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16/4/18

EL BOCHORNO VS. SHAKESPEARE, de Patricia Suárez

EL BOCHORNO






















Mira que te mira Dios
Mira que te está mirando
Mira que morirás y no sabes cuándo.
Memento mori que mi abuela leyó en el consultorio del dentista hace como cuarenta años atrás.


Argentina
Primera década del milenio.
Personajes
La madre, Gertrudis
El hijo. Ofelia/Jaime, un muchacho de 30 y algo de años.


Escena 1: Parece que el tío Harón murió
Primerísimas horas de la mañana.
La sala comedor de la casa. Una mesa, un sillón sin brazos. Un sillón hamaca. Varios relojes de péndulo, de pared normales y de cucú en las paredes. Ninguno funciona; apenas se oye el tic tac de un relojito chiquito.
Entra el hijo en calzones y un corpiño con las tazas vacías. Trae un vestidito en las manos al que le recorta el ruedo con una gran tijera. Se lo pone por el cuello; padece un poco el modo de subir el cierre. Al final, tras mucho retorcerse, lo logra. Se sienta y se cepilla el largo cabello.
Entra la madre, ya vestida de camisa y pollera negra, larga. Zoquetes blancos y zapatillas de casa negra. El pelo corto. Es delgada, está demacrada, sufrida.

HIJO: Te busqué toda la mañana. No puedo subir la persiana sola.

MADRE: ¿Qué hacés así? Hoy no abrimos la Relojería.

HIJO: Son más de las nueve.

MADRE: Ahí no marca las nueve.

HIJO: Porque no anda; está parado.

MADRE; Tu padre los arregló todos.

HIJO: Eso fue hace diez años y ahora están todos descompuestos.

MADRE: Anda, está parado porque no le das cuerda.

HIJO: No le voy a dar cuerda, porque no duermo con el escándalo que hace cada vez que da las horas.

MADRE: No se abre la Relojería hoy.

HIJO: Estás loca.

MADRE gimiendo: No, no!

HIJO: Yo no voy a trabajar sola en la Relojería. Este barrio está cada vez más inseguro.

MADRE: Te pusiste el vestidito de la tía Sara.

HIJO: Gertrudis, ¿adónde fuiste tan temprano?

MADRE: Soy tu madre, ¿qué me decís así? Los judíos tenemos prohibido llamar a nuestros padres por los nombres. Me parece que lo tenés bastante sabido.

HIJO: No está mal Gertrudis.

MADRE: Decíme mamá. Soy tu madre después de todo.

HIJO: Como prefieras.

MADRE: Ofelia es la empleada de la Relojería. Pero vos querés que te diga Ofelia? Yo te digo Ofelia.

HIJO: Dónde estabas?

MADRE: Salí a hacer un mandado y a descargarme un poco los nervios que tenía. Por qué usás el vestidito de la tía Sara?

OFELIA: Estaba hecho un bollo en el placard.

MADRE: Era un recuerdo de la tía Sara.

HIJO: Se lo iban a comer las polillas, mamá.

MADRE: Vos sabés de qué se murió la tía Sara? Todos decían neumonía, pero bien podría haber sido tifus. La bubba había visto el tifus en Rusia y por lo que ella contaba era igual que como reventó Sarita, pobrecita. Y era contagiosísimo el tifus. Tenés lindo el cabello. Yo nunca tuve lindo el cabello: capaz de niña. Después con la Ley me lo tuve que cortar, ponerme la peluca. Ahora es esta madeja blanca.

HIJO: Vos eras linda, creo. Vi las fotos que me enseñó Noemí adonde estabas con aquel…

MADRE interrumpe: Era patizamba. No comíamos bien de chicos, no se me fortalecieron los huesos. Caminaba con las piernas arqueadas, así. Capaz hubiera mejorado un poco si usaba algún taquito. Viste que el taco estiliza la pierna. Pero como tu padre insistía con la Ley y la Ley indica zapatillas de fieltro bajita.

HIJO: Igual, el taco alto todo el día en la Relojería te mata las rodillas.

MADRE: Era mentira lo de la Ley, era porque tu padre era bajito; viste que no se podía hacer un chiste con la estatura en casa, que se ponía hecho una fiera. Asi que zapatilla de fieltro chata y que yo parezca deforme. Igual, eso pasó hace como cincuenta años atrás; no sé de qué me estoy quejando. Necesito un té, hijo. Tengo el alma destrozada.

HIJO: Por qué? La tetera está en la Relojería.

MADRE: Hasta sin mi té me voy a quedar hoy. Hoy no podemos abrir, Jaime.

HIJO: Ofelia.

MADRE: Lo que sea.

HIJO: Si estoy así, soy Ofelia.

MADRE: Es un poco temprano para jugar a Ofelia.

HIJO: Ves todo negro hoy, mamá.

MADRE: Lo veo del color que lo veo.

HIJO: ¿Por qué no vamos a abrir?

La madre se sienta apesadumbrada y tiembla de una manera espantosa.
Al fina, la madre se sienta en un taburete, toda doblada sobre sí misma y explota en llanto.
Ofelia detiene su cepillado, la mira horrorizada.

MADRE: ¡Parece que el tío Harón murió!

HIJO:

MADRE: Sí, ¡parece que se murió Harón!

HIJO: …?

MADRE: ¡Murió!

HIJO: ¿Cuándo?

MADRE: Ayer, anoche. Hoy avisó Paula; le dio un ataque repentino. Dice Paulita que estaba bien, cenó con la tía Quela... No lo puedo creer, hijo. No lo puedo creer.

HIJO: ¿Cuándo te avisó Paula?

MADRE: Hoy, te dije. Me quedó la cabeza dando vueltas. No sabía qué hacer; me fui al parque y caminé un poco. Después me dijo: Hoy cerramos la Relojería por duelo. Pobrecito el tío Harón, qué triste estaría tu papá. Ay, pobre tu papá.

HIJO: Ay, pobre papá.

MADRE: Pobre papá.

HIJO: Estaría triste de que se le muriera el hermano.

MADRE: Tu papá que no sentía nada por nadie, era una roca, una piedra que tenía en el pecho, pero por el hermano perdía hasta los calzones. Ay, pobre tu papá si viviera.

HIJO: Ahora se van a encontrar en algún lado.

MADRE: Pobre tu papá, pobre tu papá.

HIJO: Los judíos no creen en el cielo. No sé dónde se pueden encontrar.

MADRE: Estaría una semana en cama de la tristeza.

HIJO: Dónde se pueden encontrar el tío Harón, el tío Moís y papá, mamá? En la trastienda de algún mayorista para confundirlo con los números y robarle.

MADRE ve una tira del vestido sobre la mesa y las tijeras: ¡Ay, cortaste el vestido! (Se acerca, observa, toma las tijeras): ¡Mirá lo que hiciste! ¡le cortaste el ruedo!

Madre va hacia el Hijo y le dá un tirón de pelo.

MADRE: ¡Parecés un disfrazado vestido así, qué bochorno! Tu tía Sarita ese vestido lo usó para el britz. Decíme si hay que faltarle así a la memoria. Sacáte eso Jaime, Ofelia, porque no te puedo ver.

HIJO: Es comodísimo.

MADRE: Vos no sentías nada por el tío Harón. Hacé un cartel que diga Cerrado por duelo; lo pegamos en la puerta.

HIJO: No es un pariente cercano. Hay que abrir.

MADRE: Es tu tío! Te estás burlando de él.

HIJO: Pero no.

MADRE: Hacé el cartel vos que tenés mejor letra.

Hijo va hacia un papel, busca un crayón. Escribe CERRADO POR DUELO.

HIJO: ¿Así?

MADRE: Hacelo con una letra más seria. Menos mariposas.

HIJO: Escribilo vos. A mí, el tío Harón…

MADRE: Desagradecido. Vivís acá a cuerpo de rey. El tío nos ayudó a tu padre y a mí a montar la relojería, cuando empezamos. Los pulseras, treinta pulseras imitación Piaget y Vacheron Constantin. Colección 1972, con diamantes de bijou. Viajó solo al Paraguay a comprarlos, todo de contrabando lo trajo. Se jugó el pellejo por tu padre, y le puso la relojería como Dios manda, porque él era el primogénito y tu padre era un infeliz. Después nos consiguió el préstamo en el banco, compramos los péndulos, los cucú… Vos ya conocés la historia.

HIJO: Los cu-cú! Siempre sueño que me estoy cayendo. Podés jugarlo a la quiniela. Y cuando estoy por estrellarme, suena el dichoso pajarito del cucú.

MADRE: Esos son los remordimientos.

HIJO: Cu-cú, cu-cú.

MADRE: Te remuerde la conciencia, eso pasa. Tu padre nunca te perdonó que le empeñaras el reloj cucú que el abuelo Feivel le dejó en herencia. Sos un crápula; después papá se enfermó. Era un reloj suizo, hecho con madera de tilo tres años secada para construirlo. No era un reloj cucú de los alemanes y mirá como escupo cuando digo alemanes…

HIJO: Ya vamos de nuevo.

MADRE: Y podríamos ir y volver mil veces con esta historia. Enfermó tu papá, tanto lo ofendiste. Estuvo un cama, mientras el señor, ¡la señorita!, viajaba por las Europas con la plata del cucú. El tío Harón se burlaba de tu papá (risueña): "Baruj tiene dos pajaritos, uno canta poco y el otro esta triste".

HIJO: Me echaste de la casa.

MADRE: Yo no. Tu padre.

HIJO: Es igual.

MADRE: No, no es igual. Podrías haberte cuidado que él no te viera con esa… ¡Ponéte en la piel de papá cuando te encuentra vestido en la trastienda de la relojería con el tapado de nutria de la bubba Queca y vos pintándote los labios! Creyó que se volvía loco. Blanco de muerte estaba.

Los dos ríen.

MADRE: Sos un desfachatado. Pobre papá si viviera.

HIJO: Pobre papá si te viera regañarme así!

MADRE tararea, recordando: La cajita de música del reloj tocaba Edelweiss. Andá a saber tu abuelo Feivel a quién le mercó ese reloj en su tiempo.

HIJO: Una melodía espantosa.

MADRE: Cu-cú… hacía el pajarito. Cu-cú. No dormía nadie en esta casa; la bestia de tu hermana un día le dio un zapatazo. Papá lloraba, pobre papá.

HIJO: Me disculpé con él. ¿No? No le traje un canario en su jaulita para disculparme?

MADRE: Se apestó a los quince días; sos un tránsfuga.

HIJO: Era mi destino lo que pasó. (Le muestra el cartel de Cerrado por duelo). ¿Así está mejor?

MADRE buscando la cinta, hasta que la encuentra: Sí, después lo pego yo con cinta scotch. Lo del destino digo que sí, yo no digo que no. Las cosas son como son, le gustaran a papá o no. Vos hiciste un trabajo duro. No digo que sea eso lo que hay que hacer, lo que vos hiciste para verte así. No digo que sea una buena idea volverte una chica, ni que no sea humillante y malo para tu salud estar hecho un palo. No digo que probablemente no sea la única cosa más absurda que un hombre puede hacer con su vida. Lo que digo es que trabajaste duro; no te lo puedo negar. Es muy duro luchar para ser lo contrario a cómo te hizo la naturaleza.

HIJO: No te puedo seguir en lo que me estás diciendo, mamá.

MADRE: Sacáte de inmediato el vestido de tía Sarita porque te parto la cara de un cachetazo. Me oís?

Un largo silencio.

MADRE: No me estás oyendo. Sacáte el vestido.

HIJO: Mamá, el vestidito éste de la tía Sara no es el recuerdo afectivo de nadie. Poco más y se lo ponés al gato en la cesta para que esté calentito.

MADRE: Sacáte el vestido de mi hermana.

HIJO: Mamá…

MADRE: Mamá, una mierda. Sacáte ese vestido ya. Ya.

El Hijo se pone de pie.

MADRE: Acá mismo.

El Hijo comienza a quitarse el vestido. Se muestra tal cual es.

MADRE: Miráte qué flaco estás.

HIJO: Me pongo otro vestido y abro la Relojería.

MADRE: Das pena. Me das pena a mí y a Dios que te mira languidecer.

HIJO: Abro la Relojería igual. El viejo ése no se merece…

MADRE: ¡¡Basta!! Vas a hacer lo que yo te diga. Y no me vayas a soltar una lágrima, porque no respondo de mí.

HIJO le entrega el vestido a su madre. Se vuelve a sentar en la silla.

MADRE: ¿No tenés frío así?

HIJO hace que no con la cabeza: …

MADRE: Te aviso: al entierro vamos a tener que ir.

HIJO se tapa la cara con las manos.

MADRE: No me hagás gestitos. Es la familia, es el hermano de tu papá. El mayor, el primogénito, al que tu papá tanto quería. Lo adoraba al Harón, ¿cuándo te va a entrar en la cabeza?. ¡No me pongás caras, Jaime, Ofelia, lo que quieras! Porque el tío Harón también te adoraba a vos. Y no sabés si no te dejó unos pesos, ¡toda la plata que tenía el tío Harón y nos tuvimos que distanciar de él!

HIJO: Le avisaste a Noemí para que venga?

MADRE: Noemí no viene; tu hermana no me habla. La llamo y me corta el teléfono.

HIJO: ¿Y cómo vamos a hacer?

MADRE: Vamos.

HIJO: Mamá…

MADRE: No gimotées. Hasta que no sepamos del testamento no nos movemos de al lado del cajón. Oís?

HIJO: Sí.

MADRE: Veo que me oís.

HIJO:

MADRE: Te vestís como un hombrecito y vamos al entierro del tío Harón.

Fin de Escena 1. Parece que el tío Harón murió.


Escena 2: Cuando canta el cu-cú
La misma silla, Ofelia sentada de espaldas, vestida con traje ambo. Tiene un pañuelo en la mano, con el que se tapa la boca de vez en cuando y llora.
La Madre detrás le corta el cabello.

MADRE: Es el deber. Hay que ir.

HIJO entre sollozos: Tenía el pelo largo, sedoso. ¿Sabés cuánto me costó cuidarlo y tenerlo así? La de aceite de almendras que le puse. Era mi precioso mi pelo, y ahora vos, por este viejo de mierda, me lo cortás.

MADRE: Absalón se hubiera el cortado el pelo y hoy estaría vivo y coleando. Sabés por qué murió Absalón?

HIJO: Qué Absalón?

MADRE: ¡El de la Biblia, Jaime, despertáte! Murió porque desafió al padre, al rey David. Y cuando iba a atacarlo o cuando iba huyendo, ahora no me acuerdo bien, se le enredó la cabellera en las ramas de un árbol y murió colgado.

HIJO: Linda historia.

MADRE: Igual parecías más un hippy mugriento que una señorita linda.

HIJO: Me gustaba a mí mi pelo y punto.

MADRE: Seguí llorando. Así cuando te vean entrar con los ojos rojos, van a creer que fue por el pobre tío Harón que te pusiste así.

HIJO: Y el traje este asqueroso, que huele a naftalina. Parezco una payasa, debe ser el mismo del bar mitzvah.

MADRE: Un payaso. Un payaso, parecés. Hablá bien.

HIJO llora desgarradoramente.

MADRE: Si te corto una oreja por moverte tanto, es tu culpa.

HIJO: Vos tenías algo con el tío.

MADRE: Jaime, quieto.

HIJO: Vos tenías un asunto con el tío y te lo callabas. Me llevabas a mí a verte con el tío a la relojería de él, para disimular.

MADRE: Yo te ayudé siempre. Vos sabés bien con qué yo te ayude siempre.

HIJO divertido: A vos secretos no te faltaron nunca.

MADRE: Ojalá te rebane una oreja.

HIJO: Y lo de tu primer esposo? Qué calladito te lo tenías. Si no fuera porque Noemí te encontró las cartitas con el crápula ese, nosotros ni sabíamos que vos te habías casado antes de papá. Pobre papá. Pobre papá.

MADRE; Pobre papá, si te oyera. Si te hubiera visto cuando te fui a comprar a La Favorita una ropa de mujer para que te levantaras de la cama por la depresión que tenías, para que por favor comieras, para que no te dejaras morir.

HIJO: Era mi destino, mamá.

MADRE: Vos le llamás destino a lo que otras personas le llaman agenda. Se buscan un trabajo normal, cinco días y sábado inglés, hacen una vida normal. ¡Hasta van a la Sinagoga!

HIJO: Pero vos podías contarnos a Noemicita y a mí que habías tenido un marido antes. Como me podés contar a mí del tío, que me ponía a contemplar el pajarito del cucú mientras vos estabas en la trastienda. Ese cucú horrible, que me venía que estaba copiado directamente de un Ketterer, y me largaba a la cara que Ketterer inventó el reloj cucú en la Selva Negra. Todas patrañas de él, del tío Harón, quiero decir.

MADRE: El del tío era un reloj cucú alemán, lo escupo igual. Tenía el trencito que giraba, no me acuerdo qué melodía y después salía un cucú desplumado, salvaje. (Grazna) Cu-cú!

HIJO: Te habrás muerto de risa mientras te quitabas la ropa.

MADRE: Insolente.

HIJO: Es incesto acostarse con el hermano de tu marido.

MADRE: Vos lo ves así.

HIJO: Es así.

MADRE: En la ley judía está el levirato.

HIJO: Eso era en la época bíblica, mamá. No te hagas la tonta.

MADRE: Habló Juan Moralidad.

HIJO: Y el tío Harón qué decía de tu primer maridito? Estaba celoso?

MADRE: El tío Harón no tenía por qué opinar nada; él estaba muy bien en su casa con la tía Quela.

HIJO: La vieja esa huele a cebollas agrias. Y me obligabas a besarla cuando iba; ella me daba dos caramelos y salía. Siempre salía cuando yo llegaba. Un día llegué a pensar que era católica a escondidas. El tío Harón la engañaba con vos y ella lo engañaba con Jesús el Cristo.

MADRE: Yo fui muy infeliz en mi primer matrimonio, por eso nunca lo cuento. Muy infeliz, mucho.

HIJO: El viejo haragán me decía: Miráte Jaimecito cuando sale el pajarito qué especie es; lo construí recordando el cuclillo que mi papá me llevaba a ver a los bosques. Un romántico el tío. ¿Qué sabría el tío Harón de los cuclillos? ¿Tenía una suscripción de la National Geographic? Me tenía seco con el asunto de los cuclillos, que ponen los huevos acá, que ponen los huevos allá.

MADRE: Era un amante de la Naturaleza.

HIJO: Seguro. Toda la naturaleza que entraba en un plato hondo, se desplumaba y se comía en la cena.

MADRE: Sos una bestia.

HIJO: La bestia era él. Dos veces salía el pajarito cu-cú, cu-cú. Si era un pollo, seguro el tío le pegaba un hondazo y se lo comía. Habrá reventado de indigestión.

MADRE: Tené respeto, Jaimecito.

HIJO: Dos veces salía el puto cucú a cantar; salía una vez por hora, eso quiere decir que vos te la pasabas dos horas encerrada con el tío Harón. ¿Me querés decir que hacías encerrada DOS HORAS con el tío Harón en la trastienda de su relojería?

MADRE: ¡Estás inventando cosas, Jaime!

HIJO: Ay. Me cortaste.

MADRE: Te avisé que te quedaras quieto.

HIJO: Mirá cuánto cabello me cortaste.

MADRE: Ponéte para el otro lado.

HIJO: Yo cuando vi la foto de tu primer marido, me puse celoso.

MADRE: Era buen mozo.

HIJO: Muy alto para vos.

MADRE: Era un hombre malo, pero con unos ojos como estrellas del firmamento. Me gusta la palabra firmamento. ¿Te gusta la palabra firmamento?

HIJO: No quería ser una mujer cuando era chico. Quería casarme con vos.

MADRE: Firmamento rima con testamento.

HIJO: Quería ser ése hombre, el que se casó con vos antes de papá.

MADRE: Mirá todo el cabello hermoso en el suelo. Roñoso, pero hermoso.

HIJO: Porque si te habías casado con ese hombre, también te podías casar conmigo.

MADRE: Vos siempre quisiste ser una mujer.

HIJO: Qué gran cornudo era papá. Pobre papá.

MADRE: Le robabas ropa a tu hermana.

HIJO: Vos jugabas a que yo era tu muñequita y me vestías de mujer.

MADRE: No mientas.

HIJO: No miento. Que te caiga un rayo si miento.

MADRE: Que te caiga a vos.

HIJO: Bueno, que me caiga un rayo.

Breve silencio.

HIJO: Ves? No cae; no miento.

MADRE: Me pegaba.

HIJO: ¿Quién?

MADRE: Naúm. Me hizo sufrir mucho. Sufría todo el día con él.

HIJO: ¿Qué Naúm? El de la Biblia.

MADRE: Mi primer marido!

HIJO: Yo te vi en las fotos que estás en Egipto con él, del brazo. Lo más sonriente, mamá.

MADRE: Hacía chistes él. Decía: ¿Cuántos camellos me dan por mi mujer? Porque yo era su mujer. Decí que los árabes, los egipcíacos, no le entendían ni jota, sino capaz que me vendía a un harén de turcos mugrientos. Qué hombre tan malvado era.

HIJO: Pero Noemí cuando me mostró la foto de los dos en la Toerre Eiffel me dijo: Decíme si no es la imagen misma de la felicidad, los dos tortolitos haciéndose arrumacos.

MADRE: ¿Vos le vas a creer a tu hermana o a mí?

HIJO: Pero es que yo vi la foto.

MADRE: ¿Tu hermana lo conoció a Naum, acaso?

HIJO: No, pero tenés una sonrisa de oreja a oreja y él parece que te quiere comer, como te mira de enamorado.

MADRE: Calláte. tira las tijeras lejos.

HIJO: ¡Fragilidad, tu nombre es mujer!

MADRE: Naúm era un hombre malo y punto. Aparte era estéril.

HIJO se aleja, recoge las tijeras: …

MADRE: Le pedí que me repudiara según la Ley. Después de diez años de matrimonio, si una mujer no tiene hijos, la ley judía le permite al marido que la repudie. Yo tenía quince años cuando me casé con él. Si él no me hubiera repudiado, ustedes no hubieran nacido. No serían hijos de tu padre.

HIJO: No.

MADRE: No, claro que no.

HIJO: No entiendo nada, mamá.

MADRE: Tu padre era fértil. Pobre tu papá.

HIJO: Pobre papá.

HIJO sale de la silla y junta todo el cabello que está por el suelo. Cuando lo tiene abrazado contra su cuerpo, llora como si lo hubieran herido.

MADRE: ¿Qué hacés, Jaime?

HIJO: Dejámelo.

MADRE: A eso le ponés alcanfor si lo vas a guardar. Que se llena de gorgojos, sino.

HIJO: Me voy a hacer una peluca con este pelo. Y la voy a usar.

MADRE: Sos más judía que yo, al final.

HIJO: Van a pensar que estoy enferma, que me están haciendo quimioterapia, rayos. Seguro que no me va a crecer más.

MADRE: Estás viendo todo muy negro, hijo.

HIJO: Lo veo del color que lo veo.

MADRE: Esto no va a ser eterno. Vamos, oímos el testamento y después volvemos a la vida normal nuestra. Dame, te voy a guardar yo ese cabello.

La madre trae una bolsa del pan, esas de tela y puntillas.
Guarda el pelo.

MADRE; Lo ponemos acá.

HIJO: Está bien.

MADRE: Acordáte que lo pusimos acá. Vení que te emparejo el flequillo.

HIJO: Va a estar el primo Dan. Que siempre se burla de mí.

MADRE: No se burla. Te dice mariquita, que no es lo mismo.

HIJO: La tía Quela me va a llenar de mocos llorando. Debe estar desesperada; siempre me pareció repulsiva la tía Quela con el olor a cebollas. No se habrá curado de oler a cebollas agrias.

MADRE: La tía Quela no lo quiso nunca al tío Harón.

HIJO: Vos cómo sabés?

MADRE: Rumores. Tu padre contaba. Pobre tu papá, que le hacía de paño de lágrimas al hermano.

HIJO: Pobre papá.

MADRE: Nadie en esa casa nos quiso desde que se murió papá. Nadie quiere aceptar que se entristeció de recuerdos, que se consumió de depresión. ¡Cómo hubo que cuidarlo! Y un día se colgó.

HIJO: No quiero acordarme.

MADRE: Yo tampoco. Pero ellos me culparon. Que yo no lo cuidaba. Ojalá culpen ahora a la tia Quela de no cuidarlo a Harón como me culparon a mí. Así sabe en carne propia lo que duele el desprecio.

HIJO: Tendrías que haberte reconciliado.

MADRE: Eran unas sierpes todos los hermanos de tu papá. Y las cuñadas, ninguna de todas ellas quiso a su marido. ¿Sabés quién fue la única que lo quiso siempre al tío Harón, quién lo quiso de verdad?

HIJO: No.

MADRE: Yo.

HIJO: ¿¿Vos??

MADRE: Con locura lo quería.

HIJO: Me acabás de pelear porque te dije que yo me daba cuenta que vos y él…

MADRE: No. Vos le dijiste a tu propia madre que es una puta.

HIJO: Vos me decís maricón, degenerado, que soy un bochorno, todo el tiempo y yo no me inmuto.

MADRE: Yo siempre estuve ENAMORADA del tío Harón. Pero estar enamorada no es ser una puta. No te confundas, hijo. Jaime. Jaimecito. Una mujer enamorada es una mujer enamorada. Y una puta es una puta. Te quedó precioso el pelo; parecés más varón. Miráte.

La madre pone al hijo un espejo de mano delante para que se vea.

MADRE: ¿Te gusta?

Apagón.
Fin de Escena 2: El Corte de Pelo


Escena 3: El amor de Dan
Junto a una corona de flores con la banda “Q.E.P.D Harón Salom. Tu amante viuda”. La MADRE tiene dentro de un carterón las tijeras y recorta las flores de la corona y las mete en la cartera.
Entra el HIJO con su traje que le queda angosto de sisa y corto de manga.

HIJO: ¿Qué hacés?

MADRE cómplice: Calláte. Ella no lo quería nada al tío Harón.

HIJO: Te van a ver, mamá. Qué bochorno si te ven.

MADRE: Soy cuidadosa, no me ven nada. Igual no se nos acerca nadie. Parece que tenemos la peste.

HIJO: No es el mejor lugar para reconciliarte con la familia.

MADRE: Puta madre ¿por qué es tan duro el tallo de los lirios?

HIJO: Si te agarran y me preguntan digo que no sos mi madre.

MADRE: Todos saben que soy tu madre.

HIJO: Hay una que no sabe. Esa que está ahí, de negro con las medias de encaje. Baja la voz. Era una amante del tío Harón. Ahí tenés, vos que te creías la única. Esta es una mayorista de Casio que tiene el negocio en calle Libertad. Me dijo el primo Dan.

MADRE: ¿Qué sabe tu primo Dan? ¿Por qué la gente no vivirá su vida en lugar de vivir la de los demás?

HIJO: Te vas a cortar un dedo.

MADRE: Por qué pusieron arreglos florales? Somos judíos; los judíos no embellecemos los entierros con flores. Esto es cosa de tu tía; tanto ver los programas de manualidades, se olvidó de la religión de sus padres. Cortáme el lirio aquel que no llego.

HIJO: No!

MADRE: Yo te tapo. (La Madre se pone delante, pasa alguien a quien no vemos) Mis condolencias, mis condolencias, mi más sentido pésame.

HIJO le entrega el lirio: Guardálo.

MADRE: Gracias, hijo. Sos un buen hijo. Vos cuando yo me muera no me pongas flores. Donálo todo al Hogar Judío o a la Casa del Teatro, porque yo siempre quise ser actriz y tu bubba no me dejó porque decía que yo era petisa y culibaja y haría el ridículo.

HIJO: Estuve besándome con el primo Dan.

MADRE: Y hay actrices culibajas que triunfaron. Lolita Torres, por ejemplo. Pero la bubba no quiso, decía que era un oficio de puta.

HIJO: No me oíste.

MADRE: Siempre te oigo.

HIJO: Qué te dije?

MADRE: Cuando no te oigo con los oídos, te oigo con el corazón. Dijiste: Pobre mamá.

HIJO: No.

MADRE: Dijiste Ojalá me muera yo antes, para no sufrir tu ausencia, mamá.

HIJO: No.

MADRE: No me extraña nada tu desamor, Jaime.

HIJO: Te dije que estuve besándome con el primo Dan. Besos de amor. Amor, como en las películas. Me tomó de la cintura, acercó su boca a la mía y me besó. Atrás, mientras la prima Clarita servía el oporto en los vasitos azules. Pero ella no vio cuando su hermano me besaba, me llenaba de besos; estaba distraída con el oporto. El primo Dan me dijo que siempre me había querido. Desde que éramos chicos, que yo había sido toda su ilusión. Que nunca había tocado a una mujer, si no era pensando en mí.

MADRE: Pobrecito Dan! Está trastornado por el dolor de la muerte del tio.

HIJO: Me dijo que jamás se hubiera animado a decirme una sola palabra de lo que sentía por mí, en vida del viejo de mierda ése.

MADRE: Tené un poco de respeto, hacé el favor.

HIJO: El tío Harón no lo dejaba acercarse a mí, me dijo.

MADRE: Está enloquecido de dolor, pobrecito.

HIJO: No. Me quiere, mamá.

MADRE: …

HIJO: Quiere que esta noche lo acompañe.

MADRE: …

HIJO: Que esta noche me quede con él. Que mañana lo acompañe a la lectura del testamento. Que no suelte nunca su mano.

MADRE: Jaime, tu primo enloqueció por completo. Te pido por favor que termines con este asunto. Las ramitas de romero las corto también y las pongo cuando la hago carne. Dame las tijeras.

HIJO: Me besaba con lágrimas en los ojos.

MADRE: Se le acaba de morir el padre.

HIJO: Me besaba con palabras sinceras.

MADRE dura: Vos no podés estar besándote con tu primo, el día que entierran a su padre. ¡Estás loco! ¡Sos un salvaje!

HIJO: Yo siempre lo quise. Pero él se burlaba de mí.

MADRE: ¡Es incesto!

HIJO: Vos te acostabas con el padre de él.

MADRE: Yo no me acostaba con nadie; terminála con esa fantasía.

HIJO: Te creería. Viendo la señora de los Casio, que tiene bastante buena figura al lado tuyo y como veinte años menos hasta podría pensar que decís la verdad y que el tío Harón tenía buen gusto.

MADRE: ¿Qué señora de Casio?

HIJO: La relojera que vendía los Casio y se acostaba con el tío Harón. Hacía como dos años que eran amantes. Al tío lo mató el Viagra, dijo Clarita por lo bajo y Paula le quiso pegar un cachetazo. La tipa tiene un aire a Lana Turner. Mirála, ¿cómo no le iba a gustar al tío?

MADRE: ¿Quién es? A ver; no veo nada desde acá.

HIJO: Aquella rubia de rulos. Muchos rulos.

MADRE: Ay, pobre de mí. Ay, pobre Rebeca.

HIJO: ¿Terminaste la poda de la corona?

MADRE: Ay, que estúpida me he venido.

HIJO: Ya no sé por qué te lamentás, mamá.

MADRE: Me lamento porque me lamento.

HIJO: Te voy a pedir un taxi así te lleva a casa.

MADRE: …

HIJO: Te dije que me quedo con el primo Dan.

MADRE: Voy a tener que hablar seriamente con tu primo. No persistas en esta idiotez.

HIJO: Me dijo que una vez mandó a una clienta a nuestra relojería. Una que venía con un Piaget ultraplano en una pulsera dorada de óvalos. Era una mujer muy delgadita, las muñecas como un palito, había que achicar la pulsera. Yo me puse a la tarea; ella venía todos los días a preguntarme cómo iba. Vos la habrás visto.

MADRE: No sé de qué me hablás. No tengo ojos para todo.

HIJO: Una mujer muy elegante. Cuando vino dijo que venía de parte de Gabriel y de Dan. Yo no pensé que era Dan el que estaba atrás de eso. Dan, quería saber quién era la muchacha que atendía nuestra relojería. Tenía idea, dijo, que era yo. En un sueño se le reveló que era yo. Un ángel le dijo que era yo, mientras dormía.

MADRE: Tu primo está loco y vos también por seguirle la corriente.

HIJO: Se dio cuenta que podía quererme. Porque yo era esa muchacha. Mandó a la mujer todos los días a preguntar por el Piaget Dancer para que le diera un dato más sobre mí. No era una mujer común, era una actriz pero no actuaba en la tele, sino en el teatro. Era una actriz que se dedicaba a hacer obras de Ibsen. Nosotros de obras de Ibsen no sabemos. Pero ella venía y se fijaba. Después le contaba con detalle al primo Dan. Cómo era mi cabello, mis ojos, si usaba o no usaba kohol…

MADRE: Ay, qué indignación. Mandó una espía.

HIJO: ¿Cómo a mi dulce amor habré de reconocer…?; dice que se preguntaba todos los días por la mañana y por la noche, cuando regresaba la mujer del Piaget ultraplano y le traía noticias mías.

MADRE: Es cosa de tu tía eso de mandar una espía.

HIJO: Si me pintaba la boca…

MADRE: Venís conmigo a casa.

HIJO: ¡Te dije que no!

MADRE: No podés hacerme esto, Jaime.

HIJO: ¿Qué? Yo no te hago nada. Una vez que alguien me quiere, mamá. ¡Una vez que alguien me quiere y que no sos vos! Dejáme hacer lo que me viene en gana.

MADRE: Yo siempre te apañé. Cuando jugábamos a Ofelia, porque nos divertíamos jugando a que eras Ofelia. Cuando jugábamos a que eras la Sirena del Mar de Oriente. Te ponías esas medias verdes de lana brillante que yo te había tejido y hacías así con los piecitos. Te escondía de tu padre, para que no te viera vestido de nena y pusiera el grito en el cielo. Pobre papá.

HIJO: Nada de pobre papá. Vos querías verme así.

MADRE: Te gustaba.

HIJO: Pero a vos te gustaba más.

MADRE: Era un juego.

HIJO: Fuiste demasiado lejos con el juego.

MADRE: Podrías haberlo parado.

HIJO: ¡Yo era un niño y vos me lo hacías ver normal! Me decías que estaba bien, que el mundo estaba equivocado. No nosotros dos.

MADRE: Bajá la voz. Si yo hubiera sabido que ibas a ser así, te hubiera abortado.

HIJO: No estoy gritando!!!

MADRE: Sí, te hubiera abortado. Te juro.

HIJO: Después decís que es amor.

MADRE: Me gustaba tener un hijo que fuera mi compañía. Tu hermana no me quiso nunca. Vos eras un chico tan dulce. “¡Dulzuras para el dulce!”, cantaba yo y hacíamos volar confetti por el living. ¿Te acordás?

HIJO: Eso pasó hace veinticinco años.

MADRE: Yo creo que a nadie quise tanto en mi vida como a vos.

HIJO: Pero yo quiero querer a alguien más.

MADRE: ¿Quién va a…?

HIJO: Alguien como el primo Dan.

MADRE: Ojalá mi madre me hubiera dicho una cosa así.

HIJO: Yo lo quiero al primo Dan.

MADRE: Ojalá mi madre me hubiera querido como yo te quiero a vos.

HIJO saliendo: Voy a pedirle a alguien que te llame un taxi.

MADRE: ¡¡No, Jaime!!

Jaime sale.
Un poco después, pasa gente.
La Madre, con una sonrisa triste, saluda.

MADRE: Mis condolencias, mis condolencias. Mi mayor sentido pésame.

Vuelve el hijo, apresurado

HIJO: En quince minutos hay un taxi en la puerta del cementerio.

MADRE: Les creés a ellos cuando dicen que yo maté a tu padre.

HIJO: ¿Qué? No.

MADRE: Seguro te lo dijeron hoy.

HIJO: No. Nadie habló de papá.

MADRE: Pobre papá, vilipendiado en boca de esta gentuza.

HIJO: Pobre papá.

MADRE: Creen que lo maté porque no lo cuidé mucho. ¡Si el bueno de Baruj era la luz de mis ojos! Pero qué dicen ellos? Qué gritan ellos? ¡Asesina! Pero yo no lo colgué; tu papá se colgó. El lo hizo. ¿Y sabés por qué? Sabés por qué? Esto no te lo dije nunca.

HIJO mirando hacia todos lados: …

MADRE: Porque descubrió que el tío Harón le había robado. Sí, con unos pagarés y una plata que no le devolvió nunca y tu papá destinaba para pagar los Citizen originales a los japoneses. El tío Harón no nos dio la plata y el banco no aprobó el descubierto. No te preguntaste por qué nunca vendimos ni un solo relojito Citizen? Tu padre no pudo soportar esa pena.

HIJO: Vos traías un abrigo.

MADRE: Así me pagás: mandándome sola a casa, como se despacha un paquete.

HIJO: ¿Dónde dejaste el abrigo?

MADRE: No sé.

MADRE: Pero yo no soy la asesina de tu padre. Ellos dicen Todas las mujeres quieren matar a sus maridos: todo es cuestión de tiempo. Después corren llorosas hacia sus hijos, muestran el pecho y piden piedad.

HIJO: No me dijeron nada de eso. Vamos por acá.

Hijo toma a la madre del brazo.
Ella se agacha para abrocharse la presilla del zapato y se suelta del Hijo.
El Hijo hace unos pasos y se detiene en una lápida.

HIJO: ¿Quién es este Yankelevich?

La Madre se acerca, mira.

MADRE: José Yankelevich. El que vendía pieles en la esquina. El peletero.

HIJO: ¿En serio? Dejáme que vea la lápida. ¡Ay, pobre don José! Me acuerdo de él, mamá: era un hombre chistosísimo y siempre tan amable. Veinte veces me habrá llevado a cocoyito… Acá están las mejillas barbudas que besé cien veces, las espaldas que pellizcaba cuando me cargaban. Me espanta ver esto ahora. (A la lápida) ¿Qué pasó con los chistes, don José? Hay que decirle al primo Gabriel que aunque sea el gracioso contando chistes verdes en el entierro de su padre, va a terminar igual. ¿Vos creés que el primo Gabriel va a terminar igual?

MADRE: Igual.

Señala un punto al final del cementerio

HIJO: Allá está Susy. Hace señas que tiene tu abrigo.

MADRE: ¿Quién?

HIJO bajo: La amante del tío Harón, la de los Casio.

MADRE: Qué hace con mi abrigo?

HIJO: Te va a llevar a casa, le queda de camino. La señora tiene un Toyota Corolla.

MADRE: Un qué?

HIJO: Un coche. Lo acaba de pagar, cero kilómetro. Se lo contó a la prima Paula cuando pasé a pedir el taxi y escuché. Vendió el Mercedes Benz Classic que tenía y compró el Toyota.

MADRE: Qué bien. Qué afortunada. Qué buen negocio.

HIJO: Yo siempre te dije que aprendieras a manejar.

MADRE: Sí.

HIJO: Pero no aprendiste.

MADRE: Las Ley no permite a las mujeres conducir coches como los hombres.

HIJO: Se ofreció amablemente a llevarte.

MADRE: El dolor engendra dolor y el duelo más duelo.

El Hijo hace señas de que aquí está la madre. La besa y la despacha con cariñosas palabras inaudibles.
Está feliz. Se vuelve feliz hacia el cementerio.
Fin de Escena 3 El amor de Dan


Escena 4 y final.
En la penumbra de la salita, la Madre recorta el vestido de la tía Sarita. Le agregó un tul, un volado grande y un poco ridículo, para alargar el vestido. De vez en cuando se para, lo pone sobre su cuerpo. Luego se sienta, corrige la costura. Guarda las tijeras en el bolsillón de su vestido (o guardapolvo con el que atiende en la relojeria) y pincha las agujas enhebradas en la pechera de su vestido, para que no se pierdan.
Entra el Hijo, frenético.

HIJO: ¡Puta!

MADRE se levanta de la silla, alelada.

HIJO: Sos una puta, mamá! Sos una puta.

El Hijo se sienta y llora desconsolado.

MADRE suave, tímida: Estaba arreglando el vestido de la tía Sarita que destrozaste… Ojo, no es un reproche. Está viejo y el stretch se percude rápido. Pensé que vos, que Ofelia, se lo podría poner. Para atender la relojería un día festivo.

HIJO: Ofelia! Justo Ofelia!

MADRE: Entraste así de pronto.Me vas a matar de un susto.

HIJO: Ofelia no se va a poner nada, mamá.

MADRE: Sumále a que este barrio es inseguro, que el candado de las rejas está falseado, y vos entrás con el ímpetu de un búfalo y yo muero en cualquier momento. Caigo seca.

HIJO: Ojalá te mueras, mamá.

MADRE irritada: Qué te pasa? Ya se le fue el amor por vos a tu primo Dan? Resultó inconstante? Vos sabés que repitió tercer grado y cuarto grado porque no quería estudiar. Abría los libros un día sí, un día no. Así repitió dos veces, un burro.

HIJO: El tío Harón le deja a su familia lo que la Ley indica. Lo justo, pero deja donaciones a otras personas.

MADRE alegre: Ah, si?

HIJO sombrío: Sí.

MADRE: ¿Me menciona a mí?

HIJO: No exactamente.

MADRE: …

HIJO: Me deja la relojería a mí.

MADRE: Cómo la relojería? Qué relojería?

HIJO: La de ellos.

MADRE: Y ellos qué?

HIJO: Ellos se quedan con su casa, los departamentos en Uruguay, la pensión. No sé, los ahorros del tío. El arsenal de Relojes Omega, Rolex y Zenith que tienen para vender en la relojería, queda para mí. Así especifica el testamento. Omega, Rolex y Zenith. Las demás marcas las tengo que entregar a la viuda.

MADRE: Y para qué querés vos la relojería del tío Harón?

HIJO: Porque se llama Salom e Hijos, Relojes.

MADRE: Ya sé cómo se llama.

HIJO: Por eso.

MADRE: Igual no entiendo. Tu tío tendría remordimientos por lo que le hizo a tu padre.

HIJO: También le deja plata de una cuenta de Suiza a la tilinga esa de la amante.

MADRE: Qué cretino, dejarle herencia a la amante de turno. Lo hace para insultar a la tía Quela.

HIJO: Sos una puta, mamá.

MADRE histérica: Lo volvés a decir y te rompo la cara, Jaime!

Largo silencio.

MADRE: Caliento la comida y comemos. Descansá, después te ponés tu ropa. Volvemos a la normalidad.

HIJO: Nunca más me voy a vestir de mujer.

MADRE: Pero si te gustaba! Pero si toda la vida quisiste!

HIJO: Nunca más.

MADRE: Vos me querés volver loca.

HIJO: Nunca más.

MADRE: Me pelée con tu padre para defenderte! Para explicarle que no ibas a dejar de ser su hijo amado por esta afición, esta inclinación… Y ahora me castigás.

HIJO: Vos me castigaste haciéndome tu pelele. Te creés que no me daba cuenta?

MADRE: Vos sos mi hijo, ¡yo te adoro!

HIJO: Yo soy tu mascota, mamá.

MADRE: Yo te adoro.

HIJO: Dame el vestido de la tía Sarita.

La Madre se lo tiende, obediente, en paz.
El Hijo lo parte en dos y tiras las partes al suelo.

HIJO: Yo no soy el hijo amado de mi padre.

MADRE: Yo siempre te quise. El siempre te quiso. Le costó aceptar…

HIJO: Yo soy el hijo del tío Harón.

La Madre traga la idea.

MADRE: Qué locura es esa.

HIJO: No me mientas más, mamá.

MADRE: ¿Cómo yo, con tu tío…?

HIJO: Toda la vida lo sospeché. No fuiste capaz de decirme. El viejo hijo de puta cuando iba al negocio, me hablaba del cucú. Me decía que el cuclillo es un pájaro que pone los huevos en el nido ajeno y los otros pájaros para defenderse de tener que criar pichones ajenos, ponen huevos de colores siempre diferente. Entonces al cuclillo le cuesta cada vez más poner huevos parecidos a los que quieren invadir. Yo no entendía nada. Decía El viejo este de mierda se hace el ornitólogo y me mata de aburrimiento. Después aparecías vos con la torta de miel y él te llevaba atrás, al tallercito.

MADRE: No sé de qué hablás.

HIJO: Ahora tengo en herencia tu nidito de amor. Dónde me hiciste? Sobre la mesita de reparación?

MADRE: Yo no hice nada.

HIJO: Todo hiciste.

MADRE: …

HIJO: Decíme cómo vamos a vivir ahora.

MADRE: Igual que siempre. Le hacés una oferta a Gabriel y que te compre la Relojería de su padre. Hacéle una oferta barata, para que pueda acceder con facilidad. ¿Qué vas a hacer vos con un taller de relojeria? Es pólvora en chimango. Por qué hizo eso el tío Harón? No sé. Pero vos no has sido capaz en diez años de dar cuerda a uno solo ¡uno solo! de todos los relojes colgados en esta pared, que bien podríamos vender y ganar algo.

HIJO: Vos no has sido capaz de decirme a mí que soy hijo de otro hombre.

La Madre frenética comienza a dar cuerda a los relojes.

HIJO: En mis treinta y cinco años no fuiste capaz!

La Madre baja alguno de los relojes y limpia el polvo del cuarzo con un resto del vestido de la tía Sarita.

HIJO: Me mentiste toda la vida y a eso le llamás amor y adoración.

MADRE: Estás siendo injusto.

HIJO: Fue el tío Harón, el magnánino, el que se lo reveló a papá. Pobre papá.

El Hijo se sienta, tranquilo, inmutable. Se quita el saquito de su bar mitzvah, reventado en las sisas, estudia cómo componer el saco.

HIJO: Papá lo tomó a mal, claro. Se enfermó.

MADRE: Cómo podés creer semejantes mentiras.

HIJO: En la época en que se enfermó, fue cuando se enteró. Lo de los pagarés es otro cuento tuyo, lo de los relojes Citizen. (Observando el saco) Cómo puede seguir entrándome el saco de los trece años. Apenas habré crecido algo. Vemos lo que somos pero no podemos decir lo que seremos.

MADRE: Todos estos relojes los reparó tu padre. Podrías haberle dado cuerda.

HIJO: Ojo, con él también estoy enojado. Siempre estuve enojado con él. Pero ahora más, porque nunca me dijo nada. Y él sabía.

MADRE: No tenía nada para decirte. Tu tío lo engañó. Tu tío le contó mentiras.

HIJO extrañamente en paz: Sé que de vos no voy a sacar una verdad ni aunque te mate, mamá.

MADRE: Ya sabés la verdad.

HIJO: Ni aunque te ponga las tijeras en la garganta, me vas a decir la verdad.

MADRE por lo relojes: Ya se oyen los tic tac. Es el corazón de la casa.

HIJO: Hay que acostumbrarse a que veces la verdad no la dice el que miente. La encuentra el que la busca.

MADRE: Tic tac, tic tac.

HIJO: Nunca más me voy a vestir de mujer.

MADRE: Ya lo dijiste. Me culpaste también por eso.

HIJO: No tengo por qué vestirme como una mujer, para amar a un hombre. Me di cuenta anoche. Que eso es una ridiculez; una esclavitud en la que me metiste.

MADRE: No vas a poder.

HIJO: Probemos si voy a poder. Dame el pelo. ¿Dónde está la bolsa con mi pelo?

MADRE: ¿Qué?

HIJO: La bolsa con mi pelo!

Los dos buscan; la madre se la dá.
El hijo tira su pelo por la ventana.

MADRE: Ay, los vecinos!

HIJO: Ahí fue el pelo.

MADRE: Me hacés mal con estas escenas, hijo. ¿Qué tan grave, tan malo es? Yo no quería que fueras un hombre como los demás. Una bestia como ellos. Que todo el día, toda la vida, era plata y relojes, plata y mujeres. Plata y dolores. Lo hice para cuidarte, para protegerte. Las mujeres somos más buenas, tenemos compasión.

HIJO: Vos no tuviste compasión de mí,

MADRE: No pensé que lo otro te iba a gustar tanto.

HIJO: Me mantuviste en la mentira.

MADRE: Ahora sos rico. No millonario, pero la relojería del tío cuesta lo suyo. Por barata que se la vendas a Gabriel…

HIJO brutal: ¡Y vos te pensás que yo quiero una relojería!

MADRE inmutable: Podés viajar. Siempre decías que te gustaría viajar. Te llenabas la boca con ansias de viaje. Te quejabas de la vida miserable que tenías conmigo acá… La vida que te puede dar tu madre, hombro con hombro a la par tuya. Porque no sabrás quién es tu padre, pero tu madre soy yo.

HIJO: Y cuánto lo lamento que seas vos.

MADRE: Cuando se te pase el berrinche, cobrás la plata y te vas a la India. O a la China, bien lejos.

HIJO quebrado: El primo Dan tuvo un ataque de locura. Me sacudió, me golpeó. Los hermanos no lo paraban, porque creían que lo hacía por indignación. No: lo hacía de asco. Somos hermanos, gritaba. Como si yo hubiera sabido. Porque todos creen que yo sabía y soy un cínico. Eso te lo debo a vos, mamá.

MADRE: Gracias.

HIJO: Lo corrí desde la Escribanía hasta la plaza. Se paró enfrente de la Sinagoga. Miraba a la Sinagoga y al Teatro Cervantes. A la Sinagoga y al Teatro Cervantes. Parecía que no sabía si ver una obra de teatro o pedir auxilio al Rabino. Me partió el corazón verlo asi, porque yo lo amo al primo Dan.

MADRE: El siempre fue un chico…

HIJO interrumpiendo: Te pido que no hables. Te pido que escuches hasta el final. Me siento al lado de él, lo abrazo. El se deja abrazar; olía… olía a una mezcla de alcanfor y rosas. Pobrecito, mi amado primo Dan. Se puso a cantar:
“-Cien veces dijiste,
Y alegre mentiste,
Que te ibas conmigo a casar.
-Y hubiéralo hecho,
Si incauto a mi lecho
No me hubieras venido a buscar.”

MADRE: Un poeta.

HIJO: ¡¡¡Qué te dije de hablar!!! Calláte de una vez.

Largo silencio.
La Madre baja un reloj cucú. Saca las tijeras y recorta las ramas de muérdago secas y viejas que tiene el cucú.

HIJO: Le digo Podemos ocultarlo. ¿A quién daña un amor como el nuestro? Me dice, me cuenta. Algo, un hombre lleva un reloj a arreglar a lo del tío. Estaba descompuesto el reloj, era de bolsillo. Un Longines de plata. El tío lo desarma y ve que tiene algo escrito en la parte trasera. El cliente le pregunta por qué alguien haría grabar algo en un reloj adonde nadie lo ve. Y el tío Harón le respondió al cliente: Dios lo ve. Eso fue lo que me dijo el primo Dan: Andate, querido. DIOS nos ve.

El cucú comienza a hacer tic tac.
El péndulo se mueve.

MADRE: Parece que funciona éste también.

HIJO: Y sabés qué digo yo? Por la reputísima madre que nos parió, qué maldición ser judíos!! Porque ninguno de nosotros cree en Dios. Ya de verdad nadie cree en Dios. Dios es una superstición, una superchería! Dios está muerto! Sí, no me mires así. Está muerto, tan muerto como el tío Harón, el tío Moís, la bubba, el pobre papá. O peor: no existió nunca. Porque tanta perversidad junta no puede haber existido. Somos todos bienpensantes, agnósticos, ateos, que se dice. Pero cuando las papas queman (grita con gran dolor) ¡ay cuando las papas queman!, todos andamos con el Dios mío en la boca. Toda la pena es un castigo de Dios; nosotros somos el bochorno de Dios. ¿Cómo van a amarse semejantes seres bochornosos y tener una cuota miserable de alegría por su amor? ¿¡Cómo!?

El Hijo llora doblado.
La Madre se acerca de atrás, pone, cariñosa, una mano en su espalda.

HIJO a su madre, entristecido como un niño: Le damos vergüenza a Dios, mamá.

MADRE: Estás viendo todo negro.

HIJO: Lo veo del color que lo veo.

MADRE: Vení, mirá.

La Madre lo toma de la mano y lo para delante del cucú.

MADRE: Este lo trajo el tío Moís de la Selva Negra. Trajo una docena de relojes cucú. Algunos para tu papá, otros para Harón y otros para él, para la concesionaria de Córdoba. Fue la época en que él se casó con Martita Rubin, después de meterle los cuernos a la tía Ester. Por eso se fue a vivir a Córdoba. Vos no te acordás de la historia porque eras chico. Pero la tía Ester le mandó los hermanos para que le rompieran las piernas al tío Moís por haberla engañado. El se escapó a Europa y después se instaló con la Martita en Córdoba. Con la Martita Rubin y con las piernas sanas, se entiende. Mirá, dentro de tres minutos va a salir el pajarito y hará cucú.

HIJO observando el reloj, toma las tijeras de la madre: Prestáme.

MADRE: Qué vas a hacer?

HIJO: ¿No ves que tiene los cuernos desparejos?

El hijo recorta los cuernos del ciervo.

MADRE: Ah, sí. La grasa los arruinó, el hollín.

HIJO: Cuántas veces sale el pajarraco a cantar?

MADRE: Dos.

HIJO: Dos.

MADRE: Cu-cú y entra. Y cu- cú y entra. Ya sabés, no sé para qué me preguntás.

HIJO: Vos sabías que los cuclillos ponen huevos en nidos ajenos?

MADRE: No.

HIJO: Buscan nidos donde la hembra pone huevos parecidos a los suyos. Porque una hembra que sea muy distinta y ponga huevos celestes y el cuclillo los pone naranjas, la hembra se da cuenta y echa a los huevos del cuclillo del nido para que se estrellen en el suelo. Entonces busca alguien como él mismo, casi de su especie.

MADRE: Eso te lo enseñó el tío Harón?

HIJO: Sí.

MADRE: Al menos aprendiste algo de él.

HIJO sarcástico: Ja.

El cucú sale.
Hace cu-cú cu-cú..

MADRE: Ahí tenés la primera vez. Medio lento. Hay que engrasarle el eje.

El cucú sale. Hace cucú.
En ese instante el hijo pega un tijeretazo brutal al cu-cu, que cae descabezado, despedazado a los pies de la madre.

HIJO: Este ya no pondrá huevos donde no corresponde.

La madre recoge el pajarito de paño.

MADRE: Pobrecito el pajarito.

HIJO: Tirá ese bicho asqueroso a la basura, mamá.

Apagón.
Fin de Escena 4 y final

Final de El bochorno.