APOTEOSIS
DE ANA
Monólogo
de Chicho Porras. (Félix Rizo)
2905 Point East Drive. APT. L109
Aventura, Florida 33160
201 519 7992
“Mía
es la venganza, yo pagaré. Romanos 12:19
A
HF
PERSONAJES
DRAMÁTICOS
Ana
ESCENARIO:
Un banco de madera de una estación de trenes en Obiralovka. Un
enorme reloj cuelga del centro del escenario. A un lado, los
horarios de las partidas y llegadas de los trenes a la estación.
TIEMPO:
Ayer, pero inconstante.
Al abrirse el telón estará Ana sentada en un banco de la estación de trenes Está susurrando la canción rusa: Dorogaya Praskovi, mientras se pone polvo en las mejillas.
Ana:
(Guarda el polvo en el bolso y se levanta del banco. Camina de un
lado al otro de la estación como desorientada. Circunspecta) Me he
bajado aquí en la estación de Obiralovka
para tomar un poco de aire. Es que tengo esta apretazón en el pecho
que me mata, Dios santo, me aprisiona hasta ahogarme. (Pausa;
alterada) ¡Vronsky, maldito! Si hago algo de que me tenga que
arrepentir, en el infierno no encontraremos los dos un día…te lo
juro; todo será por tu culpa, y por culpa de la vieja odiosa de tu
madre. (Nerviosa; se apretuja las manos.) Su voz me causa nauseas de
solo recordarla. (Imita) Respeto, deberes, deberes y más respeto.
¡Maldigo el respeto tuyo y los de tu estirpe, vieja desgraciada!
(Toma aire con fuerza) El respeto es una pobre substitución para
el amor. ¿No es cierto? (Llora en silencio) ¿Qué dices, Ana? No
te reconozco. Tú nunca has sido así. Recapacita, Ana. Recapacita.
(Camina pensativa de un lado a otro con los ojos fijos adelante;
suspira.) Bah, tal vez sea mejor así, Ana querida: los desapareces a
todos de tu vida en un santiamén y te desapareces tú al mismo
tiempo: matas dos pájaros con un solo balazo. (Sigue caminando de
un lado al otro del andén con el bolso contra el pecho unas veces y
otras, tomado de la mano; algo impulsiva; como cantando o recitando).
Soy una paloma que se la lleva el viento: que se va, se va y se va
(silba por unos segundos), y no tiene ni dirección ni trayectoria,
ah, ah, ah. ¿Adónde podrá llegar, mi querida paloma? (Alta voz;
risa irónica) Se quedó desplumada y sin ropas, la pobre paloma.
(Pausa; irresoluta; habla con rapidez) Ya no espero por nada ni por
nadie. Me da lo mismo esto que aquello. El final será siempre
igual. (Alta voz) Los dados están ya echados, querida Ana. (Recula
y se sienta en el banco con cuidado. Saca los polvos del bolso; se
seca el sudor con la mota y se pone polvos en la cara. Devuelve los
polvos al bolso y mira al reloj de la estación fijamente; nota el
horario de los trenes sobre la pared; habla como si fuera en la
intimidad). Está atrasado el tren para Lipetsk (mira su reloj de
pulsera) y también el que va para Tambov. (Pausa; como un
delirio) Pero yo espero, siempre he esperado. Además, espero el
mío. Siempre estaré esperando el que debe venir. Porque ese tren
que yo espero es el mejor de todos los trenes. (Silencio; casi baja
voz) Es el que va para Saratov: le llaman Camapoe. (Con los ojos
medio entornados) ¡Qué nombre tan melancólico, señor! Padre
nuestro que estás en el cielo. (Se encoge de miedo) Cuando pienso
en un tren se me llena la boca de agua. Toda agua. (Escupe con
arqueadas; se limpia con un pañuelo) Ese tren es suave al roce de
los dedos y mucho más delicioso al choque con un cuerpo. (En voz
alta; se levanta del banco y deja el bolso sobre él; ademanes y
gestos ridículos) ¡Qué maravilloso invento de la modernidad!
¡Nada mejor para un final! Qué alegría utilizar los objetos
innovadores para nuestro servicio. (Se ríe alto; se tapa la boca)
Sobre todo (como en secreto) tiene todas las estructuras hechas de
acero níquel. Eso que ahora le llaman acero aleado. ¡Qué
sensación de paz! Puuummm. Solo un golpe seco y ya. Eso es todo.
Más que un tren es como una calleja del paraíso, por lo menos para
mí. El acero aleado le confiere un resplandor a las ruedas que te
deja ciega al mirar…un tren perfecto, sin un trozo de cochambre
por todo el vagón, y menos por las puertas. ¡Aprovéchalo, Ana,
antes de que le caiga la suciedad del mundo que nos rodea! (Se sienta
en una esquina del banco; pensativa.) Me imagino los ferroviarios
limpiando día y noche ese tren maravilloso para que salga hacia la
ciudad como si fuera un alma desencadenada. (Pausa corta; con
aversión) Nunca, nunca jamás me fijaría en esos trenes que van
para Volgogrado, o para Ekaterimburgo, Dios me libre (Se persigna al
estilo ruso ortodoxo; con cierta angustia). ¡Qué sucios lucen! Y
están siempre abarrotados de viejas vestidas de negro y con mal
aliento y los sudores pegados a los refajos…ay, no…no, no, puede
ser Ana. (Se levanta y camina alrededor del banco con urgencia)
¿Cómo es posible que dejen que un tren, esa maravilla del mundo
moderno pueda llenarse de tanta suciedad? ¿Es preciso ser sucio
para poder vivir un poco más? ¿Para poderse realizar? (Pausa;
desengañada) ¡Qué asco es esta vida, entonces! (Pausa; mira a
los dos lados; se vuelve a sentar; apunta hacia el fondo del
escenario) Esa señora parada en ese rincón con el niño en los
brazos, me pone tan nerviosa. (Se tapa la cara con las manos por un
instante) ¡Que se vaya ya! No puede estar esperando a nadie…estoy
tan segura. Vete, mujer, vete ya, con ese engendro de mi
culpabilidad… ¿Mi culpabilidad? (Pausa, pensativa) ¡Allí sigue
parada! Parece un alma en pena. (Con repugnancia) ¡Qué asco me
dan los pobres! No porque me den asco por ser pobres, Dios me
perdone, sino, porque yo hubiera querido ser más pobre que todos
ellos juntos. Entonces fuera, yo, Ana, la que en este momento
estuviera con el niño en mis brazos, parada en esa esquina,
esperando nada…sufriendo solo por la pobreza miserable, pero llena
de vida pobre. Los pobres no sufren porque no tienen nada por qué
sufrir. ¡Bendita subsistencia! (Mira de nuevo al reloj.) Las
menos cinco. (Pausa; pensativao) Tengo que ser fuerte…Vronsky no
me podrá ver cuando llegue. (Busca dentro del bolso, silba) ¿Y si
me ve, qué? ¡Ese es su problema! Mis dichosos láudanos,
no están aquí en el bolso. (Pensativa) Es mejor. Mis pastillitas
de la locura hermosa. ¿Las habré dejado sobre la cómoda? No
importa. Para lo que tengo que esperar, ya no hace falta.
(Canta, silba, habla en voz baja; si es posible que cante la
canción en ruso.) No
llores, no llores, querida Prascovi. No hagas infeliz a las
doncellas. No manches con lágrimas las caras blancas…
Ne
plach', ne plach', dorogaya Praskov'i,
Sdelat' ne neschastnymi spravedlivoy devy,
Pyatno ne so slezami ikh belyye litsa,
I ne slomat' silu svoikh ruk!
Sdelat' ne neschastnymi spravedlivoy devy,
Pyatno ne so slezami ikh belyye litsa,
I ne slomat' silu svoikh ruk!
(Meditabunda.)
Después de decidir lo que debía decidir, no pudo dormir más. Vi
que eran las a las dos de la madrugada. Me sentí tan sola en alma,
solitaria desde el comienzo y orando y otras veces yendo al baño con
unos dolores por todo el cuerpo que no me dejaban cerrar los ojos.
Tal vez, una fiebre muy alta. Esa fiebre que huele a muertos. Ahora
me siento seca como la corteza de un árbol…Y el agua sigue
escapando de mi cuerpo como un grifo roto… pura agua, y nada más y
sin olores, sin color… (Silencio.) Me siento como un fantasma.
¡Ana, estas desapareciendo! Te derrites a pocas como una vela.
(Camina sigilosa.) Anoche, en las tinieblas del cuarto, cuando al
fin logré cerrar los ojos por unos minutos sentí que volaba, que me
iba lejos como una hoja seca. Fue algo horrible. Al abrirlos de
pronto en la oscuridad veía a Alexiei delante de mí: cara,
cuerpo y esa sonrisa infame que tan bien sabe lucir. Era tan real
que lo podía oír con su voz agónica cerca de mí: lloraba por
momentos y otras veces, podía oír su letanía rezándole al conjuro
de sus santos imposibles. ¡Bah, los hombres mientras más cobardes,
más degenerados! Por momentos, estaba de vuelta en aquella casa
espantosa de Moscú. Me veía escondida detrás de la puerta que va
al jardín… me escondía para que no supiera que estaba allí
presente en la oscuridad, oyéndolo sufrir. Miré el reloj de
pulsera y noté que eran las dos en punto de la madrugada de nuevo,
como si el tiempo estuviera parado firme en ese espacio; recordé
que, a esa misma hora, el muy maniático se levanta diariamente de la
cama a hacer cosas misteriosas por toda la casa, deberes los llama.
(Imita) Tengo que hacer mis deberes, amor. Las mujeres no entienden
de esas cosas… Este mundo está lleno de hombres con
deberes…Siempre pensé que tramaba asesinar a alguien, ¿por qué
no? Tiene esa cachaza de asesino misterioso. Por eso siempre me
dio miedo. Un hombre con el alma de hielo, ¿y
Ana? Ana seguía escondida en su mente para que nunca pudiera
encontrarte… y lo veía entrando y saliendo del baño y del cuarto,
y por la cocina, y por el baño de nuevo y de pronto lo escucho
decir: este baño huele a sulfato de magnesio. Las palabras se me
quedaron volando en la mente: sulfato de magnesio… me imaginé que
era algo así como las sales que hierven en las calderas del
infierno. (Pausa algo largo; ensimismada.) Yo me sentía seca por
dentro hacía mucho. (Se sienta en el banco con cuidado.) A las
seis seguía los ojos abiertos como un fantasma… Me levanté
rápido…porque tenía mis planes, me había dicho: Ana, se acabó
esto, ahora no te queda más remedio que seguir por la ruta que
elegiste hasta el mismo final. Lo comprendía, tarde, pero lo
comprendía. No había dormido toda la noche, pero me sentía con una
energía mayor. Comencé de pronto a hablar en jerigonza como lo
hacía siempre que tenía un problema sin solución. Un tipo de
jerigonza que inventé yo sola en mis ratos de locura y decepción
cuando era la mujer olvidada de Alexei Karenin. La llamé
cruscutucarúcucú. En esa época fatal ya me quedaba durmiendo en
el sofá de la sala cuando mi marido roncaba como un endemoniado.
Una noche me vino la idea de inventarme una jerigonza. Fui poniendo
palabras tras palabras hasta hacerla mi propio idioma. Hoy en día
soy una experta hablando mi jerigonza. ¡Me hace tanto bien el saber
que sola yo me comprendo! Oigan bien. (Hace unos murmullos
inaudibles primero, muy guturales; se prepara. Como cantando.)
Rupururoruro. Kurúkurú. Cruc, cruc, cruc. (Con orgullo) Eso es
hablar en jerigonza. Y yo habla que habla hasta que me volví una
experta. Crucru, cuscustú, pluplú. Claro, es jerigonza, pero yo me
entiendo a las mil maravillas. Por ejemplo, si digo: Cracrutú, es
mi nombre, Ana, en jerigonza…y crucrú, pulapurú. Eso quiere
decir que Ana está más loca que una cabra… (Se ríe. Cambia el
semblante por uno doloroso. Hace que llora y se seca las lágrimas
con un pañuelo que saca del bolso; cierto asco). ¡Señores, ¿por
qué tenía yo que nacer mujer? ¡Qué desdicha! ¿Ustedes no
saben que las mujeres somos como un gargajo en esta sociedad? Menos
que un gargajo, diría yo. Ana, debiste haber nacido una yegua, o
una desdichada babosa, pero para qué nacer mujer en este mundo
cuando las mujeres somos como una nada rutinaria y nada más. (Se
seca las lágrimas y se sacude la nariz.) ¡Ay, ya no sé ni por
dónde iba! Ah, sí, me levanté a las seis en punto, volví al
baño, pero ya no salía ni agua de mi interior, después de tantos
meses, todavía podía oír los ronquidos de Karenin en mi
consciencia. ¡Tan lejos allá en Moscú y me sigue persiguiendo su
alma! ¡Es una máquina del tiempo! Después, me fui a la cocina
y empecé a escribir todo lo que debía hacer ese día. Siempre he
sido una mujer muy metódica. (Se levanta del banco muy airosa.)
Quería recordar mi última conversación con Alexei antes de partir
para San Petersburgo buscando un amante… (Ríe sardónicamente) La
dama culta, la dama de sociedad: las putas perfectas…, y lo logré.
Esa mañana le había dicho: Alexei, necesito treinta rublos para
comprarme una cataplasma para los dolores de cintura, y una paradera
para la fiesta de fin de año, y una ventosa para destupir el
tragadero del lavabo que la pelambre podrida nos va a comer vivos, y
una cajita de presillas para hacerme un tipo de moño francés que
está muy de moda por el barrio de Rublyovka, que, quiero lucir como
una princesa para ir al estreno de La Gaviota de Chejov…No
respondía, claro, como era de esperar. Entonces, comencé a hablar
en jerigonza, Ana, usa tu jerigonza. Úsala. Sulururucrupupú.
Creuprucucuugrugruprú. (Silencio.) Regreséa la sala llorando
como una vieja, seguida por ese silencio sepulcral donde ahora me
había metido Vronsky por mi propia culpa. No culpo a nadie. No,
Ana, la única culpable eres tú. (Lastimosa) Todo lo que quería
era un poco de amor. ¡Qué tonta fuiste! Perdiste todo lo que
nunca fue tuyo…. Pobre de mi hijo Seryozha,
crecer sin una madre… (Con asco) Ese hijo de la gran puta de
Alexei, te maldigo (tose, se limpia la boca.) ¿Pero qué dices,
loca? ¡Ana, pide perdón a Dios antes que te ganes tres veces el
infierno! Desde el primer día que se acostó conmigo me di cuenta
del horror que era mi marido… (Pausa corta.) Después de tanto
sacrificio. Yo una mujer tan, pero tan segura de sí misma. (Camina
de un lado a otro del andén.) Ahora todo lo que me queda son
recuerdos viejos: mi hijo Seryozha, la butaquita vieja de mi madre
donde me sentaba a maquillarme, los lavabos de agua de arroz para
limpiarme el intestino los jueves por la noche, las cataplasmas de
hojas de salvia para aliviar la menstruación: solo recuerdos
tristes. (Se sienta con rapidez. Enojada) ¡Y ese tren de mierda
que no acaba de llegar! Cuando uno no lo espera, ahí lo tienes
sobre las narices, chillando y echando humo como una chimenea, pero
cuando de verdad lo necesitas, cuando tienes esa hambre imperante de
que todo acabe, entonces, el tren se pierde, se va por otro camino y
debes esperar pacientemente. ¡ Ana, ten paciencia, debes esperar, y
entonces, te sudan las manos, y las nalgas, y aquí por debajo de las
pechos. ¡Mira que una suda cuando tiene tanto miedo, Señor! ¿Qué
será ese misterio? Con esta melancolía que tengo: nadie me puede
ayudar…Ay, señora, por favor, llévese a ese niño ya que me causa
mucho dolor. Tanto dolor, tanto dolor… (Pausa; cierra los ojos y
se recuesta por un instante al banco. Se oye un ruido de un grupo de
jóvenes por la parte de atrás del escenario; abre los ojos y mueve
la cabeza a los lados) ¡Ni para morirse tiene uno paz! (Con cara
risueña.) Recuerdo cuando era niña como me gustaba atrapar
lagartijas en la casa de campo de mi familia, allá en nuestra Dacha
cerca de Botanichesky Sad…sí, y yo atrás de las lagartijas.
Primero les cortaba el rabo y después les hacía abrir la boca para
usarlas de pendientes en las orejas…diferentes colores de
lagartijas me hacían lucir diferentes pendientes. Mi hermano
Stepan
Arkadyevitch no tenía piedad de ellas: les gustaba tasajearlas con
una cuchilla de afeitar.
Otras
veces, me daba por recoger flores y hacerme coronas de tantos
colores. En realidad, fui siempre una niña muy feliz. Algunas
veces, mis padres invitaban a mi primo Sergei que era, Dios santo, un
perfecto idiota. Como le gustaba tocarme…Toca por aquí, toca por
allá, me levantaba la falda, hacía que me olía los pechos, y yo,
Sergei que soy señorita y decente y lo veías con un rabo de
lagartija tratando de metérmelo sabrá Dios por dónde. ¿se
imaginan? ¡Qué vida tan hermosa la nuestra! (Pausa, pensativa.)
Hoy en día todo es porquería…todo. ¡Ana, y ese tren que no
llega para acabar con este suplicio! Y pensar que mi padre me decía
de niña: Ana, hija, tú vas a tener los mejores pretendientes que
pueblan la ciudad de San Petersburgo. Con ese cuerpo, ese pechón de
gaviota salvaje, y esas curvas de caminos sin veredas. ¡Vas a ser
la reina del restaurant Palkin!
(Ilusionada)
…
Todos los ojos se posarán en ti como si fueras un hermoso cisne
mudo. (Pausa; con aprehensión.) ¡Qué lejos de la verdad! Mi
padre nunca ponía una. Siempre se equivocaba. Pero nada…di con
el padre de mi hijo que era más frío que un glaciar en Groenlandia
y después con ese otro gigolo, el hermoso de Vronsky , que creo
que nunca me amó, porque, dicen por ahí que está enamorado de sí
mismo. ¿A quién, entonces, culpas, Ana Karenina? (Silencio.)
Sea lo que sea, qué se va a hacer. Así es la maldita vida. (Oye
la sirena del tren que se va acercando al andén; se levanta con brío
y se arregla el vestido y la blusa; saca el espejo y se pinta los
labios.) Voy a salir de este mundo como si fuera una reina: la
zarina Ana. ¿Qué les parece? (Saca unos pequeños catalejos de
ópera del bolso; los enfoca hacia la distancia, baja los catalejos y
los pone sobre el banco) ¡Es ese mismo! ¡Al fin! Miren qué ruedas
más limpias, qué brillo refleja por los carriles. Todo un primor:
es toda una máquina de la felicidad. (Pone el bolso sobre el banco)
Padre nuestro que estás en el cielo…Este sí que va a todo dar, a
toda velocidad. (Pausa; respira fuerte.) Prepárate Ana que esta
tarde te encontrarás con tu creador. Señor, te lo pido, ten piedad
de esta pecadora…. (Comienza a hablar en jerigonza mientras se
aferra al moño de la cabeza; arrodillada al lado del andén. Se oye
la sirena del tren acercándose.) Prurruso. Lusorjoserlru, crucrú.
(Se persigna; grita con despecho.) Conde Alexei
Kirillovich Vronsky,
nos vemos en el infierno. (Baja la cabeza y se lanza sobre los
rieles) Telón.
Félix M. Rizo. Seudónimo de Chicho Porras nació en Jovellanos,
provincia de Matanzas, Cuba. Llegó a Estados Unidos de niño y se
radicó con su familia en los estados de Nueva Jersey y Nueva York
donde vivió por cuarenta años. Fue viendo una obra de Virgilio
Piñera en Nueva York dirigida por Heberto Dumé, a los diez y seis
años, que quedó tan impresionado por la virtud teatral del
dramaturgo cubano que desde ese momento se metió de lleno en las
artes teatrales hasta los días de hoy. Dirigió y participó en la
edición de varias revistas impresas en NY y NJ. Sus obras han
tenido puestas en Nueva York y Miami como también muchas de ellas
han tenido lecturas dramáticas en teatros y universidades.
Actualmente es editor de la Revista Rácata. Revista de arte y
cultura que se publica en Miami y se distribuye por Miami, Nueva
York, Madrid y Latinoamérica. Tiene tres libros publicados: uno de
cuento, otro de poesía y una novela corta. Edita en estos momentos
un libro con 10 obras cortas de teatro llamado El Ternero Dramaturgo.
ACLARACIÓN: Yo, Félix Rizo, afirmo que las dos obras de teatro:
Tres Magníficas Putas y el monólogo Apoteosis de Ana
enviadas al web de Dramavirtual publicaciones pueden ser publicadas
si así lo deciden sus organizadores.
Firmado:
Felix M. Rizo