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28/7/22

De primera

  



De 1a





Benjamín Gavarre

 

 

Personajes:  

Arturo  

Martha  

Paco  

Laura 

Alicia  

Alex  

 

Vemos dos espacios que pertenecen a dos familias diferentes. Del lado izquierdo observamos el comedor y la sala de T.V. de la familia Solís, integrada por Arturo, un intolerante ejecutivo esforzado en ser buen padre; su esposa Martha, una mujer pensativa y nerviosa; Laura, una adolescente de diecisiete, llena de energía, y a quien nadie toma en cuenta. También está Paco, un muchacho parecido externamente a su padre, pero abrumado y molesto por problemas que no expresa.  

En la parte derecha del escenario está el estudio y sala-comedor de la casa de Alicia Reyes, una competente maestra de bachillerato, y Alex, su hijo, de dieciocho años, un adolescente avispado que viste de forma poco convencional.  

 

 

Uno 

Es de noche, y en casa de la familia Solís todos cenan en silencio. Al mismo tiempo, en casa de Alicia y Alex, éste último baila al ritmo de la música que escucha por su celular, mientras Alicia limpia el desorden que hay en el estudio. La atención del espectador va de una escena a otra según toman la palabra los personajes. 

 

Alicia y Alex 

Alicia. ― (Limpia las piezas de un rompecabezas que están dispersas sobre una mesita de centro) Una pregunta, Alejandro. 

 

Alex. ― (Medio la escucha al mismo tiempo que a su música) ¿Sí, Jefa? 

 

Alicia. ― ¿Tienes idea de cuándo vas a empezar a armar este rompecabezas? 

 

Alex. ― ¿El de mil piezas? 

 

Alicia. ― Este mismo. 

 

Alex. ― (Con vanidad) ¿El de los dioses mayas que me gané en las olimpiadas del conocimiento? 

 

Alicia. ― Sí, este mismo. ¿Cuándo piensas que vas a empezar a hacerlo? 

 

Alex. ― Es cuestión de tiempo. Estoy visualizándolo. Es muy complejo, ¿sabes? 

 

Alicia. ― Me doy cuenta, solamente, Alejandro, que las mil piezas de tu rompecabezas, que ocupan la mesa de centro de nuestra sala, se cubren cada semana que pasa, cada vez más y más de polvo y más polvo. Espero que no te moleste si se lo quito. 

 

Alex. ― No sé, Jefa. Pierdo la perspectiva. Puedo confundir los colores. Ya tenía toda una estrategia para armarlo. (Al ver que su mamá va a tomar medidas drásticas) ¡No muevas esas piezas! 

 

Alicia. ― De acuerdo, Alejandro. Me parece entonces que no debo ser yo quien siga quitando el polvo. ¿Tú qué piensas? 

 

 

Familia Solís 

Paco. ― (A su padre) ¿Me pasas la sal?... (Al ver que aparentemente no lo ha escuchado) ¡Papá! 

 

Arturo. ― Ah, el salero. Te lo doy, con gusto, hijo. 

 

Laura. ― Hoy vi pasar a una mujer que conducía una ambulancia. ¿Se imaginan?... Yo sabía que había mujeres taxistas, mujeres empresarias y hasta mujeres presidentas. ¡Pero en una ambulancia! Ya las mujeres somos capaces de trabajar en todo lo que queramos. 

 

Arturo. ― (Sin que venga al caso, habla a su hijo Paco) Cuando yo trabajaba en el Corporativo Arredondo... 

 

Martha. ― (Se levanta de improviso y va a la cocina) ¡Las tortillas! ¡Ya se me han de haber quemado! 

 

Arturo. ― (Continúa en su monólogo) ...Cada empleado se sentía parte importante de la empresa. Era... un equipo. ¿Sí? Había... organización. ¿Sí?... Nuestro gerente era primo segundo de don Agustín Arredondo. Ah, pero no estaba ahí al mando nada más por el parentesco. Era gente muy capaz. Un verdadero líder. Un ejemplo, Paco. Y por cierto, ¿qué tal la escuela?, ¿bien? ¿Cómo te fue en tu examen? 

 

Martha. ― ¿No te vas a comer la sopa, hija? 

 

Paco. ― ¿El de mate? Bien. 

 

Arturo. ― Mate, ¡cómo que mate! Matemáticas, aunque te cueste trabajo. Qué bueno que te fue bien, pero bien no basta; debes decir: excelente. Recuerda que tenemos que conseguir tu beca. 

 

Martha. ― Al menos prueba la sopa, hija. Es de papa y zanahoria. 

 

Laura. ― No me gustan las papas. 

 

Martha. ― Son muy nutritivas. 

 

Laura. ― Engordan. 

 

Arturo. ― (A su hija) ¿Pero qué escucho? ¿Mi muñequita no quiere alimentarse? 

 

Paco. ― (Sarcástico) ¡Tu muñequita quiere ser modelo! 

 

Arturo. ― ¿Es una nueva moda, esa, mi niña, la de enseñar el ombligo? 

 

Martha. ― Se llaman “pantalones a la cadera”, las usan todas las jovencitas. 

 

Paco. ― Las delgadas... 

 

Arturo. ― No, princesita tú no puedes usar esa clase de cosas. Martha, a ver si le compras algo decente a tu hija. 

 

Paco. ― (A Martha) Por cierto, dile a mi papá que me dé trescientos pesos para comprar un libro. 

 

Martha. ― Creo que ya te escuchó. 

 

Laura. ― Yo también tengo que comprar un libro. 

 

Arturo. ― Basta de hablar de asuntos de dinero. Mañana le doy el dinero a su madre. ¿De qué es tu libro, nena? 

 

Laura. ― Uno, me lo recomendó la de lite. 

 

Paco. ― Yo necesito uno de... álgebra. 

 

Arturo. ― ¿De álgebra otra vez? Ya te había comprado uno, ¿qué pasó con ese? 

 

Paco. ― Éste es otro. 

 

Arturo. ― Ah, ¿sí? 

 

Paco. ― De otro nivel papá. Más elevado. 

 

Arturo. ― Ah, me parece muy bien. 

 

 

Alicia y Alex 

Alex. ― (Quita las piezas de la mesa y las guarda en su caja) Cuando me dices Alejandro, sé que algo anda muy mal. Ya no voy a armar el rompecabezas, ¿contenta? 

 

Alicia. ― Esa es decisión tuya, Alex. Pero hay algo más. 

 

Alex. ― Ahora qué. 

 

Alicia. ― Habías prometido lavar tu ropa. 

 

Alex. ― Ahí vas de nuevo. 

 

Alicia. ― Por supuesto. No has lavado tu ropa. No sé cómo puedes seguir con los mismos pantalones y no quiero ni pensar... si te has cambiado o no... los calcetines. 

 

Alex. ― Ya, ya estuvo, ¿no? 

 

Alicia. ― Tampoco tu cuarto quiero imaginarlo. Van a anidar ratas con toda esa ropa tirada, esas “lecturas” y todos tus tenis y ropa tirada por todos lados. 

 

Alex. ― No quieres mi imaginártelo pero bien que has entrado. Tú también has faltado a tu palabra de no meterte a mi cuarto. ¡Es PRIVADO! 

 

 

Familia Solís 

Arturo. ― (A Martha) A mí nada más medio plato. (A Paco) Deberías conocer a mi nuevo jefe, el Licenciado Mondragón, es un ejecutivo de primera. Ha sabido posicionarse. Gente de primera; gente de empresa, Paco. El viernes tenemos una comida, solo para la gente del Corporativo, pero me gustaría que pudieras ir. Ambiente de alto nivel. Un día no muy lejano tú también vas a pertenecer a una gran empresa, pero primero la carrera, ¿sí? El título, Paco. 

 

Paco. ― Mamá, esto está muy grasoso. Por qué compras carne de cerdo. 

 

Laura. ― (A su hermano) ¿Te hace daño? 

 

Paco. ― Cállate. 

 

Martha. ― Es ternera, Paco, tal vez se me pasó el aceite. Dame, te preparo una ensalada. 

 

Laura. ― (Solícita, a Martha) Yo te ayudo. 

 

Paco. ― Olvídenlo. Se me quitó el hambre. Voy a ver tele. 

 

Arturo. ― Martha, prepárame un café. No muy caliente. 

 

Laura. ― (A Martha) Yo se lo sirvo. 

 

 

Alicia y Alex 

Alicia. ― Tienes razón, Alex. No debí haber entrado a tu cuarto. Pero debes reconocer que tenías ahí metidos cinco de los quince vasos que tenemos. Por no mencionar tres tazas y hasta un plato sopero. 

 

Alex. ― Sí, sí, jefa. Ya entendí. ¿Te parece si yo lavo los trastos de aquí hasta que termine el mes? 

 

Alicia. ― Es tu obligación. Te tocaban este mes, ¿recuerdas? El mes próximo los lavo yo. También te tocaba tirar la basura y encargarte de llamar al plomero. Yo tuve que hacerlo porque, si no, se nos inundaba la casa. 

 

Alex. ― Sí, bueno, está bien. Luego me crucificas si quieres, pero ahora tengo que prepararme para ir a la fiesta de Gustavo y Sofía. 

 

Alicia. ― No tienes permiso y lo sabes. 

 

Alex. ― ¿Cómo se te ocurre? 

 

Alicia. ― ¿No piensas que sea justo? 

 

Alex. ― No me importa si es justo o no. Tengo que ir a esa fiesta. Es la fiesta del mes. 

 

Alicia. ― También tienes otras obligaciones y no las has cumplido. ¿Qué piensas hacer? 

 

Alex. ― Me voy a mi cuarto, por lo pronto, ¿me escuchas? Y te pido por favor que no se te ocurra molestarme. 

 

 

La Familia Solís 

Arturo. ― (A su hijo, que está viendo videos de rock) Paco, pon algo decente, mira nada más qué mamarrachos. Puro ruido. Bájale. 

 

Paco. ― ¿En tus tiempos escuchabas a los Rolling o a los Beatles? 

 

Arturo. ― Mis tiempos todavía son estos, muchachito. 

 

Paco. ― ¿Y llegaste a oír a Iron Maiden, a Black Sabbath, a... Judas Priest? 

 

Martha. ― (A Arturo) Se me olvidaba decirte, Arturo... 

 

Arturo. ― (A Paco) ¿A quién? 

 

Martha. ― Me encontré con don Carlos; ya tenemos que pagar el mantenimiento. 

 

Arturo. ― Martha, ya estuvo bueno. Qué fue lo que dije. No se habla de dinero. 

 

Paco. ― (Le da el control de la tele y se queda quieto y pensativo) Toma, papá, pon lo que quieras. 

 

Arturo. ― Se me ocurre una buena idea; vamos a ver un video que me recomendó un colega. Es un tema de interés, ¿sí?, “sobre los retos y cómo enfrentarlos”. Ven a sentarte Martha. (A su hija) Ven aquí, princesa. 

 

 

Alicia y Alex 

Se escucha la música a todo volumen en el cuarto de Alex. Alicia trabaja con su compu. 

Alex. ― (Sale de su cuarto y habla a gritos con Alicia) ¡Ya lo pensé bien! 

 

Alicia. ― Te escucho. 

 

Alex. ― Hoy me voy a quedar aquí. Y voy a hacer todo lo que me corresponde hacer. Pero el próximo sábado voy a hacer una fiesta aquí en la casa. 

 

Alicia. ― Tal vez puedas hacer una reunión pequeña. 

 

Alex. ― Una fiesta... Una reunión. 

 

Alicia. ― Muy bien. Yo te puedo ayudar a preparar... 

 

Alex. ― No. Tú puedes irte con tus amigas, ¿no crees? 

 

Alicia. ― Muy bien, me parece razonable. 

 

Alex. ― Nada más una cosa...Voy a necesitar un poco de dinero. 

 

Alicia. ― ¿Sí? 

 

Alex. ― Solo un poco. Mis amigos van a traer algo, pero no todo. 

 

Alicia. ― Ya veremos. Yo creo que un poco sí te presto. Pero, por lo pronto, creo que tienes mucho trabajo. 

 

Alex. ― Sí, muy bien. De acuerdo. 

 

Alicia. ― Estamos de acuerdo. 

 

 

Familia Solís 

Arturo. ― Sería bueno algo para cenar no crees, Martha. 

 

Martha. ― Preparo unas hamburguesas. 

 

Paco. ― Yo… voy a salir un rato. 

 

Arturo. ― Llévate a Laura. Toma, las llaves del coche. 

 

Laura. ― Que vaya él solo. Yo la verdad ya tengo mucho sueño. 

 

Arturo. ― Entonces vete a dormir, nenita. Mañana tienes que levantarte temprano. 

 

Laura. ― Buenas noches. 

 

Arturo. ― Buenas noches, princesa. 

 

Paco. ― No creo tardarme. 

 

Arturo. ― Este muchacho. Eso quiere decir que no lo esperamos. ¿No piensas?  

 

Martha solo asiente y se levanta mecánicamente y va a preparar la cena. Arturo ve atentamente su “video motivacional”: 

 

Voz e imagen del locutor de un video motivacional. ― 

¡Venza los retos y conviértase en un líder! 

Acompáñenos a esta nueva experiencia. ¡Sea de los privilegiados! 

Usted es importante. Nuestro mensaje es para gente como usted, gente de primera, dispuesta a superar cualquier reto! 

En este momento usted puede sentirse satisfecho porque ha logrado decidirse a luchar contra los obstáculos que parecen imposibles para la mayoría. 

Cualquier barrera puede ser vencida, cualquier montaña puede ser conquistada. Los problemas pueden ser solamente un Reto más, ¡un maravilloso DESAFÍO! 

Usted... después de haber visto este video, se sentirá dispuesto a convertirse en el líder que siempre ha deseado. Prepárese para conocer los maravillosos caminos del éxito. Usted está a punto de integrarse al selecto grupo de triunfadores. Conviértase en el protagonista de su propia vida. Tenga la convicción de que alcanzará cualquier Cima. Todo es cuestión de voluntad y de un pequeño esfuerzo. Nosotros le garantizamos el éxito total. No es difícil convertirse en el Número Uno. 

¡FELICIDADES! Lo ha logrado. Está usted a punto de comenzar la inigualable carrera de los triunfadores. 

¡Muchas felicidades! 

Arturo, satisfecho, apaga el televisor, estira, sonríe. Martha llega, muy seria, y sirve la cena. 

 

 

Dos 

Salón de clases de una preparatoria. Laura, estudiante de la maestra Alicia Reyes, recibe asesoría sobre una lectura. 

 

Laura. ― No lo sé, maestra. Yo no creo que un hombre pueda hacerse cargo de unos niños tan pequeños. Imagínese si hubiera tenido que cuidar a un recién nacido. 

 

Alicia. ― ¿Crees que un hombre no podría hacerse cargo? 

 

Laura. ― (Espontánea, ríe) ¡Cuidar a un bebé! No creo... (Entra Alex, sigilosamente, y se sienta en una banca distante de la conversación. Saca un libro y al parecer se concentra en él mientras escucha música con sus audífonos). Al menos mi papá no podría. Es tan inútil que no sabe ni prepararse el desayuno. Ni hervir el agua sabe... o quiere. Una mujer, en este caso mi madre, tiene que estar siempre a sus órdenes. Ni se imagina Qué habría pasado si mi mamá lo deja con todo y niños chiquitos. No. 

 

Alicia. ― Casa de Muñecas fue todo un escándalo en su época por eso. Nadie pensó nunca que una mujer fuera capaz de independizarse. O de atreverse a intentarlo. 

 

Laura. ― Pero entonces usted cree que la protagonista de la obra... ¿Cómo se llama? 

 

Alicia. ― Nora. 

 

Laura. ― Sí, ésa. 

 

Alicia. ― Ella. 

 

Laura. ― Ella. ¿Abandonó al marido y a sus hijos? ¿O se fue de la casa con tal de? ¿Cómo dijo? 

 

Alicia. ― Independizarse. 

 

Laura. ― Eso. Con tal de ser ella misma, ¿no, maestra? 

 

Alicia. ― ¿Tú qué piensas? 

 

En ese momento Alex opina mientras sigue escuchando su música. 

 

Alex. ― (Habla a gritos) ¡Dejó al marido por otro! 

 

Alicia. ― Alejandro, ni siquiera sabes de qué estamos hablando. ¿Y qué haces aquí si se supone que tienes clase. 

 

Alex. ― Respuesta a la pregunta número uno: Están hablando de Casa de muñecas, obra de teatro del noruego Enrique Ibsen. Es una obra que todo mundo lee en primero. Respuesta a la pregunta número dos: me corrió el profesor Dantés porque no soporta que sea más inteligente que él. 

 

Alicia. ― ¿Te corrió? Siempre dices que los maestros se equivocan. No aceptas tu responsabilidad. 

 

Alex. ― ¿Es mi culpa hacer preguntas que incomodan al profe? 

 

Alicia. ― Piensa si las haces en el momento adecuado y si contribuyen a que tú y tus compañeros comprendan el tema de la clase. 

 

Alex. ― Uy... Sí, creo que mis preguntas se salían un poco del tema. 

 

Alicia. ― Entiendo. Podrías esperar al maestro después de la clase y tratar de llegar a algún arreglo. 

 

Alex. ― ¿Y qué le voy a decir? 

 

Alicia. ― No sé... Puedes decirle que te interesa su clase... Y qué por lo mismo siempre te surgen dudas. Podrías pedirle unos minutos... 

 

Alex. ― Ya sé. Al final de la clase. O después... No está mal. Gracias, profesora. 

 

Alicia. ― (A Laura) ¿Qué te estaba diciendo? 

 

Alex. ― Estaban estudiando una obra del siglo pasado. 

 

Alicia. ― En rigor, es del siglo antepasado, sabiondo. Finales del XIX. 

 

Alex. ― Ah. 

 

Laura. ― No puedo creer que sea tan vieja, la obra. Al menos ya las cosas han cambiado. Las mujeres hoy pueden hacer cualquier cosa. El otro día vi a una mujer conduciendo una ambulancia. 

 

Alex. ― Yo me sentiría más a gusto en una ambulancia con una mujer al volante. 

 

Laura. ― (Curiosa) ¿Sí, por qué? 

 

Alex. ― No sé, siento que son más cuidadosas. Usted qué piensa, maestra. 

 

Alicia. ― Creo que tanto un hombre como una mujer pueden ser precavidos, pero solo desde hace algunas décadas las mujeres han tomado confianza en trabajos tradicionalmente masculinos. 

 

Laura. ― Y al revés. (A Alex) ¿Tú serías capaz de cuidar a un recién nacido? 

 

Alex. ― Quieres decir: ¿un nene?  

 

Alicia. ― Eso yo lo quiero oír. 

 

Alex. ― (Seguro de sí mismo) Sí, podría. Son trabajos tradicionalmente femeninos, sin embargo, (Imitando a la madre) los hombres podríamos llegar a tener confianza al realizarlos. (Con intención seductora) Pero no crees... que sería mejor que dos personas cuidaran del recién nacido... (Juguetón y seductor) Recuérdame tu nombre. 

 

Laura. ― (Atraída) Qué mala memoria tienes... Me llamo Laura y creo que tú te llamas... Alejandro. 

 

Alex. ― Dime Alex, Laura. Dime Alex. 

 

Suena el teléfono celular de Laura. Vemos a Paco detrás de la ventana del salón haciendo una llamada. 

 

Tres 

Paco. ― (Está alterado. Se asoma varias veces a la ventana del salón de clases desde donde le responde su hermana). ¡Qué pasó contigo! ¡Creí haberte dicho que pasaba por ti a las tres! ¿Sabes qué hora es?... ¡Las tres y cinco! 

 

Laura. ― (Intimidada) Ya voy. Nada más deja que me dé permiso la maestra. (Como disculpándose) Es mi hermano. 

 

Alicia. ― Laura, no tienes por qué hablar por teléfono con él si está a unos metros de aquí. Puedes invitarlo a pasar. 

 

Laura. ― (A su hermano) Dice mi maestra que pases. 

 

Paco. ― ¿Qué? ¡Para qué! ¡Dile que tenemos prisa! 

 

Laura. ― Ya nos tenemos que ir, maestra. Tenemos... 

 

Alicia se levanta y abre la puerta del salón. 

Alicia. ― Tú eres el hermano de Laura. Ella me ha hablado mucho de su familia. Yo soy Alicia Reyes. Laura es una excelente chica. 

 

Paco. ― (Incómodo y ambiguo) Sí, la conozco... a usted. Yo no tomé su clase, porque... había otra maestra. 

 

Alicia. ― Y él es mi hijo Alejandro. 

 

Alex. ― Tampoco yo tomé clase con ella. Tomé clase con la otra maestra. Estuvimos juntos, ¿no te acuerdas de mí? Yo era del grupo de los indeseables, según ustedes, los fresas. 

Paco. ― (Cansado de la situación) Nos tenemos que ir. Laura, te vas o te regresas por tu cuenta. 

 

Laura. ― (Avergonzada, voltea a ver a Alicia y Alex). Me tengo que ir. 

 

Paco. ― Hasta luego. 

 

Alicia. ― Cuídate, Laura. Nos vemos en la clase. 

 

Alex. ― Adiós, Laura. Adiós, “cuñado”. 

 

Paco voltea a ver con furia a Alex, y Laura se despide con una sonrisa nerviosa. 

 

Cuatro 

Arturo y Martha durante el desayuno. 

Arturo. ― Tú nada más dime si no. Gente abusiva, ¿sí? De esa que siempre quiere sacar provecho de los jefes. ¡Un aumento! ¡Venir a pedirme a mí un aumento! Si ni siquiera yo pido un aumento. Y eso que he sabido implementar mis conocimientos y he sabido posicionarme, claro, siempre para el bien de la empresa. (Martha hasta el momento ha prestado la mínima atención al monólogo de Arturo. Siempre activa ya se para, ya se sienta un segundo, pero inmediatamente se levanta de nuevo para poner las servilletas que falten, o los saleros que haya que llenar.) Y no me vas a negar que he sabido incluso aplicar mis convicciones a la misma familia. Tenemos hijos ejemplares. Laurita es un ángel y bueno, Paquito está hecho a mí; he sabido transmitirle los más altos valores. 

 

Martha. ― (Se sienta por un momento y expresa con dificultad una idea que ha venido elaborando mucho tiempo) Sabes... A mí... Yo... Me gustaría retomar mis estudios. 

 

Arturo. ― Eso es; ahí tienes. El gusto por el estudio es algo que hemos sabido inculcar en nuestros hijos, ¿sí? Dentro de algunos años ya verás que van a ser todos unos profesionistas. 

 

Martha. ― (Insiste a pesar de su carácter inseguro) Escuché que había una escuela de enfermería que tomaba en cuenta tus estudios... de... antes. 

 

Arturo. ― Tu preparación previa. 

 

Martha. ― Eso, previa. Podría retomar mis estudios y, no sé, tal vez al mismo tiempo trabajaría... 

 

Arturo. ― ¡Tú qué vas a trabajar, mujer! Conmigo tienes todo lo que te hace falta. ¿Ya no hay pan? 

 

Martha. ― Arturo, ¿pero no entiendes? Es una cuestión de vocación. Tú crees que si me revadil... revadi... 

 

Arturo. ― Revalidan, mujer. 

 

Martha. ― (Casi derrotada) No sé si vayan a tomar en cuenta mis estudios. Ya eso fue hace tantos años. 

 

Arturo. ― No sé, no lo creo. Ya ves que la ciencia avanza a pasos agigantados. 

 

Entra Paco y se mete rápidamente a la cocina, sale casi de inmediato y se lleva a la boca lo primero que encontró en el refri. Deja, en cualquier lado, la comida a medias. Se mete al baño, se moja el cabello, sale con el cepillo de dientes en la boca y al mismo tiempo busca una gran bolsa o saco con cierre de cuerdas. Entra a su recámara y segundos después sale a la sala, entra al baño, se enjuaga la boca y termina de comer de un bocado lo que había dejado por ahí. Entra a su recámara y sale con su saco que contiene algo abultado, como ropa, y un objeto poco identificable. 

 

Paco. ― (Se dirige a la puerta) ¡Luego nos vemos! 

 

Arturo. ― (Lo intercepta) Nada de eso. ¿A dónde vas? ¿Qué llevas ahí? 

Paco. ― (Nervioso) Voy a hacer deportes. 

 

Arturo. ― ¿Deportes?... ¡así en general? 

 

Paco. ― (Miente mal) Golf, tenis... (Pero se recupera) Me invitaron a un club. 

 

Arturo. ― ¿A un club de golf? ¡Vamos progresando! ¿Y quién te invitó? 

 

Paco. ― A un club de tenis. Nos invitó a varios, Jaime, el hijo de Roberto de la Riva, ¿te suena? 

 

Arturo. ― ¡Don Roberto el financiero! 

 

Paco. ― Su hijo nos invitó, pero me tengo que ir porque no llego. A menos claro, que me prestes el coche. 

 

Arturo. ― Pura gente de bien. Y por qué no decirlo: gente bien. Gente de primera. Me da mucho gusto que te codees con su hijo... Jaime, ¿verdad? (Mirando el saco que carga Paco). ¿Qué llevas ahí? 

 

Paco. ― Las raquetas... (Ríe nervioso) No se puede jugar tenis con las manos. ¿Entonces, qué? ¿Sí me llevo el coche? 

 

Arturo. ― Claro, con cuidado, ya sabes. 

 

Paco. ― Va. Nos vemos. 

 

Martha. ― Te cuidas, hijo. (A Arturo) ¿Qué le pasa? 

 

Arturo. ― ¿A qué te refieres? 

 

Martha. ― Nunca lo había visto tan nervioso. 

 

Arturo. ― Y con razón, mujer. No todos los días vas de invitado con don Roberto. 

 

Martha. ― Con su hijo. (Arturo la ignora. Y ella sigue en sus reflexiones) Casi no comió nada. 

 

Arturo. ― (Satisfecho de sí) No tienes de qué preocuparte, ¿sí? Todo está bien. Todo está muy bien. 

 

Cinco 

Salón de clases. Laura entra. Luego, se sienta en el escritorio. Saca un libro voluminoso y se concentra en su lectura. Alex entra, como siempre, imperceptiblemente, y la observa desde un pupitre. 

Alex. ― (Interrumpe su concentración. Habla en alta voz) ¡Yo creo que lo terminas de leer en dos años! 

 

Laura. ― (Se asusta) ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me espantas? ¿qué no tienes clases? 

 

Alex. ― Son varias preguntas. Respuesta uno: venía a buscar a mi jefa, pero no está. Dos: te espantaste tú solita porque ni que estuviera tan feo, ¿o sí? 

 

Laura. ― ¿Y tres? 

 

Alex. ― Ah... Respuesta tres... Tengo... hora libre. (Se acerca por detrás de Laura) ¿Puedo ver qué tanto lees? Uh. El segundo sexo. 

 

Laura. ― Es una escritora que escribe sobre las mujeres... Simone de... 

 

Alex. ― Simone de Beauvoir, la conozco, es feminista. A ver deja te leo. 

 

Laura. ― No. Suelta (Al pelear por el libro se toman accidentalmente de las manos. Se ven con evidente atracción, en silencio) Está bien, puedes leer. 

 

Alex. ― (Lee un supuesto fragmento del libro con tono romántico) Se dice que tal y tal. Y además también se dice que esto y lo otro y aquello. Y además, también aquello y lo demás. (Cierra el libro) ¿Y tú qué piensas? 

 

Laura. ― (Se ríe) ¿Yo? 

 

Alex besa a Laura con delicadeza. Ella deja caer el libro. En ese momento llega Alicia y se detiene sorprendida por la situación. 

 

Alicia. ― Alex, tú aquí de nuevo. 

 

Alex. ― (Molesto por la interrupción; cínico) ¡Qué sorpresa!, ¿verdad? 

 

Alicia. ― Déjame adivinar... Te corrió el profesor, otra vez. 

 

Alex. ― Otra vez y definitivamente. 

 

Laura. ― Maestra, yo... Me tengo que ir. 

 

Alicia. ― (Amable, distendiendo la situación) , Laura. Búscame mañana, te recibiré con gusto después de la clase.  

 

Laura. ― (Nerviosa, pero tranquilizada por la actitud de Alicia) Claro, nos vemos. Gracias. 

 

Alex. ― (Ante el significativo silencio de Alicia, agresivo) ¿Qué quieres? Otra vez le hice muchas preguntas, fuera del tema, al señor profesor, y se molestó. En lugar de contestarme como es su deber... me mandó... a extraordinario. 

 

Alicia. ― Ya veo. No te dio toda la atención que necesitas. 

 

Alex. ― Exacto. No me la dio. 

 

Alicia. ― Bien, Alex... Yo no sé cómo pienses pasar esa materia. 

 

Alex. ― Cómo es que no lo sabes, si tú lo sabes todo. 

 

Alicia. ― (Firme, sin entrar en su juego) Déjame terminar. Habíamos decidido que si pasabas tus materias, todas tus materias... te ibas a ir a la playa este fin de año. 

 

Alex. ― (Súbitamente vulnerado) No serías capaz... Ya tengo planes, jefa... (De nuevo agresivo) Además, no habíamos decidido nada... fue una imposición tuya. 

 

Alicia. ― Estuvimos de acuerdo. 

 

Alex. ― (Cambia de estrategia) No seas así, mamá. No merezco que me castigues así. ¿Qué no tienes sentimientos? 

 

Alicia. ― Ya te dije, fue un acuerdo de los dos. Pero, no actúes como si todo estuviera perdido. Ponte de acuerdo con tu profesor, o, trata de pasar el extraordinario, pero ya sabes, con una buena calificación. 

 

Alex. ― No es justo. Hay que negociarlo, ma. Por favor, no seas así, tiéntate el corazón. 

 

Alicia. ― Esto no es negociable porque ya estábamos de acuerdo. Ya no perdamos el tiempo Alex. Tú sabrás qué hacer. 

 

Alex. ― Mamá, por favor, ¡tengo planes! 

 

Alicia. ― Espero tu decisión. Piensa: la playa... Tus planes... 

 

Alex. ― (Muy motivado) ¡Venga! ¡Voy a pasar el extra! 

 

Alicia. ― Con diez. 

 

Alex. ― Sí, ¡cómo no! (Ante la mirada elocuente de su madre) Está bien, con diez. Máximo ocho, verdad. 

 

Alicia. ― Mínimo ocho. 

 

Alex. ― ¡Venga! 

 

Seis 

Casa de la familia Solís. Han pasado algunos días. Es de noche. Martha más atareada que nunca, revisa por todas partes en actitud de búsqueda. Mientras, Arturo cambia interminablemente de canales de televisión. 

Martha. ― No lo encuentro por ningún lado. ¿Tú no lo has visto? Mi joyero. No se pudo haber perdido. Estaba en esta mesita. Pero no. Ya lo busqué en la recámara, en los clósets, en todos los cajones... 

 

Arturo. ― Me pones nervioso. ¿No puedes quedarte un día sin hacer nada? 

 

Martha. ― (Harta, se le enfrenta) ¡Quizá me tranquilice el día en que me puedas contestar lo que te pregunto! 

 

Arturo. ― (Molesto) ¡Cuidado con la forma en qué te diriges a mí! ¿Quién te crees? 

 

Martha. ― ¿Cómo que quién me creo? Te estoy haciendo una pregunta y tú no haces más que ignorarme, como siempre. 

 

Arturo. ― ¿Cuál pregunta? 

 

Martha. ― El joyero. Mi joyero donde guardo mi cadena de oro, y mi anillo de compromiso, el de brillantes, ¿te acuerdas? No está. Hace tres días que lo busco. 

 

Arturo. ― Lo has de haber metido en algún cajón. 

 

Martha. ― Ya lo busqué; te lo aseguro. 

 

Arturo. ― A ver. ¿Ya buscaste en la alacena grande? 

 

Martha. ― Sí y también en tu clóset. 

 

Arturo. ― ¿En todos los clósets? 

 

Martha. ― En todos lados. 

 

Arturo. ― Y en la repisa de la cocina, donde están los cubiertos de plata. 

 

Martha. ― (Confundida, aunque esperanzada) No, pero no sé qué tendría que estar haciendo ahí. Además no alcanzo. 

 

Arturo. ― Mujer. Por ahí hubieras empezado. A ver. (Se levanta y se dirige a la cocina). Mira, aquí tiene que estar, junto a la vajilla de porcelana... ¡Y los cubiertos de plata!... ¡No están! 

 

Martha. ― ¿Cómo que no están? 

 

Arturo. ― Ni la vajilla, ni los cubiertos. 

 

Martha. ― Ni mi joyero. 

 

Arturo. ― ¡No puede ser! 

 

En ese momento entra Paco con ropa deportiva y su saco tipo costal. Se mete rápidamente a su cuarto y vuelve a salir en camiseta. 

 

Paco. ― (Muy entusiasta) ¡Hola familia! ¿Qué hay de nuevo? ¡Voy a ver qué encuentro de cenar! ¡Tengo un hambre! 

 

Paco entra a la cocina. Martha y Arturo se quedan viendo preocupados. 

 

Siete 

En el salón de clases Laura y Alex están sentados uno junto al otro sobre el escritorio. Ella lee y él escucha música con sus audífonos. 

Alex. ― Oye Ésta me gusta. 

 

Laura. ― A ver... (Laura se pone en el oído uno de los audífonos) Ah... sí... está bien. 

 

Alex. ― Dime la verdad. 

 

Laura. ― Muy equis. 

 

Alex. ― Cómo se te ocurre... A ver... ésta, ¿qué no? 

Laura. ― Muy chida. Me encanta estar así contigo, con mi libro... con tu música... 

 

Alex. ― A mí me gusta mucho estar así... contigo. (Se besan). 

 

Laura. ― A veces me preocupo. 

 

Alex. ― (La vuelve a besar) ¿Sí?, yo no. 

 

Laura. ― (Se separa suavemente) Tu mamá no nos dice nada, ¿pero tú crees que le 

parezca bien? 

 

Alex. ― Mi madre respeta. 

 

Laura. ― Sí. Pero si mi mamá supiera... que estamos juntos. ¡Si mi papá supiera! 

 

Alex. ― (Habla y luego la besa) Pues tienes que decirles... que te den permiso.... para ir conmigo el fin de año... a la playa... 

 

Laura. ― Ni en sueños. Nunca me dejarían ir. No. Creen que todavía soy una niña. 

 

Alex. ― (La vuelve a besar, y luego, en tono de broma...) Es que todavía eres una niña. 

 

Laura. ― (Alarmada) ¡Mi hermano! 

 

Alex. ― ¿Qué? 

 

Laura. ― ¡Está allá afuera, nos ha estado viendo! 

 

Paco, hecho un energúmeno entra al salón y se dirige a Laura. 

Paco. ― ¡Ya estuvo bueno!, ¿no te parece? Nos vamos inmediatamente a la casa. A ver qué le vas a contar a mi papá. 

 

Alex. ― (Sarcástico) Qué, ¿no es el papá de los dos? 

 

Paco. ― Contigo no voy a hablar, ¿está claro? 

 

Alex. ― (Dispuesto a pelear) Cómo no. Ahorita mismo podemos platicar si quieres. 

 

Paco. ― Qué ni se te ocurra, no somos iguales, ¿sí? 

 

Alex. ― Ándale, papá. Te estoy esperando. ¡A ver, te voy a quitar lo fresa! 

 

Paco. ― ¿Sí? Yo en cambio no te puedo quitar lo desarrapado. 

 

Alex. ― ¡Pues a ver si puedes! 

 

Se agarran a golpes. Laura, quien al principio está paralizada, trata de separarlos. 

 

Laura. ― ¡Ya, por favor! Alex, por mí. No le hagas nada, ¡no sabes cómo es! 

 

Alex, hábilmente domina a Paco quien, furioso, trata de darle de golpes desde el suelo. 

 

Alex. ― ¡Vale, carnal, ya estuvo! 

 

Paco. ― ¡A mí no me digas carnal! 

 

Alex. ― Deja de manotear. Nunca me vas a pegar. No sabes pelear, carnal. 

 

Entra Alicia y trata de interrumpir inmediatamente la pelea. 

 

Alicia. ― ¡Alejandro! ¡Qué está pasando contigo! 

 

Alex. ― El empezó, te lo juro. Me llamó desarrapado. 

 

Paco. ― ¡Controle a su perro! 

 

Alicia. ― Se controlan los dos. ¡Basta! 

 

Paco. ― (A Alicia) Muy bien, maestra, ya fue suficiente. Pero, por favor, dígale a su hijo que deje en paz a mi hermana. 

 

Alicia. ― ¿Cómo? 

 

Paco. ― ¿No me entendió? Dígale a su hijito que se olvide. Ellos no pueden andar. 

 

Alicia. ― ¿Y eso lo decides tú? 

 

Paco. ― Ya me oyó, señora. Espero que me haya entendido. Laura, ya sabes. Nos vemos en la casa. 

 

Alex. ― (Hace el gesto de irse otra vez sobre Paco, pero Laura lo controla) ¡No te vayas, cuñadito! 

 

Paco. ― (Amenaza y se va) Esto no se queda así. 

 

Alicia se sienta en uno de los pupitres y se queda muy seria. Alex y Laura se miran, desconcertados. 

 

Alicia. ― Laura, Alex. ¿Hay algo que me quieran decir? 

 

Alex. ― Sí, Jefa. Laura y yo... 

 

Alicia. ― Sí, ya sé. Me he dado cuenta de que 

 

Alex. ― Andamos, jefa... 

 

Alicia. ― Andan. Pero, Laura, ¿crees que haya problemas... con tu familia? 

 

Laura. ― Creo que ya los tenemos. Mi hermanito es capaz de cualquier cosa. Y ya le he contado como es mi papá, nunca me dejaría... salir con nadie. 

 

Alicia. ― ¿Y qué piensan hacer? 

 

Laura. ― Pues... yo... 

 

Alex. ― (A Laura) Decirles... a tus papás, que somos novios. No, qué cursis. ¿O sí? No. Mejor vamos a tu casa, me conocen y luego se imaginan que andamos. Y todos felices. 

 

Laura. ― Usted qué cree, maestra. ¿Qué podemos hacer? 

 

Alicia. ― No lo sé... es decisión suya, pero yo pienso que lo mejor es hablar... Creo que puedes tener una mejor comunicación con tus padres... 

 

Laura. ― Sí. Eso me gustaría. 

 

Alicia. ― Pues comunícate con ellos. Y ponte de acuerdo con Alex... es un asunto de los dos. 

 

Alex. ― De los dos, jefa. 

 

Alicia. ― Manténganme al tanto. 

 

Alex y Laura. ― Sí. 

 

Alicia se va del salón. 

 

Ocho 

Martha está sola en casa y lee preocupada una revista sobre adolescentes. Entra Paco otra vez con prisa y apenas la saluda con una especie de gruñido. Realiza actividades semejantes a la escena anterior: entra a la cocina, medio toma un vaso de jugo o una rebanada de jamón y luego se mete a su recámara rápidamente para salir otra vez con una bolsa o saco grande lleno de cosas. 

Martha. ― ¿Paco? ¿Tienes prisa otra vez?... ¿Paco? 

 

Paco. ― Sí, mamá, ya sabes. Tengo un... partido. 

 

Martha. ― Pero ¿otra vez, hijo? Ya casi vas todas las tardes. 

 

Paco. ― (Agresivo) Tú no sabes, mamá. Los deportes hay que tomarlos en serio o mejor no hacerlos. 

 

Martha. ― Está bien, hijo. No tienes por qué molestarte. 

 

Paco. ― Ahí nos vemos (Abre la puerta, pero su madre lo detiene). 

 

Martha. ― Paco, nada más una cosa. Quería preguntarte si de casualidad has visto mi joyero... (Paco se le queda viendo, muy serio. Arturo, al notar la puerta entreabierta y al escuchar la conversación se queda afuera, a la expectativa) ¿Te acuerdas?, un joyero laqueado con pequeños cajones. Ahí tengo, mi cadena de oro, mi anillo de compromiso... Y bueno, otras cosas. 

 

Paco. ― Qué es esto. ¿Me estás acusando? 

 

Martha. ― No, Paco. En realidad estoy preocupada por ti. Últimamente te veo muy cambiado. Estás muy delgado, apenas comes, llegas muy noche y por las mañanas te quedas dormido y casi ni te da tiempo para bañarte antes de irte a la escuela. 

 

Paco. ― ¿Algo más? 

 

Martha. ― Sí, hijo. Algo más. Ayer antes de irte dejaste tu boleta de calificaciones tirada. 

 

Paco. ― (Preocupado) ¿Qué? 

 

Martha. ― Estás reprobado... en seis materias. Paco, tú no eras así, ¿qué tienes? ¿Qué te sucede? Tú no tienes partidos de tenis por la noche. Qué es lo que está pasando contigo. 

 

Arturo. ― (Entra a escena desencajado después de haber escuchado tras de la puerta) ¿Qué está sucediendo aquí? ¿Dónde está el joyero de tu mamá. ¿Y qué has hecho con la vajilla y con los cubiertos de plata? 

 

Paco. ― ¡No sé nada de tus cubiertos! 

 

Arturo. ― ¿Y de las calificaciones sí sabes? ¿Cómo que estás reprobado? ¡Tú no puedes reprobar! 

 

Paco. ― Yo no sé nada de tus valiosas joyas ni de tus porquerías de dizque plata, pero pues sí, ya ves. Ahí está la boleta, ¿no, mamá? 

 

Arturo. ― Nos has estado mintiendo. ¿Adónde diablos te vas todas las tardes? 

 

Martha. ― Si estás metido en problemas... podemos ayudarte, hijo. 

 

Arturo. ― Contéstame, ¿adónde te largas? ¿Y se pude saber qué es lo que tienes metido en ese saco? ¡Trae acá! 

 

Paco. ― (Impide que Arturo le quite su saco) Es privado, ¿sí? Igual que mis calificaciones son cosa mía. O lo eran, ¿no, mamá? Ahí les dejo la boleta para que la revisen bien. Por lo pronto, pues yo me tengo que ir. ¿Me vas a prestar el coche? ¿Papá? 

 

Arturo. ― Tú no vas a ningún lado. 

 

Paco. ― Pues sí, me largo. Y quizá me vaya de esta casa y abandone de plano la escuela. ¿Qué te parece? (Con doble intención) ¡A lo mejor ya no voy a ser el hijo modelo de papá y me dedico a lo que más me gusta! 

 

Arturo. ― (Sin entender sus palabras) No te atrevas a ir en contra de mi autoridad. 

 

Paco. ― Y por qué no me voy a atrever yo, si lo hace mi hermanita. ¿Sabes dónde anda tu hijita? 

 

Arturo. ― Tu hermana está en la escuela, ¿sí? estudiando. 

 

Paco. ― Está estudiando con el hijo de una maestra, eso sí, con un pordiosero de cuarta. Anda con un tipejo. (Ante la mirada sorprendida de sus padres) Sí, ya tiene tiempo que estudia con él, después de las clases... Preocúpense también por ella. (Abre la puerta y al ver que Laura se acerca con Alex) Ah, ¡pero mira nada más quién viene! Tu princesa se acerca nada menos que con el indeseable. A ver si a ella también le pides cuentas. Yo me borro. 

 

Arturo. ― Paco... Francisco, ¡ven acá! 

 

Martha. ― Paco, escucha, todo se puede arreglar. ¡Hijo! 

 

Nueve 

Laura y Alex, cerca de la puerta, apenas logran esquivar a Paco, quien furioso los voltea a ver, sin decir nada. 

Laura. ― (Nerviosa, apenas ha cruzado el umbral, mientras Alex permanece detrás de ella) ¿Qué pasa, papá? ¿Mami? 

 

Alex. ― (Totalmente fuera de lugar) Buenas noches, señor. Señora... 

 

Arturo. ― Buenas noches nada. Mira muchachito, mejor te largas si no quieres que te rompa la cara. 

 

Martha. ― Calma, Arturo. Laura, mejor métete. 

 

Laura. ― (Entra a la casa mientras Alex permanece en la puerta) Déjame explicarte, mamá... Papá... Nosotros veníamos precisamente a... 

 

Alex. ― Señor, no se enoje... Laura y yo... 

 

Arturo. ― Martha, dile que se vaya. 

 

Martha. ― (A Alex) Este no es un buen momento, muchacho. Será mejor que te vayas. (Alex no hace caso y se queda en el quicio de la puerta impidiendo que Martha la cierre) 

 

Laura. ― ¿Qué no entienden? Nosotros venimos a saludarlos. Queremos que estén enterados. Nos queremos. 

 

Arturo. ― Sí, no es necesario que lo confieses, ya Paco nos había avisado. 

 

Laura. ― ¡Pero si no se trata de una confesión! 

 

Arturo. ― Hija, es muy grave que vayas a perder el tiempo con el primer mamarracho que te encuentres por la calle. ¿sí? Es gravísimo que me hayas mentido, ¿sí? Todavía no tienes edad para estas cosas. Lo siento, pero voy a tener que darte un castigo ejemplar... Ya no vas a seguir estudiando. 

 

Laura. ― ¿Qué te pasa! 

 

Arturo. ― Te voy a sacar de esa escuela, como lo oyes. A la escuela se va a estudiar, no a... perder el tiempo. Ya no vas a ir, punto. 

 

Alex. ― Señor, no es para tanto. Cálmese. 

 

Arturo. ― Todavía está este imbécil aquí... Martha llama a la policía. 

 

Martha. ― (A Alex) Ya fue suficiente. Vete por favor. 

 

Alex. ― (Antes de que Martha cierre la puerta, le muestra un teléfono celular) Laura... 

 

Arturo. ― Ahorita mismo llamo a la patrulla. 

 

Martha. ― (Conciliadora) Arturo, será mejor que tú también te calmes. Y tú, Laura, vete a tu cuarto. Cuando estemos todos tranquilos... hablamos. 

 

Laura. ― Nosotros veníamos a hablar... A intentar comunicarnos con ustedes... Pero parece que eso es imposible en esta casa. 

 

Martha. ― Vete a tu cuarto. 

 

Laura da un portazo y deja al matrimonio en total confusión. 

 

Diez 

Arturo se sienta en la mesa del comedor. Martha, quieta, permanece de pie junto a una silla. Afuera de la casa, vemos a Alex quien escribe mensajes con su cel. 

 

Arturo. ― ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué nos mienten? Son nuestros hijos. 

 

Martha. ― Quizá... ¿No has pensado en que tú no pones mucho de tu parte? 

 

Arturo. ― Voy a poner en orden a Laura. Y a Paco también... Me va a oír, ¿sí? Qué le puede estar sucediendo... Mi muñequita... No sabes cómo me duele... pero voy a tener que cumplir mi palabra. Voy a sacarla de la escuela. 

 

Martha. ― Cómo se te ocurre. No puedes hacer eso. 

 

Arturo. Tú no vas a decidir lo que puedo o no puedo hacer. Si no vas a ayudar mejor cállate. 

 

Mientras Arturo y Martha discuten, Laura sale sigilosamente de su cuarto y logra salir de la casa sin ser notada. Afuera, Alex la espera. 

 

Martha. ― Y luego te preguntas por qué tus hijos te mienten. Escúchate nada más. Quieres sacar a tu hija de la escuela, como si fuera un mueble. Quieres que Paco se convierta en un exitoso empresario... y qué has logrado; ahora, amenaza con dejar sus estudios... Y con irse de la casa. 

 

Arturo. ― No lo piensa hacer. 

 

Martha. ― Como sea, creo que tus hijos no se sienten muy a gusto en esta casa que digamos, y, no son los únicos... 

 

Laura y Alex se reúnen en la calle, se abrazan y se marchan abrazados. 

Arturo. ― (Sigue en sus reflexiones e ignora una vez más a Martha) Tal vez... si la cambio de escuela. 

 

Martha. ― Ves lo que te digo. ¿Por qué no escuchas? 

 

Arturo. ― Voy a hablar con Laura. Al menos yo voy a tratar de solucionar las cosas, ¿sí? ¿O tú piensas que yo soy el único culpable de lo que nos está pasando? 

 

Martha. ― No se trata de buscar culpables. 

 

Arturo. ― Déjalo así. (Toca la puerta del cuarto de su hija) Hija, Laurita, ábreme por favor. Estoy dispuesto a hablar contigo. Laura. Muñequita... (Una vez más, agresivo) Estoy tratando de hacer las cosas por las buenas. ¡Laura, abre la puerta! (Entra por la fuerza al cuarto de Laura y cuando descubre que no hay nadie, sale consternado) Martha... ¡No está! Mi hija, se fue. 

 

Arturo y Martha se quedan viendo por algunos segundos, es evidente que no saben qué hacer. 

 

Once 

En casa de Alicia Reyes, Alex y Laura entran nerviosos, pero en silencio. Se relajan cuando se dan cuenta de que Alicia no está en casa. 

Laura. ― ¿Seguro que no se va a enojar tu mamá? 

 

Alex. ― No lo sé, pero no te podías quedar en esa casa. Además juntos estamos mejor tú y yo, ¿no crees? (La acaricia) 

 

Laura. ― Sí Alex, contigo me siento muy bien. Pero cuando llegue tu mamá... No le va a gustar nadita verme aquí. 

 

Alex. ― Bueno... Ella sabe que somos responsables, como ella dice. Además, no tiene por qué verte. Puedes quedarte en mi cuarto, al menos por esta noche. 

 

Laura. ― ¿Cómo crees? 

 

Alex. ― Nada más te quedas a dormir. Y ya mañana pensamos en lo que vamos a hacer. 

 

Laura. ― No lo sé, Alex... 

 

Alex. ― (Al darse cuenta de que llega Alicia) Métete a mi cuarto, es mi mamá. 

 

Laura se mete al cuarto de Alex. Llega Alicia, muy cansada. 

 

Alicia. ― (Entra y le da un beso a su hijo) Hola, mi vida... ¿Qué haces de pie en medio de la nada? 

 

Alex. ― (Nervioso) Yo... por qué, jefa... ¿Qué tiene de malo? 

 

Alicia. ― Era un simple comentario... ¿Cómo va todo con Laura? Espero que no haya tenido problemas. 

 

Alex. ― No. Todo está bien... Sus papás agarraron la onda. 

 

Alicia. ― (Le acaricia el cabello) Eso me parece muy bien, hijo. 

 

Alex. ― Sí. 

 

Alicia. ― ¿Ya cenaste? ¿Preparamos unos sándwiches? 

 

Alex. ― Sí, un par de ellos... Dos o tres... ¡Tengo un hambre! 

 

Alicia. ― De veras que estás muy raro. Vamos a cenar. 

 

 

Doce 

Arturo y Martha están angustiados. 

Martha. ― No se me ocurre a quién llamar. 

 

Arturo. ― Y los dos con sus celulares apagados. Para eso se los regalé. 

 

Martha. ― Si por lo menos tuviéramos el teléfono de alguna amiga... Pero no tenemos el teléfono de nadie. Ya es muy tarde. Pero si Laura es una niña. Y Paco... no ha regresado. Tú crees que... haya hablado en serio. No tiene a dónde ir. 

 

Arturo. ― Paco es hombre. Laurita sí que no tiene a dónde ir... ¿O sí?... Todavía no lo puedo creer. Voy a llamar a la policía. 

 

Trece 

En casa de Alicia Reyes. Alex está en su cuarto con Laura. 

Alicia. ― Alex, ya me dejaste a mí todo el trabajo. De qué vas a querer tu sándwich. O tus sándwiches. (Reflexiona a solas) Debe de tener mucha hambre, para querer “un par de ellos”. 

 

En el cuarto de Alex se escuchan voces. Alicia, inquieta, se acerca a escuchar, pero sin atreverse a entrar. 

 

Laura. ― No está bien que yo me quede aquí sin avisar, Alex. Hay que decirle a tu mamá que estoy aquí. Pedirle permiso. Yo me puedo quedar en la sala 

 

Alex. ― Aunque así fuera. No nos va a dejar quedar, ya la conozco. 

 

Laura. ― Si alguien es capaz de comprender lo que nos pasa, es tu mamá. Así que mejor salimos y le decimos. 

 

Alex. ― No sé Mi mamá es muy chida, pero se va a aventar un choro durísimo. 

 

Laura. ― Si nos dice que nos vayamos pues ya veremos qué hacemos. 

 

Alex. ― Venga, Vamos a decirle. 

 

Alicia se va discretamente a donde estaba preparando la cena y espera a que lleguen Laura y Alex. 

 

Alex. ― Mamá... 

 

Alicia. ― ¿Sí? 

 

Laura. ― (Incomodísima) Hola, maestra... Buenas noches. 

 

Alicia. ― (Tratando de ser ecuánime) Laura, Alejandro... 

 

Alex. ― Ahí va. 

 

Alicia. ― Ahí voy, Alejandro. Qué me tienen que decir. 

 

Alex. ― La corrieron de su casa. 

 

Laura. ― En realidad no me corrieron, me salí. 

 

Alex. ― Su papá la quiere sacar de estudiar... Y queremos pedirte que se quede... a vivir... aquí... 

 

Laura. ― Aunque sea por unos días... Yo me puedo quedar en el sillón. 

 

Alex. ― O ella se puede quedar en mi cuarto y yo en el sillón. 

 

Alicia. ― (Respira profundamente) Yo no sé si te das cuenta que te puedes meter en un gran problema. Laura, yo entiendo que estés pasando por una situación difícil, ¿pero estás consciente de lo que acabas de hacer? ¿Creen, ustedes dos, que es razonable lo que acaban de hacer? 

 

Alex. ― No se trata de ser razonable, ma... Quieren que deje de estudiar, como si ella no tuviera decisión propia, como si fuera... 

 

Alicia. ― (Lo interrumpe) Menor de edad, Alex. Y aunque tú seas muy joven, ya tienes responsabilidad legal por haberla hecho salir de su casa, ¿entiendes? 

 

Laura. ― No me hizo salir él solamente, maestra. Yo también tomé esa decisión. 

 

Alicia. ― Sí, muy bien. Pero el problema es grave. Incluso yo estoy involucrada si permito que te quedes aquí. 

 

Alex. ― Pues si te causamos problemas, jefa... Nos podemos ir. 

 

Alicia. ― No se trata de eso... ¿Qué no hemos hablado muchas veces de lo mismo? Se trata de hablar, de negociar... De llegar a un acuerdo. (A Laura) ¿Por qué no hacemos una reunión con tus padres? Que vengan aquí y tratamos de dialogar. 

 

Laura. ― No, maestra. No van a querer. 

 

Alicia. ― Laura, tú no puedes quedarte aquí. 

 

Laura. ― Está bien. (A Alex) ¿Qué hacemos? 

 

Alex. ― Lo que sea, no te puedes regresar. Así nada más. 

 

Laura. ― No. Les voy a hablar. 

 

Alex. ― ¿Estás segura? 

 

Laura. ― Sí. 

 

Alicia le da el teléfono... Laura marca el número de casa de sus padres. 

 

 

Catorce 

En casa de los Solís, Arturo contesta el teléfono. 

Arturo. ― Diga. 

 

Laura. ― Hola, papá. 

 

Arturo. ¡Laura! Pero qué te has creído. Dónde demonios estás. 

 

Laura. ― Estoy bien, papá. 

 

Arturo. ― ¡Dónde estás? ahorita mismo voy por ti. 

 

Laura. ― Yo te hablaba porque... quería... ¡Papá!... 

 

Alicia. ― (Toma la bocina al ver que Laura está a punto de llorar) Buenas noches. Mire, usted no me conoce, soy la maestra Alicia Reyes y quisiera... 

 

Arturo. ― ¡Qué? ¿de qué se trata? ¡Yo no la conozco! ¿Por qué tiene usted a mi hija? 

 

Alicia. ― No tengo a su hija. Escuche: Laura Solís, alumna mía, se encuentra en mi casa. Yo soy la madre de Alex, de Alejandro Reyes, novio de Laura... Y quisiéramos hablar con usted. 

 

Martha. ― ¿Está bien? ¿No le ha pasado nada? 

 

Arturo. ― ¿Dice usted que es maestra? Sabía usted qué está cometiendo un delito. Laura es menor de edad, ¿sí?, y puedo acusarla a usted y a su hijo nada menos que de secuestro. 

 

Alicia. ― Trate de escuchar lo que le digo. Yo comprendo su posición y por eso lo invito a que venga para que juntos busquemos una solución. 

 

Arturo. ― Usted no me invite a nada, ¿Sí? Dígale a Laura que venga inmediatamente para su casa. Si no, voy a meter en grandes problemas a su noviecito. Y escúcheme bien... A usted también. 

 

Martha. ― Déjame hablar con Laura. 

 

Arturo. ― Tú cállate, mujer. 

 

Martha. ― ¡No me callo!, ¿lo entiendes? ¿Sí? ¿Me entiendes? ¡Dame el teléfono! 

 

Arturo. ― (Sorprendido, accede no sin protestar) Lo vas a echar todo a perder. 

 

Martha. ― Buenas noches... Soy la mamá de Laura. Martha. 

 

Alicia. ― Señora, muy buenas noches. Le decía a su esposo... No sé si sería posible que vinieran a conversar con nosotros. 

 

Martha. ― Deme la dirección. 

 

Alicia. ― En un momento. Su hija quiere decirle algo. 

 

Martha. ― Muy bien. 

 

Laura. ― (Al teléfono) Mamá, estoy bien, pero es importante que me escuches. 

 

Martha. ― Así será, Laurita. Oye, estamos muy preocupados por Paco. ¿Tú no sabes nada de él? 

 

Laura. ― No, la verdad, no tengo idea, mami... Te paso a la maestra para que te dé la dirección. 

 

Martha. ― Muy bien hija. 

 

Quince 

En Casa de Alicia Reyes. Alicia está al teléfono. Laura habla con Alex. 

Laura. ― Creo que van a venir. No saben nada de Paco. ¿Qué le habrá pasado? 

 

Alex. ― Pues qué le va a pasar, debe de estar con su grupo de fresas. 

 

Laura. ― ¿Qué? 

 

Alex. ― Con sus amigos... Los fresas... Los cursis. No me digas que no los conoces. 

 

Laura. ― No sé mucho de Paco, aunque no lo creas. Casi no hablamos. 

 

Alex. ― Siempre se reúnen... En casa de uno de ellos... Tienen un grupo de no sé qué... de música. Tecno-rock... puras jaladas. 

 

Laura. ― ¿Y si te lanzas a buscarlo? Dile que quiero verlo. 

 

Alex. ― ¿Yo? No sabes lo que me pides. 

 

Laura. ― ¿Tan mal te cae? 

 

Alex. ― Va... ya estuvo. Me lanzo. 

 

Laura. ― Acá nos vemos. 

 

Alex sale en busca de Paco ante la mirada interrogante de Alicia. 

Del otro lado del escenario, el matrimonio Solís se dispone a salir de su casa. 

 

Alicia. ― (A punto de perder el control) ¿Me perdí de algo? ¿Qué pasó con Alejandro? 

 

Laura. Lo siento... Tuvo que salir a buscar a mi hermano. Mis papás lo están buscando, también, a Paco. No ha regresado a la casa y están preocupados. 

 

Alicia. ― (Se toma las sienes o hace algún gesto de estar estresada). ¡Supongo! 

 

Laura. ― Perdón. Por causarle tantos problemas. Yo realmente no pensaba venir a quedarme aquí a su casa. Cuando mi papá me dijo que me iba a dejar sin escuela no supe qué hacer. Pero... yo pienso ponerme a trabajar. No sé... Podría... trabajar en algo. 

 

Alicia. ― Calma. Estamos juntos en el mismo problema. Todos nosotros. Créeme que es muy bueno tener a alguien que te ayude. 

 

Laura. ― (Perceptiva, curiosa) Yo nunca he hablado con Alex de su papá... ¿Él vive? 

 

Alicia. ― Vive, claro que sí. Cuando Alex tenía un mes de nacido... nos separamos. Ahora él vive con su esposa y tres hijos. 

 

Laura. ― ¿Y Alex lo conoce? 

 

Alicia. ― Lo vio algunas veces cuando era chico. No estoy segura si ha logrado superar... Alex me da algunos dolores de cabeza, y yo a él... pero siempre logramos resolver los problemas. Su padre, como si no hubiera existido. Se desentendió totalmente. Nunca lo apoyó. Ni con dinero ni con nada. 

 

Laura. ― Y usted, no buscó ayuda... ¿algún abogado? 

 

Alicia. ― Yo en esa época no sabía que tenía derechos. O no sabía cómo defenderlos. No sabía negociar. Hay que ponerse de acuerdo, siempre, Laura. Hay que aprender a hablar con los otros, aunque sean diferentes o totalmente distintos a nosotros. 

 

Laura. ― Sí, maestra. 

 

Alicia. ― Aquí puedes llamarme Alicia, no estamos en la escuela. 

 

Laura. ― Alicia. 

 

 

Dieciséis  

Tocan a la puerta de la casa de Alicia. Afuera esperan Arturo y Martha. 

Laura. ― Ya llegaron. Por qué no los recibe usted…  mientras yo espero en el cuarto. 

 

Alicia. ― Siéntate aquí y no tengas miedo. Todo va a estar bien. (Abre la puerta, es siempre cordial y trata de mantener la calma) Muy buenas noches. 

 

Arturo. ― Esta no es una visita de cortesía, señora. (Va directamente sobre su hija) Laura, nos vamos inmediatamente a la casa. ¿Dónde está el mequetrefe de tu novio? 

 

Alicia. ― Señor... disculpe señor Solís, no sé su nombre. Señora Martha... Les pido que nos tranquilicemos y hablemos. Yo soy la maestra Alicia Reyes, Laura es alumna mía. Tenemos un problema en común y yo les aconsejaría que... 

 

Arturo. ― (Alterado, amenazante) Usted no nos tiene que decir lo que tenemos que hacer, por muy maestra que sea. Yo soy Arturo Solís, un empresario, me entiende, un exitoso empresario y no voy a recibir consejos de nadie, ¿sí? Usted no es mi jefa ni cosa parecida. 

 

Alicia. ― Muy bien, señor Solís. No estamos aquí para hacer más grandes nuestras diferencias, sino para poder relacionarnos mejor a partir de nuestras afinidades y acuerdos, quizá no por nosotros, pero sí por nuestros hijos. 

 

Arturo. ― Claro que sí... Muy bonita relación la que tienen nuestros hijos. Y al menos no con mi permiso. Tal vez con el suyo sí. ¿Sabe que usted está apoyando a un delincuente? Es una perversión. ¡Cómo se atreve a tolerar que una menor de edad pase la noche con su hijo! 

 

Alicia. ― No ha pasado la noche, señor Solís y ése no es el punto. 

 

Arturo. ― Tengo excelentes abogados. Quiero que lo sepa. Abogados de primera, ¿sí?... que van a poner a su hijito tras las rejas. Y si se puede a usted también. ¡Dónde está su hijo! ¿Tiene miedo, o qué le pasa? 

 

Laura. ― Salió a buscar a Paco. 

 

Arturo. ― (De pronto desconcertado) ¿No entiendo? ¿Qué sabes tú de Paco? 

 

Martha. ― ¿Es tu novio, hija?... ¿el que salió a buscarlo? 

 

Laura. ― Alex se llama. Sí. Hace rato fue por él. 

 

Martha. ― ¿Ellos se conocen? 

 

Laura. ― Sí, claro que se conocen. Todos vamos en la misma escuela. 

 

Arturo. ― (Sarcástico) Vaya, ¡cuánta coincidencia! 

 

Alicia. ― Creo señores, como les dije desde el principio, que nos enfrentamos a un problema de comunicación. Parece que no sabemos muchas cosas importantes sobre nuestros hijos... y no porque ellos no quieran. 

 

Arturo. ― Mire, ahórrese las palabras, ¿sí? Laura, nos vamos para la casa. Allá “nos ponemos de acuerdo” tú y yo. Ya estuvo bueno de escuchar a tu maestrita. 

 

En ese momento, desde afuera de la casa se oye una discusión entre Alex y Paco. En casa de Alicia todos quedan expectantes. 

 

Diecisiete 

Vemos a Paco y Alex todavía afuera de la casa. Paco está irreconocible, vestido y peinado como un roquero sui generis, medio tecno, medio dark... 

 

Alex. ― (Va detrás del apresurado Paco) Con calma, amigo. Laura no se va a echar a volar. Ya te dije que quiere hablar contigo. 

 

Paco. ― (Siempre en confrontación con Alex) Ya te dije que no me llames amigo, ¿qué no entiendes? 

 

Alex. ― Ya estuvo, como tú quieras. Ya llegamos. 

 

Entran a la casa. Todos se sorprenden de ver a Paco con su atuendo rockero. Paco a su vez, no esperaba encontrarse con sus padres. 

Paco. ― (Aturdido) ¡Qué tal! Muchas gracias, Laura para esto querías verme, para que me encontrara con mis padres. (A Arturo) Pierdes tu tiempo, papá, no voy a regresar a la casa. 

 

Arturo. ― (Casi en estado de shock al ver la forma en que viste Paco) En realidad hijo, no esperaba verte aquí... Yo vine... a llevarme a Laura. 

 

Martha. ― Laura, bueno, en realidad su maestra, nos pidió que habláramos. Laura escapó... y tú... ¿Por qué estás vestido así, hijo? 

 

Paco. ― Estoy en un grupo de rock. ¿Por qué dices que Laura escapó? ¿Se fugó con su noviecito? ¿Y ustedes lo permitieron? 

 

Arturo. ― Ten cuidado cómo nos hablas. Creo que no tienes autoridad moral, después de lo que has hecho, después de la forma en que... te presentas. Nos vamos todos a la casa y allá vamos a hablar. Sin testigos. 

 

Laura. ― Hablarás tú papá, como siempre. ¡Yo no regreso hasta que me prometas que no te vas a meter en mis asuntos! 

 

Arturo. ― ¡Silencio! ¡Nadie te da a ti autorización de levantarme la voz! 

 

Alicia. ― Muy bien. Me parece que todos ustedes tienen muchas cosas que decirse. Por mí o mi hijo no se detengan. Es más, aprovechen el momento y traten de solucionar sus problemas. Si me aceptan una sugerencia, pueden empezar a hablar uno por uno, haciendo el esfuerzo de escuchar a cada quién. ¿Les parece? ¿Quién empieza? 

 

Paco. ― (Toma la palabra) Acerca de la forma en que me presento, papá, mamá. Creo que sin mucho que yo explique, tienen la respuesta a tantas dudas sobre las cosas terribles que hago por las tardes. 

 

Martha. ― No te preocupes, Paquito, cualquier cosa que... 

 

Arturo. ― Silencio, Martha. 

 

Martha. ― ¡Silencio, tú! A ver si de una buena vez tú cierras la boca y escuchas. 

 

Alex. ― Me parece perfecto, es una buena oportunidad. 

 

Paco. ― Así es. Es muy sencillo. Estoy en un grupo de rock. Cada tarde llevaba en ese saco, en esa bolsa que tanto les intrigaba, mi guitarra y mi vestuario, éste que ven. No hay nada más que decir. Ni estoy en malos pasos, ni ando echando a perder mi vida, ni nada. Bueno, lamento, papá, que no vaya a convertirme en el hijo modelo que tú querías. En el empresario que tú deseabas que fuera. Voy a seguir estudiando, pero solamente en lo que creo y en lo que tengo vocación y talento, la música. 

 

Arturo. ― (Sarcástico) ¿De veras tienes vocación y talento? 

 

Martha. ― (Callándolo) ¡Arturo! 

 

Paco. ― Si me das la oportunidad de invitarte, papá, de invitarlos a todos, mamá... Estamos preparando un concierto...  

 

Arturo. ― (Estalla una vez más) Nada de conciertos, Paco, es el colmo... ¿Crees que además de todo vamos a ir a ver tus desfiguros? Para andar vestido así faltabas todas las tardes, ¿por un grupito de rock nos mentiste? ¡Por estar con un grupo de vagos llegaste incluso a robarnos! ¿Sabes que estás obligado a reponer lo que te llevaste? 

 

Paco. ― Sí, debo pedir perdón por eso. Lo voy a reponer. Pero... ustedes no me dejaron otra opción. Nunca me ibas a dar dinero para comprarme una guitarra, ¿o sí, papá? 

 

Arturo. ― Nosotros te preguntamos si tenías problemas, si podíamos hacer algo por ti... ¡Yo no entiendo por qué nos tuviste que engañar! 

 

Paco. ― Por la forma en que te pones; exactamente por eso. Qué, ¿no puedes permitir que alguien piense de manera diferente a la tuya? Tú eres como una puerta de piedra que solo ha dejado pasar lo que ha querido, eres un muro, una roca, un tirano. Nunca me has dejado ser. 

Si eres capaz de llegar a escuchar a alguien, de escucharme a mí... tal vez regrese con ustedes. 

 

Arturo. ― Nunca me dijiste que te gustaba tanto esa música. 

 

Paco. ― Muchas veces. Desde niño te hice preguntas sobre muchas cosas, pero tú solamente nos callabas y nos decías cómo debía ser todo. 

 

Arturo. ― Yo no puedo ser una persona diferente de la que soy... Eso para mí está claro. 

 

Martha. ― Todos podríamos intentar cambiar... aunque sea un poco... 

Yo… Quiero decirles que he decidido retomar mis estudios. De enfermería, ¿saben? Y voy a trabajar, al mismo tiempo, también en lo mío. Voy a recuperar muchas cosas que se han desgastado, o al menos voy a tratar, ¿de acuerdo, Arturo? 

 

Arturo. ― ¡De acuerdo nada! No creo que sea el lugar ni la hora. Martha, tú quieres retomar tus estudios y trabajar como enfermera, pues hazte cargo de los gastos también. Sí saben que yo soy el que paga todo, verdad. Paco, por qué no mantienes a la familia con lo que ganes, así, vestido de mamarracho. Y tú hija, creí que contaba contigo, pero ya veo que no. A ver si tú y tu novio pueden hacerse cargo de todo. A ver quién se hace cargo de que funcione esta familia, porque yo... me largo. A ver si se las pueden arreglar sin mí. 

Arturo se va. 

 

Alex. ― Se enojó. 

 

Paco. ― Nunca lo vi ponerse así. 

 

Laura. ― Debe de ser difícil… para él… Siempre tiene la última palabra. 

 

Martha. ― Él está acostumbrado a decidir… todo.  

 

Alex. ― Me parece perfecto, es una buena oportunidad. 

 

Paco. ― Te callas… esto es serio. 

 

Alex. ― En serio lo digo. Ustedes pueden decidir ahora… el no quiso… o no supo… 

 

Alicia. ― Aunque no es la forma apropiada, mi hijo tiene razón… Creo que es momento de tomar decisiones. 

 

Martha. ― Será muy difícil, pero estoy de acuerdo. Es hora de tomar la vida en nuestras manos. 

 

 Paco. ― Así es. 

 

Laura. ― Estoy de acuerdo. 

 

Alex. ― Eso digo yo. Es tiempo de que todos tomemos decisiones. (Siente la mirada de todos) ¡Qué? Yo también estoy involucrado, ¿qué no?... 

 

Se escucha ruido de cristales que se rompen. Los personajes se congelan y después 

 

Dieciocho 

Meses después. 

Se escucha el sonido de una campana. Lentamente los personajes se cambian de vestuario y con una música cinematográfica muy alegre se desplazan a casa de la familia Solís. Están todos, menos Arturo. 

Martha. ― (Le muestra un diploma a Alicia) Esta es mi boleta de calificaciones, cómo ven. Me revalidaron algunas de las materias que había cursado y, con las prácticas que ya tengo en el hospital 

 

Alex. ― Felicidades, señora. 

 

Alicia. ― Ya entonces estás practicando. 

 

Martha. ― Así es… y me dieron la beca que pedí… También, las vecinas me llaman para que las ayude. Ya estoy en el camino correcto. 

 

Paco. ― ¿Y nos vas a invitar a cenar… digo para celebrar? 

 

Martha. ― Ustedes… me van a invitar. 

 

Alex. ― Yo la invito, señora. 

 

Laura. ― Yo voy a empezar a ahorrar, vas a ver. 

 

Paco. ― ¿Y ustedes de dónde? 

 

Alex. ― (Amistoso, pero incisivo) Ya vas a empezar... ¿cuñado? Yo tengo mis ahorros. 

 

Laura. ― Y yo también... de lo que me da mi mamá... y de lo que me da papá. 

 

Paco. ― Y qué pasó con él, ¿no iba a venir? 

 

Martha. ― Ha estado muy ocupado con su nuevo depa. 

 

Alicia. ― Debe estarle costando vivir solo. 

 

Martha. ― Mucho. Estaba acostumbrado a trabajar en equipo ... siempre y cuando él tomara el mando. Pero se le ve contento. Mis hijos van a verlo. O él viene aquí, algunas veces. 

 

Paco. ― Pues ojalá que no se le ocurra faltar hoy. Hay que ponerse de acuerdo para el concierto. 

 

Alex. ― Y para lo de la playa. 

 

Martha. ― Yo no sé si podamos ir todos juntos. 

 

Entra Arturo casi sin que nadie lo note. 

 

Arturo. ― ¿Al concierto o a la playa? 

 

Laura. ― Hola papá, no nos asustes. 

 

Arturo. ― ¿Así vas a recibir a tu padre? 

 

Laura. ― (Se levanta a darle un beso a Arturo) Hola, papá. 

 

Paco. ― Aquí hay un lugar. 

 

Arturo. ― Estoy bien aquí. Hola, Martha. 

 

Martha. ¿Cómo has estado? 

 

Arturo. ― Me mantengo ocupado. (A Alicia) Qué tal, maestra. (Confunde a propósito a Alex) Qué tal… ¿Alberto? 

 

Alex. ― (Balbucea bromista) Ejem Alex… Alejandro… Alex… Bien, gracias. 

 

Alicia. ― Me da gusto saludarlo, señor Solís. 

 

Arturo. ― Entonces el concierto es el treinta y uno. ¿Y lo de la playa? 

 

Alex. ― Habíamos pensado que a Vallarta, en la primera semana de enero. Casi todos tenemos vacaciones. 

 

Arturo. ― Menos tú, Martha. Siempre tienes guardia. 

 

Martha. ― Puedo hacer una pausa. 

 

Arturo. ― (Con emociones encontradas) Me parece justo, Martha. (Tomando fuerza de flaqueza) Pues no se diga más... Vamos todos una semana a la playa y antes... (Regresa a su actitud intolerante, pero ya dispuesto a negociar) ...pues no sé. 

 

Paco. ― Papá... No decidas tú todavía. Estamos reunidos para ponernos de acuerdo. 

 

Arturo. ― Sí... Yo solo... trataba de expresar mi opinión...  ¿Qué es lo que piensan ustedes? 

 

Martha. ― Escucharon lo que yo... ¿Nos preguntó qué pensábamos? 

 

Alicia. ― Todos lo oímos. 

 

Laura. ― Ése es mi papá. 

 

Paco. ― Entonces... van a ir todos al concierto. ¿Papá? 

 

Arturo. ― ¿Al concierto? No sé. Lo que decida la mayoría. 

 

Alex. ― Yo voto porque sí. 

 

Laura. ― Y yo. 

 

Martha. ― Y yo también. 

 

Alicia. ― Pues decidió la mayoría, porque Paco no puede votar. Él está en el concierto, no podrías ser juez y parte. 

 

Arturo. ― Pues muy bien. Iremos todos al concierto. 

 

Alicia. ― Ves, ¿cómo no es tan difícil ponerse de acuerdo, Arturo? 

 

Arturo. ― Es difícil, pero... es satisfactorio, ¿sí? Hace que uno se sienta, como la gente... Gente de primera. 

 

Alicia. ― Señor Arturo, desde mi punto de vista, Todos, absolutamente todos, somos gente de primera. 

 

Arturo. ― (Con hipocresía) Sí, claro Si yo estoy de acuerdo con usted 

 

Alicia. ― Me está dando por mi lado. 

 

Arturo. ― No, de verdad. Digo las cosas con el corazón en la mano. 

 

Paco. ― Oye, Papá, de veras. No tienes que ir al concierto, si no quieres. 

 

Arturo. ― (Realmente sincero, al final) Iré con mucho gusto por verte a ti, Paco. Además, ya nos pusimos de acuerdo y vamos a estar todos juntos. Eso, mi querido Paco, es lo más importante. 

 

Paco. ― Me da gusto oírte, papá. Vamos a estar todos juntos, ¿de acuerdo? 

 

Arturo. ― Sí, señor. De acuerdo. Estamos todos de acuerdo. 

 

 

Fin