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26/2/15

Adiós, Robinson JULIO CORTÁZAR






Adiós,  Robinson

JULIO CORTÁZAR


Ruido de avión que desciende.

ROBINSON.-(Excitado) ¡Mira,  mira,  Viernes! ¡La  isla! 
VIERNES.-Sí, amo.

A la  palabra  "amo"   sigue una  risita instantánea y como para  sí  mismo,  apenas una indicación de risa contenida.

ROBINSON.-¿Ves la ensenada?  ¡Mira,  allá, allá! ¡La  reconozco! ¡Allí desembarca­ron  los caníbales, allí te salvé  la vida! ¡Mira, Viernes!

VIERNES.-Sí, amo  (risita), se  ve  muy  bien la costa  donde casi  me  comen  esos Caníbales  malos,   y  eso  solamente  porque un   poco   antes   mi  tribu   había   querido comérselos a ellos,  pero  así es la vida, como  dice el tango.

ROBlNSON.-¡Mi isla, Viernes,  vuelvo a ver mi isla! ¡Reconozco todo  a pesar  de los cambios, todo!  Porque como  cambios, los hay.

VIERNES.-Oh sí, como  cambiar  ha cambiado, amo  (risita). Yo  también reconoz­co la isla donde me enseñaste a ser  un buen esclavo.  Allí se ve el lugar  donde estaba tu cabaña.

ROBINSON.-Dios  mío,   hay   un   rascacielos   de   veinticuatro...,  ¡no,   espera,   de treinta  y dos  pisos! ¡Qué maravilla, Viernes!

VIERNES.-Sí, amo  (risita).

ROBINSON.-Dime un  poco,  ¿por  qué  cada vez que  te diriges  a mí te ríes? Antes no  lo hacías,  sin contar que  yo no  te lo  hubiera permitido, pero  de  un  tiempo  a esta parte... ¿Se puede  saber  qué  tiene  de gracioso que  yo sea  tu  amo,  el hombre que  te salvó de  un destino horroroso y  te enseñó  a vivir  como  un ser  civilizado?

VIERNES.-La  verdad,  no   tiene   nada   de gracioso,  amo   (risita).  Yo   tampoco comprendo muy  bien,  es algo completamente involuntario, créeme.  He consultado a dos  psicoanalistas, uno 
freudiano y el otro  junguiano, para  doblar las chances  como hacemos  en  el  hipódromo,  y  para   mayor   seguridad  me   hice   examinar  por   una eminencia de la contra-psiquiatría. Dicho  sea de paso, éste fue el único  que  aceptó  sin dudar  que  yo fuera Viernes,  el de tu libro.

ROBINSON.-¿Y cuál  fue el diagnóstico?

VIERNES.-Todavía está  en  procesamiento electrónico en  Dalias,  pero  según  me informó Jacques  Lacan  el otro  día, se puede  sospechar desde  ya que  se trata  de un  tic nervioso.

ROBINSON.- Ah, bueno, si no es más que eso,  ya pasará,  Viernes, ya pasará.  Mira, vamos  a aterrizar. ¡Qué  magnífico aeropuerto han  construido! ¿Ves las carreteras, ahí y ahí? Hay ciudades 
por  todas  partes,  se diría  que  esos son pozos  de petróleo... Ya no queda  nada de los bosques  y las praderas que  tanto recorrí en mi soledad, y más tarde contigo... Mira esos  rascacielos,  ese puerto lleno  de yates...  ¡Quién podría ya hablar de  soledad en  la isla de  Juan   Fernández! ¡Ah, Viernes, ya lo  dijo  Sófocles,  creo,  el hombre es un ser  maravilloso!

VIERNES.-Sí, amo  (risita).

ROBINSON.- (Para sí mismo.)  La verdad  es que  me  joroba  un  poco  con  su  risita. 

VIERNES.-Lo que  no  entiendo, amo,  es por qué  has querido volver a visitar  tu isla. Cuando se lee tu libro  con  verdadero espíritu crítico, el balance  de tu estancia  en
la isla es bastante  nefasto. La prueba  es que  cuando te rescataron, casi te vuelves loco de  alegría,  y si al ver  alejarse  las costas  de  Juan  Fernández no  les hiciste  un  corte  de mangas,  fue  tan  sólo  porque eres  un  caballero británico.

ROBINSON.-Ah, Viernes, hay cosas  que  los indios  como  tú no  pueden  compren­der a pesar  de lo mucho que  los ayudamos a diplomarse en las mejores  universidades. La noción  del  progreso  te  está  vedada,  mi   pobre   Viernes,  y  hasta   diría   que   el espectáculo que  ofrece  nuestra isla desde el aire  te decepciona o  te inquieta; algo  de eso leo en  tus ojos.

VIERNES.-No, amo  (esta vez sin la risita). Yo  sabía  muy  bien  lo  que  íbamos  a encontrar. 
¿Para qué  tenemos la TV  y el cine y el National Geographic Magazine?  No sé realmente por  qué  estoy  inquieto  y hasta triste;  tal  vez  en  el  fondo sea  por  ti, perdóname.

ROBINSON.-(Riendo.) ¿Por  mí? ¡Pero  si tienes  ante  tus  ojos  al ser  más  feliz del universo! 
¡Mírame  bien,  y mira  el espectáculo que  despliega sus alfombras ahí abajo!

VIERNES.-Hm.

ROBINSON.-¿De qué  podría  yo quejarme si en este momento asisto  no solamente a la realización  de mis sueños  de progreso y de civilización, sino  a los de toda  la raza blanca,  en todo  caso  la británica para  estar más seguros?

VIERNES.-Sí, amo  (risita), pero  todavía  no has visto  la isla de cerca.  Tu  alegría podría ser  prematura, es algo  que  yo siento  con la nariz,  si me  perdonas.

ROBINSON.-¡Con la nariz!  Oh,  Viernes, después  de  la educación que  te  hemos
dado...

VIERNES.-Desde luego  impecable, amo (risita). Lo  que  no  entiendo es  que  el avión  no  cesa de dar  vueltas  sobre  la isla.

ROBINSON.-Pienso que el piloto me rinde un conmovedor homenaje, Viernes, dándome la oportunidad de  ver  en  detalle  mi  querida isla convertida en  un  paraíso moderno. ¡Ah, ahora  sí aterrizamos! 
Prepara nuestro equipaje de mano.  Cuando retires las valijas,  cuéntalas bien,  cinco mías y tu  bolsa  de arpillera.

Ruido de avión que aterriza, descenso de los pasajeros, marcha por largos pasillos, etc.

ALTAVOZ.-Los  pasajeros con  destinación  a Buenos   Aires,  Quito,  Santiago y Panamá, sigan  el corredor marcado con  flechas verdes.  Los  pasajeros con  destinación a   Houston  y  San   Francisco,  sigan   el corredor  marcado  con   flechas   azules.   Los pasajeros  que  permanecen  en Juan Fernández,  sigan el corredor marcado  con flechas amarillas y esperen  en el salón del fondo.  Gracias.

ROBINSON.-¿Ves, Viernes? ¡Qué organización! Antes  había toda  clase de confu­siones en los aeropuertos, y yo me acuerdo  muy bien de que...

ALTAVOZ.-Atención,  pasajeros  con destinación   a  Buenos  Aires.  Al  final  del corredor marcado  con flechas verdes, deberán  dividirse  en dos grupos, las damas a la izquierda  y los caballeros a la derecha; los menores de edad permanecerán  con su padre o  su  madre  según  prefieran.  Las damas  entrarán   en  la  sala  marcada  con D,  y los caballeros  en  la marcada  C. Atención,   pasajeros  con  destinación   a Quito. Cuando hayan llegado  al final del...

ROBINSON.-Es extraordinario, realmente. ¿Te  das cuenta,  Viernes  de  que  aquí se ha eliminado  toda posibilidad  de error?

VIERNES.-Me basta con que tú lo digas, amo (risita).

ROBINSON.-Esa cuestión de tu tic nervioso... En fin, ahí está el salón que nos anunciaron; supongo  que   las  autoridades  me  estarán   esperando   para   darme   la bienvenida.

ALTAVOZ.-Los pasajeros  que permanecen en Juan  Fernández  pasarán  las formalidades  de policía y aduanas en las ventanillas  uno a diez, con arreglo  a la inicial de  sus  apellidos.  Se ruega  al señor Robinson   Crusoe  dirigirse  a la puerta  marcada  «Oficial».

ROBINSON.-¡Ah, perfecto,  perfecto! Ahora verás, Viernes,  que... 

FUNCIONARIA.-¿Señor Crusoe? 
Mucho  gusto.  Pase por  aquí. 

ROBINSON.-Viajo con  mi...

FUNCIONARIA.-Su secretario  irá a la ventanilla  V. Pase, por  favor..

ROBINSON.-Pero es que nosotros...

VIERNES.-No te preocupes,  amo (risita), ya nos encontraremos eh alguna  parte, yo me ocupo  de las maletas.

FUNCIONARIA.-Señor  Crusoe,  lo he hecho llamar aparte  porque  el gobierno de
Juan  Fernández  quisiera  evitarle  toda dificultad  durante su estancia en la isla.

ROBINSON.-¿Dificultad? Yo esperaba  que...

FUNCIONARIA.-Sabíamos de su llegada,  y haremos  lo posible  para que su visita sea agradable. Como  usted sabe, nuestras relaciones con su país no están precisamente cortadas  pero  sí en  una situación  crítica,  de  modo  que  mi gobierno se excusa de  no recibirlo  públicamente. 
Trataremos de facilitarle todo  lo que usted desee, en la medida de  nuestras posibilidades,  pero  preferiríamos que  usted se mantenga  lo  más alejado posible...

ROBINSON.-¿Alejado?

FUNCIONARIA.-...  de  contactos   inútiles   con  el  exterior,   quiero   decir  con  el público  en general, la gente  de la calle y de los cafés.

ROBINSON.-Pero yo...

FUNCIONARIA.-De aquí lo llevarán directamente al hotel, y el gerente  tiene instrucciones para darle una habitación  lo más aislada posible, incluso con un ascensor especial; usted sabe, el gobierno tiene siempre  preparados ciertos ambientes especiales para los huéspedes  distinguidos, 
a fin de sustraerlos a los contactos innecesarios.


ROBINSON.-(En un murmullo.) Innecesarios...

FUNCIONARIA.-Si  quiere   usted   asistir  a la  ópera,   el  gerente   se  ocupará   de obtenerle  el billete; lo mismo  si quiere visitar el casino o algún  museo.  En cuanto  al interior  del país,  me temo  que  esta  vez será imposible  que  salga usted  de la capital. Es mi deber señalarle que el sentimiento antibritánico es muy intenso en estos momentos.

ROBINSON.-Pero yo creía que Juan Fernández...

FUNCIONARIA.-Oh,  no se trata solamente de un antagonismo hacia su país, sino de alguna  manera  un antagonismo general.

ROBINSON.-(Explotando.) ¿Un sentimiento que va también contra  el propio gobierno? 

(Silencio prolongado.) 

Perdóneme, señora,  no quisiera  inmiscuirme en...  pero realmente  esta situación  me toma de tal modo  de sorpresa...

FUNCIONARIA.-Juan  Fernández  no es una colonia, señor Crusoe,  y somos perfectamente dueños de nuestros sentimientos. Como comprenderá, no podíamos negarnos   a  su  visita,  puesto que  usted  ha  vivido  en  nuestra  isla  y le ha  dado  un prestigio   mundial,   pero  acaso no  le  extrañará   saber   que  desde   hace tiempo   no permitimos la entrada  a ningún extranjero. 
Como  excepción  honorable, no dudo  de que  estará dispuesto  a facilitarnos  la tarea de protegerlo.

ROBINSON.-(Como  para sí mismo.)  Sí, desde luego,  pero  yo venía para...

FUNCIONARIA.-(Casi secamente.) Al fin  y al cabo  usted  tuvo  poca  oportunidad de mantener  contactos  en su visita anterior. Bastará con que lo recuerde,  y todo saldrá bien. (Con mayor calidez.)  Sé que  no le doy buenas  noticias,  señor  Crusoe,  y si de mí dependiera  cambiar  aunque  sólo  fuese un poco esta situación, créame que  lo haría.

ROBINSON.-¿Si  dependiera  de usted? Oh, sí, me gustaría  tanto  hablar con  usted, conocerla  mejor...  Me resulta difícil aceptar esta situación... No sé, tengo  la sensación de que  usted  me comprende, y que al margen de su deber...

FUNCIONARIA.-Sí,  claro  que  lo comprendo,  y  si  se  presenta   la oportunidad tendré  mucho  gusto  en hablar de nuevo  con  usted.  Me llamo  Nora.  Mi marido  es el subjefe de policía.

ROBINSON.-Ah.

FUNCIONARIA.-Por  supuesto, conozco  su libro,  es un libro  que  todo  el mundo ha leído  aquí.  A veces me pregunto por  qué, ya que  se refiere a un  Juan  Fernández muy diferente.  A menos  que...

ROBINSON.-¿A  menos que...  no sea tan diferente?

FUNCIONARIA.-(Con su voz  oficial.)   Lo dejaremos  para  otra  vez,  señor  Crusoe. Este señor  lo espera para llevarlo  a la sala de equipajes  donde  también  lo espera su... secretario.  
Buenas tardes,  y feliz estancia en Juan Fernández.

ROBINSON.-(Para sí.)  A menos  que no sea tan diferente... A menos  que...  Pero no puede  ser, yo vi el rascacielos allí donde se alzaba mi cabaña,  yo vi las carreteras, los yates en la rada...

FUNCIONARIA.-Cuando  usted quiera,  señor Crusoe.  Por  aquí.


Ruidos de pasillos, de altavoces dando instrucciones.


ROBINSON.-¡Viernes!


VIERNES.-Sí, amo  (risita), ya ves que  no era para  tanto.  Tus  maletas  ya están  en el auto,  y   Plátano nos  espera.

ROBINSON .-¿Plátano?

VIERNES.-(Riendo) Se llama así, qué quieres. Es el chófer  que  nos  han dado,  ya somos  amigos.

ROBINSON.-(Interesado) Te  hiciste  amigo  de  Plátano?

VIERNES.-Claro, nadie se fija demasiado en mí, y Plátano desciende de la misma tribu que  yo,  lo  descubrimos en  seguida:  los dos  tenemos los  pulgares muy  largos, siempre  fue  nuestra manera  de reconocernos en otros tiempos. Ven,  amo, por  aquí.


Ruidos de calle, autos y gente que habla animadamente. Música idiota por altavoces que hacen propaganda comercial igualmente idiota.


VIERNES.-Puedes decirme  lo que  quieras, amo,  Plátano no comprende la lengua de Shakespeare. 
Pareces  triste,  amo.

ROBINSON.-No, no  es eso,  pero... ¡Ah, mira esa avenida! 

VIERNES.-Es bastante  ancha,  en efecto.

ROBINSON.-¡Qué edificios  extraordinarios! Y las calles llenas  de  gente,  Viernes, de gente.

VIERNES.-No  me   parece   tan   extraordinario.  Cualquiera  creería   que   dejaste Londres hace veinte  años.  Esta es una ciudad  como  cualquier otra,  Plátano me explicó todo. Esta  noche,  si no  necesitas de mí,  vendrá   a buscarme para  ir  de  juerga. Dice que  las mujeres  tienen  una predilección por  los  pulgares largos,  ya veremos.

ROBINSON.-Viernes, la educación que  yo te he dado  prohíbe que  un  caballero...
En  fin,  tal vez Plátano querrá llevarnos a los dos,  ¿no crees?

VIERNES.-(Con tristeza) No, amo,  no lo creo.  A su manera,  Plátano ha sido  muy franco  conmigo. 
Tiene  consignas y debe  cumplirlas.

ROBINSON.-Como Nora...  Como   el  gerente del  hotel...  y  ahí,  mira,  esa  calle angosta con  sus  mercados abiertos, las muchachas con  vestidos de  tantos  colores, las tiendas  iluminadas en pleno  día...

VIERNES.-Igual que  en  Las  Vegas,  que  en  Singapur, que  en  Sao  Paulo,  amo. Ninguna diferencia  con  Nueva  York, salvo  los  mercados y un  poco  las muchachas.

ROBINSON.-(Para sí)  Y ¿qué  voy  a hacer  yo en el hotel?

PLÁTANO.-(Una frase en un idioma incomprensible, dirigida a  Viernes  que se  ríe y  le contesta en la misma lengua.)


VIERNES.-El muy  desgraciado, no  ha perdido palabra, y yo que  pensaba  que  no sabía  inglés...   
Ustedes  han  hecho  bien  las cosas,  amo, esa lengua  la hablan  hasta  las focas  del Artico.

ROBINSON.-¿Qué te dijo?

VIERNES.-Contestó  a  tu   pregunta  sobre   el  hotel.   Encontrarás  un  programa preparado para ti, con horarios y el resto. Simplemente vendrán a buscarte y te traerán de vuelta.  Museos  y esas cosas.

ROBINSON.-( Exasperado)  Qué  carajo me importan a mí sus  museos,  ahora.   Lo que yo quiero...

VIERNES.-Ya estamos, amo,  baja por  este lado.  (Dirige una alegre frase a Plátano, que le contesta  con una carcajada y otra frase.)


Ruidos apagados  de un gran hotel. Un altavoz aterciopelado llama a un huésped. Música de fondo.


LOCUTOR.-(Sobre el ruido de la acotación) Horas  más tarde...

ROBINSON.-Quédate todavía   un  poco,  Viernes. Mira,  pidamos whisky   y beba­mos  juntos.  Me imagino que  tu  habitación es tan  buena  como  la mía, ¿verdad?

VIERNES.-No, amo.  Es  una  habitación para criados, muy  pequeña  y con  una ventana que  da a un agujero de ventilación.

ROBINSON.-Protestaré, voy  a llamar  al gerente y...

VIERNES.-No, amo,  no  vale  la  pena.   Para  lo  que  voy  a  estar  en  esa  pieza... Además  tiene una ventaja  que  me explicó Plátano, y es que  puedo  subir  por la escalera de servicio, y si por la noche hay alguien  que me acompaña, nadie se dará cuenta  de nada.

ROBINSON.-Y  yo,  ¿Viernes?   Este   programa es  abrumador. Es  interminable y
aburrido, no  me dejan  un  momento libre  salvo  las horas  de sueño. Si por  lo  menos 
entonces... En fin, tú me comprendes, no es que yo necesite especialmente encontrar a...

VIERNES.-Claro que  comprendo, amo.  Mira,  si tú no  te ofendes y sobre  todo  si
ellas  no  se ofenden, yo  vendré   a  buscarte por  la  noche   y  te  cederé  mi  lugar, o  lo 
compartiremos.

ROBINSON.-Viernes, ¡cómo  te atreves!

VIERNES.-Discúlpame, amo  (risita).


Suena el teléfono


ROBINSON.-  Crusoe, sí. / Sí, sí,  reconozco su  voz.  / ¿Dentro de  media  hora?  Sí, claro,   la esperaré abajo.  /  Ah,  otro funcionario. / Comprendo, Nora, pero....  /  Sí, supongo. Otra  vez,  entonces. /  Sí, yo también espero. / Gracias.

VIERNES.-Pareces triste,  amo.

ROBINSON.-No  me  fastidies   con  tus  curiosidades. No  estoy   para  nada  triste.
(Pausa)  Bueno,  sí, más  bien decepcionado. Perdóname, no  quise  ser  grosero.

VIERNES.-¿Me dirás  quién  es Nora, amo?

ROBINSON.-Casi no  la conozco, es la persona que  me  recibió  en  el aeropuerto. Ahora me avisa que  van a venir  a buscarme. Por  un momento pensé en ella....  En  fin, es una  visita  al museo  de antropología.

VIERNES.-¿Por qué  no le pediste  que  te acompañara, amo?

ROBINSON.-Porque me  hizo  saber  bien claro  que  no  sería  ella  quien   vendría   a buscarme sino el conservador del museo. Tal vez mañana... Sí, tal vez mañana  sea ella quien  venga... 
(repite para sí la frase).


Pausa. Leit-motiv, apagadamente.


VIERNES.-Bueno, si no  necesitas  de mí por el momento...


ROBINSON.-¿Te vas a encontrar con Plátano?

VIERNES.-(Con una gran risa de felicidad) ¿Cómo adivinaste,  amo?


Puerta que se cierra. Silencio y juego Leit-motiv apenas audible. Bruscos pasos, click del teléfono.


LOCUTOR.- ( Sobre el ruido de la acotación) La noche  del mismo día...

ROBINSON.-El gerente,  por  favor.  (Breve pausa)  Crusoe,  sí. He  estado  leyendo el programa. /  Desde  luego,  excelente.  / Pero yo quisiera  ver  algunas  cosas  en  el programa. /  Por  ejemplo,  el rascacielos que han construido en el lugar  donde  estaba mi cabaña.  / De acuerdo,  trate de averiguar en seguida.  / ¿Me están  esperando?  Bajo
en seguida. 


Leit-motiv. Se oyen intercaladamente, frases típicas de los guías que explican monumentos, la voz de Robinson que agradece, luego música popular y estridente, las voces y las risas de Viernes y de 
Plátano en una fiesta, ruido de besos, muchachas que ríen y cantan. Progresivamente vuelta al  leit-motiv   melancólico, frases  protocolares, brindis,  explicación  de  un  monumento, breves 
comentarios de Robinson.

LOCUTOR.-(Sobre el ruido de la acotación) Poco después  en el hotel...

VIERNES.-Buenos días, amo. ¿Has descansado  bien? No  se diría,  tienes  cara de haber  dormido poco.

ROBINSON.-Así  es, dormí  muy mal después  de la última  visita.

VIERNES.-No era así en los tiempos  de la cabaña,  me acuerdo  de que  dormías tan bien como yo, que soy un plomo,  y que una vez me dijiste que casi nunca soñabas.

ROBINSON.-Es verdad...  Casi nunca  soñaba,  había tanta  paz en torno  a mí...

VIERNES.-Pero la soledad  te pesaba,  sin embargo. Me dijiste  que  mi llegada  te salvó de la melancolía.

RoBINSON.-Sí, era  duro  vivir  solo  en  la isla, Viernes.  No  era  posible  que mi destino fuera ese, y sin embargo  empiezo  a creer que  hay soledades  peores  que la de estar 
simplemente solo. Dame otro  poco de café, Viernes, ¿sabes?, ayer por la tarde me llevaron  a ver el rascacielos.

VIERNES.-¿Fuiste con  Nora,  amo?

ROBINSON.- No, con  un funcionario especialista en construcciones. Me dijo que el edificio era un  modelo  casi insuperable,  y le creo.  Pero  a mí me pareció  igual que los de Londres,  igual que  todos  los edificios ahora. La gente  entraba  y salía como  si no  se conociera,  sin  decirse  palabra,  apenas saludándose  en los  ascensores  o en  los corredores.

VIERNES.-¿Por   qué  esperabas  otra  cosa, amo?  Tú  mismo  lo  dices,  aquí  es  lo mismo  que en Londres  o Roma.  La isla sigue desierta,  si puedo  hablar  así.

ROBINSON.- (Después de una pausa)  La isla sigue desierta...  Tal  vez tienes  razón.
Mi isla sigue desierta,  mucho  más desierta que cuando  el mar me vomitó  en la costa...

VIERNES.- Es difícil imaginarlo,  amo. Plátano  me explicó  que  la isla tiene  dos millones y medio de habitantes,  y el gobierno ya se está ocupando del control  de nacimientos.

ROBINSON.-(lrónicamente) Desde luego, todo  termina en eso, es la única solución
que  son  capaces de imaginar.  Y entre tanto hay dos  millones  y medio  de hombres  y de mujeres  que se desconocen  entre  sí, de familias que  son  otras  tantas  islas. Como en Londres,  claro. ( Pausa )  No sé, acaso aquí  hubiera  podido  ser distinto....


VIERNES.-¿Por qué amo? ¿Por qué aquí  y no en  Londres  o Roma?

ROBINSON.-   No  lo  sé,  Viernes,  era como una  esperanza   vaga  cuando  decidí volver a pesar de todo lo que me decían. Estúpidamente pensé, ahora  lo veo, que éste podía ser el lugar donde  mi soledad  de antaño  se viera reemplazada  por su contrario, por   la  inmensa   maravilla   de  
sonreírse   y  hablarse   y   estar   cerca   y   hacer   cosas juntos...Pensé  que el libro  
habría servido  para algo, para  mostrar  a la gente  el pavor de la soledad  y la hermosura de la reunión,  del contacto... ¿Tú  sabes, verdad,  que el libro  ha  sido  casi  tan  leído como  El Quijote   o  Los  tres  mosqueteros? Bien  podía  yo hacerme  algunas  ilusiones, pero  ya ves...


Golpean a la puerta.


VOZ DE UN  EMPLEADO  DEL HOTEL- La señora  St.  John   espera  abajo, señor Crusoe.

ROBINSON.  ¡Nora!   ( Pausa )   Dígale   que bajo  en  seguida.   (Pausa )   Dame   el completo gris,  Viernes. Corbata  azul ¡Apúrate,  hombre!  Fíjate si mis zapatos negros están  bien lustrados.
VIERNES.-   Sí, amo ( Risita ).


Música de sordina del hotel, rumores del lobby. Tintineo de hielo en las copas.


NORA.-Completamente extraoficial, Robinson. Y solamente  un cuarto  de hora, porque  mis horarios  son  tan estrictos  como los suyos.

ROBINSON.-No sé cómo  darle las gracias, Nora.  Que  usted  haya sospechado...

NORA.-¿Sospechado?

ROBINSON.-Sí,  que esta visita a Juan Fernández  no es lo que yo había esperado.

NORA.-Usted está solamente  de visita. Yo tengo  que  vivir  aquí.

ROBINSON.-¿Por qué  lo acepta? ¿Por  qué los dos,  por  qué  todos,  finalmente lo aceptamos?

NORA.-No lo  sé, porque   para  empezar tampoco  sé qué  es lo  que  aceptamos. Juan  Fernández  es una isla maravillosa,  y su  pueblo,  usted  lo ha visto...  en fin, casi lo ha visto....  es un pueblo  igualmente maravilloso. El clima...

ROBINSON.-No hable como la mujer del subjefe de policía, por favor.  Yo sé por qué ha tenido  la bondad  de venir a hablar  un momento conmigo. Usted ha venido  no solamente  porque  se ha dado  cuenta  de mi desengaño y  de  mi tristeza,  sino  porque también  usted está desengañada  y triste.

NORA.-(Después de una pausa) Es verdad, pero no se puede hacer nada contra eso. 

ROBINSON.-Sí, me temo que  ya sea tarde para gentes  como  usted  y  yo. Pero en
cambio  hay otros  que...

NORA.-¿Otros?

ROBINSON.-No se ría, pero pensaba en mi criado  Viernes, en su amigo  Plátano, en la gente  que  todavía  creemos  educar  y dominar, nuestros  hijos culturales  por  así decirlo.

NORA.-(Con la voz de la funcionaria) Oh, esa gente piensa y siente de otra  manera. Sus problemas  son de otra  naturaleza,  no pueden  entendernos.

ROBINSON.-O al revés, acaso.  No  sé, soy incapaz  de  ver  con  claridad  después de que  volví a mi isla. Antes  todo  era tan neto, Nora,  tan claro.  Usted leyó el libro, ¿verdad? En cada página  había alguna  referencia llena de gratitud hacia los designios de la providencia, la ordenación del Gran Relojero,  la lógica impecable  de los seres y de las cosas.

NORA.-A mí me gustó sobre  todo la parte en que usted le salva la vida a Viernes, y poco a poco lo hace ascender de su innoble condición  de caníbal a la de ser humano.

ROBINSON.-A mí también  me gustaba mucho  esa parte,  Nora.  Hasta  hace una semana.

NORA.-(Sorprendida) ¿Por qué  ha cambiado de opinión?

ROBINSON.-Porque  aquí   estoy   viendo que   las  cosas   resultaron    diferentes. Cuando   usted  dice  que  elevé  a  Viernes de  la condición   de  caníbal  a  la de· un  ser humano,  es decir, cristiano,  es decir, civilizado,  yo pienso que desde hace una semana lo  que  más aprecio  en  Viernes  es el resto  de  caníbal  que  queda  en  él... ¡Oh, no  se asuste!, digamos  de caníbal mental, de salvaje interior.

NORA.-Pero es horrible  pensar eso.

ROBINSON.-No, más horrible  es pensar  en lo que  somos  usted  y  yo: usted,  la mujer del subjefe de policía; yo, el visitante  de Juan Fernández. Desde que  llegamos aquí, Viernes  me mostró, a su manera, que mucho de él era todavía  capaz de escapar a lo que el sistema de Juan  Fernández  me impone  a mi. Incluso  estoy seguro  de que en  este mismo  momento en  que nosotros nos encontramos, demasiado brevemente por desgracia, en  un terreno  común  de frustración y de tristeza,  Viernes  y su amigo Plátano  andan alegremente  por  la calle, cortejan  a las muchachas,  y·sólo  aceptan de nuestra  tecnología  las cosas que los divierten  o les interesan,  los juke-box y la cerveza de latas y los shows  de la TV.


Se  Oye  el griterío y la música de una gran fiesta popular.


NORA.- O sea, que de alguna  manera,  el verdadero final del libro  es diferente.

ROBINSON.- Sí, Nora,  diferente.

NORA.- Ese  Viernes,  agradecido  y  fiel, aprendiendo  a  vestirse,  a  comer con cubiertos   y a  hablar  en  inglés, parecería  que  es  él  quien  hubiera  debido salvar  a Robinson Crusoe de la soledad.  A Robinson y a mí, por supuesto, a mí y a todos los que  nos  reunimos  en un lobby  de hotel para  beber  un inútil  trago  recurrente y para ver nuestra  propia  tristeza en los ojos del otro.

ROBINSON.-No sé, Nora,  no  tenemos derecho  a exagerar  hasta ese punto.  Soy
demasiado  civilizado  para aceptar que  la gente como  Viernes o como  Plátano puedan hacer algo por  mí, aparte  de servirme.  Y, sin embargo...

NORA.-Y, sin  embargo,  estamos   aquí mirándonos  con  algo  que  podríamos llamar nostalgia.  Creo  que  siempre  nos miraremos  así en cualquier  Juan  Fernández del planeta.  (BruscamenteMe voy, mi marido  espera  mi informe.

ROBINSON.- (Amargo) ¿Sobre esta conversación, Nora?

NORA.- Oh, no,  esta conversación ya ha ocurrido millones  y millones  de  veces desde el fondo  de los tiempos,  no tiene ningún interés  para la policía. Mi informe,  en cambio, es apasionante, un análisis sobre los abortos  y el suicidio en Juan  Fernández. Hasta otra  vez, Robinson.

ROBINSON.-(Después de una pausa) ¿Nunca   podré   caminar  por  las  calles  con usted,  Nora?

NORA.-Me temo  que  no,  y es lástima. Habitúese  a  los  autos  cerrados,  se  ve bastante  bien por las ventanillas.  Yo ya me he acostumbrado bastante. Juan  Fernández es para mí como  una serie de imágenes bien recortadas  en el marco  de las ventanillas del auto.   Un  museo,  si  se piensa  bien,  o  una proyección   de  diapositivas.  Adiós, Robinson.

Leit-motiv. Golpeteo de hielo en un vaso. Lejano rumor de ciudad. Música de baile popular, gritos alegres de gente que se divierte. Se pasa poco a poco al ruido de un autoy al rumor del aeropuerto.


ALTAVOZ.-Los  pasajeros   con   destinación a   Londres    seguirán   el   corredor marcado con flechas rojas, y presentarán  sus documentos en las ventanillas correspondientes  a la inicial de su apellido.  Los pasajeros  con destino  a Washington seguirán...

VIERNES.-(Su voz sonora y alegre cubre la del altavoz). Tenías  razón,  amo  (risita), la organización es perfecta,  mira cómo  las flechas  rojas nos  llevan  indefectiblemente a las ventanillas,  ahora  tú vas a la que dice C, y yo a la que  dice V. Nos  volveremos a encontrar, amo, no pongas  esa cara tan triste,  tú mismo me enseñaste  las maravillas de este aeropuerto.

ROBINSON.- Me  alegro  de volver  a Inglaterra, Viernes.  Me alegro  de irme de la isla. No  es mi isla. Creo que  nunca fue  mi isla, porque  incluso  entonces  no entendí que...  Es difícil explicarlo,  Viernes, digamos que no entendí  lo que hacía  contigo, por ejemplo.

VIERNES.-¿Conmigo, amo? (risita). Pero  si hiciste maravillas,  acuérdate  cuando me cosiste  unos  pantalones  para que  no siguiera  desnudo, cuando  me enseñaste  las primeras  palabras  en inglés,  la palabra amo (risita), las palabras  sí y no,  la palabra Dios, todo  eso que se cuenta  tan bien en el libro...

ROBINSON.-Qué  quieres,   todo   eso  había que   hacerlo   para  arrancarte   a tu condición  de salvaje, y no me arrepiento de nada. Lo que no fui capaz de entender  es que alguien  como  tú, un  joven caribe frente  a un vetusto  europeo...

VIERNES.-(Riendo). Tú  no eres vetusto, amo.

ROBINSON.-No te  hablo  de  mi cuerpo, sino de  mi  historia,  Viernes,  y es ahí donde  me 
equivoqué  contigo cuando  pretendí  hacerte entrar  en la historia,  la nuestra, por supuesto, la de  la gran  Europa, y muy especialmente  la de  la grande   Albión, etcétera  (ríe irónicamente). 
Y lo peor es que hasta ahora  me parecía bien, te imaginaba identificado  con nuestro modelo  de vida,  hasta que  llegamos  de nuevo  aquí  y a ti te empeoró  ese tic nervioso... Así lo llamas, por  lo menos.

VIERNES.-Puede ser que se me pase, amo (risita).

ROBINSON.-Algo me dice que  no,  que  ya no  se te pasará  nunca  más. Pero  es curioso que el tic  se agravara cuando llegamos a Juan  Fernández, cuando  de golpe cambiaste,  te encontraste con Plátano, y...

VIERNES.-Es cierto,  Robinson.  Muchas cosas cambiaron  en ese momento. Y no es nada al lado de lo que  todavía  va a cambiar.

ROBINSON.-¿Quién te ha autorizado para que  me llames por  mi nombre  de pila?
¿Y qué  es eso del cambio?


El leit-motiv  se mezcla con una música de fiesta y los altavoces del aeropuerto; todo eso dura apenas un instante.


VIERNES.- (Con una voz  más grave, más personal).  ¿Por  qué  crees,  Robinson, que esta isla se llama Juan  Fernández?

ROBINSON.-Bueno, un navegante  de ese nombre,  en el año...

VIERNES.-¿No se te ha ocurrido pensar  que su nombre  no es el mero  producto de un mero azar de la navegación?  Tal vez no hay nada de casual en eso, Robinson.

ROBINSON.-En fin, no veo la razón de que...

VIERNES.-Yo sí la veo.  Yo creo  que  su nombre  contiene  la explicación  de  lo que te ocurre  ahora.

ROBINSON.-¿La  explicación?

VIERNES.-Sí, piensa  un  poco.  Juan Fernández  es el nombre  más común,  más vulgar  que  podrías encontrar en lengua castellana.  Es el equivalente exacto  de John Smith  en tu país, de Jean  Dupont en Francia, de Hans  Schmidt  en  Alemania. Y por eso no suena como un nombre  de individuo, sino de multitud, un nombre  de pueblo, el nombre  del "uomo cualunque", del Jedermann...

Rumor de fiesta popular, de multitud.


ROBINSON.-Sí, es cierto, pero...

VIERNES.-Y eso  explica  acaso  lo que  te ocurre ahora,  pobre Robinson Crusoe. Tenías   que   volver   aquí  conmigo  para descubrir que  entre   millones   de  hombres y mujeres  estabas tan  solo  como  cuando naufragaste en  la isla.  Y  sospechar acaso la razón  de esa soledad.

ROBINSON.- Sí, creo  que  la sospeché mientras hablaba  con  Nora  en el hotel;  fue como  si de  golpe  pensara  en  tal como eras  el día en  que  te salvé  la vida, desnudo e ignorante y caníbal,  pero  al mismo  tiempo tan  joven,  tan  nuevo, sin  las manchas  de la historia, más cerca, tanto más cerca que yo del aire y los astros  y los otros  hombres...

VIERNES.-No te olvides  que  nos comíamos entre  nosotros, Robinson.

ROBINSON.-(Duramente) No  importa. Lo mismo  estaban  más  cerca  los  unos  de los otros. Hay  muchas  maneras  de ser caníbal, ahora  lo veo  con  tanta  claridad.

VIERNES.-(Afectuosamente).Vaya, Robinson. Y esto  has venido a descubrirlo  al final de la vida, en el suelo  mismo  de  tu isla. Ahora  sabes que  has perdido la facultad de comunicarte, de conectarte con  Juan Fernández, con   Hans  Schmidt, con  John Smith...

RoBINSON.-(Patético). Viernes,  tú  eres testigo  de que  yo quería  salir  a la calle, mezclarme con  la gente,  que...

VIERNES.-No  te  hubiera   servido  de mucho  con  gentes   como   Plátano  y  sus amigos,  te hubieran sonreído amablemente y nada  más. El gobierno quiso  aislarte  por razones  de  Estado, pero  hubieran podido ahorrarse el trabajo, lo sabes  de sobra.

ROBINSON.-(Lenta y amargamente) ¿Por qué  volví?  ¿Por  que  tenía  que  volver a mi isla donde conocí  una soledad  tan diferente, volver  para  encontrarme todavía  más solo y oírme  decir  por  mi propio criado  que toda la culpa  era  mía?

VIERNES.-Tu criado   no  cuenta, Robinson. Eres  tú  el  que  se  siente  culpable. Personal y vicariamente culpable.


ALTAVOZ.- Atención,   embarque  inmediato de   los   pasajeros    con   destino a Londres. Se les ruega  llevar  en la mano  los certificados de vacuna.

ROBINSON.-Sabes, casi quisiera  quedarme ahora.  Tal  vez...

VIERNES.-Demasiado tarde  para  ti, me temo.  En  Juan  Fernández no  hay  lugar para  ti  y los  tuyos,  pobre   Robinson Crusoe, pobre   Alejandro Selkirk, pobre Daniel Defoe,   no  hay  sitio  para  los náufragos de  la  historia, para  los  amos  del polvo   y el humo, para  los  herederos de la nada.

ROBINSON.-¿Y tú,  Viernes?

VIERNES.-Mi verdadero nombre no  es Viernes, aunque  nunca   te  preocupaste por saberlo.  
Prefiero  llamarme  yo  también   Juan Fernández,  junto  con   millones   y millones de Juan  Fernández que  se reconocen como nos  reconocimos Plátano y yo,  y que empiezan a marchar   juntos  por  la vida.

ROBINSON.-¿Hacia dónde, Viernes?

VIERNES.-No está  claro,  Robinson. No está nada  claro,  créeme,  pero  digamos que  van hacia tierra  firme,  digamos que  quieren dejar  para  siempre  atrás  las islas de los Robinsones, los  pedazos  solitarios de  tu mundo. En  cuanto a nosotros dos  (con una carcajada), vamos a Londres,  y  este avión no  nos esperará si no  nos apuramos (siempre riendo). ¡Corre, corre! ¡Los  aviones no  esperan, Robinson,  los  aviones  no esperan!


JULIO   CORTÁZAR