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27/3/16

WILLY RUSSELL. EDUCANDO A RITA.













WILLY RUSSELL

EDUCANDO A RITA



PRIMERA PARTE

ESCENA 1. ENERO.
Estudio en el primer piso de una Universidad victoriana en el norte de Inglaterra. Las paredes cubiertas con libros. Un gran ventanal. En una pared una buena reproducción de un desnudo de tema religioso. Una mesa de despacho junto a la ventana. Otra mesa, grande, cargada de papeles, en el centro de la habitación. FRANK está rozando los cincuenta. Contempla un instante el vaso vacío que tiene en la mano, y luego se dirige a la librería. Revuelve en los estantes superiores hacia la derecha, sacando bloques de libros, mirando dentro de ellos, reponiéndolos y volviendo a repetir el gesto.

FRANK.— (Rebuscando.) Pero... ¿dónde?... ¿Dónde?... ¿Dónde  demonios...? ¿Elliot?  (Saca de la estantería otro bloque de libros y miras detrás.) No... No era Elliot...  (Vuelve a colocar los libros en su sitio.  Piensa.) «E»... «E»... «E»... ¡Dickens!... (Feliz de haber recordado va la sección en que están las obras de Dickens, saca unos cuantos libros y descubre una botella de whisky escondida tras ellos. Toma la botella y va hacia una mesita en que hay una tetera, una cafetera y varias tazas y vasos. Se sirve un buen trago en el vaso que llevaba en la mano. Suena el teléfono. FRANK se sobresalta un poco. Bebe un trago de whisky y contesta el teléfono. Su voz es clara y firme, aun con el ronco fondo de los bebedores.) Diga... Sí, claro..., claro que estoy aquí todavía... Pues porque tengo a una alumna de los cursos éstos que está citada ahora... Sí, sí que te lo dije... Pero, amor  mío, no tenías que haber preparado ninguna cena... Te dije... recuerdo muy bien que te dije que volvería tarde... Sí... Sí, es cierto... Probablemente de aquí me iré un rato a ese bar... ¡Pues para olvidarme de esa idiota que va a venir a que la enseñe yo que sé qué...! ¡Maldita sea mi estampa!... ¿Por qué habré aceptado este trabajo?... Sí, bueno... sí... supongo que para poder pagar en el pub lo que me bebía allí y lo que me llevo fuera... ¡Por Dios Santo!... ¿Qué era?... Ya... Bueno, pues déjala en el horno... Oye, guapa, si estás intentando crearme un complejo de culpabilidad con esa imagen de una cena achicharrada, te diré que debías haber preparado algo que no fuese cordero ratatouille... Las cosas frías nunca se queman ¿Qué quiere decir esa pregunta de que si estoy completamente decidido a entretenerme en el pub?... Para ir un rato a un pub no necesito transcendentalizar ninguna decisión... Voy y voy... Punto... Hace ya mucho que lo decidí. (Llaman a la puerta con los nudillos.) Oye... tengo que colgar... Están llamando a la puerta... Sí, sí, te lo prometo... Nada... Una copa... Bueno, cuatro... (Vuelven a llamar a la puerta.) ¡Adelante! (En el teléfono.) ¡Sí... muy bien!... ¡Sí, sí... adiós, adiós! (Cuelga el teléfono.) ¿Por qué no metes la cabeza en el horno y te mueres de una vez?... (Grita.) ¡Adelante! ¡Adelante! ¡Pase! (Se abre violentamente la puerta y RITA irrumpe en la habitación.)
RITA.— Ya estoy dentro, ¿no?... Es ese puto picaporte... ¿Por qué no dice que se lo arreglen?...
FRANK.— (Confuso.) Pues... sí... quizá... Tengo la impresión de que alguna vez he intentado que...
RITA.— Eso no sirve... Intentarlo no es nada. Tiene usted que ir y obligar a que se lo arreglen. Porque si no va a empezar un día de estos a decir «adelante» y se va a tener que pasar gritando todo lo que le quede de vida, porque ni el tío de fuera va a poder entrar ni usted va a poder salir.
FRANK.— (Mirándola.) Vamos a ver... ¿Usted es...?
RITA.— ¿Yo?... ¿Qué es lo que soy yo?...
FRANK.— Perdone... ¿Cómo dice?
RITA.— No digo nada...
FRANK.— Bueno, pero... (Consulta una carpeta.) ¿Así que usted es...?
RITA.— Otra vez... ¿Qué yo soy qué?... (FRANK sigue buscando en los papeles de la carpeta. RITA cruza la habitación y se enfrenta con el desnudo.)
RITA.— Está muy bien esta pintura.
FRANK.— Sí... supongo que... sí, está bien...
RITA.— Es bastante erótica...
FRANK.— Pues... la verdad... no creo que me haya fijado mucho en ella en los diez últimos años pero... supongo que lo es...
RITA.— No es cuestión de suponer nada... Fíjese en las tetas. (FRANK tose y se vuelve para seguir buscando la instancia de RITA.) ¿La crítica artística piensa de verdad que es erótica?... Quiero decir... cuando el hombre la pintó... ¿Usted cree que lo hizo para poner cachondos a los demás?...
FRANK.— Pues... es muy probable...
RITA.— Me apuesto lo que usted quiera a que sí... Nadie pinta ese par de tetas sólo para que la gente se fije en las pinceladas, ¿verdad?...
FRANK.— (Con una risita.) No... No... Puede que tenga usted razón...
RITA.— De tú. Nadie me ha hablado nunca de usted. Me da risa.
FRANK.— Muy bien. De tú...
RITA.— Esta era la pornografía de entonces, ¿no?... Supongo que había que intentar que las tetas no parecieran sexi y las hicieron tetas religiosas, claro... ¿A usted le parecen eróticas?
FRANK.— (Mirando.) Creo que es un bello cuadro...
RITA.— Yo no le he preguntado si es bello o no...
FRANK.— Es que la palabra «belleza» integra muchos de los sentimientos que yo tengo frente a la pintura... y, por supuesto, incluye la impresión de que... sí... es un cuadro erótico...
RITA.— ¿Tiene muchos alumnos como yo?
FRANK.— ¿Qué quieres decir?
RITA.— ¿Que si le han caído en su vida muchos estudiantes como yo?
FRANK.— Pues... Para ser exacto... No...
RITA.— Porque yo me quedé de piedra cuando me admitieron en este curso... En una Universidad de verdad no creo que lo hubiesen hecho... Pero esta Universidad es un poco especial, ¿no?
FRANK.— Tengo casi la misma experiencia que tú de esta clase de enseñanza... Verano... «reciclaje»... Universidad abierta... Universidad popular... Universidad a distancia... La verdad es que no estoy muy fuerte...
RITA.— Entonces es que necesita usted dinero.
FRANK.— Sí, claro que lo necesito.
RITA.— Es un coñazo esto del dinero, ¿eh?... Con la inflación y la deflación y todo eso... Usted trabaja en una Universidad de verdad, ¿no?... Quiero decir con estudiantes... Esta de aquí es un poco fulera, ¿verdad?
FRANK.— Se supone que a esta pueden venir muchísimos más alumnos.
RITA.— ... que luego pueden tirar sus títulos al cubo de la basura...
FRANK.— ¿Quieres... te quieres sentar?
RITA.— No... ¿Puedo fumar?
FRANK.— ¿Fumar... tabaco?
RITA.— (Riéndose.) Sí... ¿Eso que ha dicho es un chiste? (Le ofrece un cigarrillo a FRANK.) Tenga... ¿No quiere uno?
FRANK.— (Después de una pausa.) Pues.., ya me gustaría.
RITA.— Entonces, tómelo...
FRANK.— Es que... no fumo... He prometido dejar de fumar...
RITA.— Yo no se lo voy a contar a nadie. No soy chismosa...
FRANK.— ¿De verdad?
RITA.— Se lo juro por mi madre. Jurado. (FRANK toma un cigarrillo. RITA le da fuego.) Me da mucha rabia fumar sola. Y ahora parece que todo Dios lo está dejando. Como le tienen tantísimo miedo al cáncer... (FRANK, nervioso, mira el cigarrillo que acaba de encender.) Ahora la gente es muy cobarde.
FRANK.— ¿Tú crees?
RITA.— No se atreven a enfrentarse con la muerte. Ni siquiera con las enfermedades... Ayer he leído esa poesía de la lucha contra la muerte.
FRANK.— Ah... Dylan Thomas.
RITA.— No. Riger McGough. Trata de un viejo que se larga del hospital y se va de vinos. Agarra una moña y se planta en medio de la calle insultando a la muerte y llamándola para que venga a pelear con él. Está la madre de bien.
FRANK.— Sí... Creo que no conozco esa obra...
RITA.— Le prestaré el libro... Es muy buena...
FRANK.— Gracias.
RITA.— Igual no le gusta.
FRANK.— ¿Por qué no me va a gustar?
RITA.— Porque es ese tipo de poesía que comprende cualquiera.
FRANK.— Ah. Ya veo. (FRANK mira la habitación con aire de aburrimiento.) ¿Quieres beber algo?
RITA.— ¿Qué hay?
FRANK.— Whisky.
RITA.— Eso es veneno. Mata las células cerebrales.
FRANK.— ¿Pero te apetece o no?
RITA.— Sí. Vale. Le va a costar mucho encontrar mi cerebro.
FRANK.— ¿Agua o solo? (Mientras FRANK sirve, RITA toma un libro de la biblioteca.)
RITA.— Me da igual. ¿De qué va esto?
FRANK.— (Mirando.) «¿La mansión?»
RITA.— Sí... Suena a misterio, ¿eh? E. M. Foster.
FRANK.— Forster.
RITA.— Vale, pero ¿qué tal está?
FRANK.— Te lo presto. Léelo.
RITA.— Lo cuidaré. Y si me largo del curso se lo devolveré por correo. (FRANK le entrega el vaso.)
FRANK.— ¿Abandonar el curso? ¿Y por qué?
RITA.— No sé... Igual pienso de pronto que es una chorrada.
FRANK.— (Mirándola.) Vamos a ver, señorita Cheers... Si ya está pensando en abandonar y todavía no ha empezado, ¿por qué se ha matriculado?
RITA.— Porque quiero aprender.
FRANK.— ¿Y qué es lo que quiere aprender?
RITA.— Todo.
FRANK.— ¿Todo?... Todo es mucho...
RITA.— Me está hablando de usted.
FRANK.— Perdona, ¿por dónde quieres empezar?
RITA.— No sé... Si estoy aquí es porque soy una estudiante, ¿no?... Y si soy una estudiante digo yo que tendré que examinarme...
FRANK.— Sí... tendrás que examinarte unas cuantas veces...
RITA.— Luego entonces tendré que aprender todo lo que existe. ¿O no?... Es como cuando... como cuando ves la ópera en la tele y te parece una gilipollez porque eso es lo primero que parece... porque no se entiende nada... y entonces vas y apagas la tele y dices que ese programa era una puñetera mierda...
FRANK.— ¿Eso es lo que tú haces?
RITA.— Claro... Solo que no quiero tener que volver a decirlo... Quiero ver la ópera... ¿Te importa que...? Perdone... Quiero decir... Le importa a usted que...
FRANK.— Me parece que me voy a enterar mejor si tú también me hablas de tú...
RITA.— (Cómoda.) Bueno, ¿te importa que además de hablarte de tú, diga alguna palabrota?
FRANK.— Ni lo más mínimo.
RITA.— ¿Tú dices muchas palabrotas?
FRANK.— Digo palabrotas todo el tiempo.
RITA.— Verás... La gente bien piensa que las palabrotas son palabras como las demás... Nada más que palabras, ¿no?... En cambio los currantes se acobardan... Por eso yo las suelto de vez en cuando, para que se asusten... ¿Sabes una cosa?... Cuando estoy currando... quiero decir en la peluquería, que es donde me saco el jornal, pues voy y digo de pronto: «La verdad es que estoy bien jodida»... Lo digo con toda mi alma... Bueno... Pues nadie me hace ni puto caso...
FRANK.— Si... estoy seguro...
RITA.— Entre la gente elegante nunca hay lío con eso, ¿verdad? Y es porque saben que son sólo palabras y a ellos no les dan ningún miedo las palabras... En cambio los otros se creen superiores solo por tragarse los tacos... ¿no te parece?... A mí me da igual pero lo cierto es que los ricos... están el día entero soltando tacos... O sea, que no dan golpe y además se quejan... A lo mejor no tienen la culpa de nada pero la verdad es que a mí me repatean... Y en cuanto me repatean los odio... Joder... Joder... muchas veces me pregunto cómo será eso de sentirse completamente libre...
FRANK.— Buena pregunta. Muy buena... ¿Te sirvo un poco más? (RITA niega con la cabeza.)
RITA.— No. Si me hubiese tocado otro tipo de profesor ya me había largado... (FRANK se sirve a sí mismo.)
FRANK.— ¿Qué tipo de profesor?
RITA.— Uno que me prohibiese decir tacos.
FRANK.— Y ¿cómo sabías tú que yo no te lo iba a prohibir?
RITA.— Yo no sabía nada. Por eso le he examinado.
FRANK.— (Mirándola.) Ya. Me estás examinando de todo, ¿no?
RITA.— Sí. Es lo que hago siempre que me pongo nerviosa...
FRANK.— Bueno y... ¿qué tal van mis exámenes?
RITA.— Bastante bien. Diez sobre diez. Puedes ser el primero de la clase y pueden darte matrícula de honor... Me gusta mucho este cuarto... Me encanta la colocación de esa ventana y esa luz que entra por ahí... ¿A ti no?
FRANK.— ¿De qué estás hablando?
RITA.— De la ventana.
FRANK.— La verdad es que nunca me he preocupado mucho por ella. Sólo la miro cuando necesito tirar algo afuera...
RITA.— Por ejemplo...
FRANK.— Lo normal. Un alumno...
RITA.— (Sonriendo.) Estás completamente pirado.
FRANK.— En eso estoy de acuerdo contigo.
RITA.— (Después de una pausa.) Me dijeron que tendrías que hacerme una entrevista. (FRANK desvía la vista hacia la botella.)
FRANK.— Sí, pero... creo que ya no hace ninguna falta...
RITA.— Hablo mucho ¿verdad?... Yo sé que hablo mucho. Pero es que en mi casa estoy siempre callada. Allí no vale la pena abrir la boca. Nunca he tenido oportunidad de hablar con un sabio como tú... Nunca... ¿Te molesta?
FRANK.— ¿Te molesta a ti que a mí me dé completamente igual?... (RITA dice que no con la cabeza y luego rectifica hasta decir que sí.) Porque me da igual. (FRANK bebe un trago de su vaso.)
RITA.— ¿Qué quiere decir «asonancia»?
FRANK.— (Atragantándose.) ¿Quéeee?... (FRANK se ríe.)
RITA.— No te rías de mí.
FRANK.— No. Bueno... esto... asonancia es una forma de rima... «Identidad de vocales en las terminaciones de dos palabras a contar desde la última acentuada, cualesquiera que sean las consonantes intermedias o las vocales no acentuadas de los diptongos»... A ver un... a ver un ejemplo... esto... ¿Conoces Lorca?
RITA.— Sí. Es un pueblo español. Camino de Mojácar. Una amiga mía ligó allí.
FRANK.— Lorca, el poeta.
RITA.— No.
FRANK.— Bueno... Hay un poema de Lorca, «La casada infiel» y en ese poema la palabra «río» rima con «marido».
«Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuelo,
pero tenía marido.»
Ya está. Ese es un ejemplo de rima asonante.
RITA.— Ya. Es una rima para pobres.
FRANK.— (La mira y se ríe.) Pues, nunca se me había ocurrido considerarla desde ese punto de vista pero sí, sí... puedes decir que es una rima así... más barata... pero... se hace a propósito, ¿sabes?... para conseguir un efecto determinado.
RITA.— Ah... (Una pausa.) Me parece que con lo que yo no sé podrían suspender a todos los estudiantes...
FRANK.— No puedes querer saberlo todo...
RITA.—Si quiero. Todo. (FRANK asiente con la cabeza y toma de la carpeta de su mesa la instancia de RITA. Vuelve a leerla.)
FRANK.— ¿Cómo te llamas?
RITA.— Rita. (FRANK lee otra vez la instancia.)
FRANK.— Rita... Humm... Aquí dice S. White.
RITA.— Sí. Es mi verdadero nombre... «S» de Susana... Pero lo cambié por Rita... No me gustaba nada lo de Susana... Así que me quedé con Rita... Ya sabes... Como Rita Mac Brown...
FRANK.— ¿Cómo quién?
RITA.— ¿No sabes quién es Rita Mac Brown... que escribió «Corazón salvaje»? ¿No lo has leído?... Es un libro muy bueno. ¿Quieres que te lo preste?
FRANK.— Pues pienso que... que me va a interesar muchísimo...
RITA.— Vale. ¿Y tú cómo te llamas?
FRANK.— Frank.
RITA.— Ah... ¿Como Frank Sinatra?...
FRANK.— No. Como yo solo.
RITA.— Entonces será que tus padres te pusieron Frank para que fueses franco... Sí, claro... Yo conozco un Frank... Frank Ness..., el hermano de Elliot...
FRANK.— ¿Quién?
RITA.— Lo siento. Era un chiste... ¿Es que no has visto «Los Intocables»?
FRANK.— (Perdido.) No... No creo...
RITA.— Entonces vas de culo. No lo puedes pescar... Elliot Ness, si no lo sabes, es el famoso policía de Chicago que trincó a Al Capone.
FRANK.— Ah, bueno... Es que cuando hablaste de Elliot pensé que te referías a T. S. Elliot...
RITA.— ¿Tú te lo has leído de verdad?...
FRANK.— Sí.
RITA.— ¿Entero?
FRANK.— Hasta la última sílaba.
RITA.— ¿En serio? Yo no pude pasar del primer poema... Voy a tener que aprender hasta... a leer... (FRANK da otro vistazo a la instancia de RITA.)
FRANK.— Aquí dice que eres peluquera...
RITA.— Sí...
FRANK.— ¿Y eres buena peluquera?
RITA.— Cuando tengo ganas, sí... Pero casi nunca tengo gana... Me ponen muy nerviosa...
FRANK.— ¿Quién?
RITA.— Las mujeres... Nunca dicen nada interesante... Es como... Cuando se hace una permanente, pues no se puede usar una loción fuerte en esas cabezas que se han teñido con tintes bonitos... Se cae el pelo, ¿comprendes?... Bueno, pues raro es el mes que no viene una dienta que primero me jura que no se ha teñido el pelo y... ¡como si yo no lo viese en cuanto aparece por la puerta!... Luego, claro, lo que pasa... Se la hago y sale del secador con el pelo como un rastrojo quemado...
FRANK.— ¿Y qué haces?
RITA.— Tratar de venderle una peluca.
FRANK.— ¡Dios santo!
RITA.— Cuando una mujer entra en una peluquería es muy difícil pararla... Hasta las viejas, ¿sabes?... Ninguna me dice que lleva un aparatito de esos de los sordos... y, claro, yo empiezo a cortar y a cortar y... ¡plaf!... Ya la tienes sorda otra vez para quince días... Me paso la vida cargándome micrófonos... Y alguna que otra oreja...
FRANK.— No pareces una peluquera de fiar...
RITA.— Sí que lo soy. Pero es que las clientas esperan demasiado de mi... Entran en la peluquería y se creen que una hora después van a salir convertidas en seres distintos. Y yo ya les he explicado mil veces que lo mío es la peluquería y no la cirugía plástica... Y todavía es peor cuando hay un invento de moda como Farrah-Fawcett Majors o como Bo Derek...
FRANK.— ¿Quién? ¿Quién?
RITA.— Bo Derek, de la película «Diez». Farrah-Fawcett Majors, la rubia de «Los Ángeles de Charlie»... (FRANK no consigue enterarse.) Es un programa de la primera cadena...
FRANK.— Ah, ya...
RITA.— Seguro que tú no ves nada de la primera y te tragas la segunda cadena entera, ¿verdad?
FRANK.— Bueno, te voy a confesar que...
RITA.— Es igual, es igual... Nada más abrir esa puerta me dije: «A este lo van a contratar un día para un anuncio.»
FRANK.— ¿Para qué?
RITA.— Para vender cosas en la tele...
FRANK.— ¿De qué hablas?
RITA.— De anuncios... Ya sabes... Potitos de carne sin carne... Margarina sin colesterol... Cosas para esa gente como tú, que come pan con piedras...
FRANK.— (Loco.) ¿Qué?
RITA.— ¡Ese pan oscurito con granos por dentro y piedrecitas por fuera! Joder, ¡pan de piedras!
FRANK.— (Sonriendo.) Ya te entendí, ya te entendí... Pan con piedras...
RITA.— ¿Rápido?... Eres un rayo, tío, un rayo... Bueno, lo que estaba diciendo... Que esas señoras vienen a la peluquería y poco menos que quieren que las cambie por otras... Pero yo digo que si alguien quiere cambiar tiene que empezar haciéndolo por dentro... Como yo estoy haciendo... ¿Tú crees que me saldrá bien?
FRANK.— Eso depende de ti. De lo que estudies y de tu constancia. ¿Estás segura de que va en serio esto tuyo de querer aprender todo lo que se puede aprender en el mundo?
RITA.— Completamente segura. Yo no te quiero mentir... A veces agarro una trompa de campeonato y entonces... Pero esto va en serio... Me emborracho porque no sé... comunicarme... pero honrada, sí. Honesta sí soy... (FRANK asiente con la cabeza y la mira fijamente. RITA se enerva.) Eh... ¿Se puede saber por qué me miras así?
FRANK.— Te miro porque creo que eres una criatura maravillosa... ¿Sabes?... Tú has sido el primer soplo de aire fresco que ha entrado en esta habitación en muchísimo, muchísimo tiempo...
RITA.— ¿Quién le está tomando el pelo a quién?
FRANK.— ¿Es que no eres capaz de reconocer un cumplido?
RITA.— Baja de la higuera, anda.
FRANK.— ¿Qué?
RITA.— Que no seas tonto. Me has entendido divinamente. ..
FRANK.— Lo que yo necesito entender es qué demonios haces tú aquí...
RITA.— ¿Quieres decir que por qué he venido?
FRANK.— Sí... Por qué se ha abierto esa puerta y has entrado tú... así... de repente...
RITA.— De repente, no...
FRANK.— ¿Ah, no?
RITA.— No. He estado casi toda mi vida convencida de que no había sabido encontrar mi camino... Fíjate... Tengo veintiséis años... Edad suficiente para haber tenido un niño, cosa que todo el mundo espera que haga cuanto antes... Mi marido me echa la culpa, claro, y se pasa el día entero quejándose: «Deja ya la pildorita dichosa y vamos a ser unos padres de verdad»... Le he dicho que ya no la tomo para que se calle, pero claro que la tomo... ¿Sabes por qué? Porque no quiero quedarme embarazada... porque no quiero tener ningún niño antes de... antes de encontrarme a mí misma. ¿Está claro?
FRANK.— Muy claro.
RITA.— Por eso dicen que no estoy bien de la cabeza. Te juro que he intentado explicárselo a mi marido como te lo estoy explicando a ti... pero, en confianza, mi marido es bastante cerrado... Bueno, cerrado no; ciego... No sé cómo explicártelo... Por ejemplo, estamos viendo en la tele algo un poco fuera de lo normal, y ya se cabrea... He intentado explicarle miles de veces que mi vida es mía y quiero encontrar mi forma propia de vivirla... Bueno... Entonces se calla, me mira, dice que me comprende y que empecemos a ahorrar para que podamos irnos a vivir a Formby. Incluso si me regalaran una casa para estrenarla, no tengo ningunas ganas de mudarme a Formby. Es un barrio de mierda. Lo odio. ¿Tú no?
FRANK.— Sí, yo también...
RITA.— ¿Dónde vives tú?
FRANK.— En Formby.
RITA.— ¡Vaya por Dios!
FRANK.— ¿Otro trago? (RITA niega con la cabeza.) ¿Te importa si yo bebo?
RITA.— No. Son tus células cerebrales las que se van a pudrir.
FRANK.— (Sonriente.) De acuerdo con esa teoría, deberían estar muertas desde hace mucho, mucho, mucho tiempo... (FRANK bebe.)
RITA.— ¿Cuándo vas a empezar a enseñarme?
FRANK.— (Mirándola.) ¿Y qué puedo enseñarte yo?
RITA.— Todo. (FRANK bebe, cabecea y mira a RITA cara a cara.)
FRANK.— Voy a hacerte una proposición... Te voy a decir la verdad... quien soy y qué es lo que sé... Pero cuando termine me vas a prometer no volver por aquí nunca más... Mira, Rita... Yo acepté este trabajo a disgusto... Sabía que no me gustaba pero me dejé liar aún a sabiendas de que estaba cometiendo un error... Y en cuanto has entrado se han confirmado mis peores sospechas... No, no... no es culpa tuya... Sólo... la mala suerte de que hayas dado conmigo... Porque la verdad sea dicha, Rita... entre tú y yo y estas paredes, yo soy un desastre como profesor. Un profesor espantoso... (Pausa.) ...Normalmente eso no tiene ninguna importancia... Los malos profesores se suelen llevar bastante bien con los malos estudiantes... Y en cuanto a los buenos... esos... bueno, esos se limitan a despreciarme... Sólo que tú eres distinta... Diferente... Pides mucho y yo no te puedo dar nada... Porque todo lo que sé... y te ruego que me creas... Lo que yo sé de verdad es que no sé nada de nada... Y, por lo demás... bueno... este horario de trabajo me repatea... En estos cursos idiotas de esta Universidad imbécil los horarios son absurdos... Han puesto las clases justo a la misma hora que se abren los bares... Yo... creo que puedo ser un buen profesor de bar, eso es... me tomo cuatro copas y me siento tan rápido y tan listo como Oscar Wilde... Perdona... Esta casa está llena de profesores... Yo te encontraré uno bueno... y... te avisaré cuanto antes... (FRANK mira a RITA. RITA gira despacio y va hacia la puerta. Abre, sale y cierra en silencio tras de sí. FRANK se sienta ante su mesa. La puerta se vuelve a abrir de golpe y RITA entra como un rayo.)
RITA.— Espera un momento... Ahora vas a oírme tú a mí... Estoy matriculada en este curso y tú eres mi profesor, mi tutor y mi todo... Así que eres tú... ¿te enteras?... Tú... quien me tiene que enseñar... y, además, tienes que procurar hacerlo de puta madre...
FRANK.— Hay muchos profesores... Ya te lo he dicho...
RITA.— Hay muchos profesores... Ya me lo has dicho. Pero tú eres el mío. Y no quiero ningún otro...
FRANK.— Mujer, por Dios... Si ya te he explicado que...
RITA.— Tú eres mi profesor.
FRANK.— Te he dicho con toda claridad que no. No quiero. No me da la gana. ¿Por qué tengo yo que enseñarte nada?
RITA.— (Mirándole.) Porque eres un borracho que está completamente pirado y además un artista que quiere empezar a tirar alumnos por la ventana. Y me gustas. (Pausa.) ¿Es que no eres capaz de reconocer un cumplido?
FRANK.— ¿Me... me invitas a un cigarrillo? (RITA le ofrece el paquete.)
RITA.— La semana que viene vendré con las tijeras. Te voy a hacer un corte de pelo teta...
FRANK.— La semana que viene tú no tienes que volver aquí para nada. ¿Te enteras?
RITA.— ¿Cómo que no voy a venir? Voy a venir a clase y, además, te voy a cortar el pelo.
FRANK.— No pienso dejarme cortar el pelo...
RITA.— Muy bonito... ¿Y piensas ir por ahí... con esa pinta que pareces un...?
FRANK.— ¿Un qué?... ¿Qué es lo que parezco?... Contesta... ¿Qué es lo que parezco?...
RITA.— Pareces un hippie «carroza»...

OSCURO

ESCENA 2. FEBRERO.
FRANK de pie en el centro del despacho. Consulta su reloj. Va hacia la ventana. Mira al exterior. Vuelve a consultar la hora. Va hacia la librería. Nuevo vistazo al reloj. Se distrae al notar un ligero movimiento en el picaporte. La puerta, no se abre pero el picaporte se sigue moviendo. FRANK va a la puerta y la abre de golpe. RITA aparece en el marco con una lata de aceite en la mano.

FRANK.— ¡Ah!
RITA.— Hola. Te lo estaba engrasando. (Entra.) Sabía que tú no lo ibas a hacer. (RITA entrega la lata a FRANK.) Toma. Un regalo.
FRANK.— Eh... Bueno... Gracias... (FRANK deja la lata en una de las estanterías. RITA anda por la habitación sin detenerse un instante. FRANK la mira divertido.)
RITA.— ¿Que me miras?
FRANK.— ¿Nunca entras en una habitación y te sientas tranquilamente ?
RITA.— Nunca, si está mi silla de espaldas a la puerta.
FRANK.— Siéntate en la mía si eso te tranquiliza.
RITA.— No. Tú eres el profesor y tienes que sentarte ahí...
FRANK.— ¡Qué tontería!... A mí me da igual... Conque... si te gusta más mi silla... ya es tuya...
RITA.— ¡Ah!... Eso es lo que se llama la democratización de la enseñanza, ¿no? Bueno, pues yo soy una antigua y no quiero sentarme ahí... Me gusta mucho andar por esta habitación... ¿Cómo se consigue tener un sitio así?
FRANK.— No sé. Yo no la amueblé... Me limité a trasladarme... La atmósfera se ha creado sola...
RITA.— Sí, pero... Lo que pasa es que tú tienes buen gusto. En cuanto yo sepa un poco más intentaré tener una habitación como ésta... No hay nada que desentone... Todo está en su sitio... (Pausa.) Es un lío... Pero es un lío precioso... Da la impresión de que pongas las cosas como las pongas acaban todas ajustándose unas a otras...
FRANK.— Lo que tú quieres decir es que todo esto, con los años, ha adquirido una cierta pátina...
RITA.— ¿Es eso lo que yo he querido decir?
FRANK.— Seguro.
RITA.— Sí: «Ha adquirido una cierta pátina»...  «Cierta pátina»... Eso era de una película musical, ¿verdad?... «Con los años tu casa ha adquirido una cierta pátina...» (FRANK sonríe.) No habrás vuelto a beber, verdad?
FRANK.— No.
RITA.— ¿Ha sido por mí?... ¿Por todo lo que te dije la semana pasada?
FRANK.— (Se ríe.) Dios... ¿Ya crees que me has transformado?
RITA.— No tengo el menor interés en transformarte. Lo que es por mí, puedes hacer lo que te dé la gana... Me gusta mucho ese césped de ahí abajo... ¿Es ahí donde se sientan cuando hace buen tiempo?
FRANK.— ¿Quién?
RITA.— Los que vienen aquí. Los estudiantes de verdad.
FRANK.— Sí. En cuanto aparece un rayo de sol se sientan todos ahí.
RITA.— ¿Leyendo y estudiando?
FRANK.— ¿Leyendo y estudiando? ¡Qué dices! Pero ¿qué te crees? ¿Que los estudiantes son seres humanos?... Los estudiantes ni leen ni estudian.
RITA.— Eso es mentira...
FRANK.— Una gracia. Era una gracia. Sí, algunas veces leen y otras veces estudian...
RITA.— (Después de una pausa.) Así me imaginaba yo la escuela, ¿sabes? Quiero decir la de verdad: el internado... Cuando era niña soñaba siempre con que me metiesen interna...
FRANK.— Dale gracias a Dios... ¿Y por qué?
RITA.— Me parecía que eran unos sitios muy importantes... así con... las maestras... y la directora... y las clases con ventanas y todo eso... Y un par de chicos que se llamasen Martin primero y Martin segundo... Se lo conté a mi madre y me dijo que estaba amuermada...
FRANK.— (Mirándola estupefacto.) ¿Qué has dicho?... ¿Qué quiere decir «amuermada»?
RITA.— Retrasada. Ya sabes, retrasada mental.
FRANK.— Te juro que me voy a acordar de esa palabra. La primera vez que me pregunte un alumno si los gobiernos del diecisiete fueron o no culpables de masoquismo protestante le diré que es un amuermado total...
RITA.— No seas tonto. Tú no puedes decir eso.
FRANK.— ¿Cómo que no?
RITA.— Como que no. Si tú dices eso estropeas el sentido. En tu boca quedaría muy mal... Muy afectado, eso es...
FRANK.— ¿Te parece que a mí me sonaría... afectado?
RITA.— Sí... sí... Tus verdaderos alumnos pensarían que estás amuer... ya sabes.
FRANK.— Ya sé, ya sé... «Amuermado»... Bueno... no lo diré... Claro, parecería pretencioso, ¿no?... Y... esto... Rita... ¿por qué no eres tú eso que tú misma llamas un verdadero estudiante?
RITA.— ¿Cómo voy a serlo después de haber empezado en la clase de escuela en que empecé?
FRANK.— ¿Tan mala era?
RITA.— Ni buena ni mala. Era del montón. De la parte de en medio del montón... Ya te la imaginas. Libros y cristales rotos por todas partes... alguna navaja... muchas peleas... Me refiero a la sala de profesores, naturalmente... Pero creo que lo hacían lo mejor que podían... Nos dijeron mil veces que sólo estudiando tendríamos alguna oportunidad de defendernos en la vida... Lo que pasa es que ese es un consejo que sólo le sirve a los listos y... además... no sé cómo decírtelo... Si yo me hubiese tomado aquel colegio un poco más en serio me habría distanciado mucho de mi gente... Y eso no debe ser.
FRANK.— ¿Por qué?
RITA.—Tienes que ser como tus compañeros, como tu familia... como todo el mundo... Tienes que ir al colegio... Pero en cuanto te han enseñado cuatro cosas ya está... Porque dicen que la vida es ir a bailar y tomar unas copas y comprarse cuatro trapos y ligar lo más posible... Bueno, como es la vida de verdad ¿no?... Así que eso es lo que hice... Lo que pasa es que siempre había algo sacudiéndome la cabeza un día y otro y diciéndome que me equivocaba... que iba derecha al fracaso... A veces... bueno... me compraba un traje nuevo o encontraba un disco maravilloso y parecía como si... aquello otro dejara de preocuparme... No sé si me entiendes... Siempre hay una tontería que sirve para olvidarse de las cosas importantes... Una tontería para pensar que la vida es estupenda... Un bar nuevo... otro tío que conociste la víspera... una amiga que cuenta un chiste... Hasta que una mañana te miras al espejo y... ¿«Pero bueno, es que esta puta vida no puede dar un poquito más de sí»?... Y ese es el día en que hay que elegir entre un nuevo vestido o un nuevo yo... Y no es tan sencillo elegir... Porque salir a la calle y comprarse un vestido nuevo es una tontería: es fácil... es barato y no le molesta ni poco ni mucho a ninguno de los tuyos... En cambio... lo otro... es grave... porque ellos, ¿sabes Frank?... ellos no quieren que tú cambies...
FRANK.— Por lo que veo... tú... te arreglas sin comprarte muchos trajes nuevos...
RITA.— Y tú que lo digas... Fíjate en éste... Hace más de un año que no me he comprado ningún trapo... Más de un año... Y no pienso comprarme nada hasta que apruebe el primer examen... Entonces, sí... Entonces iré a comprarme un traje nuevo... Claro que tendrá que ser la clase de traje que lleva una mujer culta... una mujer que sabe distinguir entre Jane Austen y Tracy Austin... Vamos a empezar la clase...
FRANK.— Verás. El trabajo que me hiciste sobre... ¿cómo se llamaba el libro?
RITA.— «Corazón salvaje».
FRANK.— Sí, ese... Bueno, pues... es...
RITA.— Una mierda...
FRANK.— No, no es eso... Espera... Hiciste un estudio... descriptivo... me lo contaste ¿sabes?... Y yo quería que te movieses en el terreno crítico...
RITA.— ¿Cuál es la diferencia?
FRANK.— La crítica tiene que ser objetiva. Es una ciencia, ¿comprendes?... Un ejercicio de crítica literaria nunca puede ser subjetivo y nunca se puede mezclar con una interpretación más p menos libre. Dicho de otra forma: en un análisis literario los sentimentalismos no tienen nada que hacer. (FRANK recoge de manos de RITA el ejemplar de «La Mansión».) ¿Qué te ha pare-sido «La Mansión»?
RITA.— Una mierda.
FRANK.— ¿Qué?
RITA.— ¡Creo que es una puñetera mierda!
FRANK.— Muy bien. Y ¿a quién puedes citar en apoyo de esa sorprendente tesis? ¿Lo conozco yo?
RITA.— Sí. A mí.
FRANK.— ¿Qué te he dicho hace un momento? El «yo» es siempre subjetivo.
RITA.— Será. Pero eso es lo que yo pienso.
FRANK.— ¿Qué tú crees que «La Mansión» es eso que has dicho?... Muy bien, pues haz el favor de explicarme por qué ese libro que a mí me parece admirable a ti te parece una... entre comillas, «mierda»?
RITA.— Claro que te lo voy a explicar. Es una puñetera mierda, eso es lo que dije, porque el tío que lo escribió era un guarro. Porque yo tuve que dejar el libro a la mitad porque el cerdo de Mr. E. M. Forster dice, se abren comillas, «los pobres no nos interesan», se cierran las comillas. Y por eso dejé de leerlo. Por eso.
FRANK.— (Asombrado.) ¿Porque dice que «los pobres no nos interesan»?
RITA.— Sí. Por eso. Por eso mismo.
FRANK.— ¡Pero si es que ese ensayo no tiene nada que ver con la pobreza!
RITA.— Cuando él escribió ese libro en este país había pobreza y las condiciones de vida de los pobres eran la leche. Y entonces eso no le importa lo más mínimo a Mr. Foster.
FRANK.— Forster.
RITA.— Me da lo mismo como se llame. Un tío sentado en lo alto de su torre de marfil diciendo que los pobres no le interesamos lo más mínimo. (FRANK se ríe.) No te rías de mí.
FRANK.— Es que Forster no se puede interpretar desde un punto de vista marxista.
RITA.— ¿Por qué no?
FRANK.— Ya te lo dije el primer día. La crítica literaria no admite ni el sentimentalismo ni la subjetividad.
RITA.— Yo no me he vuelto sentimental.
FRANK.— Claro que sí. Has abandonado un libro porque querías que su autor se ocupase de los pobres. Y tienes que meterte bien en la cabeza que una obra literaria puede ignorar perfectamente a los pobres.
RITA.— Eso es inmoral.
FRANK.— Amoral. ¿Quieres aprender, no? Bueno, ¿sabes qué nota te podrían en los exámenes si dijeses una cosa así sobre Forster?
RITA.— ¿Qué nota?
FRANK.— Cero uno sobre diez, en el supuesto de que el tribunal encontrase algo bueno en tu trabajo.
RITA.— Por ejemplo...
FRANK.— La brevedad.
RITA.— Está bien. Pues le he cogido rabia a ese libro. Así que dime qué otra cosa podemos hacer... ¿Es que no podemos trabajar sobre algo que me guste?
FRANK.— No lo sé, porque el género de problemas que a ti te gustan no va a estar en el programa de exámenes de las próximas Navidades. La verdad es que si quieres superar alguno de los exámenes tendrás que disciplinar un poco esa cabeza que tienes.
RITA.— ¿Estás casado?
FRANK.— Eh... bueno...
RITA.— ¿Casado... casado?...  ¿Cómo es tu mujer?
FRANK.— Rita, por favor... ¿Qué importancia tiene mi mujer?
RITA.— Tú sabrás. Tú fuiste quien se casó con ella.
FRANK.— Bueno, pues no es nadie importante. Supongo, porque hace mucho que no la veo. Desde que nos separamos. ¿Contenta?
RITA.— Lo siento.
FRANK.— ¿Por qué?
RITA.— Quiero decir que siento habértelo preguntado... Hay que respetar la intimidad ajena...
FRANK.— Exacto... Bueno. Lo que creo que sucede con «La Mansión» es que...
RITA.— ¿Por qué os separasteis?
FRANK.— (Mirándola.) ¿Vas a tomar apuntes?... Cuando te pregunten algo sobre Forster puedes deslumbrar al tribunal haciendo un ensayo sobre mi matrimonio...
RITA.— Bueno, pues lo dejamos... Era una simple curiosidad personal...
FRANK.— (Mirándola.) Nos separamos, Rita, por culpa de la poesía.
RITA.— ¿Qué?
FRANK.— Mi mujer me dijo un día que en mis quince años de vida literaria yo había escrito mi mejor obra en el primer momento de nuestras relaciones. Cuando nos descubríamos el uno al otro...
RITA.— Tú... ¿tú eres  un  poeta?
FRANK.— Yo fui un poeta. Y ella me abandonó precisamente para colocarme en una situación de tensión espiritual en que pudiese volver a escribir... Fue un gesto muy noble el de mi mujer... Me abandonó en bien de la literatura...
RITA.— ¿Y qué pasó?
FRANK.— Tenía razón. Su abandono fue de un gran beneficio para la literatura.
RITA.— ¿Escribiste mucho?
FRANK.— No. Dejé de escribir para siempre.
RITA.— (Confusa.) ¿Te burlas de mi o estás otra vez borracho?
FRANK.— (Con una risita.) Ni lo uno ni lo otro.
RITA.— La gente no se separa por esas cosas... Por la literatura. ..
FRANK.— Puede ser... Pero si la memoria no me falla, por eso nos separamos mi mujer y yo...
RITA.— ¿Eres un escritor famoso?
FRANK.— No. Vendí unos cuantos libros. Ya están agotados.
RITA.— ¿Podría leer alguno?
FRANK.— No te iba a gustar.
RITA.— ¿Por qué?
FRANK.— Es la clase de poesía que no se entiende... Salvo que se tengan otras referencias literarias muy concretas...
RITA.— Claro, claro... (Una pausa.) Entonces ahora vives solo...
FRANK.— Vivo con una chica. Una antigua alumna. Se ocupa muchísimo de mí, es muy tolerante, me admira extraordinariamente y se pasa el día con la cabeza metida en el horno...
RITA.— ¿Es que quiere vivir dentro?
FRANK.— ¿Hmmmmm?... No. Es para vigilar la Ratatouille...
RITA.— ¿La qué?
FRANK.— La Ratatouille... Aunque Julia le llama el «plato definitivo»... Porque puede meterse en el horno, una y otra vez, durante días y días... Es el menú normal de mi casa...
RITA.— ¿Te vas algunas veces de tu casa?
FRANK.— Algunas veces. Y con esta aclaración ponemos punto final a...
RITA.— ¿Y por qué te marchas?
FRANK.— ...ponemos punto final al análisis de...
RITA.— Si tú fueras mío y te largases de casa por unos días, te juro que no volvías  a  entrar... Yo no te dejaría...
FRANK.— Si yo fuese tuyo no pasaría un solo día fuera de casa... Supongo...
RITA.— ¿Es que no te gusta Julia?
FRANK.— Muchísimo. Julia me gusta muchísimo. Quien no me gusta nada soy yo mismo...
RITA.— Pusch... Tú eres grande.
FRANK.— Un voto de confianza. Gracias, Rita... Pero tienes que darte cuenta de que soy mucho menos de lo que represento...
RITA.— ¿Estás viendo?... Tu puedes decir frases inteligentísimas como esa misma. Ya me gustaría a mí hablar así... Ya me gustaría... ¡Qué frase tan brillante!
FRANK.— Sí. Muy brillante. Y ahora vamos a dejarlo. Tenemos que volver a «La Mansión»...
RITA.—Ahora no, por favor, ahora no... Me gusta mucho hablar contigo... Es muy bonito... Y... ¿ves?... eso es lo que es repugnante de los colegios... Que empiezas a hablar... lo estás pasando bien y de pronto, en el mejor momento, el profesor quiere que aquello se convierta en una lección... Y ya se jodió todo... Fíjate que un día... yo siempre me acuerdo de ese día, íbamos con una profesora dando un paseo por el campo... Yo me había quedado un poco retrasada, con un chico, y vimos un pájaro maravilloso... Tenía todos los colores del mundo juntos... Y cuando yo iba a llamar a gritos a todos los demás para que lo viesen me dijo el chico: «Cállate o tendremos que hacer un ejercicio de redacción sobre el maldito pájaro».
FRANK.— (Suspirando.) El chico tenía razón, Rita. Eso es lo que hacemos normalmente. Esa barbaridad. Y a esa barbaridad... le llamamos enseñanza...
RITA.— Entonces tú... si hablas así... es que no crees que la enseñanza sea una buena cosa.
FRANK.— Digamos que lo dudo...
RITA.— ¿Entonces por qué estás educándome a mí?
FRANK.— Porque eso es lo que tú quieres... Aunque lo que a mí me gustaría es cogerte de la mano y salir corriendo de esta habitación para siempre...
RITA.— Venga ya... Habla en serio.
FRANK.— Estoy hablando muy en serio. Y en este mismo momento hay millones de cosas que me gustaría hacer en vez de estar dando clase... Y casi todas esas otras cosas me gustaría muchísimo hacerlas con usted, jovencita...
RITA.— ¡Venga ya!... Te gusta mucho insinuarte, ¿no?
FRANK.— ¿Qué estás diciendo?
RITA.— Que ya te voy yo cogiendo las vueltas...
FRANK.— Ay, Rita, Rita... ¿Por qué no te matriculaste aquí hace veinte años?
RITA.— Porque no me habrían admitido. Era una niña de seis años...
FRANK.— Sabes muy bien lo que he querido decir.
RITA.— Claro que lo sé. No soy tonta... Pero ahora no se pueden saltar veinte años hacia atrás, Frank... Ahora es hoy... Y hoy es cuando tú estás ahí y yo estoy aquí...
FRANK.— Sí... Y, además, .si tú estás aquí es simplemente para que yo te eduque... (Alza un dedo.) Tienes que recordármelo siempre que se me olvide... Venga... íbamos con Forster...
RITA.— ¿Quieres hacer el favor de volver a olvidarte de Forster?
FRANK.— Rita, óyeme... Tú dijiste que yo te tenía que enseñar porque tú habías decidido aprender... Y eso, lo siento mucho, eso quiere decir trabajo y trabajo duro... En tu antiguo colegio no te proporcionaron una buena enseñanza básica. Y tampoco te has examinado nunca en toda tu vida... Muy bien... Poseer hambre cerebral... aunque tu sesera sea la de un antropófago, no constituye ninguna garantía de éxito...
RITA.— De acuerdo. Está bien. Tengo que aprender... Pero es que no me gusta ese coñazo de libro de «La Mansión»...
FRANK.— Entonces vete a buscar algo que te guste y no me hagas perder el tiempo... Por ejemplo, ve a comprarte otro traje nuevo mientras yo me vuelvo al bar... (Una pausa.)
RITA.— ¿Estás tratando de escaparte, verdad?
FRANK.— Exactamente.
RITA.— Estás impresionante cuando te cabreas.
FRANK.— ¡Forster!
RITA.— Tú ganas, tú ganas... ¿Crees que el uso una y otra vez por parte de Forster de las palabras «en conexión con», «en conexión con tal», «en conexión con cual», puede llevarnos a la conclusión de que Mr. Forster era realmente un electricista frustrado?
FRANK.— ¡Rita!
RITA.— Y en ese caso, por consideración a Forster, ¿no estaría bien que revisáramos los plomos de la luz?...

OSCURO


ESCENA 3. MARZO
FRANK está  trabajando en su mesa. RITA irrumpe en la habitación.

RITA.— No aguanto más, no aguanto más y no aguanto más. Forster es un coñazo horrible. Te juro que todo su talento junto no me llega ni a las tetas.
FRANK.— Está bien. Esa afirmación tendrías que probármela.
RITA.— No seas guarro. (FRANK la señala con el dedo.)
FRANK.— Ahora has dicho la verdad. Haber dejado la bebida me está convirtiendo en un cerdo... Bueno... (Levanta una hoja de papel y se la enseña a RITA) ¿Y esto qué es?
RITA.— Yo diría que parece una hoja de papel... ¿Me equivoco?
FRANK.— Es tu trabajo... El ensayo que te pedí... Una broma, ¿no?
RITA.— No, no es ninguna broma...
FRANK.— Rita, óyeme bien, ¿cómo diablos pretendes hacer un ensayo sobre E. M. Forster remitiéndole todo el tiempo a una novela de Harold Robins?
RITA.— Muy sencillo. Porque tú me dijiste que en un ensayo sobre alguien convenía citar a otros autores...
FRANK.— Pero mujer...
RITA.— Pero hombre... Tú dijiste... Sí... exactamente dijiste: «Cuando se está hablando de un escritor, referirse a otro impresiona mucho a cualquier tribunal.»
FRANK.— Dije referirse a otros trabajos... Eso es lo que te dije... pero esto... que Dios te coja confesada porque no creo que tus examinadores hayan leído esto. (Consulta el trabajo de RITA) «El precio del placer.»
RITA.— Ellos se lo pierden...
FRANK.— Te lo pierdes tú porque te van a suspender...
RITA.— Pues sería una injusticia... ¡Hombre, estaría bueno!... Así que me van a suspender por haber leído más libros que el tribunal...
FRANK.— Devorar libros populares no quiere decir ser un buen lector...
RITA.— Yo creí que leer siempre sería bueno para mí...
FRANK.— Lo es... lo es... pero tienes que aprender a seleccionar... Y ahora, a tu favor... En tu ensayo hay una referencia a «Crimen y Castigo»... Eso está bien. ¿Cuándo lo has leído?
RITA.— Esta semana. Leí ese y el libro de Harold Robbins y otro libro buenísimo... ay, ¿cómo se llamaba? ¿Cómo se llamaba?... Sonaba a algo muy pervertido... era de este inglés... ay...
FRANK.— ¿De qué inglés?
RITA.— De ese que se parece tanto a todos los demás... ¡Ah, ya sé! Somerset Maugham...
FRANK.— Un libro pervertido de Somerset Maugham...
RITA.— No, no... El libro no era nada pervertido... Era muy bueno. Lo que sonaba mal era el título... (FRANK se ríe.) No te rías...
FRANK.— Me da miedo empezar a pensar que estás hablando de «Servidumbre Humana».
RITA.— Sí, sí... Ese... ese... Suena a perversión, ¿verdad?... A sadismo...
FRANK.— Suena a... (Una pausa.) ¿Has leído tres novelas esta semana?
RITA.— Sí. En la peluquería ha habido una tranquilidad de muerte...
FRANK.— Entonces, si te pidiera que comparases esos tres libros, ¿cuál sería tu opinión?
RITA.— Que cada uno, en su estilo, es bastante bueno.
FRANK.— Pero habrás encontrado alguna diferencia entre el de Harold Robbins y los otros dos...
RITA.— ¿Aparte de que el de Robbins era una americanada?
FRANK.— Sí.
RITA.— Pues entonces diría que los otros dos son un poco ladrillos... Pero eso no importa. Todos son libros, ¿no?
FRANK.— Sí, sí... Pero no debes creer que todos los libros, absolutamente todos, son de verdad literatura...
RITA.— ¿Ah, no?
FRANK.— No.
RITA.— ¿Y eso cómo se puede saber?
FRANK.— Es un problema de criterio. Se sabe enseguida...
RITA.— ¿Pero cómo voy a saberlo si no los leo?... ¿Estás viendo?... Esa es una de las cosas que tengo que aprender, ¿no?... Sigo siendo una ignorante...
FRANK.— No eres ignorante... Pero necesitas aprender a seleccionar tus lecturas...
RITA.— Que tengo muy mal gusto. ¿Es eso lo que quieres decir?
FRANK.— No.
RITA.— Sí sí... Eso es lo que me has dicho... Pero no te preocupes... ¡Si yo no me ofendo!... ¿No ves que todavía tengo muchísimo que aprender?... ¡Y hasta que no me saque la mierda del cerebro!... ;Menuda limpieza le tengo que hacer!... De acuerdo... Por lo pronto, a partir de hoy ya no vuelvo a leer a Harold Robbins...
FRANK.— Léelo... Léelo todas las veces que te dé la gana... Basta con que no se lo cuentes al tribunal...
RITA.— Ah, ya... Acabáramos... ¿Quieres decir que de vez en cuando puedes ir a darte un lote con tu ligue siempre que mamá no se entere?... ¿Es eso?
FRANK.— Bueno... pues... si... creo que eso es probablemente lo que te quise decir...

OSCURO


ESCENA 4. ABRIL.
FRANK está de pie, al lado de la mesa, junto a la ventana. Entra RITA, cierra la puerta, y la mira. FRANK rebusca en su maletín de trabajo.

RITA.— No puedo más. Sencillamente, no puedo más, porque es que no me entero de lo que quiere decir... Estoy atascada. Yo no sé de qué va ese tío... «En conexión con...» «En conexión con...» «Conexión...» «Conexión...» «Conexión...» Es un plomo. No entiendo nada si es que hay algo que entender...
FRANK.— Tranquila. Que ya lo entenderás.
RITA.— Sí, claro. Tú puedes estar tranquilo porque sabes de qué va todo... Pero yo es que ni lo huelo...
FRANK.— Entonces trataremos de olvidarnos de Forster por un ratito...
RITA.— ¡Qué alivio!
FRANK.— Y hablaremos del trabajo que me has mandado... (Alza una simple hoja de papel.)
RITA.— Ah, de eso...
FRANK.— De esto, sí... Mi pregunta decía: «Sugerir una forma para solucionar los problemas de montaje de «Peer Gynt». Tu contestación dice: Comillas, «hacerlo por radio». Se cierran las comillas.
RITA.— Sí, esa es mi solución.
FRANK.— ¿Y qué más?
RITA.— ¿Qué más qué?
FRANK.— Te pedí un ensayo, un estudio del problema... Quizá te parezca un maniático pero como ensayo es bastante especial...
RITA.— No he podido hacer más. Esta semana hemos tenido un trabajo terrible en la peluquería...
FRANK.— ¿Es que... pretendes escribir tus ensayos en la peluquería?
RITA.— ¡Claro!
FRANK.— ¿Por qué?
RITA.— Porque a Denny le cae como un tiro que los haga en casa... No le gusta lo más mínimo que yo me haya puesto a estudiar..: Y tengo que tener tranquilidad para poder pensar lo que escribo.
FRANK.— De acuerdo, pero no puedes despachar un problema así en un minuto... Un ensayo es... Un ensayo...
RITA.— ¿Está muy mal?
FRANK.— No, no está mal, solo que...
RITA.— Es muy corto, ya lo sé... Pero pensé que era la respuesta correcta a tu pregunta.
FRANK.— Sí, bueno... Podría ser la base de un razonamiento defendible... Pero una sola línea, Rita, no puede ser considerada un ensayo.
RITA.— Eso lo entiendo. Pero tú también tienes que entender que había muchísimo trabajo esta semana. Y por eso lo acorté... Traté de resumir todas mis ideas en una sola línea...
FRANK.— Las resumiste... De acuerdo... Pero eso no es bastante.
RITA.— ¿Por qué no?
FRANK.— Porque no puede ser.
RITA.— Eso es una chorrada. Ya me has dicho cien veces que una sola línea de buena poesía dice más que mil páginas de poesía barata.
FRANK.— Tú no estás escribiendo poesía... Y yo estoy intentando que comprendas que cualquier profesor que tenga que corregir esto esperará bastante más que ese zambombazo de: «Hacerlo por radio». En todo examen se espera siempre un determinado tipo de respuestas, ¿comprendes? Hay una especie de ritual... Se deben seguir ciertas reglas de juego... Y tú tienes que seguir esas reglas... Mira, cuando yo estudiaba, un compañero mío de Universidad llegó al último examen de Filosofía, entró en el aula, sacó su bolígrafo y escribió: «Dios conoce todas las respuestas». Entregó su ejercicio y se marchó. Dos minutos.
RITA.— (Impresionada.) ¿En serio?
FRANK.— Cuando le devolvieron su ejercicio, el profesor había escrito debajo: «Dios ha sido aprobado...»
RITA.— ¿Y suspendió a tu amigo?
FRANK.— Claro que le suspendió... Verás... Una respuesta ingeniosa puede no ser una respuesta correcta...
RITA.— Yo no quería ser ingeniosa... Es que tenía tan poco tiempo que...
FRANK.— Bien. Bien... Pero como ahora tienes tiempo te tomas un cuarto de hora y desarrollas la respuesta: «Una solución para las tremendas dificultades de montaje de "Peer Gynt", de Ibsen, sería presentarlo radiofónicamente, dado que...» y expones tus razones en defensa de tu idea... ¿De acuerdo?
RITA.— Sí. De acuerdo.
FRANK.— ¿Comprendes lo que yo quiero?
RITA.— Pues claro... Soy inculta pero no tonta... (FRANK devuelve el papel a RITA.) ¿Sabes una cosa, Frank? Yo creo que lo que Peer Gynt andaba buscando era el significado de la vida...
FRANK.— Puede que sí... Resumido... como siempre... pero... si... así es...
RITA.— Sí... (Una pausa.) El miércoles estaba yo haciéndole la permanente a una...
FRANK.— Rita... vamos...
RITA.— Ahora lo hago, ahora lo hago, no te excites... Es que quiero contarte una cosa... Estaba haciéndole la permanente a una señora y me estaba aburriendo mucho con el cotilleo de mis compañeras... Así que le pregunté a la cliente: «¿Conoce usted «Peer Gynt"?»... Ella se creyó que era un producto nuevo para el pelo, conque... pues se lo expliqué todo... toda la obra... ¿Y sabes una cosa?... Pues que le interesó la tira...
FRANK.— ¿Ah, sí?
RITA.— ¡La tira!... Oye, interesadísima la tía... Cómo que me dijo: «Me gustaría ir a buscar el significado de la vida»... Yo creo que a nuestro alrededor hay muchísima gente que piensa lo mismo... Porque, aquí entre nosotros, si no se sabe para qué, pues no hay ninguna razón para seguir viviendo... (RITA se queda pensativa.) Frank... esto de la cultura... ¿Verdad que no quiere decir solamente ir a la ópera y... ese tipo de cosas?... ¿Verdad que no?
FRANK.— No.
RITA.— Significa una forma especial de vivir, ¿no crees?... Y por eso yo soy tan inculta...
FRANK.— Tú tienes tu propia cultura...
RITA.— Anda ya... ¿Es que me vas a decir que la gente como yo tiene una cultura propia?...
FRANK.— ¡Hummm!...
RITA.— Sí. Una vez leí algo sobre eso. Pero me pareció propaganda política...
FRANK.— Pues mira a tu alrededor...
RITA.— No hago otra cosa... Pero no consigo ver nada que se parezca a una cultura... Veo borrachos... borrachos de vino o borrachos de valium tratando de escaparse del día de hoy para llegar al día de mañana... No se lo digas a mi gente, ¿sabes?... Porque tienen su orgullo... Y te explicarán lo que piensan de la vida en cuanto les llenes de cerveza una buena jarra de plástico...
FRANK.— No veo nada malo en eso si ese tipo de vida les satisface...
RITA.— Es que no les satisface. Y no están contentos... Porque llevan una vida sin sentido... Sí, claro... Se cuentan viejas historias... tú ya sabes... que si la guerra... que si luchaban así o asado... que si no había comida... que si las ropas... que si la casa... Y aun así les brillan los ojos con esas historias... Porque aquello, entonces, era importante y tenía sentido... Pero ahora... Ahora que ya comen... y se visten... y tienen una casa... ahora saben que eso no es vivir... Que están enfermos... Todos se callan, como si la cosa fuese muy natural... Natural el vandalismo... y la violencia... y las bombas... y los crímenes... Esto no funciona, Frank... No funciona en absoluto... Y lo peor, ¿sabes?... las cosas que influyen en nuestro barrio... quiero decir la radio... y los sindicatos... y la televisión, ¿sabes lo que dicen? ¿Sabes lo que le dicen a la gente, Frank?... Pues que salgan a la calle a buscar más dinero... Y no es eso, Frank... A mí me pasa lo que a ellos... Yo no quiero ganar más dinero sólo para comprarme más trapos... No quiero... El sindicato me dice cómo puedo ganar más y la televisión cómo me lo puedo gastar... Y no es eso, Frank... Con eso sólo se disimula la enfermedad... (Una pausa.)
FRANK.— ¿Por qué no te matriculas en  «Políticas»?
RITA.— Porque odio la política... Creo... Yo no te estoy hablando más que de mi barrio... y de mí... Estoy aquí porque quiero encontrar algo... Todo lo que te he oído sobre el arte y sobre la literatura me... me ha alimentado... Ha sido por dentro... muy por dentro... Y por eso ahora aguanto una semana detrás de otra... Porque sé que luego puedo venir aquí... Denny intentó impedir que viniera esta noche... Quería que me fuese a la cafetería con él y con sus amigos... Odia mis clases... Es como los drogadictos, ¿no?, que se enfurecen con los que quieren curarse... Y a mí me da fuerzas para venir aquí... Mucha fuerza... Yo creo que es eso lo que le da miedo a Denny...
FRANK.— «En conexión con...»
RITA.— Por favor, deja ya a Forster...
FRANK.— «En relación con...» y «en conexión con...» ¿Te has dado cuenta de lo que has estado haciendo?
RITA.— Te he estado hablando de mí, de mi casa y de mi gente...
FRANK.— Sí. «En conexión» con la moda, la radio, la televisión, las cafeterías, los sindicatos y las drogas... Tú y tu marido «en conexión» con todo eso...
RITA.— ¡Ah!
FRANK.— ¿Lo has visto ahora?
RITA.— Sí, pero... eh... en ese libro... nadie «conecta» con nadie...
FRANK.— Y eso se llama «ironía»...
RITA.— ¿Eso es?... ¿Eso es lo que quiere decir?
FRANK.— Sí.
RITA.— ¿Y por qué no me lo explicaste antes?
FRANK.— La verdad es que hubiera sido bastante fácil... Pero es mucho más hermoso cuando uno lo descubre por sí mismo... Como te ha pasado a ti...
RITA.— (Sincera.) ¡Qué tío tan grande!
FRANK.— Sólo brillante... Bueno, basta... «Peer Gynt»...
RITA.— Ya voy... ya voy... Espera un momento... (RITA empieza a escribir. FRANK vuelve a sus papeles. No se da cuenta de que RITA ha terminado y de que está de pie delante de su mesa. Finalmente levanta la vista y la mira.)
FRANK.— ¿Qué ocurre ahora?
RITA.— Nada. Ya lo he hecho.
FRANK.— ¿Ya lo has hecho?... (RITA le entrega el trabajo. FRANK lo lee en voz alta.) «Una solución para las tremendas dificultades de montaje de "Peer Gynt", de Ibsen, sería presentarlo radiofónicamente, dado que, como el propio Ibsen dijo, él sólo había escrito un poema dramático para voces, sin el propósito de que fuese representado en un teatro. Si en sus tiempos hubiese existido la radio, seguramente Ibsen habría utilizado ese medio y no otro.» (FRANK levanta la vista y mira a RITA que sonríe satisfecha.)

OSCURO


ESCENA 5. ABRIL.
FRANK sentado en un sillón. RITA al fondo, revolviendo en un archivador.

FRANK.— ¿Qué pasa ahora? (Una pausa.) Me estoy hartando, ¿sabes? hartando... Cada vez que entras aquí inventas una cosa detrás de otra para no ponerte a trabajar... ¿Es que no puedes preparar un poco mejor las clases? ¿Dónde está el trabajo que te encargué? (RITA mira por la ventana.)
RITA.— No lo tengo.
FRANK.— ¿No lo has hecho?
RITA.— Lo que he dicho exactamente es que no lo tengo.
FRANK.— ¿Lo has perdido o se te ha olvidado?
RITA.— Ha ardido.
FRANK.— ¿Ardido?
RITA.— Ha ardido con todos los libros de Chejov que me prestaste. Denny descubrió que he seguido tomando la píldora. Fue por mi culpa. Me dejé el envase en el cuarto de baño. Ha quemado todos los libros.
FRANK.— ¡Dios mío!...
RITA.— Lo siento. Te los compraré otra vez.
FRANK.— No me importan nada los libros. Al carajo con ellos...
RITA.— ¿Por qué no será capaz de dejarme estudiar tranquilamente? Se porta como si creyese que me había buscado un amante.
FRANK.— ¿Y no te lo has buscado?
RITA.— (Mirándolo.) No. ¿De dónde voy a sacar tiempo para meterme en ese lío? Bastante trabajo tengo con encontrarme a mí misma como para tratar de encontrar a alguien más... No me interesa... Creo que... acabo de empezar a conocerme un poco y... es fantástico, ¿sabes, Frank?... fantástico... Puede que te parezca soberbia pero todo lo que necesito por ahora lo tengo dentro de mí... Así que ríete si quieres, pero estate seguro de que no voy a ponerme a buscar a nadie porque entonces tendría que dejar de pensar en mí y ponerme a pensar en él...
FRANK.— Puede... puede que tu marido crea que te has liado conmigo...
RITA.— Vamos, anda... Tú eres mi profesor... Y eso lo sabe porque yo se lo he dicho...
FRANK.— ¿Le has hablado de mí?... ¿Qué le has contado?
RITA.— Traté de explicarle que tú me estabas enseñando a respirar... Que estabas sosteniéndome y alimentándome sin esperar nada a cambio.
FRANK.— ¿Y qué te dijo él?
RITA.— Ni palabra. Me fui a la calle y cuando volví me había quemado todos los libros y los papeles... le dije que era un desgraciado y... ah, sí... que aunque yo tuviese de verdad un lío me parecía idiota quemar los libros... porque no iba a dar la casualidad que me hubiese liado con el señor Antón Chejov.
FRANK.— ¿Qué piensas hacer?
RITA.— Volver a comprar tus libros y volver a hacer el ejercicio que me encargaste...
FRANK.— Quiero decir que qué piensas hacer con tu marido...
RITA.— Lo que le dije. Le dije: «Ya es tarde para lamentaciones... Casi todos los libros están hechos una pena... pero si te acercas al "Peer Gynt", te mato».
FRANK.— Rita, contéstame en serio...
RITA.— En serio, eso es lo que le dije...
FRANK.— ¿Le quieres mucho? (Una pausa.)
RITA.— Muchas veces me mira y sé lo que está pensando... Está tratando de descubrir adonde fue a parar la chica con quién se casó... Y cuando llega a casa y me trae algún regalo, es porque cree que a lo mejor vuelve aquella chica con un pequeño soborno... Y se equivoca... Aquella chica desapareció... Lo sé muy bien... Quién está en su puesto soy yo...
FRANK.— ¿Quieres abandonar el curso?
RITA.— No... ¡No!
FRANK.— Es que cuando la literatura o el arte empiezan a sustituir a la vida llega un momento en que...
RITA.— (Con énfasis.) La cultura no está reemplazando a mi vida..., me la está dando... Él es quien quiere enterrarme viva... Venir aquí y trabajar me enciende la sangre como nunca me pasó... Tendría que darse cuenta... Y si no le gusta verme vivir que se vaya haciendo a la idea de que no me voy a dejar morir solo por verle contento... Le dije que tendríamos un niño en cuanto me liberase... No lo entiende... Cree que ya somos libres porque podemos ir a una cafetería donde hay ocho platos combinados distintos... Cree que podemos elegir lo que nos parece... Entre una playa y otra playa... entre varias marcas de lavaplatos..., entre un colegio malo y otro peor..., entre guisar con margarina o guisar con mantequilla...
FRANK.— Entiendo, sí, pero a lo mejor es que tu marido...
RITA.— No quiero seguir hablando de mi marido. ¿Por qué era Chejov un genio cómico?
FRANK.— Rita, ¿no te parece que por esta noche deberíamos dejar la clase a un lado?
RITA.— No, no me parece... Tengo que aprender y lo único que me importa en este mundo es aprender. Así lo tendré todo a salvo en la cabeza y me dará igual que me queme todos los libros... Eso es lo que te pasa a ti, ¿no?... Que ya lo tienes todo dentro de la cabeza...
FRANK.— Dejémoslo por una vez. Sólo por una vez... Vámonos al bar... Nos tomamos unas copas y hablamos tú y yo...
RITA.— No, Frank, no... Tengo que trabajar... Quiero que hablemos de Chejov...
FRANK.— Es más importante que hablemos de ti y de Denny...
RITA.— No quiero... (Una  pausa.)
FRANK.— Tú mandas. «C» de Chejov. (Busca en la librería y saca unos cuantos libros.) «C» dé Chejov... y «c» de compromiso. (Saca una botella del fondo de la estantería.) Hablaremos de Chejov..., pero como si estuviésemos en el bar...
RITA.— ¿Por qué escondes ahí las botellas?
FRANK.— Un arreglillo con los jefes... Se llama... «discreción»... No me han dicho que deje de beber pero sí que deje de enseñar las botellas... (Se sirve.)
RITA.— ¿Tanto te gusta beber?
FRANK.— Me encanta. Y no tengo el menor propósito de enmienda.
RITA.— ¿También bebías cuando eras poeta?
FRANK.— Sí... Un poco menos que ahora... (Bebe un trago.) Lo bueno del whisky es que te ayuda a creer que dices cosas importantes...
RITA.— ¿Por qué dejaste la poesía?
FRANK.— Esa pregunta sólo se puede contestar en el bar...
RITA.— Creí que habíamos llegado a un compromiso y que éste era el bar...
FRANK.— El compromiso era para hablar de Chejov...
RITA.— Chejov es la lección segunda. La primera eres tú... ¿Por qué lo dejaste?
FRANK.— No dejé nada porque nunca llegué a nada... Me había equivocado, ¿comprendes, Rita?... En vez de hacer poesía me pasé años y años intentando hacer literatura... ¿Te das cuenta?
RITA.— Pero yo creí que... eso era lo que hacían los poetas...
FRANK.— ¿Qué?
RITA.— Eso... literatura...
FRANK.— (Cabeceando.) Los poetas deberían ignorar la literatura...
RITA.— (Confundida.) No lo entiendo...
FRANK.— Ya lo entenderás... Ya lo entenderás...
RITA.— No lo entenderé nunca... Nunca... No entenderé nada... Me siento como si tuviese que volver a aprender todas las cosas... como si estuviese cambiando de idioma... Cuando leí esa obra de Chejov me pareció muy triste..., me pareció trágica..., todo el mundo se quería suicidar... y ese pobre Constantina quería escribir un drama artístico..., y los demás que se burlaban de él... Me pareció muy trágico... y entonces me leo eso y... y dice que Chejov era un autor cómico genial...
FRANK.— Cómico no es la palabra... Tampoco se le puede llamar comedia a «La gaviota»... ¿Has visto alguna vez a Chejov en el teatro?
RITA.— No. ¿Va mucho al teatro?
FRANK.— ¿Y tú? ¿Has estado muchas veces en el teatro?
RITA.— Nunca.
FRANK.— Deberías ir.
RITA.— ¿Por qué no vamos esta noche?
FRANK.— ¿Quién, yo?... Por favor..., yo detesto el teatro...
RITA.— Y, entonces, ¿por qué demonios me quieres mandar a mí?
FRANK.— Porque a ti te apetece ir...
RITA.— Bueno... pues entonces vente conmigo...
FRANK.— ¿Y cómo se lo explico a Julia?
RITA.— Muy fácil... Le dices que nos vamos juntos al teatro...
FRANK.— «Julia, no voy a cenar a casa porque me voy al teatro con la encantadora Rita...»
RITA.— No digas tonterías...
FRANK.— Pero si lo digo en serio...
RITA.— ¿Se pondría celosa?
FRANK.— ¿Sabiendo que voy al teatro con una fuerza de la naturaleza como tú? Rita..., tendría que desayunar, comer y acostarme en silencio por lo menos durante una semana...
RITA.— ¿Pero por qué?
FRANK.— ¿Y por qué no?
RITA.— Pues no sé... Pero yo pienso que...
FRANK.— A lo mejor te parece absurdo, Rita, pero te aseguro que incluso a la mujer más inteligente del mundo le puede dar un ataque de cuernos de tamaño natural...
RITA.— Claro, pero ahora no tendría ningún fundamento Yo no voy a intentar violarte en plena representación...
FRANK.— Pues es una lástima, porque podías conseguir que el teatro me volviera a parecer excitante...
RITA.— Venga, Frank... Vente Conmigo... Y deja ya de escabullirte...
FRANK.— ¿Qué deje qué?
RITA.— Que digas de una vez lo que piensas... Estás todo el tiempo escapándote con chistes y frases de señor tontísimo... Vamos... Vamos... Por favor, ven al teatro conmigo... Lo vamos a pasar muy bien...
FRANK.— Estás muy segura...
RITA.— Completamente segura... Anda, vamos a llamar a Julia...
FRANK.— ¿Qué?
RITA.— Venga... ¿Cuál es tu número?
FRANK.— Primero, no vamos a llamar a Julia... Y segundo, Julia no está en casa esta noche...
RITA.— ¿Así que te ibas a marchar al bar?
FRANK.— Eso es.
RITA.— Vente conmigo, Frank... Lo vas a pasar mejor que en el bar...
FRANK.— ¿Cómo lo sabes?
RITA.— Lo sé (RITA ayuda a FRANK a ponerse el abrigo.)
FRANK.— ¿Qué es lo que quieres ver?
RITA.— «La importancia de llamarse»... algo.
FRANK.— «La importancia» ha bajado de la cartelera... Ya no la hacen...
RITA.— Sí que la hacen... Cuando venía en el autobús he visto el anuncio en la puerta de la parroquia... Un poster a mano...
FRANK.— (Espantado.) ¿Un espectáculo de aficionados?
RITA.— ¿Qué?
FRANK.— ¿Me estás proponiendo que me quede sin ir al bar para ir a ver «La importancia»... representada en la sala parroquial por un grupito de aficionados?
RITA.— La obra es la misma, ¿no?... Es la misma la represente quien la represente.
FRANK.— Sí, la obra sí, Rita, pero...
RITA.— Bueno, date prisa... No pierdas más tiempo que estoy nerviosísima... Nunca he visto una obra representada...
FRANK.— Pues no creas que la vas a ver esta noche...
RITA.— No seas gafe... ¿Por qué van a ser malos? ¿Porque son aficionados?... Hay que darles una oportunidad... Como a todo el mundo... ¿Cómo van a aprender si no actúan?... A lo mejor son buenísimos...
FRANK.— (Dudando.) A lo mejor...
RITA.— Eres un snob espantoso, ¿verdad?
FRANK.— (Sonriendo.) Has  ganado... Vámonos... (Inician la salida.)
RITA.— ¿Tú has visto ya esta obra?
FRANK.— Naturalmente.
RITA.— Entonces, no me la cuentes... No me la cuentes, ¿eh?... Por favor, no me estropees la función... Por favor... (Salen.)

OSCURO

ESCENA 6. ABRIL.
Entra FRANK. Lleva una cartera grande y un paquete de ejercicios. Va hacia lo mesa y guarda algunos papeles en uno de los cajones. Saca de la cartera unos sándwiches y una manzana. Se acerca a la ventana y deja en ella la cartera. Pone en marcha un aparato de radio. Se instala en el sillón. Empieza a comerse un sándwich. Abre un libro. Apenas ha empezado a leer, entra RITA violentamente. Viene muy agitada. Jadea.

FRANK.— ¿Qué haces aquí? (Mira el reloj.) Es jueves y... (RITA se acerca a la mesa. Habla atropelladamente. Ha venido corriendo.)
RITA.— Ya sé que no debía estar aquí... Es mi hora de comer, pero oye... es que tengo que contárselo a alguien y... ¿tienes un momento libre?
FRANK.— (Asustado.) ¿Qué sucede? ¿Qué te ha pasado?
RITA.— Tenía que decírtelo cuánto antes, Frank... Ayer fui al teatro... Al teatro de verdad... Al profesional...
FRANK.— (Suspirando.) ¡Vaya susto que me has dado!... Creí que era algo importante...
RITA.— ¡Y tan importante!... Fui a sacar las entradas y resulta que era Shakespeare... Yo pensaba que Shakespeare era un rollo...
FRANK.— ¿Y entonces para qué fuiste?
RITA.— Para comprobarlo... ¡Oye, de rollo, nada!... Es fenomenal... Fantástico... Una maravilla... ¡Me quedé sin respiración!...
FRANK.— (Sonriendo.) ¿Se puede saber qué viste?
RITA.— (Recitando.) «¡Extínguete, fugaz antorcha!.
La vida es una sombra tan solo...
que transcurre;
un pobre actor,
consume su turno sobre el escenario
para jamás volver a ser oído.
Es una historia
contada por un necio,
llena de ruido y furia,
que  nada  significa.»
FRANK.— (Provocativamente.) Ah, «Romeo y Julieta».
RITA.— Venga ya, Frank, que te estoy hablando en serio... Hoy me lo aprendí de memoria... (Saca un ejemplar de «Macbeth».) ...Me compré el libro a la salida del teatro... Está muy bien eso de venderlos allí mismo... ¡Es estupendo!... Qué mujer tan repugnante, ¿no?... ¡Y luego cuando él se encuentra con Macduff pensando que es invencible!... Bueno, yo... creo que tenía los ojos como dos platos... ¡Estuve a punto de gritar y avisar a Macbeth..!
FRANK.— ¿Lo?,  lo pudiste evitar?
RITA.— Claro... Eso no se puede hacer en el teatro, ¿verdad? Pero me costó mucho... Es que era fenomenal... ¡ Menudo suspense!...
FRANK.— Sí... Vas a tener que ir mucho más a menudo al teatro...
RITA.— Ya lo creo... «Macbeth» es una tragedia, ¿no? (FRANK asiente con la cabeza.) Bueno... (RITA sonríe a FRANK y FRANK le devuelve la sonrisa.) ...sólo quería... tenía que contárselo a alguien que me pudiese entender...
FRANK.— Me alegro muchísimo de que me hayas concedido ese honor.
RITA.— Será mejor que me vuelva al trabajo... He dejado a una señora cubierta de tinte y si tardo más de la cuenta puede haber otra tragedia...
FRANK.— Tragedia ninguna....
RITA.— Claro que sí... Conozco a esa señora y es muy quejica... Si no le queda bien el tinte puede correr sangre en la peluquería...
FRANK.— Eso sería trágico pero no sería una tragedia...
RITA.— ¿Qué  quieres  decir?
FRANK.— Pues... Verás... Rita... Esto... La tragedia dramática no tiene ningún punto de contacto con las tragedias de tu peluquería... Macbeth estaba deformado por la ambición, ¿no?
RITA.— Sí. Sigue, por favor...
FRANK.— Bien... Esa deformación le lleva a la catástrofe de una manera inevitable... ¿Comprendes? Y por eso, Rita, que le quemes el pelo a una señora o que leas en el periódico: «Hombre muerto al caerle un árbol encima», no constituyen ninguna tragedia.
RITA.— Eso díselo al muerto...
FRANK.— La muerte es trágica, absolutamente trágica, pero no es una tragedia. Una tragedia es la de Macbeth... ¿Sabes por qué?... Porque es inevitable... Porque está predeterminada... Porque no hubieses conseguido nada avisando a Macbeth... ¿Estás de acuerdo?
RITA.— Sí...
FRANK.— ¿Por qué?
RITA.— Porque me habrían echado del  teatro...
FRANK.— Porque Macbeth no habría hecho ningún caso de tu aviso... Ya le avisaron las brujas... Lo que pasa es que no puede retroceder... Que su perdición es inevitable... En cambio el pobre del árbol... ¿Me sigues?
RITA.— Sí..., no...
FRANK.— No estaba provocando su propia muerte... ¿Tú crees que se habría acercado al árbol si alguien le hubiera dicho que se le iba a caer encima?
RITA.— Estás... diciendo... que Macbeth elige voluntariamente el mal camino...
FRANK.— Más o menos... Va ciego en busca del poder y con cada paso que da cierra un poco más la tela de araña de su tragedia... ¿No es eso lo que viste?
RITA.— Sí... Ahora lo he entendido.
FRANK.— Anoche no te paraste mucho a pensar...
RITA.— Para ti todo es muy fácil... Yo... yo creí que era una historia de suspense... Ahora ya no sé lo que me parece... Otra cosa, desde luego... (Una pausa.) Están muy bien las tragedias, ¿no? (Mira por la ventana.) Todos esos que están ahí fuera deben entender de teatro, ¿no?
FRANK.— ¿Quieres  cenar conmigo?
RITA.— ¿Cenar?... Dios Santo..., el tinte... Quería sólo un castaño clarito y va a salir de rubia platino... (RITA corre hacia la puerta.) Oye, Frank... He pensado ir mañana a ver una exposición... Tengo medio día libre... ¿Quieres que vayamos juntos? (FRANK sonríe.)
FRANK.— ¿Por qué no? (FRANK mira a RITA y asiente con la cabeza.) Y... otra cosa...  ¿Qué haces el sábado?
RITA.— Trabajar...
FRANK.— Quiero decir cuando salgas del trabajo...
RITA.— No sé....
FRANK— Me gustaría que vinieras a mi casa.
RITA.— ¿Para qué?
FRANK.— Julia ha organizado una cena para unos cuantos amigos...
RITA.— ¿Y tú quieres que yo vaya?... ¿Por qué?
FRANK.— ¿Tú qué crees?
RITA.— No sé...
FRANK.— Pues porque puedes pasarlo bien. Tan sencillo como eso...
RITA.— Ya...
FRANK.— ¿Vas a venir?
RITA.— Si de veras quieres que vaya, sí...
FRANK.— Pues  si de veras quieres venir, ven...
RITA.— Sí quiero...
FRANK.— Y tráete a Denny...
RITA.— Eso ya... No sé si querrá ir...
FRANK.— Pregúntaselo...
RITA.— (Confusa.) Sí, claro...
FRANK.— ¿Qué .te pasa ahora?
RITA.— ¿Cómo tengo que ir vestida?

OSCURO

ESCENA 7. MAYO.

FRANK está sentado a la izquierda, junto a la librería, oyendo la radio. Entra RITA y va hacia la mesa de centro. FRANK se incorpora y apaga la radio. Se sienta otra vez. Una pausa.

FRANK.— A mí no me importa nada... Total, que se quedan dos asientos vacíos en una mesa, quiere decir que me toca un poco más de vino... Pero Julia es otra cosa... Es la dueña de casa modelo... Si espera ocho invitados quiere ver a los ocho... Maniática del orden..., seguramente por eso se enamoró de mí... Y, claro, que llegasen seis personas en lugar de ocho, le resultó muy fuerte... No te estoy pidiendo una disculpa... Al fin y al cabo si no te apetecía venir no te apetecía... Pero...
RITA.— Ya me disculpé...
FRANK.— ¿Con un garabato en el ejercicio que me dejaste en el buzón? «Lo siento. No puede ir»... Rita, esa no es una disculpa...
RITA.— A mí me parece que decir «lo siento» es algo muy claro... Cuando le dije a Denny que íbamos a ir a cenar a tu casa se puso hecho una fiera... Nos peleamos...
FRANK.— Ahora soy yo quien lo siente... No pensé en tu marido... ¿Y por qué no me lo explicaste?... Yo lo habría entendido...
RITA.— Y yo habría dicho una mentira. Si no fui a tu casa no fue por culpa de Denny... A Denny le dije que si él no quería venir, me iría yo sola. Y lo intenté... Estuve todo el sábado en la peluquería pensando en lo que me iba a poner... todo el sábado... Llegué a casa y me probé cinco trajes... y todos me parecieron horribles... No hacía más que pensar en... todo lo que he aprendido y en las cosas que sé decir mejor o peor..., y... rompiéndome la cabeza sin saber de qué iba a poder hablar... Estúpida... No se me ocurría nada y no me acordaba de nada... Tenía la cabeza como un bombo... Ya no sabía si el brillante era Oscar Wilde o Bernard Shaw... o «Crimen y Castigo»...
FRANK.— Dios santo...
RITA.— Luego cogí el autobús que no era y... me costó mucho tiempo dar con el que iba a tu casa... y cuando llegué... cuando llegué os vi a todos por la ventana, y... charlando, y riendo... con un vaso en la mano y no me atreví a entrar...
FRANK.— ¿Por qué?... ¿Por qué?...
RITA.— No pude... Había comprado la botella de vino que no debía de comprar... En cuanto vi tu casa, comprendí que había metido la pata... y... y sigo sin saber qué clase de vino hubiese tenido que llevaros...
FRANK— Por lo que tú más quieras, Rita, lo único que yo quería era verte en mi casa... Y no me importaba nada ni tu traje ni esa maldita botella de vino...
RITA.— Tú te vistes cuando te invitan a una cena, ¿no?. Y llevas alguna botella...
FRANK.— Sí, pero...
RITA.— Pero ¿qué?
FRANK.— Nada...
RITA.— ¿A que no llevas un vino dulce, eh? ¿A que no lo llevas?
FRANK.— ¿Qué más da lo que yo pueda llevar?... Habríamos estado encantados contigo, aunque hubieses traído la peor botella de vino italiano del mundo...
RITA.— Es que era la peor botella de vino italiano del mundo...
FRANK.— ¿Por qué no te serenaste un poco? No se trataba de ningún baile de disfraces... Te esperábamos tal como eres... ¿Sabes cómo te hubieran visto todos, eh?... Como una criatura divertida, encantadora y deliciosa...
RITA.— (Enfundada.) No quiero ser encantadora ni deliciosa... Y en cuanto a lo de divertida... muchísimo menos... Yo... yo quería hablar en serio con todos vosotros y... no pensaba beber ni una gota porque... no quería decir tonterías... no me daba la gana de ir a tu casa para hacer de payaso...
FRANK.— Yo no te pedí que hicieras ese papel... Lo único que esperaba de ti es que fueses como eres...
RITA.— ¡Es que no quiero seguir siendo como soy!... Pero, Frank, entiéndelo, ¿qué es lo que soy yo? Una pobre tontita..., el hazmerreír de todos... que cree que puede aprender a ser como vosotros... así porque sí..., porque a ella se le antoja..., y que puede hablar en serio... como la gente culta..., que vive en una casa civilizada... Y, bueno, como eso es una estupidez... ¡pues que venga un ratito para que nos riamos un poco!
FRANK.— Si crees que te invité por eso... para que se rieran de ti..., anda y vete a la mierda... Vete ahora mismo... Te invité porque necesitaba tu compañía... Y si no me crees lárgate de aquí y vete a ver a un psiquiatra... Dile que eres una paranoica...
RITA.— Aquí estoy bien... Aquí... contigo y en este lugar... Pero cuando te vi en tu casa con aquella gente no pude entrar, Frank... No pude... Porque soy un desastre... Ya no puedo hablar con los míos... no sé qué decirles... No tengo nada que ver con ellos... Ahora estoy rota y..., partida... Me volví a la cafetería donde estaba Denny y mi madre y Sandra y todos sus amigos... Entonces fue cuando decidí no volver aquí nunca más... Estaban cantando... todos cantando una de esas estupideces que tocan a todas horas en la radio..., me quedé en la puerta y pensé... «Lo mejor es... que me siente con ellos... y me ponga a cantar como todos...».
FRANK.— Pero no lo hiciste, ¿verdad?
RITA.— Sí lo hice..., lo hice... Pero no puedo, Frank... No puedo... ¿Tú crees que...? Bueno, claro... si pasas y nos ves cantando pues... es lógico... piensas que estamos muy alegres y... tan felices..., que no nos pasa nada... Me senté con ellos y canté... y volví a cantar y a cantar... Hasta que... de pronto, vi que mi madre estaba llorando... Nadie sabía lo que pasaba y... entonces... dijeron todos que debía estar borracha y que lo mejor sería que la llevásemos a su casa... Yo la acompañé y... por el camino le pregunté que por qué lloraba... Me dijo que... creía que... en el mundo había canciones más bonitas que las nuestras... Bueno, enseguida se le pasó... y se puso a cantar otra vez con Denny..., como si no me hubiera dicho nada... Pero sí que me lo había dicho... Sí... Y por eso he vuelto... Y por eso voy a seguir... Y por eso me quedo...

OSCURO

ESCENA 8. MAYO.
Entra RITA. Trae una maleta. FRANK sentado en su sillón, está leyendo el ensayo de RITA sobre Macbeth. No levanta la vista.

FRANK.— Un segundo. (RITA deja la maleta en el suelo. FRANK acaba de leer el ejercicio. Suspira, lo deja sobre la mesa y se quita las gafas.) Era tu ejercicio (FRANK ve la maleta de RITA) ¿Qué es eso?
RITA.— Mi maleta.
FRANK.— ¿Y adónde vas con ella?
RITA.— A casa de mi madre.
FRANK.— ¿Qué ha pasado?  (Una  pausa.) ¡Rita!
RITA.— Volví del trabajo a casa y ya me habían hecho la maleta. Me dijo Denny que o dejaba de tomar la píldora y dejaba de venir aquí, o me largaba de casa...
FRANK.— Ya...
RITA.— Fue un ultimátum... Traté de que me oyera... y no me pegó ni nada, ¿sabes?... Le dije que esto era mi vida... y... entonces... me acusó de engañarlo... Puede que tenga razón...
FRANK.— ¿Por qué dices eso?
RITA.— Porque es verdad que lo he engañado... Pero sería peor que me hubiese engañado a mí misma... (Una pausa.) Denny cree que la educación tiene su momento... Y que ese momento no es... cuando se está casada y se han cumplido veintiséis años... (Pausa.)
FRANK.— ¿Dónde  piensas  ir?
RITA.— He llamado por teléfono a mi madre... Dice que me puedo ir con ella ocho o diez días... Luego buscaré un piso... y... (RITA se echa a llorar.) Lo siento, no quería... (FRANK se acerca a RITA y la sostiene entre sus brazos.)
FRANK.— Ven aquí... Siéntate...
RITA.— Estoy bien... estaré bien... Sólo... dame un minuto... (RITA se seca los ojos.) ¿Qué tal mi trabajo sobre Macbeth?
FRANK.— Deja ahora a Macbeth...
RITA.— ¿Por qué?
FRANK.— ¡Rita!
RITA.— No... Venga... Quiero saber lo que te ha parecido...
FRANK.— En estas circunstancias...
RITA.— No importa... No importa... Quiero hablar de mi trabajo... ¿Cómo está?... Te dije que me parecía malo... ¿Es malo, verdad?
FRANK.— (Suspirando.) Yo... la verdad, Rita, no sé qué decirte...
RITA.— La verdad... Nada más que la verdad... Venga... No me importa nada que me digas que es una porquería... No me compadezcas, Frank... ¿Es una porquería?
FRANK.— No, no... No es ninguna porquería... Es uno de los ejercicios más honrados que he leído en mi vida... Un estudio muy... vivo y muy... apasionado... de tus reacciones frente a... un espectáculo... Un análisis muy limpio de tus... emociones...
RITA.— ¿Quieres decir que es una cosa sentimental?
FRANK.— No... Eres demasiado honrada... No es... sentimental... Es emotivo... Pero por lo que se refiere a lo que estoy tratando de enseñarte para que puedas aprobar este curso... ¡Cielo santo, no quiero seguir hablando!...
RITA.— Habla. Suéltalo de una vez...
FRANK.— En relación con todo lo que tienes que aprender no tiene el menor valor... Es una crueldad pero... es así... Una crueldad porque... humanamente es... un trabajo maravilloso...
RITA.— No sirve para nada... Eso es lo que estás queriendo decir... Y prefiero que me lo digas con mucha claridad porque yo quiero escribir cosas como esas. (Señala las estanterías.) Quiero saber tanto como ellos y... quiero aprobar los exámenes... como los aprobaron ellos...
FRANK.— Para escribir ese tipo de cosas, tienes que cambiar mucho, Rita...
RITA.— Cambiaré... dime cómo se hace...
FRANK.— No sé si quiero... ¿Qué se te puede enseñar a ti?... Tu mundo es muy valioso, Rita...
RITA.— ¿Valioso?... Los únicos momentos valiosos de mi vida son los que paso aquí... un día a la semana...
FRANK.— Óyeme bien, Rita... Si lo que tú quieres es aprobar unos exámenes, tienes que dejar de ser tú misma... Yo tendría que cambiarte del todo y...
RITA.— ¿Pero es que no te das cuenta de que quiero cambiar?
FRANK.— Sí, pero...
RITA.— Frank, por favor... Por lo que más quieras... Sé que es muy difícil trabajar con una persona como yo... Pero tú... solo tienes que seguir enseñándome. Yo... trataré de ir asimilando... como pueda... Tienes que ser duro conmigo, Frank... No te preocupes, porque no me vas a hacer daño... y... cuando haga una cosa mal... me dices que está mal... y basta... (Toma su ejercicio.) Está mal. (Rompe el ejercicio.) Muy bien... Pues lo tiramos a la basura y empezamos otra vez... (Tira el trabajo a la papelera.)

TELÓN




SEGUNDA PARTE

ESCENA 9. SEPTIEMBRE.
FRANK sentado ante su mesa. Tiene un vaso de whisky a mano. Está mecanografiando unos poemas. RITA irrumpe en la habitación. Lleva ropa nueva, pero no de valor.

RITA.— ¡Frank!
FRANK.— (Sonriente.) ¿Qué es esto? ¿Una actriz de cine?... ¿Cómo han ido tus vacaciones? (RITA da unas vueltas para lucir su atuendo.) Bienvenida al redil.
RITA.— Ha sido maravilloso, Frank... Maravilloso de verdad... ¡Ah!...
FRANK.— ¿De qué estás hablando?... ¿De España o de tu curso de verano?
RITA.— De las dos cosas. No se pueden separar... Estuvimos todo el tiempo juntos... el curso entero... ¡Nos quedábamos hasta las tantas por las noches!... ¡Lo que hemos podido hablar!... Visité todo el Norte y nos emborrachamos unas cuantas veces... Vi a Fernán Gómez que es como tú, pero en guapo y... ¡me he comprado un montón de ropa!... ¡Baratísima, Frank!... Ha sido...
FRANK.— ¿Y te ha sobrado tiempo para hacer algo de provecho?
RITA.— ¿Para estudiar quieres decir?... No he parado... No era posible... No nos dejaban en paz ni un minuto... Un ensayo... una mesa redonda... no sé cuántas conferencias... Pero me alegro mucho... Al principio, ¿sabes?, estaba que me moría de miedo... No conocía a nadie y... estuve a punto de volverme... Pero la segunda tarde, estaba en la biblioteca y se ve que... debía parecer una experta porque pasó un profesor, me quitó el libro que tenía en la mano y... sin más ni más, me dijo... «Ah, ¿le interesa el barroco?»... Estuve a punto de decir «solo con nata y una fresa en lo alto»..., pero no lo dije, Frank... no lo dije... Le devolví el libro y pegué un respingo al oír mi propia voz: «Realmente no estoy muy familiarizada con la poesía barroca española»... Oye, Frank, te habrías sentido orgulloso de mi... Total, que se puso a hablarme de la poesía barroca y no había quien lo parase... Estuvimos hablando horas y horas... Y ni siquiera era un profesor de mi curso, ¿sabes? Un día hubo una conferencia en el aula magna y... bueno, estaba toda la Universidad... Total, que acabó su conferencia el profesor, se abrió el coloquio y yo me puse en pie la primera... te lo juro por Dios... Me levanté, todo el mundo me miró y... por poco me vuelvo a sentar, pero... había más de mil personas mirándome y... tragué saliva y le pregunté... Así, por las buenas...
FRANK.— (Después de una pausa.)  ¿Qué te pasa?...  Sigue.
RITA.— Ya está.
FRANK.— ¿Cómo que ya está?  ¿Cuál fue tu pregunta?
RITA.— Ah, ya ni siquiera me acuerdo. Se me ha olvidado. ¿Cómo me voy a acordar si después de la primera me pasé todo el curso preguntando, que no había quien me callara?... Creo que fue algo sobre Chejov... Sí, eso... Es que ahora estoy muy familiarizada con Chejov... (FRANK sonríe.) Bueno, ¿y tú?... ¿Qué tal Francia?... Venga, cuéntame algo...
FRANK.— No hay gran cosa que contar...
RITA.— Anda, no seas pesado... Yo he estado muy poco en el extranjero... Cuéntame, cuéntame...
FRANK.— Pues... hacía muchísimo calor... (FRANK ofrece un cigarrillo a RITA.)
RITA.— No, gracias... He dejado de fumar... ¿Tú sigues bebiendo?
FRANK.— Eh... de vez en cuando...
RITA.— ¿Has escrito algo?
FRANK.— No mucho...
RITA.— ¿Por qué no me lo enseñas?
FRANK.— Pues... bueno... un día de éstos... sí...
RITA.— Así que has bebido un poco y has escrito otro poco... ¿Ninguna otra novedad?
FRANK.— Julia me dejó...
RITA.— ¿Qué?
FRANK.— Un problema de cocina, bonita, un problema de cocina. La naturaleza, en su gran sabiduría, hizo que yo detestase los huevos... Ni fritos, ni duros, ni al plato, ni a la Florentina, ni a la Benedictina, ni escalfados, ni nada de nada de nada. No me gustan. Punto. No los aguanto. Punto... Julia decidió que mi naturaleza estaba equivocada. Yo defendí a la naturaleza. Y Julia me abandonó...
RITA.— ¿Porque no quieres comer huevos?
FRANK.— Exacto... Claro que, eso sólo fue el principio, como tú comprenderás... En fin, eso ha sido lo más importante que me ha pasado en Francia... Poca cosa porque, además, ya se han acabado las malditas vacaciones, tú has vuelto y... Julia ha vuelto...
RITA.— Ah, ya... Todo está en orden, ¿no?
FRANK.— Todo está impecable... Tengo la impresión de que se queda conmigo para la eternidad a reserva de que descubra los «oeufs a la crecy»...
RITA.— ¿«Oeufs a la crecy»? Eso es un plato de huevos, ¿no?... Sí... «Ouefs» quiere decir «huevos», claro... Lógico... Eso es lo que iba a preparar Trish... Y, supongo que «a la crecy» será...
FRANK.— ¿Trish?
RITA.— Sí, claro, Trish, mi compañera de piso... Trish... Bueno, es que hace tanto que no nos vemos, que... ¡Qué barbaridad, cómo pasa el tiempo!... Trish se vino a vivir conmigo justo antes de que yo me marchara a España...
FRANK.— Comprendo... ¿Y qué tal es esa compañera tuya?
RITA.— Estupenda... Tiene una gran clase... Y un gusto exquisito, ¿sabes?... Como tú, Frank, como tú... Creo que... todo lo que tenemos en el piso es... elegante y... discreto... Bueno, casi no hay más que libros y plantas, pero... ¿Sabes una cosa, Frank... Este es el mejor momento de mi vida... (Se acerca a la ventana.) Incluso me encuentro... no sé... ligera... joven... como todos esos de ahí...
FRANK.— No te vas a sentir una anciana a los veintiséis años!
RITA.— No, claro, pero... Lo que quiero decir es que me siento joven así... al «estilo» de ellos... Como si mi vida estuviese empezando y... (Busca en su bolso.) ...Por cierto, Frank... Te compré una cosa en España... No es que sea un regalo extraordinario, pero... pensé... pienso que... Bueno, ten... (RITA entrega un estuche a FRANK... FRANK lo abre. Es una pluma de buena calidad.) Está grabada... Lee lo que dice...
FRANK.— (Leyendo.) «Sólo para escribir poesía. Prohibido cualquier otro uso. Rita.» (FRANK mira a RITA.)
RITA.— Quería que fuese una indirecta muy delicada...
FRANK.— ¿Delicada?...
RITA.— Espero que se niegue a funcionar cuando trates de hacer cuentas con ella. O que leas la inscripción y se te atragante el complejo de culpabilidad por no estar escribiendo poesía... (RITA sonríe a FRANK)
FRANK.— Gracias... Rita...
RITA.— De nada... Bueno, venga... ¿Qué vamos... (Une las manos en actitud de súplica.) a hacer este trimestre?... Debemos escoger un gran poeta... ¿no te parece?... Y también... ale... vamos a dar la clase ahí abajo...
FRANK.— (Horrorizado.) ¿Abajo?
RITA.— Sí, abajo... en el césped... Anda, vamos...
FRANK.— ¿En el césped?... En el césped no hay quien se siente en esta época del año...
RITA.— No mientas... Ahora mismo hay mucha gente sentada...
FRANK.— Pues se les va a poner el culo chorreando...
RITA.— Ni mucho menos... Además nos podemos sentar en un banco... Anda, anda...
FRANK.— Rita... me opongo...
RITA.— ¿Por qué?
FRANK.— Me espanta la luz del sol... Como a Drácula... (RITA suspira.)
RITA.— Bueno... Está bien... Supongo que, por lo menos me dejarás abrir la ventana...
FRANK.— Si te empeñas...  De acuerdo, abre la ventana...
RITA.— (Forcejeando.) Está durísima...
FRANK.— No me extraña... Lleva generaciones cerrada...
RITA.— (Abandonando.) Está bien... Pero tú necesitas aire, Frank... Y esta habitación no digamos...
FRANK.— Esta habitación no necesita nada de nada... Muchas gracias.
RITA.— No hay de qué... Pero esta habitación necesita aire... Una habitación es como una planta...
FRANK.— ¿Una habitación es como una planta?
RITA.— Sí... Necesita aire...
FRANK.— Y supongo que también agua, ¿no? Si lo que estás tratando de hacer es lo que se llama técnicamente una analogía entonces vamos a hacerla de verdad... Hay que empezar por comprar una regadera... y regar esa alfombra a fondo... También se necesitan dos toneladas de tierra y una bolsa de fertilizante... Con unas buenas semillas a lo mejor nacían habitacioncitas...
RITA.— Déjalo ya... Estás como una cabra...
FRANK.— Tú has dicho muy clarito que una habitación es como una planta...
RITA.— De acuerdo... (Una pausa.)
FRANK.— De acuerdo...  ¿en qué?
RITA.— En que algunas analogías... algunas... se las debe una tragar...
FRANK.— Sí... Más pronto o más tarde uno acaba tragándoselas... (FRANK sonríe.) Ven aquí... (FRANK va hacia la librería.) Querías un buen poeta... muy bien... Tenemos uno para este trimestre, que celebra su centenario... Te lo voy a presentar... (Saca unos libros de la estantería.) Pero bueno, si estaba aquí... (RITA se acerca a la librería y saca una botella que ha quedado al descubierto.)
RITA.— Sigues igual, ¿no?
FRANK.—Yo no te he dicho que lo hubiese dejado...
RITA.— No, pero...
FRANK.— Pero,  ¿qué?
RITA.— ¿Por qué te empeñas en eso con todo lo que tienes que hacer?
FRANK.— Precisamente por culpa de todo lo que tengo que hacer... Esta vida es idiota, histérica y malsana... Necesito un trago de vez en cuando para poder convivir con ella...
RITA.— Te voy a matar, Frank...
FRANK.— Rita, creí que estaba claro que no ibas a intentar reformarme...
RITA.— Yo no estoy intentando nada. Sólo que...
FRANK.— ¿Qué?
RITA.— Que creí que te estabas reformando tú solo...
FRANK.— Debido a tu benéfica influencia, ¿no?... Rita, escúchame... si me arrepiento y me reformo, ¿qué va a ser de mí cuando tú te vayas...? ¿Qué haré yo... sobrio... cuando tú te marches de aquí... y... nadie... pueda influir en mí... para nada?
RITA.— Pero, ¿quién te ha dicho que yo voy a desaparecer así como así?...
FRANK.— Es lo lógico, Rita... Un día te marcharás, digo yo...
RITA.— ¿Pero por qué?... Esta Universidad no se va a hundir... Cuando se acabe este curso me matricularé en el siguiente... O, mejor, en la Universidad de verdad...
FRANK.— ¿Y comeremos perdices y viviremos felices, no? Rita, tu marcha es tan inevitable como... como...
RITA.— ¿Macbeth?
FRANK.— (Sonriendo.) Como una tragedia, sí, pero no será una tragedia porque yo me alegraré de verte seguir tu camino...
RITA.— Gracias. (Una pausa.) ¿Has dicho eso en serio?
FRANK.— ¿Que me alegraré de que te marches? No... Pero sí estoy seguro de que no quiero verte encerrada en un lugar así para todo el resto de tu vida... No quiero... (Una pausa.)
RITA.— A veces puedes ser una auténtica basura, ¿sabes?... Tan contenta cómo estaba hace un minuto y... ahora me siento como si tuviese una pesadilla y estuviese viendo mi entierro... (FRANK ha encontrado el libro que buscaba.)
FRANK.— Bueno... aquí hay algo que te pondrá de mejor humor... Nuestro gran poeta... Calderón...
RITA.— ¿Calderón de la Barca?... ¿Don  Pedro?
FRANK.— El mismo que viste y calza... Verás que pronto vas a entender a Calderón... Lo complican mucho los españoles, Rita... Ese Valbuena y... todos... Pero lo vas a entender... Lo vas a entender y te va a gustar...
RITA.— Ya lo sé...
FRANK.—¿Qué? Mira... mira... lee esto... (RITA toma el libro abierto, lo mira, levanta la vista hacia FRANK y recita de memoria.)

RITA.—                «Estas que fueron pompa y alegría,
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.
Este matiz que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana.
será escarmiento de la vida humana:
tanto se aprende en término de un día.
A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron.
Cuna y sepulcro en un botón hallaron.
Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y expiraron, que, 
pasados  los  siglos,  horas  fueron.»
FRANK.— ¿Conoces ese soneto?
RITA.— (Riendo.) Sí, claro... lo estudiamos en  España...
FRANK.— ¿Calderón en un curso de verano?... No estaba en el programa de ese curso que estudiaseis a Calderón...
RITA.— No. Es que nos dieron unas conferencias... Era un chico que estaba absolutamente enloquecido con Calderón... Se pasaba el día entero hablando de él... Todo lo que hacía y todo lo que decía lo relacionaba con Calderón... Calderón y la playa... Calderón y las patatas fritas... Nada tonto, ¿sabes?... Así que el último día le hicimos un regalo y se lo entregamos con ese soneto... Un poco cambiado, desde luego... Decía... ¿Cómo decía?... Ah...
«Aunque no fueran pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
cuando la idiota se las de a su tía...»
Nos pareció un poco fuerte pero a él le encantó... Dijo algo así como que «la parodia es un elogio disimulado por el humor...».
FRANK.— ¿Así que ya conoces a Calderón?...  ¿Y tienes alguna idea de lo que es  «La vida es sueño»?
RITA.— Hombre, claro... no se puede conocer a Calderón si no se estudia en profundidad «La vida es sueño»...
FRANK.— No, claro... claro...

OSCURO


ESCENA 10. SEPTIEMBRE.
FRANK está corrigiendo ejercicios. De vez en cuando se detiene y hace una nota. Llaman a la puerta.

FRANK.—Adelante. (Entra RITA. Anda muy erguida y habla con una voz completamente distinta y absolutamente «snob».)
RITA.— ¡Hola, Frank!
FRANK.— (Sin  mirarla.) Hola,  Rita... Te  has  retrasado...
RITA.— Lo sé, Frank... Lo siento mucho. Ha sido inevitable...
FRANK.— (Mirándola.) ¿En serio?... ¿Qué tienes en la voz?
RITA.— No tengo nada en la voz, Frank... Únicamente que he decidido utilizar la fonética adecuada. Como dice Trish se pierden todos los valores cuando se habla de literatura con mala fonética. He cambiado la voz. Eso es todo...
FRANK.— Tu voz no tiene nada de desagradable. O, mejor dicho, no tenía nada de desagradable... Haz el favor de hablar como siempre...
RITA.— Estoy hablando como siempre... Solo que tengo que mejorar mi calidad fonética para poder enfrentarme a cualquier análisis...
FRANK.— ¿Me estás diciendo que vas a seguir hablando así todo lo que nos queda de curso?
RITA.— Por lo menos lo voy a intentar... Según Trish la perseverancia puede vencer cualquier dificultad...
FRANK.— (Espantado.) ¡Basta ya, Rita!
RITA.— Pero, Frank, tengo que perseverar si es que quiero...
FRANK.— Rita, por favor, sé tú misma...
RITA.— (Normal.) Estoy siendo yo misma...
FRANK.— ¿Qué tienes en la espalda?
RITA.— ¿Dónde?
FRANK.— En la espalda...
RITA.— (Mirándose.) Ah, no es nada... Un poco de hierba...
FRANK.— ¿Hierba?
RITA.— Sí... Es que llegué muy temprano y me entretuve charlando con unos estudiantes ahí afuera...
FRANK.— ¿Estuviste hablando con los estudiantes en el césped?
RITA.— (Riendo.) ¿Por qué te sorprende tanto?... Ahora ya puedo hablar con cualquiera...
FRANK.— No, si... si no me sorprendo... Creí que te daba un poco de miedo, ¿no?
RITA.— Sí. Y no sé por qué... Son unos estudiantes muy... flojos... No tienen ni idea... ¡Qué cabezas de chorlito!
FRANK.— ¿Qué me estás diciendo?
RITA.— Hablé con ellos porque al pasar por su lado vi que uno le decía a otro que, como novela, prefería «Lady Chatterley» a «Crimen y castigo»... Y no lo pude aguantar... No pude... Por eso me volví, me acerqué y dije: «Lo siento, pero he oído esa estupidez sobre Lawrence y Dostoiesky»... Se quedaron blancos, Frank... Tenías que haberlos visto... Les dije que comparar «Chatterley» con «Crimen y castigo», era como comparar el vino blanco con el «champagne»... Así que nos enredamos en una discusión tremenda...
FRANK.— Me parece haberte oído decir que lo que ese estudiante dijo fue que prefería «Chatterley» como novela...
RITA.— Sí, eso fue...
FRANK.— Lo cual no quiere decir que le pareciera superior...
RITA.— Al principio no... pero después sí que lo dijo...
FRANK.— Y tú...  ¿le convenciste?
RITA.— Estaba pidiendo a gritos que le dieran una buena lección... Era un verdadero cretino... Y razonaba como un memo... No, no fui yo sola... La prueba es que todos se pusieron a mi lado... Había uno de ellos que estaba como una cabra... No llevaba yo ni diez minutos hablando cuando ya me invitó a irme con ellos... Se van a Andalucía estas Navidades...
FRANK.— ¡Pero tú no te puedes ir!
RITA.— ¿Por  qué  no?
FRANK.— Porque no...  Porque tienes que examinarte...
RITA.— Pero los exámenes son antes de las Navidades...
FRANK.— Sí, bueno, son antes, pero tienes que esperar a saber los resultados...
RITA.— Eso sería lo de menos... Lo demás es que no puedo ir...
FRANK.— ¿Por qué?
RITA.— Eso está bien para ellos pero no para mí... Ellos se plantan en la carretera a hacer auto-stop... y ya está... Pero yo no puedo viajar así... (FRANK sigue corrigiendo el ejercicio que tiene entre manos.) Le llaman «Tigre»... al loco ese... Su nombre es Tyson... pero todos le llaman «Tigre»... (FRANK levanta la vista del ejercicio.)
FRANK.— ¿Tiene realmente alguna utilidad que yo siga corrigiendo esto?
RITA.— ¿Qué?
FRANK.— Que si sirve de algo empeñarse en preparar esos exámenes para que luego tú vayas y te enamores y te marches a Andalucía de vacaciones...
RITA.— (Sorprendida.) ¿Quéeee?... ¿Enamorarme?... ¿Enamorarme de quién?... Vamos, Frank, yo lo único que he hecho ha sido hablar con unos estudiantes... Cuidado que he oído estupideces en mi vida, pero lo que es como esa...
FRANK.— Está bien, está bien... pero deja ya de parlotear sobre el caballero Tyson...
RITA.— No estoy parloteando... (FRANK vuelve a enfrascarse en el ejercicio.)
RITA.— ¿Qué tal me ha quedado?
FRANK.— Pues... bueno... No estará nada mal... pero que nada mal... entre todos estos trabajos que tengo aquí... (Deja el trabajo sobre los demás.)
RITA.— ¿De verdad?
FRANK.— Y tan de verdad...

OSCURO


ESCENA 11. OCTUBRE.
RITA está sentada en el gran sillón, junto a la ventana, leyendo un enorme volumen. Se oyen detrás de la puerta imprecaciones y algunos tacos. Entra FRANK. Trae una cartera. Está muy borracho.

FRANK.— A la mierda... No, que se jodan... Que se jodan, ¿eh, Rita?
RITA.— ¿Quiénes?
FRANK.— Tú se lo habrías dicho en su cara, ¿no? Tú les habrías dicho el lugar exacto adonde tienen que ir...
RITA.— ¿A quién, Frank?
FRANK.— Sí... estudiantes... Los estudiantes me han denunciado... ¡A mí!... Se han quejado... ¿Sabes una cosa?... Se han quejado y ha sido la mejor conferencia que he dado en mi puñetera vida...
RITA.— ¿Estabas borracho?
FRANK.— ¿Borracho?... ¡Estaba glorioso!... Me caí dos veces de la tarima...
RITA.— ¿Te van a expulsar?
FRANK.— ¿Expulsarme? No, por Dios... Eso sería tomar una decisión y una borrachera no merece que se tomen tanto trabajo... Para que te expulsen tienes que ser, por lo menos, un violador a escala industrial y no de estudiantes, claro. Creo que ni eso... Aquí sólo te llaman la atención si asaltas un Banco... No... Lo que quieren es concederme un año sabático... O diez, si encuentran la fórmula... Ya sabes... Europa... América... Yo sugerí que lo que mejor me va es Australia pero no sé si me harán caso...
RITA.— Estás loco, Frank...
FRANK.— Sí, ya lo sé. Estoy loco...
RITA.— Y ya que no quieres pensar en ti, ¿por qué no piensas un poco en los estudiantes?
FRANK.— ¿Qué pasa con los estudiantes?
RITA.— No es bonito que su profesor esté tan borracho que ruede por la tarima.
FRANK.— Puede que me haya caído de la tarima, pero me caí hablando y me levanté hablando... No pudieron perderse ni una sílaba, así que... ¿de qué se quejan?
RITA.— A lo mejor se han quejado por tu propio bien...
FRANK.— Y a lo peor porque son una banda de desgraciados... incapaces de reconocer a un poeta hasta que le estrellas sus libros en la cabeza... «La asonancia, les dije, es una rima para pobres»... Y me miraron como si hubiese profanado la tumba de Shakespeare... (Una pausa.)
RITA.— Está bien, Frank... La semana próxima hablaremos de mi ensayo sobre Calderón...
FRANK.— ¿Adónde vas?...  Esta es nuestra hora de clase.
RITA.— No estás en condiciones de dar clase... Te dejo aquí mi trabajo y hablamos la semana que viene...
FRANK.— No... no... Tienes que quedarte... Esto... mira... ¿Borracho? (Respira profundamente ensanchando mucho el pecho.) Sobrio y de lo más sobrio... Venga... No te vayas... No te puedes ir... Tenemos que hablar de tu trabajo... (FRANK señala una página.) ¿Qué es esto, Rita?
RITA.— ¿Hay algo que está mal?
FRANK.— Bueno, mira... En tu análisis de «La vida es sueño» pareces asumir que Segismundo tiene un problema sexual.
RITA.— Y lo tiene...
FRANK.— ¿Estás segura?
RITA.— Sí... Lo que pasa es que... desde mi punto de vista... es difícil llegar a descubrirlo..:
FRANK.— ¿Difícil? ¡Qué difícil ni difícil!... Ya hemos discutido bastante «La vida es sueño»... Es un drama sobre el misterio de la existencia humana, ligado al pensamiento español de la época... Está clarísimo... (RITA se encoge de hombros.)
RITA.— Una explicación insuficiente... No encaja con Prometeo ni con Zaratustra ni con... No, Frank, no... Segismundo es más valioso cuantos más niveles de significado descubres en él...
FRANK.— «Hipogrifo violento» es una imagen muy simple y muy sencilla...
RITA.— Eso es lo que tú dices... Pero Trish y yo y otros muchos más estuvimos la otra noche discutiendo sobre Calderón y lo que pusimos en claro fue que debajo ya de los primeros versos... esto...
FRANK.— Sigue, sigue...
RITA.— Pues que hay gato encerrado...
«Hipogrifo violento
que corriste parejas con el viento,
¿dónde, rayo sin llama,
pájaro sin matiz, pez sin escama,
y bruto sin instinto...» Etc.
¡Claro que es una imagen sexual!... Si sólo hablase de un hipogrifo no tendría ningún valor poético... ¿Es verdad o no?
FRANK.— ¿Tú crees que «La vida es sueño» gana si se tienen en cuenta los problemas sexuales de Segismundo?
RITA.— (Desafiante.) ¿Y tú crees que mi ejercicio está mal por eso?
FRANK.— No, no está mal... Lo que pasa es que no me gusta...
RITA.— Una apreciación subjetiva...
FRANK.— (Sonriendo.) Sí... sí, creo que sí...
RITA.— ¿Qué nota me hubieran puesto si hubiese escrito eso en un examen?
FRANK.— Muy buena nota...
RITA.— Entonces,  ¿a qué viene esta reacción tuya?
FRANK.— (Suspirando.) Viene a que tu trabajo es un análisis de Calderón bastante aceptable en el que no hay absolutamente nada de ti misma...
RITA.— Lo que quieres decir es que ese trabajo no tiene nada que ver con tus teorías literarias... (Una pausa.)
FRANK.— Sí, también puede que sea eso...
RITA.— Y, sin embargo, el primer día que vine, Frank, te negaste a imponerme una teoría... Querías que las fuera descubriendo yo sola...
FRANK.— (Suave.) Y todavía sigo respetando mucho tus teorías... Pero estas ya no son tus teorías, Rita...
RITA.— No hagas trampas... Me dijiste que no elucubrara... Me dijiste que fuera objetiva... que consultara a otros autores... Y eso es lo que he hecho... Hablar con mucha gente... leer muchos libros y luego, después de enterarme, llegar a mis propias conclusiones... (FRANK la mira. Una pausa.)
FRANK.— Sí, sí... Está bien...
RITA.— No puedo aceptar el cien por cien de tus puntos de vista sobre Calderón, Frank... ¿O es que no debo tener ideas propias?...
FRANK.— Espero de todo corazón que sean verdaderamente tuyas...
RITA.— ¿Qué estás insinuando?
FRANK.— Nada. Estoy diciéndote que tengas mucho cuidado...
RITA.— (Enfadada.) ¿Mucho cuidado?... Estoy cuidándome de mí misma desde que tengo uso de razón... Y ahora... Sólo porque estoy estudiando como una mula y... porque he aprendido a leer lo que me interesa y... a entender algo... muy poco... pero algo... sin tener que venir corriendo a preguntarte cada cinco minutos... sólo por eso... me dices que tengo que tener cuidado...
FRANK.— Te lo digo porque... yo... me preocupo mucho por ti... y quiero que... que aprendas a defenderte sola... (Una pausa.)
RITA.— También yo estoy preocupada contigo, Frank... Pero tienes que dejarme volar un poco por mi cuenta... Ya no soy tan idiota, Frank... Ya no te necesito como antes... Puedo... puedo hacer bastantes cosas por mí misma... Y sé defenderme... sé muy bien lo que estoy haciendo... Así que... no sigas, Frank... no sigas tratándome como el primer día que vine aquí... Ahora sé cuál es la diferencia entre Somerset Maugham y Harold Robbins... Y tú me sigues tratando como si todavía estuviese leyendo «Corazón salvaje»... No es más que eso, Frank... ¿Lo comprendes?
FRANK.— Sí, lo comprendo...
RITA.— Perdona,  Frank...
FRANK.— No hay nada que perdonar... (Una pausa.) Por cierto, que he leído «Corazón salvaje», ¿sabes?... Es una buena novela...
RITA.— (Se ríe.) Vamos, Frank... En su género puede que sea una novela interesante... Lo que no se puede decir es que sea buena...

OSCURO


ESCENA 12.   OCTUBRE.
FRANK está sentado en su sillón, trabajando. Entra RITA y va hacia él.

RITA.— Frank... (FRANK mira el reloj.) Me he retrasado un poco... Lo siento... (FRANK abandona el sillón.) Bueno, me he retrasado bastante... Es que estábamos discutiendo y se me olvidó la hora...
FRANK.— ¿Discutiendo ?
RITA.— Sí. Y si eso puede disculparme... discutíamos sobre Shakespeare...
FRANK.— Sí... Debíais estar discutiendo mucho...
RITA.— ¿Tan tarde es?... Bien... La semana que viene seré un cronómetro... Te lo juro...
FRANK.— No, no te vayas...
RITA.— Perdona, Frank... Sé que te he hecho perder el tiempo... Trataré de recuperarlo el próximo día...
FRANK.— Siéntate, Rita... (RITA va hacia su silla habitual y se instala. FRANK se acerca a ella.) Cuando vi que no llegabas te telefoneé al trabajo.
RITA.— ¿A qué trabajo?
FRANK.— A la peluquería. Yo creí que trabajabas allí...
RITA.— Ya hace mucho que dejé la peluquería... Ahora tengo trabajo en un pub...
FRANK.— No me dijiste nada...
RITA.— ¿Ah, no?... Pues creí que te lo había dicho... Todo el mundo lo sabe...
FRANK.— Todo el mundo menos yo...
RITA.— Lo siento... (Una pausa.) ¿Qué es lo que no marcha? (Pausa.)
FRANK.— Me había acostumbrado a que me lo contases todo...
RITA.— Creí que te lo había contado.
FRANK.— Pues no... ¿Quieres un trago?
RITA.— ¿Que le importa a nadie que yo trabaje en una peluquería o que trabaje en un bar?
FRANK.— A mí me importa... ¿De verdad que no quieres una copa?... Yo la necesito...
RITA.— Dejemos el tema de mi trabajo... Es muy aburrido...
FRANK.— No lo dirás en serio...
RITA.— Tan en serio que por eso lo he dejado... Porque me aburría mortalmente... porque no me importa nada el arte de Fígaro... Porque no podía seguir aguantando tanta charlatanería insulsa...
FRANK.— ¿Y cuáles son los temas de conversación del pub?
RITA.— Todos.
FRANK.— ¿Todos?
RITA.— Sí.
FRANK.— Ah, en ese caso...
RITA.— Hablamos de lo divino y lo humano, Frank... Hablamos a un cierto nivel y dejamos los chismes para otros...
FRANK.— ¿Va mucho por ese bar el señor Tyson?
RITA.— Vienen muchos estudiantes, sí... y entre ellos Tyson... No pensarás volver a darme consejos, ¿verdad?
FRANK.— No creo que sirviera de mucho...
RITA.— Te diré una cosa para tu información particular... Encuentro fascinante a Tyson y a bastantes de mis nuevos amigos... Son jóvenes... tienen curiosidad... no están desilusionados de la vida... Y lo paso divinamente con ellos...
FRANK.— Mejor que aquí, claro... Aquí estás empezando a perder el tiempo...
RITA.— No digas estupideces... Siento mucho haberme retrasado tanto... (Pausa.) Bueno, Frank, me tengo que ir. Estoy citada con Trish a las siete... Vamos a ir a ver «La Gaviota»...
FRANK.— Ah, bien... No se debe hacer esperar a Chejov...
RITA.— Sch...
FRANK.— Ya no soportas mis clases, ¿verdad?
RITA.— Mentira... Sólo que es una grosería llegar tarde al teatro...
FRANK.— La semana pasada no viniste... Una llamadita telefónica y adiós...
RITA.— Es que... estoy viviendo tantas cosas a la vez... Me falta tiempo...
FRANK.— Por eso te he dicho antes que... por mí... puedes dejar las clases cuando quieras...
RITA.— No quiero dejarlas... No quiero... ¿Qué hay de mis exámenes?
FRANK.— No te preocupes por eso... Vas a aprobar... Y no tendrás que poner el corazón en las cuartillas... Si es que todavía lo tienes...
RITA.— Si dejases de creer que por beber porquerías vas a ser un poeta... (FRANK hace un gesto para tomar el vaso.) a lo mejor se te ocurrirían cosas más importantes que discutir sobre mi trabajo... Entonces sí que valdría la pena seguir viniendo aquí...
FRANK.— ¿Y cómo sabes tú lo que es importante y lo que no lo es?
RITA.— Porque he aprendido crítica literaria, Frank... En eso consiste mi clase, ¿no?
FRANK.— ¿Quieres crítica literaria? (FRANK mira un momento a RITA y luego va hacia su mesa, abre un cajón, saca una carpeta y se la entrega.) Muy bien... Hazme un trabajo crítico sobre esto para la semana que viene... (RITA se acerca a FRANK)
RITA.— ¿Qué es esto?
FRANK.— Una crítica sin sentimentalismo... Crítica pura... Pura crítica objetiva sobre un poeta de risa, absolutamente desconocido. Yo.

OSCURO


ESCENA 13. NOVIEMBRE.
FRANK sentado en una silla junto a la ventana con el vaso en la mano y la botella en la mesa. Está oyendo la radio.

FRANK.— Pase... (Entra RITA y se dirige al sillón giratorio de FRANK, tras la mesa de despacho.) ¿Qué... qué demonios estás haciendo aquí?... No tienes clase hasta la semana que viene...
RITA.— ¿Estás lúcido?
FRANK.— Si lo que quieres saber es si aún estoy en condiciones de entender lo que tengas que decirme, la contestación es «sí».
RITA.— Porque quiero que me oigas cuando estés bien sobrio... (Saca los poemas de FRANK.) ¡Son brillantes, Frank...! Tienes que volver a escribir otra vez... Son luminosos... Son agudos... Son profundos... Tienen tu estilo...
FRANK.— Repítemelo... Repítemelo y vuélvemelo a repetir...
RITA.— Son buenos, Frank... Y no lo pienso yo sola... Anoche Trish y yo los leímos juntas... Estamos completamente de acuerdo... ¿Por qué dejaste de escribir, Frank?... ¿Por qué lo dejaste cuando eres capaz de crear obras así?... Nos pasamos la noche en vela leyendo y releyendo tus poemas... La primera lectura nos equivocó... Parecía simplemente la palabrería al uso del universalismo contemporáneo... pero después... fue como una luz, Frank... y lo que los hace más... más... como dijo Trish, más resonantes y más transparentes que la poesía al uso, es que traslucen el temblor del diecinueve y... yo diría que el de todo el mundo clásico...
FRANK.— Eso... esto... bueno... suena como... así... maravilloso... Qué... qué suerte que no te los dejé leer antes de tiempo... Piensa si... si te los hubiese enseñado el día de tu primera clase...
RITA.— No habría entendido ni una palabra...
FRANK.— Te habrían parecido una mierda y los habrías tirado al cesto...
RITA.— (Riendo.) Sí, seguro... No estaba en condiciones de entender poesía, Frank... No hubiese percibido ni una sola referencia...
FRANK.— Así que... después de todo he hecho un buen trabajo contigo, ¿no?
RITA.— Sí, Frank...  muy buen trabajo...  Ahora lo veo...
FRANK.— ¿Sabes una cosa, Rita?... Creo que yo debería hacer como tú... Sí, sí... como tú... Cambiarme el nombre... Estupenda idea... A partir de hoy insistiré en que me llamen Mary... Mary Shelley... Esa referencia también la entiendes, ¿no, Rita?
RITA.— No estoy segura...
FRANK.— Escribió una pequeña gran novela que se llama «Frankenstein»...
RITA.— ¿Y qué más? (FRANK toma sus poemas y los levanta sobre su cabeza.)
FRANK.— Pues que esta inteligente pirotecnia de referencias y alusiones clásicas, no tiene el menor valor... es una pura mierda y así tendrá que juzgarlo cualquiera que tenga el más mínimo sentido común... Publicar esto es como irse voluntariamente al cubo de la basura... Hay más ingenio en la guía telefónica... y... probablemente más hondura... La única ventaja real que tiene sobre la guía es que se rompe mucho más fácilmente... (Rompe los poemas.) Estos Poemas son tan pretenciosos como ridículos y tan ridículos como faltos de personalidad...
RITA.— No... No lo son...
FRANK.— ¿Así que ahora ya puedes saber lo que tiene calidad., literaria y lo que no lo tiene... verdad, Rita? (Acaba de destrozar los poemas y lanza al aire los pedazos.) ¿Por qué no te marchas de una vez? Ya no puedo aguantar más.
RITA.— ¿Qué es lo que no puedes aguantar, Frank?
FRANK.—A ti... A ti...
RITA.—Yo sí que voy a decirte lo que no soportas mi querido y autocompasivo borracho... Lo que el ilustre profesor no soporta es que su alumna haya aprendido... Peor... Que la niña sea mayor y que ya no venga corriendo a sentarse en las rodillas de papá y a oír con los ojos abiertos todo cuanto dice papá... Ahora soy otra persona... tengo una formación... como la tienes tú... y eso no te gusta... Preferías que hubiese seguido siendo una inculta... porque eres como todos... y porque la incultura es horrible pero muy divertida... Muy bien, Frank... Ya no te necesito para nada... Mi casa está llena de libros, sé qué vino tengo que comprar y sé cómo tengo que vestirme... Sé entrar en una librería y sé ir a un teatro... Y para nada de eso te necesito.
FRANK.— Y para... leer unos libros y... comprar unos trajes... ¿has luchado tanto?... ¿De verdad es eso todo lo que tú necesitabas en la vida?
RITA.— A ti te parece muy poco, ¿verdad?... Sí, claro, como a ti te da igual despreciar las oportunidades que se te presentan... como tú no has luchado por nada en toda tu vida...
FRANK.—¿Y por qué has luchado tu?... ¿Por una cultura?... ¿Y eso qué es?... Tú crees que entender de canciones es mejor que cantar ¿no? Has cambiado de música, Rita... eso es todo... Y la música que oigo ahora me suena muy fea... y muy triste... Rita... Rita...
RITA.— (Echándose a reír.) ¿Rita?... ¿Quién es Rita?... Tú eres el único que todavía me llama Rita... Me olvidé de ese nombre cuando descubrí a quien nombraba... Estúpido... Rita no existe... Ya no hay nadie que me llame así...
FRANK.— ¿Y cómo te llamas ahora? (Sale RITA) ¿Virginia? ¿Indira? ¿Charlotte? ¿Emily o Jane?

OSCURO


ESCENA 14. NOVIEMBRE.
FRANK, apoyado en la librería, habla por teléfono.

FRANK.— Sí... Creo que trabaja ahí... Rita White... No, no perdone...   esto...   Susan  White...   ¿No?...  Bueno, gracias...  muchas gracias...

OSCURO

FRANK en el teléfono completamente borracho. Está sentado en la mesa, de espaldas al público.

FRANK.— Hola... esto... ¿Tú eres Trish?... Eh... soy un amigo de Rita... Rita... Perdón, de Susan, quiero decir... Sí... Podrías... Verás... Soy Frank... su profesor... Sí, yo también... esto... bueno... si puedes dile que... ya está incluida en la lista de los exámenes... Claro, claro, pero es que... no sabe los detalles... no sabe ni cuándo son... ni dónde... si... si tu pudieses decirle que me llame... Sí, eso es:., que me llame... por favor, que me llame... Gracias...

OSCURO


ESCENA 15. DICIEMBRE.
Entra RITA y cierra la puerta. Viste un abrigo largo. Va hacia la ventana. Enciende un cigarrillo. Se acerca a la librería y coloca una tarjeta de navidad entré otras desplegadas. Tira el sobre a la papelera, va a la puerta, abre y descubre a FRANK cargado con dos cajones de té. FRANK trata de esconderse y después entra casi arrastrando uno de los cajones. RITA sale al corredor y vuelve con el otro. FRANK arrastra el sillón de la mesa hasta la librería, se sube encima y empieza a bajar los libros y a guardarlos en los cajones. RITA le observa en silencio. FRANK continúa trabajando sin hacerle caso.

RITA.— Felices Pascuas, Frank... ¿Te han expulsado?
FRANK.— No.
RITA.— Y, entonces... ¿por qué estás recogiendo tus libros?
FRANK.— Me voy a Australia... (Una pausa.) Hace unas semanas me pasé toda una noche en vela para decidirme...
RITA.— ¿Te descubrieron asaltando un Banco?
FRANK.— Metafóricamente, sí... Y también metafóricamente cambiaron la sentencia de expulsión por la de dos años en Australia.
RITA.— ¿Qué ha dicho Julia?
FRANK.— Me desea un buen viaje...
RITA.— Así que no se va contigo... (FRANK niega con la cabeza. RITA comienza a ayudarle a bajar los libros, y a colocarlos en los cajones.) ¿Qué piensas hacer?
FRANK.— ¿Tú qué crees?... Australia es un paraíso para profesores como yo...
RITA.— Vamos, Frank...
FRANK.— ¿No sabes que los australianos le han puesto un nombre muy literario a su bebida favorita?... Forster... Cerveza Forster... Así se llama...
RITA.— ¿Es que no puedes ser serio alguna vez?
FRANK.— Por Dios Santo, ¿para qué has venido?
RITA.— Para decirte que eres un buen profesor... (Una pausa.) Gracias por haberme inscrito en la lista de exámenes...
FRANK.— No tienes nada que agradecerme... Sabía que eso era muy importante para ti...
RITA.— Solo que a ti no te ha gustado nada, ¿verdad?... A ti te hubiera gustado que yo hubiese escrito «Frank conoce todas las respuestas». Que lo hubiese escrito cien veces, ¿no?... Bueno, pues estuve a punto de hacerlo... Cuando dijeron «ya pueden empezar...» abrí el sobre como todo el mundo y... mientras todos los demás se ponían a escribir como locos yo... me quedé petrificada leyendo la primera pregunta... ¿Sabes cuál era, Frank?... «Sugerir una solución para los problemas de montaje de "Peer Gynt"»...
FRANK.— Esa respuesta no tenías que pensarla mucho...
RITA.— Pues la pensé... Estuve un rato sin escribir, contemplando el papel y acordándome de ti, de tu voz y de todas las cosas que tú me habías dicho... Traté de evitarlo y... llegué a la conclusión de que eres una catástrofe y que no haces más que equivocarte... ¿Así que crees que no me has dado nada, eh? ¿Crees que no has hecho nada por mí más que enseñarme a poner frases entrecomillas, unas detrás de otras?... Pues ni en eso aciertas, idiota... Me dio mucha rabia que me hicieran esa pregunta... Ya te he dicho que soy una estúpida... Es como Trish... mi compañera de apartamento... Yo la tenía por una chica inteligente y cuando llegué a casa la otra noche había intentado suicidarse... Es fantástico... Se pasa la vida tomando vitaminas para morirse de vieja y luego intenta matarse... (Una pausa.) Así es que eso es lo que pensé cuando leí la dichosa pregunta... Luego saqué el boli y me puse a escribir...
FRANK.— ¿Escribiste «hacerlo por la radio»?
RITA.— ¿Te habrías sentido orgulloso de mi, verdad?... ¿Te habría encantado que hubiese venido corriendo a decírtelo?... No, no lo hice... Podía elegir y elegí hacer un buen examen...
FRANK.— Ya lo sé... Te han dado muy buena nota...
RITA.— Exacto... Pero también habrían podido suspenderme... Lo que sucede es que la decisión era mía y yo me elegí a mi misma... Sólo por una razón... Porque tú me habías enseñado a ser persona... Y por eso estoy ahora aquí... Para decirte que eres un buen profesor... (FRANK deja caer los libros y la mira de frente.)
FRANK.— Sabes... esto... me han contado muchas cosas de Australia... Es como... ir a un mundo nuevo... y... ¿por qué... por qué no te vienes tú también?... A veces hay que marcharse de un sitio que... que ya no funciona y... volver a empezar...
RITA.— ¿No se llama eso «sálvese quien pueda»? Es lo que dicen en los barcos que se hunden...
FRANK.— ¿Y qué?... Lo importante es saber si... hay algo... que pueda mantenernos a flote... a los dos... (RITA lo mira y desvía la vista hacia las estanterías.)
RITA.— ¿Sabes una cosa, Frank?... Si hubiese una monedita de nada dentro de cada botella te podías comprar Australia...
FRANK.— (Sonriendo.) Te estás escapando...
RITA.— Sí. Tigre me ha preguntado que si quiero ir con ellos de excursión a Francia...
FRANK.— ¿Vas a ir?
RITA.— No sé qué hacer... No me apetece mucho, pero... no he estado nunca en Francia... También mi madre me ha invitado a pasar las Navidades con ella...
FRANK.— ¿Y qué has decidido?
RITA.— Nada... Puede que vaya a Francia... Puede que me vaya a casa de mi madre. Puede que tenga un niño... No lo sé... No sé lo que quiero... Pero ya lo sabré... Y lo que sea lo decidiré yo sólita... No lo sé, Frank... (FRANK ha descubierto un paquete escondido tras los libros y lo baja de la estantería.)
FRANK.— Hagas lo que hagas te puedes llevar esto...
RITA.— ¿Qué es?
FRANK.— Pues es... bueno es... es un vestido... Ya hace tiempo que lo compré... Es para... para una amiga mía... una mujer cultivada... (RITA saca el vestido.) Yo... no... no sé si te sentará bien... Estaba un poco borracho cuando lo compré...
RITA.— ¿Una mujer cultivada, Frank?... Y... ¿éstos son los escotes que van a llevar tus alumnas del futuro?
FRANK.— Cuando lo compré puse más énfasis en la palabra «mujer» que en la palabra «alumna»...
RITA.— Siempre... desde que te conozco... he estado recibiendo cosas de ti... Yo, en cambio, nunca te he dado nada...
FRANK.— Estás muy equivocada. Tú has...
RITA.— Es verdad... Y es porque nunca pensé que podía hacer algo por ti... Pero sí que puedo... Ven aquí, Frank... (Toma una silla y la coloca en el centro de la habitación.) Siéntate... (FRANK está aturdido y sin comprender.) Siéntate... (FRANK se sienta y RITA saca unas tijeras y con su mejor estilo profesional da unos tijeretazos en el aire.) Por si acaso... tenemos que ir a Australia... voy a quitarte diez años de encima... (RITA comienza a cortarle el pelo. FRANK da un grito de terror cuando las tijeras le rozan el lóbulo de la oreja.)


TELÓN