LOS INTERESES CREADOS
Jacinto Benavente
PERSONAJES:
DOÑA SIRENA
SILVIA
LA SEÑORA DE POLICHINELA
COLOMBINA
LAURA
RISELA
LEANDRO
CRISPÍN
EL DOCTOR
POLICHINELA
ARLEQUÍN
EL CAPITÁN
PANTALEÓN
EL HOSTELERO
EL SECRETARIO
Mozo 1 DE LA HOSTERÍA
Mozo 2
ALGUACILILLO 1
ALGUACILILLO 2
La acción se desarrolla en un país imaginario,
a principios del siglo XVIII
ACTO PRIMERO
He aquí el tinglado de la antigua
farsa, la que alivió en posadas aldeanas,
el cansancio de los trajinantes,
la que embobó en las plazas de
humildes lugares, a los simples villanos.
La que juntó en ciudades populosas,
a los más variados concursos,
como en París sobre el Puente
Nuevo, cuando Tabarín desde su
tablado de feria, solicitaba la atención
de todo transeúnte, desde el
espetado doctor, que detiene un momento
su docta cabalgadura, para
desarrugar por un instante la frente,
siempre cargada de graves pensamientos,
al escuchar algún donaire
de la alegre farsa, hasta el pícaro
hampón, que allí divierte sus ocios
horas y horas, engañando al hambre
con la risa; y el prelado y la
dama de calidad, y el gran señor
desde sus carrozas, como la moza
alegre, y el soldado, y el mercader,
y el estudiante. Gente de toda condición,
que en ningún otro lugar, se
hubiera reunido, comunicábanse allí,
su regocijo, que muchas veces, más
que de la farsa, reía el grave de ver
reír al risueño, y el sabio al bobo,
y los pobretes de ver reír a los grandes
señores, ceñudos de ordinario,
y los grandes, de ver reír a los pobretes,
tranquilizada su conciencia
con pensar: ¡también los pobres
ríen! Que nada prende tan pronto
de unas almas en otras, como esta
simpatía de la risa. Alguna vez, también
subió la farsa, a palacios de
príncipes, altísimos señores, por humorada
de sus dueños, y no fue allí,
menos libre y despreocupada. Fue
de todos y para todos. Del pueblo,
recogió burlas y malicias y dichos
sentenciosos, de esa filosofía del
pueblo, que siempre sufre, dulcificada
por aquella resignación de los
humildes de entonces, que no lo esperaban
todo de este mundo, y por
eso, sabían reírse del mundo sin odio
y sin amargura. Ilustró después su
plebeyo origen con noble ejecutoria:
Lope de Rueda, Shakespeare, Molière,
como enamorados príncipes
de cuento de hadas, elevaron a Cenicienta
al más alto trono de la
Poesía y el Arte. No presume de
tan gloriosa estirpe esta farsa, que
por curiosidad de su espíritu inquieto,
os presenta un poeta de ahora.
Es una farsa guiñolesca, de asunto
disparatado, sin realidad alguna.
Pronto veréis cómo cuanto en ella
Sucede, no pudo acaecer nunca, que
sus personajes no son ni semejan
hombres y mujeres, sino muñecos
o fantoches de cartón y trapo, con
groseros hilos, visibles a poca luz y
al más corto de vista. Son las mismas
grotescas máscaras, de aquella
comedia de Arte italiano, no tan
regocijadas como solían, porque han
meditado mucho en tanto tiempo.
Bien conoce el autor, que tan primitivo
Espectáculo, no es el más digno
de un culto auditorio de estos tiempos;
así, de vuestra cultura tanto
como de vuestra bondad, se ampara.
El autor sólo pide que aniñéis
cuanto sea posible vuestro espíritu.
El mundo está ya viejo y chochea;
el Arte no se resigna a envejecer, y
por parecer niño finge balbuceos. . .
Y he aquí cómo estos viejos polichinelas,
pretenden hoy, divertiros
con sus niñerías.
CUADRO PRIMERO
Plaza de una ciudad. A la derecha, en primer término, fachada de una hostería con puerta practicable y en ella un aldabón. Encima de la puerta un letrero que diga: "Hostería’.
ESCENA I
LEANDRO y CRISPÍN que salen por la segunda izquierda.
LEANDRO.-Gran ciudad ha de ser ésta, Crispín; en todo se advierte su señorío y riqueza.
CRISPIN.-Dos ciudades hay.¡Quisiera el Cielo que en la mejor
hayamos dado!
LEANDRO.-¿Dos ciudades dices, Crispín? Ya entiendo, antigua y nueva, una de cada parte del río.
CRISPÍN.-¿Qué importa el río ni la vejez ni la novedad? Digo dos ciudades como en toda ciudad del mundo: una para el que llega con dinero, y otra para el que llega como nosotros.
LEANDRO.-¡Harto es haber llegado sin tropezar con la justicia!
bien quisiera detenerme aquí algún tiempo, que ya me cansa tanto correr tierras.
CRISPÍN.-A mí no, que es condición de los naturales, como yo,
del libre reino de Picardía, no hace asiento en parte alguna, si no es forzado y en galeras, que es duro asiento. Pero ya que sobre esta ciudad caímos y es plaza fuerte al que se descubre, tracemos como prudentes capitanes nuestro plan de batalla, si hemos de conquistarla con provecho.
LEANDRO.-¡Mal pertrechado ejército Venimos!
CRISPÍN.-Hombres somos, y con hombres hemos de vernos.
LEANDRO.-Por todo caudal, nuestra persona. No quisiste que nos desprendiéramos de estos vestidos, que, malvendiéndolos, hubiéramos podido juntar algún dinero.
CRISPÍN.-¡Antes me desprendiera yo de la piel que de un buen
vestido! Que nada importa tanto como parecer, según va el mundo, y el vestido es lo que antes parece.
LEANDRO.-¿Qué hemos de hacer, Crispín? Que el hambre y el cansancio me tienen abatido, y mal discurro.
CRISPÍN .-Aquí no hay sino valerse del ingenio y de la desvergüenza, que sin ella nada vale el ingenio.
Lo que he pensado es que tú has de hablar poco y desabrido, para darte aires de persona de calidad; De vez en cuando te permito que descargues algún golpe sobre mis costillas; a cuantos te pregunten, responde misterioso; y cuanto hables por tu cuenta, sea con gravedad; Como si sentenciaras. Eres joven, de buena presencia; Hasta ahora sólo supiste malgastar tus cualidades; ya es hora de aprovecharte de ellas. Ponte en mis manos, que nada conviene
tanto a un hombre como llevar a su lado quien haga notar sus
méritos, que en uno mismo la modestia es necedad y la propia alabanza locura, y con las dos se pierde para el mundo. Somos los hombres como mercancía, que valemos más o menos según la habilidad del mercader que nos presenta. Yo te aseguro que así fueras vidrio, a mi cargo corre que pases por diamante. Y ahora llamemos a esta hostería, Que lo primero es acampar a vista de la plaza.
LEANDRO.-¿A la hostería dices?¿Y cómo pagaremos?
CRISPÍN.-Si por tan poco te acobardas
busquemos un hospital o casa
de misericordia, o pidamos limosna,
si a lo piadoso nos acogemos; y si
a lo bravo, volvamos al camino y
saltemos al primer viandante; si a la
verdad de nuestros recursos nos atenemos,
no son otros nuestros recursos.
LEANDRO.-Yo traigo cartas de
introducción para personas de valimiento
en esta ciudad, que podrán socorremos.
CRISPÍN.-¡Rompe luego esas cartas
y no pienses en tal bajeza? ¡Presentarnos
a nadie como necesitados!
¡Buenas cartas de crédito son ésas!
Hoy te recibirán con grandes cortesías,
te dirán que su casa y SU persona
son tuyas, y a la segunda vez
que llames a su puerta, ya te dirá
el criado que su señor no está en
casa ni para en ella; y a otra visita,
ni te abrían la puerta .Mundo
es éste de toma y daca; lonja
de contratación, casa de cambio, y
antes de pedir, ha de ofrecerse.
LEANDRO.-¿Y qué podré ofrecer
yo si nada tengo?
CRISPÍN.-¡En qué poco te estimas!
Pues qué, un hombre por sí,
¿nada vale? Un hombre puede ser
soldado, y con su valor decidir una
victoria; puede ser galán o marido,
y con dulce medicina curar a alguna
dama de calidad o doncella de
buena linaje que se sienta morir de
melancolía; puede ser criado de algún
señor poderoso que se aficione
de él y le eleve hasta su privanza,
y tantas cosas más que no he de
enumerar. Para subir, cualquier escalón
es bueno.
LEANDRO.-¿Y si aun ese escalón
me falta?
CRISPÍN.-Yo te ofrezco mis espaldas
para encumbrarte. Tú te verás en alto.
LEANDRO .-¿Y si los dos damos en tierra?
CRISPíN.-Que ella nos sea leve.
(Llamando a la hostería con el aldabón.)
¡Ah de la hostería! ¡Hola, digo!
¡Hostelero o demonio! ¿Nadie
responde? ¿Qué casa es ésta?
LEANDRO.-¿Por qué esas voces
si apenas llamasteis?
CRISPÍN.-¡Porque es ruindad hacer
esperar de ese modo! (Vuelve a
llamar más fuerte.) ¡Ah de la gente!
¡Ah de la casa! ¡Ah de todos los diablos!
HOSTELERO.-(Dentro.) ¿Quién
va? ¿Qué voces y qué modo son éstos?
No hará tanto que esperan.
CRISPÍN .-¡Ya fue mucho! Y bien
nos informaron que es ésta muy ruin
posada para gente noble.
ESCENA II
DICHOS, el HOSTELERO y dos Mozos
que salen de la hostería.
HOSTELERO.-(Saliendo.) Poco a
poco, que no es posada, sino hospedería
y muy grandes señores han
parado en ella.
CRISPÍN.-Quisiera yo ver a esos
que llamáis grandes señores.
Gentecilla de poco más o menos. Bien
se advierte en esos mozos, que no
saben conocer a las personas de calidad,
y se están ahí como pasmarotes, sin atender a nuestro servicio.
HOSTELERO.-¡Por vida que sois impertinente!
LEANDRO.-Este criado mío Siempre
ha de extremar su celo. Buena es vuestra posada para el poco tiempo que he de parar en ella. Disponed luego un aposento para mí y otro para este criado, y ahorremos palabras.
HOSTELERO.-Perdonad, señor; si
antes hubierais hablado. . . Siempre
los señores han de ser más comedidos que sus criados.
CRISPÍN.-Es que este buen señor
mío a todo se acomoda; pero
yo sé lo que conviene a su servicio,
y no he de pasar por cosa mal hecha.
Conducidnos ya al aposento.
HOSTELERO.-¿No traéis bagaje alguno?
CRISPÍN.-¿Pensáis que nuestro
bagaje es hatillo de soldado o de
estudiante para traerlo a mano, ni
que mi señor ha de traer aquí ocho
carros, que tras nosotros vienen, ni
que aquí ha de parar sino el tiempo
preciso que conviene al secreto
de los servicios que en esta ciudad le están encomendados?
LEANDRO.-¿No callarás? ¿Qué secreto ha de haber contigo? ¡Pues voto a.. ., que si alguien me descubre por tu hablar sin medida!. . .
(Le amenaza y le pega con la espada)
CRISPÍN.-¡Valedme, que me matará!
(Corriendo.)
HOSTELERO.-(Interponiéndose
entre Leandro y Crispín.) ¡Teneos,
señor!
LEANDRO.-Dejad que le castigue, que no hay falta para mí como el hablar sin tino.
HOSTELERO.-¡NO le castiguéis, señor!
LEANDRO.-¡Dejadme, dejadme,
que no aprenderá nunca!(Al ir a pegar
a Crispín, éste se esconde detrás
del Hostelero, quien recibe los
golpes.)
CRISPÍN.-(Quejándose.)¡Ay, ay,ay!
HOSTELERO .-¡Ay digo yo, que
me dio de plano!
LEANDRO.-(A Crispín.) Ve a lo
que diste lugar: a que este infeliz
fuera el golpeado. ¡Pídele perdón!
HOSTELERO.-No es menester. Yo
le perdono gustoso. (A los criados.)
¿Qué hacéis ahí parados? Disponed los aposentos donde suele parar el embajador de Mantua y preparad comida para este caballero.
CRISPíN .-Dejad que yo les advierta
de todo, que cometerán mil
torpezas y pagaré yo luego, que mi
señor, como veis, no perdona falta..
Soy con vosotros, muchachos...
y tened cuenta a quién servís,
que la mayor fortuna O la mayor
desdicha os entró por las puertas.(Entran los criados y Crispín. En la hostería.)
HOSTELERO.-(A Leandro) ¿Y podéis decirme vuestro nombre, de dónde venís, y a qué propósito?. . .
LEANDRO.-(Al ver salir a Crispín de la hostería) Mi criado os lo dirá. . . Y aprended a no importunarme con preguntas. . . (Entra en la hostería,)
CRISPÍN.-¡ Buena la hicisteis!
¿Atreverse a preguntar a mi señor?
Si os importa tenerle una hora siquiera
en vuestra casa, no volváis a
dirigirle la palabra.
HOSTELERO.-Sabed que hay Ordenanzas
muy severas que así lo disponen.
CRISPÍN.-¡Venios con Ordenanzas
a mi señor! ¡Callad, callad, que
no sabéis a quién tenéis en vuestra
casa, y si lo supierais no diríais tantas
impertinencias!
HOSTELERO.-Pero ¿no he de saber
siquiera?. . .
CRISPÍN.-¡Voto a.. ., que llamaré
a mi señor y él os dirá lo que
conviene, si no le entendisteis! ¡Cuidad
de que nada le falte y atendedle
con vuestros cinco sentidos, que bien
puede pesaros!
¿No sabéis conocer a las personas?
¿NO visteis ya quién es mi señor?
¿Qué replicáis? ¡Vamos ya
(Entra en la hostería empujando al Hostelero.)
ESCENA III
ARLEQUÍN y el CAPITÁN que salen por la segunda izquierda.
ARLEQUÍN .-Vagando por los
campos que rodean esta ciudad, lo
mejor de ella sin duda alguna, creo
que sin pensarlo hemos venido a dar
frente a la hostería. ¡Animal de costumbre
es el hombre! ¡Y dura costumbre
la de alimentarse cada día!
CAPITÁN.- ¡La dulce música de
vuestros versos me distrajo de mis
pensamientos! ¡Amable privilegio de
los poetas!
ARLEQUÍN .-¡Que no les impide
carecer de todo! Con temor llego a
la hostería. ¿Consentirán hoy en
fiarnos? ¡Válgame vuestra espada!
CAPITÁN.-¿Mi espada? Mi espada
de soldado, como vuestro plectro
de poeta, nada valen en esta ciudad
de mercaderes y de negociantes..
¡Triste condición es la nuestra!
ARLEQUÍN.-Bien decís. No la sublime
poesía, que sólo canta de nobles
y elevados asuntos; ya ni sirve
poner el ingenio a las plantas de los
poderosos para elogiarlos o satirizarlos;
alabanzas o diatribas no tienen
valor para ellos; ni agradecen
las unas ni temen ías otras. El propio
Aretino hubiera muerto de
hambre en estos tiempos.
CAPITÁN.-¿Y nosotros, decidme?
Porque fuimos vencidos en las últimas
guerras, más que por el enemigo
poderoso, por esos indignos traficantes
que nos gobiernan y nos
enviaron a defender sus intereses sin
fuerzas y sin entusiasmo, porque nadie
combate con fe por lo que no
estima; ellos, que no dieron uno de los suyos para soldado ni soltaron moneda sino a buen interés y a mejor
cuenta, y apenas temieron verla perdida amenazaron con hacer causa con el enemigo, ahora nos culpan
a nosotros y nos maltratan y
nos menosprecian y quisieran ahorrarse
la mísera soldada con que
creen pagarnos, y de muy buena gana
nos despedirían si no temieran
que un día todos los oprimidos por
sus maldades y tiranías se levantaran
contra ellos. ¡Pobres de ellos si ese
día nos acordamos de qué parte están
la razón y la justicia!
ARLEQUÍN.-si así fuera. . . , ese
día me tendréis a vuestro lado.
CAPITÁN.-Con los poetas no hay
que contar para nada, que es vuestro
espíritu como el ópalo, que a
cada luz hace diversos visos. Hoy
os apasionáis por lo que nace y mañana
por lo que muere; pero más
inclinados sois a enamoraros de todo
lo ruinoso por melancólico. Y
como sois por lo regular poco madrugadores,
más veces visteis morir el sol
que amanecer el día, y más
sabéis de sus ocasos que de sus auroras.
ARLEQUÍN.-NO lo diréis por mí,
que he visto amanecer muchas veces
cuando no tenía dónde acostarme.
¿Y cómo queríais que cantara a1
día, alegre como alondra, si amanecía
tan triste para mí? ¿Os decidís
a probar fortuna?
CAPITÁN .-¡Qué remedio! Sentémonos
y sea lo que disponga nuestro
buen hostelero.
ARLEQUÍN.-¡HOla! ¡Eh! ¿Quién
sirve? (Llamando en la hostería.)
ESCENA IV
DICHOS, el HOSTELERO . Después los
Mozos, LEANDRO y CRISPÍN, que salen a su tiempo de la hostería.
HOSTELERO.-¡ Ah, caballeros!
¿Sois vosotros? Mucho lo siento, pero
hoy no puedo servir a nadie en
mi hostería.
CAPITÁN.-¿Y por qué causa, si
puede saberse?
HOSTELERO.-¡Lindo desahogo es
el vuestro en preguntarlo! ¿Pensáis
que a mí me fía nadie lo que en mi
casa se gasta?
CAPITÁN.-¡ Ah! ¿Es ése el motivo?
¿Y no somos personas de crédito
a quien puede fiarse?
HOSTELERO.-Para mí, no. Y como
nunca pensé cobrar, para favor
ya fue bastante; conque así, hagan
merced de no volver por mi casa.
ARLEQUÍN.-¿Creéis que todo es
dinero en este bajo mundo? ¿Contáis
por nada las ponderaciones que
de vuestra casa hicimos en todas
partes? ¡Hasta un soneto os tengo
dedicado y en él celebro vuestras
perdices estofadas y vuestros pasteles
de liebre!. . . Y en cuanto al señor
Capitán, tened por seguro que
él solo sostendrá contra un ejército
el buen nombre de vuestra casa.
¿Nada vale esto? ¡Todo ha de ser
moneda contante en el mundo!
HOSTELERO .-¡NO estoy para burlas!
No he menester de vuestros sonetos
ni de la espada del señor Capitán,
que mejor pudiera emplearla.
CAPITÁN .-¡Voto a. . . , que si la
emplearé escarmentando a un pícaro! (Amenazándole y pegándole con la espada.)
HOSTELERO.-(Gritando.) ¿Qué es esto?
¿Contra mí? ¡Favor! ¡Justicia!
ARLEQUÍN.-(Conteniendo al Capitán.)
¡No os perdáis por tan ruin sujeto!
CAPITÁN.-¡He de matarle! (Pegándole.)
HOSTELERO.-¡Favor! ¡ Justicia!
MOZOS.-(Saliendo de la hostería.)
¡Que matan a nuestro amo!
HOSTELERO.- ¡Socorredme!
CAPITÁN.-¡NO dejaré uno!
HOSTELERO.-¿No vendrá nadie?
LEANDRO.-(Saliendo con Crispín.)
¿Qué alboroto es éste?
CRISPÍN .-¿En lugar donde mi señor
se hospeda? ¿No hay sosiego posible
en vuestra casa? Yo traeré a
la Justicia, que pondrá orden en ello.
HOSTELERO.-¡Esto ha de ser mi ruina!
¡Con tan gran señor en mi casa!
ARLEQUÍN.-¿Quién es él?
HOSTELERO.-¿ No oséis preguntarlo?
CAPITÁN.-Perdonad, señor, si turbamos
vuestro reposo; pero este ruin
hostelero. . .
HOSTELERO.-NO fue mía la culpa,
señor, sino de estos desvergonzados...
CAPITÁN.-¿A mí desvergonzado?
¡No miraré nada!. . ,
CRISPÍN.-¿Alto, señor Capitán,
que aquí tenéis quien satisfaga vuestros
agravios, si los tenéis de este
hombre.
HOSTELERO.-Figuraos que ha
más de un mes que comen a mi costa
sin soltar blanca, y porque me
negué hoy a servirles se vuelven contra
mí.
ARLEQUÍN.-Yo, no, que todo lo
llevo con paciencia.
CAPITÁN.-¿Y es razón que a un
soldado no se le haga crédito?
ARLEQUÍN.-¿Y es razón que en
nada se estime un soneto con estrambote
que compuse a sus perdices estofadas
y a sus pasteles de liebre?...Todo por fe,
que no los probé nunca, sino carnero y potajes.
CRISPÍN.-Estos dos nobles señores
dicen muy bien, y es indignidad
tratar de ese modo a un poeta y a un
soldado.
ARLEQÍN.- ¡Ah señor, sois un
alma grande!
CRISPÍN.-Yo no. Mi señor, aquí presente;
que como tan gran señor, nada hay para él en el mundo
como un poeta y un soldado.
LEANDRO .-Cierto.
CRISPÍN.-Y estad seguros de que
mientras él pare en esta ciudad, no
habéis de carecer de nada, y cuanto
gasto hagáis, aquí corre de su cuenta.
LEANDRO.-Cierto.
CRISPÍN .-¡Y mírese mucho el
hostelero en trataros como corresponde!
HOSTELERO.-¡Señor!
CRISPÍN.-Y no seáis tan avaro
de vuestras perdices ni de vuestras
empanadas de gato, que no es razón
que un poeta como el señor Arlequín
hable por sueño de cosas tan palpables. . .
ARLEQUIN.-¿Conocéis mi nombre?
CRISPÍN.-Yo no; pero mi señor,
como tan gran señor, conoce a cuantos
poeta existen y existieron, siempre
que sean dignos de ese nombre.
LEANDRO-.Cierto.
CRISPÍN.-Y ninguno tan grande
como vos, señor Arlequín; y cada
vez que pienso que aquí no se os
ha guardado todo el respeto que merecéis...
HOSTELERO.-Perdonad, señor.
Yo les serviré como mandáis, y basta
que seáis su fiador. . .
CAPITÁN.-Señor, si en algo puedo
serviros..
CRISPÍN.-¿ES poco servicio el conoceros?
¡Glorioso Capitán, digno de ser cantado por ese solo poeta!. . .
ARLEQUIN.-¡Señor!
CAPITÁN.- ¡Señor!
ARLEQUÍN .-¿Y os son conocidos
mis versos?
CRISPÍN .-¿Cómo conocidos? ¡Olvidados
los tengo! ¿No es vuestro
aquel soneto admirable que empieza:
"La dulce mano que acaricia y mata"?
ARLEQUIN.-¿Cómo decís?
CRISPÍN.-"La dulce mano que
acaricia y mata."
ARLEQUÍN.-¿Ése decís? No, no
es mío ese soneto.
CRISPÍN.-Pues merece ser vuestro.
Y de vos, Capitán, ¿quién no
conoce las hazañas? ¿NO fuisteis el
que sólo con veinte hombres asaltó
el castillo de las Peñas Rojas en la
famosa batalla de los Campos Negros?
CAPITAN.-¿Sabéis? . . .
CRISPÍN.-¿Cómo si sabemos?
¡Oh! ¿Cuánta veces se lo oí referir
a mi señor entusiasmado! ¡Veinte
hombres, veinte, y vos delante, y
desde el castillo. . . ¡bum!, ¡bum!,
¡bum!, disparos y bombardas y pez
hirviente, y demonios encendidos. . . !
¡Y los veinte hombres como un solo
hombre y vos delante! Y los de
arriba.... ¡bum!¡bum!¡bum!Y los tambores..
¡ran,rataplan,.Y los clarines. . . ,
¿tararí, tararí, tararí!...
Y vosotros sólo con vuestra
espada y vos sin espada. . . iris,
ris ris!, golpe aquí, golpe allí. . .,
una cabeza, un brazo. . . (Empieza
a golpes con la espada, dándoles de
plano al Hostelero y a los Mozos.)
MOZO.-¡Ay, ay!
HOSTELERO.- ¡Téngase; que se
apasiona como si pasara!
CRISPÍN.-¿Cómo si me apasiono?
Siempre sentí yo el animus belli.
CAPITÁN.-NO parece si no que os
hallasteis presente.
CRISPÍN.-Oírselo referir a mi señor
es como verlo, mejor que verlo.
¡Y a un soldado así, al héroe de las
Peñas Rojas en los Campos Negros,
se le trata de esa manera!. . .
¡Ah! Gran suerte fue que mi señor se hallase
presente y que negocios de importancia
le hayan traído a esta ciudad,
dónde él hará que se os trate
con respeto, como merecéis. . . ¡Un
poeta tan alto, un tan gran capitán
(A los Mozos.) ¡Pronto! ¿Qué hacéis
ahí como estafermos? Servidles de lo
mejor que haya en vuestra casa, y
ante todo una botella del mejor vino,
que mi señor quiere beber con estos
caballeros, y lo tendrá a gloria. . .
¿Qué hacéis ahí? ¡Pronto!
HOSTELERO.-¡Voy, VOY! ¡No he
librado de mala!
(Se va con los Mozos a la hostería)
ARLEQUÍN.-¡ Ah, señor! ¿Cómo
agradeceros?. . .
CAPITÁN.-¿Cómo pagaros?
CRISPÍN.-¡Nadie hable aquí de
pagar, que es palabra que ofende!
Sentaos, sentaos, que para mi señor,
que a tantos príncipes y grandes ha
sentado a su mesa, será éste el mayor
orgullo.
LEANDRO.-Cierto.
CRISPÍN.-Mi señor no es de muchas
palabras; pero, como veis, esas pocas
son otras tantas sentencias llenas de sabiduría.
ARLEQUÍN.-En todo muestra su grandeza.
CAPITÁN.-No sabéis cómo conforta nuestro abatido espíritu hallar un gran señor como vos, que así nos considera.
CRISPÍN.-Esto no es nada, que yo sé que mi señor no se contenta con tan poco y será capaz de llevaros consigo y colocaros en tan alto estado. . .
LEANDRO.-(Aparte a Crispín.)
No te alargues en palabras, Crispín...
CRISPÍN.-Mi señor no gusta de palabras,
pero ya le conoceréis por las obras.
HOSTELERO..(Saliendo con los
Mozos que traen las viandas y ponen
la mesa.) Aquí está el vino. . . ,
y la comida.
CRISPÍN.-¡Beban, beban y coman
y no se priven de nada, que
mi señor corre con todo, y si algo
os falta, no dudéis en decirlo, que
mi señor pondrá orden en ello, que
el hostelero es dado a descuidarse!
HOSTELERO.-No, por cierto; pero
comprenderéis. . .
CRISPÍN.-No digáis palabra, que
diréis una impertinencia.
CAPITÁN.-¡A vuestra salud!
LEANDRO.-¿A la vuestra, señores!
¡Por el más grande poeta y el mejor
soldado!
ARLEQUÍN .-¡Por el más noble señor!
CAPITÁN .-¡Por el más generoso!
CRISPÍN.-Y yo también he de
beber, aunque sea atrevimiento. Por
este día grande entre todos que juntó
al más alto poeta, al más valiente
capitán, al más noble señor y al
más leal criado. . . Y permitid que
mi señor se despida, que los negocios
que le traen a esta ciudad no
admiten demora.
LEANDRO.-Cierto.
CRISPÍN.-¿No faltaréis a presentarle
vuestros respetos cada día?
ARLEQUÍN.-Y a cada hora; y he
de juntar a todos los músicos y poetas
de mi amistad para festejarle con músicas y canciones.
CAPITÁN.Y yo he de traer a, toda
mi compañía con antorchas y luminarias.
LEANDRO.-Ofenderéis mi modestia...
CRISPÍN.-Y ahora comed, bebed...
¡Pronto! Servid a estos señores..
(Aparte al Capitán.) Entre
nosotros. . ., ¿Estaréis sin blanca?
CAPITÁN.-¿Qué hemos de deciros?
CRISPÍN.-¡No digáis más! (Al Hostelero.)
¡Eh! ¡Aquí entregaréis a estos caballeros
cuarenta o cincuenta escudos por encargo de mi
señor y de parte suya. . . ¡No dejéis de cumplir sus órdenes!
HOSTELERO.-¡Descuidad! ¿Cuarenta
o cincuenta, decís?
CRISPÍN.-Poned sesenta. . . ¡Caballeros, salud!
CAPITÁN.-¡Viva el más grande
caballero!
ARLEQUÍN.- ¡Viva!
CRISPÍN-¡Decid ¡viva! También vosotros, gente incivil!
HOSTELERO Y MOZOS.-¡viva!
CRÍSPÍN.-¡Viva el más alto poeta
y el mayor soldado!
TODOS.-¡Viva!
LEANDRO.-(Aparte a Crispín.)
¿Qué locuras son éstas, Crispín, y
cómo saldremos de ellas?
CRISPÍN.-Como entramos. Ya lo
ves; la poesía y las armas son nuestras...¡Adelante!
sigamos la conquista del mundo! (Todos se hacen
saludos y reverencias, y Leandro y
Crispín se van por la segunda izquierda.
El Capitán y Arlequín
se disponen a comer los asados que
les han preparado el Hostelero y los
Mozos que los sirven.)
SEGUNDO CUADRO
Jardín con fachada de un pabellón
con puerta practicable en primer término
izquierda. Es de noche.
ESCENA I
DOÑA SIRENA y COLOMBINA saliendo del pabellón.
SIRENA.-¿No hay para perder el
juicio, Colombina? ¡Que una dama
se vea en trance tan afrentoso
por gente baja y descomedida! ¿Cómo
te atreviste a volver a mi presencia
con tales razones?
COLOMBINA.-¿Y no habíais de saberlo?
SIRENA.-¡Morir me estaría mejor!
¿Y todos te dijeron lo mismo?
COLOMBINA.-Uno por uno, Como
lo oísteis. . . El sastre, que no
os enviará el vestido mientras no le
paguéis todo lo adeudado.
SIRENA.-¡El insolente! ¡El salteador
de caminos! ¡Cuando es él
quien me debe todo su crédito en
esta ciudad, que hasta emplearlo yo
en el atavío de mi persona no supo
lo que era vestir damas!
COLOMBINA.-Y los cocineros y
los músicos y los criados todos dijeron
lo mismo: que no servirían esta
noche en la fiesta si no les pagáis por adelantado.
SIRENA.-¡Los sayones! ¡Los forajidos!
¡Cuándo se vio tanta insolencia
en gente nacida para servirnos!
¿Es que ya no se paga más que con
dinero? ¿Es que ya sólo se estima
el dinero en el mundo? ¡Triste de la
que se ve como yo, sin el amparo
de un marido, ni de parientes, ni de
allegados masculinos!. . . Que una
mujer sola nada vale en el mundo,
por noble y virtuosa que sea.
¡Oh, tiempos de perdición! ¡Tiempos del
Apocalipsis! ¡El Anticristo debe ser llegado!
COLOMBINA.-Nunca os vi tan
apocada. Os desconozco. De mayores
apuros supisteis salir adelante.
SIRENA.-Eran otros tiempos, Colombina.
Contaba yo entonces con
mi juventud y con mi belleza como
poderosos aliados. Príncipes y grandes
señores rendíanse a mis plantas.
COLOMBINA.-En cambio, no sería
tanta vuestra experiencia y conocimiento
del mundo como ahora.
Y en cuanto a vuestra belleza, nunca
estuvo tan en su punto, podéis creerlo.
SIRENA.-¡Deja lisonjas! ¡Cuándo
me vería yo de este modo si fuera
la doña Sirena de mis veinte!
COLOMBINA.-¿Años queréis decir?
SIRENA.-PueS ¿qué pensaste? ¡Y
qué diré de ti, que aún no los cumpliste
y no sabes aprovecharlo!
¡Nunca lo creyera cuando al verme
tan sola de criada te adopté por
sobrina! ¡Si en vez de malograr tu
juventud enamorándote de ese Arlequín,
ese poeta que nada puede
ofrecer sino versos y músicas, supieras
emplearte mejor, no nos veríamos en tan triste caso!
COLOMBINA.-¿Qué queréis? Aún
soy demasiado joven para resignarme
a ser amada y no corresponder.
Y si he de adiestrarme en hacer padecer
por mi amor, necesito saber
antes cómo se padece cuando se
ama. Yo sabré desquitarme. Aún no
cumplí los veinte años. No me creáis
con tan poco juicio que piense en
casarme con Arlequín.
SIRENA.-No me fío de ti, que
eres muy caprichosa y siempre te
dejaste llevar de la fantasía. Pero
pensemos en lo que ahora importa.
¿Qué haremos en tan gran apuro?
No tardarán en acudir mis convidados,
todos personas de calidad y de
importancia, y entre ellas el señor
Polichinela con su esposa y su hija,
que por muchas razones me importan
más que todos. Ya sabe a cómo
frecuentan esta casa algunos Meros
nobilísimos, pero, como yo, harto
deslucidos en su nobleza, por falta
de dinero. Para cualquiera de
ellos, la hija del señor Polichinela,
con su riquísima dote, y el gran caudal
que ha de heredar a la muerte
de su padre, puede ser un partido muy ventajoso.
Muchos son los que la pretenden.
En favor de todos ellos
interpongo yo mi buena amistad con
el señor Polichinela y su esposa.
Cualquiera que sea el favorecido, yo
sé que ha de corresponder con largueza
a mis buenos oficios, que de
todos me hice firmar una obligación
para asegurarme. Ya no me quedan
otros medios que estas mediaciones
para reponer en algo mi patrimonio;
si de camino algún rico comerciante
o mercader se prendara de ti...,
¿quién sabe?. . . , aún podía ser esta
casa lo que fue en otro tiempo. Pero
si esta noche la insolencia de esa
gente trasciende, si no puedo ofrecer
la fiesta. . . ¡No quiero pensarlo
. . ., que será mi ruina!
COLOMBINA.-No paséis cuidado.
Con qué agasajarlos no ha de faltar.
Y en cuanto a músicos y a criados,
el señor Arlequín, que por algo
es poeta y para algo está enamorado
de mi, sabrá improvisarlo todo.
Él conoce a muchos truhanes de
buen humor que han de prestarse a
todo. Ya veréis, no faltará nada,
y vuestros convidados dirán que no
asistieron en su vida a tan maravillosa
fiesta.
SIRENA.-¡ Ay, Colombina! Si eso
fuera, ¡cuánto ganarías en mi afecto!
Corre en busca de tu poeta. . .No hay que perder tiempo.
COLOMBINA .-¿Mi poeta? Del
otro lado de estos jardines pasea, de
seguro, aguardando una seña mía. . .
SIRENA.-NO será bien que asista
a vuestra entrevista, que yo no debo
rebajarme en solicitar tales favores
tu cargo lo dejo. ¡Que nada
falte para la fiesta, y yo sabré re-compensar
a todos; que esta estrechez
angustiosa de ahora no puede
durar siempre.. ., o no sería yo doña sirena!
COLOMBINA.-Todo se compondrá.
Id descuidada. (Vase doña Sirena
por el pabellón.)
ESCENA II
COLOMBINA. Después CRISPÍN, que sale por la segunda derecha.
COLOMBINA.-(Dirigiéndose a la Segunda, derecha y llamando) ¡Arlequín!¡Arlequín! (Al ver salir a Crispín). ¡No es el!
CRISPÍN.-No temáis, hermosa Colombina, amada del más soberano ingenio, que por ser raro poeta en todo, no quiso extremar en sus versos, las ponderaciones de vuestra belleza. Si de lo vivo a lo pintado fue Siempre diferencia, es toda en esta ocasión ventaja de lo vivo. ¡Con ser Tal la pintura!
COLOMBINA.-Y vos ¿sois también poeta, o sólo cortesano y lisonjero?
CRISPÍN.-Soy el mejor amigo de vuestro enamorado Arlequín, aunque sólo de hoy le conozco, pero tales pruebas tuvo de mi amistad en tan corto tiempo. Mi mayor deseo fue el de saludaros, y el señor Arlequín no anduviera tan discreto en
complacerme a no fiar tanto de mi amistad, que sin ella fuera ponerme a riesgo de amaros sólo con haberme puesto en ocasión de veros.
COLOMBINA.-El señor Arlequín
fiaba tanto en el amor que le tengo
como en la amistad que le tenéis.
No pongáis todo el mérito de vuestra
parte, que es tan necia presunción
perdonar la vida a los hombres
como el corazón a las mujeres.
CRISPÍN.-Ahora advierto que no
sois tan peligrosa al que os ve como
al que llega a escucharos.
COLOMBINA.-Permitid; pero antes
de la fiesta preparada para esta
noche he de hablar con el señor Arlequín y...
CRISPÍN.-No es preciso. A eso
vine, enviado de su parte y de parte
de mi señor, que os besa las manos.
COLOMBINA .-¿Y quién es vuestro señor,
si puede saberse?
CRISPÍN.-El más noble caballero,
el más poderoso. . . Permitid que
por ahora calle su nombre; pronto
habréis de conocerle. Mi señor desea
saludar a doña Sirena y asistir a su
fiesta esta noche
COLOMBINA.-¡La fiesta! ¿No sabéis..?
CRISPÍN.-Lo sé. Mi deber es averiguarlo
todo. Sé que hubo inconvenientes
que pudieron estorbarla; pero no habrá
ninguno, todo está prevenido.
COLOMBINA .-¿Cómo sabéis.. .?
CRISPÍN.-Yo os aseguro que no
faltará nada. Suntuoso agasajo, luminarias
y fuegos de artificio, músicos y cantores. Será la más lucida
fiesta del mundo. . .
COLOMBINA .-¿Sois algún encantador, por ventura?
CRISPÍN.-Ya me iréis conociendo. Sólo os diré que por algo juntó hoy el destino a gente de tan buen entendimiento, incapaz de malograrlo con vanos escrúpulos. Mi señor sabe que esta noche asistirá a la fiesta el señor Polichinela, con su hija única, la hermosa Silvia, el mejor partido de casarse con ella y mi señor sabrá pagar como corresponde los buenos oficios de doña Sirena y los vuestros también si os prestáis a favorecerle.
COLOMBINA.-No andáis con rodeos Debiera ofenderme vuestro atrevimiento.
CRlSPÍN.-El tiempo apremia y no me dio lugar a ser comedido,
COLOMBINA.-Si ha de juzgarse del amo por el criado. . .
CRISPÍN.-No temáis. A mi ama le hallaréis el más cortés y atento caballero, Mi desvergüenza le permite a él mostrarse vergonzoso. Duras necesidades de la vida pueden obligar al más noble caballero a empleos de rufián, como a la más noble dama a bajos oficios, y esta mezcla de ruindad y nobleza en un mismo sujeto desluce con el mundo. Habilidad es mostrar separado en dos sujetos lo que suele andar junto en uno solo. Mi señor y yo, con ser uno mismo, somos cada uno una parte del otro. ¡Si así fuera siempre! Todos llevamos en nosotros un gran señor de altivos pensamientos, capaz de todo lo grande y de todo lo bello. . . Y a su lado, el servidor humilde, el de las ruines obras, el que ha de emplearse en las bajas acciones a que obliga la vida... Todo el arte está en separarlos caemos en alguna bajeza podamos decir siempre; no fue mía, no fui yo, fue mi criado. En la mayor miseria de nuestra vida siempre hay algo en nosotros que quiere sentirse superior a nosotros mismos. Nos despreciaríamos demasiado si no creyésemos valer más que nuestra vida. . . Ya sabéis quién es mi señor: el de los altivos pensamientos, el de los bellos sueños. Ya sabéis quién soy yo: el de los ruines empleos, el que siempre muy bajo, rastrea y socava entre toda mentira y toda indignidad y toda miseria Sólo hay algo en mí que me redime y me eleva a mis propios ojos. Esta lealtad de mi servidumbre esta lealtad que se humilla y se arrastra para que otro pueda volar y pueda ser siempre el señor de los altivos pensamientos, el de los bellos sueños. (Se oye música dentro.)
COLOMBINA.-¿Qué música es esa?
CRISPÍN-La que mi señor trae
a la fiesta, con todos sus pajes y todos
sus criados y toda una corte de
poetas y cantores presididos por el
señor Arlequín, y toda una legión de
soldados,con el Capitán al frente,
escoltándole con antorchas..
COLOMBINA .--¿Quién es vuestro
señor, que tanto puede? Corro a
prevenir a mi señora. . .
CRISPÍN.-No es preciso. Ella
acude.
ESCENA III
DICHOS y DOÑA SIRENA, que sale por el pabellón.
SIRENA.-¿Qué es esto? ¿Quién
previno esa música? ¿Qué tropel de
gente llega a nuestra puerta?
COLOMBINA .-NO preguntéis nada.
Sabed que hoy llegó a esta ciudad
un gran señor, y es él quien
os ofrece la fiesta esta noche. Su
criado os informará de todo. Yo aún
no sabré deciros si hablé con un
gran loco o con un gran bribón.
De cualquier modo, os aseguro que él
es un hombre extraordinario. . .
SIRENA.-¿Luego no fue Arlequín?
C OLOMBINA.-NO preguntéis...
Todo es como cosa de magia. . .
CRISPÍN. Doña Sirena, mi señor
os pide licencia para besaros las manos.
Tan alta señora y tan noble señor
no han de entender en intrigas
impropias de su condición. Por eso,
antes que él llegue a saludaros, yo
he de decirlo todo. Yo sé de vuestra
historia mil notables sucesos que, referidos,
me asegurarían toda vuestra
confianza. . . Pero fuera impertinencia
puntualizarlos. Mi amo os asegura
aquí (entregándole un papel)
con su firma la obligación que ha
de cumpliros ni de vuestra parte sabéis
cumplir lo que aquí os propone.
SIRENA .-¿Qué papel y qué obligación
es ésta?. . . (Leyendo el papel para sí.) ¿Cómo? ¡Cien mil escudos
de presente y otros tantos a la muerte
del señor Polichinela si llega a
casarse con su hija? ¿Qué insolencia
es ésta? ¿A una dama? ¿Sabéis con
quién habláis? ¿Sabéis qué casa es
ésta?
CRISPÍN.- Doña Sirena. . . , ¡Excusad la indignación! No hay nadie presente que pueda importaros.
Guardad ese papel junto con otros.. ., y no se hable más del
asunto. Mi señor no os propone nada indecoroso, ni vos consentiríais en ello. . . Cuanto aquí sucede será obra de la casualidad y del amor.
Fui yo, el criado, el único que tramó estas cosas indignas.
Vos sois siempre la noble dama, mi amo el noble señor, que al encontraros esta noche en la fiesta, hablaréis de mil cosas galantes y delicadas, mientras vuestros convidados pasean y conversan a vuestro alrededor, con admiraciones a la hermosura de las damas, al arte de sus galas, a la esplendidez del agasajo, a la dulzura de la música y a la gracia de los bailarines...
¿Y quién se atreverá a decir que no es esto todo? ¿No es así la vida, una fiesta en que la música sirve para disimular palabras y las palabras para disimular pensamientos?
Que la música suene incesante, que la conversación se anime con Alegres risas, que la cena esté bien servida. . . , es todo lo que importa a los convidados.
Y ved aquí a mi señor, que llega a saludaros con toda gentileza.
ESCENA IV
DICHOS, LEANDRO, ARLEQUÍN y el CAPITÁN, que salen por la segunda derecha.
LEANDRO.-Doña Sirena, bésoos
las manos.
SlRENA.-Caballero . . .
LEANDRO.-Mi criado os habrá
dicho en mi nombre cuanto yo pudiera
deciros.
CRISPÍN.-Mi señor, como persona
grave, es de pocas palabras. Su admiración es muda.
ARLEQUÍN .-Pero sabe admirar sabiamente.
CAPITÁN.-El verdadero mérito.
ARLEQUÍN.-El verdadero valor.
CAPITÁN.-El arte incomparable de la poesía.
ARLEQUÍN.-La noble ciencia militar.
CAPITÁN.-En todo muestra su
grandeza.
ARLEQUÍN.-ES el más noble caballero del mundo.
CAPITÁN.-Mi espada siempre estará a su servicio.
ARLEQUÍN.-He de consagrar a su gloria mi mejor poema.
CRISPÍN.-Basta, basta, que ofenderéis
su natural modestia. Vedle, cómo quisiera ocultarse y
desaparecer. Es una violeta.
SIRENA.-NO necesita hablar quien
de este modo hace hablar a todos
en su alabanza. (Después de un saludo y reverencia se van todos por la primera derecha. A Colombina.)
¿Qué piensas de todo esto, Colombina?
COLOMBINA.-Que el caballero
tiene muy gentil figura y el criado
muy gentil desvergüenza.
SIRENA .-Todo puede aprovecharse.
O yo no sé nada del mundo ni
de los hombres, o la fortuna se entró
hoy por mis puertas.
COLOMBINA .-Pues segura es entonces
la fortuna; porque del mundo
sabéis algo, y de los hombres,
¡no se diga!
SIRENA.-Rise1a y Laura, que son
las primeras en llegar. . .
COLOMBINA.-¿Cuándo fueron
ellas las últimas en llegar a una fies-ta?
Os dejo en su compañía, que
yo no quiero perder de vista a nuestro
caballero. . . (Vase por la primera
derecha.)
ESCENA V
DOÑA SIRENA, LAURA y RISELA, que
salen por la segunda derecha.
SIRENA.-¡Amigas! Ya comenzaba
a dolerme de Vuestra ausencia.
LAURA.-pues ¿es tan tarde?
SIRENA.-Siempre lo es para veros.
RISELA.-.Otras dos fiestas dejamos por no faltar a Vuestra casa
LAURA.-Por más que alguien nos dijo que no sería ,esta noche por hallaros algo indispuesta.
SIRENA.-Sólo por dejar mal a los maldicientes, aun muriendo la hubiera tenido.
RISELA.-Y nosotras nos hubiéramos muerto y no hubiéramos dejado de asistir a ella.
LAURA.-¿No sabéis la novedad?
RISELA.-No se habla de otra cosa.
LAURA .-Dicen que ha llegado un personaje misterioso.
Unos dicen que es embajador secreto de Venecia o
de Francia.
RISELA.-Otros dicen que viene a buscar esposa para el Gran Turco.
LAURA.-Aseguran que es lindo como un Adonis.
RISELA.-Si nos fuera posible conocerle...
Debisteis invitarle a vuestra fiesta.
SIRENA.-No fue preciso, amigas, que él mismo envió un embajador a pedir licencia para ser recibido;
Y en mi casa está y le veréis muy pronto.
LAURA .-¿Qué decís? Ved si anduvimos acertadas en dejarlo todo por asistir a vuestra casa.
RISELA.-¡cuántas nos envidiarán esta noche!
LAURA.-Todos rabian por conocerle.
SIRENA.-PUes yo nada hice por lograrlo. Bastó que él supiera que yo tenía fiesta en mi casa.
RISELA.-Siempre fue lo mismo con vos. No llega persona importante a la ciudad que luego no os ofrezca sus respetos.
LAURA.-Ya se me tarda en verle...
Llevadnos a su presencia por vuestra vida.
RISELA.-Sí, si, llevadnos.
SIRENA.-Permitid, que llega el señor Polichinela con su familia.
Pero id sin mí; no os será difícil hallarle.
RISELA.-Sí, Sí; vamos Laura.
LAURA.-Vamos, Risela. Antes de que aumente la confusión
y no nos sea posible acercarnos. (Vanse por
la primera derecha.)
ESCENA VI
DOÑA SIRENA, POLICHINELA , LA SEÑORA DE POLICHINELA y SILVA, que salen por la segunda derecha.
SIRENA.-¡Oh, señor Polichinela!
Ya temí que no vendríais. Hasta
ahora no comenzó para mí la fiesta.
POLICHINELA .-No fue culpa mía la tardanza.
Fue de mi mujer, que entre cuarenta vestidos,
no supo nunca cuál ponerse.
SEÑORA DE POLICHINELA.-i por él fuera, me presentaría de cualquier modo...
Ved cómo vengo de sofocada por apresurarme.
SIRENA.-venís hermosa como nunca.
POLICHINELA.-Pues aún no trae la mitad de sus joyas.
No podría con tanto peso.
SIRENA.-¿Y quién mejor puede ufanarse con que su esposa ostente el fruto de una riqueza adquirida con vuestro trabajo?
SEÑORA DE POLICHINELA.- Pero ¿No es hora ya de disfrutar de ella, como yo le digo, y de tener más nobles aspiraciones? Figuraos que ahora quiere casar a nuestra hija con un negociante.
SIRENA.-¡Oh, señor Polichinela!
Vuestra hija merece mucho más que un negociante.
No hay que pensar en eso.
No debéis sacrificar su corazón por ningún interés.
¿Qué dices tú, Silvia?
POLICHINELA.-Ella preferiría algún barbilindo que.,
muy a pesar mío, es muy dada a novelas y poesías.
SILVIA.-Yo haré siempre lo que mi padre ordene si a mi madre no le contraría y a mí no me disgusta.
SIRENA.-ESO es hablar con juicio.
SEÑORA DE POLICHINELA .-Tu padre
piensa que sólo el dinero vale y se estima en el mundo.
POLICHINELA.-Yo pienso que sin dinero no hay cosa que valga ni se estime en el mundo; que es el precio de todo.
SIRENA.-¡NO habléis así! ¿Y las virtudes, y el saber, y la nobleza?
POLICHINELA.-Todo tiene su precio.¿Quién lo duda? Nadie mejor que yo lo sabe, que compré mucho de todo eso, y no muy caro.
SIRENA .-¡Oh, señor Polichinela! Es humorada vuestra. Bien sabéis que el dinero no es todo, y que si vuestra hija se enamora de algún noble caballero, no sería bien contrariarla.
Yo sé que tenéis un sensible corazón de padre.
POLICHINELA.-Eso sí. Por mi hija sería capaz de todo.
SIRENA.-¿Hasta de arruinaros?
POLICHINELA.-Eso no seria una prueba de cariño. Antes sería capaz de robar, de asesinar. . ., de todo.
SIRENA.-Ya sé que siempre sabríais rehacer vuestra fortuna, Pero la fiesta se anima.
Ven conmigo, Silvia. Para danzar te tengo destinado un caballero, que habéis de ser la más lucida Pareja. . . (Se dirigen todos a la primera derecha. Al ir a salir el señor Polichinela, Crispín, que entra por la segunda derecha, le detiene.)
ESCENA VII
CRISPÍN Y POLICHINELA.
CRISPÍN.-¡Señor Polichinela! Con licencia.
POLICHINELA.-¿Quién me llama? ¿Qué me queréis?
CRISPÍN.-¿No recordáis de mí?
No es extraño El tiempo todo lo
burra, y cuando es algo enojoso lo
borrado, no deja ni siquiera el
borrón como recuerdo, sino que se
apresura a pintar sobre él con alegres
colores, esos alegres colores con
que ocultáis al mundo vuestras jorobas.
Señor Polichinela, cuando yo
os conocí apenas las cubrían unos
descoloridos andrajos.
POLICHINELA.-¿Y quién eres tú
y dónde pudiste conocerme?
CRISPÍN.-Yo era un mozuelo, tú
eras ya todo un hombre. Pero ¿Has
olvidado ya tantas gloriosas hazañas
por esos mares, tantas victorias ganadas
al turco, a que no poco contribuimos
con nuestro heroico esfuerzo,
unidos los dos al mismo noble
remo en la misma gloriosa nave?
POLICHINELA.- ¡Imprudente! ¡Calla o.. .!
CRISPÍN.-O harás conmigo como
con tu primer amo en Nápoles,
y con tu primera mujer en Bolonia,
y con aquel mercader judío en Venecia...
POLICHINELA.-¡Calla! ¿Quién
eres tú, que tanto sabes y tanto hablas?
CRISPíN.-Soy. . ., lo que fuiste.
Y quien llegará a ser lo que eres...,
como tú llegaste. No con tanta violencia
como tú, porque los tiempos
son otros y ya sólo asesinan los locos
y los enamorados y cuatro pobretes
que aún asaltan a mano armada al
transeúnte por calles oscuras o
caminos solitarios.
¡Carne de horca, despreciable!
POLICHINELA-¿Y qué quieres de
mí? Dinero, ¿no es eso? Ya nos veremos
más despacio. No es éste el lugar. . .
CRISPÍN.-No tiembles por tu dinero
Sólo deseo ser tu amigo, tu
aliado, como en aquellos tiempos"
POLICHINELA.-¿Qué puedo hacer por ti?
CRISPÍN.-No; ahora soy yo quien
va a servirte quien quiere obligarte
con una advertencia .. (Haciéndole
que mire a la primera derecha.)
¿Ves a tu hija cómo danza
con un joven caballero y cómo sonríe
ruborosa al oír sus galanterías?
Ese caballero es mi amo.
POLICHINELA .-¿Tu amo? Será
entonces un aventurero, un hombre
de fortuna, un bandido como. . .
CRISPÍN.-¿Como nosotros. . . ,
vas a decir? No; es más peligroso
que nosotros, porque, como ves, su
figura es bella, y hay en su mirada
un misterio de encanto, y en su voz
una dulzura que llega al corazón y
le conmueve como si contara una
historia triste. ¿No es esto bastante
para enamorar a cualquier mujer?
No dirás que no te he advertido.
Corre y separa a tu hija de ese
hombre, y no le permitas que baile
con él ni que vuelva a escucharle
en su vida.
POLICHINELA.-¿Y dices que es
tu amo y así le sirves?
CRISPÍN.-¿Lo extrañas? ¿Te olvidas
ya de cuando fuiste criado?
Yo aún no pienso asesinarle.
POLICHINELA .-Dices bien; un amo
es siempre odioso. Y en servirme
a mí, ¿qué interés es el tuyo?
Crispín.-Llegar a buen puerto,
cano llegamos tantas veces remando
juntos. Entonces, tú me decías alguna
vez: "‘Tú, que eres fuerte, rema
por mí. . ." Eh esta galera de ahora
eres tú más fuerte que yo; rema
por mí, por el fiel amigo de entonces,
que la vida es muy pesada galera,
y yo llevo remado mucho.
(Vase por la segunda derecha.)
ESCENA VIII
El SEÑOR POLICHINELA, DOÑA SIRENA, LA SEÑORA
POLICHINELA, RISELA y LAURA, que salen por la primera
derecha.
LAURA.-Sólo doña Sirena sabe ofrecer fiestas semejantes.
RISELA.-Y la de esta noche excedió a todas.
SIRENA.-La presencia de tan singular caballero fue un nuevo atractivo.
POLICHINELA .-¿Y Silvia? ¿Dónde quedó Silvia? ¿Cómo dejaste a nuestra hija?
SIRENA.-Callad, señor Polichinela, que vuestra hija se halla en excelente está segura.
RISELA.-No hubo atenciones más que para ella.
LAURA.-Para ella es todo el agrado.
RISELA .-Y todos los suspiros.
POLICHINELA .¿De quien? ¿De ese caballero misterioso? Pues no me contenta. Y ahora mismo. . .
SIRENA.-¡Pero, señor Polichinela!.
POLICHINELA.-¡ Dejadme, dejadme! Yo sé lo que me hago.
(Vase por la primera derecha.)
SIRENA .-¿Qué le ocurre? ¿Qué destemplanza es ésta?
SEÑORA DE POLICHINELA.-¿Veis qué hombre? ¡Capaz será de una grosería con el caballero! ¡Que ha de casar a su hija con algún mercader , un hombre de baja estola ¡Que ha de hacerla desgraciada para toda la vida!
SIRENA .-¡Eso no!. . ., que sois su madre y algo ha de valer vuestra autoridad. . .
SEÑORA DE POLICHINELA .-¡Ved! Sin duda dijo alguna impertinencia, y el caballero ya deja la mano de Silvia y se retira cabizbajo.
LAURA.-Y el señor Polichinela parece reprender a vuestra hija.
SIRENA .-¡Vamos, Vamos! Que no puede consentirse tanta tiranía.
RISELA.-Ahora vemos, señora Polichinela, que con todas vuestras riquezas no sois menos desgraciada.
SEÑORA DE POLICHINELA.-No lo sabéis, que algunas veces llegó hasta golpearme.
LAURA .¿Qué decís? ¿Y fuisteis mujer para consentirlo?
SEÑORA DE POLICHINELA.-Luego cree componerlo con traerme algún regalo.
SIRENA.-¡Menos mal! Que hay maridos que no lo componen con nada.
(Vanse todas por la primera derecha.)
ESCENA IX
LEANDRO y CRISPÍN, que salen por la segunda derecha.
CRISPÍN.-Qué tristeza, qué abatimiento es ése? ¡Con mayor alegría pensé hallarte!
LEANDRO.-Hasta ahora no me vi perdido; hasta ahora no me importó menos perderme. Huyamos, Crispín; Huyamos de esta ciudad antes de que nadie pueda descubrirnos y vengan a saber lo que somos.
CRISPÍN.-Si huyéramos, es cuando todos lo sabrían y cuando muchos correrían hasta detenemos y hacernos volver a nuestro pesar, que no parece bien ausentarnos con tanta descortesía, sin despedirnos de gente tan atenta.
LEANDRO.-No te burles, Crispín, que estoy desesperado.
CRISPÍN.-¡Así eres! Cuando nuestras esperanzas llevan mejor camino.
LEANDRO.-¿Qué puedo esperar? Quisiste que fingiera un amor, y mal sabré fingirlo.
CRISPÍN .-¿Por qué?
LEANDRO.-porque amo, amo con toda verdad y con toda mi alma.
CRISPÍN.-¿A Silvia? ¿Y de eso te lamentas?
LEANDRO .-¡Nunca pensé que pudiera amarse de este modo! ¡Nunca pensé que yo pudiera amar! En mi vida errante por todos los caminos, no fui siquiera el que siempre pasa, sino el que siempre huye, enemiga la tierra, enemigos los hombres, enemiga la luz del sol. La fruta del camino, hurtada, no ofrecida, dejó acaso en mis labios algún sabor de amores, y alguna vez, después de muchos días azarosos, en el descanso de una noche, la serenidad del cielo me hizo soñar con algo que fuera en mi Vida como aquel cielo de la noche que traía a mi alma el reposo de su serenidad.
Y así esta noche, en el encanto de la fiesta. . . , me pareció que era un descanso en mi vida. . . , y soñaba. . . ¡He soñado! Pero mañana será otra vez la huida azarosa, será la justicia que nos persigue. . ., puede avergonzarse de haberme visto.
CRISPÍN.-YO creí ver que eras acogido con agrado. . . Y no fui yo solo en advertirlo. Doña Sirena y nuestros buenos amigos el Capitán y el Poeta le hicieron de ti los mayores elogios. A su excelente madre, la señora Polichinela, que sólo sueña emparentar con un noble, le pareciste el yerno de sus ilusiones. En cuanto al señor Polichinela. . .
LEANDRO.-sospecha de nosotros..,Nos conoce.
CRISPÍN.-Sí, al señor Polichinela no es fácil engañarle como a un hombre Vulgar. A un zorro viejo como él hay que engañarle con lealtad. Por eso me pareció mejor medio prevenirle de todo.
LEANDRO.-¿Cómo?
CRISPÍN.-!Sí; él me conoce de antiguo.. . Al decirle que tú eres mi amo, supuso, con razón, que el amo sería digno del criado. Y yo, por corresponder a su confianza, le advertí que de ningún modo consintiera que hablaras con su hija.
LEANDRO.-¿Eso hiciste? ¿Y qué puedo esperar?
CRISPÍN.-¡Necio eres! Que el señor Polichinela ponga todo su empeño en que no vuelvas a ver a su hija.
LEANDRO.-¡No lo entiendo!
CRISPÍN.-Y que de este modo sea nuestro mejor aliado, porque bastará que él se oponga, para que su mujer le lleve la contraria y su hija se enamore de ti más locamente.
Tú no sabes lo que es una joven, hija de un padre rico, criada
en el mayor regalo, cuando ve por primera vez en su vida que algo se opone a su voluntad.
Estoy seguro de que esta misma noche, antes de terminar la fiesta, consigue burlar la vigilancia de su padre para hablar todavía contigo.
LEANDRO.-Pero ¿No ves que nada me importa del señor Polichinela ni del mundo entero? Que es a ella, sólo a ella, a quien yo no quiero parecer indigno y despreciable...a quien yo no quiero mentir...
CRISPÍN.-¡Bah! ¡Deja locuras! No es posible retroceder.
Piensa en la suerte que nos espera si vacilamos en seguir adelante. ¿Que te has enamorado? Ese amor verdadero nos servirá mejor que si fuera fingido.
Tal vez de otro modo hubieras querido ir demasiado de prisa y
si la osadía y la insolencia convienen para todo, sólo en amor sienta bien a los hombres algo de timidez.
La timidez del hombre hace ser más atrevidas a las mujeres. Y si lo dudas, aquí tienes a la inocente Silvia, que llega con el mayor sigilo y sólo espera para acercarse a ti que yo me retire o me esconda.
LEANDRO.-¿Silvia dices?
CRISPÍN .-¡Chito! ¡Que pudiera espantarse!
Y cuando esté a tu lado, mucha discreción. . . , pocas palabras, pocas. Adora, contempla, admira, y deja que hable por ti el encanto de esta noche azul, propicia a los amores, y esa música que apaga sus sones entre la arboleda y llega como triste eco de la alegría de la fiesta.
LEAN D RO .-¡No te burles, Crispín; Ni te burles de este amor
que será mi muerte.
CRISPÍN.-¿Por qué he de burlarme? Yo sé bien que no conviene
siempre rastrear. Alguna Vez hay que volar por el cielo para mejor dominar la tierra. Vuela tú ahora; Yo sigo arrastrándome. ¡El mundo será nuestro!
ESCENA ÚLTIMA
LEANDRO y SILVIA, que salen por la primera derecha. Al final, CRISPÍN
LEANDRO.-¡Silvia!
SILVIA.-¿Sois vos? Perdonad; no creí hallaros aquí.
LEANDRO.-Huí de la fiesta. Su alegría me entristece,
SILVIA.-¿También a vos?
LEANDRO. -¿También, decís? ¡También os entristece la alegría!...
SILVIA.-Mi padre se ha enojado conmigo. ¡Nunca me habló de este modo! Y con vos también estuvo desatento. ¿Le perdonáis?
LEANDRO.-Sí lo perdono todo. Pero no le enojéis por mi causa.
Volved a La fiesta que han de buscaros y si os hallaran aquí a mi lado,..
SILVIA.-Tenéis razón. Pero volved vos también. por qué habéis
de estar triste?
LEANDRO.-No; yo saldré sin que nadie lo advierta... Debo ir muy lejos.
SILVIA.-¿Qué decís? ¿No os trajeron asuntos de importancia a esta ciudad? ¿No debíais permanecer aquí mucho tiempo?
LEANDRO.-¡NO, no! ¡Ni un día
más! ¿Ni un día más!
SILVIA-Entonces... ¿Me habéis mentido?
LEANDRO.-¡Mentir!. . . No. . . No digáis he mentido. No, ésta es
la única verdad de mi vida...¡Este sueño que no debe tener despertar!
(Se oye a lo lejos la música de una
canción hasta que cae el telón.)
SILVIA.-Es Arlequín que canta...
¿Qué os sucede? ¿Lloráis? ¿Es
la música la que os hace llorar?
¿Por qué no decirme vuestra tristeza.?
LEANDRO.-¿Mi tristeza? a la dice esa canción.
Escuchadla.
SILVIA.-Desde aquí sólo la música
Se percibe; Las palabras se pierden.
¿No la sabéis? Es una canción
al silencio de la noche, y se llama
El reino de las almas. ¿No la sabéis?
LEANDRO.-Decidla
SILVIA.- La noche amorosa,
Sobre los amantes,
tiende de su cielo, el dosel nupcial.
La noche ha prendido sus
claros diamantes,
en el terciopelo de un cielo estival.
El jardín en sombra no tiene colores,
y es en el misterio de su oscuridad,
susurro el follaje, aroma las flores
y amor.. un deseo dulce de llorar.
La voz que suspira, y la voz que canta,
y la voz que dice palabras de amor,
impiedad parecen en la noche santa,
como una blasfemia entre una oración.
Alma del silencio, que yo reverencio,
tiene tu silencio la inefable voz,
de los que murieron amando en silencio,
de los que callaron muriendo de amor,
de los que en la vida, por amarnos mucho,
tal vez no supieron su amor expresar.
¿No es la voz acaso que en la noche escucho,
y cuando amor dice, dice eternidad?
¡Madre de mi alma!
¿No es luz de tus ojos
la luz de esa estrella,
que como una lágrima de amor infinito,
en la noche tiembla?
Dile a la que hoy amo,
que yo no amé nunca,
más que a ti en la tierra,
y desde que has muerto,
sólo me ha besado
la luz de esa estrella!
LEANDRO.-¡Madre de mi alma! Yo no
he amado nunca
más que a ti en la tierra,
y desde que has muerto
sólo me ha besado
la luz de esa estrella.
(Quedan en silencio, abrazados mirándose.)
CRISPÍN-(Que aparece por la
segunda izquierda. Aparte.)
¡Noche, poesía, locuras de amante!. . .
¡Todo ha de servirnos en esta ocasión!
¡El triunfo es seguro! ¡Valor y adelante!
¿Quién podrá vencernos si es nuestro, el amor?
(Silvia y Leandro, abrazados, se dirigen muy despacio a la primera derecha. Crispín los sigue sin ser visto por ellos. El telón va bajando muy
despacio.)
TELÓN
ACTO SEGUNDO
CUADRO TERCERO
Sala en casa de LEANDRO.
ESCENA PRIMERA
CRISPÍN, el CAPITÁN, ARLEQUÍN. Salen por la segunda derecha, o sea el pasillo.
CRISPÍN.-Entrad caballeros, y sentaos con toda comodidad. Diré que os sirvan algo. . . ¡Hola! ¡Eh! ¡ Hola!
CAPITÁN.-De ningún modo, No
aceptamos nada.
ARLEQUÍN.-Sólo venimos a ofrecernos
a tu señor, después de lo que hemos sabido.
CAPITÁN.-¡Increíble traición, que no quedará sin castigar! ¡Yo te aseguro que si el señor Polichinela se pone al alcance de mi mano!. . .
ARLEQUÍN.-¡Ventaja de los poetas!
Yo siempre le tendré al alcance de mis versos. . . ¡Oh! La tremenda sátira que pienso dedicarle. . . ¡Viejo dañino, viejo malvado!
CAPITÁN.-¿Y dices que tu amo
no fue siquiera herido?
CRIPÍN.-Pero pudo ser muerto.
¡ Figuraos! ¡Una docena de espadachines asaltándolo de improviso!
Gracias a su valor, a su destreza, a mis voces..,
ARLEQUÍN.-¿Y ello sucedió anoche, cuando tu señor hablaba con Silvia por la tapia de su jardín?
CRISPÍN.-Ya mi señor había te nido aviso.. .; Pero ya le
conocéis: no es hombre para intimidarse por nada.
CAPITÁN.-Pero debió advertirnos...
ARLEQUÍN.-Debió advertir al señor Capitán. Él le hubiera acompañado gustoso.
CRISPÍN.-Ya conocéis a mi señor.
Él solo se basta.
CAPITÁN.-¿Y dices que por fin conseguiste atrapar por el cuello a uno de los malandrines, que confesó que todo estaba preparado por el señor Polichinela para deshacerse de tu amo?
CRISPÍN .-¿Y quién sino él podía tener interés en ello? Su hija ama a mi señor; él trata de casarla a su gusto; mi señor estorba sus planes, y el señor Polichinela supo toda su vida cómo suprimir estorbos. ¿No enviudó dos veces en poco tiempo? No heredó en menos a todos sus parientes, viejos y jóvenes? Todos lo saben, nadie dirá que le calumnio...¡Ah! La riqueza del señor Polichinela es un insulto a la humanidad y a la justicia. Sólo entre gente sin honor puede triunfar impune un hombre como el señor Polichinela.
ARLEQUÍN.-Dices bien. Y yo en mi sátira he de decir todo eso.
Claro que sin nombrarle, porque la poesía no debe permitirse tanta licencia.
CRISPÍN.-¡Bastante le importará a él de vuestra sátira!
CAPITÁN.-Dejadme, dejadme a mí, que como él se ponga al alcance de mi mano. . . Pero bien sé que él no vendrá a buscarme.
CRISPÍN.-Ni mi señor consentiría que se ofendiera al señor Polichinela.
A pesar de todo, es el padre de Silvia. Lo que importa es que todos sepan en la ciudad como mi amo estuvo a punto de ser asesinado; Como no puede consentirse que ese viejo zorro contraríe la voluntad y el corazón de su hija.
ARLEQÍN.-NO puede consentirse; El amor está. sobre todo.
CRISPÍN.-Y si mi amo fuera algún ruin sujeto. . . Pero, decidme:
¿No es el señor Polichinela el que debía enorgullecerse de que mi señor se haya dignado enamorarse de su hija y aceptarle por suegro? ¡Mi señor, que a tantas doncellas de linaje excelso ha despreciado, y por quien más de cuatro princesas hicieron
cuatro mil locuras!. . . Pero, ¿Quién llega?
(Mirando hacia la segunda derecha.) ¡Ah, Colombina!
¡ Adelante, graciosa Colombina, no hayas temor! Todos somos amigos, y nuestra mutua amistad, te defiende de nuestra unánime admiración.
ESCENA II
DICHOS y COLOMBINA, que sale por la segunda derecha, o sea el pasillo.
COLOMBINA .-Doña Sirena me
envía a saber de tu señor. Apenas
rayaba el día, vino Silvia a nuestra
casa, y refirió a mi señora todo lo
sucedido. Dice que no volverá a
casa de su padre, ni saldrá de casa
de mi señora más que para ser la
esposa del señor Leandro.
CRISPÍN .-¿Eso dice? ¡Oh, noble Joven ¡ Oh corazón amante!
ARLEQUÍN .-¡Qué epitalamio pienso componer a sus bodas!
COLOMBLNA.-Silvia Cree que
Leandro está malherido. . . Desde
su balcón oyó ruido de espadas, tus
voces en demanda de auxilio. Después
cayó sin sentido, y así la hallaron
al amanecer. Decidme lo que
sea del señor Leandro, pues muere
de angustia hasta saberlo, y mi señora
también quedó en cuidado.
CRISPÍN.-Dile que mi señor pudo
salvarse, porque amor le guardaba;
dile que sólo de amor muere con
incurable herida. . . Dile...
(Viendo venir a Leandro.) ¡Ah! Pero
aquí llega él mismo, que te dirá
cuanto yo pudiera decirte.
ESCENA III
DICHOS y LEANDRO, que sale por la primera derecha.
CAPITÁN.-(Abrazándole.)¡Amigo mío!
ARLEQUÍN.-(Abrazándole)¡Amigo y señor
COLOMBINA.-Ah, señor Leandro!
¡Qué estáis salvo! ¡Que alegría!
LEANDRO.-¿Cómo supisteis?
COLOMBINA.-En toda la ciudad
no se habla de otra cosa; por las
calles se reúne la gente en corrillos,
y todos murmuran y claman contra
el señor Polichinela.
LEANDRO.-¿Qué decís?
CAPITÁN.-¡Y si algo volviera a
intentar contra vos!. . .
ARLEQUÍN.-¿Y si aún quisiera
oponerse a vuestros amores?
COLOMBINA.-Todo sería inútil.
Silvia está en casa de mi señora,
y sólo saldrá de allí para ser vuestra
esposa...
LEANDRO.-¿Silvia en vuestra casa?
Y su padre. . .
COLOMBINA.-El señor Polichinela
hará muy bien en ocultarse.
CAPITÁN.-¡Creyó que a tanto
podría atreverse con su riqueza insolente!
ARLEQUÍN.-Pudo atreverse a todo,
pero no al amor. . .
COLOMBINA .-¡Pretender asesinaros
tan villanamente!
CRISPÍN.-¡Doce espadachines,
doce.. ., yo los conté!
LEANDRO.-Yo sólo pude distinguir
a tres o cuatro.
CRISPÍN.-Mi señor concluirá por
deciros que no fue tanto el riesgo,
por no hacer mérito de su serenidad
y de su valor. . . Pero Yo lo vi!
Doce eran, doce, armados hasta los
dientes, decididos a todo. ¡Imposible
me parece que escapara con vida!
COLOMBINA.-Corro a tranquilizar
a Silvia y a mi señora.
CRISPÍN.-Escucha, Colombina.
A Silvia ¿No fuera mejor no tranquilizarla?...
COLOMBINA.-Déjalo a cargo de
mi señora. Silvia cree a estas horas
que tu señor está moribundo, y
aunque doña Sirena finge contenerla...
no tardará en venir aquí sin reparar en nada.
CRISPÍN.-Mucho fuera que tu señora
no hubiera pensado en todo.
CAPITÁN.-Vamos también, pues
ya en nada podemos aquí serviros.
Lo que ahora conviene es sostener
la indignación de las gentes contra
el señor Polichinela.
ARLEQUÍN.-Apedrearemos su casa...
Levantaremos a toda la ciudad
en contra suya. . . Sepa que si
hasta hoy nadie se atrevió contra
él, hoy todos juntos nos atreveremos;
sepa que hay un espíritu y
una conciencia en la multitud.
COLOMBINA .-Él mismo tendrá que venir
a rogaros que toméis a su
hija por esposa.
CRISPÍN.-Sí, sí; corred amigos.
Ved que la vida de mi señor no está
segura. . . El que una vez quiso
asesinarle, no se detendrá por nada
CAPITÁN.-No temáis. . . ¡Amigo mío!
ARLEQUÍN.-¡Amigo y señor!
COLOMBINA.-¡señor Leandro!
LEANDRO.-Gracias a todos, amigos
míos, amigos leales,
(Se van todos, menos Leandro y Crispín, por
la segunda derecha.)
ESCENA IV
LEANDRO y CRISPÍN.
LEANDRO .-¿Qué es esto, Crispín?
¿Qué pretendes? ¿Hasta dónde has de
llevarme con tus enredos? ¿Piensas que lo creí?
Tú pagaste a los espadachines;
Todo fue invención tuya.
¡Mal hubiera podido valerme
contra todos si ellos
no vinieran de burla!
CRISPÍN.-¿Y serás capaz de reñirme,
cuando así anticipo el logro
de tus esperanzas?
LEANDRO.-No, Crispín, no. ¡Bien
sabes que no! Amo a Silvia y no lograré
su amor con engaños, suceda lo que suceda.
CRISPÍN.-Bien sabes lo que ha
de sucederte. . . ¡Si amar es resignarse
a perder lo que se ama por
sutilezas de conciencia. . . , que Silvia
misma no ha de agradecerte!. . .
LEANDRO.-¿Qué dices? ¡Si ella supiera quién soy!
CRISPÍN.-Y cuando lo sepa, ya
no serás el que fuiste: serás su esposo,
su enamorado esposo, todo lo
enamorado y lo fiel y lo noble que
tú quieras y ella puede desear. . .
Una vez dueño de su amor. . . , y
de su dote, ¿no serás el más perfecto
caballero? Tú no eres como el
señor Polichinela, que con todo su
dinero, que tantos lujos le permite,
aún no se ha permitido el lujo de
ser honrado. . . En él es naturaleza
la truhanería; pero en ti, en ti fue
sólo necesidad. . . Y aun si no me
hubieras tenido a tu lado, ya te hubieras
dejado morir de hambre de
puro escrupuloso. ¡Ah! ¿Crees que
si yo hubiera hallado en ti otro
hombre me hubiera contentado con
dedicarte a enamorar?. . . No; te
hubiera dedicado a la política, y no
al dinero del señor Polichinela, el
mundo hubiera sido nuestro. . . Pero
no eres ambicioso, te contentas con ser feliz. . .
LEANDRO.-Pero no viste que
mal podía serlo? Si hubiera mentido
para ser amado y ser rico de este
modo hubiera sido porque yo no
amaba, y mal podía ser feliz. Y si
amo, ¿cómo puedo mentir?
CRISPÍN.-Pues no mientas. Ama,
ama con todo tu corazón, inmensamente.
Pero defiende tu amor sobre
todo. En amor no es mentir callar
lo que puede hacernos perder la estimación
del ser amado.
LEANDRO.-Ésas sí que son sutilezas,
Crispín.
CRISPÍN.-¿Que tú debiste hallar
antes si tu amor fuera como dices.
Amor es todo sutilezas, y la mayor
de todas no es engañar a los demás,
sino engañarse a sí mismo.
LEANDRO.-YO no puedo engañarme,
Crispín. No soy de esos hombres
que cuando venden su conciencia
se creen en el caso de vender
también su entendimiento.
CRISPÍN.-Por eso dije que no
servías para la política. Y bien dices.
Que el entendimiento es la conciencia
de la verdad, y el que llega
a perderla entre las mentiras de su
vida, es como si se perdiera a sí
propio, porque ya nunca volverá a
encontrarse ni a conocerse, y él mismo
vendrá a ser otra mentira.
LEANDRO .-¿Dónde aprendiste
tanto, Crispín?
CRISPÍN.-Medité algún tiempo en
galeras, donde esta conciencia de mi
entendimiento me acusó más de torpe
que de pícaro. Con más picardía
y menos torpeza, en vez de remar
en ellas pude haber llegado a
mandarlas. Por eso juré no volver
en mi vida. Piensa de qué no seré
capaz ahora que por tu causa me
veo a punto de quebrantar mi juramento.
LEANDRO.-¿Qué dices?
CRISPÍN.-¿Que nuestra situación
es ya insostenible, que hemos apurado
nuestro crédito, las gentes ya
empiezan a pedir algo efectivo. El
hostelero, que nos albergó con toda
esplendidez por muchos días, esperando
que recibieras tus libranzas.
El señor Pantalón, que, fiado del
crédito del hostelero, nos proporcionó
cuanto fue preciso para instalarnos
con suntuosidad en esta casa. . .
Mercaderes de todo género, que no
dudaron en proveernos de todo, deslumbrados
por tanta grandeza. Doña
Sirena misma, que tan buenos oficios
nos ha prestado en tus amores..
Todos han esperado lo razonable,
y sería injusto pretender más
de ellos, ni quejarse de tan amable
gente. . . ¡Con letras de oro quedará
grabado en mi corazón el nombre
de esta insigne ciudad que desde
ahora declaro por mi madre
adoptiva! A más de éstos. . . ¿olvidas
que de otras partes habrán salido
y andarán en busca nuestra?
¿Piensas que las hazañas de Mantua
y de Florencia son para olvidarlas?
¿Recuerdas el famoso proceso
de Bolonia?. . . ¡Tres mil doscientos
folios sumaba cuando nos ausentamos
alarmados de verle crecer tan
sin tino! ¿Qué no habrá aumentado
bajo la pluma de aquel gran doctor
jurista que le había tomado por su
cuenta? ¡Qué de considerandos y de
resultandos de que no resultará co
sa buena! ¿Y aún dudas? ¿Y aún me
reprendes porque di la batalla que
puede decidir en un día de nuestra
suerte?
LEANDRO.-¡Huyamos !
CRISPÍN.- ¡No! ¡Basta de huir a
la desesperada! Hoy ha de fijarse
nuestra fortuna. . . Te di el amor,
dame tú la vida.
LEANDRO .-Pero ¿cómo salvarnos?
¿Qué puedo yo hacer? Dime.
CRISPÍN.-Nada ya. Basta con
aceptar lo que los demás han de
ofrecernos. Piensa que hemos creado
muchos intereses y es interés de
todos el salvarnos.
ESCENA V
DICHOS y DOÑA SIRENA, que sale por la segunda derecha, o sea el pasillo.
SIRENA.-¿Dais licencia, señor
Leandro?
LEANDRO.- ¡Doña Sirena.! ¿vos
en mi casa?
SIRENA.-Ya veis a lo que me
expongo. A tantas lenguas maldicientes.
¡YO en casa de un caballero, joven, apuesto!
CRISPÍN.-Mi señor sabría hacer
callar a los maldicientes si alguno
se atreviera a poner sospechas en
vuestra fama.
SIRENA .-¿Tu señor? No me fío.
¡Los hombres son tan jactanciosos!
Pero en nada reparo por serviros.
¿Qué me decís, señor, que anoche
quisieron daros muerte? No se habla
de otra cosa. . . ¡Y Silvia! ¡Pobre
niña! ¡Cuánto os ama! ¡Quisiera saber
qué hicisteis para enamorarla de
ese modo!
CRISPÍN.-Mi señor sabe que todo
lo debe a vuestra amistad.
SIRENA.-NO diré yo que no me
deba mucho. . . , que siempre hablé
de él como yo no debía, sin conocerle
lo bastante. . . A mucho me
atreví por amor vuestro. Si ahora
faltáis a vuestras promesas. . .
CRISPÍN.-¿Dudáis de mi señor?
¿NO tenéis cédula firmada de su
mano?...
SIRENA.-¡Buena mano y buen
nombre! ¿Pensáis que todos no nos
conocemos? Yo sé confiar y sé que
el señor Leandro cumplirá como
debe. Pero si vierais que hoy es un
día aciago para mí, y por lograr hoy
una mitad de lo que se me ha ofrecido,
perdería gustosa la otra mitad..
CRISPÍN.-¿Hoy decís?
SIRENA.- ¡Día de tribulaciones!
Para que nada falte, veinte años hace
hoy también que perdí a mi segundo
marido, que fue el primero,
el único amor de mi vida.
CRISPÍN.-Dicho sea en elogio
del primero.
SIRENA .-El primero me fue impuesto
por mi padre. Yo no le amaba,
y a pesar de ello supe serle fiel.
CRISPÍN .-¿Qué no sabréis vos,
doña Sirena?
SIRENA.-Pero dejemos los recuerdos,
que todo lo entristecen. Hablemos
de esperanzas. ,¿Sabéis que
Silvia quiso venir conmigo?
LEANDRO.-¿Aquí, a esta casa?
SIRENA.-¿Qué os parece? ¿Qué
diría el señor Polichinela? ¡Con toda
la ciudad soliviantada contra él,
fuerza le sería casaros!
LEANDRO.-No, no; impedidla que
venga.
CRISPÍN.-¡Chito! Comprenderéis
que mi señor no dice lo que siente.
SIRENA.-Lo comprendo. . . ¿Qué
no daría él por ver a Silvia a su
lado, para no separarse nunca de
ella?
CRISPÍN.-¿Qué daría? ¡No lo sabéis?
SIRENA.-Por eso lo pregunto.
CRISPÍN.-¡Ah, doña Sirena!...
Si mi señor es hoy esposo de Silvia,
hoy mismo cumplirá lo que os prometió.
SIRENA .-¿Y si no lo fuera?
CRISPÍN.-Entonces.., lo habréis
perdido todo. Ved lo que os conviene.
LEANDRO.-¡Calla, Crispín! ¡Basta!
No puedo consentir que mi amor
se trate como mercancía. Salid, doña
Sirena, decir a Silvia que vuelva a
casa de su padre, que no venga
aquí en modo alguno, que me olvide
para siempre, que yo he de huir
donde no vuelva a saber de mi nombre...
¡Mi nombre! ¿Tengo yo nombre acaso?
CRISPÍN.-¿No callarás?
SIRENA.-¿Qué le dio? ¡Qué locura es ésta!
¡Volved en vos! ¡Renunciar de ese modo
a tan gran ventura!..
Y no se trata sólo de vos.
Pensad que hay quien todo lo fió
en vuestra suerte, y no puede burlarse
así de una dama de calidad
que a tanto se expuso por serviros.
Vos no haréis tal locura; vos os
casaréis con Silvia, o habrá quien
sepa pediros cuenta de vuestros engaños,
que no estoy tan sola en el
mundo como pudisteis creer, señor Leandro.
CRISPÍN.-Doña Sirena dice muy
bien. Pero creed que mi señor sólo
habla así ofendido por vuestra desconfianza.
SIRENA.-No es desconfianza en
él. . . Es, todo he de decirlo. . . , es
que el señor Polichinela no es hombre
de dejarse burlar. . . , y ante el
clamor que habéis levantado contra
él con vuestra estratagema de anoche...
CRISPÍN .-¿Estratagema decís?
SIRENA .-¡Bah! Todos nos conocemos.
Sabed que uno de los espadachines
es pariente mío, y los otros
me son también muy allegados. . .
Pues bien: el señor Polichinela no
se ha descuidado, y ya se murmura
por la ciudad que ha dado aviso a la
justicia de quién sois y cómo puede
perderos; Dícese también que hoy
llegó de Bolonia un proceso. , .
CRISPÍN.- ¡Y un endiablado doctor
con él! Tres mil novecientos folios...
SIRENA.-Todo esto se dice, se
asegura. Ved si importa no perder
tiempo.
CRISPÍN.-¿Y quién lo malgasta y
lo pierde sino vos? Volved a vuestra
casa. . . Decid a Silvia. . .
SIRENA.-Silvia está aquí. Vino
junto con Colombina, como otra
doncella de mi acompañamiento. En
vuestra antecámara espera. Le dije
que estabais muy malherido. . .
LEANDRO.-¡Oh, Silvia mía!
SIRENA.-Sólo pensó en que podíais
morir. . . , nada pensó en lo
que arriesgaba con venir a veros.
¿Soy vuestra amiga?
CRISPÍN.-Sois adorable. Pronto,
Acostaos aquí, haceos el doliente y
el desmayado. Ved que si es preciso
yo sabré que lo estéis de veras.
(Amenazándole y haciéndole sentar
en un sillón.)
LEANDRO.-Sí, soy vuestro; lo sé,
lo veo... Pero Silvia no lo será.
Sí, quiero verla; decirle que llegue,
que he de salvarla a pesar vuestro,
a pesar de todos, a pesar de ella
misma.
CRISPÍN.-Comprender que mi
señor no siente lo que dice.
SIRENA.-NO lo creo tan necio ni
tan loco. Ven conmigo.
(Se va con Crispín por la segunda derecha, o
sea el pasillo.)
ESCENA VI
LEANDRO y SILVIA, que sale por la segunda derecha.
LEANDRO.- ¡ Silvia! ¡ Silvia mía!
SILVIA .-¿No estás herido?
LEANDRO.-No; ya lo ves. . . Fue
un engaño, un engaño más para
traerte aquí. Pero no temas; pronto
vendrá tu padre; pronto saldrás con
él sin, que nada tengas tú que reprocharme.
. . ¡Oh! Sólo el haber empañado la serenidad de tu alma
con una ilusión de amor, que para
ti sólo será el recuerdo de un mal sueño.
SILVIA .-¿Qué dices, Leandro?
¿Tu amor no era verdad?
LEANDRO.-¡Mi amor, sí. . . ; por
eso no he de engañarte! Sal de aquí
pronto, antes de que nadie, fuera
de los que aquí te trajeron, pueda
saber que viniste.
SILVIA.- Que temes,¿No estoy segura en tu casa?
Yo no dudé en venir a ella. . . ¿Qué peligros pueden
amenazarme a tu lado?
LEANDRO.-Ninguno; dices bien.
Mi amor te defiende de tu misma inocencia.
SILVIA.-No he de volver a casa
de mi padre después de su acción
horrible.
LEANDRO.-No, Silvia, no culpes
a tu padre. No fue él; fue otro engaño
más, otra mentira. . . Huye de
mí, olvida a este miserable aventurero,
sin nombre, perseguido por la
justicia.
SILVIA.¡No, no es cierto! Es
que la conducta de mi padre me
hizo indigna de vuestro cariño. Eso
es. Lo comprendo. . . ¡Pobre de mí!
LEANDRO.-¡Silvia! ¡ Silvia mía!
¡Qué crueles tus dulces palabras!
;Qué cruel esa noble confianza de corazón,
ignorante del mal y de la vida!
ESCENA VII
DICHOS y CRISPÍN, que sale corriendo por la segunda derecha.
CRISPÍN.-¡Señor! ¡Señor! El señor Polichinela llega.
SILVIA.-¡Mi padre!
LEANDRO.-¡Nada importa! Yo os
entregaré a él por mi mano.
CRISPÍN .-Ved que no viene solo,
sino con mucha gente y justicia con él.
LEANDRO.-¡Ah! ¡Si te hallan
aquí! ¡En mi poder! Sin duda tú les
diste aviso. . . Pero no lograréis
vuestro propósito.
CRISPÍN.-¿Yo? No por cierto. . .
Que esto va de veras, y ya temo
que nadie pueda salvamos.
LEANDRO.-¡ A nosotros no; ni he
de intentarlo!. . . Pero a ella sí.
Conviene ocultarte; queda aquí.
SILVIA.-¿Y tú?
LEANDRO.-Nada temas. ¡Pronto,
que llegan!
(Esconde a Silvia en la habitación del foro,
diciéndole a Crispín:)
Tú verás lo que trae a esa
gente. Sólo cuida de que nadie entre
ahí hasta mi regreso. . . No hay
otra huida. (Se dirige a la ventana.)
CRISPÍN.-(Deteniéndole.) ¡Señor!
¡Tente!¡No te mates así!
LEANDRO.-No pretendo matarme
ni pretendo escapar; pretendo salvarla.
(Trepa hacia arriba por la escalera
y desaparece.)
CRISPÍN .-Señor, señor! ¡ Menos
mal! Creí que intentaba arrojarse al
suelo, pero trepo hacia arriba. .
Esperemos todavía. . . Aún quiere
volar.. . Es su región, las alturas.
Yo, a la mía: la tierra. . . Ahora
más que nunca conviene afirmarse
en ella.
(Se sienta en un sillón con
mucha calma.)
Escena VIII
CRISPÍN, el SEÑOR POLICHINELA, el HOSTELERO, el SEÑOR PANTALÓN, el CAPITÁN, ARLEQUÍN, DOCTOR,el SECRETARIO y dos ALGUACILES ,CON enormes protocolos de curia, todos
salen por la segunda derecha o sea el pasillo.
POLICHINELA.-(Dentro, a gente
que se supone fuera.) ¡Guardad bien
las puertas, que nadie salga,
hombre ni mujer, ni perro ni gato!
HOSTELERO.-¿Dónde están, donde
están esos bandoleros, esos asesinos?
PANTALÓN.-¡Justicia! ¡Justicia!
¡Mi dinero!¡Mi dinero!
(Van saliendo todos por el orden que se indica.
El Doctor y et Secretario se dirigen a la mesa
y se disponen a escribir. Los dos Alguaciles, de pie,
teniendo en las manos los enormes protocolos del proceso.)
CAPITÁN.-Pero, ¿es posible lo
que vemos, Crispín?
ARLEQUÍN .-¿Es posible lo que sucede?
PANTALÓN .-¡Justicia!¡Justicia!
¡Mi dinero! ¡Mi dinero!
HOSTELERO.-¡Que los prendan...que se aseguren de ellos!
PANTALÓN.-no escaparán...,¡No escaparán!
CRISPÍN.-Pero ¿qué es esto? ¿Cómo
se atropella así la mansión de
un noble caballero? Agradezcan la
ausencia de mi señor.
PANTALÓN .-¡Calla, calla, que tú
eres su cómplice y has de pagar
con él!
HOSTELERO.-¿Cómo cómplice?
Tan delincuente como su pretendido
señor...que él fue quien me engañó
CAPITÁN.-¿Qué significa esto, Crispín?
ARLEQUÍN.-iTiene razón esta gente?
POLICHINELA .-¿Qué dices ahora,
Crispín? ¿Pensaste que habían de valerte
tus enredos conmigo? ¿Conque yo pretendí asesinar a tu señor?
¿Conque yo soy un viejo avaro que
sacrifica a su hija? ¿Conque toda la
ciudad se levanta contra mí llenándome
de insultos? Ahora veremos.
PANTALON.-Dejadle, señor Polichinela,
que éste es asunto nuestro,
que al fin vos no habéis perdido
nada. Pero yo. . . , ¡todo mi caudal,
que lo presté sin garantía! ¡Perdido
me veré para toda la vida! ¿Qué
será de mí?
HOSTELERO .-¿Y yo, decidme,
que gasté lo que no tenía y aun hube
de empeñarme por servirle como
creí correspondía a su calidad? ¡Esto
es mi destrucción, mi ruina!
CAPITÁN.-¡Y nosotros también
fuimos ruinmente engañados! ¿Qué
se dirá de mí, que puse mi espada
y mi valor al servicio de un aventurero?
ARLEQUÍN.-¿Y de mí, que le dediqué
soneto tras soneto como al más noble señor?
POLICHINELA.-¡Ja, ja, ja!
PANTALÓN -¡Sí, reíd, reíd! . . .
Como nada perdisteis. .
.
HOSTELERO.-Como nada os robaron...
PANTALÓN. - ¡Pronto, pronto!
¿Dónde está el otro pícaro?
HOSTELERO.-Registradlo todo hasta dar con él.
CRISPÍN.-Poco a poco. Si dais un
solo paso...(Amenazando con la espada)
PANTALÓN.-¿Amenazas todavía?
¿Y esto ha de sufrirse? ¡Justicia, justicia!
HOSTELERO.-Eso es, justicia!
DOCTOR.-Señores. . . Si no me
atendéis, nada conseguiremos. Nadie
puede tomarse justicia por su
mano, que la justicia no es atropello
ni venganza y summum jus, summa
injuria. La justicia es todo orden,
y el orden es todo razón, y la
razón es todo procedimiento, y el
procedimiento es todo lógica.
Bárbara, Celarent, Darii, Ferioque, Baralipton,
depositad en mí vuestros
agravios y querellas, que todo
ha de unirse a este proceso que conmigo
traigo.
CRISPÍN .-¡Horror! ¡Aún ha crecido!
DOCTOR.-Constan aquí otros muchos
delitos de estos hombres y a
ellos han de sumarse estos de que
ahora les acusáis. Y yo seré parte
en todos ellos; sólo así obtendréis
la debida satisfacción y justicia. Escribid,
señor Secretario, y vayan deponiendo
los querellantes.
PANTALÓN.-Dejadnos de embrollos,
que bien conocemos vuestra historia.
HOSTELERO.-No se escriba nada,
que todo será poner lo blanco negro...
Y quedaremos nosotros sin
nuestro dinero y ellos sin castigar.
PANTALÓN.-Eso, eso... ¡Mi dinero,
mi dinero¡ Y después justicia!
DOCTOR.-¡Gente indocta, gente
ignorante, gente incivil! ¿Qué idea
tenéis de la justicia? No basta que
os digáis perjudicados si no pareciese
bien claramente que hubo intención
de causaros perjuicio, esto es,
fraude o dolo; que no es lo mismo
aunque la vulgar acepción
los confunda. Pero sabed. . . , que en
el un caso...
PANTALÓN.-¡Basta! ¡Basta! Que
acabaréis por decir que fuimos nosotros
los culpables.
DOCTOR.-¡Y como pudiera ser
si os obstináis en negar la verdad
de, los hechos!. .
HOSTELERO.-¡Ésta es buena! Que
fuimos robados. ¿Qué más verdad
ni más claro delito?
DOCTOR.-Cabed que robo no es
lo mismo que hurto; y mucho menos
que fraude o dolo, como dije
primero. Desde las Doce Tablas
hasta Justiniano, Triboniano, Emiliano
y Tiberiano . . .
PANTALÓN.- Todo fue quedarnos
sin nuestro dinero. . . Y de ahí no
habrá quien nos saque.
POLICHINELA.-El señor Doctor
habla muy en razón. Confiad en ÉL,
y que todo conste en proceso.
DOCTOR.-Escribid, escribid luego,
señor Secretario.
CRISPÍN .-¡Quieren oírme?
PANTALÓN .-¿No, no! Calle el pícaro.
, calle el desvergonzado.
HOSTELERO.-Ya hablaréis donde
os pesará.
DOCTOR.-Ya hablará cuando le
corresponda, que a todos ha de oírse
en justicia. . . Escribid, escribid. En
la ciudad de..., a tantos.. . No sería
malo proceder primeramente al
inventario de cuanto hay en la casa.
CRISPÍN.-No dará tregua a la pluma. . .
DOCTOR.-Y proceder al deposito
fianza por parte de los querellantes,
porque no pueda haber sospecha
en su buena fe. Bastará con
dos mil escudos de presente y caución
de todos sus bienes. . .
PANTALÓN .-¿Qué decís? ¡Nosotros dos mil escudos!
DOCTOR.-Ocho debieran ser; pero
basta que seáis personas de algún
crédito para que todo se tenga en
cuenta, que nunca fui desconsiderado...
HOSTELERO.-¡Alto, y no se escriba
más, que no hemos de pasar por eso!
DOCTOR.-¿Cómo? ¿Así se atropella
a la Justicia? Abrase proceso separado
por violencia y mano airada
contra un ministro de Justicia en
funciones de su ministerio.
PANTALÓN.-¡Este hombre ha de perdernos!
HOSTELERO.-¡Está loco!
DOCTOR .-¿Hombre y loco, decís?
Hablen con respeto. Escribid, escribid
que hubo también ofensas de palabra. . .
CRISPÍN.-Bien os está por no escucharme.
PANTALÓN.-Habla, habla, que todo
será mejor según vamos.
CRISPÍN.-Pues atajen a ese hombre,
que levantará un monte con
sus papelotes.
PANTALÓN.-¡Basta, basta ya, decimos!
HOSTELERO.-Deje la pluma. . .
DOCTOR.--Nadie sea osado a poner
mano en nada.
CRISPÍN.-Señor Capitán, sírvanos
vuestra espada, que es también atributo
de justicia.
CAPITÁN.-(va a la mesa y da un
fuerte golpe con la espada en los papeles
que está escribiendo el Doctor.)
Háganos la merced de no escribir
mas.
DOCTOR.-Ved lo que es pedir las
cosas en razón. Suspended las actuaciones,
que hay cuestión previa a
dilucidar. . . , Hablen las partes entre
si....Bueno fuera no obstante proceder
en el ínterin al inventario. . .
PANTALÓN .-¡No, no!
DOCTOR.-Es formalidad que no
puede evitarse.
CRISPÍN.-Ya escribiréis cuando
sea preciso. Dejadme ahora hablar
aparte con estos honrados señores.
DOCTOR.-Si os conviene sacar
testimonio de cuanto aquí les digáis...
CRISPÍN .-Por ningún modo. No
se escriba una letra, o no hablaré
palabra.
CAPITÁN.-Deje hablar al mozo.
CRISPÍN.-¿Y qué he de deciros?
¿De qué os quejáis? ¿De haber ,perdido
vuestro dinero? ¿Qué pretendéis?
¿Recobrarlo?
PANTALÓN.-¡Eso, eso! ¡Mi dinero!
HOSTELEROS...-¡Nuestro dinero!
CRISPÍN.-Pues escuchadme...
¿De dónde habéis de cobrarlo
si así quitáis crédito a mi señor
y así hacéis imposible su ,boda
con la hija del señor Polichinela?
¡Voto a. . ., que siempre pedí tratar
con pícaros mejor que con necios!
Ved lo que hicisteis y cómo
se compondrá ahora con la Justicia
de por medio. ¡Qué lograréis ahora
si dan con nosotros en galeras o en
sitio peor? ¿Será buena moneda para
cobraros las túrdigas de nuestro pellejo?
¡Seréis más ricos, más nobles
o más grandes cuando nosotros estemos
perdidos? En cambio, si no
nos hubierais estorbado a tan mal tiempo,
hoy, hoy mismo tendríais vuestro
dinero, con todos sus intereses...,
que ellos solos bastarían a
llevaros a la horca, si la Justicia
no estuviera en esas manos y en esas
plumas. . . Ahora haced lo que os
plazca, que ya os dije lo que os convenía...
DOCTOR.-Quedaron suspensos...
CAPITÁN.-Yo aún no puedo creer
que ellos sean tales bellacos.
POLICHINELA.-Este Crispín...
capaz será de convencerlos.
PANTALÓN.-(Al Hostelero.) ¿Qué
decís a esto? Bien mirado. . .
HOSTELERO.-¿Qué decís vos?
PANTALÓN.-Dices que hoy mismo
se hubiera casado tu amo con
la hija del señor Polichinela. ¿Y si
él no da su consentimiento?. . .
CRISPÍN.-De nada ha de servirle.
Que su hija huyó con mi señor.. .
y lo sabrá todo el mundo. . .
y a él más que a nadie importa que
nadie sepa cómo su hija se perdió
por un hombre sin condición, perseguido
por la Justicia.
PANTALÓN.-Si así fuera... ¿Qué
decís vos?
HOSTELERO.-No nos ablandemos.
Ved que el bellaco es maestro en embustes.
PANTALÓN.-Decís bien. No sé
cómo pude creerlo. ¡ Justicia! ¡Justicia!
CRISPÍN.-¡Ved que lo perdéis todo!
PANTALÓN.-Veamos todavía...
Señor Polichinela, dos palabras.
POLICHINELA.-¿Qué me queréis?
PANTALÓN.-Suponed que nosotros
no hubiéramos tenido razón para
quejarnos. Suponed que el señor
Leandro fuera, en efecto, el más noble
caballero. . . , incapaz de una
baja acción. . .
POLICHINELA .-¿Qué decís?
PANTALÓN.-Suponed que vuestra
hija le amara con locura, hasta el
punto de haber huido con él
de vuestra casa.
POLICHINELA.-¿Que mi hija huyó
de mi casa con ese hombre? ¿Quién
lo dijo? ¿Quién fue el desvergonzado?...
PANTALÓN.-No os alteréis. Todo es suposición.
POLICHINELA.- Pues aún así no he de tolerarlo.
PANTALÓN.-Escuchad con Paciencia.
Suponed que todo eso hubiera
Sucedido. ¿No os sería forzoso casarla?
POLICHINELA .-¿Casaria? ¡Antes
la mataría! Pero es locura pensarlo.
Y bien veo que eso quisierais para
cobraros a costa mía, que sois otros
tales bribones. Pero no será, no será. . .
PANTALÓN.-Ved lo que decís, y
no se hable aquí de bribones cuando
estáis presente.
HOSTELERO .-¡Eso, eso!
POLICHINELA.-¡Bribones, bribones,
combinados para robarme! Pero
no será, no será.
DOCTOR.-No hayáis cuidado, señor
Polichinela, que aunque ellos
renunciaran a perseguirle, no es nada
este proceso? ¿Creéis que puede borrarse
nada de cuanto en él consta,
que son cincuenta y dos delitos probados
y otros tantos que no necesitan probarse?. . .
PANTALÓN .-¿Qué decís ahora, Crispín?
CRISPÍN.-Que todos esos delitos,
si fueran tantos, son como estos
otros. . . Dinero perdido que nunca
se pagará si nunca le tenemos.
DOCTOR .-¡Eso no! Que yo he de
cobrar lo que me corresponda de
cualquier modo que sea.
CRISPÍN .-Pues será de los que
se quejaron, que nosotros harto haremos
en pagar con nuestras personas.
DOCTOR.-Los derechos de Justicia
son sagrados, y lo primero será
embargar para ellos cuanto hay en
esta casa.
PANTALÓN.-¿Cómo es eso? Esto
será para cobrarnos algo.
HOSTELERO.-Claro es; y de otro
modo. . .
DOCTOR.-Escribid, escribid, que
si hablan todos nunca nos entenderemos.
PANTALÓN y HOSTELERO.-¡No ,no!
CIRISPÍN.-Oídme aquí, señor Doctor.
Y si se os pagara de una vez
y sin escribir tanto vuestros. . .,
¿cómo los llamáis? ¿Estipendios?
DOCTOR.-Derechos de Justicia.
CRISPÍN.-Como queráis. ¿Qué os parece?
DOCTOR.-En ese caso. . .
CRISPÍN.-Pues ved que mi amo
puede ser hoy rico, poderoso, si el
señor Polichinela consiente en casarle
con su hija. Pensad que la joven
es hija única del señor Polichinela;
pensad en que mi señor ha de
ser dueño de todo; pensad. . .
DOCTOR.-Puede, puede estudiarse.
PANTALÓN.-¿Qué os dijo?
HOSTELERO .-¿Qué resolvéis?
DOCTOR.-Dejadme reflexionar.
El mozo no es lerdo y se ve que no
ignora los procedimientos legales.
Porque si consideramos que la ofensa
que recibisteis fue puramente pecuniaria
y que todo delito que puede
ser reparado en la misma forma
lleva en la reparación el más justo
castigo; si consideramos que así en
la ley bárbara y primitiva del ta
lión se dijo: ojo por ojo,
diente por diente, mas no diente por ojo
ni ojo por diente. . . Bien puede decirse
que en este caso escudo por
escudo. Porque al fin, él no os quitó
la vida para que podáis exigirle la
suya en pago. No os ofendió en
vuestra persona, honor ni buena fama,
para que podáis exigir otro tanto.
La equidad es la suprema justicia.
Equitas justitia magna est.
Y desde las Pandectas hasta Triboniano,
con Emiliano, Tiberiano. . .
PANTALÓN.-NO digáis más. Si él nos pagara. . .
HOSTELERO.-Como él nos pagara..
POLICHINELA .-¡Qué disparates
son éstos, y cómo ha de pagar, ni
qué tratar ahora!
CRISPÍN.-Se trata de que todos
estáis interesados en salvar a mi señor,
en salvamos por interés de
todos vosotros, por no perder vuestro
dinero; el señor Doctor, por no perder
toda esa suma de admirable
doctrina que fuisteis depositando en
esa balumba de sabiduría; el señor
Capitán, porque todos le vieron amigo
de mi amo, y a su valor importa
que no se murmure de su amistad
con un aventurero; vos, señor Arlequín,
porque vuestros ditirambos de
poeta perderían todo su mérito al saber
que tan mal los empleasteis; vos,
señor Polichinela. . . , antiguo amigo
mío, porque vuestra hija es ya ante
el Cielo y ante los hombres la esposa
del señor Leandro.
POLICHINELA .-¡Mientes, mientes!
¡Insolente, desvergonzado!
CRISPÍN.-Pues procédase al inventario
de cuanto hay en la casa.
Escribid, escribid, y sean todos estos
señores testigos y empiécese por
este aposento.
(Descorre el tapiz de
la puerta del foro y aparecen formando
grupo Silvia, Leandro, Doña
Sirena, Colombina y la señora de
Polichinela.)
ULTIMA ESCENA
DICHOS, SILVIA, LEANDRO, DOÑA SIRENA,
COLOMBINA, y la SEÑORA DE
POLICHINELA, que aparece por el
foro.
PANTALÓN y HOSTELERO.-¡Silvia!
CAPITÁN y ARLEQUÍN.-¡Juntos los dos!
POLICHINELA .-¿Conque era cierto?
¡Todos contra mí! ¡Y mi mujer
y mi hija con ellos! ¡Todos conjurados
para robarme! ¡Prended a ese
hombre, a esas mujeres, a ese impostor,
o yo mismo. . . !
PANTALÓN.-¿Estáis loco, Señor
Polichinela?
LEANDRO.--(Bajando al proscenio
en compañía de los demás.) Vuestra
hija vino aquí creyéndome malherido
acompañada de doña Siena, y
yo mismo corrí al punto en busca
vuestra esposa para que también la
acompañara. Silvia sabe quién soy,
sabe toda mi vida de miserias, de
engaños, de bajezas, y estoy seguro
que de nuestro sueño de amor nada
queda en su corazón. . . Llevadla
de aquí, llevadla; yo os lo pido antes
de entregarme a la Justicia.
POLICHINELA.-El castigo de mi
hija es cuenta mía; pero a ti...;
Prendedle digo!
SILVIA.-Padre! Si no le salváis,
será mi muerte. Le amo, le amo
siempre, ahora más que nunca. Porque
su corazón es noble y fue muy
desdichado, y pudo hacerme suya
con mentir, y no ha mentido.
POLICHINELA .-¿Calla, calla, loca,
desvergonzada! Éstas son las enseñanzas
de tu madre. . ., sus vanidades
y fantasías. Éstas son las lecturas
romancescas, las músicas a la
luz de la luna.
SEÑORA DE POLICHINELA.-Todo
es preferible a que mi hija se case
con un hombre como tú, para ser
desdichada como su madre.
¿De qué me sirvió nunca la riqueza?
SIRENA.-Decís bien, señora Polichinela.
¿De qué sirven las riquezas sin amor?
COLOMBINA .-De lo mismo que el
amor sin riquezas.
DOCTOR.-Señor Polichinela, nada
os estará mejor que casarlos.
PANTALÓN.-Ved que esto ha de
saberse en la ciudad.
HOSTELERO.-Ved que todo el
mundo estará de su parte.
CAPITÁN.-Y no hemos de consentir
que hagáis violencia a vuestra hija.
DOCTOR.-Y ha de constar en el
proceso que fue hallada aquí,
junto con él.
CRISPÍN.-Y en mi señor no hubo
más falta que carecer de dinero, pero
a él nadie le aventajará en nobleza..
y vuestros nietos serán caballeros...,
si no dan en salir al abuelo. . .
TODOS.- ¡Casadlos! ¡Casadlos!
PANTALÓN.-O todos caeremos sobre vos.
HOSTELERO.-Y saldrá a relucir
vuestra historia. . .
ARLEQUÍN.-Y nada iréis ganando...
SIRENA.- lo pide una dama,
conmovida por este amor tan fuera
de estos tiempos.
COLOMBINA.-Que más parece de novela.
TODOS .-¡Casadlos! ¡Casadlos!
POLICHIMELA.-Cásense enhoramala.
Pero mi hija quedará sin dote
y desheredada. . . Y arruinaré toda
mi hacienda antes que ese bergante...
DOCTOR.-Eso sí que no haréis,
señor Polichinela.
PANTALÓN.-¿Qué disparates son éstos?
HOSTELERO .-¡No lo penséis siquiera!
ARLEQUÍN.-¿Qué se diría?
CAPITÁN.-No lo consentimos.
SILVIA.-No, padre mío; soy yo
la que nada acepto, soy yo la que
ha de compartir su suerte. Así le amo.
LEANDRO.-Y sólo así puedo aceptar
tu amor. . . (Todos corren hacia
Silvia y Leandro.)
DOCTOR .-¿Qué dicen? ¿Están locos?
PANTALÓN.-¡Eso no puede ser!
HOSTELERO.-¡Lo aceptaréis todo!
ARLEQUÍN.-Seréis felices y seréis ricos.
SEÑORA DE POLICHINELA.-¿Mi hija en la miseria!
¡Ese hombre es un verdugo!
SIRENA.-Ved que el amor es niño
delicado y resiste pocas privaciones.
DOCTOR.- ¡No ha de ser! Que el
señor .Polichinela firmará aquí mismo
espléndida donación, como corresponde
a una persona de su calidad
y a un padre amantísimo. Escribid,
escribid, señor Secretario, que
a esto no ha de oponerse nadie.
TODOS.-(Menos Polichinela.) ¡Escribid!
¡Escribid!
DOCTOR.-Y vosotros, jóvenes
enamorados. . . , resignaos con las riquezas,
que no conviene extremar
escrúpulos que nadie agradece.
PANTALÓN.-(A Crispín.) ¿Seremos pagados?
CRISPÍN.-Quién lo duda? Pero
habéis de proclamar que el señor
Leandro nunca os engañó. . . Ved
cómo se sacrifica por satisfaceros
aceptando esa riqueza que ha de repugnar
a sus sentimientos.
PANTALÓN.-Siempre le Creímos un noble caballero.
HOSTELERO.-Siempre.
ARLEQUÍN.--Todos lo creímos.
CAPITÁN.-Y lo sostendremos siempre.
CRISPÍN.-Y ahora, Doctor, ese
proceso, ¿Habrá tierra bastante en la
tierra para echarle encima?
DOCTOR.-Mi previsión se anticipa
a todo. Bastará con puntuar debidamente
algún concepto. . . Ved aquí:
donde dice. . . "Y resultando
que si no declaró. . . ", basta
una coma, y dice: "Y resultando
que si, no declaró. . . " Y aquí: "Y
resultando que no debe condenársele",
fuera la coma, y dice: ‘"Y resultando
que no debe condenársele..."
CRISPÍN .-¡Oh, admirable coma!
¡Maravillosa coma! ¡Genio de la
Justicia! ¡Oráculo de la Ley! ¡Monstruo
de la Jurisprudencia!
DOCTOR.-Ahora confío en la grandeza de tu señor.
CRISPÍN.-Descuidad. Nadie mejor
que vos, sabe cómo el dinero puede
cambiar a un hombre.
SECRETARIO -Yo fui el que puso
y quitó esas comas. . .
CRISPÍN .-En espera de algo mejor..
Tomad esta cadena. Es de oro.
SECRETARIO.-¿De ley?
CRISPÍN.-Vos lo sabréis, que entendéis
de leyes.
POLICHINELA.-Sólo impondré
una condición: que este pícaro deje
para siempre de estar a tu servicio.
CRISPÍN.-No necesitáis pedirlo,
señor Polichinela. ¿Pensáis que soy
tan pobre de ambiciones como mi
señor?
LEANDRO.-¿Quieres dejarme
Crispín? No será sin tristeza de mi parte.
CRISPÍN.-No la tengáis, que ya
de nada puedo serviros y conmigo
dejáis la piel del hombre viejo. . .
¿Qué os dije, señor? Que entre todos
habían de salvarnos. . . Creedlo. Para
salir adelante con todo, mejor
que crear afectos es crear intereses...
LEANDRO.-Te engañas, que sin el
amor de Sivia nunca me hubiera
salvado.
CRISPÍN.-¿Y es poco interés ese
amor? Yo di siempre su parte al ideal
y conté con él siempre. Y ahora
acabó la farsa.
SILVIA.-(Al público.)Y en ella visteis,
como en las farsas de la vida, que
a estos muñecos, como a los humanos,
mueven los cordelillos groseros,
que son los intereses ,las pasioncillas,
los engaños y todas las miserias de su
condición: tiran unos de sus pies y los
llevan a tristes andanzas; tiran otros
de sus manos, que trabajan con pena,
luchan con rabia, hurtan con astucia,
matan con vilencia. Pero entre todos ellos,
desciense a veces del cielo al corazón
un hilo sutil, como tejido con luz del sol
y con luz de luna :el hilo del amor, que
a los humanos, como a esos muñecos que
semejan humanos, les hace parecer divinos,
y trae a nuestra frente resplandores de
aurora, y pone alas en nuestro corazón
y nos dice que no todo es farsa en la farsa,
que hay algo divino en nuestra vida que es
verdad y es eterno ,y no puede acabar
cuando la farsa acaba.(Telón)
FIN DE LA COMEDIA