El silencio de las tortugas
de Lucia Laragione (Monólogos de dos Continentes)
Un cementerio. Alrededor del mediodía de un día nublado. Una mujer de unos 50 años largos, menuda y nerviosa, quita las flores marchitas de un jarrón y pone en su lugar flores artificiales.
Celina:
¿Son lindas, no? Lo más parecidas que encontré a las naturales (pausa)
Si, ya sé, ya sé. Me imagino lo que estás pensando. ¿Cómo yo que siempre odié las flores artificiales? ¿Cómo es que ahora…? (pausa) ¡tantas cosas son distintas ahora! Yo misma estoy sorprendida. No me reconozco. Claro, vos tampoco me reconocerías, Roberto (pausa)
Estas “nomeolvides” no se marchitan, no necesitan agua ni hay que cambiarlas cada semana (pausa) Yo, la semana que viene no voy a venir. Ni la otra. Ni la otra (pausa) Me voy de viaje, Roberto. Sí, ya sé, ya sé. Me imagino lo que estás pensando. ¿Cómo yo que odiaba moverme de casa, que no quería ni acompañarte al country los fines de semana…? Es cierto que no me gustaba salir (pausa) Me quedaba cuidando mis plantas. Cambiándoles la tierra, limpiándolas hoja por hoja y, sobre todo, hablándoles. Les hablaba mucho (pausa) Bueno, en realidad, sólo hablaba con ellas. Quiero decir, de mis cosas (pausa) Vos siempre estabas tan ocupado, tenías tan poco tiempo…! (pausa) Ahora sí tenés mucho tiempo, Roberto, pero no te preocupes, no por eso me voy a abusar…sabés que siempre fui discreta… (pausa)
Volviendo al tema de que no me gustaba salir…se me ocurre que, tal vez, tenía miedo…(pausa) Sí, ya sé, ya sé. Me imagino que estás pensando que soy una idiota…pero tenía miedo. Sí. Miedo de los otros. De parecerles tonta, de que no me aceptaran. No sé, miedo (pausa)
Y además me agarraban esas terribles jaquecas…¿te acordás, Roberto? Acostada en la oscuridad, con las compresas frías sobre la frente. Horas muertas así, hasta que el dolor desaparecía (pausa)
Ahora ya no me duele la cabeza. Ni una puntadita.
Y ya tampoco tomo más. ¿vos sabías que yo tomaba, no es cierto?
En el placard, entre la ropa muy bien doblada y guardada, con aroma a lavanda, escondía la petaca de vodka. Era más difícil esconder el aliento…(pausa) Vos sabías, Roberto, pero no te importaba. Empecé al perder el segundo embarazo. Cuando estabas por llegar, como sabía que no soportabas verme llorar, me tomaba unos tragos. Así era más fácil para los dos (pausa) ¡Ojala hubiéramos adoptado un bebé!
Cuando te hablé de eso, me trajiste a Caty. (Imitando la voz y el tono amable de Roberto) Es una compañía y no te va a dar ningún trabajo. Sólo tenés que darle agua y lechuga en verano, porque en invierno duerme (pausa) ¡¡qué silenciosas son las tortugas, Dios mío!! Me pasaba horas con la oreja pegada al caparazón, tratando de escuchar si emitía algún sonido. NADA. Nada de nada. YO que tanto había soñado con el bochinche de los hijos…(pausa)
Una vez leí en una revista que las tortugas chillan solo cuando sienten un dolor intenso, un sufrimiento insoportable (pausa) Hasta que empezó a obsesionarme la idea no sabía lo cruel que yo podía ser (pausa) Lo necesitaba. Necesitaba oírla chillar (pausa) ¿Te acordás, no es cierto? El Dr. Terra no podía entender como el pobre animal se había clavado la aguja (pausa) Todavía en sueños me persigue ese chillido. Espero que la pobre Caty me haya perdonado. En fin… ahora todo es distinto. VOS tenés el silencio que querías. Y yo me voy de viaje. Será un viaje largo. Durará lo que dure el dinero (pausa)
Vendí la casa, Roberto. Y también el departamento. Sí, ya sé, ya sé. Seguro te estás acordando de aquella oferta tan buena que nos hicieron, cuando vos querías vender a toda costa y yo no quise. Me angustiaba tanto tener que irme de mi casa que, esa vez, me puse firme. Y nos quedamos (pausa) Podés estar tranquilo, Roberto. Me pagaron un buen precio. No tanto como el que nos habían ofrecido aquella vez. Pero está bien, muy bien.
Alcanza para unos cuantos meses en Grecia, recorriendo sus islas, hundiendo los pies en las arenas blancas, bañándome desnuda en el mar…(Imitando la voz y el tono de Roberto) ¿Desnuda? ¿Te volviste loca Celina? (Con su propio tono) Bañándonos, mejor dicho. (pausa)
Puedo oírte, Roberto. Puedo oír perfectamente lo que estás pensando. Crees que soy una perfecta idiota. Que alguien se está aprovechando de mí. Que me va a dejar sin un peso tirada en las ruinas. No, no es así (pausa) ¡La Vida da unas vueltas tan inesperadas…! (pausa)
YO jamás, jamás me habría imaginado que a vos ¡a vos! ¡Iba a deberte mi Felicidad de hoy!
Sí, ya sé, ya sé…me imagino lo que pasa por tu cabeza. La lista completa de amigos y conocidos. Y hasta adivino en quién estás pensando. En el bueno del Dr. Terra que operó a Caty. (Imitando la voz y el tono de Roberto) Ese tipo – te lo digo yo- está mucho más interesado en revisarte a vos que a la tortuga (pausa) No me hacías un gran favor diciéndome eso, Roberto. Pero ahora ya no importa. Porque soy feliz. Y vos tenés que ver con esta Felicidad. (pausa)
Al principio no fue así, ¿sabés? Al principio me dolió. No porque yo no me lo imaginara. No soy tan tonta. Pero es distinto imaginarse algo a verlo. Es muy distinto. Y fue en el velorio donde…Porque se apareció en el velorio. Nadie lo podía creer. Porque todos, Roberto, todos sabían. Y cuando entró, miraron para otro lado, se hicieron los burros. Nadie quería darse por enterado. Pero entonces vino derecho a mí “Vos sos la mujer de Roberto, ¿no?”, preguntó. Dije que sí con la cabeza. Me estrechó en un abrazo muy fuerte. Yo no pude reaccionar. No sentía nada. Era como si mi cuerpo se me hubiera vuelto de arena. La gente nos miraba con los ojos abiertos como huevos.
Quizá fue por eso que, ahí, en mitad del velorio, me asaltó un deseo incontrolable de comer huevos fritos con papas. Como cuando te esperaba hasta muy tarde y vos no llegabas y entonces, iba a la cocina y pelaba y freía cinco papas grandes. Devoraba una fuente entera a triple caballo. (pausa) Fue como si adivinara mi deseo porque me dijo: “¡vamos!” y me llevó del brazo al bar de la esquina. Me comí dos platos. Uno detrás de otro. Me miraba en silencio.
Esperó a que terminara para preguntarme: “¿sabés quién soy yo?” Recién entonces la miré de arriba abajo. Me dolió, Roberto. Me dolió verla tan linda. ¡Pero qué caradura, decían todos! ¡Echala! ¿Por qué no la echás?, azuzaban los parientes. Yo no quería que se fuera. Me dolía verla linda, más joven que yo y saber…Pero - la vida es tan rara, Roberto - de alguna manera me consolaba su presencia. En el entierro, lloramos juntas. Abrazadas (pausa) Lo más extraño sucedió después… Volvimos en el mismo auto y ella se bajó en casa. Fui al cuarto, ella me seguía. Entré al vestidor donde tu ropa estaba prolijamente doblada y guardada y empecé a tirar todo al piso. Ella me ayudaba. En silencio, sin decir ni una palabra. Después fui a buscar las tijeras. Y corté todo por la mitad. Las camisas con monograma. Las corbatas de seda. Los trajes, las medias, los calzoncillos, los piyamas. Mitad para ella, mitad para mí. Parecía que nos repartíamos tus restos, Roberto. Agotadas nos quedamos dormidas. En la misma cama donde tantos años vos y yo dormimos juntos y tan lejos el uno del otro. ¡Sí, ya sé, ya sé! Me imagino lo que estás pensando. Pero no Roberto, no. Ese día no pasó nada. Fue poco a poco que nos dimos cuenta de que nos gustaba estar juntas. Que nos reíamos de las mismas cosas. Que no necesitábamos hablar para entendernos. Que nos extrañábamos. A mí me llevó más tiempo admitir que mi cuerpo se ponía locamente despierto en su presencia (pausa) Luché contra eso que sentía. Me asustaba terriblemente. Nunca nadie me había hecho sentir así. La intensidad, dolía. Y, finalmente, las ganas pudieron más que el miedo y lo que los demás podían decir. (pausa) ¿Vieja loca? ¿Es eso lo que estás pensando? No me importa. Muchos lo pensaron y hasta lo dijeron. Pero a mí no me importa…(pausa) Por primera vez en mi vida soy verdaderamente feliz. ¿Y sabés? Fue muy raro darme cuenta que, antes de conocerla, yo conocía su olor. ¡Lo olí tantas veces en tu ropa, en tu cuerpo, que ese olor de ella me era familiar y querido mucho antes de hundir mi nariz en la piel blanca y suave! (pausa) No te inquietes. No voy a contarte detalles. Sabés que siempre fui pudorosa y en eso no cambié. (pausa)
Está empezando a llover, Roberto. Caen unas gotas gordas y pesadas que mojan mi cuerpo y tu lápida, y los árboles y las nomeolvides… (pausa) A Caty la dejé en el Zoológico. Apenas la pusieron con las otras tortugas, una se le acercó y la montó. (pausa) Las tortugas no chillan solo cuando sufren. También lo hacen cuando sienten placer. (pausa) Estoy segura, segura que Caty me perdonó. (Reacomoda las flores artificiales) Adiós, Roberto (pausa) Y gracias.
Sale. Apagón.
de Lucia Laragione (Monólogos de dos Continentes)
Un cementerio. Alrededor del mediodía de un día nublado. Una mujer de unos 50 años largos, menuda y nerviosa, quita las flores marchitas de un jarrón y pone en su lugar flores artificiales.
Celina:
¿Son lindas, no? Lo más parecidas que encontré a las naturales (pausa)
Si, ya sé, ya sé. Me imagino lo que estás pensando. ¿Cómo yo que siempre odié las flores artificiales? ¿Cómo es que ahora…? (pausa) ¡tantas cosas son distintas ahora! Yo misma estoy sorprendida. No me reconozco. Claro, vos tampoco me reconocerías, Roberto (pausa)
Estas “nomeolvides” no se marchitan, no necesitan agua ni hay que cambiarlas cada semana (pausa) Yo, la semana que viene no voy a venir. Ni la otra. Ni la otra (pausa) Me voy de viaje, Roberto. Sí, ya sé, ya sé. Me imagino lo que estás pensando. ¿Cómo yo que odiaba moverme de casa, que no quería ni acompañarte al country los fines de semana…? Es cierto que no me gustaba salir (pausa) Me quedaba cuidando mis plantas. Cambiándoles la tierra, limpiándolas hoja por hoja y, sobre todo, hablándoles. Les hablaba mucho (pausa) Bueno, en realidad, sólo hablaba con ellas. Quiero decir, de mis cosas (pausa) Vos siempre estabas tan ocupado, tenías tan poco tiempo…! (pausa) Ahora sí tenés mucho tiempo, Roberto, pero no te preocupes, no por eso me voy a abusar…sabés que siempre fui discreta… (pausa)
Volviendo al tema de que no me gustaba salir…se me ocurre que, tal vez, tenía miedo…(pausa) Sí, ya sé, ya sé. Me imagino que estás pensando que soy una idiota…pero tenía miedo. Sí. Miedo de los otros. De parecerles tonta, de que no me aceptaran. No sé, miedo (pausa)
Y además me agarraban esas terribles jaquecas…¿te acordás, Roberto? Acostada en la oscuridad, con las compresas frías sobre la frente. Horas muertas así, hasta que el dolor desaparecía (pausa)
Ahora ya no me duele la cabeza. Ni una puntadita.
Y ya tampoco tomo más. ¿vos sabías que yo tomaba, no es cierto?
En el placard, entre la ropa muy bien doblada y guardada, con aroma a lavanda, escondía la petaca de vodka. Era más difícil esconder el aliento…(pausa) Vos sabías, Roberto, pero no te importaba. Empecé al perder el segundo embarazo. Cuando estabas por llegar, como sabía que no soportabas verme llorar, me tomaba unos tragos. Así era más fácil para los dos (pausa) ¡Ojala hubiéramos adoptado un bebé!
Cuando te hablé de eso, me trajiste a Caty. (Imitando la voz y el tono amable de Roberto) Es una compañía y no te va a dar ningún trabajo. Sólo tenés que darle agua y lechuga en verano, porque en invierno duerme (pausa) ¡¡qué silenciosas son las tortugas, Dios mío!! Me pasaba horas con la oreja pegada al caparazón, tratando de escuchar si emitía algún sonido. NADA. Nada de nada. YO que tanto había soñado con el bochinche de los hijos…(pausa)
Una vez leí en una revista que las tortugas chillan solo cuando sienten un dolor intenso, un sufrimiento insoportable (pausa) Hasta que empezó a obsesionarme la idea no sabía lo cruel que yo podía ser (pausa) Lo necesitaba. Necesitaba oírla chillar (pausa) ¿Te acordás, no es cierto? El Dr. Terra no podía entender como el pobre animal se había clavado la aguja (pausa) Todavía en sueños me persigue ese chillido. Espero que la pobre Caty me haya perdonado. En fin… ahora todo es distinto. VOS tenés el silencio que querías. Y yo me voy de viaje. Será un viaje largo. Durará lo que dure el dinero (pausa)
Vendí la casa, Roberto. Y también el departamento. Sí, ya sé, ya sé. Seguro te estás acordando de aquella oferta tan buena que nos hicieron, cuando vos querías vender a toda costa y yo no quise. Me angustiaba tanto tener que irme de mi casa que, esa vez, me puse firme. Y nos quedamos (pausa) Podés estar tranquilo, Roberto. Me pagaron un buen precio. No tanto como el que nos habían ofrecido aquella vez. Pero está bien, muy bien.
Alcanza para unos cuantos meses en Grecia, recorriendo sus islas, hundiendo los pies en las arenas blancas, bañándome desnuda en el mar…(Imitando la voz y el tono de Roberto) ¿Desnuda? ¿Te volviste loca Celina? (Con su propio tono) Bañándonos, mejor dicho. (pausa)
Puedo oírte, Roberto. Puedo oír perfectamente lo que estás pensando. Crees que soy una perfecta idiota. Que alguien se está aprovechando de mí. Que me va a dejar sin un peso tirada en las ruinas. No, no es así (pausa) ¡La Vida da unas vueltas tan inesperadas…! (pausa)
YO jamás, jamás me habría imaginado que a vos ¡a vos! ¡Iba a deberte mi Felicidad de hoy!
Sí, ya sé, ya sé…me imagino lo que pasa por tu cabeza. La lista completa de amigos y conocidos. Y hasta adivino en quién estás pensando. En el bueno del Dr. Terra que operó a Caty. (Imitando la voz y el tono de Roberto) Ese tipo – te lo digo yo- está mucho más interesado en revisarte a vos que a la tortuga (pausa) No me hacías un gran favor diciéndome eso, Roberto. Pero ahora ya no importa. Porque soy feliz. Y vos tenés que ver con esta Felicidad. (pausa)
Al principio no fue así, ¿sabés? Al principio me dolió. No porque yo no me lo imaginara. No soy tan tonta. Pero es distinto imaginarse algo a verlo. Es muy distinto. Y fue en el velorio donde…Porque se apareció en el velorio. Nadie lo podía creer. Porque todos, Roberto, todos sabían. Y cuando entró, miraron para otro lado, se hicieron los burros. Nadie quería darse por enterado. Pero entonces vino derecho a mí “Vos sos la mujer de Roberto, ¿no?”, preguntó. Dije que sí con la cabeza. Me estrechó en un abrazo muy fuerte. Yo no pude reaccionar. No sentía nada. Era como si mi cuerpo se me hubiera vuelto de arena. La gente nos miraba con los ojos abiertos como huevos.
Quizá fue por eso que, ahí, en mitad del velorio, me asaltó un deseo incontrolable de comer huevos fritos con papas. Como cuando te esperaba hasta muy tarde y vos no llegabas y entonces, iba a la cocina y pelaba y freía cinco papas grandes. Devoraba una fuente entera a triple caballo. (pausa) Fue como si adivinara mi deseo porque me dijo: “¡vamos!” y me llevó del brazo al bar de la esquina. Me comí dos platos. Uno detrás de otro. Me miraba en silencio.
Esperó a que terminara para preguntarme: “¿sabés quién soy yo?” Recién entonces la miré de arriba abajo. Me dolió, Roberto. Me dolió verla tan linda. ¡Pero qué caradura, decían todos! ¡Echala! ¿Por qué no la echás?, azuzaban los parientes. Yo no quería que se fuera. Me dolía verla linda, más joven que yo y saber…Pero - la vida es tan rara, Roberto - de alguna manera me consolaba su presencia. En el entierro, lloramos juntas. Abrazadas (pausa) Lo más extraño sucedió después… Volvimos en el mismo auto y ella se bajó en casa. Fui al cuarto, ella me seguía. Entré al vestidor donde tu ropa estaba prolijamente doblada y guardada y empecé a tirar todo al piso. Ella me ayudaba. En silencio, sin decir ni una palabra. Después fui a buscar las tijeras. Y corté todo por la mitad. Las camisas con monograma. Las corbatas de seda. Los trajes, las medias, los calzoncillos, los piyamas. Mitad para ella, mitad para mí. Parecía que nos repartíamos tus restos, Roberto. Agotadas nos quedamos dormidas. En la misma cama donde tantos años vos y yo dormimos juntos y tan lejos el uno del otro. ¡Sí, ya sé, ya sé! Me imagino lo que estás pensando. Pero no Roberto, no. Ese día no pasó nada. Fue poco a poco que nos dimos cuenta de que nos gustaba estar juntas. Que nos reíamos de las mismas cosas. Que no necesitábamos hablar para entendernos. Que nos extrañábamos. A mí me llevó más tiempo admitir que mi cuerpo se ponía locamente despierto en su presencia (pausa) Luché contra eso que sentía. Me asustaba terriblemente. Nunca nadie me había hecho sentir así. La intensidad, dolía. Y, finalmente, las ganas pudieron más que el miedo y lo que los demás podían decir. (pausa) ¿Vieja loca? ¿Es eso lo que estás pensando? No me importa. Muchos lo pensaron y hasta lo dijeron. Pero a mí no me importa…(pausa) Por primera vez en mi vida soy verdaderamente feliz. ¿Y sabés? Fue muy raro darme cuenta que, antes de conocerla, yo conocía su olor. ¡Lo olí tantas veces en tu ropa, en tu cuerpo, que ese olor de ella me era familiar y querido mucho antes de hundir mi nariz en la piel blanca y suave! (pausa) No te inquietes. No voy a contarte detalles. Sabés que siempre fui pudorosa y en eso no cambié. (pausa)
Está empezando a llover, Roberto. Caen unas gotas gordas y pesadas que mojan mi cuerpo y tu lápida, y los árboles y las nomeolvides… (pausa) A Caty la dejé en el Zoológico. Apenas la pusieron con las otras tortugas, una se le acercó y la montó. (pausa) Las tortugas no chillan solo cuando sufren. También lo hacen cuando sienten placer. (pausa) Estoy segura, segura que Caty me perdonó. (Reacomoda las flores artificiales) Adiós, Roberto (pausa) Y gracias.
Sale. Apagón.