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1/12/14

EL GRAN DIOS BROWN. Eugene O’Neill.















EL GRAN DIOS  BROWN
Eugene O’Neill


Personajes:
WILLIAM A.  BROWN  (BILLY)
Su  PADRE,  contratista
SU  MADRE
DION  ANTHONY
Su PADRE, constructor
SU   MADRE
MARGARET
SUS TRES  HIJOS
CYBEL

En  la Oficina de Brown:
DOS DIBUJANTES
UNA  TAQUÍGRAFA
ESCENARIOS
Prólogo: El  muelle del  Club. Una   noche de  luna, a  mediados de  junio.


ACTO   I

Escena  I: El   salón  del   departamento de   Margare! Anthony.
De  tarde. Siete años después.
Escena  II:   La  oficina de  Billy   Brown. Esa  misma tarde.
Escena  III: La  sala de  recibo de  Cybel. Esa  noche.

ACTO   II

Escena  I: La  sala de  recibo de  Cybel. Siete años después.  Al atardecer.
Escena   II: La   sala  de   dibujo  de   la   oficina  de   William  A.
Brown. El  mismo día, al anochecer.
Escena  III: La  biblioteca, en  casa de  Brown. Esa  noche.

ACTO III

Escena  I: La  oficina de  Brown, un   mes   después. De   mañana.
Escena  II:   La   biblioteca, en  casa de  Brown. Esa  noche.
Escena III: El  salón, en  casa de  Margaret. Esa  noche.

ACTO  IV

Escena  I: La  oficina de  Brown, semanas después. En  las  últimas  horas de  la  tarde.
Escena  II:   La   biblioteca, en   casa   de   Brown, horas después.
Esa  noche.



Epílogo: 

El  muelle del   Club. Cuatro  años después.

PRÓLOGO
Escenario: Una   sección   transversal  del   muelle,  en   el Club del   pueblo.  A   foro,  más   allá del   borde, un espacio rectangular  con   bancos  en   los   tres   lados.  Una   baranda cerca   todo el embarcadero por  detrás.
Noche de  luna   a  mediados de   junio.  Del  Club  llega  la música del  cuarteto del  colegio que toca «Dulce Adelina», con   muchos  trémolos   ultrasentimentales. Se  oye   el  débil eco  de  los aplausos; luego, nada   más  que  el  rumor de  las olas  al  lamer los   pilares   del   muelle  y  sus  latigazos sobre  la  playa.   Finalmente se  oye ruido de   pasos  sobre   el  entarimado y  entra  por  derecha Billy   Brown, con   su   padre   y su  madre. La  madre es  una   mujer  regordeta de  cuarenta y cinco años, emperifollada con  un  traje  de  encaje negro  y lentejuelas. El   padre   es  un   hombre de cincuenta años  o más, el   prototipo del   hombre de  negocios  de   provincias, dinámico, amable, triunfador,  fornido y cordial en  su  traje de  etiqueta. Billy   Brown es  un   muchacho de  unos dieciocho  años, guapo, alto   y  atlético. Rubio  y  de  ojos   azules, su  sonrisa   es  agradable y  su rostro  franco:   y la  expresión de  su   fisonomía revela que   ya  sabe  dominarse. Sus   modales ostentan la  aplomada confianza en  sí  mismo propia  de una  inteligencia normal. Viste  traje   de etiqueta. Los   tres entran del  brazo, la  madre entre Billy   y  su  padre.


LA   MADRE.- (Hablándole  siempre  al   Padre.)   Este  pri-mer  baile  está  mal  organizado.  ¡Qué  manera  de  cantar!
¡Qué  malas voces!  ¿Por  qué no lo   hacen cantar  a  Billy?
BILLY.-(A ella.)   ¡Qué  ocurrencia,  mamá! ¡Mi voz parece una bocina de barco! (Ríe.)
LA  MADRE.- (Melancólica, sin   mirarlos.)  Yo   tenía  una
linda  voz cuando niña. (Al Padre, sarcásticamente.)  ¿Viste  cómo  se   pavoneaba  el  hijo  de  Anthony  con  esos sucios pantalones  de franela?          
EL   PADRE.-Se estaba exhibiendo
LA  MADRE.-¡Qué descaro! Es   tan  rústico como su   padre.
EL   PADRE.-Al  viejo,  no hay  peros  que  ponerle.  Lo único que   le  echó  en   cara, es  que  haya   sido   demasiado rutinario  para   dejarme remontar  vuelo.
LA  MADRE.- (Con  amargura.)  Te   ha   mantenido  a    su mismo nivel...  por   mera   envidia.
EL  PADRE.- Pero  me   asoció  a   su   negocio.  No   lo   olvides...
LA  MADRE.- (Con aspereza.) ¡Porque   eras   el  alma    de la  empresa! ¡Porque  tenía miedo de  perderte! (Pausa.)
BILLY.-(Con  admiración.) Dion  vino   con  su   traje  viejo   para   ganar  una    apuesta.  ¡Qué gran   muchacho!  ¡Era muy   capaz  de   venirse  en   pijama!
(Sonríe  burlonamente de  una  manera   significativa.)
LA  MADRE.-¡Qué clara  está   la  luz   de  la  luna!  ¿Verdad? (Va  hacia  el  banco  del  centro y  se  sienta.  Billy  permanece de  pie  en  el  rincón izquierdo,  primer  término, la mano   apoyada sobre  la  baranda, como un  reo  en   la  sala de  audiencias  frente  al  juez.  Su   padre,  de  pie  delante del banco   de la  derecha.  La   Madre   anuncia,  con   decisión.)
¡Cuando haya   terminado el  colegio superior,  Billy  deberá estudiar  alguna  profesión!  ¡Estoy  resuelta  a  que   así  sea! 
(Se  vuelve hacia  su  marido con  aire  desafiante, como  si esperara  oposición de  su  parte.)
EL  PADRE.- (Vehemente y conciliador.) Es  precisamente   lo   que   he   estado  pensando,  querida.  ¡Arquitectura!
¿Qué  te  parece?  ¡Billy   será   arquitecto, un   arquitecto  de primera!  ¡Esa  es   mi   propuesta!  ¡Lo   que  siempre  quise ser   yo,   pero  que   nunca  tuve   oportunidad  de   conseguir!
Billy  se   graduará  y  entonces  lo   asociaremos  a  la  firma.
¡La   razón social se  llamará  «Anthony,  Brown e  Hijo, arquitectos y constructores», en  vez  de  «contratistas y  constructores»!
LA  MADRE.-(Suspirando  por  la  realización de  un  sueño.)  Y  ya  no  volverán a  ocuparse de  aceras...
o  de  cavar alcantarillas...   ¿verdad?
EL   PADRE.-(Algo  irritado.)  ¡Yo   y  Anthony  podemos construir  todo   lo  que   se  le  ocurra  a  tu   niño   mimado... hasta una   iglesia!   (Argumentando en   favor  de  su  idea.)
¡Será una  gran oportunidad para él!  ¡Dibujará los  planos, dará   impulso  al  negocio  y  hará  famosa a  nuestra firma!
LA  MADRE.-(Pensativa.) Cuando   me   pediste que   me casara contigo, me   pareció que  tu   porvenir  prometía ser triunfal. .. tu  porvenir, que iba  a  ser  el  mío. (Con  un  suspiro.)  Bueno...  después de  todo, no  lo  hemos pasado tan  mal.  
Ahora  se   trata   del   porvenir  de   Billy.   ¿Le  gustaría a  Billy    ser   arquitecto?  (Dice   esto   sin   mirar   a  su  hijo.)
BILLY.-Sí,   mamá.   (Dócilmente.)  Nunca    pensé  gran
cosa   en   lo   que   haría  al  regresar  del   colegio...   pero  eso
de  la  arquitectura me  suena muy   bien.
LA  MADRE.-(Sin  mirarlo,  orgullosamente.)  Billy   solía dibujar  casas cuando  pequeño.
EL  PADRE.-(Con  regocijo.) A  Billy  le  sobra pasta para triunfar si  trabaja de  firme.
BILLY.-(Respetuosamente.) Trabajaré  de   firme, papá.
LA  MADRE.-¡Billy  es  capaz  de   lograr  cualquier  cosa!
BILLY.-(Con  aire embarazado.) Haré lo  posible, mamá.
(Pausa.)
LA  MADRE.- (Con  súbito  escalofrío.)  ¡Las   noches  son
mucho más   frías que  antaño! Una   vez,   cuando  niña, me
bañé a  la  luz  de  la  luna... Pero la  luz  de  la  luna era   tan
tibia y  hermosa, entonces... ¿Recuerdas, papá?
EL  PADRE.- (Rodeándola  cariñosamente con  el  brazo.)
Ya  lo  creo, mamá. (La  besa.   La  orquesta  del  Club   ataca un  vals.) 
Tocan otra pieza. Volvamos para   ver  bailar a los jóvenes.
(Se   dirigen  hacia  el  salón,  mientras Billy   permanece  inmóvil.)
LA MADRE.- (De improviso, volviendo la cabeza.) Quiero  ver  bailar a  Billy.
BILLY.-(Respetuosamente.) ¡Sí,  mamá! (Los  sigue.  Durante   unos  momentos, se  oye  el  suave   rumor   de  la  música  y el  gemido de  las  olas.  Luego, nuevamente, se oyen pasos   y   entran   los  tres   Anthony. En   primer  término,  el Padre   y   la  Madre,  que   no  llevan   máscara.  
El   Padre  es un  hombre alto,   delgado, de  cincuenta  y cinco  a  sesenta años,   de   rostro   ceñudo,  reservado,  terco   hasta   el   punto de  transparentar  cierta   estúpida  debilidad.  La  Madre  es
una   mujer  enjuta,  frágil  y   marchita, de  modales  eternamente nerviosos y  desasosegados, pero  de  un  rostro  dulce
 y  gentil   que  en  el  pasado  ha sido hermoso. El  Padre  viste  un  traje  negro  que  le  ajusta   muy   mal,  semejante al  de un   plañidero  profesional:  la  Madre, un  traje  negro  barato
y  sencillo. Los  sigue, como si  fuera  un  extraño, y aparte,  el  hijo  de  ambos, Dion.   Es  casi  de  la  misma   estatura de
Billy  Brown, pero  flaco  y  fuerte:   y se  mueve continuamente,  en  un  derroche de  energías nerviosas. Su  rostro está enmascarado.
La   máscara  es   una    forzada   adaptación  de su   verdadero rostro triste, espiritual,  poético, apasionadamente  hipersensible, con  un  irremediable desamparo en su  infantil  y   religiosa  fe  en  la  vida- a  la  expresión  fisonómica  de  un   joven Pan alegremente  burlón,  temerario,  desafiante y sensual. Viste   una  camisa gris  de   franela, abierta en  el  cuello, zapatillas de  sport sobre los   pies  desnudos  y  unos  sucios  pantalones  blancos  de   franela.   
El Padre  se  acerca a  grandes pasos  al  banco del  centro  y  se sienta. 
La   Madre,  hasta   entonces  tomada  de   su  brazo, lo  suelta y  permanece  de  pie  junto  al  banco de  la  derecha. Ambos contemplan  a  Dion, el  cual, con   estudiada  negligencia, ocupa  junto  a  la  baranda el  mismo lugar  que ocupara  minutos  antes Billy   Brown. Ellos   lo  miran: con   aire intrigado  y  perplejo.)
LA  MADRE.-(Repentinamente, suplicante.) ¡Lo   que   debieras hacer,  simplemente, es  mandarlo a  la  universidad!
EL  PADRE.-¡Bah! No  creo   en   las  virtudes de  la  enseñanza. Las  universidades convierten a los  muchachos en haraganes que   sólo   saben  vivir   a  costa  de  sus   pobres  padres.  ¡Que luche  como tuve   que   hacerlo  yo!   ¡Eso   le  enseñará a apreciar el valor de  cada dólar! La universidad solamente  lo  hará  más   tonto aún.  Yo   no   pasé   de   la  escuela  primaria,  pero  gané    bastante dinero  y  fundé  una empresa sólida. ¡Que  Dion se  haga   hombre como me  hice hombre  yo!
DION.- (Zumbón,  sin   mirarlos.)  Este    señor  Anthony es  mi  padre, pero se  imagina  que   es  el  propio  Dios   Padre. (Ambos lo  miran absortos.)
EL  PADRE.-(Con colérico desconcierto.) ¿Qué... qué... qué...  significa eso?
LA  MADRE.-(Reconviniendo  con    dulzura  a   su   hijo.)
¡Dion, querido mío! (A  su  marido, con   tono despectivo.)
¡Brown  es  el  que   se  lleva   todos  los   elogios!  ¡Le   dice   a todo   el  mundo que  el  éxito se  debe a  su  energía... y  que tú  sólo  eres un  viejo   rutinario!
EL  PADRE.-(Herido, con   aspereza.) ¡Maldito estúpido! ¡Bien   sabe  que   si   yo  no   hubiera  puesto  mi   sentido   común   en  el  negocio, nos  habría  arruinado desde hace   tiempo  con   sus   locuras!
LA  MADRE.-Ahora piensa  mandar  a  Billy  a  la  universidad.  Estudiará  arquitectura,  también,  para    poder   ayudarles  a  ustedes  a  dar   impuso  a   la   empresa...  ¿sabes? Acaba  de  decírmelo la  señora   Brown.
EL PADRE.-(Enojado.) ¿Qué dices? (Volviéndose bruscamente  hacia   Dion, con   aire   furioso.) 
¡Entonces,  ya   te puedes ir  preparando para   estudiar  lo  mismo!  ¡Y   serás mejor arquitecto  que   el  hijo   de  Brown, o  te  echaré  a  la calle   sin   un  centavo! ¿Me oyes?
LA  MADRE. (Cariñosamente.)  Creo  que serás    un    arquitecto  maravilloso, Dion. Siempre has   pintado  cuadros tan   hermosos...
DION.-(Sobresaltado, con   resentimiento.) ¿Por  qué   ha de   mentir  mi   madre?  ¿Acaso  tengo  yo   la   culpa?  Bien sabe   que   sólo   he  tratado de   pintar  y  nada  más. 
(Apasionadamente.)  ¡Pero  lo   haré   algún  día!  ¡Vaya si  lo  haré!
(Rápidamente, otra   vez   burlón.)  ¡Adelante,  a  la  universidad! Bueno... Por   lo  menos, no  estaré en  casa... ¿verdad? (Ríe de  un  modo extraño y  se  les  acerca. El  Padre se  levanta con  aire  defensivo.  Dion le  hace   una   reverencia.)   Le   doy   las  gracias  al   señor  Anthony  por   esta   espléndida oportunidad  de  crearme a  mí  mismo...  (Besa   a su   madre,  que   se   inclina  con   extraña  humildad,  como una   criada   a  la  cual   saludara su   joven  amo, y agrega  con ligereza.)... a  la  imagen   de  mi  madre, de  modo que   ella pueda  sentir  su   vida    cómodamente  acabada.  (Se   sienta en   el  sitio   de  su   padre,    en  el  centro, y  su  máscara   mira hacia   adelante con  aire  de  glacial  burla. Sus    progenitores permanecen  a  ambos  lados, contemplándolo en   silencio.) LA  MADRE.-( Por   fin,  con   un   estremecimiento.)   Hace frío. Junio no  era   tan  frío, antes. Recuerdo aquel mes  de junio en   que   yo  te  llevaba  en   mis  entrañas,  Dion...  tres meses   antes  de  que    nacieras.  (Mira el  cielo.)  La   luz   de la  luna era   tibia,  entonces.  ¡Yo   sentía  que    la  noche  me envolvía  con   un   vestido  de   terciopelo, forrado  de   tibio cielo   y  adornado con   hojas   de  plata!
EL  PADRE.- (Ásperamente,  pero  con   cierto  temor.)  Mi madre creía que   los  períodos de  plenilunio  resultaban  los más   adecuados  para  sembrar.  Era   muy   anticuada.  (Con un  gruñido.) Siento que me  está   volviendo el  reumatismo. Entremos.
DION.-(Con  intensa amargura.) ¡Ocúltate!  ¡Avergüénzate! (Ambos se  sobresaltan  y  lo  miran   absortos.)
EL   PADRE.-(Con  amarga    desesperanza,  a  su   esposa, indicando al  hijo.) ¿Quién  es  ése? ¡Tú   lo  has  parido!
LA MADRE.-(Orgullosamente.)  ¡Es  mi  niño! ¡Mi  Dion!
DION.-(Con  amargo resentimiento.) ¿Y   quién quieres que   sea? ¡El  eterno hijo, siempre igual   a  sí  mismo! (Burlón.)   ¿Quieren entrar a  bailar el  señor  Anthony y  su  esposa? ¡Las   noches se  están  volviendo frías!  ¡Y  los   días, más  oscuros! ¡Juguemos al  escondite! ¡Busquemos al  mono en   la   luna!  (Repentinamente da   una   cabriola   como   un arlequín y corre  hacia  adentro,  riendo con  forzada desenvoltura.  Sus   padres   lo  contemplan,  luego   lo  siguen  lentamente. De  nuevo reina  el  silencio y  sólo  se  oye  el  ruido   de  las  olas   que   lamen  el   muelle. 
Entra   Margaret   a la cual  sigue  Billy  Brown, con  aire  de  humilde adoración.
Margaret  tiene   cerca   de   diecisiete  años,   es  bonita   y  vivaz,  rubia,  de  grandes   ojos   románticos, cuerpo  flexible  y fuerte  y  facciones   inteligentes,  pero  de  expresión   juvenil y  soñadora, especialmente ahora, a  la luz  de  la luna. Vis-te  un   sencillo  traje   blanco.  Su   rostro,   desde   que   entra, lleva   una   máscara  que   es  la  exacta   y   casi  transparente reproducción de sus  facciones, pero que le da el carácter abstracto de  «Una Muchacha>>, en  vez   de  ser  el  individuo llamado Margaret.)
MARGARET.- (Mirando la  luna  y  cantando en  voz  baja al  entrar.) «¡Ah,  luna,  mi   amada  luna,   luna  sin   menguante!»
BILLY.-(Con  vehemencia.) Tengo ese  disco. Lo  ha  grabado  el  tenor  John  McCormack.  ¡Es   maravilloso! Canta un   poco   más. (Ella   sigue  con  el  rostro  vuelto hacia  arriba,  en  silencio. Billy   permanece  de   pie  respetuosamente a espaldas de  Margaret , mirando de  soslayo  con  turbación su   rostro.   Procura   entablar  conversación.)  Creo   que   el Rubáyat es  un   gran  poema...  ¿No opinas lo  mismo?  Yo nunca pude aprender  un  solo   verso. Dion   sabe  recitar  de memoria  muchos  poemas  de  Shelley.
MARGARET.- (Quitándose lentamente la  máscara,  le  habla  a  la  luna.) ¡Dion!  (Pausa.)
BlLLY.-(Con agitación.) ¡Margaret!
MARGARET.-( A  la  luna.)  ¡Dion  es   tan   maravilloso!
BlLLY.-(Torpemente.) Te   invité a  salir porque quería
decirte algo.
MARGARET.-(A la luna.)  ¿Por qué  me  mirará así  Dion?
¡Eso   me  trastorna  tanto!
BILLY.-Quería  preguntarte algo, también.
MARGARET.-La única  vez   que   Dion  me   besó...  ¡fue inolvidable! Era   una   broma suya...  pero yo  sentí su  beso de  veras... ¡y  él  se dio  cuento y se  limitó a reír!
BILLY.-Porque  el   amor  de   Dion    es   lo   incierto.  El mío,   en   cambio, es  lo  seguro  y  creo   que   todos  lo  saben en   el   pueblo... y   siempre  me   hacen  bromas...   ¡Es   necesario que  conozcas esa  certeza, mis  sentimientos por  ti, Margaret!
MARGARET.-Dion  es   tan    distinto  de    todos   los   demás...  ¡Pinta de  una   manera  tan  hermosa y  toca   y  canta y  baila  tan   maravillosamente!  Pero  también  es   triste   y tímido   como  un    niño,  por    momentos...   y   adivina   mi verdadera  alma... y... y   yo   quisiera  acariciar  con   mis dedos  su   cabello... ¡y  lo  amo!  ¡Sí,   lo  amo!   (Tiende   sus brazos hacia  la  luna.) ¡Oh,  Dion! ¡Te   amo!
BILLY.-Te  amo, Margaret!.
MARGARET.-Me   pregunto  si   Dion...  Esta    noche,  vi que   me  miraba de  nuevo... ¡Oh! ¡Me   pregunto si. ..!
BILLY.    (Toma  la  mano  de  Margaret   y  estalla.) ¿No podrías amarme? ¿No te casarías conmigo... cuando me graduara...?
MARGARET.-Me  pregunto  dónde  estará  Dion,  ahora.
BILLY.-(Oprimiendo  la   mano  de   Margaret,  lacerado  por  la  incertidumbre.) ¡Margaret! ¡Contéstame!  ¡Te   lo ruego!
MARGARET.-(Destrozado  su   sueño,  se   pone   la   máscara  y  vuelve hacia   Billy,  diciéndole, con   tono   práctico.)
Está   refrescando. Volvamos adentro  y  bailemos,  Billy.
BILLY.-(Con   desesperación.) ¡Te  amo!  (Trata, torpemente, de  besarla.)
MARGARET.-(Con risa  divertida.) ¡Como  un   hermano!.
Puedes besarme, si  quieres. (Lo besa.)   Un  gran   beso  fraternal. Eso  no  cuenta. (El  retrocede, abrumado, la  cabeza abatida. Ella   se  aparta  y,   quitándose la  máscara, le  dice a  la  luna.) ¡Ojalá  Dion volviese a  besarme!
BILLY.-(Penosamente.) Soy   un   pobre  tonto. Debí comprenderlo.  Claro que lo   comprendo. 
Estás enamorada  de Dion. Vi   cómo  lo   mirabas. ¿Verdad  que  lo   amas?
MARGARET.-¡Dion!  ¡Qué  hermoso nombre!
BILLY.-(Con  voz   ronca.)  Bueno... Dion fue   siempre mi   mejor amigo. Me   alegro  de   que  sea   él. .. y  creo  que sé   perder... (Oprime la  mano de   Margarita.) ¡De  modo que te  deseo todo el  éxito y  toda la  dicha  posibles, Margarita!...  ¡Y   recuerda  que  seré  siempre  tu   mejor amigo! (Le oprime la  mano de   nuevo,  traga   saliva    penosamente y dice   con  aire   varonil:) ¡Entremos!
MARGARET.-(A  la  luna, ligeramente  fastidiada.) ¿Qué hace aquí  Billy   Brown?  Iré  al   extremo  del   muelle  a   esperar. Dion es  la  luna y  yo  soy   el  mar. Quiero sentir a  la luna  cuando  besa el  mar.  Quiero  que  Dion  abandone el cielo por   mí. ¡Quiero que las  olas de  mi  sangre abandonen mi   corazón  y  lo   sigan! 
(Murmura, como una   chiquilla.) ¡Dion!  ¡Margaret!   ¡Peggy es   la  chica  de   Dion... ¡Peggy es   la   nena  de   Dion!   
(Canturrea riendo,  traviesamente.) ¡Dion es  mi  papito! (Se  encamina hacia el  extremo del embarcadero, izquierda.)
BILLY.-(Que  se   ha   apartado  de   ella.)  Me    voy.    Le diré a  Dion que estás aquí.
MARGARET.-(Con  creciente  fuerza     y   tono  cada    vez más  categórico, hasta   que al   final  es  esposa y  madre.) Y yo   seré  la   señora  de   Dion... la   esposa  de   Dion... y  él  será  mi   Dion... mi   propio  Dion... mi    pequeño...   ¡mi niño!  ¡La luna se ha   ahogado en    las   olas de   mi  corazón y la  paz se ha  sumergido en  las  profundidades del  mar! (Desaparece  por  izquierda, el  rostro vuelto hacia   el  cielo y despojado de  su  máscara, como el  de  una  extática  visionaria.  Nuevo silencio, durante el  cual  se  oye  música  bailable.  Cesa  la música y entra Dion. Este  se acerca rápidamente  al  banco del  centro y se deja caer  sobre él, ocultando el enmascarado rostro entre sus  manos. Un  momento después, alza  la  cabeza, mira en  torno, escucha con  aire  acosado  y luego, lentamente,  se  quita  la   máscara. 
Bajo   la  radiante luz  de  la  luna  aparece su  verdadero rostro, contraído, tímido y  dulce, lleno de  honda  tristeza.)

DION.-(Con   dolorida perplejidad.)  ¿Por   qué   tengo miedo  de   bailar, yo  que  amo la    música  y  el   ritmo  y  la gracia y el  canto y la  risa? ¿Por qué tengo miedo de  vivir, yo  que   amo la  vida  y  la   belleza  de   la   carne y  los   vivos colores de   la   tierra  y  el   cielo  y  el  mar? ¿Por  qué tengo miedo de  amar, yo  que amo al  amor? ¿Por qué tengo miedo, yo que no  tengo miedo? ¿Por qué debo fingir desdén para  poder sentir  piedad? ¿Por  qué debo ocultarme  tras el  desprecio de   mí   mismo para poder comprender? ¿Por qué  debo  avergonzarme tanto  de   mi   fuerza  y  enorgullecerme tanto de  mi  debilidad? ¿Por qué debo vivir en  una  jaula como  un   delincuente, desafiando y  odiando, yo  que amo la   paz   y  la  amistad? 
(Elevando las  manos  juntas,  en ademán de  súplica.) ¿Por  qué he  nacido sin  piel, oh   Dios  mío,  y  tengo que  usar armadura  para  poder  tocar o  ser tocado?  (Pausa   de   un   segundo   de   expectante  silencio. Luego, bruscamente,  Dion   vuelve a  colocarse con   violencia  la  máscara, con gesto  desesperado, y  su  voz   cobra   un acento  amargo  y  sardónico.) O,   mejor dicho, Viejo de  la Barba  Gris...   ¿Para  qué    diablos  he   nacido?   (Se   oyen pasos  a  derecha. Dion   se  vuelve rígido y su  máscara mira hacia  adelante. Billy  entra por derecha,  arrastrando los  pies con   aire   desconsolado.  Al   ver  a  Dion  se  detiene  bruscamente y  en  sus  ojos   fulgura   un  destello de  resentimiento, pero,   de  inmediato, el  <<buen perdedor>> vence   este   sentimiento.)
BILLY.-(Con  aire  turbado.) Hola,  Dion. Te   he  estado buscando  por   todas  partes. (Se   sienta en  el  banco de  la derecha  y   adopta  con   esfuerzo  un   tono  festivo.) ¿Qué haces aquí  solo, tonto? ¿Quieres enloquecer más aún? (Pausa. Con   torpeza.) Acabo de  separarme de  Margaret...
DION.-(Con un  sobresalto, se  coloca  de  inmediato burlonamente  a  la   defensiva.)  ¡Dios  los   bendiga,  hijos míos!
BILLY.-(Áspero y con  rudeza  plebeya.) Yo  estoy fuera de  combate.  Margaret me dio pasaporte. Tú eres el  favorecido.  ¡Entra  y   vence!  Hemos  sido  camaradas  desde la niñez...  ¿verdad?...  y  me   alegro de  que  seas   tú   el   ganador, Dion. (Después de   pronunciar estas  últimas  palabras con   voz   ronnca, Billy   busca   torpemente la  mano de Dion y  la sacude.)

DION.-(Retirando su  mano con   amargura.) ¿Camaradas? ¡Oh, no!   ¡Billy   Brown  me  despreciaría!
BILLY.-Ella te  espera ahora, en  el  extremo del  embarcadero.
DION.-¿A  mí?    ¿Cuál?  ¿Quién?  ¡Oh,  no!    ¡Las  muchachas sólo   se  permiten mirar  lo  que   puede  verse!
BILLY--Te ama.
DION.-(Conmovido,  después de  una   pausa,  balbucea.)
¿Un  milagro? ¡Tengo  miedo! (Canturreando, con   volubilidad.)   ¡Yo   amo, tú   amas, él  ama, ella   ama! Ella   ama... ella  ama... ¿El   qué?
BILLY.-Y yo  sé  perfectamente que, bajo   tu  fanfarrona extravagancia,  estás loco   por   ella.
DION.-(Conmovido.)   ¿Bajo  mi   extravagancia?   ¡Amo el amor! ¡Ansío ser  amado! ¡Pero tengo miedo! (Agresivamente_)   ¡Tenía   miedo!  ¡Ahora,  no!   ¡Ahora  puedo  hacerle   el   amor… a  cualquiera!  ¡Sí!   ¡Amo  a   Peggy!   ¿Por qué   no? ¿Quién es  ella? ¿Quién soy   yo?  
Nosotros  amamos,   vosotros amáis, ellos   aman,  ¡uno   ama!  ¡Nadie  ama!
¡Todo el  mundo ama   a  una   amante, Dios   nos   ama   a  todos  nosotros y  nosotros lo amamos a  él!   ¡El  amor es  una palabra, el  fantasma  desvergonzado y  andrajoso de  una palabra...  que   mendiga  en   todas  las   puertas  la   vida   a cualquier  precio.
BILLY.-(Siempre como  si no  hubiese oído  las  palabras de  Dion.)   Oye...  Alojémonos en   el  mismo  cuarto  en   el colegio...
DION.- ¡Billy  quiere estar cerca   de  ella!
BILLY.-¡De acuerdo, pues! (Con  sonrisa  forzada.)  ¡Puedes  decirle a  Margaret que  cuidaré de  que   te  portes bien! (Se   aleja.)   Hasta  pronto.  Recuerda  que  ella   te   espera. (Se  va.)
DION.- (Aturdido, para  sí.)   Espera...  ¡me   espera! (Se quita  lentamente la  máscara.  Su rostro  está  convulsionado y  transfigurado de  alegría.  Contempla el  cielo,  en  éxtasis.)
¡Oh, Dios   que   estás  en   la   luna!  ¿Has  oído?  ¡Ella    me ama!  ¡Ya   no   tengo  miedo!  ¡Soy   fuerte!  ¡Puedo  amar!
¡Ella   me   protege!   ¡Sus  brazos  me   rodean  suavemente!
¡Me   envuelve con   su   tibieza!  ¡Es   mi   piel!  ¡Mi   armadura!   Ahora, he   nacido...  Yo… ¡el   Yo!...  único e  indivisible...  ¡Yo, que   amo   a  Margaret! (Mira   su  máscara  con aire  triunfante, con  tono  de  liberación.)  ¡Estás superada! ¡Estoy  más  allá   de  ti!  (Tiende los  brazos   hacia  el  cielo.)
¡Oh, Dios   mío!   ¡Ahora, creo! (La   voz  de  Margaret   llega desde  el extremo del  embarcadero.)
MARGARET.-¡Dion!
DION.-(En  éxtasis.) ¡Margaret!
MARGARET.-(Más  próxima.)  ¡Dion!
DION.-¡Margaret!
MARGARET.-¡Dion!   (Entra   corriendo,  la   máscara   en las   manos.  El  salta  hacia   ella   con   los  brazos   tendidos, pero  la   joven  retrocede  con   asustado  chillido se  pone precipitadamente  la  máscara.  
Dion  se  echa  atrás   con  un sobresalto. Margaret   habla  con   frialdad  y  enojo.)  ¿Quién es  usted? ¿Por qué   me  llama? ¡Yo   no  lo  conozco!
DION.- (Desolado.)  ¡Te   amo!
MARGARET.- (Con  frenesí.)  ¿Se   trata de   una   broma … o  está   usted   borracho?
DION.- (Con    suplicante  murmullo  final.)     ¡Margaret!
(Pero  ella  se  limita   a  mirarlo   desdeñosamente. Entonces, con   brusco   ademán,  él  se  coloca   la  máscara   y   ríe  con salvaje   vehemencia  y  amargura.) ¡Ja,  ja,   ja!   ¡Te   he   ganado esta   partida,  Peggy!
MARGARET.- (Con   deleite,    quitándose   la    máscara.)
¡Dion!  ¿Cómo  pudiste...? ¡No   te   reconocí  en   absoluto!
DION.- (La  rodea   audazmente  con   el   brazo.)  ¡Es   la luna... la  loca   luna... el  mono   de   la  luna... el  que nos está   haciendo bromas! (La  besa  sin  quitarse   la  máscara, una   y  otra  vez,  con  romántica  pasión  de  galán  de  comedia.)   ¡Tú  me   amas!  ¡Y   lo  sabes!  ¡Dímelo!  ¡Quiero  sentirlo! ¡Quiero saberlo! ¡Quiero desear! ¡Desearte a  ti como me  deseas a  mí!
MARGARET.- (En éxtasis.)  ¡Oh,  Dion!   ¡Sí!   ¡Te  amo!
DION.-(Con   irónico aplomo en  la  voz   y  tono   enfático.)   ¡También  yo   te  amo! ¡Oh,  locamente! ¡Oh!  ¡Siempre   y  por   siempre, amén!  ¡Eres  mi  estrella  vespertina  y todas mis
 Pléyades! ¡Tus ojos  son  azules estanques en  que se  deslizan  ensueños  de  oro, tu   cuerpo  un   joven   abedul blanco que   se  echa   atrás bajo   los  labios de  la  primavera.
¡Así!  (La   ha  inclinado hacia   atrás,   sosteniéndola  en  sus brazos, su  rostro   sobre  el  de  Margaret.)  ¡Así! (La  besa.)
¡Oh,  Dion! ¡Dion!  ¡Te   amo!
DION.-(Con  creciente dominio sobre ella   en   la  voz.)
¡Yo   amo,   tú   amas,  nosotros  amamos!  ¡Ven!  ¡Descansa!
¡Abandónate!  ¡Suelta  el   mundo!   ¡Cada  vez   más    vago!
¡Desvanecido  en   el   pasado!  ¡Se  fue!  ¡La   muerte!  ¡Ahora!   ¡Nace!  ¡Despiértate!  ¡Vive! Disuélvete en   el  rocío...
en  el  silencio...  en  la  noche... en  la  tierra. . .  en  el  espacio... en   la   paz... en   el   sentido...  en   la   alegría...   en Dios... ¡en   el   Gran  Dios   Pan!  (Mientras tanto, la  luna se  ha  ocultado  gradualmente  detrás de   una   negra   nube, desvaneciéndose  su  luz. Hay   un   momento  de  intensa  oscuridad  y  silencio.  Luego  la  luz    reaparece  poco  a   poco. Se  oye  la  voz  de  Dion, al  principio en  un  murmullo, luego  creciendo  en   volumen  con   la  luz.)  ¡Despierta!  ¡Es   hora de   levantarse!  ¡Hora  de   existir!  ¡Hora  de  ir   al  colegio!
¡Hora de  aprender! ¡De   aprender a  fingir! ¡Cubre tu  desnudez!  ¡Aprende  a  mentir!  ¡Aprende  a  marcar  el   paso! ¡únete a  la  procesión!  ¡El   Gran  Pan   ha   muerto!  ¡Avergüénzate!
MARGARET.-(Con  un  sollozo.)  ¡Oh,  Dion! ¡Tengo vergüenza!
DION.-(Burlón.)   ¡Sssht! ¡Mira  al   mono  que   está   en   la luna!  ¡Míralo bailar!  ¡Su   cola   es  un   pedazo de  la  cuerda que  le  quedó al  desprenderse de  Jehová  y  correr en  busca  del  circo de  Charles Darwin!   
MARGARET.- ¡Ahora debes  odiarme!  ¡Lo   sé!  (Le   echa los  brazos al  cuello y  oculta la  cabeza  sobre   su  hombro.)
DION.-(Profundamente    conmovido.)    ¡No     llores... !
¡No... ! (Súbitamente, se  arranca  la  máscara  y  dice, con apasionado sufrimiento.)  ¿Odiarte?   ¡Te   amo   con   toda   mi alma!  ¡Ámame! ¿Por  qué   no   puedes  amarme,  Margaret?
(Intenta  besarla, pero   ella   se  incorpora  de   un   salto   con asustado grito, alzando la  máscara ante su  rostro a  modo de   protección.)
MARGARET.-¡No  hagas   eso!    ¡Por  favor!  ¡No   te   conozco!  ¡Me   asustas!
DWN.-(Vuelve a  ponerse la  máscara  y  dice, con   tranquilidad  y   amargura.)  Está    bien.  Nunca  más   te   dejaré verme.  (La   rodea   con   el  brazo  y  dice, tiernamente  burlón.) Te  amo  por  medio de  mi  representante. ¡Eso es!  ¡No temas!  Dion    Anthony  se  casará  contigo  algún  día.    (La besa.)    <<Tomo a  esta   mujer 
por   esposa  ante   Dios   y... » (Con tono tiernamente  festivo.) ¡Hola,  mujer! ¿Te  sientes inmensamente crecida,  ya?   ¿Entramos,  señora  de   Anthony... ?  ¿Y   puedo invitarla  a  bailar  la  próxima pieza?
MARGARET.-(Con  ternura.)  ¡Niño  loco!    (Riendo  con júbilo.)    ¡Señora  de  Anthony!  Cuán maravillosamente  suena... ¿verdad?

TELÓN



ACTO  PRIMERO

ESCENA I
Escenario:  Siete   años   después.  En   una   casa  dividida para  que   vivan en  ella  dos    familias,   salón   de  la  señora de  Dion   Anthony; la  casa  está  en  un   barrio    residencial, uno   de   esos   vecindarios  de   uniformidad   arquitectónica que   fatigan  la   vista   con   su  monotonía. Los  cuatro   muebles  que   se  ven  están   en  armonía  con  esto:   un   sillón   a la izquierda, una  mesa  con  una  silla  más  atrás  en  el  centro,  un  sofá  a la  derecha. Se  conserva aquí la  misma   distribución  de  bancos del   prólogo,   que   causa  el  efecto  de una   sala  de  audiencias. En  último  término, un  telón   de fondo  sobre   el  cual   está   pintada   la  pared  de   foro,  con el insoportable detallismo  realista  sin  vida  de  los  estereotipados cuadros que  adornan  por  lo  general  las  salas  de semejantes casas.  Las  últimas horas  de  la  tarde  de  un  día gris  de  invierno.
Dion  está  sentado detrás  de  la  mesa.   Mirando de   frente.  La  máscara  cuelga  sobre  su pecho,  más  abajo  del  cuello,  dando la  impresión de  un  segundo rostro.   Su  verdadero   semblante  ha   envejecido  mucho,  volviéndose  más tenso   y  torturado,  pero al   propio  tiempo, cosa  extraña, más altruista y ascético, más  cristalizado en  su resuelto retraimiento de  la  vida.  También la  máscara   ha  cambiado.  Es más  vieja,  más  desafiante y burlona, y su  sarcástica sonrisa  es más   forzada  y amarga, es la esencia  de  Pan que se  vuelve mefistofélica. Empieza  ya  a  acusar  los  estragos del  libertinaje.

DION.-(Repentinamente,  toma   un   ejemplar  del   Nuevo  Testamento  que   está   sobre   la   mesa   y,   metiendo un dedo  al  azar,  lo  abre   y lee  en  voz  alta  el  texto que  éste  señala:  «Venid  a  mí  todos los  que estáis agobiados, y  os daré  descanso.»  (Mira   hacia   adelante  en  una   suerte   de trance,  el   rostro   iluminado  por   una   luz   interior,  pero  presa  de  dolorosa   confusión y  prosigue, en  voz  baja.)  Iré, pero...  ¿dónde  estás,  Salvador?  (Se   oye   el  ruido   de   la puerta  de  calle  al  cerrarse.  Dion  se  sobresalta   y  se  sujeta nuevamente  la  burlona   máscara   sobre   el  rostro.   Tira   el Testamento  a  un   lado,   desdeñosamente.)  ¡Bah!    ¡Una  fijación   de  la  vieja  mamá cristianismo!  ¡Lloriqueos  de  niño en  la  oscuridad!
(Ríe, con  amargo  desprecio de  sí  mismo. Rumor  de   pasos  que   se  aproximan.  Toma  un    periódico y se oculta  detrás  de  él,  precipitadamente. Entra  Margaret. Viste de  traje   elegante  y  costoso   y  un   tapado   de   pieles que  al  parecer  ha  sido  rehecho   y  prestado  ya sus servicios. Margaret   ha  madurado  y  adquirido un   aire  maternal,  a pesar de   su  juventud. Su  bello  rostro  es aún  fresco  y sano, pero en  su  nariz  y su  boca  hay  el  principio  de  una  expresión  aprensiva  y  permanentemente inquieta  y en  sus  ojos una  herida  de  incomprensión. Dion   finge estar  enfrascado en  su  periódico. Margaret   se  inclina  y lo  besa.
MARGARET.- (Con  fingida    jovialidad.)   Buenos   días...
¡A  las  cuatro de  la  tarde!  ¡Roncabas cuando me  fui!
DION.-(La rodea  con  los  brazos   en  ademán  negligente   y  usual   y  dice  con   tono   de  burla.)   ¡El   Marido Ideal!
MARGARET.- (Preocupada  ya  por  otro   pensamiento,  se sienta   en   la  silla   de  la  izquierda.)  Temí  que   los   niños te  molestasen, de  modo que   los  llevé   a  casa   de  la  señora Young  para  que   jugaran. 
(Pausa.   Dion   vuelve  a  tomar el   periódico. Margaret    pregunta, con  ansiedad.) Supongo que   estarán  muy   bien    allí...  ¿no  te   parece?  (Dion   no contesta.  Ella  se  muestra  más    herida   que  ofendida.)  Me gustaría que  trataras  de   tomarte  más   interés  por   los  niños, Dion.
DION.- (Burlón.)  ¿Quieres  que    me   convierta  en   padre... antes del  desayuno. Mi  situación  es  demasiado  delicada.  (Ella   se  aparta,   herida. Con   aire  contrito, él   le acaricia   la  mano  y  dice,   con   tono   vago.)   Muy   bien.  Lo intentaré.
MARGARET.- (Oprimiéndole  la  mano, con  ternura  plena  de  espíritu de  posesión.)   Juega   con   tus  hijos. Tú   eres un   niño  más   grande que   ellos...  por   dentro.
DION.-(Burlándose  de  sí  mismo  y  dándole  un   golpecito  a  la  Biblia.)   Por   dentro...  ¡me   estoy   volviendo absolutamente  infantil!  <<¡Que esos   pequeños  vengan  a  mí!>>
MARGARET.-(Aferrándose  a  su  certeza.)  Eres   mi   hijo mayor.
DION.-(Con   burlona estimación.) ¡Ella pone  en    su lugar el  Reino  de   los   Cielos!
MARGARET.-(Retirando   su    mano.)   Yo    hablaba    en serio.
DION.-También   yo...  sobre  tal    o   cual  cosa.  (Ríe.)
¡Esta  diplomacia  doméstica!  Nos    hablamos  en    lenguaje cifrado... ¡y   ninguno de   los    dos   tiene la   clave del   otro!
MARGARET.-(Frunce el  ceño, confusa, y  fuerza  un  tono juguetón.) ¡Quiero  conversar  seriamente  con   usted,  joven!
A  pesar  de  sus   promesas, ha   seguido bebiendo y  jugando tanto  como el  año  pasado.
DION.-Desde  que   me   supe  incapaz  de   ser   un    artista... salvo en   el   oficio  de   vivir... ¡ ni   aun  en   eso,  siquiera!  (Ríe, con   amargura.)
MARGARET.-(Con convicción.)  Pero   tú   sabes  pintar,
Dion... ¡y  pintas  cosas muy bellas!
DwN.-(Con  hondo  dolor.)  ¡No!  (Súbitamente,  toma la  mano  de   su  esposa  y  la   besa   con   gratitud.)  ¡Amo  a Margaret!  ¡Su   ceguera excede  a   toda  comprensión!  (Con amargura.) ¿O  se   trata de  piedad?
MARGARET.-Sólo  nos   quedan  unos  cien  dólares  en   el banco.
DION.-(Con   sorpresa, aturdido.)  ¡Cómo!  ¿Se  ha   gastado ya   todo  el   dinero  que  nos   proporcionó  la   venta  de la  casa?
MARGARET.-(Con aire   fatigado.) Has cobrado cheques a  diario... o  poco menos. Has estado  bebiendo... no  has contado…
DION.- (lrritable.)   ¡Ya  lo   sé!    (Pausa.  Con   seriedad.) No   tenemos  ya   con   qué  vivir...  ¿eh? Bueno...  Durante cinco años,  ese   dinero  nos   permitió  residir  tranquilos  en el extranjero. Nos   compró un   poco de  felicidad, en   cierto modo ...¿verdad?  Nos   permitió  vivir  y  amar  y  tener  hijos...  (Ligera pausa,   con   amargura.)... ¡y   me   dio   la  ilusión  de   suponerme  creador  antes  de   descubrir  que  era incapaz  de   crear!
MARGARET.-(Esta  vez   con   forzada  convicción.) Pero tú  sabes   pintar... ¡y   con   belleza!
DION.-(lrritado.)   ¡Calla!   (Pausa. Sarcástico.) ¿De modo  que  mi   esposa  cree  digno  de   mí   establecerme  y mantener  a  mi   familia  en   la  atmósfera de   pobreza  a  la cual  tendrá  que  acostumbrarse?
MARGARET.-(Tímidamente.)   No     digo  eso...   pero... hay   que  hacer  algo.
DION .-(Con aspereza.) ¿Podría  sugerirme  amablemente  qué,  señora  de   Anthony?
MARGARET .-Acabo  de    encontrarme  en    la    calle  con Billy  Brown. Dijo que tú  habrías sido un  buen arquitecto, de   haber  perseverado.
DION.-¡Adulón!  ¿En  vez   de   dejar  el   colegio cuando murió  papá?  ¿En  vez   de   casarme  con   Peggy   y  de   ir  al extranjero y  de   ser   feliz?
MARGARET.-(Como si no  hubiese oído.) Habló de  cuán bien solías dibujar.
DION.-Billy   amó a   Margaret, antaño.
MARGARET .-Quiso   saber por    qué  no    le   has    hecho una  sola  visita.
DION .-Billy  está predestinado por los   cielos  al  éxito.
¡Es   la   voluntad  de   Mamón!  Anthony  y  Brown,  contratistas  y  constructores... la   muerte  se   lleva  a   Anthony   y yo   vendo  mi   parte  en   el   negocio.. .   Billy   se   gradúa... Brown e  Hijo, arquitectos y constructores... el  viejo Brown sucumbe de  paternal orgullo... ¡y  ya  lo  tenemos a  William A.   Brown, arquitecto!  Pero... ¡si   hasta  su   carrera  tiene un    trazo  arquitectónico!   ¡Parece  una  de    las    tortas  de barro de   Dios!
MARGARET.-Insistió  por   mi   intermedio  en   que  lo   visitaras.
DION .-(Se levanta de  un   salto   y  dice, con   tono  categórico.) ¡No!  ¡El   orgullo!  ¡Yo fui   un   ser   vivo!
MARGARET.-¿Por qué  no   hablas  con   él?
DION .-¡El  orgullo de   mi   fracaso!
MARGARET.-Ustedes fueron  siempre  tan    buenos  amigos...
DION .-(Con creciente desesperación.) El orgullo que siguió  a  la  caída  del   hombre...  ¡con el que  ríe  como un creador  ante sus   derrotas!
MARGARET.-No  por    mí. ..  sino por    ti   mismo...   ¡y, más   que  nada,  por  los   niños!
DION .-(Con tremenda  desesperación.) ¡El   orgullo!  ¡El orgullo  sin   el  cual los   dioses  son   gusanos!
MARGARET.-(Después de una  pausa,  mansa y humildemente.) ¿No  quieres?  ¿Eso  te  lastimaría? 
Bueno, querido. No  te  preocupes. Nos  arreglaremos de  algún modo... no   pienses  más   en   eso...  Comienza de   nuevo  a  pintar tus   bellos   cuadros... y  yo  puedo  obtener  ese  empleo en la biblioteca... ¡Me   divertirá tanto trabajar allí!  (Le toma la  mano, tiernamente.)
Te  amo,   querido. Comprendo.
DION.-(Se desploma en su  silla,  abrumado, rehuyendo la  mirada de  Margaret!, como rehúye ella  la  de  él, aunque las   manos  de   ambos  están  entrelazadas aún   y  dice   con voz   trémula y expirante.) ¡El  orgullo muere! (Como si  se asfixiara,  retira    la   máscara  del   resignado,  pálido    y  sufriente   rostro. Ora   como un  santo en  el  desierto   al  exorcizar   a  un   demonio.)  ¡El   orgullo  ha   muerto!  ¡Benditos sean   los  humildes!  ¡Benditos sean   los  pobres de  espíritu!
MARGARET.-(Sin  mirarlo, con   tono  maternal  y  consolador.)  ¡Mi   pobre  niño!
DION.-(Con resentimiento, volviendo a  ponerse la  máscara   y   levantándose  de   un   salto,  sarcásticamente.)   ¡Benditos  sean    los   humildes  porque  heredarán   las   tumbas!
¡Benditos sean   los   pobres  de  espíritu  porque  son   ciegos!
(Con  atormentada  amargura.)  ¡Perfectamente!  ¡Entonces
le  pediré a  mi  mujer que visite a  Billy  Brown y  le  ruegue por   mí...  algo   más   lamentable  que  si   fuese   yo   mismo!
(Con   vehemente  burla.)  Pregúntale  si  tiene  trabajo  para
un  Joven de  talento que   sólo   es  sincero cuando  está   borracho...  suplícale en  nombre del   viejo   amor, de  la  vieja amistad... ¡suplícale, ruégale que   sea   un   héroe  generoso! ¡Y  que  salve a la  esposa y a  sus  hijos! (Ríe, con  una  suerte de  deleite diabólico e  irónico y  se  dispone a  marcharse.)
MARGARET.- (Con  mansedumbre.) ¿Vas  a  salir,  Dion?
DION.-Sí.
MARGARET.-¿Quieres hacerme  el   favor  de   pasar  por la  carnicería y  de   decirles que   me  manden  dos  libras  de costillas  de  cerdo?
DION.-Sí.
MARGARET.-¿Y   de   detenerte  en   casa    de   la   señora
Young  y  de   decirles  a   los   niños  que   vuelvan  inmediatamente?
DION.-SÍ.
MARGARET.-¿Volverás para  la   cena, Dion?
 DION.-No.  (Sale, se  oye   el   portazo  que   da   al   salir a  la  calle. Margaret  suspira con  fatigada   incomprensión  y va  hacia   la  ventana  y  mira   afuera.)
MARGARET.-(Inquieta.) Supongo que  los  niños tendrán cuidado al  cruzar la  calle.

TELÓN

ESCENA  II
Escenario, la  oficina de  Billy   Brown, a  las  cinco de  la tarde. En  el  centro, un  hermoso  escritorio de  caoba    detrás del   cual   se  halla  un   sillón   giratorio.  A   la  izquierda   del escritorio, una   butaca  de  oficinas. A  la  derecha  del   mismo, un  canapé de  oficina.
A   foro,  telón de  una   pared   de oficina,  tratada en   forma   similar  a  la  de  la  escena  I   en su  exagerado detallismo.                                                  Billy   Brown  está   sentado ante  su   escritorio,  mirando un   plano   a  la  luz   de  una    lámpara  de   mesa. Se   ha   convertido en  un  hombre de  negocios norteamericano de  tipo universitario, bien    parecido, elegante, capaz,  infantil  aún y  dueño de  la  misma  atrayente  personalidad de  antes.
Suena  el   teléfono.

BROWN.- (Atendiendo.) Sí. ..  ¿Quién? (Esto, con   tono sorprendido.  Luego  añade,  con   ansioso  placer.)    Hágala pasar   inmediatamente.   (Entra  Margaret.  Su    rostro    está oculto detrás
de  la  máscara de  la  hermosa  matrona  joven que   apenas si es  ya  una   mujer y  que   adopta  una   actitud de  ingenua inocencia  y  valerosamente  esperanzada   frente a  las  cosas   y no   le  confiesa herida alguna al  mundo. Viste como en  la  escena  primera,  pero  con   algunos toques  adicionales de  eficaz  acicalamiento.)
MARGARET.- (Alegremente.) ¡Hola, Billy  Brow!
BROWN.- (Turbado   en    su    presencia,   le   estrecha   la mano.)  Entra. Siéntate. Esto   es  una   gran   sorpresa,  Margaret. (La   joven  se  sienta   en  el  canapé. Brown, en  el  sillón que   está  detrás del   escritorio, como antes.)
MARGARET.-(Mirando a  su  alrededor.)  ¡Qué  hermosas oficinas!   ¡Caramba!   ¡Billy   Brown   está    instalado   a   lo grande!
BROWN.-(Complacido.)  Acabo de   mudarme  aquí.  Mis oficinas anteriores eran  demasiado sofocantes.
MARGARET.-Esto parece   tan    próspero...  Pero    no   es de  extrañar. Ya  me  habían  dicho que   Billy  había  progresado  mucho.
BROWN.-(Modestamente.)   Para  serte  franco,  te   diré que   he  tenido suerte, más  que   nada. Las  cosas   se  me  han presentado  sin   haber  hecho  gran   cosa   por   conseguirlas.
(Con  turbado  orgullo.)  Con   todo... yo   mismo    he   hecho alguna  cosa.  (Toma  el   plano   del   escritorio.) ¿Ves  esto? Es  mi  plano del  nuevo ayuntamiento.  Acaba de  ser  aceptado
... provisionalmente... por   la   junta   municipal...
MARGARET.-(Tomándolo,  con   tono  vago.. )   Ah...  ¿Sí?
(Mira  el  plano   distraídamente.  Pausa. Luego  dice   en   forma   repentina.)  Dijiste  en días   pasados que   Dion  solía   dibujar  muy   bien ...
BROWN.- (Con  aire   algo   ceremonioso.)  Sí,   por    cierto que   sí.  (Toma el  plano  de  manos de  Margaret  y  se  siente interesado de  inmediato y mira  el  dibujo de  soslayo,  frunciendo el  ceño.) ¿Crees  que   le   falta  algo?
MARGARET.-(Con indiferencia.)   En   absoluto.
BROWN.-(Con alegre  sonrisa.) La  junta   quería que  esto fuese  algo   más   norteamericano.  Dicen que   se  parece  demasiado  a  una   tumba  grecorromana  convencional.  (Ríe.) Quieren  que   se  le  añada  un   toque  original  de   novedad moderna  para  darle vida   y  diferenciarlo de  otros  ayuntamientos. (Dejando el  plano   sobre el  escritorio.)  Y  he  estado  meditando  en   la   manera  de   satisfacerlos,  pero  mis pensamientos  no   se  orientan  al   parecer  por   ese   camino.
¿Se   te  ocurre  algo?
MARGARET.-(Como si  no  lo  hubiese oído.)  Me  dijiste que   Dion dibujaba  muy   bien...  ¿verdad?
BROWN.- (Procurando  disimular su   fastidio.) Pues, sí. ..
Dibujaba muy   bien... y. supongo que   aún   puede hacerlo.
(Pausa. Brown  reprime  lo  que   supone  un   indigno  despecho    y  se   vuelve  hacia   ella,   diciendo  con   generosidad.) Dion  habría  sido   un   arquitecto  de   primera.
MARGARET.-(Orgullosamente.)  Lo  sé.  Pudo   haber  sido
lo  que   se  le  antojara.
BROWN.-(Después de  una   pausa,  con  turbación.) ¿Trabaja   en   algo   Dion, actualmente?
MARGARET.-(A  la  defensiva.) ¡Oh,  sí!   ¡Pinta  de   una manera  maravillosa! Pero   parece un   niño... Es   tan   poco práctico.  No  se  preocupa  de  exponer  sus   trabajos  en   alguna    parte...  o  de   hacer  algo   así.
BROWN.-(Sorprendido.)  La   única  vez   que   me  encontré   con   él,   me  dijo, si  mal   no   recuerdo,  que   había  destruido  todos sus  cuadros... que  estaba  cansado de  la  pintura  y  la  había  abandonado  por   completo.
MARGARET.-(Rápidamente.) Es  lo  que   le  dice   siempre
a  la  gente.  ¡Ni   siquiera desea   que   vean   sus  obras! ¡Imagínate!  ¡Insiste  en   que   son   pésimas, cuando  en   realidad son   magníficas!  Es   demasiado  modesto  para    su   propio bien...  ¿no te  parece?  Pero  admito  que   no   ha   pintado mucho  últimamente,  desde  nuestro  regreso.  ¡Los   niños le  roban  tanto tiempo! ¡Dion los  adora! Temo que  se  esté convirtiendo irremediablemente  en   un   padre  de   familia, todo   lo  contrario de  lo  que   habrían  podido esperar  quienes   lo   conocieron  en   otros  tiempos.
BROWN.-(Penosamente molesto  por   falsa lealtad   de  Margaret a   Dion    y  su   propio conocimiento  de   los   hechos.)
Sí,  ya  lo  sé.  (Tose con   afectación.)
MARGARET.-(Picada  por  algo   que   adivina  en   su  actitud.)  Pero supongo que   las  malas lenguas habrán  seguido diciendo de él las mismas tonterías de siempre. (Con  risa forzada.) 
¡Pobre  Dion!  (Su   voz   desfallece un   poco,   contra   su  voluntad.)
BROWN.-(Precipitadamente.)   Yo    no    he   oído    habladuría  alguna... salvo en   lo   relativo  a  cuestiones  de   dinero.
MARGARET.-(Con  risa   forzada.) ¡Oh!  ¡Y  en  eso  quizá no  les  falte   razón!  Dion   es  tan   generosamente  tonto  con su   dinero,  como   todos  los   artistas...
BROWN.-(Con   cierta  insistencia.)  Dicen  que   has   pedido  un   empleo  en   la   Biblioteca.
MARGARET.-(Adoptando con  esfuerzo un  tono alegre.)
¡Sí,   por   cierto!  ¿Verdad  que   será   entretenido?  ¡Quizás eso   mejore  mis   facultades  intelectuales!  Y   uno   de   nosotros  debe  ser   práctico...  de   modo  que... ¿por qué   no habría  de   serlo  yo?   (Fuerza   una   alegre   sonrisa   de   adolescente.)
BROWN.-(Le  toma  impulsivamente  la   mano  y   dice, con   torpeza.) Escúchame,  Margaret.  Seamos enteramente sinceros...  ¿quieres?  Soy   tu    amigo    desde  hace    tantos años... Y  tengo tantos deseos de...  Tú   sabes   que   yo  haría   cualquier  cosa   por  ayudarte... o  por   ayudar  a  Dion.
MARGARET.-(Retirando su mano, con  frialdad.)  Temo... temo   no  comprenderte,  Billy   Brown.
BROWN.-(Con  sumo   embarazo.)  Te   diré...  Yo...  yo sólo  quise decirte... que si  ustedes  necesitaban...  ya  comprenderás...   (Pausa. Mira   con   aire   de   interrogación  el rostro  de  Margaret, que  rehúye  su  mirada   y  se  aventura luego   por otro  camino, con  tono   práctico.)   Quiero hacerle una   proposición a  Dion...  siempre que   pueda dar   con  él. Se  trata de  esto... Tengo muchísimo trabajo -una racha de   suerte-,  pero me  falta  gente. 
Necesito con   urgencia a  un   jefe  de  dibujantes  de  primer orden... o,  de  lo  contrario, me  expongo  al  fracaso.  ¿Crees que   Dion  tomaría en  cuenta esta   oferta...  como un  expediente  provisorio... hasta que   se  sintiera de  nuevo con   ganas de  pintar?
MARGARET.- (Tratando  de   ocultar    su   ansiedad    y  alivio,   con   aire  sosegado.)  Sí.  
Ustedes  fueron  siempre  tan buenos  amigos...  Estoy   segura  de   que  Dion  te   ayudará con   mucho gusto.
BROWN.-(Con   desconfianza.)  Pensé  que    a   Dion    podía   molestarle  la   idea   de   trabajar  para...   quiero  decir, conmigo... ya  que, si  él  no  le  hubiera  vendido su   partea  mi  padre,  sería  ahora  mi   socio...  (Sinceramente.)  y ...¡caramba!...  ojalá lo  fuese... (Brusco.) Tratemos  de  acorralado  ahora  mismo, Margaret. ¿Está  en   casa   Dion, en este   momento?  (Tiende la  mano  hacia   el  teléfono.)
MARGARET.-(Con  precipitación.) No... Salió a  dar   una larga caminata.
BROWN.-Quizás  yo   pueda  encontrarlo,  más   tarde,  en algún  sitio   de   la   ciudad.
MARGARET.-(Con  acento  de   súplica.)  Te   ruego  que no  te  molestes. Está   de  más. Estoy segura de  que, cuando                                            yo  hable con él. .. Dion  vendrá a  cenar... (Levantándose.) De   modo  que...   ¿convenido, verdad?  Dion    se   alegrará tanto de   poder  ayudarle a  un   viejo   amigo...   ¡es  tan   leal y ha sentido siempre tanto afecto por  Billy Brown! (Tendiéndole la  mano.) ¡Ahora  debo irme!
BROWN.-(Le estrecha  la  mano.) Adiós, Margaret.  Confío   en   que   nos   visitarás  a  menudo  cuando  Dion   trabaje aquí.
MARGARET.-Sí.  (Sale.)
BROWN.-(Vuelve a  sentarse  ante su  escritorio, sumido en   un   ensueño   melancólico  no   del   todo   desagradable.
Murmura, con  admiración,  pero  compasivamente.) ¡Pobre
Margaret!  ¡Es   una   mujer  valiente,  pero   le  ha   tocado en suerte  una   vida    bien difícil!  (Con   indignación.) ¡Vaya!
¡Le   echaré un  buen   sermón  a  Dion   un  día   de  éstos!
TELÓN

ESCENA  III
Escenario: Sala  de  recibo  de  Cybel. A   foro,  en  el  centro,  una   pianola  automática  que   funciona   echándole  una moneda. A  su  derecha, un  sucio  sofá  dorado, de  segunda mano.
A  la izquierda, una  silla  tapizada de  felpa carmesí, pelada   a  trechos. El  telón   de fondo,    que   representa   la pared  de   foro,  es  de  un  empapelado  barato,   de  insípido color  amarillo-pardo, que  da  la vaga  sensación   de  un  campo en  barbecho a  principios de  la  primavera. Hay  un  despertador   barato   sobre   la  tapa   de  la   pianola.   A  su  lado, yace  la  máscara  de  Cybel.
Dion  se halla  tendido de  espaldas sobre  el  sofá,  sumido en  profundo sueño. La máscara  está  caída  sobre  su  pecho.
Su  pálido  rostro  está  extrañamente puro,  espiritual y  triste.
La   pianola    martilla    desmañadamente  un   sentimental potpourri de  canciones  americanas.
Cybel   está  sentada  en  el  taburete ubicado delante de  la pianola.  Es una  mujer   fuerte,  tranquila, sensual, rubia,  de unos  veinte años,  poco  más  o  menos, de tez   fresca y  sana, de  busto arrogante y anchas caderas, de  movimientos  lentos  y  plenos  de  maciza languidez, como los  de  un  animal, y de  grandes ojos  en  que  se  refleja el  hervor de  profundos instintos. Masca   chicle, como una  vaca  sagrada   que  ha  olvidado el  tiempo con   un   fin  eterno. Sus   ojos  están  fijos, sin  revelar curiosidad,  en  el   pálido   rostro de  Dion.
CYBEL.- (Al  terminar la  melodía, lanza   una  rápida  mirada   al   reloj,  que   señala   la   medianoche,  va   lentamente hacia   Dion   y  le   pone  la  mano con   dulzura sobre   la   frente)  ¡Despiértate!
DION.- (Se  mueve, suspira y  murmura  entre  sueños.)
<<Y   Él posó sus  manos sobre  ellos y  los   curó.>> (Con un
sobresalto abre los  ojos   e, incorporándose a  medias, mira a Cybel absorto, con   perplejidad.)
¿Qué... dónde... quién eres? (Tiende la  mano hacia  su  máscara  y se la  pone,  con gesto   defensivo.)
CYBEL.-(Con  tono  plácido.) Sólo una hembra más. Te
encontré  tendido sobre mi  escalinata,  profundamente  dormido. No  quise correr el  riesgo de que los  policías te encontraran allí y  me   culparan  del   asunto, de   modo que te   traje  aquí  para  que  durmieses  tu   borrachera.
DION.-(Zumbón.)   ¡Benditos sean los   piadosos, hermana! No   tengo  un   solo centavo...  ¡pero te   recompensarán en   el   cielo!
CYBEL.-(Tranquila.)  Yo    no    derrochaba   mi    piedad.
¿Por  qué había de hacerlo? Tú   eres feliz... ¿verdad?
DION.-(Con aire  de  aprobación.) ¡Magnífico!  Veo que no   hablo  con   una  moralista.
CYBEL.-(Alejándose.)  Y   pareces  un   buen  muchacho, por   lo   demás... cuando estás dormido.
Mira... Es   mejor que  te   vayas  a   tu   casa  y   te   acuestes,  o   te   cerrarán  la puerta de   la  calle.
DION.-(Burlón.)  ¡Ahora  se   pone  usted  maternal,   se ñorita  Tierra!  ¿No hay   más respuesta  que  ésa... clavar mi    alma  en    cualquier  almohadilla  desocupada?  (Cybel mira fijamente la  máscara de  Dion, y  su  rostro   se  vuelve duro. Dion   ríe.)   Pero  te   ruego que   sigas  acariciando  mi dolorida  frente.  ¡Tu  mano  es   una  fresca  cataplasma  de barro sobre  el   aguijón  del   pensamiento!
CYBEL.-(Serenamente.) Basta de  farsa. Detesto a los engreídos.  (Lo  mira   como  esperando  que   Dion   se   quite la   máscara.  Luego    le   da   la   espalda  con   indiferencia   y va  hacia  la  pianola.) Bueno...  Si  estás dispuesto a  ser simplemente  como  cualquier  otro  de   los   caballeros que me  visitan, no  hay   inconveniente...  Tendré  que  jugar contigo. (Toma  su  máscara  y  se  la  coloca;  luego   se  vuelve. La  máscara es  el semblante  pintado y de  ojos  ennegrecidos de  la  prostituta veterana. Y  Cybel dice, con  voz   áspera   y ronca.) ¡Sírvase  revelar  sus   intenciones  deshonestas, si  es que  las   tiene!  ¡No  puedo  pasarme  la   noche
sentada  haciéndole compañía!  ¡Escuchemos un   poco de  música! (Inserta  una  moneda en  la  máquina. Vuelve a oírse  la  misma melodía sentimental.  Ambas máscaras se miran. Cybel ríe.)
¡Vamos! ¡Estoy pronta!  ¡Tú  juegas, joven   Satanás!
DION.-(Se quita lentamente la  máscara. Cybel detiene la  música de  un  tirón. El  rostro de  Dion  es  dulce y triste, y  el   joven   dice,
humildemente.)  Lo   siento.  ¡Me   ha   atormentado tanto  siempre el  sentirme  tocado!
CYBEL.-(Quitándose la  máscara, con  comprensiva  simpatía,   mientras  se  acerca   y  se  sienta  sobre   su  taburete.)
¡Pobre muchacho! Eso  nunca me  sucedió, pero me  lo  imagino. A  una  la  abrazan y  la besan y  la  sientan  sobre las rodillas y la  pellizcan y quieren que una se  vista y se  desvista... como si  fuese una   esclava... ¡Créeme que yo  nunca   me   dejaría  tratar  así!
DION.-(Volviéndose  hacia    ella.)    También  tú   te   has extraviado en  callejones sin  salida. (Súbitamente, le  tiende la  mano.) Pero eres fuerte… Seamos amigos.
CYBEL.-(Con   extraña severidad, escudriñando su   rostro.)  ¿Y... nada más?
DION.-(Con   extraña sonrisa.) Digamos...  ¡nada menos! (Ella  le  toma   la  mano. Se  oye  el  timbre de  la  puerta de  calle.  Ambos  se  miran.  Otra  vez   el  timbre.)
CYBEL.-(Se  pone    la   máscara,  Dion    hace   lo   mismo.
Cybel dice, con  tono burlón.) Cuando  una   tiene que amar para vivir, es  difícil amar la  vida.
¡Será mejor que yo  ingrese en  la  Confederación Norteamericana del  Trabajo y pronuncie discursos en  favor de  la   noche de  ocho horas!
¿Tienes un   níquel,  chico?  Toca una  canción.  (Sale. Dion
pone  una  moneda en  la  pianola. Se  reinicia la  misma  melodía   sentimental. Cybel  vuelve,  seguida por  Billy  Brown. El rostro de  Brown ostenta una  rígida  circunspección,  pero se advierte su  altanera repugnancia ante  la actitud de  Dion. Éste  detiene la  pianola, y  él   y  Brown  se  contemplan  durante  unos instantes, mientras Cybel los  mira. Luego, aburrida, la   joven   bosteza.) Este  te  estaba  dando  caza.  Apaguen    las   luces  cuando  se   marchen. 
Me   voy   a   dormir. (Cuando  va   a   salir,   como  si   recordara  algo,   le   dice   a Dion.) La vida no está  mal, si la dejan seguir su curso. (Mecánicamente,  le    exhibe   una    sonrisa     profesional    a Brown.) ¡Ahora  que   ya  sabes el  camino, hermoso, vuelve a  hacerme  una   visita. (Sale.)
BROWN.-(Después  de   una   pausa   embarazosa.) ¡Hola, Dion!  Te   he   estado  buscando  por   toda   la   ciudad.  Este sitio   era   la  última  posibilidad... (Otra pausa,   con   turbación.)  Vamos  a  dar   un   paseo.
DION.-(Burlón.)  He   renunciado a  hacer  ejercicio. Dicen   que   prolonga  la   vida.
BROWN.-(Persuasivamente.)  Vamos, Dion.  Sé   razonable.   Supongo  que   no   pensarás quedarte  aquí. ..
DION.-¿De  modo que   te  gustaría  pensar  que   me  has sorprendido en   flagrante delito... ¿eh?
BROWN.-¡No seas  estúpido! ¡Escúchame! Te  he estado buscando  por    razones   puramente  egoístas.  Necesito  tu ayuda.
DION .-(Asombrado.)   ¿Qué dices?
BROWN.-Tengo que   hacerte una   proposición, y  espero que   la   aceptarás  dada  nuestra  vieja amistad.  Para  serte franco,  Dion, necesito que   me   ayudes en   la  oficina.
DION .-(Con  áspera risa.) Con que se   trata  de  un   empleo... ¿verdad? ¡De   modo que mi  pobre esposa te  lo  ha estado  pidiendo!
BROWN.-(Disgustado,  con    aspereza.)  ¡Por  el   contrario! ¡Fui yo  quien debió pedirle que te  convenciera! (Más irritado.) ¡Oye, Dion! ¡No quiero oírte hablar así  de  Margaret! Y  no   lo   harías  si   no   estuvieras  borracho!  (Sacudiéndolo con  brusquedad.) 
¿Qué  diablos  te   pasa,  a  fin de cuentas? ¡Antes  no   eras  así!   ¿Qué  piensas  hacer  de tu  vida?... ¿Hundirte en  el  arroyo y  arrastrar a  Margaret en  tu  caída? Si  la  hubieras oído   defenderte, mentir acerca   de   ti,   hablarme  de   lo  mucho  que   trabajabas,  de   las cosas bellas que  estabas pintando, de la  frecuencia con  que te  quedabas en   casa   y  de  cómo  adorabas  a  los   niños... cuando todo   el  mundo sabe   que  te  pasas  las  noches fuera de  casa,   embriagándote  y  jugándole  el  resto   de  tu   fortuna!  (Se   detiene avergonzado, dominándose.)
DION .-(Con  tono  fatigado.) ¡Margaret mentía   acerca de  su   marido, no  de  mí,  tonto! Pero no  vale  la  pena  de explicado.  (Con    repentino   y    violento  apasionamiento.)
¿Qué quieres? Estoy   dispuesto a  todo...  ¡menos a  la  humillación  de  gritarles  secretos  a  los  sordos!
BROWN.-(Con  rudeza,  tratando  de   adoptar  un   tono de  matasiete.) ¡Tonterías! ¡No procures escapar por  la tangente!  No   tienes  excusa  posible,  y  bien   lo  sabes.  (Al ver  que   Dion no  responde, dice, con  tono contrito.) ¡Pero bien   sé  que   no   debería hablarte  así,   Dion!  ¡Sólo   lo   he hecho  porque  somos viejos    amigos ... y  me   duele  verte malgastando así  tu  vida... a  ti,  el  más  inteligente de  todos nosotros! Pero, qué diablos...  ¡Supongo que   serás demasiado cínico para   creer en  la  sinceridad de  mis   palabras!
DION.-(Conmovido.) Sé  que   Billy  fue   siempre el  amigo  de  Dion Anthony.
BROWN.-Por cierto  que   lo  soy... ¡y  te  lo  habría  probado desde hace   muchísimo  tiempo si  me  hubieras dado la  oportunidad  de   hacerlo!  ¡Después  de  todo, yo  no   podía  perseguirte continuamente y exponerme siempre a tus desaires!  ¡Todos  tenemos nuestro  amor  propio!
DION .-(Con  amargo sarcasmo.) ¡Craso error! ¡Nuncamás!    ¡Nada  de   nada!  ¡Eso   es   inmoral!  ¡Benditos sean los  pobres  de  espíritu,  hermano!  ¿Cuándo  empiezo a  trabajar?
BROWN.-(Ansiosamente.)  ¿De modo que   aceptas el...?
¿Me ayudarás?
DION .-(Con  fatigada    amargura.)   Acepto   el   empleo.
Uno   tiene   que   hacer algo  para matar  el  tiempo, mientras espera...  su   próxima encarnación.
BROWN.-(Con  tono  festivo.)   Creo    que   es   algo   temprano  para  preocuparse de   eso.   (Tratando de  llevarse  a Dion.) Vámonos ahora. Es  bastante tarde.
DION.-(Desembarazándose de  la  mano de  Brown  apoyada   en   su   hombro,  se  aleja   de   él   y  dice,  después  de una   pausa.)   ¿Sigue  allí   la  silla   de  mi  padre?
BROWN.-(Rehuyéndolo   turbado.)  No... no   lo   recuerdo,   a  decir  verdad,  Dion.  Me   fijaré.
DION.-(Quitándose  la  máscara,  lentamente.)  Me   gustaría   sentarme donde él  amasó lo  que   yo  derroché. ¡Qué extraños  fuimos  el   uno    para    el   otro!  Cuando  mi   padre yacía   muerto, su   rostro  me   pareció  tan   familiar  que   me pregunté  dónde  me   había   encontrado  antes  con    aquel hombre. Sólo   en   el  instante  de   mi   concepción.  Después, nos  volvimos cada vez  más  hostiles, con  oculta vergüenza.
¿Y  mi  madre? Recuerdo a una  muchacha dulce y extraña, de  ojos   afectuosos  y  perplejos,  como   si  Dios   la   hubiera encerrado en  un   armario oscuro  sin   darle  explicación  alguna. Yo  fui   la   única  muñeca  que   nuestro ogro, su  marido,   le  consintió, y  ella   jugó   a  la  madre  y  al  niño  con migo  durante muchos años  en  aquella casa, hasta que, finalmente, entre dos  lágrimas, la  miré  morir con  el  tímido orgullo  de  quien ha  alargado su  vestido  y  conservado  su cabello. Y  me  sentí como un   juguete abandonado,  y  lloré para   que   me  enterraran con   ella,  porque  sólo  sus   manos habían  acariciado  sin   desgarrar.  Mi   madre  vivió   mucho y  envejeció mucho durante  los   dos   días   que   tardaron  en cerrar su  féretro. Cuando la  miré   por   última  vez,   su  pureza  me  había olvidado, estaba inmaculada e imperecedera y  comprendí que mis  sollozos eran  ultrajantes  y  carecían de  sentido para su  virginidad. ¡De   modo que   volví   a  re plegarme  sobre  la   vida,  con   mis   desnudos  nervios  que saltaban  como   pulgas, y  a  su  debido  tiempo otra   muchacha  me  llamó su  chico a  la  luz  de  la  luna y se  casó   con migo  y  se  convirtió en   tres   madres en   una   sola   persona, mientras yo me embadurnaba de pintura las manos en un esfuerzo por  ver  a  Dios! (Ríe con  risa  salvaje, se  pone  la máscara.) ¡Pero  ese  Viejo Humorista  me  había dado unos ojos   débiles,  de   modo  que   ahora  debo  renunciar  a   mi búsqueda de  101  y  ocuparme en  cambio del  Omnipresente y   Grave  Rey  del   Éxito, el  Gran  Dios   Brown!  (Le   hace una  amplia  y  burlona  reverencia.)
BROWN.-(Con repulsión,  pero   dominándose.)  ¡Cállate!
¡Estás  borracho  todavía!  ¡Vamos!  ¡En   marcha!  (Agarra a  Dion del   brazo  y  apaga   la   luz.)
DION.-(Desde  las   tinieblas,  burlonamente.)   ¡Soy   tu oveja desnuda, esquilada  y  desvalida! ¡Guíame, oh  Todopoderoso  Brown,  Luz   Bondadosa!
TELÓN


ACTO  SEGUNDO
ESCENA I

Escenario: La  sala  de  recibo de  Cybel, siete   años   después,   un  atardecer de primavera. La  distribución del mobiliario sigue   siendo la  misma, pero  la  silla   y  el sofá   son nuevos, costosos y de  alegres colores. La  vieja  pianola automática del  centro parece  ser  la  misma. El  despertador barato sigue   sobre la   pianola. A  ambos lados   del  despertador   yacen   las  máscaras de   Dion  y  de  Cybel. La   pared de   foro  ostenta un  empapelado brillante y  llamativo, en que   las   flores   y  frutos   carmesíes  y  purpúreos  se  amontonan   los   unos  sobre  los   otros,  en   una   ausencia  de   todo plan   aparente  que   revela  profana turbulencia.
Dion  está   sentado  en   la   silla   de   la  izquierda;  Cybel, sobre el  sofá. Entre ambos hay   una   mesa   de   juego.  Los dos   sacan    un   solitario.  Dion    ha   encanecido   prematuramente. Su  rostro es  el  de  un  asceta, un  mártir, socavando por  el  dolor  y la insistencia en  atormentarse a  sí  mismo, pero  iluminado, con   todo, desde dentro, por  una rara  serenidad  de  espíritu  y  una   humana bondad. Cybel ha  engordado, volviéndose  más   voluptuosa,   pero su  rostro se  conserva  fresco   y  sin   arrugas  y  su  serenidad es  más   profunda. Se  diría   un   ídolo inmóvil  que   encarna a  la  Madre Tierra.
La   pianola lloriquea  la  misma  vieja   melodía  sentimental.   Ambos  echan  sus   cartas  con   atención  y  calma.  La música  cesa.

CYBEL.-(Pensativa.)  Amo  esas  Viejas  y  estúpidas   melodías  sollozantes.  Me   ayudan  a  comprender  a  la   gente. Eso   es   lo   que  tienen  dentro  los   hombres... lo   que  los hace  amar  y   matar  a   sus    vecinos..,   ¡unas  borracheras lacrimosas hechas música!
DION.-(Compasivamente.)  Toda  canción es  un   himno.
Los   hombres tratan  de   descubrir  el   Verbo  del   Principio.
CYBEL.-Quieren  saber  demasiado. Eso   los   hace  débiles.   Yo    nunca  pretendí  intrigados.
 Me    limité  a   darles una   Mujerzuela. Ellos la  comprendieron y  adivinaron  sus papeles y  los  desempeñaron  con   naturalidad. Todos pudimos conservar nuestra verdadera virtud... ¿entiendes. (Echa  su  última  carta.) Me   ha   vuelto a    salir el solitario.
DION.-(Sonriendo.)  Tu    suerte  es   inverosímil  A   mí nunca  me   resulta.
CYBEL.-A ti  te  falta  poco para acertar,  pero la  suerte sabe que  tú  quieres ganar y  que yo  me   conformo con el juego  mismo.  (Distribuye  las  barajas   en   otro   solitario.) A   propósito  de   mi   música  en conserva...   debo decirte que nuestro señor Brown odia ese  viejo  cajón. (Al  oír mencionar a  Brown,  Dion  tiembla como  súbitamente  poseído, libra   una   tremenda  lucha  consigo mismo  y  luego, mientras  Cybel  continúa  hablando,  se   levanta  como un autómata y  se  pone  la  máscara. Ésta  acusa  ahora   terribles estragos. Toda  su  esencia de Pan se ha  trocado en  una  diabólica  crueldad  e   ironía dignas  de   Mefistófeles.)  No   le importa la  música que tiene dentro. Eso, de  un  modo o  de otro, lo   acepta. Pero el  aspecto de   este mueble  le  Parece lamentable y  se  empeña  en   que  yo  lo   tire al   montan  de los  desechos. Con todo, le he dicho que el solo  hecho de mantenerme  desde  hace  tanto  tiempo  no   lo   autoriza  a darme  órdenes  como un   marido o... (Alza los  ojos   y  ve al enmascarado Dion  de  pie  junto a la pianola, Y dice tranquilamente.) ¡Hola!  ¿Vuelves  a   sentirte  celoso?
DION.-(Sarcástico.) ¿Te  estás enamorando de   tu  guardián,  vieja Vaca Sagrada?
CYBEL.-(Sin  darse por  ofendida.) ¡Cállate! Hace años que  me   lo   preguntas.  ¡Sé   tú  mismo! Él   es sano    y    hermoso...  pero  demasiado culpable.  ¿Por  qué finges creer que  el   amor  es   tan    importante,  a   fin   de   cuentas? 
Solo es   una  de   las   tantas cosas que  debemos hacer para  que la   vida  siga   su   curso.
DION.-(Con   el   mismo  tono.)  ¿De   modo  que mentiste  al   decirme  que  me   querías?...  ¿Verdad, Vieja  Inmundicia?                                                                        
CYBEL.-(Afectuosamente.)   ¡Siempre   serás   un     niño!
Hemos sido amigos durante siete años... ¿verdad? Nunca hemos dejado de  estar  próximos. Sí.  Te   quiero. ¡Se   necesitan  muchas  clases  de   amor  para  hacer  un   mundo!  El nuestro  es   el  mejor  de   la   vida, la   vida  en   su   plenitud. (Pausa. Zalamera.)  No   te  ocultes más. Te   conozco.
DION.-(Quitándose la  máscara, se  acerca   con   laxitud, se  sienta   a los  pies  de  Cybel y  posa  la  cabeza sobre   su  regazo.    Con   sonrisa  agradecida.)  Tú   eres   fuerte.  Siempre das. Le  has   dado a  mi  debilidad  fuerzas para   vivir.
CYBEL.-(Con ternura, alisándole maternalmente el cabello.)  Tú   no  eres  débil.  Naciste  con   fantasmas  en   los ojos  y tuviste el  valor de  escudriñar tus  propias tinieblas... y  te  asustaste.  (Después  de   una   pausa.)   No  te  culpo  por celar  a  veces   al  señor  Brown.
Tengo  celos   de  tu  esposa, ya  que   sé  muy   bien   que la  amas.
DION.-(Lentamente.)  Amo    a   Margaret.  No   sé   quién es  mi  esposa.
CYBEL.- (Después de  una   pausa, con   extraña  risa  desgarrada.) ¡Oh,  Dios   mío!  Por   momentos,  la   verdad  me hiere   de  un  modo tan  punzante entre los  ojos,  que  me  parece   contemplar  las   estrellas...  ¡y  entonces  siento  tanta piedad  de   todos   ustedes, malditos  bribones,  que   me  gustaría salir   corriendo  desnuda a  la  calle   y  amar  apasionadamente  a  toda   la   multitud,  como   si   yo   le   trajese  una nueva droga  que   le  hiciera olvidar  todo   lo  existente para siempre!  (Con   forzada    sonrisa.)  Pero    ellos   no   querrían verme,  sin   duda,  como no   quieren  verse  los   unos   a  los otros. Y, de   todos  modos, siguen  avanzando  y  muriendo sin   mi   ayuda.
DION.-(Con  tristeza.) Me  has  dado fuerzas para   morir.
CYBEL.-Tú  quizá seas   importante, pero   tu  vida   no  loes.  A  cada  segundo nacen millones de  vidas. La  vida  suele ser   tan   poco   costosa, que   hasta  una   bestia  puede  permitírsela. Y  no  es  sagrada:  lo  único  sagrado es  el  yo  que está   dentro de  nosotros. El  resto, es  tierra.
DION.-(Se  arrodilla y,  con   las   manos  juntas,   alza   losojos  en  éxtasis y  reza  con  ascético  fervor.) <<En  tus  manos, oh,   Señor... >>      (Súbitamente, con   una   mirada  de   horror.)
¡Nada!  ¡Sentir que   nuestra  vida   se  apaga  como   la  llama de   un   fósforo barato!...   (Se   pone   la  máscara  y  ríe  con aspereza.)  ¡Dormirnos  y  saber  que   nunca,  nunca,  volverán  a llamarnos para desempeñar el  oficio de  vivir! «¡Que sea  veloz   tu  vuelo, cada   vez  más  próximo! ¡Ven   pronto... pronto!>>  (Cita   estas   últimas  palabras con   burlón anhelo.)
CYBEL.-(Acariciando  maternalmente  su   cabeza.)   Vamos, no  te  asustes. Eso  se  lleva   en  la  sangre. Cuando llegue   la  hora, verás que   es  fácil.
DION.-(Poniéndose en   pie  de   un   salto   y  paseándose con   excitación.)  No   durará  mucho.  Mi   mujer  trajo    anteayer   a  un   médico... y  el  médico  dijo   que   mi  corazón está   liquidado... a  causa  del   alcohol. .. Me  advirtió que no   debía  beber  una   gota   más... (Burlón.) ¿Qué te   parece?  ¿Tomamos  una   copa?
CYBEL.-(Semejante  a   un    ídolo.)  Sírvete.  El   whisky está  en  el  bargueño. (Al   verlo   vacilar.) ¿Por  qué  estás   tan nervioso?  Delirabas  con   los   planos   de   no   sé   qué    catedral. ..
DION.-(Con  salvaje burla.)  ¡Han sido   aceptados! Los planos del  señor  Brown, pero... ¡Mis   planos, en  realidad!
Está   de  más  que   te  lo  diga.   ¡Brown  me  entrega, uno   tras otro, establos matemáticamente correctos, y  yo  los  mejoro añadiéndoles  hermosos  cebos,  para   que   los   tontos ansíen comprar,  vender, engendrar,  dormir,  amar,  odiar,  maldecir  y orar entre sus  muros! ¡Lo  hago  con  diabólica astucia,y  ellos    sienten  positivo  deleite!  ¡En   otros  tiempos  soñé con  pintar el  viento sobre el  mar   y el  rasante vuelo de  las sombras de  las  nubes sobre las  copas de  los  árboles! Ahora... (Ríe.) Pero   el  orgullo  es  un   pecado... ¡hasta en  el recuerdo  de  quienes  han   muerto  hace   tiempo!  ¡Benditos sean   los   pobres  de   espíritu! 
(Se   desploma  desfalleciente sobre   su  silla,   oprimiéndose  el  corazón.)
CYBEL.-(Con  impasibilidad  de   ídolo.) Vete   a  tu   casa y  duerme. Tu   esposa  debe   estar  preocupada.
DION.-Ella sabe   esto... pero   nunca se  confesará  a  sí misma que  su  marido franqueó tu  umbral. (Burlón.) ¡Qué leales son  las  mujeres... a  su  vanidad y demás cositas!
CYBEL.-Brown  no  tardará  en   llegar.  Recuérdalo.
DION.-También  él  lo   sabe   y  no  se  aviene  a  reconocerlo.  Puede  ser   que   me   necesite  aquí. ..  ignorándolo...
¿Sabes  por   qué   se  despertó,  más   que   nada,  su   ansia   de
poseerte exclusivamente?  Porque  sabía que   me  amabas  y se  sentía defraudado. ¡Quería  arrebatarme lo  que   suponía mi  amor a  la  carne!  Brown cree   que   no  tengo   derecho  a amar. Le  gustaría  robármelo  como   me  roba   mis  ideas... con    amabilidad...   austeramente.  ¡Oh,  el   buen    Brown!
CYBEL.- ¡Pero  tú  lo  quieres, con   todo   eso!   Creo   que ustedes  son   hermanos,  en   cierto  modo.  Y  acuérdate   de que   él  lo   está   pagando,  de   que   lo   pagará... de   alguna manera.
DION.- Alza  la   cabeza,  como    disponiéndose  a   quitarse  la  máscara.)   Lo  sé.   ¡Pobre
Billy!   ¡Dios me  perdone el  mal   que   le  he   hecho!
CYBEL.-(Le  toma   la  mano.) ¡Pobre  muchacho!
DION.-(Se  la   oprime  convulsivamente,  y    luego   dice con forzada   aspereza.)  Bueno...    ¡De    regreso,   soldado cristiano! ¡Me  voy!   ¡Hasta pronto, Madre Tierra! (Se  dispone  a  marcharse  por  derecha.  Ella   parece  dispuesta  a dejarlo   ir.)
CYBEL.-(Búruscamente  se  sobresalta   y  llama,   con  honda  pena.)   ¡DION!   (Éste   la  mira.   Pausa.  Dion   vuelve  lentamente. Cybel  habla  de  un  modo extraño, con  voz  grave,
lejana... y,  con  todo, como   una   madre   que  le  estuviera hablando a su  hijito.) No  debes olvidarte de  besarme antes de   irte,  Dion.  (Le   quita   su   máscara.)   ¿No  te   he   dicho acaso que  te  quites la  máscara en  mi  casa? Mírame, Dion. Yo...  acabo... de   ver... algo.  
Tengo  miedo  de   que   te marches  por    mucho,  muchísimo  tiempo.  De   modo    que esto   será   una   despedida, querido.  (Lo   besa  con   dulzura. Dion  comienza a  sollozar. Cybel   le  devuelve su  máscara.) Ya  está. No  sufras. Recuerda que   todo  esto  es  un  juego  y que, cuando  te  hayas   dormido,  te  voy   a  arropar.
DION.-(En   sofocado  grito,   lleno    de   congoja.)  ¡Madre! (Luego se  pone  la  máscara   con  un  terrible esfuerzo de voluntad,  y  dice,   con   tono   burlón.)  ¡Vete  al   diablo, vieja   marrana  sentimental!  ¡Nos  veremos mañana!  (Sale silbando   y  dando  un   portazo.)
CYBEL.-(Nuevamente  impasible como   un  ídolo.) ¿De qué   sirve alumbrar  hijos? ¿De  qué sirve dar   nacimiento a  la  muerte?  Suspira  cansada, se  vuelve y  pone  una  moneda   en  la pianola,  que   reanuda   su  vieja   melodía   sentimental.  En   el  mismo  momento,  Brown   entra   silenciosa mente  por  izquierda. Es  el   prototipo  del  norteamericano juvenil,  cuidado, bien   parecido   y  triunfador  de  cuarenta años.  En  este  momento, está  evidentemente  turbado. No puede  ver  el  rostro  de  Cybel ni  su  máscara.)
DION.-.- ¡Cybel! (Ella  se   sobresalta,   interrumpe   la música  y  tiende  la  mano   hacia  su  máscara,   pero  no  tiene tiempo de  ponérsela.)  ¿No es  Dion  el  que  acaba de  salir. .. después de  todas tus  promesas de  no  volver a  verlo? (Cybel  se  vuelve con  la impasibilidad de  un  ídolo,  ocultando la  máscara  a  sus  espaldas. Él  la  mira,  absorto   y  perplejo, y  balbucea.)  Yo... Discúlpeme ... Creí...
CYBEL.- (Con  voz  extraña.) Cybel   ha  salido para hundirse en  la  tierra y  orar.             
BROWN.- (Con  más   aplomo.) Pero...   ¿no    es   ésa   su ropa?
CYBEL.- Cybel no  quiere que  la  gente   me  vea  desnuda. Soy  su  hermana. Dion   vino   a  verme  a  mí.
BROWN.-(Con  alivio.)    De   modo  que    Dion    anda  en ésas...  ¿eh? (Con   suspiro  compasivo.) ¡Pobre  Margaret! (Con   juguetón  reproche.) Francamente,  usted no  debería estimularlo. Es  casado y  tiene  tres   hijos   mayores.
CYBEL.-¿Y  usted  no   los   tiene?
BROWN.-(Picado.) No.  No  soy  casado.
CYBEL.-Dion  y  yo  somos  amigos.
BROWN.-(Con  guiño   travieso.)  Sí.  ¡Me   imagino  cómo debe seducir  el  amor  platónico  al  alma   pura   e  inocente de   Dion! Es  inútil que   pretenda  usted engañarme tratándose   de  él.  Somos amigos desde  la  infancia. Lo  conozco a  fondo. Lo  he  defendido siempre, sea  cual  fuere su  modo de  obrar... de  modo que   puede  usted expresarse con   absoluta franqueza. Sólo   he  hablado  así  pensando  en  Margaret... su  esposa. Eso  será   muy   duro para   ella.
CYBEL.-Usted  ama   a  la  esposa de   Dion.
BROWN.-(Escandalizado.) ¿Qué?   ¿Qué   dice?   (Con tono   vacilante.)  ¡No   sea   tonta! (Pausa.   Como   impelido por  una   intensa    curiosidad.)  De   modo  que   Dion   es  su amante...  ¿eh?  Eso   me   parece  muy    interesante.  (Acercando   su   silla  a  Cybel.)  Siéntese.  Hablemos.  (Ella   permanece de   pie,  con  la  máscara   a  la  espalda.)   Dígame... Eso   me   ha   inspirado  siempre curiosidad... ¿Por qué resulta Dion tan  atrayente para las  mujeres... especialmente para cierto tipo  de  mujeres, con  perdón de  usted? Siempre ejerció esa fascinación y, con  todo, nunca pude descubrir exactamente  qué   veían  en   él.   ¿Será  porque  es  guapo... o  tan  violentamente sensual. .. o  porque alardea de  artista y  hombre temperamental. .. o  porque es  tan  desbocado... o  por   qué?
CYBEL.-¡Porque está   vivo!
BROWN.- (Tomándole  súbitamente  una   de   las   manos y  besándosela, insinuante.) ¿No  le   parece que  también  yo estoy  vivo?  (Con vehemencia.) Escuche.  ¿Qué  le   parece si   usted  abandonara   a   Dion...  y   me   permitiera   mantenerla, en  condiciones análogas a  las  que he  convenido con Cybel?  Usted' me     gusta...  ya    lo    ve.    No    la    molestaré mucho...  Estoy demasiado ocupado...  usted  podrá  hacer lo   que quiera... seguir haciendo su   vida... Todo,  menos ver   a  Dion. (Se   interrumpe.  Pausa. Cybel  mira   el  vacío, imperturbable, como si no  lo  hubiese oído. Brown suplica.) Y bien... ¿qué me   contesta? 
¡Le ruego que me   conteste!
CYBEL.-(Con  voz   muy   fatigada.) Cybel  le   dejó  recado. Dijo que la  semana  próxima,  señor  Brown.
BROWN.-(Con  extraña congoja.) ¿De  modo  que  no quiere? ¡No sea   cruel!  ¡La amo! (Ella   se  aleja.  Él  insiste con   tono  de   súplica.)  Al   menos...  ¡le   daré  lo   que  me pida!...   prométame  por  favor  que  no   volverá  a   ver    a Dion  Anthony.
CYBEL.-(Con  honda  pena.)   Dion  no   volverá  a  verme, se   lo   prometo.  ¡Adiós!
BROWN.-(Gozoso,    besándole   la    mano   cortésmente.)
¡Gracias!  ¡Gracias!  ¡Le   estoy  agradecidísimo!   (Con  diplomacia.)   No   volveré  a   molestarla.  Le   ruego  que  perdone mi  intrusión y  le  dé  recuerdos  míos a  Cybel cuando le   escriba. (Se   inclina  y  sale   por   izquierda.)
TELÓN

ESCENA  II
Escenario:  Sala   de   dibujo de  la  oficina  de   Brown.  La mesa  de  dibujo de  Dion, con   un  alto  taburete delante, en el  centro. Otro taburete a  su  izquierda. A  la  derecha, un banco.
Anochecer  del   mismo día.   El  telón  de   fondo, negro,   tiene  pintadas  ventanas  con   un   vago    panorama de casas  negras  e iluminadas por  las  luces   callejeras del  otro lado   de  la  calle.

Dion  está  sentado sobre  el taburete, detrás de la mesa, leyéndole en  voz   alta  un   pasaje  de  la  Imitación  de  Cristo de  Tomás  Kempis a  su  máscara, colocada  sobre  la  mesa ante  él.  Su  rostro está  más  dulce, más  espiritual, más   pleno de   santidad  y  ascetismo que   nunca.

DION.- (Como un  sacerdote que  rezara  misas por los moribundos.) <<Pronto  tendrás que irte de  aquí, mira pues muy   bien  lo  que haces. ¡Ah, tonto!...  ¡Aprende ahora a morir para el  mundo, a  fin de  poder empezar a  vivir con Cristo! Haz ahora, amado, haz   ahora todo lo  que puedas, porque no  sabes cuándo morirás ni  tampoco qué te  sucederá  después de  la  muerte. ¡Pórtate sobre la  tierra como un peregrino,  como  un   forastero  a   quien  le   son   ajenos  los asuntos de  este mundo! Conserva tu  corazón libre y eleva do   hacia  Dios, porque  aquí  no   tienes morada duradera.
¡Porque  no   sabes  a   qué  hora  vendrá  el   Hijo  del   Hombre!'.>>   ¡Amén! (Alza  la  mano  sobre la  máscara  como  si la  bendijera, cierra   el  libro y  se  lo  vuelve  a  poner  en  el bolsillo. Alza  la máscara en las manos y la contempla con piadosa  ternura.) Paz, pobre atormentada, valiente y lamentable  orgullo del   hombre. ¡La hora de  nuestra liberación se  acerca!  ¡Mañana  quizás estemos con   El  en  el  paraíso! (Besa  la máscara en  los  labios y la deja  en  su  lugar. Se  oye  un  rumor de  pisadas  ascendentes en  la  escalera   del vestíbulo. Dion   se  apodera de  la máscara con  un  repentino pánico,  y,  al  oírse  un   golpe   en   la   puerta, se  la   pone   y grita, con  acento de  burla.) ¡Adelante, señora de  Anthony! ¡Adelante! (Entra Margaret. En  una  de  sus  manos, disimulada  a  la  espalda, está  la  máscara del  valeroso rostro  que ostenta ante el mundo para ocultar sus sufrimientos y su desilusión, y que  acaba  de  quitarse. Su  rostro  sigue  siendo dulce y bello, pero  muy arrugado, contraído y cavado  por las  preocupaciones  para  sus  años, triste y  resignado,  pero algo   lastimero.)
MARGARET.-(Con  fatigado reproche.)  ¡Menos  mal   que te  he  encontrado!  ¿Por  qué no   vienes a  casa desde hace dos   días?  ¡Bastante sufrimos ya  al   verte  beber de   nuevo, para que nos   inquietes con   tan   largas ausencias!
DION.-(Con   amargura.) Mis    oídos  reconocieron  sus pasos. Uno llega a  reconocerlo todo...  ¡y  a  no   ver   nada!
MARGARET.-Finalmente, mandé  los   niños  en   tu   bus ca  y fui  yo  misma. (Con   aire    fatigado y  solícito.) Supongo que   no  habrás  comido lo  más   mínimo, como de  costumbre. 
¿No quieres venir a  casa  y que yo  te  fría   una   buena costilla?
DION.-(Con   tono  de   duda.)  ¿Puede  amar  aún   Margaret  a   Dion  Anthony?  ¿Será  posible?
MARGARET.-(Forzando una   cansada sonrisa.) Supongo
que   sí,  Dion. Pero  no  debería hacerlo...  ¿verdad?
DION .-(Con el  mismo tono.)  ¡Y   yo,  amo   a  Margaret!
¡Qué alucinados y  alucinantes espectros somos! ¡Recordamos   vagamente tantas  cosas que   tardaríamos  muchos  millones de  años   en  olvidar! (Se   adelanta, rodeando con   el brazo los  inclinados hombros de  Margaret   y  se  besan.)
MARGARET.-(Acariciándole  afectuosamente  la   mano.)
No.  Por   cierto que  no  te  lo  mereces. ¡Cuando  pienso en todo  lo  que   me  has  hecho sufrir desde que   nos  radicamos aquí!...  ¡Verdaderamente, creo  que   yo  no  habría  podido aguantarlo, de  no  ser  por  los  niños! (Com sonrisa   forzada.) Pero   quizás sí,   después  de   todo... ¡Siempre he  sido   tan tonta tratándose  de  ti!
DION .-(Algo  burlón.) ¡Los  niños! ¡Tres robustos hijos!
¡Margaret puede  permitirse  el  lujo de  ser   magnánima!
MARGARET.-Si  no  te  encuentran,  vendrán aquí a  buscarme.
DION.-(Con   repentino  desvarío, torturado, dejándose caer  de  rodillas  junto  a  ella.)   ¡Margaret!  ¡Margaret!  ¡Me siento solitario!  ¡Tengo miedo! ¡Me   voy!   ¡Tengo que   decirte  adiós!
MARGARET.-(Acariciándole el  cabello.)  ¡Pobre  muchacho!   ¡Pobre Dion! Ven  a  casa   y  duerme.
DION .-(Levantándose   de    un   salto,  frenéticamente.)
¡No! ¡Soy   un   hombre! ¡Un   hombre solitario!  ¡No  puedo retroceder!  ¡Me   he  engendrado a  mí  mismo! (Con  desesperada   burla.)  ¡Mírame,  señora  de   Anthony! ¡Esta  es  tu última oportunidad!  ¡Mañana me  habré trasladado al otro infierno!  Contempla  a  tu   hombre...   ¡al   esclavo cristiano negador  de   la  vida, rastrero y  llorón, a  quien  has   ignorado con   tanta  nobleza en  el  padre de   tus   hijos!  ¡Mira! (Se  arranca la  máscara  del   rostro, que   irradia  un   grande y  puro  amor por  ella  y  una  gran  simpatía y ternura.) ¡Oh,  mujer...   amor  mío...   contra  quien  he    pecado   en   mi crueldad  y  en  mi  enfermizo orgullo!  ¡Perdona  mis   pecados...  perdona mi   soledad... perdona mi  enfermedad! ...
¡Perdóname! (Se  arrodilla  y  besa  el  borde del  vestido de Margaret .)
MARGARET.-(Que  ha   estado  contemplándolo  con   terror,  alzando su   propia   máscara  para  proteger su  rostro.) ¡Dion!  ¡No   hagas  eso!    ¡No  puedo  soportarlo!  ¡Pareces un   fantasma!  ¡Estás muerto!  ¡Oh,  Dios   mío!    ¡Socorro! ¡Socorro! (Cae  desvanecida  sobre   el  banco. Dion  la  mira, toma   la  mano de   Margaret  que   agarra   la  máscara, mira su rostro  y dice  con  dulzura.) ¡Y ahora, tengo  derecho a comprenderte y  a  amarte también!
(Besa   primero la  máscara   y  luego el  rostro  de   Margaret, murmurando:)   ¡Y   a ti,  querida!  ¡Benditos, tres   veces   benditos  sean   los  mansos!   (Se   oyen  pesados y  presurosos  pasos  en  la  escalera. Don   se  pone   precipitadamente la  máscara. Sus   tres   hijos irrumpen en   la  habitación. El  mayor  tiene  unos  catorce años, los  otros trece y doce. Tienen el  aspecto de  muchachos  sanos, normales, simpáticos,  recordando no   poco  al Billy  Brown  del   prólogo. Se   detienen  bruscamente en   rígida   fila,  paseando la  mirada de  la  mujer del  banco a  su padre, con   aire  acusador.)
EL    MAYOR.-Hemos oído   gritar   a    alguien.  Parecía mamá.
DION .-(A  la   defensiva.)  No.   Era    esta   señora...  Mi esposa.
EL   MAYOR.-Pero...   ¿no ha   venido  todavía mamá?
DION.- (Yendo hacia   Margaret.) Sí.  Aquí está. (Se   interpone entre ellos   y su  mujer y  coloca la  máscara sobre el  rostro  de  Margaret. Luego,  retrocede.) Se  ha   desvanecido. Más   vale   que   la  reanimen.
Los NIÑOS.-¡Mamá! (Se   abalanzan hacia  ella,  se  arrodillan y le  frotan  las  muñecas. El  mayor le alisa  el cabello.)
DION.- (Contemplándolos.)   Al    menos,   la    dejo    bien atendida.
(A los  niños.)  Díganle a  su  mamá  que   recibirá noticias desde la  casa   del  señor Brown.
Debo hacerle una visita  de  despedida. Me  voy. Adiós. (Los  niños interrumpen  su  tarea  y  lo  miran fijamente, con  ojos  en  que  se mezclan   la  perplejidad, la  desconfianza y  el  dolor.)
EL   MAYOR.-(Con  torpeza  y  turbación.)  Francamente, creo que   deberías ...
EL  SEGUNDO.-Sí. Francamente.  Deberías...
EL  TERCERO.-Sí. Francamente...
DION.-(Con   tono cordial). Lo   sé.   Pero   no   me   sería posible. Son   ustedes los  que   pueden  hacerlo. Son   ustedes los  que   deben heredar el  mundo para ella. No  lo  olviden, muchachos.  Adiós.
Los  NIÑOS.- (Con  el   mismo  tono  afectado,  torpe,  el uno tras  del  otro.) Adiós...  Adiós... Adiós...  (Dion sale.)

TELÓN
ESCENA  III
Escenario: La  biblioteca de  la casa  de  Brown, esa noche. Un   telón de   fondo   de  cultura  burguesa, próspera   y  cuidadosamente  pintada, estantes llenos de  colecciones de  libros, etcétera. La   pesada   mesa   del   centro  es  costosa.  La butaca de  cuero de  la  izquierda  y el  canapé de  la  derecha son  de  un  opulento confort. La  lámpara de  mesa   para  leer es  la  única   luz.
Brown está  sentado en  el  sillón, a  la  izquierda, leyendo un   periódico de  arquitectura. Su  expresión es  sosegada  y de  grave  receptividad. El  perfil  de  su  rostro   recuerda a un cónsul  romano grabado en   una   moneda antigua. Ostenta una  incongruente peculiaridad, una   fe ciega  en  la  finalidad de   su   destino.
Un   repentino  y  sordo golpe   en  la   puerta   de  calle   y  se oye   sonar   el  timbre.  Brown  frunce el  ceño  y  escucha  al criado, que  atiende. Se  oye  la   voz   de  Dion, que   eleva   el tono con   acento burlón.
DION .-Dígale  que   ha   venido  el   diablo  a   cerrar  un trato.
BROWN.-(Reprimiendo su   fastidio, llama, con   forzado buen  humor.)  Adelante, Dion. (Dion  entra. Su   estado es espantoso. Sus   ropas   están en  desorden, su  rostro   enmascarado  revela   una   tremenda  tensión,  que   se  diría   mortal, su   burlona  ironía   es  de   tan   cruel   malignidad  que   le  da la  apariencia de   un   verdadero  demonio,  atormentado  por el  ansia   de  atormentar a  los  demás.) Siéntate.
DION.-(De  pie,   canta.)  ¡El   alma   de   William  Brown yace   hecha  polvo  en  el   arcón,  pero   su   cuerpo sigue   andando!
BROWN.-(Conservando el  mismo tono  indulgente, de hermano mayor, que  procura  mantener durante todo el transcurso de  la  escena.) ¡No hables tan  fuerte, por  favor! A  mí  no  me  importa... pero tengo   vecinos.
DION.-¡Aborrécelos!   ¡Teme  a   tu   vecino  como    a   ti mismo!  Ésa  es  la   regla   magna  para   los  sanos  y  cuerdos. (Avanza  hacia    la   mesa con    una    suerte  de   implacable calma.)  ¡Escúchame!  Cierto  día,   cuando yo  contaba  cuatro  años   de  edad, un  niño   se  me  acercó furtivamente por detrás, cuando yo  estaba dibujando en  la  arena un  cuadro que   él  era  incapaz de  dibujar, y  me  golpeó la  cabeza  con un  palo  y borró mi  cuadro con  el  pie  y se echó a  reír  mientras   yo  lloraba.  ¡No  fue   su  acto   lo  que   me   hizo   llorar, sino   él!   ¡Yo   lo  había  amado  y  confiado en él,   y  súbita mente  el   buen  Dios   se  veía   censurado  en   su   persona  y nacían el  mal   y  la  injusticia  del   Hombre!  Todos  me  llamaron el  niño  llorón, de  modo que  me  volví taciturno para toda   la  vida   y  me  forjé una   máscara, la  máscara de  Pan, el  Niño perverso,  para   agazaparme y  vivir   detrás de  ella y  rebelarme contra  el  Dios   de  ese niño   y  protegerme de Su   crueldad.  ¡Y   el   otro  niño    se   sintió  avergonzado en secreto, pero no  quiso reconocerlo, de  modo   que   se  transformó  desde  entonces  instintivamente  en   el  niño   bueno, en  el  buen   amigo, en  el  buen hombre, en  William Brown!
BROWN.-(Confuso.)  Lo  recuerdo. Fue   una   jugada   fea que   te  hice.   (Con un  dejo  de  resentimiento.)  Siéntate.  Ya sabes  dónde  tengo  el  whisky. Bebe   un   trago, si  quieres. Pero   me  parece que   ya  has   bebido bastante.
DION.-(Lo mira    fijamente  por  un  instante  y  dice  luego,  con   voz   extraña.) Gracias  le  sean   dadas a  Brown por recordármelo.  Necesito beber. 
(Se   levanta  y  saca  una   botella   de   whisky  y  un   vaso.)
BROWN.-(Encogiéndose  de   hombros, con   aire   jovial.)
Como   quieras. Son   tus  funerales.
DION.- (Volviendo y  echando una   buena cantidad de whisky en la  coctelera.) ¡Y  los  de  William Brown! ¡Cuando  yo   muera,  Brown  irá   al  infierno!  ¡Salud!  (Bebe y  lo mira con  malignidad.  Brown,  contra  su   voluntad,  experimenta cierto malestar.  Pausa.)
BROWN.- (Con forzada negligencia.) Hace una   semana que   estás  así,   de   parranda.
DION.- (Insultante.) He  estado festejando la  aceptación de  mi  plano para la  catedral.
BROWN.- (Jovialmente.) La  verdad es  que   me  has   ayudado  mucho  en   el   asunto.
DION.-(Con  áspera risa.)    ¡Oh,  perfecto  Brown! ¡No te preocupes¡!Haré que   Brown  se  mire   aún   en  mi  espejo...  Y  se   ahogue  en  él!   (Se   sirve   otro   abundante  vaso.)
BROWN.-(Con  tono  algo    insultante.)   Cuidado.   No quiero tener  tu  cadáver en  mis  manos.
DION.-Pero yo  sí.  (Bebe.). Brown  me  necesita  aún... ¡para convencerse de  que   está   vivo! 
¡Yo   he  amado,  codiciado,  ganado  y   perdido,  cantado  y   llorado!  ¡He  sido un  amante de  la  vida! He  satisfecho sus   deseos, y  si  ella liquida   ahora  sus   cuentas  conmigo  es   sólo   porque   he sido   demasiado débil  para   dominarla a  mi  vez.   No  basta con ser   hechura suya. Uno   tiene que crearla o  la  vida   le exige   a  uno que   se  destruya a  sí  mismo.
BROWN.-(Jovial.)   Tonterías.  Vete  a   casa    y   duerme un   rato.
DION.-(Como  si  no   lo   hubiese oído,  con   todo  mordaz.) ¡Pero no  ser  ni la  hechura ni  el  creador! ¡Existir ante la  indiferencia de  la  vida! ¡No ser  amado por  ella! (Brown da señales  de  desasosiego.) ¡Ser   simplemente un  monstruo triunfante,  el   fruto  de   alguna  vil   neutralización  de   las fuerzas vitales, un   cacto sin   espinas, un   jabalí salvaje de las   montañas  convertido  en   un   cerdo  de   matadero  que come para  ser  comido, un  Don Juan vuelto romántico por las glándulas de  un  mono... y que  la  Vida no  te  considere siquiera lo  bastante divertido para verte!
BROWN.-(Herido, con  irritación.) ¡Pamplinas!
DION.-Tomemos el  caso   del   señor  Brown. Sus   padres lo  trajeron al  mundo como si  lo  anotaran  desde ya  en  un concurso infantil  con premios para  los   más   gordos... ¡y el  señor  Brown  sigue  paseando  en   su   cochecito  en   la procesión,  demasiado gordo  ya  para  aprender  a  caminar y  con   mucho  más   motivo para  bailar  o  correr,  y  jamás vivirá hasta que   su  polvo liberado vuelva presurosamente a  la  tierra!
BROWN.-(Con   aspereza.)   ¡Sigue  desvariando!   (Con forzada     bonhomía.)  Lo   cierto,  Dion,  es   que    de   todos modos  me  siento satisfecho.
DION.-(Con   presteza y  malignidad.)  ¡No!  ¡Brown  no está   satisfecho!  ¡Se   ha   revestido  de  capas  de  grasa  protectora, pero,  vagamente, en  la  intimidad  de  su   corazón siente  lo   que  roe   una   duda! 
¡Y   a   mí   me   interesa   es germen que  se   retuerce  como  una   interrogante  de   desasosiego en  su  sangre, porque forma parte de  la  vida   creadora  que  Brown me  ha   robado!
BROWN.-(Forzando   una    agria   sonrisa.)  ¿Robar  gérmenes?  Creí   que   eras   tú  quien  los   había atrapado.
DION.-(Como   si   no    lo   hubiese  oído.)  Son    míos...
¡Y  quisiera  verlos prosperar  y  multiplicarse y  convertirse en  multitudes y  comer, hasta  devorar  a  Brown!
BROWN.-(Sin  poder    reprimir  un   escalofrío.)  ¿Sabes que, en   ocasiones, cuando  estás  borracho,  eres   positivamente maligno?
DION.-(Sombrío.)   Cuando  a   Pan    le   prohibieron   la luz   y  el  sol,   se  volvió  sensible  y  afectado  y  orgulloso   y vengativo...  y  fue   el   príncipe  de   las   Tinieblas.
BROWN.-(Festivo.) El  papel de  Pan   no  te  sienta, Dion. Me   parece  más   bien   que  habla  Baco,  alias   el   Demonio del   Ron. (Dion se  recobra  con   un   sobresalto y  mira   fijamente a  Brown, con   terrible  odio.  Pausa. Contra  su  voluntad, Brown se  retuerce y  adopta un  tono conciliador.) Vete a  casa. Pórtate bien. No  me  parece mal  que  festejes la  aceptación de  nuestro plano, pero...
DION.-(Con  voz   inflexible.)  ¡Yo   fui   el  cerebro!  ¡Fui el   plano  mismo!  ¡Dibujé  hasta  su   éxito...  borracho y riéndome  de   él...  riéndome de   su   carrera!   ¡Orgulloso, no!  ¡Cansado! ¡Cansado de   mí mismo  y   de   él!    ¡Dibujando  y   embriagándome!  ¡Protegiendo  a  mi   mujer  y   a mis   hijos!  (Ríe.)  ¡Ja,   ja!    ¡Y   esa   catedral,  es   mi   obra maestra!  Hará  de   Brown  el   arquitecto  más   eminente  de este   estado  del   País   de   Dios.  He   puesto  mucho  en   esa obra...  ¡todo lo  que  restaba de  mi  vida! Esa   catedral  es una   blasfemia viva   desde la  acera hasta las  puntas de  sus agujas, pero  una   blasfemia  tan   oculta, que   los  tontos   jamás   lo   sabrán.  ¡Se   hincarán  de   rodillas  y   adorarán  al irónico  Sileno, que  les   dice   que   el  bien   más   grande  es no   haber  nacido!  (Ríe  triunfalmente.)  Bueno... La   blasfemia es  fe... ¿verdad? ¡El   diablo  debe creer  en defensa propia!  ¡Pero  el  señor  Brown, el   Gran  Brown, no   tiene fe!   ¡No   podría construir  una   catedral  sin   que   ésta   pareciese    el   Primer  Banco  Sobrenatural!   ¡Brown  sólo   cree en  la  inmortalidad  del   vientre  moral!  (Ríe  desenfrenada mente, luego se deja   caer  en  su  sillón, la  voz  entrecortada, oprimiéndose el corazón con  ambas manos. Después, repentinamente, adopta un  aire  de  implacable calma y  pronuncia a  modo de   cruel   y   perversa condenación.)  Desde ahora Brown jamás dibujará nada. ¡Dedicará su  vida  a transformar  la   casa  de   mi   Cybel  en   un   hogar  para  mi Margaret!
BROWN.-(Levantándose de   un   salto, convulsionado el rostro  por  un   extraño  tormento.)  ¡Bastante he   soportado ya!   ¿Cómo  te  atreves  a... ?
DION.-(Con  voz  que   semeja  una   sonda.)  ¿Por  qué nunca  lo   amó   mujer  alguna?  ¿Por  qué   fue   siempre  el Hermano mayor, el  Amigo? ¿No es  la  confianza de  ellas ... un   desprecio?
BROWN.-¡Mientes!
DION .-¿Por   qué  nunca pudo  querer...  después de haber  querido  a   Margaret? ¿Por  qué   no   se  casó? ¿Porqué   trató  de   robarme  a   Cybel,  como  trató  de   robarme antes  a  Margaret? ¿No  fue   acaso  por   venganza...  y  envidia?
BROWN.-(Con   violencia.)   ¡Qué  estupidez!   ¡Deseaba a  Cybel   y  la  compré!
DION .-¡Brown  la  compró  por   mí!   ¡Brown  nunca  sabrá   cómo  me   amó  Cybel!
BROWN.-¡Mientes!  (Furioso.)  ¡Volveré  a  echarla  a  la calle!
DION.-¡Vendrá a  mí!   ¡A   su   semejante! ¿Por  qué   no ha  tenido  hijos Brown...  él,  que  ama   a  los  niños... que ama   a  mis   niños... que   me  envidia  a  mis   niños?
BROWN.-(Con  voz    desgarrada.)  ¡No  me   avergüenzode  envidiártelos!
DION .-Mis   niños  sienten  afecto  por    Brown,   también... lo  quieren como  a  un  amigo... a  un  igual... como lo   ha   querido  siempre  Margaret...
BROWN.-(Con  voz   desgarrada.)  ¡Y   como   la   he   querido yo  a  ella!
DION .-¡Cuántos  millones de   veces   pensó  Brown  que Margaret lo  habría  pasado  mucho  mejor de   haberlo  elegido   a  él!
BROWN.-(Atormentado.)   ¡Mientes! (Con   brusco  y   frenético  desafío.)  Perfectamente.  ¡Ya   que   me   obligas    lo diré!  ¡Sí!   ¡Amo  a   Margare!!  ¡La   he   amado siempre  y tú   supiste  siempre  que   yo  la   amaba!
DION .-(Con  terrible serenidad.) ¡No! ¡Esa   es  apenas la  apariencia,  no  la  verdad!  ¡Brown  me  ama   a  mí!   ¡Me ama   porque  yo  siempre  he   poseído  la  fuerza  que   él  necesitaba  para   amar,  porque  yo  soy  el  amor!
BROWN.-(Con   frenesí.)    ¡Holgazán   borracho!    (Salta sobre   Dion y  lo  agarra   del  cuello.)
DION .-(Triunfante, mirándolo   fijamente en   los   ojos.)
¡Ah!  ¡Ahora  Brown se  mira   en  su  espejo! ¡Ahora  ve  su rostro!  (Brown lo  suelta   y  retrocede  tambaleándose  hasta su  silla,   pálido   y  tembloroso.)
BROWN.-(Con  humildad.)   ¡Basta, por   amor  de   Dios!
¡Estás  loco!
DION .-(Desplomándose  sobre    su   silla,   con   creciente desfallecimiento.) Soy  hombre acabado. Es  mi  corazón, no
Brown...   (Burlón.)  ¡Mi   última  voluntad   y   testamento!
Le  lego   Dion   Anthony  a  William  Brown... para que   lo ame   y  lo  honre... para   que   él  se  convierta  en   mí...  entonces, mi  Margaret me  amará a  mí. .. mis  hijos   me  amarán   a  mí...  ¡y  el  señor  y  la  señora  Brown  e  hijos   serán eternamente  felices!  (Se   incorpora  tambaleante  hasta   erguirse  en  toda  su  estatura y mira  hacia  lo  alto, desafiante.)
Nada  más... ¡pero es  el  último gesto   del   Hombre...  con
el   cual   conquista... el   derecho  a  reír!  Ja... (Comienza a  reír,   se  interrumpe  como  paralizado y  cae   de   rodillas junto   a  la  silla  de   Brown:  y  entonces  su  máscara  cae   y se   descubre  su   rostro   de   mártir  cristiano  en   trance  de muerte.)  Perdóname,  Billy.    ¡Entiérrame,  ocúltame,  olvídame  por   tu   propia  felicidad!  ¡Ojalá  te   ame   Margaret!
¡Ojalá  puedas diseñar el  Templo para el  Alma   del  Hombre!  ¡Benditos sean  los   mansos y  los   pobres de   espíritu! (Besa   los   pies  de   Brown  y  luego dice, con   voz   cada   vez más  débil  y  tono infantil.) ¿Cómo  era   la   plegaria,  Billy? Siento tanto  sueño...
BROWN.-(Como  en   estado  de   trance.)  <<Padre  nuestro
que estás en  los   cielos.>>
DION.-(Con voz   soñolienta.) «Padre nuestro...» (Muere.  Pausa. Brown queda  sumido,  por  un   momento, en  un estado de  estupor. Luego vuelve en  sí,   pone  la  mano sobre el   pecho   de   Dion.)
BROWN.-(Con  voz   apagada.) Está  muerto... por fin.
(Dice esto  mecánicamente, pero  estas dos  últimas  palabras lo  hacen reaccionar  y  dice   con   tono de  duda.) ¿Por fin?
(Ahora,  repite con   tono  de   triunfo.) ¡Por  fin!  (Contempla   el    verdadero  rostro  de   Dion.)   ¡De  modo   que   es éste el  pobre débil que eras en   realidad!  ¡No me  asombra que te  hayas ocultado! Y  yo,  que siempre te  tuve miedo...
¡Sí,   lo   confieso ahora,  me   inspirabas  terror!  ¡Bah! (Levanta   del   suelo  la   máscara  de   Dion.)  ¡No,  no  te   temía a  ti! ¡Temía esto! ¡Di lo  que quieras,  pero sólo es  fuerte lo   perverso!  ¡Y   fue  esto lo que  amó  Margaret, no   a   ti!
¡No a  ti! ¡A  este hombre... !  ¡A este hombre, que quería verse en   mí!  (Impresionado  por  una   idea, se  levanta  de un   salto.) ¡Dios  mío! (Empieza a  colocarse lentamente  la máscara. 
Llaman  a  la   puerta    de   la  calle. Se   sobresalta con aire  culpable y  deja  la  máscara sobre la  mesa.  Luego la  retoma  rápidamente,  levanta  el  cadáver  y  se  lo  lleva por  izquierda. Reaparece de  inmediato y  va  hacia  la  puerta  de  calle  al  reanudarse los  golpes, y   pregunta con  aspereza.) ¡Eh! ¿Quién  está ahí?
MARGARET.-Margaret, Billy.  Estoy  buscando   a   Dion. BROWN.-(Con   tono   vacilante.)  Ah...   
Muy   bien... (Abriendo  la   puerta.)  Entra.  Buenas  noches,  Margaret.
¡Hola, muchachos! Dion  está  aquí.  Duerme. Yo...  Yo estaba  dormitando,   también.   (Entra Margaret. Lleva  su máscara. Sus   tres   hijos  la  acompañan.)
MARGARET.-(Al  ver  la  botella, con   risa   forzada.) ¿Ha estado  Dion  de   festejo?
BROWN.-(Con   extraña  volubilidad,  ahora.)  No.   Fui yo.   El, no. Me   dijo  que  había  jurado  hoy    no   volver  a beber ¡por ti,  Margaret… y por los niños.
MARGARET.-(Con asombrada alegría.) ¿Dijo  eso?  (Precipitadamente,  poniéndose  a   la defensiva.)  Pero,  desde luego, Dion nunca bebe gran cosa. ¿Dónde está?
BROWN.-Arriba.   Lo    despertaré.  Se    sentía  mal.  Se quitó  la   ropa  para  tomar  un baño  antes  de    acostarse. Esperen  aquí  un    momento.   (Margaret  se   sienta  en   la silla  que   ocupara Dion  y  mira   absorta el  vacío. Sus hijos se  agrupan en  torno suyo, como para  una   fotografía  familiar.  Brown se  va  presurosamente  por  izquierda.)
MARGARET.-Es  muy   tarde  para  que  ustedes sigan  levantados. ¿No  tienen sueño?
Los  NIÑOS.-No,  mamá.
MARGARET.- (Orgullosamente.) Me alegro de tener tres muchachos  tan   fuertes  para  protegerme.
EL    MAYOR.-(Con tono  jactancioso.) Mataríamos  a cualquiera  que  te   tocase...  ¿verdad?
EL   SEGUNDO.-¡Qué duda  cabe!  ¡Le  haríamos  pasar las   ganas!
EL   MENOR.- ¡Qué  duda  cabe!
MARGARET.-¡Los niños  valientes  de  su  mamá!  (Ríe afectuosamente y  pregunta luego,  con   curiosidad.) ¿Quieren   ustedes al señor  Brown?
EL   MAYOR.-¡Naturalmente!  Es   un   buen hombre.
EL   SEGUNDO.-¡Excelente!
EL  MENOR.-¡Claro que sí!
MARGARET.-(Casi hablando consigo misma.) Papá  asegura  que el   señor  Brown le   roba sus  ideas.
EL    MAYOR.- (Con sonrisa tímida.)  Apostaría  a  que papá dijo eso...  por   decir.
EL   SEGUNDO.-El señor Brown no  tiene necesidad de robar... ¿no te   parece?
EL   MENOR.-¡Naturalmente!  ¡Es   riquísimo!
MARGARET.-¿Quieren ustedes  a  su   padre?
EL  MAYOR.-(Cambiando de   postura, con   aire  embarazado.)  Y... claro que sí.
EL   SEGUNDO.-(Idem.)  ¡Naturalmente!
EL   MENOR.- ¡Qué pregunta!
MARGARET.- (Con  un   suspiro.)  Lo   mejor será  que  ustedes  se   vayan  antes...   ahora  mismo...  sin    esperar  la llegada de   papá... Debe sentirse muy nervioso y  enfermo y  querrá  tranquilidad.  ¡Váyanse, pues!
Los  NIÑOS.- Muy  bien.  (Salen en   fila  india    y  cierran la   puerta   de  calle   en   el    preciso   momento en   que   Brown aparece  por   izquierda,  vistiendo  la  ropa   de   Dion    y   llevando  su  máscara.)
MARGARET.- (Quitándose   con     regocijo   la    máscara.) ¡Dion!  (Lo  mira    fijamente   con   aire   de   interrogación  y lo  mismo él  a  ella.   Luego va  hacia   Brown y  lo  rodea   con el  brazo.) Querido  mío... ¿Te sientes mal? (Él   hace   un gesto   de  asentimiento.)  Pero   si   pareces... (oprimiéndoles los   brazos.) pero...   ¡si   tienes  un   aspecto  más   fuerte  y sano   que   nunca!  ¿Es   cierto  lo  que   dijo   Billy... que   has jurado  no  volver  a  beber?  (Brown asiente. Ella  exclama, con   vehemencia.)  ¡Oh,  si   pudieras hacerlo...  y  restablecerte...!  ¡Cuán  felices  podríamos  ser   aún! Dale   un   beso a  mamita. (Se   besan. Ambos   experimentan  un   escalofrío. Ella   se  aparta   de   él,   riendo  con   naciente deseo.) ¡Pero, Dion!  ¿No  te   da   vergüenza?   ¡Hacía  muchísimo  tiempo que   no  me   besabas  así!
BROWN.- (Su  voz   imita a  la  de   Dion, apagada además por    la   máscara.)   ¡No    me   faltaban  deseos    de   hacerlo, Margaret!
MARGARET .-(Alegre  y   coqueta,  ahora.)  ¿Temías  que yo   te   despreciara?  Pero,  Dion... Algo   ha   sucedido.  ¡Si parece un milagro! ¡Hasta tu voz ha cambiado! Pareces verdaderamente  más   joven... ¿sabes? (Con  aire   solícito.)
Pero  debes  estar  exhausto.  Vámonos  a   casa.  (Con  impulsivo movimiento,  abre   los  brazos  y  arroja   la  máscara, como  si  ya  no  la  necesitara.)  Oh...  ¡Estoy empezando a sentirme  tan   feliz, Dion... tan   feliz!
BROWN.-(Con gesto  contenido.)  Vámonos a  casa. (Ella lo  rodea   con   el  brazo. Se  encaminan  hacia   la   puerta.)

TELÓN

ACTO  TERCERO
ESCENA I

Escenario: El   salón   de  dibujo  y  la  oficina  privada   de Brown. El   primero a  izquierda, la  segunda a  derecha de la   pared   divisoria  central.  La  distribución  del   mobiliario en  ambos cuartos es  la  misma  de  escenas anteriores.  Las diez de  la  mañana, un   mes   después,  poco   más   o  menos. El  telón de   fondo  de  ambas habitaciones es  una   pared  lisa donde  están  clavados  algunos  planos   y  dibujos.
Dos  dibujantes, el  uno   de  edad   mediana, el  otro   joven, ambos cargados de  espaldas, están  sentados sobre  taburetes detrás  de  la  mesa   que   antes   perteneciera a  Dion. Trazan planos. Hablan  mientras  trabajan.

EL  DIBUJANTE   MAYOR.-W.  B.  ha   vuelto  a  retrasarse.
EL  DIBUJANTE  JOVEN.-Lo que   me  pregunto es... ¿qué diablos  le   pasa    este    último  mes?  (Pausa. Trabajan  en silencio.)
EL  DIBUJANTE  MAYO R.-Sí. ..  Desde que  echó   a  Dion...
EL  DIBUJANTE   JOVEN.-Es curioso  que el  patrón  haya despedido  a   Dion    en   forma  tan   repetina.   (Pausa.  Trabajan.)
EL  DIBUJANTE   MAYOR.-Desde entonces,  no   he  vuelto a  ver   a  Dion. ¿Y   tú?
EL  DIBUJANTE  JOVEN.-Tampoco. No  lo  he  visto desde que    Brown  nos   comunicó  que   lo   había  despedido.  ¡Supongo  que   estará  ahogando  sus   penas!
EL  DIBUJANTE   MAYOR.-He  oído   decir  que   alguien lo vio  en  su  casa  y que   no  había bebido y tenía   buen  aspecto.  (Pausa.  Trabajan.)
EL  DIBUJANTE  JOVEN.-¿Qué le  pasará a  Brown? Dicen que   echó   a  todos   sus   viejos criados  el  mismo  día   y  que sólo  usa   su   casa   para  dormir.
EL   DIBUJANTE MAYOR.-(Con   risita    burlona.)  Quizás se  trate  de   temperamento artístico...   ¡más   conocido  por <<engreimiento»! (Rumor   de   pasos   en   el   vestíbulo.  Con aire   de  advertencia.)  ¡Ssssht! (Se   inclinan  sobre   su  mesa. Entra  Margaret.  No   necesita  ya  usar   máscara.  Su   rostro ha recuperado e1 brío   de  su   juventud, está   plena   de  confianza  en   sí  misma  y  sus   ojos   brillan  de   felicidad.)
MARGARET.-(Cordialmente.)   ¡Buenos  días!   ¡Qué  hermoso   tiempo!
AMBOS.-(Con tono  ceremonioso.)  Buenos días,  señora Anthony.
MARGARET.-(Mirando a  su  alrededor.) Ustedes han estado  haciendo cambios  aquí...   ¿verdad? 
¿Dónde  está Dion? (Ambos la miran, absortos.) Olvidé decirle algo importante  esta   mañana  y  nuestro  teléfono está   descompuesto. De  modo que  si quieren hacerme el favor de  comunicarle  que   estoy  aquí. ..  (Los dibujantes no   se  mueven. Pausa.  Margaret dice,  con  aire   ceremonioso.)  Oh... Comprendo que   el  señor  Brown ha  dado  severas órdenes de   que   Dion   no   sea   molestado,  pero,  sin   duda... (Con tono  categórico.)  ¿Quieren   hacer   el   favor  de   decirme dónde  está   mi  marido?
EL  DIBUJANTE  MAYOR.-No lo  sabemos.
MARGARET.-¿No  lo  saben?
EL  DIBUJANTE  MAYOR.-No lo  hemos visto.
MARGARET.-¡Pero si  salió de  casa   a  las  ocho y  media!
EL  DIBUJANTE   MAYOR.-¿Para venir aquí?
EL  DIBUJANTE  JOVEN.-¿Esta mañana?
MARGARET.-(Irritada.)    ¡Naturalmente!    Para    venir aquí. ..  ¡como todos los  días! (Ambos  dibujantes la  miran absortos. Pausa.)
EL  DIBUJANTE  MAYOR.-(Con  tono evasivo.) No  lo  hemos   visto.
MARGARET.-(Con aspereza.)   ¿Dónde   está    el    señor Brown?
EL  DIBUJANTE JOVEN.-(A1  oír   rumor  de   pasos   en   el vestíbulo,  con    tono   malhumorado.)  Ahí    viene.   (Entra Brown. Ostenta  la  máscara  que   usara   en   la  última  escena:   el  éxito  lleno de  aplomo.  Al   ver   a  Margarita,  retrocede   con   aire   aprensivo.)
BROWN.-(Dominándose  inmediatamente,  con   tono  vivaz.) ¡Hola, Margaret! ¡Qué agradable sorpresa! (Le   tiende   la  mano.)
MARGARET.-(Tocándola  apenas,  con   aire   reservado.)
Buenos días.
BROWN.-(Volviéndose  rápidamente hacia   los   dibujantes.)  Confío en  que  le  habrán explicado a la  señora Anthony  cuán  ocupado está   Dion...
MARGARET.-(lnterrumpiéndolo,  con   rigidez.)  A   decir
verdad,- no   comprendo…
BROWN.-(Precipitadamente.)  Entra.  Te    lo   explicaré. Pasa   aquí y  ponte cómoda. (Abre de  par  en  par  la  puerta y  la  hace  entrar en  su  oficina  privada.)
EL   DIBUJANTE MAYOR.- Dion  le   debe  estar  contando alguna fábula  a  su   mujer.
DIBUJANTE   JOVEN.-Sin  duda  finge  que   sigue   trabajando aquí... y  Brown  le  ayuda en  ese   juego...
EL  DIBUJANTE  MAYOR.-Pero... ¿por qué   habría de  hacer   eso  Brown, después  de... ?
EL  DIBUJANTE   JOVEN.-Bueno...  Lo  que   es   yo...  ¡que me  registren!  (Trabajan.)
BROWN.-Siéntate, Margaret. (Ella   se  sienta   en  la  silla con   aire  envarado. Él,  detrás del  escritorio.)
MARGARET.-(Con frialdad.) Me gustaría alguna explicación...
BROWN.-(Con tono  insinuante.) Vamos... ¡No te  enojes,  Margaret!  Dion  está    trabajando   empeñosamente  en su  plano para el  nuevo Capitolio del   Estado y  no  quiero que  lo  molesten... ¡ni  siquiera tratándose de  ti!  ¡De  modo que   pórtate como   una  mujercita valerosa!  ¡Recuerda que es  por   el   propio  bien   de   Dion!  Le  pedí  a  él   que   te  lo explicara.
MARGARET.-(Ablandándose.) Dion me dijo  que  ustedes habían  convenido  pedirme  que   ni   yo  ni  los   niños  viniéramos aquí... pero, en   realidad, casi  nunca veníamos.
BROWN.-¡Pero podían venir! (Con  confidencial cordialidad.)  Esto   es  por   su   bien,  Margaret. Conozco a   Dion. Debe evitar  las   distracciones cuando  trabaja.  No   es   un hombre vulgar, como comprenderás. ¡Y  ese  plano es  todo su  porvenir! Todo el  mérito será   suyo   y  apenas sea  aceptado el  plano lo  haré  socio   mío.   Está   convenido.  Y  después    de   eso,    me    tomaré  unas  largas  vacaciones...   me marcharé a  Europa por   un   par   de  años... ¡y  dejaré  todo esto   en   manos  de   Dion!  ¿No  te  ha   dicho él   todo   esto?
MARGARET.-(Con regocijo, ahora.)  Sí. .. Pero me  costaba   creer... (Orgullosa.) Estoy   segura de  que  Dion puede hacer eso.   ¡Últimamente se  ha   convertido en   un   hombre nuevo,  desbordante  de   ambición  y  energía!  ¡Eso me   ha hecho  tan   feliz!  (Se   interrumpe, turbada.)
BROWN.- (Profundamente  conmovido, le  toma   la  mano en  impulsivo arrebato.) ¡Y  a  mí  también!
MARGARET.-(Confusa, con   divertida  risa.)   ¡Vamos, Billy  Brown! ¡Por  un   momento creí que hablaba Dion! ¡Tu voz   se   parecía tanto  a  la  suya... !
BROW.-(Con   repentina  desesperación.) ¡Margaret,  tengo  que decírtelo!  ¡No puedo seguir así!   Tengo que   confesártelo...  ¡Hay algo...!
MARGARET.-(Alarmada.)  ¿No... no  se  trata de   Dion?
BROWN.-(Con  aspereza.) ¡Al   diablo con   Dion! ¡Al   diablo  con   Billy  Brown! (Se  arranca la máscara y descubre un sufriente  rostro,  macilento  y  asolado  por  el   sufrimiento: su  verdadero rostro, atormentado  y  deformado  por  el  de monio de  la máscara de  Dion.) ¡Piensa en  mí!  ¡Yo te  amo, Margare!! ¡Deja a  Dion! ¡Yo te  he   amado siempre!  ¡Ven conmigo! ¡Lo liquidaré  todo!  ¡Nos iremos al  extranjero y seremos felices!
MARGARET.-(Atónita.) ¿Comprendes   qué  estás  diciendo,  Billy  Brown? (Con   un  escalofrío.) ¿Estás loco? Tu  rostro... es   terrible.  ¡Estás enfermo!  ¿Quieres  que  llame a un   médico?
BROWN.-(Apartándose  lentamente de  ella   y  poniéndose  la  máscara,  con   voz   apagada.)  No.   He   estado  al   borde... de   un   colapso... durante algún tiempo. Suelo sufrir accesos... Ahora me  siento mejor.
(Volviéndose hacia  ella.)
¡Perdóname! ¡Olvida  mis   palabras! Pero, por   lo  que  másquieras, no  vuelvas aquí. ..
MARGARET.-(Con   frialdad.)  Te   aseguro  que,  después de   esto...  (Mirándolo, con   dolorida incredulidad.) ¡Pero Billy!   ¡Si  me  parece realmente increíble... después de  tantos  años ...!
BROWN.-No volverá a  suceder. Adiós.
MARGARET.-Adiós.  (Queriendo  cambiar de  tema    para que  las  palabras sean  menos ásperas, con  sonrisa   forzada.)
¡No  hagas trabajar  demasiado a  Dion! Nunca lo  tenemos ya  en   casa  a  la  hora  de   la    cena.  (Sale,  pasando junto   a uno  de  los dibujantes y se marcha por derecha, foro.  Brown se  sienta  ante   su  escritorio, volviendo  a  quitarse la  más cara.  La  contempla con   aire  amargo, cínico  y  divertido.)
BROWN.-¡Estás muerto, William Brown, muerto sin esperanzas de  resurrección! ¡Fue el  Dion que  enterraste  en tu   jardín  quien  te  mató,  no   tú   a  él!    ¡Fue  el  marido  de Margaret   quien... !   (Ríe  con   aspereza.)  ¡El   paraíso  por medio  de   un   representante!  ¡El    amor  merced  a  un   error de  identidades!  ¡Dios  mío! (Esto, con   tono casi  de   plegaria. Ahora, con   arrogante desafío.)  ¡Pero  es  el  paraíso,  a pesar de   todo!  ¡Yo   amo! (Mientras habla, entre   en  la  sala de  dibujo un  hombre elegante, corpulento, de  aire  importante. 
Lleva   un   plano   arrollado en   la  mano.  Saluda  con leve  movimiento de  cabeza y aire condescendiente a los dibujantes y va directamente hacia  la  puerta  de  Brown, a la cual  llama   con  golpes   perentorios  y,  sin  esperar respuesta, hace   girar  el  picaporte. Brown tiene  apenas el  tiempo  justo   para  volver  la  cabeza  y   ponerse   la  máscara.)
EL  HOMBRE.-(Con vivacidad.) ¡Ah!  ¡Buenos días! He entrado sin  esperar... ¿Supongo que no  molestaré... ?
BROWN.-(Convertido  nuevamente  en  el  arquitecto  de éxito, con   tono  cortés.)  En   absoluto,  señor.  ¿Cómo está usted? (Se  estrechan la  mano.)
Siéntese.  Tome un   cigarro.
Y,  ahora... ¿Me dirá en  qué   puedo servirlo esta   mañana?
EL  HOMBRE.-(Desenrollando el   plano.)   Se  trata de  su plano. Mi  esposa y yo  hemos vuelto a  estudiarlo. Nos  gusta... y  no  nos  gusta. Y  cuando un  hombre proyecta invertir medio millón, es   natural que lo  quiera  todo a  su  gusto...
¿verdad?  (Brown asiente.) Esto es  algo   frío y  mezquino,  demasiado parecido  a   una tumba,  si   me   permite la  expresión, para ser   una   casa   habitable. ¿No podría usted darle  más    vida,  agregarle  algunas  ornamentaciones, hacerla  más   hermosa  y  más   tibia... ?  Usted me   entiende. (Lo mira   con  aire  de  duda.) Me  han   dicho que   usted tuvo un  ayudante, Anthony, que era   un  as  para todos esos   detalles, pero que lo  ha  despedido...
BROWN.-(Con delicadeza.) ¡Habladurías!  Sigue trabajando conmigo, pero, por   razones privadas, no  quiere que eso  se  sepa. Sí,  se  ha  formado a  mi  lado y es  muy   ingenioso.  Le  entregaré esto inmediatamente y  le  daré las  instrucciones necesarias para que   dé  cumplimiento a  sus deseos ...
TELÓN

ESCENA II

Escenario: El  mismo del  segundo acto,  escena   tercera, la biblioteca de la casa de Brown, a las ocho  de esa misma noche, aproximadamente. Se  oye  a  Brown  avanzar   a  tientas en la oscuridad. Enciende la lámpara  del escritorio. Exactamente debajo de  ésta,  sobre  una  suerte  de  pedestal, está  la  máscara   de  Dion, cuyos   ojos   vacíos   miran   hacia adelante.
Brown  se quita  su máscara   y la  pone  sobre  el escritorio, delante  de  la de  Dion.  Se  desploma en  el  sillón  y contempla   fijamente, inmóvil,  los  ojos   de  la  máscara   de  Dion. Por  fin  comienza con  tono  amargo   y  burlón.
BROWN.-¡Escucha!  Hoy,  a  duras  penas  pudimos  salvarnos... ¡tú y  yo!  No  podremos seguir ocultando esta   situación durante  mucho tiempo.  ¡Hay  que   poner en   marcha   nuestro  plan! Hemos hecho ya  el  testamento  de  William  Brown, dejándote su  dinero y su empresa.
Ahora debemos marcharnos  sin   pérdida de   tiempo a  Europa...   ¡y matar allí  a  Brown! (Con  tono algo  insultante.) Entonces, tú... el  yo  que está   en  ti... yo, viviré feliz   con   Margaret, eternamente. (Más  insultante.) ¡Margaret tendrá  hijos  conmigo!  (Le   parece  oír  una  burlona   negativa de  la  máscara. Se  inclina   hacia   ella.)   ¿Qué?  (Con   una   risita   burlona.)
¡Sea   lo  que   fuere, no  importa! ¡Tus hijos   me  quieren  ya más  de  lo  que  te  quisieron nunca! ¡Y  Margaret me  quiere más   aún!  Tú   crees   haber  triunfado...  ¿verdad?  ¿Crees que  necesito fundirme en  ti  para vivir? ¡Todavía no,  amigo mío! ¡Nada de eso!  ¡Esperaré un poco! 
Gradualmente. Margaret amará lo  que   está   debajo de  la  superficie...  ¡yo mismo! ¡Poco a poco  le enseñaré a conocerme y luego, finalmente, me  descubriré ante ella  y le  confesaré que  robé
tu  lugar  por   amor  y  Margaret  comprenderá  y  perdonará y  me  amará!  ¡Y  tú,  serás olvidado! ¡Ja, ja! (Vuelve a  inclinarse   sobre  la  máscara, como   si  escuchara   y  dice, con tono  atormentado.) ¿Qué  dices? ¿Que  Margaret nunca me creerá? ¿Que nunca comprenderá? ¿Que  nunca verá   claro? ¡Mientes, demonio! (Estira   las  manos   como   para  asir a  la  máscara   de  la  garganta,  luego   se  echa  atrás  con  un escalofrío de  impotente desesperación.) ¡Dios mío,   ten  piedad   de   mí!   ¡Déjame  creer!  ¡Benditos sean   los   piadosos!
¡Misericordia para   mí!  (Espera, el  rostro  vuelto  hacia  arriba,  con   tono   suplicante.) ¿Todavía  no?   (Con   desesperación.)  ¿Nunca? (Pausa.  Luego, en  súbito  acceso  de  pánico, tiende  la mano  hacia  la  máscara  de  Dion,  como  un  morfinómano hacia  su  droga.  Apenas la ha  agarrado,   parece  recuperar   las   fuerzas   y  logra   forzar  una  triste  risa.)  Ahora estoy   bebiendo tu  fuerza, Dion... la  fuerza  para   amar  en este   mundo  y  morir  y  dormir  y  convertirse  en  fértil  tierra, como   ocurre ahora contigo en  mi  jardín...  ¡donde tu debilidad  es   la   fuerza  de   mis   flores,  donde  tu   fracaso como   artista  pinta sus  pétalos de  vida! (Con  tono   jactancioso.)   ¡Ven  conmigo  mientras  el   novio   de   Margaret  se pone  tu  ropa, Dion   Anthony!  ¡Necesito al  diablo cuando estoy   en   las   tinieblas!  (Se   va   por  izquierda,  pero  se  le oye  hablar.) ¡Tus  trajes  empiezan  a  sentarme mejor que los  míos  propios! ¡Apresúrate, Hermano! A esta  hora ya deberíamos estar en  casa. ¡Nuestra esposa nos  espera! (Reaparece, después  de  haberse   cambiado  de  chaqueta  y de   pantalones.) ¡Ven  conmigo  y  vuelve  a  decirle  que   la amo! ¡Ven  y  escúchale decirme cómo  te  ama! (Súbitamente  no  puede  contenerse y besa  la  máscara.)   ¡Te   amo   porque  ella   te   ama!  ¡Mis   besos  sobre  tus   labios  son   para ella! (Se   pone  la  máscara   y  se  yergue   por  un  momento: parece  crecer  repentinamente en  estatura   y en  arrogancia. Luego   dice   con   una   risotada   de   audaz   confianza  en   sí mismo.)  ¡Salgamos  por   la   puerta  de   servicio! ¡No  debo olvidar  que   soy   un   terrible  delincuente,  perseguido  por Dios   y  por   mí  mismo!  (Sale   por  derecha, riendo   con  divertida   satisfacción.)
TELÓN


ESCENA III
Escenario: El  mismo de  la  primera  escena  del  acto   primero:   la sala de  la casa  de  Margaret. Ha  transcurrido media  hora, aproximadamente,  desde la  última  escena. Margaret  está  sentada  en  el  sofá, esperando con   la  ansiosa e impaciente  expectativa del  ser  profundamente enamorado. Viste con   un  cuidadoso  y  sutil   toque  de  elegancia extra, con  miras   a  resultar atrayente.  Su  aire  es   juvenil   y   feliz. Trata  de   leer   un   libro. Alguien  abre   y   cierra   la   puerta de  calle.   Margaret se  levanta  de  un   salto   y  corre   a   foro para  echarle los  brazos al  cuello a  Brown, que  entra   por derecha  de   foro.   Lo  besa   apasionadamente.
MARGARET.-(Mientras él  retrocede, con  algo  así  como una   sensación  de   culpabilidad,  le   dice   riendo.) ¡Vamos, odioso!  ¡Voy  a  creer,  realmente,  que   quieres  rehuir  mis besos! 
Pues  bien... por   eso   mismo, yo...
BROWN.-(Con  salvaje y desafiante  pasión, la  besa  una y  otra  vez.) ¡Margaret!
MARGARET.-Llámame  Peggy,  de   nuevo.  Solías  hacerlo   cuando me   amabas  de   veras.  (Con   dulzura.) ¿Recuerdas   el   primer  baile  en   la   fiesta escolar...  tú   y  yo  en   el embarcadero a  la  luz  de  la  luna?
BROWN.-(Con  dolor.) No.  (Retira sus  brazos, que  la rodean.)
MARGARET.-(Reteniéndolo,  ríe.)    ¡Pues  a   mí   me    encanta recordarlo! ¡Viejo oso! ¿Por qué no?
BROWN.-(Tristemente.)  Eso    sucedió  hace  tanto  tiempo...
MARGARET.-(Con  un   dejo   de   melancolía.) ¿No  quieres  acordarte de   que   estamos envejeciendo?
BROWN.-Precisamente.  (La   besa   con   dulzura.)  Estoy cansado.  Sentémonos.  (Se   sientan  en   el   sofá,   él   rodeándola   con  el  brazo, la  cabeza  de   Margare! apoyada  en   su hombro.)
MARGARET.-(Con  un   suspiro  de   dicha.)  No   me   importa  recordar...   ahora  que  soy    feliz.  Eso    sólo  duele cuando soy   desdichada... y  he  sido tan   feliz últimamente, querido... ¡y   te   estoy  tan   agradecida!  (Brown se  mueve, desasosegado.  Ella   prosigue,  con    júbilo.) ¡Todo  ha   cambiado!  Yo   ya  me   había 
resignado... y  estaba  triste  y  sin esperanzas,  además...   y   entonces,  repentinamente,   cambiaste por   completo y  todo volvió a  ser   como cuando  nos casamos... mucho mejor aún.
Siempre fuiste tan   extraño y  retraído y  solitario... Nunca me   había sentido  realmente  próxima a  ti. Pero, ahora, siento que te  has   vuelto completamente  humano... como yo... ¡y  soy   tan   feliz, querido! (Lo besa.)
BROWN.-(La voz  trémula.) ¿De  modo que   te  he  hecho feliz, más   feliz que   nunca... suceda lo  que   suceda? (Ella asiente.) Entonces... ¡eso   lo   justifica  todo!  (Ríe  forzadamente.)
MARGARET.-¡Claro que   sí!   Siempre  lo   esperé.  Pero tú  no  querías ser   así. .. o  no  podías serlo...  y  yo  no  podía ayudarte... ¡y   siempre te   adivinaba  tan   solitario!  ¡Siempre    oí   que  me   llamabas  en   tu   ayuda  porque  te   habías extraviado,  pero yo  no  lograba el  camino hasta  ti  porque también estaba extraviada!  ¡Qué
horrible era   aquella  sensación  para  una  esposa'  (Ríe y  dice, alegremente.) ¡Pero, ahora, estás aquí!  ¡Eres mío! ¡Eres  mi   amante  recuperado   y  mi   marido y  también  mi   niño grande!
BROWN.-(Con  un   dejo   de   celos.) ¿Dónde  están  tus otros niños grandes, esta   noche?
MARGARET.-Fueron  a  un   baile. Conviene que  te  enteres   de   que  todos  ellos tienen  ya  sus   chicas.
BROWN.-(Burlón.) ¿No estás celosa?
MARGARET.-( Alegremente.)  ¡Claro  que    sí!    ¡Terriblemente  celosa!  Pero soy   diplomática. No   los  dejo adivinar mis    celos.  (Cambiando  de   tema.)  ¡Créeme!  ¡Los  chicos han  notado el  cambio operado en   ti!  El   mayor  me   decía hoy:  <<Es   una  suerte  que  papá  no   esté  ya   tan   nervioso. ¡Es   un   gran muchacho cuando está en  vena!>>  Y  los  otros dos, dijeron,  muy   solemnemente:  <<¡Qué  duda  cabe!>>
BROWN.-(Con  voz   desgarrada.)  Me... me   alegro. MARGARET.-¡Dion! ¡Estás  llorando!
BROWN.-(Herido  por   el   nombre,  se   pone    de   pie   y dice   con   aspereza.) ¡Tonterías!  ¿Viste  alguna  vez   llorar a  Dion  por   nadie?
MARGARET.-(Con tristeza.)  Tú   no    podías  hacerlo... entonces. Estabas demasiado solitario. No  tenías con  quien llorar.
BROWN.-(Saca  un   plano   arrollado  de  una   gaveta   del escritorio y  dice, con   voz   apagada.) Tengo que  hacer  un trabajo.
MARGARET.-(Con  decepción.)   ¡Cómo!  ¿Te   ha   vuelto a  dar   encargos para  tu   casa   nuestro  viejo   Billy   Brown?
BROWN.-(Irónicamente.)   Es   por    el   propio   bien    de Dion, ya  lo  sabes... y  por   el  tuyo.
MARGARET.-(Resignándose  valerosamente, con  aire  alegre.)  Bueno. No  quiero ser   egoísta. En  realidad, me  enorgullece el  que   seas   tan   ambicioso.  Déjame que   te  ayude. (Trae la tabla   de  dibujo de  Dion, que   Brown  pone   sobre la  mesa, clavando  sobre  ella   el   plano.  Margaret  se  sienta  en  el  sofá   y  toma  su  libro.)
BROWN.-(Con   estudiada  negligencia.)  He   oído  decir que fuiste a  verme a  la  oficina...
MARGARET.-¡Sí!  ¡Y  Billy   no  me  dejó   entrar! Me  sentí  furiosa, hasta  que  él  me   convenció  de   que   era   mejor así.   ¿Cuándo  te  asociará  a  su  empresa?
BROWN.-Muy pronto,  ya.
MARGARET.-¿Y te  dará realmente plenos poderes cuando  se  vaya   al  extranjero?
BROWN.-Sí.
MARGARET.-(Con  tono  práctico.) Yo   que   tú,   lo  hostigaría. Las  promesas están  muy   bien, pero...  (Vacila.) ... no  confío en  él.
BROWN.-(Con  un   sobresalto,  ásperamente.)  ¿Qué   te induce a  decir eso?
MARGARET.-Uh... Algo   que   sucedió hoy.
BROWN.-¿ Qué?
MARGARET.-No pretendo   culparlo,  pero...   Para    ser te  franca, creo que   el  Gran Dios   Brown, como   lo  llamas, se  está  volviendo algo  extraño y es  tiempo de  que  se  tome unas vacaciones. ¿No  te  parece?
BROWN.-(La  voz   excitada,  pero   con   cautela.)  Pero... ¿Por  qué?  ¿Qué  hizo?
MARGARET.-(Con  tono  vacilante.)  Bueno...   A   decir verdad,  aquello fue   demasiado estúpido. Repentinamente, Brown  se  volvió muy   raro. Su   rostro me  asustó. Parecía un   cadáver.  Luego  desvarió  y   dijo   unas    tonterías,  afir mando que   siempre me  había amado. ¡Se  portó como   un perfecto  estúpido!  (Mira  a   Brown,  que   la  observa   fijamente.  Margaret siente  desasosiego.) Quizás  yo  haya  hecho   mal  en   decirte  esto.  Brown,  sencillamente,  no   era responsable de  sus  palabras.  Luego volvió
en  sí  y  se  mostró   normal  y  me  rogó   que   lo  perdonara y  parecía   apenadísimo y  le  tuve  lástima.
(Con un  escalofrío.} ¡Pero, para serte franca, Dion, oírlo  me  resultó indeciblemente desagradable! (Con bondadoso y destructor desdén.) ¡Pobre Billy!
BROWN.-(Con  un   destello  de  atormentado  sarcasmo.)
¡Pobre  Billy!   ¡Pobre  Billy,  El   que   recibe  las   Bofetadas!
(Con  burlón  frenesí.) ¡Lo   mataré  para   ti!  ¡Te   serviré su corazón  en   el   desayuno!
MARGARET.-(Levantándose    de    un     salto,   asustada.)
¡Dion!
BROWN.-(Agitando su  lápiz-punzón, con  grotescos molinete.)  ¡Te   dijo   que   mataré  a   ese   maldito  y   repulsivo Gran Dios   Brown, que   se  interpone como   un  carnero  cebado en  el  camino de  nuestra salud, riqueza y  felicidad!
MARGARET.-(Perpleja,  no   sabiendo hasta    qué    punto finge   Brown, lo   rodea   con   el  brazo.)  ¡Cálmate, querido!
Te   vuelves nuevamente  horrible  y  extraño. Eso  me  hace temer que   no  hayas cambiado de  veras, después de  todo.
BROWN.-(Sin  prestarle   atención.)  ¡Y,  entonces, mi  esposa   podrá  ser   feliz!    ¡Ja,    ja!  (Ríe.  Margaret se  echa   a llorar. El  se  domina, le  acaricia la  cabeza  y  dice  con  dulzura.)  Muy   bien,  querida.  El  señor  Brown  está   ahora  a salvo en  el  infierno.
¡Olvídalo!
MARGARET.-(Deja  de   llorar,  pero   se   muestra  inquieta  aún.) No  debía  decírtelo...  pero no  supuse, ni  por   un momento,  que   lo   tomarías  en   serio.  ¡Siempre  consideré a  Billy  Brown tan  sólo  un  amigo y  últimamente ni  siquiera  eso!   ¡No es  más  que   un  viejo   estúpido!
BROWN.-¡Ja,  ja!  ¿No te  dije   que   Brown estaba  en   el infierno?  ¡Lo   están  torturando!  (Dominándose de  nuevo, con   aire  agotado.)  Por   favor,  déjame solo,   ahora. Tengo que trabajar.
MARGARET.-Perfectamente, querido.  Iré  al  cuarto  contiguo  y,  si   necesitas  algo,   te   bastará  con   llamarme.  (Le acaricia  el  rostro  y  dice, zalameramente.) ¿Queda  olvidado   todo   eso?
BROWN.-¿Serás  feliz   así?
MARGARET.-Sí.
BROWN.-Entonces... ¡todo eso   está   liquidado,  te   lo aseguro!  (Ella   lo  besa   y  sale.  El   permanece absorto  con la  mirada  fija  en  el  vacío, luego se  aparta   de  los   pensamientos  que   lo  asedian  y  se  concentra en   su  trabajo,  diciendo,  con   sarcasmo.)  ¡Nuestro  hermano  Capitolio  flamante lo  reclama, señor Dion! ¡A  trabajar! ¡Esconderemos astutamente al  viejo  Sileno en  la  cúpula! ¡Que baile sobre el   recinto  donde  hacen  las   leyes,   con   su   eterna  mirada maliciosa!  (Se   inclina  sobre  su  trabajo.)
TELÓN

ACTO  CUARTO
ESCENA  I
Escenario.  El   mismo de   la   primera    escena   del   tercer acto:   la  sala  de  dibujo y  la  oficina de  Brown. Un  anochecer,  al  cabo   de  un   mes   aproximadamente.  Los   dos  dibujantes  están inclinados  sobre su  mesa, trabajando.
Brown,  ante   su   escritorio,  trabaja  febrilmente   en   un plano.    Usa   la  máscara  de   Dion. La   máscara  de   Brown está   sobre   el  escritorio, a  su   lado.  Mientras  trabaja,  ríe con   maliciosa  alegría   y,   finalmente, arroja   su   lápiz   después  de  hacer   con  
él  un   molinete.

BROWN.-¡Terminado! ¡En nombre del Todopoderoso Brown, amén,  amén!  ¡He   aquí un   Capitolio  maravillosamente  perfecto!   ¡El   plano  serviría  igualmente  para    un Asilo   de   Delincuentes  Retardados!  ¡Pero  mi   arte   es   tal que   esto   les   parecerá  tener  una   mera  finalidad  burguesa y  de   sentido  común,  respetable  como   los   tirantes  de   un diputado!  ¡Sólo a  mí  esta   pomposa fachada  me  revelará su   verdadero  rostro,  la   cansada  mueca  irónica  de   Pan que, con   los   oídos  amodorrados  por   el  desmayado  zumbido   de  las   civilizaciones  de   ayer   y  de   mañana,  escucha desganado las  leyes  aprobadas por  sus  propias pulgas para esclavizarlo!  ¡Ja,   ja,   ja!  (Da   un   salto   grotescamente  desde  atrás  de  su  escritorio  y  luego   unas   cabriolas cabrunas, riendo con  sensual  deleite.) ¡Viva  el  jefe de  policía Brown!
¡El   fiscal  de   distrito  Brown! ¡El   alcalde  Brown!  ¡El   intendente   Brown!  ¡El   diputado   Brown!  ¡El   gobernador Brown! ¡El senador Brown! ¡El  presidente Brown! (Canturrea.) ¡Oh!  ¿Cuántas  personas en   un  solo  Dios   forman al  Gran Dios   Brown? ¡Ja,   ja,  ja,  ja!   (Los dos  dibujantes del   cuarto contiguo  han   dejado  de   trabajar  y  escuchan.)
EL  DIBUJANTE   JOVEN.-¡Borracho  como   una   cuba!
EL  DIBUJANTE  MAYOR.-Por lo  menos, Dion obraba  decorosamente y  no  venía entonces  a  la  oficina ...
EL  DIBUJANTE  JOVEN.-¡Qué raras son  estas   repentinas borracheras de  Brown!
EL  DIBUJANTE   MAYOR.-Es probable  que   haya   bebido a  escondidas hasta ahora.
BROWN.-(Ha  vuelto a  su  escritorio, riendo   para  sí  y sin  aliento.) ¡Es  tiempo de  que nos   volvamos respetables de  nuevo! (Se  quita   la  máscara   de  Dion   y estira  la mano hacia  la 
suya  propia:  luego  se  detiene, cada  mano  apoya da  en  una  de  ellas,  contemplando el  plano  con   fascinada aversión. Su  verdadero  rostro   se  muestra  ahora  enfermo, lívido, atormentado, con  las  mejillas hundidas  y  los  ojos febriles.)  ¡Horrendo! ¡Repulsivo! ¡Despreciable! ¿Por qué ha  de  ser   alcahuete de  lo  trivial el  demonio que   está   en mí... para   castigarme luego con   el  asco   a  mí  mismo y  el odio a  la  vida? ¿Por  qué no  soy   lo  bastante fuerte para perecer...  o  lo   bastante  ciego   para  ser   feliz?  (Al   cielo, amargamente  pero   con   tono   de   súplica.) Dame  fuerzas para destruir esto... y  para  destruirme a  mí  mismo...  y a él...  y  creeré en   Ti!   (Mientras  hablaba, se  ha  oído  un ruido   en  las  escaleras.  Los   dos   dibujantes  se  han   inclinado  sobre  su  trabajo. Entra   Margaret, cerrando la  puerta  en 
pos  de  sí.  Al  oír  esto, Brown se  sobresalta. Adivina  de  inmediato quién ha  llegado   y exclama, con  tono  de alarma.)   ¡Margaret!  (Torna ambas máscaras   y entra  en  la habitación de
 la  derecha.)
MARGARET.-(Se  advierten  en   ella   salud    y   felicidad, pero  su  rostro  traiciona inquietud  y un  solícito  afán  y  les dice  amablemente a los  dibujantes que  la  miran  absortos.) Buenos
días. Oh, no  se  preocupen...  No  vengo a  ver  a  mi marido, sino   al  señor Brown...
EL  DIBUJANTE JOVEN.-(Con  tono   indeciso.)  El   señor Brown se  ha  encerrado en  su  oficina, pero si  usted llama a  la  puerta, quizá...
MARGARET.-(Llama con  los  nudillos  y  dice,  con  cierta  turbación.) ¡Señor  Brown! (Brown entra  en  su  oficina, con  su  máscara  de  William Brown. Se  acerca  con  rapidez a  la  otra   puerta   y  la  abre.)
BROWN.-(Con  turbulenta  cordialidad.)  ¡Pasa,  Margaret!  ¡Pasa!  ¡Qué  deliciosa sorpresa!  ¡Siéntate! ¿En  qué puedo servirte?
MARGARET.-(Tomada  de   sorpresa, algo  ceremoniosa.)
En... poca   cosa.
BROWN.-Se trata   de   Dion,  sin    duda.  Pues  bien...
Tu    niño    mimado  está    perfectamente...   ¡Nunca  estuvo mejor!
MARGARET.-(Con   frialdad.)   Eso   es   cuestión  de   opiniones.  A   mi   parecer,  tú   lo   estás   matando  a  fuerza  de trabajo.
BROWN.-Oh,  no... Dion no  morirá. Es  Brown quien ha  de  morir. Ya  lo  hemos convenido.
MARGARET.-(Mirándolo  con  extrañeza.) Hablo  en   serio.
BROWN.-Yo  también.   ¡Con  una    seriedad  espantosa!
¡Ja! ¡ja! ¡ja!
MARGARET.-(Reprimiendo  su   indignación.)  ¡Ese   es   el motivo  de  mi   visita. A  decir  verdad, Dion   está   tan   nervioso  y   agitado  últimamente,  que   estoy   segura  de   que poco   le  falta  para   sufrir  un   colapso.
BROWN.-Pues  la  culpa  no   la   tiene  el  alcohol ciertamente, Dion no  ha  bebido una  sola  gota. ¡No la  necesita!
¡Ja,  ja!  ¡Y   yo  tampoco, aunque  las   malas lenguas están empezando  a  decir  que   vivo   borracho!  ¡Esto  se  debe  a que   he  empezado a  reírme!  ¡Ja,   ja,  ja!  ¡En   esta   ciudad, sólo   creen en   la   alegría  cuando  se   tiene   una   botella  a mano!  ¡Qué  gentuza ridícula! ¡Ja,  ja,  ja!  Y  eso,   aunque uno  sea  el  Gran Dios  Brown... ¿eh, Margaret? ¡Ja, ja,  ja!
MARGARET.-( Levantándose,   con    desasosiego.) Temo que   yo ...
BROWN.-¡No  temas,  querida!   ¡No   volveré  a   hacerte el  amor!  ¡Palabra  de   honor!  ¡Estoy  demasiado  cerca   de la   tumba  para  cometer  semejante  locura!  Pero   tú   debiste divertirte la  vez   pasada,  al  venir aquí  y  ver   cómo  se comportaba  un   viejo   y  repulsivo  tonto  como   yo... ¿eh?
¡Debiste divertirte de  un  modo indecible! ¡Ja,   ja,  ja! (Con brusco    movimiento  blande  el    plano    ante   ella.)    ¡Mira!
¡Lo   hemos terminado!  ¡Dion  lo  terminó!  ¡Su   reputaciónestá   hecha!
MARGARET.-(Con acritud.)  ¡Realmente,  Billy,   me   parece   que   estás borracho!
BROWN.-Nadie  me  besa... ¡de   modo  que   todos  ustedes  pueden  creer lo  peor!  ¡Ja,  ja,  ja!
MARGARET.-{Con   frialdad.)   Entonces, si  Dion   ha   terminado... ¿por qué   no   puedo verlo?
BROWN.-(Con   insensato  frenesí.)  ¿Ver  a  Dion? ¿Ver a  Dion? ¿Por  qué   no?   Estamos  en  la  época  de  los  milagros.   Las  calles  están  llenas  de   Lázaros.  ¡Reza  una   plegaria!  ¡Mejor  dicho,  espera... espera un   momento,  por favor. (Se   va  a  la  habitación  de  la  derecha.  Al   cabo   de un  instante  reaparece con  la  máscara   de  Dion. Tiende  sus brazos  y   Margaret  se  echa   en   ellos.  Se   besan   apasionadamente. Por   fin,  Brown se  sienta   con  ella  en  el  canapé.)
MARGARET.-De modo  que   lo   has   terminado.
BROWN.-Sí.  Pronto  vendrá  a  verlo   la   comisión.  ¡He hecho  todos  los  cambios  que   querían  los  muy   estúpidos!
MARGARET.-(Amorosamente.) ¿Y  podremos irnos a pasar  esa  segunda luna de  miel,  de  inmediato?
BROWN.-Dentro  de   un   par    de   semanas,  supongo ... apenas yo  haya   logrado que  Brown  se  vaya  a  Europa.
MARGARET.-Dime...  ¿No   estará  bebiendo  Brown más de   la  cuenta?
BROWN.-(Con la  misma risa  de  Brown.) ¡Ja,   ja! ¡Está siempre  borracho  perdido!  ¡Borracho de   vida!  ¡No   puede   soportarla!  ¡La   vida   le  está   quemando  las   entrañas!
MARGARET.-( Alarmada.)  ¡Querido!  Me  inquietas. ¡Tu risa   parece  tan   desatinada  como   la  de  él!   ¡Necesitas  descanso!
BROWN.-(Dominándose.)  Descansaré en   paz... ¡cuando  él  se  haya   ido!
MARGARET.-(Con   una    mirada     de    extrañeza.)   Pero,
Dion... Ese   no  es  tu   traje... Es  igual   al  de ...
BROWN.-¡Es el  suyo!  ¡No   tardaremos en  ser  mellizos!
¡He   empezado  por   heredar su  ropa! (Calmándose, al  ver cuán  asustada  está  ella.)   No  te  preocupes,  querida.  Estoy algo  exaltado, ahora que   está  concluido el  trabajo. ¡Creo que   también  yo  estoy  algo   borracho  de   vida!  (Entra  en la  sala  de   dibujo  la   comisión,  integrada  por  tres   personajes   de   aire   importante  y   aspecto  vulgar.)
MARGARET.-(Forzando  una   sonrisa.)  ¡Pues  no   permitas   que   te   queme  por   dentro!
BROWN.-¡No  hay   peligro!  ¡Por  dentro  estoy   templado  en  el  infierno! ¡Ja,  ja,  ja!
MARGARET.-(Besándolo,  con   aire   zalamero.)   ¡Vámonos  a  casa, querido!...  ¡Te   lo  ruego!
EL   DIBUJANTE MAYOR.-(Llamando  a   la   puerta.)  Ha llegado la  comisión, señor Brown.
BROWN.-( A   Margaret, presurosamente.) Recíbelos  tú, Margaret. Muéstrales el plano. Yo iré en busca de Brown. (Alzando la  voz.)  Adelante, señores. (Se   va   por  derecha, en  el  preciso   instante en  que   la  comisión entra   en  la  oficina.  Al  ver  a Margaret , los  visitantes se detienen,  sor prendidos.)
MARGARET.-(Turbada.) Buenas tardes. El señor Brown vendrá  inmediatamente.  (Los  visitantes se  inclinan.  Margaret  les  exhibe el  plano.) Este   es  el  plano de  mi  marido. Lo  terminó hoy.
LA  COMISIÓN.-¡Ah! (Todos   se  agolpan  a  su   alrededor   para  mirarlo,  con   entusiasmo.) 
¡Perfecto!  ¡Espléndido!    ¡Inmejorable!  ¡Exactamente lo   que   habíamos   sugerido!
MARGARET.- (Con alegría.)  ¿De   modo que  lo  aceptan?
¡El   señor  Anthony  se  sentirá  tan   satisfecho!
UNO  DE LOS MIEMBROS.- ¿El señor Anthony?
OTRO.-¿Está  trabajando aquí de  nuevo?
UN  TERCERO.-¿Debo  entender  que   este   plano  es   de su  esposo?
MARGARET.-(Con excitación.)   ¡Sí!   ¡Totalmente  suyo! Ha   trabajado  como   un   esclavo...  
(Aterrada.)  ¿No  querrán  decir ustedes que...  el   señor  Brown  nunca  les  dijo eso?  
(Ellos  menean  la   cabeza,  con    solemne  sorpresa.)
¡Oh!  ¡Qué  hombre vil  y  despreciable! ¡Lo   detesto!
BROWN.-( Apareciendo   por     derecha,   burlonamente.)
¿Detestarme,  Margaret?  ¿Detestar  a   Brown?   ¡Cuán  superfluo!  (Con  tono    oratorio.)  Caballeros,  les   he   estado ocultando un   secreto  para   impresionarlos más   al  revelarlo.   Este   plano se  debe   por   completo  a  la  inspiración  del genio    del   señor  Dion    Anthony.  Yo   nada  tuve   que    ver con   él.
MARGARET.-(Contrita.) ¡Oh,  Billy!    ¡Lo   siento!  ¡Perdóname!
BROWN.-(Simulando  no   haberla  oído,  toma  el   plano de  manos de los miembros de  la comisión y comienza a desprenderlo  del  tablero.  Luego dice   burlonamente.)  Adivino  en  sus rostros, caballeros, que  esto  cuenta con  la aprobación  de  ustedes. Están encantados...  ¿verdad?  ¿Y por   qué   no,   mis  queridos  amigos?  ¡Mírenlo y  mírense  a sí  mismos! ¡Ja,  ja,  ja!  ¡Esto los  inmortalizará,  buena gente.  ¡Será   una   burla inmortal! (Con   un  repentino  cambio total  de  tono,   irritado.)
¡Malditos  estúpidos!  ¿No  se  dan cuenta  de   que   esto   es   un   insulto,  un   insulto  terrible  y blasfemo que  el fracasado Anthony nos  arroja en  su  amargura   a  todos   los  que  hemos triunfado... un  insulto  a  ustedes,  a  mí,   a   ti,   Margaret. .. y  a   Dios   Todopoderoso? (En   un   frenesí  de   furia.)   ¡Y   si   ustedes  son   lo   bastante débiles y  cobardes para   soportarlo, yo  no  lo  soy!   (Rasga el plano en cuatro  pedazos.  Los miembros de la comisión permanecen   inmóviles,  estupefactos. Margaret   se  abalanza  hacia  Brown.)
MARGARET.-(Gritando.) ¡Cobarde!   ¡Dion!  ¡Dion!  (Recoge  el  plano  y  lo  oculta   contra   su   pecho.)
BROWN.-(Con súbita  cabriola  cabruna.) Le diré a  Dion que   ustedes están  aquí.  (Desaparece, pero  reaparece   casi de  inmediato con  la  máscara  de  Dion.  Se  impone un  esfuerzo  extraordinario  para  no   bailar    y   reír.   Habla   con suavidad.) ¡Calma!  ¡Todo  va   a  las   mil   maravillas!  ¡Un poco   de  engrudo, Margaret!  ¡Un   poco   de  engrudo,  caballeros! ¡Y todo  marchará bien! ¡La  vida  es imperfecta, Hermanos!  ¡Los   hombres  tienen  sus   defectos, Hermana!
¡Pero  con   unas   cuantas  gotas   de  engrudo  puede  hacerse mucho!  Una   pincelada  de   engrudo  de   resignación  por aquí y por  allá... ¡y  hasta los  corazones  destrozados  pueden   repararse  para  prestar  leales servicios!  (Se  ha  encaminado   al  sesgo  hacia   la   puerta.   Todos  lo   contemplan con  petrificada   perplejidad. Se  coloca  el  índice   sobre  los labios.)   ¡Sssht!   El  secreto  que   papá  les   va   a  contar  hoy a  sus  niños, es  éste:  el  Hombre  ha   nacido  roto. Vive   a fuerza de  remiendos. ¡La  gracia de  Dios  es  engrudo! (Con rápido   y  saltarín   movimiento, abre   la   puerta,   pasa  a  la otra  oficina  y cierra  en  pos de sí  silenciosamente, estremeciéndose   de  contenida  risa.  Con   elástico   salto,   se  acerca a los  dibujantes  petrificados y  murmura.) Lo  encontrarán en  el  cuarto contiguo. ¡El  señor William Brown ha  muerto!  (Desaparece  con  ágiles  saltos,  echando  atrás  la  cabeza,  estremeciéndose de  silenciosa   risa.  Se  oye  el  ruido  de sus  pies  que  bajan  a  saltos  las  escaleras, de  a  cinco   por vez.  Luego,  una   pausa.  La  gente  que  está  en  ambas   habitaciones  se mira,  absorta. El  Dibujante Joven  es  el  primero  en  reaccionar.)
EL  DIBUJANTE JOVEN.-(Precipitándose  al  cuarto   contiguo,  grita  con   tono   horrorizado.) 
¡El   señor  Brown ha muerto!.
LA  COMISIÓN.- ¡Él  lo  mató!  (Todos  corren   al   pequeño   cuarto   de la  derecha.  Margaret    permanece inmóvil, atónita  de  horror.  Los   demás   vuelven  un   momento  después,  trayendo la  máscara  de  William Brown, dos  a  cada lado, como   si  llevaran   un  cadáver   por  las  piernas  y  los brazos. Solemnemente  lo  depositan  sobre   el  canapé   y  se quedan contemplándolo.)
UNO  DE  LOS  MIEMBROS DE  LA   COMISIÓN.-(Con   respetuoso   terror.) No  puedo creer que   haya   muerto.
OTRO  MIEMBRO.- (En  el  mismo tono.) Me  parece oírlo   hablar, aún. (Corno   obedeciendo  a  un   mandato  irresistible, carraspea   y  le  habla   a  la  máscara,  con  tono   Importante.) Señor  Brown...
(Seinterrumpe, bruscamente.)
TERCER  MIEMBRO.-(Retrocediendo.)  No.    ¡Está  muerto, no  cabe   duda! (De   pronto,   histéricamente, con  irritación  y  terror.) ¡Tenemos  que   dar   con  el  paradero de  Anthony ahora  mismo!
MARGARET.-(Con  un  grito  de  congoja.) ¡Dion  es  inocente!
EL  DIBUJANTE   JOVEN.-¡Voy  a  llamar  a  la  policía,  señor! (Se  abalanza   hacia  el  teléfono.)
TELÓN

ESCENA II
Escenario. El  mismo de  la  segunda  escena  del  acto  tercero,  la biblioteca de  Brown. La  máscara  de  Dion  se halla sobre  la mesa  bajo  la  luz, de   frente.  Brown está  arrodillado  ante  la  mesa,  de   frente,  desnudo, salvo  un paño  blanco  que  le  cubre  la  cintura. La  ropa  que  se  ha  arrancado en  su  tormento está  esparcida sobre  el  piso. Sus  ojos,  sus brazos, todo   su  cuerpo, están  tensos  en  un  esfuerzo  hacia arriba;   sus  músculos se crispan  al  mismo tiempo que  sus labios, mientras éstos   rezan   silenciosamente en  torturada súplica. Por   fin,  de  su   pecho   se  escapa   una   voz   con  tremendo esfuerzo.
BROWN.-¡Misericordia,  Piadoso Salvador  de  los   Hombres!   ¡Desde  mi  abismo te  grito!
¡Piedad  para   este   triste terrón, tu  terrón  de   tierra  impía,  tu  barro, el  Gran  Dios Brown!  ¡Piedad,  Salvador!  (Parece  esperar  una   respuesta.   Luego  se  levanta  de   un   salto   y  estira   la  mano   para tocar   la  máscara,  como  un   niño  asustado  que   busca   la mano de  su  niñera y dice, con  instantánea y burlona desesperación.) ¡Bah!  Lo  siento,  niños, pero   vuestro  reino está vacío.  ¡Dios  se  ha   irritado,  marchándose a  alguna  lejana estrella  extática  donde  la   vida    es   una    llama  bailarina! Debemos morir sin   él. 
(Hablándole a  la  máscara, con  as pereza.) ¡Juntos, amigo mío!   ¡Tú, también; ¡Que sufra Margaret! ¡Que  sufra  todo   el  mundo como   estoy   sufriendo!   (Se   oye   el   ruido  de   una    puerta   al  abrirse  con   violencia   y  de   pies  calzados con   pantuflas  y Cybel, el  rostro cubierto  por  su  máscara,    precipita en  el  interior de  la habitación. Se   detiene  bruscamente  al  ver   a  Brown  y  la máscara  y  pasea  la  mirada absorta  del  uno   a  la  otra,  por un   momento,  presa  de  confusión. Viste  un  kimono negro y  calza   pantuflas sobre   los  pies  desnudos. Su  cabellera  rubia  cae  sobre   sus   hombros,  como una   gran   crin. Ha engordado  y  ha  aumentado en  ella   la  honda  serenidad  objetiva  de  un 
ídolo.)
BROWN.-(Mirándola  fijamente, fascinado, con gran tranquilidad, corno  si  la  presencia  de  Cybel  lo  consolara.)
¡Cybel!  ¡Yo   iba   hacia  ti!  ¿Cómo supiste?
CYBEL.-(Le  quita  la   máscara  y   mira    sucesivamente
a  Brown  y  la  máscara  de   Dion, después  de  lo  cual   dice, con   aire  de   gran   comprensión.)  ¡Fue   por   eso   que   nunca volviste a  mí!   ¡Tú eres   Dion   Brown!
BROWN.-(Con  amargura.)  ¡Yo   soy   los   restos  de   William   Brown!  (Señala  la  máscara  de   Dion.)  ¡Soy   su   asesino   y  su  víctima!
CYBEL.-(Con  risa   de   exasperada piedad.) ¡Oh!  ¿Por qué   no  aprenderán  ustedes de  una   vez  a  no  atormentarse y  a  no  atormentarme?
BROWN.-(Candoroso  y  pueril.)  Yo  soy  Billy.                                   
CYBEL.-(De  inmediato, con   calma    maternal.)  Entonces... ¡Huye, Billy!   ¡Huye!  ¡Le   están    dando caza  alguien!  ¡Vinieron a  mi   casa en   busca  de   un   asesino,   de Dion! ¡Necesitan una  víctima! ¡Necesitan apaciguar sus temores,  expulsar  a  sus   demonios, o  no  podrán  volver  a conciliar el sueño! ¡Necesitan absolverse a sí mismos encontrando  a   un    culpable!   ¡Necesitan  matar   a   alguien, ahora,  para    vivir!  ¡Tú   estás  desnudo!  ¡Debes ser   Satanás!   ¡Huye, Billy!  ¡Huye! ¡Vendrán  aquí! ¡He   venido  corriendo  para    advertírselo...  a   alguien!   ¡Huye  pronto   si quieres  vivir!                                                                          .
BROWN.- (Como  un   niño  enfurruñado.)  Estoy    demasiado cansado. No  quiero.
CYBEL.-(Con   maternal serenidad.) Bueno, Billy... No lo  hagas. Cálmate.  (Desde  fuera  llega   un   rumor.)  De  todos   modos, es  demasiado tarde. Los  oigo  ya  en  el  jardín.
BROWN.-(Mientras   escucha,  tiende  la   mano  y   torna la  máscara  de  Dion, y,  al  cobrar  fuerzas, dice   con  acento burlón.)  ¡Gracias  por   este   último favor, Dion! ¡Escucha!
¡Tus  vengadores!  ¡Están  parados  sobre  tu   tumba  en   el jardín!  (Se   pone  la  máscara  y salta  a  la  izquierda  y  hace un  gesto  como  para  abrir   una   puerta-ventana. Con   alegre burla.) ¡Bienvenidos, mudos adoradores!  ¡Yo  soy  el  Gran Dios   Brown!  ¡Me   han   aconsejado  que   huya   de   ustedes, pero  siento  el   soberano  capricho  de   bailar  en   mi   fuga sobre  sus  almas prosternadas!  (Del    jardín  llegan   gritos   y una   descarga. Brown  retrocede  tambaleándose  y  se  des ploma   en  el  suelo   junto   al  canapé,  mortalmente  herido.)
CYBEL.-(Se  lanza hacia   él,   lo  incorpora  hasta   tenderlo  en  el  canapé  y  le  quita  la  máscara de  Dion.)  No  puedes  llevarte esto  a  la  cama. Tienes que  dormir solo. (Reintegra   la  máscara  de   Dion   a  su  soporte  bajo   la  luz   y  se pone   su   propia   máscara, en   el  preciso   momento en   que, después de  varios   portazos, 
con  estrépito de  vidrios  rotos y   pisadas    presurosas,  irrumpe  en   la  habitación  un   pelotón   de   policías   que   empuñan sus   revólveres, encabezados por  un  capitán de  rostro   brutal  y  cabello canoso. Los   policías   son   seguidos  por   Margaret,  que   oprime  aún   con angustia los   pedazos  del   plano  contra  su   pecho.)
EL  CAPlTÁN.- (Señalando  la  máscara  de   Dion,  triunfalmente.) ¡Hemos  dado  con   él!    ¡Está muerto!
MARGARET.-(Se  deja   caer   de   rodillas,  toma   la   máscara   y  la  besa,   con   intensa congoja.) ¡Dion!  ¡Dion!  (El rostro   oculto en  los  brazos, la  máscara   en  sus  manos  por sobre   la  abatida cabeza, se  queda  sollozando con   profunda  y  silenciosa  pena.)
EL   CAPITÁN.-( Advirtiendo  a   Cybel  y   a   Brown,  sorprendido.) ¡Hola! ¡Miren esto! ¿Qué hacen ustedes aquí?
¿Quién es  éste?
CYBEL.-Ustedes  debieran   saberlo.  ¡Ustedes  lo   mataron!
EL  CAPITÁN.-(Con  un   gruñido defensivo,   precipitada
mente.) ¡Fue a  Anthony a  quien matamos! ¡Le   vi  la  cara!
¡Apostaría  a   que  este  individuo  es   un   cómplice!   ¡Bien merecido lo  tiene!  ¿Quién  es?  ¡Un  amigo suyo! ¡Un  bribón! ¿Cómo se  llama?  ¡Dígamelo o  le  ajusto las   cuentas!
CYBEL.-Billy.
EL   CAPITÁN.-¿Billy  qué?
CYBEL.-No  lo   sé.    Se   está  muriendo.   (Bruscamente.)
Déjenme  a  solas con  él  y  quizá consiga hacérselo decir.
EL  CAPITÁN.-¡Más vale  que  lo  haga!  Necesito un   informe completo. Le  concedo un   par   de  minutos. (Le hace un   ademán  a  los   policías,  que   lo   siguen  por  izquierda. Cybel  se  quita  la  máscara  y  se  sienta    junto   a  la  cabeza de   Brown. Este   hace un   esfuerzo  por  incorporarse  hacia ella  y Cybel le  ayuda, echando su  kimono sobre   el  desnudo   cuerpo  de   Brown  y   atrayendo  su   cabeza  sobre    su hombro.)
BROWN.-(Acurrucándose  contra ella,  con  gratitud.) La tierra es  tibia.
CYBEL.-(Con   tono  tranquilizador, mirando  el   vacío con   la  impasibilidad  de  un  ídolo.)
¡Ssss! Duérmete,  Billy.
BROWN.-Sí,  mamá.   (Con  el   tono  de   quien   explica algo.) Aquello  estaba  oscuro  y  yo   no   podía  ver   adónde iba   y  todos me   acosaban.
CYBEL.-Lo  sé.   Estás cansado.
BROWN.- ¿Y cuando  despierte... ?
CYBEL.-Volverá a  salir el  sol.
BROWN.-¡Para   juzgar   a   los   vivos  y   a   los   muertos!
(Con temor.) Yo   no   quiero  justicia. Quiero amor.
CYBEL.-Sólo hay amor.
BROWN.-Gracias,  mamá. (Débilmente.) Estoy sintiendo   sueño.  ¿Cómo  era   aquella  plegaria  que   me   enseñaste... ?  Padre Nuestro ...
CYBEL.-(Con  sereno gozo.) ¡Padre  Nuestro  que   estás!
 BROWN.- (Imitando  su   tono,  con   regocijo.) ¡Que  estás!  ¡Que  estás!  (Súbitamente, en   éxtasis.)  ¡Lo   sé!    ¡Lo he   encontrado!  ¡Lo   oigo   hablar!  «¡Benditos sean los   que lloran,   porque   reirán!»  
¡Sólo  quien  ha    llorado   puede reír!  ¡La risa   del   cielo siembra  sobre la   tierra  una lluvia de  lágrimas y la  risa  del  Hombre vuelve de  la  Tierra, transfigurada  por   los   dolores  del   parto,  para gozar de   la beatitud  y   jugar   de   nuevo  en   innumerables  llamaradas bailarinas sobre las   rodillas de  Dios! (Muere.)
CYBEL.-(Se  levanta  y  acomoda  el  cadáver  de   Brown sobre el  canapé. Se  inclina  y lo  besa  con  dulzura, se  yergue  y contempla el  espacio, diciendo con   profundo dolor.)
¡Siempre  vuelve la  primavera  trayendo la  vida! ¡Siempre!
¡Eternamente!  ¡De  nuevo la   primavera!... ,   ¡de  nuevo  la vida!...  ¡de   nuevo  el   verano  y  el   otoño  y  la   muerte   y la  paz!  (Con atormentada pena.)   ¡Pero  siempre,  siempre de   nuevo el   amor  y  la   concepción  y  el   nacimiento  y  el dolor!  ¡La   primavera que trae de  nuevo el  intolerable  cáliz   de   la   vida!...  (Con atormentada exaltación.)... ¡que trae  de   nuevo  la   gloriosa  y   deslumbrante  corona  de   la vida!   (Permanece inmóvil  y   erguida  como  un   ídolo  de la   Tierra: sus   ojos   miran  algo   que   está   más   allá   del mundo.)
MARGARET.-(Alzando la  cabeza  con  aire  de  adoración hacia   la  máscara,  con   una   triunfante  ternura aliada   a  su pena.)  ¡Amante  mío!   ¡Esposo  mío!   ¡Mi   niño!  (Besa   la máscara.) Adiós. ¡Gracias  por   la  felicidad! ¡Y   tú  no  estás muerto,  adorado!  ¡No morirás mientras viva mi  corazón!
¡Vivirás  eternamente!  ¡Dormirás bajo  mi   corazón!  ¡Sentiré cómo te  agitas en   tu   sueño, eternamente  bajo mi  corazón! (Besa   nuevamente la  máscara. Pausa.)
EL  CAPITÁN.-(Se  asoma apenas  por  izquierda  y  habla sin   mirarla, ásperamente.) Bueno...  ¿Cómo se  llama ése?
CYBEL.-¡El  Hombre!
EL   CAPITÁN.-(Extrayendo  del    bolsillo  una    sucia    libreta y un  enorme lápiz.) ¿Cómo se  deletrea eso?
TELÓN

EPILOGO

Escenario: Cuatro años  después. El  mismo sitio  del  mismo  embarcadero del   prólogo, otra  noche de  luna  de   junio. El  rumor de  las  olas  y  de  una  lejana   música bailable.
Margaret y  sus  tres  hijos   aparecen  por  derecha. El  mayor   cuenta  ahora  dieciocho  años.  Todos  visten  con    la máxima  elegancia de  la  escuela  preparatoria  para  los  estudios  universitarios.  Los   tres   son   altos,  atléticos  y  hermosos. En  torno de  la  frágil   figura  de  su  madre,  parecen gigantes  protectores,  dándole  un   extraño  aspecto  de   solitaria,   retraída  y  menuda   feminidad.  Margaret ostenta su máscara  de   madre  orgullosa  e   indulgente.  Ha   envejecido   a   todas  luces.  Su   cabello  ofrece  un   hermoso  color gris.   En   su  aire   y   su   voz, se  advierte el  sentimiento   satisfecho  de   quien  sabe   bien   cumplido  su   objetivo  vital, pero  que  nota   al  propio tiempo en  él  cierto vacío   y  sien te  desconsuelo  por  ello.   Está   envuelta  en   una   capa   gris.

EL  MAYOR.-¿Verdad que   Isabel está   hermosa esta   noche,   mamá?
EL  SEGUNDO.-¿No  te   parece  Mabel  la   mejor  de   las bailarinas, mamá?
EL  MENOR.-¡Oh!  Alicia las  supera... ¿verdad?
MARGARET.-(Con triste  risita.)  Todos  ustedes  tienen
razón. (Con extraña decisión.) Adiós, chicos.
Los HIJOS.-(Sorprendidos.)  Adiós.
MARGARET.-Fue aquí   donde,   una    noche  idéntica   a
ésta,  papá... me   declaró  su   amor.  ¿Lo  sabían  ustedes?
Los HIJOS.-(Con aire  turbado.)  No.
MARGARET.- (Con  tono  ansioso.)  Pero   las   noches son ahora  mucho  más   frías  que   antaño.  Imagínense que   yo me  bañé en   junio a  la  luz   de  la  luna  cuando  niña... El aire   era   tan   tibio  y  agradable,  entonces...   Recuerdo los meses   de   junio   en   que   yo  los   llevaba  a  ustedes  en   mis entrañas,  hijos  míos...   (Pausa. Ellos  dan    muestras  de malestar.  Ella   pide,  con   tono   de   súplica.)  ¡Prométanme honradamente no  olvidar  jamás   a  su   padre!
Los HlJOS.-(Turbados.) Sí,  mamá.
MARGARET.-(Forzando  un   tono  festivo.)  ¡Pero  no  deben   perderse una  hermosa noche de   junio   con   una   vieja como  yo!   ¡Vuelvan  al  salón  a  bailar! (Al  verlos   vacilar respetuosamente.)  Vayan. 
Realmente,  quiero  estar  sola... con   mis   junios.
Los  HIJOS.-(Sin  poder   ocultar  su  deseo  de   marcharse.)  Sí,  mamá. (Se  van.)
MARGARET.-(Se quita  lentamente  la  máscara,  depositándola sobre   el  banco y  contempla la  luna   con   pensativa y   resignada  dulzura.)   ¡Fue  hace    tanto  tiempo!  Y,   con todo,  sigo   siendo  la   misma  Margaret.  Son   solo   nuestras vidas  las   que   envejecen.  Nosotros  estamos  donde los siglos  cuentan  apenas como   segundos y  después  de  mil  vidas   nuestros ojos   comienzan  a  abrirse... (Mira en   torno con   sonrisa   extática.)... ¡y  la  luna   descansa  en   el mar!
¡Quiero  sentir  a  la  luna  en   paz  en  el  mar! ¡Quiero  que Dion   abandone el  cielo   por   mí!   ¡Quiero que   duerma  en las  olas   de   mi  corazón!  (Lentamente,  saca  de  debajo  de su  capa, de  su  pecho, se  diría   de  su  corazón, la  máscara de   Dion    tal   como  fuera  ésta   en   los   últimos  días   de   su vida, y   la  sostiene  frente  a  su  rostro.) ¡Amante  mío!  ¡Esposo   mío!    ¡Niño  mío!   ¡Nunca  morirás   mientras  viva   m corazón!  Vivirás eternamente.  ¡Estas durmiendo  bajo  mi corazón!  Siento  que   te   agitas  en   tu  sueño, eternamente bajo   mi  corazón. (Lo besa  en  los  labios, con  un  beso   que está   más  allá   del  tiempo.)
TELÓN