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29/10/16

EL ARQUITECTO Y EL EMPERADOR DE ASIRIA Fernando ARRABAL


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EL ARQUITECTO Y EL EMPERADOR
DE ASIRIA


Fernando ARRABAL



PERSONAJES

EL EMPERADOR DE ASIRIA Vestuario variado, ropas antiguas y modernas, de
estilo barroco.

EL ARQUITECTO Cubre su desnudez con una piel de animal.


ACTO PRIMERO
(La acción se desarrolla en un pequeño calvero, en una isla en la que el ARQUITECTO vive
solo. Decorado: Una cabaña y una especie de silla rústica. Matorrales al fondo.)


CUADRO PRIMERO

(Ruido de avión. El ARQUITECTO, como un animal perseguido y amenazado, busca un
refugio, corretea, cava la tierra, tiembla, corretea de nuevo y, por fin, esconde la cabeza en
la arena. Explosión y vivo resplandor de llamas. El ARQUITECTO, con la cabeza contra la
arena, se tapa los oídos con los dedos y tiembla de espanto. Pocos momentos después sale
al escenario el
EMPERADOR.
Lleva una gran maleta. Tiene una cierta elegancia afectada,
intenta mantener la sangre fría. Toca "al otro " con la extremidad de su bastón, diciendo:)


EMPERADOR. -Caballero, ayúdeme, soy el único superviviente del accidente.

ARQUITECTO.-(Horrorizado.) ¡Fi, fi, figa, figa, fi, fi!
(Le mira un momento aterrado y, por fin, huye corriendo. Obscuridad.)



CUADRO SEGUNDO
(Dos años después. En escena el EMPERADOR y el ARQUITECTO.)

EMPERADOR.-Con lo sencillo que es. ¡A ver, repite!
ARQUITECTO.-(Manifiesta una cierta dificultad para pronunciar la "c".) Ascensor.
EMPERADOR.-(Con énfasis.) Llevo dos años en esta isla, dos años dándote lecciones y aún
dudas. Hubieras necesitado que el mismísimo Aristóteles se dignara resucitar para enseñarte cuánto
son dos sillas más dos mesas.
ARQUITECTO.-Ya sé hablar ¿no?
EMPERADOR.-Bueno... Sí. Por lo menos si un día alguien cae en esta isla perdida podrás decirle
Ave César.
ARQUITECTO.-Pero hoy me tienes que enseñar...
EMPERADOR.-Ahora mismo. Escucha cómo canta mi musa la cólera de Aquiles... ¡Mi trono!

(El EMPERADOR se sienta. El ARQUITECTO se inclina ante él en una reverencia.)

EMPERADOR.-Eso, eso. No olvides que soy el Emperador de Asiria.
ARQUITECTO.-Asiria limita al norte con el mar Caspio, al sur con el índico...
EMPERADOR.-¡Basta ya!
ARQUITECTO.-Enséñame como me lo habías prometido...
EMPERADOR.-¡Calma, calma! ¡Ah! (Soñador.) ¡La civilización, la civilización!
ARQUITECTO.- (Contento) Sí, sí.
EMPERADOR.-¡Cállate! Qué sabes tú, tú, que has vivido toda tu vida en esta isla que los
mapas olvidaron y que Dios cagó en el océano por equivocación.
ARQUITECTO.-¡Cuenta, cuenta!
EMPERADOR.-¡De rodillas! (El ARQUITECTO se arrodilla.) Bueno no es necesario. (El otro se
levanta. Con mucho énfasis.) Explico.
ARQUITECTO.-¡Oh, sí, explica!
EMPERADOR.-¡Cállate! (Enfático de nuevo.) Explico mi vida. (Se levanta haciendo grandes
gestos.) Me levantaba a las primeras luces del alba, todas las iglesias, todas las sinagogas, todos
los templos tocaban sus trompetas. El día comenzaba a apuntar. Mi padre venía, seguido de un
regimiento de violinistas a despertarme. ¡Ah, la música! ¡Qué maravilla! (De pronto inquieto.)
¿Has cocido las lentejas con chorizo?
ARQUITECTO.-SÍ, Señor.
EMPERADOR.-¿Por dónde iba? ¡Ah! mi despertar por el regimiento de trompetistas que venía
por la mañana, los violines de las iglesias... ¡Qué mañanas! ¡Qué despertares! Luego acudían mis
divinas esclavas ciegas, que me enseñaban, desnudas, la filosofía. ¡Ah, la filosofía! Un día te
explicaré lo que es.
ARQUITECTO.- Señor, ¿cómo te explicaban la filosofía?
EMPERADOR.-No entremos en detalles. Y mi novia... y mi madre...
ARQUITECTO.-Mamá, mamá, mamá.
EMPERADOR.- (Muy asustado.) ¿Dónde has oído esa palabra?
ARQUITECTO.-Eres tú quien me la ha enseñado.
EMPERADOR.-¿Cuándo? ¿Dónde?
ARQUITECTO.-El otro día.
EMPERADOR.-¿Qué dije?
ARQUITECTO.-Dijiste que tu mamá te cogía en brazos, y que te arrullaba, y que te besaba en la
frente, y ... (El EMPERADOR revive la escena evocada, se acurruca en la silla, como si una
persona invisible le arrullara, le besara, etc.) ... y dijiste que, a veces, te pegaba con un látigo,
y que te cogía de la mano cuando ibais por la calle, y que...
EMPERADOR.-¡Para, para! ¿Está encendida la hoguera?
ARQUITECTO-SÍ.
EMPERADOR.-¿Estás seguro de que permanece encendida día y noche?
ARQUITECTO.-Sí. Mira el humo.
EMPERADOR.-Bueno, ¿qué importa?
ARQUITECTO.-¿Cómo que qué importa? Has dicho que un día un barco o un avión nos descubrirá
y vendrá hacia nosotros.
EMPERADOR.-¿Y qué haremos?
ARQUITECTO.-Pues iremos a tu país, donde hay coches, y discos, y televisión, y mujeres, y platos
de confeti, y kilómetros de pensamientos, y jueves de marca mayor, y...
EMPERADOR.-(Desviando la conversación.) ¿Has preparado la cruz?
ARQUITECTO.-Aquí la tengo. (Señala a los matorrales.) ¿Me crucificas ahora?
EMPERADOR.-Pero ¿cómo? ¿Es a ti al que hay que crucificar? ¿No es a mí?
ARQUITECTO.-Lo echamos a suertes, ¿lo has olvidado?
EMPERADOR.-(Enfadado.) ¿Cómo es posible que hayamos echado a suertes para saber quién iba
a redimir a la Humanidad?
ARQUITECTO.-Maestro, ¡lo olvidas todo!
EMPERADOR.-¿Cómo hemos echado a suertes? ¿Con qué?
ARQUITECTO.-Con una paja. (Al EMPERADOR le da un ataque de risa mientras repite: “¡Pajas,
pajas!”.) ¿Por qué ríes, maestro?
EMPERADOR.-¿Cómo? ¿Ahora me tuteas?
ARQUITECTO.-Tú habías dicho...
EMPERADOR.-¿Nunca te he dicho lo que significa la palabra "paja", "hacer una paja"?
ARQUITECTO.-(Cortándole.) Entonces, ¿puedo tutearte o no?
EMPERADOR.-Mis mujeres ciegas que me enseñaban la filosofía, vestidas tan sólo con una toalla
rosa ¡Qué memoria la mía! Lo recuerdo como si fuera ayer. ¡Cómo acariciaban mi divino cuerpo!
¡Cómo limpiaban mis rincones más sucios! ¡Cómo...! ¡A caballo!
ARQUITECTO.-¿Hago yo de caballo?
EMPERADOR.-No, seré yo. (El EMPERADOR se pone a gatas. El ARQUITECTO le monta como
a una cabalgadura.) Dime ¡arre!
ARQUITECTO.-¡Arre, caballo!
EMPERADOR.-¡Azótame con el látigo!

(El ARQUITECTO le azota con una rama.)

ARQUITECTO.-¡Arre, caballo! ¡Más de prisa! !Que vamos a llegar a Babilonia! ¡Más de prisa!
¡Arre!

(Trotan. Dan vueltas por la escena. De pronto, el EMPERADOR le tira al suelo.)

EMPERADOR.-(Fuera de sí.) ¿Cómo? ¿No te has puesto las espuelas?
ARQUITECTO.-¿Qué son espuelas?
EMPERADOR.- ¿Cómo quieres que lleguemos a...?
ARQUITECTO.-A Babilonia.
EMPERADOR.-(Con pavor.)
¿De dónde has sacado esa palabra? ¿Quién te la ha enseñado? ¿Quién
viene a verte cuando yo duermo?

(Se abalanza sobre él y casi lo estrangula.)

ARQUITECTO.-Eres tú quien me la has enseñado.
EMPERADOR.-¿Yo?
ARQUITECTO.-Sí. Dijiste que era una de las ciudades de tu imperio de Asiria.
EMPERADOR.-(Dominándose, con énfasis.) ¡Hormigas! (Mira un reguero de hormigas en el suelo.)
¡Hormigas! ¡Diminutas esclavas! ¡Traedme un cuenco de agua! (Se sienta en su trono y espera.
Inquieto.) ¿No me habéis oído? (Larga pausa.) ¡Traedme un cuenco de agua, he dicho!
(Enfurecido.) ¿Cómo? ¿No se respeta al Emperador de Asiria? ¿Será posible? ¡Morid a mis pies!
(Se dirige rabiosamente hacia el reguero de hormigas y las pisotea furioso. Cae agotado en
su trono.)
ARQUITECTO.-¡Toma!
EMPER ADOR.-(Tirando el cuenco.) ¿Para qué quiero yo agua? Sólo bebo vodka.

(Risita.)

ARQUITECTO.-¿No habías dicho que...?
EMPERADOR.-Y de mi novia. ¿Te hablé de mi novia?
ARQUITECTO.-(Como si recitase una lección.) Era-muy-guapa-muy-rubia-con-los-ojos-verdes-
y ...
EMPERADOR.-¿Te ríes de mí?
ARQUITECTO.-Ya me habías hablado de ella.
EMPERADOR.- ¿Haces de novia?
ARQUITECTO.-¿Ahora?
EMPERADOR.-¿No quieres hacer de novia? (Enfurecido.) ¡Salvaje!
ARQUITECTO.-Últimamente soy yo siempre la novia y tú de gorra.
EMPERADOR.-También te enseñé el argot. ¡Estoy perdido!
ARQUITECTO.-¿Cuándo me vas a enseñar arquitectura?
EMPERADOR.-¿Para qué? ¿No eres arquitecto ya?
ARQUITECTO.-Bueno, hago de novia.
EMPERADOR.-Pero ¿no acabas de decir que te enseñara arquitectura? ¡Ah! ¡La arquitectura!
ARQUITECTO.-Estábamos en lo de hacer de novia.
EMPERADOR.-Estábamos en que te voy a enseñar arquitectura hoy... Las bases de la
arquitectura son... Bueno, haré de novia, si insistes.
ARQUITECTO.-¿Cuáles son las bases de la arquitectura, entonces?
EMPERADOR.-(Furioso) He dicho que hoy haré de novia, si tanto insistes.
ARQUITECTO.-Ponte las faldas y las enaguas.
EMPERADOR.-No sé ni dónde están. Todo lo pierdes. Todo lo dejas en cualquier sitio.
Pero... ¿es posible que ignores cuáles son las bases de la arquitectura, tú, un arquitecto de Asiria?
¿Es posible que hayas abusado de mi confianza de tal modo que te haya dado el título de
Arquitecto Supremo de Asiria cuando ignoras hasta los rudimentos de la arquitectura? !Qué van
a decir los vecinos!
ARQUITECTO.-Eres tú el que me has nombrado. Yo no tengo la culpa. Yo no soy Emperador.
EMPERADOR.-¿Dónde están esas malditas enaguas? ¡Hormigas, traedme inmediatamente las faldas
y las enaguas!
ARQUITECTO.-No te obedecerán.
EMPERADOR.-¿Cómo que no me obedecerán? ¡Hormigas, esclavas, traedme las enaguas que voy
a hacer de novia hoy...! ¿No me oís?... Pero, ¿dónde tengo la cabeza? Ya se me ha olvidado que
acabo de pisotearlas a todas. (Muy suave.) Oye, sé sincero, ¿crees que soy un dictador?
ARQUITECTO.-¿Qué es un dictador?
EMPERADOR.-Es verdad, no soy un militar. Decidme, mis subditos, ¿os sentís oprimidos por
mi yugo? Dímelo, confiésalo, ¿soy un tirano?
ARQUITECTO.-¿Te pones las enaguas, sí o no?
EMPERADOR.-Te pregunto si soy un tirano.
ARQUITECTO.-No eres un tirano. (Disgustado.) ¡Basta!
EMPERADOR.-¡He matado a las hormigas! Los tiranos...
ARQUITECTO.-¡Las faldas!
EMPERADOR.-Pero ¿es que vamos a hacer de curas hoy?
ARQUITECTO.-Bueno, ya veo que no quieres.
EMPERADOR.-(Sin ponerse las faldas se transforma en mujer. Voz de mujer.) ¡Oh, amor mío!
¿Me quieres? Juntos iremos...
ARQUITECTO.-Eres tan bella, que cuando pienso en ti siento que una flor crece entre mis
piernas y que su corola transparente cubre mis caderas... ¿Me dejas que te toque las rodillas?
EMPERADOR.-(Mujer.) Nunca he sido tan feliz, tal alegría me embarga que de mis manos brotan
manantiales para tus manos.
ARQUITECTO.-Tú y tus rodillas tan blancas, tan redondas, tan suaves...
EM PERADOR .-Acaríciamelas.
(El EMPERADOR va a subirse la pata del pantalón para mostrar sus rodillas. No puede.)
EMPERADOR.-¡Coño! ¡Las enaguas!

(Silencio.)

ARQUITECTO.-He construido una piragua.
EMPERADOR.-¿Te vas? ¿Me dejas solo?
ARQUITECTO.-Remaré hasta que llegue a otra isla.
EMPERADOR.-(Enfático.) ¡Oh, joven afortunado, que has tenido a Homero como heraldo de tus
virtudes!
ARQUITECTO.-¿Qué dices?
EMPERADOR.-¿Y tu madre?
ARQUITECTO.-No he tenido madre, ya lo sabes.
EMPERADOR.-Eres hijo de una sirena y un centauro. ¡La unión perfecta! (Muy triste.) Mamá.
mamá. (Da unos pasos para buscarla bajo su trono.) ¿Dónde estás mamá? Soy yo, estoy aquí solo.
Todos me han olvidado, pero tú...
ARQUITECTO.-(Se ha puesto un velo sobre la cabeza, hace de madre.) Hijo mío, ¿qué te pasa?
No estás solo, soy yo, mamá.
EMPERADOR.-Mamá, todos me odian, me han abandonado en esta isla.
ARQUITECTO.-(Muy maternal le protege cubriéndolo con sus brazos.) No, hijo mío, aquí estoy
yo para protegerte. No te sientas solo. Dime, cuéntaselo todo a tu madre.
EMPERADOR.-Mamá, el Arquitecto me quiere abandonar, se ha construido una piragua para irse
y yo quedaré aquí solo.
ARQUITECTO.-(Madre.) ¡No seas así! ¡Ya verás como es por tu bien! Irá en busca de ayuda
y vendrán a salvarte.
EMPERADOR.-¿Me lo aseguras mamá?
ARQUITECTO.-Sí, hijo mío.
EMPERADOR.-Mamá, no te marches. Quédate siempre conmigo.
ARQUITECTO.-(Madre.)
Sí, hijo mío. Aquí estaré contigo día y noche.
EMPERADOR.-Mamaíta, bésame.
(El ARQUITECTO se acerca para besarle y el EMPERADOR le rechaza violentamente.)
EMPERADOR.-¡Apestas! ¡Apestas! Pero ¿qué demonio has comido?
ARQUITECTO.-Lo mismo que tú.
EMPERADOR.-Pide cita con el dentista, que te ponga un empaste. Despides un olor fétido.
ARQUITECTO.-Me prometiste...
EMPERADOR.-Te prometí, te prometí... ¿Y qué? ¡Tráeme mi caja de puros!
ARQUITECTO.-(Con una reverencia.) ¡Que la voluntad de Vuestra Majestad se haga!
(Sale y vuelve con una piedra.)
EMPERADOR.-Cuando digo puros, me refiero a "Genoveva y Casildo".
(El ARQUITECTO sale un momento. Vuelve con la misma piedra.)
ARQUITECTO.-Aquí los tiene el señor.
EMPERADOR.-(Toca la piedra, finge que elige un buen puro, lo toma, lo huele, le corta la
punta.) ¡Ah! Perfume de dioses ¡Ah, los puros "Genoveva y Casildo"!
ARQUITECTO.-(Simula que enciende el puro con un mechero.) Tome lumbre el señor.
EMPERADOR.-Pero, ¿cómo? ¿Con mechero? ¿Y tú eres un criado que ha estudiado en la
Universidad de...? ¡Qué vergüenza! ¿Y dónde has puesto la piragua?
ARQUITECTO.-En la playa.
EMPERADOR.-(Muy triste.) ¿Y cuándo la has hecho? (Sin darle tiempo a responder.) ¿Por qué
la has construido sin decirme ni palabra? Júrame que no te irás sin decírmelo.
ARQUITECTO.-Lo juro.
EMPERADOR.-¿Sobre qué?
ARQUITECTO.-Sobre lo que quieras. Sobre lo más sagrado.
EMPERADOR.-¿Sobre la constitución de la isla?
ARQUITECTO.-¿No es una monarquía absoluta?
EMPERADOR.-¡Silencio! ¡Soy yo quien hablo aquí y sólo yo!
ARQUITECTO.-¿Cuándo vas a enseñarme eso...?
EMPERADOR.-Pero ¿de qué hablas? Llevas todo el santo día repitiéndome que te enseñe "eso",
que te enseñe "eso".
ARQUITECTO.-Me prometiste que hoy me enseñarías cómo se hace para ser feliz.
EMPERADOR.-Ahora no. Más tarde, sin falta.
ARQUITECTO.-Siempre me respondes lo mismo.
EMPERADOR.-¿Dudas de mi palabra?
ARQUITECTO.-Cuando se es feliz ¿cómo es?
EMPERADOR.-Ya te lo contaré. ¡Qué impaciencia, qué impaciencia! ¡Ah, la juventud!
ARQUITECTO.-¿Sabes cómo me lo imagino? Pienso que cuando se es feliz se está con alguien
que tiene la piel muy fma, y luego se le besa en los labios y todo se cubre de humo rosa y el
cuerpo de la persona se convierte en multitud de pequeños espejos y al mirarla, uno se refleja
millones de veces, y se pasea con ella en cebras y en panteras alrededor de un lago, y ella le tiene
atado a uno por una cuerda, y cuando se le mira comienza a llover plumas de palomas que al caer
en el suelo relinchan como potrillos, y luego se entra en una habitación y se pone uno con ella a
andar por el techo cogidos de la mano... (Habla precipitadamente.) Y las cabezas se cubren de
serpientes que te acarician, y las serpientes se cubren de erizos de mar que les hacen cosquillas,
y los erizos de mar se cubren de escarabajos de oro llenos de regalos, y los escarabajos de oro...
EMPERADOR.-¡Basta!
ARQUITECTO.-¡Múuuuuu, múuuuuu! (Se pone a cuatro patas.) ¿Lo ves? ¡Soy una vaca!
EMPERADOR.-¡Calla, insensato!
ARQUITECTO.-¿Me masturbas?
EMPERADOR.-¿Ya no me respetas?
ARQUITECTO.-Eres el Emperador ilustrísimo y sapientísimo de la poderosísima Asiria.
(Hace grandes reverencias.)
EMPERADOR.-¿Qué has soñado hoy?
ARQUITECTO.-"Asiria-que-es-el-mayor-imperio-del-mundo-occidental-en-su-lucha-contra-la-
barbarie-del-mundo-oriental..."
EMPERADOR.-¡Bestia! ¡Es al revés!
ARQUITECTO.-¿Hablo del peligro amarillo?
EMPERADOR.-¿Te has vuelto reaccionario?
ARQUITECTO.-¿No es así?
EMPERADOR.-Hagamos la guerra.
(Se preparan. Se acurrucan. Cogen ametralladoras. Disparan: "Tac-tac-tac-tac". Se arrastran
por el suelo. Se encuentran cara a cara, camuflados, llevan cada uno un casco y una
bandera.)
ARQUITECTO.- (Camuflado, sólo se ve su bandera.) Aquí la radio de los vencedores. (Voz de
locutor.) Soldados enemigos, no os dejéis engañar por la propaganda falaz de vuestros oficiales.
Os habla el General en jefe. Ayer hemos suprimido con bombas de hidrógeno a la población civil
de la mitad de vuestro país, rendíos como soldados y tendréis derecho a los honores de la guerra.
¡Por un mundo mejor!
EMPERADOR.-(Lo mismo.) Aquí la radio oficial de los futuros vencedores. Os habla el
Mariscal en jefe. Soldados enemigos, no os dejéis seducir por la demagogia de vuestros superiores.
Ayer nuestros cohetes destrozaron a toda la población civil de vuestra nación, a la población civil
de vuestra nación... a la población civil de vuestra nación...
(Disco rayado. El ARQUITECTO sale de su sector, camuflado, llora. El EMPERADOR
también sale llorando. Mutuamente ambos se dan la espalda, vestidos de soldados y armados,
lloran mirando las fotografías de sus civiles muertos. De pronto, se vuelven, se examinan, se
encañonan y gritan:)
ARQUITECTO Y EMPERADOR.-¡Arriba las manos, traidor!
ARQUITECTO.-¿Es usted un soldado enemigo?
EMPERADOR.-¡No me mate!...
ARQUITECTO.-iUsted tampoco!
EMPERADOR.-Pero bueno, ¿es así como lucha usted por un mundo mejor?
ARQUITECTO.-A decir verdad, la guerra me da mucho miedo. Yo estoy en mi trinchera bien
acurrucado y aguardo con la esperanza de que esto terminará pronto.
EMPERADOR.-Y me he puesto manos arriba por su culpa... ¡Qué asco!... ¡Pues vaya soldados
los del ejército!
ARQUITECTO.-¿Y usted?
EMPERADOR.-Es que yo no soy muy guerrero... Aquí en mi sector, todos queremos que esto
termine pronto. Pero ¿qué mira en esas fotos?
ARQUITECTO.-(A punto de llorar.) A todos los miembros de mi familia que han matado ustedes
con las bombas esas tan gordas.
EMPERADOR.- (Con condescendencia.) ¡Vamos hombre, no llores! Mira los míos, sois vosotros
quienes los habéis matado.
ARQUITECTO.-¿También? ¡Pues vaya, verdaderamente no tenemos suerte!
(Se deshace en llanto.)
EMPERADOR.-¿Me permite que llore con usted?
ARQUITECTO.-¿Bueno, pero no será una trampa de guerra? ¿No?
(Los dos lloran a lágrima viva.)
EM PER ADOR.-(Con majestad. Tira su impedimenta de soldado.) ¡Qué vida era la mía! Todas las
mañanas mi padre venía a despertarme con un cortejo de bailarinas. Todas bailaban para mí. ¡Ah,
la danza! ¡Un día te enseñaré la danza! Toda Asiria asistía a mi despertar gracias a la televisión.
Luego venían las audiencias. Primero, la audiencia civil, que daba en la cama mientras mis
esclavas hermafroditas me peinaban y vertían sobre mi cuerpo todos los perfumes de Arabia.
Luego, comenzaba la audiencia militar, que concedía desde lo alto de la taza del retrete y, por ñn,
la audiencia eclesiástica... (Muy inquieto.) ¿Cuál es tu religión?
ARQUITECTO.-La que me has enseñado.
EMPERADOR.-Entonces ¿crees en Dios?
ARQUITECTO.-¿Me bautizas?
EMPERADOR.-¿Cómo, no estás bautizado? Corres a tu perdición. Durante toda la eternidad te
vas a quemar vivo, día y noche, y seleccionarán las más bellas diablas para que te exciten, pero
ellas te introducirán hierros candentes por el ano.
ARQUITECTO.-Me habías dicho que iría al cielo.
EMPERADOR.-¡Desgraciado! ¡Qué poco conoces de la vida!
ARQUITECTO.-Confiésame.
(El EMPERADOR se sienta en el trono y el ARQUITECTO se postra de rodillas.)
ARQUITECTO.-Padre, me acuso de...
EMPERADOR.-Pero ¿qué farsa representamos? ¿Otra vez soy yo el que hace de confesor? ¡Fuera
de aquí, bellaco! No te confesaré. Morirás abrumado por el peso de tus pecados y toda la eternidad
te asarás por mi culpa.
ARQUITECTO.-He soñado que...
EMPERADOR.-¿Quién te manda contarme tus sueños?
ARQUITECTO.-Me lo acabas de pedir.
EMPERADOR.-Qué me importan tus sueños... Bueno, cuéntamelos.
ARQUITECTO.-Soñé que me encontraba solo en una isla desierta y que, de pronto, un avión caía,
yo sentía verdadero pánico y corría por todas partes y hasta quise enterrar mi cabeza en la arena,
cuando alguien me llamó desde atrás y...
EMPERADOR.-No sigas. ¡Qué extraño sueño! ¡Freud, auxíliame!
ARQUITECTO.-¿Es erótico, también?
EMPERADOR.-¿Y cómo no iba a ser erótico?
ARQUITECTO.- (Trae un látigo.) ¿Me pegas?
EMPERADOR.-(Condescendiente.) Bueno, ¿qué papel hago ahora?
ARQUITECTO.-Me es igual.
EMPERADOR.-¿Hago de tu madre?
ARQUITECTO.-¡Hala, de prísa, pégame! No aguanto más.
(Está con la espalda desnuda y esperando recibir los latigazos.)
EMPERADOR.-¿Qué significa esa prisa? Ahora al señor hay que servirle inmediatamente. Dicho
y hecho.
ARQUITECTO.-¡Vamos, pégame! Sólo diez latigazos. (En tono de siiplica). Vamos, empieza.
EMPERADOR.-¡Sólo diez latigazos! ¡A mi edad!... Pero ¿te imaginas quizá que soy el joven
Hamlet saltando por entre las tumbas de sus podridos antepasados?
ARQUITECTO.-¡Pégame,
pégame! ¡No resisto más! Me duele aquí.
EMPERADOR.-Ya voy, ya voy, no te pongas histérico. Te azoto. Pero ¿cuántas veces?
ARQUITECTO.-Las que quieras, pero hazlo de prisa. Si me pegas fuerte una vez bastará.
EMPERADOR.-¿Dónde hay que pegar al señor? (Con énfasis.) ¿En sus sonrosadas nalgas, en
su espalda de ébano, en sus muslos, columnas elegiacas de la inmortal Esparta?
ARQUITECTO.-Pégame, pégame...
EMPERADOR.-Bueno, ya voy.
(Con gran solemnidad le da un azote muy lento y de extremada suavidad. El látigo apenas
si le roza la piel. El ARQUITECTO se arroja sobre el EMPERADOR, le quita el látigo y
se fustiga dos veces con mucha violencia. Cae al suelo como loco, luego se levanta y se
marcha.)
ARQUITECTO.-Me voy para siempre.
(El Emperador recorre la escena con majestad.)
EMPERADOR.-¡Sea! Seamos shakespearianos. Esto me brinda la ocasión de un monólogo.
(Solloza. Se suena con un gran pañuelo.) ¡Oh, al fin solo! (Se pasea con agitación.) Pero ¿cómo
haré para redimir a la Humanidad yo solo? (Imita la crucifixión. De pronto, chillando.)
¡Arquitecto...! ¡Arquitecto! (Más bajo.) Perdóname. (Solloza. Se suena. Imita la crucifixión.) Los
pies, sí. Los pies los clavo mejor que un centurión, pero... (Muestra por gestos la dificultad de
clavarse las manos.) ¡Arquitecto...! Vuelve. Te pegaré cuantas veces quieras y todo lo fuerte que
desees... (Llora. Entra el ARQUITECTO. Muy digno el EMPERADOR deja de sollozar.) ¡Cómo!
¿Tú, aquí? ¿Escuchas tras las puertas? ¿Me espías?
ARQUITECTO.-¿No te has enfadado?
EMPERADOR. ¿Te pego?
ARQUITECTO.-No merece la pena.
EMPERADOR.-¿Te he hablado alguna vez de mis catorce secretarias?
ARQUITECTO.-Las-catorce-secretarias-siempre-desnudas-que-escribían-las-obras-maestras-que-
tú-les-dictabas...
EMPERADOR.-¿Tienes la audacia de dudar de mi literatura? Has de saber que fui Premio... Pero
¿cómo se llamaba ese Premio, hombre?
ARQUITECTO.-Premio-Nobel-y-lo-rechazaste-por-que...
EMPERADOR.-¡Cállate, energúmeno! ¿Qué entiendes tú de moral?
ARQUITECTO.-La moral limita al norte con el mar Caspio, al sur...
EMPERADOR.-¡Bestia! Lo mezclas todo. Eso es Asiria. Confundir Asiria con la moral... ¡Qué
bárbaro! ¡Qué salvaje!
ARQUITECTO .-¿Apago?
EMPERADOR.-Haz lo que quieras.
ARQUITECTO .-Lo-lo-mil-looooo-loooo.
(El cielo se obscurece mientras el ARQUITECTO pronuncia estas palabras y cae la noche.
Obscuridad total.)
VOZ DEL EMPERADOR.-(En la obscuridad.) ¡Otra vez con tus bromas! Estoy harto... Que vuelva
el día, que vuelva la luz. Aún no me he lavado los dientes.
VOZ DEL ARQUITECTO.-Pero me habías dicho que hiciera lo que quisiera.
VOZ DEL EMPERADOR.-Todo lo que quieras, salvo que hagas caer la noche.
VOZ DEL ARQUITECTO.-Ya voy, hombre.
VOZ DEL EMPERADOR.-¡De prísa!
VOZ DEL ARQUITECTO.- Mi-ti-riii-tiiii.
(Vuelve el día como se fue.)
EMPERADOR.-No me des más sustos como ese.
ARQUITECTO.-Creí que querías dormir.
EMPERADOR.-No te metas tú en eso, ya tenemos bastantes cosas que hacer. Deja que la
naturaleza se encargue del sol y de la luna.
ARQUITECTO.-¿Me enseñas por fin la filosofía?
EMPERADOR.-¿La filosofía? ¿Yo? (Sublime.) La filosofía... ¡Qué maravilla! Un día te
enseñaré esa maravilla humana. Ese divino fruto de la civilización. (Inquieto.) Pero dime ¿cómo
haces eso de hacer la noche y el día?
ARQUITECTO.-Pues nada, es muy sencillo. Ni sé cómo lo hago.
EMPERADOR.-¿Y esas palabras que murmuras...?
ARQUITECTO.-Las pronuncio así sin saber por qué. Pero también puede caer la noche sin ellas.
Basta con que lo desee.
EMPERADOR.- (iIntrigado) Y esas palabras... (Recuperándose.) ¡Bestia ignorante! ¡No has visto
nada! Te he hablado de la Televisión, de la Coca-cola, de los tanques, de los museos de Babilonia,
de nuestros ministros, de nuestros Papas, de la inmensidad del océano, de la profundidad de
nuestras teorías...
ARQUITECTO.-Cuéntame, cuéntame.
EMPERADOR.- (Majestuosamente, mientras se sienta en el trono.) Pájaro..., sí, tú, el de esa
rama, tráeme inmediatamente una pierna de corzo. ¿Me oyes? Soy el Emperador de Asiria.
(Espera con pose de gran señor. Inquieto.) ¿Cómo? ¿Osas rebelarte contra mi poder ilimitado,
contra mi ciencia y mi elocuencia soberana, contra mi verbo y mi soberbia? Te he dado la orden
de que me traigas inmediatamente una pierna de corzo. (Espera. El EMPERADOR coge una
piedra y la lanza en dirección a la rama.) ¡Sea, morirás! Sólo reinaré sobre súbditos obedientes...
ARQUITECTO.-Que se arrojarán a los pies del más poderoso de los emperadores de Occidente.

(Se arrodilla a los pies del EMPERADOR.)

EMPERADOR.-¿De Occidente dices? De Occidente y de Oriente. ¿Ignoras que Asiria ya ha lanzado
numerosos satélites habitados a Neptuno? Dime, ¿hay una hazaña que pueda compararse a esa?
ARQUITECTO.-Nadie hay tan poderoso en nuestra amada Tierra.
EMPERADOR.-¡Ay, el corazón! ¡La camilla!

(El EMPERADOR se retuerce de dolor. El arquitecto vuelve con una camilla.)

EMPERADOR.-¡Mi corazón!... Óyelo. Me siento muy mal. ¡Ah... este débil corazón mío!

(El ARQUITECTO se inclina para auscultar el corazón del EMPERADOR. Escucha.)

ARQUITECTO.-¡Tranquilízate, Emperador! Creo que no es nada... Reposa y el dolor se te pasará
como otras veces.
EMPERADOR.-(Jadeante) No, esta vez es grave. Me siento desfallecer. Seguro que es un infarto
de miocardio.
ARQUITECTO.-El pulso late casi normal.
EMPERADOR.-Gracias, hijo mío. Ya sé que quieres tranquilizarme.
ARQUITECTO.-Duerme un momento, ya verás cómo se te pasa.
EMPERADOR.-(Inquieto) Mis últimas palabras..., las he olvidado... Dime, dime, rápido, ¿cuáles
son?
ARQUITECTO.-"Muero y estoy contento, abandono un mundo perecedero para entrar en la
inmortalidad." Pero no te preocupes de eso.
EMPERADOR.-Quiero confiarte una cosa, una cosa que nunca te había confesado. Quiero morír
disfrazado. (Pausa.) Disfrazado de... (Muy snob.) "Bishop of Chess".
ARQUITECTO.-¿"Bis"... qué?
EMPERADOR.-"Bishop of Chess". "Bishop" es el obispo..., el alfil del ajedrez... Accede a mis
deseos. Es muy sencillo. Colocas un palo entre las piernas para que pueda tenerme en pie como
una pieza de ajedrez y me cubres con un caparazón de obispo loco.
ARQUITECTO.-Tu voluntad se hará.
EMPERADOR.-¡Ay... me muero... me muero! ¡Hazlo que te pido! (El ARQUITECTO trae el palo, el caparazón y un saco. Disfraza al EMPERADOR. Hace una abertura en el saco para que la
cara aparezca.) ¡Ay, mamaíta, me muero!
ARQUITECTO.-Te vas a curar... Cálmate. Ya estás vestido de "Bishop of Chess".
EMPERADOR.-Bé... sa... me... (Se besan, con voz jadeante.) Muero satisfecho, abandono este
mundo mortal para...
(Su cabeza cae. El ARQUITECTO llora desconsoladamente. Le toma la mano y deposita en
ella un beso.)
ARQUITECTO.-(Llorando.)
¡Ha muerto... ha muerto!...

(Por fin deposita el cadáver disfrazado de "Bishop of Chess" en un ataúd. Cierra el ataúd.
Comienza a cavar una fosa, llorando. De pronto, la tapa se levanta y surge el EMPERADOR
quitándose el disfraz.)

EMPERADOR.- ¡Animal, bestia! Ibas a enterrarme. ¡Zampatortas, hermafrodita, ciempiés!
ARQUITECTO.-Pero ¿no eran esas tus órdenes?
EMPERADOR.-¿Enterrarme? ¡Bestia, más que bestia! Y luego me despierto en mi tumba y ¿quién
me saca de allf? Con tres pies de tierra sobre mi estómago.
ARQUITECTO.-La última vez...
EMPERADOR.-Te he dicho que hay que incinerarme... (Sublime.) Y mis cenizas... las lanzarás
al mar como las de Byron, las de Shakespeare, las del Ave Fénix, las de Neptuno y las de Plutón.
ARQUITECTO.-El otro día te enfadaste porque quise incinerarte, dijiste que te ibas a despertar con
el culo medio quemado y dando saltos y gritando ¡Viva la República!
EMPERADOR.-(Seriamente.) Cedo a todos tus caprichos, pero con mi muerte ten mucho cuidado.
Ni un error. Y esta vez todo ha sido una sarta de errores. ¡Qué profundísima desgracia la mía!
ARQUITECTO.-Me voy con la piragua.
EMPERADOR.-(Humildemente.) ¿A dónde?
ARQUITECTO.-A la isla de enfrente. Seguro que está habitada.
EMPERADOR.-¿Qué isla? Nunca he visto isla por aquí.
ARQUITECTO.-Aquella, la que está allí.
EMPERADOR.-No veo nada.
ARQUITECTO.-La montaña te lo impide. Voy a retirarla. (El ARQUITECTO da una palmada y
se oye un ruido enorme.) ¿La ves ahora?
EMPERADOR.-¿Mueves las montañas? ¿También mueves las montañas?... (Tono de sinceridad.)
No te marches... Haré lo que quieras... Te nombraré Emperador de Asiria. Abdicaré.
ARQUITECTO.-Me iré y encontraré una novia.
EMPERADOR.-¿No te basta conmigo?
ARQUITECTO.-Me pasearé por las ciudades y sembraré las calles de botellas para que los
adolescentes se emborrachen, y colgaré columpios para que las abuelas enseñen el trasero, y me
compraré una cebra a la que pondré zapatos de ante para que tenga ampollas, y seré muy feliz pues
conoceré a todo el mundo, y veré...
EMPERADOR.-Arquitecto, confiesa que me odias.
ARQUITECTO.-No, no te odio.
EMPERADOR.-Te regalo mis sueños, ¿quieres?
ARQUITECTO.-Siempre sueñas lo mismo..., siempre el Sosco, siempre El Jardín de las
Delicias... y ya estoy harto de ver mujeres a las que se les planta rosas en el culo.
EMPERADOR.-No eres un artista, eres un patán. Ignoras lo sublime solo te gusta la escoria.
ARQUITECTO.-¿Qué es mejor? ¡No me lo has dicho nunca!
EMPERADOR.-Corre a mi guardarropa imperial y coge el traje que quieras.
ARQUITECTO.-Cuando me marche, tendré todos los trajes que desee, me vestiré con cerillas de
un modo vago e indefiniible, tendré calzoncillos de hojalata y corbatas eléctricas, chaquetas hechas
con tazas de café y camisas gris perla rodeadas de una cadena infinita de camiones cargados de
casas...
EMPERADOR.-¿Te circuncido? Guardaré tu prepucio sobre un altar y hará milagros como los
cincuenta y seis de Cristo.
ARQUITECTO.-¿Me enseñas filosofía?
EMPERADOR.-¡Ah, la filosofía...! ¡La filosofía! (Bruscamente se pone a cuatro patas.) Soy el
elefante sagrado. Sube sobre mi lomo y vamos a ganar el año santo de Brama. (El ARQUITECTO
sube sobre él.) Ata la cadena en torno a mi trompa. (Le pone la cadena.) Y ahora arréame y reza.
ARQUITECTO.-¡Arreee, elefante blanco!
EMPERADOR.-Soy un elefante sagrado, soy rosa.
ARQUITECTO,-¡Arreee, elefante sagrado rosa! Vamos en peregrinación a ver a Brama con sus
catorce manos... Vamos a que nos bendiga catorce veces por segundo. ¡Viva Dios!
(El EMPERADOR le arroja al suelo.)
EMPERADOR.-¿Qué palabras sacrílegas has proferido?
ARQUITECTO.-¡Viva Dios!
EMPERADOR.-¿Viva Dios? ¡Ah, pues no sé si es un sacrilegio! Tendria que leer la Suma Teológica
o por lo menos La Biblia en viñetas.
ARQUITECTO.-Antes de irme, quiero hacerte una confesión.
EMPERADOR.-Cuéntamelo todo. Soy tu padre, soy tu madre... soy todo para ti.
(Pausa.) Un momento, me llaman ai teléfono rojo. (Simula ceremoniosamente la escena del
teléfono.) Sí, aquí el Presidente. (Pausa.) Hable, hable. Querido Presidente, ¿cómo está? (Pausa.)
¡Qué simpático, siempre tan bromista! (Fingiendo ruborizarse.) ¿Una declaración? Presidente, que
ya no estamos en la escuela. (Pausa.) No adopte esc tono... No sabía que era usted homosexual...
Hacerme una declaración a mí, viejo verde... pillín... (Pausa.) ¿Cómo? ¿Una declaración de
guerra a mi pueblo? (Enfadado.) Desde lo alto de estos rascacielos diez mil siglos le contemplan.
Le extirparé como una mosca extirpa a un elefante salvaje. Mi pueblo invadirá el suyo y hará con
él... ¿Cómo dice? ¿Que una bomba de hidrógeno va a estallar sobre nuestras cabezas dentro de
treinta segundos? ¡Mamá, mamá...! (A su secretario:) Un paraguas. (El arquitecto abre un
paraguas ambos se cobijan bajo su capota. Al teléfono:) ¡Mal educado!... ¡Criminal de guerra!...
¡Matasuegras! (Al ARQUITECTO.) ¡Y pensar que todo lo teníamos preparado para enviarles
nuestras bombas por sorpresa mañana a las cinco! ¡Mi reino por un Ave Fénix!

(Imitan el ruido de la caída de una bomba. Mueren víctimas del bombardeo. Caen entre los
matorrales. A los pocos instantes surgen el EMPERADOR y el ARQUITECTO que imitan
a dos monos. Se rascan la cabeza. Contemplan el estado de desolación en que ha quedado
todo tras la caída de las bombas.)

ARQUITECTO.-(Mona) ¡Hum, hum! ¡No ha quedado ni un hombre con vida tras la deflagración
atómica! ¡Mm! ¡Mm!
EMPERADOR.-(Mono.) ¡Mm! ¡Mm! ¡Papá Darwin!
(Los dos monos se besan apasionadamente.)
ARQUITECTO.- (Mono.) ¡Habrá que volver a empezar!
(Se refugian en un rincón propicio apartado.)
EMPERADOR.-(Cambiando de tono, colérico.) Te prohibo que te marches. Te prohíbo que me
hagas una última confesión. Aquí soy yo quien manda y te ordeno que destruyas la piragua.
ARQUITECTO.-Voy.
EMPERADOR.-¿Por qué tanta prisa? Juventud descerebrada, azogada. Dime, ¿no eres feliz
conmigo?
ARQUITECTO.-¿Qué significa feliz? Nunca me lo has enseñado.
EMPERADOR.-Feliz, feliz significa... (Enfadado.) ¡Coño, yo qué sé! (Tierno.) ¿Has ido ya hoy?
ARQUITECTO.-Sí.
EMPERADOR.-Y ¿cómo lo has hecho, duro o blando?
ARQUITECTO.-Pues...
EMPERADOR.-(Inquieto.) ¡Cómo! ¿No lo sabes? ¿Por qué no me has avisado? Experimento tanto
placer al vértelo hacer.
ARQUITECTO.-Más bien blando y olía...
EMPERADOR.-No me hables de olores. (Con más calma.) Estoy siempre estreñido. (Pausa.) Qué
diferente hubiera sido si fueras bachiller, si hubieras hecho estudios universitarios, cualquier cosa.
No nos comprendemos. Pertenecemos a dos mundos muy diferentes.
ARQUITECTO.-Yo... (Sinceramente.) Te quiero...
EMPERADOR.-(Muy emocionado y a punto de llorar.) Te burlas de mí...
ARQUITECTO.-No.
EMPERADOR.-(Se suena, da una vuelta sobre sí mismo y dice en un nuevo tono. Muy enfático.)
No puedes imaginártelo. Todas las mañanas la Televisión de Asiria transmitía mi despertar. Mi
pueblo contemplaba el espectáculo con tal emoción, que las mujeres lloraban y los hombres
repetían mi nombre en un susurro. Luego acudían a verme trescientas admiradoras mudas y
desnudas que cuidaban mi delicado cuerpo perfumándolo con esencias de rosas...
ARQUITECTO.-Cuéntame cómo es el mundo.
EMPERADOR.-¿El mundo civilizado quieres decir? ¡Qué maravilla! Durante millares de siglos
el hombre ha almacenado conocimientos y enriquecido su inteligencia hasta llegar a la maravillosa
perfección que hoy es la vida. Por todas partes la felicidad, la alegría, la tranquilidad, las risas,
la comprensión. Todo está concebido para hacer la existencia del hombre más sencilla, su felicidad
más grande y la paz más duradera. El hombre ha descubierto todo lo que es necesario para su
bienestar, y hoy es el ser más feliz y tranquilo de toda la creación. ¡Un cuenco lleno de agua!
ARQUITECTO.-(Dirigiéndose a un pájaro, que el espectador no puede ver.) Pájaro, tráeme un
cuenco lleno de agua. (Breve espera. El ARQUITECTO le ve echarse a volar. Estira la mano y
recoge el cuenco que le tiende el pájaro.) ¡Gracias!
EMPERADOR.-(Tras haber bebido.) Pero, ¿cómo? ¿Ahora te diriges a los pájaros en mi lengua?
ARQUITECTO.-Es lo de menos. Lo importante es lo que pienso, entre nosotros hay transmisión
del pensamiento.
EMPERADOR.-(Amedrentado.) Dime muy seriamente, ¿lees también mi pensamiento? ¿Lo ves?
ARQUITECTO.-Quiero escribir. Enséñame a ser escritor. Tú tienes que haber sido un gran autor.
EMPER ADOR.-(Halagado.) Hice famosos sonetos y algunas obras de teatro con sus monólogos
y sus apartes... Algún escritor fracasó al comparárseme. Los mejores me copiaron, Beethovcn,
D'Annunzio, James Joyce, Carlos V, el mismísimo Shakespeare y su sobrino Bernstein.
ARQUITECTO.-Dime, ¿cómo la mataste?
EMPERADOR.-¿A quién?
ARQUITECTO.-Pues a...
EMPERADOR.-Pero ¿cuándo, cómo te he hablado de eso?
ARQUITECTO.-¿Te has olvidado?
EMPERADOR.-¿Olvidarme yo? (Pausa.) Oye, ¿sabes? Me retiro de la vida. Quiero consagrarme
sólo a la meditación. Encadéname.
ARQUITECTO.-¿Por qué te vas a retirar ahora?
EMPERADOR.-(Con una solemnidad religiosa.) Óyeme, son mis últimas palabras. Estoy harto
de vivir. Deseo alejarme de todo lo que aún me ata al mundo. Quiero separarme de ti. Y, sobre
todo, no me vuelvas a hablar. Quedaré solo, sumido en mis meditaciones.
ARQUITECTO.-¿Es un nuevo juego?
EMPERADOR.-No, es la verdad. Además tengo que acostumbrarme para cuando te marches con
la piragua.
ARQUITECTO.-No me iré.
EMPERADOR.-No hablemos más. La cadena.

(El ARQUITECTO trae la cadena. El EMPERADOR pone la cadena alrededor de un tobillo
y después se ata a un árbol.)

ARQUITECTO.-¿A dónde vas?
EMPERADOR.-Entro en mi cabaña. No me vuelvas a dirigir la palabra.
ARQUITECTO.-Pero...
(El EMPERADOR entra en la cabaña.)
EMPERADOR.- (Solemne.) ¡Adiós!
(El EMPERADOR desaparece dentro de la cabaña.)
ARQUITECTO.-Bueno, he comprendido que es un juego. Sal de ahí. (Silencio. Poco a poco
aparecen por el ventanuco las prendas del EMPERADOR. ¿ Pero ¿por qué te desnudas? Vas a
coger frío.

(Mira a través del ventanuco. Desde dentro el EMPERADOR lo cierra.)

ARQUITECTO.-Oye, deja que por lo menos te vea. ¡Abre el ventanuco! (Pausa. El ARQUITECTO
escucha en la puerta.) ¿Cómo, estás rezando? Abre de una vez ¿Me oyes? Deja ya de murmurar.
¿Será posible que reces ahora? ¿Te vas a morir? Voy a contarte mi sueño. Escucha. Soñé que era
una sabina y que vivía en una ciudad muy antigua. Un día vinieron los guerreros con Casanova
y Don Juan Tenorio al frente y me raptaron. ¿Te interesa? (Mira por todos lados. Hace un gesto
en dirección a los matorrales.) ¡Serpiente, tráeme un cochinillo! (Luego penetra en los matorrales
y se inclina hacia adelante.) ¡Qué rapidez! ¡Gracias, gracias! (Vuelve con la pata de un cochinillo.)
Emperador de Asiria, tus admiradoras te acaban de traer un cochinillo. Huele su aroma. (Lo airea
ante el ventanuco.) Si es lo que más te gusta ¿cómo es que no vienes a buscarlo? (Silencio. El
ARQUITECTO abandona la escena y vuelve vestido de mujer con un traje somero que se pueda
fácilmente quitar o poner.) Mira a través de la rendija, mira qué mujer tan bella ha llegado a la
isla.

(El ARQUITECTO va y viene con coquetería.)

ARQUITECTO.- (Mujer.) Emperador, salid, soy vuestra humilde esclava. Os ofrezco como
presente todos los licores, los manjares más deliciosos y mi cuerpo escultural os pertenece.
(Pausa.) Arquitecto, ¿qué puedo hacer para que el hombre de mis sueños salga a verme?
ARQUITECTO.-Usted que es mujer debe saberlo mejor que yo. Además, es tan celoso que apenas
me atrevo a estar a su lado.
ARQUITECTO.-(Mujer.) Emperador, salid un momento, que mi boca roce vuestros divinos
labios, que mis manos acaricien vuestro cuerpo de ébano, que nuestros vientres se unan en una
eterna unión.
ARQUITECTO.-Usted que es tan bella, tan parecida a la madre del Emperador, ¿cómo no
sucumbe a tantos encantos?
ARQUITECTO.-(Mujer.) Emperador cruel como las hienas del desierto! Si me abandonáis
de esta manera tendré que marcharme con el Arquitecto.
ARQUITECTO.-No me bese tan apasionadamente, el Emperador es celoso como un tigre.
ARQUITECTO.-(Mujer.) ¡Oh, joven apuesto, cierro los ojos y al abrazarle creo que estoy entre los
brazos del Emperador! ¡Oh, qué joven, qué seductores! Qué razón tiene el proverbio cuando dice:
"A tal Emperador, tal siervo". Déjeme que le bese su vientre de fuego.
ARQUITECTO.-¡Oh! ¡Basta, no lo resisto! ¡Qué bella es, qué fascinante! Aunque salga el
Emperador y me mate en un acceso de celos, caigo víctima de sus encantos. (Ruido de besos.
Murmullos apasionados y de pronto el ARQUITECTO se dirige furioso al ventanuco.) No te hablo
más. No te hablo más. Y no me digas luego que quieres ser mi amigo. No quiero volverte a ver.
Voy a buscar mi piragua. Me marcho para siempre. No te digo ni adiós, dentro de unos minutos
bogaré hacia la isla de enfrente.

(Sale Furioso y decidido. Largo silencio. Se oye al EMPERADOR murmurar rezos. Los
murmullos van creciendo. La puerta se abre, aparece el EMPERADOR desnudo, o vestido
con un minúsculo taparrabos.)

EMPERADOR.-(En tono meditabundo.) ... Y me construiré una jaula de madera y me encerraré
dentro. Y desde allí perdonaré a la Humanidad todo el odio que siempre mostró hacia mí. Y
perdonaré a mi padre y a mi madre el día en que sus bajos vientres se unieron para engendrarme.
Y perdonaré a mi ciudad, a mis amigos, a mis familiares, el haber desconocido siempre mi valor
e ignorado quién soy. Y perdonaré, y perdonaré... (Inquieto mira para un lado y otro y mientras
habla construye un espantapájaros que pone en el trono.) ¡Ah, encadenado, y al fin solo! Nadie
me contradirá, nadie se reirá más de mí, nadie será testigo de mis flaquezas. ¡Encadenado! ¡Qué
felicidad! ¡Vivan las Cadenas! Mi universo, una circunferencia cuyo radio tiene la longitud de la
cadena... (La mide.) Digamos, tres metros. (Vuelve a medir.) Digamos... dos metros y medio...
a no ser que sean tres metros y medio. Pues si el radio es de tres metros, digamos cuatro, no
quiero hacer trampas, la superficie será de pi erre dos, es decir, tres, uno, cuatro, uno, seis...
etcétera. Erre que son tres, al cuadrado, nueve, multiplicado por pi... son unos doce metros
cuadrados. ¡Qué más quisieran en los barrios populares! (Medio llora. Se suena. Con sus ropas
de EMPERADOR comienza a vestir al espantapájaros mientras continúa su monólogo. Intenta
trepar a un árbol, pero sin éxito. Salta, quiere divisar la lejanía, por fin, grita:) ¡Arquitecto...
Arquitecto, ven... no me dejes solo! Me siento muy solo. ¡Arquitecto! ¡Arqui....! (Se repone.)
Tendré que organizarme, nada de negligencias. Diana a las nueve de la mañana. Lavarme un
poquito. Meditación. Pensar en la cuadratura del círculo. Quizá escribir sonetos, y la mañana se
pasará sin que me de cuenta. A la una, comida, abluciones. Luego un poco de siesta. Una paja,
una solo, pero que dure tres cuartos de hora. ¡Qué pena no tener Historia de O en la mano! Bueno,
me acordaré de esa actriz, ¿cómo se llama?, tengo su nombre en la punta de la lengua, con sus
piernas arqueadas, tan extrañas, tan sexy y esa cabellera rubia, tan bella, y ese vientre
prominente... ¡Sooooo! Tras la siesta... (Cuida de los detalles para que el espantapájaros
reproduzca exactamente su propia silueta.) Ya estás hablando contigo mismo... te vuelves
esquizofrénico. No puedes hacer eso. Tu equilibrio. (Pausa.) Por la tarde una hora para recordar
a mi familia, otra para recordar al Arquitecto. Bueno, mejor media hora. O más bien se merece
un cuarto de hora. Luego la cena, las abluciones y por fin a la cama... Pongamos a las diez. Tres
o cuatro horas para conciliar el sueño y mañana será otro día. ¡Que economías haré! Ni cine, ni
periódicos, ni una Coca-cola. (Mientras, habla se quita la cadena. Mira de un lado para otro y
grita tristemente.) ¡Arquitecto, Arquitecto, vuelve! (Imitando la voz del ARQUITECTO.)
Ascensor, ascensor, ascensor. (Humildemente al espantapájaros:) No me riñas, ya sé que llevas
un año enseñándome a hablar y aún no sé pronunciar la "c" convenientemente. (Le hace una
profunda reverencia.) Cuéntame, Emperador, cómo te despertabas en Asiria al son de la música
que tocaba una legión de flautistas. La Televisión retrasmitía tu despertar, ¿no es eso?. Y cien mil
esclavas encadenadas y marcadas con tu hierro se afanaban en lavar y frotar cada célula de tu
divino cuerpo con jarabes de Afganistán.

(Simula que escucha lo que dice el EMPERADOR.)

EMPERADOR.-¡Oh, no, mi vida no tiene importancia! (Pausa.) No, no es que me haga de rogar,
pero mi vida no tiene ningún interés. (Pausa.) ¿Que qué era? ¿Mi profesión? Sin importancia.
(Avergonzado.) Bueno, al final ya tenía un buen sueldo, no se vaya a creer. ¡Qué contenta se puso
mi mujer cuando por fin me lo aumentaron! De haber continuado, hubiera podido subir por el
ascensor principal y hubiera llegado a tener la llave de los retretes de los directores. (Pausa. Sale.
Vuelve con unos faldones de hierba que se pone ceremoniosamente mientras prosigue su relato.)
¿Quién se lo ha dicho? Cuando entré estaban los dos desnudos sobre la cama. Él dijo: "Ven a ver
como violo a tu mujer". (Pausa.) Ella resistía con todas sus fuerzas y me pareció que lloraba.
Suplicaba: "¡No, no!". Luego dejó de forcejear y jadeó regularmente mientras le besaba el
hombro, solo se le veía el blanco de los ojos. Cuando todo acabó, ella se puso a llorar y él rió a
carcajadas. (Pausa.) La misma escena se repitió varias veces. Por fin, él se levantó riendo y me
dijo: "Ahí tienes a tu mujer". Entonces me acerqué a ella que lloraba, le acaricié la espalda y, de
repente, se puso a gritar. (Se sienta en el suelo, se coloca en cuclillas y llora.) Pero nos
queríamos. Era muy buena conmigo. En cuanto tenía el menor catarro ya estaba poniéndome
cataplasmas. (Pausa.) Y mis jefes también me querían y hasta me dijeron un día que me
nombrarían... (Pausa. Llora.) ¿Mi madre? (Pausa.) A veces pasábamos toda la tarde discutiendo.
(Pausa.) Ya no me quería como cuando era niño, me odiaba a muerte. Mi mujer me quería de
verdad. (Pausa.) No, amigos sí que tuve, pero... claro, me tenían envidia... ¡Menudos celos de
todo lo mío! (Intenta subirse a un árbol sin lograrlo. Salta para intentar divisar la lejanía. Por
fin grita.) ¡Arquitecto...! ¡Arquitecto...! Ven, no me dejes solo, me siento demasiado solo.
¡Arquitectoooo! ¡Arqui...! Debería llamarle Arqui, hace más fino. (Se repone.) Claro, al final ya
no veía a mis amigos. También es que tenía mucho trabajo y no podía atenderles. Cuando se
trabaja ocho horas diarias y se toma el tren, el Metro... No me daba tiempo de nada... Además,
me había vuelto indispensable, es lo que afirmaban mis jefes. (Pausa.) De niño, ¡qué diferente era!
¡Qué sueños tenía! Una vez que tuve una novia me puse a volar, pero ella no se lo creyó. Y sabía
que un día sería Emperador, como usted. Emperador de Asiria, eso esperaba que llegaría a ser.
Emperador como usted. ¿Quién me iba a decir que le iba a encontrar? Soñaba que iba a ser el
primero en todo, que escribiría y sería un gran poeta, pero créame, si hubiera tenido tiempo, si
no hubiera tenido que trabajar tanto, ¡menudo poeta hubiera sido! Y hubiera escrito un libro como
Los Caracteres de la Bruyére, y hubiera ajustado cuentas con todos mis enemigos que me
envidiaban tanto. No se escaparía ni uno. (Risita un poco boba.) Emperador, ¿qué quiere que
haga? Soy su subordinado. Mande. (Pausa.) ¿Se aburre? (Pausa.) Ahora mismo lo hago, ya verá
Como se divierte. (Sale y vuelve con un orinal. Levanta sus faldas y se sienta sobre él. Hace
esfuerzos.) ¡Imposible! Estoy estreñido. (El EMPERADOR siempre está sentado en el orinal.
Transcurre un largo silencio. El EMPERADOR, muy compungido, se levanta y se marcha con el
orinal. Vuelve sin él. El EMPERADOR se pone a llorar.) Pude haber sido relojero. Hubiera sido
libre. Hubiera ganado mucho dinero, yo solo en casa, arreglando relojes, sin jefe, sin superiores,
sin nadie que se riera de mí. (Lloriquea.) De niño era diferente. (Se anima.) ¿Sabe? Faltó poco
para que tuviera una querida. ¡Qué elegante hubiera hecho! Yo con una querida... Era muy rubia,
muy guapa... Fuimos muy felices. Nos encontramos en el parque y hablamos mucho tiempo.
mucho tiempo, y quedamos citados para el día siguiente. Me pasé la noche dibujándole un corazón
atravesado jjor una flecha. Un corazón grande como los de las iglesias. Y todo el rojo lo dibujé
con mi propia sangre. Venga picarme en los dedos... ¡El daño que me hice! (Llora. Mira a lo lejos
y grita desconsoladamente.) ¡Arquitecto! (Se tranquiliza.) Bueno a lo mío. Sigo. ¿Por dónde iba?
(Pausa.) Y venga a pensar en ella... Era muy rubia, muy guapa... Cuando la miraba, todo mi
cuerpo se cubría de escamas y me parecía que yo entero era un gran pez que me escurría entre sus
piernas. Resultó muy bonito el corazón... Quizá, demasiado redondo. Y dibujé una flecha y escribí
mi nombre. Mientras lo dibujaba, me parecía que volaba con ella por los aires y que nos
perdíamos en el cielo, y que todo su cuerpo eran labios y manos para mí. ¡Qué bonito quedó todo!
El corazón, la flecha, las gotas que caían... Era un símbolo. Lo malo es que luego la sangre se
volvió negra. Era tan guapa, tan rubia... Hablamos por lo menos media hora en el parque... de
banalidades, eso parecía, del tiempo, me preguntaba dónde estaba tal calle, tal otra... Pero ella
bien veía que detrás de todas esas palabras hablábamos en realidad de nuestro... amor. Ella me
quería, no cabía duda. Cuando me decía: " Hace menos frío que el año pasado", comprendía que
quería decirme: "Nos marcharemos juntos y comeremos erizos de mar mientras cubro tus manos
y tu pubis con cámaras fotográficas". Y cuando yo le respondía; "Sí, el año pasado por esta época
hubiera sido imposible pasearse a estas horas por el parque". Era como si le dijera: "Eres como
todas las gaviotas del mundo a la hora de la siesta. Duermes sobre mí como un pájaro entra en una
botella. Siento el palpitar de tu corazón y el ritmo de tu respiración en todos los poros de mi piel
y de mi corazón brota un surtidor de agua cristalina para bañar tus pies blancos"... Y aún pensaba
más cosas. Por eso me pasé la noche entera haciéndole el dibujo. Y como no sabía su nombre,
decidí llamarla Lis. Al día siguiente corrí a la cita. ¡Qué emocionado estaba! Apenas había
trabajado en la oficina, mis jefes me encontraron raro. ¡Menudo día pasé pensando en ella!... Me
pregunté si le diría algo a mi mujer, pero no le dije nada. Cuando llegué al parque... (Está a punto
de llorar.) Bueno, debió confundirse, no lo entendería bien... Una semana me pasé yendo al
parque... Cinco horas cada noche por lo menos. ¡Seguro que la pilló un coche! No podía ser de
otro modo. (Cambiando de tono.) Voy a bailar para usted. (Ejecuta una danza grotesca.)
EMPERADOR.-Hubiera bailado como un dios. ¿Qué le parece? ¿Se aburre conmigo? (Recita:)
"¡Pobre barquilla mía,
sin velas desvelada
y entre las olas, sola!"
No debía haber caído aquí. ¿Cuándo va a recibir las audiencias Vuestra Majestad? (Se quita la
falda y queda con un taparrabos.) ¿Quiere que me vista? (Sale y vuelve con bragas de mujer,
negras, con encaje.) ¡Huelen muy bien! (Las huele. Se pone las bragas. Y luego Dios y sus
criaturas, nosotros. (Mira el efecto de las bragas.) No esta mal, ¿eh. Emperador?... ¿Sabe que me
jugué a la máquina la existencia de Dios? Si de tres partidas ganaba una. Dios existía. No lo puse
difícil y además, con lo bien que manejo los flipers... Y era una máquina que conocía. Encendía
los pasillos en un abrir y cerrar de ojos. Juego la primera partida, seiscientos setenta puntos, y
había que hacer mil. (Sale y entra con un liguero.) Comienzo la segunda partida. Primera bola,
garrafal. Se me cuela entre las piernas, dieciséis puntos. Un récord. (Se pone el Liguero y se lo
ajusta a su medida.) Saco la segunda. Sentí una inspiración, digamos divina. Los clientes del café
estaban allí, jadeantes. Hacía vibrar la máquina como un negro bailando con una blanca. Respondía
a todo, trescientos, cuatrocientos, quinientos, seiscientos, setecientos puntos. Todo me salía bien,
el bonus, la "retro-value", los puntos, la bola gratuita, total, que hice... (Se contempla. Se ajusta
mejor el liguero.) No está mal, ¿eh? ¿Qué le parece el liguero? ¡Ah, si el Arquitecto estuviera
aquí!... Construiríamos de nuevo Babilonia y sus jardines colgantes. Novecientos setenta y tres
puntos, es decir, si quito los dieciséis puntos de la primera, novecientos cincuenta y siete, que
había hecho con una sola bola. En cuanto hiciera mil, ya estaba, Dios existía. Estaba impaciente.
Dios estaba en mi mano. Tenía la prueba irrefutable de su existencia. Adiós al gran relojero, al
arquitecto supremo, al gran ordenador. Dios existiría y yo lo iba a demostrar de la manera más
categórica, mi nombre pasaría a todos los manuales de teología, se acabaron los concilios, las
elucubraciones, los obispos y los doctores, yo solo iba a descubrirlo todo. Todos los periódicos
hablarían de mí. (Sale y entra con un par de medias negras.) Las prefiero negras ¿Y usted? (Se
las coloca con coquetería, las ata.) ¡Arquitecto...! ¡Arquitecto..., vuelve! Hablaré contigo, no me
volveré a encerrar en la cabana. (Lloriquea.) Pájaros, obedecedme, id a llamarle, decidle que le
espero. (Enfadado.) ¿Me habéis oído? (Cambia de tono.) ¿Cómo dice él? ¡Clu-cli-cli-clu-cli....!
No, no es así. Pensar que habla con los pájaros... ¡Vaya tío! ¡Y hasta mueve las montañas!...
Montaña, camina... (Observa si pasa algo con inquietud.) Nada, ni una brisa. Montaña te ordeno
que caigas al mar... (Observa. Silencio.) Y el tío... lo mismo hace el día que la noche... (Sale.
Vuelve con un sostén negro con encaje. Se lo pone. Coloca dos melocotones en las copas del
sostén.) ¡Si mi madre me viera!... ¿Por dónde iba? Novecientos setenta y tres puntos. Como aquel
que dice. Dios estaba a mi merced. Tan sólo necesitaba veintisiete puntos para ganar. Nunca, ni
en mis peores días hacía menos. Lanzo la bola artísticamente y me cae exactamente en el triángulo
de los bonus. Un punto cada vez que se toca uno, y con mi estilo... Comienzo a sacudir la bola
que va y viene a mi merced. ¿Se da cuenta. Emperador, se da cuenta, Majestad? (De pronto
gritando.) ¡Arquitecto, ven, que voy a tener un hijo, no me dejes solo..., solita! (Se pone a rezar.)
"... en este valle de lágrimas..." (El resto no se entiende.) Emperador, mi madre me odiaba,
créame, se lo juro, la culpa fue suya, ella tuvo la culpa.

(Sale.)

VOZ DEL EMPERADOR. No lo encuentro... ¿Dónde lo habrá metido este berzas? Mira que se lo
tengo dicho. Pon todo en orden. Cada cosa en su sitio. Cualquiera sabe donde deja las cosas. Un
peine. ¡Puf!... Un preservativo en esta isla. Hasta aquí ha llegado el birth-control. Me lo pongo.
Pues me cae bien. (Gritando.) ¡Arquitecto...! ¿Dónde has puesto el traje? Estará dale que te pego
remando como un condenado, o como un degenerado de los Juegos Olímpicos... !Ah, la juventud!
¡Qué bestia! Mira donde lo ha puesto. Un traje tan bonito en el cajón de las mariposas disecadas...
(Reflexiona.) ¿Qué habrá querido decir con esto? ¡Emperador, ahora mismo voy! (Aparece con un
traje bajo el brazo.)
EMPERADOR.-Todos los clientes del café me rodeaban y yo sacudía la máquina como un diablo.
Ella me obedecía sumisa. Novecientos ochenta y ocho, novecientos ochenta y nueve, novecientos
noventa, novecientos noventa y uno..., noventa y dos..., noventa y tres..., novecientos noventa
y cuatro. Y sólo había que marcar mil puntos y la bola estaba aún arriba. Ya no podía perder. Al
caer la bola da automáticamente diez puntos. Estaba loco de contento. Dios se había servido del
más humilde de los mortales para probar su existencia. (Se arregla con coquetería las medias,
ligueros, bragas y sostén. Se pone unos zapatos de tacón alto y camina un momento.) ¿Cómo se
las arreglan para andar con esto? (Avanza dudando.) Será cuestión de práctica. "Cum amicis
deambulare". ¡Menudo latinista hubiera podido ser! Estoy seguro de que si me pongo a andar con
estos tacones, me hago con ellos en menos tiempo que canta un gallo y me corro la maratón con
estos zapatos. ¡Emocionante mi llegada a Atenas! ¿Era a Atenas? Con tacón alto y liguero...
"Atenienses, hemos obtenido la mayor victoria de los tiempos modernos". Luego vendería mis
memorias a cualquier semanario. ¡Arquitecto! (Grita.) Óyeme, voy a ser madre, voy a dar a luz
un hijo. Ven a mi lado... (Cambia de tono.) Y ese cabrón, con su piragüita de marras... ¡Qué sabe
él de la vida! (Estira el traje para ponérselo. Es un hábito de monja. Se lo pone.) Y óigame bien,
no me lo va a creer, con la bola marqué puntos y más y más, novecientos noventa y siete,
novecientos noventa y ocho, novecientos noventa y nueve, y en ese momento, un borracho pega
un golpe a la máquina y ¡tilt!, la máquina se quedó así, bloqueada, la partida acabada, y como una
idiota señalaba: novecientos noventa y nueve, novecientos noventa y nueve. (Se mira con el hábito
de monja.) ¡Menudacarmelita hubiera hecho! Pero de descalza ni hablar... (Grita.) Novecientos
noventa y nueve... ¿Se da cuenta. Emperador? ¿Qué puedo pensar? ¿Debo considerar como válidos
los diez puntos ganados automáticamente? La tercera partida más vale pasarla por alto. ¡Menudo
choque, novecientos noventa y nueve puntos...! (Se pasea observándose.) ¿Y si hiciera milagros?
Las carmelitas hacen milagros. (Cita.) "¿Les parece milagroso alimentar a toda una muchedumbre
como Cristo lo hizo con dos míseras sardinas y un pedazo de pan? El capitalismo cristiano lo hizo
mucho mejor después". ¡Qué tío! El que escribió esas líneas es de los míos. Emperador ¿me oye?
Está muy callado. Dígame algo. Me parece que hablo con la pared. ¿Está enfadado conmigo? No
le gusto de carmelita. (Se tira a los pies del espantapájaros-EMPERADOR. Le toma una pierna.
La acaricia.) Emperador, le amo. Es usted el más bello, el más seductor de los hombres. Por una
palabra de sus labios... (Se levanta y va y viene.) Voy a tener que dar a luz solo. (Grita.)
¡Arquitecto, ya llega, ya llega! (En efecto, su vientre parece anormalmente inflado.) ¡Menudos
inventos los de las monjas! Con un hábito como éste apenas se da uno cuenta cuando están
preñadas. Padre, me acuso de haber... de haberme dejado llevar por las malas acciones.
EMPERADOR.- (Confesor.) ¿Cómo? ¡Desgraciada! ¿Cómo te has atrevido a cometer tamaño
sacrilegio? Perra maldita, infame.
EMPERADOR.- (Carmelita.) Sí, Padre, el diablo me tentó horriblemente...
EMPERADOR.-(Confesor.)¿Con quién lo hiciste, ramera?
EMPERADOR.-(Carmelita.) Con el ancianito que vive solo en el quinto...
EMPERADOR.-(Confesor.)¡Pendón! Clavas aún más espinas en la carne de Cristo con ese pingajo
humano. ¿Cuántas veces lo hiciste, perra profanadora?
EMPERADOR.-(Carmelita.) ¿Cómo cuántas veces? ¿Cuántas veces quiere que sea?
EMPERADOR.-(Confesor.) Eso pregunto yo, pecadora.
EMPERADOR.-(Carmelita.) Pues una vez... está muy viejecito el pobre.
EMPERADOR.- (Confesor.) No hay penitencia humana que pueda redimir tu culpa. ¡Infiel! ¡Atea!
EMPERADOR.-(Carmelita.) ¿Qué puedo hacer padre para recibir la absolución?
EMPERADOR.- (Confesor.) Sacrílega. Esta noche vendrás a mi habitación con cilicios y
látigos. Te desnudaré y pasaré la noche azotándote. Tan abominables son tus pecados que yo
también tendré que pedir a Dios que te conceda el perdón y para obtenerlo también me desnudaré
y tú me azotarás, perra maldita. (Cambiando de tono.) Arquitecto, ven, ven deprísa, te necesito.
(Grita.) Ya siento los últimos dolores. ¿Dónde está la camilla?

(Se acuesta encima.)

EMPERADOR.-Doctor, dígame, ¿voy a padecer mucho?

(Pausa.)

EMPERADOR.-(Doctor.) Respire como un perro.

(Jadea.)

EMPERADOR.-(Doctor, enfadado.) ¿No. has aprendido a parir sin dolor?
Respira así, ah, ah.

(Jadea como un perro, pero mal.)

EMPERADOR.-(Doctor.) No, así, no. Así, ah, ah.

(Respira mal).

EMPERADOR.- (Parturienta.) Doctor, no logré aprenderlo. Auxílieme. Estoy sola, abandonada
de todos.
EMPERADOR.- (Doctor.) Sólo sabéis fornicar. Es lo único que sabéis hacer sin aprendizaje. ¡Ah,
ah! (Respira como un perro, pero bien.) No ves que fácil es. (Respira mal.) Desgraciada. ¡Pensar
que estabas a gatas como una perra cachonda con tu hombre y ahora no sabes ladrar! ¡Qué
humanidad ésta! Cristo tenía que haber sido un perro, le hubieran crucificado sobre una farola y
toda la humanidad perríficada iría a mear en el poste. ¡Respira, perra! ¡Ah, ah!
EMPERADOR.- (parturienta.) Doctor, auxílieme. Déme la mano.
EMPERADOR.- (Doctor.) ¡Noli me tangere!
EMPERADOR.-(Parturienta.) Siento los últimos dolores. ¡Ya viene! Lo siento muy bien.
EMPERADOR.- (Doctor.) ¡Ah! Aquí está la cabeza. Buena cabeza... Aquí aparecen los hombros.
Buenos hombros. (Gime parturienta. Chilla. Babea.) Aquí está su pecho. Buen pecho. ¡Un último
esfuerzo! Haga aún un último esfuerzo.
EMPERADOR.-(Parturienta.) No puedo más, doctor, duérmame..., drógueme.
EMPERADOR.-(Doctor.) ¿Te crees Thomas de Quincey? ¡Drogarte! Un esfuerzo y en seguida.
(Chillido feroz.) ¡Aquí está, entero!... ¡Buen espécimen de los terráqueos! (Voz de parturienta.
Gime, llora y se calma.) Otro nuevo elemento de la raza... ¡Aquí está! A usted ya no le podrán
reprochar que no ha colaborado en la defensa de los valores de nuestra civilización. ¡Uno más!
EMPERADOR.-(Madre.) ¿Es niño o niña?
EMPERADOR.-(Doctor.) ¿Qué quiere que sea? Niña... Solo hay niñas. Una humanidad entera de
lesbianas. Se acabarán las guerras, las religiones, el proselitismo, los accidentes de coches. ¡Una
humanidad feliz! El mejor de los mundos. El único gasto que habrá será en consoladores.
EMPERADOR.-(Madre.) Doctor, déjeme verla.
EMPERADOR.- (Doctor.) Ahí la tiene.
EMPERADOR.-(Madre.) Qué guapa... qué bonita... qué encantadora. Su vivo retrato. ¡Qué feliz
voy a ser! Yo misma le voy a coser los pañales. (Se recuesta en la camilla y mece a la niña.
Canturrea.) Su vivo retrato, tan guapa, tan adorable. Su misma cara.
EMPERADOR.-(Doctor.) ¿Qué cara?
EMPERADOR.- (Madre.) La mismísima cara del reloj de la Catedral. Si el reloj riera, reiría
como ella. En vista de ello, la llamaré Genoveva de Brabante.
EMPERADOR.- (Doctor.) ¿Qué profesión va a darle?
EMPERADOR.-(Madre.) Kinesiterapeuta, que es lo más fino. Sus manos darán masaje a las
espaldas, a los muslos, a los vientres de los hombres de la Tierra. Será la reencarnación de María
Magdalena. (Breve pausa. Dirigiéndose en otro tono al EMPERADOR-espantapájaros.)
Emperador, Emperador. (En otro tono con un grito doloroso.) ¡Arquitecto!! ¡Arquitecto! ! Arquiiiii!
(Al EMPERADOR.) Ya ve cómo es. ¡Me odia! ¡Me deja abandonado a mi triste suerte! Se va a
buscar aventuras por esas islas en las que Dios sabe lo que encontrará. (Se pone a gatas.)
Emperador, soy un camello... sagrado del desierto. Suba sobre mi lomo y le haré conocer los más
fascinantes mercados de esclavos machos y hembras de todo el Occidente. Suba sobre mi lomo.
Emperador. Pegúeme con su fusta imperial para que mi paso sea riguroso y eficaz y para que su
divina persona pueda pronto purificarse al contacto de los enhiestos cuerpos jóvenes y vigorosos
de los mancebos y mancebas... (Incorporándose.) ¡Qué bestia!... ¡En piragua!... en nuestro siglo
de progreso, de civilización, de platillos volantes, viajar en piragua. Si levantaran la cabeza ícaro,
Leonardo de Vinci, o Einstein... ¿Y para qué hemos inventado los helicópteros? (Pausa.)
Novecientos noventa y nueve puntos. Sin el borracho, automáticamente marcaba diez puntos más.
La partida. Dios. Los ángeles, el cielo y el infierno, los buenos y los malos, el santo prepucio y
sus milagros. Las hostias que suben al cielo en cálices tirados por cadenas de oro. El concilio
midiendo el tamaño de las alas de los ángeles. Las imágenes de la Virgen que lloran lágrimas de
sangre. Las piscinas y las fuentes milagrosas. El burro, la vaca, el pesebre... (Pausa. Citando:)
"Todo lo que hay de atroz, de nauseabundo, de fétido, de vulgar, se encuentra resumido en una
palabra. Dios". (Ríe.) ¡Ese también es de los míos! ¡Vaya tío! (Pausa.) ¿Usted cree. Emperador,
con todo el respeto que debo a su persona, con toda la veneración que siento por usted, ¿qué un
hombre como el Arquitecto, entre paréntesis. Supremo Arquitecto de Asiria, pueda viajar en
piragua? Y ni siquiera se habrá hecho una póliza de seguro... ¡Cómo está el mundo! (Grita.)
¡Escarabajos, traedme inmediatamente un cetro de oro para el Emperador! (Espera. No ocurre
nada. Busca inquieto). Les tengo muy mal enseñados. Obran a su antojo. ¿Cómo quiere que
emplee el gato de nueve colas para castigarlos? ¡Ah, la educación moderna...! ¡El progreso...! ¡La
Sociedad Protectora de animales! Todo anda manga por hombro. Un día bajarán a la tierra los
platillos volantes... (Hablando a un marciano. Imita su llegada.) Señor marciano. (Aparte:) En el
supuesto que sean marcianos. Bienvenidos a la tierra.
EMPERADOR.-(Marciano.) Glu-tri-tro-piiiii.
EMPERADOR.- (EMPERADOR-Espantapájaros.) Los marcianos hablan así. (Al marciano.)
¿Cómo dice?
EMPERADOR. - (Marciano.) Tru-tri-looo-piiiiii.
EMPERADOR.- (Al EMPER ADOR-espantapájaros.) Lo ves me habla de los sistemas de educación.
(Al marciano.) Sí, le comprendo. Tiene usted razón, con nuestros sistemas corremos al abismo.
EMPERADOR.-(Marciano.) Flu-flu-nu-nu-nu-jiiiii.
EMPERADOR.-¿Que me quiere llevar a su planeta? (Asustado.) No, no, por favor, quiero quedarme
aquí.
EMPERADOR.- (Marciano.) Tri-clu-tri-clu-tri.
EMPER ADOR.-¿Que soy el terráqueo que más le divierte? (Ruborizándose.) ¿Yo? ¡Pobre de mí!
Pero si soy como todo el mundo...
EMPERADOR.-(Marciano.) Plu-plu-plu-gríii.
EMPERADOR.-¿No me irán a encerrar en un zoo?
EMPERADOR.-(Marciano.) Pli-pli.
EMPERADOR.-¡Ah, menos mal, felizmente!
EMPERADOR.-(Marciano.) Glu-gli-ñi-ñi-poooo.
EMPERADOR.-¿Que la hija del rey de los marcianos me ama a mí? ¿Me ama?
EM PERADOR. - (Marciano.) Qui-clo-looooo.
EMPERADOR.-Oh, discúlpeme, le había entendido mal. Sí, usted es muy mona. Un poco, en fin...
EMPERADOR.-(Marciano.) Gri-gri-lreeeee.
EMPERADOR.-¡Qué gracioso! ¿Que nosotros le parecemos a usted raros y feos?. Debe de hablar
de los otros. La gente se lava tan poco en nuestros días... Pero es inútil que insista, no iré a su
zoo, ni a su ciudad. (Levantando la voz hasta ponerse en cólera.) Quiero quedarme en la tierra,
hace bien en decirme que en lo que toca a las cosas del espíritu, a lo único que hemos llegado es
a soportare! dolor. Por muy bueno que sea vivir en Marte, estoy seguro, sin haber puesto jamás
los pies allí, que no hay nada tan bueno como la Tierra.
EM PERADOR. - (Marciano.) Tri-tri-tri-trooooo.
EMPERADOR.-¿Cómo que voy a perecer en el curso de una guerra quemado por las radiaciones?
Pues óigame atentamente, aunque ni conozco ni quiero conocer Marte, prefiero un millón de veces
vivir en la Tierra, a pesar de nuestras guerras y nuestras dincultades, antes que irme a su planeta...
(Irónico.) De ensueño. (Al EMPERAíDOR-espantapájaros. Cambiando de tono.) Imagínese que
todas las mañanas le da la manía de lavarse en esa fuente tan helada. Y yo le digo: "Arquitecto,
vas a coger una pulmonía...", pero se burla y él, nada, ahí está, bajo el chorro de agua, ya caigan
chuzos, duchándose, rociándose con ese agua y el colmo es que quiere que yo le imite. Pasados
los cuarenta ... Ya no sabe contar, no comprende nada... Pasados los cuarenta... Por cierto, que
nunca me ha confesado su edad. ¿Cómo puede saber él su edad, le pregunto yo? ¿Qué edad
tendrá? ¿Veinticinco, treinta y cinco años?... ¡Es tan poeta! ¿Podría ser mi lájo? ¡Quizás! ¡Mi hijo!
Hubiera debido tener un hijo. Le hubiera enseñado a jugar al ajedrez a los tres años, o a los
cuatro, y a tocar el piano. Nos hubiéramos paseado por los parques. Un hijo atrae a las chicas.
¡Menudos flirts! (Se para y grita.) ¡Arquitecto..., vuelve! Para de remar, es malo para los
pulmones... Tendrás asma. (Al EMPERADOR-espantapájaros.) Hablarle de asma, a él. Un tipo
que se ducha todos los días en la fuente más fría de la isla, siempre en la misma, no digo yo que
en verano, bien abrigado, con una estufa cerca, cuando calienta bien el sol al mediodía, no se
pueda pegar uno una ducha ... Pero, naturalmente, con muchas precauciones. Él se lanza como
un loco. Tan joven y ya con unas manías... Y luego esa historia de cortarse el pelo una vez por
año a la llegada de la primavera. ¿Y cómo se apañaba para calcularlo sin mi ayuda? (Se para en
el centro de la escena para gritar.) ¡Arquitecto...! Seremos amigos, ven. Construiremos juntos una
casa... Levantaremos palacios con laberintos, cavaremos piscinas en las que se bañarán las tortugas
del mar, te regalaré un automóvil para que recorras todos mis pensamientos... (Muy triste.) Y
pipas de las que saldrá un humo líquido y cuyas volutas se convertirán en relojes despertadores,
secaré el pantano para que emerja del fango una nube de flamencos con coronas de papel de plata,
te prepararé los más deliciosos manjares y beberás licores destilados con la esencia de mis sueños.
Arquitecto. (Grita.) ¡Arquitecto!.... (Casi llorando.) Seremos felices. (Agacha la cabeza y
pennanece asi un buen rato. Se repone. Dice con énfasis.) Le imagino, Emperador... imagino su
despertar. La Televisión de Asina retrasmiliendo en primer plano los primeros parpadeos de sus
pestañas sobre sus ojos cerrados. ¡En todos los pueblos y aldeas llorarían las mujeres al
contemplarlo! (Cambia de tono.) No, más de treinta y cinco no tiene...Treinta y cinco es lo
máximo que le doy. Es tan niño, tan poeta... de tan alta espiritualidad. ¡Qué idea la de nombrarle
arquitecto! (Tiene una idea luminosa.) ¡Emperador!... Podemos saber su edad, podemos
calcularla... (Se dirige a la cabana.) Aquí tiene su saco. (El espectador no ve lo que hace. Sale.)
Se lo voy a explicar... verá qué sencillo. Él se corta el pelo una vez por año, por no sé qué
supersticiones y maleficios, los envuelve en una gran hoja y los mete en un saco. No tengo nada
más que contar las hojas para saber su edad. ¿Se da usted cuenta. Emperador? ¡Qué ideas tan
brillantes tengo! Mi madre ya lo decía. ¡Qué inteligente es mi hijo!

(Entra en la cabaña.)

VOZ DEL EMPERADOR.-Uno, dos, tres... Pero hay muchas hojas... (Inquieto.) Cuatro, cinco,
seis, siete... (Se para. Largo silencio. Sale asustado.) ¡Es imposible! Hay cientos de hojas... ¿No
será por casualidad que esa fuente...? ¡Cientos de hojas!...Lo menos mil. Duchándose todos lo
días. Mil, quizá. (Entra en la cabaña. Largo rato. Sale.) Y todos con pelos, sus pelos, algunos
ya medio podridos... La fuente de la juventud. (Muy asustado.) Pero ¿cómo?... nunca me dijo...
y he reconocido bien su pelo, siempre del mismo color, del mismo tono... ¿Cómo es que...?

(Asustado, sale corriendo. Silencio. Entra el ARQUITECTO)


ARQUITECTO.- (Grita.) ¡Emperador...!

(El EMPERADOR aparece pronto, amedrentado. Cada uno se encuentra en un extremo del
escenario.)

EMPERADOR.-Dime, ¿cuántos años tienes?
ARQUITECTO.-Lo ignoro. Mil quinientos... dos mil... No sé bien.

(Lentamente cae el telón.)

FIN DEL ACTO PRIMERO




SEGUNDO ACTO

PRIMER CUADRO

(El mismo decorado. Entra en escena el ARQUITECTO con precaución, sin hacer ruido. Se
dirige a la cabaña.)
ARQUITECTO.- (Muy suavemente.) ¿Duermes?...¡Emperador!

(Sale de la cabaña y abandona la escena por la izquierda. Un momento. Aparece por la
izquierda una gran mesa. El ARQUITECTO la empuja hasta el centro. Saca un mantel con
el que cubre la mesa. Prepara un gran plato, un cuchillo y un tenedor gigantescos. Se sienta
a la mesa. Finge que descuartiza un gigantesco ser que está acostado sobre la mesa. Simula
que come un bocado. Por fin, lo guarda todo en el cajón. Da la vuelta al mantel. Es un
tapete de una mesa de juez. Saca del cajón de la mesa unas máscaras, una campanilla y un
libro grueso de lomos dorados. Se pone una especie de toga sobre la cabeza y se ajusta una
máscara de juez. Toca la campanilla.)

VOZ DEL EMPERADOR.-¿Qué pasa. Arquitecto?

(Sale de la cabaña.)

ARQUITECTO.-Acusado, acerqúese y diga: Juro decir la verdad, toda la verdad y sólo la verdad.
EMPERADOR.-(Levantando la mano derecha.) Lo juro. (En otro tono.) Y ¿para esto me
despiertas a esta hora?
AíRQVVTECTO.-(Quitándose la máscara un instante.) No tolero ningún aparte, ¿me oyes? (Se
vuelve a poner inmediatamente su máscara.) Acusado, puede sentarse si lo desea y procure
mostrarse preciso en sus declaraciones, aquí estamos para ayudar a la justicia y para que toda la
verdad se haga sobre su vida y sobre el delito que se le reprocha.
EMPERADOR.-¿Qué delito?
ARQUITECTO.-¿El acusado está casado?
EMPERADOR.-Si, señor juez.
ARQUITECTO.-¿Cuánto tiempo hace?
EMPERADOR.-No sé bien... diez años...
ARQUITECTO.-Recuerde que todas sus declaraciones pueden ser utilizadas contra usted.
EMPERADOR.-Pero ustedes me acusan..., vamos... hacen alusión... a mi madre...
ARQUITECTO.-Las preguntas las hace el tribunal.
EMPERADOR.-Pero mi madre desapareció.
ARQUITECTO.-Aún no hemos llegado ahí.
EMPERADOR.-Pero... ¿tengo yo la culpa, si ella se marchó Dios sabe donde?.
ARQUITECTO.-Tendremos en cuenta todas las circunstancias atenuantes que pueda presentar para
su defensa.
EMPERADOR.-!Es el colmo! (En otro tono.) Arquitecto no sigas con este juego, me hace mucho
daño el tono en que te diriges a mí! ¿Sabes? (Con una gran ternura.) Ya sé hablar con los pies
como me has enseñado. Mira. (Se tumba en el suelo con los pies en el aire y comienza a
agitarlos.)
ARQUITECTO.-(Sí quita la máscara y el birrete.) ¡Ya vuelves a empezar con tus cochinadas!...
(El Emperador agita de nuevo ios pies.) Siempre lo mismo.
EMPERADOR.-¿Me has entendido?
ARQUITECTO.-Todo. Tú eres el que no comprendes nada.
EMPERADOR.-Lo comprendo todo.

(El ARQUITECTO se tumba en el suelo tras la mesa. Sólo se ven sus pies desnudos que se
mueven.)

ARQUITECTO.-¿A que no eres capaz de entender lo que digo?

(El EMPERADOR se ríe.)

EMPERADOR.-Más despacio. Vas a ver como puedo leer todo. "Aquí falta poder a mi
imaginación, que quiere guardar el recuerdo de tan alto espectáculo".

(El ARQUITECTO continúa moviendo los pies, el EMPERADOR traduce.)

EMPERADOR.-" Y así como dos ruedas obedecen a una misma acción, mi pensamiento y mi deseo,
dirigidos con el mismo acuerdo van más lejos por el amor sagrado que pone en movimiento al sol
y a las otras estrellas".

(El ARQUITECTO reaparece furioso. Se pone la máscara y el birrete.)

ARQUITECTO.-Todo lo sabrá el tribunal. El primer testigo que vamos a llamar será su propia
esposa.
EMPERADOR.-Por favor, no la mezclen en este asunto. Ella no sabe nada. Nada podrá
decirles.
ARQUITECTO.-Silencio. Que entre el primer testigo. (El EMPERADOR se disfraza de esposa,
se pone una máscara.) ¿Es usted la esposa del acusado?
EMPERADOR.-(Esposa.) Sí, señor juez.
ARQUITECTO.-¿Se querían ustedes?
EMPERADOR.-(Esposa.) Oh, ¿sabe usted? Hace muchos años que nos habíamos casado.
ARQUITECTO.-¿Le quería usted a él?
EMPERADOR.-(Esposa.) Le veía tan poco... Salía muy de mañana y volvía muy tarde,
últimamente nunca hablábamos.
ARQUITECTO.-¿Siempre fue así?
EMPERADOR.-(Esposa.) ¡Oh, no! Al principio estaba como loco. Decía que sabía volar.
Hablaba sin descanso. Soñaba que sería Emperador.
ARQUITECTO.-¿Y más tarde?
EMPERADOR.-(Esposa.) Ya ni siquiera me pegaba.
ARQUITECTO .-¿Le pegó en alguna época?
EMPERADOR.-(Esposa.) Sí. Para afirmar su virilidad. Para vengarse de las innumerables
humillaciones que sufría. Al final, volvía tan cansado de la oficina que ya no le daba tiempo.
ARQUITECTO.-¿Cuáles fueron sus sentimientos hacia él?
EMPERADOR.-(Esposa.) Desde luego nunca fue un amor loco. Le soportaba.
ARQUITECTO.-¿Él se daba cuenta?
EMPERADOR.-(Esposa.) Claro, aunque no es ningún lince y aunque su entusiasmo le empuja a
cometer errores monstruosos, creo que no se hacía ilusiones respecto a mí.
ARQUITECTO.-¿Le engañó con otros hombres?
EMPERADOR.-(Esposa.) ¿Y qué quiere que hiciera todo el día sola? ¿Esperarlo?
ARQUITECTO.-¿Tuvieron hijos?
EMPERADOR.-(Esposa.) No.
ARQUITECTO.-¿Era premeditado?
EMPERADOR.-(Esposa.) Más bien, un olvido.
ARQUITECTO.-¿Cuál hubiera sido su deseo secreto?
EMPERADOR.-(Esposa.) Tocar el laúd con traje de época mientras un caballero de estilo
Maquiavelo me acariciara, quizá besara mi espalda desnuda, que dejaría ver por el gran escote de
mi corpino. También hubiera deseado, a pesar de no tener ninguna inclinación por el safismo,
disponer de un harén de mujeres que me cuidaran... También me hubiera gustado tener gallinas
amaestradas y mariposas que hubiera llevado con una cinta, que sé yo, mil cosas. También creo
que me hubiera gustado la cirugía. Me imagino operando, toda vestida de blanco, con una gran
ventana tras de mí. (Breve pausa.) De todas formas él no quería más que a su madre.
ARQUITECTO.-¿Quién él?
EMPERADOR.-(Esposa.) Mi marido... ¿Puedo hacerle una revelación?
ARQUITECTO.-Diga, el tribunal está aquí para oírla.
EMPERADOR.-(Esposa.) Tras mirar por todas partes hasta asegurarse que nadie le oía.) Estoy
segura de que se casó conmigo tan sólo por contrariar a su madre.
ARQUITECTO.-¿La odiaba?
EMPERADOR.-(Esposa.) La odiaba a muerte. Y la quería como un ángel, sólo vivía para ella.
Para un hombre de su edad ¿cree usted que es normal que esté día y noche colgado de sus
enaguas? No es una esposa lo que necesitaba, sino una madre. Cuando la odiaba, hacía cualquier
cosa para serle desagradable. Hasta casarse. Yo fui la víctima de esa venganza.
(El EMPERADOR se quita la máscara de esposa.)
EMPERADOR.-Has perdido la razón. ¡Te has vuelto loco!
ARQUITECTO.-(Se quita ¡a máscara de Presidente del Tribunal.) ¿Pero qué te pasa?
EMPERADOR.-Te has vuelto loco como él...
ARQUITECTO.-Me das miedo.
EMPERADOR.-¿Yo?
ARQUITECTO.-¿Quién?
EMPERADOR.-¿Quién, quién?
ARQUITECTO.-¿Quién se volvió loco como yo?
EMPERADOR.-Dios.
ARQUITECTO.-¡Ah!
EMPERADOR.-¿Pero cuándo? ¿Antes o después?
ARQUITECTO.-¿Antes de qué?
EMPERADOR.-Pregunto cuándo se volvió loco. ¿Antes o después de la creación?
ARQUITECTO.-¡Pobre tío!
EMPERADOR.-¿Crees que está en el centro de la tierra?
ARQUITECTO.-Nunca hemos mirado.
EMPERADOR.-Seguro que está allí, en el mismísimo centro geométrico, mirando todas las bragas
de las mujeres.
ARQUITECTO.-Nunca hemos mirado.
EMPERADOR.-Vamos por si acaso. ¡Ah! Me lo imagino tranquilamente en el centro, rodeado por
todas partes por la tierra, como un gusano, feliz, completamente loco y tomándose por un
transistor.
ARQUITECTO.-¿Levanto la tierra?
EMPERADOR.-Sí, sí. (El ARQUITECTO levanta un trozo de tierra como si se tratara de un cajón.
Los dos miran dentro. Se acuestan para ver mejor.) Voy a buscar los prismáticos. (Vuelve con los
prismáticos. Miran con curiosidad qué pueden distinguir del centro de la tierra.) No se ve nada.
¡Mira que está obscuro! (El ARQUITECTO asiente moviendo la cabeza y se dispone a cerrar la
tierra. De pronto, muy inquieto.) Di, ¿estás seguro de que nadie nos puede ver?
ARQUITECTO.-Pues claro, vamos, seguro del todo.
EMPERADOR.-¿Crees que la cabaña está bien camuflada?
ARQUITECTO.-Estoy seguro.
EMPERADOR.-No olvides los satélites espías, los aviones con cámaras fotoeléctricas, el radar, los
radiestesistas...
ARQUITECTO.-No te preocupes, nadie nos descubrirá aquí.
EMPERADOR.-Y el fuego. ¿Lo has apagado bien para que no se escape nada de humo?
ARQUITECTO.-En fin, a veces se eleva un hilillo de humo.
EMPERADOR.-¡Desgraciado! ¡Nos descubrirán, nos descubrirán!
ARQUITECTO.-Qué va, hombre, qué va.
EMPERADOR.-Nos descubrirán por tu culpa y por tus negligencias. Quién te manda a ti comer
caliente. Especie de sibarita babilónico. ¿No has oído hablar de Sodoma y Gomorra? Merecerías
que Dios arrasara nuestra isla como arrasó las ciudades que se entregaban al vicio. Comer caliente,
hacer humo. ¡Ignoras las virtudes higiénicas de los fiambres! ¡Especie de calientaplatos, de
hervidor de nabos, de comesopas y zampatortas! Que caiga sobre ti mi cólera de Aquiles.
ARQUITECTO.-Bucno, ¡de acuerdo! (De rodillas.) Di, ¿me quieres? (El ARQUITECTO vuelve
rápidamente a la mesa y se sienta. Se pone la máscara de Presidente del Tribunal.) Que pase el
segundo testigo. El hermano del acusado.

(El EMPERADOR se pone la máscara de hermano.)

EMPERADOR.-(Hermano.) Ya sé que debo jurar que digo la verdad... pero seguramente... usted
sabe que en mi profesión tenemos un gran respeto por la justicia, ¿no es eso?. Mi hermano, el po-
e-ta...
ARQUITECTO.-Hay alguna ironía en sus palabras.
EMPERADOR.-(Hermano.) ¿Alguna ironía? Si fuera poeta lo sabríamos todos, es un oficio público,
¿no? Se le habría visto en la "tele". En fin, eso me parece. El poeta. Siempre en la luna. ¿Sabe
su Alteza, o su Excelencia -discúlpeme-, cómo se divertía cuando era niño el poeta?
ARQUITECTO.-Diga, aquí estamos para que se haga la luz.
EMPERADOR.- (Hermano.) Con perdón de las señoras, pero debo revelar que mi hermano tenía
un talento particular que ejercía en plena escuela. Beber la orina de sus compañeros de clase.
ARQUITECTO.-Aunque el hecho en sí puede presentar una cierta gravedad, ¿no cree usted que...?
EMPERADOR.-(Hermano.) Discúlpeme que le corte la palabra. Si esto no es muy grave, ¿qué
podrá pensar de lo que intentó hacer conmigo? Se lo explicaré.

(El EMPERADOR se arranca rabiosamente la máscara.)

EMPERADOR.-No, eso no. No mezcles a mi hermano en esta historia, te lo prohíbo. Mi hermano
es un patán que no comprende nada. No tienes que hacerle hablar, que se marche. Estás
traicionándome. Además, ya... no juego más. Se acabó este juicio.

(Se sienta en el suelo y patalea de rabia.)

ARQUITECTO.- (Tocando la campanilla.) Basta de niñerías, al proceso, al proceso. No
toleraré ninguna interrupción.

(El EMPERADOR deja de patalear y lleno de dignidad se incorpora.)

EMPERADOR.-(Cual Cicerón, en un tono solemne.) "Quosque tándem abuterís Catilina,
patientia nostra", o "patientia mea". Sí. Hasta cuándo Catilina abusarás de mi paciencia. Nuestra
patria, Roma... (Interrumpiéndose y adoptando un tono familiar.) Eres un cabrón. Te lo consiento
todo, menos interrogar a mi hermano. Mi hermano es un animal acuático. Próximo al caimán, al
tiburón y al hipopótamo. Le imagino en las verdes regiones no sometidas aún al hombre, medio
nadando en busca de una presa. Y yo, como el ángel exterminador, contemplando sus evoluciones.
Observa su cara y la mía. (Se para.) Arquitecto, haremos de Asiria el país de vanguardia, a
nuestra imagen y semejanza, los países subdesarrollados vivirán al abrigo de la miseria.
ARQUITECTO.-(Quitándose la máscara.) Emperador, pienso que...
EMPERADOR.-¡Calla, desgraciado! Oye la brisa de los siglos proclamando nuestra obra
imperecedera. (Silencio.) Desde lo alto de estas... (Duda.) Tú serás el Arquitecto, el Arquitecto
Supremo, el gran organizador, un dios de bolsillo por decirlo así. Y frente a ti, sosteniéndote, el
gran Emperador, modestamente, yo mismo, rigiendo el destino de Asiria y dirigiendo a la
Humanidad hacia un porvenir que canta.
ARQUITECTO.-Siento como si un gran ojo...
EMPERADOR.-Yo también... un gran ojo de mujer...
ARQUITECTO.-Nos vigila.
EMPERADOR.-Eso es.
ARQUITECTO.-¿Por qué?
EMPERADOR.-Míralo. (Miran al cielo.) Vela nuestro presente. Mira qué pestañas tan largas y tan
arqueadas. (Con mucha violencia.) Cruel Desdémona, cruel como las hienas del desierto, vete lejos
de nosotros. (Miran desesperados. Al ARQUITECTO.) No se mueve.


(El ARQUITECTO toca violentamente la campanilla y se pone la máscara. El EMPERADOR
hace lo mismo.)


ARQUITECTO.-Testigo, decía que nos iba a contar lo que hacía su hermano con usted.
EMPERADOR.-(Hermano.) Mi hermano, el po-e-ta se divertía, cuando yo tenía sólo diez años
y él quince, en pervertirme, en violarme, y en obligarme a violarle a él.
EMPERADOR.- (Arrancándose la máscara.) Eran juegos de niños sin mayor importancia.
ARQUITECTO.-Silencio, que el testigo continúe su relato.
EMPERADOR.-(Hermano.) Como se lo digo, ¿quiere que le haga un dibujo? Le contaré cómo pasaba.
EMPERADOR.- (Furioso. Sin máscara.) Basta, basta, ya es suficiente.
ARQUITECTO.-El tribunal reclama silencio. Que el testigo continúe.
EMPERADOR.-(Hermano.) Esperaba a que mi madre se hubiera ido. Nos quedábamos solos en casa
y él llenaba la mitad de la bañera con aceite de oliva y comenzaba el juego. Luego venía lo más
gracioso. Cuando todo había terminado, él se ponía a tiritar y a darse golpes contra la bañera.
Recuerdo que un día acabo por cortarse profundamente la mano y se rociaba el sexo con la sangre,
mientras canturreaba un cántico y sollozaba. (Se quita la máscara, se pone a llorar y canturrea:)
Dies irae, dies illa,
el que muere se las pira.
Dies irae, dies illa.
me cago en Dios y en su sobrina.
ARQUITECTO.- (Se quita la máscara de Presidente del Tribunal y se pone la de madre.) Hijo mío,
¿qué haces ahí llorando y blasfemando?
EMPERADOR.-Dies irae, dies illa...
ARQUITECTO .-(Madre.) Estás cubierto de aceite. ¿Pero qué has hecho?
EMPERADOR.-Dies irae, dies illa... Los muertos se mueren... de cólera...
ARQUITECTO.-(Madre.) Hijo mío, soy yo, mamá, ¿no me reconoces?Eres un niño, ¿cómo piensas
en la muerte? ¿Qué te pasa? Si estás ensangrentado. Te has hecho sangre ahí. Tenemos que llamar
a un médico.
EMPERADOR.-Mamá, quiero que me compres un pozo muy hondo, que me metas en él y que
todos los días vengas un instante a traerme sólo lo indispensable de comida para que no muera.
ARQUlTECTO.-(Madre.) ¡Hijo mío! Qué cosas dices.
EMPERADOR.-Sólo los domingos me pondrás la radio para conocer el resultado de los partidos
de baseball. ¿Lo harás?
ARQUVTECTO.-(Madre.) Hijo mío, ¿qué has hecho para estar tan triste?
EMPERADOR.-Mamá... he pervertido...
ARQUITECTO.-(Madre.) ¿A tu hermano?
EMPERADOR.-(Levantándose brutalmente.) Señor Presidente. Con la venia de la sala, quiero
asegurar yo mismo mi defensa. Un gran poeta ha dicho: "Canallitas o canallazas todos somos
canallas". He aquí la gran verdad. Quisiera saber en nombre de quien me juzga usted.
ARQUITECTO.-Somos la justicia.
EMPERADOR.-La justicia, ¿iqué justicia? ¿Qué es la justicia? La justicia es un cierto número de
hombres, como usted y yo, que la mayoría de las veces escapan a esa misma justicia gracias a la
hipocresía o a la astucia. Juzgar a alguien por tentativa de crimen, ¿quién no ha deseado nunca
matar a alguien? Y además no quiero hacer como los demás. Olvido todos los consejos. Olvido
que me han recomendado que llore para causar una impresión favorable, que tenga cara de
arrepentido. Al diablo todos esos consejos. Y, en definitiva, ¿para qué todos esos trucos de
pretorio? Para que la gran comedia de la justicia continúe representándose. Si yo lloro, o pongo
cara de arrepentido, ustedes no se dejarán engañar ni por mis llantos, ni por mi arrepentimiento,
pero habrán comprendido que asumo mi papel en este guiñol y me lo tendrán en cuenta a la hora
de sentenciar. Ustedes están aquí para darme una lección, pero bien saben que se la pueden dar
a cualquiera, a ustedes mismos para empezar. Me río de sus tribunales, de sus jueces de zarzuela,
de sus pretorios de marionetas y de sus cárceles de venganzas.

(De pronto, el ARQUITECTO se quita la toga y el birrete y dice.)

ARQUITECTO.-(Dando palmadas.)
Con Alicia me fui,
con Alicia volví,
al último en salir,
(Muy lentamente y, al mismo tiempo, preparándose para salir.)
le sal-drán cuer-nos.

(Abandonan corriendo a toda velocidad la escena.)

VOZ DEL EMPERADOR.-Haces trampas. Estabas preparado.

(Se oyen de lejos risitas, ruido de caídas. Al poco tiempo sale al escenario el
ARQUITECTO.)

ARQUITECTO.-Aquí te espero, comiéndome un huevo de dromedario, rociado de salsa de faisán.
No tengas miedo, no te voy a torear. ¡Eh toro! ¡Eh toro!
VOZ DEL EMPERADOR.-¡Mummm! ¡Mummmm!
ARQUITECTO.-Un bello par de cuernos le salen hasta a la gente bien.

(Entra el EMPERADOR, su cabeza se adorna con un par de cuernos.)

EMPERADOR.-(Tono quejoso.) ¡Pensar que hace años eras como una abuela para mí! Me querías,
no podías hacer nada sin mí. Yo te lo enseñé todo. Me has perdido el respeto. Y de qué manera.
Si mis antepasados levantaran la cabeza. Un par de cuernos. Un par de cuernos que me ha
colocado el señor en la frente por arte de birlibirloque y todo esto por qué, porque llegué tras él
al abeto del calvero.

(Muge y llora.)

ARQUITECTO.-¡Oh! ¡Toro de oro, de bronce, toro heredero de Taurus!
EMPERADOR.-¿Eres mi vaca sagrada?
ARQUITECTO.-¡Soy tu vaca y tu camella "enrosada"!
EMPERADOR.-Entonces ráscame las piernas. (Estira una pierna. El ARQUITECTO le rasca un
instante.) No. Así no. Rasca mejor. Por debajo.

(Le rasca mejor.)

ARQUITECTO.-Ya no te rasco más. En cuanto empiezo te amodorras.
EMPERADOR.-¿Yo amodorrarme? ¿Es así como tratas a un Emperador de Asiria? Un Emperador
de Asiria con cuernos por si fuera poco. ¡Viva la monarquía!
ARQUITECTO.-Por la noche siempre ocurre lo mismo: "Ráscame un poco, hasta que me duerma".
Inmediatamente te pones a roncar como el fuelle de una forja pero en cuanto dejo de rascarte,
silencio, abres un ojo y dices "ráscame, aún no duermo".
EMPERADOR.-Quítame estos cuernos. No olvides que también tengo mi dignidad. Además pesa
mucho y no puedo mover a gusto la cabeza.
ARQUITECTO.-¿Cómo quieres que desaparezcan, doy una palmada?
EMPERADOR.-¡Estás loco! ¡Dar... una palmada! ¡Jamás! ¿Sabes lo que he soñado esta
noche?... Me azotaban y me quejaba. Una chica en mi sueño me dijo: "no te quejes". Le respondí:
"¿no ve usted lo que sufro, lo muchísimo, los atroces dolores que padezco?" Ella se río y me dijo:
"¿Cómo puede sufrír si solo es un sueño? No es la realidad". Le dije que se confundía. Ella me
respondió que para convencerme de que tenía razón no tenía nada más que dar una palmada. Di
una palmada y me encontré con las manos juntas entre las cuatro paredes de la cabana, despierto,
sentado sobre la cama de repente.
ARQUITECTO.-Sí, ya te vi y te oí.
EMPERADOR.-Imagina que tú ahora das una palmada y... que despierto de este sueño que pienso
que es la vida... para... ¿Te imaginas conmigo en otro mundo...? Más vale lo malo conocido que
lo bueno por conocer. (De pronto, él mismo con mucha ostentación junta las manos como para dar
una palmada. Duda unos instantes. Espera. Va a dar la palmada. Lentamente, se para, volviendo
la cabeza hacia el ARQUITECTO.- ¿Cuándo vas a hacer que desaparezcan estos malditos cuernos,
coño?
ARQUITECTO.-Bueno, hombre, no te pongas en ese estado. Si es muy sencillo. Frótate con el
tronco de ese cocotero y se te caerán. (Sale corriendo el EMPERADOR,No, ese no. Sí, el otro.
(Pausa. Ruidos confusos. El EMPERADOR vuelve sin cuernos frotándose ai'm la frente con
una hoja.)
EMPERADOR.-¿No estoy más joven sin cuernos?

(El ARQUITECTO furioso se dirige a la mesa donde preside el Tribunal y se coloca la toga
y se ajusta la máscara de Presidente mientras dice.)

ARQUITECTO.-Tras haber oído al hermano del acusado, el tribunal convoca al siguiente testigo,
Señor Sansón.

(El EMPERADOR se pone la máscara del señor Sansón.)

EMPERADOR.-(Sansón.) Juro decir toda la verdad.
ARQUITECTO.-¿Dónde conoció al acusado?
EMPERADOR.- (Sansón.) Jugando a la máquina, al tilt.
ARQUITECTO.-¿Sólo se veían allí?
EMPERADOR.-(Sansón.) No. Un día me pidió que le ayudara. Por fin me invitó a cenar y acepté.
ARQUITECTO.-¿Para hacer el qué?
EMPERADOR.-(Sansón.) Para hacer el ángel.
ARQUITECTO.-¿Para hacer el ángel?
EMPERADOR.-(Sansón.) Sí, en una iglesia.
ARQUITECTO.-Cuéntenos por favor.
EMPERADOR.-(Sansón.) Cuando la iglesia estaba vacía, hacia las once de la noche, nos
introducíamos en el coro, arriba. Él se desnudaba y se pegaba con cola unas plumas en la espalda,
diez o doce. Luego se ataba con un mazo de cuerdas y se lanzaba al vacío. Se balanceaba de aquí
para allá como un ángel o un arcángel y cuando ya estaba harto le izaba. Siempre perdía la mitad
de las plumas. Y me pregunto qué debía pensar el personal eclesiástico por la mañana al
encontrarlas por el suelo.
ARQUITECTO.-¿Conoció a su madre?
EMPERADOR.-(Sansón.) Sí, el acusado me dijo que si me cargaba a su madre me iba a dar el
oro y el moro ...
ARQUITECTO.-Usted no aceptó, claro.
EMPERADOR.-(Sansón.) Ni que yo fuera un criminal. Hacer el ángel de acuerdo, una partida
de vez en cuando ¿por qué no? Pero de ahí a matar a... Además, luego había que verles, un día
en el cine les vi por casualidad, cualquiera hubiera jurado que era una pareja de enamorados.
ARQUITECTO.-Muchas gracias por sus precisiones. El tribunal desea oír de nuevo a la mujer
del acusado.

(El EMPERADOR cambia de máscara.)

EMPERADOR.-(Esposa.) ¿Aún necesitan mi testimonio?
ARQUITECTO.-El tribunal desea conocer su convicción íntima en cuanto a la naturaleza de las
relaciones que mantenía el acusado con su madre.
EMPERADOR.-(Esposa.) Ya se lo he dicho, se amaban, se odiaban. Todo dependía del momento.
ARQUITECTO.-¿Cree usted que hubiera algo equívoco, digamos incestuoso entre ellos?
EMPERADOR.-(Esposa.)En eso seré categórica, no lo creo en absoluto.
ARQUITECTO.-¿Ha oído la declaración del testigo anterior?
EMPERADOR.-(Esposa.) Habladurías. Mi marido era un ser de temperamento fogoso, impetuoso.
Pero nunca tuvo con su madre relaciones incestuosas. La prueba. Poco antes de su desaparición
atravesaban una época de odio feroz, entonces su madre solicitó una entrevista que mi marido
aceptó a condición: Primero, que su madre le diera por cada minuto de entrevista concedido una
suma muy elevada. Segundo, que "le masturbara con su boca maternal", decía, a fin de que
cometiera el más infame de los pecados. Eso decía, ¡fue siempre tan inocente!...
ARQUITECTO.-¿Y qué prueba esto?
EMPERADOR.-(Esposa.) Prueba claramente que nunca hubo nada equívoco entre ambos, si no
no le exigiría lo que acabo de decirle como algo excepcional. Ahora me acuerdo de un detalle que
puede interesar al tribunal.
ARQUITECTO.-Diga. ¡Por favor!
EMPERADOR.-(Esposa.) Cuando ella le venía a visitar últimamente me pedía que le cubriera los
ojos con esparadrapos y algodón. Y en ocasiones aún aceptaba hablar con ella, pero cada uno en
una habitación.

(El EMPERADOR se arranca la máscara.)

EMPERADOR.-¿Apuesto a qué me vas a condenar? Responde.
ARQUITECTO.-Ojo por ojo, diente por diente.

(El EMPERADOR, muy triste, da una vuelta a la escena y se sienta en el suelo volviendo la
espalda al ARQUITECTO. Coge su cabeza entre sus manos. El ARQUITECTO le observa
de forma contrariada. Luego, en vista de que la cosa parece seria, se dirige hacia él. Le
examina minuciosamente y se quita, por fin, la máscara.)

ARQUITECTO.-Vamos, cálmate, no es para tanto. ¿Quieres sonarte los mocos? (El EMPERADOR
asiente con la cabeza. El ARQUITECTO dirigiéndose hacia las altas ramas de un árbol invisible
para el espectador.) Árbol dame una de tus hojas. (En efecto, inmediatamente cae una de las
hojas, una hoja bastante grande. El ARQUITECTO la coge.) ¡Vamos, suénate! (El EMPERADOR
se suena y tira con rabia muy lejos el pañuelo-hoja, luego se pone de manera que da más aún la
espalda al ARQUITECTO.; ¿Qué más quiere el señor? (El EMPERADOR gimotea.) Bueno, ya
sé. Es cierto. Eras el Emperador, aún eres el Emperador de Asiria, cuando te levantabas por las
mañanas, todos los trenes y todas las sirenas mugían para advertir al pueblo que te habías
despertado.

(Después de haber dicho estas palabras va a ver qué pasa. El EMPERADOR sigue sin hacer
caso.)

ARQUITECTO.-Diez mil amazonas, con cuerpo escultural, desnudas en tus habitaciones...

(De pronto, el EMPERADOR se levanta, infla sus pulmones como si tratara de imitar a un
actor de melodrama. Grandilocuencia total.)

EMPERADOR.-Diez mil amazonas, que mi padre importaba directamente de las Indias
Orientales, acudían por la mañana desnudas a mi habitación y besaban la yema de mis dedos,
mientras entonaban a coro la canción imperial que tenía como estribillo:
Viva nuestro emperador inmortal.
Que Dios le libre de todo mal.
Qué resonancias. Diez mil... (En aparte.) Ni que mi habitación fuera un estadio.
(De nuevo con
énfasis.) Mi vida ha llevado siempre el sello de un destino único en el gran destino universal, fue
un ejemplo para las generaciones futuras y por venir, en una palabra para la posteridad.

(De nuevo se sienta en la piedra, deshecho. Pausa. Se sienta.)

EMPERADOR.-Tiene razón, intenté matar a mi madre. Sansón ha dicho la verdad. (Levantándose
bruscamente lleno de convicción y de fuerza.) Y ¿qué? Intenté matarla, y ¿qué? Si te crees que me
das complejo te confundes de medio a medio. Me trae sin cuidado. (Se siente preso de una
repentina inquietud. De rodillas se arrastra hasta el ARQUITECTO. Dime, ¿me seguirás
queriendo a pesar de esto?
ARQUITECTO.-Nunca me habías hablado de esta tentativa de crimen.
EMPERADOR.-(Levantándose, muy digno.) Tengo mis secretos.
ARQUITECTO.-Ya veo.
EMPERADOR.-Si quieres saber la verdad, quería a un solo ser, a mi perro lobo. Iba a
buscarme todos los días. Nos paseábamos juntos como un par de enamorados. Pegaso y París. No
tenía necesidad de despertador era él el que todas las mañanas acudía a lamerme las manos. Entre
paréntesis, esto me evitaba a veces lavármelas. Fue gracias a él por lo que perdí mi confianza en
mi equipo de billar eléctrico. Me era muy fiel. ¿No se dice así?

(El ARQUITECTO se pone a gatas, pasa una correa en torno a su cuello y se pone una
caperuza.)

ARQUITECTO.-Soy tu perro lobo de las islas.
EMPERADOR.-iEh, Chucho! ¡Busca, busca! (El ARQUITECTO comienza inmediatamente a rascar
en la arena como un perro lobo.) A ver qué me descubre mi fidelísimo can. (Mientras ladra, el
ARQUITECTO sigue rascando: "¡Guau, guau!". Por fin extrae de entre la tierra una perdiz viva
que toma en sus fauces y se la lleva corriendo feliz. Vuelve inmediatamente. El EMPERADOR le
acaricia con cariño y le da golpecitos en el lomo.) "En la escala de las criaturas, sólo el hombre
puede inspirar un asco continuo. La repugnancia que produce un animal es pasajera". (El perro-
ARQUITECTO aprueba feliz y ladra gozosamente.) Ese sí que era de los míos. Eso es, permanece
a mi lado para siempre como un perro y te querré durante toda la eternidad, juntos recorreremos
como el Cancerbero y Homero los reinos abisales del Océano.


(Se vuelve ciego y se pone gafas de ciego.)


EMPERADOR.-(Ciego. Tono solemne.) "Canta, oh musa mía, la cólera de Aquiles". Esto me parece
que ya lo he dicho. Una limosnita para un pobre ciego de nacimiento que no puede ganar su pan.
Una limosnita. Gracias, señora, es usted muy amable, que Dios le dé vida y le conserve la vista
muchos años. Una limosnita por amor de Dios. Por amor de Dios... Atiza, ahora que estoy ciego
es cuando más claramente veo a Dios. ¡Oh, Señor!, te veo con los ojos de la fe ahora que mi vista
está ciega. ¡Oh, Señor, qué feliz soy! Siento, como Santa Teresa de Ávila, que me introduces una
espada en el culo.
ARQUITECTO.- (En lenguaje canino.) En las entrañas.
EMPERADOR.-Eso es, en las entrañas, siento que introduces en mis entrañas una espada de
fuego que me produce un gozo y un dolor sublimes. ¡Oh, Señor!, siento también, como la Santa,
que los diablos juegan a pelota con mi alma. ¡Oh, Señor! por ñn he encontrado la fe. Quiero que
toda la humanidad sea testigo de este acontecimiento. Quiero que mi perro también tenga la fe.
Perro, dime, ¿tienes fe en Dios? (Ladrido incomprensible del perro-lobo ARQUITECTO.) Especie
de sarraceno apóstata, ¿no crees en Dios? (Se dispone a pegarle, pero el perro se escapa. Él
queda, como un ciego, dando bastonazos a derecha y a izquierda con su bastón.) ¡Bestia! Ven a
mi lado. Es la voz de la revelación, de la fe. (Da bastonazos por todos lados intentando pegar al
perro que se ríe de él.) Haré una cruzada de ciegos creyentes para ir a combatir a bayonetazo
limpio a todos los perros ateos de la tierra. ¡Bestia! Ven aquí. Ponte de rodillas conmigo voy a
rezar. (Da bastonazos a derecha e izquierda. El perro le loma el pelo, ladra.) Y aún te burlas de
mí. Maldito coyote de la Pampa. Pobre animal, no comprenderá jamás las excelsas virtudes del
proselitismo.

(El ARQUITECTO se quita la caperuza y vuelve al tribunal.)

ARQUITECTO.-(Presidente.) Que pase el siguiente testigo.


(El EMPERADOR refunfuñando se quita las gafas de ciego.)


ARQUITECTO.-He dicho que pase el testigo siguiente. Doña... Olimpia de Kant.
EMPERADOR.- (Olimpia.) ¿Puedo serles útil?
ARQUITECTO.-¿Conoció usted a la madre del acusado?
EMPERADOR.- (Olimpia.) ¿Cómo no iba a conocerla? Era mi mejor amiga. Éramos amigas de la
infancia, nos habían expulsado del mismo colegio...
ARQUITECTO.-¿Cómo las expulsaron?
EMPERADOR.-(Olimpia.) Historias de niñas. Jugábamos desnuditas a los médicos, a tomamos
la temperatura, a hacemos toda clase de operaciones, a derramar sobre nuestras cabezas tinteros,
y la tinta caía lentamente hasta los pies... en aquel tiempo de costumbres tan viejotas, vaya usted
a saber lo que se imaginaron. Claro que nos besábamos, ¿no nos íbamos a besar? Eramos dos niñas
que nacían a la vida. El caso es que nos expulsaron del colegio.
ARQUITECTO.-¿Qué edad tenían?
EMPERADOR.-(Olimpia.) Ella era algo mayor que yo. Dos niñas, ya le digo. Juegos, nada más
que juegos inocentes. Pero, en fin, supongo que no estamos aquí para hablar de ese asunto.
ARQUITECTO.-Asunto que no carece de interés. ¿Qué edad tenía en el momento de la
expulsión?
EMPERADOR.-(Olimpia.)¿Quién, yo?... (Muy grave.) Apenas veinte años.
ARQUITECTO.-¡Oh! (Silencio crispado.) Conocía, claro está, al acusado.
EMPERADOR.-(Olimpia.) Era el gran amor de su madre, no vivía nada más que para él. Y siempre
creí que él la quería con el mismo fervor.
ARQUITECTO.-¿Nunca reñían?
EMPERADOR.-(Olimpia.) Todos los días estallaban violentas disputas. Eso es el amor. Era
corriente verles como una pareja de enamorados paseándose por un parque, o bien riñendo a
grandes gritos sin preocuparse para nada de quién pudiera oírles. Nunca hubiera imaginado que
las cosas pudieran llegar tan lejos.
ARQUITECTO.-¿Tan lejos?
EMPERADOR.-(Olimpia.) Días antes de que su madre desapareciera para siempre, de-sa-pa-re-cie-
ra...
ARQUITECTO.-¿Qué quiere decir con ese tono irónico?
EMPERADOR.-(Olimpia.) Yo creo que nadie "desaparece", sino que se le hace desaparecer.
ARQUITECTO.-¿Se da cuenta de la gravedad de su acusación?
EMPERADOR.-(Olimpia.) Yo no me meto en nada. Lo que le decía es que días antes de su
desaparición se produjo un suceso que ella me contó y que vale la pena que se cuente. Mientras
dormía, su hijo se aproximó sin ruido, colocó con todo cuidado un tenedor, sal y una servilleta
junto a la cama y una cuchilla de carnicero, con muchas precauciones, la levantó encima de la
garganta de su madre y cuando le asestó el formidable hachazo que hubiera debido decapitarla, ella
se separó. Parece que el acusado en vez de sentirse mal, fue presa de un ataque de risa.
(El EMPERADOR se para, se sacude con una risa histérica, previamente se ha quitado la
máscara de Olimpia.)
EMPERADOR.-¡A la rica carne de madre! Carnicería modelo. ¡La oferta de la semana! (Ríe a
carcajadas. De pronto, se vuelve muy serio hacia el ARQUITECTO. Con un tono muy triste.)
Nunca te lo he dicho, pero ¿sabes? Cuando me voy lejos de ti... (Muy alegre.) Cuando pienso que
hubiera podido asestarle un hachazo y cortarla en filetes. Mi madre en rajitas. (Muy triste de
nuevo.) Nunca lo has sabido, pero si me alejo de ti para ir... (Muy digno.) al retrete, es porque...
(Ríe.) Mi madre, ¡qué caso! No habrás creído, supongo, ni una palabra de lo que ha dicho Doña
Olimpia de Kant. (Tristemente.) ... Pues hoy lo sabrás. Te diré la verdad. Me alejo de ti para
blasfemar.
ARQUITECTO.-Pero ¿por qué? ¿No quieres blasfemar conmigo?
EMPERADOR.-(Triste.) No me obligues ha causar escándalo. No olvides estas palabras
históricas: "Si tu mano es causa de escándalo más vale que te la cortes". "Si tu pie..." ¿Será por
ese motivo por lo que se ve tanto cojo en esta época?
ARQUITECTO.-Nada de escándalos. Si quieres ahora mismo vamos a blasfemar juntos.
EMPERADOR.-(Inquieto.) ¡Juntos! ¿Tú y yo? ¿Blasfemar?
ARQUITECTO.-Claro, ¡será maravilloso!
EMPERADOR.-Oye, y que piensas si blasfemáramos con música.
ARQUITECTO.-Excelente idea.
EMPERADOR.-¿Cuál será la música que más joda a Dios?
ARQUITECTO.-Tú sabrás mejor que yo.
EMPERADOR.-Blasfemar con una marcha de música militar debe sentarle como una patada en el
culo. (Con tristeza.) ¿Sabes lo que hago cuando me alejo? Defeco de la manera más distinguida
y con el mayor recogimiento. Luego con el producto, que me sirve de pintura, escribo: "Dios es
un hijo de puta...". ¿Crees que un día me convertirá en estatua de sal?
ARQUITECTO.-¿Es que ahora los convierte en estatua de sal?
EMPERADOR.- (Grandilocuente.) Desgraciado, no has leído La Biblia. ¡Es increíble! ¡Qué juventud!
¿No lo sabías? Dios, lo mismo te convierte en estatua de sal, que hace descender sobre ti fuego
del cielo, o que inunda la tierra en menos que canta un gallo. ¡Ándate con ojo!
ARQUITECTO.-Bueno, ¿blasfemamos juntos, sí o no?
EMPERADOR.-Cómo ¿no te da miedo?
ARQUITECTO.-Pero si tú...
EMPERADOR.-¡No me recuerdes mis pecadillos de juventud! No sabes nada de las debilidades
de la carne. ¿Qué sabes tú? Escúchame. (Adopta la actitud de un tenor y canta con un aire de
ópera, con énfasis.) "Me cago en Dios y en su divina imagen y en su omniprescncia". (Al
ARQUITECTO.) Añade por lo menos ¡tralala-tralala! "Odio a Dios y todos sus milagros".
ARQUITECTO. -Tralala-tralala.
EMPERADOR.-(Furioso.) ¡Bestia! ¿Cómo te atreves a interrumpirme?
ARQUITECTO.-Pero si me lo habías pedido tú.
EMPERADOR.-Calla. ¿No veías que seguía mi inspiración? Te crees que es tan fácil cantar
ópera. (Pausa.) Pero, ¿por dónde íbamos a propósito de este juicio?
ARQUITECTO.-¿Ahora eres tú el que te interesas?
EMPERADOR.-Ponte inmediatamente en tu sitio. ¿No se hará jamás justicia en esta puñetera isla?
Si Cicerón levantara la cabeza ¡Menudas catiiinarias!

(El ARQUITECTO se pone la máscara de Presidente de Tribunal.)

ARQUITECTO.-Se hará justicia. Que pase el siguiente testigo... Un momento. El tribunal considera
que ya ha escuchado a todos los testigos. Pasamos a escuchar lo que el acusado tiene que decir en
su defensa. ¿Qué opina de la carta que hemos encontrado? "Como el pájaro vuela hacia la orilla
sobre la cabeza de los pescadores que reman ..."
EMPERADOR.-No me diga más, reconozco en ella el estilo de mi madre.
ARQUITECTO.- (Murmorando mientras lee para sí.) ...!Ah!... Esto es lo que parece más
interesante. "He sido siempre como una roca, como una biblioteca, como una radiestesista para
mi hijo, para él... "
ARQUITECTO.-El cuento de nunca acabar, lo mucho que me quiere, etcétera.
EMPERADOR.-(Murmura. Por fin lee.) ..."Cuando era niño había que tumbarle sobre la acera
y cubrirle con una manta, luego aparecer, levantar la manta y decirle: "Hijo mío, mi tesoro, has
muerto, lejos de mamá".
EMPERADOR.- (Impaciente.) Juegos, nada más que juegos inocentes. No tiene nada de
extraordinario.
ARQUITECTO.-No olvide que esta carta la escribió días antes de su pretendida desaparición.
EMPERADOR.-Que tengo yo que ver con su desaparición.
ARQUITECTO.-(Leyendo) "Temo... lo peor, últimamente se ha vuelto muy raro, me riñe por
todo. Cuando vamos al bosque las noches claras ya no danzamos la farandola como antes, tengo
la impresión de que me busca, de que me..."


(El EMPERADOR sale corriendo. El ARQUITECTO se quita su atuendo de presidente y se
coloca la máscara de madre, luego, se envuelve con un chal con el que cubre su cabeza.) El
EMPERADOR ejecuta una danza endiablada mientras canta.)


EMPERADOR-
En la noche las estrellas
se llenan de zapatos femeninos
y de ligas.
En la noche las estrellas
me llaman al centro de mi cerebro.

(El ARQUITECTO-madre danza con él una especie de farandola.)

EMPERADOR.-(Se para bruscamente.) Te echaré al perro-lobo.
ARQUITECTO.-(Madre.) ¿Qué dices hijo mío?
EMPERADOR.-Te mataré y te haré comer por el perro.
ARQUITECTO.-(Madre.) Hijo mío, que cosas tan raras se te ocurren, ¡pobrecito, hijo de mi
alma!
EMPERADOR.-¡Qué desgraciado soy, mamá!
ARQUITECTO.- (Madre.) Hijo mío, aquí estoy yo para consolarte.
EMPERADOR.-¿Me consolarás siempre?
ARQUITECTO.-(Madre.) ¿Cómo puedes tener semejantes ideas? Ya no me quieres.
EMPERADOR.-Oh, sí. Mira, soy un plátano, pélame y cómeme si quieres.
ARQUITECTO.-(Madre.) Hijo mío, sienta un poco la cabeza. Te estás volviendo loco. Estás
siempre muy solo. Tienes que salir un poco más, ir un poco al cine.
EMPERADOR.-Todo el mundo me detesta.
ARQUITECTO.- (Madre.) Ven que te meza en mi regazo. (Coloca su cabeza sobre el regazo del
Arquitecto-Madre.) No llores, hijo mío, pobrecito él. Todo el mundo le detesta porque es
mejor que los otros. Todos le tienen envidia.
EMPERADOR.-Mamá, déjame sentarme a tus pies, como cuando era pequeño.
ARQUITECTO.- (Madre.) Sí, hijo mío. (El ARQUITECTO-madre levanta los pies. El
EMPERADOR sentado de espaldas a su madre apoya su cuello contra la planta de los pies del
ARQUITECTO. Posición muy delicada de adoptar y mantener. El ARQUITECTO-madre canta
una nana.)

Pobrecito mi niño
el más hermoso,
que no tiene que dañarle
ni el diablo ni el coco.


(La madre tararea la canción, mientras el EMPERADOR medio se amodorra. De pronto, se
levanta presa del más vivo frenesí.)


EMPERADOR.-Que me oigan todos los siglos, es verdad, yo maté a mi madre. Yo mismo sin
ayuda de nadie.


(El ARQUITECTO corre a ponerse el atuendo de Presidente del Tribunal.)


ARQUITECTO.-¿Es consciente de la gravedad de sus confesiones?
EMPERADOR.-Poco importa. Que caigan sobre mí todos los castigos de la tierra y del cielo, que
sea devorado por mil plantas carnívoras, que chupe la sangre de mis venas una escuadrilla de
abejas gigantes, que me cuelguen por los pies en los espacios inñnitos a millones de años luz de
este planeta, que los dragones de Satanás me tuesten las nalgas hasta que solo sean dos panderos
rojos.
ARQUITECTO.-¿Cómo la mató?
EMPERADOR.-Le asesté un martillazo en la cabeza mientras dormía.
ARQUITECTO.-¿Murió al instante?
EMPERADOR.-Inmediatamente. (Soñador.) Qué impresión tan curiosa. De su cabeza entreabierta
se escaparon como unos vapores y creí ver un lagarto que salía de la herida. Se colocó sobre la
mesa enfrente de mí, moviendo acompasadamente su bofe y mirándome fijamente. Al mirarle
detenidamente, pude ver que su cara era mi cara. Cuando lo fui a coger desapareció como si fuera
tan sólo un fantasma.
ARQUITECTO.-Pero cuando...
EMPERADOR.-Luego, ignoro por qué, me entraron ganas de llorar. Me sentía muy desgraciado.
Besé a mi madre y mis manos y mis labios se llenaron de sangre. Por más que la llamaba no me
respondía y me sentí cada vez más triste y más desgraciado. (El EMPERADOR busca.) Mamaíta,
soy yo. No quería hacerte daño, ¿Qué te pasa? ¿Por qué no te mueves? Mira como sangras.
¿Quieres que haga gracias para ti? (Comienza a contorsionarse, a ejecutar falsas piruetas muy
torpes. Recitando:) "La liebre de Marzo y el sombrerero lomaban el té. Un lirón estaba sentado
entre ellos profundamente dormido y los otros dos apoyaban... (Gime.) .. .sus codos sobre él como
sobre un almohadón." ...Mamaíta, no quería hacerte daño, tan sólo te di un martillacito, muy
suavemente... "Y hablaban por encima de su cabeza. Qué incómodo para el lirón, pensó Alicia,
pero como duerme, supongo que le dará igual". ¿Te ha gustado mamaíta querida? ¿lo he dicho
bien? Habíame. (Pausa.) Dime algo.

(El ARQUITECTO golpea sobre la mesa.)

ARQUITECTO.- (Presidente.) ¿Qué hizo usted del cadáver? ¿Cómo puede explicamos que nunca
haya aparecido?
EMPERADOR.-Pues... (Baja la cabeza, tímidamente.) ... ¡Qué poco importa!
ARQUITECTO.-La justicia tiene que saberlo todo.
EMPERADOR.-El perro lobo que teníamos... el perro... el perro... bueno, se comió el
cadáver.
ARQUITECTO.-¿Y usted no se lo impidió?
EMPERADOR.-Yo... más bien... ¿qué había de malo?... Tardó varios días. Cada día comía un
pedazo... Yo mismo le introducía en la habitación.
ARQUITECTO.-¿Lo devoró todo, hasta los huesos?
EMPERADOR.-Los que no trituró los tiré en las latas de basura de la facultad de Medicina.
ARQUITECTO.-El tribunal juzgará sus actos.
EMPERADOR.-(Tono muy falso.) "Como un barco con sus velas desplegadas se para en todas las
escalas de su itinerario, así mi dolor conocerá todos los grados del martirio". (Tono sincero.)
Arquitecto, condéname a muerte, sé que soy culpable. Sé que lo merezco. No quiero soportar ni
un minuto más esta vida fracasada, llena de reveses. Me imagino que hubiera sido feliz dentro de
un acuarium, sentado en una silla, rodeado de agua y de peces y vendrían las niñas a verme los
domingos. En vez de eso... Dime que me quieres, Arquitecto, dime que a pesar de todo, no me
rechazarás esta noche.
ARQUITECTO.-Aquí estamos para juzgarle.
EMPERADOR. -Arquitecto. Dime de una vez que me has condenado. (Pausa.) Oye, soy tu Ave
Fénix. (Imita el Ave Fénix.) Móntate sobre mi espalda y te llevaré al paraíso de las lecciones
obscuras.
ARQUITECTO.-Nada de historias. Está ante un tribunal.
EMPERADOR.-Mis piezas de convicción son sus cisnes redondos durante el último período de
luna llena.
ARQUITECTO.-Será juzgado con una extrema severidad.
EMPERADOR.-¿Puedo preguntarle cuál será mi castigo?
ARQUITECTO.-La muerte.
EMPERADOR.-¿Puedo elegir mi muerte?
ARQUITECTO.-Diga.
EMPERADOR.-Quisiera que me matara usted mismo de un martillazo. Arquitecto, ¿me matarás
tú mismo?
ARQUITECTO.-Supongo que podremos accederá sus deseos.
EMPERADOR.-No deseo, exijo, es la última voluntad de un condenado a muerte.
ARQUITECTO.-Hable de una vez por todas.
EMPERADOR.-Tras mi muerte...
ARQUITECTO.-(Quitándose la toga.) Emperador, ¿hablas en serio?
EMPERADOR.-(Grave.) Muy en serio,
ARQUITECTO.-Todo esto era una farsa más, tu juicio, tu proceso... pero parece que lo tomas
en seño. Emperador, sabes que te quiero.
EMPERADOR.-(Emocionado.) ¿Lo dices en serio?
ARQUITECTO.-Sí, muy en serio.
EMPERADOR.- (Cambiando de tono.) Pero hoy no jugábamos.
ARQUITECTO.-Hoy era un día como otros.
EMPERADOR.-Era diferente, has aprendido muchas cosas que no quería confesarte.
ARQUITECTO.-¿Qué importa? ¿Me besas? (El ARQUITECTO cierra los ojos. El EMPERADOR
se acerca a él y muy ceremoniosamente le besa en la frente.) ¿En la frente?
EMPERADOR.-Yo te respeto. ¿Qué sabes tú de estas cosas?
ARQUITECTO.-Enséñame, como me lo has enseñado todo.
EMPERADOR.-Hoy me matarás, me has condenado a muerte y tienes que ejecutar la sentencia.
ARQUITECTO.-Pero morir no es un juego como los demás, es irreparable.
EMPERADOR.-Lo exijo. Ese es mi castigo. Te estaba hablando de mis últimas voluntades.
ARQUITECTO.-Habla.
EMPERADOR.-Deseo que... deseo... bueno que me comas... que me comas... Quiero que seas tú
y yo a la vez. Me comes entero... Arquitecto, ¿me oyes?



(Obscuridad.)






SEGUNDO CUADRO


(Unas horas después. Sobre la mesa que antes sirvió para el juicio yace el cadáver desnudo
del EMPERADOR. La mesa está preparada como para comer. Cuando la luz alumbra la
escena, aparece el ARQUITECTO con una gran servilleta anudada alrededor del cuello.
Progresivamente y a medida que el desenlace se aproxima, el ARQUITECTO toma la voz,
el tono, los rasgos, las expresiones del EMPERADOR. Cuando vuelve la luz el
ARQUITECTO está cortando el pie del EMPERADOR con un tenedor y un cuchillo).
ARQUITECTO.-¡Qué barbaridad!, que duro tenía el tobillo. (Medio sierra para terminar de
cortarlo, pero en vano. Dirigiéndose a la cabeza muerta del EMPERADOR.) ¡Eh! Emperador, qué
te echabas en los huesos de los pies, no hay manera de serrarlos.

(Entra en la cabaña y sale con un serrucho. Sierra con el serrucho. El pie resiste.)

ARQUITECTO.-Matarle..., comerle... Y yo, aquí solo. ¿Quién va a llevarme ahora a Babilonia
a lomos de elefante? ¿Quién va a acariciarme la espalda antes de dormirme? ¿Quién me va a pegar
con el látigo cuando lo desee? (Se dirige hacia los matorrales.) Topos, traedme un hacha, veamos
si por fin logró arrancar este maldito pie. (Estira la mano, no ocurre nada.) Pero, ¿qué pasa? No
me obedecéis. Soy yo quien os habla, soy el Arquitecto, no soy el Emperador, traedme un hacha.
(Estira la mano. Espera inquieto. Tras larga espera por fin aparece entre los matorrales un
hacha.) Lo que han tardado los malditos. ¿Es que ya no me obedecen? Vamos a ver. Que caigan
el rayo y el trueno inmediatamente. (Espera angustiada.) ¿Cómo? Esto tampoco. Me encuentro
muy raro. Estoy muy inquieto. Me he duchado en la fuente de la juventud, he hecho todos los
ejercicios... y, sin embargo, no me obedecen. (Rayo y trueno.) ¡Ah! Bueno, más vale tarde que
nunca. (Con el hacha en la mano se dirige al EMPERADOR. Le asesta en el pie un formidable
hachazo y consigue cortarlo. Lo toma en las manos. Mira el pie de muy cerca.) Sus cinco deditos.
Sus callos. Buen pie, más bien grande, vive Dios. No tendrá aún cosquillas. (Le hace cosquillas
en la planta del pie. Ríe él mismo.) Comérselo así, a palo seco... Un poco de sal hará maravillas.
(Lo sala. Muerde y saborea el bocado.) ¡ Ah, pues no está tan mal! Me regalo por anticipado. (De
pronto, deja de comer, amedrentado.) Espero que hoy no sea vigilia ¿Es viernes? Creo que no.
De todas maneras, ¿cuál es la religión que prohibe comer carne los viernes? Esa acémila de
Emperador, oh, perdón, ni siquiera me lo ha dicho. En una, hay esa historia de los viernes y de...
las cruzadas ¡Ay, va! No me acuerdo de nada. Y en otra, ¿la de los harenes? ¡Menudo follón que
tengo en la cabeza! Si tengo buena memoria todas prohíben la masturbación... a menos que...
¿dónde están esos malditos libros piadosos? Por cierto, ¿cuál es mi religión...? Bueno, más vale
que lo deje a un lado. (De pronto, muy inquieto.) ¡El papel! ¿Dónde está el papel? (Sale, entra en
la cabaña y vuelve con un papelito en la mano. Leyendo el papel.) "Quiero que te vistas como mi
madre para comerme. No te olvides sobre todo de ponerte el gran corsé con cordones". Vamos
bien, se me olvidaba lo esencial. (Se dirige a la cabaña y vuelve con una gran maleta en la que
está pintado con letras grandes: "Trajes de mi mamita adorada ". Abriendo la maleta.) ¡Qué olor!
¡Qué barbaridad! Pero esta señora se meaba encima. Huele peor aún que el Emperador. Y cuando
le daba por hurgarse el sexo se olía a medio kilómetro. ¡Qué manías! Todo el día hurgándoselo,
aireándolo, contemplándoselo... (De pronto se ríe a carcajadas.) Y cuando se lo guardaba entre
las piernas hubiéramos creído que no tenía. Era un chiquillo. (Saca el corsé. Se lo coloca.
Comienza a atárselo.) Pero ¿para qué tanta cuerda? Un momento. ¿Pero no hablo ya casi como
el Emperador? ¿Qué me pasa? También hablo solo. Como decía él: "Estoy solo, lo cual me brinda
la ocasión de mostrarme shakespeariano". Quién lo habrá podido inventar. Por qué me habrá
ordenado que me disfrace con las ropas de su madre. Bueno más vale que no me meta en sus
asuntos. (Para mejor poder tirar de las cuerdas las hace pasar por una rama. Tira brutalmente.)
Me ahogo. ¿Cómo se las arreglan con todas estas bagatelas para dejarse meter mano? (Por fin ha
terminado de atar el corsé. Se envuelve en un chal y se pone un sombrero barroco.) ¡Que
espléndida madre sería! Popea no me llega a los talones. Mis entrañas están preparadas para
engendrar al mismísimo Nerón... (Inquieto.) Pero no decía esto el Emperador. ¡Muera la
monarquía! Estoy hasta el gorro de ti y de tu madre. Será lo último que haga por ti, comeré tu
cadáver vestido como tu madre y luego bogaré hacia otras costas con mi piragua. Siento bajo las
aguas la llamada de las diez mil trompetas de Jericó. De mi vientre nacerá la luz que me guiará
hacia un país donde viviré abrumado de felicidad, donde los niños correrán con las reinas de Saba
y donde los ancianos gobernarán a las mujeres de manos acariciadoras. (Está sucintamente
disfrazado de madre. Se sienta en la mesa y con ceremonia come un nuevo bocado del pie del
EMPERADOR. Deja de masticar y habla, llorando, a la cabeza del EMPERADOR.; Sabes, lo
siento mucho... me siento muy solo sin ti. Me hacías mucha compañía. Prométeme que
resucitarás... ¿No me dices nada? Dime al menos que me quieres. (Espera un momento.) Dime
algo, te lo suplico. Haz un milagro. Los santos hablan después de muertos, tú mismo me lo has
contado... y hacen milagros. Haz un milagro para mí. Cualquier cosa, que sienta tu presencia es
todo lo que pido. Mira este vaso de agua, conviértelo en whisky. (Levanta el vaso.) Vamos, haz
un esfuerzo. Es un vasito de nada. Si te hubiera pedido que fundieras una campana que volviera
fecundas a las mujeres estériles que la tocaran, podrías quejarte, pero... Sólo en whisky... un
esfuercito. Aún más fácil, vuelve el agua en vino blanco. (Espera, no ocurre nada.) En vino
blanco. Es muy sencillo... en vino aguado... (Furioso.) Bueno, no te hablo más. No te volveré a
hacer caso. Que te pudras de asco. (Muerde furiosamente el pie del EMPERADOR. Toma el vaso
de agua que acaba de levantar. Se lo lleva a los labios para beber. Furioso lo tira lejos.) ¡Cabrón!
¡Berzas, más que berzas! Me lo has convertido en lejía. Eres un marica y un santo de risa. Si esto
es un milagro, yo soy María Guerrero. (Devora un gran pedazo del pie.) ¿Qué habrá querido decir
con eso? ¡Lejía! Luego hay otra vida, un más allá. Si tuviera una mesa de tres patas entraría en
comunicación con él. De todas maneras aún queda un trozo de lo mejor. En cuanto me coma su
cerebro con todo el ácido nucleico que contiene, ahí va a estar lo bueno. Con su ácido nucleico
en la panza soy capaz de todo. (Se dirige a la cabaña, provisto de un cincel de escultor y una
pajita de horchata. ¿Me permites? Voy a absorber primero tu ácido nucleico. Gracias a él... Pero
ya veo... La lejía era para su madre... Para su madre. (Ríe.) Gracias a tu ácido nucleico seré el
dueño de tu memoria, de tus sueños y, por lo tanto, de tus pensamientos. (Golpea sobre el cincel
colocado tras la oreja del EMPERADOR. Hace un agujero. Introduce la paja. Sorbe los sesos,
trozos de una substancia parecida al yogur corren por sus mejillas, los lame. Acaba de sorber el
cerebro.) Me siento otro hombre. Bueno, merezco una siestecita. Gorilas de la selva, traedme una
hamaca. (Espera con confianza.) ¿Qué pasa? ¿No me habéis oído? He pedido una hamaca. (Espera
con impaciencia.) Pero, ¿cómo? ¿Vais a negaos a obedecer? (Se dirige a los matorrales.) ¡Eh,
gorila! Sí, tú. Tráeme una hamaca... inmediatamente... (Espera un momento.) No sólo no me
obedeces, sino que te escapas corriendo. ¡Es el colmo! (Se sienta gimiendo muy tristemente.) He
perdido toda mi autoridad.

(Obscuridad.)



CUADRO TERCERO

(Sobre la mesa tan sólo quedan los huesos del EMPERADOR. El ARQUITECTO tiene ya
la misma entonación de voz que el EMPERADOR, las mismas maneras. Cuando vuelve la
luz el ARQUITECTO está chupando un último hueso.)

ARQUITECTO.-Y ahora que no puedo ya mandar a los animales, amaestraré una cabra. Cuando
le diga que ponga su firma, con su pezuña pondrá un garabato, cuando le diga que imite a Einstein
sacará la lengua, cuando le diga que haga de obispo se pondrá de rodillas. Emperador, ¿dónde
estás? ¿Cómo te he podido comer tan fácilmente? Polvo eres y en polvo te convertirás... ¿Y el sol?
¿Me obedecerá aún el sol? Vamos a verlo, ¡qué se haga la noche! (No ocurre nada. Chupando de
nuevo el último hueso. Lo deposita sobre la mesa.) Ahora puedo decir sin mentir que he
terminado. (Los huesos permanecen sobre la mesa donde forman una especie de esqueleto
dislocado.) Hablo solo como si estuviese con él. Tendría que reprimirme.

(Golpea la mesa con la mano y cae al suelo uno de los huesos. Se agacha para recogerlo bajo
la mesa, desaparece totalmente a ojos de los espectadores.)

VOZ DEL ARQUITECTO.-¿Dónde está este maldito hueso?

(Cuando reaparece de debajo de la mesa, quien surge es el EMPERADOR, vestido como el
ARQUITECTO.)


EMPERADOR-ARQUITECTO.-¡Ah! Aquí está. Aquí está este maldito hueso de marras. Tengo que
andar con ojo, de un manotazo lo tiro todo al suelo. Una cabra. Eso es, una cabra amaestrada que
llegaría a ser Princesa de Caldea, o Emperadora, o monja lasciva. (Empuja la mesa en la que
yacen los huesos y la mesa desaparece por la izquierda.) Que desaparezcan todos los restos de los
ágapes imperiales. ¡Al fin solo! Esta vez estoy seguro de que voy a ser feliz. Una nueva vida
comienza para mí. Olvido todo lo pasado. Mejor aún, olvido todo lo pasado, pero es para mejor
tenerlo presente en el espíritu, para no volver a caer en ninguno de mis errores pasados. Nada de
sensiblería. Ni una lágrima por nadie. (Llora. Reponiéndose.) He dicho que ni una lágrima por
nadie. Sereno. Tranquilo. Feliz. Sin complicaciones, sin sujeción. Estudiaré y llegaré a descubrir
solo el movimiento continuo. (Estira una de sus piernas, mira en dirección opuesta.) Ráscame la
pierna. Hazme cosquillas. (Lentamente, con la cara vuelta para el lado opuesto, resbala una mano
hasta su pierna. En el momento en que se toca la rodilla con la mano dice con voluptuosidad.) Eso
es, ahí, rasca bien, lentamente. Un poco más abajo. Con las uñas, más fuerte. Con las uñas te
''igo. Más fuerte. Rasca más fuerte. Más fuerte aún. Más abajo. Más fuerte. Más fuerte.


(De pronto, se vuelve frenético. Coge la mano que rascaba -como si estuviera sin vida- con
la otra, la contempla sorprendido.)


EMPERADOR.-Qué orgías me preparo. Pero solo, voy a ser el primero, el único, el mejor. Tendré
que prestar atención a que nadie me vea. Día y noche escondido. Y nada de lumbre, ni cigarrillos,
la llama de una colilla se divisa en una pantalla de radar a diez mil kilómetros a la redonda.
Tendré que tomar precauciones. Cantaré arias de ópera. (Canta.) Figaro-Figaro-Figaro-Figaro-
Figaro... ¡Que tío! Y como estoy solo la humanidad no me envidiará, no me perseguirá. Nadie
sabrá todo el talento que se encierra en este único habitante de un planeta, quiero decir de una isla
solitaria. Y ahora que nadie me oye. (Loco de alegría.) !Viva yo! !Viva yo! ¡Viva yo... y mierda
para los demás! ¡Viva yo! ¡Viva yo! ¡Viva yo!

(Danza feliz, loco de alegría. En ese instante se oye un ruido de avión. El EMPERADOR
escucha inmóvil un instante. Luego el EMPERADOR como un animal perseguido y
amenazado, busca im refugio, corretea, cava en la tierra, tiembla, vuelve a correr y por fin,
esconde su cabeza en la arena. Explosión. Vivo resplandor de llamas. El EMPERADOR, con
la cabeza contra la arena, se tapa los oídos con los dedos y tiembla de espanto. Pocos
momentos después sale al escenario el ARQUITECTO. Lleva una gran maleta. Tiene una
cierta elegancia afectada. Trajes recién planchados. Intenta recuperar su sangre fría. Toca
al EMPERADOR con la punta de su bastón, diciendo:)


ARQUITECTO.-Caballero, ayúdeme, soy el único superviviente del accidente.

EMPERADOR.- (Horrorizado.) ¡Fi, fi, figa, figa, fi, fi!



(Le mira un instante aterrado y huye corriendo. El telón cae rápido.)



FIN