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30/10/14

LAS TESMOFORIAS. ARISTOFANES.


























LAS TESMOFORIAS
ARISTOFANES



PERSONAJES:

MNESÍLOCO, suegro de Eurípides.
EURÍPIDES.
UN CRIADO DE AGATÓN.
AGATÓN.
CORO DE AGATÓN.
UN HERALDO, (interpretado por una mujer.)
CORO DE MUJERES, que celebran las Tesmoforias.
Dos MUJERES.
CLISTENES.
UN PRITÁNEO.
UN ARQUERO.


(La acción transcurre, primero, frente a la casa de Agatón y después junto al templo de Deméter.)

MNESÍLOCO.-(Siguiendo penosamente a Eurípides.) ¡Oh, Zeus! ¿Cuándo veré aparecer una golondrina?1 Este hombre va a acabar conmigo haciéndome correr desde el amanecer. ¿Podré antes de que me estalle el bazo, saber donde me conduces, Eurípides?
EURÍPIDES.-No debes oír lo que pronto has de ver.
MNESÍLOCO.-¿Cómo dices? Repítelo ¿No debo oír..
EURÍPIDES.-Lo que pronto vas a ver...
MNESÍLOCO.-¿Y tampoco será menester que vea?
EURÍPIDES.-No, al menos lo que debes oír.
MNESÍLOCO.-¿Qué es lo que me aconsejas? Confieso, sin embargo que hablas hábilmente. ¿Dices que no debo oír ni ver?
EURÍPIDES.-Sí; puesto que son dos funciones distintas por naturaleza.
MNESÍLOCO.-¿La de oír y la de no ver?
EURÍPIDES.-Sí; tenlo entendido.
MNESÍLOCO.-¿Cómo distintas?
EURÍPIDES.-Escucha cómo esa distinción se hizo desde los orígenes. Cuando el Eter se separó del Caos y engendró los anímales que en su seno se agitaban, con objeto de que viesen, les hizo primero los ojos redondos como el disco del sol, y después les abrió los oídos en forma de embudo.
MNESÍLOCO.-¿Y es a causa de ese embudo por lo que no puedo oír ni ver? Por Zeus, que me alegro de haber aprendido estas cosas! ¡Qué bueno es conversar con los sabios!
EURÍPIDES.-Otras muchas del mismo género aprenderás en mí escuela.
MNESÍLOCO.-¿Y aprenderé también a cojear con ambas piernas? Eso sería el colmo de la felicidad2.
EURÍPIDES.-Acércate y atiende.
MNESÍLOCO.-Aquí estoy.
EURÍPIDES.-¿Ves esa puertecita?
MNESÍLOCO.-SÍ, por Heracles, la veo.
EURÍPIDES.-Calla.
MNESÍLOCO.-Callo la puertecita.
EURÍPIDES.-Escucha.
MNESÍLOCO.-Escucho y paso en silencio la puertecita.
EURÍPIDES.-Ahí dentro vive el ilustre Agatón, el poeta trágico.
MNESíLOCO.-¿Qué Agatón es ése? ¿Es uno moreno y robusto?
EURÍPIDES.-No, es otro.
MNESíLOCO.-No lo he visto nunca. ¿Es uno que lleva una barba muy tupida?
EURÍPIDES.-¿Pero no lo has visto nunca?
MNESÍLOCO.-No, por Zeus, que yo sepa.
EURÍPIDES.-Pues cierto día estuviste con él, aunque sin conocerlo. Pero apartémonos, porque sale uno de sus criados trayendo fuego y ramas de mirto: sin duda va a ofrecer un sacrificio para el buen éxito de sus concepciones poéticas.
EL CRIADO.-Guarda, ¡oh pueblo!, un silencio religioso; cierra la boca: el coro sagrado de las Musas entona sus himnos en la morada de mi señor. Refrene el Eter apacible el soplo de los vientos; cese el rumor de las glaucas ondas...
MNESÍLOCO.-iBom... bax!3.
EURÍPIDES.-¡Silencio ...! ¿Qué dice?
EL CRIADO.-Duerme la gente alada; deténgase el correr de las feroces alimañas en las selvas...
MNESÍLOCO.-¡Bómbalo... bombax!
EL CRIADO.-Porque el diserto Agatón, nuestro amo, está a punto de...
MNESÍLOCO.-¿De prostituirse? ¡Que lo ensarten!
EL CRIADO.-!Quién habló?
MNESÍLOCO.-El Eter apacible.
EL CRIADO.-Está a punto de concebir la armazón de un drama. Redondea nuevas formas poéticas, tornea unos versos, forja unas sentencias, inventa metáforas, funde, modela y vierte en el molde el asunto, que en sus manos es como blanda cera.
MNESÍLOCO.-Y se deja... ensartar.
EL CRIADO.-¿Qué patán se aproxima a esta morada?
MNESÍLOCO.-Un hombre dispuesto a clavaros en vuestra morada, a tí y a tu noble versificador, un sólido instrumento bien firme y torneado.
EL CRIADO.-Anciano, en tu juventud debiste ser muy insolente.
EURÍPIDES.-(A su pariente.) Vamos, déjate en paz. (Al criado.) Y tú, vete a llamar a Agatón sin perder un instante.
EL CRIADO.-No hay necesidad; mi amo vendrá muy pronto, porque ha empezado a componer versos, y en el invierno no es fácil redondear las estrofas sin salir a tomar el sol. (Vase.)
MNESÍLOCO.-¿Qué debo hacer ahora?
EURÍPIDES.-Espera a que venga. ¡Oh, Zeus! ¿Qué suerte me reservas hoy?
MNESÍLOCO.-Por los dioses, quiero saber qué significa todo esto. ¿Por qué gimes? ¿De qué te lamentas? No debes tener secretos para mí, que soy tu suegro.
EURÍPIDES.-Se está maquinando contra mí una gran desgracia.
MNESÍLOCO.-¿Cuál?
EURÍPIDES.-Hoy se decidirá si Eurípides ha de vivir o morir.
MNESÍLOCO.-¿Cómo es posible? Hoy no hay sesión en los Tribunales ni en el Senado, por ser el tercer día de la fiesta, el día de enmedio de las Tesmoforias.
EURÍPIDES.-Eso es, precisamente lo que me hace presentir mi perdición. Las mujeres se han conjurado contra mí, y están reunidas en el templo de las Tesmoforias para decretar mi pérdida.
MNESÍLOCO.-¿Y por qué motivo?
EURÍPIDES.-Porque no las trato bien en mis tragedias.
MNESÍLOCO.-Por Poseidón, te estará muy bien empleado. ¿Y cómo podrás evitar el peligro?
EURÍPIDES.-Voy a ver si persuado al poeta trágico Agatón para que se introduzca en el templo de las Tesmoforias.
MNESÍLOCO.-¿Para qué? Dime.
EURÍPIDES.-Para que participe en la Asamblea de las mujeres y me defienda, si es necesario.
MNESÍLOCO.-¿Abiertamente o de incógnito?
EURÍPIDES.-De incógnito; disfrazado de mujer.
MNESÍLOCO.-El expediente es ingenioso y lleva la marca de tu genio; por lo que toca a la astucia, nuestra es la palma.
EURÍPIDES.-Cállate.
MNESÍLOCO.-¿Pues qué ocurre?
EURÍPIDES.-Que sale Agatón.
MNESÍLOCO.-¿Dónde está?
EURÍPIDES.-Míralo: le sacan con la plataforma giratoria4.
MNESÍLOCO.-Sin duda estoy ciego; no veo ningún hombre; a quien veo es a Cirene5.
EURÍPIDES.-Silencio, que se dispone a cantar.
MNESÍLOCO.-¿Va a entonar una marcha de hormigas?6.
AGATÓN.-(Que durante toda la escena habla en el estilo campanudo de los malos poetas.) Doncellas, recibid de
las diosas infernales la sagrada antorcha y festejad con danzas y alaridos de gozo la libertad de vuestra patria.
CORO DE AGATÓN. 7¿De qué deidad se celebra hoy la fiesta? Pronto estoy siempre a adorar a los dioses.
AGATÓN.-Canta, ¡oh Musa!, a Febo, el del arco de oro, que levantó los muros de la ciudad del Simois8
CORO.-¡Salve Febo; para ti mis himnos mejores, pues tú llevas la palma en el sacro certamen de las Musas!
AGATÓN.-Ensalzad a Artemis, la virgen cazadora, errabunda por bosques y montañas.
CORO.-Celebremos y ensalcemos a la casta Artemis, augusta hija de Leto.
AGATÓN.-Y a Leto, y a la cítara asiática, imitando el ritmo y el cadencioso compás de las Gracias de Frigia.
CORO.-Celebremos a la augusta Leto, y a la cítara madre de los himnos, para que nuestros acentos varoniles hagan brillar con fulgor repentino los ojos de la adorable diosa. ¡Ensalcemos al poderoso Apolo! ¡Salve, hijo feliz de la augusta Leto!
MNESÍLOCO-¡Venerandas Genetílides9, ¡qué dulce y voluptuosa melodía! ¡Qué afeminamiento! ¡Cómo trasciende a besos lascivos! ¡Qué cosquilleo se siente en el trasero al escucharla! Y tú, jovencito, si acaso lo eres, quiero interrogarte al modo de Esquilo en su Liturgia10. ¿De dónde sales, oh andrógino? ¿Qué patria es la tuya? ¿Qué vestido es ese? ¿Por qué esa agitación? ¿Cómo concuerda esa cítara con la túnica amarilla, ese aceite de atleta con un sostén? ¿Hay cosas más opuestas? ¿Qué de común entre un espejo y una espada? ¿Te han educado siquiera como un hombre? Entonces ¿dónde llevas la colita? ¿Y el manto y los zapatos viriles? ¿O eres, quizás, mujer? Pero ¿y tus pechos? ¿Qué dices? ¿Por qué ese silencio? Por tu canto, pues, te conoceré, ya que te niegas a explicarte.
AGATÓN.-¡Anciano, anciano!, he oído el silbido de la envidia, sin sentir el dolor de sus mordeduras. Llevo un traje en consonancia con mis pensamientos, porque un poeta debe tener costumbres análogas a los dramas que compone. Si el asunto de sus tragedias son las mujeres, su persona debe imitar la vida y el porte femenino.
MNESÍLOCO.-¿De suerte que al componer una Fedra montarás a caballo?
AGATÓN.-Si los asuntos son varoniles, ya tenemos en el cuerpo todo lo necesario. Pero lo que no tenemos por naturaleza, hemos de adquirirlo mediante la imitación.
MNESÍLOCO.-Entonces, cuando escribas dramas de sátiros llámame, y yo me pondré en erección detrás de tí.
AGATÓN.-Además, es de muy mal parecer un poeta grosero y velludo, Ibico, Anacreonte de Teos y Alceo, tan hábiles en la armonía, llevaban mitras y bailaban las voluptuosas danzas de la Jonia; e! mismo Frínico, de quien seguramente has oído hablar, unía a su propia hermosura la de sus vestidos; por lo que en sus dramas todo era hermoso. Cada cual imprime a sus obras su propio carácter.
MNESÍLOCO.-Por eso Filocles, que es feo, compone obras feas; Jenocles, que es malo, malas y Teognis, que es frío, frías.
AGATÓN.-Es de rigor. Y por saberlo he cuidado de corregirme.
MNESÍLOCO.-¿Cómo, por los dioses?
EURÍPIDES.-Cesa de ladrar. Yo era lo mismo cuando, a su edad, empezaba a escribir.
MNESÍLOCO.-¡Por Zeus, que no envidio tu educación!
EURÍPIDES.-Déjame, por fin, decir e! motivo que me trae.
AGATÓN.-Explícate.
EURÍPIDES.-Agatón, «de hombres sabios es decir muchas cosas en pocas palabras. Herido por una
desgracia nueva, vengo a suplicarte»11
AGATÓN.-¡Para qué me necesitas?
EURÍPIDES.-Las mujeres, reunidas en las Tesmoforias, han' resuelto hoy mi perdición, porque hablo mal de ellas.
AGATÓN.-¿Y qué socorro puedes esperar de mí?
EURÍPIDES.-Uno grandísimo. Si te mezclas furtivamente entre las mujeres de modo que parezcas una de tantas y defiendes mi causa elocuentemente, conseguirás salvarme. Tú eres el único capaz de hablar dignamente de mí.
AGATÓN.-¿Por qué no vas a defenderte tú mismo?
EURÍPIDES.-Te lo diré. En primer lugar, yo soy muy conocido, y además cano y barbudo, mientras que tú eres de hermosa figura, imberbe y de tez blanca; tienes voz de mujer y eres precioso y delicado como nadie.
AGATÓN.-Eurípides...
EURÍPIDES.-¿Qué?
AGATÓN. ¿No has escrito una vez: «el ver la luz te alegra; ¿crees que no le alegra también a tu padre?»
EURÍPIDES.-Cierto.
AGATÓN.-No esperes, por tanto, que «n me exponga a soportar tu desgracia: sería una locura. Sufre, como es natural, tu propio infortunio. Las desgracias no deben sobrellevarse con astucia, sino con paciencia.
MNESÍLOCO.-Tú, sí que has llegado, vil prostituido, con actos y no con palabras, a infamar tus posaderas.
EURÍPIDES.-¿Por qué temes ir allí?
AGATÓN.-Porque tendría un fin aún más miserable que el tuyo.
EURÍPIDES.-¿Cómo?
AGATÓN. Porque parecería que iba a usurparles sus prácticas nocturnas y arrebatarles la Cipris femenina.
MNESÍLOCO.-¿A robarles? Di más bien a prostituirte. ¡Por Zeus! ¡Vaya un pretexto!
EURÍPIDES.-En qué quedamos, ¿lo harás como te lo pido?
AGATÓN.-No lo esperes.
EURÍPIDES.-¡Entonces infeliz de mí! ¡Estoy perdido!
MNESÍLOCO.-Eurípides, mi querido yerno, no te desalientes.
EURÍPIDES.-¿Qué hacer?
MNESÍLOCO.-Envía a ese hombre al infierno, y dispón de mí como quieras.
EURÍPIDES.-Pues que tú mismo te me ofreces, acepto. Anda, quítate esa ropa.
MNESÍLOCO.-Ya está en el suelo. ¿Qué vas a hacer de mí?
EURÍPIDES.-Afeitarte los pelos de la barba y quemarte los de más abajo.
MNESÍLOCO.-Haz lo que quieras, o no haberme ofrecido.
EURÍPDES.-Agatón, tú siempre llevas navajas: préstanos una.
AGATÓN.-Cógela de ese estuche.
EURPIDES.-(A su suegro.) Eres un valiente, siéntate e hincha el carrillo derecho.
MNESÍLOCO.-¡Ay!
EURÍPDES.-¿Por qué gritas? Te voy a meter un tarugo en la boca, si no callas.
MNESÍLOCO.-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! (Se levanta y echa a correr.)
EURÍPIDES.-¿Adónde vas?
MNESÍLOCO.-Al templo de las Euménides12, sí, por Deméter, pues no voy a quedarme ahí para que me hagas tajadas.
EURÍPIDES.- Se van a reír de tí al verte con la mitad de la cara afeitada.
MNESÍLOCO.-Poco me importa.
EURÍPIDES.-No me abandones, por los dioses te lo pido; ven acá.
MNESÍLOCO.-¡Desdichado de mí! (Se sienta otra vez.)
EURÍPIDES.-No te muevas y levanta la cabeza. ¿Adónde te vuelves?
MNESÍLOCO.-¡Muú... muú...!
EURÍPIDES.-¿Por qué muges? Ya está todo arreglado.
MNESÍLOCO.-¡Infeliz de mí, voy a pelear armado a la ligera!13.
EURÍPIDES.-No pienses en eso. Vas a estar muy hermoso. ¿Quieres mirarte? (Le presenta un espejo.)
MNESÍLOCO.-Sí; a ver...
EURÍPIDES.-¿Te reconoces?
MNESÍLOCO.-No; por Zeus; a quien veo aquí es a Clístenes14
EURÍPIDES.-Levántate para que te chamusque el vello; inclínate.
MNESÍLOCO.-Pero ten cuidado. ¡Me vas a chamuscar como a un cerdito!
EURÍPIDES.-Traedme una antorcha o una lámpara. Bájate y procura resguardar la parte sensible.
MNESÍLOCO.-Lo procuraré, por Zeus; pero ¡cuidado! que me quemas... ¡Ay, ay! ¡Agua, vecinos, que tengo las nalgas en fuego!
EURÍPIDES.--Tranquilízate.
MNESÍLOCO.-¿Puede uno estar tranquilo cuando le están asando?
EURÍPIDES.-Ya no tienes por qué inquietarte: lo peor ya pasó.
MNESÍLOCO.-Tengo el trasero todo chamuscado.
EURÍPIDES. No te cuides de eso: ya se te lavará con una esponja.
MNESÍLOCO.-¡ Pobre del que se atreva a lavarme el trasero!
EURÍPIDES.-Agatón, ya que no quieres ayudarme, préstame al menos una túnica y un ceñidor; no puedes decir que no los tienes.
AGATÓN.-Con mucho gusto; tomad y usadlos.
MNESÍLOCO.-¿Qué me pongo?
AGATÓN.-Ponte primero la túnica amarilla.
MNESÍLOCO.-¡Por Afrodita, que buen olor echa a hombre! Pónmelo pronto: dame el ceñidor.
EURÍPIDES.-Toma.
MNESÍLOCO.-Dame ahora algunos anillos para las piernas.
EURÍPIDES. También necesitan una cinta y una mitra15
AGATÓN.-Toma mi gorro de dormir.
EURÍPIDES.-Por Zeus, es lo más a propósito.
MNESÍLOCO.-¿Me caerá bien?
EURÍPIDES.-Admirablemente. Tráeme también una manteleta.
AGATÓN.-Está sobre la cama, cógela.
MNESÍLOCO.-Además, necesito zapatos.
AGATÓN.-Ponte los míos.
MNESÍLOCO.-¿Me irán bien? Lo digo porque sé que a ti te gusta el calzado ancho16.
AGATÓN.-Pruébatelos. Y ahora que ya tenéis todo lo necesario, que me lleven pronto adentro17.
EURÍPIDES.-Parece enteramente una mujer. Cuando hables, ten mucho cuidado de imitar la voz femenina.
MNESÍLOCO.-Lo procuraré.
EURÍPIDES.-Pues en marcha.
MNESÍLOCO.-No por Apolo, si antes no me juras...
EURÍPIDES.-¿El qué?
MNESÍLOCO.-Emplear todos los medios para salvarme, si me ocurre algún desavío.
EURÍPIDES.-Lo juro por el Eter, morada de Zeus.
MNESÍLOCO.-¿No sería mejor que jurases por los discípulos de Hipócrates?
EURÍPIDES.-Pues bien, juro por todos los dioses sin excepción.
MNESÍLOCO.-Acuérdate de que ha jurado el corazón y no la lengua: los juramentos de ésta no los quiero18.
EURIPIDES.-No pierdas más tiempo; ya dan la señal de la Asamblea en el Tesmoforión. Yo, me retiro. (Sale.)
Aparece el templo de Deméter y Perséfone.
MNESÍLOCO.-(Disfrazado de mujer y seguido por una esclava.) Ven, Tratta, sigueme. ¡Cuánto humo despiden las antorchas! ¡Oh bellísimas Tesmóforas, recibidme y despedidme propicias! Descarga la cesta, Tratta, y saca la torta para que se la ofrezca a las dos diosas. ¡Oh augusta divinidad, Deméter adorada, y tú, venerable Perséfone: permitidme presentaros muchas oblaciones como ésta (y sobre todo que no me descubran). Conceded a mí hija un esposo rico, a la vez que estúpido y necio, para que no piense más que en divertirse. ¿Dónde encontraré un sitio para poder oír a los oradores? Tú, Tratta, márchate: las esclavas no pueden asistir a esta reunión19.
UNA MUJER HERALDO.-20Guardad un silencio religioso. Guardad un silencio religioso. Guardad un silencio religioso. Orad a las Tesmóforas, a Pluto, a Caligenia, a Curótrofe,
a la Tierra, a Hermes, a las Gracias, para que esta Asamblea nos sea propicia y útil a Atenas y a nosotras mismas. Pedidles también que aquella que por sus ilustres hechos y discursos merezca más aplausos del pueblo ateniense y de las mujeres, sea la vencedora. Dirigidles estas súplicas, y haced votos por vuestra propia dicha. ¡lo, Pean! ¡lo Pean! ¡Congratulémonos!
CORO DE MUJERES.-Esos son nuestros votos. ¡Dígnense los dioses acogerlos! Zeus Omnipotente; y dios de la lira de oro, adorado en Delos21 y tú, invencible diosa, doncella de ojos azules y áurea lanza, patrona de la más floreciente ciudad22, acudid a mi llamamiento; acude tú también, hermoso retoño de Leto23, la de fúlgida mirada, virgen cazadora, adorada bajo cien advocacíones; y tú, venerable Poseidón, soberano de las olas, abandonando tu líquido palacio arremolinado por las tempestades y recorrido por los peces, ven acompañado de las hijas de Nereo, y de las campestres ninfas. Mézclense a nuestras oraciones los acentos de la dorada lira, y reine el orden en esta Asamblea de nobles matronas ate nienses.
EL HERALDO.-Orad a los dioses y diosas del Olimpo, de Delfos, de Delos, y a las demás deidades. Si hay algún malvado que conspire contra el pueblo femenino o que ofrezca a Eurípides o a los medas una paz perjudicial a las mujeres, o que aspire a la tiranía, o se proponga restablecer a un usurpador; si hay un delator que denuncie a una mujer culpable de hacer pasar por suyo un hijo supuesto, o una esclava que después de haber secundado los pensamientos de su señora la denuncie a su marido, y, encargada de llevar un recado, traiga falsas noticias; si hay algún galanteador que engañe a una mujer y después no la dé lo prometido; si hay una vieja que compra sus amantes o una cortesana que por los regalos de otro abandona a su querido; sí hay un tabernero o tabernera que al vendernos un congrio o una cótíla24 nos engaña en la medida, pedid al cielo los confunda a todos, con toda su familia y que al propio tiempo os colme de bienes a vosotras.
CORO.-Unánimes pedimos que se cumplan vuestros votos en favor de la ciudad y del pueblo y que, como es justo, se otorgue la victoria a las que den mejores consejos. Las que cometen fraudes y violan los más sagrados juramentos en provecho propio y daño del común; las que tratan de derogar las antiguas leyes y decretos promulgando otros nuevos; las que revelan nuestros secretos a los enemigos e impulsan a los medas a que ataquen nuestro país para arruinarlo, esas son culpables para con los dioses y para con la ciudad. Acoge tú nuestras preces, omnipotente Zeus, para que, aunque mujeres, los dioses nos asistan.
EL HERALDO.-Escuchad todas. «El Consejo de las mujeres, siendo presidente Timoclea, secretario Lisila y Sóstrata orador25 ha decretado: Que mañana, día de en medio de las Tesmoforias, por ser el más desocupado, se destine ante todo a deliberar sobre el castigo que debe imponerse a Eurípides, por sus ultrajes a todas nosotras.» ¿Quién pide la palabra?
MUJER PRIMERA.-Yo.
EL HERALDO.-Pues ponte esa corona antes de hablar,26. Callad. ¡Silencio) ¡Atención! Ya escupe, según acostumbran los oradores. Parece que tiene mucho que decir.
MUJER PRIMERA.-Pongo por testigos a las dos diosas que no es en modo alguno la ambición lo que mueve a hablar aquí, mujeres. Muéveme solamente la indignación que me sofoca al veros vilipendiadas por Eurípides, ese hijo de verdulera. ¿Qué ultrajes hay que no nos prodigue? ¿Qué ocasión de calumniarnos desprecia, en cuanto tiene muchos o pocos oyentes, actores y coros? Nos llama adúlteras, desvergonzadas, borrachas, traidoras, charlatanas, inútiles; peste de los hombres; con lo cual cuando nuestros maridos vuelven del teatro nos miran de reojo y registran la casa para ver si tenemos escondido algún amante. Ya no nos permiten hacer lo que hacíamos antes a causa de las sospechas que ese hombre ha inspirado a los esposos. ¿Se le ocurre a una de nosotras hacer una corona? Ya la creen enamorada27. ¿Deja otra caer una vasija al correr en sus domésticas faenas? El marido pregunta en seguida: «¿En honor de quién se ha quebrado esa olla? Sin duda del extranjero de Corinto.»28 ¿Está enferma alguna joven? Su hermano dice al punto: «No me gusta el color de esa muchacha.»29 Si una mujer que no tiene hijos quiere simular un parto, ya no puede hacerlo, porque los hombres nos vigilan de cerca. Para con los viejos que antes contraían matrimonio con jóvenes, también nos ha desacreditado, y ninguno se casa a causa de aquel verso:

La mujer es un tirano para el marido anciano.

El es asimismo la causa de que nos encierren con cerrojos y sellos y tengan para guardarnos esos perrazos molosos, terror de los amantes. Ya no podemos, como antes, sacar nosotras mismas de la despensa harina, aceite y vino, pues nuestros maridos llevan siempre consigo no sé qué condenadas llavecitas lacedemonias secretas y de tres dientes. Sin embargo aún hubiéramos podido abrir las puertas más selladas, mandándonos hacer por tres óbolos un anillo con la misma marca; pero ese maldito Eurípides, perdición de las familias, ha enseñado a los hombres a llevar colgados del cuello complicadísimos sellos de madera. Creo, por consiguiente, que es necesario librarnos a toda costa de ese enemigo, dándole muerte con veneno u otro medio cualquiera. Eso es lo que digo en alta voz; lo demás lo haré constar en el registro del secretario.
CORO.-Nunca vi mujer más hábil y elocuente; todo lo que dice es justo; ha examinado la cuestión en todos sus aspectos. Su argumentación es nutrida, sagaz y certera; de suerte que si el propio Jenocles, hijo de Carcino, hablase a su lado nos parecería que sólo decía vaciedades.
MUJER SECUNDA.-Habiendo abarcado perfectamente la preopinante todos los extremos de la acusación, diré muy pocas palabras, concretándome a manifestaros lo que a mí misma me sucede. Murió mi marido en Chipre, dejándome cinco hijos pequeños, a los que sostenía a duras penas, haciendo coronas en la plaza de los Mirtos. Con este recurso vivía así, así, es verdad; pero al fin vivía; pues bien: desde que ese hombre en sus tragedias ha demostrado al público que no existen los dioses, no vendo ni la mitad que antes. Por lo cual opino y os aconsejo que no dejéis de castigarle; sobran motivos para ello, pues siempre, amigas mías, nos está ultrajando con la grosería propia del que se ha educado entre legumbres. Y me voy a la plaza, pues tengo que hacer veinte coronas que me han encargado.
CORO.-Sus palabras aún han sido más mordaces que las del primer discurso. ¡Qué gracia) ¡Qué oportunidad) ¡Qué agudeza y qué astucia) Todo es claro y convincente.
Sí, es necesario imponerle una pena ejemplar por sus ultrajes.
MNESÍLOCO.-No me asombra, ¡oh, mujeres! que tales acusaciones os irriten vivamente contra Eurípides, y pongan en efervescencia vuestra bilis. Yo misma, os lo juro por la salud de mis hijos, yo misma detesto a ese hombre, pues sería menester estar loca para no aborrecerle. No obstante, conviene que tengamos en confianza, algunas explicaciones; ahora estamos solas, y no hay miedo de que nuestras palabras se divulguen. ¡De qué le acusamos? ¿Por qué le hacemos gravísimas inculpaciones sólo por haber revelado dos o tres de nuestros defectos, cuando los tenemos innumerables? Yo misma, para no hablar de otras, me reconozco culpable de muchísimos pecados; y el más grave lo cometí a los tres días de casada: mi marido dormía a mi lado; yo tenía un amante, que me había seducido a la edad de siete años; el tal, arrastrado por su amor, vino a la puerta de mi casa y la arañó suavemente. Yo comprendí en seguida, y bajé con precaución; mi marido me preguntó: «¿Adónde vas?», «¿A dónde?», le respondí, «siento dolores y retortijones de vientre y bajo al retrete». «Anda, pues», me dijo. El se puso a majar semillas de cedro, anís y savia.30, y en tanto que yo, después de tomar la precaución de mojar los goznes31 me reuní a mi amante, y apoyada sobre el altar del pórtico32 y agarrándome al tronco del laurel me entregué a sus deseos. Sin embargo, notadlo bien, nunca Eurípides ha hablado de esto, ni de nuestras complacencias con los esclavos y muleteros cuando faltan amantes, ni de que, después de haber pasado una noche de libertinaje, acostumbramos a comer ajos a la mañana para que al volver el marido de su guardia no conciba la menor sospecha. ¿Lo véis? De esto nunca ha dicho nada. Si maltrata a Fedra, ¿qué nos importa? En cambio, nunca ha hablado de esas mujeres que despliegan a la luz un gran manto, y mientras el marido admira los primores de! trabajo, el galán logra escurrirse a favor de la estratagema. Yo conocí a una que estuvo diez días fingiendo dolores de parto hasta comprar una criatura. Su esposo, en tanto, corría por toda la ciudad en busca de medicinas para acelerar el alumbramiento. Una vieja le trajo al fin, metido en una olla, un niño con la boca tapada con cera para que no gritase; entonces a una señal de su cómplice, la mujer empezó a gritar: «Vete, marido, vete, que ya voy a parir.» La criatura, en efecto, pegaba pataditas en el vientre... de la olla. El se retiró tan contento: le quitó ella el taponcillo de cera, y el niño empezó a llorar. Entonces la maldita vieja que lo había traído corrió al esposo y le dijo sonriendo: «Un león, un león te acaba de nacer; es tu vivo retrato; se te parece en todo, y sobre todo, en la colita.» ¿No es verdad que cometemos estas perfidias? Sí, por Deméter. Entonces, ¿a qué irritarnos contra Eurípides porque dice de nosotras menos de lo que en realidad hacemos?
CORO.-¡No vuelvo de mi asombro! ¿De dónde ha sacado esas invenciones? ¿En qué país se ha criado esa desvergonzada? Nunca hubiera creído que ninguna mujer se atreviese a contar ni aun entre nosotras, semejantes atrocidades. Pero ya puede esperarse todo; tiene razón el proverbio antiguo: «Es necesario mirar debajo de todas las piedras, no se oculte algún orador pronto a picarnos».
EL CORIFEO.-No hay nada peor que una mujer desvergonzada, como no sea... otra mujer.
MUJER PRIMERA.-Por Aglaura, amigas; habéis perdido el juicio o estáis hechizadas, u os sucede otro grave mal, para dejar a esa peste insultarnos a todas. Si alguna de vosotras... pero no, nosotras y nuestras criadas nos encargamos de vengarnos; vamos a coger ceniza de cualquier parte y a dejarla sin un pelo. Así aprenderá a no hablar mal de las mujeres en lo sucesivo.
MNESÍLOCO.-¡Oh, no hagáis tal! Si en una Asamblea donde todas las ciudadanas podemos exponer con entera libertad nuestras ideas, he dicho lo que me parecía en defensa de Eurípides, ¿será justo que me condenéis a la depilación?
UNA MUJER.-¿Cómo no ha de ser justo castigarte? Tú eres la única que te has atrevido a defender a un hombre que ha colmado de oprobio a nuestro sexo; a un hombre que escoge de intento para argumento de sus dramas aquellos asuntos donde hay mujeres perversas, Fedras o Melanipes, y nunca se le ocurre escribir sobre Penélope, sólo porque fue casta.
MNESÍLOCO.-Yo sé el motivo. Entre todas las mujeres del día no podréis encontrar una Penélope y sí infinitas Fedras.
MUJER PRIMERA.-¿No oís lo que esa bribona vuelve a decir de nosotras?
MNESÍLOCO.-Sí, por Zeus; y aún no he dicho todo lo que sé. ¿Queréis más todavía?
MUJER PRIMERA.-¿Que más puedes decir! Ya debes haber vomitado cuanto sabías.
MNESÍLOCO.-Ni tampoco la diezmilésima parte de lo que hacemos. No he dicho, por ejemplo, que formamos con nuestras diademas una especie de tubo para sorber el vino.
MUJER PRIMERA.-¡Así revientes, malvada!
MNESÍLOCO.-Tampoco he dicho que en las Apaturias damos las viandas a nuestros amantes y después le echamos la culpa al gato...
MUJER PRIMERA.-¡Esto es insufrible! No sabes lo que te dices.
MNESÍLOCO.-Ni que una mujer mató de un hachazo a su esposo, ni que otra le hizo perder la razón con un filtro, ni que un día, debajo de la bañera...
MUJER PRIMERA.-¡ Que la peste te lleve!
MNESÍLOCO.-... una acarniense enterró a su padre.
MUJER PRIMERA.-¿Hay paciencia para oír semejantes cosas?
MNESÍLOCO.-Ni que habiendo parido tu esclava un varón te lo apropiaste, entregándole tu hija, en cambio.
MUJER PRIMERA.-Por las dos diosas, que esto no lo dejo yo pasar; te voy a arrancar el pelo.
MNESÍLOCO.-¡No me tocarás, por Zeus!
MUJER PRIMERA.-(Dándole una bofetada.) ¡Toma!
MNESILOCO.-(Contestándole con otra.) ¡Toma tú!
MUJER PRIMERA.-Sostén mi mano, Filista.
MNESÍLOCO.-Acércate, si te atreves, y por Artemis que…
MUJER PRIMERA.-¿Qué harás tú?
MNESÍLOCO.-Te haré expulsar por el ano la torta de sésamo que has comido.
CORO.-¡Basta de pelea! Ahí veo una mujer que viene
corriendo hacia aquí. Callad antes de que llegue para escuchar con sosiego lo que haya de decirnos.
CLÍSTENES33.-Queridas mujeres, a quienes imito en todo, mis mejillas imberbes demuestran la afección que os tengo; maniático por vosotras, estoy siempre dispuesto a defenderos. Hace un instante he oído hablar en el Agora de un negocio importantísimo que os concierne, y vengo a revelároslo, y al propio tiempo a aconsejaros toméis las precauciones necesarias para que no os coja desprevenidas un asunto de excepciona! gravedad.
EL CORIFEO.-¿Qué hay, pequeño mío? Tienes tan tersas las mejillas, que bien puedo llamarte así.
CLÍSTENES.-Dicen que Eurípides ha enviado hoy aquí mismo a un anciano, pariente suyo, para que se entere de vuestras deliberaciones y le tenga al corriente de vuestros proyectos.
CORO.-Pero ¿cómo no hemos conocido a ese hombre, entre las mujeres?
CLÍSTENES.-Eurípides le ha quemado y afeitado los pelos, y lo ha disfrazado completamente de mujer.
MNESÍLOCO.-¿Cómo creer semejante cosa? ¿Habrá hombre tan estúpido que se deje depilar de esa manera? Yo no lo creo, venerandas diosas.
CLÍSTENES.-¿Qué sabes tú? Yo no hubiera venido a denunciarlo si no lo hubieran dicho personas bien informadas.
EL CORIFEO.-¡Terrible noticia¡ Ea, mujeres, no perdamos un momento; registremos, busquemos a ese hombre y veamos dónde ha podido ocultarse. Ayúdanos tú, Clístenes, y te estaremos doblemente agradecidas, querido defensor.
CLÍSTENES.-(A una cuarta mujer.) Pues manos a la obra. ¿Quién eres tú, para empezar?
MNESÍLOCO.-¿Dónde me meteré?
CLÍSTENES.-Va a ser preciso que os reconozca a todas.
MNESÍLOCO.-(Aparte.) ¡Ay, grandes dioses!
MUJER CUARTA.-¿Qué quién soy? La mujer de Cleónimo.
CLÍSTENES.-¿Conocéis a esta mujer?
CORO.-La conocemos muy bien; pasa a otras.
CLÍSTENES.-¿Y esa que lleva un niño en brazos?
MUJER CUARTA.-Mi nodriza, por Zeus.
MNESÍLOCO.-¡ Estoy perdido! (Hace un movimiento para huir.)
CLÍSTENES.-(A Mnesíloco.) ¡Eh, tú! ¿Adónde vas? Quieta en tu puesto. ¿Qué te pasa?
MNESÍLOCO.-Déjame ir a orinar.
CLÍSTENES.-Eres una impúdica. Anda, aquí te aguardo.
CORO.-Aguárdala y no la pierdas de vista; es la única a la que no conocemos.
CLÍSTENES.-(A Mnesíloco.) Mucho tiempo llevas orinando.
MNESÍLOCO.-Sí, por Zeus, amigo mío. Ayer comí berros, y tengo la vejiga repleta.
CLÍSTENES.-¿Qué cuento es ese? Ven acá pronto.
MNESÍLOCO.-¡Ah, no arrastres así a una pobre enferma!
CLÍSTENES.-Responde: ¿quién es tu marido?
MNESÍLOCO.-¿Mi marido? ¿Conoces en Cotócides a cierto individuo ... ?
CLÍSTENES.-¿A cierto ... ? ¿Pero quién?
MNESÍLOCO.-¿A aquel a quien cierto día, el hijo de cierto...?
CLÍSTENES.-¿Has venido aquí antes de ahora?
MNESÍLOCO.-Sí, por Zeus, todos los años.
CLÍSTENES.-¿Cuál es tu compañera de tienda?34
MNESÍLOCO.-Es una cierta ... ¡Ay de mí!
CLÍSTENES.-¿No aciertas a contestar?
MUJER PRIMERA.-(A Clístenes.) Aparta; deja que yo le haga ahora varias preguntas sobre las ceremonias sagradas de! año pasado. Retírate, porque, como eres hombre, no debes oírlas. Dime (A Mnesíloco): ¿cuál fue la primera ceremonia que hicimos?
MNESÍLOCO.-¿La primera dices? Beber.
MUJER QUINTA.-¿Y la segunda, después de esa?
MNESÍLOCO.-Brindar.
MUJER QUINTA.-Te lo habrá dicho alguno. ¿Y la tercera?
MNESÍLOCO.-Jenila pidió una palangana, porque no había orinal.
MUJER QUINTA.-Perfecto. Ven acá, Clístenes; el hombre de quien nos hablabas es éste.
CLÍSTENES.-¿Qué he de hacer?
MUJER QUINTA.-Desnúdalo, pues contesta mal a todo.
MNESÍLOCO.-¡ Cómo! ¿Os atreveréis a desnudar a una madre de nueve hijos?
CLÍSTENES.-Desabróchate pronto el ceñidor, desvergonzada.
MUJER PRIMERA.-¡Qué fuerte y robusta parece! Pero, por Zeus, no tiene pechos como nosotras.
MNESÍLOCO.-Es que soy estéril, y nunca estuve encinta.
MUJER PRIMERA.-¿Ahora con ésas? ¿Pues no decías hace un momento que tenías nueve?
CLÍSTENES.-Mantente derecho. ¿Eso que veo ahí no es una verga?
MUJER PRIMERA.-¡Y cómo le sobresale! ¿Y qué buen color tiene!
CLÍSTENES. A ver, a ver..
MUJER PRIMERA.-Ahora se le ve por delante.
CLÍSTENES.-No, ya no está de este lado.
MUJER PRIMERA.-Es que se la ha colocado otra vez hacia atrás.
CLÍSTENES.-Lo que tienes ahí, buen hombre, es una especie de istmo. Tu miembro da más viajes de ida y vuelta que los corintios.
MUJER PRIMERA.-¡Ah, miserable! Nos estuvo llenando de injurias para defender a Eurípides.
MNESÍLOCO.-¡En buen berengenal me he metido!
MUJER PRIMERA.-Pero veamos lo que hemos de hacer con él.
CLÍSTENES.-Guardarlo bien para que no se nos escape. Me voy para informar a los Pritáneos de lo ocurrido.
EL CORO. Encendamos las lámparas; quitémonos los mantos y, ceñida al cuerpo la túnica de una manera viril, veamos si por casualidad35 ha entrado otro hombre, y
registremos todo el Pnix,36 las tiendas y las bocacalles. ¡Ea!, partamos con pie ligero y examinémoslo todo sin chistar; correr es lo que importa; no hay tiempo que perder; empecemos por hacer la ronda con la mayor actividad. ¡Ea!, registra, explora todos los rincones para ver si se oculta algún otro traidor. Dirige la vista en derredor, a la derecha, a la izquierda, a todas partes; que nada escape a tu mirada perspicaz. El impío a quien sorprendamos sufrirá un castigo severo para escarmiento de insolentes criminales y sacrílegos. Reconocerá que hay dioses y enseñará a los demás hombres a venerarlos a honrarlos como es debido, a obedecer a las leyes y a practicar la virtud. Si no lo hacen, oigan la pena que los aguarda: todo hombre reo de sacrilegio, inflamado por su rabia y loco de furor, será para las mujeres y los mortales un ejemplo viviente de que la venganza del cielo cae sin tardanza sobre los impíos.
EL CORIFEO.-Ya creemos haberlo registrado todo perfectamente; no hallamos ningún otro hombre oculto entre nosotras.
MUJER PRIMERA.-(A Mnesíloco que le ha cogido a su hijo.) ¡Eh!, ¡eh! ¿Adónde huyes? ¡Detente! Oh, desdichada, desdichada de mí! Se escapa después de haberme arrebatado mi hijo del pecho.
MNESÍLOCO.-Grita cuanto quieras; pero éste no vuelve a mamar, mientras no me soltéis; aquí mismo le abriré las venas con este cuchillo, y su sangre rociará el altar.37
MUJER PRIMERA.-10h, desdichada de mí! ¡Socorredme, amigas mías; aterrad con vuestros gritos a ese monstruo; arrebatadle su presa; no permitáis que me prive de mi único hijo!
EL CORO.-¡ Oh, Parcas venerandas! ¿Qué nuevo atentado es éste? Jamás he visto tanta audacia ni tanta desvergüenza. ¡Qué nuevo crimen ha perpetrado, amigas! ¡Qué nuevo crimen!
MNESÍLOCO.-Ahora veréis cómo sé reprimir vuestras insolencias.
EL CORO.-¿No es esto el colmo de la monstruosidad?
MUJER PRIMERA.-Es monstruoso, en verdad, que me haya arrebatado mi pequeño.
EL CORO.-No hay palabras para calificar tal desvergüenza.
MNESÍLOCO.-Pues aún no he concluido.
MUJER PRIMERA.-Lo que es seguro es que no volverás a los lugares de donde viniste y no te escaparás fácilmente de aquí para ir jactándote de haberte fugado después de semejante delito; y que serás castigado.
MNESÍLOCO.-Conjuro a los dioses para que tal cosa no suceda jamás.
EL CORO.-¿Y qué dios, entre los inmortales, vendrá en socorro de un hombre tan impío como tú?
MNESÍLOCO.-Vuestros gritos son inútiles; no soltaré al niño.
EL CORO.-Por las dos diosas, tampoco te burlarás impunemente de nosotras ni dirás más impiedades. Te devolveremos mal por mal, como es justo. La fortuna, pronto pasa a ser adversa.
EL CORIFEO.-(Al Coro.) Anda con esas mujeres; trae la leña tiara quemar a este malvado y asarlo vivo sin pérdida de tiempo.
MUJER PRIMERA.-Vamos a buscar sarmientos, Mania. (A Mnesíloco.) Hoy te convierto en carbón.
MNESÍLOCO.-Asad, quemad. Y tú (dirigiéndose al niño), pobre criaturilla, quítate pronto ese vestidito cretense,38 y no acuses de tu muerte a ninguna otra mujer más que a tu madre. Mas ¿qué veo? (Desnudando al niño.) El niño se ha convertido en un odre lleno de vino con zapatitos pérsicos. ¡Oh, perdularias que no pensáis más que en beber! ¡Providencia de los taberneros y peste de los maridos! ¡Polilla de nuestras telas y ajuares!
MUJER PRIMERA.-Trae muchos sarmientos, Mania.
MNESÍLOCO.-Sí, tráelos. Pero contéstame: ¿Dices que has dado a luz esto?
MUJER PRIMERA.-Sí; y lo llevé diez meses.
MNESÍLOCO.-¿Que lo llevaste tú?
MUJER PRIMERA.-Sí, por Artemis.
MNESÍLOCO.-¿Y qué cabida tiene? ¿Unas tres cótilas?
MUJER PRIMERA.-¿Qué has hecho, miserable? ¿Has desnudado a una criatura tan pequeñita?
MNESÍLOCO.-¿Tan pequeñita?
MUJER PRIMERA.-Cierto que es pequeñita.
MNESÍLOCO.-¿Pues cuántos años tiene? ¿Cuántas veces ha visto la fiesta de copas?39 ¿Tres o cuatro?
MUJER PRIMERA.-Eso es aproximadamente, más el tiempo transcurrido desde las últimas Dionisíacas. Devuélvemelo.
MNESÍLOCO.-No, por Apolo, aquí presente.
MUJER PRIMERA.-Pues irás a la hoguera.
MNESÍLOCO.-Perfectamente: quemadme y lo estrangulo.
MUJER PRIMERA.-¡Oh, no, por piedad! Prefiero que me hagas a mí todo el mal que quieras.
MNESÍLOCO.-Me pareces una buena madre; sin embargo, lo reviento. (Revienta el odre)
MUJER PRIMERA.-¡Hijo de mi corazón! Dame un vaso, Manía, para que, al menos, ceda recoger su sangre.
MNESÍLOCO.-Ponlo debajo; te concedo esa gracia. (Desata el pellejo y corre el vino.)
MUJER PRIMERA.-¡Que el cielo te confunda monstruo feroz e implacable! Esta piel pertenece a la sacerdotisa.40
MUJER SEGUNDA.-¿Qué es lo que pertenece a la sacerdotisa?
MNESÍLOCO.-Tómalo. (Le arroja el vestido que envolvía el odre.)
EL HERALDO.-(A la Mujer Primera.) ¿Quién te ha quitado tu hijo? ¿Quién te ha arrebatado esa querida criatura?
MUJER PRIMERA.-Ese miserable. Ya que estás aquí, guárdalo bien, mientras que yo voy con Clístenes a denunciar sus crímenes a los Pritáneos.
MNESÍLOCO.-Veamos: ¿qué medio tendré para salvarme? ¿Qué tentativa? ¿Qué estratagema? El autor de todos mis males, el que me metió en este desventurado negocio, no se presenta todavía. ¿Cómo podré enviarle un aviso? ... ¡Ah¡, Palamedes41 me enseña un expediente ingenioso. Escribiré, como él, mi infortunio en un remo, y lo arrojaré al mar. Pero aquí no hay remos. ¿Dónde podré encontrarlos? ¿Dónde? ¡Qué idea! ¿Si hiciese astillas esas estatuas y escribiese en ellas como si fuesen remos? ... Si, será mucho mejor. Al fin, estatuas y remos todo es madera. Ea, manos mías, emprended la obra de salvación. Tablillas pulimentadas, nuncios de mi infortunio, aprestaos a recibir las huellas del estilo. ¡Oh, qué R tan fea! ¿Adónde va a parar? Partid ya en todas direcciones; apresuraos, tablillas mías, que mi necesidad es apremiante. (Lanza las tablillas y va a sentarse para esperar a Eurípides.)
EL CORO.-Volvámonos hacia los espectadores para cantar nuestras propias alabanzas, aunque todo el mundo hable mal de nosotras y nos llame peste del género humano y causa de cuantos pleitos, riñas, sediciones, guerras y pesares existen. Pero decidnos: si somos una peste, ¿por qué os casáis con nosotras? Si somos una peste, ¿por qué nos prohibís salir de casa y asomarnos a las ventanas? Si somos una peste, ¿por qué si sale vuestra mujer y no la encontráis en casa os enfurecéis como energúmenos, en vez de regocijaros y dar gracias a los dioses de que la peste haya abandonado vuestro hogar y de que os encontréis ya libres de huésped tan enojoso? Si cansadas de jugar nos dormimos en casa de una amiga, en seguida vais a buscar a vuestra peste, y rondáis en torno de su lecho. Si nos asomamos a la ventana, todo el mundo se detiene a ver la peste; si, ruborizadas, nos retiramos, aumenta e! deseo de que la peste vuelva a presentarse. Está, pues, fuera de duda que somos mucho mejores que vosotros, como lo prueba el más ligero examen. Comparemos, si no, los dos sexos, y veamos cuál es peor: vosotros decís que el nuestro y nosotras que el vuestro. Examinémoslos y pongámoslos en parangón, oponiendo uno a uno, hombres y mujeres. Carmino42 es inferior a Nausímaca; los hechos son elocuentes. Cleofón43 está muy por debajo de Salabacca. Con Aristómaca, la heroína de Maratón, ni con Estratónice,44 hace mucho tiempo que nadie se atreve a contender. Entre los senadores que el año último abandonaron a otros sus cargos, ¿habrá alguno que pueda compararse con Eubula?45 Ni ellos mismos se atreverían. Podemos, pues, gloriarnos de ser mucho mejores que los hombres. Tampoco se ve a ninguna mujer pasearse por la ciudad en un carro magnífico después de haberle robado cincuenta talentos al Tesoro; nuestros mayores hurtos son de un poco de trigo a nuestro esposo y para eso se lo devolvemos en el mismo día. ¿Cuántos de vosotros pudiéramos señalar que hacen otro tanto y que son también más glotones que nosotras, y chocarreros y ladrones de vestidos y de esclavos? ¿Cuántos que ni siquiera saben cómo las mujeres conservan la herencia paterna? Nosotras, en efecto, tenemos todavía nuestros cilindros, nuestras lanzaderas, nuestros canastillos y quitasoles; al paso que muchos de nuestros maridos han perdido unos sus lanzas, el asta y el hierro y a la vez, y otros han arrojado en el combate sus escudos.
Muchísimos cargos podemos hacer las mujeres a los hombres, pero sólo mencionaremos el más grave de todos. Era justo que cuando una de nosotras diera a luz un ciudadano útil, un taxiarco46 o un estratega,47 fuese honrada con alguna distinción, como por ejemplo, la de ocupar el primer puesto en las Estenias,48 las Esciras49 y otras fiestas que solemos celebrar. Por el contrario, la madre de un ciudadano cobarde e inútil, de un trierarca holgazán o de un piloto torpe, debería colocarse con el cabello cortado detrás de la que dio a luz un hombre valeroso. Porque, decidme, ciudadanos, ¿no es injusto que junto a la madre de Lámaco50 se siente la de Hipérbolo51 vestida de blanco y flotante el cabello y que siga prestando a usura, cuando sus deudores, en vez de pagarle e! interés, debieran decirle llevándose el dinero: « ¡Vaya que no eres digna de que se te pague después de habernos parido tal alhaja¡»
MNESÍLOCO.-Me he quedado bizco de tanto mirar a ver si viene y Eurípides no aparece. ¿Quién se lo impedirá? ¡Ah! Sin duda se avergüenza del frío Palamedes. ¿Con qué otro drama le atraeré? ¡Ya di en ello! Voy a imitar su reciente Helena. Tengo un vestido de mujer completo.
MUJER SEGUNDA.-¿Qué intentas ahora? ¿Qué miras? Me parece que te arrepentirás de tu Helena si no te estás quieto hasta que venga un Pritáneo.
MNESÍLOCO.-(Imitando a Helena.) Este es el Nilo, célebre por la hermosura de sus Ninfas: sus aguas, sustituyendo al agua del cielo, riegan los campos del blanco Egipto que alimentan a sus habitantes con la negra sirmea.52
MUJER SEGUNDA.-¡Por la luciente Hécate! Eres un saco de maldades.
MNESÍLOCO.-Mi patria no carece de gloria; vi en Esparta la luz y Tíndaro es mi padre.
MUJER SEGUNDA.-¡ Tíndaro tu padre, granuja! Mejor dirás Frimondas.53
MNESÍLOCO.-Me llamo Helena.
MUJER SEGUNDA.-¿Vuelves a fingirte mujer sin haber sufrido todavía el castigo por el primer disfraz?
MNESÍLOCO.-(Mismo juego.) Y numerosos héroes, a orillas del Escamandro, murieron por mi causa.
MUJER SEGUNDA.-¡Así te hubieras muerto tú también!
MNESÍLOCO.-Y yo me encuentro aquí, en tanto que mi esposo, ¡oh infeliz Menelao! no vuelve todavía... ¿Por qué estoy aún con vida?
MUJER SEGUNDA.-Por culpa de los cuervos.
MNESÍLOCO.-¿Pero qué dulce presentimiento hace palpitar mi corazón? ¡Oh Zeus, no burles mi esperanza! (Aquí Eurípides entra en escena disfrazado de Menelao náufrago.)
EURÍPIDES.-¿Quién es el dueño de estas soberbias mansiones? ¿Acogerá a unos náufragos extranjeros, que han sufrido sobre las olas del mar todos los horrores de la borrasca?
MNESÍLOCO.-Este es el palacio de Proteo.
MUJER SEGUNDA.-¿De qué Proteo? Por las dos diosas que mientes puesto que Proteo murió hace diez años54
EURÍPIDES.-¿En qué país ha abordado mi nave?
MNESÍLOCO.-En Egipto.
EURÍPIDES.-¡Oh infortunado! ¡Adónde nos arrojó la tempestad!
MUJER SEGUNDA.-¿Cómo puedes creer las fábulas que te cuenta ese perdulario? Aquí estás en el Tesmoforión.
EURÍPIDES. ¿Está Proteo en su palacio, o se halla ausente?
MUJER SEGUNDA.-De seguro que estás mareado todavía. Acabas de oír que Proteo ha muerto, y preguntas sí está o no en su palacio.
EURÍPIDES.-¡Ay, sí, murió! ¿Dónde reposan sus cenizas?
MNESÍLOCO.-Su tumba está aquí; estamos sentados en ella.
MUJER SEGUNDA.-Así perezcas miserablemente, y perecerás, por atreverte a llamar una tumba a este altar.
EURÍPIDES.-¿Y por qué, extranjera, estás sentada sobre ese monumento mortuorio envuelta en fúnebre ropaje?
MNESÍLOCO.-Quieren obligarme a unir mi destino al del hijo de Proteo.
MUJER SEGUNDA.-¿Por qué engañas de nuevo a ese extranjero, miserable? (A Eurípides.) Este individuo es un bribón que se ha metido entre las mujeres para robarnos las joyas.
MNESÍLOCO.-(A la Mujer Segunda.) Ladra y arrójame tus reproches a la faz.
EURÍPIDES.-Extranjera, ¿quién es la vieja que te insulta?
MNESÍLOCO.-Es Teonoe, la hija de Proteo.
MUJER SEGUNDA.-¡No, por las dos diosas! Que yo soy Crítíla, hija de Antíteo, natural de Gargetes y tú, (a Mnesíloco) un canalla.
MNESÍLOCO.-Inútiles palabras; jamás me casaré con tu hermano; jamás seré infiel a Menelao, mi esposo, que combate bajo los muros de Troya.
EURÍPIDES.-¡Mujer!, ¿qué has dicho? Vuelve hacia mí tus ojos.
MNESÍLOCO (apartándose el velo de la cara).-Mis ultrajadas mejillas me lo impiden.
EURÍPIDES.-¿Qué veo? La voz se ahoga en mi garganta... ¡Dioses! ¿Qué facciones contemplo? Mujer, ¿quién eres?
MNESÍLOCO.-Y tú, ¿quién eres? Mi sorpresa iguala a la tuya.
EURÍPIDES.-¿Eres griega o indígena?
MNESÍLOCO. Griega, pero yo también anhelo saber tu patria.
EURÍPIDES.-Veo, oh mujer, que te asemejas a Helena.
MNESÍLOCO.-Y tú, a Menelao, a lo menos en esos ... perifollos.55
EURÍPIDES.-El mismo; yo soy aquel mortal infortunado.
MNESÍLOCO.-¡Oh! ¡Cuánto has tardado en venir a los brazos de tu esposa! Estréchame contra tu corazón, esposo mío; ciñe mi cuello con tus manos; déjame que te bese. Pronto, pronto, arráncame de estos funestos lugares.
MUJER SEGUNDA.-¡Pobre del que te lleve! Le sacudiré con esta antorcha.
EURÍPIDES. ¿Me prohibes que me lleve a la ciudad de Esparta a mi esposa, a la hija de Tíndaro?
MUJER SEGUNDA.-Tú me vas pareciendo también un redomado bribón, cómplice de ese otro canalla. No sin razón hablabais tanto de Egipto.56 Pero ése a lo menos tendrá su merecido porque ya llegan el Pritáneo y el arquero.
EURÍPIDES.-Esto se complica. Habré de zafarme.
MNESÍLOC0.-¿Y qué haré yo, infeliz de mí?
EURÍPIDES.-Tranquílízate. Mientras me quede un soplo de vida, no te desampararé, a menos que mis infinitos ardides me abandonen. (Se va.)
MNESÍLOCO.-¡Trabajo perdido! No ha caído nada en mi anzuelo.
EL PRITÁNEO.-¿Es ése el bribón que nos ha denunciado Clístenes? ¡Eh, tú, no te escondas! Arquero, átale a ese poste y sujétalo bien; encárgate de su guarda y no permitas que nadie se le acerque: si alguno se aproxima hazle huir a latigazos.
MUJER SEGUNDA.-Excelente orden; pues hace un instante por poco se me lo lleva otro bribón.
MNESÍLOCO.-¡Oh Pritáneo! Por esa diestra que tiendes de tan buena gana cuando alguno te ofrece dinero, concédeme una pequeña gracia, ya que voy a morir.
EL PRITÁNEO.-¿Qué gracia?
MNESÍLOCO.-Manda al arquero que me desnude antes de atarme al poste, para que este pobre viejo no cause risa con su túnica amarilla y su mitra a los mismos cuervos que se lo han de comer.
EL PRITÁNEO.-El Senado ha dispuesto que te exponga con ese traje para que los transeúntes se enteren de tu delito.
MNESÍLOCO.-¡Oh maldito disfraz, a qué extremo me reduces! ¡Ya no tengo esperanza de salvación!
EL CORIFEO.-¡Ea, divirtámonos, como es costumbre de las mujeres cuando celebramos los misterios de las diosas en estos festivos días que Pauson57 santifica con ayunos, rogando a las dos venerables que los multipliquen en consideración a su persona.
EL CORO.-Lanzaos con pie ligero; formad ruedas; enlazad vuestras manos; saltad acompasadamente con vivos y cadenciosos movimientos; girad los ojos en torno y mirad a todas partes. Al propio tiempo celebre el Coro, con transportes de religiosa alegría, a la raza de los Dioses Olímpicos. ¡Cuán engañado está quien se imagine que, porque soy mujer, voy a hablar mal de los hombres en este santuario! Sólo tratamos de ejecutar por primera vez como el baile lo exige, una armoniosa rueda. Partid, cantando al dios de la sonora lira y a la casta deidad armada del arco.58 ¡Salve, Apolo de rápidas flechas, danos la victoria! Tributemos un justo homenaje a Hera, directora de todas las danzas, guarda de las llaves del dulce himeneo.
Hermes dios de los pastores. Pan, y vosotras, amadas Ninfas, conceded a los coros una sonrisa benévola. Ea partamos con nuevos bríos y animémonos con vivos palmoteos. Divirtámonos oh mujeres, según es costumbre, y guardemos absoluto ayuno. Vuélvete ahora hacia ese otro lado; marca el compás con el pie y entona variados cánticos. Guíanos tú, Dionysos, coronado de hiedra, pues en mis cantos y danzas te celebro a ti. ¡Oh Evio! ¡Oh Bromio,59 hijo de Semele, que te complaces en mezclarte en las montañas a los coros de las amables Ninfas concluyendo tus himnos con el alegre ¡Evios! ¡Evios! ¡Evoe! Eco, la Ninfa del Citerón, repite tus acentos, que resuenan bajo las opacas bóvedas del espeso follaje, y entre los peñascos de la selva; en torno de ti la hiedra enlaza sus ramos, cargados de flores.

(Mientras que el Coro se retira al fondo de la orquesta, llega el Arquero con su prisionero atado a un poste.)

EL ARQUERO.-Vas a pasar la pena negra aquí, al aire libre 60
MNESÍLOCO.-Arquero, yo te suplico ...
EL ARQUERO.-No me supliques.
MNESÍLOCO.-Afloja un poco la argolla.
EL ARQUERO.-Eso es; voy a hacerlo.
MNESÍLOCO.-¡Ay! ¡Ay! La aprietas más.
EL ARQUERO.-¿Quieres más todavía?
MNESÍLOCO.-¡Ay, ay! ¡Así perezcas miserablemente!
EL ARQUERO.-Cállate, maldito viejo. Voy a traer una estera, para guardarte con más comodidad.
MNESÍLOCO.-¡Estos son los placeres que tengo que agradecer a Eurípides! (Eurípides se asoma a escena disfrazado de Perseo; Mnesíloco le ve.) Pero, ¡oh dioses y Zeus salvador!, aún tengo esperanzas. Parece que no piensa abandonarme ... Perseo al desaparecer me indicó disimuladamente que me fingiese Andrómeda;61 ya estoy atado como aquella princesa infeliz. No hay duda de que vendrá a salvarme; de otro modo no hubiera huido volando.62
EURÍPIDES.-(Fingiéndose Perseo.) Ninfas amadas, si pudiera acercarme sin que el escita me viera ... ¿Me oyes tú, moradora de los antros?63 En nombre del pudor, permíteme acercarme a mi esposa.
MNESÍLOCO.-(Que unas veces habla por cuenta propia y otras fingiéndose Andrómeda.) ¡Un implacable verdugo ha encadenado al más infeliz de los mortales! Logré escapar a duras penas de aquella repugnante vieja, y caí en un nuevo infortunio: ese escita no se aparta de mi lado; desprovisto de toda defensa, voy a servir de banquete a los cuervos. ¿Lo veis? Ya no tomo parte en los coros de las doncellas, ni llevo el cestillo de los sufragios; cargada de prisiones, me veo expuesta a la voracidad de la ballena Gláucetes. ¡Mujeres, deplorad mi suerte con el himno de la esclavitud y no con el del himeneo! ¡Ay, y cómo me agobian infortunios! ... ¡Infeliz de mí ... e infeliz por mis parientes! Presa de tormentos injustos, mis ayes son capaces de arrancar torrentes de lágrimas al insensible Tártaro. ¡Ay¡, ¡ay!, socórreme, autor de mis males tú que me afeitaste primero y me enviaste después vestido con túnica amarilla al templo donde estaban reunidas las mujeres. ¡Oh hado inexorable! ¡Oh cruel destino¡ ¿Quién podrá ver sin conmoverse mi espantosa desdicha? ¡Ojalá el astro incendiario del Eter pueda consumar la pérdida del miserable que soy! Porque ya no me es grato contemplar la eterna luz desde que colgado, estrangulado, loco de dolor, desciendo por el camino más corto a la mansión de los muertos.
EURÍPIDES.-(Fingiéndose la ninfa Eco.) ¡Salud, hija querida! ¡Que los dioses hagan perecer miserablemente a tu padre Cefeo,64 por haberte expuesto de tal modo!
MNESÍLOCO.-(Fingiéndose Andrómeda.) ¿Quién eres tú, que así te compadeces de mis males?
EURÍPIDES.-Soy Eco, la ninfa que repite fielmente todas las voces; la misma que el año pasado presté en este lugar mi eficaz ayuda a Eurípides65 Pero, hija mía, lo que tú debes
hacer es representar tu papel y llorar tristemente.
MNESÍLOCO.-Y tú, repetir mis gemidos.
EURÍPIDES.-Así lo haré; pero eres tú quien ha de empezar.
MNESÍLOCO.-¡Oh noche sagrada¡ ¡Cuán larga es tu carrera! ¡Cuán lento rueda tu carro por la estrellada bóveda de los cielos y el venerado Olimpo!
EURÍPIDES.-Olimpo.
MNESÍLOCO.-¿Por qué a Andrómeda le han tocado con preferencia todos los males en suerte?
EURÍPIDES.-En suerte.
MNESÍLOCO.-¡Muerte mísera!
EURÍPIDES.-¡Muerte mísera!
MNESÍLOCO.-Me asesinas, vieja charlatana.
EURÍPIDES.-Vieja charlatana.
MNESÍLOCO.-Me crispas con tus interrupciones. Es demasiado.
EURÍPIDES. Demasiado.
MNESÍLOCO.-Deja que siga lamentándome solo. Basta ya.
EURÍPIDES.-Basta ya.
MNESÍLOCO.-¡Vete al infierno!
EURÍPIDES.-¡Vete al infierno!
MNESÍLOCO.-¡Qué peste!
EURÍPIDES.-¡ Qué peste!
MNESÍLOCO.-¡Qué necedad!
EURÍPIDES.-¡Qué necedad!
MNESÍLOCO.-Lo vas a sentir.
EURÍPIDES.-Lo vas a sentir.
MNESÍLOCO.-Y te va a doler.
EURÍPIDES.-Y te va a doler.
EL ARQUERO.-¡Eh, tú! ¿Qué charlas?
EURÍPIDES.-¡Eh, tú! ¿Qué charlas?
EL ARQUERO.-Llamaré a los Pritáneos.
EURÍPIDES.-Llamaré a los Pritáneos.
EL ARQUERO.-¡Es extraño!
EURÍPIDES.-¡Es extraño!
EL ARQUERO.-¿De dónde sale esa voz?
EURÍPIDES.-¿De dónde sale esa voz?
EL ARQUERO.-¿Hablas tú?
EURÍPIDES.-¿Hablas tú?
EL ARQUERO.-¡Cuidado!
EURÍPIDES.-¡Cuidado!
EL ARQUERO.-¿Te burlas de m¡?
EURÍPIDES.-¿Te burlas de mí?
MNESÍLOCO.-Yo no, por Zeus; es esa mujer que está junto a ti.
EURÍPIDES.-Que está junto a ti.
EL ARQUERO.-No te escaparás.
EURÍPIDES.-No te escaparás.
EL ARQUERO.-¿Qué murmuras aún?
EURÍPIDES.-¿Qué murmuras aún?
EL ARQUERO.-Coged a esa bribona.
EURÍPIDES.-Coged a esa bribona.
EL ARQUERO.-¡ Gárrula y maldita mujer¡
EURÍPIDES.-(Fingiéndose Perseo.) ¡Oh, dioses! ¿A qué
bárbara región me ha traído mi rápido vuelo? Yo soy Perseo, que, surcando el Eter con mis alados pies, me encamino a Argos llevando la cabeza de la Gorgona.
EL ARQUERO.-¿Qué dices? ¿Estás hablando de la cabeza de Gorgo el escribano?
EURÍPIDES.-He dicho la cabeza de la Gorgona.
EL ARQUERO.-Pues bien, de Gorgo.
EURÍPIDES.-(Declamando.) ¡Ah! ¿Qué veo? ¿Una doncella semejante a las diosas encadenada a ese escollo como un navío en el puerto?
MNESÍLOCO.-(Declamando.) Extranjero, ten piedad de esta mísera, desata mis cadenas.
EL ARQUERO.-Cállate. ¡Habrá audacia como la suya¡ ¡Está para morir y aún charla!
EURÍPIDES.-¡Oh, doncella! Muéveme a compasión el verte encadenada.
EL ARQUERO.-Si no es doncella; es un viejo zorro, ladrón y canalla.
EURÍPIDES.-No desbarres, escita; ésa es Andrómeda, la hija de Cefeo.
EL ARQUERO.-Míralo bien; ¿te parece todavía una doncella?
EURÍPIDES.-Escita, dame la mano para que me acerque a esa joven. Todos los hombres tenemos nuestro flaco; el mío es estar enamorado de esa virgen.
EL ARQUERO.-No te envidio el gusto. Puedes hacer de él lo que quieras, sin que tenga celos.
EURÍPIDES.-¿Por qué no me permites desatarla y arrojarme en los brazos y en el tálamo de una esposa querida?
EL ARQUERO.-Si tan furiosamente adoras a ese anciano, esa tabla no debe ser obstáculo a tus deseos.
EURÍPIDES.-¡Ah! Voy a soltar sus ligaduras.
EL ARQUERO.-Y yo, a molerte a palos.
EURÍPIDES.-Pues lo haré.
EL ARQUERO.-Pues te cortaré la cabeza con mi espada.
EURÍPIDES.-¡Ay! ¿Qué hacer?, ¿qué razones emplear? Ese bárbaro no las comprendería. Quien a ingenios rudos presenta pensamientos nuevos e ingeniosos, pierde sin fruto el tiempo. Busquemos otro medio apropiado a su condición.
EL ARQUERO.-¡Cómo trataba de engañarme el muy zorro!
MNESILOCO.-No olvides, Perseo, el infortunio en que me dejas.
EL ARQUERO.-Está visto que quieres llevar unos cuantos latigazos.
EL CORO.-Palas, amiga de los coros, yo te invoco obedeciendo al sagrado rito. Ven, casta doncella libre del yugo de himeneo, protectora de nuestra ciudad, única guarda de su poder y de sus puertas. Apareces como enemiga natural de los tiranos; el pueblo de las mujeres te llama; acude en compañía de la Paz, amiga de las fiestas. Vosotras también, diosas augustas,66 venid benévolas y propicias a vuestro sagrado bosque donde la vista de los hombres no puede escudriñar los sagrados misterios; donde a la luz de las brillantes antorchas mostráis vuestra faz inmortal. Llegad, acercaos, os lo pedimos humildemente, venerandas Tesmóforas. Si alguna vez accediendo a nuestros ruegos, os dignasteis venir, venid ahora también y no desoigáis nuestros votos.
EURÍPIDES.-Mujer, si queréis reconciliaros conmigo, consiento y me comprometo a no hablar mal de vosotras en adelante. Lo declaro con toda solemnidad.
EL CORO.-¿Qué motiva tu proposición?
EURÍPIDES.-El hombre que está atado a ese poste es mi suegro. SÍ me lo entregáis, no volveré a hablar mal de vosotras; pero si no accedéis, me propongo denunciar a vuestros maridos a su regreso de la guerra todas vuestras prácticas clandestinas.
EL CORIFEO.-Por lo que a nosotras atañe, quedan aceptadas tus condiciones; pero tienes que persuadir a ese bárbaro. (Por el Arquero.)
EURÍPIDES.-Eso es cuenta mía. (Vuelve disfrazado de vieja, con una bailarina y una tañedora de flauta.) Acuérdate, Elafión,67 de hacer lo que te he dicho en el camino. Pasa adelante y recógete el vestido. Tú, Teredón toca la flauta al modo pérsico.
EL ARQUERO.-¿Qué significa esa música? ¿Quién trata de excitarme?
EURÍPIDES.-(Disfrazado de vieja.) Arquero esta muchacha necesita ejercitarse, pues tiene que ir a bailar delante de unos hombres.
EL ARQUERO.-Que baile y se ejercite; yo no se lo he de impedir. ¡Qué ágil es! ¡Salta como una pulga en un pellejo de carnero!
EURÍPIDES.-Vamos, hija mía, quítate ese vestido; siéntate en las rodillas del escita, y preséntale los pies para que te descalce.
EL ARQUERO.-Sí, sí siéntate niña mía. ¡Oh, qué pechos tan duros y redondos!
EURÍPIDES.-Toca pronto la flauta. ¿Aún te da miedo el escita?
EL ARQUERO.-¡Qué bonita y qué gusto tenerte así!
EURÍPIDES.-¡ Orden, amigo mío¡
EL ARQUERO.-¡Pues no quedaría descontenta!
EURÍPIDES.-Bien. (A la bailarina.) Ponte el vestido: ya es hora de marcharnos.
EL ARQUERO.-¿Sin darme un beso?
EURÍPIDES.-Anda, bésale.
EL ARQUERO.-¡Ajajá! ¡Qué boquita tan dulce! Ni la miel del Atica. Pero, ¿por qué no ha de tumbarse un rato conmigo?
EURÍPIDES.-Adiós, Arquero; eso no es posible.
EL ARQUERO.-Sí, sí, viejita mía, dame ese placer.
EURÍPIDES.-¿Me darás tú un dracma?
EL ARQUERO.-Claro que te lo daré.
EURÍPIDES.-Pues venga el dinero.
EL ARQUERO.-No tengo un óbolo; pero toma mi carcaj. Yo te la traeré después. Ven conmigo niña. Tú vigila al viejo, viejita mía. ¿Cómo te llamas?
EURÍPIDES.-Artemisa.
EL ARQUERO.-No se me olvidará: Artamuxia. (Se va con la bailarina.)
EURÍPIDES.-Astuto Hermes, todo sale a pedir de boca. (Al flautista.) Corre, pobre muchacho; corre con la bailarina, mientras yo le desato. Tú, en cuanto te suelte, huye a toda prisa y refúgiate en casa, con tu mujer y tus hijos.
MNESÍLOCO.-Eso es cuenta mía, en cuanto me vea libre.
EURÍPIDES.-Ya lo estás. Ahora huye, antes de que venga el arquero y te sorprenda.
MNESÍLOCO.-Corro rápido. (Se van Eurípides y Mnesíloco.)
EL ARQUERO.-¡Qué hermosa hijita tienes, viejita¡ ¡Lo más dócil, lo más amable¡... ¿Dónde está la vieja? ¡Ah! ¡Estoy perdido! Y el viejo, ¿dónde está? Vieja viejita mía, eso no está bien hecho. Artamuxia me ha engañado. Lejos de mí, maldito carcaj. Con razón te llaman así; por tí me ha engañado la vieja. ¡Ay! ¿Qué haré? ¿Dónde está Artamuxa?
EL CORIFEO. ¿Preguntas por una vieja que llevaba una lira?
EL ARQUERO.-Sí, sí. ¿La habéis visto?
EL CORIFEO.-Se marchó de aquí seguida de un anciano.
EL ARQUERO.-¿Un viejo con una túnica amarilla?
EL CORIFEO.-Eso es. Aún podrás alcanzarlos, si los persigues por ahí.
EL ARQUERO.-¡ Maldita vieja¡ ¿Por dónde han huido? ¡Artamuxia!
EL CORIFEO.-Sube todo derecho. ¿Adónde corres? Vuelve atrás; has tomado la dirección contraria.
EL ARQUERO.-¡Pobre de mí! Seguiré persiguiéndoles. ¡Artamuxia!
EL CORIFEO.-Corre, corre y que un viento propicio te lleve... al infierno. Pero ya es hora de que cesen nuestros juegos y de retirarnos a nuestros hogares. ¡Que las dos Tesmóforas nos testimonien, a su vez, su benevolencia!



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1 Locución proverbial alusiva a la vuelta de la primavera.
2 Mnesíloco desea aprender ese género de cojera, propio de algunos personajes de Eurípides, para no tener que correr.
3 Palabra que imita el zumbido de un insecto, para indicar que las enfáticas expresiones del criado están vacías de sentido.
4 Sátira de los artificios escénicos destinados a la aparición de divinidades.
5 Famosa cortesana. Mnesíloco identifica a Agatón con Cirene.
6 Frase proverbial para indicar las cosas pequeñas y de poco vigor.
7 Este Coro es el que Agatón ensayaba para representar sus tragedias.
8 La Ciudad de Troya.
9 Divinidades protectoras de la generación.
10 Drama satírico que formaba parte de una tetralogía de Esquilo titulada La Liturgia. Su principal personaje era Licurgo, rey de los Edonios, que se atrevió a burlarse de Dionysos cuando regresó a Tracia, vencedor de las Indias. Su falta fue severamente castigada. Los títulos de las tres tragedias eran: «Los Edones,» «Los Basárides» y «Los Jóvenes.»
11 Verso del Eolo, de Eurípides.
12 En él se refugiaban los suplicantes.
13 Juego de palabras: afeitado y soldado armado a la ligera se expresan en griego con voces muy parecidas.
14 Ya hemos dicho que se trata de un conocido afeminado.
15 Tocado de mujer.
16 Alusión obscena.
17 Sobre la máquina donde está reclinado.
18 Parodia de un verso del «Hipólito,» de Eurípides.
19 Las esclavas esperaban a la puerta del templo para recibir las órdenes de sus señoras, como se desprende de un pasaje posterior.
20 Una mujer hace de heraldo, porque ningún hombre podía intervenir en las Tesmoforias. Toda la escena que sigue parodia las formalidades observadas en la Asamblea Popular
21 Apolo.
22 Atenea
23 Artemis.
24 Medidas de capacidad.
25 Fórmula de los decretos.
26 Como acostumbraban a hacerlo los oradores.
27 Entre los enamorados era costumbre hacerse regalos de coronas
28 Verso de la «Estenebea» de Eurípides. El «extranjero de Corinto» era Belerofonte. Ocupaba y distraía el pensamiento de la joven al extremo de que dejaba caer los objetos que llevaba en la mano.
29 Por suponerla encinta
30 Remedio contra el cólico.
31 Para que la puerta no hiciera ruido.
32 A la entrada de las casas había un altar en forma de columna, consagrado a Apolo.
33 Aristófanes siempre representa a Clístenes como el más afeminado de los atenienses.
34 Durante las fiestas de Deméter las mujeres se alojaban de dos en dos en tiendas levantadas junto al templo de la diosa.
35 Estas pesquisas eran un motivo para que el coro ejecutase las danzas de costumbre.
36 Nombre de la plaza donde tenían lugar las asambleas populares aplicado aquí al templo de Deméter como apelativo de todo punto de reunión.
37 El altar de Démeter junto al cual se ha refugiado Mnesíloco.
38 Vestidito corto y de tela ligera.
39 La fiesta de las copas y las Dionisíacas estaban consagradas a Dionysos; por eso prefiere Mnesíloco estas solemnidades a otras para enterarse de la edad del pellejo de vino.
40 El vestidillo cretense. Según el rito, la piel de la víctima pertenecía al sacrificador.
41 Título de una tragedia de Eurípides. En ella Eax, hermano de Palamedes, escribe la muerte de éste sobre unos remos y los arroja al mar, esperando que alguno de ellos llegará a poder de su padre Nauplio, y le hará saber la triste noticia.
42 General derrotado en una batalla naval, cerca de la isla Sime, contra el lacedemonio Astioco. Aristófanes lo opone a Nausímaca, nombre de una cortesana, escogido de intento, por significar, combate naval.
43 General detestable y mal reputado. Era uno de los demagogos más influyentes, y acérrimo partidario de la guerra. Salabacca era una cortesana.
44 Nombres alegóricos para indicar la decadencia de las armas atenienses. Aristómaca designa la gloriosa batalla de Maratón; y Estratónice, vale tanto como victoria del ejército.
45 Otro nombre alegórico forjado para poner de relieve la desacertada conducta de los senadores que cedieron ante el gobierno de los Cuatrocientos y permitieron la abolición de la democracia.
46 El taxiarco mandaba ciento veinticinco hombres, y era el jefe del batallón que suministraba cada tribu.
47 Llamábase así al que mandaba un cuerpo de ejército.
48 Fiestas que se celebraban en memoria de la vuelta de Deméter.
49 Fiestas llamadas así del dosel bajo el cual eran llevadas procesionalmente las estatuas de Atenea, Deméter, Perséfone, Apolo y Poseidón.
50 El mismo general de quien Aristófanes se burló en Los Acarnienses por su afición a la guerra. Aquí le hace ya justicia.
51 El demagogo, sucesor de Cleón, tantas veces atacado por Aristófanes.
52 Todos los pasajes impresos en cursiva están tomados de la Helena, de Eurípides.
53 Ateniense de mala reputación.
54 La mujer cree que se trata de Proteas, general ateniense.
55 Verso parodiado en su última palabra para aludir al oficio de la madre de Eurípides.
56 La palabra griega significa también «emplear astucias», porque los egipcios tenían fama de pérfidos.
57 Hombre arruinado, cuya miseria le obliga a ayunar más a menudo de lo que quería.
58 Es decir, Apolo y Artemis.
59 Otro sobrenombre de Dionysos
60 El arquero, como escita, se expresa en un griego lleno de barbarismos y que dan lugar a unos efectos cómicos imposibles de traducir.
61 Título de una tragedia de Eurípides, uno de cuyos personajes es Perseo.
62 Perseo volvía del país de las Gorgonas, volando sobre el caballo Pegaso, cuando distinguió encadenada a un escollo a Andrómeda, expuesta a la voracidad de un monstruo marino. Conmovido por su desgracia, petrificó al monstruo, presentándole la cabeza de Medusa, y libertó a la infeliz princesa, con la cual se casó.
63 Implora a la ninfa Eco.
64 Rey de Etiopía. Vióse obligado a exponer a su hija Andrómeda para aplacar las iras de Poseidón, que había inundado su reino y enviado un monstruo marino para devastarlo.
65 Al representar una tragedia en la cual Eco era uno de los personajes.
66 Deméter y Perséfone.
67 Nombre de la bailarina, alusivo a su ligereza, pues significa cervatillo.