EL GRAN DIOS BROWN
Eugene O’Neill
Personajes:
WILLIAM A. BROWN
(BILLY)
Su
PADRE, contratista
SU
MADRE
DION
ANTHONY
Su PADRE, constructor
SU
MADRE
MARGARET
SUS TRES
HIJOS
CYBEL
En
la Oficina de Brown:
DOS DIBUJANTES
UNA
TAQUÍGRAFA
ESCENARIOS
Prólogo: El muelle del
Club. Una noche de luna, a
mediados de junio.
ACTO
I
Escena
I: El salón del
departamento de Margare!
Anthony.
De
tarde. Siete años después.
Escena
II: La oficina de
Billy Brown. Esa misma tarde.
Escena
III: La sala de recibo de
Cybel. Esa noche.
ACTO
II
Escena
I: La sala de recibo de
Cybel. Siete años después. Al
atardecer.
Escena
II: La sala de
dibujo de la
oficina de William
A.
Brown. El mismo día, al anochecer.
Escena
III: La biblioteca, en casa de
Brown. Esa noche.
ACTO III
Escena
I: La oficina de Brown, un
mes después. De mañana.
Escena
II: La biblioteca, en casa de
Brown. Esa noche.
Escena III: El salón, en
casa de Margaret. Esa noche.
ACTO
IV
Escena
I: La oficina de Brown, semanas después. En las
últimas horas de la
tarde.
Escena
II: La biblioteca, en casa
de Brown, horas después.
Esa
noche.
Epílogo:
El
muelle del Club. Cuatro años después.
PRÓLOGO
Escenario: Una sección
transversal del muelle,
en el Club del pueblo.
A foro, más
allá del borde, un espacio
rectangular con bancos
en los tres
lados. Una baranda cerca todo el embarcadero por detrás.
Noche de
luna a mediados de
junio. Del Club
llega la música del cuarteto del
colegio que toca «Dulce Adelina», con
muchos trémolos ultrasentimentales. Se oye
el débil eco de los
aplausos; luego, nada más que
el rumor de las olas
al lamer los pilares
del muelle y
sus latigazos sobre la
playa. Finalmente se oye ruido de
pasos sobre el
entarimado y entra por
derecha Billy Brown, con su
padre y su madre. La
madre es una mujer
regordeta de cuarenta y cinco
años, emperifollada con un traje
de encaje negro y lentejuelas. El padre
es un hombre de cincuenta años o más, el
prototipo del hombre de negocios
de provincias, dinámico, amable,
triunfador, fornido y cordial en su
traje de etiqueta. Billy Brown es
un muchacho de unos dieciocho años, guapo, alto y
atlético. Rubio y de
ojos azules, su sonrisa
es agradable y su rostro
franco: y la expresión de
su fisonomía revela que ya
sabe dominarse. Sus modales ostentan la aplomada confianza en sí
mismo propia de una inteligencia normal. Viste traje
de etiqueta. Los tres entran
del brazo, la madre entre Billy y
su padre.
LA
MADRE.- (Hablándole siempre al
Padre.) Este pri-mer
baile está mal
organizado. ¡Qué manera
de cantar!
¡Qué
malas voces! ¿Por qué no lo
hacen cantar a Billy?
BILLY.-(A ella.) ¡Qué ocurrencia, mamá! ¡Mi voz parece una bocina de barco!
(Ríe.)
LA
MADRE.- (Melancólica, sin
mirarlos.) Yo tenía
una
linda
voz cuando niña. (Al Padre, sarcásticamente.) ¿Viste
cómo se pavoneaba
el hijo de
Anthony con esos sucios pantalones de franela?
EL
PADRE.-Se estaba exhibiendo
LA
MADRE.-¡Qué descaro! Es tan rústico como su padre.
EL
PADRE.-Al viejo, no hay
peros que ponerle.
Lo único que le echó
en cara, es que
haya sido demasiado rutinario para
dejarme remontar vuelo.
LA
MADRE.- (Con amargura.) Te
ha mantenido a su mismo nivel... por
mera envidia.
EL
PADRE.- Pero me asoció
a su negocio.
No lo olvides...
LA
MADRE.- (Con aspereza.) ¡Porque
eras el alma
de la empresa! ¡Porque tenía miedo de perderte! (Pausa.)
BILLY.-(Con admiración.) Dion vino
con su traje viejo
para ganar una apuesta. ¡Qué gran
muchacho! ¡Era muy capaz
de venirse en
pijama!
(Sonríe
burlonamente de una manera
significativa.)
LA
MADRE.-¡Qué clara está la
luz de la
luna! ¿Verdad? (Va hacia
el banco del
centro y se sienta.
Billy permanece de pie
en el rincón izquierdo, primer
término, la mano apoyada
sobre la
baranda, como un reo en la sala
de audiencias frente
al juez. Su
padre, de pie delante
del banco de la derecha.
La Madre anuncia,
con decisión.)
¡Cuando haya terminado el
colegio superior, Billy deberá estudiar alguna
profesión! ¡Estoy resuelta
a que así
sea!
(Se
vuelve hacia su marido con
aire desafiante, como si esperara
oposición de su parte.)
EL
PADRE.- (Vehemente y conciliador.) Es
precisamente lo que
he estado pensando,
querida. ¡Arquitectura!
¿Qué
te parece? ¡Billy
será arquitecto, un arquitecto
de primera! ¡Esa es
mi propuesta! ¡Lo
que siempre quise ser
yo, pero que
nunca tuve oportunidad
de conseguir!
Billy
se graduará y
entonces lo asociaremos
a la firma.
¡La
razón social se llamará «Anthony,
Brown e Hijo, arquitectos y
constructores», en vez de
«contratistas y constructores»!
LA
MADRE.-(Suspirando por la
realización de un sueño.)
Y ya no volverán
a ocuparse de aceras...
o
de cavar alcantarillas... ¿verdad?
EL
PADRE.-(Algo irritado.) ¡Yo
y Anthony podemos construir todo
lo que se le ocurra
a tu niño
mimado... hasta una
iglesia! (Argumentando en favor
de su idea.)
¡Será una gran oportunidad para él! ¡Dibujará los
planos, dará impulso al
negocio y hará
famosa a nuestra firma!
LA
MADRE.-(Pensativa.) Cuando
me pediste que me casara contigo, me pareció que
tu porvenir prometía ser triunfal. .. tu porvenir, que iba a
ser el mío. (Con
un suspiro.) Bueno...
después de todo, no lo
hemos pasado tan mal.
Ahora
se trata del
porvenir de Billy.
¿Le gustaría a Billy
ser arquitecto? (Dice
esto sin mirar
a su hijo.)
BILLY.-Sí, mamá.
(Dócilmente.) Nunca pensé
gran
cosa
en lo que
haría al regresar
del colegio... pero
eso
de
la arquitectura me suena muy
bien.
LA
MADRE.-(Sin mirarlo, orgullosamente.) Billy
solía dibujar casas cuando pequeño.
EL
PADRE.-(Con regocijo.) A Billy
le sobra pasta para triunfar
si trabaja de firme.
BILLY.-(Respetuosamente.) Trabajaré de
firme, papá.
LA
MADRE.-¡Billy es capaz
de lograr cualquier
cosa!
BILLY.-(Con aire embarazado.) Haré lo posible, mamá.
(Pausa.)
LA
MADRE.- (Con súbito escalofrío.)
¡Las noches son
mucho más frías que
antaño! Una vez, cuando
niña, me
bañé a
la luz de
la luna... Pero la luz
de la luna era
tan
tibia y
hermosa, entonces... ¿Recuerdas, papá?
EL
PADRE.- (Rodeándola cariñosamente
con el
brazo.)
Ya
lo creo, mamá. (La besa.
La orquesta del
Club ataca un vals.)
Tocan otra pieza. Volvamos para ver
bailar a los jóvenes.
(Se
dirigen hacia el salón, mientras Billy permanece
inmóvil.)
LA MADRE.- (De improviso, volviendo la
cabeza.) Quiero ver bailar a
Billy.
BILLY.-(Respetuosamente.) ¡Sí, mamá! (Los
sigue. Durante unos
momentos, se oye el suave rumor
de la música
y el gemido de las olas. Luego, nuevamente, se oyen pasos y
entran los tres
Anthony. En primer término,
el Padre y la
Madre, que no
llevan máscara.
El
Padre es un hombre alto,
delgado, de cincuenta y cinco
a sesenta años, de
rostro ceñudo, reservado,
terco hasta el
punto de transparentar cierta
estúpida debilidad. La
Madre es
una
mujer enjuta, frágil
y marchita, de modales
eternamente nerviosos y desasosegados,
pero de
un rostro dulce
y
gentil que en
el pasado ha sido hermoso. El Padre
viste un traje
negro que le
ajusta muy mal,
semejante al de un plañidero
profesional: la Madre, un
traje negro barato
y
sencillo. Los sigue, como si fuera
un extraño, y aparte, el
hijo de ambos, Dion.
Es casi de
la misma estatura de
Billy
Brown, pero flaco y fuerte: y se
mueve continuamente, en un
derroche de energías nerviosas.
Su rostro está enmascarado.
La
máscara es una forzada
adaptación de su verdadero rostro triste, espiritual, poético, apasionadamente hipersensible, con un
irremediable desamparo en su
infantil y religiosa
fe en la
vida- a la expresión
fisonómica de un
joven Pan alegremente
burlón, temerario, desafiante y sensual. Viste una
camisa gris de franela, abierta en el
cuello, zapatillas de sport sobre
los pies desnudos
y unos sucios
pantalones blancos de
franela.
El Padre
se acerca a grandes pasos
al banco del centro
y se sienta.
La
Madre, hasta entonces
tomada de su
brazo, lo suelta y permanece
de pie junto
al banco de la
derecha. Ambos contemplan a Dion, el
cual, con estudiada negligencia, ocupa junto
a la baranda el
mismo lugar que ocupara minutos
antes Billy Brown. Ellos lo
miran: con aire intrigado y
perplejo.)
LA
MADRE.-(Repentinamente, suplicante.) ¡Lo que
debieras hacer, simplemente,
es mandarlo a la
universidad!
EL
PADRE.-¡Bah! No creo en
las virtudes de la
enseñanza. Las universidades
convierten a los muchachos en haraganes
que sólo saben
vivir a costa de sus
pobres padres. ¡Que luche
como tuve que hacerlo
yo! ¡Eso le enseñará
a apreciar el valor de cada dólar! La
universidad solamente lo hará
más tonto aún. Yo
no pasé de
la escuela primaria,
pero gané bastante dinero y
fundé una empresa sólida.
¡Que Dion se haga
hombre como me hice hombre yo!
DION.- (Zumbón, sin
mirarlos.) Este señor
Anthony es mi padre, pero se imagina
que es el
propio Dios Padre. (Ambos lo miran absortos.)
EL
PADRE.-(Con colérico desconcierto.) ¿Qué... qué... qué... significa eso?
LA
MADRE.-(Reconviniendo con dulzura
a su hijo.)
¡Dion, querido mío! (A su
marido, con tono despectivo.)
¡Brown
es el que
se lleva todos
los elogios! ¡Le
dice a todo el
mundo que el éxito se
debe a su energía... y
que tú sólo eres un
viejo rutinario!
EL
PADRE.-(Herido, con aspereza.)
¡Maldito estúpido! ¡Bien sabe que
si yo no
hubiera puesto mi
sentido común en
el negocio, nos habría
arruinado desde hace tiempo con
sus locuras!
LA
MADRE.-Ahora piensa mandar a
Billy a la
universidad. Estudiará arquitectura,
también, para poder
ayudarles a ustedes
a dar impuso
a la empresa...
¿sabes? Acaba de decírmelo la
señora Brown.
EL PADRE.-(Enojado.) ¿Qué dices?
(Volviéndose bruscamente hacia Dion, con
aire furioso.)
¡Entonces, ya te
puedes ir preparando para estudiar
lo mismo! ¡Y
serás mejor arquitecto que el
hijo de Brown, o
te echaré a la
calle sin un
centavo! ¿Me oyes?
LA
MADRE. (Cariñosamente.) Creo que serás
un arquitecto maravilloso, Dion. Siempre has pintado
cuadros tan hermosos...
DION.-(Sobresaltado, con resentimiento.) ¿Por qué
ha de mentir mi
madre? ¿Acaso tengo
yo la culpa?
Bien sabe que sólo
he tratado de pintar y
nada más.
(Apasionadamente.) ¡Pero
lo haré algún
día! ¡Vaya si lo
haré!
(Rápidamente, otra vez
burlón.) ¡Adelante, a la universidad! Bueno... Por lo
menos, no estaré en casa... ¿verdad? (Ríe de un
modo extraño y se les acerca.
El Padre se levanta con
aire defensivo. Dion le
hace una reverencia.) Le
doy las gracias
al señor Anthony
por esta espléndida oportunidad de
crearme a mí mismo...
(Besa a su madre,
que se inclina
con extraña humildad,
como una criada a la cual
saludara su joven amo, y agrega
con ligereza.)... a la imagen
de mi madre, de
modo que ella pueda sentir
su vida cómodamente
acabada. (Se sienta en
el sitio de
su padre, en el centro, y
su máscara mira hacia
adelante con aire de
glacial burla. Sus progenitores permanecen a
ambos lados, contemplándolo
en silencio.) LA MADRE.-( Por
fin, con un
estremecimiento.) Hace frío.
Junio no era tan
frío, antes. Recuerdo aquel mes
de junio en que yo
te llevaba en
mis entrañas, Dion...
tres meses antes de
que nacieras. (Mira el
cielo.) La luz
de la luna era tibia,
entonces. ¡Yo sentía
que la noche
me envolvía con un
vestido de terciopelo, forrado de
tibio cielo y adornado con
hojas de plata!
EL
PADRE.- (Ásperamente, pero con
cierto temor.) Mi madre creía que los
períodos de plenilunio resultaban
los más adecuados para
sembrar. Era muy
anticuada. (Con un gruñido.) Siento que me está
volviendo el reumatismo.
Entremos.
DION.-(Con intensa amargura.) ¡Ocúltate! ¡Avergüénzate! (Ambos se sobresaltan
y lo miran
absortos.)
EL
PADRE.-(Con amarga desesperanza, a su esposa, indicando al hijo.) ¿Quién
es ése? ¡Tú lo
has parido!
LA MADRE.-(Orgullosamente.) ¡Es
mi niño! ¡Mi Dion!
DION.-(Con amargo resentimiento.) ¿Y quién quieres que sea? ¡El
eterno hijo, siempre igual
a sí mismo! (Burlón.) ¿Quieren entrar a bailar el
señor Anthony y su esposa?
¡Las noches se están
volviendo frías! ¡Y los
días, más oscuros! ¡Juguemos
al escondite! ¡Busquemos al mono en
la luna! (Repentinamente da una
cabriola como un arlequín y corre hacia
adentro, riendo con forzada desenvoltura. Sus
padres lo contemplan,
luego lo siguen
lentamente. De nuevo reina el
silencio y sólo se
oye el ruido
de las olas
que lamen el
muelle.
Entra
Margaret a la cual sigue
Billy Brown, con aire
de humilde adoración.
Margaret
tiene cerca de
diecisiete años, es
bonita y vivaz,
rubia, de grandes
ojos románticos, cuerpo flexible
y fuerte y facciones
inteligentes, pero de
expresión juvenil y soñadora, especialmente ahora, a la luz
de la luna. Vis-te un sencillo traje
blanco. Su rostro,
desde que entra, lleva una
máscara que es
la exacta y
casi transparente reproducción de
sus facciones, pero que le da el
carácter abstracto de «Una
Muchacha>>, en vez de
ser el individuo llamado Margaret.)
MARGARET.- (Mirando la luna
y cantando en voz
baja al entrar.) «¡Ah, luna,
mi amada
luna, luna sin
menguante!»
BILLY.-(Con vehemencia.) Tengo ese disco. Lo ha grabado el
tenor John McCormack.
¡Es maravilloso! Canta un poco
más. (Ella sigue con el
rostro vuelto hacia arriba,
en silencio. Billy permanece
de pie respetuosamente a espaldas de Margaret , mirando de soslayo
con turbación su rostro.
Procura entablar conversación.) Creo
que el Rubáyat es un
gran poema... ¿No opinas lo
mismo? Yo nunca pude
aprender un solo
verso. Dion sabe recitar
de memoria muchos poemas
de Shelley.
MARGARET.- (Quitándose lentamente
la máscara, le habla a
la luna.) ¡Dion! (Pausa.)
BlLLY.-(Con agitación.) ¡Margaret!
MARGARET.-( A la
luna.) ¡Dion es
tan maravilloso!
BlLLY.-(Torpemente.) Te invité a
salir porque quería
decirte algo.
MARGARET.-(A la luna.) ¿Por qué
me mirará así Dion?
¡Eso
me trastorna tanto!
BILLY.-Quería preguntarte algo, también.
MARGARET.-La única vez
que Dion me
besó... ¡fue inolvidable!
Era una broma suya... pero yo
sentí su beso de veras... ¡y
él se dio cuento y se
limitó a reír!
BILLY.-Porque el
amor de Dion
es lo incierto.
El mío, en cambio, es
lo seguro y
creo que todos
lo saben en el
pueblo... y siempre me
hacen bromas... ¡Es
necesario que conozcas esa certeza, mis
sentimientos por ti, Margaret!
MARGARET.-Dion es
tan distinto de
todos los demás...
¡Pinta de una manera
tan hermosa y toca
y canta y baila
tan maravillosamente! Pero
también es triste
y tímido como un
niño, por momentos... y
adivina mi verdadera alma... y... y yo
quisiera acariciar con
mis dedos su cabello... ¡y lo amo! ¡Sí,
lo amo! (Tiende
sus brazos hacia la luna.) ¡Oh,
Dion! ¡Te amo!
BILLY.-Te amo, Margaret!.
MARGARET.-Me pregunto
si Dion... Esta
noche, vi que me
miraba de nuevo... ¡Oh! ¡Me pregunto si. ..!
BILLY.
(Toma la mano de Margaret
y estalla.) ¿No podrías amarme?
¿No te casarías conmigo... cuando me graduara...?
MARGARET.-Me pregunto
dónde estará Dion,
ahora.
BILLY.-(Oprimiendo la mano de
Margaret, lacerado por
la incertidumbre.) ¡Margaret! ¡Contéstame! ¡Te
lo ruego!
MARGARET.-(Destrozado su
sueño, se pone
la máscara y
vuelve hacia Billy, diciéndole, con tono
práctico.)
Está
refrescando. Volvamos adentro
y bailemos, Billy.
BILLY.-(Con desesperación.) ¡Te amo!
(Trata, torpemente, de besarla.)
MARGARET.-(Con risa divertida.) ¡Como un
hermano!.
Puedes besarme, si quieres. (Lo besa.) Un gran beso
fraternal. Eso no cuenta. (El
retrocede, abrumado, la cabeza abatida.
Ella se
aparta y, quitándose la máscara, le
dice a la luna.) ¡Ojalá
Dion volviese a besarme!
BILLY.-(Penosamente.) Soy un
pobre tonto. Debí comprenderlo. Claro que lo
comprendo.
Estás enamorada de Dion. Vi
cómo lo mirabas. ¿Verdad que
lo amas?
MARGARET.-¡Dion! ¡Qué
hermoso nombre!
BILLY.-(Con voz
ronca.) Bueno... Dion fue siempre mi
mejor amigo. Me alegro de
que sea él. .. y
creo que sé perder... (Oprime la mano de
Margarita.) ¡De modo que te deseo todo el
éxito y toda la dicha
posibles, Margarita!... ¡Y recuerda
que seré siempre
tu mejor amigo! (Le oprime
la mano de nuevo,
traga saliva penosamente y dice con
aire varonil:) ¡Entremos!
MARGARET.-(A la
luna, ligeramente fastidiada.)
¿Qué hace aquí Billy Brown?
Iré al extremo
del muelle a esperar.
Dion es la luna y
yo soy el
mar. Quiero sentir a la luna cuando
besa el mar. Quiero
que Dion abandone el cielo por mí. ¡Quiero que las olas de
mi sangre abandonen mi corazón
y lo sigan!
(Murmura, como una chiquilla.) ¡Dion! ¡Margaret!
¡Peggy es la chica
de Dion... ¡Peggy es la
nena de Dion!
(Canturrea riendo, traviesamente.) ¡Dion es mi
papito! (Se encamina hacia
el extremo del embarcadero, izquierda.)
BILLY.-(Que se
ha apartado de
ella.) Me voy.
Le diré a Dion que estás aquí.
MARGARET.-(Con creciente
fuerza y tono
cada vez más categórico, hasta que al
final es esposa y
madre.) Y yo seré la
señora de Dion... la
esposa de Dion... y
él será mi
Dion... mi propio Dion... mi
pequeño... ¡mi niño! ¡La luna se ha ahogado en las olas de
mi corazón y la paz se ha
sumergido en las profundidades del mar! (Desaparece por
izquierda, el rostro vuelto
hacia el cielo y despojado de su
máscara, como el de una
extática visionaria. Nuevo silencio, durante el cual se oye
música bailable. Cesa
la música y entra Dion. Este se
acerca rápidamente al banco del
centro y se deja caer sobre él,
ocultando el enmascarado rostro entre sus
manos. Un momento después,
alza la
cabeza, mira en torno, escucha
con aire
acosado y luego, lentamente, se
quita la máscara.
Bajo
la radiante luz de
la luna aparece su
verdadero rostro, contraído, tímido y
dulce, lleno de honda tristeza.)
DION.-(Con dolorida perplejidad.) ¿Por
qué tengo miedo de bailar,
yo que
amo la música y
el ritmo y la
gracia y el canto y la risa? ¿Por qué tengo miedo de vivir, yo
que amo la
vida y la
belleza de la
carne y los vivos colores de la
tierra y el cielo y
el mar? ¿Por qué tengo miedo de amar, yo
que amo al amor? ¿Por qué tengo
miedo, yo que no tengo miedo? ¿Por qué
debo fingir desdén para poder sentir piedad? ¿Por
qué debo ocultarme tras el desprecio de
mí mismo para poder comprender?
¿Por qué debo avergonzarme tanto de
mi fuerza y
enorgullecerme tanto de mi debilidad? ¿Por qué debo vivir en una jaula
como un
delincuente, desafiando y
odiando, yo que amo la paz
y la amistad?
(Elevando las manos
juntas, en ademán de súplica.) ¿Por qué he
nacido sin piel, oh Dios mío, y
tengo que usar armadura para
poder tocar o ser tocado?
(Pausa de un
segundo de expectante
silencio. Luego, bruscamente,
Dion vuelve a colocarse con violencia
la máscara, con gesto desesperado, y su
voz cobra un acento
amargo y sardónico.) O, mejor dicho, Viejo de la Barba
Gris... ¿Para qué
diablos he nacido?
(Se oyen pasos a
derecha. Dion se vuelve rígido y su máscara mira hacia adelante. Billy entra por derecha, arrastrando los pies con
aire desconsolado. Al
ver a Dion
se detiene bruscamente y
en sus ojos
fulgura un destello de
resentimiento, pero, de inmediato, el
<<buen perdedor>> vence
este sentimiento.)
BILLY.-(Con aire turbado.)
Hola, Dion. Te he
estado buscando por todas
partes. (Se sienta en el
banco de la derecha y
adopta con esfuerzo
un tono festivo.) ¿Qué haces aquí solo, tonto? ¿Quieres enloquecer más aún? (Pausa.
Con torpeza.) Acabo de separarme de
Margaret...
DION.-(Con un sobresalto, se coloca
de inmediato burlonamente a la defensiva.)
¡Dios los bendiga,
hijos míos!
BILLY.-(Áspero y con rudeza
plebeya.) Yo estoy fuera de combate.
Margaret me dio pasaporte. Tú eres el
favorecido. ¡Entra y
vence! Hemos sido
camaradas desde la niñez... ¿verdad?...
y me alegro de
que seas tú
el ganador, Dion. (Después de pronunciar estas últimas
palabras con voz ronnca, Billy busca
torpemente la mano de Dion y la sacude.)
DION.-(Retirando su mano con
amargura.) ¿Camaradas? ¡Oh, no!
¡Billy Brown me
despreciaría!
BILLY.-Ella te espera ahora, en el
extremo del embarcadero.
DION.-¿A
mí? ¿Cuál? ¿Quién?
¡Oh, no! ¡Las
muchachas sólo se permiten mirar
lo que puede
verse!
BILLY--Te ama.
DION.-(Conmovido, después de
una pausa, balbucea.)
¿Un
milagro? ¡Tengo miedo!
(Canturreando, con volubilidad.) ¡Yo
amo, tú amas, él ama, ella
ama! Ella ama... ella ama... ¿El
qué?
BILLY.-Y yo sé
perfectamente que, bajo tu fanfarrona extravagancia, estás loco
por ella.
DION.-(Conmovido.) ¿Bajo
mi extravagancia? ¡Amo el amor! ¡Ansío ser amado! ¡Pero tengo miedo! (Agresivamente_) ¡Tenía
miedo! ¡Ahora, no! ¡Ahora puedo
hacerle el amor… a
cualquiera! ¡Sí! ¡Amo
a Peggy! ¿Por qué
no? ¿Quién es ella? ¿Quién
soy yo?
Nosotros
amamos, vosotros amáis,
ellos aman, ¡uno
ama! ¡Nadie ama!
¡Todo el
mundo ama a una
amante, Dios nos ama
a todos nosotros y
nosotros lo amamos a él! ¡El
amor es una palabra, el fantasma
desvergonzado y andrajoso de una palabra... que
mendiga en todas
las puertas la
vida a cualquier precio.
BILLY.-(Siempre como si no
hubiese oído las palabras de
Dion.) Oye... Alojémonos en el
mismo cuarto en el
colegio...
DION.- ¡Billy quiere estar cerca de
ella!
BILLY.-¡De acuerdo, pues! (Con sonrisa
forzada.) ¡Puedes decirle a
Margaret que cuidaré de que
te portes bien! (Se aleja.)
Hasta pronto. Recuerda
que ella te
espera. (Se va.)
DION.- (Aturdido, para sí.)
Espera... ¡me espera! (Se quita lentamente la
máscara. Su rostro está
convulsionado y transfigurado
de alegría. Contempla el
cielo, en éxtasis.)
¡Oh, Dios que
estás en la
luna! ¿Has oído?
¡Ella me ama! ¡Ya
no tengo miedo!
¡Soy fuerte! ¡Puedo
amar!
¡Ella
me protege! ¡Sus
brazos me rodean
suavemente!
¡Me
envuelve con su tibieza!
¡Es mi piel!
¡Mi armadura! Ahora, he
nacido... Yo… ¡el Yo!...
único e indivisible... ¡Yo, que
amo a Margaret! (Mira su
máscara con aire triunfante, con tono
de liberación.) ¡Estás superada! ¡Estoy más
allá de ti!
(Tiende los brazos hacia
el cielo.)
¡Oh, Dios mío!
¡Ahora, creo! (La voz de
Margaret llega desde el extremo del embarcadero.)
MARGARET.-¡Dion!
DION.-(En éxtasis.) ¡Margaret!
MARGARET.-(Más próxima.)
¡Dion!
DION.-¡Margaret!
MARGARET.-¡Dion! (Entra corriendo,
la máscara en las
manos. El salta
hacia ella con
los brazos tendidos, pero la joven retrocede
con asustado chillido se
pone precipitadamente la máscara.
Dion
se echa atrás
con un sobresalto. Margaret habla
con frialdad y enojo.) ¿Quién es
usted? ¿Por qué me llama? ¡Yo
no lo conozco!
DION.- (Desolado.) ¡Te
amo!
MARGARET.- (Con frenesí.)
¿Se trata de una
broma … o está usted
borracho?
DION.- (Con suplicante
murmullo final.) ¡Margaret!
(Pero
ella se limita
a mirarlo desdeñosamente. Entonces, con brusco
ademán, él se
coloca la máscara
y ríe con salvaje
vehemencia y amargura.) ¡Ja, ja,
ja! ¡Te he
ganado esta partida, Peggy!
MARGARET.- (Con deleite,
quitándose la máscara.)
¡Dion!
¿Cómo pudiste...? ¡No te
reconocí en absoluto!
DION.- (La rodea
audazmente con el
brazo.) ¡Es la luna... la loca
luna... el mono de
la luna... el que nos está
haciendo bromas! (La besa sin
quitarse la máscara, una
y otra vez,
con romántica pasión
de galán de
comedia.) ¡Tú me
amas! ¡Y lo sabes!
¡Dímelo! ¡Quiero sentirlo! ¡Quiero saberlo! ¡Quiero desear!
¡Desearte a ti como me deseas a
mí!
MARGARET.- (En éxtasis.) ¡Oh,
Dion! ¡Sí! ¡Te
amo!
DION.-(Con irónico aplomo en la
voz y tono
enfático.) ¡También yo
te amo! ¡Oh, locamente! ¡Oh! ¡Siempre
y por siempre, amén! ¡Eres
mi estrella vespertina
y todas mis
Pléyades! ¡Tus ojos son
azules estanques en que se deslizan
ensueños de oro, tu
cuerpo un joven
abedul blanco que se echa
atrás bajo los labios de
la primavera.
¡Así!
(La ha inclinado hacia atrás,
sosteniéndola en sus brazos, su rostro
sobre el de
Margaret.) ¡Así! (La besa.)
¡Oh,
Dion! ¡Dion! ¡Te amo!
DION.-(Con creciente dominio sobre ella en
la voz.)
¡Yo
amo, tú amas,
nosotros amamos! ¡Ven!
¡Descansa!
¡Abandónate! ¡Suelta
el mundo! ¡Cada
vez más
vago!
¡Desvanecido en
el pasado! ¡Se
fue! ¡La muerte!
¡Ahora! ¡Nace! ¡Despiértate!
¡Vive! Disuélvete en el rocío...
en
el silencio... en
la noche... en la
tierra. . . en el
espacio... en la paz... en
el sentido... en
la alegría... en Dios... ¡en el
Gran Dios Pan!
(Mientras tanto, la luna se ha
ocultado gradualmente detrás de
una negra nube, desvaneciéndose su
luz. Hay un
momento de intensa
oscuridad y silencio.
Luego la luz reaparece
poco a poco. Se
oye la voz
de Dion, al principio en
un murmullo, luego creciendo
en volumen con
la luz.) ¡Despierta!
¡Es hora de levantarse!
¡Hora de existir!
¡Hora de ir
al colegio!
¡Hora de
aprender! ¡De aprender a fingir! ¡Cubre tu desnudez!
¡Aprende a mentir!
¡Aprende a marcar
el paso! ¡únete a la
procesión! ¡El Gran
Pan ha muerto!
¡Avergüénzate!
MARGARET.-(Con un sollozo.) ¡Oh,
Dion! ¡Tengo vergüenza!
DION.-(Burlón.) ¡Sssht! ¡Mira al
mono que está
en la luna! ¡Míralo bailar! ¡Su
cola es
un pedazo de la
cuerda que le quedó al
desprenderse de Jehová y
correr en busca del
circo de Charles Darwin!
MARGARET.- ¡Ahora debes odiarme!
¡Lo sé! (Le
echa los brazos al cuello y
oculta la cabeza sobre
su hombro.)
DION.-(Profundamente conmovido.)
¡No llores... !
¡No... ! (Súbitamente, se arranca
la máscara y
dice, con apasionado sufrimiento.)
¿Odiarte? ¡Te amo
con toda mi alma!
¡Ámame! ¿Por qué no
puedes amarme, Margaret?
(Intenta
besarla, pero ella se incorpora de
un salto con asustado grito, alzando la máscara ante su rostro a
modo de protección.)
MARGARET.-¡No hagas
eso! ¡Por favor!
¡No te conozco!
¡Me asustas!
DWN.-(Vuelve a ponerse la
máscara y dice, con
tranquilidad y amargura.)
Está bien. Nunca
más te dejaré verme. (La
rodea con el brazo y
dice, tiernamente burlón.)
Te amo
por medio de mi
representante. ¡Eso es! ¡No temas! Dion
Anthony se casará
contigo algún día.
(La besa.) <<Tomo a esta
mujer
por
esposa ante Dios
y... » (Con tono tiernamente
festivo.) ¡Hola, mujer! ¿Te sientes inmensamente crecida, ya? ¿Entramos,
señora de Anthony... ?
¿Y puedo invitarla a bailar la
próxima pieza?
MARGARET.-(Con ternura.)
¡Niño loco! (Riendo
con júbilo.) ¡Señora de
Anthony! Cuán
maravillosamente suena... ¿verdad?
TELÓN
ACTO
PRIMERO
ESCENA I
Escenario: Siete
años después. En
una casa dividida para
que vivan en ella
dos familias, salón
de la señora de
Dion Anthony; la casa
está en un
barrio residencial, uno de
esos vecindarios de
uniformidad arquitectónica
que fatigan la vista con
su monotonía. Los cuatro
muebles que se
ven están en
armonía con esto:
un sillón a la izquierda, una mesa
con una silla
más atrás en
el centro, un
sofá a la derecha. Se
conserva aquí la misma distribución
de bancos del prólogo,
que causa el
efecto de una sala
de audiencias. En último
término, un telón de fondo
sobre el cual
está pintada la
pared de foro,
con el insoportable detallismo
realista sin vida
de los estereotipados cuadros que adornan
por lo general
las salas de semejantes casas. Las
últimas horas de la
tarde de un día
gris de
invierno.
Dion
está sentado detrás de la
mesa. Mirando de frente.
La máscara cuelga
sobre su pecho, más
abajo del cuello,
dando la impresión de un
segundo rostro. Su verdadero
semblante ha envejecido
mucho, volviéndose más tenso
y torturado, pero al
propio tiempo, cosa extraña, más altruista y ascético, más cristalizado en su resuelto retraimiento de la vida. También la
máscara ha cambiado.
Es más vieja, más
desafiante y burlona, y su
sarcástica sonrisa es más forzada
y amarga, es la esencia de Pan que se
vuelve mefistofélica. Empieza
ya a acusar
los estragos del libertinaje.
DION.-(Repentinamente, toma
un ejemplar del
Nuevo Testamento que
está sobre la
mesa y, metiendo un dedo al
azar, lo abre
y lee en voz
alta el texto que
éste señala: «Venid
a mí todos los
que estáis agobiados, y os
daré descanso.» (Mira
hacia adelante en
una suerte de trance,
el rostro iluminado
por una luz
interior, pero presa
de dolorosa confusión y
prosigue, en voz baja.)
Iré, pero... ¿dónde estás,
Salvador? (Se oye
el ruido de
la puerta de calle
al cerrarse. Dion
se sobresalta y
se sujeta nuevamente la
burlona máscara sobre
el rostro. Tira
el Testamento a un
lado, desdeñosamente.) ¡Bah!
¡Una fijación de
la vieja mamá cristianismo! ¡Lloriqueos
de niño en la
oscuridad!
(Ríe, con amargo
desprecio de sí mismo. Rumor
de pasos que
se aproximan. Toma
un periódico y se oculta detrás
de él, precipitadamente. Entra Margaret. Viste de traje
elegante y costoso
y un tapado
de pieles que al
parecer ha sido
rehecho y prestado
ya sus servicios. Margaret
ha madurado y
adquirido un aire maternal,
a pesar de su
juventud. Su bello rostro
es aún fresco y sano, pero en su
nariz y su boca
hay el principio
de una expresión
aprensiva y permanentemente inquieta y en
sus ojos una herida
de incomprensión. Dion finge estar
enfrascado en su periódico. Margaret se inclina
y lo
besa.
MARGARET.- (Con fingida jovialidad.) Buenos
días...
¡A
las cuatro de la
tarde! ¡Roncabas cuando me fui!
DION.-(La rodea con
los brazos en
ademán negligente y
usual y dice
con tono de
burla.) ¡El Marido Ideal!
MARGARET.- (Preocupada ya
por otro pensamiento,
se sienta en la
silla de la
izquierda.) Temí que
los niños te molestasen, de modo que
los llevé a
casa de la
señora Young para que
jugaran.
(Pausa.
Dion vuelve a
tomar el periódico.
Margaret pregunta, con ansiedad.) Supongo que estarán
muy bien allí...
¿no te parece?
(Dion no contesta. Ella
se muestra más herida que
ofendida.) Me gustaría que trataras
de tomarte más
interés por los
niños, Dion.
DION.- (Burlón.) ¿Quieres
que me convierta
en padre... antes del desayuno. Mi
situación es demasiado
delicada. (Ella se
aparta, herida. Con aire
contrito, él le acaricia la
mano y dice,
con tono vago.)
Muy bien. Lo intentaré.
MARGARET.- (Oprimiéndole la
mano, con ternura plena
de espíritu de posesión.)
Juega con tus
hijos. Tú eres un niño
más grande que ellos...
por dentro.
DION.-(Burlándose de sí mismo
y dándole un
golpecito a la
Biblia.) Por dentro...
¡me estoy volviendo absolutamente infantil!
<<¡Que esos pequeños vengan
a mí!>>
MARGARET.-(Aferrándose a
su certeza.) Eres
mi hijo mayor.
DION.-(Con burlona estimación.) ¡Ella pone en
su lugar el Reino de
los Cielos!
MARGARET.-(Retirando su mano.)
Yo hablaba en serio.
DION.-También yo...
sobre tal o
cual cosa. (Ríe.)
¡Esta
diplomacia doméstica! Nos
hablamos en lenguaje cifrado... ¡y ninguno de
los dos tiene la
clave del otro!
MARGARET.-(Frunce el ceño, confusa, y fuerza
un tono juguetón.) ¡Quiero conversar
seriamente con usted,
joven!
A
pesar de sus
promesas, ha seguido bebiendo
y jugando tanto como el año
pasado.
DION.-Desde que
me supe incapaz
de ser un
artista... salvo en el oficio
de vivir... ¡ ni aun
en eso, siquiera!
(Ríe, con amargura.)
MARGARET.-(Con convicción.) Pero
tú sabes pintar,
Dion... ¡y pintas
cosas muy bellas!
DwN.-(Con hondo
dolor.) ¡No! (Súbitamente,
toma la mano de
su esposa y
la besa con
gratitud.) ¡Amo a Margaret!
¡Su ceguera excede a
toda comprensión! (Con amargura.) ¿O se
trata de piedad?
MARGARET.-Sólo nos quedan
unos cien dólares
en el banco.
DION.-(Con sorpresa, aturdido.) ¡Cómo!
¿Se ha gastado ya
todo el dinero
que nos proporcionó
la venta de la
casa?
MARGARET.-(Con aire fatigado.) Has cobrado cheques a diario... o
poco menos. Has estado bebiendo...
no has contado…
DION.- (lrritable.) ¡Ya
lo sé! (Pausa.
Con seriedad.) No tenemos
ya con qué
vivir... ¿eh? Bueno... Durante cinco años, ese
dinero nos permitió
residir tranquilos en el extranjero. Nos compró un
poco de felicidad, en cierto modo ...¿verdad? Nos
permitió vivir y
amar y tener
hijos... (Ligera pausa, con
amargura.)... ¡y me dio
la ilusión de
suponerme creador antes
de descubrir que
era incapaz de crear!
MARGARET.-(Esta vez
con forzada convicción.) Pero tú sabes
pintar... ¡y con belleza!
DION.-(lrritado.) ¡Calla!
(Pausa. Sarcástico.) ¿De modo
que mi esposa
cree digno de
mí establecerme y mantener
a mi familia
en la atmósfera de
pobreza a la cual
tendrá que acostumbrarse?
MARGARET.-(Tímidamente.) No
digo eso... pero... hay
que hacer algo.
DION .-(Con aspereza.) ¿Podría sugerirme
amablemente qué, señora
de Anthony?
MARGARET .-Acabo de encontrarme
en la calle
con Billy Brown. Dijo que tú habrías sido un buen arquitecto, de haber
perseverado.
DION.-¡Adulón! ¿En
vez de dejar
el colegio cuando murió papá?
¿En vez de
casarme con Peggy
y de ir al
extranjero y de ser
feliz?
MARGARET.-(Como si no hubiese oído.) Habló de cuán bien solías dibujar.
DION.-Billy amó a
Margaret, antaño.
MARGARET .-Quiso saber por qué
no le has
hecho una sola visita.
DION .-Billy está predestinado por los cielos
al éxito.
¡Es
la voluntad de
Mamón! Anthony y
Brown, contratistas y
constructores... la muerte se
lleva a Anthony
y yo vendo mi
parte en el
negocio.. . Billy se
gradúa... Brown e Hijo,
arquitectos y constructores... el viejo
Brown sucumbe de paternal orgullo... ¡y ya
lo tenemos a William A.
Brown, arquitecto! Pero... ¡si hasta
su carrera tiene un
trazo arquitectónico! ¡Parece
una de las
tortas de barro de Dios!
MARGARET.-Insistió por
mi intermedio en
que lo visitaras.
DION .-(Se levanta de un salto y
dice, con tono categórico.) ¡No! ¡El
orgullo! ¡Yo fui un
ser vivo!
MARGARET.-¿Por qué no
hablas con él?
DION .-¡El orgullo de
mi fracaso!
MARGARET.-Ustedes fueron siempre
tan buenos amigos...
DION .-(Con creciente desesperación.) El
orgullo que siguió a la caída del
hombre... ¡con el que ríe
como un creador ante sus derrotas!
MARGARET.-No por
mí. .. sino por ti mismo...
¡y, más que nada,
por los niños!
DION .-(Con tremenda desesperación.) ¡El orgullo!
¡El orgullo sin el
cual los dioses son
gusanos!
MARGARET.-(Después de una pausa,
mansa y humildemente.) ¿No
quieres? ¿Eso te
lastimaría?
Bueno, querido. No te
preocupes. Nos arreglaremos
de algún modo... no pienses
más en eso...
Comienza de nuevo a
pintar tus bellos cuadros... y
yo puedo obtener
ese empleo en la biblioteca... ¡Me divertirá tanto trabajar allí! (Le toma la
mano, tiernamente.)
Te
amo, querido. Comprendo.
DION.-(Se desploma en su silla,
abrumado, rehuyendo la mirada
de Margaret!, como rehúye ella la de él,
aunque las manos de
ambos están entrelazadas aún y dice
con voz trémula y expirante.)
¡El orgullo muere! (Como si se asfixiara,
retira la máscara
del resignado, pálido
y sufriente rostro. Ora
como un santo en el
desierto al exorcizar
a un demonio.)
¡El orgullo ha
muerto! ¡Benditos sean los
humildes! ¡Benditos sean los
pobres de espíritu!
MARGARET.-(Sin mirarlo, con
tono maternal y consolador.) ¡Mi
pobre niño!
DION.-(Con resentimiento, volviendo
a ponerse la máscara
y levantándose de
un salto, sarcásticamente.) ¡Benditos
sean los humildes
porque heredarán las
tumbas!
¡Benditos sean los
pobres de espíritu
porque son ciegos!
(Con
atormentada amargura.) ¡Perfectamente! ¡Entonces
le
pediré a mi mujer que visite a Billy
Brown y le ruegue por
mí... algo más
lamentable que si
fuese yo mismo!
(Con
vehemente burla.) Pregúntale
si tiene trabajo
para
un
Joven de talento que sólo es
sincero cuando está borracho...
suplícale en nombre del viejo
amor, de la vieja amistad... ¡suplícale, ruégale que sea
un héroe generoso! ¡Y
que salve a la esposa y a
sus hijos! (Ríe, con una
suerte de deleite diabólico
e irónico y se
dispone a marcharse.)
MARGARET.- (Con mansedumbre.) ¿Vas a salir, Dion?
DION.-Sí.
MARGARET.-¿Quieres hacerme el
favor de pasar
por la carnicería y de
decirles que me manden
dos libras de costillas
de cerdo?
DION.-Sí.
MARGARET.-¿Y de
detenerte en casa
de la señora
Young
y de decirles
a los niños
que vuelvan inmediatamente?
DION.-SÍ.
MARGARET.-¿Volverás para la
cena, Dion?
DION.-No.
(Sale, se oye el
portazo que da
al salir a la calle. Margaret suspira con
fatigada incomprensión y va
hacia la ventana
y mira afuera.)
MARGARET.-(Inquieta.) Supongo que los
niños tendrán cuidado al cruzar
la calle.
TELÓN
ESCENA
II
Escenario, la oficina de
Billy Brown, a las
cinco de la tarde. En el
centro, un hermoso escritorio de
caoba detrás del cual
se halla un
sillón giratorio. A
la izquierda del escritorio, una butaca
de oficinas. A la
derecha del mismo, un
canapé de oficina.
A
foro, telón de una
pared de oficina, tratada en
forma similar a la de
la escena I en
su exagerado detallismo. Billy Brown
está sentado ante su
escritorio, mirando un plano
a la luz
de una lámpara
de mesa. Se ha
convertido en un hombre de
negocios norteamericano de tipo
universitario, bien parecido,
elegante, capaz, infantil aún y
dueño de la misma
atrayente personalidad de antes.
Suena
el teléfono.
BROWN.- (Atendiendo.) Sí. .. ¿Quién? (Esto, con tono sorprendido. Luego
añade, con ansioso
placer.) Hágala pasar inmediatamente. (Entra
Margaret. Su rostro
está oculto detrás
de
la máscara de la
hermosa matrona joven que
apenas si es ya una
mujer y que adopta
una actitud de ingenua inocencia y
valerosamente esperanzada frente a
las cosas y no le
confiesa herida alguna al mundo.
Viste como en la escena
primera, pero con
algunos toques adicionales
de eficaz acicalamiento.)
MARGARET.- (Alegremente.)
¡Hola, Billy Brow!
BROWN.- (Turbado en
su presencia, le
estrecha la mano.) Entra. Siéntate. Esto es
una gran sorpresa,
Margaret. (La joven se
sienta en el
canapé. Brown, en el sillón que
está detrás del escritorio, como antes.)
MARGARET.-(Mirando a su
alrededor.) ¡Qué hermosas oficinas! ¡Caramba!
¡Billy Brown está
instalado a lo grande!
BROWN.-(Complacido.) Acabo de
mudarme aquí. Mis oficinas anteriores eran demasiado sofocantes.
MARGARET.-Esto parece tan próspero...
Pero no es de
extrañar. Ya me habían
dicho que Billy había
progresado mucho.
BROWN.-(Modestamente.) Para
serte franco, te
diré que he tenido suerte, más que
nada. Las cosas se
me han presentado sin
haber hecho gran
cosa por conseguirlas.
(Con turbado
orgullo.) Con todo... yo
mismo he hecho alguna
cosa. (Toma el
plano del escritorio.) ¿Ves esto? Es
mi plano del nuevo ayuntamiento. Acaba de
ser aceptado
... provisionalmente... por la
junta municipal...
MARGARET.-(Tomándolo, con
tono vago.. ) Ah...
¿Sí?
(Mira
el plano distraídamente. Pausa. Luego
dice en forma
repentina.) Dijiste en días
pasados que Dion solía
dibujar muy bien ...
BROWN.- (Con aire
algo ceremonioso.) Sí,
por cierto que sí.
(Toma el plano de
manos de Margaret y
se siente interesado de inmediato y mira el
dibujo de soslayo, frunciendo el
ceño.) ¿Crees que le
falta algo?
MARGARET.-(Con indiferencia.) En
absoluto.
BROWN.-(Con alegre sonrisa.) La
junta quería que esto fuese
algo más norteamericano. Dicen que
se parece demasiado
a una tumba
grecorromana convencional. (Ríe.) Quieren que
se le añada
un toque original de
novedad moderna para darle vida
y diferenciarlo de otros
ayuntamientos. (Dejando el plano sobre el
escritorio.) Y he estado meditando
en la manera
de satisfacerlos, pero
mis pensamientos no se
orientan al parecer
por ese camino.
¿Se
te ocurre algo?
MARGARET.-(Como si no lo hubiese oído.) Me
dijiste que Dion dibujaba muy
bien... ¿verdad?
BROWN.- (Procurando disimular su
fastidio.) Pues, sí. ..
Dibujaba muy bien... y. supongo que aún
puede hacerlo.
(Pausa. Brown reprime
lo que supone
un indigno despecho
y se vuelve
hacia ella, diciendo
con generosidad.) Dion habría
sido un arquitecto
de primera.
MARGARET.-(Orgullosamente.) Lo
sé. Pudo haber
sido
lo
que se le
antojara.
BROWN.-(Después de una
pausa, con turbación.) ¿Trabaja en
algo Dion, actualmente?
MARGARET.-(A la
defensiva.) ¡Oh, sí! ¡Pinta
de una manera maravillosa! Pero parece un
niño... Es tan poco práctico. No
se preocupa de exponer sus
trabajos en alguna
parte... o de
hacer algo así.
BROWN.-(Sorprendido.) La
única vez que
me encontré con
él, me dijo, si
mal no recuerdo,
que había destruido
todos sus cuadros... que estaba cansado de
la pintura y
la había abandonado
por completo.
MARGARET.-(Rápidamente.) Es lo
que le dice
siempre
a
la gente. ¡Ni
siquiera desea que vean
sus obras! ¡Imagínate! ¡Insiste
en que son
pésimas, cuando en realidad son magníficas!
Es demasiado modesto
para su propio bien... ¿no te
parece? Pero admito
que no ha
pintado mucho últimamente, desde
nuestro regreso. ¡Los
niños le roban tanto tiempo! ¡Dion los adora! Temo que se
esté convirtiendo irremediablemente
en un padre
de familia, todo lo
contrario de lo que habrían podido esperar quienes
lo conocieron en
otros tiempos.
BROWN.-(Penosamente molesto por
falsa lealtad de Margaret a
Dion y su
propio conocimiento de los
hechos.)
Sí,
ya lo sé.
(Tose con afectación.)
MARGARET.-(Picada por
algo que adivina
en su actitud.)
Pero supongo que las malas lenguas habrán seguido diciendo de él las mismas tonterías
de siempre. (Con risa forzada.)
¡Pobre
Dion! (Su voz
desfallece un poco, contra
su voluntad.)
BROWN.-(Precipitadamente.) Yo
no he oído
habladuría alguna... salvo
en lo
relativo a cuestiones
de dinero.
MARGARET.-(Con risa
forzada.) ¡Oh! ¡Y en
eso quizá no les
falte razón! Dion
es tan generosamente tonto
con su dinero, como
todos los artistas...
BROWN.-(Con cierta
insistencia.) Dicen que
has pedido un
empleo en la
Biblioteca.
MARGARET.-(Adoptando con esfuerzo un
tono alegre.)
¡Sí,
por cierto! ¿Verdad
que será entretenido?
¡Quizás eso mejore mis
facultades intelectuales! Y
uno de nosotros
debe ser práctico...
de modo que... ¿por qué no habría
de serlo yo? (Fuerza una
alegre sonrisa de
adolescente.)
BROWN.-(Le toma
impulsivamente la mano
y dice, con torpeza.) Escúchame, Margaret.
Seamos enteramente sinceros...
¿quieres? Soy tu
amigo desde hace
tantos años... Y tengo tantos
deseos de... Tú sabes
que yo haría
cualquier cosa por ayudarte...
o por
ayudar a Dion.
MARGARET.-(Retirando su mano, con frialdad.)
Temo... temo no comprenderte,
Billy Brown.
BROWN.-(Con sumo
embarazo.) Te diré... Yo... yo
sólo quise decirte... que si ustedes
necesitaban... ya comprenderás... (Pausa. Mira con
aire de interrogación el rostro
de Margaret, que rehúye
su mirada y
se aventura luego por otro
camino, con tono práctico.)
Quiero hacerle una proposición
a Dion... siempre que
pueda dar con él. Se
trata de esto... Tengo muchísimo
trabajo -una racha de suerte-, pero me
falta gente.
Necesito con urgencia a
un jefe de
dibujantes de primer orden... o, de
lo contrario, me expongo
al fracaso. ¿Crees que
Dion tomaría en cuenta esta
oferta... como un expediente
provisorio... hasta que se sintiera de
nuevo con ganas de pintar?
MARGARET.- (Tratando de
ocultar su ansiedad
y alivio, con
aire sosegado.) Sí.
Ustedes
fueron siempre tan buenos
amigos... Estoy segura
de que Dion
te ayudará con mucho gusto.
BROWN.-(Con desconfianza.) Pensé
que a Dion
podía molestarle la
idea de trabajar
para... quiero decir, conmigo... ya que, si
él no le
hubiera vendido su partea
mi padre, sería
ahora mi socio...
(Sinceramente.) y
...¡caramba!... ojalá lo fuese... (Brusco.) Tratemos de acorralado ahora
mismo, Margaret. ¿Está en casa
Dion, en este momento? (Tiende la
mano hacia el
teléfono.)
MARGARET.-(Con precipitación.) No... Salió a dar
una larga caminata.
BROWN.-Quizás yo
pueda encontrarlo, más
tarde, en algún sitio
de la ciudad.
MARGARET.-(Con acento
de súplica.) Te
ruego que no te
molestes. Está de más. Estoy segura de que, cuando yo hable con él. .. Dion vendrá a
cenar... (Levantándose.) De
modo que... ¿convenido, verdad? Dion
se alegrará tanto de poder
ayudarle a un viejo
amigo... ¡es tan
leal y ha sentido siempre tanto afecto por Billy Brown! (Tendiéndole la mano.) ¡Ahora
debo irme!
BROWN.-(Le estrecha la
mano.) Adiós, Margaret. Confío en
que nos visitarás a
menudo cuando Dion
trabaje aquí.
MARGARET.-Sí. (Sale.)
BROWN.-(Vuelve a sentarse
ante su escritorio, sumido en un
ensueño melancólico no
del todo desagradable.
Murmura, con admiración,
pero compasivamente.) ¡Pobre
Margaret! ¡Es
una mujer valiente,
pero le ha
tocado en suerte una vida
bien difícil! (Con indignación.) ¡Vaya!
¡Le
echaré un buen sermón
a Dion un
día de éstos!
TELÓN
ESCENA
III
Escenario: Sala de
recibo de Cybel. A
foro, en el centro, una
pianola automática que
funciona echándole una moneda. A
su derecha, un sucio
sofá dorado, de segunda mano.
A
la izquierda, una silla tapizada de
felpa carmesí, pelada a trechos. El
telón de fondo, que
representa la pared de
foro, es de
un empapelado barato,
de insípido color amarillo-pardo, que da la
vaga sensación de
un campo en barbecho a
principios de la primavera. Hay un despertador barato
sobre la tapa
de la pianola. A
su lado, yace la
máscara de Cybel.
Dion
se halla tendido de espaldas sobre el
sofá, sumido en profundo sueño. La máscara está
caída sobre su
pecho.
Su
pálido rostro está
extrañamente puro, espiritual y triste.
La
pianola martilla desmañadamente un
sentimental potpourri de
canciones americanas.
Cybel
está sentada en
el taburete ubicado delante de la pianola.
Es una mujer fuerte,
tranquila, sensual, rubia, de
unos veinte años, poco
más o menos, de tez fresca y
sana, de busto arrogante y anchas
caderas, de movimientos lentos
y plenos de
maciza languidez, como los de un
animal, y de grandes ojos en que se
refleja el hervor de profundos instintos. Masca chicle, como una vaca
sagrada que ha olvidado
el tiempo con un
fin eterno. Sus ojos
están fijos, sin revelar curiosidad, en
el pálido rostro de
Dion.
CYBEL.- (Al terminar la
melodía, lanza una rápida
mirada al reloj,
que señala la
medianoche, va lentamente hacia Dion
y le pone
la mano con dulzura sobre la
frente) ¡Despiértate!
DION.- (Se mueve, suspira y murmura
entre sueños.)
<<Y Él posó sus
manos sobre ellos y los curó.>>
(Con un
sobresalto abre los ojos
e, incorporándose a medias, mira
a Cybel absorto, con perplejidad.)
¿Qué... dónde... quién eres? (Tiende
la mano hacia su
máscara y se la pone,
con gesto defensivo.)
CYBEL.-(Con tono
plácido.) Sólo una hembra más. Te
encontré
tendido sobre mi escalinata, profundamente
dormido. No quise correr el riesgo de que los policías te encontraran allí y me
culparan del asunto, de
modo que te traje aquí
para que durmieses
tu borrachera.
DION.-(Zumbón.) ¡Benditos sean los piadosos, hermana! No tengo
un solo centavo... ¡pero te
recompensarán en el cielo!
CYBEL.-(Tranquila.) Yo
no derrochaba mi
piedad.
¿Por
qué había de hacerlo? Tú eres
feliz... ¿verdad?
DION.-(Con aire de
aprobación.) ¡Magnífico! Veo que
no hablo con
una moralista.
CYBEL.-(Alejándose.) Y
pareces un buen
muchacho, por lo demás... cuando estás dormido.
Mira... Es mejor que
te vayas a
tu casa y
te acuestes, o
te cerrarán la puerta de
la calle.
DION.-(Burlón.) ¡Ahora
se pone usted
maternal, se ñorita Tierra!
¿No hay más respuesta que
ésa... clavar mi alma en
cualquier almohadilla desocupada?
(Cybel mira fijamente la máscara
de Dion, y su
rostro se vuelve duro. Dion ríe.)
Pero te
ruego que sigas acariciando
mi dolorida frente. ¡Tu
mano es una fresca
cataplasma de barro sobre el
aguijón del pensamiento!
CYBEL.-(Serenamente.) Basta de farsa. Detesto a los engreídos. (Lo mira
como esperando que Dion se
quite la máscara. Luego
le da la
espalda con indiferencia y va
hacia la pianola.) Bueno... Si
estás dispuesto a ser
simplemente como cualquier
otro de los caballeros
que me visitan, no hay
inconveniente... Tendré que
jugar contigo. (Toma su máscara
y se la
coloca; luego se
vuelve. La máscara es el semblante
pintado y de ojos ennegrecidos de la
prostituta veterana. Y Cybel
dice, con voz áspera
y ronca.) ¡Sírvase revelar sus
intenciones deshonestas, si es que
las tiene! ¡No
puedo pasarme la
noche
sentada
haciéndole compañía! ¡Escuchemos
un poco de música! (Inserta una
moneda en la máquina. Vuelve a oírse la
misma melodía sentimental. Ambas
máscaras se miran. Cybel ríe.)
¡Vamos! ¡Estoy pronta! ¡Tú
juegas, joven Satanás!
DION.-(Se quita lentamente la máscara. Cybel detiene la música de
un tirón. El rostro de
Dion es dulce y triste, y el
joven dice,
humildemente.) Lo
siento. ¡Me ha
atormentado tanto siempre el sentirme
tocado!
CYBEL.-(Quitándose la máscara, con
comprensiva simpatía, mientras
se acerca y
se sienta sobre
su taburete.)
¡Pobre muchacho! Eso nunca me
sucedió, pero me lo imagino. A
una la abrazan y
la besan y la sientan
sobre las rodillas y la pellizcan
y quieren que una se vista y se desvista... como si fuese una
esclava... ¡Créeme que yo
nunca me dejaría
tratar así!
DION.-(Volviéndose hacia
ella.) También tú te has extraviado en callejones sin salida. (Súbitamente, le tiende la
mano.) Pero eres fuerte… Seamos amigos.
CYBEL.-(Con extraña severidad, escudriñando su rostro.)
¿Y... nada más?
DION.-(Con extraña sonrisa.) Digamos... ¡nada menos! (Ella le
toma la mano. Se
oye el timbre de
la puerta de calle.
Ambos se miran.
Otra vez el
timbre.)
CYBEL.-(Se pone
la máscara, Dion
hace lo mismo.
Cybel dice, con tono burlón.) Cuando una
tiene que amar para vivir, es
difícil amar la vida.
¡Será mejor que yo ingrese en
la Confederación Norteamericana
del Trabajo y pronuncie discursos
en favor de la noche
de ocho horas!
¿Tienes un níquel,
chico? Toca una canción.
(Sale. Dion
pone
una moneda en la
pianola. Se reinicia la misma
melodía sentimental. Cybel vuelve,
seguida por Billy Brown. El rostro de Brown ostenta una rígida
circunspección, pero se advierte
su altanera repugnancia ante la actitud de
Dion. Éste detiene la pianola, y
él y Brown
se contemplan durante
unos instantes, mientras Cybel los
mira. Luego, aburrida, la
joven bosteza.) Este te
estaba dando caza.
Apaguen las luces
cuando se marchen.
Me
voy a dormir. (Cuando va a salir,
como si recordara
algo, le dice
a Dion.) La vida no está mal, si
la dejan seguir su curso. (Mecánicamente,
le exhibe una
sonrisa profesional a Brown.) ¡Ahora que
ya sabes el camino, hermoso, vuelve a hacerme
una visita. (Sale.)
BROWN.-(Después de una pausa
embarazosa.) ¡Hola, Dion! Te he
estado buscando por
toda la ciudad.
Este sitio era la
última posibilidad... (Otra
pausa, con turbación.)
Vamos a dar
un paseo.
DION.-(Burlón.) He
renunciado a hacer ejercicio. Dicen que
prolonga la vida.
BROWN.-(Persuasivamente.) Vamos, Dion.
Sé razonable. Supongo
que no pensarás quedarte aquí. ..
DION.-¿De modo que
te gustaría pensar
que me has sorprendido en flagrante delito... ¿eh?
BROWN.-¡No seas estúpido! ¡Escúchame! Te he estado buscando por
razones puramente egoístas.
Necesito tu ayuda.
DION .-(Asombrado.) ¿Qué dices?
BROWN.-Tengo que hacerte una
proposición, y espero que la
aceptarás dada nuestra
vieja amistad. Para serte franco,
Dion, necesito que me ayudes en
la oficina.
DION .-(Con áspera risa.) Con que se trata
de un empleo... ¿verdad? ¡De modo que mi
pobre esposa te lo ha estado
pidiendo!
BROWN.-(Disgustado, con
aspereza.) ¡Por el contrario!
¡Fui yo quien debió pedirle que te convenciera! (Más irritado.) ¡Oye, Dion! ¡No
quiero oírte hablar así de Margaret! Y
no lo harías
si no estuvieras
borracho! (Sacudiéndolo con brusquedad.)
¿Qué
diablos te pasa,
a fin de cuentas? ¡Antes no
eras así! ¿Qué
piensas hacer de tu vida?... ¿Hundirte en el
arroyo y arrastrar a Margaret en
tu caída? Si la
hubieras oído defenderte, mentir
acerca de ti,
hablarme de lo mucho
que trabajabas, de
las cosas bellas que estabas
pintando, de la frecuencia con que te
quedabas en casa y
de cómo adorabas
a los niños... cuando todo el
mundo sabe que te
pasas las noches fuera de casa,
embriagándote y jugándole
el resto de
tu fortuna! (Se
detiene avergonzado, dominándose.)
DION .-(Con tono
fatigado.) ¡Margaret mentía
acerca de su marido, no
de mí, tonto! Pero no vale
la pena de explicado.
(Con repentino y
violento apasionamiento.)
¿Qué quieres? Estoy dispuesto a
todo... ¡menos a la humillación de
gritarles secretos a
los sordos!
BROWN.-(Con rudeza,
tratando de adoptar
un tono de matasiete.) ¡Tonterías! ¡No procures escapar
por la tangente! No
tienes excusa posible,
y bien lo
sabes. (Al ver que
Dion no responde, dice, con tono contrito.) ¡Pero bien sé que no
debería hablarte así, Dion!
¡Sólo lo he hecho
porque somos viejos amigos ... y me
duele verte malgastando así tu
vida... a ti, el más inteligente de todos nosotros! Pero, qué diablos... ¡Supongo que
serás demasiado cínico para
creer en la sinceridad de
mis palabras!
DION.-(Conmovido.) Sé que
Billy fue siempre el
amigo de Dion Anthony.
BROWN.-Por cierto que
lo soy... ¡y te
lo habría probado desde hace muchísimo
tiempo si me hubieras dado la oportunidad
de hacerlo! ¡Después
de todo, yo no
podía perseguirte continuamente y
exponerme siempre a tus desaires!
¡Todos tenemos nuestro amor
propio!
DION .-(Con amargo sarcasmo.) ¡Craso error! ¡Nuncamás! ¡Nada
de nada! ¡Eso es
inmoral! ¡Benditos sean los pobres
de espíritu, hermano!
¿Cuándo empiezo a trabajar?
BROWN.-(Ansiosamente.) ¿De modo que
aceptas el...?
¿Me ayudarás?
DION .-(Con fatigada
amargura.) Acepto el
empleo.
Uno
tiene que hacer algo
para matar el tiempo, mientras espera... su
próxima encarnación.
BROWN.-(Con tono
festivo.) Creo que
es algo temprano
para preocuparse de eso.
(Tratando de llevarse a Dion.) Vámonos ahora. Es bastante tarde.
DION.-(Desembarazándose de la
mano de Brown apoyada
en su hombro,
se aleja de
él y dice,
después de una pausa.)
¿Sigue allí la
silla de mi
padre?
BROWN.-(Rehuyéndolo turbado.)
No... no lo recuerdo,
a decir verdad,
Dion. Me fijaré.
DION.-(Quitándose la
máscara, lentamente.) Me
gustaría sentarme donde él amasó lo
que yo derroché. ¡Qué extraños fuimos
el uno para
el otro! Cuando
mi padre yacía muerto, su
rostro me pareció
tan familiar que
me pregunté dónde me
había encontrado antes
con aquel hombre. Sólo en
el instante de
mi concepción. Después, nos
volvimos cada vez más hostiles, con
oculta vergüenza.
¿Y
mi madre? Recuerdo a una muchacha dulce y extraña, de ojos
afectuosos y perplejos,
como si Dios
la hubiera encerrado en un
armario oscuro sin darle
explicación alguna. Yo fui
la única muñeca
que nuestro ogro, su marido,
le consintió, y ella
jugó a la
madre y al
niño con migo durante muchos años en
aquella casa, hasta que, finalmente, entre dos lágrimas, la
miré morir con el
tímido orgullo de quien ha
alargado su vestido y conservado su cabello. Y
me sentí como un juguete abandonado, y
lloré para que me
enterraran con ella, porque
sólo sus manos habían
acariciado sin desgarrar.
Mi madre vivió
mucho y envejeció mucho
durante los dos
días que tardaron
en cerrar su féretro. Cuando
la miré
por última vez,
su pureza me
había olvidado, estaba inmaculada e imperecedera y comprendí que mis sollozos eran
ultrajantes y carecían de
sentido para su virginidad. ¡De modo que
volví a re plegarme
sobre la vida,
con mis desnudos
nervios que saltaban como
pulgas, y a su
debido tiempo otra muchacha
me llamó su chico a
la luz de
la luna y se casó
con migo y se
convirtió en tres madres en
una sola persona, mientras yo me embadurnaba de
pintura las manos en un esfuerzo por
ver a Dios! (Ríe con risa
salvaje, se pone la máscara.) ¡Pero ese
Viejo Humorista me había dado unos ojos débiles,
de modo que
ahora debo renunciar
a mi búsqueda de 101
y ocuparme en cambio del
Omnipresente y Grave Rey
del Éxito, el Gran
Dios Brown! (Le
hace una amplia y
burlona reverencia.)
BROWN.-(Con repulsión, pero
dominándose.) ¡Cállate!
¡Estás
borracho todavía! ¡Vamos!
¡En marcha! (Agarra a
Dion del brazo y
apaga la luz.)
DION.-(Desde las
tinieblas, burlonamente.) ¡Soy
tu oveja desnuda, esquilada
y desvalida! ¡Guíame, oh Todopoderoso
Brown, Luz Bondadosa!
TELÓN
ACTO SEGUNDO
ESCENA I
Escenario: La sala
de recibo de Cybel, siete
años después, un
atardecer de primavera. La
distribución del mobiliario sigue
siendo la misma, pero la
silla y el sofá
son nuevos, costosos y de alegres
colores. La vieja pianola automática del centro parece ser
la misma. El despertador barato sigue sobre la
pianola. A ambos lados del
despertador yacen las
máscaras de Dion y
de Cybel. La pared de foro
ostenta un empapelado brillante
y llamativo, en que las flores y
frutos carmesíes y
purpúreos se amontonan
los unos sobre
los otros, en
una ausencia de
todo plan aparente que
revela profana turbulencia.
Dion
está sentado en
la silla de
la izquierda; Cybel, sobre el sofá. Entre ambos hay una
mesa de juego.
Los dos sacan un
solitario. Dion ha
encanecido prematuramente.
Su rostro es el
de un asceta, un
mártir, socavando por el dolor
y la insistencia en atormentarse
a sí
mismo, pero iluminado, con todo,
desde dentro, por una rara serenidad
de espíritu y
una humana bondad. Cybel ha engordado, volviéndose más
voluptuosa, pero su rostro se
conserva fresco y sin arrugas
y su serenidad es
más profunda. Se diría
un ídolo inmóvil que
encarna a la Madre Tierra.
La
pianola lloriquea la misma
vieja melodía sentimental.
Ambos echan sus
cartas con atención
y calma. La música
cesa.
CYBEL.-(Pensativa.) Amo
esas Viejas y
estúpidas melodías sollozantes.
Me ayudan a comprender a
la gente. Eso es
lo que tienen
dentro los hombres... lo que
los hace amar y
matar a sus
vecinos.., ¡unas borracheras lacrimosas hechas música!
DION.-(Compasivamente.) Toda canción
es un
himno.
Los
hombres tratan de descubrir
el Verbo del
Principio.
CYBEL.-Quieren saber
demasiado. Eso los hace
débiles. Yo nunca
pretendí intrigados.
Me
limité a darles una
Mujerzuela. Ellos la comprendieron
y adivinaron sus papeles y
los desempeñaron con
naturalidad. Todos pudimos conservar nuestra verdadera virtud...
¿entiendes. (Echa su última
carta.) Me ha vuelto a
salir el solitario.
DION.-(Sonriendo.) Tu
suerte es inverosímil
A mí nunca me
resulta.
CYBEL.-A ti te
falta poco para acertar, pero la
suerte sabe que tú quieres ganar y que yo
me conformo con el juego mismo.
(Distribuye las barajas
en otro solitario.) A propósito
de mi música
en conserva... debo decirte que
nuestro señor Brown odia ese viejo cajón. (Al
oír mencionar a Brown, Dion
tiembla como súbitamente poseído, libra una
tremenda lucha consigo mismo
y luego, mientras Cybel
continúa hablando, se
levanta como un autómata y se
pone la máscara. Ésta
acusa ahora terribles estragos. Toda su esencia
de Pan se ha trocado en una
diabólica crueldad e
ironía dignas de Mefistófeles.) No le
importa la música que tiene dentro. Eso,
de un
modo o de otro, lo acepta. Pero el aspecto de
este mueble le Parece lamentable y se
empeña en que
yo lo tire al
montan de los desechos. Con todo, le he dicho que el
solo hecho de mantenerme desde
hace tanto tiempo
no lo autoriza
a darme órdenes como un
marido o... (Alza los ojos y ve
al enmascarado Dion de pie
junto a la pianola, Y dice tranquilamente.) ¡Hola! ¿Vuelves
a sentirte celoso?
DION.-(Sarcástico.) ¿Te estás enamorando de tu
guardián, vieja Vaca Sagrada?
CYBEL.-(Sin darse por
ofendida.) ¡Cállate! Hace años que
me lo preguntas.
¡Sé tú mismo! Él
es sano y hermoso...
pero demasiado culpable. ¿Por
qué finges creer que el amor
es tan importante,
a fin de
cuentas?
Solo es
una de
las tantas cosas que debemos hacer para que la
vida siga su
curso.
DION.-(Con el mismo
tono.) ¿De modo
que mentiste al decirme
que me querías?...
¿Verdad, Vieja Inmundicia?
CYBEL.-(Afectuosamente.) ¡Siempre
serás un niño!
Hemos sido amigos durante siete años...
¿verdad? Nunca hemos dejado de
estar próximos. Sí. Te
quiero. ¡Se necesitan muchas
clases de amor
para hacer un mundo!
El nuestro es el
mejor de la
vida, la vida en
su plenitud. (Pausa.
Zalamera.) No te
ocultes más. Te conozco.
DION.-(Quitándose la máscara, se
acerca con laxitud, se
sienta a los pies
de Cybel y posa
la cabeza sobre su
regazo. Con sonrisa
agradecida.) Tú eres
fuerte. Siempre das. Le has
dado a mi debilidad
fuerzas para vivir.
CYBEL.-(Con ternura, alisándole
maternalmente el cabello.) Tú no
eres débil. Naciste
con fantasmas en los
ojos y tuviste el valor de
escudriñar tus propias tinieblas...
y te
asustaste. (Después de
una pausa.) No
te culpo por celar
a veces al
señor Brown.
Tengo
celos de tu
esposa, ya que sé
muy bien que la
amas.
DION.-(Lentamente.) Amo
a Margaret. No sé quién es
mi esposa.
CYBEL.- (Después de una
pausa, con extraña risa
desgarrada.) ¡Oh, Dios mío!
Por momentos, la
verdad me hiere de
un modo tan punzante entre los ojos,
que me parece
contemplar las
estrellas... ¡y entonces
siento tanta piedad de
todos ustedes, malditos bribones,
que me gustaría salir corriendo
desnuda a la calle
y amar apasionadamente a
toda la multitud,
como si yo
le trajese una nueva droga que
le hiciera olvidar todo
lo existente para siempre! (Con
forzada sonrisa.) Pero
ellos no querrían verme, sin
duda, como no quieren
verse los unos
a los otros. Y, de todos
modos, siguen avanzando y muriendo sin
mi ayuda.
DION.-(Con tristeza.) Me
has dado fuerzas para morir.
CYBEL.-Tú quizá seas
importante, pero tu vida
no loes. A
cada segundo nacen millones
de vidas. La vida
suele ser tan poco
costosa, que hasta una
bestia puede permitírsela. Y no es sagrada:
lo único sagrado es
el yo que está
dentro de nosotros. El resto, es
tierra.
DION.-(Se arrodilla y,
con las manos
juntas, alza losojos
en éxtasis y reza
con ascético fervor.) <<En tus
manos, oh, Señor...
>> (Súbitamente, con una
mirada de horror.)
¡Nada!
¡Sentir que nuestra vida
se apaga como
la llama de un
fósforo barato!... (Se pone
la máscara y
ríe con aspereza.) ¡Dormirnos
y saber que
nunca, nunca, volverán
a llamarnos para desempeñar el oficio
de vivir! «¡Que sea veloz
tu vuelo, cada vez
más próximo! ¡Ven pronto... pronto!>> (Cita
estas últimas palabras con
burlón anhelo.)
CYBEL.-(Acariciando maternalmente
su cabeza.) Vamos, no
te asustes. Eso se
lleva en la
sangre. Cuando llegue la hora, verás que es
fácil.
DION.-(Poniéndose en pie
de un salto
y paseándose con excitación.)
No durará mucho.
Mi mujer trajo
anteayer a
un médico... y el
médico dijo que
mi corazón está liquidado... a causa
del alcohol. .. Me advirtió que no debía
beber una gota
más... (Burlón.) ¿Qué te parece? ¿Tomamos
una copa?
CYBEL.-(Semejante a
un ídolo.) Sírvete.
El whisky está en
el bargueño. (Al verlo
vacilar.) ¿Por qué estás
tan nervioso? Delirabas con
los planos de
no sé qué
catedral. ..
DION.-(Con salvaje burla.) ¡Han sido
aceptados! Los planos del
señor Brown, pero... ¡Mis planos, en
realidad!
Está
de más que
te lo diga.
¡Brown me entrega, uno
tras otro, establos matemáticamente correctos, y yo
los mejoro añadiéndoles hermosos
cebos, para que
los tontos ansíen comprar, vender, engendrar, dormir,
amar, odiar, maldecir
y orar entre sus muros! ¡Lo hago
con diabólica astucia,y ellos
sienten positivo deleite!
¡En otros tiempos
soñé con pintar el viento sobre el mar y
el rasante vuelo de las sombras de las
nubes sobre las copas de los
árboles! Ahora... (Ríe.) Pero
el orgullo es
un pecado... ¡hasta en el recuerdo
de quienes han
muerto hace tiempo!
¡Benditos sean los pobres
de espíritu!
(Se
desploma desfalleciente sobre su
silla, oprimiéndose el
corazón.)
CYBEL.-(Con impasibilidad
de ídolo.) Vete a tu casa y
duerme. Tu esposa debe
estar preocupada.
DION.-Ella sabe esto... pero nunca se
confesará a sí misma que
su marido franqueó tu umbral. (Burlón.) ¡Qué leales son las
mujeres... a su vanidad y demás cositas!
CYBEL.-Brown no
tardará en llegar.
Recuérdalo.
DION.-También él
lo sabe y no se
aviene a reconocerlo.
Puede ser que
me necesite aquí. ..
ignorándolo...
¿Sabes
por qué se
despertó, más que
nada, su ansia
de
poseerte exclusivamente? Porque
sabía que me amabas
y se sentía defraudado.
¡Quería arrebatarme lo que
suponía mi amor a la
carne! Brown cree que
no tengo derecho
a amar. Le gustaría robármelo
como me roba
mis ideas... con amabilidad... austeramente. ¡Oh,
el buen Brown!
CYBEL.- ¡Pero tú
lo quieres, con todo
eso! Creo que ustedes
son hermanos, en
cierto modo. Y
acuérdate de que él
lo está pagando,
de que lo
pagará... de alguna manera.
DION.- Alza la
cabeza, como disponiéndose a
quitarse la máscara.)
Lo sé. ¡Pobre
Billy!
¡Dios me perdone el mal
que le he
hecho!
CYBEL.-(Le toma
la mano.) ¡Pobre muchacho!
DION.-(Se la
oprime convulsivamente, y
luego dice con forzada aspereza.)
Bueno... ¡De regreso,
soldado cristiano! ¡Me voy! ¡Hasta pronto, Madre Tierra! (Se dispone
a marcharse por
derecha. Ella parece
dispuesta a dejarlo ir.)
CYBEL.-(Búruscamente se sobresalta y
llama, con honda
pena.) ¡DION! (Éste
la mira. Pausa.
Dion vuelve lentamente. Cybel habla
de un modo extraño, con voz
grave,
lejana... y, con
todo, como una madre
que le estuviera hablando a su hijito.) No
debes olvidarte de besarme antes
de irte, Dion.
(Le quita su
máscara.) ¿No te
he dicho acaso que te
quites la máscara en mi
casa? Mírame, Dion. Yo... acabo...
de ver... algo.
Tengo
miedo de que
te marches por mucho,
muchísimo tiempo. De
modo que esto será
una despedida, querido. (Lo
besa con dulzura. Dion comienza a
sollozar. Cybel le devuelve su
máscara.) Ya está. No sufras. Recuerda que todo
esto es un
juego y que, cuando te
hayas dormido, te
voy a arropar.
DION.-(En sofocado
grito, lleno de
congoja.) ¡Madre! (Luego se pone
la máscara con
un terrible esfuerzo de voluntad, y
dice, con tono
burlón.) ¡Vete al diablo, vieja marrana
sentimental! ¡Nos veremos mañana! (Sale silbando y
dando un portazo.)
CYBEL.-(Nuevamente impasible como un
ídolo.) ¿De qué sirve alumbrar hijos? ¿De
qué sirve dar nacimiento a la
muerte? Suspira cansada, se
vuelve y pone una
moneda en la pianola,
que reanuda su
vieja melodía sentimental.
En el mismo
momento, Brown entra
silenciosa mente por izquierda. Es
el prototipo del
norteamericano juvenil, cuidado,
bien parecido y triunfador
de cuarenta años. En
este momento, está evidentemente
turbado. No puede ver el
rostro de Cybel ni
su máscara.)
DION.-.- ¡Cybel! (Ella se
sobresalta, interrumpe la música
y tiende la
mano hacia su máscara, pero
no tiene tiempo de ponérsela.)
¿No es Dion el que acaba de
salir. .. después de todas
tus promesas de no
volver a verlo? (Cybel se
vuelve con la impasibilidad
de un
ídolo, ocultando la máscara
a sus espaldas. Él
la mira, absorto
y perplejo, y balbucea.)
Yo... Discúlpeme ... Creí...
CYBEL.- (Con voz
extraña.) Cybel ha salido para hundirse en la
tierra y orar.
BROWN.- (Con más
aplomo.) Pero... ¿no es
ésa su ropa?
CYBEL.- Cybel no quiere que
la gente me
vea desnuda. Soy su
hermana. Dion vino a
verme a mí.
BROWN.-(Con alivio.)
De modo que
Dion anda en ésas...
¿eh? (Con suspiro compasivo.) ¡Pobre Margaret! (Con juguetón
reproche.) Francamente, usted
no debería estimularlo. Es casado y
tiene tres hijos
mayores.
CYBEL.-¿Y usted
no los tiene?
BROWN.-(Picado.) No. No
soy casado.
CYBEL.-Dion y
yo somos amigos.
BROWN.-(Con guiño
travieso.) Sí. ¡Me
imagino cómo debe seducir el
amor platónico al alma pura
e inocente de Dion! Es
inútil que pretenda usted engañarme tratándose de él. Somos amigos desde la
infancia. Lo conozco a fondo. Lo
he defendido siempre, sea cual
fuere su modo de obrar... de
modo que puede usted expresarse con absoluta franqueza. Sólo he
hablado así pensando
en Margaret... su esposa. Eso
será muy duro para
ella.
CYBEL.-Usted ama
a la esposa de
Dion.
BROWN.-(Escandalizado.) ¿Qué? ¿Qué
dice? (Con tono vacilante.)
¡No sea tonta! (Pausa. Como
impelido por una intensa
curiosidad.) De modo
que Dion es su
amante... ¿eh? Eso
me parece muy
interesante. (Acercando su
silla a Cybel.)
Siéntese. Hablemos. (Ella
permanece de pie, con
la máscara a
la espalda.) Dígame... Eso me
ha inspirado siempre curiosidad... ¿Por qué resulta Dion
tan atrayente para las mujeres... especialmente para cierto
tipo de
mujeres, con perdón de usted? Siempre ejerció esa fascinación y,
con todo, nunca pude descubrir
exactamente qué veían
en él. ¿Será
porque es guapo... o
tan violentamente sensual. ..
o porque alardea de artista y
hombre temperamental. .. o porque
es tan
desbocado... o por qué?
CYBEL.-¡Porque está vivo!
BROWN.- (Tomándole súbitamente
una de las
manos y besándosela, insinuante.)
¿No le
parece que también yo estoy
vivo? (Con vehemencia.)
Escuche. ¿Qué le
parece si usted abandonara
a Dion... y
me permitiera mantenerla, en condiciones análogas a las
que he convenido con Cybel? Usted' me
gusta... ya lo
ve. No la
molestaré mucho... Estoy
demasiado ocupado... usted podrá
hacer lo que quiera... seguir haciendo
su vida... Todo, menos ver
a Dion. (Se interrumpe.
Pausa. Cybel mira el vacío,
imperturbable, como si no lo hubiese oído. Brown suplica.) Y bien... ¿qué
me contesta?
¡Le ruego que me conteste!
CYBEL.-(Con voz
muy fatigada.) Cybel le
dejó recado. Dijo que la semana
próxima, señor Brown.
BROWN.-(Con extraña congoja.) ¿De modo
que no quiere? ¡No sea cruel! ¡La amo! (Ella se
aleja. Él insiste con
tono de súplica.)
Al menos... ¡le
daré lo que
me pida!... prométame por
favor que no
volverá a ver
a Dion Anthony.
CYBEL.-(Con honda
pena.) Dion no
volverá a verme, se
lo prometo. ¡Adiós!
BROWN.-(Gozoso, besándole
la mano cortésmente.)
¡Gracias! ¡Gracias!
¡Le estoy agradecidísimo! (Con
diplomacia.) No volveré
a molestarla. Le
ruego que perdone mi
intrusión y le dé
recuerdos míos a Cybel cuando le escriba. (Se inclina
y sale por
izquierda.)
TELÓN
ESCENA
II
Escenario: Sala
de dibujo de la
oficina de Brown.
La mesa de dibujo de
Dion, con un alto
taburete delante, en el centro.
Otro taburete a su izquierda. A
la derecha, un banco.
Anochecer del
mismo día. El telón
de fondo, negro, tiene
pintadas ventanas con
un vago panorama de casas negras
e iluminadas por las luces
callejeras del otro lado de la calle.
Dion
está sentado sobre el taburete, detrás de la mesa, leyéndole
en voz
alta un pasaje
de la Imitación
de Cristo de Tomás
Kempis a su máscara, colocada sobre
la mesa ante él. Su rostro está
más dulce, más espiritual, más pleno de
santidad y ascetismo que nunca.
DION.- (Como un sacerdote que
rezara misas por los moribundos.)
<<Pronto tendrás que irte de aquí, mira pues muy bien
lo que haces. ¡Ah, tonto!... ¡Aprende ahora a morir para el mundo, a
fin de poder empezar a vivir con Cristo! Haz ahora, amado, haz ahora todo lo que puedas, porque no sabes cuándo morirás ni tampoco qué te sucederá
después de la muerte. ¡Pórtate sobre la tierra como un peregrino, como
un forastero a
quien le son
ajenos los asuntos de este mundo! Conserva tu corazón libre y eleva do hacia
Dios, porque aquí no
tienes morada duradera.
¡Porque
no sabes a qué hora
vendrá el Hijo
del Hombre!'.>> ¡Amén! (Alza
la mano sobre la
máscara como si la
bendijera, cierra el libro y
se lo vuelve
a poner en el
bolsillo. Alza la máscara en las manos y
la contempla con piadosa ternura.) Paz,
pobre atormentada, valiente y lamentable
orgullo del hombre. ¡La hora
de nuestra liberación se acerca!
¡Mañana quizás estemos con El
en el paraíso! (Besa la máscara en
los labios y la deja en
su lugar. Se oye un rumor de
pisadas ascendentes en la
escalera del vestíbulo.
Dion se
apodera de la máscara con un
repentino pánico, y, al
oírse un golpe
en la puerta, se
la pone y grita, con
acento de burla.) ¡Adelante,
señora de Anthony! ¡Adelante! (Entra
Margaret. En una de
sus manos, disimulada a
la espalda, está la máscara
del valeroso rostro que ostenta ante el mundo para ocultar sus
sufrimientos y su desilusión, y que
acaba de quitarse. Su
rostro sigue siendo dulce y bello, pero muy arrugado, contraído y cavado por las
preocupaciones para sus
años, triste y resignado, pero algo
lastimero.)
MARGARET.-(Con fatigado reproche.) ¡Menos
mal que te he
encontrado! ¿Por qué no
vienes a casa desde hace dos días?
¡Bastante sufrimos ya al verte
beber de nuevo, para que
nos inquietes con tan
largas ausencias!
DION.-(Con amargura.) Mis oídos
reconocieron sus pasos. Uno llega
a reconocerlo todo... ¡y
a no ver
nada!
MARGARET.-Finalmente, mandé los
niños en tu
bus ca y fui yo
misma. (Con aire fatigado y
solícito.) Supongo que no habrás
comido lo más mínimo, como de costumbre.
¿No quieres venir a casa y
que yo te fría
una buena costilla?
DION.-(Con tono
de duda.) ¿Puede
amar aún Margaret
a Dion Anthony?
¿Será posible?
MARGARET.-(Forzando una cansada sonrisa.) Supongo
que
sí, Dion. Pero no
debería hacerlo... ¿verdad?
DION .-(Con el mismo tono.)
¡Y yo, amo a Margaret!
¡Qué alucinados y alucinantes espectros somos! ¡Recordamos vagamente tantas cosas que
tardaríamos muchos millones de
años en olvidar! (Se
adelanta, rodeando con el brazo
los inclinados hombros de Margaret
y se besan.)
MARGARET.-(Acariciándole afectuosamente la
mano.)
No.
Por cierto que no
te lo mereces. ¡Cuando pienso en todo lo
que me has
hecho sufrir desde que nos radicamos aquí!... ¡Verdaderamente, creo que
yo no habría
podido aguantarlo, de no ser
por los niños! (Com sonrisa forzada.) Pero quizás sí,
después de todo... ¡Siempre he sido
tan tonta tratándose de ti!
DION .-(Algo burlón.) ¡Los
niños! ¡Tres robustos hijos!
¡Margaret puede permitirse
el lujo de ser
magnánima!
MARGARET.-Si no
te encuentran, vendrán aquí a buscarme.
DION.-(Con repentino
desvarío, torturado, dejándose caer
de rodillas junto
a ella.) ¡Margaret!
¡Margaret! ¡Me siento
solitario! ¡Tengo miedo! ¡Me voy!
¡Tengo que decirte adiós!
MARGARET.-(Acariciándole el cabello.)
¡Pobre muchacho! ¡Pobre Dion! Ven a
casa y duerme.
DION .-(Levantándose de
un salto, frenéticamente.)
¡No! ¡Soy un
hombre! ¡Un hombre
solitario! ¡No puedo retroceder! ¡Me
he engendrado a mí
mismo! (Con desesperada burla.)
¡Mírame, señora de
Anthony! ¡Esta es tu última oportunidad! ¡Mañana me
habré trasladado al otro infierno!
Contempla a tu
hombre... ¡al esclavo cristiano negador de
la vida, rastrero y llorón, a
quien has ignorado con tanta
nobleza en el padre de
tus hijos! ¡Mira! (Se
arranca la máscara del
rostro, que irradia un
grande y puro amor por
ella y una
gran simpatía y ternura.) ¡Oh, mujer...
amor mío... contra
quien he pecado
en mi crueldad y en mi
enfermizo orgullo! ¡Perdona mis
pecados... perdona mi soledad... perdona mi enfermedad! ...
¡Perdóname! (Se arrodilla
y besa el
borde del vestido de Margaret .)
MARGARET.-(Que ha
estado contemplándolo con
terror, alzando su propia
máscara para proteger su
rostro.) ¡Dion! ¡No hagas
eso! ¡No puedo
soportarlo! ¡Pareces un fantasma!
¡Estás muerto! ¡Oh, Dios
mío! ¡Socorro! ¡Socorro!
(Cae desvanecida sobre
el banco. Dion la
mira, toma la mano de
Margaret que agarra
la máscara, mira su rostro y dice
con dulzura.) ¡Y ahora,
tengo derecho a comprenderte y a
amarte también!
(Besa
primero la máscara y luego
el rostro de
Margaret, murmurando:) ¡Y a ti,
querida! ¡Benditos, tres veces
benditos sean los
mansos! (Se oyen
pesados y presurosos pasos
en la escalera. Don se
pone precipitadamente la máscara. Sus
tres hijos irrumpen en la
habitación. El mayor tiene
unos catorce años, los otros trece y doce. Tienen el aspecto de
muchachos sanos, normales,
simpáticos, recordando no poco
al Billy Brown del
prólogo. Se detienen bruscamente en rígida
fila, paseando la mirada de
la mujer del banco a
su padre, con aire acusador.)
EL MAYOR.-Hemos oído gritar
a alguien. Parecía mamá.
DION .-(A la
defensiva.) No. Era
esta señora... Mi esposa.
EL
MAYOR.-Pero... ¿no ha venido
todavía mamá?
DION.- (Yendo hacia Margaret.) Sí. Aquí está. (Se interpone entre ellos y su
mujer y coloca la máscara sobre el rostro
de Margaret. Luego, retrocede.) Se ha
desvanecido. Más vale que
la reanimen.
Los NIÑOS.-¡Mamá! (Se abalanzan hacia ella, se arrodillan
y le frotan las
muñecas. El mayor le alisa el cabello.)
DION.- (Contemplándolos.) Al
menos, la dejo
bien atendida.
(A los
niños.) Díganle a su
mamá que recibirá noticias desde la casa
del señor Brown.
Debo hacerle una visita de
despedida. Me voy. Adiós.
(Los niños interrumpen su
tarea y lo
miran fijamente, con ojos en
que se mezclan la
perplejidad, la desconfianza
y el
dolor.)
EL
MAYOR.-(Con torpeza y
turbación.) Francamente, creo
que deberías ...
EL
SEGUNDO.-Sí. Francamente. Deberías...
EL
TERCERO.-Sí. Francamente...
DION.-(Con tono cordial). Lo sé.
Pero no me
sería posible. Son ustedes
los que
pueden hacerlo. Son ustedes los
que deben heredar el mundo para ella. No lo
olviden, muchachos. Adiós.
Los
NIÑOS.- (Con el mismo
tono afectado, torpe,
el uno tras del otro.) Adiós... Adiós... Adiós... (Dion sale.)
TELÓN
ESCENA
III
Escenario: La biblioteca de
la casa de Brown, esa noche. Un telón de
fondo de cultura
burguesa, próspera y cuidadosamente pintada, estantes llenos de colecciones de libros, etcétera. La pesada
mesa del centro
es costosa. La butaca de
cuero de la izquierda
y el canapé de la
derecha son de un
opulento confort. La lámpara
de mesa
para leer es la
única luz.
Brown está sentado en
el sillón, a la
izquierda, leyendo un periódico
de arquitectura. Su expresión es
sosegada y de grave
receptividad. El perfil de su rostro
recuerda a un cónsul romano
grabado en una moneda antigua. Ostenta una incongruente peculiaridad, una fe ciega
en la finalidad de
su destino.
Un
repentino y sordo golpe
en la puerta
de calle y se oye sonar
el timbre. Brown
frunce el ceño y
escucha al criado, que atiende. Se
oye la voz
de Dion, que eleva
el tono con acento burlón.
DION .-Dígale que
ha venido el
diablo a cerrar
un trato.
BROWN.-(Reprimiendo su fastidio, llama, con forzado buen
humor.) Adelante, Dion.
(Dion entra. Su estado es espantoso. Sus ropas
están en desorden, su rostro
enmascarado revela una
tremenda tensión, que
se diría mortal, su
burlona ironía es
de tan cruel
malignidad que le da
la apariencia de un
verdadero demonio, atormentado
por el ansia de
atormentar a los demás.) Siéntate.
DION.-(De pie,
canta.) ¡El alma
de William Brown yace
hecha polvo en
el arcón, pero
su cuerpo sigue andando!
BROWN.-(Conservando el mismo tono
indulgente, de hermano mayor, que
procura mantener durante todo el
transcurso de la escena.) ¡No hables tan fuerte, por
favor! A mí no me importa... pero tengo vecinos.
DION.-¡Aborrécelos! ¡Teme
a tu vecino
como a ti mismo!
Ésa es la
regla magna para
los sanos y
cuerdos. (Avanza hacia la
mesa con una suerte
de implacable calma.) ¡Escúchame!
Cierto día, cuando yo
contaba cuatro años
de edad, un niño
se me acercó furtivamente por detrás, cuando
yo estaba dibujando en la
arena un cuadro que él
era incapaz de dibujar, y
me golpeó la cabeza
con un palo y borró mi
cuadro con el pie y
se echó a reír mientras
yo lloraba. ¡No
fue su acto
lo que me
hizo llorar, sino él!
¡Yo lo había
amado y confiado en él, y
súbita mente el buen
Dios se veía
censurado en su
persona y nacían el mal
y la injusticia
del Hombre! Todos
me llamaron el niño llorón,
de modo que me
volví taciturno para toda
la vida y
me forjé una máscara, la
máscara de Pan, el Niño perverso, para
agazaparme y vivir detrás de
ella y rebelarme contra el
Dios de ese niño
y protegerme de Su crueldad.
¡Y el otro
niño se sintió
avergonzado en secreto, pero no
quiso reconocerlo, de modo que
se transformó desde
entonces instintivamente en el niño
bueno, en el buen
amigo, en el buen hombre, en William Brown!
BROWN.-(Confuso.) Lo
recuerdo. Fue una jugada
fea que te hice. (Con un
dejo de resentimiento.) Siéntate.
Ya sabes dónde tengo
el whisky. Bebe un
trago, si quieres. Pero me
parece que ya has
bebido bastante.
DION.-(Lo mira fijamente
por un instante
y dice luego,
con voz extraña.) Gracias le
sean dadas a Brown por recordármelo. Necesito beber.
(Se
levanta y saca
una botella de
whisky y un
vaso.)
BROWN.-(Encogiéndose de
hombros, con aire jovial.)
Como
quieras. Son tus funerales.
DION.- (Volviendo y echando una
buena cantidad de whisky en la
coctelera.) ¡Y los de
William Brown! ¡Cuando yo muera,
Brown irá al
infierno! ¡Salud! (Bebe y
lo mira con malignidad. Brown,
contra su voluntad,
experimenta cierto malestar.
Pausa.)
BROWN.- (Con forzada negligencia.) Hace
una semana que estás
así, de parranda.
DION.- (Insultante.) He estado festejando la aceptación de
mi plano para la catedral.
BROWN.- (Jovialmente.) La verdad es
que me has
ayudado mucho en
el asunto.
DION.-(Con áspera risa.) ¡Oh,
perfecto Brown! ¡No te
preocupes¡!Haré que Brown se
mire aún en
mi espejo... Y
se ahogue en
él! (Se sirve
otro abundante vaso.)
BROWN.-(Con tono
algo insultante.)
Cuidado. No quiero tener tu
cadáver en mis manos.
DION.-Pero yo sí.
(Bebe.). Brown me necesita
aún... ¡para convencerse de
que está vivo!
¡Yo
he amado, codiciado,
ganado y perdido,
cantado y llorado!
¡He sido un amante de
la vida! He satisfecho sus deseos, y
si ella liquida ahora
sus cuentas conmigo
es sólo porque
he sido demasiado débil para
dominarla a mi vez.
No basta con ser hechura suya. Uno tiene que crearla o la
vida le exige a uno
que se
destruya a sí mismo.
BROWN.-(Jovial.) Tonterías.
Vete a casa
y duerme un rato.
DION.-(Como si
no lo hubiese oído,
con todo mordaz.) ¡Pero no ser ni
la hechura ni el creador! ¡Existir ante la indiferencia de la
vida! ¡No ser amado por ella! (Brown da señales de
desasosiego.) ¡Ser simplemente
un monstruo triunfante, el
fruto de alguna
vil neutralización de
las fuerzas vitales, un cacto
sin espinas, un jabalí salvaje de las montañas
convertido en un cerdo de
matadero que come para ser
comido, un Don Juan vuelto
romántico por las glándulas de un mono... y que
la Vida no te
considere siquiera lo bastante
divertido para verte!
BROWN.-(Herido, con irritación.) ¡Pamplinas!
DION.-Tomemos el caso
del señor Brown. Sus
padres lo trajeron al mundo como si
lo anotaran desde ya
en un concurso infantil con premios para los
más gordos... ¡y el señor
Brown sigue paseando
en su cochecito
en la procesión, demasiado gordo ya
para aprender a
caminar y con mucho
más motivo para bailar
o correr, y
jamás vivirá hasta que su polvo liberado vuelva presurosamente a la tierra!
BROWN.-(Con aspereza.)
¡Sigue desvariando! (Con forzada bonhomía.)
Lo cierto, Dion,
es que de
todos modos me siento satisfecho.
DION.-(Con presteza y malignidad.)
¡No! ¡Brown no está
satisfecho! ¡Se ha
revestido de capas
de grasa protectora, pero, vagamente, en
la intimidad de su corazón siente lo
que roe una
duda!
¡Y
a mí me
interesa es germen que se
retuerce como una
interrogante de desasosiego en su
sangre, porque forma parte de
la vida creadora
que Brown me ha
robado!
BROWN.-(Forzando una
agria sonrisa.) ¿Robar
gérmenes? Creí que
eras tú quien
los había atrapado.
DION.-(Como si
no lo hubiese
oído.) Son míos...
¡Y
quisiera verlos prosperar y
multiplicarse y convertirse en multitudes y
comer, hasta devorar a
Brown!
BROWN.-(Sin poder
reprimir un escalofrío.)
¿Sabes que, en ocasiones,
cuando estás borracho,
eres positivamente maligno?
DION.-(Sombrío.) Cuando
a Pan le
prohibieron la luz y
el sol, se
volvió sensible y
afectado y orgulloso
y vengativo... y fue
el príncipe de
las Tinieblas.
BROWN.-(Festivo.) El papel de
Pan no te
sienta, Dion. Me parece más
bien que habla
Baco, alias el
Demonio del Ron. (Dion se recobra
con un
sobresalto y mira fijamente a
Brown, con terrible odio.
Pausa. Contra su voluntad, Brown se retuerce y
adopta un tono conciliador.) Vete
a casa. Pórtate bien. No me parece
mal que
festejes la aceptación de nuestro plano, pero...
DION.-(Con voz
inflexible.) ¡Yo fui
el cerebro! ¡Fui el
plano mismo! ¡Dibujé
hasta su éxito...
borracho y riéndome de él...
riéndome de su carrera!
¡Orgulloso, no! ¡Cansado!
¡Cansado de mí mismo y
de él! ¡Dibujando
y embriagándome! ¡Protegiendo
a mi mujer
y a mis hijos!
(Ríe.) ¡Ja, ja!
¡Y esa catedral,
es mi obra maestra! Hará
de Brown el
arquitecto más eminente
de este estado del
País de Dios.
He puesto mucho
en esa obra... ¡todo lo
que restaba de mi
vida! Esa catedral es una
blasfemia viva desde la acera hasta las puntas de
sus agujas, pero una blasfemia
tan oculta, que
los tontos jamás
lo sabrán. ¡Se
hincarán de rodillas
y adorarán al irónico
Sileno, que les dice
que el bien
más grande es no
haber nacido! (Ríe triunfalmente.) Bueno... La
blasfemia es fe... ¿verdad?
¡El diablo debe creer
en defensa propia! ¡Pero el
señor Brown, el Gran
Brown, no tiene fe! ¡No
podría construir una catedral
sin que ésta
pareciese el Primer
Banco Sobrenatural! ¡Brown
sólo cree en la
inmortalidad del vientre
moral! (Ríe desenfrenada mente, luego se deja caer
en su sillón, la
voz entrecortada, oprimiéndose el
corazón con ambas manos. Después,
repentinamente, adopta un aire de
implacable calma y pronuncia
a modo de cruel
y perversa condenación.) Desde ahora Brown jamás dibujará nada. ¡Dedicará
su vida
a transformar la casa
de mi Cybel
en un hogar
para mi Margaret!
BROWN.-(Levantándose de un
salto, convulsionado el rostro
por un extraño
tormento.) ¡Bastante he soportado ya! ¿Cómo
te atreves a... ?
DION.-(Con voz
que semeja una
sonda.) ¿Por qué nunca
lo amó mujer
alguna? ¿Por qué
fue siempre el Hermano mayor, el Amigo? ¿No es
la confianza de ellas ... un
desprecio?
BROWN.-¡Mientes!
DION .-¿Por qué
nunca pudo querer... después de haber querido
a Margaret? ¿Por qué
no se casó? ¿Porqué trató
de robarme a
Cybel, como trató
de robarme antes a
Margaret? ¿No fue acaso
por venganza... y envidia?
BROWN.-(Con violencia.)
¡Qué estupidez! ¡Deseaba a
Cybel y la
compré!
DION .-¡Brown la
compró por mí!
¡Brown nunca sabrá
cómo me amó
Cybel!
BROWN.-¡Mientes! (Furioso.)
¡Volveré a echarla
a la calle!
DION.-¡Vendrá a mí!
¡A su semejante! ¿Por qué
no ha tenido hijos Brown... él,
que ama a
los niños... que ama a
mis niños... que me
envidia a mis
niños?
BROWN.-(Con voz
desgarrada.) ¡No me
avergüenzode envidiártelos!
DION .-Mis niños
sienten afecto por
Brown, también... lo quieren como
a un amigo... a
un igual... como lo ha
querido siempre Margaret...
BROWN.-(Con voz
desgarrada.) ¡Y como
la he querido yo
a ella!
DION .-¡Cuántos millones de
veces pensó Brown
que Margaret lo habría pasado
mucho mejor de haberlo
elegido a él!
BROWN.-(Atormentado.) ¡Mientes! (Con brusco
y frenético desafío.)
Perfectamente. ¡Ya que
me obligas lo diré!
¡Sí! ¡Amo a Margare!! ¡La
he amado siempre y tú
supiste siempre que
yo la amaba!
DION .-(Con terrible serenidad.) ¡No! ¡Esa es
apenas la apariencia, no
la verdad! ¡Brown
me ama a
mí! ¡Me ama porque
yo siempre he
poseído la fuerza
que él necesitaba
para amar, porque
yo soy el
amor!
BROWN.-(Con frenesí.)
¡Holgazán borracho! (Salta sobre Dion y
lo agarra del
cuello.)
DION .-(Triunfante, mirándolo fijamente en los
ojos.)
¡Ah!
¡Ahora Brown se mira
en su espejo! ¡Ahora ve su rostro! (Brown lo
suelta y retrocede
tambaleándose hasta su silla,
pálido y
tembloroso.)
BROWN.-(Con humildad.)
¡Basta, por amor de
Dios!
¡Estás
loco!
DION .-(Desplomándose sobre
su silla, con
creciente desfallecimiento.) Soy
hombre acabado. Es mi corazón, no
Brown... (Burlón.)
¡Mi última voluntad
y testamento!
Le
lego Dion Anthony
a William Brown... para que lo ame
y lo honre... para que
él se convierta
en mí... entonces, mi
Margaret me amará a mí. .. mis
hijos me amarán
a mí... ¡y
el señor y
la señora Brown
e hijos serán eternamente felices!
(Se incorpora tambaleante
hasta erguirse en
toda su estatura y mira hacia
lo alto, desafiante.)
Nada
más... ¡pero es el último gesto
del Hombre... con
el
cual conquista... el derecho
a reír! Ja... (Comienza a reír,
se interrumpe como
paralizado y cae de
rodillas junto a la
silla de Brown:
y entonces su
máscara cae y se
descubre su rostro
de mártir cristiano
en trance de muerte.)
Perdóname, Billy. ¡Entiérrame, ocúltame,
olvídame por tu
propia felicidad! ¡Ojalá
te ame Margaret!
¡Ojalá
puedas diseñar el Templo para
el Alma
del Hombre! ¡Benditos sean los
mansos y los pobres de
espíritu! (Besa los pies
de Brown y
luego dice, con voz cada
vez más débil y tono
infantil.) ¿Cómo era la
plegaria, Billy? Siento
tanto sueño...
BROWN.-(Como en
estado de trance.)
<<Padre nuestro
que estás en los
cielos.>>
DION.-(Con voz soñolienta.) «Padre nuestro...» (Muere. Pausa. Brown queda sumido,
por un momento, en
un estado de estupor. Luego
vuelve en sí, pone
la mano sobre el pecho
de Dion.)
BROWN.-(Con voz
apagada.) Está muerto... por fin.
(Dice esto mecánicamente, pero estas dos
últimas palabras lo hacen reaccionar y
dice con tono de
duda.) ¿Por fin?
(Ahora,
repite con tono de
triunfo.) ¡Por fin! (Contempla
el verdadero rostro
de Dion.) ¡De
modo que es éste el
pobre débil que eras en realidad! ¡No me
asombra que te hayas ocultado!
Y yo,
que siempre te tuve miedo...
¡Sí,
lo confieso ahora, me inspirabas
terror! ¡Bah! (Levanta del
suelo la máscara
de Dion.) ¡No,
no te temía a
ti! ¡Temía esto! ¡Di lo que
quieras, pero sólo es fuerte lo
perverso! ¡Y
fue esto lo que amó
Margaret, no a ti!
¡No a
ti! ¡A este hombre... ! ¡A este hombre, que quería verse en mí!
(Impresionado por una
idea, se levanta de un
salto.) ¡Dios mío! (Empieza
a colocarse lentamente la máscara.
Llaman
a la puerta
de la calle. Se
sobresalta con aire culpable
y deja
la máscara sobre la mesa.
Luego la retoma rápidamente,
levanta el cadáver
y se lo
lleva por izquierda. Reaparece
de inmediato y va
hacia la puerta
de calle al
reanudarse los golpes, y pregunta con
aspereza.) ¡Eh! ¿Quién está ahí?
MARGARET.-Margaret, Billy. Estoy
buscando a Dion. BROWN.-(Con tono
vacilante.) Ah...
Muy
bien... (Abriendo la puerta.)
Entra. Buenas noches,
Margaret.
¡Hola, muchachos! Dion está
aquí. Duerme. Yo... Yo estaba
dormitando, también. (Entra Margaret. Lleva su máscara. Sus tres
hijos la acompañan.)
MARGARET.-(Al ver
la botella, con risa
forzada.) ¿Ha estado Dion de
festejo?
BROWN.-(Con extraña
volubilidad, ahora.) No.
Fui yo. El, no. Me dijo
que había jurado
hoy no volver
a beber ¡por ti, Margaret… y por
los niños.
MARGARET.-(Con asombrada alegría.)
¿Dijo eso? (Precipitadamente, poniéndose
a la defensiva.) Pero,
desde luego, Dion nunca bebe gran cosa. ¿Dónde está?
BROWN.-Arriba. Lo
despertaré. Se sentía
mal. Se quitó la
ropa para tomar
un baño antes de
acostarse. Esperen aquí un
momento. (Margaret se
sienta en la silla
que ocupara Dion y
mira absorta el vacío. Sus hijos se agrupan en
torno suyo, como para una fotografía
familiar. Brown se va
presurosamente por izquierda.)
MARGARET.-Es muy
tarde para que
ustedes sigan levantados.
¿No tienen sueño?
Los
NIÑOS.-No, mamá.
MARGARET.- (Orgullosamente.) Me alegro
de tener tres muchachos tan fuertes
para protegerme.
EL
MAYOR.-(Con tono jactancioso.)
Mataríamos a cualquiera que
te tocase... ¿verdad?
EL
SEGUNDO.-¡Qué duda cabe! ¡Le
haríamos pasar las ganas!
EL
MENOR.- ¡Qué duda cabe!
MARGARET.-¡Los niños valientes
de su mamá!
(Ríe afectuosamente y pregunta
luego, con curiosidad.) ¿Quieren ustedes al señor Brown?
EL
MAYOR.-¡Naturalmente! Es un
buen hombre.
EL
SEGUNDO.-¡Excelente!
EL
MENOR.-¡Claro que sí!
MARGARET.-(Casi hablando consigo misma.)
Papá asegura que el
señor Brown le roba sus
ideas.
EL
MAYOR.- (Con sonrisa tímida.)
Apostaría a que papá dijo eso... por
decir.
EL
SEGUNDO.-El señor Brown no tiene
necesidad de robar... ¿no te parece?
EL
MENOR.-¡Naturalmente! ¡Es riquísimo!
MARGARET.-¿Quieren ustedes a
su padre?
EL
MAYOR.-(Cambiando de postura,
con aire embarazado.)
Y... claro que sí.
EL
SEGUNDO.-(Idem.) ¡Naturalmente!
EL
MENOR.- ¡Qué pregunta!
MARGARET.- (Con un
suspiro.) Lo mejor será
que ustedes se
vayan antes... ahora
mismo... sin esperar
la llegada de papá... Debe sentirse
muy nervioso y enfermo y querrá
tranquilidad. ¡Váyanse, pues!
Los
NIÑOS.- Muy bien. (Salen en
fila india y
cierran la puerta de
calle en el preciso momento en
que Brown aparece por
izquierda, vistiendo la ropa de
Dion y llevando
su máscara.)
MARGARET.- (Quitándose con
regocijo la máscara.) ¡Dion! (Lo
mira fijamente con
aire de interrogación y lo
mismo él a ella.
Luego va hacia Brown y
lo rodea con el
brazo.) Querido mío... ¿Te
sientes mal? (Él hace un gesto
de asentimiento.) Pero
si pareces... (oprimiéndoles
los brazos.) pero... ¡si
tienes un aspecto
más fuerte y sano
que nunca! ¿Es
cierto lo que
dijo Billy... que has jurado
no volver a beber?
(Brown asiente. Ella exclama, con
vehemencia.) ¡Oh, si
pudieras hacerlo... y restablecerte...! ¡Cuán
felices podríamos ser
aún! Dale un beso a
mamita. (Se besan. Ambos experimentan
un escalofrío. Ella se
aparta de él,
riendo con naciente deseo.) ¡Pero, Dion! ¿No
te da vergüenza?
¡Hacía muchísimo tiempo que
no me besabas
así!
BROWN.- (Su voz
imita a la de
Dion, apagada además por
la máscara.) ¡No
me faltaban deseos
de hacerlo, Margaret!
MARGARET .-(Alegre y
coqueta, ahora.) ¿Temías
que yo te despreciara?
Pero, Dion... Algo ha
sucedido. ¡Si parece un milagro!
¡Hasta tu voz ha cambiado! Pareces verdaderamente más
joven... ¿sabes? (Con aire solícito.)
Pero
debes estar exhausto.
Vámonos a casa.
(Con impulsivo movimiento, abre
los brazos y
arroja la máscara, como
si ya no
la necesitara.) Oh... ¡Estoy empezando a sentirme tan
feliz, Dion... tan feliz!
BROWN.-(Con gesto contenido.)
Vámonos a casa. (Ella lo rodea
con el brazo. Se
encaminan hacia la
puerta.)
TELÓN
ACTO
TERCERO
ESCENA I
Escenario: El salón
de dibujo y
la oficina privada
de Brown. El primero a izquierda, la
segunda a derecha de la pared
divisoria central. La
distribución del mobiliario en ambos cuartos es la
misma de escenas anteriores. Las diez de
la mañana, un mes
después, poco más
o menos. El telón de
fondo de ambas habitaciones es una
pared lisa donde están
clavados algunos planos
y dibujos.
Dos
dibujantes, el uno de edad mediana, el
otro joven, ambos cargados
de espaldas, están sentados sobre taburetes detrás de
la mesa que
antes perteneciera a Dion. Trazan planos. Hablan mientras
trabajan.
EL
DIBUJANTE MAYOR.-W. B.
ha vuelto a
retrasarse.
EL
DIBUJANTE JOVEN.-Lo que me pregunto
es... ¿qué diablos le pasa
este último mes?
(Pausa. Trabajan en silencio.)
EL
DIBUJANTE MAYO R.-Sí. .. Desde que
echó a Dion...
EL
DIBUJANTE JOVEN.-Es curioso que el
patrón haya despedido a
Dion en forma tan
repetina. (Pausa. Trabajan.)
EL
DIBUJANTE MAYOR.-Desde
entonces, no he
vuelto a ver a
Dion. ¿Y tú?
EL
DIBUJANTE JOVEN.-Tampoco. No lo he visto desde que Brown
nos comunicó que
lo había despedido.
¡Supongo que estará
ahogando sus penas!
EL
DIBUJANTE MAYOR.-He oído
decir que alguien lo vio en
su casa y que
no había bebido y tenía buen
aspecto. (Pausa. Trabajan.)
EL
DIBUJANTE JOVEN.-¿Qué le pasará a
Brown? Dicen que echó a
todos sus viejos criados el
mismo día y que
sólo usa su
casa para dormir.
EL
DIBUJANTE MAYOR.-(Con
risita burlona.) Quizás se
trate de temperamento artístico... ¡más
conocido por <<engreimiento»!
(Rumor de pasos
en el vestíbulo.
Con aire de advertencia.)
¡Ssssht! (Se inclinan sobre
su mesa. Entra Margaret.
No necesita ya
usar máscara. Su
rostro ha recuperado e1 brío
de su juventud, está plena
de confianza en sí misma
y sus ojos
brillan de felicidad.)
MARGARET.-(Cordialmente.) ¡Buenos
días! ¡Qué hermoso
tiempo!
AMBOS.-(Con tono ceremonioso.)
Buenos días, señora Anthony.
MARGARET.-(Mirando a su
alrededor.) Ustedes han estado
haciendo cambios aquí... ¿verdad?
¿Dónde
está Dion? (Ambos la miran, absortos.) Olvidé decirle algo
importante esta mañana
y nuestro teléfono está descompuesto. De modo que
si quieren hacerme el favor de comunicarle que
estoy aquí. .. (Los dibujantes no se
mueven. Pausa. Margaret
dice, con aire
ceremonioso.) Oh... Comprendo
que el
señor Brown ha dado
severas órdenes de que Dion
no sea molestado,
pero, sin duda... (Con tono categórico.)
¿Quieren hacer el
favor de decirme dónde está
mi marido?
EL
DIBUJANTE MAYOR.-No lo sabemos.
MARGARET.-¿No lo
saben?
EL
DIBUJANTE MAYOR.-No lo hemos visto.
MARGARET.-¡Pero si salió de
casa a las ocho
y media!
EL
DIBUJANTE MAYOR.-¿Para venir
aquí?
EL
DIBUJANTE JOVEN.-¿Esta mañana?
MARGARET.-(Irritada.) ¡Naturalmente! Para
venir aquí. .. ¡como todos
los días! (Ambos dibujantes la
miran absortos. Pausa.)
EL
DIBUJANTE MAYOR.-(Con tono evasivo.) No lo
hemos visto.
MARGARET.-(Con aspereza.) ¿Dónde
está el señor Brown?
EL
DIBUJANTE JOVEN.-(A1 oír rumor
de pasos en
el vestíbulo, con tono
malhumorado.) Ahí viene.
(Entra Brown. Ostenta la máscara
que usara en
la última escena:
el éxito lleno de
aplomo. Al ver
a Margarita, retrocede
con aire aprensivo.)
BROWN.-(Dominándose inmediatamente, con
tono vivaz.) ¡Hola, Margaret!
¡Qué agradable sorpresa! (Le tiende la
mano.)
MARGARET.-(Tocándola apenas,
con aire reservado.)
Buenos días.
BROWN.-(Volviéndose rápidamente hacia los
dibujantes.) Confío en que
le habrán explicado a la señora Anthony cuán
ocupado está Dion...
MARGARET.-(lnterrumpiéndolo, con rigidez.)
A decir
verdad,- no comprendo…
BROWN.-(Precipitadamente.) Entra.
Te lo explicaré. Pasa aquí y
ponte cómoda. (Abre de par en
par la puerta y
la hace entrar en
su oficina privada.)
EL
DIBUJANTE MAYOR.- Dion le debe estar
contando alguna fábula a su
mujer.
DIBUJANTE JOVEN.-Sin
duda finge que
sigue trabajando aquí... y Brown
le ayuda en ese
juego...
EL
DIBUJANTE MAYOR.-Pero... ¿por
qué habría de hacer
eso Brown, después de... ?
EL
DIBUJANTE JOVEN.-Bueno... Lo
que es yo...
¡que me registren! (Trabajan.)
BROWN.-Siéntate, Margaret. (Ella se
sienta en la silla
con aire envarado. Él,
detrás del escritorio.)
MARGARET.-(Con frialdad.) Me gustaría
alguna explicación...
BROWN.-(Con tono insinuante.) Vamos... ¡No te enojes,
Margaret! Dion está
trabajando empeñosamente en su
plano para el nuevo Capitolio
del Estado y no
quiero que lo molesten... ¡ni siquiera tratándose de ti!
¡De modo que pórtate como una
mujercita valerosa! ¡Recuerda que
es por
el propio bien
de Dion! Le
pedí a él
que te lo explicara.
MARGARET.-(Ablandándose.) Dion me
dijo que
ustedes habían convenido pedirme
que ni yo
ni los niños
viniéramos aquí... pero, en
realidad, casi nunca veníamos.
BROWN.-¡Pero podían venir! (Con confidencial cordialidad.) Esto
es por su
bien, Margaret. Conozco a Dion. Debe evitar las
distracciones cuando
trabaja. No es
un hombre vulgar, como comprenderás. ¡Y
ese plano es todo su
porvenir! Todo el mérito
será suyo y
apenas sea aceptado el plano lo
haré socio mío.
Está convenido. Y
después de eso,
me tomaré unas
largas vacaciones... me marcharé a Europa por
un par de
años... ¡y dejaré todo esto
en manos de
Dion! ¿No te
ha dicho él todo
esto?
MARGARET.-(Con regocijo, ahora.) Sí. .. Pero me costaba
creer... (Orgullosa.) Estoy
segura de que Dion puede hacer eso. ¡Últimamente se ha
convertido en un hombre nuevo, desbordante
de ambición y
energía! ¡Eso me ha hecho
tan feliz! (Se
interrumpe, turbada.)
BROWN.- (Profundamente conmovido, le
toma la mano en
impulsivo arrebato.) ¡Y a mí
también!
MARGARET.-(Confusa, con divertida
risa.) ¡Vamos, Billy Brown! ¡Por
un momento creí que hablaba
Dion! ¡Tu voz se parecía tanto a
la suya... !
BROW.-(Con repentina
desesperación.) ¡Margaret,
tengo que decírtelo! ¡No puedo seguir así! Tengo que
confesártelo... ¡Hay algo...!
MARGARET.-(Alarmada.) ¿No... no
se trata de Dion?
BROWN.-(Con aspereza.) ¡Al diablo con
Dion! ¡Al diablo con
Billy Brown! (Se arranca la máscara y descubre un sufriente rostro,
macilento y asolado
por el sufrimiento: su verdadero rostro, atormentado y
deformado por el de monio
de la máscara de Dion.) ¡Piensa en mí!
¡Yo te amo, Margare!! ¡Deja
a Dion! ¡Yo te he
amado siempre! ¡Ven conmigo! ¡Lo
liquidaré todo! ¡Nos iremos al extranjero y seremos felices!
MARGARET.-(Atónita.) ¿Comprendes qué
estás diciendo, Billy
Brown? (Con un escalofrío.) ¿Estás loco? Tu rostro... es
terrible. ¡Estás enfermo! ¿Quieres
que llame a un médico?
BROWN.-(Apartándose lentamente de
ella y poniéndose
la máscara, con
voz apagada.) No.
He estado al
borde... de un colapso... durante algún tiempo. Suelo
sufrir accesos... Ahora me siento mejor.
(Volviéndose hacia ella.)
¡Perdóname! ¡Olvida mis
palabras! Pero, por lo que
másquieras, no vuelvas aquí. ..
MARGARET.-(Con frialdad.)
Te aseguro que,
después de esto... (Mirándolo, con dolorida incredulidad.) ¡Pero Billy! ¡Si
me parece realmente increíble...
después de tantos años ...!
BROWN.-No volverá a suceder. Adiós.
MARGARET.-Adiós. (Queriendo
cambiar de tema para que
las palabras sean menos ásperas, con sonrisa
forzada.)
¡No
hagas trabajar demasiado a Dion! Nunca lo tenemos ya
en casa a
la hora de la cena.
(Sale, pasando junto a uno
de los dibujantes y se marcha por
derecha, foro. Brown se sienta
ante su escritorio, volviendo a
quitarse la más cara. La
contempla con aire amargo, cínico y
divertido.)
BROWN.-¡Estás muerto, William Brown,
muerto sin esperanzas de resurrección!
¡Fue el Dion que enterraste
en tu jardín quien
te mató, no
tú a él! ¡Fue el
marido de Margaret quien... !
(Ríe con aspereza.)
¡El paraíso por medio
de un representante! ¡El amor merced
a un error de
identidades! ¡Dios mío! (Esto, con tono casi
de plegaria. Ahora, con arrogante desafío.) ¡Pero
es el paraíso,
a pesar de todo! ¡Yo
amo! (Mientras habla, entre
en la sala de
dibujo un hombre elegante,
corpulento, de aire importante.
Lleva
un plano arrollado en la
mano. Saluda con leve
movimiento de cabeza y aire condescendiente
a los dibujantes y va directamente hacia
la puerta de
Brown, a la cual llama con
golpes perentorios y,
sin esperar respuesta, hace girar
el picaporte. Brown tiene apenas el
tiempo justo para
volver la cabeza
y ponerse la
máscara.)
EL
HOMBRE.-(Con vivacidad.) ¡Ah!
¡Buenos días! He entrado sin
esperar... ¿Supongo que no
molestaré... ?
BROWN.-(Convertido nuevamente
en el arquitecto
de éxito, con tono cortés.)
En absoluto, señor.
¿Cómo está usted? (Se estrechan
la mano.)
Siéntese. Tome un
cigarro.
Y,
ahora... ¿Me dirá en qué puedo servirlo esta mañana?
EL
HOMBRE.-(Desenrollando el
plano.) Se trata de
su plano. Mi esposa y yo hemos vuelto a estudiarlo. Nos gusta... y
no nos gusta. Y
cuando un hombre proyecta invertir
medio millón, es natural que lo quiera
todo a su gusto...
¿verdad?
(Brown asiente.) Esto es
algo frío y mezquino, demasiado parecido a una
tumba, si me
permite la expresión, para
ser una casa
habitable. ¿No podría usted darle
más vida, agregarle
algunas ornamentaciones, hacerla más
hermosa y más
tibia... ? Usted me entiende. (Lo mira con
aire de duda.) Me
han dicho que usted tuvo un ayudante, Anthony, que era un
as para todos esos detalles, pero que lo ha
despedido...
BROWN.-(Con delicadeza.) ¡Habladurías! Sigue trabajando conmigo, pero, por razones privadas, no quiere que eso se
sepa. Sí, se ha
formado a mi lado y es
muy ingenioso. Le entregaré
esto inmediatamente y le daré las
instrucciones necesarias para que
dé cumplimiento a sus deseos ...
TELÓN
ESCENA II
Escenario: El mismo del
segundo acto, escena tercera, la biblioteca de la casa de Brown,
a las ocho de esa misma noche,
aproximadamente. Se oye a
Brown avanzar a
tientas en la oscuridad. Enciende la lámpara del escritorio. Exactamente debajo de ésta,
sobre una suerte
de pedestal, está la
máscara de Dion, cuyos
ojos vacíos miran
hacia adelante.
Brown
se quita su máscara y la
pone sobre el escritorio, delante de la
de Dion.
Se desploma en el
sillón y contempla fijamente, inmóvil, los
ojos de la
máscara de Dion. Por
fin comienza con tono
amargo y burlón.
BROWN.-¡Escucha! Hoy,
a duras penas
pudimos salvarnos... ¡tú y yo!
No podremos seguir ocultando esta situación durante mucho tiempo.
¡Hay que poner en
marcha nuestro plan! Hemos hecho ya el
testamento de William
Brown, dejándote su dinero y su empresa.
Ahora debemos marcharnos sin
pérdida de tiempo a Europa...
¡y matar allí a Brown! (Con
tono algo insultante.) Entonces,
tú... el yo que está
en ti... yo, viviré feliz con Margaret,
eternamente. (Más insultante.) ¡Margaret
tendrá hijos conmigo!
(Le parece oír una burlona
negativa de la máscara. Se
inclina hacia ella.)
¿Qué? (Con una
risita burlona.)
¡Sea
lo que fuere, no
importa! ¡Tus hijos me quieren
ya más de lo
que te quisieron nunca! ¡Y Margaret me
quiere más aún! Tú
crees haber triunfado...
¿verdad? ¿Crees que necesito fundirme en ti para
vivir? ¡Todavía no, amigo mío! ¡Nada de
eso! ¡Esperaré un poco!
Gradualmente. Margaret amará lo que
está debajo de la superficie... ¡yo mismo! ¡Poco a poco le enseñaré a conocerme y luego, finalmente,
me descubriré ante ella y le
confesaré que robé
tu
lugar por amor
y Margaret comprenderá
y perdonará y me
amará! ¡Y tú,
serás olvidado! ¡Ja, ja! (Vuelve a
inclinarse sobre la
máscara, como si escuchara
y dice, con tono atormentado.) ¿Qué dices? ¿Que
Margaret nunca me creerá? ¿Que nunca comprenderá? ¿Que nunca verá
claro? ¡Mientes, demonio! (Estira
las manos como
para asir a la
máscara de la
garganta, luego se
echa atrás con un
escalofrío de impotente desesperación.)
¡Dios mío, ten piedad
de mí! ¡Déjame
creer! ¡Benditos sean los
piadosos!
¡Misericordia para mí!
(Espera, el rostro vuelto
hacia arriba, con
tono suplicante.) ¿Todavía no?
(Con desesperación.) ¿Nunca? (Pausa. Luego, en
súbito acceso de
pánico, tiende la mano hacia
la máscara de
Dion, como un
morfinómano hacia su droga.
Apenas la ha agarrado, parece
recuperar las fuerzas
y logra forzar
una triste risa.)
Ahora estoy bebiendo tu fuerza, Dion... la fuerza
para amar en este
mundo y morir
y dormir y
convertirse en fértil
tierra, como ocurre ahora
contigo en mi jardín...
¡donde tu debilidad es la
fuerza de mis
flores, donde tu
fracaso como artista pinta sus
pétalos de vida! (Con tono
jactancioso.) ¡Ven conmigo
mientras el novio
de Margaret se pone
tu ropa, Dion Anthony!
¡Necesito al diablo cuando estoy en
las tinieblas! (Se
va por izquierda,
pero se le oye
hablar.) ¡Tus trajes empiezan
a sentarme mejor que los míos
propios! ¡Apresúrate, Hermano! A esta
hora ya deberíamos estar en casa.
¡Nuestra esposa nos espera! (Reaparece,
después de haberse
cambiado de chaqueta
y de pantalones.) ¡Ven conmigo
y vuelve a
decirle que la amo! ¡Ven
y escúchale decirme cómo te
ama! (Súbitamente no puede contenerse y besa la
máscara.) ¡Te amo porque ella te ama!
¡Mis besos sobre
tus labios son
para ella! (Se pone la
máscara y se yergue por
un momento: parece crecer
repentinamente en estatura y en
arrogancia. Luego dice con
una risotada de
audaz confianza en sí
mismo.) ¡Salgamos por
la puerta de
servicio! ¡No debo olvidar que
soy un terrible
delincuente, perseguido por Dios
y por mí
mismo! (Sale por
derecha, riendo con divertida
satisfacción.)
TELÓN
ESCENA III
Escenario: El mismo de
la primera escena
del acto primero:
la sala de la casa de
Margaret. Ha transcurrido media hora, aproximadamente, desde la
última escena. Margaret está
sentada en el
sofá, esperando con la ansiosa e impaciente expectativa del ser profundamente
enamorado. Viste con un
cuidadoso y sutil
toque de elegancia extra, con miras
a resultar atrayente. Su aire es
juvenil y feliz. Trata
de leer un
libro. Alguien abre y
cierra la puerta de
calle. Margaret se levanta
de un salto y
corre a foro para
echarle los brazos al cuello a
Brown, que entra por derecha
de foro. Lo
besa apasionadamente.
MARGARET.-(Mientras él retrocede, con algo
así como una sensación
de culpabilidad, le dice riendo.) ¡Vamos, odioso! ¡Voy
a creer, realmente,
que quieres rehuir
mis besos!
Pues
bien... por eso mismo, yo...
BROWN.-(Con salvaje y desafiante pasión, la
besa una y otra
vez.) ¡Margaret!
MARGARET.-Llámame Peggy,
de nuevo. Solías
hacerlo cuando me amabas
de veras. (Con
dulzura.) ¿Recuerdas el primer
baile en la
fiesta escolar... tú y
yo en el embarcadero a la
luz de la
luna?
BROWN.-(Con dolor.) No.
(Retira sus brazos, que la rodean.)
MARGARET.-(Reteniéndolo, ríe.)
¡Pues a mí
me encanta recordarlo! ¡Viejo
oso! ¿Por qué no?
BROWN.-(Tristemente.) Eso
sucedió hace tanto
tiempo...
MARGARET.-(Con un
dejo de melancolía.) ¿No quieres
acordarte de que estamos envejeciendo?
BROWN.-Precisamente. (La
besa con dulzura.)
Estoy cansado. Sentémonos. (Se
sientan en el
sofá, él rodeándola
con el brazo, la
cabeza de Margare! apoyada en su
hombro.)
MARGARET.-(Con un
suspiro de dicha.)
No me importa
recordar... ahora que
soy feliz. Eso
sólo duele cuando soy desdichada... y he
sido tan feliz últimamente,
querido... ¡y te estoy
tan agradecida! (Brown se
mueve, desasosegado. Ella prosigue,
con júbilo.) ¡Todo ha
cambiado! Yo ya
me había
resignado... y estaba
triste y sin esperanzas, además...
y entonces, repentinamente, cambiaste por completo y
todo volvió a ser como cuando
nos casamos... mucho mejor aún.
Siempre fuiste tan extraño y
retraído y solitario... Nunca
me había sentido realmente
próxima a ti. Pero, ahora, siento
que te has vuelto completamente humano... como yo... ¡y soy
tan feliz, querido! (Lo besa.)
BROWN.-(La voz trémula.) ¿De
modo que te he
hecho feliz, más feliz que nunca... suceda lo que
suceda? (Ella asiente.) Entonces... ¡eso lo justifica todo!
(Ríe forzadamente.)
MARGARET.-¡Claro que sí!
Siempre lo esperé.
Pero tú no querías ser
así. .. o no podías serlo... y
yo no podía ayudarte... ¡y siempre te adivinaba
tan solitario! ¡Siempre
oí que me llamabas
en tu ayuda
porque te habías extraviado, pero yo
no lograba el camino hasta
ti porque también estaba
extraviada! ¡Qué
horrible era aquella sensación
para una esposa'
(Ríe y dice, alegremente.) ¡Pero,
ahora, estás aquí! ¡Eres mío! ¡Eres mi
amante recuperado y
mi marido y también
mi niño grande!
BROWN.-(Con un
dejo de celos.) ¿Dónde están
tus otros niños grandes, esta
noche?
MARGARET.-Fueron a
un baile. Conviene que te
enteres de que
todos ellos tienen ya
sus chicas.
BROWN.-(Burlón.) ¿No estás celosa?
MARGARET.-( Alegremente.) ¡Claro
que sí! ¡Terriblemente celosa!
Pero soy diplomática. No los
dejo adivinar mis celos. (Cambiando
de tema.) ¡Créeme!
¡Los chicos han notado el
cambio operado en ti! El
mayor me decía hoy: <<Es
una suerte que
papá no esté
ya tan nervioso. ¡Es un
gran muchacho cuando está en
vena!>> Y los
otros dos, dijeron, muy solemnemente: <<¡Qué
duda cabe!>>
BROWN.-(Con voz
desgarrada.) Me... me alegro. MARGARET.-¡Dion! ¡Estás llorando!
BROWN.-(Herido por
el nombre, se
pone de pie
y dice con aspereza.) ¡Tonterías! ¿Viste
alguna vez llorar a
Dion por nadie?
MARGARET.-(Con tristeza.) Tú
no podías hacerlo... entonces. Estabas demasiado
solitario. No tenías con quien llorar.
BROWN.-(Saca un
plano arrollado de una gaveta
del escritorio y dice, con voz apagada.) Tengo que hacer
un trabajo.
MARGARET.-(Con decepción.)
¡Cómo! ¿Te ha
vuelto a dar encargos para tu
casa nuestro viejo
Billy Brown?
BROWN.-(Irónicamente.) Es por el
propio bien de Dion, ya
lo sabes... y por
el tuyo.
MARGARET.-(Resignándose valerosamente, con aire
alegre.) Bueno. No quiero ser
egoísta. En realidad, me enorgullece el que
seas tan ambicioso.
Déjame que te ayude. (Trae la tabla de
dibujo de Dion, que Brown
pone sobre la mesa, clavando sobre
ella el plano.
Margaret se sienta
en el sofá
y toma su
libro.)
BROWN.-(Con estudiada
negligencia.) He oído
decir que fuiste a verme a la
oficina...
MARGARET.-¡Sí! ¡Y
Billy no me
dejó entrar! Me sentí
furiosa, hasta que él
me convenció de
que era mejor así.
¿Cuándo te asociará
a su empresa?
BROWN.-Muy pronto, ya.
MARGARET.-¿Y te dará realmente plenos poderes cuando se
vaya al extranjero?
BROWN.-Sí.
MARGARET.-(Con tono
práctico.) Yo que tú,
lo hostigaría. Las promesas están muy
bien, pero... (Vacila.) ... no confío en
él.
BROWN.-(Con un
sobresalto, ásperamente.) ¿Qué
te induce a decir eso?
MARGARET.-Uh... Algo que
sucedió hoy.
BROWN.-¿ Qué?
MARGARET.-No pretendo culparlo,
pero... Para ser te
franca, creo que el Gran Dios
Brown, como lo llamas, se
está volviendo algo extraño y es tiempo de
que se tome unas vacaciones. ¿No te
parece?
BROWN.-(La voz
excitada, pero con
cautela.) Pero... ¿Por qué?
¿Qué hizo?
MARGARET.-(Con tono
vacilante.) Bueno... A
decir verdad, aquello fue demasiado estúpido. Repentinamente,
Brown se
volvió muy raro. Su rostro me
asustó. Parecía un cadáver. Luego desvarió y dijo unas
tonterías, afir mando que siempre me
había amado. ¡Se portó como un perfecto
estúpido! (Mira a
Brown, que la
observa fijamente. Margaret siente desasosiego.) Quizás yo
haya hecho mal en decirte
esto. Brown, sencillamente, no
era responsable de sus palabras.
Luego volvió
en
sí y se mostró normal
y me rogó
que lo perdonara y
parecía apenadísimo y le
tuve lástima.
(Con un
escalofrío.} ¡Pero, para serte franca, Dion, oírlo me
resultó indeciblemente desagradable! (Con bondadoso y destructor
desdén.) ¡Pobre Billy!
BROWN.-(Con un
destello de atormentado
sarcasmo.)
¡Pobre
Billy! ¡Pobre Billy,
El que recibe
las Bofetadas!
(Con
burlón frenesí.) ¡Lo mataré
para ti! ¡Te
serviré su corazón en el
desayuno!
MARGARET.-(Levantándose de
un salto, asustada.)
¡Dion!
BROWN.-(Agitando su lápiz-punzón, con grotescos molinete.) ¡Te
dijo que mataré
a ese maldito
y repulsivo Gran Dios Brown, que
se interpone como un
carnero cebado en el
camino de nuestra salud, riqueza
y felicidad!
MARGARET.-(Perpleja, no
sabiendo hasta qué punto finge Brown, lo
rodea con el
brazo.) ¡Cálmate, querido!
Te
vuelves nuevamente horrible y
extraño. Eso me hace temer que no
hayas cambiado de veras, después
de todo.
BROWN.-(Sin prestarle
atención.) ¡Y, entonces, mi
esposa podrá ser
feliz! ¡Ja, ja!
(Ríe. Margaret se echa
a llorar. El se domina, le
acaricia la cabeza y
dice con dulzura.)
Muy bien, querida.
El señor Brown
está ahora a salvo en
el infierno.
¡Olvídalo!
MARGARET.-(Deja de
llorar, pero se
muestra inquieta aún.) No
debía decírtelo... pero no
supuse, ni por un momento,
que lo tomarías
en serio. ¡Siempre
consideré a Billy Brown tan
sólo un amigo y
últimamente ni siquiera eso!
¡No es más que
un viejo estúpido!
BROWN.-¡Ja, ja!
¿No te dije que
Brown estaba en el infierno?
¡Lo están torturando!
(Dominándose de nuevo, con aire
agotado.) Por favor,
déjame solo, ahora. Tengo que
trabajar.
MARGARET.-Perfectamente, querido. Iré
al cuarto contiguo
y, si necesitas
algo, te bastará
con llamarme. (Le acaricia
el rostro y
dice, zalameramente.) ¿Queda
olvidado todo eso?
BROWN.-¿Serás feliz
así?
MARGARET.-Sí.
BROWN.-Entonces... ¡todo eso está
liquidado, te lo aseguro!
(Ella lo besa
y sale. El
permanece absorto con la mirada
fija en el
vacío, luego se aparta de
los pensamientos que
lo asedian y se concentra en
su trabajo, diciendo,
con sarcasmo.) ¡Nuestro
hermano Capitolio flamante lo
reclama, señor Dion! ¡A trabajar!
¡Esconderemos astutamente al viejo Sileno en
la cúpula! ¡Que baile sobre
el recinto donde
hacen las leyes,
con su eterna
mirada maliciosa! (Se inclina
sobre su trabajo.)
TELÓN
ACTO
CUARTO
ESCENA
I
Escenario. El
mismo de la primera
escena del tercer acto: la
sala de dibujo y
la oficina de Brown. Un
anochecer, al cabo
de un mes aproximadamente. Los
dos dibujantes están inclinados sobre su
mesa, trabajando.
Brown,
ante su escritorio,
trabaja febrilmente en
un plano. Usa la
máscara de Dion. La
máscara de Brown está
sobre el escritorio, a
su lado. Mientras
trabaja, ríe con maliciosa
alegría y, finalmente, arroja su
lápiz después de
hacer con
él
un molinete.
BROWN.-¡Terminado! ¡En nombre del
Todopoderoso Brown, amén, amén! ¡He
aquí un Capitolio maravillosamente perfecto!
¡El plano serviría
igualmente para un Asilo
de Delincuentes Retardados!
¡Pero mi arte
es tal que esto
les parecerá tener
una mera finalidad
burguesa y de sentido
común, respetable como
los tirantes de un
diputado! ¡Sólo a mí
esta pomposa fachada me
revelará su verdadero rostro,
la cansada mueca
irónica de Pan que, con los
oídos amodorrados por
el desmayado zumbido
de las civilizaciones de
ayer y de
mañana, escucha desganado
las leyes aprobadas por
sus propias pulgas para
esclavizarlo! ¡Ja, ja,
ja! (Da un
salto grotescamente desde atrás de
su escritorio y
luego unas cabriolas cabrunas, riendo con sensual
deleite.) ¡Viva el jefe de
policía Brown!
¡El
fiscal de distrito
Brown! ¡El alcalde Brown!
¡El intendente Brown!
¡El diputado Brown!
¡El gobernador Brown! ¡El
senador Brown! ¡El presidente Brown!
(Canturrea.) ¡Oh! ¿Cuántas personas en
un solo Dios
forman al Gran Dios Brown? ¡Ja,
ja, ja, ja!
(Los dos dibujantes del cuarto contiguo han
dejado de trabajar
y escuchan.)
EL
DIBUJANTE JOVEN.-¡Borracho como
una cuba!
EL
DIBUJANTE MAYOR.-Por lo menos, Dion obraba decorosamente y no
venía entonces a la
oficina ...
EL
DIBUJANTE JOVEN.-¡Qué raras
son estas repentinas borracheras de Brown!
EL
DIBUJANTE MAYOR.-Es
probable que haya
bebido a escondidas hasta ahora.
BROWN.-(Ha vuelto a
su escritorio, riendo para
sí y sin aliento.) ¡Es
tiempo de que nos volvamos respetables de nuevo! (Se
quita la máscara
de Dion y estira
la mano hacia la
suya
propia: luego se
detiene, cada mano apoya da
en una de
ellas, contemplando el plano
con fascinada aversión. Su verdadero
rostro se muestra
ahora enfermo, lívido,
atormentado, con las mejillas hundidas y
los ojos febriles.) ¡Horrendo! ¡Repulsivo! ¡Despreciable! ¿Por
qué ha de ser
alcahuete de lo trivial el
demonio que está en mí... para castigarme luego con el asco a
mí mismo y el odio a
la vida? ¿Por qué no
soy lo bastante fuerte para perecer... o
lo bastante ciego
para ser feliz?
(Al cielo, amargamente pero
con tono de súplica.)
Dame fuerzas para destruir esto...
y para
destruirme a mí mismo...
y a él... y creeré en
Ti! (Mientras hablaba, se
ha oído un ruido
en las escaleras.
Los dos dibujantes
se han inclinado
sobre su trabajo. Entra Margaret, cerrando la puerta
en
pos
de sí. Al
oír esto, Brown se sobresalta. Adivina de
inmediato quién ha llegado y exclama, con tono
de alarma.) ¡Margaret! (Torna ambas máscaras y entra
en la habitación de
la
derecha.)
MARGARET.-(Se advierten
en ella salud
y felicidad, pero su
rostro traiciona inquietud y un
solícito afán y les
dice amablemente a los dibujantes que la
miran absortos.) Buenos
días. Oh, no se
preocupen... No vengo a
ver a mi marido, sino al
señor Brown...
EL
DIBUJANTE JOVEN.-(Con tono indeciso.)
El señor Brown se ha
encerrado en su oficina, pero si usted llama a
la puerta, quizá...
MARGARET.-(Llama con los
nudillos y dice,
con cierta turbación.) ¡Señor Brown! (Brown entra en
su oficina, con su
máscara de William Brown. Se acerca
con rapidez a la
otra puerta y
la abre.)
BROWN.-(Con turbulenta
cordialidad.) ¡Pasa, Margaret!
¡Pasa! ¡Qué deliciosa sorpresa! ¡Siéntate! ¿En qué puedo servirte?
MARGARET.-(Tomada de
sorpresa, algo ceremoniosa.)
En... poca cosa.
BROWN.-Se trata de
Dion, sin duda.
Pues bien...
Tu
niño mimado está
perfectamente... ¡Nunca estuvo mejor!
MARGARET.-(Con frialdad.) Eso
es cuestión de
opiniones. A mi
parecer, tú lo estás matando
a fuerza de trabajo.
BROWN.-Oh, no... Dion no
morirá. Es Brown quien ha de
morir. Ya lo hemos convenido.
MARGARET.-(Mirándolo con
extrañeza.) Hablo en serio.
BROWN.-Yo también.
¡Con una seriedad
espantosa!
¡Ja! ¡ja! ¡ja!
MARGARET.-(Reprimiendo su
indignación.) ¡Ese es
el motivo de mi
visita. A decir verdad, Dion
está tan nervioso
y agitado últimamente,
que estoy segura
de que poco le
falta para sufrir
un colapso.
BROWN.-Pues la
culpa no la
tiene el alcohol ciertamente, Dion no ha bebido
una sola
gota. ¡No la necesita!
¡Ja,
ja! ¡Y yo
tampoco, aunque las malas lenguas están empezando a
decir que vivo
borracho! ¡Esto se
debe a que he
empezado a reírme! ¡Ja,
ja, ja! ¡En
esta ciudad, sólo creen en
la alegría cuando
se tiene una
botella a mano! ¡Qué
gentuza ridícula! ¡Ja, ja, ja! Y eso,
aunque uno sea el
Gran Dios Brown... ¿eh, Margaret?
¡Ja, ja, ja!
MARGARET.-( Levantándose, con
desasosiego.) Temo que yo ...
BROWN.-¡No temas,
querida! ¡No volveré
a hacerte el amor!
¡Palabra de honor!
¡Estoy demasiado cerca
de la tumba para
cometer semejante locura!
Pero tú debiste divertirte la vez
pasada, al venir aquí
y ver cómo
se comportaba un viejo
y repulsivo tonto
como yo... ¿eh?
¡Debiste divertirte de un
modo indecible! ¡Ja, ja, ja! (Con brusco movimiento
blande el plano
ante ella.) ¡Mira!
¡Lo hemos terminado! ¡Dion
lo terminó! ¡Su
reputaciónestá hecha!
MARGARET.-(Con acritud.) ¡Realmente,
Billy, me parece
que estás borracho!
BROWN.-Nadie me
besa... ¡de modo que
todos ustedes pueden
creer lo peor! ¡Ja,
ja, ja!
MARGARET.-{Con frialdad.)
Entonces, si Dion ha
terminado... ¿por qué no puedo verlo?
BROWN.-(Con insensato
frenesí.) ¿Ver a
Dion? ¿Ver a Dion? ¿Por qué
no? Estamos en
la época de
los milagros. Las
calles están llenas
de Lázaros. ¡Reza
una plegaria! ¡Mejor
dicho, espera... espera un momento,
por favor. (Se va a
la habitación de
la derecha. Al
cabo de un instante
reaparece con la máscara
de Dion. Tiende sus brazos
y Margaret se
echa en ellos.
Se besan apasionadamente. Por fin,
Brown se sienta con
ella en el
canapé.)
MARGARET.-De modo que
lo has terminado.
BROWN.-Sí. Pronto
vendrá a verlo
la comisión. ¡He hecho
todos los cambios
que querían los
muy estúpidos!
MARGARET.-(Amorosamente.) ¿Y podremos irnos a pasar esa
segunda luna de miel, de
inmediato?
BROWN.-Dentro de
un par de
semanas, supongo ... apenas
yo haya
logrado que Brown se
vaya a Europa.
MARGARET.-Dime... ¿No
estará bebiendo Brown más de
la cuenta?
BROWN.-(Con la misma risa
de Brown.) ¡Ja, ja! ¡Está siempre borracho
perdido! ¡Borracho de vida!
¡No puede soportarla!
¡La vida le
está quemando las
entrañas!
MARGARET.-( Alarmada.) ¡Querido!
Me inquietas. ¡Tu risa parece
tan desatinada como
la de él!
¡Necesitas descanso!
BROWN.-(Dominándose.) Descansaré en paz... ¡cuando él
se haya ido!
MARGARET.-(Con una
mirada de extrañeza.) Pero,
Dion... Ese no
es tu traje... Es
igual al de ...
BROWN.-¡Es el suyo!
¡No tardaremos en ser
mellizos!
¡He
empezado por heredar su ropa! (Calmándose, al ver cuán
asustada está ella.)
No te preocupes,
querida. Estoy algo exaltado, ahora que está
concluido el trabajo. ¡Creo
que también yo
estoy algo borracho
de vida! (Entra
en la sala de
dibujo la comisión,
integrada por tres
personajes de aire
importante y aspecto
vulgar.)
MARGARET.-(Forzando una
sonrisa.) ¡Pues no
permitas que te
queme por dentro!
BROWN.-¡No hay
peligro! ¡Por dentro
estoy templado en
el infierno! ¡Ja, ja,
ja!
MARGARET.-(Besándolo, con
aire zalamero.) ¡Vámonos
a casa, querido!... ¡Te
lo ruego!
EL
DIBUJANTE MAYOR.-(Llamando a la
puerta.) Ha llegado la comisión, señor Brown.
BROWN.-( A Margaret, presurosamente.) Recíbelos tú, Margaret. Muéstrales el plano. Yo iré en busca
de Brown. (Alzando la voz.) Adelante, señores. (Se va
por derecha, en el preciso instante en
que la comisión entra en
la oficina. Al
ver a Margaret , los visitantes se detienen, sor prendidos.)
MARGARET.-(Turbada.) Buenas tardes. El
señor Brown vendrá inmediatamente. (Los
visitantes se inclinan. Margaret
les exhibe el plano.) Este
es el plano de
mi marido. Lo terminó hoy.
LA
COMISIÓN.-¡Ah! (Todos se agolpan
a su alrededor
para mirarlo, con
entusiasmo.)
¡Perfecto! ¡Espléndido! ¡Inmejorable! ¡Exactamente lo que
habíamos sugerido!
MARGARET.- (Con alegría.) ¿De
modo que lo aceptan?
¡El
señor Anthony se
sentirá tan satisfecho!
UNO
DE LOS MIEMBROS.- ¿El señor Anthony?
OTRO.-¿Está trabajando aquí de nuevo?
UN
TERCERO.-¿Debo entender que
este plano es de
su esposo?
MARGARET.-(Con excitación.) ¡Sí!
¡Totalmente suyo! Ha trabajado
como un esclavo...
(Aterrada.) ¿No
querrán decir ustedes que... el
señor Brown nunca
les dijo eso?
(Ellos
menean la cabeza,
con solemne sorpresa.)
¡Oh!
¡Qué hombre vil y
despreciable! ¡Lo detesto!
BROWN.-( Apareciendo por
derecha, burlonamente.)
¿Detestarme, Margaret?
¿Detestar a Brown?
¡Cuán superfluo! (Con
tono oratorio.) Caballeros,
les he estado ocultando un secreto
para impresionarlos más al
revelarlo. Este plano se
debe por completo
a la inspiración
del genio del señor
Dion Anthony. Yo
nada tuve que
ver con él.
MARGARET.-(Contrita.) ¡Oh, Billy!
¡Lo siento! ¡Perdóname!
BROWN.-(Simulando no
haberla oído, toma
el plano de manos de los miembros de la comisión y comienza a desprenderlo del
tablero. Luego dice burlonamente.) Adivino
en sus rostros, caballeros,
que esto
cuenta con la aprobación de
ustedes. Están encantados...
¿verdad? ¿Y por qué
no, mis queridos
amigos? ¡Mírenlo y mírense
a sí mismos! ¡Ja, ja,
ja! ¡Esto los inmortalizará, buena gente.
¡Será una burla inmortal! (Con un
repentino cambio total de
tono, irritado.)
¡Malditos estúpidos!
¿No se dan cuenta
de que esto
es un insulto,
un insulto terrible
y blasfemo que el fracasado Anthony
nos arroja en su
amargura a todos
los que hemos triunfado... un insulto
a ustedes, a
mí, a ti,
Margaret. .. y a Dios
Todopoderoso? (En un frenesí
de furia.) ¡Y
si ustedes son
lo bastante débiles y cobardes para soportarlo, yo no
lo soy! (Rasga el plano en cuatro pedazos.
Los miembros de la comisión permanecen
inmóviles, estupefactos.
Margaret se abalanza
hacia Brown.)
MARGARET.-(Gritando.) ¡Cobarde! ¡Dion!
¡Dion! (Recoge el
plano y lo
oculta contra su
pecho.)
BROWN.-(Con súbita cabriola
cabruna.) Le diré a Dion que ustedes están aquí.
(Desaparece, pero reaparece casi de
inmediato con la máscara
de Dion. Se
impone un esfuerzo extraordinario para
no bailar y
reír. Habla con suavidad.) ¡Calma! ¡Todo
va a
las mil maravillas!
¡Un poco de engrudo, Margaret! ¡Un
poco de engrudo,
caballeros! ¡Y todo marchará
bien! ¡La vida es imperfecta, Hermanos! ¡Los
hombres tienen sus
defectos, Hermana!
¡Pero
con unas cuantas
gotas de engrudo
puede hacerse mucho! Una
pincelada de engrudo
de resignación por aquí y por allá... ¡y
hasta los corazones destrozados
pueden repararse para
prestar leales servicios! (Se
ha encaminado al
sesgo hacia la puerta. Todos
lo contemplan con petrificada
perplejidad. Se coloca el
índice sobre los labios.)
¡Sssht! El secreto
que papá les
va a contar
hoy a sus niños, es
éste: el Hombre
ha nacido roto. Vive
a fuerza de remiendos. ¡La gracia de
Dios es engrudo! (Con rápido y
saltarín movimiento, abre la
puerta, pasa a la
otra oficina y cierra
en pos de sí silenciosamente, estremeciéndose de
contenida risa. Con
elástico salto, se
acerca a los dibujantes petrificados y murmura.) Lo
encontrarán en el cuarto contiguo. ¡El señor William Brown ha muerto!
(Desaparece con ágiles
saltos, echando atrás la cabeza, estremeciéndose de silenciosa
risa. Se oye
el ruido de sus
pies que bajan
a saltos las
escaleras, de a cinco
por vez. Luego, una
pausa. La gente
que está en
ambas habitaciones se mira,
absorta. El Dibujante Joven es
el primero en reaccionar.)
EL
DIBUJANTE JOVEN.-(Precipitándose
al cuarto contiguo,
grita con tono
horrorizado.)
¡El
señor Brown ha muerto!.
LA
COMISIÓN.- ¡Él lo mató!
(Todos corren al
pequeño cuarto de la
derecha. Margaret permanece inmóvil, atónita de
horror. Los demás
vuelven un momento
después, trayendo la máscara
de William Brown, dos a cada
lado, como si llevaran
un cadáver por
las piernas y los
brazos. Solemnemente lo depositan
sobre el canapé
y se quedan contemplándolo.)
UNO
DE LOS MIEMBROS DE
LA COMISIÓN.-(Con respetuoso
terror.) No puedo creer que haya
muerto.
OTRO
MIEMBRO.- (En el mismo tono.) Me parece oírlo
hablar, aún. (Corno obedeciendo a
un mandato irresistible, carraspea y
le habla a
la máscara, con
tono Importante.) Señor Brown...
(Seinterrumpe, bruscamente.)
TERCER
MIEMBRO.-(Retrocediendo.)
No. ¡Está muerto, no
cabe duda! (De pronto,
histéricamente, con irritación y
terror.) ¡Tenemos que dar
con el paradero de
Anthony ahora mismo!
MARGARET.-(Con un
grito de congoja.) ¡Dion es inocente!
EL
DIBUJANTE JOVEN.-¡Voy a
llamar a la
policía, señor! (Se abalanza
hacia el teléfono.)
TELÓN
ESCENA II
Escenario. El mismo de
la segunda escena
del acto tercero,
la biblioteca de Brown. La máscara
de Dion se halla sobre la mesa
bajo la luz, de
frente. Brown está
arrodillado ante la
mesa, de frente,
desnudo, salvo un paño blanco
que le cubre
la cintura. La ropa
que se ha
arrancado en su tormento está
esparcida sobre el piso. Sus
ojos, sus brazos, todo su
cuerpo, están tensos en
un esfuerzo hacia arriba; sus
músculos se crispan al mismo tiempo que sus labios, mientras éstos rezan
silenciosamente en torturada súplica.
Por fin, de
su pecho se
escapa una voz
con tremendo esfuerzo.
BROWN.-¡Misericordia, Piadoso Salvador de
los Hombres! ¡Desde
mi abismo te grito!
¡Piedad
para este triste terrón, tu terrón
de tierra impía,
tu barro, el Gran
Dios Brown! ¡Piedad, Salvador!
(Parece esperar una
respuesta. Luego se
levanta de un salto y
estira la mano
para tocar la máscara,
como un niño
asustado que busca
la mano de su niñera y dice, con instantánea y burlona desesperación.)
¡Bah! Lo
siento, niños, pero vuestro
reino está vacío. ¡Dios se ha irritado,
marchándose a alguna lejana estrella extática
donde la vida
es una llama
bailarina! Debemos morir sin
él.
(Hablándole a la
máscara, con as pereza.) ¡Juntos,
amigo mío! ¡Tú, también; ¡Que sufra Margaret!
¡Que sufra todo
el mundo como estoy
sufriendo! (Se oye
el ruido de una puerta
al abrirse con
violencia y de
pies calzados con pantuflas
y Cybel, el rostro cubierto por
su máscara, precipita en el
interior de la habitación.
Se detiene bruscamente
al ver a Brown y la
máscara y pasea
la mirada absorta del
uno a la
otra, por un momento,
presa de confusión. Viste un
kimono negro y calza pantuflas sobre los
pies desnudos. Su cabellera
rubia cae sobre
sus hombros, como una
gran crin. Ha engordado y
ha aumentado en ella
la honda serenidad
objetiva de un
ídolo.)
BROWN.-(Mirándola fijamente, fascinado, con gran tranquilidad,
corno si
la presencia de
Cybel lo consolara.)
¡Cybel!
¡Yo iba hacia
ti! ¿Cómo supiste?
CYBEL.-(Le quita
la máscara y
mira sucesivamente
a
Brown y la
máscara de Dion, después de
lo cual dice, con
aire de gran
comprensión.) ¡Fue por
eso que nunca volviste a mí!
¡Tú eres Dion Brown!
BROWN.-(Con amargura.)
¡Yo soy los
restos de William
Brown! (Señala la
máscara de Dion.)
¡Soy su asesino
y su víctima!
CYBEL.-(Con risa
de exasperada piedad.) ¡Oh! ¿Por qué
no aprenderán ustedes de
una vez a no atormentarse y a
no atormentarme?
BROWN.-(Candoroso y
pueril.) Yo soy
Billy.
CYBEL.-(De inmediato, con calma
maternal.) Entonces... ¡Huye,
Billy! ¡Huye! ¡Le
están dando caza alguien!
¡Vinieron a mi casa en
busca de un
asesino, de Dion! ¡Necesitan
una víctima! ¡Necesitan apaciguar sus temores, expulsar
a sus demonios, o
no podrán volver
a conciliar el sueño! ¡Necesitan absolverse a sí mismos encontrando a
un culpable! ¡Necesitan
matar a alguien, ahora, para
vivir! ¡Tú estás
desnudo! ¡Debes ser Satanás!
¡Huye, Billy! ¡Huye!
¡Vendrán aquí! ¡He venido
corriendo para advertírselo... a
alguien! ¡Huye pronto
si quieres vivir!
.
BROWN.- (Como un
niño enfurruñado.) Estoy
demasiado cansado. No quiero.
CYBEL.-(Con maternal serenidad.) Bueno, Billy... No lo hagas. Cálmate. (Desde
fuera llega un
rumor.) De todos
modos, es demasiado tarde.
Los oigo
ya en el
jardín.
BROWN.-(Mientras escucha,
tiende la mano
y torna la máscara
de Dion, y, al
cobrar fuerzas, dice con
acento burlón.) ¡Gracias por
este último favor, Dion!
¡Escucha!
¡Tus
vengadores! ¡Están parados
sobre tu tumba
en el jardín! (Se
pone la máscara
y salta a la
izquierda y hace un
gesto como para
abrir una puerta-ventana. Con alegre burla.) ¡Bienvenidos, mudos
adoradores! ¡Yo soy
el Gran Dios Brown!
¡Me han aconsejado
que huya de
ustedes, pero siento el soberano capricho
de bailar en mi fuga sobre
sus almas prosternadas! (Del
jardín llegan gritos
y una descarga. Brown retrocede
tambaleándose y se des
ploma en el
suelo junto al
canapé, mortalmente herido.)
CYBEL.-(Se lanza hacia
él, lo incorpora
hasta tenderlo en
el canapé y
le quita la
máscara de Dion.) No puedes llevarte esto
a la cama. Tienes que dormir solo. (Reintegra la
máscara de Dion
a su soporte
bajo la luz
y se pone su
propia máscara, en el
preciso momento en que, después de varios
portazos,
con
estrépito de vidrios rotos y
pisadas presurosas, irrumpe en
la habitación un
pelotón de policías
que empuñan sus revólveres, encabezados por un
capitán de rostro brutal
y cabello canoso. Los policías son
seguidos por Margaret,
que oprime aún
con angustia los pedazos del plano
contra su pecho.)
EL
CAPlTÁN.- (Señalando la máscara
de Dion, triunfalmente.) ¡Hemos dado
con él! ¡Está muerto!
MARGARET.-(Se deja
caer de rodillas,
toma la máscara
y la besa,
con intensa congoja.) ¡Dion! ¡Dion!
(El rostro oculto en los
brazos, la máscara en
sus manos por sobre
la abatida cabeza, se queda
sollozando con profunda y
silenciosa pena.)
EL
CAPITÁN.-( Advirtiendo a Cybel
y a Brown,
sorprendido.) ¡Hola! ¡Miren esto! ¿Qué hacen ustedes aquí?
¿Quién es éste?
CYBEL.-Ustedes debieran saberlo.
¡Ustedes lo mataron!
EL
CAPITÁN.-(Con un gruñido defensivo, precipitada
mente.) ¡Fue a Anthony a
quien matamos! ¡Le vi la
cara!
¡Apostaría a
que este individuo
es un cómplice!
¡Bien merecido lo tiene! ¿Quién es?
¡Un amigo suyo! ¡Un bribón! ¿Cómo se llama?
¡Dígamelo o le ajusto las
cuentas!
CYBEL.-Billy.
EL
CAPITÁN.-¿Billy qué?
CYBEL.-No lo
sé. Se está
muriendo. (Bruscamente.)
Déjenme
a solas con él
y quizá consiga hacérselo decir.
EL
CAPITÁN.-¡Más vale que lo
haga! Necesito un informe completo. Le concedo un
par de minutos. (Le hace un ademán
a los policías,
que lo siguen
por izquierda. Cybel se
quita la máscara
y se sienta
junto a la
cabeza de Brown. Este hace un
esfuerzo por incorporarse
hacia ella y Cybel le ayuda, echando su kimono sobre
el desnudo cuerpo
de Brown y
atrayendo su cabeza
sobre su hombro.)
BROWN.-(Acurrucándose contra ella,
con gratitud.) La tierra es tibia.
CYBEL.-(Con tono
tranquilizador, mirando el vacío con
la impasibilidad de
un ídolo.)
¡Ssss! Duérmete, Billy.
BROWN.-Sí, mamá.
(Con el tono
de quien explica algo.) Aquello estaba
oscuro y yo no podía
ver adónde iba y
todos me acosaban.
CYBEL.-Lo sé.
Estás cansado.
BROWN.- ¿Y cuando despierte... ?
CYBEL.-Volverá a salir el
sol.
BROWN.-¡Para juzgar
a los vivos
y a los
muertos!
(Con temor.) Yo no
quiero justicia. Quiero amor.
CYBEL.-Sólo hay amor.
BROWN.-Gracias, mamá. (Débilmente.) Estoy sintiendo sueño.
¿Cómo era aquella
plegaria que me
enseñaste... ? Padre Nuestro ...
CYBEL.-(Con sereno gozo.) ¡Padre Nuestro
que estás!
BROWN.- (Imitando su
tono, con regocijo.) ¡Que estás!
¡Que estás! (Súbitamente, en éxtasis.)
¡Lo sé! ¡Lo he
encontrado! ¡Lo oigo
hablar! «¡Benditos sean los que lloran,
porque reirán!»
¡Sólo
quien ha llorado
puede reír! ¡La risa del
cielo siembra sobre la tierra
una lluvia de lágrimas y la risa
del Hombre vuelve de la
Tierra, transfigurada por los dolores del
parto, para gozar de la beatitud
y jugar de
nuevo en innumerables
llamaradas bailarinas sobre las
rodillas de Dios! (Muere.)
CYBEL.-(Se levanta
y acomoda el
cadáver de Brown sobre el canapé. Se
inclina y lo besa
con dulzura, se yergue
y contempla el espacio, diciendo
con profundo dolor.)
¡Siempre
vuelve la primavera trayendo la
vida! ¡Siempre!
¡Eternamente! ¡De
nuevo la primavera!... , ¡de
nuevo la vida!... ¡de
nuevo el verano y
el otoño y
la muerte y la
paz! (Con atormentada pena.) ¡Pero
siempre, siempre de nuevo el
amor y la
concepción y el
nacimiento y el dolor!
¡La primavera que trae de nuevo el
intolerable cáliz de
la vida!... (Con atormentada exaltación.)... ¡que
trae de
nuevo la gloriosa
y deslumbrante corona
de la vida! (Permanece inmóvil y
erguida como un
ídolo de la Tierra: sus
ojos miran algo
que está
más allá del
mundo.)
MARGARET.-(Alzando la cabeza
con aire de
adoración hacia la máscara,
con una triunfante
ternura aliada a su pena.)
¡Amante mío! ¡Esposo
mío! ¡Mi niño!
(Besa la máscara.) Adiós.
¡Gracias por la
felicidad! ¡Y tú no
estás muerto, adorado! ¡No morirás mientras viva mi corazón!
¡Vivirás
eternamente! ¡Dormirás bajo mi
corazón! ¡Sentiré cómo te agitas en
tu sueño, eternamente bajo mi
corazón! (Besa nuevamente
la máscara. Pausa.)
EL
CAPITÁN.-(Se asoma apenas por
izquierda y habla sin
mirarla, ásperamente.) Bueno...
¿Cómo se llama ése?
CYBEL.-¡El Hombre!
EL
CAPITÁN.-(Extrayendo del bolsillo
una sucia libreta y un enorme lápiz.) ¿Cómo se deletrea eso?
TELÓN
EPILOGO
Escenario: Cuatro años después. El
mismo sitio del mismo
embarcadero del prólogo,
otra noche de luna
de junio. El rumor de
las olas y
de una lejana
música bailable.
Margaret y sus
tres hijos aparecen
por derecha. El mayor
cuenta ahora dieciocho
años. Todos visten
con la máxima elegancia de
la escuela preparatoria
para los estudios
universitarios. Los tres
son altos, atléticos
y hermosos. En torno de
la frágil figura
de su madre,
parecen gigantes
protectores, dándole un
extraño aspecto de solitaria,
retraída y menuda
feminidad. Margaret ostenta su
máscara de madre
orgullosa e indulgente.
Ha envejecido a todas luces.
Su cabello ofrece
un hermoso color gris.
En su aire
y su voz, se
advierte el sentimiento satisfecho
de quien sabe
bien cumplido su
objetivo vital, pero que
nota al propio tiempo en él
cierto vacío y sien
te desconsuelo por
ello. Está envuelta
en una capa
gris.
EL
MAYOR.-¿Verdad que Isabel
está hermosa esta noche,
mamá?
EL
SEGUNDO.-¿No te parece
Mabel la mejor
de las bailarinas, mamá?
EL
MENOR.-¡Oh! Alicia las supera... ¿verdad?
MARGARET.-(Con triste risita.)
Todos ustedes tienen
razón. (Con extraña decisión.) Adiós,
chicos.
Los HIJOS.-(Sorprendidos.) Adiós.
MARGARET.-Fue aquí donde,
una noche idéntica
a
ésta,
papá... me declaró su
amor. ¿Lo sabían
ustedes?
Los HIJOS.-(Con aire turbado.)
No.
MARGARET.- (Con tono
ansioso.) Pero las
noches son ahora mucho más
frías que antaño.
Imagínense que yo me bañé en
junio a la luz
de la luna
cuando niña... El aire era
tan tibio y
agradable, entonces... Recuerdo los meses de
junio en que
yo los llevaba
a ustedes en
mis entrañas, hijos míos...
(Pausa. Ellos dan muestras
de malestar. Ella pide,
con tono de
súplica.) ¡Prométanme honradamente
no olvidar jamás
a su padre!
Los HlJOS.-(Turbados.) Sí, mamá.
MARGARET.-(Forzando un tono
festivo.) ¡Pero no deben perderse una
hermosa noche de junio con
una vieja como yo!
¡Vuelvan al salón
a bailar! (Al verlos
vacilar respetuosamente.)
Vayan.
Realmente, quiero
estar sola... con mis
junios.
Los
HIJOS.-(Sin poder ocultar
su deseo de marcharse.) Sí, mamá.
(Se van.)
MARGARET.-(Se quita lentamente
la máscara, depositándola sobre el
banco y contempla la luna
con pensativa y resignada
dulzura.) ¡Fue hace
tanto tiempo! Y,
con todo, sigo siendo
la misma Margaret.
Son solo nuestras vidas las
que envejecen. Nosotros
estamos donde los siglos cuentan
apenas como segundos y después
de mil vidas
nuestros ojos comienzan a abrirse...
(Mira en torno con sonrisa
extática.)... ¡y la luna
descansa en el mar!
¡Quiero
sentir a la
luna en paz
en el mar! ¡Quiero
que Dion abandone el cielo
por mí! ¡Quiero que
duerma en las olas
de mi corazón!
(Lentamente, saca de
debajo de su capa, de
su pecho, se diría
de su corazón, la
máscara de Dion tal
como fuera ésta
en los últimos
días de su vida, y
la sostiene frente
a su rostro.) ¡Amante mío!
¡Esposo mío!
¡Niño mío! ¡Nunca
morirás mientras viva
m corazón! Vivirás eternamente. ¡Estas durmiendo bajo
mi corazón! Siento que
te agitas en
tu sueño, eternamente bajo mi
corazón. (Lo besa en los
labios, con un beso
que está más allá del tiempo.)
TELÓN