EUGENE O’NEILL
EL LARGO VIAJE DE REGRESO
Escenario: la cantina de un sórdido tugurio portuario londinense, un salón astroso y sucio, vagamente iluminado por lámparas de kerosene colocadas sobre soportes sujetos a las paredes. A la izquierda, la cantina. Delante de ella, una puerta que lleva a una habitación lateral. A la derecha, mesas rodeadas de sillas. A foro, una puerta que lleva a la calle.
Una desaliñada camarera de estúpido rostro impregnado de bebida está fregando la cantina. Su brazo se mueve mecánicamente hacia atrás y hacia adelante y sus ojos están semicerrados, como si dormitara de pie. En el otro extremo de la cantina está parado El Gordo Joe, el dueño, un hombre corpulento de enorme vientre. Su rostro es rubicundo y abotagado, sus ojillos porcinos están casi ocultos por pliegues de grasa. Los gruesos dedos de sus grandes manos están cargados de anillos baratos, y una cadena de reloj de oro, con dimensiones de cable, se extiende sobre su chaleco a cuadros.
Junto a una de las mesas de primer término está sentado un joven carirredondo que juma un cigarrillo. Su rostro es carnoso, su boca débil, sus ojos huidizos y crueles. Viste un traje humilde, que debió ser en otros tiempos vulgarmente vistoso, y usa bufanda y gorra.
Son, poco más o menos, las nueve de la noche.
JOE (bostezando).— Que me condenen si los negocios no marchan a paso de tortuga esta noche. No sé qué pasa. Esto parece una tumba. ¿Dónde están todos los marineros, quisiera saber yo? (Alzando la voz.) ¡Eh, Nick! (Nick se vuelve, apáticamente.) ¿Cómo se llama ese barco que atracó al muelle de abajo en las primeras horas de la tarde?
NICK (lacónicamente).— El "Glencairn"... de Buenos Aires.
JOE.— ¿No le han pagado aún a la tripulación?
NICK.— Me dijeron que les habían pagado esta tarde. Subí a bordo y los vi. Les entregué algunas de sus tarjetas, patrón. Prometieron que no dejarían de venir esta noche... por lo menos los que tenían licencia.
JOE.— ¿Despidieron a alguno con dos años de contrata?
NICK.— A cuatro... tres ingleses y un alemán.
JOE (indignado).— ¿Y te fuiste y los dejaste? ¡Y pensar que te pago para que los traigas aquí!
NICK (gruñendo).— ¡Para lo que me paga usted! Y yo no echo mi gancho a través de toda la ciudad por nadie. ¿Me entiende?
JOE.— No hablo solamente por mí. ¿Acaso no te di siempre tu parte, equitativamente, de hombre a hombre?
NICK (con risita burlona).— Sí... Porque no tenía más remedio.
JOE.— ¿Que no tenía más remedio? ¡Óiganlo! ¡Muchos se habrían considerado muy felices con un empleo como el tuyo, amigo mío!
NICK.— ¿De veras? ¿A pesar del peligro que corro de que me metan en la cárcel por buscar clientes?
JOE (indignado).— ¡Nosotros no buscamos clientes!
NICK (con sarcasmo).— ¡Vamos! ¡Vamos!
JOE (algo turbado).— Bueno, sólo de cuando en cuando, en los casos en que escasea la clientela. (Para disimular su confusión, se vuelve con enojo hacia la camarera. Ésta friega aún el mostrador, con el mentón apoyado sobre el pecho, dormida a medias.) Bueno, chica. Basta ya. Hace una hora que estás friega que te friega el mostrador. ¡Vete! ¡Da fiebre mirarte!
MAG (empezando a resoplar).— ¡Oh!... Usted me asusta cuando me grita, Joe. Yo no soy una mala muchacha. Sabe Dios que trato de ser lo mejor posible con usted. (Prorrumpe en una tempestad de sollozos.)
JOE (con aspereza).— ¡Déjate de gimoteos! ¡Y vete de aquí!
NICK (riendo).— Está borracha, Joe. Le has estado dando a la ginebra... ¿eh, Mag?
MAG (deja de llorar inmediatamente y se vuelve hacia él, furiosa).— ¡Cangrejo insignificante! ¡Merecerías usar bozal! ¡Pensar que abres tu fea bocaza para insultar a una mujer honrada que no te ha hecho el menor daño! (Comenzando a sollozar de nuevo.) ¡Me maltrata como a un perro porque estoy enferma y me siento mal, eso es todo!
JOE.— ¡Vete, muchacha! Vete al primer piso y duerme un rato. Te despertaré si te necesito. Y despierta a las dos muchachas cuando subas. Son las nueve, y de un momento a otro puede venir alguien, díselo. ¿Me oyes?
MAG (dando la vuelta al mostrador, tambaleándose, va hacia la puerta de la izquierda, sollozando).— Sí, sí, lo oigo. ¡Sabe Dios qué será de mí, tan mal me siento! A usted no le importa mucho si me muero... ¿verdad? (Sale.)
JOE (cavilando aún sobre la poca actividad de Nick, después de una pausa).— Cuatro hombres con dos años de contrata que han cobrado y tienen los bolsillos atestados de esterlinas... y te los pierdes. (Menea la cabeza con aire pesaroso.)
NICK (con impaciencia).— ¡Cállese! Prometieron venir, le digo. Vendrán dentro de un momento. Sobra tiempo aún. (En voz baja.) ¿Tiene las gotas? Quizá tengamos que usarlas. JOE (sacando una pequeña botella oculta detrás del mostrador).— Sí. Aquí están.
NICK (con satisfacción).— ¡Eso es!
(Sus huidizos ojos escudriñan con aire inquisitivo la habitación. Luego le hace una seña a Joe, que se acerca a la mesa y se sienta.) Le he preguntado por las gotas porque vi esta tarde al capitán de la "Amindra".
JOE.— ¿La "Amindra"? ¿Qué buque es ése?
NICK.— Un carguero con aparejo completo y pintado de blanco... Está anclado desde hace un mes. Usted lo conoce.
JOE.— ¡Ah, sí! Lo conozco.
NICK.— El capitán dice que necesita un marinero con mucha urgencia... esta noche. Zarpan mañana, al amanecer.
JOE.— Me parece que hay muchos marineros desocupados y esperando contrata por ahí. NICK.— No para ese buque, patrón. El capitán y el piloto son negreros y deben dar la vuelta al cabo de Hornos. Poco faltó para que mataran de hambre a los marineros en su último viaje aquí, y nadie se atreve a embarcarse en ese cascajo. (Después de una pausa.) Le di mi palabra al capitán de que le conseguiría un hombre y de que lo haría esta noche.
JOE (con aire de duda).— ¿Y cómo lo conseguirás?
NICK (con un guiño).— Estaba pensando en uno de esos marineros del "Glencairn"... uno de
esos que han cobrado sus dos años de contrata y vienen aquí.
JOE (con una sonrisa burlona).— Sería una buena pesca, realmente. (Frunciendo el ceño.) Si vienen.
NICK.— Vendrán y se pondrán borrachos perdidos, ya lo verá. (De la calle llega el alboroto de un cantar sonoro y turbulento.) Parece que son ellos. (Abre la puerta de calle y se asoma.) ¡Que me condenen si no son los cuatro! (Volviéndose hacia Joe con aire de triunfo.) Y ahora. . . ¿qué me dice? Están buscando esta cantina. Iré a guiarlos.
(Sale. Joe se instala detrás del mostrador, con su más zalamera sonrisa. Al cabo de un momento se abre la puerta y entran Driscoll, Cocky, Iván y Olson. Driscoll es un irlandés vigoroso y alto; Cocky, un hombre pequeñito, de rala barba gris; Iván, un campesino grande y tonto; Olson, un sueco rechoncho, de edad madura y ojos redondos, azules e infantiles. Los tres primeros están muy borrachos, sobre todo Iván, que mueve las piernas con dificultad. Olson está perfectamente despejado. Los tres visten ropa corta y que les sienta mal y no parecen estar muy a sus anchas. Driscoll le ha quitado el gemelo a su cuello duro y sus puntas asoman de costado. Ha perdido la corbata. Nick se desliza en la habitación detrás de ellos y se sienta junto a una mesa de foro. Los marineros se acercan a la mesa de primer término.)
JOE (con forzada alegría).— ¡Ah del barco! Me alegro de verlos sanos y salvos.
DRISCOLL (se vuelve, tambaleándose un poco, y lo escudriña por sobre el mostrador).— De modo que eres tú... ¿eh? (Pasea una mirada por la cantina, con el aire de quien reconoce algo.) Y por cierto que es la misma condenada ratonera. Recuerdo que, hace cinco o seis años, me despojaron aquí de mi último chelín mientras dormía. (Con repentino furor.) ¡Que te parta un rayo! ¡No me hagas ninguna de tus tretas asquerosas esta vez, o te...! (Lo amenaza con el puño.)
JOB (interrumpiéndolo, presurosamente).— Debes de estar equivocado. Esta es una casa decente.
COCKY (burlonamente).— ¡Aja! Y tú un ángel, supongo...
IVÁN (quitándose con aire indeciso el sombrero hongo y volviéndoselo a poner, quejumbrosamente).— No me... gusta esto.
DRISCOLL (acercándose al mostrador, tan cordial como se mostrara furioso momentos antes).— Bueno, tanto da, todo eso pasó y está olvidado. No soy hombre de guardar rencor por mi primera noche en tierra, cuando estaba borracho como un caballero. (Le tiende a Joe la mano, y éste la toma muy cautelosamente.) Creo que todos echaremos un trago. Whisky para los tres... ¡whisky irlandés!
COCKY (burlón).— Y una cerveza para nuestro niño bueno. (Señala con el pulgar a Olson.)
OLSON (con jovial sonrisa).— Esta noche, por variar, soy un niño bueno.
DRISCOLL (con un bramido y señalando a Nick mientras Joe trae las bebidas a la mesa).— Y pregúntale a ese asqueroso alcahuete qué quiere beber... y que se dé el gusto. (Saca del bolsillo una esterlina y la arroja sobre el mostrador.)
NICK.— Déme una pinta de cerveza, Joe.
(Joe trae la cerveza y la pone en el otro extremo del mostrador. Nick se acerca para llevársela y Joe le hace un guiño significativo, señalándole con la cabeza la puerta de la izquierda. Nick contesta con una seña que ha comprendido.)
COCKY (con la bebida en la mano, impaciente).— ¡Tengo la garganta seca! (Alzando el vaso, a Driscoll.) ¡A tu salud, viejo, a tu salud!
DRISCOLL (guardándose el vuelto, sin mirarlo).— Un brindis para ti: ¡que tuesten en el
infierno a ese maldito contramaestre! (Bebe.)
COCKY.— ¡De acuerdo! ¡Que se vuelva ciego! (Bebe su vaso hasta la última gota.)
IVÁN (a medias dormido).—Eso está bueno. (Apura su vaso de un solo trago. Olson bebe su cerveza fuerte. Nick toma un trago de la suya, da la vuelta al mostrador y sale por izquierda.)
COCKY (sacando una esterlina).— ¡Eh, gordo! ¡Danos otra vuelta!
JOB.— ¿De lo mismo, marineros?
COCKY.— Sí.
DRISCOLL.— ¡No, bribón! Yo tomaré una pinta de cerveza. Estoy seco como un horno de cal.
IVÁN (levantándose repentinamente con aire de ebrio y derribando casi la mesa).— ¡No me... gusta esta casa! Quiero ver muchachas... muchas muchachas. (Con aire patético.) No me... gusta esta casa... Quiero bailar con una muchacha.
DRISCOLL (sentándolo nuevamente de un empellón).— ¡Cállate, orangután ruso! ¡Buen Romeo harías en ese estado! (Iván balbucea una protesta incoherente y repentinamente se queda dormido.)
JOB (trayendo las bebidas, mira a Olson).— ¿Y tú, marinero?
OLSON (meneando la cabeza).— Esta vez nada, gracias.
COCKY (burlón).— ¡Está ahorrando su dinero! Volverá a casita, al lado de su madre. ¡Se comprará una de esas malditas chacras y labrará la tierra! ¡Eso es lo que piensa hacer! (Escupiendo con aire de asco.) ¡Eres un pajarraco raro para ser un marinero, Dios me ampare!
OLSON (con la misma sonrisa jovial).— Eso es precisamente lo que me gusta, Cocky. Viví durante largo tiempo en una chacra cuando niño.
DRISCOLL.— ¡Déjalo en paz, condenado insecto! Da gusto ver a un hombre con un poco de sentido común, en vez de imbéciles como nosotros. Ojalá viviera mi madre y pensara en mí. Quizá no estaría borracho en esta maldita madriguera, ahora.
IVÁN (comenzando a llorar, con aire dolorido).— ¡Oh, no digas eso, Drisc! No puedo oírte. Yo nunca tuve madre, nunca...
DRISCOLL.— Cállate, gorila, y no chilles. Si pudieras ver tu fea cara, con esa narizota roja
hecha un nudo, nunca volverías a derramar una lágrima. (Cantando con un bramido.) "¡Somos los muchachos de Wexford, que luchamos con tesón!" (Hablando.) Al diablo con el Ulster. (Bebe y los demás lo imitan.) Y despellejaré a cualquier hombre de Londres que no beba con ese brindis. (Mira con aire feroz a Joe, que apura inmediatamente su cerveza. Nick entra por izquierda, se acerca a Joe y le murmura algo al oído. Joe asiente, con aire satisfecho.)
DRISCOLL (mirándolos, furioso).— ¿Qué treta del diablo están urdiendo ustedes dos? (Esgrime un robusto puño.) ¡Jueguen limpio con nosotros o tendrán que vérselas conmigo! JOE (precipitadamente).— ¡Nada de tretas, camarada! ¡Que Dios me condene si no te digo la verdad!
NICK (indicando a Iván, que ronca).— Sólo que su compañero pidió muchachas y pensé que les gustaría que bajaran a echar un trago con ustedes.
JOB (guiñando el ojo y haciendo el tonto).— Son unas muchachas lindas y sanas... ¿eh, Nick?
NICK.— Sí.
COCKY.— ¡Aja! ¡Conozco a tus muchachas! Son para dejarlo ciego a cualquiera, tan feas son. No me interesan tus condenadas muchachas, gordo. Yo y Drisc conocemos cierta casa...
¿Eh, Drisc?
DRISCOLL.— ¡Que me condenen si no la conocemos! Y nos iremos allá dentro de un momento. Ahí hay música y baile para alegrarlo a uno.
JOE.— Oye, Nick... Tú sabes tocar una melodía... ¿verdad?
NICK.— Sí.
JOE.— Y ustedes pueden bailar en la pieza contigua.
DRISCOLL.— ¡Bravo! Eso es hablar.
(Entran por izquierda las dos mujeres, Freda y Kate. Freda es una rubia menuda y pálida, Kate una morena rolliza.)
FREDA (con voz chillona).— Hola, marineros.
KATE.— ¿Tuvieron buen viaje?
DRISCOLL.— Pésimo, pero no importa. Bienvenidas, como dicen, y siéntense y... ¿qué van a tomar? (A Kate.) Siéntate a mi lado, querida... ¿Cómo te llamas?
KATE (con una sonrisa estúpida).— Kate. (Se para junto a la silla de Driscoll.)
DRISCOLL (rodeándola con el brazo).— Un buen nombre irlandés, pero pareces inglesa. No importa. Eres regordeta, querida Kate, y yo nunca he podido soportar a las flacas. (Freda le dirige una mirada viperina y se sienta junto a Olson.) ¿Qué vas a tomar?
OLSON.— No, Drisc. A ésta la convido yo. (Saca un rollo de billetes de su bolsillo interior y lo pone sobre la mesa. Joe, Nick y las mujeres contemplan el dinero con ojos ávidos. Iván lanza un ronquido particularmente violento.)
FREDA.— Despierta a tu amigo. ¡Dios mío! ¡Cómo detesto los ronquidos!
DRISCOLL (se levanta de un salto y aplasta el sombrero hongo de Iván sobre las orejas de éste).— ¿Oyes? ¡Te habla una dama, friegacubiertas ruso! (La única respuesta a estas palabras es un ronquido. Driscoll tira de los destrozados restos del sombrero de Iván y vuelve a aplastarlo.) ¡Levántate y lúcete, cerdo borracho! (Otro ronquido. Las mujeres ríen. Driscoll le arroja a Iván a la cara la cerveza que queda en su vaso. El ruso vuelve en sí, farfullando algo. Hay un bramido de risas.)
IVÁN (indignado).— Te digo... ¡que eso no me gusta!
COCKY.— No derroches buena cerveza, Drisc.
IVÁN (gruñendo).— Te digo... que eso no está bien.
DRISCOLL.— Tú mismo tienes la culpa, Iván. Gemías pidiendo muchachas, y cuando vienen te quedas gruñendo como un cerdo en una pocilga. ¿No sabes comportarte en sociedad? (Iván parece ver a las mujeres por primera vez y sonríe estúpidamente.)
KATE (lo mira, riendo).— ¡Bravo, camarada! ¿Cómo va Rusia?
IVÁN (muy complacido, metiendo la mano en el bolsillo).— Te pago una copa.
OLSON.— No. Esta vez me toca a mí. (A Joe.) ¡Eh, oye!
JOE.— ¿Qué vas a tomar, Kate?
KATE.— Ginebra.
FREDA.— Brandy.
DRISCOLL.— Un whisky irlandés para nosotros... con excepción de nuestro amigo el abstemio. ¡Dios se apiade de él!
FREDA (a Olson).— ¿No bebes?
OLSON (algo avergonzado).— No.
FREDA (con sonrisa seductora).— No te culpo. Tienes sentido común. Yo sólo bebo un sorbo de brandy de vez en cuando en beneficio de mi salud. (Joe trae las bebidas y le da el vaso a Olson. Cocky se levanta tambaleándose y alza su vaso.)
COCKY.— Ahí tienen un buen brindis: Que a las damas, Dios... (vacila y agrega, a regañadientes) las bendiga.
KATE (con risa tonta).— ¡Vamos! ¡No era eso lo que ibas a decir, malvado Cocky! (Todos beben.)
DRISCOLL (a Nick).— ¿Dónde está la canción que nos prometías?
NICK.— Ven al cuarto contiguo y la oirás.
DRISCOLL (levantándose).— Vengan todos. Oiremos música y bailaremos si no estoy demasiado borracho para bailar, Dios me ayude.
(Cocky e Iván se levantan, tambaleándose. Iván a duras penas logra mantenerse en pie. Mira de soslayo a Kate y ríe tontamente para sí, con risa de ebrio. Los tres, guiados por Nick, salen por izquierda. Kate los sigue. Olson y Freda se quedan sentados.)
COCKY (sin volver la cabeza).— Ven a bailar, Ollie.
OLSON.— Sí, voy.
(Olson se dispone a levantarse. Del cuarto contiguo llegan la música de un acordeón y los sonoros gritos de Driscoll, seguidos por un pesado zapateo.)
FREDA.— Vamos, no entres aquí. Quédate y charla un rato conmigo. Todos esos están borrachos y tú no bebes. (Sonriéndole.) Creeré que no te gusto, si te vas ahí.
OLSON (confuso).— Se equivoca, señorita Freda. Yo no he querido... Quiero decir que usted me gusta.
FREDA (sonriendo, pone la mano sobre la de él, encima de la mesa).— Y tú me gustas a mí. Eres un caballero. No te emborrachas ni insultas a las pobres muchachas que llevan una vida dura y desdichada.
OLSON (complacido, pero más turbado aun y moviendo los pies).— Yo me he emborrachado muchas veces, señorita Freda.
FREDA.— Entonces... ¿por qué no bebes ahora? (Cambia una rápida e inquisitiva mirada
con Joe, que le responde con un gesto de asentimiento y la muchacha continúa, con aire persuasivo.) Háblame un poco de ti.
OLSON (con una sonrisa).— No hay nada que decir, señorita Freda. Soy un pobre marinero, eso es todo.
FREDA.— ¿Dónde naciste? ¿En Noruega? (Olson menea la cabeza.) ¿En Dinamarca?
OLSON.— No. Siga adivinando. FREDA.— Entonces debes de ser sueco. OLSON.— Sí, nací en Estocolmo.
FREDA (fingiendo gran deleite).— ¡Oh! ¿Verdad que tiene gracia? ¡También yo nací allí... en
Estocolmo!
OLSON (atónito).— ¿Usted es sueca?
FREDA.— Sí. No lo creerás, pero te juro que es la pura verdad. (Junta las manos, con aire de deleite.)
OLSON (radiante).— ¿Habla el sueco?
FREDA (tratando de sonreír, tristemente).— No. Mis padres vinieron aquí, a Inglaterra, cuando yo era una criatura todavía, y hablaban el inglés. De modo que nunca pude aprender el sueco. (Melancólicamente.) ¡Ojalá lo hubiera aprendido! (Con una sonrisa.) ¡Qué buen raro pasaríamos si yo supiese el sueco! ¿Verdad?
OLSON.— Resulta muy agradable oír hablar de vez en cuando el idioma de uno.
FREDA.— ¡Ni más ni menos! No hay como el hogar, digo yo. ¿Volverás a... a Estocolmo antes de contratarte de nuevo?
OLSON.— Sí. De aquí me iré a Estocolmo. (Orgullosamente.) ¡Como pasajero!
FREDA.— ¿Y te contratarás de nuevo cuando hayas pasado unas vacaciones?
OLSON.—No. No volveré a embarcarme. Ya estoy harto del mar... Demasiado trabajo... y un trabajo bien duro... por poco dinero. A bordo, uno no hace más que trabajar y trabajar y trabajar. No quiero volver.
FREDA.— Comprendo. Por eso has abandonado la bebida.
OLSON.— Sí. (Con una sonrisa.) Cuando bebo, me emborracho y me gasto todo el dinero.
FREDA.— Pero si no vuelves a ser marinero... ¿qué harás? Has sido marinero durante toda tu vida... ¿verdad?
OLSON.— No. Trabajé en un chacra hasta los dieciocho años. Y eso me gusta... Es agradable... trabajar en una chacra.
FREDA.— Pero... ¿no es acaso Estocolmo una ciudad como Londres? Allí no hay chacras...
¿verdad?
OLSON.— Nosotros residimos —mi hermano y mi madre viven, mi padre ha muerto— en una chacra próxima a Estocolmo. Ahora tengo mucho dinero. Volveré con los dos años de paga y compraré más tierra aun: trabajaré en la chacra. (Sonriendo.) Basta de mar, basta también pensarás casarte... ¿eh?
OLSON (muy confuso).— No lo sé. Me gustaría casarme si encontrara una buena muchacha.
FREDA.— ¿No te espera alguna en Estocolmo? Apostaría a que sí.
OLSON.— No. Tuve una buena muchacha en otros tiempos, antes de irme al mar. Pero me embarqué y no volví y ella se casó con otro. (Sonríe, tímidamente.)
FREDA.— Bueno. De todas maneras, te gustará volver a tu país.
OLSON.— Sí, así lo creo.
(Estrépito en el cuarto de la izquierda y la música cesa repentinamente. Al cabo de un momento entran Cocky y Driscoll, trayendo el cuerpo inerte de Iván. Éste se halla en el último grado de la borrachera y no puede mover un solo músculo. Nick los sigue y se sienta junto a la mesa de foro.)
DRISCOLL (mientras se acercan en zigzag al mostrador).— Para mí que ha muerto, porque está inerte como un cadáver.
COCKY (resoplando).— ¡Dios mío, sí que está pesado!
DRISCOLL (abofeteando a Iván con la mano libre).— Despiértate, demonio. ¡Es inútil! Ni la trompeta del propio arcángel Gabriel lo despertaría. (A Joe.) Danos un trago, me muero de sed. Pesado trabajo, éste.
JOE.— ¿Whisky?
DRISCOLL.— Whisky irlandés, estúpido. (Pone una moneda, sobre el mostrador. Joe le sirve a Cocky y a Driscoll. Beben y se acercan a, la mesa de Olson.)
OLSON.— Siéntate y descansa un rato, Drisc.
DRISCOLL.— No, Ollie. Llevaremos a este muchacho a su casa, para acostarlo. Es demasiado
tarde para que un joven como Iván callejee de noche. Y no confío tanto en él como para dejarlo en esta madriguera tan borracho y con una paga completa en el bolsillo. (Amenazando con el paño a Joe.) ¡Oh! ¡Conozco tus artimañas, hijo mío!
JOE (con aire pesaroso).— Ya empiezas de nuevo... ¡a insultar a un hombre honrado!
COCKY.— ¡Oigan, escúchenlo! Dale un golpe en el hocico, Drisc.
OLSON (ansiando evitar una riña, se levanta).— Les ayudaré a llevar a Iván a la casa de pensión.
FREDA (protestando).— ¡Oh!... No pensarás abandonarme... ¿verdad? Y nos divertíamos tanto charlando...
DRISCOLL (guiñándole el ojo).— Ya has oído lo que dijo la dama, Ollie. Más vale que te quedes aquí, caballero abstemio. Y nosotros no necesitamos ayuda. La casa de pensión está cerca y nosotros dos somos fuertes, aunque estemos borrachos. No cuesta mucho llevar este despojo a casa. Pero puedes abrirnos la puerta, Ollie. (Olson va hacia la puerta y la abre.) Ven, Cocky, y no te vayas a dormir. (Avanzan pesadamente hacia la puerta. Cuando salen, Driscoll grita sin volverse.) Regresaremos dentro de un rato, no les quepa duda. De modo que espéranos, Ollie.
OLSON.— Perfectamente. Los espero aquí, Drisc.
(Se queda parado en el umbral, con aire indeciso. Joe le hace vehementes señales a Freda de que lo haga volver. Ella se acerca a Olson y le rodea el hombro con los brazos. Joe le indica a, Nick que se acerque al mostrador. Hablan en voz baja, con aire excitado.)
FREDA (zalamera).— No pensarás abandonarme... ¿verdad, querido? (Con irritación.)
¡Cierra esa puerta, por amor de Dios! ¡Me estoy helando con la niebla! (Olson vuelve en sí, sobresaltado, y cierra la puerta.)
OLSON (humildemente).— Discúlpeme, señorita Freda.
FREDA (llevándolo de nuevo a la mesa y tosiendo).— Pídeme una copa de brandy...
¿quieres? ¡Siento tanto frío!
OLSON.— Todo lo que usted quiera, señorita Freda. Todo lo que usted quiera. (A Joe, que le está murmurando todavía instrucciones a Nick.) ¡Eh, Joe! Brandy para la señorita Freda. (Pone una moneda sobre la mesa.)
JOE.— ¡Muy bien! (Sirve el brandy y trae la copa a la mesa.) ¿Te sirves algo, camarada?
OLSON.— Me gustaría, pero... no. Si bebo una copa, querré beber mil. (Vuelve a reír.)
FREDA (respondiendo a un maligno codazo de Joe).— Vamos, bebe algo. No voy a beber sola.
OLSON.— Entonces, déme un vasito de cerveza... un vaso pequeño.
(Joe vuelve atrás del mostrador y le indica a Nick que se acerque a la mesa de Olson y
Freda. Nick así lo hace y se coloca de manera que el marinero no pueda ver qué hace Joe.)
NICK (por decir algo).— ¿Adonde se han escapado sus compañeros? (Joe vierte el contenido de la pequeña botella en el vaso de cerveza de jengibre de Olson.)
OLSON.— Han llevado a la cama a Iván, ese que estaba borracho. Volverán. (Joe trae el vaso de Olson a la mesa y lo pone delante de él.)
JOE (a Nick, con irritación).— ¡Vete! ¿Quieres? Aquí no hay tiempo para haraganear.
¿Comprendes? ¡Apúrate!
NICK.— No se preocupe, viejo. Me voy. (Sale presurosamente a la calle. Joe vuelve a su
sitio, detrás del mostrador.)
OLSON (después de una pausa, preocupado).— Creo que debiera ir con ellos. Cocky está muy borracho, también, y Drisc...
FREDA.— ¡Oh! Ese irlandés grandote está perfectamente. ¿No le oíste decir que volverían sin falta y que los esperaras aquí?
OLSON.— Sí. Pero si no vuelven pronto, creo que iré a ver si han llegado sin inconveniente a la casa de pensión.
FREDA.— ¿Dónde está la casa de pensión? OLSON.— A poca distancia de esta calle. FREDA.— ¿También tú te alojas ahí?
OLSON.— Sí... Hasta que zarpe el barco a Estocolmo... dentro de dos días.
FREDA (alternativamente, mira a Joe y procura febrilmente hacer hablar a Olson, para que éste se olvide de seguir a los demás).— ¡Vaya con lo contenta que estará tu madre de verte! (Olson sonríe.) ¿Sabe que vas a volver?
OLSON.— No. Pensé que lo mejor era darle una sorpresa. Le escribí desde Buenos Aires, pero no le anuncié mi regreso.
FREDA.— Tu madre debe de ser vieja... ¿verdad?
OLSON.— Tiene ochenta y dos años. (Sonríe, nostálgicamente.) ¿Sabe una cosa, señorita Freda? No veo a mi madre ni a mi hermano desde... Veamos... (Cuenta empeñosamente con los dedos.) Desde hace más de diez años, me parece. Le escribí de vez en cuando y ella me escribió a menudo; y mi hermano también. Mi madre me dijo en todas sus cartas que yo debía volver pronto. Y mi hermano lo mismo. Quiere que le ayude en la chacra. Yo les contesté siempre que pronto volvería; y siempre me proponía volver al fin de cada viaje. Pero bajaba a tierra, bebía una copa, bebía muchas copas, me emborrachaba, me gastaba todo el dinero, y tenía que contratarme de nuevo en algún barco. De modo que esta vez me dije: No bebas ni una sola copa, Ollie, o con seguridad que no llegarás a casa. Y esta vez quiero volver a. mi país, siento nostalgia de la chacra y quiero ver a los míos. (Sonríe.) Siento nostalgia como un niño. Por eso no he bebido nada esta noche, salvo este...
¡menjunje! (Ríe estruendosamente, con risa infantil, y luego, de pronto, se torna serio.)
¿Sabe, señorita Freda? Mi madre está muy vieja, muy vieja, y quiero verla. Podría morirse y yo nunca...
FREDA (conmovida, contra su voluntad).— ¡Vamos, no digas eso! No me gusta que hablen de la muerte.
(Se abre la puerta de calle y entra Nick, seguido por dos hombres con aire de bribones, modestamente vestidos, con bufandas y con las gorras caladas sobre los ojos. Se sientan a la mesa más próxima a la puerta. Joe les trae tres cervezas y se consultan en voz baja, mirando a menudo a Olson.)
OLSON (haciendo gesto de levantarse, inquieto).— Creo que iré a la casa de pensión. Creo que a Drisc y a Cocky les ha pasado algo.
FREDA.— Oh, no vayas. Ellos sabrán cuidarse. No son niños. Espérate un momento. No has bebido aún.
JOE (acercándose precipitadamente a la mesa, indica con el pulgar a los hombres sentados a foro).— Uno de esos tipos quiere que bebas una copa con ellos.
FREDA.— ¡De acuerdo! (A Olson.) Bebe esto. (Alza su vaso. Él la imita.) Un brindis para ti: Que tu chacra sea un éxito y ojalá vivas en ella durante largo tiempo y seas feliz. ¡Salud!
(Apura su brandy. Él traga la mitad de su vaso de cerveza y hace una mueca.)
OLSON.— ¡Salud! (Deja su vaso.)
FREDA (con fingida indignación).— ¿No te gusta mi brindis? OLSON (sonriendo).— Sí. Es muy bondadoso, señorita Freda. FREDA.— Entonces bebe como lo he hecho yo.
OLSON.— Bueno... (Bebe el resto.) ¡Eso es! (Ríe.)
FREDA.— ¡Así se hace!
UNO DE LOS BRIBONES (riendo).— "¡Amindra!" ¡Ah del barco!
NICK (con tono de advertencia).— ¡Ssssst!
OLSON (volviéndose en su silla).— ¿"Amindra"? ¿Está en el puerto? Navegué en ella hace mucho tiempo... Tres mástiles, aparejo completo... ¿Es a ésa a la cual se refiere?
EL BRIBÓN (sonriendo).— A esa misma.
OLSON (irritado).— Conozco ese maldito barco... Es el peor que navega por los mares. Una comida pésima y lo hacen trabajar a uno sin cesar... y el capitán y el piloto son unos demonios. Ningún marinero que sabe lo que hace se embarca en el "Amindra". ¿Adonde irá ahora?
EL BRIBÓN.— Dará la vuelta al cabo de Hornos. Zarpa al amanecer.
OLSON.— ¡Caramba! Compadezco a los pobres diablos que dan la vuelta al cabo a esta altura del año. Apuesto a que algunos de ellos no volverán a puerto jamás. (Se pasa la mano por los ojos, con aire aturdido. Su voz se debilita.) Caramba, me siento mareado. Toda la habitación da vueltas a mi alrededor, como si estuviera borracho. (Se levanta, débilmente.) Buenas noches, señorita Freda. Me siento enfermo. Dígale a Drisc... que me fui a casa. (Da un paso adelante y se desploma repentinamente sobre una silla, rueda al suelo y queda tendido allí, inconsciente.)
JOE (desde detrás del mostrador).— ¡Pronto, ahora!
(Nick, seguido por Joe, se lanza hacia Olson. Freda está ya junto al inconsciente Olson y le saca el rollo de billetes del bolsillo interior de la chaqueta. Aparta furtivamente un billete y se lo mete dentro de la blusa, pero Joe lo advierte. Freda le tiende el rollo a Joe, que se lo guarda. Nick registra los demás bolsillos de Olson y deposita una pila de monedas sobre la. mesa.)
JOE (con impaciencia).— ¡Apúrense, apúrense! ¿Quieren? ¡Los otros volverán de un momento a otro! (Los dos bribones se adelantan.) Vamos... Agárrenlo por debajo de los brazos, como si estuviera borracho. (Los bribones así lo hacen.) Llévenlo al "Amindra"... Ustedes conocen ese barco... ¿verdad? Está dos muelles más arriba. Nick les indicará. Y tú, Nick, no abandones ese maldito barco mientras el capitán no te haya dado el anticipo de ese marinero... un mes completo de paga... ¿eh?
NICK.— Conozco mi oficio, pajarraco. (Llevan a Olson hacia la puerta.)
EL BRIBÓN (cuando salen).— Este imbécil se llevará la gran sorpresa de su vida cuando se despierte a bordo del "Amindra". (Ríen. La puerta se cierra detrás de ellos. Freda va rápidamente hacia la puerta de izquierda, pero Joe se interpone en su camino y la detiene.) JOE (amenazador).— ¡Dame lo que te llevaste!
FREDA.— ¿Lo que me llevé? ¡Te di todo lo que él tenía!
JOE.— ¡Mientes! Te vi robarte uno, pero no engañarás a Joe. Soy demasiado viejo para esas cosas. (Furioso.) ¡Dámelo, maldita vaca! (La ajena del brazo.)
FREDA.— ¡Déjame en paz! Yo no tengo...
JOE (la golpea malignamente en el costado del mentón. Ella se desploma).— ¡Esto te servirá de lección!
(Se inclina y después de hurgar sobre el pecho de Freda, saca el billete, que se mete en el bolsillo con un gruñido de satisfacción. Kate abre la puerta de la izquierda y se asoma. (Se precipita hacia Freda y le alza la cabeza entre sus brazos.)
KATE (con dulzura) ¡Pobrecita mía! (Mirando con ira a Joe.) ¡La has vuelto a golpear, cerdo cobarde!
JOE.— Sí. Y también te golpearé a ti si no cierras el pico. ¡Sácala de aquí!
(Kate se lleva a Freda al cuarto contiguo. Joe se instala detrás del mostrador. Al cabo de un momento se abre la puerta de calle y entran Driscoll y Cocky.)
DRISCOLL.— Ven, Ollie. (Repentinamente, ve que Olson no está y se vuelve hacia Joe.)
¿Adonde se ha ido?
JOE (con un guiño significativo).— Salió con Freda por ahí hace cinco minutos. Estaba bastante entusiasmado con ella.
DRISCOLL (con una sonrisa).— ¡Aja! De modo que era eso... ¿eh? ¿Quién habría creído que Ollie era tan diablo con las faldas? Menos mal que no ha bebido, porque si no ella le quitaría hasta el último centavo. (Volviéndose hacia Cocky, que parpadea soñoliento.) ¿Qué quieres beber, viejo bribón? (A Joe.) ¡Dame whisky, whisky irlandés!
TELÓN