Capítulo VI
Relajación De Los Músculos
1
Cuando el director entró en la clase nos llamó a María, a Vanya y a mí
para representar la escena de los billetes que se queman.
Subimos al escenario y comenzamos.
Al principio las cosas fueron bien. Pero cuando llegamos a la parte
trágica, sentí que dentro mío algo vacilaba, y entonces, para ayudarme con algo
exterior a mí, apreté con todas mis fuerzas un objeto que sentí bajo mi mano.
De pronto algo se quebró, al tiempo que sentía un dolor agudo y que un cálido
líquido humedecía mi mano.
No estoy seguro de cuándo me desmayé. Recuerdo una serie de ruidos
confusos. Luego sentí aumentar mi debilidad, el vértigo y, por fin, caí
desvanecido.
Mi infortunado accidente (me había dañado una arteria y la hemorragia
subsiguiente me obligó a guardar cama por varios días) llevó al director a
hacer un cambio en su plan de estudios y adelantarse en parte al programa de
nuestra ejercitación física. Paul me dio un resumen de sus observaciones.
Tortsov dijo:
—Será necesario interrumpir el desarrollo estricto de nuestro programa,
para explicarles algo que está más adelante en el orden usual, un punto
importante al que llamamos «liberación de nuestros músculos». El momento
natural en que debía explicarles esto hubiera sido al llegar a la parte externa
de nuestro aprendizaje. Pero la situación de Kostya nos obliga a tratarlo
ahora.
«No pueden, al principio de la labor, tener ningún concepto del mal que
resulta de los espasmos musculares y de la contracción física. Cuando tal cosa
ocurre en las cuerdas vocales de una persona que naturalmente posee buenos
tonos, se vuelve ronca al punto de que a veces pierde la voz. Si tal
contracción atara las piernas, el actor camina como un paralítico; si en las
manos, éstas se entumecen y accionan como garras. La misma clase de espasmo
puede atacar la espina dorsal, el cuello o los hombros. En todos los casos
dejan tullido al actor y le impiden actuar. \1ero lo peor es cuando esta
situación afecta el rostro, torciendo sus gestos, paralizándolo o petrificándolo.
Los ojos se escapan de las órbitas, los músculos contraídos dan al actor un
aspecto desagradable, haciéndole expresar lo contrarío de lo que pasa en su
interior, sin relación alguna con sus emociones. Los espasmos pueden atacar el
diafragma y otros órganos relacionados con la respiración, interrumpir la
respiración normal y determinar la falta de aire. Esa tensión muscular afecta
también otras partes del cuerpo, y no puede tener más que un efecto nocivo
sobre las emociones que el actor está experimentando, en la expresión de ellas
y en el estado general del sentimiento.
«Para convencerlos de cómo la tensión física paraliza nuestras acciones,
y está ligada a nuestra vida interior, hagamos un experimento. Hay allí un gran
piano. Traten de levantarlo.
Los estudiantes, por turno, hicieron enormes esfuerzos y sólo lograron
levantar una punta del pesado instrumento.
—Mientras sostiene el piano, multiplique rápidamente por treinta y siete
—dijo el director a uno de los estudiantes—. ¿No puede? Bien, entonces utilice
su memoria visual y recuerde todos los negocios de la calle, desde la esquina
hasta el teatro. . , ¿Tampoco? Cante entonces la cavatina de Fausto. ¿Nada?
Bien, trate de recordar el gusto de un plato de riñones guisados, o el tacto
del terciopelo de seda, o el olor de algo que se quema.
Para obedecer las órdenes, el estudiante soltó la punta del piano que
sostenía con gran esfuerzo, descansó un momento, recordó las preguntas que le
hicieron, dejó que se hundieran en su conciencia, y luego comenzó a
responderlas, recordando todas las sensaciones pedidas. Recién entonces renovó
su esfuerzo muscular, y con mucha dificultad volvió a levantar la punta del
piano.
—Ya ven —dijo Tortsov—que a fin de contestar a mis preguntas, ha tenido
que soltar el peso y relajar los músculos, sólo entonces pudo dedicarse
íntegramente a la operación de sus cinco sentidos.
«¿No prueba eso que la tensión muscular interfiere la experiencia
emotiva interior? Mientras tengan esa tensión física no podrán ni siquiera pensar
en los delicados matices del sentimiento o de la vida espiritual del papel de
cada uno. En consecuencia, antes de tratar de crear nada, es necesario para
ustedes tener los músculos en condiciones apropiadas, de manera que éstos no
les impidan los movimientos.
«Un ejemplo convincente lo tenemos en el accidente de Kostya. Esperemos
que esta desgracia les servirá a él y a ustedes de lección efectiva de lo que
no deben hacer en el escenario.
—¿Pero es posible liberarse de esa tensión? —preguntó alguien.
El director recordó el actor descripto en Mi vida en el arte, que sufría
de fuerte tendencia a espasmos musculares. Ayudado por hábitos adquiridos y
constante control, pudo lograr que en cuanto ponía los pies en el escenario sus
músculos se relajaran. Lo mismo llegó a sucederle en los momentos críticos de
la creación de su papel: espontáneamente, sus músculos trataban de librarse de
toda tensión.
—No es únicamente un fuerte espasmo muscular general el que impide el
funcionamiento correcto. Hasta la más pequeña presión en un punto dado, puede
detener la facultad creadora. Les daré un ejemplo. Cierta actriz, poseedora de
un talento maravilloso, sólo podía mostrarlo en raras y accidentales ocasiones.
Por lo general, sus emociones eran reemplazadas por un esfuerzo bien visible.
Se agotó tratando por todos los medios posibles de relajar los músculos, pero
sólo logró un éxito parcial. Accidentalmente, en las partes dramáticas de su
papel, su ceja derecha se contraía, aunque ligeramente, por eso le sugerí que cuando
llegase a los pasajes difíciles de su papel, tratara de liberar el rostro de
cualquier tensión. Cuando pudo lograrlo, el resto de los músculos de su cuerpo
se relajó espontáneamente. Esa actriz se transformó; su cuerpo se aligeró, sus
facciones adquirieron mayor movilidad y expresaron sus emociones internas más
intensamente. Sus sentimientos habían hallado una salida libre a la superficie.
«Piensen en esto: ¡la tensión de un solo músculo en un punto único,
había pedido alterar todo el organismo, tanto espiritual como físicamente!
2
Nicolás, que vino hoy a verme, afirma que el director dijo que es
imposible liberar al cuerpo por completo de toda tensión innecesaria, y que
además de ser imposible, es también superfluo. Y, sin embargo, Paul había
sacado la conclusión —partiendo de las indicaciones de Tortsov— de que la
relajación de nuestros músculos es cosa necesaria, tanto cuando se está en el
escenario como en la vida diaria.
¿Cómo pueden conciliarse estas contradicciones?
Como Paul vino después de Nicolás, doy aquí su explicación:
—Por ser humano, el actor está inevitablemente sujeto a tensión
muscular, que sobrevendrá cada vez que aparezca en público. Podrá
desembarazarse de la tensión muscular de la espalda, pero Ésta se hará sentir
en el hombro. Desaparecerá de allí, pero aparecerá en el diafragma. Siempre
habrá tensión en uno u otro lugar del cuerpo.
«Entre las personas nerviosas de nuestra generación, la tensión muscular
es ineludible y es tarea imposible pretender destruirla totalmente; no obstante,
debemos luchar contra ella sin cesar. Nuestro método consiste en desarrollar
una especie de control; algo así como un observador. Este debe cuidar por todos
los medios de que no se localice en ningún lugar del cuerpo una cantidad
adicional de contracción muscular. Este método de observación por uno mismo y
de eliminación de toda tensión innecesaria, se perfeccionará hasta que se
convierta en un hábito mecánico subconsciente. Y tampoco esto será suficiente.
Debe ser un hábito normal y una necesidad natural, no sólo en las partes más
serenas del papel, sino especialmente en los momentos de mayor nerviosidad y
esfuerzo físico.
—¿Qué quieres decir con eso de que no se debe estar tenso en los
momentos de excitación? —exclamé.
—No sólo no debes estar tenso —explicó Paul—, sino que tendrás que hacer
el mayor esfuerzo por relajarte.
Continuó repitiendo lo dicho por el director, referente a que los
actores frecuentemente se ponen tensos en los momentos de excitación. Por lo
tanto, en los instantes de gran tensión muscular es especialmente necesario
obtener una completa liberación de los músculos. En realidad, en los momentos
culminantes de un papel, la tendencia a descansar deberá ser más normal que la
tendencia a la contracción.
—¿Es, en realidad, factible? —pregunté.
—El director asegura que sí —dijo Paul—. Agregó que, aunque no es
posible librarse de toda tensión en un momento de excitación, se puede, sin
embargo, aprender constantemente a descansar. Dejen que la tensión aparezca,
dice, si no la pueden evitar, pero hagan que de inmediato intervenga el control
y la desaloje.
«Hasta que ese control se convierta en hábito mecánico, será necesario
dedicarle gran parte del pensamiento, y eso nos apartará de nuestra labor
creadora. Más tarde, esa relajación de los músculos será un fenómeno normal.
Ese hábito se desarrollará a diario, constante y sistemáticamente tanto durante
nuestros ejercicios en clase, como en casa. Deberá proseguir al acostarnos, al
levantarnos, mientras trabajamos, caminamos o descansamos, y en los momentos de
tristeza o de alegría. El "control» de nuestros músculos debe ser parte de
nuestro arreglo físico, nuestra segunda naturaleza. Sólo entonces dejará de
interponerse cuando estamos haciendo trabajo creador. Si relajamos nuestros músculos
sólo durante las horas especiales destinadas a ese propósito, no obtendremos
resultado alguno, porque tales ejercicios no son habituales, no pueden volverse
hábitos inconscientes mecánicos.
Cuando demostré que dudaba de la posibilidad de poder hacer lo que Paul
me había explicado, dio como ejemplo las experiencias del propio director.
Parece que en sus primeros años de actividad artística, la tensión muscular se
desarrolló en él casi hasta el punto de producir el entumecimiento de la parte
afectada y, sin embargo, desde que ha descubierto el control mecánico, ante una
excitación nerviosa intensa, experimenta preferentemente la necesidad de
relajar los músculos y no ha de someterlos a una tensión exagerada.
3
Hoy me visitó también Rajmánov, el ayudante del director, que es una
persona muy agradable. Me trajo saludos de Tortsov y dijo que había sido
enviado para enseñarme algunos ejercicios.
El director había dicho:
—Kostya no puede, mientras está en cama, ocuparse de nada, por eso
conviene que pruebe alguna manera apropiada de pasar el tiempo.
El ejercicio consiste en yacer de espaldas sobre una superficie plana y
dura, algo así como el suelo, y tomar nota de varios grupos de músculos, de
parte a parte del cuerpo, que están tensos sin necesidad.
—Siento una contracción en el hombro, cuello, omóplato y alrededor de la
cintura.
Las partes señaladas deberán relajarse al momento y descubrir otras.
Traté de hacer este sencillo ejercicio frente a Rajmánov, salvo que en vez de
estar en el suelo, estaba sobre una cama blanda. Después de relajar los
músculos tensos y dejar sólo los necesarios para aguantar el peso del cuerpo,
nombré los siguientes lugares:
—Los dos omóplatos y la base de la espina dorsal. —Pero Rajmánov objetó:
—Deberá hacer lo que los niños y animales hacen —dijo con firmeza.
Parece que si acostamos un niño o un gato sobre la arena a descansar o a
dormir, y luego lo levantamos con cuidado, se verá la marca de todo su cuerpo
sobre la superficie blanda. Pero si se hace el mismo experimento con una
persona de nuestra nerviosa generación, todo lo que se verá sobre la arena
serán las marcas de los hombros y de la parte posterior del cuerpo, mientras
que el resto, gracias a la crónica tensión muscular, no tocará nunca la arena.
A fin de producir una impresión escultural sobre una superficie suave,
cuando estamos echados, debemos desembarazar nuestro cuerpo de toda contracción
muscular. Esto dará, a la vez, una mejor posibilidad de descanso, al punto de
que en media hora o en una hora se logra más descanso que en toda una noche, en
que el cuerpo ha estado en posición forzada. No es de extrañar entonces que los
conductores de caravanas utilicen este método. No pudiendo permanecer en el
desierto mucho tiempo, sólo pueden dedicar escasas horas al descanso, de modo
que en lugar de un descanso prolongado, obtienen igual resultado, liberando el
cuerpo de toda tensión muscular.
El ayudante del director hace uso constante de este sistema en los
breves lapsos de descanso a sus ocupaciones diarias. Después de diez minutos de
reposo hecho de esta manera, se siente como nuevo. Y sin ello no le sería
posible cumplir todas las obligaciones que recaen sobre él.
Tan pronto salió Rajmánov, hallé al gato de casa y lo acosté sobre uno
de los almohadones de mi sofá. Al cabo de un momento había dejado la huella
completa y perfecta de su cuerpo. Decidí aprender de él a descansar.
El director dice:
—El actor, al igual que el niño, debe aprender cada cosa desde el
principio: a mirar, a caminar, a hablar, etcétera… Todos sabemos cómo hacer
estas cosas en la vida común, pero, desgraciadamente, la gran mayoría lo
hacemos mal. Una de las razones es que cualquier defecto es mucho más visible
al resplandor de las candilejas, y la otra es que el escenario ejerce mala
influencia en el estado general del actor. Evidentemente, estas palabras de
Tortsov se aplican también al momento de estar acostados. Por eso ahora me
recuesto en el sofá con el gato, lo observo cómo duerme y trato de imitarlo. No
es cosa fácil yacer de manera que ningún músculo esté, tenso y que todas las
partes del cuerpo toquen la superficie. No puedo decir que sea difícil notar
éste o aquel músculo contraído y que el relajarlos sea una destreza tan
notable, pero la dificultad está en que tan pronto se libra uno de un músculo
tenso, en seguida aparece otro y un tercero, y así sucesivamente. Por un
momento logré librarme de la tensión en la espalda y en el cuello, y no puedo
decir que de esto hubiera resultado ninguna sensación de vigor renovado, pero
me di cuenta de cómo, sin saberlo, estamos permanentemente sujetos a una
tensión superflua y perjudicial, y cuando se piensa en la traicionera
contracción de la ceja de aquella actriz, se empieza a temer seriamente a la
tensión física.
Mi mayor dificultad parece ser la de que me confundo entre la variedad
de las sensaciones musculares. Esto decuplica el número de puntos de tensión y
aumenta también la intensidad de cada uno de ellos. Termino sin saber dónde
tengo la cabeza y las manos.
¡Qué cansado estoy de los ejercicios de hoy!
No se consigue descanso alguno con esta manera de descansar…
4
Leopoldo vino a casa y me relató todo lo que hicieron. Rajmánov,
siguiendo las órdenes del director, tuvo a los estudiantes echados en el suelo
e inmóviles, luego les hizo tomar varias posiciones, horizontal y verticalmente
sentados, a medio incorporarse, de pie, de rodillas, de cuclillas, solos, en
grupos, con sillas, con una mesa o cualquier otro mueble. En cada posición
debían advertir los músculos tensos y nombrarlos. Evidentemente, algunos de los
músculos estarían tensos en todas las posturas, pero sólo se permitía
permanecer contraídos a los relacionados directamente con el ejercicio y a
ningún otro cercano a ellos. Debe recordarse también que hay varios tipos de
tensión. Un músculo necesario a la posición dada puede estar contraído, pero
sólo en la proporción que esa posición requiera.
Todos esos ejercicios obligan a una intensa represión de parte del
«control». No es tan sencillo como parece; requiere, en primer lugar, un poder de
atención bien ejercitado, capaz de rápida adaptación y de distinguir entre
varias sensaciones físicas. No es fácil saber, en una postura complicada, qué
músculo debe contraerse y cuál no.
Tan pronto como se fué Leo volví al gato. Cualquier postura que invente
para él resulta indiferente, tanto si lo pongo cabeza abajo, como si lo acuesto
de costado o de lomo. Se cuelga sucesivamente de cada una de sus garras y luego
de las cuatro a la vez. Es fácil ver que en cada una de las posturas se pliega
por un segundo como un resorte, y en seguida, con facilidad extraordinaria,
acomoda sus músculos, relaja los que no necesita y mantiene tensos los que
utiliza. ¡Qué asombrosa adaptabilidad!
Mientras el gato me ofrecía esta lección, "apareció nada menos que
Grisha. No era en modo alguno la misma persona que discutía siempre con el
director, sino que estuvo sumamente interesante en su relato sobre las clases.
Al hablar acerca de la relajación de los músculos y de la tensión necesaria
para mantener una posición, Tortsov contó una experiencia de su propia vida: En
Roma, en una casa particular, había tenido la oportunidad de ver una exhibición
para probar el equilibrio, de parte de una dama americana que se interesaba por
la restauración de esculturas antiguas. Reuniendo los pedazos y uniéndolos,
trataba de reconstruir la postura original de la estatua. Para ese trabajo se
obligaba a hacer un estudio completo del peso en el cuerpo humano y a
averiguar, por medio de experimentos con su propio cuerpo, el centro de gravedad
para cualquier postura. De este modo había adquirido una notable aptitud para
determinar los centros que establecen el equilibrio. Aquella noche los
invitados la habían colocado en posiciones al parecer imposibles de conservar,
pero en todos los casos había mostrado su extraordinaria capacidad de mantener
el equilibrio. Esa señora, además, era capaz de tumbar a un hombre más bien
corpulento, con sólo dos dedos, cosa que también aprendiera en el estudio de
los centros de gravedad. Podía, sin dificultad, hallar los lugares que
amenazaban el equilibrio de su contendiente y vencerlo sin esfuerzo alguno,
vulnerando precisamente aquellos puntos.
Tortsov no aprendió el secreto de su arte, pero al verlo comprendió la
importancia de los centros de gravedad. Vio hasta qué punto de agilidad y
flexibilidad puede ejercitarse el cuerpo humano y comprendió que en ese trabajo
los músculos hacen lo que el sentido del equilibrio les exige.
5
Hoy vino Leo a contarme los progresos del ejercicio. Parece que algo
importante se ha agregado al programa. El director insistió en que cada
postura, sea acostada o de pie, o cualquier otra, debe estar sujeta no sólo al
control de la observación propia, sino que debe basarse en alguna idea
imaginaria acrecentada por «las circunstancias dadas». Cuando se lo logra, deja
de ser una mera postura, y se convierte en acción. Supongan que levanto mis
manos sobre mi cabeza y me digo:
«Si estuviera de pie de esta manera y encima mío, en una rama alta,
colgara un durazno, ¿qué haría para alcanzarlo?»
Basta creer en esta ficción y de inmediato una postura sin vida se
convierte en un acto real y animado, con un verdadero objetivo: alcanzar el
durazno. Sienten la realidad de este acto, la intención y la subconsciencia
vendrán en su ayuda. Desaparecerá entonces la tensión superflua, los músculos
necesarios entrarán en acción y todo sucederá sin que intervenga técnica
consciente alguna.
No debe haber nunca en el escenario postura alguna que carezca de
fundamento. En el verdadero arte creador, o en cualquier otro arte serio, no
hay lugar para el convencionalismo teatral. Si fuera necesario utilizar alguna
postura convencional, debe dársele algún fundamento, de modo que pueda servir a
alguna íntima intención.
Continuó Leo explicando ciertos ejercicios y procediendo a su
demostración. Era gracioso ver su gruesa figura echada sobre mi diván, en la
primera postura que encontró. La mitad de su cuerpo colgaba fuera del borde, la
cara casi tocaba el suelo y proyectaba un brazo extendido hacía adelante. Se
veía que no estaba muy cómodo, y que no sabía qué músculo contraer y cuál
relajar.
De pronto exclamó:
—¡Ahí va una mosca enorme! ¡Mírame cómo la cazo!
Se estiró hacia un punto imaginario para aplastar al insecto, y de
inmediato todas las partes de su cuerpo, todos los músculos, tomaron su
verdadera posición y trabajaron como debían. Su postura tenía una razón: se
podía creer en ella.
¡La naturaleza gobierna un organismo vivo mejor que nuestra técnica
mejor informada!
Los ejercicios que utilizó el director hoy tenían el propósito de que
los estudiantes comprendieran que en el escenario, en cada postura o posición
del cuerpo, hay tres momentos:
Primero: tensión superflua, que necesariamente se presenta a cada nueva
postura y ante la excitación de hacerlo en público.
Segundo; la relajación mecánica de esa tensión superflua, bajo la
dirección del «control».
Tercero: justificación de la postura, si ésta por sí misma no convence
al actor.
Después que Leo se fué, le llegó el turno al gato de ayudarme a ensayar
esos ejercicios y comprender su significado.
Para tornarlo dócil, lo coloqué a mi lado en la cama y lo acaricié. Pero
en vez de permanecer allí, saltó al suelo por encima mío y se escabulló
felinamente hacia el rincón, donde por lo visto olfateó alguna presa.
Observé con la mayor atención cada uno de sus movimientos. Para ello
debí agacharme, lo cual me resultaba difícil por el vendaje, de modo que
renuncié al flamante «control» de músculos para probar mis propios movimientos.
Al principio las cosas fueron bien, porque flexionaba los músculos que era
preciso, y ésto porque existía un objetivo real. Pero en el momento que
transferí la atención del gato hacia mi persona, todo cambió. Se evaporó mi
concentración, sentí la presión muscular en todas las partes del cuerpo y los
músculos que debía utilizar para mantener mi posición, estaban tan tensos que
parecían a punto de acalambrarse, cosa que se hacía extensiva a los músculos
cercanos.
«Repetiré ahora la misma posición», me dije, y así lo hice. Pero como el
verdadero objetivo había desaparecido, la postura carecía de vida. Al verificar
el trabajo de los músculos, encontré que cuanto más consciente era mi actitud
para con ellos, se introducía una nueva tensión que hacía difícil reparar lo
superfluo de lo necesario.
En seguida me interesé por una mancha oscura que había en el piso, me
agaché para tocarla, para saber qué era y resultó ser un defecto de la madera.
Al hacer el movimiento todos mis músculos obraron natural y correctamente, lo
que me llevó a la conclusión de que, un objetivo vivo y una acción verdadera
(pueden ser reales o imaginarios, pero deben estar apropiadamente fundados en
circunstancias dadas en las que el actor pueda creer de verdad) hacen trabajar
a la naturaleza, natural e inconscientemente, y es sólo ésta la que puede
controlar totalmente nuestros músculos, ponerlos en correcta tensión y
relajarlos.
6
Paul me informó que el director pasó hoy de las posturas fijas a los
gestos.
La lección tuvo lugar en un amplio recinto, y los estudiantes fueron
alineados como para una inspección. Tortsov les ordenó levantar la mano
derecha, lo que hicieron como un solo hombre.
Les hizo acomodar los brazos lentamente, como los indicadores de cruces,
y Rajmánov fué examinando los músculos y haciendo comentarios:
—No tan derecho, descanse el cuello y la espalda. Todo su brazo está en
tensión —y así sucesivamente.
El trabajo parecía sencillo y, sin embargo, ninguno de los estudiantes
pudo ejecutarlo correctamente. Sólo se les exigía hacer el llamado «acto aislado»,
usar sólo la serie de músculos que actúan en los movimientos del hombre y no
otros, ni en el cuello, espalda y en especial ninguno de la región de la
cintura. A menudo éstos hacen que el cuerpo se desvíe en dirección contraria al
brazo en alto, para compensar el movimiento. Esos músculos cercanos que se
contraen hacen recordar las teclas flojas de un piano, que al golpear una
empujan varias, entorpeciendo el sonido de la nota que se desea. No es
sorprendente, por lo tanto, que nuestras acciones no sean claras. Deben serlo,
como las notas de un instrumento. De lo contrario, los movimientos que
acompañan un papel no serán apropiados y su ejecución será por fuerza oscura y
carente de arte. Cuanto más delicado el sentimiento, tanta más precisión,
claridad y cualidad plástica requiere su expresión física.
Paul continuó diciendo:
—La impresión que conservo de la lección de hoy es que el director nos
desmontó a todos en parte, como si fuéramos maquinarias, ordenó cada uno de los
pequeños huesos, los aceitó, los reunió y de nuevo procedió luego al montaje.
Desde ese proceso, me siento decididamente más flexible, ágil y expresivo.
—¿Qué otra cosa sucedió? —pregunté.
—Insistió en que cuando utilicemos un grupo «aislado» de músculos, sean
del hombro, del brazo, de la pierna o de la espalda, todas las demás partes del
cuerpo deben permanecer libres y sin tensión. Por ejemplo: al levantar un brazo
con ayuda de los músculos del hombro y contrayendo los que son necesarios para
el movimiento, se debe dejar el resto del brazo, el codo, la muñeca y los
dedos, todas las articulaciones, en una palabra, pender laxas por completo.
—¿Pudieron hacerlo? —pregunté.
—No —admitió Paul—. Pero tuvimos una idea de cómo será cuando lleguemos
a ese punto.
—¿Es realmente tan difícil? —pregunté, perplejo.
—Al principio parece fácil y, sin embargo, ninguno de nosotros fué capaz
de hacerlo con corrección. Por lo visto, no será posible escapar a la
transformación total, si es que vamos a adaptarnos a las exigencias de nuestro
arte. Los defectos que en la existencia común pasan por alto fácilmente, a la
luz de las candilejas resultan mucho más visibles y hacen en el público una
fuerte impresión.
El motivo es fácil de hallar; en el escenario, la vida se muestra de
tamaño reducido, como en las lentes de la cámara. La gente mira hacia él con
catalejos, de la misma manera que observan una miniatura con lente de aumento.
Por consiguiente, ni el más ligero pormenor escapa a su observación. Si unos
brazos torpes son aceptables en la vida diaria, en el escenario son simplemente
intolerables, pues dan al cuerpo una rigidez de palo y los hace parecer un
maniquí. Como consecuencia surge la impresión de que el alma del actor es tan
rígida como sus brazos. Si a esto se agrega una espalda tiesa, que sólo se
dobla en la cintura y en ángulo recto, se tiene la pintura acabada de una
estaca. ¿Qué emociones puede reflejar semejante palo?
Por lo visto, según Paul, no tuvieron éxito alguno en la lección de hoy,
consistente en un simple y único ejercicio: levantar un brazo utilizando los
músculos del hombro indispensables para esa acción, como tampoco tuvieron éxito
en los ejercicios similares con el codo, la muñeca y las distintas
articulaciones de la mano, pues entraba en juego toda la mano. Lo que peor hicieron
fué el ejercicio de mover todas las partes del brazo por turno, desde el hombro
hasta las puntas de los dedos y desde éstos hasta el hombro; poro era natural.
Si no habían logrado éxito con el ejercicio parcial, mal podrían tenerlo con el
ejercicio completo, mucho más difícil desde luego.
En realidad, Tortsov no demostró esos ejercicios con la idea de que los
hiciéramos en el acto. Su propósito fué bosquejar el plan de trabajo general
que el asistente hará con nosotros en su curso de ejercicio y disciplina.
También enseñó ejercicios para hacer con el cuello, en cualquier ángulo, con la
espalda, la cintura, piernas, etc.
Más tarde vino Leo. Estuvo bastante bien al hacer todos los ejercidos
que Paul había descripto, especialmente el de doblar y enderezar la espalda,
articulación por articulación, empezando con la de arriba, en la base del
cráneo, para bajar después. Tampoco eso es tan sencillo. Sólo fui capaz de
percibir tres lugares en los cuales doblé la espalda, y tenemos veinticuatro
vertebras.
Después que Paul y Leo se fueron entró el gato y continué observándole
en posturas distintas, poco comunes e indescriptibles. Cuando levanta las
zarpas o despliega sus garras tengo la sensación de que está usando grupos de
músculos especialmente adaptados a ese movimiento. Yo no estoy hecho de esa
manera, no puedo ni siquiera mover el cuarto dedo por sí solo, porque el
tercero y el quinto se mueven al unísono.
El desarrollo acabado y la precisión de la técnica del músculo, tal como
existen en algunos animales, es para nosotros inalcanzable. Ninguna técnica
puede lograr tal perfección en el control muscular. Cuando este gato da un
zarpazo a mi dedo, pasa instantáneamente del reposo total al más rápido de los
movimientos y muy difícil de seguir, y, sin embargo, ¡qué economía de energía y
con cuánta atención está distribuida! Cuando se prepara para hacer un
movimiento, para saltar, por ejemplo, no desperdicia fuerza alguna en
contracciones superfluas, reserva toda su energía para lanzarla en un momento
dado hacia el punto en que será necesaria. Por eso sus movimientos son tan
seguros, bien definidos y poderosos.
Para probarme a mí mismo, comencé a andar con movimientos que querían
ser felinos, los mismos que utilicé para representar Otelo. Cuando había dado
un paso, todos mis músculos se endurecieron y recordé con lucidez cómo me había
sentido en la representación de prueba y comprendí cuál había sido en ese
momento mi principal error. Una persona tullida, que siente la totalidad de su
cuerpo en agonía de espasmos musculares, no puede sentir libertad alguna en el
escenario, ni puede tener vida propia. Si es difícil hacer una sencilla
multiplicación mientras se sostiene un piano, cuánto más imposible debe ser
expresar las delicadas emociones de un papel complicado. ¡Qué buena lección nos
dio el director en aquella representación de prueba, cuando hicimos todo lo
malo con una seguridad tan perfecta!
Fue una manera sabia y convincente de probar su punto de vista.
Capítulo VII
Unidades y Objetivos
1
Cuando llegamos hoy al auditorio nos enfrentamos con un letrero, en
donde estaban escritas estas palabras: UNIDADES Y OBJETIVOS.
El director nos congratuló por haber llegado a una nueva e importante
fase de nuestra labor, explicando luego el significado que tenía para él el
vocablo «unidades» y cómo una obra y un papel se dividen en sus elementos. Todo
lo que dijo fué, como siempre, claro e interesante. No obstante, antes de
escribir sobre eso, quiero anotar lo que sucedió después que terminó la
lección, porque me ayudó a apreciar más plenamente lo que había explicado.
Fui invitado, por primera vez, a comer en la casa del tío de Paul, el
famoso actor Shustov. Nos preguntó qué hacíamos en la escuela, y Paul respondió
que habíamos llegado al estudio de «unidades y objetivos». Naturalmente que él
y sus hijos están familiarizados con esas expresiones técnicas.
—¡Muchacho! —dijo sonriendo, cuando la doncella puso en frente de él un
gran pavo—. Imaginen que esto no es un pavo, sino una obra de cinco actos, El
inspector general. ¿Pueden despacharlo de un bocado? No; pues no se puede
acabar de un solo bocado con un pavo o con una obra de cinco actos. Por lo
tanto, deben trincharlo en grandes trozos, como éste… (cortando las patas, las
alas y partes tiernas del asado y colocándolas en un plato vacío).
«Ahí tienen las primeras grandes divisiones. Pero todavía no pueden
tragar semejantes trozos. Por eso deben cortarlos en otros más pequeños como
éste —y descoyuntó el ave más todavía—. Pasa tu plato —dijo el señor Shustov al
hijo mayor—. Hay para ti un gran trozo. Esa es la escena primera.
A lo que el muchacho, mientras pasaba el plato, recitaba las primeras
líneas de El inspector general, con voz un poco grave e insegura:
«—Caballeros, los he reunido para darles una noticia sumamente desagradable».
—Eugenio —dijo el señor Shustov a su segundo hijo—, aquí está la escena
con el administrador de Correos. Y ahora, Igor y Teodoro, la escena entre
Bóbchinski y Dóbchinski. Ustedes dos, chicas, pueden hacer la parte entre la
esposa y la hija del mayor.
«Tráguenlo —ordenó, y ellos se abalanzaron sobre la comida, empujando
grandes trozos dentro de sus bocas, al punto de atragantarse de mala manera.
Después de lo cual el señor Shustov les previno que debían cortar las presas en
trozos más y más finos si fuera necesario—. Qué carne dura y seca —exclamó de
pronto, dirigiéndose a su esposa.
—Dale sabor, agregando un «invento de la imaginación» —dijo uno de los
muchachos.
—O bien —dijo otro, pasándole la salsera—, con una salsa de mágicos
síes. Permite al autor presentar sus «circunstancias dadas».
—Y aquí —añadió una de las hijas, dándole unos rábanos—algo de parte del
régisseur.
—Más picante, que el propio actor pone —intercaló uno de los muchachos,
espolvoreando la carne con pimienta.
—¿Algo de mostaza, de la artista de la izquierda? —añadió la más pequeña
de las niñas.
Tío Shustov roció la carne con salsa preparada con los ofrecimientos de
los niños.
—Esto está bueno —dijo—. Hasta esta suela parece que es carne. Eso es lo
que deben hacer ustedes con los trozos de su parte, empaparlos más y más en la
salsa de las «circunstancias dadas». Cuanto más seco el papel, más salsa
necesita.
*
Dejé a los Shustov con la cabeza llena de ideas acerca de las unidades.
Tan pronto como mi atención fué dirigida hacía este punto, comencé a buscar
modos de llevar a cabo esta nueva idea.
Cuando les di las buenas noches me dije: «Una parte». Bajando las
escaleras me quedé perplejo: ¿contaría cada escalón como una unidad? Los
Shustov viven en el tercer piso (sesenta escalones), sesenta unidades. Con esa
base, tendría que contar cada paso en el camino, y decidí que todo el acto de
bajar la escalera era una parte, y el caminar a casa, otra.
Y el abrir la puerta de calle: ¿sería una o varias unidades? Me decidí
por varias. Para empezar bajé las escaleras, dos unidades: tomé el picaporte de
la puerta, tres: lo di vuelta, cuatro; abrí la puerta, cinco: crucé el umbral,
seis; cerré la puerta, siete; solté el picaporte, ocho; fui a casa, nueve.
Empujé a alguien (no, eso fué un accidente, no una unidad). Me detuve
frente a una librería. ¿Y ahora? ¿Contaría la lectura de cada uno de los
títulos, o englobaría ese momento en una unidad? Decidí considerarlo como una,
lo que hizo un total de diez.
Mientras me desvestía, ya en casa, tomaba el jabón para lavarme las
manos, contaba doscientos siete. Me lavé las manos, doscientos ocho; dejé el
jabón, doscientos nueve; enjuagué el lavatorio, doscientos diez. Finalmente, me
metí en la cama y me cubrí con las cobijas, doscientos dieciséis.
Pero, ¿y ahora, qué? Tenía la cabeza llena de pensamientos, ¿Era cada
uno una unidad? Si se debiera ir desde el principio al fin de una tragedia en
cinco actos, como Otelo, sobre estas bases, se acumularía un promedio de varios
miles de unidades y todo sería un embrollo, por eso debe haber alguna manera de
limitarlas, ¿pero cuál?
2
Hoy le hablé sobre esto al director. Su respuesta fué:
—Se le preguntó a cierto piloto si de una gran extensión podía recordar
todos los pormenores de una costa con sus accidentes, golfos y salientes, a lo
que contestó: «Nada tengo que ver con ellos; yo sigo el canal».
«Es por eso mismo que el actor no debe avanzar por entre una multitud de
pormenores, sino por aquellas unidades importantes que, cual señales, delimitan
el canal y lo mantienen en la verdadera línea creadora. Si le toca representar
su despedida de los Shustov, tendrá que decirse: "Ante todo, ¿qué estoy
haciendo?» Su respuesta; yendo a casa, le da la clave para el objetivo
principal.
«Durante el regreso, sin embargo, hubo paradas. Se detuvo en un punto e
hizo algo. Por lo visto, el mirar una vidriera, es una unidad independiente: al
retomar su camino, volvió a la primera unidad.
«Finalmente, llegó a su casa y se desvistió. Esa fué otra parte. Cuando
se acostó y comenzó a pensar, empezó otra unidad.
«Hemos acortado el total de unidades de doscientas a cuatro. Son las que
marcan su canal.
«Juntas, crean un objetivo más amplio: el ir a casa.
«Imagine que esté representando la primera parte. Va para su casa y no
hace más que caminar y caminar. O la segunda parte, parado frente a una
vidriera; se limita a estar parado. En la tercera, se lava, y en la cuarta, se
acuesta. Nada más. Sí hace eso, su actuación será pesada, monótona, por lo que
el director insistirá en un desarrollo mucho más detallado de cada parte, que
lo obligará a dividir cada unidad en pormenores más pequeños y reproducirlos
más clara y minuciosamente.
«Si esa? divisiones más pequeñas resultan todavía muy monótonas, tendrá
que reducirlas más, hasta que su caminata por la calle refleje los pormenores
típicos de tal acto: encuentro con amigos, un saludo, observación de lo que
ocurre a su alrededor, transeúnte que empujan al caminar, etcétera.
Analizó luego el director las cosas sobre las que el tío de Paul había
hablado y no pudimos dejar de sonreír al recordar el pavo.
—Las partes más grandes se reducen a tamaño mediano, éstas, a su vez, se
hacen pequeñas y finalmente más pequeñas todavía, para luego invertir el
proceso y volver a reunir el todo.
«Recuerden siempre —advirtió— que la división es temporaria. El papel y
la obra no deben permanecer en fragmentos. Una estatua quebrada, o una tela
trunca, nunca constituyen una obra de arte, por más bellas que sean sus partes.
Sólo en la preparación del papel se utilizan las pequeñas unidades, que durante
su verdadera creación, se fusionan en grandes unidades. Cuanto menos y más
grandes sean las divisiones, menos trabajo tendrán y les será más fácil manejar
el papel completo.
«Los actores conquistan con facilidad esas grandes divisiones si lo
hacen a fondo. Colocadas a lo largo de la obra, toman el lugar de las boyas que
marcan el canal que, a su vez, señala el verdadero cauce de la creación y hace
posible evitar les lugares de poco calado y los escollos.
«Desgraciadamente, muchos actores hacen caso omiso de este canal. Son
incapaces de analizar una obra, y por eso se ven forzados a manejar pormenores
superficiales que no guardan relación entre sí de tal manera que los confunden
y les hacen perder el sentido del todo.
«No tomen a tales actores para modelo. No dividan una obra más de lo
necesario y no utilicen pormenores como guía. Creen un canal delineado por
grandes divisiones que hayan sido totalmente logradas y realizadas hasta el
último pormenor.
«La técnica de la división es comparativamente sencilla. Ustedes se
preguntan: ¿Cuál es la esencia de la obra, aquello sin lo cual no puede
existir? Repasan entonces los puntos principales sin entrar en pormenores.
Digamos que estamos estudiando la obra de Gogol, El inspector general. ¿Qué es
lo esencial en ella?
—El inspector general —dijo Vanya.
—O tal vez el episodio con Klestakóv —corrigió Paul.
—De acuerdo —dijo el director—, pero no es suficiente. Debí haber un
fondo apropiado para esa ocurrencia tragicómica imaginada por Gogol. Este es
suministrado por picaros del tipo del mayor, los superintendentes de varios
instituciones públicas, el par de chismosas, etcétera. Por lo tanto, estamos
obligados a inferir que la obra no existiría sin Klestakóv y los ingenuos
habitantes del pueblo.
«¿Qué mes resulta necesario para la obra? —continuó.
—El romanticismo tonto y los devaneos provincianos, como el de la esposa
del mayor, que aceleró el compromiso de su hija y trastornó al pueblo entero
—sugirió alguien.
—La curiosidad del director de Correos y la cordura de Ossip —añadió
otro estudiante—. El soborno, la carta, la llegada del verdadero inspector.
—Han dividido la obra en sus principales episodios orgánicos: sus
unidades más grandes. Extraigan ahora de estas unidades su contenido esencial y
tendrán la estructura interior de la obra completa. Cada unidad grande se
divide, en cambio, en partes medianas y pequeñas. Para determinar estas
divisiones, a menudo es necesario combinar varias unidades pequeñas.
«Tienen ahora una noción general de cómo dividir una obra en sus
unidades componentes y cómo trazar un canal que los guíe a través de ella —dijo
Tortsov, concluyendo.
3
—La división de la obra en unidades, para estudiar su estructura, tiene
un propósito —explicó hoy el director—. Hay una razón interior mucho más
importante. En el fondo de cada unidad yace un objetivo creador.
«Cada objetivo es una parte orgánica de la unidad, es decir, que crea la
unidad que lo rodea.
«Es tan imposible inyectar objetivos extraños en una obra, como poner
dentro de las unidades algo que no se relacione con ella, porque los objetivos
deben formar una corriente lógica y coherente. Dado este mito directo y
orgánico, todo lo que se ha dicho sobre las unidades se aplica igualmente a los
objetivos.
—¿Significa eso que deben también dividirse en grados mayores y menores?
—pregunté.
—Sí, realmente —dijo.
—¿Y qué pasa con el canal? —volví a preguntar.
—El objetivo será la luz que les muestre el buen camino —explicó el
director—. El error que muchos actores cometen es el de pensar en el resultado
en vez de pensar en la acción que debe prepararlo. Evitando la acción y
encarando el resultado directamente, obtienen un producto forzado que sólo
puede llevarlos a una mala actuación.
«Traten de evitar esforzarse por el resultado. Actúen con fidelidad,
plenitud e integridad de propósito. Pueden desarrollar este tipo de acción,
eligiendo objetivos vivos. Plantéense ahora un problema así y ejecútenlo
—sugirió.
Mientras María y yo lo pensábamos, se nos acercó Paul con la siguiente
proposición:
—Supongamos que los dos nos hemos enamorado de María y le hemos
propuesto matrimonio. ¿Qué haríamos?
Trazamos primero un plan general, después lo dividimos en varias
unidades y objetivos cada uno de los cuales, por turno, daba origen a la
acción. Cuando languidecía nuestra actividad, añadimos nuevas suposiciones y
tuvimos nuevos problemas que resolver. Bajo la influencia de esta constante
presión, nos absorbimos tanto en lo que estábamos haciendo, que no notamos que
el telón había sido levantado y que estábamos en el escenario vacío de todo
decorado.
El director sugirió que continuáramos nuestra labor allí, así lo hicimos
y, cuando terminamos, dijo:
—¿Recuerdan una de nuestras primeras lecciones, cuando les pedí que
subieran al escenario vacío y actuaran? No supieron qué hacer, sino dar tumbos,
impotentes, con formas y pasiones externas. Pero hoy, a pesar del escenario
vacío, se sintieron por completo libres y se movieron con facilidad. ¿Qué les
ayudó a ello?
—Los objetivos activos internos —dijimos Paul y yo.
—Así es —asintió—; porque son ellos los que dirigen al actor per el buen
camino y le evitan actuar en falso. Es el objetivo el que le infunde fe en su
derecho de llegar al escenario y permanecer en él.
«Por desgracia, el experimento de hoy no ha sido del todo convincente.
Los objetivos que algunos de ustedes han establecido han sido elegidos por lo
que representan y no por su motivo interior de acción. Eso acaba en engaño y
alarde. Otros tomaron objetivos puramente externos relacionados con el
exhibicionismo. Por lo que respecta a Grisha, su propósito fué, como siempre,
el de hacer que su técnica brillara. Eso es sólo ser espectacular, y no puede
terminar en ningún verdadero estímulo para la acción. El objetivo de Leo fué
muy bueno, pero demasiado exclusivista, intelectual y literario.
«En el escenario encontramos innumerables objetivos y no todos ellos son
necesarios o buenos; en realidad, muchos son perjudiciales. El actor debe
aprender a reconocer la calidad, para evitar lo inútil y elegir objetivos
esencialmente correctos.
—¿Cómo podemos conocerlos? —pregunté.
—Definiría los objetivos correctos —dijo—, de la manera siguiente:
«1) Deben estar de este lado de las candilejas, dirigidos a los otros
actores y no hacia los espectadores.
«2) Deben ser personales y, no obstante, análogos a los del personaje
que están representando.
«3) Deben ser creadores y artísticos, pues su función será la de
realizar el fin más importante de nuestro arte: crear la vida de un alma humana
y expresarla en forma artística.
«4) Serán reales, vivos y humanos; no muertos, convencionales o
teatrales.
«5) Serán verdaderos, de modo que ustedes mismos, los actores que con
ustedes representen y el público, puedan creer en ellos.
«6) Deberán tener la cualidad de atraer y emocionar al actor.
«7) Deberán ser netos y típicos del papel que están representando. No
tolerarán vaguedades. Deben ser nítidamente tejidos dentro de la estructura del
papel que les toca representar.
«8) Deberán tener valor y contenido, para corresponder a la esencia
íntima del papel. No deben ser superficiales o huecos.
«9) Serán activos, para llevar adelante el papel y no dejarlo estancado.
«Permítanme prevenirlos contra una forma peligrosa de objetivo,
puramente motor, que predomina en el teatro y conduce a la representación
mecánica.
«Admitimos tres tipos de objetivos: el exterior o físico, el interior o
psicológico y el tipo rudimentario psicológico.
Vanya expresó su consternación ante estas expresiones difíciles, a lo
que el director explicó su significado con un ejemplo:
—Suponga que entra en este cuarto —comenzó— y me saluda con una
inclinación de cabeza y un apretón de manos. Ese es un objetivo mecánico
ordinario, y nada tiene que ver con psicología.
—¿Está mal? —interrumpió Vanya.
El director se apresuró a sacarlo del error.
—Por supuesto, puede decir «cómo está usted»; pero no puede amar,
sufrir, odiar o realizar ningún objetivo vivo o humano, en una forma puramente
mecánica, sin experimentar ningún sentimiento.
«Un caso diferente —continuó—es el de sostener la mano y tratar de
expresar sentimientos de amor, respeto o gratitud por medio del apretón de
manos y la mirada. Así es como ejecutamos un objetivo ordinario y, sin embargo,
hay en él un elemento psicológico; por eso nosotros, en nuestra jerga, lo
definimos como un tipo rudimentario.
«Aquí tenemos un tercer tipo. Ayer, usted y yo tuvimos una disputa y yo
le insulté públicamente. Hoy, al encontrarnos, deseo ir hacia usted y ofrecerle
mi mano, indicando con este gesto que le pido disculpas, admito que estuve mal
y le ruego que olvide el incidente. Estrechar la mano de mi enemigo de ayer no
es un problema sencillo. Tendré que pensarlo con detenimiento, pasar por muchas
emociones y vencerlas, antes de poder hacerlo. Eso es lo que llamamos un
objetivo psicológico.
«Otro punto importante acerca de un objetivo es que, además de ser
creíble, debe tener atracción para el actor, hacerle desear llevarlo a cabo.
Este magnetismo es un desafío para su deseo creador.
«A los objetivos que contienen estas cualidades necesarias los llamamos
creadores. Es difícil escogerlos. Los ensayos son dedicados, en gran parte, al
trabajo de encontrar los objetivos correctos, a lograr controlarlos y vivir con
ellos. El director se volvió a Nicolás:
—¿Cuál es su objetivo en esa escena favorita suya de Brand? —preguntó.
—Salvar a la humanidad —contestó Nicolás.
—¡Gran propósito! —exclamó el director, casi riendo—. Es imposible
comprenderlo todo de una vez. ¿No cree que pudo haber tomado más bien algún
simple objetivo físico?
—Pero, ¿un objetivo físico es interesante? —preguntó Nicolás con sonrisa
tímida.
—¿Interesante para quién? —dijo el director.
—Para el público.
—Olvídese del público y piense en usted —le aconsejó—. Si usted está
interesado, el público le seguirá.
—Pero tampoco yo estoy interesado —adujo Nicolás—. Preferiría algo
psicológico.
—Ya tendrá tiempo suficiente para eso. Es demasiado temprano para
mezclarse con la psicología. Por el momento; limítese a lo que es sencillo y
físico. En cada objetivo físico hay psicología y viceversa. No las puede
separar. Por ejemplo: la psicología de un hombre que va a suicidarse es
extremadamente complicada. Es difícil para él resolverse a ir a la mesa, sacar
la llave del bolsillo, abrir el cajón, tomar el revólver, cargarlo y meterse
una bala en la cabeza. Todos esos son actos físicos y, sin embargo, ¡cuánta
psicología contienen! Quizá fuera más exacto decir que todos son actos
psicológicos complicados. Sin embargo, ¡cuánto de físico hay en ellos!
«Tome ahora un ejemplo del tipo más simple de acción corporal: se acerca
a otra persona y la abofetea. No obstante, si lo va a hacer con sinceridad,
piensa en las intrincadas sensaciones psicológicas que debe experimentar antes
de su acto. Aproveche el hecho de que la división entre ellos es vaga. No trate
de dibujar una línea demasiado suave entre la naturaleza física y la
espiritual. Ríjase por sus instintos, inclinándose siempre un poco hacia lo
físico.
«Convengamos en que, por el momento, nos limitaremos a los objetivos
físicos. Son más fáciles, asequibles y ofrecen mejores posibilidades de
ejecución. Al hacerlo reducen el riesgo de caer en una actuación falsa.
4
El punto importante de hoy fué cómo extraer un objetivo de una unidad de
trabajo. El método es simple y consiste en encontrar el nombre más apropiado
para la unidad, uno que aluda a su íntima esencia.
—¿Para qué todos estos bautismos? —preguntó Grisha, con ironía.
El director replicó:
—¿Tiene idea de lo que representa en realidad un nombre correcto para
una unidad? Significa haber hallado su cualidad esencial, y para obtenerlo debe
someter la unidad a un proceso de cristalización. Para ese cristal, usted ha
hallado un nombre.
«El nombre correcto que cristaliza la esencia de una unidad, descubre su
objetivo fundamental.
«Para demostrárselos de una manera práctica —dijo—, tomemos las primeras
dos unidades de la escena de las ropas del nene, de Brand.
«Inés, la esposa del pastor Brand, ha perdido su único hijo. Atribulada,
mira las ropas, juguetes y otras preciosas reliquias del niño. Baña en lágrimas
cada objeto, y su corazón se destroza con cada recuerdo. La causa de la
tragedia ha sido el clima húmedo e insalubre de la localidad. Cuando el niño
enfermó, la madre había implorado al marido que dejara la parroquia. Pero Brand
era un fanático, no podía sacrificar su deber de pastor por la salvación de su
familia, y esta decisión había motivado la muerte del hijo.
«La médula de la segunda unidad es: «entra Brand». El también sufre por
Inés, pero su concepción del deber le induce a ser severo y a persuadir a su
esposa que done esas sagradas prendas del pequeño a una gitana pobre, con el
pretexto de que ellas le impiden consagrarse por entero al Señor y llevar a cabo
el principio motor de sus vidas: ayudar al prójimo.
«Resuman ahora estas dos partes y hallen el nombre que corresponda a
cada cualidad esencial.
—Vemos una madre cariñosa, que habla a las cosas de su hijo como si le
hablara a él mismo. La muerte de una persona amada es el motivo fundamental de
la unidad —dije con decisión.
—Traten de alejarse del dolor de la madre para hacer un estudio
relacionado con las partes mayores y menores de la escena —dijo el director—.
Esa es la manera de descubrir el significado interior. Cuando sus sentimientos
y conciencia lo hayan dominado, busquen una palabra que abarque el significado
más íntimo de la unidad íntegra. Esta palabra indicará el objetivo.
—No veo dificultad alguna en todo eso —dijo Grisha—. Sin duda, el nombre
del primer objetivo es amor de madre, y el segundo, deber de fanático.
—En primer lugar —corrigió el director—, lo que usted trata de nombrar
es la unidad y no el objetivo, que son dos cosas completamente distintas.
Segundo, no tratará de expresar el significado del objetivo con substantivos.
Eso puede utilizarse para la unidad, pero el objetivo debe indicarse siempre
con un verbo.
Expresamos nuestra sorpresa, y el director dijo:
—Les ayudaré a encontrar la respuesta. Pero primero realicen los objetivos
recién descriptos por los substantivos: 1) El amor de madre, y 2) El deber del
fanático.
Vanya y Sonya lo intentaron. Él puso cara de enojo, revolviendo los ojos
en sus cuencas y poniéndose rígido, caminó con firmeza, haciendo sonar los
tacos. Habló con voz ruda, se irguió, creyendo dar así la impresión de poder y
la decisión, personificar e) deber, en una palabra. Sonya, por su parte, hizo
un gran esfuerzo para expresar, «en general», ternura y amor.
—¿No les parece que los substantivos que utilizaren como nombres para
los objetivos tienden a hacerles representar el cuadro de un hombre fuerte y la
imagen de una pasión: el amor de una madre? —preguntó el director, después de
observarlos por un momento—. Muestran lo que son el poder y el amor, pero no
son ustedes ese poder y ese amor. Y se debe a que un substantivo pene de
manifiesto el concepto intelectual de un estado de ánimo, una forma, un
fenómeno, pero sólo puede definir lo que es presentado por una imagen, sin
indicar movimiento o acción. Cada objetivo debe llevar en sí el germen de la
acción.
Grisha señaló que los substantivos pueden ser ilustrados, descriptos y
representados, lo cual es acción.
—Sí —admitió el director—, eso es acción, pero no es acción real,
íntegra. Lo que describen es teatral y propio de la representación, y eso no es
arte en el sentido que nosotros le damos a la palabra.
Continuó luego explicando:
—Si en lugar de un substantivo utilizamos un verbo, veamos qué sucede.
Añadan sólo «deseo", o "deseo hacer así y así».
«Tomen por ejemplo la palabra "poder". Antepongan a ésta la
palabra "deseo" y tienen "deseo poder". Pero eso es
demasiado general. Si introducen algo más definitivamente activo, por ejemplo,
una pregunta que requiera una respuesta, los llevará a alguna actividad
fructífera, para lograr ese propósito. En consecuencia, dicen: "deseo
hacer así y así, para obtener poder". O sí no de esta manera: "¿Qué
debo desear hacer para obtener poder?» Cuando contesten, sabrán qué acción
deben adoptar.
—Deseo ser poderoso —sugirió Vanya.
—El verbo «ser» es estático y no contiene el germen activo necesario
para un objetivo.
—Deseo obtener poder —aventuró Sonya.
—Eso se acerca más a la acción —dijo el director—, pero,
desgraciadamente, es demasiado general y no puede ser ejecutado al momento.
Trate de sentarse en esa silla y de desear poder, en general. Debe tener algo
más concreto, real, cercano, posible de realizar. Como ven, no cualquier verbo
podrá hacerlo, ni cualquier palabra puede dar impulso a una acción completa.
—Deseo obtener poder a fin de traer la felicidad a toda la humanidad
—sugirió alguien.
—Es una hermosa frase —señaló el director—. Pero es difícil creer en la
posibilidad de tal realización.
—Deseo obtener poder para disfrutar de la vida, para estar alegre, ser
distinguido, satisfacer mis deseos y mi ambición —dijo Grisha.
—Eso es más real y fácil de llevar a cabo, pero para lograrlo necesita
una serie de pasos preparatorios. No puede llegarse a un fin tan fundamental de
inmediato. Tendrá que acercarse a él gradualmente. Repase esos pasos y
enumérelos.
—Yo deseo parecer afortunado y sabio en los negocios, para crear
confianza. Deseo ganar el afecto del público para ser considerado poderoso,
deseo distinguirme, elevarme en categoría, ser notado por los demás.
El director volvió a la escena de Brand e hizo hacer a cada uno un
ejercicio similar. Sugirió:
—Supongamos que todos los hombres se colocan en la posición de Brand.
Apreciarán con más facilidad la psicología de aquel que se siente en pos de un
ideal. Dejemos a las mujeres tomar la parte de Inés. La delicadeza femenina y
el amor maternal están más cercanos a ellas.
«¡Uno, dos, tres! Que comience la justa entre hombres y mujeres.
—Deseo tener poder sobre Inés a fin de persuadirla de que haga un
sacrificio, a fin de salvarla, de dirigirla por el buen camino. —Apenas habían
salido estas palabras de mi boca, cuando las mujeres se adelantaron con:
—Deseo recordar a mi hijo muerto.
—Deseo estar cerca de él, comunicarme con él.
—Deseo cuidarlo, acariciarlo, atenderlo.
—¡Deseo que vuelva a mi lado! ¡Deseo seguirlo! ¡Deseo sentirlo cerca
mío! ¡Deseo verlo con sus juguetes! ¡Deseo hacerlo salir de su tumba! ¡Deseo
volver al pasado! ¡Deseo olvidar el presente, ahogar mi pena!
Más alto que ninguna, oí la voz de María:
—¡Deseo estar tan cerca de él, que no puedan separarnos nunca!
—En ese caso —prorrumpieron los hombres—, lincharemos! ¡Deseo que Inés
me ame! ¡Deseo atraerla hacia mí! ¡Deseo hacerle sentir que comprendo su
sufrimiento! ¡Deseo descubrirle el inmenso gozo que obtendrá del deber
cumplido! ¡Deseo que comprenda el destino más grande del hombre!
—Entonces —dijeron las mujeres—, ¡deseo conmover con mi dolor a mi
esposo! ¡Deseo que vea mis lágrimas!
Y María gritó:
—¡Deseo estrechar más fuerte a mi niño y no dejarlo ir jamás!
Los hombres replicaron:
—¡Deseo inculcarle el sentido de la responsabilidad hacia la humanidad!
¡Deseo amenazarla con el castigo y la separación! ¡Deseo expresar mi
desesperación ante la imposibilidad de entendernos!
Durante todo este cambio de palabras, los verbos suscitaron pensamientos
y pensamientos que, a su vez, eran desafíos internos a la acción.
—Cada uno de los objetivos que eligieron es, en parte, verdadero y
necesita algún grado de acción —dijo el director—. Aquellos de ustedes que
poseen temperamento vivo, deben hallar poca cosa que apele a sus sentimientos
en «¡Deseo recordar mi hijo muerto!" Preferirán: "¡Deseo estrecharlo
para no abandonarlo nunca!» ¿Qué? ¿Las cosas, los recuerdos, los pensamientos
del niño muerto? Otros, ni se conmoverían con esto. De allí la importancia de
que el objetivo tenga el poder de atraer y conmover al actor.
«Me parece que ustedes mismos han hallado la respuesta a la pregunta de
por qué, en la elección del objetivo, es necesario utilizar un verbo en lugar
de un substantivo.
«Eso será todo, por el momento, acerca de unidades y objetivos. Más
adelante aprenderán más sobre la técnica psicológica cuando tengan una obra y
papeles que realmente puedan ser divididos en unidades y objetivos.
Capítulo VIII
Fe Y Sentido De La Verdad
1
FE Y SENTIDO DE LA VERDAD, leía hoy un gran letrero sobre la pared de la
escuela.
Antes de empezar nuestra labor, estuvimos sobre el escenario empeñados
en una de nuestras periódicas búsquedas de la cartera de María. Inesperadamente
oímos la voz del director que, sin saberlo nosotros, nos había estado
observando desde las primeras plateas.
—Qué marco excelente para cuantos quieran representar les proporcionan
el escenario y las candilejas —dijo—. Eran sinceros en lo que hacían. Había un
sentido de verdad en todo ello y la sensación de que creían en todos los
objetivos físicos que ustedes mismos establecieron. Estaban bien definidos y
claros, y su atención agudamente concentrada. Todos esos elementos necesarios operaban
con propiedad y armoniosamente para crear… ¿podemos decir arte? ¡No! No era
arte, era realidad. Por eso quiero que repitan lo que acaban de hacer.
Colocamos nuevamente la cartera donde estaba y comenzamos a buscarla.
Pero esta vez no necesitamos realizar esa operación, pues el objeto ya había
sido encontrado una vez y como resultado no logramos nada.
—No. No vi objetivos, ni actividad, ni verdad en lo que lucieron, —fué
la crítica de Tortsov—. ¿Y por qué? Si lo que estaban haciendo era un hecho
real, ¿por qué no fueron capaces de repetirlo? Uno debería suponer que para
hacerlo no se necesitaría ser actor, sino simplemente un ser humano.
Tratamos de explicar a Tortsov que la primera vez era necesario
encontrar la cartera perdida, mientras que la segunda vez sabíamos que no había
necesidad de ello. Como resultado, en la primara vez tuvimos realidad, y en la
segunda sólo una falsa imitación.
—Bien, entonces prosigan y representen la escena con fidelidad en vez de
hacerlo con falsedad —sugirió.
Protestamos y dijimos que no era tan simple como parecía; insistimos en
que debíamos prepararnos, ensayar, vivir la escena…
—¿Vivirla? —exclamó el director—. ¡Pero si acaban de vivirla!
Paso a paso, con ayuda de preguntas y de explicaciones, Tortsov nos
llevó a la conclusión de que hay dos clases de verdad y sentido de creer en lo
que se está haciendo. Primero está la que es creada automáticamente y sobre el
plano del hecho real (como en el caso de nuestra búsqueda de la cartera de
Maloletkova, cuando Tortsov nos observó por primera vez), y segundo, está el
tipo escénico igualmente verdadero, pero que se origina sobre el plano de la
ficción imaginativa y artística.
—Para lograr este exacto sentido de la verdad y reproducirlo en la
escena de la búsqueda de la cartera, deben utilizar una palanca que los eleve
al plano de la vida imaginaria —explicó el director—. Allí prepararán una
ficción análoga a lo que han hecho en la realidad. Representadas mentalmente
con propiedad, las «circunstancias dadas» los ayudarán a sentir y crear una
verdad escénica en la que puedan creer mientras están en el escenario. En
consecuencia, en la vida ordinaria, la verdad es lo que realmente existe, lo
que una persona realmente sabe. Mientras que en el escenario, consiste en algo
que en verdad no existe, pero que podría existir.
—Perdone —arguyó Grisha—, pero no veo cómo puede en el teatro hacerse
cuestión sobre la verdad, desde que no hay cosa que no sea ficticia, empezando
con las obras del mismo Shakespeare, y terminando con la daga de papier maché
que utiliza Otelo.
—No se preocupe tanto porque la daga sea de cartón en lugar de ser de
acero —dijo Tortsov en tono conciliatorio—. Tiene todo el derecho de
considerarlo una impostura. Pero si va más allá y calumnia a todo el arte,
afirmando que es una mentira y considera toda la vida en el teatro no
merecedora de fe, tendrá que cambiar entonces su punto de vista. Lo que en el
teatro cuenta no es el hecho de que la daga de Otelo sea de cartón o de acero,
sino el sentimiento interior del actor que puede justificar su suicidio. Lo
importante es cómo el actor, un ser humano, habría actuado si las
circunstancias y condiciones que rodeaban a Otelo hubieran sido reales y la
daga con que se hirió de metal.
«Lo que nos interesa a nosotros es lo siguiente: La realidad de la vida
interior de un espíritu humano por una parte, y la creencia en esa realidad por
la otra. ¡No nos interesamos por la verdadera existencia al natural de lo que
en el escenario nos rodea, la realidad del mundo material! Esto es útil para
nosotros sólo en cuanto éste proporciona un fondo general a nuestros
sentimientos.
«Lo que en teatro se debe entender por verdad, es la verdad escénica de
la que el actor debe hacer uso en sus momentos de creación. Traten siempre de
empezar trabajando desde lo interior, tanto en los hechos reales como en los
imaginarios de la obra, como en su decoración. Pongan vida en todas las
circunstancias y acciones imaginadas, hasta que hayan satisfecho por completo
el sentido de la verdad y hayan despertado en la realidad de las sensaciones un
sentido de fe. Este proceso es lo que llamamos justificación de una parte.
Como quise estar bien seguro del significado de lo que había dicho, pedí
a Tortsov lo resumiera en unas pocas palabras. Su respuesta fué:
—La verdad en la escena, es todo aquello en que podemos creer con
sinceridad, sea en nosotros mismos, sea en nuestros colegas. La verdad no puede
ser separada de la fe ni la fe de la verdad. Ninguna de ellas puede existir sin
la otra, y sin ellas es imposible vivir el papel o crear nada. Todo lo que
sucede en el escenario, debe ser convincente para el actor mismo, sus asociados
y el público. Debe inspirar fe en la posibilidad, en la vida real, de las
emociones análogas a las que son experimentadas por el actor en el escenario.
Cada momento y todo momento debe estar saturado de fe en la verdad de la
emoción sentida y en la acción llevada a cabo por el acto.
2
El director comenzó nuestra lección de hoy diciendo:
—Les he explicado, en términos generales, el papel que representa la
verdad en el proceso creador. Hablemos ahora de lo opuesto.
«Un sentido de la verdad contiene también dentro de sí un sentido de lo
que es falso. Deben poseer ambos, pero en proporciones variadas. Algunos
poseen, digamos. un setenta y cinco por ciento del sentido de la verdad, y sólo
un veinticinco por ciento del sentido de la falsedad; o estas proporciones
invertidas; o un cincuenta por ciento de cada una de ellas. ¿Les sorprende que
diferencie y oponga esos dos sentidos? Lo hago por esto —agregó, y volviéndose
entonces a Nicolás, dijo—: Hay actores que, como usted, son tan estrictos
consigo mismos, en lo que se refiere a adherirse a la verdad, que a menudo, y
sin tener conciencia de ello, llevan su actitud a tal extremo que equivale a
una falsedad. No deberá exagerar su preferencia por la verdad y su
aborrecimiento por las mentiras, porque eso tiende a hacerle ejecutar con
exceso la verdad por la verdad misma, lo cual es en sí la peor de las mentiras.
Por eso, trate de ser indiferente e imparcial. En el teatro se necesita de la
verdad hasta el punto en que pueda creerse en ella.
«Hasta de la falsedad puede obtenerse, alguna utilidad, si se acerca a
ella con moderación. índica el extremo y enseña lo que no debe hacerse. En
tales circunstancias, un ligero error puede ser utilizado por el actor para
determinar la línea demarcatoria que no debe transgredir.
«Este método de reprimirse a sí mismo, es absolutamente esencial,
siempre que esté empeñado en la actividad creadora. A causa del gran público,
el actor se siente obligado, quiera que no, a desplegar una cantidad
innecesaria de esfuerzos y de movimientos que se supone representan los
sentimientos. No obstante, no importa lo que haga; mientras permanece delante
de las candilejas le parece que todo eso no es bastante. En consecuencia, vemos
el exceso de actuación elevarse a tanto como el noventa por ciento. Por eso,
durante los ensayos, muy a menudo me oirán decir: "Corten el noventa por
ciento».
«¡Si tan sólo conocieran la importancia del proceso de estudiarse a sí
mismos! Debe proseguir incesantemente, sin que el actor lo advierta siquiera,
poniendo a prueba cada paso que da. Cuando se le señala el absurdo patente de
alguna acción falsa que haya empleado, está más dispuesto a cortarla, pero,
¿qué puede hacer si sus propios sentimientos son incapaces de convencerlo?
¿Quién puede; garantizar que, habiendo desechado una acción falsa, no la
reemplace otra también falsa? No; el acercamiento debe ser distinto. Una
simiente de verdad debe ser plantada debajo de la falsedad, para suplantarla si
llegara el caso, del mismo modo que la segunda dentición del niño presiona a la
primera.
El director fué llamado por asuntos del teatro, de modo que los
estudiantes quedaron a cargo del asistente, para efectuar algunos ejercicios.
Cuando un momento más tarde volvió Tortsov. nos habló de un artista que
poseía un extraordinario sentido de la verdad para criticar el trabajo de los
demás y que, sin embargo, cuando era él quien actuaba, olvidaba por completo
ese sentido.
—Es difícil creerlo —dijo— que la misma persona que en un momento dado
muestra un sentido tan agudo de discriminación entre la verdad y la mentira en
la actuación de sus colegas, un momento después, actuando él esta vez, comete
errores peores.
«En ese caso, su sensibilidad, como espectador, para la verdad y la
falsedad, está divorciada por completo de su sensibilidad como actor. Este
fenómeno está muy difundido.
3
Hoy pensamos un juego nuevo: decidimos suprimir la falsedad de cada
acción ejecutada por otro, tanto en la escena como en la vida ordinaria.
Sucedió que tuvimos que esperar en un corredor, porque el escenario de
la escuela no estaba listo. De pronto, y mientras estábamos allí, nos alarmó el
grito que dio María porque había perdido la llave, y todos nos precipitamos en
su búsqueda.
Grisha comenzó a criticarla.
—No creo que haya razón alguna para que busquemos. Lo haces por
nosotros, no para encontrar la llave. —A sus censuras se añadieron las
observaciones de Leo, Vassili, Paul y algunas mías, de modo que pronto la
búsqueda llegó a punto muerto.
—¡Chiquilines! ¡Cómo se atreven! —gritó el director.
Su aparición, que nos tomó desprevenidos en medio del juego, nos dejó
consternados.
—Siéntense en los bancos a lo largo de la pared, y ustedes dos —dijo
bruscamente a María y a Sonya—, caminen por el pasillo. No, así no. ¿Pueden
imaginar a alguien caminando de esa manera? ¡Entren los talones y saquen las
puntas! ¿Por qué no doblan las rodillas? ¿Por qué no dan más movimiento a las
caderas? ¡Presten atención! Cuiden sus centros de equilibrio ¿No saben caminar?
¿Por qué se tambalean? ¡Miren por dónde caminan!
Cuanto más caminaban, más las reprendía, y cuanto más las reprendía
menos control tenían sobre sí mismas. Finalmente las redujo a un estado tal que
no podían decir dónde tenían la cabeza o los pies, de modo que se detuvieron en
el centro del pasillo.
Cuando miré al director me asombré verlo sofocar la risa con un pañuelo.
Fué entonces que caímos en la cuenta de lo que había estado haciendo.
—¿Se dan cuenta ahora de que un crítico mordaz puede enloquecer al actor
y reducirlo a la impotencia? —preguntó a las dos muchachas—. Busquen la
falsedad sólo en la medida que los ayude a encontrar la verdad. No olviden que
la crítica que zahiere puede crear más falsedad en el escenario que cualquier
otra, porque el actor a quien se critica se detiene, involuntariamente, en el
buen camino y comienza a exagerar la verdad misma hasta el punto de convertirla
en falsedad.
«Lo que deben desarrollar es la crítica sana, serena, sabia e
inteligente, que en la mejor amiga del actor. No los regañará por pequeñeces,
sino que tendrá puestos los ojos en lo substancial de vuestro trabajo.
«Otro consejo sobre la observación del trabajo creador de los demás.
Empiecen por ejercitar el sentido de la verdad buscando antes que nada los
puntos correctos. Al estudiar el trabajo de otro, limítense al papel de un
espejo y digan honestamente si creen no en lo que han visto y oído, y señalen
en particular los momentos más convincentes para ustedes.
«Si el público que frecuenta el teatro fuera tan estricto sobre la
verdad en el escenario como lo fueron ustedes hoy en la vida real, nosotros,
pobres actores, no nos atreveríamos jamás a mostrar la cara.
—¿Pero no son severos los espectadores? —preguntó alguien.
—En realidad, no. No regañan como ustedes. Por lo contrario, el público
desea, más que nada, creer en todo lo que sucede en el escenario.
4
—Ya hemos tenido bastante teoría —dijo el director cuando comenzó el
trabajo de hoy—. Pongamos en práctica algo de ella. —Después de lo cual nos
llamó a Vanya y a mí al escenario, para representar el acto de quemar el
dinero—. No logran ustedes realizar el ejercicio, en primer lugar, porque están
ansiosos por creer en todas las cosas terribles que puse en el argumento. Pero
no traten de hacerlo todo de una sola vez: empiecen parte por parte, ayudándose
siempre con pequeñas verdades. Fijen sus acciones sobre las bases físicas más
simples que sea posible.
«No les daré dinero de verdad, ni objeto alguno para la representación.
El trabajar con aire los inducirá a pensar en más pormenores y a lograr mejor
efecto. Si cada acto auxiliar es ejecutado con veracidad, toda la acción se
desenvolverá correctamente.
Comencé a contar los inexistentes billetes.
—No lo creo —dijo Tortsov, deteniéndome justo cuando fingía alcanzar el
dinero.
—¿Qué es lo que no cree?
—Ni siquiera miraba el objeto que estaba tocando.
Había mirado las imaginarias pilas de billetes, pero sin ver nada,
simplemente había estirado el brazo para volverlo luego hacia mí.
—Aunque no sea más que por las apariencias, debe apretar los dedos para
que el paquete no caiga de sus manos. No lo arroje así. Deposítelo sobre la
mesa, ¿y quién deshace un paquete en esa forma?
«Primero, busque el extremo del lazo. No, así no. No puede hacerse tan
en seguida. Las puntas están atadas con cuidado, para que no se suelten. No es
tan fácil desatarlas. Eso es —aprobó al fin—. Cuente ahora, primero los de
cien, en un paquete, por lo general, hay diez. ¡Válgame Dios! ¡Qué pronto hizo
todo! ¡Ni siquiera el más experto cajero hubiera contado esos billetes tan
ajados y sucios con tanta rapidez!
«¿Ven ahora hasta qué grado entra el pormenor real para convencer
nuestras naturalezas físicas de la verdad de lo que se está haciendo en el
escenario?
Procedió luego a dirigir mis acciones físicas, movimiento por
movimiento, segundo por segundo, hasta legrar un efecto coherente.
Mientras contaba el dinero imaginado, recordé el método exacto y el
orden en que ésto se hace en la vida real. Entonces todos los pormenores
lógicos que me sugirió el director desarrollaron en mí una actitud
completamente diferente hacia el aire que manejaba como dinero. Una cosa es
mover los dedos en el aire y otra muy distinta manejar sucios y ajados billetes
que uno ve distintamente con el ojo del espíritu.
En cuanto me convencí de la verdad de mis acciones físicas, me sentí
perfectamente cómodo en el escenario.
Fué entonces cuando surgieren pequeñas improvisaciones adicionales. Enrollé
la cuerda con cuidado y la dejé al lado de la pila de billetes, sobre la mesa.
Esa pequeña parte me dio valor y me condujo a otras. Por ejemplo, antes de
contar los paquetes, les sacudí suavemente sobre la mesa varias veces, a fin de
ordenar las pilas.
—Eso es lo que entendemos por acción física justificada completa y
totalmente. Y a ello puede el actor otorgar una absoluta fe orgánica —resumió
Tortsov. y con ello quiso concluir la labor del día; mas Grisha quería
discutir.
—¿Cómo puede llamar actividad física u orgánica a algo que se basa sólo
en el aire?
Paul asintió. Sostuvo que las acciones concernientes a objetos realmente
existentes y las que conciernen a objetos imaginados, eran necesariamente de
dos tipos distintos.
—Tome como ejemplo la acción de beber agua —dijo—. Desarrolla un proceso
completo de verdadera actividad física y orgánica: el llevar el agua dentro de
la boca, la sensación del gusto, el dejar que el agua corra por la lengua y
luego tragarla. Exacto —interrumpió el director—, todos esos pormenores
delicados deben ser repetidos aun cuando no se tenga agua, porque de lo
contrarío nunca tragará.
—Pero, ¿cómo se pueden repetir si no se tiene nada dentro de la boca?
—insistió Grisha.
—¡Trague saliva o aire! ¿Hay en ello alguna diferencia? —preguntó
Tortsov—. Sostendrán que no es lo mismo que tragar agua o vino. De acuerdo. Hay
una diferencia. Pero aun así, hay una cantidad suficiente de verdad física en
lo que hacemos, para nuestros propósitos.
5
—Continuaremos hoy con la segunda parte del ejercicio que realizamos
ayer, y trabajaremos en la misma forma en que lo hiciéramos al principio —dijo
el director al empezar la lección—. Este es un problema mucho más complicado.
—Me atrevería a decir que no lograremos resolverlo —observé, mientras me
reunía con María y Vanya para ir al escenario.
—Nada se perderá —dijo Tortsov, animándonos—. No les di ese ejercicio
pensando que pudieran representarlo. Fué más bien porque tomando algo fuera del
alcance de sus fuerzas, fueran capaces de entender mejor cuáles son los errores
y lo que necesitan para trabajar. Por el momento, ensayen solamente lo que está
dentro de lo que saben. Creen para mí el efecto de la acción física exterior.
Hagan que sienta la verdad en ella.
«Para empezar, ¿es capaz de dejar su trabajo por un momento y,
respondiendo al llamado de su esposa, ir al otro dormitorio y observarla
mientras baña al niño?
—Eso no es difícil —dije, poniéndome de pie para ir a la otra
habitación.
—Oh, no —dijo el director, mientras me detenía—. Creo que eso es lo
menos apropiado que puede hacer. Por lo demás, usted dice que subir al
escenario, entrar a un dormitorio y salir de él nuevamente, es cosa fácil de
hacer. Si así fuera, estaría admitiendo en la acción una cantidad enorme de
efectos incoherentes y carentes de lógica.
«Verifique usted mismo cuántos movimientos y verdades físicas, pequeñas,
casi imperceptibles, pero esenciales, ha omitido en este mismo momento. Por
ejemplo: antes de abandonar la habitación estaba ocupado en asuntos de no poca
importancia, hallábase haciendo un trabajo importante: clasificando bienes
públicos y registrando títulos. ¿Cómo puede, de pronto, dejar todo y salir
disparado de la habitación, como si pensara que el techo ha de caérsele encima?
Nada terrible ha ocurrido. Fué solamente el llamado de su esposa. Además, ¿es
posible que en la vida real conciba ir a ver un nene recién nacido con el
cigarrillo encendido en los labios? ¿Y es posible que la madre se lo permita?
Por lo tanto debe, antes que nada, buscar un lugar donde dejar el cigarrillo;
déjelo en esta habitación, y entonces podrá ir. Cada uno de esos pequeños actos
auxiliares son fáciles de ejecutar.
Hice como me dijo, dejé el cigarrillo en la estancia y salí del
escenario a los bastidores, para esperar mi próxima entrada.
—Ahora —dijo el director—ha ejecutado cada pequeño acto al pormenor y
los ha reunido en una acción grande: la de ir al dormitorio contigua.
Mi regreso a la estancia estuvo sujeto a innumerables correcciones. Esta
vez, sin embargo, fué porque carecía de simplicidad y tendía a forzar todo lo
que hacía. Tanto énfasis lleva también a la falsedad.
Finalmente, nos acercamos a la parte más interesante y dramática:
Entrar, acercarme a la mesa de trabajo, ver que Vanya había quemado el dinero
para entretenerse, complaciéndose estúpidamente con lo que había hecho.
Al percibir una posibilidad trágica, me precipité en la habitación y,
dando rienda suelta a mi temperamento, me hundí en la exageración.
—¡Deténgase! Ha tomado el camino equivocado —gritó Tortsov—. Ya que está
en eso, aproveche y repita lo que acaba de hacer.
Cuanto debía hacer se limitaba a correr hacia la chimenea y librar de
las llamas al último paquete de dinero.
No obstante, para hacerlo debía planear el camino y empujar a un lado a
mi infeliz cuñado. Al director no le convencía que ese salvaje empujón pudiera
ser la causa de una muerte o terminar en catástrofe.
Me devané los sesos pensando cómo hacer y a la vez justificar acto tan
rudo.
—¿Ve esta tira de papel? —pregunte;—. Voy a prenderle fuego y arrojarla
dentro de este cenicero. Usted se acerca y tan pronto como ve la llama, corre y
trata de salvar lo que queda sin quemar del papel.
En cuanto vi que encendía el papel, corrí con tanta violencia que casi
le rompo el brazo a Vanya, que estaba en el camino.
—¿Puede decir ahora sí hay algún parecido entre lo que acaba de hacer y
su representación anterior? Recién ahora hubiéramos tenido en realidad una
catástrofe, porque lo anterior fué mera exageración.
«No deben secar en conclusión que lo que recomiendo es romper brazos y
lastimarse en el escenario. Lo que deseo es que cuiden de la circunstancia más
importante: ¡a de que el dinero se enciende instantáneamente. Por consiguiente,
si va a salvarlo debe actuar de esa manera: instantáneamente. Eso fué lo que no
hizo y, naturalmente, sus actos carecieron de verdad.
Después de una pequeña pausa, dijo:
—Continuemos.
—¿Quiere decir que no haremos nada más en esta parte? —exclamé.
—¿Qué más quiere hacer? —preguntó Tortsov—. Salvó lo que pudo y lo demás
se quemó.
—Pero, ¿y la muerte?
—No hubo tal —dijo.
—¿Quiere decir que no hubo un muerto? —pregunté.
—Claro que hubo. Pero para la persona, cuya parte usted representa, no
existe muerte alguna. Está tan deprimido por la pérdida del dinero, que ni
siquiera se ha dado cuenta que ha golpeado a su cuñado. Si así no fuera, no
estaría clavado en el suelo, sino que correría a ayudar al moribundo.
Llegamos al punto más difícil para mí. Era el de permanecer quieto, como
convertido en piedra, en un estado de «trágica inacción».
Lo tomé con indiferencia y, sin embargo, me di cuenta de que estaba
exagerando.
—Ya ahí están los viejos, viejísimos clichés de nuestros antepasados
—dijo Tortsov.
—¿Cómo puede reconocerlos —pregunté.
—Los ojos agrandados por el horror, la mueca trágica «del rostro, la
cabeza sostenida por ambas manos, los dedos
hundidos en el cabello, la mano apretada contra el corazón. Cualquiera
de esos gestos tiene por lo menos trescientos años de antigüedad.
«Apartemos todo lo que no sirva. Limpiemos La obra de gestos con la
cabeza, el corazón y el cabello. Deme una acción, aunque sea muy pequeña, en la
que se pueda creer.
—¿Cómo puedo ofrecerle movimiento, si se supone que estoy en estado de
«inacción dramática»? —pregunté.
—¿Qué cree usted? —replicó el director—, ¿Puede haber actividad en la
inacción dramática o en cualquier otra inacción? Si es así, ¿en qué consiste?
Esa pregunta me hizo hurgar en mi memoria y tratar de recordar lo que
haría cualquier persona en un período de inacción dramática. Tortsov me recordó
algunos pasajes de Mi vida en el arfe, y agregó un incidente del que había
tenido experiencia personal.
—Era necesario —relató— darle a una mujer la noticia de la muerte de su
esposo. Después de un largo y cuidadoso preámbulo, pronuncié finalmente las
palabras fatales. La pobre mujer quedó aturdida y. sin embargo, en su fisonomía
no mostró señal alguna de esa expresión trágica que los actores gustan de
mostrar en el escenario. La total ausencia de expresión en el rostro, que en su
extrema inmovilidad parecía cadavérico, era lo que más impresionaba. Fué
necesario permanecer a su lado, completamente inmóvil, por más de diez minutos,
a fin de no interrumpir el proceso que dentro de ella se desarrollaba. Por fin
hice un movimiento que la hizo volver de su estupor, para caer desvanecida un
instante después.
«Tiempo más tarde, y cuando fué posible hablarle del hecho, se le
preguntó qué había pasado por su mente en aquellos momentos de trágica
inmovilidad. Parece que minutos antes de recibir la noticia de la muerte de su
marido, se aprontaba a salir de compras para él… Pero siendo que había muerto,
era preciso cambiar de plan. ¿Qué haría? Pensando en sus ocupaciones, pasadas y
presentes, su mente había repasado los recuerdos de su vida hasta la ruptura
del momento actual, con su gran interrogante. Se había desmayado al sentirse
totalmente impotente para resolverlo.
«Creo que estará de acuerdo en que aquellos diez minutos. de trágica
inacción estaban bastante llenos de actividad. Piense que condensó toda su vida
pasada en sólo diez minutos. ¿No es eso acción?
—Desde luego —asentí—, pero no es acción física.
—Muy bien —dijo Tortsov—. Quizá no sea física. No necesitamos pensar con
demasiada profundidad en rubricar lo que hacemos ni en ser demasiado concisos.
En todo acto físico hay un elemento psicológico y uno físico en todo acto
psicológico.
Las últimas escenas, en que vuelvo de mi estupor y trato de revivir a mi
cufiado, fueron para mí infinitamente más fáciles de representar, que la
inmovilidad con su actividad psicológica.
—Repasemos ahora lo que aprendimos en nuestras dos últimas lecciones
—dijo el director—. Porque la gente joven es tan impaciente que busca
posesionarse de inmediato de toda la verdad interior de una obra o de un papel
y creer en ella.
«Ya que es imposible tener simultáneamente el control del todo, debemos
dividirlo y ocuparnos de cada parte por separado. Para llegar a la verdad
esencial de cada parte y ser capaces de creer en ella, debemos seguir el mismo procedimiento
que utilizamos al elegir las unidades y los objetivos. Cuando no puedan creer
en la acción mayor, deben reducirla a proporciones más y más pequeñas, hasta
que puedan creer en ella. No piensen que ésta es una labor tan insignificante.
Es tremenda. No han perdido el tiempo cuando en mis clases o en las de práctica
de Rajmánov, concentraron la atención en pequeñas acciones físicas. Quizá no se
den cuenta todavía de que de la creencia en la verdad de una pequeña acción, el
actor puede llegar a sentirse a sí mismo en su papel y a tener fe en la
realidad de la obra completa.
«Puedo citar innumerables casos que han sucedido en mi propia vida,
donde algo inesperado se ha introducido en la anticuada rutina de la
representación de una obra. Una silla que cae, una actriz que deja caer el
pañuelo y debe ser levantado, o el asunto se altera de pronto. Esas cosas
exigen necesariamente acciones pequeñas, pero verdaderas, porque son
intrusiones emanadas de la vida real. Lo mismo que una ráfaga de aire fresco aligera
la atmósfera en un cuarto, mal ventilado, esas emociones verdaderas pueden dar
vida a la actuación estereotipada. Puede hacer recordar al actor la senda de la
verdad, que ha perdido. Tiene el poder de producir un impulso interior y puede
convertir una escena completa en una etapa más creadora.
«Por otro lado, no podemos dejar las cosas libradas al acaso. Para el
actor es importante saber cómo proceder bajo circunstancias comunes. Cuando un
acto completo es demasiado grande para manejarlo, divídanlo. Si un detalle no
es suficiente para convencerlos de la verdad de lo que están haciendo, agreguen
o él otros, hasta que hayan obtenido una mayor esfera de acción que los
convenza.
«Aquí los ayudará también un sentido de la medida.
«Es a estas verdades sencillas, pero importantes, que hemos dedicado el
trabajo de las recientes lecciones.
6
—Este verano pasado —dijo el director—fui por primera vez, desde hacía
muchos años, a un sitio de lo campiña en el que solía pasar las vacaciones. La
casa en que me alojaba estaba a cierta distancia de la estación ferroviaria. Un
atajo para llegar a la estación conducía a través de una barranca, algunos
colmenares y un bosque. En la lejana niñez había transitado tanto por ese
camino que ya había hecho de él un sendero trillado. Más tarde, la hierba lo
cubrió. Este verano volví por él. AI principio no me fué tan fácil encontrarlo,
perdía a menudo la dirección y salía a un crimino principal lleno de baches y
agujeros producidos por si tránsito pesado. Finalmente me encontré andando en
dirección contraria a la estación. Por eso me vi obligado a retomar el camino
hecho y buscar el atajo. Me guiaban mis viejos recuerdos de señales familiares,
árboles, postes, pequeñas elevaciones y declives del sendero. Esos recuerdos
fueron tomando formo y dirigieron mi búsqueda. Al final logré encontrar la
buena senda y pude ir y volver a la estación. Como en esa dirección tenía que
ir con frecuencia, utilizaba el atajo casi a diario, de modo que pronto volvía
a convertirlo en un sendero bien marcado.
«Durante nuestras últimas lecciones hemos esbozado una línea de acciones
físicas en el ejercicio del dinero quemado. Se parece algo a mi sendero del
campo. La reconocemos en la vida real, pero debemos recorrerla nuevamente en el
escenario.
«La línea correcta para ustedes está también asediada por malos hábitos
que amenazan desviarlos a cada paso y extraviarlos hacia el camino accidentado
y arruinado por la acción mecánica estereotipada. Para evitarlo, deben hacer lo
que yo hice y establecer la dirección correcta, proyectando una serie de
acciones físicas. Deben marcarlas hasta que hayan legrado fijar permanentemente
el verdadero camino del papel. Suban ahora al escenario y repitan varias veces
las acciones físicas que ejecutarnos la última vez.
«Tengan cuidado, sólo acciones físicas, verdades físicas y creencia
física en ellas! ¡Nada más!
Realizamos todo el ejercicio.
—¿Notaron algunas sensaciones nuevas como resultado de la ejecución de
la serie completa de actos físicos sin interrupción? —preguntó Tortsov—. Si fué
así, los momentos repasados fluyen como es debido en períodos más largos, y
creando una corriente continua de verdad.
«Hagan la prueba representando el ejercicio completo desde el principio
hasta el fin, varias veces, utilizando sólo las acciones físicas.
Seguimos sus instrucciones y sentimos, en realidad, que las partes
detalladas correspondían a un total continuado. Ese efecto fué reforzado por
cada repetición, y se tuvo la sensación de que la acción adelantaba con
creciente impulso.
Mientras repetíamos el ejercicio, me mantuve en un error que creo debo
describir. Cada vez que dejaba la escena y salía del escenario, dejaba de
actuar. Como consecuencia, la línea lógica de la acción física se interrumpía.
Y no debe ser así. Ni en el escenario ni entre bastidores debe el actor admitir
tales interrupciones en la continuidad de la vida de su papel, pues produce
vacíos y éstos en cambio se llenan de pensamientos y sentimientos extraños al
papel.
—Si no se acostumbran a actuar para ustedes mismos mientras están fuera
del escenario —dijo el director—, confinen al menos sus pensamientos a los que
la persona que están representando tendría si estuviera en circunstancias
análogas. Esto les ayudará a mantenerse en el papel.
Después de hacer algunas correcciones y de repetir el ejercicio varias
veces más, me preguntó:
—¿Se da cuenta que ha logrado establecer de manera sólida y permanente
la larga serie de momentos individuales de la verdadera acción física de este
ejercicio?
«A ese efecto continuo lo llamamos en nuestra jerga teatral "la
vida de un cuerpo humano». Está compuesto, como han visto, de acciones físicas
vivas, motivadas por un sentido interior de la verdad por la fe en lo que el
actor esté haciendo. Esto vida del cuerpo humano en un papel no es asunto de
poca importancia. Es uno mitad de la imagen que hay que crear, aunque no la más
importante.
7
Después de repasar el mismo ejercicio una vez más, el director dijo:
—Ahora que han creado el cuerpo del papel, podemos pensar en el próximo
paso, el más importante, que es la creación del alma humana en el papel.
«En realidad, ya ha tenido lugar en el interior de ustedes, sin que se
hayan percatado. La prueba está que cuando ejecutaron todas las acciones
físicas en la reciente escena, no lo hicieron de manera fría y formal, sino con
convicción interior.
«¿Cómo se efectuó ese cambio?
«De manera natural, porque la unión entre el cuerpo y el alma es
indivisible. La vida de una da vida al otro. Todo acto físico, exceptuando los
simplemente mecánicos, tienen una fuente interior de sentimiento. En
consecuencia, tenemos en cada popel, entrelazados, un plano interior y otro
exterior. Un objetivo común los asemeja y fortalece su unión.
El director me hizo repetir la escena del dinero. Mientras lo contaba,
se me ocurrió mirar a Vanya, el jorobado hermano de mi esposa, y por primera
vez me pregunté: ¿por qué está siempre alrededor mío? Sentí entonces que no
podría continuar hasta esclarecer las relaciones mías con mi cuñado. Con ayuda
del director, urdimos lo siguiente, como bases para la relación: la belleza y
salud de mi esposa habían sido logradas a costa de la deformidad de su hermano
gemelo. Cuando nacieron hubo que ejecutar una operación de emergencia y se
expuso la vida del niño, a fin de salvar a la madre y a la niña. Todos
sobrevivieron, pero el muchacho había crecido tonto y jorobado. Esta sombra
pesó siempre sobre la familia y se hizo sentir. La invención cambió por
completo mi actitud hacia el pobre infeliz. Me poseyó un sincero sentimiento de
ternura hacia él, y experimenté cierto remordimiento por lo pasado.
De inmediato ésto dio vuelta a la escena en que la infeliz criatura
logra placer quemando el dinero. Además de sentir lástima por él, hice algunas
gracias a fin de entretenerlo; golpeaba los paquetes en la mesa, hacía gestos y
caras cómicas, mientras arrojaba en el fuego las coloreadas envolturas. Vanya
respondía bien a esas improvisaciones y reaccionaba con alegría, por lo que me
sentí inclinado a continuar con más invenciones del mismo tipo. Así creamos una
escena totalmente nueva, vivida, alegre y cálida. Recibimos del público una
inmediata respuesta alentadora que nos animó a continuar. Llegó el momento de
pasar al dormitorio contiguo. ¿Para ir hacia quién? ¿Hacia mi esposa? ¿Quién
es? Allí había otro problema que resolver. No podía continuar hasta saber todo
lo concerniente a esa persona con quien se suponía que estaba casado. Mi relato
acerca de ella resultaba sentimental en extremo. Con todo, sentí realmente que
si las circunstancias hubieran sido las que imaginaba, esa esposa y su hijo no
habrían sido infinitamente queridos.
En toda esa nueva vida imaginada para el ejercicio, nuestros viejos
métodos de representación parecían indignos.
¡Qué fácil y agradable fué para mí observar al nene en su baño! No
necesité que me hicieran recordar lo del cigarrillo encendido; tuve gran
cuidado de dejarlo antes de salir del cuarto.
Mi vuelta a la mesa donde estaba el dinero es ahora tan clara como
necesaria. Es un trabajo que estoy haciendo para mi esposa, mi hijo y el
infeliz jorobado.
El dinero quemado adquiere un aspecto totalmente distinto. Todo lo que
necesité decirme fué: ¿qué haría si fuera real? Me horroriza la perspectiva del
futuro; la opinión pública me señalará no sólo como ladrón, sino como asesino
de mi cunado. ¡Además, seré considerado infanticida! Nadie podrá rehabilitarme
a los ojos del mundo. Ni siquiera sé lo que mi mujer pensará de mí después de
haber matado a su hermano.
Mientras me hacía todas esas conjeturas, ero necesario que permaneciera
en completa inmovilidad, pero era inmovilidad plena de acción.
La escena siguiente, en donde se intenta hacer revivir al muchacho,
salió casi natural, motivada por mi actual actitud para con él.
El ejercicio, que antes me pareciera casi aburrido, despertaba en mí
nuevas sensaciones. El método de crear tanto la vida física como la espiritual,
resultaba extraordinario. Sentí, sin embargo, que el fundamento del éxito de
este método yace en los mágicos síes y en las circunstancias dadas. Fueron
ellos los que produjeron en mí el impulso interior y no la creación de
pormenores físicos. ¿No sería más sencillo trabajar con ellos, en vez de
emplear tanto tiempo en objetivos físicos?
Llevé mi pregunta al director y asintió:
—Desde luego —dijo—, y eso es lo que le propuse que hiciera un mes
atrás, cuando representó el ejercicio por primera vez.
—Pero entonces me resultaba difícil despertar mi imaginación y hacerla
activa —observé.
—Así es, y ahora está bien despierta. Encuentra fácil no sólo inventar
mentiras, sino vivirlas, para sentir su realidad.
«¿Por qué ha ocurrido ese cambio? Porque al principio plantó las
semillas de la imaginación en tierra estéril. Las contorsiones, la tensión
física y la vida física incorrecta son malas tierras para hacer crecer en ellas
la verdad y el sentimiento. Tiene ahora una vida física correcta. Su creencia
en ella está basada en los sentimientos de su propia naturaleza. Ya no
imaginará en el aire o en el espacio o en general. Ya no es abstracta. Nos volvemos
alegremente a las acciones físicas verdaderas y a nuestras creencias en ellas,
porque están a nuestro alcance.
«Utilizamos la técnica consciente al crear el cuerpo físico de un papel
y con su ayuda logramos la creación de la vida subconsciente del espíritu del
mismo.
8
Continuando la descripción de su método, el director ilustró hoy sus
observaciones por medio de un parangón entre actuar y viajar.
—¿Han hecho alguna vez un viaje largo? —comenzó—. Si es así, recordarán
los muchos cambios sucesivos que ocurren tanto en el sentimiento como en lo que
se ve. Lo mismo sucede en el escenario. Avanzando acompañados por una línea
física, nos encontramos constantemente en situaciones nuevas y distintas,
disposiciones de ánimo, contornos imaginativos y los exteriores de la
producción. El actor entra en contacto con nuevas personas y comparte sus
vidas.
«En todo momento su método de acciones físicas lo conduce a través de
las interioridades y exterioridades de la obra. Está su camino tan bien trazado
que no se lo puede desviar y, sin embargo, no es el camino en sí el que atrae
al actor. Su interés yace en las circunstancias interiores y en las condiciones
de vida a las que la obra lo ha conducido. Gusta de las bellas e imaginarias
circunstancias de su parte y de la emoción que despiertan en él.
«Los actores, como los viajeros, encuentran muchas maneras de llegar a
destino: están los que experimentan el papel real y físicamente, los que
reproducen su forma externa, los que se amaneran y actúan como si fuera un oficio,
los que hacen del papel una conferencia literaria y pobre y, por último, los
que utilizan el papel para hacer alarde y sacar ventaja ante sus admiradores.
«¿Cómo puede evitarse el seguir una mala dirección? En cada cruce
deberán tener un guía bien ejercitado, atento y disciplinado. Es el sentido de
la verdad que coopera con el sentido de la fe en lo que están haciendo el que
los mantendrá en el buen camino.
«La pregunta siguiente es: ¿de qué material nos serviremos para
construir nuestro camino?
«Al principio parecerá que lo único que podemos hacer es utilizar las
emociones verdaderas y, sin embargo, las cosas del espíritu no son
suficientemente verdaderas. Por eso debemos recurrir a la acción física.
«No obstante, más importante que las acciones mismas son su verdad y
nuestra creencia en ellas. La razón es que siempre que posean veracidad y
creencia, tendrán sentimiento y experiencia. Pueden comprobarlo ejecutando el
acto más pequeño, pero en el que en realidad crean, y encontrarán que la
emoción se despierta instantánea, intuitiva y naturalmente.
«Esos momentos, por cortos que sean, deben ser muy apreciados. En el
escenario son de gran significación, tanto en las partes más apacibles de la
obra, como en las que se vive tragedia y drama. No necesitan ir muy lejos para
encontrar un ejemplo de todo eso: ¿en qué estaba ocupado cuando representaba la
segunda parte del ejercicio? Corrió hacia la chimenea y sacó el paquete de
billetes, trató de revivir al jorobado, corrió a salvar al niño que se ahogaba.
Ese es el marco de sus simples acciones físicas, dentro de las cuales construyó
natural y lógicamente la parte física del papel.
«He aquí otro ejemplo: ¿En qué se ocupaba lady Macbeth al llegar al
punto culminante de su tragedia? En el simple acto físico de quitarse de la
mano una mancha de sangre.
Aquí interrumpió Grisha, porque no podía creer «que un gran escritor
como Shakespeare, creara una obra maestra con el fin de hacer que su heroína se
lavara las manos o representara algún acto natural similar a aquél».
—¡Qué desilusión! —dijo el director con ironía—, ¡No haber pensado en la
tragedia! ¡Cómo pudo pasar por alto toda la tensión del actor, su esfuerzo,
«sentimiento" e "inspiración»! ¡Qué difícil es renunciar al enorme
bagaje de falsedades y limitarse tan sólo a los pequeños movimientos físicos,
pequeñas verdades y sincera creencia en su realidad!
«Con el tiempo aprenderán que tal concentración es necesaria si quieren
poseer verdaderos sentimientos. Sabrán también que en la vida real muchos de
los grandes momentos de emoción son señalados por algunos movimientos comunes,
pequeños y naturales. ¿Les sorprende? Permítanme que les recuerde los tristes
momentos de la atención de una enfermedad mortal de algún ser querido para
ustedes. ¿En qué están ocupados el amigo más íntimo o la esposa del moribundo?
Cuidan que haya quietud en el dormitorio, ejecutan las órdenes del médico,
toman la temperatura, aplican compresas. Todas estas acciones insignificantes
tienen gran importancia en la lucha contra la muerte.
«Nosotros, los artistas, debemos comprender la verdad de que hasta los
pequeños movimientos físicos, cuando son introducidos en las
"circunstancias dadas», adquieren gran significado a través de su
influencia sobre la emoción. Lo existencia del acto de la limpieza de la sangre
ayudó a lady Macbeth a ejecutar sus ambiciosos designios. No es fruto de la
casualidad hallar a través de todo su monólogo el recuerdo de la mancha de
sangre en conexión con el crimen de Duncan. Un pequeño acto físico adquiere,
pues, enorme significado interior; la gran lucha interior busca en la acción
exterior una salida.
«¿Por qué esa mutua unión es de tanta importancia para nosotros en
nuestra técnica artístico? ¿Por qué es que doy tanta importancia a este método
elemental de conmover nuestros sentimientos?
«Si le dicen a un actor que su papel está lleno de acción psicológica,
de fondos trágicos, comenzará de inmediato a contorsionarse, a exagerar su
pasión, "a hacerse pedazos»., a ahondar en su alma y a violentar sus
sentimientos. Pero si en cambio le dan a resolver algún sencillo problema
físico y lo rodean de interés y condiciones afectivas, comenzará por ejecutarlo
sin alarmarse o sin pensar siquiera profundamente si lo que está haciendo
acabará en psicología, tragedia o drama.
«Acercándose de esta manera a la emoción, evitan toda violencia, y el
resultado es natural, intuitivo y completo. En tos escritos de los grandes
poetas, hasta los actos más simples están rodeados de circunstancias
importantes y concomitantes, y en ellas están ocultos toda clase de recursos,
para excitar nuestros sentimientos.
«Existe otra razón sencilla y práctica para acercarnos o las delicadas
experiencias emocionales y a los momentos trágicos, por medio de la verdad de
las acciones físicas. Para alcanzar grandes alturas trágica?, el actor debe
llevar al máximo su poder creador. Eso es sumamente difícil de legrar. ¿Cómo
puede alcanzar el estado necesario si carece del requerimiento natural de su
voluntad? Ese estado sólo se consigue con el fervor creador que no puede
forzarse fácilmente. Si se utilizan medios artificiales, se corre el riesgo de
salir en alguna dirección falsa y de dar rienda suelta a la emoción teatral en
lugar de la genuina. El camino fácil es familiar, habitual y mecánico. Es la
línea de menor resistencia.
«Para evitar ese error, deben aferrarse a algo substancial, tangible. El
significado de los actos físicos en los momentos culminantes trágicos o
dramáticos, se acentúa por el hecho de que, cuanto más simples, son más fáciles
de asir, y más fácil la conducción al verdadero objetivo, lejos de la tentación
de la actuación mecánica.
«Lleguen a la parte trágica del papel sin nerviosismo, sin jadeo, sin
violencia y, sobre todo, sin prisa. Acérquense gradual y lógicamente, llevando
a cabo correctamente el efecto de las acciones físicas exteriores y creyendo en
ellas. Cuando hayan perfeccionado la técnica de acercarse o los sentimientos,
la actitud de ustedes para con los momentos trágicos cambiará por completo, y
éstos dejarán de alarmarlos.
«El acceso al drama, a la tragedia o a la comedia y al vaudeville
difiere sólo en las circunstancias dadas que rodean las acciones de la persona
que representan. En las circunstancias están el poder y el significado
principal de esas acciones. En consecuencia, cuando se les exija experimentar
una tragedia, no piensen en absoluto en las emociones. Piensen tan sólo en lo
que deben hacer.
Cuando Tortsov terminó de hablar hubo silencio por unos instantes, hasta
que Grisha, siempre pronto a discutir, dijo:
—Yo creo que los artistas no cabalgan sobre la tierra, sino que vuelan
por entre las nubes.
—Me gusta su comparación —dijo Tortsov sonriendo—. Más adelante
hablaremos de ello.
9
En la lección de hoy me convencí ampliamente de la efectividad de
nuestro método de psicotécnica; por otra parte, verlo en la práctica me
emocionó profundamente. Dasha, una de nuestras compañeras, representó una
escena de Brand, la de la niña abandonada. Su asunto principal es el de una
muchacha que llega a su casa y encuentra que alguien ha abandonado una niña en
el umbral. Al principio, el hallazgo la turba, pero al instante se repone y
decide adoptarla. Mas la endeble criaturita muere en sus brazos.
La razón que inclina a Dasha por esta clase de escenas con niños se debe
a que no hace mucho perdió un hijo natural. Esto me fué referido
confidencialmente, como un rumor, pero hoy, después de verla representar la
escena, no dudé un minuto más sobre la verdad de la historia. Durante toda la
representación, las lágrimas le corrían por las mejillas y su ternura hizo que
el palo que sostenía cobrara vida ante nuestras miradas. Cuando llegó el
momento de la muerte de la niña, el director detuvo la representación por temor
a las consecuencias que podía tener para Dasha una conmoción tan profunda.
Todos teníamos lágrimas en los ojos.
¿Para qué entrar a examinar las vidas, los objetivos y las acciones
físicas cuando podíamos ver reflejada en su semblante la vida misma?
—Ahí tienen lo que la inspiración puede crear —dijo Tortsov con placer—.
No requiere técnica alguna; opera estrictamente de acuerdo con las leyes de
nuestro arte, porque son dictadas por la naturaleza misma. Pero no se puede
contar con tal fenómeno todos los días. Puede que en alguna ocasión no produzca
efecto, y entonces…
—Oh, de eso estoy segura —dijo Dasha.
Después de lo cual, y como sí temiera que la inspiración disminuyera,
comenzó a repetir la escena que un instante antes había representado. Al
principio, Tortsov se sintió inclinado a proteger su joven sistema nervioso deteniéndola,
pero no fué mucho antes que ella misma se detuviera, al sentirse completamente
incapaz de proseguir.
—Y ahora, ¿qué va a hacer? —preguntó Tortsov—. Usted sabe que el
empresario que la contrata en la compañía, insistirá para que represente igualmente
bien no sólo la primera, sino todas las actuaciones siguientes. De lo
contrario, la obra será éxito al estrenarse y luego fracasará.
—No. Todo lo que necesito es sentir, y entonces puedo actuar bien —dijo
Dasha.
—Comprendo que quiera sentir directamente sus emociones. Por supuesto,
está muy bien. Seria grandioso si pudiéramos obtener un método permanente para
repetir con éxito nuestras experiencias emocionales. Pero no se pueden fijar
los sentimientos; se escurren de entre nuestros dedos como el agua. Por eso, le
guste o no, es necesario encontrar métodos más sólidos que susciten y
establezcan las emociones.
Pero nuestra Ibsen rechazó de plano toda insinuación de que utilizara
medios físicos en su labor creadora. Repasó todos los posibles accesos:
pequeñas unidades, objetivos internos, inventos imaginativos, pero ninguno de
ellos fué lo suficientemente atrayente para ella. A donde quiera que se
volviera, y fuera cual fuera ti esfuerzo para evitarlo, al final se vio
obligada a aceptar las bases físicas y Tortsov la ayudó.
No trató de encontrar para ella nuevas acciones físicas. Sus esfuerzos
se encaminaban a conducirla nuevamente a sus propias acciones, do las cuales
había hecho uso intuitivamente en forma brillante.
Esta vez actuó bien y había verdad y fe en su representación. Sin
embargo, no se pudo comparar con su primera prueba.
El director le dijo:
—Actuó muy bien, pero no es la misma escena. Cambió el objetivo. Le pedí
que representara la escena con un niño de verdad y, en cambio, lo ha hecho con
un palo inerte envuelto en un mantel. Todos sus actos se ajustaron a eso.
Manejó el palo con destreza y habilidad, pero un niño vivo necesitaría un
montón de movimientos detallados, que esta vez omitió por completo. La primera
vez, antes de envolver el niño imaginario, extendió sus bracitos. y piernas,
realmente los sentía, lo besó con cariño, murmuró a su oído palabras de
ternura, le sonrió a través de sus lágrimas. Fué realmente conmovedor. Pero,
ahora, dejó a un lado todos estos pormenores importantes Claro, porque un
pedazo de madera no tiene brazos ni piernas.
«La otra vez, cuando le cubrió la cabeza, tuvo la precaución de no
presionarle las mejillas. Y después de arrojarlo lo contempló con orgullo y
llena de gozo.
«Trate ahora de corregir su error. Repita la escena con un niño, no con
un palo.
Con gran esfuerzo, Dasha pudo finalmente rehacer conscientemente lo que
inconscientemente había sentido la primera vez que representara la escena. Una
vez que creyó en la niña, sus lágrimas rodaron libremente. Cuando terminó, el
director alabó su labor como ejemplo efectivo de lo que acababa de enseñar.
Pero yo seguía desilusionado e insistí en que Dasha no había logrado
conmovernos después de aquella primera explosión de sentimiento.
—No importa —dijo—; una vez que está preparado el terreno y los
sentimientos del actor comienzan a despertar, conmoverá a los espectadores tan
pronto encuentre en alguna sugestión imaginada una salida apropiada para ellos.
«No quiero lastimar los jóvenes nervios de Dasha, pero supongan que,
efectivamente, ha sido madre de un hermoso niño, al que amaba con devoción y
que, de pronto, cuando sólo contaba pocos meses, ha muerto. Nada en el mundo
puede darle consuelo, hasta que, inesperadamente, el destino se compadece de su
dolor y ella encuentra en la puerta de su casa un niñito casi más hermoso que
el suyo.
El golpe dio en el blanco. No había terminado de hablar cuando Dasha
prorrumpió en sollozos sobre el trozo de madera, con redoblada emoción,
comparada con la primera vez.
Rápidamente me acerqué a Tortsov para explicarle que la casualidad lo
había llevado a hurgar en la trágica historia de la vida de Dasha. Horrorizado,
dirigióse al escenario para detener la escena, pero la representación lo
hechizó y no pudo sobreponerse para interrumpirla.
Más tarde me acerqué a él para conversar:
—¿No es verdad que esta vez Dasha sintió su tragedia verdadera y
personal? —dije— Y en ese caso, no puede usted atribuir el éxito a técnica
alguna, ni al arte creador, sino a una coincidencia accidental.
—¿Quiere decirme si lo que hizo la primera vez era arte? —adujo Tortsov.
—Claro que sí —admití.
—¿Por qué?
—Porque ella reconoció intuitivamente su propia tragedia y se conmovió
—expliqué.
—¿Entonces, el inconveniente parece estar en el hecho de que le sugerí
un nuevo sí en lugar de encontrarlo por sí misma? En realidad, no veo la
diferencia —continuó— entre que el actor reviva sus propios recuerdos y que lo
haga con la ayuda de otro. ¡Lo importante es que la memoria retenga esos
sentimientos, y dado cierto estímulo sepa devolverlos!' Entonces no podrá
evitar creer en ellos con cuerpo y alma.
—De acuerdo —argüí—; sin embargo, todavía creo que Dasha no se conmovió
como resultado del planeamiento de acciones físicas, sino por lo que usted le
sugirió.
—No lo niego —interrumpió el director—. Todo depende de la sugestión.
Pero usted debe saber en qué momento imponerla. Suponga que le pregunta a Dasha
si se hubiera conmovido de haber hecho yo la sugestión antes de lo que lo hice,
en el momento que representaba la escena por segunda vez, arropando la madera
sin ningún despliegue de sentimiento, antes de que sintiera y besara los
bracitos y las piernas del expósito y antes que ocurriera la transformación en
su mente y la madera fuera reemplazada por un hermoso niño vivo. Estoy
convencido de que en ese instante, la sugestión de que aquel palo con esa manta
toda manchada era su niño, sólo habría herido su sensibilidad. Con seguridad
hubiera llorado por la coincidencia de mi sugestión con la tragedia de su
propia vida. Pero el dolor por el que se fué, no es el llanto que requiere esa
escena, en la que el dolor por lo perdido es reemplazado por la alegría de lo
hallado.
«Además, creo que Dasha hubiera sentido repulsión por el trozo de madera
y hubiera tratado de alejarse de él. Sus lágrimas habrían corrido libremente,
pero muy lejos de ser por el niño, y hubieran sido impulsadas por los recuerdos
de su niño muerto, que no es lo que necesitamos ni lo que nos ofreció la
primera vez que actuó. Sólo cuando se formó la figura mental del niño, pudo
llorar como lo hiciera al principio.
«Yo pude dar con el momento más propicio para colorear mi sugestión, que
casualmente fué a coincidir con sus más enternecedores recuerdos. El resultado
ha sido francamente conmovedor.
Había, sin embargo, un punto sobre el cual necesitaba yo aclaración, de
modo que pregunté:
—¿Acaso no estaría Dasha en un estado de alucinación mientras actuaba?
—Por supuesto que no —respondió con énfasis el director—. Lo que sucedió
no fué que ella creyera en la transformación del palo de madera en una criatura
viviente, sino en la posibilidad de que ello sucediera en la obra, que, de
sucederle a ella en la vida real, sería su salvación. Ella creía en sus propias
acciones maternales, en su amor, y en todas las circunstancias que la rodeaban.
«De modo que ven ustedes que este método de acercarse a las emociones es
valioso, no sólo cuando creen un papel, sino cuando quieran proporcionar nueva
vida a un papel ya creado. Les proporciona la manera de recordar sensaciones
experimentadas previamente. De no ser por ellas, los momentos de inspiración de
un actor brillarían ante nosotros un instante, para luego desaparecer para
siempre.
10
Nuestra lección de hoy fué dedicada a probar nuestro SENTIDO DE LA VERDAD,
entre varios estudiantes. El primero fué Grisha. Se le pidió que representara
cualquier papel de su agrado, de modo que eligió a su habitual compañera,
Sonya. Cuando terminaron, el director dijo:
—Lo que ustedes han hecho recién estaba correcto y admirable desde
vuestro punto de vista, que es el de técnicos sumamente inteligentes,
interesados solamente en la perfección exterior de una actuación.
«Pero mis sentimientos no han podido seguirlos a ustedes, porque lo que
yo busco en el arte es algo natural, algo orgánicamente creador, que pueda
infundir vida humana en un papel inerte.
«Esa verdad fingida de ustedes les ayuda a representarse imágenes y
pasiones. La verdad que yo pido ayuda a crear esas imágenes y a despertar
verdaderas pasiones. La diferencia entre el arte de ustedes y el mío es la
misma que existe entre las palabras parecer y ser. Yo necesito esa verdad real.
Ustedes se dan por contentos con su apariencia; yo necesito la verdadera
esencia. Ustedes buscan limitarse a la confianza que el público les tenga.
Cuando los espectadores los contemplan están seguros de que ustedes ejecutarán
todos los gestos establecidos a la perfección; ellos confían en la habilidad
del actor, como en la pericia de un acróbata. Según vuestro punto de vista, el
público no pasa de ser un espectador. Para mí, en cambio, involuntariamente se
transforma en testigo, toma parte también, de mi trabajo creador.
Grisha, en lugar de replicar como es su costumbre, repitió en tono
cáustico al poeta Pushkin, en un concepto que difería de lo anterior acerca de
la verdad en el arte:
"Una hueste de pequeñas verdades es más querida
que las ficciones que nos elevan por encima de nosotros."
—Estoy de acuerdo con usted y con Pushkin también —repuso Tortsov—,
porque él habla de ficciones en las que podemos creer. Es nuestra fe en ellas
lo que nos permite elevarnos. Y esto es una fuerte confirmación del punto de
vista de que en el escenario cada cosa debe ser real en la vida imaginaria del
actor. Esto no fué lo que yo sentí en su representación.
Volvió luego sobre la escena en detalle, corrigiéndola como hiciera
conmigo en el ejercicio del dinero quemado. Sucedió después algo que acabó en
una larga e instructiva polémica. Grisha detuvo abruptamente su interpretación.
Tenía el rostro lívido de ira, labios y manos le temblaban; luchó un instante
con sus emociones, mas luego estalló:
—Hace meses que no hacemos más que mover sillas, cerrar puertas y
encender fuegos. Eso no es arte: el teatro no es un circo. Allí es preciso que
los actos físicos sean perfectos; resulta extremadamente importante que uno sea
capaz de colgarse del trapecio o mentar un caballo al galope. La propia vida
depende de la destreza física. Pero no va a decirme que los grandes escritores
del mundo han creado sus obras maestras para que sus héroes se entregaran a
simples actos físicos. ¡El arte es libre! Necesita espacio, y no estas
ridículas verdades físicas. Necesitamos libertad para remontar vuelo y no
estarnos arrastrando como alimañas.
Cuando terminó, el director le repuso:
—Sus protestas me dejan perplejo. Hasta este momento lo había
considerado un actor con técnica externa muy notable. Y hoy, de pronto, nos
encontramos con que sus ambiciones apuntan a las nubes. Convenciones externas y
mentiras… ¡eso es lo que aprisiona sus alas, mientras que lo que le permitirá
remontar vuelo son precisamente la imaginación, el sentimiento y el
pensamiento! Sin embargo, sus sentimientos y su imaginación parecen encadenados
aquí sin remedio, a este auditorio.
«A menos que se vea usted transportado por una nube de inspiración, que
lo eleve a las alturas, usted, más que ningún otro aquí, tendrá necesidad de
este trabajo preparatorio que estamos haciendo. Y, sin embargo, parece usted
temerle, como sí fuera degradante para su condición de artista.
«Una bailarina jadea, resopla y transpira en sus diarios ejercicios,
antes de poder aparecer en público con sus graciosos movimientos. Un cantante
debe pasarse las mañanas vocalizando, entonando, reteniendo notas,
desarrollando su diafragma y buscando nuevas resonancias en sus tonos de
cabeza, si quiere por la noche volcar su corazón en el canto. Ningún artista
puede eludir la obligación de ejercitar su aparato físico mediante ejercicios
técnicos fundamentalmente necesarios.
«¿Por qué se considera usted una excepción? Si nosotros estamos tratando
de formar el más estrecho vínculo entre nuestra naturaleza física y espiritual,
¿Por Qué trata usted de desembarazarse del lado físico? Sin embargo, la
naturaleza le ha rehusado a usted eso mismo que anhela: sentimientos exaltados
y experiencias. En cambio, lo ha dotado de la técnica física necesaria para
mostrar sus cualidades.
«Los que más hablan acerca de sentimientos exaltados, en su mayor parte,
son los que carecen de atributos para elevarlos a un plano más elevado. Hablan
de arte y emoción con falsas emociones, en forma poco clara y confusa. Los
verdaderos artistas, por el contrario, se expresan en forma simple y
comprensible. Piense sobre esto y también sobre el hecho de que en algunos
papeles podrá usted convertirse en un actor excelente y contribuir así en forma
útil al arte.
Después de Grisha le tocó el turno a Sonya. Me sorprendió notar que
realizó todos los ejercicios sencillos en forma perfecta. El director la
elogió, y luego, extendiéndole un cortapapeles, le sugirió que se hiriera con
él. En cuanto percibió la posibilidad de hacer tragedia, hizo tal alarde de
gestos y tanto ruido al llegar al momento culminante, que todos nos echamos a
reír.
El director le dijo entonces:
—Mientras fué comedia, usted llevó su papel muy bien, y yo creí en
usted. Pero en esta parte dramática, la nota era falsa. Evidentemente, su
sentido de la verdad abarca un solo frente, sensible a la comedía, mientras que
en lo dramático carece de formación. Es de la mayor importancia, en nuestro
arte, que cada actor encuentre su tipo peculiar.
11
Hoy le tocaba el turno a Vanya. Representó la escena del dinero quemado,
con María y conmigo. Me pareció que nunca había interpretado tan bien la
primera parte, me sorprendió por su sentido de la proporción, y me convenció
una vez más de su verdadero talento.
El director elogió su actuación, pero agregó:
—¿Por qué exagera usted la verdad hasta tal punto en la escena de la
muerte? Calambres, náuseas, quejidos, gesticulaciones y parálisis gradual…,
parecería como si aquí se complaciera usted en el naturalismo, porque sí, nada
más. Le interesaba, más que el papel, el hecho de reproducir visualmente la
muerte violenta de un ser humano.
«Ahora bien, en la obra de Hauptraann, Hannele, el naturalismo tiene su
razón de ser. Es empleado con el propósito de dar relieve al tema
fundamentalmente espiritual de la obra. Como medio para un fin, puede
aceptarse. De otro modo, no hay necesidad de llevar forzadamente al escenario
las cosas de la vida real, que es mucho mejor que se descarten.
«De esto cabe concluir que no cualquier tipo de verdad puede ser
transferido al escenario. Lo que allí debemos usar es la verdad transformada en
equivalente poético mediante la imaginación creadora.
—Exactamente, ¿cómo definiría esto? —preguntó Grisha, un tanto
agriamente.
—No me propongo formular una definición para ello —respondió el
director—. Lo dejo para los académicos. Todo lo que yo puedo hacer es ayudarlos
a sentir lo que es. Y para eso solamente, se necesita gran paciencia, y a ello
dedicaré todo este curso. O, para ser más exacto, se les revelará por sí mismo
una vez que hayan estudiado todo nuestro sistema de actuación, y después que
ustedes mismos hayan procedido a efectuar el experimento de iniciar,
esclarecer, transformar, cada simple verdad humana cotidiana, en cristales de
verdad artística. Esto no se puede obtener en un minuto. Ustedes absorben lo
esencial y dejan a un lado lo superfluo, y así hallarán una forma hermosa y una
expresión apropiada para el teatro. Haciendo esto con la ayuda de la intuición,
del talento y el gusto, lograrán un resultado satisfactorio.
El turno siguiente le correspondió a María. Interpretó La escena de
Dasha, con el niño, en forma notable y bastante distinta.
Al principio mostró una sinceridad extraordinaria en su gozo por el
hallazgo de la criatura. Era como si realmente tuviera una muñequita para
jugar. Le hizo dar vueltas, la abrigó, volvió a desvestirla, la besó, la
acarició, como si hubiera olvidado enteramente el hecho de que lo que tenía
entre sus manos era un palo de madera. De pronto, inesperadamente, pareció como
si la criatura hubiera dejado de responderle. Primero la miró fijamente, por un
instante prolongado, tratando de hallar la razón. La expresión de su rostro
cambió. La sorpresa fué gradualmente reemplazada por el terror, se la vio más y
más concentrada, hasta que se fué alejando de la criatura. Cuando se había
distanciado prudencialmente, pareció petrificarse; una estatua en trágico
suspenso. Eso fué todo. Y, sin embargo, ¡cuánto había puesto allí de fe,
juventud, maternidad, de verdadero drama! ¡Qué delicada sensibilidad había
mostrado en su primer encuentro con la muerte!
—Cada instante de su representación fué artísticamente verdadero
—exclamó el director, entusiasmado—. Pudimos creer en todo lo que usted
representó, porque lo basó en elementos cuidadosamente elegidos de la vida
real. No ofreció emociones en subasta, sino que díó lo que era necesario, nada
más y nada menos. María sabe cómo ver lo que ha de resultar agradable, y tiene
sentido de la proporción. Ambas son cualidades importantes.
Cuando le preguntamos cómo podía ser que una actriz joven y sin
experiencia pudiera ofrecer una representación tan perfecta, respondió:
—Depende en la mayor parte del talento natural, pero especialmente de un
sentido excepcionalmente agudo y sutil de la verdad.
Al finalizar la lección, dijo lo siguiente:
—Les he enseñado hasta ahora todo lo que puedo acerca del sentido de la
verdad, la falsedad y la fe. Entramos ahora en la cuestión de cómo desarrollar
y regular este importante don de la naturaleza.
«Habrá muchas oportunidades, porque nos acompañará en cada paso y en
cada faz de nuestro trabajo, sea en casa, en el escenario, en ensayos o frente
al público. Este sentido debe penetrar y controlar en cada cosa, que el actor
haga o vea. Cada pequeño ejercicio, sea interno o externo, debe hacerse bajo su
supervisión y aprobación.
«Nuestra única preocupación será de que cuanto hagamos esté encauzado
dentro del principio de robustecer y desarrollar este sentido. Es una tarea
difícil, porque es mucho más fácil mentir cunado se está en el escenario que
decir y actuar con la verdad. Necesitarán una gran dosis de atención y
concentración para ayudar al debido crecimiento y desarrollo del sentido de la
verdad.
«Eviten la falsedad, eviten cuanto esté más allá de vuestra capacidad
actual, y sobre todo, eviten todo lo que vaya contra la naturaleza, la lógica y
el sentido común. Eso engendra deformidades, violencias, exageraciones y
mentiras. Cuanto más frecuentemente se insinúe en ustedes, más desmoralizador
habrá de ser para el sentido de la verdad. De modo que deben evitar el hábito
de falsificar. No dejen que las flechas hagan sucumbir ese arco tan tierno de
la verdad. Sean despiadados en desarraigar de ustedes toda tendencia a la
exageración y a la actuación mecánica. Una eliminación constante de estas
superfluidades establecerá un proceso especial; que es lo que querré
significarles cuando les grite: ¡Corten el noventa por ciento!
Capítulo IX
Memoria Emotiva
1
Nuestro trabajo empezó hoy con la repetición del ejercicio con el loco.
Nos gustó, porque hacía tiempo que no hacíamos ejercicios de este tipo.
Lo realizamos con vitalidad acrecentada, cosa que no nos sorprendió,
porque cada uno de nosotros había aprendido qué hacer y cómo hacerlo. Estábamos
tan seguros de nosotros mismos que hasta lo tomamos un poco a risa. Cuando
Vanya nos asustó, corrimos en dirección opuesta, como lo hiciéramos antes. La
diferencia, sin embargo, estaba en el hecho de que estábamos preparados para la
alarma repentina, y por esa razón la huida fué más definida y el efecto más
fuerte.
Repetí exactamente lo que acostumbraba hacer; me escondí debajo de la
mesa, pero esta vez no aferré un cenicero en la huida, sino un libro pesado.
Los demás hicieron más o menos lo mismo. Sonya, por ejemplo, la primera vez
había corrido hacia Dasha, haciendo caer un almohadón. Esta vez lo hizo sin ese
alboroto.
Cuál no sería nuestra sorpresa cuando Tortsov y Rajmánov nos dijeron que
si la vez anterior nuestra interpretación había sido sincera, directa, fresca,
verdadera, hoy había sido falsa, falta de sinceridad y afectada. Nos desalentó
una crítica tan inesperada e insistimos en que realmente sentíamos lo que hacíamos.
—Por supuesto, que algo sentían —dijo el director—. De no ser así,
estarían muertos. La cuestión es qué sentían. Pero probemos a desenmarañar las
cosas y comparar la primera actuación con la de hoy.
«No haré cuestión acerca de la forma en que ustedes conservaron los
movimientos, las actitudes, la secuencia, y cada pequeño detalle de agrupación,
en forma realmente sorprendente por lo exacta. Cualquiera pensaría que han
fotografiado la primera actuación. Con ello han probado que tienen memorias particularmente
fieles para el aspecto externo de un papel.
«Y con todo, ¿acaso tenía tanta importancia la forma en que se agruparan
o se movieran? Para mí, como espectador, era de mucha mayor importancia saber
lo que pasaba dentro de ustedes. Esos sentimientos, extraídos de nuestra
experiencia actual, y transferidos a nuestro papel, son los que dan vida a la
obra. Ustedes no han dado esos sentimientos. Toda producción externa es formal,
fría, no tiene una motivación íntima. Allí está la diferencia entre las dos
actuaciones. Al principio, cuando yo les hice la sugestión acerca del loco,
todos ustedes, sin excepción, se concentraron individualmente, en el propio
problema del resguardo personal, y recién después comenzaron a actuar. Ese era
el proceso recto y lógico, la experiencia interna fué anterior, y luego fué
revestida con formas exteriores. Hoy, por el contrario, ustedes estaban tan
encantados con la actuación, que ni por un momento pensaron en nada que no
fuera repetir y copiar todos los exteriores del ejercicio. La primera vez hubo
un silencio sepulcral; hoy, hubo jarana y excitación. Todos se ocuparon en
acomodar las cosas: Sonya con su almohadón, Vanya con su lámpara, y Kostya con
su libro en lugar del cenicero.
«¿Acaso la primera vez lo habían preparado todo con anticipación?
¿Sabían que Vanya les gritaría y les asustaría? —preguntó el director con
cierta ironía—. ¡Pero sí es curioso! ¿Cómo hicieron para prever hoy que
necesitarían esos implementos? Debieron llegar a vuestras manos en forma
accidental, y es lástima que ese toque de lo imprevisto no pudo repetirse hoy.
Otro detalle: originariamente, ustedes no dejaron ni por un instante de mirar
hacia la puerta, detrás de la cual se suponía que estaba el loco. Hoy, en
cambio, prestaron mayor atención a nuestra presencia, les interesó ver la
impresión que lo actuación nos causaba. En lugar de ocultarse del loco, lo que
hicieron fué mostrarse a nosotros. La primera vez fueron impelidos a la acción
por los sentimientos y la intuición, por la humana experiencia. Pero ahora han
pasado por esas emociones de modo mecánico. Repitieron un ensayo exitoso en
lugar de volver a crear una escena nueva, vivida. En lugar de tomar el material
de recuerdos de la vida misma, lo han tomado de los archivos teatrales de
vuestra mente. Lo que sucedió dentro de ustedes en la primera vez, naturalmente
se tradujo en acción. Hoy, esa acción fue inflada y exagerada para causar el
efecto deseado.
«Sin embargo, no deben sentirse desalentados. Todo esto estaba previsto
en la tarca del día, y les explicaré el porqué. Lo inesperado es con frecuencia
un factor de gran efectividad en el trabajo creador. En la primera
representación esa cualidad fué obvia. Ustedes se sintieron genuinamente
excitados por la inyección de la idea de un posible lunático. En esta
repetición de hoy, lo inesperado había caducado, porque ustedes sabían de
antemano todo lo relativo a eso, todo les era familiar y claro, hasta las
formas exteriores mediante las cuales volcaban su actividad. En estas
circunstancias, no pareció que valiera la pena reconsiderar nuevamente toda la
escena, a fin de sentirse guiados por sus emociones. Una forma externa
preparada de antemano es una tentación terrible para el actor. No es
sorprendente que novicios como ustedes la hayan experimentado y al propio
tiempo de que hayan probado tener una buena memoria para la acción externa. En
cuanto a memoria emotiva, no hubo hoy ninguna señal de ella.
Cuando se le pidió que explicara esa denominación, dijo:
—Yo podría ilustrarles esto como hiciera Ribot, que fué la primera
persona que definió este tipo de memoria, contándoles un cuento:
«Dos náufragos habían sido arrojados sobre unas rocas por la pleamar.
Una vez que fueron rescatados, narraron sus impresiones. Uno recordaba hasta el
más ínfimo acto que había hecho; cómo, por qué y dónde había ido, dónde había
trepado, dónde había descendido, dónde había saltado, dónde había bajado. El
otro no recordaba en absoluto el lugar. Sólo tenía memoria de las emociones que
había experimentado. Una tras otra, deleite, temor, esperanza, duda y,
finalmente, pánico.
«La primera vez les sucedió exactamente lo mismo que a este segundo
náufrago. Recuerdo claramente el atolondramiento, el pánico que se introdujo
ante le sugestión del loco. Toda la atención estaba centrada en el objetivo
ficticio detrás de la puerta, y una vez que se hicieron cargo del caso,
comenzaron a actuar con verdadera excitación.
«Si hoy hubieran sido ustedes capaces de hacer lo que el segundo hombre
del cuento de Ribot, es decir, revivir todas las emociones que experimentaron
la primera vez, y actuar sin esfuerzo, involuntariamente, entonces yo hubiera
dicho que ustedes poseían una memoria emotiva excepcional.
«Infortunadamente, ese es el problema más común. Por consiguiente, me
veo obligado a ser mucho más modesto en mis exigencias. Admito que pueden
empezar el ejercicio y permitir que el plan externo los conduzca. Pero después
de ello deben permitirle que les recuerde sus primeros sentimientos y
entregarse a ellos como a una fuerza guiadora a través del resto de la escena.
Si pueden hacerlo, diré que poseen una memoria emotiva no excepcional, pero muy
buena.
«Si debo restringir aún más mis exigencias, entonces les diré: actúen
con el esquema físico del ejercicio, aun cuando no les recuerde las primeras
sensaciones y aunque no sientan el impulso de mirar a las circunstancias dadas
del argumento con una mirada fresca y nueva. Pero entonces dejen que vea que
saben utilizar su técnica psíquica para introducir nuevos elementos
imaginativos que despierten esos sentimientos dormidos.
«Si logran esto, podre entonces reconocer evidencias de memoria emotiva
en ustedes. Hasta ahora, hoy, no me han ofrecido ninguna de estas posibles
alternativas.
—¿Quiere decir con eso que no tenemos memoria emotiva? —pregunté.
—No. No es esa la conclusión que deben sacar. Haremos otras pruebas en
la próxima lección —repuso Tortsov calmosamente, mientras se ponía de pie para
abandonar el salón.
2
Hoy fui yo el primero en probar la memoria emotiva.
—¿Recuerda usted —preguntó Tortsov— que una vez me contó la gran
impresión que le hizo Moskvin, cuando pasó por su ciudad? ¿Recuerda usted su
actuación con la suficiente nitidez como para que de sólo pensar en ella, seis
años después, sienta ese impulso entusiasta que experimentó aquella vez?
—Quizá el sentimiento no sea tan agudo como otrora —le repuse—, pero
ciertamente me conmueve mucho aún hoy.
—¿Tiene la fuerza suficiente como para hacerlo sonrojar y acelerar el
ritmo de su corazón?
—Quizás sí, si me abandonara por entero al recuerdo.
—¿Qué siente usted, ya sea espiritual o físicamente, cuando recuerda la
trágica muerte del amigo que me relató cierta vez?
—Trato de eludir ese recuerdo, porque me deprime mucho.
—Ese tipo de memoria, que le hace a usted revivir las sensaciones que en
una ocasión sintió viendo actuar a Moskvin o cuando murió su amigo, es lo que
nosotros llamamos memoria emotiva. Exactamente como su memoria visual puede
reconstruir la imagen interior de algún objeto olvidado, lugar o persona, su
memoria emotiva puede hacer revivir sentimientos que antes ha experimentado.
Quizá parezcan imposibles de revivir, cuando de pronto una sugestión, un
pensamiento, un objeto familiar, los devuelve con renovado vigor. A veces, las
emociones son más intensas que nunca, a veces más débiles, y en ocasiones el
mismo sentimiento de la primera vez puede revivir, aunque bajo un aspecto
diferente.
«Y desde que usted es todavía capaz de enrojecer o empalidecer al
recuerdo de una experiencia, desde que sigue temiendo recordar un hecho
trágico, sacamos la conclusión. de que usted posee memoria emotiva. Pero no
tiene el suficiente entrenamiento como para que lleve a cabo sin ayuda la lucha
con el estado teatral que se apodera de usted cuando aparece en el escenario.
Tortsov hizo luego la distinción entre memoria sensitiva. basada en
experiencias, en relación con nuestros cinco sentidos, y la memoria emotiva.
Dijo que en su oportunidad hablaría de ello, y demostraría cómo corren
paralelamente.
—Esto —dijo— es una descripción conveniente, aunque no científica de su
relación mutua.
Cuando se la preguntó hasta qué punto un actor usa su memoria sensitiva,
y cuál la variación del valor de cada uno de los cinco sentidos, dijo:
—Para contestar esto, tomemos cada uno por turno.
«De nuestros cinco sentidos, la vista es el más receptivo a las
impresiones. La audición es también extremadamente sensible. De ahí la razón de
que las impresiones se hacen rápidamente a través de ojos y oídos.
«Es un hecho bien conocido que algunos pintores poseen el poder de la
visión interna, al punto de que pueden pintar retratos de personas que han
visto, pero que ya no existen.
«Algunos músicos tienen un poder similar para reconstruir sonidos
interiormente. Tocan mentalmente una sinfonía completa que acaban de oír. Los
actores, a su vez, tienen este mismo tipo de capacidad para la vista y el
sonido. Y lo utilizan para fijar en sí mismos, y recordar después, toda suerte
de imágenes visuales y auditivas: el rostro de una persona, su expresión, la
línea de su cuerpo, su andar, sus gestos, movimientos, voz, entonación,
vestimenta, características raciales.
«Lo que es más, algunas personas, especialmente artistas, son capaces no
sólo de recordar y reproducir cosas que han visto u oído en la vida real, sino
que pueden hacer lo mismo con cosas invisibles e inaudibles, salvo para sus
propias imaginaciones. Los actores con memoria visual gustan de ver lo que de
ellos se requiere, de modo que sus emociones responden fácilmente. Otros,
prefieren mucho más oír el sonido de la voz, o la entonación de la persona que
deben pintar. Con «líos, el primer impulso hacia el sentimiento deriva de la
memoria auditiva.
—¿Y en cuanto a los otros sentidos? —preguntó alguno—. ¿Los necesitamos
también?
—Por supuesto que sí —dijo Tortsov—. Piensen en la primera escena de
Ivanov, de Chejov con los tres glotones, o en La posadera, de Goldoni, en que
deben caer en éxtasis ante un ragout, que se supone preparado con exquisito
arte culinario. Tienen que representar esa escena de modo que se les haga agua
la boca a ustedes y al espectador. Para ello se ven obligados a tener un
recuerdo sumamente vivido de alguna comida deliciosa. De otro modo, la escena
saldrá sobrecargada y no experimentará ningún placer del paladar.
—¿Y dónde usaremos el sentido del tacto? —pregunté.
—En una escena como la que hallamos en el Edipo en que el rey es ciego y
usa su sentido del tacto para reconocer a sus hijos, por ejemplo.
«Y, sin embargo, la técnica más perfeccionada no puede compararse con el
arte de la naturaleza. He visto muchos famosos actores técnicos de todas las
escuelas y de muchos países, y ninguno de ellos pudo alcanzar la cumbre a que
se llega con la intuición artística, bajo la guía de la naturaleza. No debe
pasarse por alto el hecho de que muchas facetas importantes de nuestras
complejas naturalezas nos son desconocidas, o bien no están sujetes a nuestra
dirección consciente. Sólo la naturaleza tiene acceso a ellas. A menos que
aceptemos su ayuda, debemos contentarnos con un parcial dominio de nuestro
complicado aparato creador.
«Y aunque estos sentidos del gusto, el tacto y el olfato son útiles, y a
veces importantes, en nuestro arte, su rol es meramente auxiliar, tiene la
finalidad de influenciar nuestra memoria emotiva…
3
Las lecciones con el director han sido suspendidas temporalmente, debido
a que ha salido en jira teatral. Entretanto, dedicarnos el tiempo a baile,
gimnasia, impostación de voz y dicción. Algo importante me ha sucedido en este
lapso, que me ha arrojado un rayo de luz sobre el tema que estuvimos
estudiando: memoria emotiva.
No hace mucho, caminaba yo rumbo a casa con Paul. Al llegar a una
plazoleta nos encontramos ante una abigarrada multitud. Me gustan las escenas
callejeras, de modo que me introduje hacia el centro del grupo, y allí vi un
horrible espectáculo. A mis pies yacía un anciano, pobremente vestido, con la
mandíbula destrozada, sin" brazos, el rostro en horrible mueca, los
dientes, viejos y amarillos, arrancados de cuajo, el bigote ensangrentado. Un
vehículo lo había atropellado y el conductor se afanaba por demostrar que el
accidente se había debido a un desperfecto de la máquina, por lo que no tenía
culpa alguna. Un hombre, en uniforme blanco, con el sobretodo sobre los
hombros, llevaba a la nariz de la pobre víctima un algodón empapado en un
líquido que vertía de una botella. Era el empleado de la farmacia vecina. No
lejos de allí, algunos chicos jugaban. Uno de ellos, al toparse con un hueso
astillado de la mano del pobre anciano, no sabiendo cómo disponer de él, lo
arrojó a un canasto de basuras. Una mujer sollozaba, pero el resto de la gente
se limitaba a mirar, indiferente y curiosa.
El espectáculo causó en mí una profunda impresión. ¡Qué contraste entre
ese horror en el pavimento y el pálido azul del cielo, claro, límpido! Salí de
allí deprimido, y pasó mucho tiempo antes de que pudiera sobreponerme. Por la
noche desperté con la memoria visual de lo que presenciara, y se me presentó
más terrible todavía de lo que me pareciera por la tarde. Probablemente haya sido
porque de noche todas las cosas asumen tintes más sombríos, pero yo lo atribuyo
a mi memoria emotiva y a su poder de ahondar impresiones.
Pocos días después volví a pasar por la escena del accidente e
involuntariamente me detuve para recordar lo sucedido tan poco tiempo atrás.
Todos los rastros habían desaparecido. Había un ser humano menos en el mundo, y
eso era todo. Sin embargo, una exigua pensión sería pagada a la familia del
muerto, de modo que el sentido de justicia de todos quedaría en paz; por consiguiente,
todo estaba como debía estar. Y, sin embargo, quizás la mujer y los niños
pasaran hambre…
Mientras así pensaba, el recuerdo de la catástrofe pareció
transformarse. Si al principio había sido rudo y natural a ultranza, con todos
esos horribles detalles físicos, la mandíbula destrozada, los brazos amputados,
los niños pisoteando el charco de sangre…, ahora me sentía conmovido por ese
recuerdo conjunto, pero en forma diferente. Repentinamente, me llené de
indignación contra la crueldad humana, la injusticia y la indiferencia.
Al cabo de una semana del accidente volví a pasar por el escenario de la
tragedia, camino de la escuela. Me detuve por unos minutos, para meditar sobre
ello. La nieve estaba tan blanca ese día como en aquel otro momento. Eso era…
vida. Recordé la figura contrahecha, un pingajo en el suelo, eso era… muerte. Y
en torno, en brillante contraste, vi el cielo, el sol, la naturaleza. Eso es…
eternidad. Los vehículos que prosiguen su marcha por el pavimento, cargados de
pasajeros, representan las generaciones en su constante devenir hacia lo
desconocido. Y todo el panorama, que antes fuera tan horrible, tan terrorífico,
trocábase ahora en recio, majestuoso espectáculo…
4
Hoy me ha sucedido un extraño fenómeno. Pensando nuevamente en aquel
accidente de la plazoleta, me encuentro con que es el vehículo el que domina
ahora la figura. Pero no es precisamente el que motivara el accidente, sino uno
que se relaciona con una experiencia personal ajena por completo.
El otoño pasado, cierta noche, volviendo de un suburbio a la ciudad, con
el último trolley, al pasar por un parque desierto, salió de sus rieles. Todos
los pasajeros debimos combinar nuestras fuerzas para encarrilarlo nuevamente.
¡Qué enorme y pesado me pareció entonces, y qué débiles e insignificantes
nosotros, en comparación!
¿Por qué, entonces, esta memoria sensitiva resultaba más poderosa que la
más reciente? Y aquí debo explicar otro aspecto del asunto. Cada vez que
empiezo a pensar en el anciano desvalido que fuera atropellado, la memoria me
encamina hacia otro hecho, también anterior. Mucho tiempo atrás, me encontré en
la calle con un italiano que lloraba sobre un mono suyo que había muerto.
Lloraba al tiempo que trataba de empujar un gajo de naranja en la boca del
animal. Parecía como sí esta escena me hubiera afectado mucho más que la muerte
del anciano; hallábase sepultada más profundamente en mi memoria. Y creo que de
tener que representar la escena del accidente, buscaría la materia emocional
para mi parte en el recuerdo de la escena del italiano con el mono muerto, más
que en la tragedia misma.
Me pregunto cuál es la razón.
5
Hoy recomenzaron las lecciones con el director. Le relaté el proceso de
evolución de mis sentimientos acerca del accidente callejero. De primer momento,
me alabó por mi poder de observación, y luego dijo:
—Esto es una ilustración magnífica de lo que ocurre en nosotros. Cada
uno de nosotros ha visto multitud de accidentes. Retenemos la memoria de ellos,
pero sólo las características más importantes quedan impresas, mientras que
perdemos los detalles. Y con esas impresiones se va formando una memoria
sensitiva más vasta, condensada, más profunda y más amplia. Es una especie de
síntesis de memoria, en larga escala. Es más pura, más condensada, más compacta,
substancial y más aguda también que los hechos en sí.
«El tiempo es un espléndido filtro para los sentimientos que recordamos;
además, es un gran artista. No sólo purifica, sino que también transmuta en
poesía hasta recuerdos dolorosamente realistas.
—Sin embargo, los grandes artistas y los grandes poetas se inspiran en
la naturaleza.
—De acuerdo. Pero no la fotografían. Su producto pasa a través de sus
propias personalidades, y lo que ésta les ofrece es suplantado mediante el
material viviente que toman de las memorias emotivas que han almacenado.
Shakespeare, por ejemplo, a menudo tomaba héroes y heroínas, como Yago, de
relatos ajenos, y hacía de ellos criaturas vivientes mediante la adición de sus
propios recuerdos emotivos cristalizados. El tiempo había clarificado y
poetizado sus impresiones, al punto de que se transformaban en excelente
material para sus creaciones.
Cuando le hablé a Tortsov del cambio de personajes y objetos que había
sucedido en mis recuerdos del accidente, hizo notar:
—No hay nada de sorprendente en ello; no puede usted confiar en que
habrá de usar su memoria sensitiva del mismo modo que consulta los libros en
una biblioteca.
«¿Puede usted formarse una idea figurada que equivalga a la memoria
emotiva? Imagine un número de casas, con muchas habitaciones en cada casa, en
cada habitación innumerables armarios, con estantes y cajas, y en algún lugar
indefinido, en una de esas cajas, una pequeña perla. Es bastante fácil dar con
la casa, con el cuarto, el estante… pero más difícil será hallar la caja
exacta. ¿Y dónde hallar ese ojo de lince que dará con la perlita que rodó hoy,
brilló por un instante, y luego desapareció de la vista…? Sólo el azar podrá
reencontrarla.
«El archivo de la memoria es algo muy semejante. Tiene todas esas
divisiones y subdivisiones. Algunas son más accesibles que las otras. El
problema está en recapturar la emoción que en un momento brilló cual meteoro.
Si permanece cerca de la superficie y vuelve hacia ustedes, pueden dar gracias
al Cielo. Pero no cuenten con que siempre podrán recobrar esa misma impresión.
Mañana quizá aparezca en su lugar algo bien distinto; den gracias también por
esto, y no esperen lo otro. Si aprenden a ser receptivos a este tipo de
recuerdos recurrentes, a medida que se formen los nuevos, tendrán mayor
capacidad de conmoverlos una y otra vez. Vuestro espíritu, a su vez, sabrá
responder mejor y reaccionará con nuevo calor a las partes del papel cuya
atracción se haya debilitado por la repetición constante.
«Cuando las reacciones del actor son más poderosas, la inspiración puede
aparecer. Por otra parte, no pierdan su tiempo a la caza de una inspiración que
en una oportunidad ha cruzado vuestro camino. No hay posibilidad de
recuperación, como no la hay en el ayer, en las alegrías de la niñez, ni en el
primer amor. Concentren sus esfuerzos en crear una inspiración nueva y fresca
para el presente. No hay razón para suponer que será menos buena que la del
ayer. Quizá no sea tan brillante. Pero se tiene la ventaja de poseerla en el
presente. Ha surgido en forma natural, desde las profundidades del alma, para
encender la chispa creadora en ustedes. ¿Quién puede decir cuál manifestación
de verdadera inspiración es mejor? Todas son espléndidas, cada una dentro de su
modalidad, sólo porque estén inspiradas.
Cuando insistí ante Tortsov para que me dijera que desde que esos
gérmenes de inspiración se hallan preservados dentro de nosotros, y no nos
llegan desde el exterior, debemos concluir que la inspiración es de origen
secundario más que primario, rehusó comprometerse en una respuesta.
—Yo no sé. Las cuestiones del subconsciente no entran en mi campo. Lo
que es más, no me parece que debamos destruir el misterio de que estamos
acostumbrados a rodear nuestros momentos de inspiración. El misterio es hermoso
en sí mismo y representa un gran estímulo a la creación.
Pero yo no quería quedarme conforme con eso, y le pregunté si cuanto
sentíamos mientras estábamos en el escena río no era de origen secundario.
—¿Acaso sentimos jamás en el escenario las cosas por primera vez? Yo
deseo saber también si es bueno o no tener sentimientos originales, frescos,
mientras se está en el escenario; sentimientos que jamás se han experimentado
en la vida real.
—Depende del tipo que sean —fué su respuesta—. Suponga que están
interpretando la escena del último acto de Hamlet, donde usted se arroja con la
espada sobre su amigo Paul, que encarna el papel del rey, y de pronto usted se
ve manchado, por primera vez en su vida, por un borbotón de sangre. Aunque su
espada es un arma burda, que por sí misma no puede provocar herida de sangre,
puede precipitar una terrible lucha y determinar que se baje el telón.
«¿Piensa usted que es conveniente para un actor dejarse caer en
emociones espontáneas como esa?
—¿Acaso significa esto que es preferible no tenerlas nunca? —pregunté.
—Por el contrario, son sumamente deseables —repuso Tortsov—. Pero estas
emociones directas, poderosas y vividas, no hacen su aparición en el escenario,
en la forma que usted piensa. No duran mucho tiempo, ni siquiera un solo acto.
Son como relámpagos, que ocupan pequeños episodios, momentos individuales. En
esta forma, son bienvenidos. Sólo cabe esperar que aparezcan a menudo, y ayuden
a agudizar la profundidad de nuestras emociones, que es uno de los más valiosos
elementos del trabajo creador. La inesperada cualidad de estas espontáneas
erupciones de sentimientos es una fuerza irresistible y conmovedora. —Aquí
agregó una advertencia—: Lo que tienen de infortunados esos instantes, es que
no podemos controlarlas, sino que ellas nos controlan a nosotros. Por lo tanto,
no queda otra alternativa que dejar el asunto librado al azar y decir: «si
tienen que venir, que vengan». Sólo podemos tener confianza en que colaborarán
con el papel, y que no serán adversos. Por supuesto, un toque de sentimiento
inesperado e inconsciente es realmente tentador. Es lo que soñamos, y
constituye el aspecto favorito de la creación en nuestro arte. Pero no debe
concluirse de esto que hay derecho para restar importancia a la significación
de los sentimientos repetidos, que determinan la memoria emotiva. Por el
contrario, deben ustedes entregarse a ellos por completo, porque son el único
medio por el cual podrán, en uno y otro grado, influenciar a la inspiración.
«Permítanme que les recuerde nuestro principio cardinal: Por medio de
recursos conscientes se llega al subconsciente.
«Otra razón por la cual ustedes deben valorar esas emociones repetidas
es que un artista no elabora su papel con la primera cosa a mano. El artista
selecciona cuidadosamente de entre sus recuerdos, y elige de entre sus
experiencias aquellas que le parecen más elocuentes. El artista entreteje el
alma de la persona que debe retratar con las emociones que le son más queridas
que sus sensaciones cotidianas. ¿Pueden imaginar ustedes un campo más fértil
para la inspiración? Un artista toma lo mejor que tiene dentro de sí y lo
vuelca en el escenario. La forma habrá de variar, de acuerdo con las
necesidades de la obra, pero las emociones humanas del artista permanecerán
vivas, y no podrán ser reemplazadas por nada más.
—¿Quiere decir usted —interpuso Grisha— que en toda clase de papel,
desde Hamlet al Pájaro azul, tenemos que emplear nuestros propios sentimientos
previos?
—¿Y qué otra cosa? —repuso Tortsov—. ¿O cree usted que un actor puede
inventar toda suerte de nuevas sensaciones, o quizá un alma nueva, para cada
papel que interpreta? ¿Cuántos espíritus tendría entonces que encerrar dentro
del suyo? Y por otra parte, ¿acaso puede hacer trizas su alma para reemplazarla
por otra que sea más apropiada para un papel determinado? ¿Dónde encontrarla?
Puede usted prestarse ropas, un reloj, cosas de toda suerte, pero no puede
tomar los sentimientos de otra persona. Mis sentimientos son inalienables, y
los suyos lo son igualmente para usted. Puede usted entender un papel,
simpatizar con la persona allí descripta, ponerle en el lugar de ella, y
entonces actuará como lo haría esa persona, porque despertará en usted
sentimientos que serán análogos a los que requiere el papel. Pero esos
sentimientos pertenecerán, no a la persona creada por el autor de la obra, sino
al propio actor.
Nunca se pierda a sí mismo en el escenario. Actúe siempre en su propia
persona, como artista. Jamás podrá desembarazarse de usted mismo. El momento en
que se pierda en el escenario marcará el abandono de la vida verdadera
infundida al papel, y el comienzo de la actuación exagerada y falsa.
«Este es el mejor y más genuino material para la creación interior.
Utilícenlo. Sírvanse de él, y no confíen en ninguna otra fuente.
—Pero —volvió a argüir Grisha—de ninguna manera puedo yo contener todos
los sentidos para todos los papeles del mundo.
—Los papeles para los cuales no tiene usted sentimientos apropiados,
serán aquellos en que jamás actuará bien —explicó Tortsov—. Y deberá excluirlos
de su repertorio. Los actores, mayormente, no se dividen por tipos, sino que
las diferencias las determinan sus propias íntimas cualidades.
Cuando se le preguntó cómo una misma persona podía ser dos
personalidades abiertamente contrastantes, dijo:
—Para empezar, el actor no es ni una ni otra. El posee, en su propia
persona, una íntima individualidad y otra externa, ya sea vivamente
desarrollada, ya indistinta. Puede no tener en su naturaleza ni la villanía de
un carácter ni la nobleza del otro. Pero la simiente de ambas cualidades estará
allí, porque tenemos en nosotros los elementos de todas las características
humanas, buenas y malas. Un actor debe usar su arte y su técnica para
descubrir, por medios naturales, aquellos elementos necesarios para él, para
desarrollar en su papel. Y de este modo, el alma de la persona que él
interpreta será una combinación de los elementos vivientes de su propio ser.
«La primera preocupación de ustedes debe ser la de encontrar la forma de
despertar el material emocional. La segunda, descubrir los métodos para crear
un infinito número de combinaciones de olmas humanas, caracteres, sentimientos,
pasiones, para sus papeles.
—¿Y dónde hallaremos esos medios y esos métodos?
—Antes que nada, aprendan a usar la memoria emotiva.
—¿Cómo?
—Por medio de una serie de estímulos internos y externos. Pero ésta es
una pregunta muy complicada, de modo que la retomaremos la clase próxima.
6
Nuestra lección de hoy se realizó con el telón bajo. Se suponía que
estábamos en el «apartamento de María», pero no podíamos reconocerlo. El
comedor estaba donde antes veíamos la sala, y lo que antes fuera comedor hoy
era el dormitorio. Los muebles eran pobres y vulgares. Tan pronto percibimos la
diferencia, reclamamos que las cosas volvieran a su aspecto original, porque el
actual nos deprimía y no podíamos trabajar.
—Lamento no poder hacer nada —dijo el director—. Los otros muebles se
necesitaban para una obra que se esta dando actualmente, de modo que nos han
dejado en cambio lo poco que podían y lo han arreglado de la mejor manera que
sabían. Si no les gusta así, cámbienlo como crean mejor.
Esto determinó un movimiento general, y pronto todo estuvo en completo
desorden.
—¡Basta! —gritó Tortsov—, y díganme ahora qué recuerdos sensibles les
trae todo este caos.
—Cuando hay un terremoto —dijo Nicolás, que oficiaba de supervisor—, la
gente mueve los muebles como ustedes ahora.
Mientras estábamos en la tarea, surgieron varias discusiones. Algunos
buscaban un efecto, otros otro, conforme al efecto producido en sus memorias
emotivas por determinado arreglo del mobiliario. Finalmente, la disposición
pareció aceptable. Pero solicitamos más iluminación, lo que fué pretexto para
darnos una demostración acerca de los efectos de la luz y el sonido.
En primer lugar, se nos dio la iluminación de un día de sol, y nos
sentimos muy alegres, a lo que se sumaba los ruidos de la calle, timbres,
bocinas, sirenas fabriles y hasta el distante pitar de una locomotora, en fin,
todas las sensaciones auditivas de un día en la ciudad.
Gradualmente, fueron atenuándose las luces, y nos resultó muy agradable,
calmo, y hasta un tanto triste. Nos sentimos inclinados a la meditación, y hubo
quien sintió sueño. De pronto se oyó ulular el viento, se desató una tormenta,
y los sonidos de las calles fueron apagándose. Un reloj en el cuarto vecino
dejó oír una pesadas campanadas. Alguien se puso a tocar el piano, primero en
«fortissimo» y luego cada vez más suavemente, más tristemente. Al llegar la
noche se apagaron las luces, el piano dejó de sonar. A cierta distancia, un
reloj dejó oír las doce campanadas. Medianoche. Silencio en torno. Se oye a un
ratón que roe el piso y algún que otro ruido apagado que llega de la calle.
Finalmente, cesa todo sonido y la calma y la oscuridad se hacen completas. Poco
después, sombras grises anuncian la madrugada, y cuando los primeros rayos del
sol se Filtran en el cuarto, no podemos dejar de sentir un gran alivio.
Vanya fué el más entusiasta ante los efectos logrados.
—Pero si fué mejor que en la vida real —nos aseguró.
—Es que en la realidad los cambios son tan graduales —agregó Paul— que
uno no advierte las variaciones. Pero cuando se comprimen veinticuatro horas en
pocos minutos, se siente toda la sugestión de los variados tonos de luz.
—Como habrán notado —dijo el director—, el ambiente que nos rodea tiene
gran influencia sobre nuestros sentimientos. Y esto sucede en el escenario
tanto como en la vida real. En manos de un director talentoso, estos medios se
transforman en elementos creadores y artísticos.
«Cuando la producción externa de la obra se halla íntimamente ligada con
la vida espiritual de los actores, adquiere con frecuencia mayor significación
en el escenario que en la vida real. Si llena las necesidades de la obra y
produce ese clima correcto, ayuda al actor a formular el aspecto interno de su
papel, influencia todo su estado físico y su capacidad de sentir. Bajo estas
condiciones, el ambiente es un estímulo poderoso para nuestras emociones. Por
consiguiente, si una actriz debe actuar en el papel de Margarita, tentada por
Mefistófeles mientras está orando, el director debe ofrecerle los medios para
producir esa atmósfera de la iglesia, con lo cual la ayudará a sentir su papel.
«Y para el actor que interprete a Egmont, en la prisión, debe crear un
ambiente sugestivo de soledad y cautiverio.
—¿Y qué sucede —preguntó Paul— cuando un director crea una espléndida
producción extensa que, sin embargo, no llena las íntimas ocasiones del papel?
—Desgraciadamente, eso sucede con demasiada frecuencia —contestó
Tortsov—, y el resultado es siempre, malo, porque su error conduce a los
actores en dirección errada y levanta barreras entre ellos y sus papeles.
—¿Y qué ocurre cuando la producción exterior es francamente mala?
—preguntó alguien.
—Peor todavía. Los artistas que trabajan con ese director sufrirán los
efectos de indicaciones diametralmente opuestas al espíritu de sus papeles. En
lugar de atraer la atención de los actores hacia el escenario, habrá de rechazarlos,
arrojándolos en brazos del auditorio, fuera de las candilejas. En consecuencia,
la producción externa de una obra es una espada en las manos del director, que
tiene doble filo, pudiendo hacer bien y mal por igual.
«Ahora —prosiguió el director— quiero proponerles un problema. ¿Creen
ustedes que todo ambiente bien logrado habrá de atraer y ayudar a la memoria
emotiva del actor? Por ejemplo, imaginen un exterior hermoso, diseñado por un
artista muy bien dotado en el empleo del color, la línea y la perspectiva. Si
se mira ese decorado desde el auditorio, la ilusión resulta perfecta. Y, sin
embargo, cuando se está muy próximo, desencanta. ¿Por qué? Porque si un
decorado se realiza conforme desde el punto de vista del pintor, en dos y no en
tres dimensiones, no tiene valor para el teatro. Tiene amplitud y longitud,
pero carece de profundidad, sin la cual habrá de faltarle vida en lo que al
teatro se refiera.
«Ustedes saben, por propia experiencia, qué sensación produce al actor
un escenario vacío, qué difícil es concentrar la atención en él, y qué duro es
actuar en él, aunque más no sea en un breve ejercicio. ¡Y qué decir si trataran
de actuar todo el papel de Hamlet, Otelo o Macbeth! Es muy difícil hacerlo sin
la ayuda del director, sin un esquema de los movimientos, sin esos objetos
sobre los cuales uno puede apoyarse, o hacia los que uno se acerca, ya para
utilizarlas, ya para moverlos. Eso ocurre porque cada situación que se prepara
para el actor, lo ayuda a otorgar una forma plástica externa al íntimo sentir.
Por consiguiente, necesitamos impostergablemente esa tercera dimensión, una
forma con profundidad, en la que podamos movernos, vivir, actuar.
7
—¿Por qué se está escondiendo en el rincón? —preguntó hoy el director a
María, cuando llegó al escenario.
—Yo quería… salir, no puedo soportar… —murmuró, confusa, mientras
trataba de alejarse de Vanya, que estaba distraído.
—¿Por qué están sentados juntos tan cómodamente? —preguntó a un grupo de
estudiantes, en tomo de un sofá próximo a la mesa.
—Este… escuchábamos algunas anécdotas —tartamudeó Nicolás.
—¿Y qué están haciendo allí, junto a la lámpara? —preguntó, dirigiéndose
a Sonya, que estaba junto a Grisha.
Sonya sintióse confundida y no supo qué decir, pero finalmente balbuceó
algo sobre una carta que estaban leyendo.
Dirigióse luego a nosotros, y nos preguntó por qué nos paseábamos tanto,
a lo que yo respondí:
—Charlábamos, simplemente.
—En una palabra —concluyó—, cada uno ha elegido la manera de que el
ambiente corresponda a su inclinación de este momento. ¿O quizá el escenario
que han hallado les ha sugerido la acción…?
Sentóse junto al fuego y nosotros frente a él. Algunos aproximaron las
sillas para estar más cerca y oírlo mejor. Yo me instalé en la mesa para tomar
notas. Grisha y Sonya volvieron a sentarse juntos, de forma que pudieran
murmurar sus comentarios.
—Díganme ahora por qué cada uno de ustedes ha elegido ese sitio
determinado —pidió. De modo que nos vimos obligados nuevamente a dar cuenta de
cada uno de nuestros movimientos. Y le satisfizo saber que cada uno había hecho
uso del ambiente conforme a lo que deseaba hacer, a su particular modo de
sentir.
El próximo paso fué el de diseminarnos en varios sectores del salón, con
determinados muebles para ayudarnos a formar grupos. Luego nos pidió que
prestáramos atención a cualquier humor, memoria emotiva o sensaciones repetidas
que nos sugiriera esa distribución de los muebles. También teníamos que decirle
bajo qué circunstancias usaríamos ese tipo de ambiente. Luego, el director
combinó una serie de ambientes y en cada caso debimos decirle bajo qué
circunstancias emotivas o condiciones hallaríamos ese ambiente conforme con
nuestros íntimos requerimientos. En otras palabras: mientras que al principio
habíamos elegido nosotros el ambiente para que correspondiera a nuestro
objetivo y modalidad, ahora él hacía lo mismo, y nuestro papel se limitaba a
producir el objetivo correcto e inducir los sentimientos apropiados.
La tercera prueba fué la de responder a un ambiente arreglado por algún
otro. Este último problema se presenta con frecuencia al actor y, en
consecuencia, debe estar capacitado para resolverlo.
Realizó luego algunos ejercicios en que nos colocaba en posiciones que
contradecían abiertamente nuestras inclinaciones y propósitos, ejercicios todos
que nos llevaron a apreciar mejor cuanto significa, por las sensaciones que
despierta, un ambiente bueno y confortable.
Al intentar resumir lo que habíamos llevado a cabo, el director dijo que
el actor busca una mise en scène que corresponda a una modalidad suya y a su
objetivo, y que asimismo esos elementos crean el ambiente. Ambos son, por otra
parte, un estímulo para la memoria emotiva.
—La impresión más común es que un director utiliza todos los medios
materiales a su alcance, como ser muebles, luces, efectos sonoros, y demás
accesorios, para el primario propósito de impresionar al público. Por el
contrarío. Se utilizan más que nada por el efecto que tienen sobre el actor.
Tratamos en todo momento y por todos los medios de facilitarle la concentración
de su atención en el escenario.
«Y sin embargo —agregó—, hay todavía muchos actores que desafiando la
ilusión que podemos crear por medio de luces, sonidos y colores, sigue
sintiéndose más interesado en el auditorio que en el escenario. Ni siquiera la
obra o su sentido pueden lograr que su atención se vuelque hacía este lado de
las candilejas. Para que esto no les suceda a ustedes, traten de aprender a ver
y mirar las cosas del escenario, a responder y entregarse o lo que sucede en
torno de ustedes. En una palabra, recurran a todo cuanto pueda estimular sus
sentimientos.
«Hasta este momento —dijo el director, después de breve pausa— hemos
estado trabajando del estímulo al sentimiento. Sin embargo, con frecuencia es
necesario el procedimiento inverso. Y recurrimos a él cuando deseamos fijar
experiencias internas accidentales.
«Como ejemplo, quiero contarles lo que me pasó en las primeras
representaciones de Lower Depths, de Gorki. El papel de Satín habíame resultado
bastante fácil, con la excepción del monólogo en el último acto. Eso requería
de mí lo imposible, vale decir, darle una significación universal a la escena,
decir mi papel con esa profunda implicación de un significado más profundo, de
modo que se convirtiera en el punto neurálgico, en la cúspide de toda la obra.
«Cada vez que llegaba a este punto peligroso, parecía como si frenos
potentes aherrojaran mis sentimientos. Y esa hesitación detenía el curso libre
del gozo creador de mi papel. Después del monólogo, invariablemente, sentíame
como el cantante que ha dado una nota alta en falso.
«Para mi sorpresa, esta dificultad desapareció a la tercera o cuarta
representación. Cuando trate de hallar la razón, decidí repasar cuanto me había
sucedido en la representación del día anterior.
«Lo primero que recordé fué el haber recibido una abultada factura del
sastre, cosa que me alteró bastante. Luego había perdido la llave de mi
escritorio. Con pésimo humor me había sentado a leer los comentarios de la
obra, encontrándome con que las partes malas habían sido elogiadas, mientras
que las buenas eran criticadas. Esto me había dejado deprimido. El resto del
día lo pasé meditando sobre la obra; cientos de veces traté de analizar su
profundo significado, recordando cada sensación que me despertaba cada punto de
mi papel, y estaba en ello tan ensimismado que al llegar la noche, en lugar de
sentirme alterado y nervioso como de costumbre, sentí indiferencia hacia el
público y hacia el éxito o el fracaso. Me limité a cumplir mi actuación lógica
y correctamente, y de pronto advertí que había pasado el punto neurálgico del
monólogo sin siquiera notarlo.
«Consulté el caso con un actor experimentado, que es también muy buen
psicólogo, y le pedí que me aclarara lo sucedido para poder fijar esa
experiencia de la noche. Esta fué su respuesta:
«—Usted no puede repetir una sensación accidental que pudo haber tenido
en el escenario, del mismo modo que no puede revivir una flor muerta. Es mejor
tratar de crear algo nuevo que gastar sus esfuerzos en cosas muertas. ¿Cómo
proceder? Antes que nada, no se preocupe por la flor, limítese a regar las
raíces, o plante mejor nuevas simientes. La mayoría de los actores encaminan
sus esfuerzos en dirección opuesta. Si logran algún éxito accidental en un
papel, quieren repetirlo y se dirigen directamente a sus sentimientos. Pero eso
es como tratar de cultivar flores sin la cooperación de la naturaleza, y no
puede hacerlo, a menos que se dé por satisfecho con pimpollos artificiales.
«—¿Y entonces?…
«—No piense en el sentimiento por sí mismo, sino que haga trabajar su
mente sobre lo que los hace surgir, sobre las condiciones que determinaron esa
experiencia.
«Y el sabio actor concluyó diciéndome:
«—Nunca empiece por los resultados. Ellos aparecerán a su debido tiempo
como lógico fruto de lo que se ha hecho antes.
«Seguí su consejo. Traté de llegar a las verdaderas raíces del monólogo,
de captar la idea fundamental de la obra. Me di cuenta de que mi versión no
había tenido, en realidad, afinidad alguna con la obra escrita por Gorki, y que
mis errores habían levantado una barrera infranqueable entre yo y la idea
principal.
«Esta experiencia ilustra el método de trabajar, es decir, desde las
emociones hacia el estímulo original. Mediante el empleo de este método, un
actor puede' repetir a deseo cualquier sensación, porque puede seguir la pista
del sentimiento accidental, hasta la motivación primera, de manera que pueda
volver a trazar el sendero desde el estímulo al sentimiento en sí mismo.
8
Empezó hoy el director diciendo:
—Cuanto más amplia sea la memoria emotiva, más rico será el material
para la creación interna. Eso, creo yo, no requiere una elaboración posterior.
Sin embargo, resulta necesario que además de la riqueza de la memoria emotiva,
distingamos algunas otras características; y específicamente, su poder, su
firmeza, la calidad del material que retiene, la proporción en que afecta
nuestro trabajo práctico en el teatro.
«Todas nuestras experiencias creadoras son vívidas y completas, en
proporción directa con el poder, la agudeza y la exactitud de nuestra memoria.
Si es débil, los sentimientos que despierta serán pulidos, intangibles y
transparentes. Y carecen de valer en el escenario, porque no pasarán más allá
de las candilejas.
De las observaciones que siguió haciendo se desprende que existen muchos
grados de poder en la memoria emotiva, y que sus efectos y combinaciones son
variados. AI llegar aquí dijo:
—Imaginen que han recibido un insulto en público, digamos una bofetada
en el rostro, que les hace arder la mejilla cada vez que piensan en ello. Este
choque interno ha sido tan intenso que ha borrado todos les detalles del
ingrato incidente. Pero cualquier cosa insignificante habrá de revivir
instantáneamente el recuerdo del insulto, y la emoción volverá con redoblada
violencia. La mejilla volverá a arderles o ustedes se pondrán pálidos, y el
corazón les latirá más de prisa.
«Si ustedes poseen un material emocional de esa fuerza y agudeza, les
será fácil transferirlo al escenario e interpretar una escena análoga a la
experiencia que han tenido en la vida real, que les ha dejado un rastro tan
vivo. Para hacer esto, entonces, no necesitarán de ninguna técnica, porque se
desarrollará sola; la naturaleza será la mejor ayuda.
«Y aquí tienen otro ejemplo: tengo un amigo que es terriblemente
distraído. Almorzó cierta vez con unos amigos que no veía desde hacía un año, y
en el transcurso de la comida hizo referencia a la salud del hijito del dueño
de casa, una adorable criatura.
«Sus palabras fueron recibidas en medio de un silencio sepulcral, y la
dueña de casa perdió el conocimiento. El pobre hombre había olvidado por
completo que el pequeño había muerto en ese año que no había visto a los
amigos. Dice que mientras viva no podrá olvidar la consternación que sintió en
ese instante.
«Y comprendan ustedes que las sensaciones de mi amigo eran profundamente
diferentes a las de la persona que ha sido abofeteada en el rostro, que además
había olvidado totalmente los detalles referentes al incidente. Mí amigo, en
cambio, retuvo el recuerdo exacto, no sólo de sus sentimientos, sino del hecho
en sí, y de las circunstancias que lo rodearon. Recuerda asimismo nítidamente
la expresión de susto de un hombre sentado frente a él en la mesa, la mirada
glacial de la mujer sentada a su derecha y el grito quebrado en la garganta que
partió de la cabecera de la mesa.
«En el caso de una memoria emotiva débil, la tarea psicotécnica resulta
realmente extensa y complicada.
«Una de las muchas facetas de esta forma de memoria tiene especial
importancia, y ustedes deben entrar a conocerla, por lo que hablaré de ella
detalladamente.
«Teóricamente, quizás supongan ustedes que el tipo ideal de memoria
emotiva es aquel que puede retener y reproducir impresiones en todos los
detalles exactos de su primer momento, es decir, que puede revivir el momento
tal como se ha experimentado. Y sin embargo, si tal fuera el caso, ¿qué sería
de nuestro sistema nervioso? ¿Cómo podría tolerar la repetición de esos
horrores, con todos los penosos detalles originales? La naturaleza humana no
podría soportarlo.
«Por fortuna, las cosas no suceden así. Nuestra memoria emotiva no es
exacta copia de la realidad; ocasionalmente puede ser más vivida, pero
habitualmente es más débil que la original. A veces, las impresiones que se han
recibido una vez continúan viviendo en nosotros, crecen y se ahondan. Lo que es
más, estimulan nuevos procesos y llenan detalles incompletos o bien sugieren
otros nuevos. En un caso de esta naturaleza, una persona puede mantenerse
perfectamente serena en una situación peligrosa, y perder el sentido al
recordarla más tarde. Ahí tienen un ejemplo del poder acrecentado de la memoria
sobre el hecho original, y también del acrecentamiento posterior de una
impresión que se ha tenido una vez.
«Queda ahora por tratar (además del poder e intensidad de estas
memorias) su cualidad. Supongan que en lugar de ser ustedes la persona a la que
determinada situación ha sucedido, sean meramente espectadores. Una cosa es
recibir un insulto en público, y otra muy distinta ver que esto le sucede a
algún otro, sentirse conmovido por ello, tomar la defensa del agresor o del
agredido.
«Por supuesto, no hay motivos como para que el espectador no experimente
una fuerte emoción. Quizá se sienta más afectado que cualquiera de las partes.
Pero no es eso lo, que me interesa tratar ahora. Lo único que quiero señalar
por el momento es que sus sentimientos son distintos.
«Existe otra posibilidad, la de que sin ser parte ni presenciar el
incidente, se entere de él mediante la lectura o por conversaciones. Y ni aún
así se verá libre de recibir impresiones profundas y vivas. Todo dependerá de
la fuerza de la imaginación de la persona que ha escrito o relata la
descripción, y también de la imaginación de la persona que la lee o la escucha.
«Y nuevamente, las emociones de uno y otro diferirán en calidad de la
del que ha tomado parte, o ha presenciado la escena.
«Un actor debe tratar con todos estos tipos de material emotivo,
elaborarlos y ajustarlos a las necesidades del personaje que debe representar.
«Supongamos ahora que ustedes han sido testigos cuando un hombre fué
abofeteado en público, y que el incidente ha dejado huellas profundas en
vuestra memoria. Sería más fácil entonces representar el papel del testigo, si
les toca una escena similar en el escenario. Pero imaginen que, en cambio, se
les pidiera que. reprodujeran el papel de un hombre abofeteado en público.
¿Cómo podrían adaptar la emoción experimentada como testigos al papel del
hombre insultado?
«El que ha sufrido la afrenta ha sentido el insulto, pero el testigo
sólo puede participar en la medida de sus simpatías para con la víctima del
insulto. Sin embargo, la simpatía puede transformarse en reacción directa. Y
eso exactamente es lo que ocurre cuando trabajamos en un papel. Desde el
momento en que el actor siente que ese cambio se opera en él, se transforma en
parte activa, y verdaderos sentimientos nacen en él; con frecuencia, esta
transformación de la simple simpatía humana en verdadero sentimiento humano por
el personaje del papel sucede espontáneamente.
«El actor puede sentir la situación del personaje del papel tan
agudamente, y responder a él tan activamente, que en verdad se pone en el lugar
de esa persona. Desde ese punto de vista, ve entonces lo que sucede a través de
los ojos de la persona que ha sido abofeteada. Desea interpretar, participar de
la situación, resentirse por el insulto, del mismo modo que lo haría si se
tratara de un asunto de honor personal. En tal caso, la transformación de las
emociones del testigo en las del participante en el hecho, se produce en forma
tan completa que la fuerza y la calidad de los sentimientos que involucra no se
ve disminuida.
«Ven entonces que no sólo usamos nuestras propias emociones pasados con
material creador, sino que utilizamos también sentimientos que hemos tenido al
simpatizar con las emociones ajenas. Es fácil proclamar a priori que es
totalmente imposible que tengamos material emotivo suficiente en nosotros
mismos como para suplir las necesidades de todos los papeles que en el curso de
toda nuestra vida nos toque interpretar en el escenario. Ninguna persona podrá
ser el alma universal de La gaviota, de Chejov, que ha pasado por todas las
humanas experiencias, incluyendo el asesinato y la propia muerte. Y, sin
embargo, debemos vivir todas estas cosas en el escenario, de modo que debemos
estudiar a otros seres, acercamos a ellos emocionalmente tanto como podamos,
hasta que la simpatía por ellos se transforme en sentimientos propios.
«¿Acaso no es eso lo que nos ocurre cada vez que empezamos a estudiar un
nuevo papel?
9
—1) Si recuerdan el ejercicio con el loco —dijo el director—, les
volverán a la memoria todas las sugestiones imaginadas. Cada una contenía un
estimulo para la memoria emotiva y les otorgaba un ímpetu interno para
situaciones que jamás antes les habían sucedido en la vida real. También
sintieron el efecto del estímulo externo.
«2) ¿Recuerdan ustedes cómo desglosamos esa escena del Brand en unidades
y objetivos, y cómo hombres y mujeres de la clase se dividieron en encarnizados
bandos? Ese fué otro tipo de estímulo.
«3) Si ustedes recuerdan nuestra demostración de los objetos de la
atención, en el escenario y en el auditorio, se darán cuenta entonces de que
los objetos vivos también pueden ser verdaderos estímulos.
«4) Otra fuente importante de estímulo de la emoción es la verdadera
acción física y su creencia en ella.
«5) A medida que transcurra el tiempo, entrarán a familiarizarse con
muchas nuevas fuentes de inspiración. La más poderosa de ellas reside, sin
embargo, en el texto de la obra y en las implicaciones de pensamiento y
sentimiento que de ella surgen y afectan la relación mutua entre los actores.
«6) Están ustedes también advertidos de todos los estímulos externos que
los rodean en el escenario, bajo la forma de decorados, arreglo de mobiliario,
luces, sonidos y otros efectos, calculados para crear una ilusión de vida
verdadera y situaciones reales.
«Si ustedes suman todo esto y le agregan aquello que todavía deben
aprender, encontrarán que cuentan con gran porción de estímulos. Ellos
representan el depósito psicotécnico de riquezas de todo actor, cuya
utilización deben todavía aprender.
Cuando le dije al director que mi deseo era precisamente hacer eso
mismo, aprender, pero que no sabía cómo, su consejo fué:
—Haga como hace el cazador. Si el ave no vuela por voluntad propia,
nunca podrá encontrarla entre las hojas del bosque. Debe azuzarla, silbarle,
recurrir a varios trucos. "Nuestras emociones artísticas son, al
principio, como tímidos animales salvajes, y se ocultan en las profundidades de
nuestra alma. Sí no salen a la superficie espontáneamente, no podrá usted ir
detrás de ellas a buscarlas. Cuanto puede hacer es concentrar la imaginación en
la manera más efectiva de atraerlas. Y el mismo fin tienen los estímulos para
la memoria emotiva que hemos estado tratando.
«El lazo entre el engaño y el sentimiento es natural y normal, y debe
emplearse ampliamente. Cuanto más pruebe sus efectos y analice sus resultados
en las emociones que despierta, podrá juzgar mejor lo que su memoria sensitiva
retiene y estará en mejor posición para desarrollarla.
«Al mismo tiempo, no debemos pasar por alto el problema de la cantidad
de reservas a este respecto. Tendrá que recordar que deberá engrosar
constantemente su reserva. Para ello tendrá, naturalmente, que acercarse
principalmente a sus propias impresiones, sentimientos y experiencias. Deberá
también obtener material de la vida que lo rodea, verdadera e imaginaria, de
reminiscencias, libros, arte, ciencias, conocimientos de todas clases, de
viajes, museos y, sobre todo, de la relación con otros seres humanos.
«¿Se da cuenta, ahora que sabe todo lo que se le exige al actor, por qué
un verdadero artista debe llevar una vida completa, interesante, hermosa,
variada, excitante e inspirada? Tendré que saber no sólo lo que ocurre en las
grandes ciudades, sino también en las provincias, pueblos lejanos, fábricas, y
en los grandes centros culturales del mundo. Deberá estudiar la vida y la
psicología de la gente que lo rodea, de cualquier clase social, tanto en su
país como en el extranjero.
«Necesitamos un amplio punto de vista para actuar en las obras de
nuestro tiempo y de mucha gente. Se nos exige interpretar la vida de seres
humanos de todo el mundo. El actor crea no sólo la vida de sus tiempos, sino
también del pasado y del futuro. Por eso necesita observar, conjeturar,
experimentar, transportarse por la emoción. En algunos casos su problema es aún
más complejo. Si su creación es interpretar la vida corriente, puede observar a
su alrededor. Pero si debe interpretar el pasado, el futuro o una época
imaginaria, debe reconstruir o recrear el papel en su imaginación, proceso
harto complicado.
«Nuestro ideal deberá ser la búsqueda constante de lo eterno en el arte;
eso que nunca morirá, que permanecerá siempre joven y próximo a los corazones
humanos.
«Nuestra meta debe ser alcanzar la cumbre de perfección, lograda por los
grandes clásicos, estudiarlos y aprender a utilizar el material emotivo vivo
con el cual poder plasmarlos.
«Les he dicho cuanto hasta este momento es posible acerca de la memoria
emotiva. Aprenderán mucho más a medida que prosigamos con nuestro programa.