la puerta del fondo hay estantes con adornos de mayólica y

terracota. En la pared del fondo de la salita interior, se ven un sofá, una mesa y unas

sillas. Sobre este sofá, cuelga el retrato de un apuesto caballero de cierta edad, vestido

con uniforme de general. Sobre la mesa, una lámpara con globo de cristal mate de color

lechoso. El salón está lleno de ramos de flores distribuidos en jarras y floreros.

También hay ramos tirados sobre las mesas. Los suelos de ambas habitaciones están

cubiertos por gruesas alfombras. Luz de mañana. El sol entra por la puerta acristalada.

La señorita Juliane Tesman, con sombrero y sombrilla, entra desde el recibidor,

seguida por Berte, que trae un ramo envuelto en papel. La señorita Tesman es una

señora de buen ver y aspecto amable, de unos sesenta y cinco años. Va bien vestida,


En Noruega es habitual que la gente más acomodada viva en la parte oeste de las ciudades.

aunque con sencillez, con un traje de paseo gris. Berte es una mujer de cierta edad, de

aspecto sencillo y aire campesino.

Señorita Tesman. (Se detiene al cruzar la puerta, escucha y dice en voz baja:)

¡Anda, creo que no se han levantado todavía!

Berte. (También en tono susurrante.) Ya se lo decía yo, señorita. Imagínese… El

barco de vapor llegó anoche tardísimo. Y luego… ¡Jesús! La cantidad de equipaje que

tenía para deshacer la joven señora antes de acostarse.

Señorita Tesman. Habrá que dejarlos descansar. Pero aire fresco de la mañana sí

que van a tener cuando bajen.

Se acerca a la puerta acristalada y la abre de par en par.

Berte. (Junto a la mesa, indecisa, con el ramo en la mano.) Ya no sé ni dónde

poner las cosas. Digo yo que aquí estará bien, señorita. (Coloca el ramo sobre el piano.)

Señorita Tesman. En fin, querida Berte, pues ya tienes nuevos señores. Solo Dios

sabe lo que me ha costado renunciar a ti.

Berte. (Al borde del llanto.) ¡Pues anda que a mí! ¿Qué quiere que le diga? Llevo

toda la vida trabajando para las señoritas…

Señorita Tesman. Tenemos que tomárnoslo con filosofía, Berte. Lo cierto es que

no nos queda más remedio. Jørgen te necesita en la casa. Te necesita. Al fin y al cabo te

has ocupado de él desde que era un chiquillo.

Berte. Sí, señorita, pero es que no dejo de pensar en la que se ha quedado en casa.

La pobre está tan desvalida… ¡Y con la chica nueva! ¡Esa no aprenderá nunca a atender

bien a la enferma!

Señorita Tesman. Descuida, ya me ocuparé de enseñarle. Y además, yo misma me

encargaré de la mayor parte del trabajo, claro. Por mi pobre hermana no necesitas

preocuparte, querida Berte.

Berte. Ya, pero hay algo más, señorita. Me da mucho miedo no saber hacer las

cosas al gusto de la joven señora.

Señorita Tesman. Por Dios… Quizá al principio os cueste un poco, pero…

Berte. Es que por lo visto se da muchos aires.

Señorita Tesman. Imagínate, la hija del general Gabler… A lo que debía estar

acostumbrada en vida del general… ¿Recuerdas cuando salía a montar a caballo con su

padre? ¿Con aquel vestido de paño negro? ¿Y las plumas en el sombrero?

Berte. ¡No me iba a acordar…! Aunque nunca en la vida me habría imaginado que

ella y el licenciado acabarían formando pareja.

Señorita Tesman. Yo tampoco. Por cierto, Berte, ahora que me acuerdo: ya no

debes llamar licenciado a Jørgen. Tienes que decir «doctor».

Berte. Sí, la señora también me lo dijo… anoche… según entraron por la puerta.

Entonces, ¿es verdad, señorita?

Señorita Tesman. Desde luego que sí. Fíjate, Berte… Lo han nombrado doctor en

el extranjero, ahora, durante el viaje, ¿sabes? Yo no tenía ni idea… hasta que me lo

contaron anoche en el muelle.

Berte. Pues claro, el señor puede llegar a lo que quiera, con lo bien que él 

trabaja… Pero nunca habría pensado que también se pondría a curar gente.

Señorita Tesman. No, no es ese tipo de doctor… (Asiente con aires de

importancia.) Y además, seguramente, pronto tendrá un título aún más elegante.

Berte. ¡No me diga! ¿Y cuál será?

Señorita Tesman. (Sonríe.) Hum… ¡Ya te gustaría saberlo! (Emocionada.) Ay,

Señor… ¡Si el pobre Jochum levantara la cabeza y viera hasta dónde ha llegado su niño!

(Mirando a su alrededor.) Pero escucha, Berte, ¿por qué has hecho eso? ¿Por qué has

quitado las fundas de todos los muebles?

Berte. Me lo ha mandado la señora. Dice que no le gusta ver las fundas sobre los

sillones.

Señorita Tesman. Entonces, ¿van a usar este salón así… a diario?

Berte. Pues eso me pareció entenderle a la señora. Aunque él…, el doctor…, no

dijo nada.

Jørgen Tesman llega tarareando desde la derecha de la salita del fondo, trae una

maleta abierta y vacía. Es un hombre de estatura mediana y aspecto juvenil, de treinta y

tres años, algo corpulento, de rostro abierto, redondo y alegre, y con el pelo y la barba

rubios. Lleva gafas y viste un traje de casa cómodo y algo descuidado.

Señorita Tesman. ¡Buenos días, buenos días, Jørgen!

Tesman. (En la puerta del fondo.) ¡Tía Julle! ¡Querida tía Julle! (Se acerca y le

sacude la mano.) ¡Has venido hasta aquí… tan temprano! ¿Eh?

Señorita Tesman. Tenía que pasarme un momentito a ver cómo estabais.

Tesman. ¡Y eso que esta noche no te hemos dejado descansar!

Señorita Tesman. Bah, eso no tiene ninguna importancia.

Tesman. Bueno, pero llegaste bien a casa anoche, ¿eh?

Señorita Tesman. Desde luego que sí…, gracias a Dios. El juez fue tan amable de

acompañarme hasta la misma puerta.

Tesman. Sentimos mucho no poder llevarte en el coche. Pero ya lo viste…, Hedda

tenía tantísimas cajas que traer…

Señorita Tesman. Sí, qué barbaridad.

Berte. (A Tesman.) ¿Debería ir a preguntar a la señora si puedo ayudarla con algo?

Tesman. No, gracias, Berte… Será mejor que no lo hagas. Me ha dicho que te

llamará si quiere algo.

Berte. (Dirigiéndose a la derecha.) Está bien.

Tesman. Pero, mira… Llévate esta maleta.

Berte. (Cogiéndola.) La subo al desván.

Sale por la puerta del recibidor.

Tesman. Fíjate, tía… Traía esa maleta entera llena de copias. Es increíble lo que

he logrado reunir en los diversos archivos. Extraños textos antiguos de los que nadie

sabía nada…

Señorita Tesman. Sí, Jørgen, está claro que no has perdido el tiempo en tu viaje de

novios.

Tesman. La verdad es que no. Pero quítate el sombrero, tía. ¡Ven! Deja que te 

deshaga el lazo, ¿eh?

Señorita Tesman. (Mientras él lo hace.) Por Dios… Como si siguieras en casa con

nosotras…

Tesman. (Dando vueltas al sombrero entre las manos.) Mira… ¡Qué sombrero

nuevo tan bonito y elegante!

Señorita Tesman. Me lo he comprado por Hedda.

Tesman. Por Hedda, ¿eh?

Señorita Tesman. Sí, para que no se avergüence de mí si vamos juntas por la calle.

Tesman. (Acariciándole la mejilla.) ¡Hay que ver! ¡Piensas en todo, tía Julle!

(Deja el sombrero sobre una silla junto a la mesa.) Y ahora… nos sentamos aquí en el

sofá. Así charlamos un poco hasta que venga Hedda.

Se sientan y ella deja la sombrilla en el rincón del sofá.

Señorita Tesman. (Le coge ambas manos y lo mira.) ¡Ay, qué alegría volver a

tenerte ante los ojos, Jørgen! ¡Ay…, el niño del pobre Jochum!

Tesman. ¡Yo sí que me alegro de volver a verte, tía Julle! Has sido para mí un

padre y una madre.

Señorita Tesman. Ya sé que seguirás teniendo cariño a tus viejas tías.

Tesman. Pero la tía Rina no está mejor, ¿verdad?

Señorita Tesman. Ay, no… Me temo que no podemos esperar ninguna mejoría

por ese lado, pobrecita. Sigue en la cama, igual que todos estos años. ¡Pero que nuestro

Señor me permita conservarla un poco más! De lo contrario me vería completamente

perdida en la vida, Jørgen. Sobre todo ahora, que ya no te tengo a ti para atenderte.

Tesman. (Acariciándole la espalda.) ¡Ea, ea!

Señorita Tesman. (Cambiando repentinamente de tono.) ¡Ay, Jørgen, pensar que

ya eres un hombre casado! ¡Y que al final fuiste tú quien se llevó a Hedda Gabler! A la

preciosa Hedda Gabler… ¡Fíjate! ¡Con todos los pretendientes que tenía!

Tesman. (Tararea un poco y sonríe con satisfacción.) Sí, me parece que tengo

unos cuantos buenos amigos en la ciudad que me envidian, ¿eh?

Señorita Tesman. ¡Y encima has podido hacer ese viaje de novios tan largo! Más

de cinco… Casi seis meses…

Tesman. La verdad es que para mí ha sido también una especie de viaje de

estudios. La cantidad de archivos que he visitado… ¡Y la cantidad de libros he leído!

Señorita Tesman. Sí, sí, claro. (Más íntimamente y bajando un poco la voz.) Pero

escucha, Jørgen… ¿No tienes nada…, nada así como especial que contarme?

Tesman. ¿Del viaje?

Señorita Tesman. Sí.

Tesman. No, no se me ocurre nada que no te haya contado en las cartas. Que me

he doctorado en el extranjero… ya te lo conté anoche.

Señorita Tesman. Sí, esas cosas sí. Pero me refiero a… si no tienes alguna…,

alguna expectativa.

Tesman. ¿Expectativa?

Señorita Tesman. Por Dios, Jørgen… ¡Que soy tu vieja tía!

Tesman. Desde luego que tengo expectativas, claro que sí.

Señorita Tesman. ¡Cuenta!

Tesman. Tengo muy buenas perspectivas de que me otorguen una cátedra

cualquier día de estos.

Señorita Tesman. Ya, una cátedra…

Tesman. O… en realidad puedo decir que tengo la certeza de que me la darán.

Pero, querida tía Julle… ¡Eso ya lo sabes!

Señorita Tesman. (Riéndose por lo bajo.) Claro que lo sé. Tienes razón.

(Cambiando de tono.) Pero estábamos hablando del viaje… Tiene que haber costado

muchísimo dinero, ¿no, Jørgen?

Tesman. Por Dios… La generosa beca que me concedieron ha contribuido mucho.

Señorita Tesman. Pero lo que no entiendo es que consiguieras que alcanzara para

dos.

Tesman. Es que tampoco es fácil de entender, ¿eh?

Señorita Tesman. Y menos cuando se viaja con una dama. Porque he oído que eso

sale muchísimo más caro.

Tesman. Sí, naturalmente…, sale algo más caro. ¡Pero Hedda necesitaba ese viaje,

tía! De verdad. Cualquier otra cosa habría sido imposible.

Señorita Tesman. Ya, supongo… Hoy en día parece que esto del viaje de novios

es obligatorio… Pero dime, ¿has podido ver ya el piso?

Tesman. Sí, claro, llevo explorándolo desde el amanecer.

Señorita Tesman. ¿Y qué te parece?

Tesman. ¡Excelente! ¡Absolutamente excelente! Solo que no entiendo para qué

queremos las dos habitaciones vacías entre la salita de ahí atrás y el dormitorio de

Hedda.

Señorita Tesman. (Riéndose por lo bajo.) Ay, mi querido Jørgen… Seguro que os

vienen bien… a la larga.

Tesman. ¡Sí, cuánta razón tienes, tía Julle! A medida que incremente mi colección

de libros… ¿Eh?

Señorita Tesman. Exacto, mi niño. En la colección de libros estaba yo pensando.

Tesman. Aunque sobre todo me alegro por Hedda. Antes de que nos

prometiéramos, siempre decía que solo se imaginaba viviendo en la casa de la viuda del

ministro Falk.

Señorita Tesman. Sí, fíjate… Y dio la casualidad de que salió a la venta justo al

poco de que os marcharais.

Tesman. Sí, tía Julle, realmente hemos tenido mucha suerte, ¿eh?

Señorita Tesman. ¡Aunque ha salido caro, querido Jørgen! Todo esto… te va a

costar mucho dinero.

Tesman. (La mira un poco preocupado.) Sí, saldrá caro, ¿no?

Señorita Tesman. ¡Ay, Dios del cielo!

Tesman. ¿Por cuánto calculas que saldrá? ¿Así… aproximadamente?

Señorita Tesman. Pues no tengo ni idea, no puedo saberlo hasta que lleguen todas

las facturas.

Tesman. En fin, por suerte el juez Brack me ha conseguido muy buenas

condiciones. Él mismo se lo escribió a Hedda.

Señorita Tesman. Sí, tú no te preocupes por eso, mi niño… Además, la compra de

los muebles y las alfombras la he avalado yo.

Tesman. ¿Avalado? ¿Tú? Pero, querida tía Julle, ¿qué tipo de aval podías

presentar tú?

Señorita Tesman. Mi renta.

Tesman. (Levantándose sobresaltado.) ¡¿Cómo?! ¡¿Tu renta y la de la tía Rina?!

Señorita Tesman. Verás, es que no vi otra opción.

Tesman. (Se planta ante ella.) ¡Pero has perdido el juicio, tía! Esa renta… es lo

único que tenéis para vivir la tía Rina y tú.

Señorita Tesman. Ea, ea… No te alteres tanto por eso. Es solo una formalidad,

¿sabes? Me lo dijo el propio juez Brack. Porque fue él quien tuvo la amabilidad de

arreglármelo todo. Una mera formalidad, me dijo.

Tesman. Seguramente tenga razón, pero aun así…

Señorita Tesman. Y ahora que vas a tener tu propio sueldo… Por Dios, ¿qué más

daría si nosotras también tuviéramos que aportar algo? Colaborar un poco al principio…

sería un placer para nosotras.

Tesman. Ay, tía… ¡Nunca te cansas de sacrificarte por mí!

Señorita Tesman. (Se levanta y le posa las manos sobre los hombros.) ¿Qué otra

alegría tengo en la vida más que allanarte el camino, mi niño? Tú no has tenido ni padre

ni madre que pudieran apoyarte. ¡Y por fin hemos llegado a la meta! Hubo momentos en

que lo vimos muy negro, pero, gracias a Dios, ¡ya has salido adelante, Jørgen!

Tesman. Sí, es curioso cómo se ha arreglado todo.

Señorita Tesman. Sí, quienes estaban en tu contra… y querían cortarte el

camino… tienen ahora que conformarse con quedar por detrás. ¡Han caído, Jørgen! Y el

que era más peligroso para ti… es quien ha caído más bajo… Y ahora recoge lo que él

mismo sembró… Pobre descarriado.

Tesman. ¿Has sabido algo de Ejlert? Desde que me marché, quiero decir.

Señorita Tesman. Solo he oído que ha publicado un libro nuevo.

Tesman. ¡¿Cómo?! ¿Ejlert Løvborg? Recientemente, ¿eh?

Señorita Tesman. Sí, eso dicen. Dios sabe si ese libro valdrá algo. No, ya verás,

cuando salga el tuyo… ¡Eso será otra cosa, Jørgen! ¿De qué tratará?

Tesman. De la artesanía de Brabante en la Edad Media.

Señorita Tesman. Fíjate… ¡Incluso de eso eres capaz de escribir!

Tesman. Aunque la verdad es que a ese libro puede quedarle bastante. Verás,

primero tengo que organizar todas mis complicadas colecciones de documentos.

Señorita Tesman. Sí, reunir y organizar…, eso sí que se te da bien. Por algo eres

hijo del difunto Jochum.

Tesman. Y además me hace tanta ilusión ponerme manos a la obra… Sobre todo

ahora, que tengo mi propio hogar en el que trabajar.

Señorita Tesman. Y más que nada, querido Jørgen, porque tienes a la mujer a

quien deseaba tu corazón.

Tesman. (Abrazándola.) ¡Ay, sí, sí, tía Julle! ¡Hedda… es lo más fabuloso de

todo! (Mirando hacia la puerta del fondo.) Creo que por ahí viene, ¿eh?

Hedda llega por la salita desde la izquierda. Es una mujer de veintinueve años. El

rostro y la figura, nobles y distinguidos. La piel tiene una palidez mate. Los ojos son

grises como el acero y expresan una fría serenidad. El pelo tiene un bonito tono castaño

claro, aunque no es especialmente voluminoso. Lleva un elegante vestido de mañana,

algo suelto.

Señorita Tesman. (Yendo al encuentro de Hedda.) ¡Buenos días, querida Hedda!

¡Buenos días te deseo de todo corazón!

Hedda. (Tendiéndole la mano.) ¡Buenos días, querida señorita Tesman! ¿Tan

temprano de visita? Qué amable.

Señorita Tesman. (Parece algo cohibida.) En fin… ¿Ha dormido bien la señora en

su nueva casa?

Hedda. Gracias, más o menos.

Tesman. (Riéndose.) ¡Más o menos! ¡Cómo eres, Hedda! Cuando me levanté,

dormías como un tronco.

Hedda. Afortunadamente. Y además, señorita Tesman, tiene una que

acostumbrarse a todo lo nuevo. Así…, poco a poco. (Mirando hacia la izquierda.)

Buf… La criada ha vuelto a dejar abierta la puerta de la terraza. Entra el sol a raudales.

Señorita Tesman. (Dirigiéndose hacia la puerta.) Ya cerramos.

Hedda. ¡No, no, eso no! Querido Tesman, echa las cortinas, que tamizan la luz.

Tesman. (Junto a la puerta.) De acuerdo, de acuerdo… Ya está, Hedda, ahora

tienes sombra y aire fresco al mismo tiempo.

Hedda. Sí, la verdad es que el aire fresco hace falta. Todas estas dichosas flores…

Pero, por favor, ¿no quiere sentarse, señorita Tesman?

Señorita Tesman. No, muchas gracias, ya he visto que todo anda bien por aquí…

¡Gracias a Dios! Así que tengo que volver a casa, para atender a la pobre que tanto me

espera…

Tesman. No te olvides de darle muchísimos recuerdos de mi parte. Y dile que

pasaré a verla más tarde.

Señorita Tesman. Así lo haré. Pero…, por cierto, Jørgen… (Palpándose el bolsillo

del bolso.) Casi se me olvida. Te he traído una cosa.

Tesman. ¿Qué es, tía? ¿Eh?

Señorita Tesman. (Saca un paquete plano envuelto en papel de periódico y se lo

tiende.) Toma, mi querido niño.

Tesman. (Abriéndolo.) Ay, por Dios… ¿Me las has guardado, tía Julle? ¡Hedda!

Qué tierno, ¿eh?

Hedda. (Junto a los estantes de la derecha.) Sí, querido, pero ¿qué es?

Tesman. ¡Mis viejas zapatillas de andar por casa! ¡Mis pantuflas!

Hedda. Vaya. Recuerdo que las has mencionado a menudo durante el viaje.

Tesman. Sí, las echaba muchísimo de menos. (Acercándose a ella.) ¡Míralas,

Hedda!

Hedda. (Se dirige hacia la estufa.) No, gracias, de verdad que no me interesa.

Tesman. (Siguiéndola.) Fíjate…, me las bordó la tía Rina en la cama. Con lo

enferma que está… Ay, no te imaginas la cantidad de recuerdos que me traen.

Hedda. (Junto a la mesa.) En realidad, a mí ninguno.

Señorita Tesman. En eso Hedda puede tener razón.

Tesman. Ya, pero pensaba que ahora que pertenece a la familia…

Hedda. (Interrumpiéndolo.) Me temo que nunca nos vamos a entender con esa

chica, Tesman.

Señorita Tesman. ¿Con Berte?

Tesman. Querida…, ¿por qué dices eso, eh?

Hedda. (Señalando.) ¡Mira! Se ha dejado un sombrero viejo sobre la silla.

Tesman. (Sobresaltado, deja caer las zapatillas al suelo.) ¡Pero Hedda…!

Hedda. Imagínate… que viniera alguien y lo viera.

Tesman. Pero, Hedda… ¡El sombrero es de la tía Julle!

Hedda. Ah, ¿sí?

Señorita Tesman. (Cogiendo el sombrero.) Desde luego que es mío. Y la verdad

es que de viejo no tiene nada, pequeña.

Hedda. En realidad no me he fijado muy bien, señorita Tesman.

Señorita Tesman. (Atándose el sombrero.) Lo cierto es que es la primera vez que

me lo pongo, bien lo sabe Dios.

Tesman. Y además es muy elegante. ¡Verdaderamente magnífico!

Señorita Tesman. No exageres, querido Jørgen. (Mirando a su alrededor.) ¿La

sombrilla…? Aquí. (Cogiéndola.) Porque esta también es mía. (Murmurando.) No de

Berte.

Tesman. ¡Sombrero nuevo y sombrilla nueva! ¡Fíjate, Hedda!

Hedda. Preciosísimos.

Tesman. Sí, ¿verdad? Pero, tía, ¡mira bien a Hedda antes de irte, eh! ¡Mira lo

preciosísima que está ella!

Señorita Tesman. Ay, querido, eso no es nada nuevo. Hedda ha sido preciosa toda

su vida.

Se despide con la cabeza y se dirige hacia la derecha.

Tesman. (Siguiéndola.) Sí, pero ¿te has fijado en lo lozana y hermosa que se ha

puesto? ¿En todo el peso que ha ganado en el viaje?

Hedda. (Avanzando por el salón.) ¡Ay, para ya…!

Señorita Tesman. (Se ha parado y se vuelve.) ¿Ha ganado peso?

Tesman. Sí, tía Julle, con ese vestido no se aprecia bien. Pero yo, que tengo

ocasión de…

Hedda. (Junto a la puerta acristalada, con impaciencia.) ¡Tú no tienes ocasión de

nada!

Tesman. Debe de haber sido el aire de montaña del Tirol…

Hedda. (Cortante, interrumpiendo.) Estoy exactamente igual que cuando me

marché.

Tesman. Sí, eso dices tú. Pero no es así, está claro. ¿Verdad, tía?

Señorita Tesman. (Ha juntado las manos y la mira fijamente.) Hedda es

preciosa…, preciosa…, preciosa. (Se acerca a ella, le inclina con ambas manos la

cabeza y le besa el pelo.) Que Dios te proteja y te guarde, Hedda Tesman. Por Jørgen.

Hedda. (Desembarazándose con delicadeza.) ¡Ah…! Ande, suélteme.

Señorita Tesman. (Con callada emoción.) Vendré a veros todos los santos días.

Tesman. ¡Sí, tía, por favor! Hazlo, ¿eh?

Señorita Tesman. Adiós… ¡Adiós!

Sale por la puerta del recibidor. Tesman la acompaña. La puerta queda

entornada. Se oye a Tesman reiterar sus saludos a la tía Rina y dar las gracias por las

zapatillas.

Al mismo tiempo, Hedda se pasea por el salón, alza los brazos y cierra los puños

como si estuviera furiosa. Luego aparta las cortinas de la puerta acristalada y se queda

mirando hacia fuera.

Al poco, vuelve Tesman y cierra la puerta.

Tesman. (Recoge las zapatillas del suelo.) ¿Qué estás mirando, Hedda?

Hedda. (De nuevo serena y controlada.) Solo miro las hojas de los árboles. Están

tan amarillas… y marchitas.

Tesman. (Envuelve las zapatillas y las deja sobre la mesa.) Sí, es que ya estamos

en septiembre.

Hedda. Sí, fíjate… Ya estamos… en septiembre.

Tesman. ¿No te ha parecido que la tía Julle estaba un poco rara? ¿Casi solemne?

¿Tú entiendes lo que le ha pasado, eh?

Hedda. La verdad es que apenas la conozco. ¿No se pone a menudo así?

Tesman. No, no como hoy.

Hedda. (Alejándose de la puerta acristalada.) ¿Crees que le habrá molestado lo

del sombrero?

Tesman. Bah, no demasiado. Quizá al momento un poco…

Hedda. ¡Pero qué modales dejar el sombrero en medio del salón! Eso no se hace.

Tesman. Bueno, puedes estar segura de que la tía Julle no volverá a hacerlo.

Hedda. De todos modos, ya la compensaré.

Tesman. Ay, sí, querida Hedda, ¡ojalá pudieras!

Hedda. Cuando vayas luego a visitarlas, invítala a venir esta tarde.

Tesman. Desde luego que lo haré. Y hay otra cosa con la que también podrías

darle una alegría.

Hedda. Dime.

Tesman. Si te decidieras a tutearla… ¿Lo harías por mí, eh, Hedda?

Hedda. No, no, Tesman… Por Dios, no me pidas eso. Ya te lo he dicho una vez.

Intentaré llamarla tía. Con eso tendrá que bastar.

Tesman. Ya, bueno. Solo que me parece que, ahora que eres de la familia…

Hedda. Hum… La verdad es que no sé…

Se pasea por el salón en dirección a la puerta del fondo.

Tesman. (Al poco.) ¿Te pasa algo, Hedda? ¿Eh?

Hedda. Solo miro mi viejo piano. En realidad no encaja bien con todo lo demás.

Tesman. Con mi primer sueldo, lo cambiaremos.

Hedda. No, no… No quiero cambiarlo. No quiero separarme de él. Será mejor que

lo pongamos en la salita. Aquí podríamos poner otro. Cuando se pueda, quiero decir.

Tesman. (Un poco cohibido.) Sí… También podríamos hacerlo así.

Hedda. (Cogiendo el ramo sobre el piano.) Estas flores no estaban aquí cuando

llegamos anoche.

Tesman. Te las habrá traído la tía Julle.

Hedda. (Mirando dentro del ramo.) Una tarjeta de visita. (La saca y lee:)

«Volveré más tarde». ¿A que no adivinas de quién es?

Tesman. No. ¿De quién? ¿Eh?

Hedda. Aquí pone: «Señora del comisario Elvsted».

Tesman. ¿De verdad? ¡La señora Elvsted! La señorita Rysing, como se llamaba

antes.

Hedda. Exacto. La que andaba llamando la atención con ese pelo tan irritante. Tu

viejo amor, según tengo entendido.

Tesman. (Riéndose.) Bueno, no duró mucho. Y además fue antes de conocerte a ti,

Hedda. Pero, fíjate…, está en la ciudad.

Hedda. Es curioso que venga a visitarnos. Al fin y al cabo, apenas la conozco,

solo de la escuela.

Tesman. Sí, la verdad es que yo tampoco la he visto desde… Dios sabe cuándo.

No entiendo cómo soporta vivir en un lugar tan remoto, ¿eh?

Hedda. (Se lo piensa y de pronto dice:) Oye, Tesman… ¿No es por allí por donde

anda también… ese… Ejlert Løvborg?

Tesman. Sí, justamente en la misma región.

Berte se asoma a la puerta del recibidor.

Berte. Señora, ya ha vuelto la señora que se pasó hace un rato y dejó unas flores.

(Señalando.) Esas que tiene en la mano.

Hedda. Ah, ¿sí? Pues hágala pasar.

Berte le abre la puerta a la señora Elvsted y sale. La señora Elvsted tiene una

figura delicada y rasgos dulces. Los ojos son azul claro, grandes, redondos y algo

saltones, con una expresión asustada e indagadora. El pelo es llamativamente rubio,

casi blanco, y extraordinariamente ondulado y voluminoso. Es un par de años más

joven que Hedda. Lleva puesto un traje oscuro de visitas, de buen gusto aunque no a la

última moda. 

Hedda. (Yendo a su encuentro amablemente.) Buenos días, querida señora

Elvsted. Me alegro de volver a verla.

Señora Elvsted. (Nerviosa, tratando de controlarse.) Sí, hace mucho tiempo que

no nos vemos.

Tesman. (Tendiéndole la mano.) Y nosotros también, ¿eh?

Hedda. Gracias por sus preciosas flores…

Señora Elvsted. Ah, no es nada… Quise venir ayer mismo, por la tarde. Pero me

enteré de que estaban de viaje…

Tesman. Ha llegado recientemente a la ciudad, ¿eh?

Señora Elvsted. Llegué ayer a mediodía. Ay, qué desesperación me entró al

enterarme de que no estaban en casa…

Hedda. ¿Desesperación? ¿Por qué?

Tesman. Pero, querida señora Rysing…, señora Elvsted, quiero decir…

Hedda. ¿No habrá pasado nada malo?

Señora Elvsted. Pues sí. Y aquí no sé de absolutamente nadie a quien recurrir,

salvo ustedes.

Hedda. (Dejando el ramo sobre la mesa.) Vamos… Sentémonos aquí, en el

sofá…

Señora Elvsted. ¡Ay, no tengo paz ni tranquilidad para sentarme!

Hedda. Claro que sí. Venga aquí.

Tira de la señora Elvsted para sentarla en el sofá y se sienta a su lado.

Tesman. ¿Entonces? ¿Qué pasa, señora…?

Hedda. ¿Ha ocurrido algo especial allá, por su comarca?

Señora Elvsted. Sí… En cierto sentido ha pasado algo y al mismo tiempo no.

Ay… Sería tan importante para mí que no me malinterpretaran…

Hedda. Pues entonces lo mejor que puede hacer es hablar claro, señora Elvsted.

Tesman. Por eso habrá venido, ¿eh?

Señora Elvsted. Sí, sí, ha sido por eso. Y tendré que decirles, por si no lo saben,

que Ejlert Løvborg también está en la ciudad.

Hedda. ¡Løvborg está…!

Tesman. ¡Anda, Ejlert Løvborg ha vuelto! ¡Fíjate, Hedda!

Hedda. Por Dios, que lo estoy oyendo.

Señora Elvsted. Ya lleva aquí alrededor de una semana. Madre mía… ¡Una

semana entera! En esta ciudad tan peligrosa… Y solo. Con las malas compañías que hay

aquí…

Hedda. Pero, querida señora Elvsted… En realidad, ¿qué tiene usted que ver con

él?

Señora Elvsted. (La mira asustada y se apresura a contestar.) Ha sido maestro de

los niños.

Hedda. ¿De sus niños?

Señora Elvsted. De los de mi marido. Yo no tengo hijos.

Hedda. Sus hijastros, entonces.

Señora Elvsted. Sí.

Tesman. (Algo dubitativo.) Entonces, ¿estaba lo bastante…? No sé cómo

decirlo… ¿Llevaba una vida lo suficientemente ordenada para poder confiarle esa labor?

¿Eh?

Señora Elvsted. En los últimos años no ha habido nada que reprocharle.

Tesman. ¿De verdad? ¡Fíjate, Hedda!

Hedda. Lo estoy oyendo.

Señora Elvsted. ¡Nada en absoluto, se lo aseguro! En ningún aspecto. Aun así…

Ahora, que sé que está aquí, en la gran ciudad, con tanto dinero en los bolsillos…, estoy

aterrada por él.

Tesman. ¿Y por qué no se ha quedado donde estaba? ¿Con usted y con su marido?

¿Eh?

Señora Elvsted. Una vez que se publicó el libro, ya no tenía paz ni tranquilidad

allí con nosotros.

Tesman. Es verdad… La tía Julle me ha dicho que ha publicado un libro nuevo.

Señora Elvsted. Sí, un gran libro que trata sobre la evolución de la cultura… así,

en general. Hace ya quince días. Y como se ha vendido tan bien y se ha leído tanto… La

verdad es que ha llamado mucho la atención…

Tesman. ¿Así que ha llamado la atención? Entonces será algo que tenía guardado

de sus buenos tiempos.

Señora Elvsted. ¿De antes, quiere decir?

Tesman. Sí.

Señora Elvsted. No, lo ha escrito todo en nuestra casa. Ahora…, este último año.

Tesman. ¡Qué buenas noticias, Hedda! ¡Fíjate!

Señora Elvsted. Ay, sí, ojalá durara…

Hedda. ¿Lo ha visto ya aquí, en la ciudad?

Señora Elvsted. No, todavía no. Me ha costado mucho averiguar dónde se aloja.

Pero esta mañana, por fin, he conseguido su dirección.

Hedda. (La mira como escrutándola.) En realidad me parece un poco raro que su

marido…, hum…

Señora Elvsted. (Se encoge con nerviosismo.) ¡Mi marido! ¿Qué?

Hedda. Me extraña que la mande a la ciudad con ese recado, que no venga él

mismo a encargarse de su amigo.

Señora Elvsted. Ah, no, no… Mi marido no tiene tiempo para estas cosas. Y

además… yo tenía que hacer algunas compras.

Hedda. (Con una leve sonrisa.) Ah, eso es otra cosa.

Señora Elvsted. (Se levanta apresurada e inquieta.) Y ahora le ruego, señor

Tesman… ¡Reciba bien a Ejlert Løvborg si acude a usted! Y seguro que lo hará. Por

Dios… En su momento fueron ustedes grandes amigos… Y además se dedican a los

mismos estudios, a la misma carrera…, por lo que tengo entendido.

Tesman. Al menos antes era así.

Señora Elvsted. Sí, y por eso le pido encarecidamente que…, por favor… esté

usted también… pendiente de él. Ay, señor Tesman, ¿me lo promete?

Tesman. Sí, encantado, por supuesto, señora Rysing…

Hedda. Elvsted.

Tesman. Haré por Ejlert todo lo que esté en mis manos. Cuente con ello.

Señora Elvsted. ¡Ay, qué bueno es usted! (Le estrecha las manos.) ¡Gracias,

gracias, gracias! (Asustada.) ¡Es que mi marido lo aprecia mucho!

Hedda. (Levantándose.) Deberías escribirle, Tesman, quizá no venga por

iniciativa propia.

Tesman. Sí, tal vez sería lo más correcto, ¿eh, Hedda?

Hedda. Cuanto antes, mejor. Creo que deberías hacerlo ahora mismo.

Señora Elvsted. (Suplicante.) Ay, sí, ¿lo haría?

Tesman. Le voy a escribir de inmediato. ¿Tiene su dirección, señora…, señora

Elvsted?

Señora Elvsted. Sí. (Se saca un papelito del bolsillo y se lo pasa.) Aquí está.

Tesman. Bien, bien… Entonces voy a… (Mirando a su alrededor.) Por cierto…,

¿las zapatillas? Aquí. (Coge el paquete y se dispone a salir.)

Hedda. Escríbele una carta amistosa y cordial, y que sea larga.

Tesman. Sí, así lo haré.

Señora Elvsted. Pero, por favor, ¡no le diga una palabra de que he venido a pedir

por él!

Tesman. No, eso se sobreentiende, ¿eh?

Sale por la salita del fondo a la derecha.

Hedda. (Acercándose a la señora Elvsted, sonríe y dice en voz baja:) ¡Ya está!

Hemos matado dos pájaros de un tiro.

Señora Elvsted. ¿A qué se refiere?

Hedda. ¿No se ha dado cuenta de que quería que Tesman se fuera?

Señora Elvsted. Sí, para que escribiera la carta…

Hedda. Y para poder hablar a solas con usted.

Señora Elvsted. (Aturdida.) ¡¿De esto mismo?!

Hedda. Sí, justamente de esto.

Señora Elvsted. (Asustada.) ¡Pero no hay nada más, señora Tesman! ¡De verdad

que no!

Hedda. Claro que hay más, bastante más. Hasta ahí, llego. Venga aquí…

Sentémonos y hablemos en confianza.

Fuerza a la señora Elvsted a sentarse en el sillón junto a la estufa y ella se sienta

en uno de los taburetes.

Señora Elvsted. (Inquieta, mira su reloj.) Pero, querida… señora… En realidad ya

pensaba marcharme.

Hedda. Bah, ¿qué prisa tiene…? Cuénteme un poco cómo le va en su casa.

Señora Elvsted. Ay, pues justamente de eso preferiría no hablar.

Hedda. ¿Pero conmigo, querida…? Por Dios, fuimos juntas al instituto.

Señora Elvsted. Sí, pero usted iba un curso por delante de mí. ¡Ay, qué miedo le

tenía en aquella época!

Hedda. ¿Me tenía miedo?

Señora Elvsted. Sí, le tenía un miedo espantoso. Siempre que nos cruzábamos por

las escaleras, me tiraba del pelo.

Hedda. No me diga.

Señora Elvsted. Sí, y una vez dijo que me lo iba a quemar.

Hedda. Bah, lo diría por decir, como entenderá.

Señora Elvsted. Sí, pero en aquella época yo era muy boba… Y en cualquier caso,

después… nos alejamos tanto… tanto la una de la otra… Nos movíamos en círculos

muy distintos.

Hedda. Ya procuraremos acercarnos de nuevo. ¡Oiga! En realidad en el instituto

nos tuteábamos y nos llamábamos por el nombre propio…

Señora Elvsted. No, se equivoca.

Hedda. ¡Desde luego que no! Lo recuerdo perfectamente. Por eso ahora vamos a

recuperar la confianza que teníamos en los viejos tiempos. (Acerca el taburete.) ¡Así!

(Le da un beso en la mejilla.) Ahora me vas a tutear y a llamarme Hedda.

Señora Elvsted. (Le estrecha y le acaricia las manos.) ¡Ay, qué buena y qué

amable…! No estoy nada acostumbrada.

Hedda. ¡Ea, ea! Y yo te tutearé, igual que antes, y te llamaré mi querida Tora.

Señora Elvsted. Thea me llamo.

Hedda. Sí, exacto. Thea quería decir. (La mira con compasión.) ¿Así que no estás

acostumbrada a la bondad y la amabilidad, Thea? ¿En tu propio hogar?

Señora Elvsted. ¡Ay, si yo tuviera un hogar! Pero no lo tengo. Nunca lo he tenido.

Hedda. (La mira un poco.) Ya intuía yo que debía haber algo de eso.

Señora Elvsted. (Mirando desamparada al frente.) Sí…, sí…, sí.

Hedda. Ya no recuerdo los detalles, pero, al principio, ¿no llegaste como ama de

llaves a casa del comisario?

Señora Elvsted. En realidad iba a ser la maestra de los niños. Pero su esposa…, la

de entonces…, estaba enferma… y se pasaba la mayor parte del tiempo en cama. Así

que tuve que ocuparme también de la casa.

Hedda. Pero luego…, al final…, te convertiste en la señora de la casa.

Señora Elvsted. (Con pesar.) Sí, así fue.

Hedda. A ver… ¿Cuánto hace de eso, más o menos?

Señora Elvsted. ¿Que me casé?

Hedda. Sí.

Señora Elvsted. Cinco años hace ya.

Hedda. Sí, exacto, cinco años debe de hacer.

Señora Elvsted. ¡Y estos cinco años…! O más bien los últimos dos o tres… Ay,

no se puede imaginar…

Hedda. (Le palmea levemente la mano.) ¿Me hablas de usted? ¡Anda, Thea!

Señora Elvsted. Ya, ya, lo voy a intentar… Pues… no te puedes imaginar…

Hedda. (De pasada.) Creo que Ejlert Løvborg también llegó hace cerca de tres

años.

Señora Elvsted. (La mira con inseguridad.) ¿Ejlert Løvborg? Sí… Así es.

Hedda. ¿Lo conocías ya de aquí, de la ciudad?

Señora Elvsted. Apenas nada. Aunque… de nombre sí, claro.

Hedda. Pero luego… ¿Empezó a trabajar en vuestra casa?

Señora Elvsted. Sí, venía a casa todos los días, para dar clase a los niños. A la

larga, yo no podía sola con todo.

Hedda. Ya, es perfectamente comprensible… ¿Y tu marido? Seguro que viaja

mucho.

Señora Elvsted. Sí, ya se… ya te imaginarás que, como comisario, tiene que viajar

a menudo por el distrito.

Hedda. (Se inclina sobre el reposabrazos del sillón.) Thea, pobrecita… la dulce

Thea… Cuéntamelo todo.

Señora Elvsted. En fin, pregunta.

Hedda. ¿Cómo es, en el fondo, tu marido, Thea? Me refiero… en el trato. ¿Es

bueno contigo?

Señora Elvsted. (Evasiva.) Seguramente él piensa que lo hace todo lo mejor

posible.

Hedda. Pero me parece que tiene que ser demasiado viejo para ti. Debe de sacarte

veinte años.

Señora Elvsted. (Con irritación.) Eso también. Se juntan muchas cosas. ¡Todo en

él me produce rechazo! ¡No tenemos una sola idea en común! No compartimos nada…,

nada en absoluto.

Hedda. Pero, de todos modos, te querrá, ¿no? ¿Así…, a su manera?

Señora Elvsted. Ay, no sé. Me parece que solo le soy útil. Y además no le salgo

muy cara. Soy barata.

Hedda. Una tontería por su parte.

Señora Elvsted. (Negando con la cabeza.) No puede ser de otra manera, al menos

con él. En realidad creo que solo se preocupa por él mismo. Y quizá un poco por los

niños.

Hedda. Y por Ejlert Løvborg, Thea.

Señora Elvsted. (La mira de frente.) ¡Ejlert Løvborg! ¿Por qué piensas eso?

Hedda. Pero, querida… Pienso que si te manda hasta aquí para vigilarlo… (Sonríe

de un modo casi imperceptible.) Y además tú misma se lo has dicho a Tesman.

Señora Elvsted. (Con un gesto nervioso.) Ah, ¿sí? Ya, seguramente lo he dicho.

(Exclama a media voz.) Ay…, ¡será mejor que te lo diga ya! De todos modos acabará

saliendo a la luz.

Hedda. Pero, querida Thea…

Señora Elvsted. En fin, en dos palabras. Mi marido no tenía ni idea de que me

marchaba.

Hedda. ¡¿Cómo?! ¿Tu marido no lo sabía?

Señora Elvsted. Claro que no. Además no estaba en casa, había salido de viaje. ¡Y

ya no aguantaba más, Hedda! ¡Me era imposible! A partir de ahora, me iba a quedar tan

sola…

Hedda. ¿Sí? ¿Y qué más?

Señora Elvsted. Pues verás, empaqueté algunas de mis cosas, lo imprescindible…,

con mucha discreción. Y me marché de la casa.

Hedda. ¿Así, sin más?

Señora Elvsted. Sí. Y cogí el tren hasta aquí.

Hedda. Pero, mi querida Thea…, ¡¿cómo has tenido el valor?!

Señora Elvsted. (Se levanta y se pasea por el salón.) ¡¿Qué otra cosa podía

hacer?!

Hedda. Pero ¿qué piensas que dirá tu marido cuando vuelvas a casa?

Señora Elvsted. (Junto a la mesa, la mira.) ¿Volver allí con él?

Hedda. Bueno… Sí…

Señora Elvsted. A su casa no volveré nunca.

Hedda. (Se levanta y se acerca a ella.) Entonces…, realmente… ¿lo has

abandonado todo?

Señora Elvsted. Sí, me pareció que era lo único que podía hacer.

Hedda. Y además… lo has hecho abiertamente.

Señora Elvsted. De todos modos estas cosas no se pueden ocultar.

Hedda. Pero ¿qué crees que dirá la gente de ti, Thea?

Señora Elvsted. Por Dios, que digan lo que quieran. (Se sienta cansada y

apesadumbrada en el sofá.) Solo he hecho lo que tenía que hacer.

Hedda. (Al cabo de un breve silencio.) ¿Y qué piensas hacer ahora? ¿A qué te vas

a dedicar?

Señora Elvsted. Todavía no lo sé. Solo sé que tengo que vivir aquí, donde vive

Ejlert Løvborg… Si es que he de vivir…

Hedda. (Acerca una de las sillas de la mesa, se sienta con ella y le acaricia las

manos.) Oye, Thea… ¿Cómo surgió esta…, esta amistad entre Ejlert Løvborg y tú?

Señora Elvsted. Surgió poco a poco. De alguna manera, fui adquiriendo cierto

poder sobre él.

Hedda. Ah, ¿sí?

Señora Elvsted. Abandonó sus viejas costumbres. No porque yo se lo pidiera, no

me atrevía a hacerlo… Pero debió de notar que esas cosas no me gustaban y dejó de

hacerlas.

Hedda. (Reprimiendo una sonrisa despectiva.) Así que lo has redimido… como

suele decirse… La pequeña Thea…

Señora Elvsted. Sí, al menos eso dice él. Y a su vez, él ha conseguido hacer una

verdadera persona de mí. Me ha enseñado a pensar… y a entender muchas cosas.

Hedda. ¿Quizá te daba clase a ti también?

Señora Elvsted. No exactamente. Pero conversaba conmigo. Me hablaba de

muchísimas cosas. ¡Y luego vino esa época maravillosa y feliz en la que colaboré en su 

trabajo! ¡Me permitió ayudarlo!

Hedda. Conque sí…

Señora Elvsted. ¡Sí! Siempre que escribía algo, tenía que compartirlo conmigo.

Hedda. Como buenos compañeros, digamos.

Señora Elvsted. (Animada.) ¡Compañeros! Sí, fíjate, Hedda… ¡Así lo llamaba él

también! Ay, en realidad debería estar contentísima. Pero tampoco logro alegrarme del

todo, porque en realidad no sé si a la larga durará.

Hedda. ¿Tan poco te fías de él?

Señora Elvsted. La sombra de una mujer se interpone entre Ejlert Løvborg y yo.

Hedda. (La mira expectante.) ¿Y quién podría ser?

Señora Elvsted. No lo sé. Alguien de… su pasado. Alguien a quien por lo visto

nunca ha olvidado.

Hedda. ¿Y qué te ha contado… de esto?

Señora Elvsted. Solo lo insinuó…, una única vez…, de pasada.

Hedda. ¡Vaya! ¿Y qué dijo?

Señora Elvsted. Dijo que cuando se separaron, ella quiso dispararle con una

pistola.

Hedda. (Fría, contenida.) ¡Vaya! Aquí no tenemos esas costumbres.

Señora Elvsted. No. Y por eso creo que debe de ser la cantante pelirroja la que…,

en su momento…

Hedda. Sí, puede ser.

Señora Elvsted. Recuerdo que decían de ella que iba por ahí con armas cargadas.

Hedda. Ya…, entonces está claro que es ella.

Señora Elvsted. (Retorciéndose las manos.) Sí, pero verás, Hedda… Ahora me he

enterado de que esa cantante… ¡ha vuelto a la ciudad! Ay… ¡Estoy tan desesperada…!

Hedda. (Mirando hacia la salita.) ¡Chis! Ya viene Tesman. (Se levanta y susurra.)

Thea, todo esto tiene que quedar entre nosotras.

Señora Elvsted. (Se levanta de un salto.) ¡Ay, sí…, sí! ¡Por Dios…!

Jørgen Tesman llega desde la derecha de la salita con una carta en la mano.

Tesman. Ea… La epístola ya está terminada.

Hedda. Pues muy bien. Pero creo que la señora Elvsted se quiere marchar ya.

Espera un momento, voy a acompañarla a la verja del jardín.

Tesman. Oye, Hedda… ¿Quizá Berte podría encargarse de esto?

Hedda. (Cogiendo la carta.) Yo se lo digo.

Berte llega desde el recibidor.

Berte. Está aquí el juez Brack, que quiere saludar a los señores.

Hedda. Hágale pasar. Y, oiga, eche luego esta carta al buzón.

Berte. (Cogiendo la carta.) Está bien, señora.

Le abre la puerta al juez Brack y sale. El juez es un hombre de cuarenta y cinco

años, de poca estatura, pero bien formado, y de movimientos elásticos. El rostro es

redondeado y de perfil noble. El pelo corto, todavía casi negro y peinado con esmero.

Los ojos vivos, juguetones. Las cejas tupidas, al igual que el bigote de puntas 

redondeadas. Lleva un elegante traje de paseo, aunque algo demasiado juvenil para su

edad. Usa quevedos, que de vez en cuando deja caer.

Juez Brack. (Con el sombrero en la mano, saluda.) ¿Se puede llegar tan temprano

en la mañana?

Hedda. Desde luego que se puede.

Tesman. (Le estrecha la mano.) Bienvenido sea siempre. (Presentando.) Brack…,

la señorita Rysing…

Hedda. ¡Oh…!

Brack. (Inclinándose.) Ah, mucho gusto…

Hedda. (Lo mira y se ríe.) ¡Qué gracia me hace verlo a la luz del día, juez!

Brack. ¿Me encuentra quizá… cambiado?

Hedda. Sí, algo más joven, creo.

Brack. Muy agradecido.

Tesman. Pero ¿qué me dice de Hedda? ¿Eh? ¿No está espléndida? Casi diría

que…

Hedda. Ay, haz el favor de dejarme al margen. Será mejor que agradezcas al juez

todas las molestias que se ha tomado…

Brack. Bah… Ha sido un placer.

Hedda. Sí, es usted un alma fiel. Pero mi amiga está en ascuas por marcharse.

Hasta ahora, juez. Enseguida vuelvo.

Despedidas recíprocas. La señora Elvsted y Hedda salen por la puerta del

recibidor.

Brack. ¿Está su esposa más o menos satisfecha…?

Tesman. Sí, nunca podremos agradecérselo lo suficiente. Aunque, según parece,

hay que cambiar de sitio algún que otro mueble. Y todavía nos faltan unas pocas cosas,

así que aún tendremos que comprar algún detalle.

Brack. ¿Sí? ¿De verdad?

Tesman. Pero no le causaremos más molestias. Hedda ha dicho que ella misma se

encargará de conseguir lo que falta… ¿No quiere sentarse? ¿Eh?

Brack. Gracias, un momentito. (Se sienta junto a la mesa.) Hay una cosa de la que

quería hablarle, querido Tesman.

Tesman. ¿Sí? Ah, ¡ya entiendo! (Se sienta.) Ahora empieza la parte seria de la

fiesta, ¿eh?

Brack. Bueno, el asunto del dinero todavía no corre prisa. Aunque lo cierto es que

habría preferido un poco más de austeridad.

Tesman. ¡Pero es que era imposible! ¡Piense en Hedda, querido! Usted, que la

conoce tan bien… ¡Era impensable ofrecerle condiciones pequeñoburguesas!

Brack. Ya, ya…, ese es precisamente el escollo.

Tesman. Y además, por suerte, mi nombramiento tiene que estar al caer.

Brack. Pues verá… Estos asuntos pueden alargarse.

Tesman. ¿Es que ha oído algo? ¿Eh?

Brack. Nada concreto… (Interrumpiéndose.) Por cierto, una noticia sí le puedo 

dar.

Tesman. Diga.

Brack. Su viejo amigo Ejlert Løvborg ha vuelto a la ciudad.

Tesman. Eso ya lo sé.

Brack. ¿Sí? ¿Y cómo se ha enterado?

Tesman. Nos lo ha contado la señora que salió con Hedda.

Brack. Vaya. ¿Y cómo se llamaba? No he oído bien…

Tesman. Señora Elvsted.

Brack. Ajá… La esposa del comisario. Sí, por lo visto Løvborg ha trabajado en su

casa estos años.

Tesman. Fíjate… ¡Me he llevado una gran alegría al enterarme de que vuelve a ser

una persona decente!

Brack. Sí, eso dicen.

Tesman. Y al parecer ha publicado otro libro, ¿eh?

Brack. ¡Sí, por Dios!

Tesman. ¡Y además ha llamado la atención!

Brack. Ha despertado un enorme revuelo.

Tesman. Fíjate… Qué alegría, ¿eh? Ese hombre tiene unos talentos

extraordinarios… Pero yo ya estaba convencido de que, por desgracia, había caído para

siempre.

Brack. Eso pensaba la mayoría de la gente.

Tesman. ¡Lo que no entiendo es a qué se va a dedicar ahora! ¿De qué va a vivir?

¿Eh?

Hedda ha entrado por la puerta del recibidor durante las últimas palabras.

Hedda. (A Brack, se ríe con cierto desdén.) A Tesman siempre le preocupa de qué

va a vivir la gente.

Tesman. Por Dios…, estamos hablando del pobre Ejlert Løvborg.

Hedda. (Lo mira apresuradamente.) Ah, ¿sí? (Se sienta en el sillón junto a la

estufa y pregunta con indiferencia:) ¿Qué le pasa?

Tesman. Bueno… Por lo visto, la herencia la dilapidó hace mucho tiempo. Y

supongo que no podrá escribir un libro nuevo al año, ¿eh? En fin, por eso realmente me

pregunto qué va a ser de él.

Brack. Quizá yo podría contarle algo sobre eso.

Tesman. ¿Sí?

Brack. Recuerde que tiene parientes de considerable influencia.

Tesman. Ay, por desgracia… los parientes se han desentendido de él.

Brack. Sin embargo, antes lo consideraban la esperanza de la familia.

Tesman. ¡Antes, sí! Pero él mismo se encargó de echar eso por tierra.

Hedda. ¿Quién sabe? (Con una leve sonrisa.) Al fin y al cabo, en casa del

comisario, lo han redimido…

Brack. Y además, ha escrito ese libro…

Tesman. En fin, quiera Dios que lo ayuden a conseguir algo. Acabo de escribirle 

una carta. Oye, Hedda, lo he invitado a venir a casa esta noche.

Brack. Pero, querido, si esta noche viene usted a mi fiesta de solteros… Me lo

prometió anoche en el muelle.

Hedda. ¿Se te había olvidado Tesman?

Tesman. Pues sí se me había olvidado.

Brack. De todos modos, puede estar seguro de que no vendrá.

Tesman. ¿Por qué piensa eso? ¿Eh?

Brack. (Algo vacilante, se levanta y apoya las manos contra el respaldo de la

silla.) Querido Tesman… Y también usted, señora… No me parece correcto ocultarles

algo que…, que…

Tesman. ¿Algo que atañe a Ejlert?

Brack. Tanto a él como a usted.

Tesman. ¡Pero, querido juez, hable!

Brack. Debe estar preparado para la posibilidad de que ese nombramiento no

llegue tan pronto como quizá espere y desee.

Tesman. (Se levanta inquieto.) ¿Ha surgido algún impedimento? ¿Eh?

Brack. Quizá la plaza salga a concurso…

Brack. ¡A concurso! ¡Fíjate, Hedda!

Hedda. (Se recuesta más en la silla.) ¡Vaya, vaya!

Tesman. Pero ¿con quién? ¿Supongo que no será con…?

Brack. Pues precisamente… con Ejlert Løvborg.

Tesman. (Junta las manos.) No, no…, ¡pero esto es impensable! ¡Sencillamente

imposible! ¿Eh?

Brack. Hum… Y sin embargo puede ocurrir.

Tesman. Pero, juez Brack…, ¡supondría una enorme desconsideración hacia mí!

(Agitando los brazos.) Fíjate…, ¡soy un hombre casado! Hedda y yo nos hemos casado

con esas expectativas. Hemos adquirido muchas deudas. Incluso la tía Julle nos ha

prestado dinero. Por Dios, prácticamente me habían prometido la plaza. ¿Eh?

Brack. Bueno, bueno… Seguro que obtiene la plaza, pero tendrá que ser por

medio de una competición.

Hedda. (Imperturbable en el sillón.) Fíjate, Tesman, será como una especie de

prueba deportiva.

Tesman. Pero, querida Hedda, ¿cómo puedes tomarte esto tan a la ligera?

Hedda. (Igual que antes.) No lo hago, en absoluto. Estoy ansiosa por ver el

resultado.

Brack. En cualquier caso, señora Tesman, conviene que conozca la situación.

Quiero decir…, antes de embarcarse en las pequeñas adquisiciones que, por lo visto,

amenaza con llevar a cabo.

Hedda. Esto no cambia nada.

Brack. Ah, ¿no? Eso es otra cuestión. ¡Adiós! (A Tesman.) Cuando salga a dar mi

paseo de la tarde, pasaré a recogerlo.

Tesman. Ah, sí, sí, sí… Estoy muy aturdido.

Hedda. (Recostada, tiende la mano.) Adiós, juez. Bienvenido de nuevo.

Brack. Muchas gracias. Adiós, adiós.

Tesman. (Lo acompaña hasta la puerta.) ¡Adiós, querido juez! Le ruego que me

disculpe…

El juez Brack sale por la puerta del recibidor.

Tesman. (Avanza por el salón.) Ay, Hedda… Nunca habría que aventurarse a

entrar en la tierra de los sueños, ¿eh?

Hedda. (Lo mira y sonríe.) ¿Y tú lo haces?

Tesman. Pues sí, oye… No se puede negar… que ha sido aventurado casarse y

montar una casa basándose en meras expectativas.

Hedda. Quizá en eso tengas razón.

Tesman. En fin… ¡Al menos tenemos nuestro agradable hogar, Hedda! Fíjate, la

casa que queríamos, casi diría… la casa con la que soñábamos, ¿eh?

Hedda. (Se levanta despacio y cansada.) El acuerdo era que llevaríamos una vida

social activa y recibiríamos a gente en casa.

Tesman. Sí, por Dios…, ¡con la ilusión que me hacía! Fíjate… ¡Poder verte de

anfitriona… en un círculo selecto! ¿Eh? En fin…, por el momento tendremos que

conformarnos con estar a solas, Hedda, que solo venga de vez en cuando la tía Julle…

Ay, ¡pero tú deberías vivir de un modo tan…, tan distinto!

Hedda. Mayordomo no tendré por ahora, claro.

Tesman. Ay, no… Por desgracia, no entra en cuestión mantener un mayordomo.

Hedda. Y el caballo que iba a tener…

Tesman. (Escandalizado.) ¡El caballo!

Hedda. … Supongo que no podré ni planteármelo.

Tesman. No, por Dios…, ¡eso es evidente!

Hedda. (Avanzando por el suelo.) En fin… Al menos tengo algo con lo que

animarme entre tanto.

Tesman. (Resplandeciente.) ¡Ay, gracias a Dios por eso! ¿Y qué es, Hedda? ¿Eh?

Hedda. (Junto a la puerta del fondo, lo mira con desdén disimulado.) Mis pistolas,

Jørgen.

Tesman. (Asustado.) ¡¿Las pistolas?!

Hedda. (Con mirada fría.) Las pistolas del general Gabler.

Sale por la salita a la izquierda.

Tesman. (Corre hacia la puerta de la salita y le grita a la espalda.) Ay, por Dios,

queridísima Hedda…, ¡no juegues con cosas tan peligrosas! ¡Hazlo por mí, Hedda! ¿Eh?

ACTO SEGUNDO

El salón de los Tesman como en el primer acto, solo falta el piano y, en su lugar,

ha aparecido un pequeño y elegante escritorio con una estantería de libros. Ante el sofá

de la izquierda, hay ahora una pequeña mesa. Se ha eliminado la mayoría de los ramos.

El de la señora Elvsted está sobre la mesa grande del centro. Es por la tarde.

Hedda, que se ha cambiado y lleva un vestido de recibir, se encuentra sola en el

salón. Está de pie junto a la puerta acristalada, cargando una pistola. La pareja está en

un estuche abierto sobre el escritorio.

Hedda. (Mira hacia el jardín y grita:) ¡Buenas tardes, señor juez!

Juez Brack. (Desde abajo.) ¡Igualmente, señora Tesman!

Hedda. (Alza la pistola y apunta.) ¡Le voy a disparar, juez Brack!

Brack. (Grita desde abajo.) ¡No, no, no! ¡Haga el favor de no apuntarme

directamente!

Hedda. Eso le pasa por usar la puerta trasera.

Dispara.

Brack. (Más cerca.) ¡¿Se ha vuelto loca…?!

Hedda. Ay, Dios mío… ¿Quizá le he dado?

Brack. (Todavía afuera.) ¡Déjese de payasadas!

Hedda. Pase usted, juez.

El juez Brack, vestido ahora para una fiesta de caballeros, entra por la puerta

acristalada. Sobre el brazo, lleva un abrigo ligero.

Brack. Demonios… ¿Sigue practicando este deporte? ¿A qué dispara?

Hedda. Bah, disparo al aire.

Brack. (Le quita con cuidado la pistola de la mano.) Con su permiso, señora.

(Mirando la pistola.) Ah, esta… la conozco bien. (Echando un vistazo a su alrededor.)

¿Dónde tenemos el estuche? Aquí. (Introduce la pistola y lo cierra.) Por hoy, se ha

acabado la diversión.

Hedda. Por Dios, ¿y a qué espera que me dedique?

Brack. ¿No ha tenido visitas hoy?

Hedda. (Cerrando la puerta acristalada.) Ni una sola. Todos los amigos cercanos

deben de seguir en el campo.

Brack. ¿Y quizá Tesman tampoco esté en casa?

Hedda. (Junto al escritorio, mete el estuche de las pistolas en el cajón.) No. En

cuanto acabó de comer, se fue corriendo a ver a las tías. No le esperaba a usted tan

temprano.

Brack. Hum… ¿Cómo no me lo habré imaginado? Ha sido una tontería por mi

parte.

Hedda. (Gira la cabeza y lo mira.) ¿Por qué una tontería?

Brack. Porque en ese caso habría venido todavía un poco más… temprano.

Hedda. (Avanzando por el salón.) Pues entonces no habría encontrado a nadie.

Después de comer, he ido a mi cuarto a cambiarme.

Brack. ¿Y no hay ni una rendijita en la puerta por la que hubiéramos podido

negociar?

Hedda. Como sabe, se ha olvidado usted de ponerla.

Brack. Eso también ha sido una tontería por mi parte.

Hedda. En fin, será mejor que nos sentemos aquí a esperar. Seguro que Tesman no

vuelve enseguida.

Brack. Por Dios, tendré paciencia.

Hedda se sienta en el sofá de la izquierda. Brack deja su abrigo sobre el respaldo

de la silla más cercana y se sienta, pero conserva el sombrero en la mano. Breve pausa.

Se miran.

Hedda. ¿Qué?

Brack. ¿Qué?

Hedda. Yo he preguntado primero.

Brack. (Se inclina un poco hacia delante.) Mantengamos entonces una

conversación agradable y relajada, Hedda.

Hedda. (Se reclina en el sofá.) ¿No tiene la sensación de que hace una eternidad

que no hablamos? Las minucias de anoche y esta mañana… no las cuento.

Brack. ¿Así, entre nosotros, quiere decir? ¿A solas?

Hedda. Sí, más o menos.

Brack. Ni un día ha pasado sin que yo deseara su regreso.

Hedda. Tampoco yo he tenido otro deseo.

Brack. ¿Usted? ¿De verdad, Hedda? ¡Y yo, que pensaba que habría disfrutado

tanto del viaje!

Hedda. ¡Qué más quisiera yo!

Brack. Pues eso contaba Tesman en todas sus cartas.

Hedda. ¡Él sí! Porque lo que más le gusta en el mundo es andar hurgando en

bibliotecas y copiar viejos pergaminos… o lo que sea que haga.

Brack. (Con cierta malicia.) Ya, es su vocación en la vida. Al menos hasta cierto

punto.

Hedda. Sí que lo es. Y en tal caso, está claro que… ¡Pero yo! Ay, no, querido

juez…, yo me he aburrido como una ostra.

Brack. (Compasivo.) ¿Lo dice de verdad? ¿Completamente en serio?

Hedda. ¡Imagínese! En medio año no he coincidido con una sola persona que

conozca nuestro círculo, ni he podido hablar de nuestras cosas.

Brack. Ya, ya… Yo también lo echaría de menos.

Hedda. Y lo más insoportable de todo…

Brack. ¿Sí?

Hedda. … Pasarse la vida con una sola y única persona.

Brack. (Asiente con comprensión.) Día y noche, sí… A todas horas.

Hedda. He dicho «pasarse la vida».

Brack. Como quiera. Pero de todos modos me parece que en compañía de nuestro

buen Tesman podría…

Hedda. Tesman es… un teórico, querido.

Brack. Innegablemente.

Hedda. Y no tiene ninguna gracia viajar con teóricos, al menos a la larga.

Brack. ¿Ni siquiera… con un teórico al que se ame?

Hedda. Buf… ¡No use esa palabra tan empalagosa!

Brack. (Sorprendido.) ¡Pero bueno, Hedda!

Hedda. (Medio entre risas, medio molesta.) ¡Ya quisiera verle a usted en mi lugar!

Oyendo hablar de la historia de la cultura a todas horas…

Brack. Toda la vida…

Hedda. ¡Exacto! ¡Y lo de la artesanía en la Edad Media…! ¡Eso es lo peor de

todo!

Brack. (La mira con curiosidad.) Pero, dígame… ¿Cómo he de entender entonces

que…? Hum…

Hedda. ¿Que Jørgen Tesman y yo acabáramos juntos, quiere decir?

Brack. Digámoslo así.

Hedda. Por Dios, ¿tan extraño le parece?

Brack. Sí y no, Hedda.

Hedda. La verdad es que me había cansado de bailar, querido juez. Mi tiempo

había pasado… (Sobrecogiéndose un poco.) Buf, no… Prefiero no decir eso. ¡Ni

siquiera pensarlo!

Brack. Y tampoco tiene motivos para ello.

Hedda. Ah…, motivos… (Lo mira como buscando algo.) De todos modos, he de

decir que Jørgen Tesman es una persona correcta en todos los sentidos.

Brack. Correcta y sólida, qué duda cabe.

Hedda. Y tampoco le encuentro nada directamente cómico. ¿Y usted?

Brack. ¿Cómico? No… Tampoco diría eso.

Hedda. En fin. En cualquier caso, como coleccionista es muy diligente. Bien

podría ser que, con el tiempo, llegara lejos.

Brack. (La mira con cierta incertidumbre.) Creía que pensaba usted, como todo el

mundo, que llegaría a ser una eminencia.

Hedda. (Con expresión cansada.) Sí, eso pensaba… Y como estaba tan empeñado

en que le permitiera mantenerme… No veo por qué debería haber rechazado su oferta.

Brack. Ya, ya. Visto así…

Hedda. Sin duda era más de lo que estaba dispuesto a hacer el resto de mis

pretendientes, querido juez.

Brack. (Se ríe.) En fin, evidentemente no puedo responder por los demás. Pero por

lo que a mí respecta, ya sabe que siempre he tenido cierto…, cierto respeto por los lazos

matrimoniales. Así, en general, Hedda.

Hedda. (Bromeando.) Bah, con usted nunca me he hecho ilusiones.

Brack. Mi única aspiración es mantener un buen círculo social, de gente cercana,

donde poder prestar mis servicios de consejero y entrar y salir… como un amigo de

confianza…

Hedda. ¿Del señor de la casa, quiere decir?

Brack. (Inclinándose hacia delante.) Francamente…, de la señora, a poder ser.

Pero también del marido, claro. ¿Sabe qué? Una relación a tres bandas, un triángulo, por

decirlo así, resulta en realidad muy cómodo para todas las partes.

Hedda. Sí, más de una vez he echado en falta una tercera persona durante el viaje.

Buf… ¡Eso de ir los dos solos en el compartimento del tren…!

Brack. Afortunadamente, el viaje de novios ya ha acabado…

Hedda. (Negando con la cabeza.) El viaje podría ser largo… aún. Solo he llegado

a una parada intermedia.

Brack. Pues entonces habrá que bajarse y moverse un poco, Hedda.

Hedda. Yo no me bajaré nunca.

Brack. ¿De verdad que no?

Hedda. No, porque siempre hay alguien que…

Brack. (Riéndose.) ¿… Que te mira las piernas, quiere decir?

Hedda. Exacto.

Brack. Por Dios…

Hedda. (Con un ademán de rechazo.) Y no me gusta… Para eso prefiero

quedarme… como estoy. A dos manos.

Brack. En fin, en tal caso, un tercer hombre se une a la pareja.

Hedda. Mira… ¡Eso es muy distinto!

Brack. Un amigo de confianza, comprensivo…

Hedda. … Un experto en todos los ámbitos del entretenimiento…

Brack. Un experto, pero no un teórico.

Hedda. (Suspirando audiblemente.) Eso sería un alivio.

Brack. (Oye que se abre la puerta de entrada y mira hacia la puerta.) El triángulo

se cierra.

Hedda. (A media voz.) Y el tren continúa su viaje.

Jørgen Tesman, con traje de paseo gris y un sombrero blando de fieltro, entra

desde el recibidor. Trae un montón de libros sin encuadernar debajo del brazo y en los

bolsillos.

Tesman. (Se acerca a la mesa del sofá rinconero.) Buf…, cómo me he acalorado

con… todo este peso. (Deja los libros.) Estoy sudando. Anda, mira… Ya ha llegado,

¿eh, querido juez? Berte no me ha dicho nada.

Brack. (Levantándose.) He entrado por el jardín.

Hedda. ¿Qué libros son esos?

Tesman. (De pie, hojeándolos.) Material de estudio que necesitaba a toda costa.

Hedda. ¿Material de estudio?

Brack. Teoría, señora Tesman, teoría.

Brack y Hedda intercambian una sonrisa de complicidad.

Hedda. ¿Todavía necesitas más material?

Tesman. Sí, querida Hedda, nunca se tiene bastante. Hay que estar al día de lo que

se escribe y publica.

Hedda. Ya, supongo.

Tesman. (Rebuscando entre los libros.) Y mira esto… También he conseguido el

nuevo libro de Ejlert Løvborg. (Se lo tiende.) Quizá quieras verlo, ¿eh, Hedda?

Hedda. No, muchas gracias. Aunque… Sí, quizá más tarde.

Tesman. Lo he hojeado un poco por el camino.

Brack. ¿Y qué le parece… como teórico de la materia?

Tesman. Me sorprende lo sereno que es el tono. Antes no escribía así. (Reuniendo

los libros.) Pero ahora voy a guardar todo esto. ¡Qué gusto me va a dar cortar las hojas!

Y luego he de cambiarme. (A Brack.) Tampoco tenemos que irnos enseguida, ¿eh?

Brack. Por Dios…, no hay ninguna prisa.

Tesman. Pues entonces me tomo mi tiempo. (Se aleja con los libros, pero en la

puerta del fondo se detiene y se vuelve.) Por cierto, Hedda… La tía Julle no puede venir

esta noche.

Hedda. ¿No? ¿Será por lo del sombrero?

Tesman. En absoluto. ¿Cómo puedes pensar eso de la tía Julle? ¡Fíjate…! No, es

que la tía Rina está muy mal, ¿sabes?

Hedda. Ya, siempre lo está.

Tesman. Pero es que hoy estaba realmente fatal, la pobre.

Hedda. Entonces es muy razonable que se quede con ella. Tendré que resignarme.

Tesman. Oye, no te imaginas lo contenta que estaba la tía Julle a pesar de todo…

por lo lozana que te has puesto durante el viaje.

Hedda. (A media voz, levantándose.) Ay… ¡Las dichosas tías!

Tesman. ¿Eh?

Hedda. (Acercándose a la puerta acristalada.) Nada.

Tesman. Bueno.

Sale por la salita a la derecha.

Brack. ¿De qué sombrero estaba hablando?

Hedda. Ah, de una cosa que pasó esta mañana con la señorita Tesman. Había

dejado su sombrero allí, en la silla. (Lo mira y sonríe.) Y fingí creer que era de la criada.

Brack. (Negando con la cabeza.) Pero, querida, ¡¿cómo pudo hacer eso?! ¡A una

señora mayor tan decente!

Hedda. (Nerviosa, avanzando por el salón.) Pues verá… Estas cosas me ocurren

cada dos por tres. Y no puedo evitarlas. (Se deja caer en el sillón junto a la estufa.) Ay,

no sé ni cómo explicarlo.

Brack. (Detrás del sillón.) En el fondo no es feliz…, esa es la cuestión.

Hedda. (Mirando al vacío.) Tampoco sé por qué habría de serlo…, feliz. ¿O

podría decírmelo usted?

Brack. Sí… Entre otras cosas, porque ha conseguido la casa con la que soñaba.

Hedda. (Levanta la vista y se ríe.) ¿Usted también se ha tragado esa historia?

Brack. ¿Acaso no es cierta?

Hedda. Sí, por Dios…, en parte.

Brack. ¿Entonces?

Hedda. Lo que tiene de cierta es que, el verano pasado, utilizaba a Tesman para

acompañarme a casa después de las fiestas…

Brack. Sí, lamentablemente, yo iba en dirección contraria.

Hedda. Es verdad. El verano pasado iba usted con frecuencia en otras direcciones.

Brack. ¡Vergüenza debería de darle, Hedda! En fin… ¿Así que Tesman y

usted…?

Hedda. Pues una noche pasamos por aquí delante. Y Tesman, el pobre, estaba

nerviosísimo porque no sabía qué inventarse para darme conversación. Así que sentí

lástima por el erudito…

Brack. (Sonriendo con escepticismo.) ¿Usted sintió lástima? Hum…

Hedda. Desde luego que sí. Y entonces, para sacarlo del apuro, acabé diciendo,

muy a la ligera, que me gustaría vivir en esta casa.

Brack. ¿Solo eso?

Hedda. Esa noche sí.

Brack. Pero después…

Hedda. Después mi ligereza tuvo sus consecuencias, querido juez.

Brack. Por desgracia… nuestras ligerezas suelen tenerlas, Hedda.

Hedda. ¡Gracias! Pero, verá, Tesman y yo nos entendimos soñando con la casa de

la viuda del ministro. Eso trajo consigo tanto el compromiso como la boda, el viaje de

novios y todo lo demás. En fin, juez, «quien mala cama hace, en ella yace»… Uy… Casi

podría haberse dicho eso…

Brack. ¡Qué gracia! Y en el fondo, a usted quizá le daba exactamente igual.

Hedda. Sí, Dios sabe que sí.

Brack. Pero ¿y ahora? ¡Ahora, que se lo hemos dejado tan acogedor!

Hedda. Buf… Tengo la sensación de que todas las habitaciones huelen a lavanda

y rosas secas… Aunque quizá ese olor lo haya traído la tía Julle.

Brack. (Se ríe.) No, más bien creo que lo habrá dejado la difunta viuda del

ministro.

Hedda. En cualquier caso tiene algo de mortecino. Me recuerda a las flores de los

bailes…, al día siguiente. (Entrelaza las manos por detrás de la nuca, se recuesta en el

sillón y lo mira.) Ay, querido juez… No se imagina lo que me voy a aburrir aquí.

Brack. ¿No podría la vida acabar ofreciéndole alguna tarea a usted también,

Hedda?

Hedda. Una tarea… ¿a la que pudiera encontrarle algún atractivo?

Brack. Preferiblemente, claro.

Hedda. Dios sabrá qué tarea pueda ser esa. Muchas veces pienso que…

(Interrumpiéndose.) Pero está claro que eso tampoco puede ser.

Brack. ¿Quién sabe? Cuénteme.

Hedda. Me refiero a qué pasaría si pudiera convencer a Tesman para que se

metiera en política.

Brack. (Riéndose.) ¡Tesman! Imposible… La política no es… en absoluto lo suyo.

Hedda. Ya, seguramente tenga razón. Pero ¿y si pudiera convencerlo igualmente?

Brack. ¿Y qué ganaría usted? Dado que no vale para eso, ¿por qué quiere

convencerlo?

Hedda. Porque me aburro, ¡ya se lo he dicho! (Al poco.) ¿Le parece entonces

completamente imposible que Tesman pudiera llegar a primer ministro?

Brack. Hum… Verá, Hedda… Para llegar a primer ministro, hay que empezar

siendo considerablemente rico.

Hedda. (Se levanta con impaciencia.) ¡Ya estamos! ¡He caído en una condición

tan humilde…! (Avanza por el salón.) ¡Por eso mi vida es tan miserable! ¡Sencillamente

ridícula! Porque lo es.

Brack. Pues yo creo que la culpa ha de buscarse en otro lado.

Hedda. ¿Dónde?

Brack. Nunca ha tenido la oportunidad de vivir algo que realmente le haya abierto

los ojos.

Hedda. ¿Algo serio, quiere decir?

Brack. También podríamos llamarlo así. Pero quizá ahora le llegue.

Hedda. (Alzando la barbilla.) ¡Ah, está pensando en las complicaciones con esa

triste cátedra! Eso tendrá que ser asunto de Tesman. A mí, desde luego, ¡me resulta

completamente indiferente!

Brack. Usted sabrá. Pero ahora que va a tener… lo que, en estilo elevado, suelen

llamar… responsabilidades serias… (Sonríe.) Responsabilidades nuevas, pequeña

Hedda.

Hedda. (Con enfado.) ¡Calle! ¡Eso no lo verá nunca!

Brack. (Con delicadeza.) Ya hablaremos dentro de un año…, a lo sumo.

Hedda. (Cortante.) No tengo talento para esas cosas, señor juez. ¡No tengo talento

para las obligaciones!

Brack. ¿No iba a tener usted, como la mayoría de las mujeres, talento para una

vocación que…?

Hedda. (Junto a la puerta acristalada.) ¡Ay, cállese, le digo! Muchas veces tengo

la sensación de que solo tengo talento para una cosa.

Brack. (Acercándose.) ¿Para qué cosa, si se puede preguntar?

Hedda. (Mirando hacia fuera.) Para aburrirme como una ostra. Ya lo sabe usted.

(Se vuelve, mira hacia la salita del fondo y se ríe.) ¡Sí, efectivamente! Aquí viene el

catedrático.

Brack. (En voz baja, admonitorio.) ¡Bueno, bueno, bueno, Hedda!

Jørgen Tesman, vestido de fiesta con los guantes y el sombrero en la mano, llega

desde la derecha de la salita.

Tesman. Hedda… ¿No habrá avisado Ejlert Løvborg de que suspende su visita,

eh?

Hedda. No.

Tesman. Pues entonces ya verás como está al caer.

Brack. ¿De verdad cree que vendrá?

Tesman. Sí, estoy casi seguro. Lo que nos contó usted esta mañana no deben de 

ser más que rumores sin fundamento.

Brack. ¿Eso cree?

Tesman. Sí, la tía Julle, por lo menos, me ha dicho que no cree que Ejlert Løvborg

se interponga en mi camino a partir de ahora. ¡Fíjate!

Brack. En fin, pues entonces está todo bien.

Tesman. (Deja el sombrero con los guantes en una silla a la derecha.) Sí, pero

tendrá que permitirme que lo espere hasta el último momento.

Brack. Tenemos tiempo de sobra. Nadie llegará a mi casa antes de las siete…,

siete y media.

Tesman. Pues entonces podemos hacer compañía a Hedda un rato. Y luego ya

veremos, ¿eh?

Hedda. (Lleva el abrigo y el sombrero de Brack al sofá rinconero.) Y en el peor

de los casos, el señor Løvborg siempre puede quedarse conmigo.

Brack. (Queriendo llevar sus cosas él mismo.) ¡Oh, permítame, señora! ¿A qué se

refiere con el peor de los casos?

Hedda. Si no quiere irse con usted y Tesman.

Tesman. (La mira dubitativo.) Pero, querida Hedda… ¿Te parecería correcto que

se quedara aquí contigo? Recuerda que la tía Julle no puede venir.

Hedda. Ya, pero viene la señora Elvsted. Así que podemos tomar el té los tres

juntos.

Tesman. ¡En ese caso sí!

Brack. (Sonriendo.) Y además, probablemente, sería lo más saludable para él.

Hedda. ¿Por qué?

Brack. Por Dios, señora. Más de una vez se ha burlado usted de mis pequeñas

fiestas para solteros. Decía que solo eran adecuadas para hombres de principios firmes.

Hedda. Pero al parecer el señor Løvborg ya tiene principios firmes. Un pecador

converso…

Berte entra por la puerta del recibidor.

Berte. Señora, ha llegado un caballero que quiere pasar…

Hedda. Que pase.

Tesman. (En voz baja.) ¡Estoy seguro de que es él! ¡Fíjate!

Ejlert Løvborg entra desde el recibidor. Es esbelto y flaco, y de la misma edad

que Tesman, aunque aparenta más y está algo consumido. El pelo y la barba son

castaño oscuro, la cara alargada y pálida, aunque con unas manchas rojizas en las

mejillas. Va vestido con un traje de visita elegante, negro y muy nuevo. En la mano,

guantes oscuros y un sombrero de copa. Se queda parado cerca de la puerta y hace una

reverencia apresurada. Parece algo cohibido.

Tesman. (Va a su encuentro y le estrecha la mano.) Querido Ejlert… ¡Por fin

volvemos a vernos!

Ejlert Løvborg. (Habla en voz baja.) ¡Gracias por la carta! (Se acerca a Hedda.)

¿Me permite tenderle la mano a usted también, señora Tesman?

Hedda. (Cogiendo su mano.) Bienvenido, señor Løvborg. (Con un ademán de la 

mano.) No sé si los caballeros…

Løvborg. (Con una leve reverencia.) El juez Brack, creo.

Brack. (Igualmente.) Por Dios. Hace ya algunos años…

Tesman. (A Løvborg, con las manos sobre sus hombros.) Y ahora, Ejlert, siéntete

como en casa, por favor. ¿Verdad, Hedda? Tengo entendido que te instalas de nuevo en

la ciudad, ¿eh?

Løvborg. Sí, eso quiero.

Tesman. Claro, muy razonable. Oye… He conseguido tu nuevo libro. Aunque

todavía no he tenido tiempo de leerlo, claro.

Løvborg. Será mejor que te lo ahorres.

Tesman. ¿Por qué dices eso?

Løvborg. Porque no vale gran cosa.

Tesman. ¡Fíjate…! ¡¿Cómo dices eso?!

Brack. Pues lo elogian mucho, por lo que oigo.

Løvborg. Justamente lo que yo pretendía. Por eso lo escribí de manera que pudiera

gustarle a todo el mundo.

Brack. Muy sensato.

Tesman. ¡Pero, querido Ejlert…!

Løvborg. Intentaré reconquistar una posición, empezar desde el principio…

Tesman. (Algo cohibido.) Sí, ¿eh?

Løvborg. (Con una sonrisa, deja el sombrero y se saca del bolsillo del abrigo un

paquete envuelto en papel.) Pero cuando se publique esto, Jørgen Tesman, sí que tienes

que leerlo. Porque este es el bueno, en este soy yo mismo.

Tesman. Vaya. ¿Y qué es?

Løvborg. Es la continuación.

Tesman. ¿La continuación? ¿De qué?

Løvborg. Del libro.

Tesman. ¿Del nuevo?

Løvborg. Evidentemente.

Tesman. Pero, querido Ejlert…, ¡tu libro llega hasta nuestros días!

Løvborg. Así es. Y este trata sobre el futuro.

Tesman. ¡El futuro! Pero, por Dios, ¡sobre el futuro no sabemos nada!

Løvborg. No, pero aun así podemos decir algunas cosas sobre él. (Abriendo el

paquete.) Verás…

Tesman. Pero si esa no es tu letra…

Løvborg. Lo he dictado. (Pasando las hojas.) Está dividido en dos partes. La

primera trata sobre los movimientos culturales del futuro. Y esta segunda… (Pasa

algunas páginas más.) Sobre el progreso de la cultura en el futuro.

Tesman. ¡Qué extraño! Nunca se me ocurriría escribir sobre esas cosas.

Hedda. (Junto a la puerta acristalada, tamborileando sobre el cristal.) Hum… En

fin…

Løvborg. (Vuelve a meter las hojas en el envoltorio y deja el paquete sobre la 

mesa.) Me lo he traído porque pensaba leerte un poco esta noche.

Tesman. Ah, pues qué amable por tu parte. Pero ¿esta noche…? (Mirando a

Brack.) No sé bien cómo podríamos hacerlo…

Løvborg. Pues otro día. Tampoco corre prisa.

Brack. Le diré, señor Løvborg…, que hoy celebro una pequeña reunión en mi

casa. Casi diría que es en honor a Tesman, ¿entiende…?

Løvborg. (Buscando su sombrero.) Ah… En tal caso no quiero…

Brack. No, escuche. ¿Me concedería el placer de unirse a nosotros?

Løvborg. (Breve y decidido.) No, no puedo. Pero se lo agradezco sinceramente.

Brack. ¡Vamos! Venga. Seremos un pequeño grupo selecto. Y le aseguro que será

una reunión «animada», como suele decir la señora Hed…, la señora Tesman.

Løvborg. No lo dudo, pero aun así…

Brack. Podría traerse su manuscrito y leérselo allí a Tesman. Tengo habitaciones

de sobra.

Tesman. Sí, fíjate, Ejlert… ¡Eso podrías hacer! ¿Eh?

Hedda. (Pasando entre ellos.) Pero, querido, dado que el señor Løvborg no

quiere… Seguro que le apetece mucho más quedarse aquí a cenar conmigo.

Løvborg. (Mirándola.) ¡¿Con usted, señora?!

Hedda. Y con la señora Elvsted.

Løvborg. Ah… (Como de pasada.) La he visto un momento a mediodía.

Hedda. Ah, ¿sí? Pues viene para acá. Así que casi es necesario que se quede, señor

Løvborg. De lo contrario no tendrá a nadie que la acompañe a casa.

Løvborg. Es verdad. En tal caso, señora, se lo agradezco… Me quedo.

Hedda. Entonces avisaré a la criada…

Se acerca al recibidor y llama. Berte entra por la puerta. Hedda le habla en voz

baja y señala la salita del fondo. Berte asiente y se marcha.

Tesman. (Al mismo tiempo, a Ejlert Løvborg.) Oye, Ejlert… Ese nuevo tema…, lo

del futuro…, ¿es lo que piensas tratar en tu conferencia?

Løvborg. Sí.

Tesman. El librero me ha dicho que pretendes dar una serie de conferencias este

otoño.

Løvborg. Y es verdad, pero no quiero que te lo tomes a mal, Tesman.

Tesman. ¡No, por Dios! Pero…

Løvborg. Entiendo perfectamente que debe de venirte muy mal.

Tesman. (Cortado.) Ah, por mi parte no puedo exigir que…

Løvborg. Pero esperaré a que hayas conseguido tu nombramiento…

Tesman. ¡Esperarás! Pero… ¿No vas a concursar? ¿Eh?

Løvborg. No. Solo quiero vencerte ante la opinión pública.

Tesman. Pero, Dios mío… ¡Entonces la tía Julle tenía razón! ¡Si ya lo sabía yo!

¡Hedda! Fíjate… ¡Ejlert Løvborg no piensa interponerse en nuestro camino!

Hedda. (Cortante.) ¿Nuestro? A mí mantenme al margen.

Se dirige hacia la salita donde Berte está colocando una bandeja con botellas y 

copas sobre la mesa. Hedda asiente con aprobación y regresa al salón. Berte sale.

Tesman. (Al mismo tiempo.) ¿Y usted, juez Brack? ¿Qué me dice de esto, eh?

Brack. Digo que eso del honor y el triunfo… pueden ser asuntos muy bellos…

Tesman. Sin duda, pero aun así…

Hedda. (Mira a Tesman con una sonrisa fría.) Pareces fulminado por un rayo.

Tesman. Sí…, más o menos…, creo…

Brack. La verdad, señora, es que lo que ha pasado sobre nosotros ha sido una

tormenta.

Hedda. (Señalando la salita.) ¿No quieren los señores tomar una copa de ponche

frío?

Brack. (Mirando su reloj.) ¿La espuela? Sí, puede ser buena idea.

Tesman. ¡Excelente, Hedda! ¡Excelente! Ahora me siento liviano…

Hedda. Adelante, usted también, señor Løvborg.

Løvborg. (Rechazando.) No, se lo agradezco, pero no quiero.

Brack. Por Dios… Tengo entendido que el ponche frío no es venenoso…

Løvborg. Quizá no para todo el mundo.

Hedda. Ya sabré yo entretener al señor Løvborg mientras tanto.

Tesman. Bueno, querida Hedda, hazlo así.

Brack y él se van a la salita, se sientan y, durante lo siguiente, beben ponche,

fuman cigarrillos y charlan animadamente. Ejlert Løvborg se queda parado junto a la

estufa. Hedda se acerca al escritorio.

Hedda. (Subiendo el tono.) Si le apetece, voy a enseñarle unas fotografías.

Tesman y yo hicimos un viaje por el Tirol de camino a casa.

Se acerca con un álbum que deja sobre la mesa ante el sofá de la izquierda, y se

sienta en el rincón del fondo del sofá. Ejlert Løvborg se acerca, se detiene y la mira. A

continuación, coge una silla y se sienta a su izquierda, dando la espalda a la salita.

Hedda. (Abriendo el álbum.) ¿Ve esta cordillera, señor Løvborg? Es el macizo del

Ortles. Tesman lo ha escrito aquí, debajo. Pone: «Grupo Ortles, en Merano».

Løvborg. (Que la ha estado mirando intensamente, dice despacio y en voz baja:)

¡Hedda… Gabler!

Hedda. (Se apresura a mirarlo de reojo.) ¡Chis!

Løvborg. (Repite en voz baja.) ¡Hedda Gabler!

Hedda. (Mirando el álbum.) Así me llamaba antes. Cuando usted y yo… nos

conocíamos.

Løvborg. Y a partir de ahora… y para toda la vida… tendré que acostumbrarme a

no llamarte nunca Hedda Gabler.

Hedda. (Sigue hojeando.) Así es. Y le recomiendo que empiece a practicar a

tiempo. Cuanto antes, mejor.

Løvborg. (Con voz indignada.) ¿Hedda Gabler casada? ¡Y con… Jørgen Tesman!

Hedda. Así son las cosas.

Løvborg. Ay, Hedda, Hedda…, ¡cómo has podido echarte a perder así!

Hedda. (Lo mira cortante.) ¡Ya está bien! ¡Esto no!

Løvborg. ¿El qué?

Entra Tesman y se acerca al sofá.

Hedda. (Lo oye llegar y dice con indiferencia:) Y esto, señor Løvborg, es el valle

de Ampezzo. Mire qué picos. (Mira a Tesman con amabilidad.) Tesman, ¿cómo se

llamaban estos curiosos picos?

Tesman. Déjame ver. Ah, esos son los Dolomitas.

Hedda. ¡Exacto! Los Dolomitas, señor Løvborg.

Tesman. Oye, Hedda… Venía a preguntarte si no quieres que te traiga un poco de

ponche, al menos para ti, ¿eh?

Hedda. Sí, gracias. Y quizá un par de pasteles.

Tesman. ¿No quieres cigarrillos?

Hedda. No.

Tesman. Bien.

Se va por la salita del fondo y sale por el lado derecho. Brack permanece sentado

y, de vez en cuando, presta atención a Hedda y Løvborg.

Løvborg. (En voz baja, igual que antes.) Respóndeme, Hedda… ¿Cómo has

podido hacer esto?

Hedda. (Aparentemente absorta en el álbum.) Si continua tuteándome, no hablaré

con usted.

Løvborg. ¿No puedo decir «tú» ni cuando estamos a solas?

Hedda. No. Puede usted pensarlo, pero no decirlo.

Løvborg. Ah, ya entiendo. Atenta contra su amor… por Jørgen Tesman.

Hedda. (Lo mira de soslayo y sonríe.) ¿Amor? ¡No me haga reír!

Løvborg. ¡Así que no hay amor!

Hedda. ¡Pero tampoco ninguna clase de infidelidad! De eso no quiero saber nada.

Løvborg. Hedda…, respóndame solo a esto…

Hedda. ¡Chis!

Tesman llega con una bandeja desde la salita.

Tesman. ¡Ea! Aquí vienen las cosas ricas.

Deja la bandeja sobre la mesa.

Hedda. ¿Por qué me lo traes tú?

Tesman. (Llenando las copas.) Porque me hace mucha ilusión servirte, Hedda.

Hedda. Pero has llenado las dos copas. Y el señor Løvborg ha dicho que no

quería…

Tesman. Ya, pero supongo que la señora Elvsted llegará pronto…

Hedda. Es verdad, la señora Elvsted…

Tesman. Te habías olvidado de ella, ¿eh?

Hedda. Estamos tan enfrascados en esto… (Le enseña una foto.) ¿Recuerdas este

pueblecito?

Tesman. Ah, ¡es el que está a los pies del paso del Brennero! Allí hicimos

noche…

Hedda. … Y conocimos a aquellos turistas tan alegres.

Tesman. Allí fue, efectivamente. ¡Imagínate, Ejlert, si hubiéramos podido tenerte

allí con nosotros! En fin…

Vuelve a la salita y se sienta con Brack.

Løvborg. Respóndame solo a esto, Hedda…

Hedda. ¿A qué?

Løvborg. ¿Tampoco había amor en la relación que mantenía usted conmigo? ¿No

había ni sombra…, ni un viso de amor?

Hedda. ¿Quién sabe? Nos recuerdo como dos buenos compañeros. Dos amigos

muy cercanos. (Sonríe.) Usted, en concreto, me abría mucho su corazón.

Løvborg. Era usted quien quería que lo hiciera.

Hedda. Al mirar atrás, me parece que sí había algo bello, algo tentador… y

valiente en… en esa confianza secreta…, en esa amistad sobre la que nadie sabía nada.

Løvborg. ¡¿Verdad que sí, Hedda?! ¿A que lo había? Cuando yo iba a ver a su

padre por las tardes… Y el general se sentaba ante la ventana a leer los periódicos…, de

espaldas…

Hedda. Y nosotros dos en el sofá del rincón…

Løvborg. Siempre con la misma revista ilustrada ante nosotros…

Hedda. A falta de un álbum.

Løvborg. Sí, Hedda, y luego, cuando le confesé…, cuando le conté cosas sobre mí

mismo que, en aquel momento, no sabía nadie más. Me presentaba ante usted y le

confesaba que me había pasado días y noches enteros de juerga, una y otra vez. Ay,

Hedda… ¿Qué fuerza había en usted que me obligaba a reconocerle aquello?

Hedda. ¿Cree que había una fuerza en mí?

Løvborg. Sí, ¿cómo explicármelo si no? Y aquellas preguntas que me planteaba

con tantos… rodeos…

Hedda. Y que usted entendía a la perfección…

Løvborg. ¡¿Cómo podía preguntarme esas cosas?! ¡Sin el menor pudor!

Hedda. Con rodeos, si me permite.

Løvborg. Sí, pero aun así sin pudor. ¡Interrogarme de ese modo… sobre todas

esas cosas!

Hedda. Y cómo podía usted contestar, señor Løvborg.

Løvborg. Sí, eso es precisamente lo que no entiendo… ahora, con el tiempo. Pero

dígame entonces, Hedda… ¿No había amor en el fondo de esa relación? ¿No había, por

su parte, una voluntad de limpiarme… cuando acudía a usted con mis confesiones? ¿No

la había?

Hedda. No exactamente.

Løvborg. ¿Y qué la movía entonces?

Hedda. ¿Le parece tan extraño que una joven…? Dado que podía suceder así…,

en secreto…

Løvborg. ¿Sí?

Hedda. ¿Que tuviera ganas de echar un vistazo al mundo que…?

Løvborg. ¿Que…?

Hedda. ¿… Que no me estaba permitido conocer?

Løvborg. ¿Así que era eso?

Hedda. Eso también. Eso también…, creo.

Løvborg. Compañeros en el deseo de vivir. Pero ¿por qué no pudimos conservar

al menos eso?

Hedda. La culpa fue suya.

Løvborg. Fue usted quien rompió conmigo.

Hedda. Sí, cuando el peligro de que la realidad invadiera la relación se hizo

acuciante. ¡Avergüéncese, Ejlert Løvborg! ¡¿Cómo pudo tratar de abusar de su… brava

compañera?!

Løvborg. (Retorciéndose las manos.) ¡Ay, por qué no cumplió su amenaza! ¡Por

qué no me disparó como quería!

Hedda. Hasta ese punto me da miedo el escándalo.

Løvborg. Sí, Hedda, en el fondo es usted una cobarde.

Hedda. Extremadamente cobarde. (Cambia de tono.) Pero para usted fue una

suerte. Y ahora ha encontrado un delicioso consuelo en casa de los Elvsted.

Løvborg. Sé lo que le ha contado Thea.

Hedda. ¿Y quizá usted le haya contado algo sobre nosotros dos?

Løvborg. Ni una palabra. Es demasiado tonta para comprender esas cosas.

Hedda. ¿Tonta?

Løvborg. Para ese tipo de cosas es tonta.

Hedda. Y yo cobarde. (Se inclina hacia él, sin mirarlo a los ojos, y dice en voz

más baja:) Pero ahora yo quiero confesarle algo.

Løvborg. (Emocionado.) ¿Sí?

Hedda. No atreverme a dispararle…

Løvborg. ¡¿Sí?!

Hedda. … No fue la mayor cobardía que cometí… esa noche.

Løvborg. (La mira un momento, la entiende y susurra apasionado:) ¡Ay, Hedda!

¡Hedda Gabler! ¡Intuyo un motivo oculto bajo el compañerismo! ¡Tú y yo…! Sí, era la

llamada de la vida la que…

Hedda. (En voz baja, con una mirada cortante.) ¡Cuidado! ¡No crea eso!

Ha empezado a oscurecer. Berte abre la puerta del recibidor.

Hedda. (Cierra de golpe el álbum y exclama sonriente:) ¡Por fin! Queridísima

Thea…, ¡adelante!

La señora Elvsted entra desde el recibidor. Va vestida de fiesta. La puerta se

cierra tras ella.

Hedda. (En el sofá, le tiende las manos.) Thea, bonita… ¡No te imaginas cómo te

he esperado!

Al pasar, la señora Elvsted saluda brevemente a los caballeros en la salita, se

acerca a la mesa y le tiende la mano a Hedda. Ejlert Løvborg se ha levantado. Él y la

señora Elvsted se saludan con la cabeza, sin mediar palabra.

Señora Elvsted. ¿Quizá debería pasar a conversar un poco con tu marido?

Hedda. No hace ninguna falta. Déjalos estar. No tardarán en irse.

Señora Elvsted. ¿Se van?

Hedda. Sí, se van de fiesta.

Señora Elvsted. (Apresurada, a Løvborg.) Supongo que usted no.

Løvborg. No.

Hedda. El señor Løvborg… se queda con nosotras.

Señora Elvsted. (Coge una silla y quiere sentarse junto a Ejlert Løvborg.) ¡Ah,

qué a gusto se está aquí!

Hedda. ¡No, mi pequeña Thea! ¡Ahí no! Vas a venir a sentarte aquí conmigo.

Quiero estar en medio.

Señora Elvsted. Como quieras.

Rodea la mesa y se sienta en el sofá, a la derecha de Hedda. Løvborg vuelve a

sentarse en la silla.

Løvborg. (Tras una breve pausa, a Hedda.) ¿No es una delicia mirarla?

Hedda. (Acariciando levemente el pelo de la señora Elvsted.) ¿Solo mirarla?

Løvborg. Sí, porque nosotros…, ella y yo…, somos verdaderos compañeros.

Creemos incondicionalmente en el otro. Y además podemos hablar sin ningún pudor…

Hedda. ¿Sin rodeos, señor Løvborg?

Løvborg. Bueno…

Señora Elvsted. (En voz baja, agarrándose a Hedda.) ¡Ay, qué feliz soy, Hedda!

Fíjate…, incluso dice que lo he inspirado.

Hedda. (La mira con una sonrisa.) Vaya, ¿eso dice?

Løvborg. ¡Y el coraje que tiene a la hora de actuar, señora Tesman!

Señora Elvsted. Dios mío…, ¡coraje yo!

Løvborg. Infinito… cuando se trata del compañero.

Hedda. Coraje… ¡Sí! ¡Quién lo tuviera!

Løvborg. ¿Y qué pasaría, según usted, si lo tuviera?

Hedda. Quizá podría vivir la vida. (Cambia repentinamente de tono.) En fin, mi

queridísima Thea… Ahora te vas a beber una buena copa de ponche frío.

Señora Elvsted. No, gracias, nunca bebo esas cosas.

Hedda. Pues entonces usted, señor Løvborg.

Løvborg. Gracias, yo tampoco.

Señora Elvsted. ¡Él tampoco!

Hedda. (Mirándolo firmemente.) ¿Y si yo se lo pido?

Løvborg. Da igual.

Hedda. (Riéndose.) Entonces, pobre de mí, ¿no tengo ningún poder sobre usted?

Løvborg. No en este terreno.

Hedda. Francamente pienso que debería hacerlo de todos modos. Por usted

mismo.

Señora Elvsted. ¡Pero, Hedda…!

Løvborg. ¿Qué quiere decir?

Hedda. O, mejor dicho, por la gente.

Løvborg. ¿Y eso?

Hedda. Si no lo hace, la gente podría pensar que no…, que en el fondo… no se

siente del todo valiente…, que no se fía del todo de sí mismo.

Señora Elvsted. (A media voz.) ¡Ay, no, Hedda…!

Løvborg. La gente puede pensar lo que le dé la gana… por ahora.

Señora Elvsted. (Contenta.) ¡Verdad que sí!

Hedda. Hace un momento se lo he notado perfectamente al juez Brack.

Løvborg. ¿Qué le ha notado?

Hedda. Ha sonreído con mucha sorna cuando no se ha atrevido a sentarse con

ellos.

Løvborg. ¡Que no me he atrevido! Evidentemente, prefería quedarme aquí

conversando con usted.

Señora Elvsted. ¡Lo cual era muy razonable, Hedda!

Hedda. Pero eso no podía saberlo el juez. Y también lo he visto reprimir una

sonrisa y mirar de reojo a Tesman cuando no se ha atrevido a acompañarlos a esa pobre

fiesta.

Løvborg. ¡Que no me he atrevido! ¿Dice que no me he atrevido?

Hedda. Yo no. Pero así lo ha entendido el juez Brack.

Løvborg. Pues que piense lo que quiera.

Hedda. Entonces, ¿no se va con ellos?

Løvborg. Me quedo aquí con usted y con Thea.

Señora Elvsted. Sí, Hedda…, como supondrás…

Hedda. (Sonríe y asiente con aprobación mirando a Løvborg.) Eso es tener

principios, firmes como una roca. ¡Así debe ser un hombre! (Se vuelve hacia la señora

Elvsted y la acaricia.) ¿No te lo dije esta mañana, cuando llegaste tan alterada…?

Løvborg. (Perplejo.) ¿Alterada?

Señora Elvsted. (Aterrada.) ¡Hedda…! ¡Hedda, por Dios…!

Hedda. ¡Pues ya lo estás viendo! No hacía ninguna falta que te angustiaras tanto…

(Interrumpiéndose.) ¡En fin! ¡Ahora podremos divertirnos los tres!

Løvborg. (Se ha encogido.) ¿Qué es esto, señora Tesman?

Señora Elvsted. ¡Dios mío, Dios mío, Hedda! ¡¿Qué estás diciendo?! ¡¿Qué estás

haciendo?!

Hedda. ¡Silencio! El repelente del juez no te quita ojo.

Løvborg. Así que estabas angustiada por mí.

Señora Elvsted. (En voz baja, quejumbrosa.) Ay, Hedda… ¡Qué disgusto me estás

dando!

Løvborg. (La mira de frente durante un rato. Tiene el rostro contrariado.) Así

que esa era la fe que tenía mi compañera en mí.

Señora Elvsted. (Suplicando.) Ay, queridísimo amigo… ¡Escúchame primero…!

Løvborg. (Coge una de las copas llenas de ponche, la levanta y dice en voz baja y

ronca:) ¡A tu salud, Thea!

Vacía la copa, la deja y coge la otra.

Señora Elvsted. (En voz baja.) Ay, Hedda, Hedda… ¡Por qué quieres esto!

Hedda. ¿Querer? ¿Yo? ¿Estás loca?

Løvborg. Y a su salud también, señora Tesman. Gracias por la verdad. ¡Viva la

verdad!

Apura la copa y quiere volverla a llenar.

Hedda. (Le posa una mano sobre el brazo.) Ya vale, ya vale… por el momento.

Recuerde que se va usted de fiesta.

Señora Elvsted. ¡No, no, no!

Hedda. Chis, te están mirando.

Løvborg. (Dejando la copa.) Oye, Thea, responde sinceramente…

Señora Elvsted. ¡Sí!

Løvborg. ¿Sabía tu marido que venías detrás de mí?

Señora Elvsted. (Retorciéndose las manos.) Ay, Hedda… ¡¿Oyes lo que me

pregunta?!

Løvborg. ¿Acordaste con él que vendrías a la ciudad para vigilarme? ¿Quizá fue

el propio comisario quien te convenció? Ajá… Seguro que me necesitaba en el

despacho. ¿O me echaba de menos para jugar a las cartas?

Señora Elvsted. (En voz baja, lamentándose.) ¡Ay, Løvborg, Løvborg…!

Løvborg. (Coge una copa y la quiere llenar.) ¡Otro brindis por el buen comisario!

Hedda. (Parándolo.) Ya no más. Recuerde que va a salir y leer su texto a Tesman.

Løvborg. (Sereno, deja la copa.) Ha sido una estupidez por mi parte, Thea.

Tomármelo así, quiero decir. No te enfades conmigo, querida, querida, compañera. Ya

verás…, tanto tú como los demás veréis… que a pesar de que caí… ¡ahora me he

levantado! Con tu ayuda, Thea.

Señora Elvsted. (Resplandeciente.) ¡Ay, gracias a Dios…!

Entre tanto Brack ha mirado su reloj. Él y Tesman entran en el salón.

Brack. (Cogiendo su abrigo y su sombrero.) En fin, señora Tesman, ha llegado

nuestra hora.

Hedda. Supongo que sí.

Løvborg. (Levantándose.) La mía también, señor juez.

Señora Elvsted. (A media voz, suplicante.) Ay, Løvborg… ¡No!

Hedda. (Pellizcándola en el brazo.) ¡Te están oyendo!

Señora Elvsted. (Un leve grito.) ¡Ay!

Løvborg. (A Brack.) Fue usted tan amable de invitarme a acompañarlos.

Brack. Ah, ¿al final se viene?

Løvborg. Sí, muchas gracias.

Brack. Me alegro mucho…

Løvborg. (Cogiendo el paquete de papel le dice a Tesman.) Porque me gustaría

enseñarte algunas partes antes de desprenderme del texto.

Tesman. Ay, fíjate… ¡Será divertido! Pero, querida Hedda, ¿cómo harás entonces

para que la señora Elvsted vuelva a casa, eh?

Hedda. Bah, ya le encontraremos remedio.

Løvborg. (Mirando a las señoras.) ¿La señora Elvsted? Volveré a recogerla,

evidentemente. (Acercándose.) ¿Alrededor de las diez, señora Tesman? ¿Le va bien?

Hedda. Desde luego. Me va muy bien.

Tesman. Pues entonces todo arreglado. Pero a mí no me esperes tan temprano,

Hedda.

Hedda. Ah, querido… tú quédate todo…, todo lo que quieras.

Señora Elvsted. (Con angustia reprimida.) Señor Løvborg…, entonces espero

aquí su regreso.

Løvborg. (Con el sombrero en la mano.) Por supuesto, señora.

Brack. ¡Pasajeros al tren del placer! Confío en que será una reunión animada,

como dice cierta hermosa señora.

Hedda. Ay, si esa hermosa señora pudiera hacerse invisible y estar presente…

Brack. ¿Por qué invisible?

Hedda. Para oírles soltar sus animados comentarios sin disimulos, señor juez.

Brack. (Riéndose.) No se lo aconsejaría, hermosa señora.

Tesman. (Riéndose también.) ¡Hay que ver cómo eres, Hedda! ¡Fíjate!

Brack. En fin, ¡adiós, adiós, señoras!

Løvborg. (Haciendo una reverencia.) Entonces, sobre las diez.

Brack, Løvborg y Tesman salen por la puerta del recibidor. Al mismo tiempo,

llega Berte desde la salita del fondo con una lámpara encendida que coloca sobre la

mesa central, luego sale por el mismo sitio.

Señora Elvsted. (Se ha levantado y camina inquieta por el salón.) Hedda…,

Hedda… ¡Cómo acabará esto!

Hedda. A las diez… volverá. Me lo estoy imaginando. Coronado de pámpanos…

Acalorado y bravo…

Señora Elvsted. Ay, ojalá fuera así.

Hedda. Y para entonces… habrá recuperado el dominio sobre sí mismo. Y será un

hombre libre para el resto de sus días.

Señora Elvsted. Ay, Dios mío… Ojalá regresara como te lo imaginas.

Hedda. ¡Así y solo así volverá! (Se levanta y se acerca.) Duda de él todo lo que

quieras, pero yo creo en él. Ahora lo pondremos a prueba…

Señora Elvsted. ¡Me estás ocultando algo, Hedda!

Hedda. Efectivamente. Por una vez en mi vida, quiero influir sobre el destino de

una persona.

Señora Elvsted. ¿No lo haces ya?

Hedda. No lo hago… y nunca lo he hecho.

Señora Elvsted. ¿Y sobre tu marido?

Hedda. ¡Claro, eso sí que valdría la pena! Ay, si te hicieras una idea de lo pobre

que soy… ¡A ti, en cambio, se te permite ser tan rica! (Apasionada, la rodea con los

brazos.) Creo que al final acabaré quemándote el pelo.

Señora Elvsted. ¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Me das miedo, Hedda!

Berte. (En la puerta de la salita.) El té está servido en el comedor, señora.

Hedda. Bien, ahora vamos.

Señora Elvsted. ¡No, no, no! ¡Prefiero volver sola a casa! ¡Ahora mismo!

Hedda. ¡Tonterías! Primero vas a tomar un té, bobita. Y luego…, a las diez…,

Ejlert Løvborg volverá… coronado de pámpanos.

Casi a la fuerza, se lleva a la señora Elvsted hacia la puerta de la salita.

ACTO TERCERO

El salón de los Tesman. Las cortinas del fondo están echadas, al igual que las de

la puerta acristalada. La lámpara, con pantalla, arde a media mecha sobre la mesa. En

la estufa, que tiene la puerta abierta, el fuego está casi extinguido.

La señora Elvsted, envuelta en un gran chal y con los pies sobre el alzapié, está

sentada en el sillón, muy cerca de la estufa. Hedda duerme vestida en el sofá, arropada

con una manta.

Señora Elvsted. (Tras una pausa, se incorpora sobresaltada en el sillón y aguza el

oído expectante. A continuación, se recuesta con cansancio y empieza a gimotear.)

¡Todavía no! ¡Ay, Dios mío…! Dios mío… ¡Todavía no!

Berte entra de puntillas por la puerta del recibidor. Trae una carta en la mano.

Señora Elvsted. (Se vuelve y susurra expectante.) ¿Qué? ¿Ha venido alguien?

Berte. (En voz baja.) Sí, una chica acaba de entregar esta carta.

Señora Elvsted. (Apresurada, alarga el brazo.) ¡Una carta! ¡Démela!

Berte. No, señora, es para el doctor.

Señora Elvsted. Vaya.

Berte. La ha traído la muchacha de la señorita Tesman. La dejo aquí, sobre la

mesa.

Señora Elvsted. Bien.

Berte. (Dejando la carta.) Será mejor que apague la lámpara. Está humeando.

Señora Elvsted. Sí, apáguela. No tardará en amanecer.

Berte. (Apagándola.) Ya ha amanecido, señora.

Señora Elvsted. ¡Sí, es de día! ¡Y aún no han vuelto…!

Berte. Ay, por Dios… Ya me imaginaba yo que pasaría esto.

Señora Elvsted. ¿Se lo imaginaba usted?

Berte. Sí, al ver que cierto caballero había regresado a la ciudad… y que se iba

con ellos, pues… Ese señor ya dio mucho que hablar en su momento.

Señora Elvsted. No hable tan alto. Va a despertar a la señora.

Berte. (Mirando hacia el sofá, suspira.) Por Dios…, que duerma, la pobre… ¿No

quiere que eche más leña al fuego?

Señora Elvsted. Gracias, por mí no.

Berte. Bueno, pues nada.

Sale silenciosamente por la puerta del recibidor.

Hedda. (Se despierta cuando se cierra la puerta y levanta la vista.) ¡Qué pasa…!

Señora Elvsted. Solo era la criada.

Hedda. (Mirando a su alrededor.) ¡Aquí, en el salón…! Ah, ya recuerdo… (Se

incorpora y, ya sentada, se despereza y se frota los ojos.) ¿Qué hora es, Thea?

Señora Elvsted. (Mirando su reloj.) Son más de las siete…

Hedda. ¿A qué hora volvió Tesman?

Señora Elvsted. No ha vuelto.

Hedda. ¿No ha vuelto todavía?

Señora Elvsted. (Levantándose.) Aquí no ha vuelto nadie.

Hedda. Y nosotras esperándolos, en vela, hasta las cuatro de la mañana…

Señora Elvsted. (Retorciéndose las manos.) ¡Ay, cuánto he esperado!

Hedda. (Bosteza y, con la mano ante la boca, dice:) Pues sí, podríamos

habérnoslo ahorrado.

Señora Elvsted. ¿Y luego has podido dormir algo?

Hedda. Pues sí. Creo que he dormido bastante bien. ¿Y tú?

Señora Elvsted. No he pegado ojo. ¡No he podido, Hedda! ¡Me ha sido

completamente imposible!

Hedda. (Se levanta y se dirige hacia ella.) ¡Ea, ea! No hay de qué preocuparse. Sé

perfectamente lo que ha pasado.

Señora Elvsted. ¿Qué piensas? ¡Dime!

Hedda. Pues, evidentemente, la cosa se alargó en casa del juez…

Señora Elvsted. Ay, Dios mío…, será eso. Pero, de todos modos…

Hedda. Y luego, como entenderás, Tesman no habrá querido volver haciendo

ruido y llamando a la puerta a esas horas. (Se ríe.) Y quizá tampoco quería que lo

viéramos… justo después de una alegre velada.

Señora Elvsted. Pero, querida… ¿Adónde puede haber ido?

Hedda. Evidentemente ha subido a casa de sus tías y se ha echado a dormir allí.

Conservan su viejo cuarto.

Señora Elvsted. No, allí no puede estar. Acaba de llegar una carta para él de la

señorita Tesman. Está ahí.

Hedda. Ah, ¿sí? (Mirando la letra.) Sí, del puño y letra de la tía Julle. Pues,

entonces, se habrá quedado en casa del juez. Y Ejlert Løvborg está leyendo en voz

alta…, coronado de pámpanos.

Señora Elvsted. Ay, Hedda, deja de hablar de cosas en las que ni tú misma crees.

Hedda. De verdad que eres una bobalicona, Thea.

Señora Elvsted. Ya, desgraciadamente, debo de serlo.

Hedda. Y pareces agotada.

Señora Elvsted. Es que lo estoy.

Hedda. Pues entonces vas a hacer lo que te digo. Ve a mi cuarto y échate un poco

en la cama.

Señora Elvsted. Ay, no, no… De todos modos no podré conciliar el sueño.

Hedda. Claro que podrás.

Señora Elvsted. Sí, pero seguro que tu marido vuelve enseguida. Y tengo que

enterarme…

Hedda. Yo te aviso cuando vuelva.

Señora Elvsted. ¿Me lo prometes, Hedda?

Hedda. Sí, cuenta con ello. Entre tanto, ve a dormir un poco.

Señora Elvsted. Gracias, trataré de hacerlo.

Sale por la salita.

Hedda se acerca a la puerta acristalada y descorre las cortinas. La plena luz del 

día entra en el salón. A continuación, coge un espejito de mano del escritorio, se mira y

se arregla el pelo. Después se acerca a la puerta del recibidor y presiona el botón de la

campana.

Al poco, Berte aparece por la puerta.

Berte. ¿Desea algo la señora?

Hedda. Sí, eche leña al fuego. Estoy pasando frío.

Berte. Jesús…, ahora mismo caliento esto.

Reúne las brasas y echa un leño.

Berte. (Se para y escucha.) Acaban de llamar a la puerta de la calle, señora.

Hedda. Pues vaya a abrir. Yo me encargo de la estufa.

Berte. No tardará en prender.

Sale por la puerta del recibidor.

Hedda se arrodilla sobre el alzapié y echa más leños a la estufa.

Jørgen Tesman entra después de una breve pausa en el recibidor. Parece cansado

y algo serio. Se dirige de puntillas hacia la puerta de la salita y pretende escabullirse

entre las cortinas.

Hedda. (Junto a la estufa, sin alzar la vista.) Buenos días.

Tesman. (Se vuelve.) ¡Hedda! (Se acerca.) Madre mía…, ¡levantada tan temprano,

eh!

Hedda. Sí, hoy me he levantado temprano.

Tesman. ¡Y yo, que estaba convencido de que seguías dormida! ¡Fíjate, Hedda!

Hedda. No hables tan alto. La señora Elvsted está acostada en mi cuarto.

Tesman. ¡La señora Elvsted ha pasado aquí la noche!

Hedda. Sí, como no vino nadie a recogerla…

Tesman. Ya, supongo que no.

Hedda. (Cierra la puerta de la estufa y se levanta.) En fin, ¿os habéis divertido en

casa del juez?

Tesman. Has estado preocupada por mí, ¿eh?

Hedda. No, no se me pasaría por la cabeza preocuparme. Te he preguntado si os

habéis divertido.

Tesman. Desde luego que sí. Una vez al año… Aunque, en realidad, disfruté sobre

todo al principio, cuando Ejlert me leyó pasajes de su texto. Fíjate, llegamos una hora

antes de tiempo. Y Brack tenía muchas cosas que organizar, claro. Pero Ejlert me leyó…

Hedda. (Sentándose en el lado derecho de la mesa.) Cuenta…

Tesman. (Se sienta en un taburete junto a la estufa.) Ay, Hedda, ¡no te imaginas

lo que va a ser ese libro! Sin duda, será una de las obras más extraordinarias que se

hayan escrito nunca. ¡Fíjate!

Hedda. En fin, eso me da igual…

Tesman. Te voy a confesar una cosa. Cuando terminó de leer… me invadió algo

feo.

Hedda. ¿Algo feo?

Tesman. Sentí envidia de Ejlert por haber sido capaz de escribir algo así. ¡Fíjate,

Hedda!

Hedda. Sí, sí, ya me fijo.

Tesman. Y pensar que ese hombre… con el talento que tiene… por desgracia es

completamente irredimible.

Hedda. Querrás decir que tiene más coraje que otros para vivir la vida, ¿no?

Tesman. No, por Dios… Verás, lo que no sabe es controlar los placeres.

Hedda. ¿Y cómo acabó la cosa?

Tesman. Pues creo, Hedda, que casi habría que llamarlo una bacanal.

Hedda. ¿Estaba coronado de pámpanos?

Tesman. ¿Pámpanos? No, de eso no vi nada. Pero pronunció un largo y confuso

discurso sobre la mujer que lo había inspirado durante el trabajo. Así lo expresó.

Hedda. ¿Dijo su nombre?

Tesman. No, no lo dijo. Pero estoy seguro de que no puede ser otra que la señora

Elvsted. ¡Seguro!

Hedda. Ya… ¿Dónde te separaste de él?

Tesman. En el camino de vuelta. Los últimos… nos fuimos al mismo tiempo. Y

Brack nos acompañó para tomar un poco el fresco. Así que acordamos acompañar a

Ejlert a casa. ¡Iba muy bebido!

Hedda. Ya me imagino.

Tesman. ¡Pero ahora viene lo más raro, Hedda! O, mejor dicho, lo más triste.

Ay…, casi me avergüenzo… por Ejlert… de contarlo…

Hedda. Bueno, ¿qué?

Tesman. Pues verás, resulta que, cuando íbamos hacia el centro, me quedé un

poco rezagado. Solo un par de minutos…, ¡fíjate!

Hedda. Por Dios, ¿y qué?

Tesman. Y cuando me apresuré a seguir a los demás… ¿sabes lo que me encontré

en la cuneta, eh?

Hedda. No, ¿cómo iba a saberlo?

Tesman. Haz el favor de no contárselo a nadie, Hedda. ¡¿Me oyes?! Prométemelo

por Ejlert. (Se saca del bolsillo del abrigo un paquete envuelto en papel.) Fíjate…, me

encontré esto.

Hedda. ¿No es ese el paquete que trajo ayer a casa?

Tesman. ¡Sí, su valioso e irreemplazable manuscrito! Y resulta que se le había

caído… y no se había dado ni cuenta. ¡Fíjate qué cosas, Hedda! Qué triste…

Hedda. ¿Y por qué no le devolviste el paquete enseguida?

Tesman. No me atreví a hacerlo… en el estado en que se encontraba…

Hedda. ¿Tampoco le contaste a los demás que lo habías encontrado?

Tesman. Claro que no. No quise hacerlo por Ejlert, imagínate.

Hedda. ¿Así que nadie sabe que tienes el manuscrito de Ejlert Løvborg?

Tesman. No. Y nadie debe saberlo tampoco.

Hedda. ¿Y qué hablaste luego con él?

Tesman. Pues no pude hablar más con él. Porque al adentrarnos por las calles del

centro, lo perdimos de vista a él y a otros dos o tres. ¡Fíjate!

Hedda. ¿Sí? Pues lo habrán acompañado a casa.

Tesman. Sí, supongo, eso pensé. Y Brack también se fue.

Hedda. ¿Y por dónde has estado dando tumbos desde entonces?

Tesman. Pues unos cuantos nos fuimos a casa de uno de los alegres caballeros y

nos tomamos allí un café mañanero. O, mejor dicho, un café nocturno, ¿eh? Pero en

cuanto me recupere un poco… y el pobre Ejlert haya podido dormir la mona, me voy

corriendo a entregarle esto.

Hedda. (Alarga el brazo hacia el paquete.) ¡No…, no se lo entregues! No

enseguida, quiero decir. Déjame leerlo primero.

Tesman. No, querida Hedda, por Dios que no me atrevo.

Hedda. ¿No te atreves?

Tesman. No…, imagínate su desesperación cuando despierte y eche en falta el

manuscrito. ¡No tiene ninguna copia! Me lo ha dicho él.

Hedda. (Lo mira como explorando.) ¿Y estas cosas no se pueden reescribir? ¿No

se pueden repetir?

Tesman. No, no creo que pudiera. Por la inspiración…, ¿sabes?

Hedda. Bueno…, precisamente eso, siempre podría… (De pasada.) Por cierto…,

hay aquí una carta para ti.

Tesman. ¡No me digas! ¡Fíjate!

Hedda. (Se la tiende.) Ha llegado esta mañana a primera hora.

Tesman. ¡De la tía Julle! ¿Qué podrá ser? (Deja el paquete sobre el otro taburete,

abre la carta, la recorre con la mirada y se levanta sobresaltado.) Ay, Hedda… ¡Dice

que la pobre tía Rina está agonizando!

Hedda. Era de esperar.

Tesman. Y que si quiero verla por última vez, tengo que darme prisa. Me voy

corriendo para allá.

Hedda. (Reprimiendo una sonrisa.) ¿Piensas correr?

Tesman. Ay, mi queridísima Hedda… ¿No podrías acompañarme, eh?

Hedda. (Se levanta y dice cansada y con rechazo:) No, no, no me pidas eso. No

quiero ver enfermedades ni muertes. Ahórrame esas cosas tan feas.

Tesman. Por Dios, como quieras… (Dando vueltas.) ¿Mi sombrero…? ¿Y mi

abrigo…? Ah, en el recibidor… Dios mío, espero no llegar demasiado tarde, ¿eh,

Hedda?

Hedda. Vamos, corre…

Berte se asoma a la puerta del recibidor.

Berte. Ha llegado el juez Brack y pregunta si puede pasar.

Tesman. ¡A estas horas! No, me es imposible recibirlo.

Hedda. Pero a mí no. (A Berte.) Haga pasar al juez.

Berte sale.

Hedda. (Apresurada, susurrando.) ¡El paquete, Tesman!

Hedda lo coge del taburete.

Tesman. ¡Sí, dámelo!

Hedda. No, no, yo te lo guardo.

Se acerca al escritorio y lo mete en la estantería de libros. Tesman tiene tanta

prisa que no logra ponerse los guantes.

El juez Brack entra desde el recibidor.

Hedda. (Lo saluda con la cabeza.) Ahora resulta que es usted madrugador.

Brack. Sí, ¿verdad? (A Tesman.) ¿Usted también va a salir?

Tesman. Sí, tengo que ir a casa de mi tías. Fíjate…, la pobre enferma está

agonizando.

Brack. Por Dios, no me diga. Pues no quiero entretenerlo en un momento tan

grave…

Tesman. Sí, la verdad es que tengo que correr… ¡Adiós! ¡Adiós!

Sale rápidamente por la puerta del recibidor.

Hedda. (Acercándose.) Por lo que oigo, señor juez, la noche ha estado muy

animada en su casa.

Brack. Lo cierto es que aún no me he quitado la ropa, Hedda.

Hedda. ¿Usted tampoco?

Brack. No, ya lo ve… Pero ¿qué le ha contado Tesman sobre anoche?

Hedda. Bah, cosas aburridas. Solo que había ido a casa de alguien a tomar café.

Brack. De ese café ya me he enterado. Supongo que Ejlert Løvborg no estuvo allí,

¿verdad?

Hedda. No, lo habían acompañado antes a su alojamiento.

Brack. ¿Tesman también?

Hedda. No, otros dos caballeros, me ha dicho.

Brack. (Sonríe.) De verdad que Jørgen Tesman es un alma cándida, Hedda.

Hedda. Sí, Dios sabe que lo es. Pero, entonces, ¿hay más?

Brack. Me temo que sí.

Hedda. ¡Vaya! Sentémonos, querido juez. Así me contará mejor.

Se sienta en el lado izquierdo de la mesa. Brack en la parte alargada, cerca de

ella.

Hedda. Bueno, cuente.

Brack. Tenía motivos concretos para seguir la pista de mis invitados…, mejor

dicho, de alguno de mis invitados.

Hedda. ¿Entre ellos, quizá, la de Ejlert Løvborg?

Brack. Le confieso… que se trataba de él.

Hedda. Realmente está despertando mi curiosidad…

Brack. ¿Sabe dónde han pasado el resto de la noche él y otros dos caballeros, 

Hedda?

Hedda. Si se puede contar, hágalo.

Brack. Por Dios, se puede contar perfectamente. Fueron a una velada

especialmente alegre.

Hedda. ¿Quiere decir animada?

Brack. De lo más animada.

Hedda. Deme algún detalle, juez…

Brack. Løvborg también había recibido la invitación por adelantado, yo lo sabía

perfectamente. Pero en principio la rechazó. Como sabe, se había convertido en un

hombre nuevo.

Hedda. Ya, en casa del comisario Elvsted. Pero ¿al final fue?

Brack. Sí, verá, Hedda… Lamentablemente, anoche, en mi casa, le vino la

inspiración…

Hedda. Sí, por lo que oigo estuvo muy inspirado.

Brack. Sumamente inspirado, me temo. Y, por lo que se ve, luego le vinieron otras

ideas a la cabeza. Por desgracia, los hombres no somos siempre tan firmes de principios

como debiéramos.

Hedda. Ah, usted sin duda constituye una excepción, juez Brack. Pero, entonces,

¿Løvborg…?

Brack. En fin, resumiendo…, acabó en los salones de la señorita Diana.

Hedda. ¿De la señorita Diana?

Brack. Era ella quien organizaba la velada. Para un selecto círculo de amigas y

admiradores…

Hedda. ¿La señorita Diana es la pelirroja?

Brack. Exacto.

Hedda. ¿Una especie de… cantante?

Brack. Ah, bueno…, eso también. Y además, Hedda, es una poderosa cazadora…

de caballeros. Seguro que ha oído hablar de ella. Ejlert Løvborg era uno de sus más

ardorosos protectores… en sus días de bonanza.

Hedda. ¿Y cómo acabó la cosa?

Brack. De un modo poco amistoso, al parecer. Dicen que la señorita Diana

empezó dándole una calurosa bienvenida, pero acabó llegando a las manos.

Hedda. ¿Con Løvborg?

Brack. Sí. Løvborg acusó de robo a la señorita Diana y sus amigas. Decía que

había perdido la cartera… y alguna otra cosa. Resumiendo, parece que montó un jaleo

terrible.

Hedda. ¿Y a qué condujo eso?

Brack. A una auténtica pelea de gallos, tanto entre las damas como entre los

caballeros. Afortunadamente, al final llegó la policía.

Hedda. ¿La policía también fue?

Brack. Sí, y la broma le va a salir muy cara al loco de Ejlert Løvborg.

Hedda. ¡Vaya!

Brack. Al parecer, se resistió violentamente. Dicen que le dio un puñetazo en la

oreja a uno de los agentes y que le desgarró el abrigo. Así que se lo llevaron a comisaría.

Hedda. ¿Quién le ha contado todo esto?

Brack. La propia policía.

Hedda. (Mirando al frente.) De modo que así sucedió la cosa. Entonces no estaba

coronado de pámpanos.

Brack. ¿Pámpanos, Hedda?

Hedda. (Cambiando de tono.) Pero dígame, juez… ¿Por qué le sigue la pista a

Ejlert Løvborg?

Brack. En primer lugar porque no puede resultarme del todo indiferente que, en

los interrogatorios, salga a la luz que venía de mi casa.

Hedda. Entonces, ¿habrá interrogatorios?

Brack. Evidentemente. De todos modos, eso podría darme igual. Pero considero

que, en cuanto que amigo de la casa, tengo el deber de ponerlos al corriente, a Tesman y

a usted, de los sucesos de la noche.

Hedda. Y eso, en realidad, ¿por qué, juez Brack?

Brack. Porque tengo la fuerte sospecha de que los usará a ustedes de escudo.

Hedda. ¡¿Pero cómo se le ocurre?!

Brack. Por Dios, Hedda…, que no estamos ciegos. Ya verá como esa señora

Elvsted no se marcha enseguida de la ciudad.

Hedda. Si hubiera algo entre ellos, tendrían muchos otros sitios donde poder

encontrarse.

Brack. Ni un solo hogar. A partir de ahora, toda casa decente le cerrará las puertas

a Ejlert Løvborg.

Hedda. ¿Quiere decir que yo también debería hacerlo?

Brack. Sí. Le confieso que me resultaría muy incómodo que este caballero

continuara teniendo acceso a su casa. Si este elemento superfluo…, este extraño…

penetrara…

Hedda. ¿El triángulo?

Brack. Exacto. Equivaldría para mí a quedarme sin hogar.

Hedda. (Lo mira sonriente.) De modo… que su objetivo… es ser el único gallo

del corral.

Brack. (Asiente despacio y baja la voz.) Sí, ese es mi objetivo. Y lucharé por él…

con todos los medios que tenga a mi alcance.

Hedda. (En el momento en que la abandona la sonrisa.) Resulta que es usted un

hombre peligroso…, llegado el caso.

Brack. ¿Eso cree?

Hedda. Empiezo a creerlo. Y me alegra de todo corazón… que no tenga poder

sobre mí.

Brack. (Se ríe ambiguamente.) Ya, Hedda… Puede que tenga razón. Quién sabe lo

que se me podría llegar a ocurrir si lo tuviera…

Hedda. ¡Oiga, juez Brack! Eso casi parece una amenaza.

Brack. (Levantándose.) ¡En absoluto! Verá, el triángulo… ha de constituirse y

protegerse por libre voluntad.

Hedda. Eso mismo pienso yo.

Brack. En fin, ya le he dicho lo que quería decirle. Tengo que irme. ¡Adiós,

Hedda!

Se dirige hacia la puerta acristalada.

Hedda. (Se levanta.) ¿Se va por el jardín?

Brack. Sí, por aquí acorto.

Hedda. Y además es una puerta trasera.

Brack. Exactamente. No tengo nada en contra de las puertas traseras. En ciertos

momentos, pueden dar lugar a situaciones pícaras.

Hedda. Cuando se dispara con balas de verdad, ¿quiere decir?

Brack. (En la puerta, se ríe hacia ella.) ¡Bah, nadie dispara a sus propios gallos!

Hedda. (También riéndose.) Ya, sobre todo cuando solo se tiene uno…

Se despiden con la cabeza, entre risas. Brack se marcha. Ella cierra la puerta.

Hedda se queda un rato parada con expresión seria. A continuación, se acerca a

la puerta del fondo y mira a través de las cortinas. Después va hasta el escritorio, coge

el paquete de Løvborg de la estantería y empieza a hojearlo. Se oye a Berte dar voces en

el recibidor. Hedda se vuelve y escucha. Se apresura a meter el paquete en el cajón,

cierra con llave y deja la llave sobre el recado de escribir.

Ejlert Løvborg abre de un tirón la puerta del recibidor, lleva el abrigo puesto y el

sombrero en la mano. Parece algo aturdido y ofuscado.

Løvborg. (Vuelto hacia el recibidor.) ¡Y yo le digo que tengo que pasar! ¡Ya está!

Cierra la puerta, se vuelve y ve a Hedda, se domina al instante y saluda.

Hedda. (Junto al escritorio.) Vaya, señor Løvborg, llega realmente tarde a recoger

a Thea.

Løvborg. O realmente temprano a verla a usted. Le pido disculpas.

Hedda. ¿Cómo sabe que sigue aquí?

Løvborg. Me han dicho en su alojamiento que ha pasado la noche fuera.

Hedda. (Se dirige hacia la mesa.) ¿Les ha notado algo cuando se lo han dicho?

Løvborg. (La mira desconcertado.) ¿Que si les he notado algo?

Hedda. Me refiero a si parecían tener alguna opinión al respecto.

Løvborg. (Comprendiendo de pronto.) ¡Ah, es verdad! ¡La voy a arrastrar en mi

caída! Aunque la verdad es que no les he notado nada… Supongo que Tesman no se

habrá levantado aún.

Hedda. No… Creo que no…

Løvborg. ¿A qué hora llegó a casa?

Hedda. Muy tarde.

Løvborg. ¿Le ha contado algo?

Hedda. Sí, ya he oído que se lo pasaron muy bien en casa del juez Brack.

Løvborg. ¿Nada más?

Hedda. No, creo que no. Además estaba cansadísima…

La señora Elvsted pasa a través de las cortinas del fondo.

Señora Elvsted. (Yendo hacia él.) ¡Ay, Løvborg! ¡Por fin…!

Løvborg. Sí, por fin. Y demasiado tarde.

Señora Elvsted. (Mirándolo angustiada.) ¿Qué es demasiado tarde?

Løvborg. Todo es demasiado tarde ya. Estoy acabado.

Señora Elvsted. Ay, no, no… ¡No digas eso!

Løvborg. Dirás lo mismo que yo cuando te enteres de…

Señora Elvsted. ¡No quiero enterarme de nada!

Hedda. ¿Quizá prefiera hablar a solas con ella? Porque en tal caso me voy.

Løvborg. No, quédese… usted también. Se lo pido.

Señora Elvsted. ¡Pero si estoy diciendo que no quiero oír nada!

Løvborg. No quiero hablar de las aventuras de la noche.

Señora Elvsted. Entonces ¿de qué…?

Løvborg. De que ahora nuestros caminos se separan.

Señora Elvsted. ¡Se separan!

Hedda. (Involuntariamente.) ¡Lo sabía!

Løvborg. Ya no te necesito, Thea.

Señora Elvsted. ¡¿Cómo puedes decirme eso?! Que ya no me necesitas… ¿No voy

a seguir ayudándote igual que antes? ¿No seguiremos trabajando juntos?

Løvborg. A partir de hoy no pienso trabajar más.

Señora Elvsted. (Resignada.) ¿Y a qué dedicaré entonces mi vida?

Løvborg. Tendrás que intentar vivir tu vida como si nunca me hubieras conocido.

Señora Elvsted. ¡Es que no puedo!

Løvborg. Inténtalo, Thea. Tendrás que volver a casa…

Señora Elvsted. (En rebeldía.) ¡Nunca en la vida! ¡Allá donde estés tú, allí estaré

yo también! ¡Nunca dejaré que me expulses así! ¡Quiero estar aquí! Quiero estar contigo

cuando aparezca el libro.

Hedda. (A media voz, tensa.) Ah, el libro… ¡Sí!

Løvborg. (Mirándola.) Mi libro y el de Thea. Porque también es obra suya.

Señora Elvsted. Lo mismo siento yo. ¡Y por eso tengo derecho a estar contigo

cuando se publique! Quiero ver cómo vuelves a cubrirte de gloria y respeto. Y la

alegría…, la alegría quiero compartirla contigo.

Løvborg. Thea… Nuestro libro no se publicará nunca.

Hedda. ¡Ah!

Señora Elvsted. ¡¿No se publicará?!

Løvborg. Nunca podrá publicarse.

Señora Elvsted. (Intuyendo lo peor.) Løvborg… ¿Qué has hecho con los

cuadernillos?

Hedda. (Lo mira expectante.) Sí, ¿los cuadernillos…?

Señora Elvsted. ¡¿Dónde los tienes?!

Løvborg. Ay, Thea… Prefiero que no me lo preguntes.

Señora Elvsted. Sí, sí, quiero saberlo. Tengo derecho a saberlo de inmediato.

Løvborg. Los cuadernillos… En fin, los he roto en mil pedazos.

Señora Elvsted. (Chillando.) ¡Ay, no, no…!

Hedda. (Involuntariamente.) ¡Pero si no es…!

Løvborg. (Mirándola.) ¿Cree que no es verdad?

Hedda. (Dominándose.) Evidentemente, si usted lo dice… Pero me ha sonado tan

descabellado…

Løvborg. Y sin embargo es cierto.

Señora Elvsted. (Retorciéndose las manos.) ¡Dios mío…! ¡Dios mío, Hedda! ¡Ha

roto su propia obra en mil pedazos!

Løvborg. He roto mi propia vida en mil pedazos. Así que bien podía romper

también la obra de mi vida…

Señora Elvsted. ¡Conque eso hiciste anoche!

Løvborg. Ya me oyes. En mil pedazos. Y los he arrojado al fiordo… muy lejos.

Allí, por lo menos, estarán en agua fresca y salada. Y allí se pueden quedar… que los

arrastren los vientos y las corrientes. No tardarán en hundirse, cada vez más hondo.

Igual que yo, Thea.

Señora Elvsted. Sabrás, Løvborg, que esto del libro… lo veré siempre como si

hubieras matado a un hijo.

Løvborg. Tienes razón. Es una especie de infanticidio.

Señora Elvsted. Pero, entonces, ¡¿cómo has podido…?! Yo también tenía parte en

ese hijo.

Hedda. (Casi inaudible.) Ah, el hijo…

Señora Elvsted. (Suspirando profundamente.) Así que se ha acabado. En fin, pues

ya me voy, Hedda.

Hedda. Pero ¿no te marcharás de la ciudad, no?

Señora Elvsted. Qué sé yo lo que haré… Todo está a oscuras ante mí.

Sale por la puerta del recibidor.

Hedda. (Se queda parada, esperando un poco.) Entonces, ¿no la va a acompañar a

casa, señor Løvborg?

Løvborg. ¿Yo? ¿Por las calles? ¿Quiere que la gente la vea paseando conmigo?

Hedda. Bueno, no sé qué más habrá pasado esta noche. Pero ¿es completamente

irreparable?

Løvborg. Sé que la cosa no quedará solo en esta noche. Tengo la certeza. Y el

problema es que tampoco quiero vivir así. No quiero volver a hacerlo. Lo que ella ha

destruido es mi coraje y mi rebeldía en la vida.

Hedda. (Mirando al frente.) Esa dulce bobalicona ha hurgado con sus dedos en un

destino humano. (Lo mira.) Pero, aun así, ¿cómo ha podido ser tan cruel con ella?

Løvborg. ¡Ay, no diga que he sido cruel!

Hedda. ¡Ha destruido lo que ha colmado su alma durante mucho mucho tiempo!

¿Y no le parece cruel?

Løvborg. A usted puedo contarle la verdad, Hedda.

Hedda. ¿La verdad?

Løvborg. Prométame primero… Deme su palabra de que lo que le voy a contar

nunca llegará a oídos de Thea.

Hedda. Le doy mi palabra.

Løvborg. Bien. Entonces le diré que lo que le he contado a Thea no es verdad.

Hedda. ¿Lo de los cuadernillos?

Løvborg. Sí. No los he roto. Y tampoco los he arrojado al fiordo.

Hedda. Ya… Pero, entonces, ¿dónde están?

Løvborg. Aun así los he destruido. ¡En el fondo los he destruido, Hedda!

Hedda. No le entiendo.

Løvborg. Thea ha dicho que considera lo que he hecho como un infanticidio.

Hedda. Sí, eso ha dicho.

Løvborg. Pero matar a su hijo… no es lo peor que puede hacer un padre.

Hedda. ¿No es eso lo peor?

Løvborg. No. Lo peor es lo que he querido ahorrarle a Thea.

Hedda. ¿Y qué es?

Løvborg. Imagínese, Hedda, que un hombre… a altas horas de la madrugada…

después de una juerga loca, volviera a casa y le dijera a la madre de su hijo: «Escucha…

He estado aquí y allá, en tal y cual sitio… Y me he llevado conmigo a nuestro hijo… a

tal y cual sitio. Y ahora el niño se me ha perdido, sin dejar rastro. Demonios, quién sabe

en qué garras habrá caído, quién le habrá puesto la mano encima».

Hedda. Ya…, pero, al fin y al cabo, esto no era más que un libro.

Løvborg. El alma limpia de Thea estaba en ese libro.

Hedda. Sí, lo entiendo.

Løvborg. Entonces entenderá también que para ella y para mí ya no hay futuro.

Hedda. ¿Y qué camino tomará entonces?

Løvborg. Ninguno. Procuraré ponerle fin a todo esto. Cuanto antes, mejor.

Hedda. (Dando un paso hacia él.) Ejlert Løvborg…, escuche… ¿No podría

procurar que…, que sucediera con belleza?

Løvborg. ¿Con belleza? (Sonríe.) ¿Coronado de pámpanos, como me imaginaba

en tiempos…?

Hedda. Ah, no. En la corona de pámpanos… ya no creo. ¡Pero aun así con

belleza! ¡Por una vez! ¡Adiós! Váyase ya. Y no regrese.

Løvborg. Adiós, señora. Y salude de mi parte a Jørgen Tesman.

Se va a ir.

Hedda. ¡No, espere! Quiero que se lleve un recuerdo mío.

Se acerca al escritorio, abre el cajón y el estuche de las pistolas. A continuación,

vuelve hacia Løvborg con una de las pistolas.

Løvborg. (La mira.) ¿Esto? ¿Esto es el recuerdo?

Hedda. (Asiente despacio.) ¿La reconoce? En una ocasión estuvo apuntada contra

usted.

Løvborg. Debería haberla usado en ese momento.

Hedda. ¡Tome! ¡Úsela usted ahora!

Løvborg. (Se mete la pistola en el bolsillo del abrigo.) ¡Gracias!

Hedda. Con belleza, Ejlert Løvborg. ¡Prométamelo!

Løvborg. Adiós, Hedda Gabler.

Sale por la puerta del recibidor.

Hedda se queda un rato parada junto a la puerta, escuchando. A continuación, se

dirige al escritorio, saca el paquete con el manuscrito, echa un vistazo dentro del

envoltorio, saca a medias algunas de las hojas y las mira. Luego se lo lleva todo junto a

la estufa y se sienta en el sillón. Tiene el paquete en el regazo. Al poco, abre la puerta

de la estufa y después también el paquete.

Hedda. (Arrojando uno de los cuadernillos al fuego, susurra:) ¡Estoy quemando a

tu hijo, Thea…, la de los cabellos rizados! (Arroja otro par de cuadernillos al fuego.) Al

hijo que tuviste con Ejlert Løvborg. (Arroja el resto al interior.) Ya arde…, ya arde el

niño.

ACTO CUARTO

Las mismas habitaciones en casa de los Tesman. Es por la tarde y el salón está a

oscuras. La salita del fondo está iluminada por la lámpara sobre la mesa. Las cortinas

de la puerta acristalada están echadas.

Hedda, vestida de negro, se pasea por el salón a oscuras. Al cabo de un rato, va a

la salita y desaparece por la izquierda. Se oyen algunos acordes en el piano. Luego

reaparece y regresa al salón.

Berte llega desde la derecha de la salita y trae una lámpara encendida que deja

sobre la mesa ante el sofá rinconero. Tiene los ojos llorosos y cintas negras en la cofia.

Sale en silencio y con discreción por la derecha. Hedda se dirige hacia la puerta

acristalada, aparta un poco la cortina y mira hacia la oscuridad.

Al poco, llega la señorita Tesman desde el recibidor, va de luto y lleva sombrero y

velo. Hedda va a su encuentro y le tiende la mano.

Señorita Tesman. Ay, Hedda, aquí llego vestida de luto. Por fin mi pobre hermana

ha dejado de sufrir.

Hedda. Como ve, ya me he enterado. Tesman me ha mandado una tarjeta.

Señorita Tesman. Sí, es verdad, me prometió hacerlo. Aun así, he querido venir en

persona a esta casa donde reina la vida… para comunicarle a usted la noticia.

Hedda. Muy amable por su parte.

Señorita Tesman. Ay, lo que siento es que Rina se haya marchado justamente

ahora. La casa de Hedda no debería guardar luto en un momento como este.

Hedda. (Desviando el tema.) Murió tranquila, ¿verdad, señorita Tesman?

Señorita Tesman. Ay, sí, con qué serenidad…, con qué paz se fue. Y además se

alegró tanto de poder ver a Tesman una vez más, de poder despedirse en condiciones…

¿Aún no ha vuelto?

Hedda. No. Me ha escrito que no le esperara todavía. Pero… tome asiento.

Señorita Tesman. No, gracias, querida Hedda. Me gustaría, pero tengo muy poco

tiempo. Quiero lavarla y arreglarla lo que pueda… para que llegue bien guapa a su

tumba.

Hedda. ¿No podría ayudarla yo con algo?

Señorita Tesman. ¡Ay, ni si le ocurra! Hedda Tesman no debe implicarse en estos

asuntos. Ni siquiera de pensamiento. Al menos en estos momentos.

Hedda. Ah, los pensamientos… no se dejan dominar…

Señorita Tesman. (Insistiendo.) Sí, por Dios, así son las cosas en este mundo. En

mi casa, le coseremos ahora el sudario a Rina. Y aquí me imagino que también

empezarán pronto a coser. Aunque, gracias a Dios, será otro tipo de ropa…

Jørgen Tesman llega por la puerta del recibidor.

Hedda. Vaya, me alegra que por fin hayas vuelto.

Tesman. ¿Estás aquí, tía Julle? ¿Con Hedda? ¡Fíjate!

Señorita Tesman. Estaba a punto de irme, mi niño. ¿Qué? ¿Has podido hacer todo

lo que me has prometido?

Tesman. No, mucho me temo que se me haya olvidado la mitad. Mañana volveré

a tu casa, hoy estoy muy aturdido. Soy incapaz de concentrarme.

Señorita Tesman. Pero, querido Jørgen, no debes tomártelo así.

Tesman. ¿Así? ¿Cómo?

Señorita Tesman. Debes llevar la pena con alegría, alegrarte de lo que ha pasado.

Igual que hago yo.

Tesman. Ah, ya, ya. Estás pensando en la tía Rina.

Hedda. Ahora se va a sentir usted sola, señorita Tesman.

Señorita Tesman. Los primeros días sí. Pero no creo que dure mucho. ¡Seguro que

la alcoba de la pobre Rina no se queda vacía mucho tiempo!

Tesman. ¿Ah? ¿Y quién quieres que se instale allí, eh?

Señorita Tesman. Por desgracia, sobran los pobres enfermos necesitados de

atenciones y cuidados.

Hedda. ¿De verdad quiere volver a cargar con semejante cruz?

Señorita Tesman. ¿Cruz? Que Dios la perdone, niña… Rina no ha sido ninguna

cruz para mí.

Hedda. Pero si ahora llegara un extraño…

Señorita Tesman. Oh, con los enfermos traba uno amistad enseguida. Y además,

lo cierto es que necesito a alguien por quien vivir. Aunque, gracias a Dios…, aquí, en

esta casa, también puede haber pronto tareas para una vieja tía.

Hedda. Ah, no hable de lo nuestro.

Tesman. Sí, imaginaos lo bien que podíamos estar los tres si…

Hedda. ¿Si?

Tesman. (Inquieto.) Bah, nada. Ya se arreglará. Hay que confiar, ¿eh?

Señorita Tesman. Bueno, entiendo que tenéis cosas que hablar entre vosotros.

(Sonríe.) Y quizá Hedda también tenga algo que contarte, Jørgen. ¡Adiós! Tengo que

volver a casa con Rina. (En la puerta, se vuelve.) ¡Por Dios, qué idea tan extraña! Ahora

Rina está conmigo y con el difunto Jochum al mismo tiempo.

Tesman. Sí, tía Julle, fíjate, ¿eh?

La señorita Tesman sale por la puerta del recibidor.

Hedda. (Sigue a Tesman con una mirada fría e inquisitiva.) Casi parece que la

pérdida te ha afectado más a ti que a ella.

Tesman. Ah, no es solo la pérdida. Estoy extremadamente preocupado por Ejlert.

Hedda. (Apresurada.) ¿Hay alguna novedad?

Tesman. Esta tarde he ido corriendo a su casa para contarle que tenía el

manuscrito a buen recaudo.

Hedda. ¿Y bien? ¿No lo has visto?

Tesman. No, no estaba en casa. Pero después me he encontrado a la señora

Elvsted, que me ha contado que Ejlert estuvo aquí esta mañana temprano.

Hedda. Sí, vino justo después de que te marcharas.

Tesman. Y por lo visto dijo que había roto el manuscrito en mil pedazos, ¿eh?

Hedda. Sí, eso dijo.

Tesman. Por Dios, ¡tenía que estar desquiciado! Me imagino que no te has

atrevido a devolvérselo, ¿eh, Hedda?

Hedda. No, no se lo di.

Tesman. Pero le dirías que lo tenemos nosotros, ¿no?

Hedda. No. (Rápido.) ¿Acaso se lo has dicho tú a la señora Elvsted?

Tesman. No, no he querido hacerlo. Pero a él sí deberías habérselo contado.

¡Fíjate si causa una desgracia llevado por la desesperación! ¡Dame el manuscrito,

Hedda! Voy a llevárselo ahora mismo. ¿Dónde tienes el paquete?

Hedda. (Fría e inconmovible, apoyada sobre el sillón.) Ya no lo tengo.

Tesman. ¡Ya no lo tienes! ¡¿Qué quieres decir con eso?!

Hedda. Lo he quemado… entero.

Tesman. (Reacciona espantado.) ¡Lo has quemado! ¡¿Has quemado el manuscrito

de Ejlert?!

Hedda. No grites, podría oírte la criada.

Tesman. ¡Lo has quemado! ¡Dios mío de mi vida…! No, no, no… ¡Esto es

completamente imposible!

Hedda. En fin, aun así es verdad.

Tesman. ¡¿Pero te das cuenta de lo que has hecho, Hedda?! Es ilegal hacer eso

con las cosas que te encuentras. Pregúntaselo al juez Brack y verás.

Hedda. Será mejor que no hables de ello… ni con el juez ni con nadie.

Tesman. ¡¿Pero cómo has podido hacer algo tan inaudito?! ¿Cómo se te ocurre,

eh? Responde.

Hedda. (Reprime una sonrisa casi imperceptible.) Lo he hecho por ti, Jørgen.

Tesman. ¡Por mí!

Hedda. Cuando me contaste esta mañana que te lo había leído en voz alta…

Tesman. Sí, ¿qué?

Hedda. Me confesaste que le envidiabas su obra.

Tesman. Por Dios, no lo decía en un sentido tan literal.

Hedda. En cualquier caso… No soportaba la idea de que alguien te hiciera

sombra.

Tesman. (Exclamando, entre la duda y la alegría.) Hedda… ¿Es verdad lo que

dices? Pero…, pero… nunca antes he notado que me quisieras así. ¡Fíjate!

Hedda. En fin, será mejor que te enteres… de que justamente ahora…

(Interrumpiéndose, alterada.) No, no… Pregúntaselo a la tía Julle. Ella te lo explicará

todo.

Tesman. ¡Ay, casi creo que te entiendo, Hedda! (Juntando las manos.) Ay, Dios

mío…, será posible, ¿eh?

Hedda. No grites tanto. Puede oírte la criada.

Tesman. (Riéndose con alegría exagerada.) ¡La criada! ¡Qué graciosa eres,

Hedda! Pero si la criada… ¡es Berte! A Berte se lo contaré yo mismo.

Hedda. (Retorciéndose las manos.) ¡Ay, me ahogo…! ¡Me ahogo con todo esto!

Tesman. ¿Con qué, Hedda? ¿Eh?

Hedda. (Fría, controlada.) Con tanto… disparate…, Jørgen.

Tesman. ¿Disparate? ¿Que esté tan contento? Aunque… quizá sea mejor que no le

cuente nada a Berte.

Hedda. Ah, sí…, ¿por qué no?

Tesman. No, no, todavía no. Pero la tía Julle, evidentemente, ha de enterarse. ¡Y

también de que has empezado a llamarme Jørgen! Fíjate… ¡La tía Julle va a ponerse

contentísima!

Hedda. ¿Cuando se entere de que he quemado los papeles de Ejlert Løvborg… por

ti?

Tesman. ¡No! ¡Cierto! Lo de los papeles no debe saberlo nadie, por supuesto. Pero

de que ardes por mí, Hedda…, ¡de eso sí que se va a enterar la tía Julle! ¿Quién sabe?,

quizá sean cosas normales en las esposas jóvenes, ¿eh?

Hedda. Creo que eso también deberías preguntárselo a la tía Julle.

Tesman. Sí, lo haré en cuanto se presente la oportunidad. (Vuelve a adquirir una

expresión inquieta y pensativa.) Pero… ¡y el manuscrito! Por Dios, me horroriza

ponerme en la piel del pobre Ejlert.

La señora Elvsted, vestida como en su primera visita, con sombrero y abrigo,

entra por la puerta del recibidor.

Señora Elvsted. (Saluda apresuradamente y dice agitada:) Ay, querida Hedda, no

te tomes a mal que vuelva.

Hedda. ¿Qué ha pasado, Thea?

Tesman. ¿Ha vuelto a ocurrirle algo a Ejlert Løvborg? ¿Eh?

Señora Elvsted. Ay, sí… Tengo muchísimo miedo de que le haya sucedido una

desgracia.

Hedda. (Agarrándola del brazo.) ¡Ah…, eso crees!

Tesman. ¡Pero, por Dios…! ¡Cómo se le ocurre, señora Elvsted!

Señora Elvsted. Pues porque… al volver a la pensión, he oído que hablaban de él.

Ay, hoy corren por la ciudad unos rumores increíbles…

Tesman. ¡Sí, fíjate que yo también los he oído! Pero puedo atestiguar que se fue

directamente a casa a dormir. ¡Fíjate!

Hedda. En fin… ¿Qué decían en la pensión?

Señora Elvsted. Ay, no me he enterado de nada. O no tenían más detalles o… han

preferido callarse al verme. Y no me he atrevido a preguntar.

Tesman. (Inquieto, paseándose.) Esperemos… ¡Esperemos que haya oído mal,

señora Elvsted!

Señora Elvsted. No, no, estoy convencida de que hablaban de él. Y además les he

oído decir algo del hospital o de…

Tesman. ¡El hospital!

Hedda. ¡No…! ¡Eso es imposible!

Señora Elvsted. Ay, me he asustado muchísimo. Así que he ido a su alojamiento a

preguntar por él.

Hedda. ¡¿Has sido capaz de hacer eso, Thea?!

Señora Elvsted. Sí, ¿qué otra cosa iba hacer? No podía soportar la incertidumbre.

Tesman. Pero tampoco lo ha encontrado allí, ¿eh?

Señora Elvsted. No, y allí tampoco saben nada de él. Me han dicho que no lo ven

desde ayer por la tarde.

Tesman. ¡Ayer! ¡Fíjate, cómo han podido decir eso!

Señora Elvsted. ¡Ay, la única explicación que le encuentro es que le haya pasado

algo malo!

Tesman. Oye, Hedda… ¿Y si me fuera al centro y empezara a preguntar por él…?

Hedda. No, no… No te involucres en esto.

El juez Brack, con el sombrero en la mano, entra por la puerta del recibidor, que

Berte le abre y cierra detrás de él. Llega con gesto serio y saluda en silencio.

Tesman. Ah, es usted, ¿eh, querido juez?

Brack. Sí, no me ha quedado más remedio que venir a verles.

Tesman. Por su expresión me doy cuenta de que la tía Julle ya le ha dado la

noticia.

Brack. Sí, de eso también me he enterado.

Tesman. Es muy triste, ¿eh?

Brack. Eso, querido Tesman, depende de cómo se lo tome uno.

Tesman. (Lo mira con inseguridad.) ¿Quizá ha pasado algo más?

Brack. Así es.

Hedda. (Expectante.) ¿Algo triste, juez Brack?

Brack. Eso también depende de cómo se lo tome uno, señora.

Señora Elvsted. (Exclamando involuntariamente.) ¡Ay, algo le ha pasado a Ejlert

Løvborg!

Brack. (La mira un momento.) ¿Por qué piensa eso, señora? ¿Acaso sabe algo…?

Señora Elvsted. (Aturdida.) No, no sé nada, pero…

Tesman. Por Dios, ¡cuente!

Brack. (Encogiéndose de hombros.) En fin… Lamentablemente… han ingresado a

Ejlert Løvborg en el hospital y debe de estar agonizando.

Señora Elvsted. (Gritando.) ¡Ay, Dios mío! ¡Dios mío…!

Tesman. ¡En el hospital! ¡Agonizando!

Hedda. (Sin querer.) ¡Así de rápido…!

Señora Elvsted. (Quejumbrosa.) ¡Y nos separamos sin reconciliarnos, Hedda!

Hedda. (Susurrando.) Pero, Thea…, ¡Thea!

Señora Elvsted. (Sin hacerle caso.) ¡Tengo que ir a verlo! ¡Tengo que verlo con

vida!

Brack. Es inútil, señora. No permiten que nadie pase a verlo.

Señora Elvsted. Ay, pero dígame al menos qué le ha pasado. ¿Qué le pasa?

Tesman. ¡Supongo que no habrá sido él mismo…! ¿Eh?

Hedda. Yo estoy segura de que ha sido él.

Tesman. ¡Hedda…! ¡Cómo puedes…!

Brack. (Que no le quita ojo.) Por desgracia, acierta usted, señora Tesman.

Señora Elvsted. ¡Ay, qué horror!

Tesman. ¡Él mismo! ¡Fíjate!

Hedda. ¡Se ha pegado un tiro!

Brack. Vuelve a acertar, señora.

Señora Elvsted. (Tratando de controlarse.) ¿Cuándo ha ocurrido, señor juez?

Brack. Esta misma tarde, entre las tres y las cuatro.

Tesman. Pero, por Dios… ¿Dónde ha sido?

Brack. (Algo vacilante.) ¿Dónde? Pues… sería en su alojamiento.

Señora Elvsted. Imposible. Yo me he pasado por allí entre las seis y las siete.

Brack. Pues sería en otro sitio. No lo sé a ciencia cierta. Lo único que sé es que,

cuando lo encontraron, se había pegado un tiro… en el pecho.

Señora Elvsted. ¡Ay, qué horror! ¡Cómo ha podido acabar así!

Hedda. (A Brack.) ¿Ha sido en el pecho?

Brack. Sí…, ya le digo…

Hedda. ¿No ha sido en la sien?

Brack. En el pecho, señora Tesman.

Hedda. Bueno… El pecho también vale.

Brack. ¿Cómo, señora?

Hedda. (Desviando.) Ah, nada…

Tesman. ¿Y dice que la herida es mortal, eh?

Brack. Absolutamente mortal. Lo más probable es que ya haya acabado todo.

Señora Elvsted. ¡Sí, lo noto! ¡Se ha acabado todo! ¡Se ha acabado! ¡Ay, Hedda…!

Tesman. Pero, dígame… ¿Cómo se ha enterado de todo esto?

Brack. (Breve.) Por un policía… con el que tenía que hablar.

Hedda. (En voz alta.) ¡Por fin una hazaña!

Tesman. (Horrorizado.) ¡Por Dios…! ¡¿Qué estás diciendo, Hedda?!

Hedda. Digo que en su acción hay belleza.

Brack. Hum, señora Tesman…

Tesman. ¡Belleza! ¡Fíjate!

Señora Elvsted. ¡Ay, Hedda, cómo puedes hablar de belleza en una cosa así!

Hedda. Ejlert Løvborg ha saldado las cuentas consigo mismo. Ha tenido el valor

de hacer lo que… debía.

Señora Elvsted. ¡No creas nunca que ha ocurrido así! Lo que haya hecho, lo ha

hecho llevado por la locura.

Tesman. ¡Llevado por la desesperación!

Hedda. No. Estoy segura de que no ha sido así.

Señora Elvsted. ¡Claro que sí! ¡Lo ha hecho llevado por la locura! Igual que

cuando rompió en pedazos nuestros cuadernillos.

Brack. (Sorprendido.) ¿Cuadernillos? ¿Se refiere al manuscrito? ¿Lo rompió en

pedazos?

Señora Elvsted. Sí, anoche.

Tesman. (Susurra en voz baja:) Ay, Hedda, siempre cargaremos con esto.

Brack. Hum, qué raro.

Tesman. (Avanzando por el suelo.) ¡Hay que ver! ¡Que Ejlert Løvborg vaya a

abandonar así este mundo! Sin dejar atrás aquello que lo habría inmortalizado…

Señora Elvsted. ¡Ay, ojalá pudiera reconstruirse!

Tesman. Sí, ¡imagínese que se pudiera! No sé lo que daría por…

Señora Elvsted. Quizá se pueda, señor Tesman.

Tesman. ¿Qué quiere decir?

Señora Elvsted. (Rebuscando en el bolsillo de su bolso.) Mire. He guardado las

notas sueltas que traía cuando me dictaba el libro.

Hedda. (Dando un paso al frente.) ¡Oh…!

Tesman. ¡¿Las ha guardado, eh, señora Elvsted?!

Señora Elvsted. Sí, aquí las tengo. Me las metí en el bolsillo cuando me marché de

casa y aquí se han quedado…

Tesman. ¡Ah, déjeme verlas!

Señora Elvsted. (Tendiéndole un montón de papelitos.) Pero son muy confusas.

Está todo revuelto.

Tesman. ¡Pero imagínese que pudiéramos ordenarlas! Quizá… si trabajáramos

juntos…

Señora Elvsted. Ay, sí, al menos podríamos intentarlo…

Tesman. ¡Lo conseguiremos! ¡Tenemos que conseguirlo! ¡Me dedicaré a ello en

cuerpo y alma!

Hedda. ¿Tú, Jørgen? ¿En cuerpo y alma?

Tesman. Sí, o, mejor dicho, le dedicaré todo el tiempo del que disponga. Por

ahora, tendré que aparcar mis propias investigaciones. Hedda…, lo entenderás, ¿no? Se

lo debo a la memoria de Ejlert.

Hedda. Quizá.

Tesman. Y ahora, querida señora Elvsted, hemos de espabilar. Por Dios, no sirve

de nada seguir dándole vueltas a lo ocurrido, ¿eh? Tratemos de serenarnos lo suficiente

para…

Señora Elvsted. Sí, sí, señor Tesman, haré lo que pueda.

Tesman. Bien, vamos. Tenemos que echar un vistazo a las notas enseguida.

¿Dónde nos sentamos? ¿Aquí? No, mejor en la salita. ¡Discúlpeme, querido juez! Venga

conmigo, señora Elvsted.

Señora Elvsted. Ay, Dios mío… ¡Ojalá pudiera hacerse!

Tesman y la señora Elvsted se van a la salita. Ella se quita el sombrero y el

abrigo. Se sientan en la mesa bajo la lámpara de techo y, emocionados, se enfrascan en

la revisión de los papeles. Hedda se acerca a la estufa y se sienta en el sillón. Al poco,

Brack se une a ella.

Hedda. (A media voz.) Ay, juez… ¡Qué liberador es esto de Ejlert Løvborg!

Brack. ¿Liberador, Hedda? Para él, sin duda, supone una liberación, pero…

Hedda. Quiero decir para mí. Me resulta liberador constatar que, en este mundo, 

es posible realizar un acto de valor voluntario, un acto que arroja un brillo de belleza

espontánea.

Brack. (Sonriendo.) Hum… Querida Hedda…

Hedda. Ya sé lo que va a decirme. Porque en este asunto es usted el experto, el

teórico…

Brack. (La mira firmemente.) Ejlert Løvborg ha significado más para usted de lo

que quizá quiera confesarse a sí misma. ¿O me equivoco?

Hedda. A ese tipo de preguntas no le respondo. Lo único que sé es que Ejlert

Løvborg ha tenido el valor de vivir la vida conforme a su propio criterio. Y al final…

¡ha hecho algo grande! Algo en lo que hay belleza… Ha tenido la fuerza y la voluntad

de abandonar el festín de la vida… tan pronto.

Brack. Me duele, Hedda…, pero me veo obligado a desmontar esta bonita fábula.

Hedda. ¿Fábula?

Brack. De todos modos, no tardaría usted en enterarse.

Hedda. ¿Qué quiere decir?

Brack. Løvborg no se ha disparado a sí mismo… voluntariamente.

Hedda. ¡¿No ha sido voluntario?!

Brack. No. Las cosas no han ocurrido exactamente como las he contado.

Hedda. (Expectante.) ¿Se ha callado algo? ¿El qué?

Brack. Por consideración a la pobre señora Elvsted, he reformulado algunos

detalles.

Hedda. ¿Cuáles?

Brack. En primer lugar, no he contado que en realidad ya ha muerto.

Hedda. En el hospital.

Brack. Sí. Y sin recuperar la consciencia.

Hedda. ¿Qué más se ha callado?

Brack. Que los hechos no tuvieron lugar en su habitación.

Hedda. En realidad eso carece de importancia.

Brack. No del todo. Le diré que… a Ejlert Løvborg lo han encontrado… en el

boudoir de la señorita Diana.

Hedda. (A punto de levantarse, pero se deja caer de nuevo.) ¡Imposible, juez

Brack! ¡No puede haber regresado allí!

Brack. Regresó después de comer. Para reclamar algo que decía que le habían

quitado. Llegó muy ofuscado y mencionó algo sobre un niño que se le había perdido…

Hedda. Ah… Así que fue por eso…

Brack. Pensaba que estaría hablando de su manuscrito. Pero como oigo que lo

destruyó él mismo, sería de la cartera.

Hedda. Sería… Y allí… lo han encontrado.

Brack. Sí, allí, con una pistola descargada en el bolsillo del abrigo… El disparo ha

sido mortal.

Hedda. Le ha entrado por el pecho, sí.

Brack. No… Por el bajo vientre.

Hedda. (Levanta la vista con expresión de repugnancia.) ¡¿Cómo?! Ay, es como

una maldición, lo ridículo y lo vulgar se extienden sobre todo lo que toco.

Brack. Hay algo más, Hedda. Algo que también puede considerarse vulgar.

Hedda. ¿Y qué es?

Brack. La pistola que llevaba…

Hedda. (Sin aliento.) ¡Sí! ¡¿Qué?!

Brack. Debió de robarla.

Hedda. (Se levanta de un salto.) ¡Robarla! ¡No es verdad! ¡No la robó!

Brack. No hay otra explicación. Tiene que haberla robado… ¡Chis!

Tesman y la señora Elvsted se han levantado de la mesa de la salita y vuelven al

salón.

Tesman. (Con ambas manos llenas de papeles.) Oye, Hedda… Con esa lámpara

de techo apenas vemos nada. ¡Fíjate!

Hedda. Sí, ya me fijo.

Tesman. ¿Podríamos sentarnos un ratito en tu escritorio? ¿Eh?

Hedda. Adelante. (Apresurada.) ¡No, espera! Voy a despejarlo primero.

Tesman. Ah, no hace ninguna falta, Hedda. Hay sitio de sobra.

Hedda. No, no, te digo que voy a despejarlo. Dejaré estas cosas en el piano.

Ha sacado un objeto, cubierto de partituras, de debajo de la estantería de libros,

añade algunas más y se lo lleva todo por la izquierda de la salita. Tesman deja los

apuntes sobre el escritorio y acerca la lámpara de la mesa del rincón. Se sienta con la

señora Elvsted y vuelven a enfrascarse en la tarea. Hedda regresa.

Hedda. (Detrás de la silla de la señora Elvsted, revolviéndole suavemente en el

pelo.) Bueno, Thea, bonita… ¿Cómo va este monumento a la memoria de Ejlert

Løvborg?

Señora Elvsted. (La mira con desánimo.) Ay, Dios mío… Va a ser dificilísimo

aclararse con todo esto.

Tesman. Pero tenemos que conseguirlo. No nos queda otra. Y además, esto de

ordenar los papeles de otro… es lo mío.

Hedda se acerca a la estufa y se sienta en uno de los taburetes. Brack está de pie

sobre ella, apoyado en el sillón.

Hedda. (Susurrando.) ¿Qué estaba diciendo de la pistola?

Brack. (En voz baja.) Que tiene que haberla robado.

Hedda. ¿Por qué tiene que haberla robado?

Brack. Porque cualquier otra explicación es imposible, Hedda.

Hedda. Ah, ¿sí?

Brack. (La mira un momento.) Ejlert Løvborg estuvo aquí esta mañana, ¿verdad?

Hedda. Sí.

Brack. ¿Se quedó usted a solas con él?

Hedda. Sí, un rato.

Brack. ¿No salió de la habitación mientras él estuvo aquí?

Hedda. No.

Brack. Piénselo bien. ¿No salió ni un momento?

Hedda. Sí, quizá un momento…, fui a la salita.

Brack. ¿Y dónde tenía el estuche de las pistolas?

Hedda. Lo tenía en…

Brack. ¿Sí, Hedda?

Hedda. El estuche estaba ahí, sobre el escritorio.

Brack. ¿Ha comprobado después que las dos pistolas siguen en su sitio?

Hedda. No.

Brack. Tampoco es necesario. Yo mismo he visto la pistola que llevaba Løvborg.

Y la reconocí enseguida, es la misma que vi ayer y… también en otras ocasiones.

Hedda. ¿Quizá la tenga usted?

Brack. No, la tiene la policía.

Hedda. ¿Y para qué la quiere la policía?

Brack. Para rastrear al dueño.

Hedda. ¿Cree que podrán descubrirlo?

Brack. (Se inclina sobre ella y susurra.) No, Hedda Gabler, no podrán… si yo me

callo.

Hedda. (Lo mira con desconfianza.) Y si usted no se calla… ¿qué pasa?

Brack. (Se encoge de hombros.) Siempre se puede decir que robó la pistola.

Hedda. (Firme.) ¡Antes la muerte!

Brack. (Sonriendo.) Esas cosas se dicen. Pero no se hacen.

Hedda. (Sin responder.) Puesto que no robó la pistola, si descubrieran al dueño,

¿qué pasaría?

Brack. Pues… sería un escándalo.

Hedda. ¡Un escándalo!

Brack. Un escándalo, sí… Eso que tanto pánico le da… Naturalmente, tendría que

ir usted al juzgado, tanto usted como la señorita Diana. Ella tiene que explicar lo

sucedido y aclarar si fue un accidente o un homicidio. ¿Intentó Løvborg sacar la pistola

del bolsillo para amenazarla? ¿Y luego se le disparó? ¿O se la arrancó ella de las manos,

le disparó y volvió a metérsela en el bolsillo? Sería propio de ella… La señorita Diana es

una chica muy resolutiva.

Hedda. Pero todas estas miserias no me incumben.

Brack. No. Pero tendrá que contestar a la pregunta de por qué entregó la pistola a

Ejlert Løvborg. ¿Y qué conclusión se puede sacar del hecho de que usted se la diera?

Hedda. (Agacha la cabeza.) Es verdad. No había pensado en eso.

Brack. En fin, afortunadamente, no hay peligro mientras yo mantenga el silencio.

Hedda. (Alzando la vista hacia él.) Así que estoy en sus manos, juez. A partir de

ahora, me tiene a su merced.

Brack. (Susurra bajando la voz.) Queridísima Hedda… Créeme…, no abusaré de

mi posición.

Hedda. De todos modos estoy en su poder, a merced de sus exigencias y su

voluntad. He perdido la libertad. ¡La libertad! (Se levanta apresurada.) No… ¡No 

soporto la idea! Jamás.

Brack. (Con una mirada medio burlona.) Por lo general, solemos resignarnos a lo

inevitable.

Hedda. (Le devuelve la mirada.) Puede ser.

Se dirige hacia el escritorio.

Hedda. (Reprime una sonrisa involuntaria e imita el tono de Tesman.) ¿Qué? ¿Lo

conseguís, Jørgen? ¿Eh?

Tesman. Dios sabe. En cualquier caso, esto supondrá meses de trabajo.

Hedda. (Igual que antes.) ¡Ay, fíjate! (Pasa las manos por el cabello de la señora

Elvsted.) ¿No es curioso, Thea? Ahora estás aquí con Tesman… igual que antes estabas

con Ejlert Løvborg.

Señora Elvsted. Ay, Dios mío, ojalá pudiera inspirar también a tu marido.

Hedda. Ah, ya llegará… con el tiempo.

Tesman. Sí, ¿sabes qué, Hedda? La verdad es que empiezo a pensar que sí. Pero tú

vuelve con el juez, anda.

Hedda. ¿No puedo ayudaros con nada?

Tesman. Con nada en absoluto. (Volviendo la cabeza.) A partir de ahora, querido

juez, ¡tendrá que ser tan amable de hacer compañía a Hedda!

Brack. (Mirando de reojo a Hedda.) Con sumo gusto.

Hedda. Gracias. Pero esta noche estoy cansada. Voy a echarme un rato en el sofá

de la salita.

Tesman. Sí, querida. Haz eso, ¿eh?

Hedda se va a la salita y echa las cortinas. Breve pausa. De pronto se la oye tocar

una salvaje melodía de baile en el piano.

Señora Elvsted. (Se levanta sobresaltada de la silla.) ¡Ay…! ¡¿Qué es eso?!

Tesman. (Corre hacia la puerta del fondo.) Pero, queridísima Hedda… ¡No

toques bailes esta noche! ¡Piensa en la tía Rina! ¡Y también en Ejlert!

Hedda. (Asoma la cabeza entre las cortinas.) Y en la tía Julle. Y en todos los

demás… A partir de ahora, estaré callada.

Vuelve a echar las cortinas.

Tesman. (Junto al escritorio.) Se ve que no le sienta bien vernos enfrascados en

esta triste tarea. ¿Sabe qué, señora Elvsted…? Debería instalarse en casa de la tía Julle.

Así yo iría por las tardes y podríamos trabajar allí, ¿eh?

Señora Elvsted. Sí, quizá sería lo mejor…

Hedda. (Desde la salita.) Te estoy oyendo, Tesman. ¿Y yo cómo voy a pasar las

tardes?

Tesman. (Pasando los papeles.) Ah, seguro que el juez Brack es tan amable de

venir a verte igualmente.

Brack. (En el sillón, exclama con alegría.) ¡Estaré encantado de venir todas las

santas tardes, señora Tesman! ¡Sin duda lo pasaremos estupendamente aquí los dos!

Hedda. (Alto y claro.) Sí, eso querría usted, ¿verdad, juez? Ser el único gallo del

corral…

Se oye un disparo. Tesman, la señora Elvsted y Brack se levantan sobresaltados.

Tesman. Ay, ya está jugando otra vez con las pistolas.

Descorre las cortinas y se precipita hacia la salita. La señora Elvsted lo sigue.

Hedda está parcialmente tendida en el sofá, sin vida. Gritos y confusión. Berte llega

alterada desde la derecha.

Tesman. (Le grita a Brack.) ¡Se ha disparado! ¡Se ha disparado en la sien! ¡Fíjate!

Brack. (Medio impotente en el sillón.) Pero, Dios del cielo… ¡Estas cosas no se

hacen!

FIN