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31/8/14

Hamlet, William Shakespeare


William Shakespeare

HAMLET

DRAMATIS PERSONAE

El ESPECTRO
HAMLET, Príncipe de Dinamarca
El REY Claudio, hermano del difunto Rey Hamlet
La PEINA Gertrudis, viuda del difunto Rey Hamlet y esposa del Rey Claudio
POLONIO, dignatario de la corte danesa
OFELIA, hija de Polonio
LAERTES, hijo de Polonio
REINALDO, criado de Polonio
HORACIO amigos de Hamlet
ROSENCRANTZ amigos de Hamlet
GUILDENSTERN amigos de Hamlet
VOLTEMAND cortesanos
CORNELIO cortesanos
OSRIC cortesanos
FRANCISCO soldados
BERNARDO soldados
MARCELO soldados
FORTINBRÁS, Príncipe de Noruega
Un CAPITÁN del ejército noruego
El ENTERRADOR
SU COMPAÑERO
Un SACERDOTE
ACTORES
MARINEROS
SECUACES de Laertes
EMBAJADORES de Inglaterra
Cortesanos, mensajeros, criados, guardias, soldados, acompa–amiento.


LA TRAGEDIA DE HAMLET,
PRÍNCIPE DE DINAMARCA

I.i Entran BERNARDO y FRANCISCO, dos centinelas.

BERNARDO
¿Quién va?
FRANCISCO
¡Contestad vos! ¡Alto, daos a conocer!
BERNARDO
¡Viva el rey!
FRANCISCO
¿Bernardo?
BERNARDO
El mismo.
FRANCISCO
Llegas con gran puntualidad.
BERNARDO
Ya han dado las doce: acuéstate, Francisco.
FRANCISCO
Gracias por el relevo. Hace un frío ingrato, y estoy abatido.
BERNARDO
¿Todo en calma?
FRANCISCO
No se ha oído un ratón.
BERNARDO
Muy bien, buenas noches.
Si ves a Horacio y a Marcelo,
mis compañeros de guardia, dales prisa.

Entran HORACIO y MARCELO.

FRANCISCO
Creo que los oigo. ¡Alto! ¿Quién va?
HORACIO
Amigos de esta tierra.
MARCELO
Y vasallos del rey danés.
FRANCISCO
Adiós, buenas noches.
MARCELO
Adiós, buen soldado. ¿Quién te releva?
FRANCISCO
Bernardo. Quedad con Dios.

Sale.

MARCELO
¡Eh, Bernardo!
BERNARDO
¡Eh! Oye, ¿está ahí Horacio?
HORACIO
Parte de él.
BERNARDO
Bienvenido, Horacio. Bienvenido, Marcelo.
MARCELO
¿Se ha vuelto a aparecer eso esta noche?
BERNARDO
Yo no he visto nada.
MARCELO
Dice Horacio que es una fantasía,
y se resiste a creer en la espantosa
figura que hemos visto ya dos veces.
Por eso le he rogado que vigile
con nosotros el paso de la noche,
para que, si vuelve ese aparecido,
confirme que lo vimos y le hable.
HORACIO
¡Bah! No vendrá.
BERNARDO
Siéntate un rato
y deja que asediemos tus oídos,
tan escudados contra nuestra historia,
diciéndote lo que hemos visto estas dos noches
HORACIO
Muy bien, sentémonos
y oigamos lo que cuenta Bernardo.
BERNARDO
Anoche mismo, cuando esa estrella
que hay al oeste de la polar se movía
iluminando la parte del cielo
en que ahora brilla, Marcelo y yo,
con el reloj dando la una...

Entra el ESPECTRO.

MARCELO
¡Chsss! No sigas: mira, ahí viene.
BERNARDO
La misma figura; igual que el rey muerto.
MARCELO
Tú tienes estudios: háblale, Horacio.
BERNARDO
¿No se parece al rey? Fíjate, Horacio.
HORACIO
Muchísimo. Me sobrecoge y angustia.
BERNARDO
Quiere que le hablen.
MARCELO
Pregúntale, Horacio.
HORACIO
¿Quién eres, que usurpas esta hora de la noche
y la forma intrépida y marcial
del que en vida fue rey de Dinamarca?
Por el cielo, te conjuro que hables.
MARCELO
Se ha ofendido.
BERNARDO
Mira, se aleja solemne.
HORACIO
Espera, habla, habla. Te conjuro que hables.

Sale el ESPECTRO.

MARCELO
Se fue sin contestar.
BERNARDO
Bueno, Horacio. Estás temblando y palideces.
¿No es esto algo más que una ilusión?
¿Qué opinas?
HORACIO
Por Dios, que no lo habría creído
sin la prueba real y terminante
de mis ojos.
MARCELO
¿Verdad que se parece al rey?
HORACIO
Como tú a ti mismo.
Tal era la armadura que llevaba
cuando combatió al ambicioso rey noruego.
Tal su ceño cuando, tras fiera discusión,
a los polacos aplastó en sus trineos
sobre el hielo. Es asombroso.
MARCELO
Con paso tan marcial ha cruzado ya dos veces
nuestro puesto a esta hora cerrada de la noche.
HORACIO
No puedo interpretarlo exactamente,
pero, en lo que se me alcanza, creo que esto
presagia conmoción en nuestro estado.
MARCELO
Bueno, sentaos, y dígame quien lo sepa
por qué se exige cada noche al ciudadano
tan estricta y rigurosa vigilancia;
por qué tanto fundir cañones día tras día
y comprar armamento al extranjero;
por qué se reclutan calafates, cuyo esfuerzo
no distingue el domingo en la semana.
¿Qué ejército amenaza para que prisa y sudor
hagan compañeros de trabajo al día y a la noche?
¿Quién puede informarme?
HORACIO
Yo puedo. Al menos, el rumor
que corre es este: nuestro difunto rey,
cuya imagen se nos ha aparecido ahora,
sabéis que fue retado por Fortinbrás
de Noruega, que se crecía en su afán
de emulación. Nuestro valiente Hamlet,
pues tal era su fama en el mundo conocido,
mató a Fortinbrás, quien, según pacto sellado,
con refrendo de las leyes de la caballería,
con su vida entregó a su vencedor
todas las tierras de que era propietario:
nuestro rey había puesto en juego
una parte equivalente, que habría recaído
en Fortinbrás, de haber triunfado éste;
de igual modo que la suya, según
lo previsto y pactado en el acuerdo,
pasó a Hamlet. Pues bien, Fortinbrás el joven,
rebosante de ímpetu y ardor,
por los confines de Noruega ha reclutado
una partida de aventureros sin tierras,
carne de cañón para un empeño
de coraje, que no es más,
como han visto muy bien en el gobierno,
que arrebatarnos por la fuerza
y el peso de las armas esas tierras
perdidas por su padre. Creo que esta es
la causa principal de los aprestos,
la razón de nuestra guardia, la fuente
del tráfago y actividad en nuestro reino.

Vuelve a entrar el ESPECTRO.

Pero, ¡alto, mirad! ¡Ahí vuelve! Le saldré
al paso, aunque me fulmine. ¡Detente, ilusión!

El ESPECTRO abre los brazos.

Si hay en ti voz o sonido, háblame.
Si hay que hacer alguna buena obra
que te depare alivio y a mí, gracia, háblame.
Si sabes de peligros que amenacen
a tu patria y puedan evitarse, háblame.
O, si escondes en el vientre de la tierra
tesoros en vida mal ganados, lo cual,
según se cree, os hace a los espíritus
vagar en vuestra muerte, háblame. ¡Detente y habla!

Canta el gallo.

¡Detenlo tú, Marcelo!
MARCELO
¿Le doy con mi alabarda?
HORACIO
Si no se para, dale.
BERNARDO
¡Está aquí!
HORACIO
¡Aquí!

Sale el ESPECRRO.

MARCELO
Se ha ido.
Hicimos mal en usar la violencia
con un ser de tanta majestad,
pues es invulnerable como el aire
y pretender agredirle es una burla.
BERNARDO
Iba a hablar cuando cantó el gallo.
HORACIO
Y se sobresaltó como un culpable
citado por el juez. He oído decir
que el gallo, clarín de la mañana,
despierta con su voz altiva y penetrante
al dios del día y que, alertados,
en tierra o aire, mar o fuego,
los espíritus errantes en seguida
se recluyen: de que es verdad
ha dado prueba este aparecido.
MARCELO
Se esfumó al cantar el gallo.
Dicen que en los días anteriores
al del nacimiento de nuestro Salvador
el ave de la aurora canta toda la noche;
entonces, dicen, no vagan los espíritus,
las noches son puras, los astros no dañan,
las hadas no embrujan, las brujas no hechizan:
tan santo y tan bendito es este tiempo.

HORACIO
Eso he oído, y lo creo en parte. Mas mirad:
con manto cobrizo, el alba camina
sobre el rocío de esa cumbre del oriente.
Dejemos la guardia y, si os parece,
vamos a contar al joven Hamlet
lo que hemos visto esta noche, pues, por mi vida,
que el espectro, mudo con nosotros, le hablará.
¿Estáis de acuerdo en que debemos informarle,
como exigen la amistad y nuestro deber?
MARCELO
Sí, vamos, que sé dónde podemos
hallarle fácilmente esta mañana.

Salen.

I.ii Entran Claudio, REY de Dinamarca, la REINA Gertru¬dis, HAMLET, POLONIO, LAERTES y su hermana OFE¬LIA, señores y acompañamiento.

REY
Aunque la muerte de mi amado hermano Hamlet
sigue viva en el recuerdo, y procedía
sumirse en el dolor y fundirse todo el reino
en un solo semblante de tristeza,
no obstante, tanto han combatido la cordura
y el afecto, que ahora le lloro con buen juicio
sin haber olvidado mi persona.
Por eso, a quien fuera mi cuñada, hoy mi reina,
viuda corregente de nuestra guerrera nación,
con, por así decir, la dicha ensombrecida,
con un ojo radiante y el otro desolado,
con gozo en las exequias y duelo en nuestra boda,
equilibrando el júbilo y el luto,
la he tomado por esposa. Y no he desestimado
vuestro buen criterio, que siempre prodigasteis
en el curso de este asunto. Por todo ello, gracias.
Ahora sabed que Fortinbrás el joven,
juzgando mal nuestra valía o creyendo
que, tras la muerte de mi amado hermano,
la nación está descoyuntada y en desorden,
y movido por sueños de ventaja,
no ha dejado de asediarme con mensajes
que reclaman la entrega de las tierras
perdidas por su padre y en buena ley ganadas
por mi valiente hermano. Esto, en cuanto a él.

Entran VOLTEMAND y CORNELIO.

Respecto a mí y a la presente reunión,
el caso es como sigue: he escrito esta carta
al rey noruego, tío de Fortinbrás el joven,
quien, sin fuerzas y postrado, apenas sabe
la intención de su sobrino, pidiéndole
que detenga su avance, ya que toda
la tropa reclutada se compone
de súbditos suyos. Y así os envío,
queridos Cornelio y Voltemand,
como portadores de mi saludo al viejo rey,
sin daros más poder personal
para negociar con el noruego que el fijado
ampliamente en estas cláusulas. Adiós,
y que vuestra rapidez sea prueba de lealtad.
VOLTEMAND
En esto como en todo veréis nuestra lealtad.
REY
No puedo dudarlo. Cordialmente, adiós.

Salen VOLTEMAND y CORNELIO.

Bien, Laertes, ¿qué hay de nuevo?
Me hablaste de una súplica. ¿Cuál es, Laertes?
Al rey danés nada que sea de razón
le pedirás en vano. ¿Qué solicitas, Laertes,
que no pueda ser mi ofrecimiento, y no tu ruego?
La cabeza no será tan afín al corazón,
ni la mano diligente con la boca
como el trono de Dinamarca con tu padre.
¿Qué deseas, Laertes?
LAERTES
Augusto señor, la merced
de vuestra venia para regresar a Francia,
pues, aunque vine a Dinamarca de buen grado
a mostraros mi lealtad en vuestra coronación,
ahora confieso que, cumplido mi deber,
mis pensamientos y deseos miran a Francia
y se inclinan en demanda de permiso.
REY
¿Tienes la venia de tu padre? ¿Qué dice Polonio?
POLONIO
Sí, mi señor.
Os suplico que le deis vuestra licencia.
REY
Disfruta de tus años, Laertes; tuyo sea el tiempo
y emplea tus buenas prendas a tu gusto. –
Y ahora, sobrino Hamlet e hijo mío...
HAMLET
Más en familia y menos familiar.
REY
¿Cómo es que estás siempre tan sombrío?
HAMLET
No, mi señor: es que me da mucho el sol.
REINA
Querido Hamlet, sal de tu penumbra
y mira a Dinamarca con ojos de afecto.
No quieras estar siempre, con párpado abatido,
buscando en el polvo a tu noble padre.
Sabes que es ley común: lo que vive, morirá,
pasando por la vida hacia la eternidad.
HAMLET
Sí, señora, es ley común.
REINA
Si lo es, ¿por qué parece para ti tan singular?
HAMLET
¿Parece, señora? No: es. En mí no hay «parecer».
No es mi capa negra, buena madre,
ni mi constante luto riguroso,
ni suspiros de un aliento entrecortado,
no, ni rios que manan de los ojos,
ni expresión decaída de la cara,
con todos los modos, formas y muestras de dolor,
lo que puede retratarme; todo eso es «parecer»,
pues son gestos que se pueden simular.
Lo que yo llevo dentro no se expresa;
lo demás es ropaje de la pena.
REY
Es bueno y digno de alabanza, Hamlet,
que llores a tu padre tan fielmente,
pero sabes que tu padre perdió un padre,
y ese padre perdió al suyo; y que el deber filial
obligaba al hijo por un tiempo
a guardar luto. Pero aferrarse
a un duelo pertinaz es conducta
impía y obstinada, dolor poco viril,
y muestra voluntad contraria al cielo,
ánimo débil, alma impaciente,
entendimiento ignorante e inmaduro.
Pues, sabiendo que hay algo inevitable
y tan común como la cosa más normal,
¿por qué hemos de tomarlo tan a pecho
en necia oposición? ¡Vamos! Es una ofensa al cielo,
ofensa al muerto, ofensa a la realidad
y hostil a la razón, cuya plática perpetua
es la muerte de los padres, y que siempre,
desde el primer cadáver hasta el último,
ha proclamado: «Así ha de ser.» Te ruego
que entierres esa pena infructuosa y que veas
en mí a un padre, pues sepa el mundo
que tú eres el más próximo a mi trono,
y que pienso prodigarte un género de afecto
en nada inferior al que el más tierno padre
profese a su hijo. Respecto a tu propósito
de volver a la universidad de Wittenberg ,
no podría ser más contrario a mi deseo,
y te suplico que accedas a quedarte,
ante el gozo y alegría de mis ojos,
cual cortesano principal, sobrino e hijo mío.
REINA
Que tu madre no te ruegue en vano, Hamlet:
quédate con nosotros, no vayas a Wittenberg.
HAMLET
Haré cuanto pueda por obedeceros, señora.
REY
Una respuesta grata y cariñosa.
Sé como yo mismo en Dinamarca. Venid, señora.
El libre y gentil asentimiento de Hamlet
sonríe a mi corazón; en gratitud
el rey no brindará en este día
sin que el cañón a las nubes lo proclame
y mi brindis retumbe por el cielo,
repitiendo el trueno de la tierra. Vamos.

Salen todos menos HAMLET.

HAMLET
¡Ojalá que esta carne tan firme, tan sólida,
se fundiera y derritiera hecha rocío,
o el Eterno no hubiera promulgado
una ley contra el suicidio! ¡Ah, Dios, Dios,
que enojosos, rancios, inútiles e inertes
me parecen los hábitos del mundo!
¡Me repugna! Es un jardín sin cuidar,
echado a perder: invadido hasta los bordes
por hierbas infectas. ¡Haber llegado a esto!
Muerto hace dos meses... No, ni dos; no tanto.
Un rey tan admirable, un Hiperión
al lado de este sátiro, tan tierno con mi madre
que nunca permitía que los vientos del cielo
le hiriesen la cara. ¡Cielo y tierra!
¿He de recordarlo? Y ella se le abrazaba
como si el alimento le excitase
el apetito; pero luego, al mes escaso...
¡Que no lo piense! Flaqueza, te llamas mujer.
Al mes apenas, antes que gastase los zapatos
con los que acompañó el cadáver de mi padre
como Níobe, toda llanto, ella, ella
(¡Dios mío, una bestia sin uso de razón
le habría llorado más!) se casa con mi tío,
hermano de mi padre, y a él tan semejante
como yo a Hércules; al mes escaso,
antes que la sal de sus lágrimas bastardas
dejara de irritarle los ojos,
vuelve a casarse. ¡Ah, malvada prontitud,
saltar con tal viveza al lecho incestuoso!
Ni está bien, ni puede traer nada bueno.
Pero estalla, corazón, porque yo debo callar.

Entran HORACIO, BERNARDO y MARCELO.

HORACIO
Salud a Vuestra Alteza.
HAMLET
Me alegro de veros...
¡Horacio, o no sé quién soy!
HORACIO
El mismo, señor, y vuestro humilde servidor.
HAMLET
Mi buen amigo, y yo servidor tuyo.
¿Qué te trae de Wittenberg, Horacio?
¡Marcelo!
MARCELO [saludando]
Mi señor...
HAMLET
Me alegro de verte. [A BERNARDO] Buenas tardes.
Pero, ¿qué te trae de Wittenberg, Horacio?
HORACIO
Mi afición a la vagancia, señor.
HAMLET
Que no me lo diga tu enemigo,
ni tú ofendas mis oídos confiándoles
una imagen tan adversa de ti mismo.
Sé que no eres ningún vago.
Dime, ¿qué estás haciendo en Elsenor?
Te enseñaremos a beber a gusto antes de irte.
HORACIO
Señor, he venido al funeral de vuestro padre.
HAMLET
Compañero, no te burles, te lo ruego:
di más bien a la boda de mi madre.
HORACIO
La verdad es que vinieron muy seguidos.
HAMLET
Ahorro, Horacio, ahorro: los pasteles funerarios
han sido el plato frío de la boda.
Antes encontrar en el cielo a mi peor enemigo
que haber visto ese día, Horacio.
Mi padre... Creo que veo a mi padre.
HORACIO
¿Dónde, señor?
HAMLET
En mi pensamiento, Horacio.
HORACIO
Yo le vi una vez: era un rey admirable.
HAMLET
Era un hombre, perfecto en todo y por todo;
ya nunca veré su igual.
HORACIO
Señor, creo que le vi anoche.
HAMLET
¿Viste? ¿A quién?
HORACIO
Señor, a vuestro padre el rey.
HAMLET
¡A mi padre el rey!
HORACIO
Templad por un instante vuestro asombro
y escuchad con atención la maravilla
que voy a relataros, con estos dos
señores por testigos.
HAMLET
¡Por Dios santo, cuéntame!
HORACIO
Dos noches seguidas, a estos dos señores,
Marcelo y Bernardo, haciendo guardia
en el vacío sepulcral de media noche,
se les ha aparecido una figura
igual que vuestro padre, armada de pies a cabeza,
que ante ellos camina solemne,
con paso lento y grave. Tres veces anduvo
ante sus ojos aterrados y suspensos,
a la distancia de su bastón de mando,
mientras ellos, encogidos de pavor,
se quedaban mudos sin hablarle. A mí
me lo contaron con miedo y sigilo,
y la tercera noche yo velé con ellos;
y allí, tal como dijeron, la hora,
la figura, hasta la última sílaba,
llegó el aparecido. Era vuestro padre,
como iguales son mis manos.
HAMLET
Pero, ¿dónde fue eso?
MARCELO
Señor, en la explanada donde hacíamos la guardia.
HAMLET
¿Y no le hablaste?
HORACIO
Le hablé, señor, pero él no contestó;
aunque una vez, alzando la cabeza,
se movió como si fuese a hablar,
pero entonces cantó fuerte el gallo mañanero
y, al oírlo, el espectro se esfumó
y desapareció de nuestra vista.
HAMLET
Asombroso.
HORACIO
Alteza, por mi vida que es verdad;
pensamos que era nuestra obligación
hacéroslo saber.
HAMLET
Sí, sí, claro; pero me inquieta. –
¿Hacéis guardia esta noche?
BERNARDO y MARCELO
Sí, señor.
HAMLET
¿Decís que armado?
BERNARDO y MARCELO
Armado, señor.
HAMLET
¿De pies a cabeza?
BERNARDO Y MARCELO
Señor, de la cabeza a los pies.
HAMLET
Entonces no le visteis la cara.
HORACIO
Sí, señor: la visera estaba en alto.
HAMLET
¿Tenía mirada fiera?
HORACIO
Un semblante de pesar más que de ira.
HAMLET
¿Pálido o encendido?
HORACIO
No, muy pálido.
HAMLET
¿Y te miraba de frente?
HORACIO
Con la vista clavada.
HAMLET
¡Quién hubiera estado allí!
HORACIO
Os habría aterrado.
HAMLET
Sí, seguramente. ¿Se quedó mucho tiempo?
HORACIO
Lo que se tarda en contar cien sin mucha prisa.
BERNARDO y MARCELO
Más tiempo, más.
HORACIO
Cuando yo le vi, no.
HAMLET
Tenía la barba cana, ¿o no?
HORACIO
La tenía igual que en vida:
de un negro plateado.
HAMLET
Esta noche velaré.
Quizá vuelva a aparecerse.
HORACIO
Seguro que vuelve.
HAMLET
Si adopta la figura de mi noble padre
le hablaré, aunque se abra la boca del infierno
y me mande callar. Os lo suplico,
si no habéis revelado aún la aparición,
seguid manteniéndola en secreto,
y a lo que vaya a suceder en esta noche
podéis darle sentido, mas no lengua.
Premiaré vuestra amistad. Y ahora, adiós:
en la explanada, entre las once y las doce,
me reuniré con vosotros.
LOS TRES
Nuestra lealtad a Vuestra Alteza.
HAMLET
Decid afecto y recibid el mío. Adiós.

Salen [todos menos HAMLET].

¿El espectro de mi padre en armas? Algo pasa.
Sospecho una traición. ¡Ojalá fuese de noche!
Mientras, alma mía, aguarda: la ruindad,
por más que la entierren, se descubrirá.

Sale.

I.iii Entran LAERTES y OFELIA.

LAERTES
Mi equipaje está embarcado. Adiós.
Hermana, siempre que el viento sea próvido
y zarpe algún barco, no descanses
hasta haberme escrito.
OFELIA
¿Lo dudas?
LAERTES
Respecto a Hamlet y su vano galanteo,
tenlo por capricho e impulsiva liviandad,
por violeta de su joven primavera:
precoz, mas transitoria; grata, mas huidiza;
perfume y pasatiempo de un minuto, nada más.
OFELIA
¿Nada más?
LAERTES
Seguro que nada más.
No crecemos solamente en tamaño
y en vigor, sino que con nuestro cuerpo
aumenta la eficacia de la mente
y el espíritu. Tal vez te quiera ahora
y no haya mancha ni doblez que empañe
sus nobles intenciones. Mas desconfía:
su grandeza le impide su deseo
y su regia cuna le somete.
Él no puede hacer su voluntad
como la gente sin rango, pues de su elección
depende el bienestar de todo el reino,
y por eso su elección se supedita
al voto y aquiescencia de ese cuerpo
del cual él es cabeza. Si te dice que te quiere,
podrá creerlo tu prudencia en la medida
en que él, por su altura y posición,
pueda cumplirlo, es decir, no más allá
del sentir general de Dinamarca.
Así que considera tu deshonra
si, crédula, escuchas su cantar,
le das tu corazón o le abres
tu casto tesoro a su empeño inmoderado.
Cuidado, Ofelia, ten cuidado, hermana mía;
mantente en retaguardia del cariño,
no te expongas al peligro del deseo.
La más recatada se prodiga
si a la luna revela su belleza.
Ni la virtud escapa a la calumnia.
El gusano estraga los renuevos
antes que florezcan, y en la aurora
y el fresco rocío de nuestros años
es cuando las plagas más corrompen.
Guárdate; el temor es la mejor defensa:
la sangre joven, sin tentarla, se subleva.
OFELIA
El sentido de tu buena lección
será el guardián de mi pecho. Mas, hermano,
no me enseñes, como el mal sacerdote,
la espinosa pendiente del cielo
mientras tú, cual fatuo libertino,
sigues la senda florida del placer
y no tus propios consejos.
LAERTES
No temas por mí.

Entra POLONIO.

Me estoy demorando. Aquí está nuestro padre.
Doble bendición es doble fortuna:
feliz ocasión para otra despedida.
POLONIO
¿Aún aquí, Laertes? ¡Por Dios, a bordo, a bordo!
El viento ya ha hinchado tus velas, y están
esperándote. Llévate mi bendición
y graba en tu memoria estos principios:
no le prestes lengua al pensamiento,
ni lo pongas por obra si es impropio.
Sé sociable, pero no con todos.
Al amigo que te pruebe su amistad
sujétalo al alma con aros de acero,
pero no embotes tu mano agasajando
al primer conocido que te llegue.
Guárdate de riñas, pero, si peleas,
haz que tu adversario se guarde de ti.
A todos presta oídos; tu voz, a pocos.
Escucha el juicio de todos, y guárdate el tuyo.
Viste cuan fino permita tu bolsa,
mas no estrafalario; elegante, no chillón,
pues el traje suele revelar al hombre,
y los franceses de rango y calidad
son de suma distinción a este respecto.
Ni tomes ni des prestado, pues dando
se suele perder préstamo y amigo,
y tomando se vicia la buena economía.
Y, sobre todo, sé fiel a ti mismo,
pues de ello se sigue, como el día a la noche,
que no podrás ser falso con nadie.
Adiós. Mi bendición madure esto en ti.
LAERTES
Humildemente de vos me despido.
POLONIO
El tiempo te llama. Corre, los criados esperan.
LAERTES
Adiós, Ofelia, y recuerda bien
lo que te he dicho.
OFELIA
Lo he encerrado en la memoria,
y tú guardarás la llave.
LAERTES
Adiós.

Sale.

POLONIO
¿Qué es lo que te ha dicho, Ofelia?
OFELIA
Con permiso, una cosa del Príncipe Hamlet
POLONIO
Vaya, ha hecho bien.
Me han dicho que últimamente te dedica
mucho tiempo y que tú le dispensas
tu atención con gran esplendidez.
Si es así, como me han insinuado
a modo de aviso, debo decirte
que no pareces comprender con claridad
tu lugar como hija mía ni tu honra.
¿Qué hay entre vosotros? Dime la verdad.
OFELIA
Señor, últimamente me ha dado
muchas muestras de su afecto.
POLONIO
¿Afecto? ¡Bah! Veo que estás verde
e inexperta en cuestión tan peligrosa.
¿Crees en sus muestras, como tú las llamas?
OFELIA
Señor, no sé qué pensar.
POLONIO
Pues yo te enseñaré. Considérate una niña
al haber dado por valiosas unas muestras
que no son de ley. Muéstrate más cauta
o, por no agotar el término acosándolo,
harás que yo sea muestra de idiotez.
OFELIA
Señor, me ha galanteado
de un modo decoroso.
POLONIO
Ya, a modo de capricho. ¡Vamos, vamos!
OFELIA
Y me ha corroborado sus palabras
con todos los divinos juramentos.
POLONIO
Sí, cepos para pájaros. Sé bien
que, cuando arde la sangre, el alma se prodiga
en juramentos. Hija, esas llamaradas,
que dan más luz que calor y se extinguen
cuando parece que prometen,
no las tomes por fuego. Desde ahora, hija,
escatima un poco más tu virginal presencia,
haz que tus encuentros exijan algo más
que la orden de acudir. Respecto a Hamlet,
créele en la medida en que es joven,
y piensa que el ronzal con que se mueve
es mucho más largo que el tuyo. En suma, Ofelia,
no creas sus juramentos, pues son intermediarios
de distinto color del que los viste,
abogados de causas impías, que se expresan
como santos y piadosos alcahuetes
para seducirte mejor. No lo repetiré:
hablando claro, no quiero que en adelante
deshonres ni un momento de tu ocio
conversando con el Príncipe Hamlet.
Haz lo que te digo. Vamos, ven.
OFELIA
Os obedeceré, señor.

Salen.

I.iv Entran HAMLET, HORACIO y MARCELO.

HAMLET
El viento corta implacable. Hace mucho frío.
HORACIO
Este viento hiela y te traspasa.
HAMLET
¿Qué hora es?
HORACIO
Creo que casi las doce.
MARCELO
No, ya las han dado.
HORACIO
¿Ah, sí? No he oído nada.
Entonces se acerca la hora
en que el espectro acostumbra a vagar.

Toque de trompetas y dos salvas.

¿Qué significa esto, señor?
HAMLET
El rey trasnocha y alza el codo,
está de borrachera, baila como un remolino
y, cada vez que se atiza su vino del Rin,
rebuznan las trompetas y timbales
celebrando su brindis.
HORACIO
¿Es la costumbre?
HAMLET
Vaya que sí.
Pero, a mi juicio y aunque vine al mundo aquí
y estoy hecho a ella, es una costumbre
que más honra perder que conservar.

Entra el ESPECTRO.

HORACIO
¡Mirad, señor, ahí viene!
HAMLET
¡Los ángeles del cielo nos protejan!
Seas espíritu del bien o genio maldito,
traigas auras celestiales o rachas del infierno,
sean tus propósitos malvados o benignos,
tu aspecto tanto mueve a preguntar
que voy a hablarte. Te llamaré Hamlet,
rey, padre, excelso danés. ¡Ah, contesta!
No me dejes que estalle en la ignorancia,
sino dime por qué tus restos consagrados
han roto su mortaja, por qué el sepulcro
al que en calma descendiste abre ahora
sus pesadas mandíbulas de mármol
para arrojarte de sí. ¿Qué puede suceder
para que tú, estando muerto, bajo la tenue luna
aparezcas otra vez revestido de acero,
llenando la noche de espanto, y a nosotros,
juguetes de la vida, nos perturbes
con pensamientos que rebasan nuestra mente?
¿Por qué? Di. ¿Por qué razón? ¿Qué hemos de hacer?

El ESPECTRO le hace señas.

HORACIO
Os llama para que le sigáis,
como si quisiera haceros una confidencia.
MARCELO
Mirad, con un gesto cortés
os llama a un lugar más apartado.
¡No vayáis!
HORACIO
No, de ningún modo.
HAMLET
Se niega a hablar. Tengo que seguirle.
HORACIO
¡Señor, no!
HAMLET
Pero, ¿a qué viene el miedo?
Mi vida no vale para mí ni un alfiler
y, en cuanto a mi alma, ¿qué puede él hacerle
si es tan inmortal como él mismo?
Me vuelve a llamar. Voy a seguirle.
HORACIO
Señor, ¿y si os condujese hacia las aguas
o a la espantosa cima de la roca
que se descuelga amenazante sobre el mar
y adoptase alguna forma aterradora
que os privara del poder de la razón
y os llevase a la locura? Pensadlo bien.
HAMLET
Me sigue llamando. Ya voy, te sigo.
MARCELO
No debéis ir, señor.
HAMLET
¡Quítame las manos!
HORACIO
Hacednos caso, no vayáis.
HAMLET
Me llama el destino, y la más fina
arteria de este cuerpo es tan potente
cual las fibras del león de Nemea.
Aún me hace señas. ¡Soltadme, señores!
Por Dios, que a quien me pare volveré un espectro.
¡Fuera ya! Vamos, te sigo.

Salen el ESPECTRO y HAMLET.

HORACIO
Sus fantasías le trastornan.
MARCELO
Sigámosle. No conviene obedecerle.
HORACIO
Vamos tras él. ¿Adónde puede llevar esto?
MARCELO
Algo podrido hay en Dinamarca.
HORACIO
El cielo dispondrá.
MARCELO
Nosotros sigámosle.

Salen.

I.v Entran el ESPECTRO y HAMLET.

HAMLET
¿Adónde me llevas? No pienso seguir.
ESPECTRO
Escúchame.
HAMLET
Habla.
ESPECTRO
Se acerca la hora en que he de entregarme
al tormento de las llamas sulfúreas.
HAMLET
¡Ah, pobre ánima!
ESPECRRO
No me compadezcas, sino presta
oído atento a lo que voy a revelarte.
HAMLET
Habla, he de oírte.
ESPECTRO
Y habrás de vengarme cuando oigas.
HAMLET
¿Qué?
ESPECTRO
Soy el alma de tu padre,
condenada por un tiempo a vagar en la noche
y a ayunar en el fuego por el día
mientras no se consuman y purguen los graves
pecados que en vida cometí. Si no me hubieran
prohibido revelar los secretos de mi cárcel,
oirías una historia cuya más leve palabra
desgarraría tu alma, te helaría la sangre,
como estrellas te haría saltar los ojos
de sus órbitas, y erizaría tu liso cabello,
poniendo de punta cada pelo,
como púas de aterrado puercoespín.
Pero esta proclamación del más allá
no es para oídos de mortales. ¡Ah, Hamlet, escucha!
Si alguna vez quisiste a tu padre...
HAMLET
¡Santo Dios!
ESPECTRO
... venga su inmundo y monstruoso asesinato.
HAMLET
¡Asesinato!
ESPECTRO
Inmundo asesinato como todos, pero éste
harto inmundo, inusitado y monstruoso.
HAMLET
Vamos, cuéntamelo ya y, con alas tan veloces
como el meditar o el amoroso pensamiento,
correré a la venganza.
ESPECTRO
Te veo dispuesto; si no reaccionases,
serías más insensible que la planta
que lánguida se pudre en la inacción
a orillas del Leteo. óyeme, Hamlet.
Propagaron que, durmiendo en el jardín,
me mordió una serpiente: con una historia falsa
de mi muerte burdamente han engañado
a toda Dinamarca. Mas atiende, noble hijo:
la serpiente que arrancó la vida de tu padre
lleva ahora su corona.
HAMLET
¡Ah, mi alma profética! ¿Mi tío?
ESPECTRO
Sí, esa bestia incestuosa, ese adúltero,
con su astuta brujería y sus pérfidas prendas
(¡ah, astucia que daña, prendas que seducen!)
se atrajo a su lascivia ignominiosa
el deseo de una reina honesta en apariencia.
¡Oh, Hamlet, qué deslealtad! Conmigo,
cuyo amor fue siempre tan perfecto
que iba en armonía con las promesas
que le hice al desposarla, para hundirse
con un mísero cuyas dotes naturales
eran pobres al lado de las mías.
Pero si la virtud no se deja seducir
aunque el vicio la tiente bajo forma divina,
la lujuria, aunque unida a un ángel radiante,
se sacia en un lecho celestial
y se ceba en la inmundicia.
Espera. Creo que siento el olor de la mañana.
He de ser breve. Durmiendo en el jardín,
como era mi costumbre por la tarde, tu tío,
a esa hora insospechada, se acercó sigiloso
con un frasco de esencia ponzoñosa
y vertió en los portales de mi oído
el tósigo ulcerante, cuyo efecto
a la sangre del hombre es tan hostil
que al punto recorre como azogue
las venas y conductos corporales
y con súbito poder cuaja y coagula,
como gotas de ácido en la leche,
la sangre más fluida y saludable. Lo hizo con la mía
y al instante me vi como un leproso,
mi piel lisa arrugada en una costra
infecta y repugnante.
Así, mientras dormía, el acto de un hermano
de un golpe me arrancó vida, corona, esposa,
me segó en la flor de mis pecados,
sin viático, asistencia, extremaunción
y, mis cuentas sin rendir, me envió a juicio
con todas mis imperfecciones sobre mí.
¡Fue horrendo, horrendo, harto horrendo!
Si tienes sentimientos, no lo sufras;
no consientas que el tálamo real de Dinamarca
sea lecho de lujuria y vil incesto.
Mas, cualquiera que sea tu proceder,
no ensucies tu alma, ni acometas
ninguna acción contra tu madre. Déjala al cielo
y a las espinas que, clavadas, le hieren
su propio corazón. Adiós ya.
La luciérnaga anuncia la mañana:
su llama mortecina palidece.
Adiós, adiós, Hamlet. Acuérdate de mí.

Sale.

HAMLET
¡Ah, legiones celestiales! ¡Ah, tierra! ¿Qué más?
¿Afiado el infierno? ¡No! Resiste, corazón,
y vosotras, mis fibras, no envejezcáis
y mantenedme firme. ¿Acordarme de ti?
Sí, pobre ánima, mientras resida memoria
en mi turbada cabeza. ¿Acordarme de ti?
Sí, de la tabla del recuerdo borraré
toda anotación ligera y trivial,
máximas de libros, impresiones, imágenes
que en ella escribieron juventud y observación,
y sólo tus mandatos viviran
en mi libro del cerebro, sin mezcla
de asuntos menos dignos. ¡Sí, sí, por el cielo!
¡Ah, perversa mujer!
¡Ah, infame, infame, maldito infame sonriente!
Mi cuaderno, mi cuaderno; he de anotarlo:
uno puede sonreír y sonreír, siendo un infame.
Al menos, seguro que es posible en Dinamarca.
Bueno, tío, ahí tienes. Y ahora, mi consigna:
«Adiós, adiós, acuérdate de mí.»
Lo he jurado.
HORACIO y MARCELO [dentro]
¡Señor, señor!

Entran HORACIO y MARCELO.

MARCELO
¡Príncipe Hamlet!
HORACIO
Que Dios le proteja.
HAMLET
Así sea.
HORACIO
¡Eh oh! ¡Eh oh, señor!
HAMLET
¡Hucho, hucho hó! ¡Vuelve, pájaro!.
MARCELO
¿Cómo estáis, noble señor?
HORACIO
¿Qué ha ocurrido, señor?
HAMLET
¡Ah, qué prodigio!
HORACIO
Mi buen señor, contadlo.
HAMLET
No, que lo divulgaréis.
HORACIO
Yo no, señor, por el cielo.
MARCELO
Ni yo, señor.
HAMLET
¿Qué me decís? ¿Quién pensaría que ... ?
¿Guardaréis el secreto?
HORACIO y MARCELO
Sí, por el cielo.
HAMLET
No hay un solo canalla en Dinamarca
que no sea un pillo redomado.
HORACIO
Señor, para oír eso no hace falta
que salga de la tumba espectro alguno.
HAMLET
Sí, claro, desde luego.
Entonces, sin más ceremonia, es mejor
que nos demos la mano y nos vayamos: vosotros,
adonde os lleven vuestros asuntos y deseos,
pues cada cual tiene sus asuntos y deseos,
los que sean; en cuanto a mí, ¿sabéis?,
me voy a rezar.
HORACIO
Señor, habláis sin orden ni medida.
HAMLET
Siento haberte ofendido, de veras,
lo siento de veras.
HORACIO
No hay ofensa, señor.
HAMLET
Por San Patricio, sí que hay ofensa, Horacio,
y mucha. En cuanto a esta aparición,
es un espectro de verdad, os lo aseguro.
Por lo que hace a vuestro deseo de saber
lo que me ha dicho, dominadlo. Y ahora,
pues sois amigos y hombres de armas y letras,
concededme un humilde favor.
HORACIO
Sí, señor. ¿Cuál?
HAMLET
No revelar lo que habéis visto esta noche.
HORACIO y MARCELO
No lo haremos, señor.
HAMLET
Pues juradlo.
HORACIO
Juro que no, señor.
MARCELO
Juro que no, señor.
HAMLET
Sobre mi espada.
MARCELO
Señor, ya hemos jurado.
HAMLET
Vamos, sobre mi espada. Vamos.

Grita el ESPECTRO bajo el escenario.

ESPECTRO
¡Jurad!
HAMLET
¡Ajá, muchacho! ¿Tú también? ¿Estás ahí,
buen hombre? Vamos, ya oís al del sótano
Prestaos a jurar.
HORACIO
Proponed el juramento, señor.
HAMLET
No decir jamás lo que habéis visto.
Jurad sobre mi espada.
ESPECTRO
¡Jurad!

[Juran.]

HAMLET
Hic et ubique ?. Pues cambiemos de sitio.
Venid, señores y volved a poner vuestras manos en mi espada:
no decir jamás lo que habéis oído.
Jurad sobre mi espada.
ESPECTRO
¡Jurad!

[Juran.]

HAMLET
Muy bien, viejo topo. ¡Qué rápido escarbas!
¡Vaya zapador! Cambiemos de nuevo, amigos.
HORACIO
¡Día y noche, esto es harto extraño!
HAMLET
Pues igual que al extraño, acógelo bien.
Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio,
de las que sueña nuestra filosofía. Vamos,
como antes: jurad que nunca, Dios mediante,
por rara o extraña que sea mi conducta
(pues tal vez desde ahora crea conveniente
adoptar un talante estrafalario),
si me veis en tal tesitura, jamás,
doblando así los brazos, meneando la cabeza
o diciendo expresiones equívocas, como
«Nosotros lo sabemos», o «Queriendo, podríamos»,
o «Si fuésemos a hablar» o «Los hay que si pudieran»,
mostrando con frases tan ambiguas
que sabéis algo de mí... Jurad
que, Dios mediante y toda la gracia divina,
no haréis nada de eso.
ESPECTRO
¡Jurad!

[Juran.]

HAMLET
¡Descansa, ánima inquieta! Señores,
de corazón a vosotros me encomiendo;
y todo lo que un ser tan humilde como Hamlet
pueda hacer por demostraros su estima,
si Dios quiere, nunca faltará. Entremos todos.
Y, os lo ruego, el dedo siempre en el labio.
Los tiempos se han dislocado. ¡Cruel conflicto,
venir yo a este mundo para corregirlos!
Venid. Vamos todos.

Salen.

II.i Entran POLONIO y REINALDO.

POLONIO
Dale este dinero y estas notas, Reinaldo.
REINALDO
Sí, señor.
POLONIO
Obrarás con prudencia, buen Reinaldo,
si, antes de visitarle, te informas
de su género de vida.
REINALDO
Señor, es lo que iba a hacer.
POLONIO
Estupendo, estupendo. Atiende: primero
averigua cuántos daneses hay en París,
y cómo, quién, qué medios, dónde viven,
sus compañías, sus gastos; y así,
con estos rodeos y preámbulos, cuando veas
que conocen a mi hijo, más cerca estarás
que si preguntas por él directamente.
Finge, es un decir, que le conoces a lo vago,
diciendo: «Conozco a su padre y a los suyos,
y un poco a él.» ¿Te fijas, Reinaldo?
REINALDO
Perfectamente, señor.
POLONIO
«Y un poco a él, pero», y añades, «no mucho,
aunque si es el que pienso, es un juerguista,
muy dado a esto y aquello». Entonces le imputas
los cuentos que te plazcan. Bueno, no tan graves
que puedan deshonrarle, de eso guárdate;
sólo los deslices bulliciosos y alocados
que notoria y comúnmente se asocian
con la libre juventud.
REINALDO
¿Como el juego, sefíor?
POLONIO
Sí, o la bebida, la esgrima, la blasfemia,
las peleas, las rameras... Hasta ahí.
REINALDO
Señor, eso le deshonraría.
POLONIO
Pues no, mientras moderes los cargos.
No le hagas imputaciones de otro modo,
diciendo que es muy dado al desenfreno,
eso no: tú habla de sus faltas con tal arte
que parezcan las lacras de su libertad,
el estallido de un ánimo fogoso,
la braveza de una sangre indómita
que a todos les asalta.
REINALDO
Pero, señor...
POLONIO
¿Por qué todo esto?
REINALDO
Sí, señor. Desearía saberlo.
POLONIO
Pues, mira, te explico mi intención,
y entiendo que la maña es legítima.
Achacándole a mi hijo esas leves faltas
como si fueran polvo del camino,
fíjate, si aquel a quien pretendes sondear
ha visto que el joven de quien hablas
es culpable de las lacras antedichas,
seguro que concuerda contigo como sigue:
«Señor» o algo así, «amigo», o «caballero»,
con arreglo a la expresión y el título
de la persona y el país.
REINALDO
Entendido, sefíor.
POLONIO
Y entonces él va y... él va y... ¿Qué iba yo a decirte? Por
la misa, que iba a decir algo. ¿Dónde me he quedado?
REINALDO
En «concuerda como sigue», en «amigo o algo así», en «caballero».
POLONIO
En «concuerda como sigue». ¡Eso es!
Él concuerda diciéndote: «Conozco al caballero,
le vi ayer, o el otro día, el otro
o el otro, con éste y aquél, y, como decís,
estaba jugando, o inundado de bebida,
o discutiendo en el tenis»; o te dice:
«Le vi entrar en tal casa de trato»,
es decir, un burdel, y así.
¿Te das cuenta? Con un cebo
de mentiras pescas el pez de la verdad.
Así es como los hombres prudentes y capaces,
con rodeos y requilorios,
desviándonos damos con la vía.
Y tú, siguiendo mi enseñanza y mi consejo,
lo lograrás con mi hijo. ¿Entendido?
REINALDO
Perfectamente, señor.
POLONIO
Entonces, ve con Dios.
REINALDO [despidiéndose]
Mi señor...
POLONIO
Observa tú mismo su conducta.
REINALDO
Sí, señor.
POLONIO
Y que siga con su música.
REINALDO
Muy bien, señor.

Sale.
Entra OFELIA.

POLONIO
Adiós. ¿Qué hay, Ofelia? ¿Qué pasa?
OFELIA
¡Ah, seiior, me he asustado tanto!
POLONIO
Por Dios, ¿cómo ha sido?
OFELIA
Señor, mientras cosía en mi aposento,
aparece ante mí el Príncipe Hamlet
con el jubón desabrochado, sin sombrero
con las calzas sucias y caídas, como argollas
al tobillo, más pálido que el lino,
temblando las rodillas, y el semblante
tan triste en su expresión que parecía
huido del infierno para hablar de espantos.
POLONIO
¿Está loco por ti?
OFELIA
Señor, no lo sé, pero lo temo.
POLONIO
¿Qué te dijo?
OFELIA
Me agarró de la muñeca y me apretó.
Entonces extendió todo su brazo
y con la otra mano haciendo de visera
se puso a escudriñarme la cara,
cual si fuera a dibujarla. Así, un buen rato.
Al final, sacudiéndome el brazo levemente
y alzando y bajando así tres veces la cabeza,
lanzó un suspiro tan profundo y lastimero
que pareció destrozarle todo el cuerpo
y acabar con su existencia. Entonces me soltó
y, vuelta la cabeza sobre el hombro,
parece que encontró el camino sin mirar,
pues salió sin ayuda de los ojos
y los tuvo en mí clavados hasta el fin.
POLONIO
Anda, ven conmigo. Voy a ver al rey.
Eso es el delirio del amor,
que por su propia violencia se aniquila
y lleva a las acciones más desesperadas,
como sucede cada vez con las pasiones
que tanto nos afligen. Siento...
¿Le has hablado con dureza últimamente?
OFELIA
No, señor. Sólo cumplí vuestras órdenes:
le devolví sus cartas y rechacé su presencia.
POLONIO
Eso le ha enloquecido. Siento
no haber acertado al observarle.
Pensé que jugaba contigo y que sería
tu perdición. ¡Malditos mis recelos!
Parece natural en la vejez
excedernos en la desconfianza,
igual que es propio de los jóvenes
andar escasos de juicio. Ven, vamos con el rey.
Esto ha de saberse, que obrar con sigilo
traerá más desgracia que enojo el decirlo.

Salen.

II.ii Entran el REY, la REINA, ROSENCRANTZ, GUIL¬DENSTERN y otros.

REY
Bienvenidos, Rosencrantz y Guildenstern.
Además de lo mucho que ansiábamos veros,
os mandamos llamar a toda prisa
porque os necesitábamos. Habéis oído hablar
de la transformación de Hamlet: la llamo así
puesto que no parece el mismo,
ni por fuera ni por dentro. Qué pueda ser,
si no es la muerte de su padre,
lo que le tiene tan fuera de sí,
no acierto a imaginarlo. Os ruego a los dos
que, habiéndoos criado con él desde la infancia
y conociendo tan de cerca su carácter,
accedáis a quedaros en la corte
por un tiempo, de modo que vuestra compañía
le aporte distracción y permita averiguar,
mediando ocasiones favorables,
si algo ignorado le perturba
que, descubierto, podamos remediar.
REINA
Caballeros, él ha hablado mticho de vosotros
y me consta que no hay dos en todo el mundo
a quien tenga más afecto. Si os complace
mostrar la cortesía y gentileza
de pasar algún tiempo con nosotros
en ayuda y cumplimiento de nuestra esperanza,
vuestra visita recibirá la gratitud
que a la real largueza corresponde.
ROSENCRANTZ
El poder soberano de Vuestras Majestades
puede hacernos cumplir vuestros augustos deseos
sin tener que suplicarnos.
GUILDENSTERN
Con todo, obedecemos
y nos brindamos con toda nuestra entrega,
poniendo a vuestros pies nuestros servicios
y aguardando vuestras órdenes.
REY
Gracias, Rosencrantz y noble Guildenstern.
REINA
Gracias, Guildenstern y noble Rosencrantz.
Os suplico que al instante visitéis
a mi hijo, ahora tan cambiado. Que uno de vosotros
lleve a estos señores donde esté Hamlet.
GUILDENSTERN
¡Quiera Dios que nuestra presencia y nuestro esfuerzo
le sirvan de alivio y ayuda!
REINA
Así sea.

Salen ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN [con un criado].
Entra POLONIO.

POLONIO
Señor, nuestros embajadores
han vuelto felizmente de Noruega.
REY
Siempre fuisteis portador de buenas nuevas.
POLONIO
¿Lo creéis, señor? Os aseguro, Majestad,
que tanto mi lealtad como mi alma
están al servicio de Dios y de mi rey.
Y creo, a no ser que este mi cerebro
ya no siga el rastro de la astucia
tan bien como solía, que he encontrado
la causa de la insania de Hamlet.
REY
Decídmela, que ansío conocerla.
POLONIO
Primero, recibid a los embajadores.
Mi noticia será el postre del banquete.
REY
Pues honrad los entrantes y traedlos.

[Sale POLONIO.]

Mi reina, dice que ya ha averiguado
la causa del trastorno de tu hijo.
REINA
Temo que ya la conozcamos: la muerte
de su padre y nuestra boda apresurada.
REY
Bien, le sondearemos.

Entran POLONIO, VOLTEMAND y COR¬NELIO.

Bienvenidos, amigos. ¿Qué hay
de nuestro hermano el noruego?
VOLTEMAND
Os devuelve complacido deseos y saludos.
Así que nos oyó, ordenó que detuviesen
las levas del sobrino, que él había tomado
por un reclutamiento contra el rey de Polonia,
pero que, tras indagaciones, resultó
que apuntaban contra Vuestra Majestad.
Así, dolido al ver que se habían aprovechado
de su afección, vejez y decaimiento,
ordenó a Fortinbrás que desistiera.
Éste al punto obedeció, fue reprimido
por el rey, y al final le hizo promesa
de no volver a tomar armas contra vos,
ante lo cual, lleno de gozo, el rey noruego
le dio una anualidad de tres mil coronas
y permiso para usar sus tropas reclutadas
contra el rey de Polonia, con el ruego,
consignado en este documento,
de que os dignéis conceder paso franco
por vuestros dominios a esta expedición,
con tales garantías y licencias
como en él se recogen.
REY
Me complace,
y en tiempo conveniente he de leer,
contestar y ponderar todo este asunto.
Mientras, gracias por empresa tan lograda.
Id a descansar; por la noche, venid al festín.
Sed muy bienvenidos.

Salen los embajadores.

POLONIO
El asunto acabó bien.
Mi soberano, mi reina, controvertir
qué pueda ser la majestad, el deber, por qué
el día es día, la noche noche, y el tiempo tiempo,
sería perder noche, día y tiempo.
Así que, pues lo breve es el alma del buen juicio
y lo extenso, los miembros y adornos exteriores,
seré breve. Vuestro noble hijo está loco.
Digo «loco», pues, para definir la locura,
¿no tendría uno que estar loco?
Pero dejemos esto.
REINA
Más sustancia y menos arte.
POLONIO
Señora, os juro que hablo sin arte.
Que está loco es cierto; es cierto que es lástima
y es lástima que sea cierto... ¡Qué torpe figura!
Ya basta, que no pienso hablar con arte.
Admitamos que está loco; sólo resta
averiguar la causa del efecto
o, mejor dicho, la causa del defecto,
pues el efecto defectivo tiene causa.
Por tanto, sólo resta... Lo restante, por tanto...
Ponderad. Tengo una hija (la tengo mientras sea mía)
que, fijaos, en su lealtad y obediencia,
me ha entregado esto. Sacad vuestras conclusiones.

[Lee] la carta.

«Al ídolo de mi alma, la celestial y hermoseada Ofe¬lia ... » Este término es horrible, infame; «hermoseada» es un término infame. Pero escuchad: «... esta carta; a su blanquísimo pecho, esta carta».
REINA
¿Es Hamlet quien se lo ha escrito?
POLONIO
Tened paciencia, señora. Voy a leerla fielmente.

«Duda que ardan los astros,
duda que se mueva el sol
duda que haya verdad,
mas no dudes de mi amor.
¡Ah, querida Ofelia! Los versos se me dan mal. No tengo arte para medir mis lamentos. Pero que te amo más que a nadie, mucho más, créelo. Adiós.
Tuyo siempre, queridísima amada
mientras mi cuerpo sea mío,
Hamlet.»
Esto me lo ha mostrado mi obediente hija
y, además, a mi oído ha confiado
todos sus galanteos, tal como sucedieron
en tiempo, modo y lugar.
REY
Y ella, ¿cómo le ha respondido?
POLONIO
¿Qué opináis de mí?
REY
Que sois hombre leal y de bien.
POLONIO
Procuro serlo. ¿Qué habríais pensado
si, cuando vi en acción su amor ardiente
(pues yo me percaté, tenedlo en cuenta,
antes que mi hija me avisara); qué habríais pensado
vos o mi querida Majestad, la reina,
si yo hubiera sido el cuaderno de sus notas,
o me hubiera hecho el distraído,
o no hubiera dado importancia a estos amores?
¿Qué habríais pensado? No, yo no perdí el tiempo
y le hablé a mi jovencita de este modo:
«El Príncipe Hamlet no es de tu esfera;
esto se acabó.» Entonces le ordené
que si él venía a verla se encerrara,
no admitiera sus mensajes, ni recibiera prendas.
Lo hizo, y mi consejo le dio fruto,
pues, para abreviar, al verse por ella rechazado,
le entró melancolía, después inapetencia,
después insomnio, después debilidad,
después mareos y, siguiendo este declive,
la locura que le hace delirar
y que todos lamentamos.
REY
¿Tú crees que es eso?
REINA
Tal vez. Es Posible.
POLONIO
Decidme, ¿ha ocurrido alguna vez
que yo haya dicho con certeza «Es tal cosa»
y me haya equivocado?
REY
Que yo sepa, no.
POLONIO [señalando su cabeza y sus hombros]
Separad ésta de aquí si me equivoco.
Habiendo indicios que me guíen,
daré con la verdad, aunque se oculte
en el centro de la tierra.
REY
¿Cómo podemos comprobarlo?
POLONIO
Sabéis que a veces pasea largo rato
por esta galería.
REINA
Desde luego.
POLONIO
La próxima vez, le suelto a mi hija.
Vos y yo nos pondremos detrás de algún tapiz.
Observad su encuentro. Si no está enamorado
y por estarlo no ha perdido el juicio,
haced que yo cese en mi puesto de gobierno
y me ocupe de una granja y de sus cuadras.
REY
Lo probaremos.

Entra HAMLET leyendo un libro.

REINA
Mirad qué, absorto en su lectura viene el pobre.
POLONIO
Retiraos, os lo ruego, retiraos.
Voy a hablarle. Con permiso.

Salen el REY y la REINA.

¿Cómo está mi Príncipe Hamlet?
HAMLET
Bien, gracias.
POLONIO
¿Sabéis quién soy, sefíor?
HAMLET
Perfectísimamente: sois un pescadero.
POLONIO
¿Yo? No, señor.
HAMLET
Pues ojalá fueseis tan honrado.
POLONIO
¿Honrado, señor?
HAMLET
Claro: tal como va el mundo, ser honrado es ser uno entre diez mil.
POLONIO
Muy cierto, seiior.
HAMLET
Pues si el sol cría gusanos en un perro muerto, que es carnaza digna de besar... ¿Tenéis una hija?
POLONIO
Sí, señor.
HAMLET
Que no salga al sol. Concebir es una dicha, mas no como pueda concebirlo vuestra hija. Amigo, cuidado.
POLONIO
[aparte] ¿Qué te parece? Siempre con mi hija. Aunque al principio no me conoció: dijo que yo era pescadero. Está ido, ido. La verdad es que yo, en mi juventud, también sufrí penas de amor, casi tanto como él. Le hablaré otra vez. ¿Qué leéis, señor?
HAMLET
Palabras, palabras, palabras.
POLONIO
¿De qué tratan, señor?
HAMLET
¿Tratan, quién?
POLONIO
Quiero decir lo que leéis, señor.
HAMLET
Son calumnias, pues el satírico granuja dice aquí que los viejos tienen la barba cana, la cara llena de arrugas, los ojos segregando resina o savia de ciruelo, y que andan escasos de juicio y flojos de muslos. Todo lo cual, señor, aunque lo creo con firmeza y entereza, no me parece correcto escribirlo así. Vos mismo os volveríais de mi edad si pudierais andar para atrás como un cangrejo.
POLONIO
[aparte] Será locura, pero con lógica. ¿Queréis pasar donde no haga aire?
HAMLET
¿A mi tumba?
POLONIO
Ahí sí que no hace aire. [Aparte] ¡Qué atinadas suelen ser sus respuestas! La locura acierta a veces cuando el juicio y la cordura no dan fruto. Voy a dejarte, y en seguida urdiré el modo de que se encuentre con mi hija. Honorable señor, humildemente pido licencia para retirarme.
HAMLET
No podéis pedirme nada que yo no os dé con mayor gusto; salvo mi vida, mi vida. POLONIO
Adiós, señor.
HAMLET
¡Viejos tontos y cargantes!

Entran ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

POLONIO
Si buscáis al Príncipe Hamlet, ahí está.
ROSENCRANTZ [a POLONIO]
Id con Dios, señor.

[Sale POLONIO.]

GUILDENSTERN
¡Respetable señor!
ROSENCRANTZ
¡Queridísimo señor!
HAMLET
¡Mis magníficos amigos! ¿Qué tal, Guildenstern? ¡Ah, Rosencrantz! ¿Cómo estáis, muchachos?
ROSENCRANTZ
Igual que el común de los mortales.
GUILDENSTERN
Contentos de no pasar de contentos: del gorro de la Fortuna no somos la borla.
HAMLET
¿Ni las suelas de sus zapatos?
ROSENCRANTZ
Tampoco, señor.
HAMLET
Entonces vivís por su cintura o en el centro de sus favores.
GUILDENSTERN
En su intimidad.
HAMLET
¿Así que en sus partes? ¡Ah, claro! Es una golfa. ¿Qué hay de nuevo?
ROSENCRANTZ
Nada, señor: que el mundo se ha vuelto honrado.
HAMLET
Estará cerca el Día del Juicio. No, vuestra noticia no es cierta. Dejad que os pregunte con más precisión. ¿Qué habéis hecho, queridos amigos, para que la Fortuna os traiga a esta cárcel?
GUILDENSTERN
¿Cárcel, señor?
HAMLET
Dinamarca es una cárcel.
ROSENCRANTZ
Entonces lo es el mundo.
HAMLET
Sí, una cárcel espléndida, con muchas celdas, encierros y calabozos, y Dinamarca es de los peores.
ROSENCRANTZ
No somos de esa opinión, señor.
HAMLET
Porque no lo es para vosotros, pues no hay nada bueno ni malo: nuestra opinión le hace serlo. Para mí es una cárcel.
ROSENCRANTZ
Así lo ve vuestra ambición: es poco país para vuestro ánimo.
HAMLET
¡Dios santo! Encerrado en una cáscara de nuez me tendría por rey del espacio infinito, si no fuera porque tengo malos sueños.
GUILDENSTERN
Sueños que son ambición, pues la esencia del ambicioso es la sombra de un sueño.
HAMLET
Y un sueño es una sombra.
ROSENCRANTZ
Cierto, y considero a la ambición de sustancia tan eté¬rea que sería la sombra de una sombra.
HAMLET
Entonces los mendigos son cuerpos, y los reyes y los héroes engolados, sombras de mendigos. ¿Vamos a la corte? Más no puedo discurrir.
ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN
Os acompañaremos.
HAMLET
De ningún modo. No pienso mezclaros con mis sirvien¬tes, pues, para ser sincero, estoy pésimamente atendido. Pero, pon la franqueza de nuestra amistad, ¿qué hacéis en Elsenor?
ROSENCRANTZ
Visitaros, señor, nada más.
HAMLET
Pobre como soy, no tengo ni gracias para dar. Pero os lo agradezco, aunque mi gratitud no valga un centavo. ¿No os han hecho venir? ¿Fue iniciativa vuestra? ¿Es visita voluntaria? Vamos, sed sinceros conmigo. Venga, vamos, hablad ya.
GUILDENSTERN
¿Qué vamos a decir, señor?
HAMLET
Lo que sea, con tal que haga al caso. Os han hecho venir: hay en vuestra mirada una confesión que vuestro pudor no es capaz de disfrazar. Sé que los buenos reyes os han hecho venir.
ROSENCRANTZ
¿Con qué fin, señor?
HAMLET
Eso decídmelo vosotros. Mas permitid que os conjure, por los derechos de nuestro compañerismo, por la ar¬monía de nuestros años mozos, por la obligación de una amistad tan duradera y por todo lo que otro podria proponer: sed abiertos y sinceros y decidme si os han hecho venir o no.
ROSENCRANTZ [aparte a GUILDENSTERN]
¿Qué dices tú?
HAMLET
Cuidado, que os vigilo. Si me apreciáis, no calléis.
GUILDENSTERN
Señor, nos han hecho venir.
HAMLET
Yo os diré por qué. Me adelantaré a lo que vais a revelarme y así no sufrirá menoscabo la discreción que prometisteis a los reyes. últimamente, no sé por qué, he perdido la alegría, he dejado todas mis actividades; y lo cierto es que me veo tan abatido que esta bella estructura que es la tierra me parece un estéril promon¬torio. Esta regia bóveda, el cielo, ¿veis?, este excelso firmamento, este techo majestuoso adornado con fuego de oro, todo esto me parece nada más que una asamblea de emanaciones pestilentes e inmundas. ¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Qué noble en su raciocinio! ¡Qué infinito en sus potencias! ¡Qué perfecto y admirable en forma y movimiento! ¡Cuán parecido a un ángel en sus actos y a un dios en su entendimiento! ¡La gala del mundo, el arquetipo de criaturas! Y sin embargo, ¿qué es para mí esta quintaesencia del polvo? El hombre no me agrada; no, tampoco la mujer, aunque por tus son¬risas pareces creer que sí.
ROSENCRANTZ
Señor, no había en mí tal pensamiento.
HAMLET
Entonces, ¿por qué te has reído cuando he dicho que el hombre no me agrada?
ROSENCRANTZ
Señor, de pensar en la cuaresma que les vais a dar a los cómicos. Los dejamos atrás cuando venían hacia aquí a ofreceros sus servicios.
HAMLET
El que haga de rey será bienvenido; a su majestad le pa¬garé tributo. El caballero andante usará su espada y su rodela, el amante no suspirará en vano, el excéntrico aca¬bará su papel en paz, el gracioso hará reír a los que pronto se disparan y la dama hablará sin cortapisas, que, si no, el verso suelto andará cojo. ¿Qué cómicos son éstos?
ROSENCRANTZ
Los que tanto os agradaban: los actores de la ciudad.
HAMLET
¿Cómo es que viajan? Siendo estables gozaban de más fama y beneficios.
ROSENCRANTZ
Creo que les prohibieron actuar tras el reciente dis¬turbio.
HAMLET
¿Y son tan renombrados como cuando yo estaba en la ciudad? ¿Tienen tanto público?
ROSENCRANTZ
No, desde luego que no.
HAMLET
¿Cómo es eso? ¿Es que están pasados?
ROSENCRANTZ
No, se mantienen a su altura. Pero ha nacido una par¬vada de chiquillos, unos pollitos que chillan a más no poder y se les aplaude escandalosamente. Están de moda, y tanto se meten con los teatros populares, como ellos los llaman, que el galán de espada al cinto tiene miedo de la pluma y ya no vuelve a frecuentarlos.
HAMLET
¿Así que chiquillos? ¿Quién los patrocina? ¿Cómo se mantienen? ¿Seguirán en el oficio cuando muden la voz? Y si luego acaban en los teatros populares, que será lo más probable si no hay otra cosa, ¿no dirán que sus poetas los malean obligándolos a criticar su propio futuro?
ROSENCRANTZ
La verdad es que ha habido mucho ruido en ambas partes, y la gente no ve nada malo en provocarlos al debate. Durante un tiempo no se vendía un argumento en que no se enzarzasen autores contra actores.
HAMLET
¿Es posible?
GUILDENSTERN
Bueno, se ha vertido mucho ingenio.
HAMLET
¿Y se llevan la palma los chiquillos?
ROSENCRANTZ
Sí, señor, y a Hércules mismo con su carga.
HAMLET
Tan extraño no es, pues mi tío es rey de Dinamarca, y los que en vida de mi padre le hacían muecas dan ahora veinte, cuarenta, cincuenta, cien ducados por su retrato en miniatura. Voto a Dios, que hay algo anormal en todo esto, como podría demostrar la filosofía.

Toque de trompetas.

GUILDENSTERN
Ahí están los cómicos.

HAMLET
Caballeros, sed bienvenidos a Elsenor. Dadme la mano, vamos. A toda bienvenida corresponde ceremonia y cortesía. Permitid que cumpla con vosotros de este modo, no sea que mi acogida a los actores (que, os lo advierto, será espléndida) parezca más calurosa que la vuestra. Bienvenidos. Pero mi tío padre y mi tía madre se equivocan.
GUILDENSTERN
¿En qué, mi señor?
HAMLET
Yo sólo estoy loco con el nornoroeste; si el viento es del sur, distingo un pico de una picaza.

Entra POLONIO.

POLONIO
Mis saludos, caballeros.
HAMLET
Escucha, Guildenstern, y tú también: a cada oído, un oyente. Esa gran criatura que veis ahí todavía va en pañales.
ROSENCRANTZ
Será la segunda vuelta, pues dicen que el viejo vuelve a ser niño.
HAMLET
Profetizo que viene a hablarnos de los cómicos. Aten¬ded... Tenéis razón, pues así fue el lunes por la mañana.
POLONIO
Señor, tengo noticias para vos.
HAMLET
Y yo noticias para vos. Cuando Roscio era actor en Roma...
POLONIO
Señor, han llegado los actores.
HAMLET
¡Ya, ya!
POLONIO
Os lo juro...
HAMLET
Cada actor llegó en su burro.
POLONIO
Los mejores actores del mundo, tanto en lo trágico como en lo cómico, lo histórico, pastoril, cómico pasto¬ril,histórico pastoril, trágico histórico, trágico cómico-histórico pastoril, la obra unitaria o la pieza libre. Séneca no será tan grave ni Plauto tan leve. Se obser¬ven las reglas o se desatiendan, ellos no tienen igual.
HAMLET
¡Ah, Jefté, juez de Israel, qué tesoro tienes!
POLONIO
¿Qué tesoro tenía?
HAMLET
Pues,
«Hija hermosa, nada más,
y la quería de verdad.»
POLONIO [aparte]
Y dale con mi hija.
HAMLET
¿No estoy en lo cierto, Jefté?
POLONIO
Señor, si me llamáis Jefté, sí que tengo una hija y la quiero de verdad.
HAMLET
No, eso no se sigue.
POLONIO
Pues, ¿cómo se sigue?
HAMLET
Asi:
«Por azar, cual Dios dirá.»
Que sabéis que continúa:
«Sucedió, como se vio ... »
Lo demás lo tenéis en la primera estrofa de la devota canción, que aquí llegan pasatiempos.

Entran cuatro o cinco ACTORES.

Bienvenidos, señores, bienvenidos todos. Me alegra verte tan bien. Bienvenidos, amigos. ¡Mi viejo amigo! Te ha salido barba desde que te vi. ¿No te subirás a mis barbas aquí, en Dinamarca? ¡Ah, mi joven señora! Válgame, desde la última vez que os vi, vuestra merced se ha acercado al cielo en la altura de un chapín. Dios quiera que no hayas mudado la voz y suene a moneda falsa. Señores, sed todos bienveni¬dos. Ahora, a lanzarse contra lo que salga, como cetre¬ros franceses. Anda, a recitar. Venga, una prueba de tus dotes; vamos, un fragmento que conmueva.

ACTOR 1.0
¿Cuál, señor?
HAMLET
Te oí una vez recitar un fragmento que nunca se repre¬sentó; a lo sumo, una sola vez. La obra, lo recuerdo bien, no gustó a la multitud, era caviar para el público. Pero, en mi sentir y en el de otros cuyo juicio en la materia pesa más que el mío, era una obra magnífica, bien concertada, y compuesta con tanta mesura como arte. Recuerdo que alguien dijo que no había pimienta en los versos que los hiciera picantes, ni nada en el lenguaje que pudiera acusar al autor de afectación, sino que tenía un estilo comedido. En ella me gustaba más que nada un fragmento, el relato de Eneas a Dido, especialmente la parte que trata de la muerte de Pría¬mo. Si aún vive en tu memoria, empieza donde dice... A ver, a ver:
«El áspero Pirro, cual la fiera hircana...»
No, así, no. Empieza con Pirro:
«El áspero Pirro, con sable armadura,
negra cual su intento e igual que la noche
cuando en el funesto corcel iba oculto,
ha untado su negra y horrífica efigie
de heráldica infausta. De pies a cabeza
vestido de gules, hebras pavorosas
de sangre de padres, madres, hijas, hijos,
cocida y reseca por calles que abrasan
y dan una luz violenta y maldita
a su odiosa muerte. Quemado de furia
y fuego, cubierto de sangre cuajada,
carbunclos sus ojos, Pirro infernal busca
al anciano Príamo.»
Sigue tú.
POLONIO
Por Dios, que lo habéis dicho muy bien, con buena dicción y gran mesura.
ACTOR 1.0
«Al punto le halla
en vana ofensiva. Su espada vetusta
yace donde cae, hostil a sus órdenes,
rebelde a su brazo. En lid desigual
Pirro embiste a Príamo y yerra en su rabia,
pero con el soplo de su rudo acero
el anciano cae. La inánime Ilión,
cual sintiendo el golpe, con torres en llamas
se viene a tierra, y su hórrido estruendo
a Pirro suspende: he ahí que su espada,
en trance de herir la nívea cabeza
del viejo patriarca, se paró en el aire.
Cual imagen de un tirano quedó Pirro,
quien, inmóvil entre propósito y acto,
no hacía nada.
Mas (tal como ocurre ante una tormenta,
el cielo callado, las nubes tranquilas,
los vientos en calma, y toda la tierra
muda cual la muerte), de pronto el trueno
estremece el aire; así, tras la pausa,
se excita otra vez la venganza de Pirro;
y nunca golpeó el martillo de un cíclope
con menos piedad la armadura de Marte,
de forja perpetua, que ahora golpea
a Príamo el arma sangrienta de Pirro.
¡Atrás, ramera Fortuna! ¡Oíd, dioses!
¡En santo concilio quitadle su fuerza,
rompedle a su rueda los radios y pinas,
haciendo que el cubo ruede desde el cielo
y caiga en el tártaro!»
POLONIO
Demasiado largo.
HAMLET
Irá al barbero, junto con tu barba. Sigue, te lo ruego. Éste sólo quiere mojigangas o cuentos verdes; si no, se duerme. Sigue. Llega a lo de Hécuba.
ACTOR 1.0
«Mas quien a la reina viese en su arrebozo ... »
HAMLET
¿«Arrebozo»?
POLONIO
Está bien; «arrebozo» está bien.
ACTOR 1.0
«... corriendo descalza, un río de lágrimas
conminando al fuego; paño y no corona
sobre la cabeza; vestido su cuerpo,
flaco y extenuado de tanto engendrar,
con manta cogida en la prisa del miedo...
Quien todo esto viese, con voz venenosa
contra el poder de Fortuna se alzaría.
Hubiéranla visto entonces los dioses,
cuando ella vio a Pirro en cruel pasatiempo
cortando a su esposo en tristes pedazos,
a no ser que lo mortal no los conmueva,
el mero estallido de pena y dolor
habría hecho llorar a los ojos del cielo
y sufrir a los dioses».

POLONIO
Mirad: se le altera el semblante y le brotan las lágrimas. No sigas, te lo ruego.
HAMLET
Ya basta. Pronto declamarás el resto. Mi buen señor, ¿queréis cuidaros de hospedar bien a los actores? Oíd¬me: que sean bien tratados, pues son el compendio y la crónica del mundo. Más os vale un mal epitafio a vues¬tra muerte que sufrir en vida su censura.
POLONIO
Señor, los trataré como se merecen.
HAMLET
¡Cuerpo de Dios, mucho mejor! Tratad a cada uno como se merece y, ¿quién escapa al látigo? Tratadlos según vuestro honor y dignidad: cuanto menos me¬rezcan, más mérito tendrá vuestra largueza. Acompa¬ñadlos.
POLONIO
Venid, señores.

Sale con [todos] los ACTORES [menos el pri¬mero].

HAMLET
Seguidle, amigos. Mañana habrá función. Oye, ami¬go, ¿podéis representar «El asesinato de Gonzago»?
ACTOR 1.0
Sí, mi señor.
HAMLET
Será para mañana noche. Si es preciso, ¿podrías apren¬derte de memoria un fragmento de doce a dieciséis versos que yo puedo escribir e intercalar?
ACTOR 1.0
Sí, mi señor.
HAMLET
Muy bien. Sigue al caballero y no te burles de él.

[Sale el ACTOR I.0]

Mis buenos amigos, hasta la noche. Sed bienvenidos a Elsenor.
ROSENCRANTZ [despidiéndose]
Mi señor...

Salen ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

HAMLET
Quedad con Dios. Ahora ya estoy solo.
¡Ah, qué innoble soy, qué mísero canalla!
¿No afea mi conducta el que este actor,
en su fábula, fingiendo sentimiento,
acomode su alma a una imagen
al punto que su rostro palidezca,
le broten lágrimas, el semblante se le mude,
la voz se le entrecorte, y que aplique todo el cuerpo
a la expresión de su imagen? Y todo por nada.
¿Por Hécuba?
¿Quién es Hécuba para él, o él para Hécuba,
que le hace llorar? ¿Qué haría si tuviese
el motivo y la llamada al sentimiento
que yo tengo? Ahogar el teatro con sus lagrimas,
atronar con su clamor los oídos del público,
enloquecer al culpable y aterrar al inocente,
pasmar al ignorante y suspender
los sentidos de la vista y el oído. Mas yo,
vil desganado, me arrastro en la apatía
como un soñador, impasible ante mi causa
y sin decir palabra; no, ni por un rey
cuya vida, su bien más preciado,
fue ruinmente aniquilada. ¿Soy un cobarde?
¿Quién me llama infame, me da en la cabeza,
me arranca la barba y me la sopla a la cara,
me tira de la nariz, me acusa de embustero
en cuerpo y alma? ¿Quién?
¡Voto a ... ! Lo sufriría. Pues seguro
que soy dulce cual paloma y no tengo la hiel
que encona los agravios, que, si no,
ya habría cebado a los milanos del cielo
con la asadura de este ruin. ¡Canalla inhumano
rijoso, sensual, desleal, desnaturalizado!
¡Oh, venganza!
¡Ah, qué torpe soy! Sí. ¡Buen lucimiento!
Yo, hijo de un padre querido al que asesinan,
movido a la venganza por cielo e infierno,
como una puta me desfogo con palabras
y me pongo a maldecir como una golfa
o vil fregona. ¡Ah, qué vergüenza!
Actúa, cerebro. He oído decir
que unos culpables que asistían al teatro
se han impresionado a tal extremo
con el arte de la escena que al instante
han confesado sus delitos; pues el crimen,
aunque es mudo, al final habla
con lengua milagrosa. Haré que estos actores
reciten algo como el crimen de mi padre
en presencia de mi tío. Observaré sus gestos,
le hurgaré la herida. Al menor sobresalto
ya sé qué hacer. El espíritu que he visto
quizá sea el demonio, cuyo poder le permite
adoptar una forma atrayente; sí, y tal vez
por mi debilidad y melancolía,
pues es poderoso con tales estados,
me engaña para condenarme. Quiero pruebas
concluyentes: el teatro es la red
que atrapará la conciencia de este rey.

Sale.

III.I Entran el REY, la REINA, POLONIO, OFELIA, ROSENCRANTZ y
GUILDENSTERN.

REY
¿Y a través de circunloquios no podéis
averiguar por qué afecta ese trastorno
y se crispa el sosiego a tal extremo
con su demencia destemplada y peligrosa?
ROSENCRANTZ
Reconoce que se siente perturbado,
mas no hay modo de que diga por qué causa.
GUILDENSTERN
Ni parece que se deje sondear:
cuando queremos llevarle a que revele
su estado verdadero, rehúye la ocasión
con su locura fingida.
REINA
¿Os acogió bien?
ROSENCRANTZ
Como todo un caballero.
GUILDENSTERN
Y, sin embargo, muy forzado.
ROSENCRANTZ
Se resistía a conversar, mas respondió a nuestras preguntas sin reservas.
REINA
¿Le animasteis con alguna distracción?
ROSENCRANTZ
Señora, sucedió que, de camino,
dejamos atrás a unos actores. Le hablamos de ellos
y, por lo visto, se alegró con la noticia.
Ahora ya se encuentran en la corte
y creo que tienen el encargo
de actuar esta noche en su presencia.
POLONIO
Muy cierto, y me ha rogado
que suplique a Vuestras Majestades
que asistáis a la función.
REY
Con toda el alma, y me complace sumamente
que esté con ese ánimo. Caballeros,
alentadle un poco más y seguid
llevándole hacia estas diversiones.
ROSENCRANTZ
Sí, Majestad.

Salen ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

REY
Querida Gertrudis, déjanos tú también,
pues hemos planeado que venga aquí Hamlet
para que pueda encontrarse con Ofelia
como por azar.
Su padre y yo mismo, legítimos espías,
haremos de tal modo que, viendo sin ser vistos,
podamos juzgar el encuentro con certeza
y deducir de su conducta
si lo que tanto le aqueja es realmente
una afección amorosa.
REINA
Te obedezco.
En cuanto a ti, Ofelia, me alegraría
que la causa de la insania de Hamlet
fueran tus encantos, como espero
que, por el bien de los dos, tus virtudes
le devuelvan al camino acostumbrado.
OFELIA
Así lo espero, señora.

[Sale la REINA.]

POLONIO
Ofelia, pasea por aquí. Majestad, si os place,
vamos a ocultarnos. Tú lee este libro:
tal muestra de recogimiento explicará
tu soledad. En esto no obramos bien:
como prueba la experiencia, con el rostro devoto
y el acto piadoso hacemos atrayente
al propio diablo.
REY [aparte]
¡Gran verdad!
¡Qué duro latigazo a mi conciencia!
La cara de una golfa, repintada de color,
no es más fea con el afeite que se aplica
que mis actos con mis falsas palabras.
¡Ah, qué pesada carga!
POLONIO
Ya viene; retirémonos, señor.

Salen [el REY y POLONIO].
Entra HAMLET.

HAMLET
Ser o no ser, esa es la cuestión:
si es más noble para el alma soportar
las flechas y pedradas de la áspera Fortuna
o armarse contra un mar de adversidades
y darles fin en el encuentro. Morir: dormir,
nada más. Y si durmiendo terminaran
las angustias y los mil ataques naturales
herencia de la carne, sería una conclusión
seriamente deseable. Morir, dormir:
dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo;
pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno
ya libres del agobio terrenal,
es una consideración que frena el juicio
y da tan larga vida a la desgracia. Pues, ¿quién
soportaría los azotes e injurias de este mundo,
el desmán del tirano, la afrenta del soberbio,
las penas del amor menospreciado,
la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo,
los insultos que sufre la paciencia,
pudiendo cerrar cuentas uno mismo
con un simple puñal? ¿Quién lleva esas cargas,
gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida,
si no es porque el temor al más allá,
la tierra inexplorada de cuyas fronteras
ningún viajero vuelve, detiene los sentidos
y nos hace soportar los males que tenemos
antes que huir hacia otros que ignoramos?
La conciencia nos vuelve unos cobardes,
el color natural de nuestro ánimo
se mustia con el pálido matiz del pensamiento,
y empresas de gran peso y entidad
por tal motivo se desvían de su curso
y ya no son acción. Pero, alto:
la bella Ofelia. Hermosa, en tus plegarias
recuerda mis pecados.
OFELIA
Mi señor, ¿cómo ha estado Vuestra Alteza
todos estos días?
HAMLET
Con humildad os lo agradezco: bien, bien, bien.
OFELIA
Señor, aquí tengo recuerdos que me disteis
y que hace tiempo pensaba devolveros.
Os lo suplico, tomadlos.
HAMLET
No, no. Yo nunca os di nada.
OFELIA
Mi señor, sabéis muy bien que sí,
y con ellos palabras de aliento tan dulce
que les daban más valor. Perdida su fragancia,
tomad vuestros presentes: para el ánimo noble,
cuando olvida el donante se empobrecen sus dones.
Tomad, señor.
HAMLET
¡Ajá! ¿Eres honesta?
OFELIA
¡Señor!
HAMLET
¿Eres bella?
OFELIA
¿Qué queréis decir?
HAMLET
Que si eres honesta y bella, tu honestidad no debe permitir el trato con tu belleza. OFELIA
¿Puede haber mejor comercio, señor, que el de hones¬tidad y belleza?
HAMLET
Pues sí, porque la belleza puede transformar la hones¬tidad en alcahueta antes que la honestidad vuelva ho¬nesta a la belleza. Antiguamente esto era un absurdo, pero ahora los tiempos lo confirman. Antes te amaba.
OFELIA
Señor, me lo hicisteis creer.
HAMLET
No debías haberme creído, pues la virtud no se puede injertar en nuestro viejo tronco sin que quede algún resabio. Así que no te amaba.
OFELIA
Más me engañé.
HAMLET
¡Vete a un convento! ¿Es que quieres criar pecadores? Yo soy bastante decente, pero puedo acusarme de cosas tales que más valdría que mi madre no me hubiese engendrado. Soy muy orgulloso, vengador, ambicioso, con más disposición para hacer daño que ideas para concebirlo, imaginación para plasmarlo o tiempo para cumplirlo. ¿Por qué gente como yo ha de arrastrarse entre la tierra y el cielo? Todos somos unos miserables: no nos creas a ninguno. Venga, vete a un convento. ¿Dónde está tu padre?.
OFELIA
En casa, señor.
HAMLET
Cerrad bien las puertas, que sólo haga el bobo allí dentro. Adiós.
OFELIA
¡El cielo le asista!
HAMLET
Si te casas, sea mi dote esta maldición: serás más casta que el hielo y más pura que la nieve, y no podrás evitar la calumnia. Vete a un convento, anda, adiós. O si es que has de casarte, cásate con un tonto, pues el listo sabe bien los cuernos que ponéis, A un convento, va¬mos, deprisa. Adiós.
OFELIA
¡Santos del cielo, curadle!
HAMLET
Sé muy bien lo de vuestros afeites. Dios os da una cara y vosotras os hacéis otra. Andáis a saltitos o pausado, gangueando bautizáis todo lo creado, y hacéis pasar por inocencia vuestros dengues. Muy bien, se acabó; me ha vuelto loco. Ya no habrá más matrimonios. De los que ya están casados vivirán todos menos uno. Los demás, que sigan como están. ¡A un convento, vamos!

Sale.

OFELIA
¡Ah, qué noble inteligencia destruida!
Del cortesano, él sabio y el soldado,
el ojo, la lengua, la espada. Esperanza y flor
de nuestro reino, espejo de elegancia
y modelo de conducta, blanco de observantes,
y ahora destrozado. Y yo, la mujer más abatida,
que gozó de la miel de sus promesas,
veo ese noble y soberano entendimiento
destemplado cual campanas que disuenan,
esa estampa sin par de perfecta juventud
perdida en el delirio. ¡Pobre de mí!
Tener que ver esto, y no lo que vi.

Entran el REY y POLONIO.

REY
¿Amor? No, por ahí no se encamina
y, aunque fuera algo confuso, lo que ha dicho
no es indicio de locura. Algo lleva en el alma
que su melancolía está incubando
y temo que al romperse el cascarón
habrá peligro. Para evitarlo,
como medida inmediata he decidido
que parta sin demora hacia Inglaterra
a reclamar el tributo que nos debe.
Quizá la travesía, el cambio de país
y de escenario consigan arrancarle
de su pecho la inquietud tan arraigada,
que no deja reposo a su cerebro
y le saca de sí mismo. ¿Qué os parece?

POLONIO
Le hará bien. Aunque yo sigo creyendo
que la causa y fundamento de su mal
es amor desestimado. ¿Qué hay, Ofelia?
No nos cuentes lo del Príncipe Hamlet:
lo hemos oído todo. Señor, obrad como gustéis,
mas, si os parece, después de la función,
permitid que su madre la reina le inste a solas
a que revele sus penas. Que sea clara con él.
Yo, con vuestra venia, pondré mi oído
al alcance de su plática. Si nada descubre,
mandadle a Inglaterra o recluidle
donde juzguéis conveniente.
REY
Vigiladle.
La locura de un grande no debe descuidarse.

Salen.

III.ii Entran HAMLET y dos o tres ACTORES.

HAMLET
Te lo ruego, di el fragmento como te lo he recitado, con soltura de lengua. Mas si voceas, como hacen tantos cómicos, me dará igual que mis versos los diga el prego-nero. Y no cortes mucho el aire con la mano, así; hazlo todo con mesura, pues en un torrente, tempestad y, por así decir, torbellino de emoción has de adquirir la sobrie-dad que le pueda dar fluidez. Me exaspera ver cómo un escandaloso con peluca desgarra y hace trizas la emoción de un recitado atronando los oídos del vulgo, que, en su mayor parte, sólo aprecia el ruido y las pantomimas mas absurdas. Haría azotar a ése por inflar a Termagante: eso es más herodista que Herodes. Te lo ruego, evítalo.
ACTOR 1.0
Esté segura Vuestra Alteza.
HAMLET
Tampoco seas muy tibio: tú deja que te guíe la pruden¬cia. Amolda el gesto a la palabra y la palabra al gesto, cuidando sobre todo de no exceder la naturalidad, pues lo que se exagera se opone al fin de la actuación, cuyo objeto ha sido y sigue siendo poner un espejo ante la vida: mostrar la faz de la virtud, el semblante del vicio y la forma y carácter de toda época y momento. Si esto se agiganta o no se alcanza, aunque haga reír al profa¬no, disgustará al juicioso, cuya sola opinión debéis va¬lorar mucho más que un teatro lleno de ignorantes. No quiero ser irreverente, pero he visto actores (elogia¬dos por otros en extremo) que, no teniendo acento de cristiano, ni andares de cristiano, pagano u hombre alguno, se contonean y braman; de tal modo que parece que los hombres fuesen obra de aprendices de la Natu¬raleza, viendo lo vilmente que imitan a la humanidad.
ACTOR 1.0
Señor, espero que eso lo tengamos bastante dominado.
HAMLET
Dominadlo del todo. Y que el gracioso no se salga de su texto, pues los hay que se ríen para hacer reír a un grupo de pasmados, aunque sea en algún momento crítico del drama. Eso es infame, y demuestra una am¬bición muy lamentable en el gracioso. Anda, preparaos.

Salen los ACTORES.
Entran POLONIO, ROSENCRANTZ y GUIL¬DENSTERN.

¿Qué hay, señor? ¿Va a asistir el rey a la función?
POLONIO
Con la reina, y en seguida.
HAMLET
Apremiad a los actores.

Sale POLONIO.

¿Queréis ayudarle a darles prisa?
ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN
Sí, Alteza.

Salen.
Entra HORACIO.

HAMLET
¡Eh, Horacio!
HORACIO
Aquí estoy, mi señor, a vuestras órdenes.
HAMLET
Horacio, eres el más ponderado de cuantos hombres haya conocido.
HORACIO
Querido señor...
HAMLET
No, no pienses que te adulo.
¿Qué ventaja podría yo esperar de ti,
que no tienes más renta para comer y vestirte
que tus propias cualidades? ¿A qué adular al pobre?
No, que la lengua melosa endulce vanidades
y se doblen las solícitas rodillas
si el halago rinde beneficio. Escucha.
Desde que mi persona aprendió a escoger
y supo distinguir, su elección
recayó en ti. Tú has sido como aquel
que, sufriéndolo todo, nada sufre;
un hombre que, sereno, recibe por igual
reveses y favores de Fortuna. Dichoso
el que armoniza pasión y buen sentido
y no es flauta al servicio de Fortuna
por sonar como le plazca. Dame un hombre
que no sea esclavo de emociones, y le llevaré
en mi corazón; sí, en el corazón del corazón,
como yo a ti. Pero ya basta.
Esta noche actúan ante el rey.
Las circunstancias de una escena se aproximan
a las que ya te dije de la muerte de mi padre.
Te lo ruego, cuando presenten el hecho
observa a mi tío con la máxima atención
que te dé el alma. Si durante un fragmento
no sale a la luz su escondida culpa,
el espectro que hemos visto está maldito
y mis figuraciones son inmundas
cual la fragua de Vulcano. Fíjate en él;
yo pienso clavarle mis ojos en su cara.
Después uniremos pareceres
cuando juzguemos su reacción.
HORACIO
Sí, Alteza. Si durante la comedia
hurta algo a mi atención y se me escapa,
yo pagaré el robo.
HAMLET
Ya vienen a la función. Me haré el loco.
Búscate un sitio.

Marcha danesa. Toque de clarines. Entran el REY, la REINA, POLONIO, OFELIA, ROSENCRANTZ, GUILDENSTERN y NOBLES del séquito, con la Guardia Real llevando antorchas.

REY
¿Cómo lo pasa mi sobrino Hamlet?
HAMLET
Pues muy bien; con el yantar camaleónico: vivo del aire, relleno de promesas. Ni el capón se ceba así.
REY
¡No entiendo tus palabras, Hamlet. A mí no me responden.
HAMLET
Ni a mí tampoco. [A POLONIO] Señor, actuasteis una vez en la universidad, ¿no es así?
POLONIO
Sí, Alteza, y me tenían por buen actor.
HAMLET
¿Y qué papel representasteis?
POLONIO
El de Julio César. Me mataron en el Capitolio. Me mató Bruto.
HAMLET
Bruto capital tenía que ser para matar a ese cabestro.
¿Están listos los cómicos?
ROSENCRANTZ
Sí, Alteza. Esperan vuestra orden.
REINA
Mi buen Hamlet, ven; siéntate a mi lado.
HAMLET
No, buena madre; aquí hay un imán más atrayente.
POLONIO [al REY]
¡Vaya! ¿Habéis oído?
HAMLET
Señora, ¿puedo echarme en vuestra falda?
OFELIA
No, mi señor.
HAMLET
Quiero decir apoyando la cabeza.
OFELIA
Sí, mi señor.
HAMLET
¿Creéis que pensaba en el asunto?
OFELIA
No creo nada, señor.
HAMLET
No está mal lo de echarse entre las piernas de una dama.
OFELIA
¿Cómo, señor?
HAMLET
Nada.
OFELIA
Estáis alegre, señor.
HAMLET
¿Quién, yo?
OFELIA
Sí, Alteza.
HAMLET
¡Vaya por Dios! ¡Vuestro autor de mojigangas! Pero, ¿qué puede hacer uno sino estar alegre? Mirad lo con¬tenta que está mi madre, y mi padre murió hace menos de dos horas.
OFELIA
No, hace dos veces dos meses.
HAMLET
¿Tanto? Entonces al diablo estas ropas, que mi luto será fastuoso. ¡Por Dios! ¡Muerto hace dos meses y aún no olvidado! Entonces hay esperanza de que el recuerdo de un gran hombre le sobreviva seis meses. ¡Por la Virgen! Tendrá que construir iglesias o soportar el olvido, igual que el caballito, cuyo epitafio reza: «¡Qué pecado! Al caballito olvidaron.»

Suenan oboes. Se inicia la pantomima.
Entran un rey y una reina, abrazándose con gran ternura. La reina se arrodilla y con gestos le asegura su amor. El rey la levanta, le pone la cabeza sobre el hombro y se tien¬de sobre un lecho de flores. Ella, al verle dormido, se aleja. Pronto entra un hombre, que le quita la corona, la besa, vierte veneno en los oídos del rey y sale. Vuelve la reina, le ve muerto y hace gestos de dolor. El envene¬nador, con dos o tres comparsas, vuelve a en¬trar y da muestras de condolencia. Se llevan el cadáver. El envenenador corteja a la reina con regalos. Al principio, ella parece reacia y opuesta, pero alfinal acepta su amor.

Salen.

OFELIA
¿Qué significa eso, señor?
HAMLET
Es un malhecho al acecho, que quiere decir desastre.
OFELIA
Tal vez la pantomima exprese el argumento de la obra.

Entra el FARAUTE.

HAMLET
Éste nos lo dirá. Los cómicos no saben guardar secre¬tos; lo cuentan todo.
OFELIA
¿Explicará lo que hemos visto?
HAMLET
Eso o lo que queráis enseñarle. Si no os da reparo que mire, a él tampoco le dará deciros qué significa.
OFELIA
¡Qué malo, qué malo sois! Voy a seguir la obra.
FARAUTE
Al presentar la tragedia
rogamos vuestra clemencia
y vuestra atenta paciencia.

[Sale.]

HAMLET
¿Qué es esto, un prólogo o un lema de sortija?
OFELIA
Ha sido breve, señor.
HAMLET
Como amor de mujer.

Entran [dos ACTORES], REY y REINA.

ACTOR REY
El carro de Febo ya dio treinta vueltas
al mar de Neptuno y al orbe de Gea,
y al mundo han bañado treinta veces doce
lunas rutilantes otras tantas noches
desde que Himeneo y Amor nos juntaron
las manos y almas en vínculo santo.
ACTOR REINA
Haya tantos giros de luna y de sol
antes que se pierda nuestro inmenso amor.
Mas, ¡pobre de mí! Te veo tan doliente
y sin la alegría que has gozado siempre,
que estoy alarmada. Mas, aunque esté inquieta,
señor, tú no debes sentir impaciencia,
pues ansia y amor de mujer cambian juntos:
ambos en exceso o nada ninguno.
Ya te he demostrado cuán grande es mi amor,
y de esa medida ahora es mi temor.
ACTOR REY
Muy pronto, mi amor, habré de dejarte,
pues ya no soy dueño de mis facultades.
Honrada y amada, sola quedarás
en el bello mundo; y esposo, quizá,
con igual carifio...
ACTOR REINA
¡No sigas, no sigas!
Traición a mi alma tal amor sería.
Si tomo otro esposo, él sea mi infierno,
pues quiere un segundo quien mató al primero.
HAMLET
¡Ajenjo, ajenjo!
ACTOR REINA
A otro matrimonio nunca dan lugar
razones de amor, mas de utilidad.
A mi esposo muerto mataría otra vez
si en el lecho a otro yo fuese a ceder.
ACTOR REY
No dudo que sientas lo que ahora me dices,
mas muchos designios no suelen cumplirse;
pues son los esclavos de nuestra memoria:
fuertes cuando nacen, mas su fuerza es corta.
Como el fruto verde, se aferran al árbol;
cuando están maduros, caen sin tocarlos.
Todos olvidamos, y por conveniencia,
pagarnos nosotros nuestras propias deudas.
Si nos proponemos algo con pasión,
veremos que muere pasado el ardor;
pues, cuando es violenta, la pena o la dicha
en sus propios actos se mata a sí misma.
Donde hay grande dicha, la pena más daña:
la dicha y la pena oscilan por nada.
El mundo es fugaz, y extrañar no debe
que nuestro amor mismo cambie con la suerte,
pues al juicio nuestro queda la cuestión:
si amor guía a fortuna o fortuna a amor.
Cuando el grande cae, sus íntimos huyen;
no tendrá enemigos el pobre que sube.
El amor, por tanto, sirve a la fortuna,
y para el pudiente amigos abundan;
pruebe a un falso amigo quien sufra escasez
y un gran enemigo pronto ha de tener.
Mas, para acabar donde he comenzado,
deseo y destino corren tan contrarios
que nuestros designios siempre se deshacen:
la intención es nuestra, mas no el desenlace.
Dices que no piensas casarte con otro;
morirá tu idea tras morir tu esposo.
ACTOR REINA
Ni frutos la tierra, ni luz me dé el cielo,
ni solaz el día, ni la noche el sueño.
¡Que todo contrario que enturbie la dicha
destruya los grandes deseos de mi vida!
¡Que aquí y más allá me acose la angustia
si vuelvo a casarme cuando yo sea viuda!
HAMLET
¡Como no lo cumpla...!
ACTOR REY
Solemne promesa. Y ahora déjame:
el sueño me vence y deseo distraer
el tiempo durmiendo.

Se duerme.

ACTOR REINA
Tu mente descanse,
y que la desgracia jamás nos separe.

Sale.

HAMLET
Señora, ¿qué os parece la obra?
REINA
Creo que la dama promete demasiado.
HAMLET
Mas cumplirá su palabra.
REY
¿Conoces el argumento? ¿No hay nada que ofenda?
HAMLET
No, no. Todo es simulado, incluso el veneno. No hay nada que ofenda.
REY
¿Cómo se llama la obra?
HAMLET
«La ratonera.» ¿Que por qué? Es metafórico. La pieza representa un crimen cometido en Viena. El duque se llama Gonzago; su esposa, Baptista. Ya veréis. Una canallada, pero, ¿qué más da? A Vuestra Majestad y a los libres de culpa no nos toca. El jamelgo, que respin¬gue, que nuestros lomos no pican.

Entra LUCIANO.

Este es un tal Luciano, sobrino del rey.
OFELIA
Hacéis muy bien de coro, Alteza.
HAMLET
Podría decir el diálogo entre vos y vuestro amado si viera a los títeres en danza. OFELIA
Estáis muy mordaz, señor.
HAMLET
Quitarme el hambre os costará un buen suspiro.
OFELIA
Cuanto mejor, peor.
HAMLET
Así confundís a los maridos. Empieza, criminal. ¡Ven¬ga! Déjate de muecas y empieza. Vamos, que el cuervo ha graznado en son de venganza.
LUCIANO
Negros pensamientos, poción, manos prestas,
sazón favorable, nadie que lo vea;
ponzoña de hierbas en sombras cogidas,
tres veces por Hécate infecta y maldita,
tu natural magia e influjo maléfico,
la salud y vida róbenle al momento.

Le vierte el veneno en el oído.

HAMLET
Le envenena en el jardín para quitarle el reino. Se llama Gonzago. La historia se conserva y está escrita en espléndido italiano. Ahora veréis cómo el asesino se gana el amor de la esposa de Gonzago.
OFELIA
El rey se levanta.
HAMLET
¡Cómo! ¿Le asusta el fogueo?.
REINA
Mi señor, ¿qué os pasa?
POLONIO
¡Cese la función!
REY
Traedme luz. Vámonos.
NOBLES
¡Luces, luces, luces!

Salen todos menos HAMLET y HORACIO.

HAMLET

Dejad que, herido, llore el corzo
y brinque el gamo ileso,
pues, si unos duermen, velan otros
y el mundo sigue entero.
Amigo, si la suerte fuese a abandonarme, con esto, un penacho de plumas y dos rosetas de Provenza en mis zapatos calados, ¿verdad que entraría de socio en una tropa de actores?
HORACIO
Con media participación.
HAMLET
No, una entera.
Mi buen Damón, ya te he contado
que el reino fue muy pronto
de nuestro Jove despojado
y ahora reina un... mico.
HoRACIO
Así no hay rima.
HAMLET
¡Ah, Horacio! Mil libras a que el espectro no mintió.
¿Te has fijado?
HORACIO
Perfectamente, Alteza.
HAMLET
¿Al mencionarse el veneno?
HORACIO
Le observé muy bien.

Entran ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

HAMLET
¡Ajá! ¡Vamos, música! ¡Venga, las flautas!
Pues si al rey no le gusta la función,
será que no le gusta, y se acabó.
¡Vamos, música!
GUILDENSTERN
Señor, concededme un momento.
HAMLET
Todo un siglo.
GUILDENSTERN
El rey...
HAMLET
Ah, sí, ¿qué le pasa?
GUILDENSTERN
Está en sus aposentos y alterado.
HAMLET
¿Por el vino?
GUILDENSTERN
No, Alteza, de cólera.
HAMLET
Tenías que haber sido más sensato y decírselo a su médico, pues, si de mí depende el que se purgue, quizá se agrave su cólera.
GUILDENSTERN
Mi señor, poned en orden las palabras y no os apartéis tan bruscamente de mi asunto.
HAMLET
Estoy suave. Declama.
GUILDENSTERN
Vuestra madre la reina, con el ánimo angustiado, me envía a vos.
HAMLET
Sé bienvenido.
GUILDENSTERN
No, Alteza; esta clase de cumplido no es de buena ley. Si tenéis a bien darme una respuesta sana, cumpliré el encargo de vuestra madre. Si no, vuestro permiso y mi vuelta pondrán fin a este asunto.
HAMLET
No puedo.
GUILDENSTERN
¿No podéis qué, señor?
HAMLET
Darte una respuesta sana: mi cabeza está enferma. Pero, en fin, cuantas respuestas pueda darte serán tuyas o, como dices, más bien de mi madre. Conque basta y al grano. Mi madre, dices...
ROSENCRANTZ
Dice que vuestra conducta la ha sumido en el pasmo y desconcierto.
HAMLET
¡Qué maravilla de hijo, que tanto asombra a su madre! Pero, ¿qué cola trae la materna admiración?
ROSENCRANTZ
Antes que os acostéis desea hablar con vos en su apo¬sento.
HAMLET
Será obedecida, así fuera diez veces mi madre. ¿Alguna otra cosa?
ROSENCRANTZ
Señor, antes me apreciabais.
HAMLET
Y ahora también, por mis manos pecadoras.
ROSENCRANTZ
Señor, ¿a qué se debe vuestro mal? Os empeñáis en negaros vuestra propia libertad al no confiar vuestras penas a un amigo.
HAMLET
Señor, no puedo medrar.
ROSENCRANTZ
¿Cómo es posible, si tenéis el voto del rey para suceder¬le en Dinamarca?
HAMLET
Sí, pero, entre tanto, «el que espera ... ». El refrán ya está pasado.

Entra uno con una flauta.

¡Ah, la flauta! A ver. En confianza, ¿por qué dais tantas vueltas y me ahuyentáis como si me empujarais a una trampa?

GUILDENSTERN
Mi señor, si mi lealtad es tan osada, mi afecto es des¬cortés.
HAMLET
No entiendo bien eso. ¿Quieres tocar esta flauta?
GUILDENSTERN
Señor, no sé.
HAMLET
Te lo ruego.
GUILDENSTERN
Creedme, no sé.
HAMLET
Te lo suplico.
GUILDENSTERN
Señor, no sé tocarla.
HAMLET
Tan fácil es como mentir. Tapa estos agujeros con los dedos y el pulgar, dale aliento con la boca y emitirá una música muy elocuente. Mira, estos son los agujeros.
GUILDENSTERN
Pero no sabré sacarles ninguna melodía. Me falta el arte.
HAMLET
Vaya, mira en qué poco me tienes. Quieres hacerme sonar, parece que conoces mis registros, quieres arran¬carme el corazón de mi secreto, quieres tantearme en toda la extensión de mi voz; y, habiendo tanta música y tan buen sonido en este corto instrumento, no sabes hacerle hablar. ¡Voto a ... ! ¿Crees que yo soy más fácil de tocar que esta flauta? Ponedme el nombre de cual¬quier instrumento; aunque me destempléis, no soltaré nota.

Entra POLONIO.

Dios os guarde, señor.
POLONIO
Señor, la reina quiere hablar con vos en seguida.
HAMLET
¿Veis esa nube que tanto se parece a un camello?
POLONIO
Por Dios que es igual que un camello.
HAMLET
Parece una comadreja.
POLONIO
El lomo es de comadreja.
HAMLET
¿No parece una ballena?
POLONIO
Igual que una ballena.
HAMLET
Entonces iré pronto con mi madre. [Aparte] Me agotan el histrionismo. Iré pronto.
POLONIO
Se lo diré.

Sale.

HAMLET
«Pronto» se dice pronto. Y ahora, dejadme, amigos.

[Salen todos menos HAMLET.1

Ya es la hora embrujada de la noche
en que se abren los sepulcros y el infierno
exhala al mundo su infección. Ahora bebería
sangre caliente y cometería atrocidades
que, al verlas, el día se estremeciera.
Ya basta. Ahora, con mi madre. No te corrompas,
corazón. Que el alma de Nerón no invada mi ánimo
Pierda yo bondad, mas no sentimiento.
Le diré venablos, pero sin herirla.
Haya hipocresía entre mi alma y mi lengua.
Aunque la repruebe con duras palabras,
ponerlas por obra no quiera mi alma.

Sale.

III.iii Entran el REY, ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

REY
No me gusta su actitud, ni conviene
a mi seguridad dejar tan libre su locura.
Así que preparaos: os expido el nombramiento
y él parte a Inglaterra con vosotros.
Mi condición no puede tolerar
un peligro tan cercano como el que engendra
de hora en hora su delirio.
GUILDENSTERN
Estaremos aprestados.
Es un desvelo sagrado y piadoso
proteger al sinnúmero de súbditos
que viven y se nutren de Vuestra Majestad.
ROSENCRANTZ
La vida personal está obligada
a preservarse de los daños con la fuerza
y las armas de la mente; con más razón
un espíritu de cuyo bienestar
dependen tantas vidas. Cuando muere un rey
no muere solo, sino que, cual remolino,
arrastra cuanto le rodea. Es una rueda ingente,
colocada en la cima del monte más alto,
en cuyos radios enormes se entallan diez mil
piezas menudas, de modo tal que, cuando cae,
todo aditamento, todo apéndice acompaña
a su ruina estrepitosa. Pues jamás
gimio un rey sin lamento general.
REY
Preparaos para la inminente travesía.
Le pondremos cadenas al peligro
que se mueve con tanta libertad.
ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN
Nos apresuraremos.

Salen. Entra POLONIO.

POLONIO
Señor, se dirige al aposento de su madre.
Yo me esconderé tras los tapices
para oírlo. Seguro que le riñe a fondo.
Y, como dijisteis, y dijisteis sabiamente,
conviene que alguien más que una madre,
pues ellas son parciales por naturaleza,
escuche la plática a escondidas. Adiós, Majestad.
Antes que os acostéis, pasaré a veros
y contaros lo que sepa.
REY
Gracias, señor.

Sale POLONIO.

¡Ah, inmundo es mi delito, su hedor llega hasta el cielo!
Lleva la primera y primitiva maldición
el fratricidio. Rezar no puedo.
Fuertes son inclinación y voluntad,
pero más fuerte es la culpa, y las derrota.
Como un hombre enfrentado a un doble objeto,
dudo por cuál he de empezar
y no emprendo ninguno. ¿Y si esta mano maldita
se agrandara con la sangre de un hermano,
no habría lluvia en los cielos piadosos
para dejarla más blanca que la nieve?
¿Para qué sirve la gracia si no es para mirar
al pecado cara a cara? ¿Y qué hay en la oración
sino el doble poder de impedirnos obrar mal
o perdonarnos si caemos?. Tendré ánimo.
El daño está hecho, mas, ¿qué suerte de oración
me serviría? ¿«Perdona mi inmundo asesinato»?
Imposible, pues aún gozo de los frutos
por los que cometí el asesinato:
la corona, la reina, mi ambición.
¿Nos pueden perdonar sin quitarnos el provecho?
En la usanza corrupta de este mundo
la mano dadivosa del culpable
desplaza a la justicia; y es sabido
que el propio botín compra a la ley. Mas no en el cielo:
allí no hay fraude, allí el acto muestra
su color verdadero, y nos obligan,
habiendo de hacer frente a nuestras faltas,
a declarar contra nosotros. Entonces, ¿qué me resta?
Ver qué puede el arrepentimiento. ¿Qué no podrá?
Mas, ¿qué puede cuando uno ya no puede arrepentirse?
¡Mísero estado! ¡Corazón más negro que la muerte!
¡Oh, alma atrapada, que luchando por librarse
más se enreda! ¡Amparadme, ángeles, queredlo!
Doblaos, rígidas rodillas, y tú, pecho de acero,
sé tierno como un recién nacido.
Tal vez sea posible.

Se arrodilla
Entra HAMLET.

HAMLET
Ahora es buen momento, está rezando; voy a hacerlo ya.

[Desenvaina.]

Entonces sube al cielo
y esa es mi venganza. Esto hay que razonarlo.
Un ruin mata a mi padre, y yo,
su único hijo, por ello mando al cielo
a ese ruin.
Ah, esto es paga y recompensa, no venganza.
Mató a mi padre en la impureza, saciado,
en la flor de sus culpas, en plena lozanía.
¿Quién sabe cómo están sus cuentas, salvo el cielo?
Mas, según nuestro saber y modo de pensar,
su caso es grave. ¿Me habré vengado
matándole mientras él purga su alma,
cuando está preparado para el tránsito? No.
Adentro, espada, y conoce sazón más horrorosa.
Cuando duerma borracho o esté ardiente,
o en el lecho del placer incestuoso,
blasfemando en el juego o en un acto
que no tenga señal de salvación,
entonces le derribas; que dé coces al cielo
y su alma sea más negra y más maldita
que el infierno adonde va. Mi madre aguarda.
Tu rezo los días enfermos te alarga.

Sale.

REY
Vuelan mis palabras, queda el pensamiento.
Palabras vacías no suben al cielo.

III.iv Entran la REINA y POLONIO.

POLONIO
Viene en seguida. Censuradle a fondo.
Decid que sus excesos ya son insufribles
y que Vuestra Majestad le ha protegido
de las iras. No voy a hablar más.
Os lo ruego, sed clara con él.
HAMLET [dentro]
¡Madre, madre, madre!
REINA
Así lo haré. Perded cuidado. Escondeos, que ya viene.

Entra HAMLET.

HAMLET
Y bien, madre, ¿qué ocurre?
REINA
Hamlet, has ofendido mucho a tu padre.
HAMLET
Madre, tú has ofendido mucho a mi padre.
REINA
Vamos, vamos, replicas con lengua muy suelta.
HAMLET
Venga, venga, preguntas con lengua perversa.
REINA
¿Qué es esto, Hamlet?
HAMLET
¿Qué ocurre ahora?
REINA
¿Olvidas quién soy?
HAMLET
Por la cruz, nada de eso. Eres la reina,
esposa del hermano de tu esposo
y, ojalá no lo fueras, pero eres mi madre.
REINA
Muy bien. Te mandaré a quien sepa hablarte.
HAMLET
Vamos, vamos, siéntate. Tú no te mueves
ni te vas hasta que ponga frente a ti
un espejo que te enseñe tus adentros.
REINA
¿Qué vas a hacer? ¿No irás a matarme?
¡Ah, socorro, socorro!
POLONIO [detrás del tapiz]
¡Ah, socorro, socorro, socorro!
HAMLET
¡Cómo! ¿Una rata? ¡Por un ducado la mato!

Mata a POLONIO [atravesando el tapiz].

POLONIO
¡Ah, me han matado!
REINA
¡Ay de mí! ¿Qué has hecho?
HAMLET
Pues no sé. ¿Es el rey?
REINA
¡Ah, qué locura criminal es esta!
HAMLET
¿Criminal? Casi tanto, buena madre,
como matar a un rey y casarse con su hermano.
REINA
¿Matar a un rey?
HAMLET
Sí, señora, eso he dicho.
Y tú, bobo, imprudente, entrometido, adiós.
Te creí tu superior. Acepta tu suerte.
Pasarse de curioso trae peligro.
No te retuerzas más las manos. Calma, siéntate;
yo seré quien te retuerza el corazón
si está hecho de materia permeable
y la ruin costumbre no lo ha vuelto tan duro
que no pueda expugnarlo el sentimiento.
REINA
¿Qué he hecho yo para que me hables así
con lengua tan ruidosa y ofensiva?
HAMLET
Una acción tal que empaña
el cándido rubor de la decencia,
llama hipocresía a la virtud, quita
la rosa de la frente al amor puro
dejándole un estigma, vuelve los esponsales
tan falsos como juramentos de tahúr.
Ah, tal acción que del sagrado contrato
arranca el alma, cambiando en palabrería
la santa religión. El cielo enrojece
sobre esta sólida esfera y, con triste semblante,
como si aguardara el Día del Juicio,
está angustiado por tu acción.
REINA
¡Ay de mí! ¿Qué acción,
que se anuncia tronando y rugiendo?
HAMLET
Mira este retrato, y ahora éste;
imágenes son de dos hermanos.
Ve la gallardía de este rostro,
los rizos de Hiperión, la frente de Júpiter,
los ojos de Marte, que ordenan o amenazan;
el porte de Mercurio el mensajero
posándose en una montaña sublime.
En verdad, una alianza y una forma
en que los dioses dejaron su sello
para ratificar lo que es un hombre.
Él fue tu marido. Mira lo que sigue.
Este es tu marido, espiga podrida
que infecta a su hermano. ¿Tienes ojos?
¿Dejaste de pastar en tan hermoso monte
para cebarte en este páramo? ¿Eh? ¿Tienes ojos?
No lo llames amor, pues a tu edad
el ardor de la sangre está amansado
y se somete al juicio. ¿Y qué juicio
llevaría de éste a éste? ¿Qué demonio
te ha engañado a la gallina ciega?
¡Ah, vergüenza! ¿Y tu rubor? Ardiente infierno,
si te inflamas en cuerpo de matrona,
en la fogosa juventud la castidad
sea como cera y en su fuego se derrita.
No hables de impudicia si se enciende
la indómita pasión cuando el hielo también arde
y la razón sirve al deseo.
REINA
¡Ah, Hamlet, no sigas! Me vuelves
los ojos hacia el fondo de mi alma,
y en ella veo manchas negras y profundas
que no pueden borrarse.
HAMLET
No, vivirán
en la náusea y el sudor de una cama pringosa,
cociéndose en el vicio y la inmundicia
entre arrullos y ternezas.
REINA .
¡No sigas hablando! Cual puñales
tus palabras me traspasan los oídos.
¡Basta, buen Hamlet!
HAMLET
Un asesino, un infame;
un canalla que no llega a los talones
del que fue tu marido; un payaso de rey,
el ratero del reino y el poder,
que robó la corona del estante
para echársela al bolsillo...
REINA
¡Basta!
HAMLET
Un rey de parches y pingajos...

Entra el ESPECTRO en ropa de noche

¡Salvadme y envolvedme en vuestras alas,
ángeles del cielo! ¿Qué deseas, noble figura?
REINA
¡Ay, está loco!
HAMLET
¿Vienes a reñirle a tu hijo indolente
que, dejando pasar tiempo y fervor,
no pone por obra tu fiero mandato? ¡Habla!
ESPECTRO
No lo olvides. Esta aparición
sólo quiere aguzar tu embotado propósito.
Pero mira el desconcierto de tu madre.
Interponte entre ella y su alma en lucha.
La imaginación de los más débiles
opera con más fuerza. Háblale, Hamlet.
HAMLET
¿Cómo estás, madre?
REINA
¡Ah! ¿Cómo estás tú,
que clavas la mirada en el vacío
y conversas con el aire incorpóreo?
Por tus ojos asoma tu ánimo agitado
y, como guerreros despertados por la alarma,
tu liso cabello se levanta cual si fuera
una excrecencia viviente. ¡Ah, hijo mío!
Rocía el fuego y ardor de tu mal
con la fría quietud. ¿Qué es lo que miras?
HAMLET
¡A él, a él! ¡Mira qué semblante demacrado!
Si predicase a las piedras, su causa
y su figura las ablandaría. No me mires,
no sea que tu acto compasivo
cambie mi duro propósito. Mi objeto
perdería su color: llanto en vez de sangre.
REINA
¿A quién le dices eso?
HAMLET
¿No ves nada ahí?
REINA
No, nada; aunque veo todo lo que hay.
HAMLET
¿Ni has oído nada?
REINA
No, sólo nuestras voces.
HAMLET
¡Ah, mira! ¡Ve cómo se aleja!
¡Mi padre, vestido como en vida!
¡Mira cómo sale por la puerta!

Sale el ESPECTRO.

REINA
No es más que un ensueño de tu mente.
El delirio es muy hábil
en crear apariciones.
HAMLET
¿Delirio?
Mi pulso late acompasado como el tuyo
y da una música tan sana. No es locura
lo que he dicho. Ponme a prueba y yo
repetiré mis palabras, de lo cual
huiría la locura. Madre, por el cielo,
no pongas un bálsamo a tu alma
que muestre mi demencia y no tu culpa.
Será una fina piel sobre la llaga,
mientras, invisible, la inmunda podredumbre
por dentro todo infecta. Confiésate al cielo,
llora el pasado, evita tentaciones;
no quieras abonar la mala hierba
y hacerla más frondosa. Perdona mi virtud,
pero en estos tiempos de molicie y saciedad
la virtud ha de excusarse con el vicio
e implorar que le deje socorrerle.
REINA
¡Ah, Hamlet! Me has partido en dos el corazón.
HAMLET
Pues tira la peor parte
y con la otra mitad vive más pura.
Buenas noches. No vayas al lecho de mi tío.
Aparenta virtud, aunque no tengas.
Esta noche abstente;
eso dará mayor facilidad
a la próxima abstinencia. Buenas noches otra vez.
Cuando ruegues la divina bendición,
yo te pediré la tuya. En cuanto a este caballero,
lo siento de veras. Pero el cielo ha querido,
haciéndome su azote y su verdugo,
castigarme a mí con él y a él conmigo.
Le sacaré de aquí y responderé
de su muerte. Una vez más, buenas noches.
Tengo que ser cruel sólo por afecto.
Lo peor vendrá; esto es el comienzo.
REINA
¿Qué puedo hacer?
HAMLET
De ningún modo lo que yo te diga:
dejar que el fláccido rey te atraiga a su lecho,
te pellizque la cara, te llame paloma
y que, por un par de besos inmundos,
o sobándote el cuello con sus dedos malditos,
consiga que le aclares el enigma:
que, en realidad, toda mi locura
es fingimiento. Estaría bien decírselo.
¿Podría una reina gentil, modosa, prudente,
ocultarle cuestiones de tal entidad
a un sapo, un murciélago, un morrongo?
¿Podría? No: a despecho de juicio y reserva,
abre la jaula en el tejado, deja volar
a los pájaros y, como el célebre mono,
haz la prueba metiéndote en la jaula
y estréllate al caer.
REINA
Si el habla es aliento, y el aliento, vida,
te aseguro que vida no tendré
para contar lo que has dicho.
HAMLET
He de ir a Inglaterra. ¿Lo sabías?
REINA
¡Ah, lo había olvidado! Está decidido.
HAMLET
Éste va a adelantarme el viaje.
Le arrastraré el pellejo a la otra estancia.
Madre, buenas noches ya. Este dignatario,
que en vida fue un torpe y servil palabrero,
ahora es un sepulcro callado y secreto. –
Vamos, señor, acabemos el asunto. –
Buenas noches, madre.

Sale arrastrando a POLONIO.


IV.i Entra el REY.

REY
Algo hay en tus suspiros y sollozos.
Tienes que explicármelo. Es propio que lo sepa.
¿Dónde está tu hijo?
REINA
¡Ay, esposo, lo que he visto esta noche!
REY
¡Pobre Gertrudis! ¿Cómo está Hamlet?
REINA
Más loco que el viento y el mar cuando ambos
luchan a porfía. En su paroxismo,
al ver que algo se movía tras el tapiz,
desenvaina gritando «¡Una rata, una rata!»
y en su frenética ilusión ha matado
al pobre anciano allí escondido.
REY
¡Ah, grave acción!
De haber estado allí, habría sido mi muerte.
Su libertad es una amenaza:
para ti, para mí, para todos.
¿Y cómo defender tal acto de violencia?
Yo seré el responsable: por previsión
tenía que haber atado corto y recluido
al joven demente. Mas tanto era mi afecto
que no quise entender lo inexcusable
y, como el que padece una inmunda dolencia,
por no divulgarlo, he dejado
que corrompa hasta el tuétano. ¿Adónde ha ido?
REINA
A llevarse el cadáver de su víctima,
con quien su demencia, como veta de oro
en una mina de viles metales,
se muestra pura y llora lo ocurrido.

REY
Ven, Getrudis,
Antes de que el sol toque la montaña
ya le habré embarcado. A este acto vil
habré de hacerle frente y excusarlo
con toda majestad y diplomacia. ¡Guildenstern!

Entran ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

Amigos, procuraos más ayuda.
En su demencia, Hamlet ha matado a Polonio
y le ha sacado a rastras del cuarto de su madre.
Buscadle, habladle cortésmente y llevad
el cuerpo a la capilla. Os lo ruego, daos prisa.

Salen ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

Ven, Gertrudis; reunamos a los sabios amigos
e informémosles de esta desgracia
y de nuestras decisiones. ¡Ven ya, vamos!
Mi alma está llena de angustia y desánimo.

Salen.

IV.ii Entra HAMLET.

HAMLET
A buen recaudo.
ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN [dentro]
¡Hamlet! ¡Príncipe Hamlet!
HAMLET
¿Qué ruido es ese? ¿Quién llama a Hamlet? ¡Ah, aquí están!

Entran ROSENCRANTZ y GUILDENSTERN.

ROSENCRANTZ
Señor, ¿qué habéis hecho con el cadáver?
HAMLET
Mezclarlo con el polvo, su pariente.
ROSENCRANTZ
Decidnos dónde está, para sacarlo
y llevarlo a la capilla.
HAMLET
Ni lo creáis.
ROSENCRANTZ
¿Creer qué?
HAMLET
Que puedo guardar vuestro secreto y no el mío. Ade¬más, si me interroga una esponja, ¿qué respuesta puede dar el hijo de un rey?
ROSENCRANTZ
¿Me tomáis por una esponja, señor?
HAMLET
Sí, que chupa el favor del rey, sus recompensas, sus poderes. Al final, quien mejor sirve al rey sois vosotros; como un mono, él os guarda en un rincón de su man¬dibula: primero os saborea y luego os traga. Cuando necesite lo que hayas indagado, te exprime y la esponja vuelve a quedar seca.
ROSENCRANTZ
No os entiendo, señor.
HAMLET
Me alegro. Palabra punzante no entra en oído de necio.
ROSENCRANTZ
Señor, tenéis que decirnos dónde está el cuerpo y venir con nosotros ante el rey.
HAMLET
El cuerpo está con el rey, pero el rey no está con el cuerpo. El rey es una cosa.
GUILDENSTERN
Señor, ¿una cosa?
HAMLET
Una cosa de nada. Llevadme a él. ¡Que te pillo, es¬cóndete!.

Salen.

IV.iii Entra el REY.

REY
He mandado buscarle y hallar el cadáver.
Es un peligro dejar que siga libre.
Mas no conviene que le caiga todo el peso
de la ley: le quiere la confusa multitud,
que no ama con el juicio, sino con los ojos,
y atiende al sufrimiento del culpable,
no a la culpa. Para evitar sobresaltos,
su marcha repentina debe parecer
decisión bien ponderada. Dolencias extremas
exigen remedios extremos o jamas se curan.

Entra ROSENCRANTZ.

¿Qué hay? ¿Qué ha ocurrido?
ROSENCRANTZ
Señor, se niega a decirnos
dónde ha dejado el cadáver.
REY
¿Y él dónde está?
ROSENCRANTZ
Fuera, vigilado y esperando vuestra orden.
REY
Traedle a mi presencia.
ROSENCRANTZ
¡Guildenstern! Trae al príncipe.

Entran HAMLET, GUILDENSTERN [ y acom¬pañamiento].

REY
Bien, Hamlet, ¿dónde está Polonio?
HAMLET
De cena.
REY
¿De cena? ¿Dónde?
HAMLET
No donde come, sino donde es comido: tiene encima una asamblea de gusanos políticos. El gusano es el gran emperador de la dieta. Nosotros engordamos engor-dando animales, y así estamos gordos para los gusanos. El rey gordo y el mendigo flaco son dos viandas posi¬bles: dos platos, la misma mesa. Ahí se acaba.
REY
¿Qué quieres decir con eso?
HAMLET
Nada, sólo mostraros cómo un rey puede viajar por las tripas de un mendigo.
REY
¿Dónde está Polonio?
HAMLET
En el cielo. Mandad que le busquen. Si allí no le encuen¬tra el mensajero, buscadle vos mismo en el otro sitio. Si no le encontráis de aquí a un mes, os llegará el olor al
subir a la galería.
REY
¡Buscadle allí!
HAMLET
Os estará esperando.

[Salen algunos del acompañamiento.]

REY
Hamlet, por tu propia seguridad,
que tanta inquietud me produce
como llanto lo que has hecho, tu acción
exige tu marcha inmediata. Prepárate,
La nave está presta, el viento acompaña,
te aguarda la escolta y todo está a punto
para ir a Inglaterra.
HAMLET
¿Inglaterra?
REY
Si, Hamlet.
HAMLET
Bueno.
REY
Así lo verás cuando sepas mi intención.
HAMLET
Veo un querubín que ya la ha visto. Bueno, vamos.
¡A Inglaterra! Adiós, querida madre.
REY
Tu tierno padre, Hamlet.
HAMLET
Madre. Padre y madre son marido y mujer, marido y mujer son una carne, así que madre. Vamos. ¡A Inglaterra!

Sale.
REY
Seguidle de cerca; embarcadle sin demora.
No os retraséis: le quiero fuera esta noche.
En marcha, que, en lo que atañe a este asunto,
todo está ultimado. Daos prisa.

Salen todos menos el REY.

Inglaterra, si mi afecto en algo tienes
(como tal vez te aconseje nuestra fuerza,
pues la cicatriz de nuestro acero danés
aún sigue roja, y nos pagas tributo
de buen grado), no puedes tratar con ligereza
mi real orden que, en carta especial
y por extenso, reclama encarecidamente
la muerte inmediata de Hamlet. Hazlo, Inglaterra,
pues él, como fiebre, me quema la sangre
y tú eres mi cura. Mientras no esté hecho,
nada me traerá dicha ni contento.

Sale.

IV.iv Entra FORTINBRÁS con su ejército.

FORTINBRÁS
Capitán, al rey danés presenta mis respetos.
Dile que, según nos concedió, Fortinbrás
reclama la escolta prometida
para cruzar su reino. Sabes dónde nos reunimos.
Si Su Majestad quiere algo de mí,
le expresaré mi lealtad en su presencia.
Házselo saber.
CAPITÁN
Así lo haré, señor.
FORTINBRÁS
Marchad seguros.

Salen.

IV.v Entran la REINA y HORACIO.

REINA
No quiero hablar con ella.
HORACIO
Insiste en veros, desvaría. Su estado da pena.
REINA
¿Qué quiere?
HORACIO
Habla mucho de su padre, de las trampas
de este mundo; balbucea y se da
golpes de pecho; se ofende por minucias;
habla sin concierto. Lo que dice es absurdo,
mas lleva a quien la oye a interpretar
su incoherencia. Se hacen conjeturas;
amoldan a su idea las palabras que juntan,
las cuales, a juzgar por los gestos y los guiños,
darían pie a sospechas que, aun siendo
infundadas, serían maliciosas.
REINA
Habrá que hablar con ella, no sea que siembre
dudas peligrosas en mentes malévolas.
Hazla pasar.

[HORACIO se dirige a la puerta.]

[Aparte] En mi alma enferma, pues vive en pecado,
cualquier nadería predice un gran daño.
La culpa no sabe fingir su recelo
y al fin se traiciona queriendo esconderlo.

Entra OFELIA tocando un laúd, con el pelo suelto y cantando.

OFELIA
¿Dónde está la hermosa majestad de Dinamarca?
REINA
¿Qué ocurre, Ofelia?
OFELIA [canta]
¿Cómo conoceré a tu amor
entre los demás?
Con venera y con bordón
y sandalias va.
REINA
¡Ah, pobre Ofelia! ¿A qué viene esa canción?
OFELIA
¿Decíais? Atended, os lo ruego.
[Canta] Ya murió, señora, y se fue,
ya murió y se fue:
césped a su cabecera
y piedra a sus pies.
REINA
Pero, Ofelia...
OFELIA
Atended, os lo ruego.
[Canta] Su mortaja, blanquísima...

Entra el REY.

REINA
¡Ah, mírala, esposo!
OFELIA [canta]
... cubierta de flor,
a la tumba fue sin llevar
lágrimas de amor.

REY
¿Cómo estás, linda Ofelia?
OFELIA
Bien, Dios os lo pague. Cuentan que la lechuza era la hija de un panadero. ¡Señor! Sabemos lo que somos, no lo que podemos ser. ¡Dios bendiga vuestra mesa!
REY
Fantasea sobre su padre.
OFELIA
Os lo ruego, no hablemos de esto. Cuando os pregunten qué significa, decid:
[Canta] «Mañana es el día de San Valentín,
temprano, al amanecer,
y yo estaré en tu balcón;
tu enamorada seré.»

Entonces él se levantó y vistió
y a la doncella hizo entrar
que de su alcoba doncella
ya nunca saldría jamás.

REY
Linda Ofelia...
OFELIA
Pues sí, y sin blasfemar le pondré fin:
[Canta] ¡Jesús, caridad cristiana!
Vergüenza le tiene que dar.
Si puede, un joven te goza:
¡Su potra, eso está mal!
«Juraste antes de tumbarme
hacer de mí tu mujer.»
«¡Y ya lo serías si en mi cama
no te llegas a meter!»

REY
¿Cuánto hace que está así?
OFELIA
Espero que todo irá bien. Hay que tener paciencia. Pero lloro sin remedio de pensar que lo enterraron en la fría tierra. Mi hermano ha de saberlo. Así que gracias por el buen consejo. ¡Vamos, mi carruaje! Buenas no¬ches, señoras, buenas noches, buenas noches.

Sale.

REY
Síguela de cerca. Vigílala bien, te lo ruego.

[Sale HORACIO.]

Ah, este es el veneno de la honda tristeza;
todo viene de la muerte de su padre. ¡Ah, Gertrudis!
Las penas nunca vienen como espías de avanzada,
sino en batallones. Primero, su padre muerto;
después, tu hijo ausente, el más violento autor
de su propia partida; el pueblo, enturbiado,
revuelto con tantas sospechas y rumores
sobre la muerte de Polonio (y fue una ingenuidad
enterrarle bajo mano); la pobre Ofelia,
trastornada y privada de razón,
sin la cual todos somos pinturas o animales;
por último, y peor que todo lo demás,
su hermano ha regresado de Francia en secreto,
se nutre de su asombro, vive en la penumbra
y no le faltan chismosos que le infectan
los oídos con infundios sobre la muerte de su padre.
En tal apuro, y escaseando los hechos,
no dudarán en acusar a mi persona
en sus rumores. Querida Gertrudis,
todo esto, cual disparos de metralla,
me da muerte superflua en muchas partes.

Ruido dentro. Entra un MENSAJERO.

REINA
¡Ah! ¿Qué ruido es ese?
REY
¡Mi guardia suiza! ¡Que defiendan la puerta!
¿Qué ocurre?
MENSAJERO
Salvaos, señor.
El océano, rebasando sus orillas,
no sumerge los llanos con más ímpetu
que Laertes, con sus amotinados, arrolla
a vuestra guardia. La chusma le llama señor
y, cual si el mundo fuese a empezar hoy
y no hubiera costumbres ni pasado
(garantía y sostén de las palabras),
gritan: «¡Elijamos nosotros!. ¡Laertes será rey!»
Al cielo vuelan gorros, aplausos y vítores:
«¡Laertes será rey, Laertes rey!»
REINA
¡Qué alegres ladran tras la pista falsa!
¡Rastreáis al revés, perros daneses!

Ruido dentro.

REY
¡Han roto las puertas!

Entra LAERTES con sus SECUACES.

LAERTES
¿Dónde está ese rey? Quedaos todos fuera.
SECUACES
No, entremos.
LAERTES
Dejadme, os lo ruego.
SECUACES
Muy bien, señor.
LAERTES
Gracias. Guardad la puerta.

[Salen loS SECUACES.]

¡Ah, vil rey! ¡Dadme a mi padre!
REINA
Quieto, buen Laertes.
LAERTES
La gota de mi sangre que esté quieta
me acusará de bastardo, gritará «cornudo»
a mi padre y pondrá el estigma de ramera
en la frente casta y pura de mi madre.
REY
Laertes, ¿cuál es el motivo
de esta rebelión tan gigantesca? –
Suéltale, Gertrudis. No te inquiete mi persona.
Hay tal divinidad guardando a un rey
que la traición apenas si vislumbra su objetivo
y no llega a actuar. Laertes, dime
lo que tanto te ha inflamado. Suéltale, Gertrudis. –
Habla ya.
LAERTES
¿Dónde está mi padre?
REY
Muerto.
REINA
Pero no a sus manos.
REY
Que pregunte a placer.
LAERTES
¿Cómo murió? Nada de trampas.
¡Al infierno la lealtad! ¡Al más negro diablo
juramentos! ¡Al más profundo abismo
la gracia y la conciencia! No temo condenarme.
A tal punto he llegado que no me importa nada
esta vida, la otra, cualquier cosa:
tomaré plena venganza por mi padre.
REY
¿Quién te frenará?
LAERTES
Juro que ni el mundo entero.
Y mis medios voy a administrarlos
de modo que lo poco rinda mucho.
REY
Buen Laertes, si deseas conocer
la verdad de la muerte de tu padre,
¿está escrito en tu venganza que tu juego
barra de montón a amigo y enemigo,
al que gane y al que pierda?
LAERTES
Sólo a sus enemigos.
REY
¿Quieres conocerlos?
LAERTES
A sus amigos les abro los brazos
y, como el pelícano, generoso les daré
vida y alimento con mi sangre.
REY
Ahora hablas
como un buen hijo y todo un caballero.
Que soy inocente de la muerte de tu padre
y la he llorado con honda tristeza
entrará tan de lleno en tu razón
como el día en tus ojos.

Ruido dentro.

VOCES [dentro]
¡Dejadla pasar!
LAERTES
¿Eh? ¿Qué ruido es ese?

Entra OFELIA como antes.

¡Fiebre, sécame el cerebro! ¡Lágrimas amargas,
quemadme el sentido y poder de mis ojos!
Juro que tu demencia será pagada en peso
hasta que la balanza se incline de mi lado.
¡Rosa de mayo, querida doncella, hermana, Ofelia!
¡Dios! ¿Es posible que un juicio tan tierno
sea tan mortal como la vida de un anciano?
El amor nos perfecciona, y nos hace
enviar una valiosa parte nuestra
tras el ser al que amamos.
OFELIA [canta]
Su ataúd descubierto va,
ay, nony, nony, no, nony, no,
y en la tumba le lloran ya.
Adiós, mi paloma.
LAERTES
Si estuvieras en tu juicio y clamases venganza,
no conmoverías tanto.
OFELIA
Vos cantad «Do re dó», y vos «Do re fá». ¡Ah, qué bien le va el estribillo! El pérfido mayordomo raptó a la hija del amo.
LAERTES
Ese absurdo dice mucho.
OFELIA
Esto es romero, para recordar. Acuérdate, amor. Y esto pensamientos, para pensar.
LAERTES
La lección de la locura: ajusta el pensamiento y el re¬cuerdo.
OFELIA
Esto es hinojo, para vos, y aguileña. Y esto ruda, para vos; y una poca para mí. Los domingos la llamamos hierba de la gracia. ¡Ah, vos llevad la ruda por otro motivo! Esto es una margarita. Os daría violetas, pero todas se mustiaron al morir mi padre; dicen que tuvo buena muerte.
[Canta] Pues Robin el guapo es mi ilusión.
LAERTES
Pesadumbre y tristeza, dolor, el infierno,
ella los convierte en dulzura y encanto.

OFELIA [canta]
¿Y ya nunca volverá?
¿Y ya nunca volverá?
No, no, no, muerto está,
y tú muere ya,
pues él jamás volverá.

La barba, níveo blancor,
el pelo, rubio color;
Ya murió, ya murio.
¿A qué más dolor?
Acoja su alma Dios. Y todas las almas cristianas, si Dios quiere. Adiós.

Sale.

LAERTES
¿Ves esto, Dios?
REY
Laertes, debo compartir tu pena;
no me niegues mi derecho. Ahora sal
y escoge a tus amigos más juiciosos
para que oigan y arbitren entre tú y yo.
Si me creen implicado, de manera
personal o coligada, yo, en desagravio,
te daré mi reino, mi vida, mi corona
y todo lo que es mío. Mas, si no es así,
accede a dispensarme tu paciencia
y obraré en alianza con tu alma
por dejarte satisfecho.
LAERTES
Conforme. El modo
en que murió, su oscuro entierro (sin emblema,
espada, ni blasón sobre sus restos,
rito noble o ceremonia funeral);
todo esto clama tanto del cielo a la tierra
que exijo que se indague.
REY
Así se hará;
y donde haya crimen, el hacha caerá.
Te lo ruego, ven conmigo.

Salen.

IV.vi Entra HORACIO con un CRIADO.

HORACIO
¿Quiénes son los que quieren hablarme?
CRIADOS
Marineros, señor. Dicen que os traen una carta.
HORACIO
Que pasen.

[Sale el CRIADO.]

No sé quién en todo el mundo
va a escribirme, si no es el propio Hamlet.

Entran loS MARINEROS.

MARINERO 1.0
Dios os guarde, señor.
HORACIO
Igualmente.
MARINERO 1.0
Él os oiga. Señor, os traigo esta carta de parte del embajador que iba a Inglaterra, si, como me han he¬cho saber, vuestro nombre es Horacio.
HORACIO [lee]
«Horacio: Cuando hayas leído esto, haz que estos hom¬bres tengan acceso al rey. Traen carta para él. No llevá¬bamos dos días en el mar cuando un barco pirata bien armado nos dio caza. Al ser lentas nuestras velas, hubi¬mos de mostrarnos animosos, y en el choque lo abordé. Al instante se soltaron de nuestro barco, y yo quedé su solo prisionero. Me han tratado cual ladrones compasi¬vos. Pero saben lo que hacen: tengo que pagarles el favor. Que el rey lea la carta que le mando, y reúnete conmigo tan deprisa como huirías de la muerte. Te diré algo al oído que, aunque sea muy leve para el calibre del hecho, te va a dejar sin habla. Estos buenos hombres te llevarán donde estoy. Rosencrantz y Guildenstern siguen con rumbo a Inglaterra. De ellos tengo mucho que contarte. Adiós.

Siempre tuyo,
Hamlet.»

Venid, daré curso a vuestra carta
y, por cierto, a toda prisa, pues habéis
de llevarme al que os la dio.

Salen.

IV.vii Entran el REY y LAERTES.

REY
Tu conciencia debe ahora sancionar
mi absolución, y tu pecho acogerme como amigo,
pues has podido oír y comprobar
que el hombre que mató a tu noble padre
atentaba contra mí.
LAERTES
Es evidente. Mas decidme
por qué no procedisteis contra hechos
tan graves y tan ciertos de pena capital,
cuando a ello tanto os obligaban
vuestra seguridad, prudencia y más motivos.
REY
Por dos razones especiales
que, aunque a ti te parezcan harto endebles,
tienen fuerza para mí. Su madre, la reina,
le idolatra y, en lo que a mí respecta
(sea mi suerte o mi desgracia, no sé cuál),
tal es mi conjunción con ella en cuerpo y alma
que, cual astro que sólo gira dentro de su esfera,
yo fuera de ella no existo. La otra razón
para no haber hecho cargos públicos
es el cariño que las gentes le profesan:
un afecto que, sumergiendo sus delitos,
cambiaría sus culpas en virtudes
cual la fuente que transmuta en piedra la madera.
Así, mis flechas, de ingrávida vara
para viento tan fuerte, habrían regresado
a mi arco sin hacer diana.
LAERTES
Y yo me encuentro sin mi noble padre
y a mi hermana en condiciones angustiosas,
que, si elogio lo que fue, desde una cumbre
podía haber retado al mundo entero
a emular sus perfecciones. Mas ya me vengaré.
REY
Por eso no pierdas el sueño. No creas
que estoy hecho de sustancia tan inerte
que dejo que el peligro me tire de la barba
y lo tomo a simple juego. Pronto has de oír más.
Yo quería a tu padre, y me quiero a mí mismo,
y esto espero que te enseñe a imaginar...

Entra un MENSAJERO.

¿Qué pasa? ¿Hay noticias?
MENSAJERO
Señor, cartas de Hamlet.
Ésta para Vuestra Majestad, ésta para la reina.
REY
¿De Hamlet? ¿Quién las ha traído?
MENSAJERO
Señor, dicen que marineros. Yo no los vi.
Me las dio Claudio; él las recibió.
REY
Laertes, tú has de oírlo.
Déjanos.

Sale el MENSAJERO.

[Lee] «Excelsa Majestad: Sabed que, despojado, he puesto pie en vuestro reino. Mañana he de pediros licencia para presentarme ante vos y, con vuestra venia, exponeros las razones de mi pronto e insólito regreso.
Hamlet.»
¿Qué significa esto? ¿Han vuelto los demás?
¿O es alguna trampa y todo es falso?
LAERTES
¿Conocéis la letra?
REY
Es la de Hamlet. «Despojado.»
Y en posdata dice «solo». ¿Te lo explicas?
LAERTES
Señor, no entiendo nada. Pero que venga.
Alivia la dolencia de mi pecho
pensar que viviré para decirle a la cara:
«¡Así mataste!»
REY
Laertes, en tal caso (y parece extraño, pero cierto),
¿dejarás que yo te guíe?
LAERTES
Sí, mientras no me desviéis hacia la paz.
REY
Hacia tu paz. Si ahora ha regresado
tras cortar su travesía y no piensa
reemprenderla, le induciré
a un encuentro cuya trama está madura
y en el cual sin remedio ha de caer.
Por su muerte no habrá un hálito de culpa:
ni su madre advertirá la maña
y la creerá un accidente. Hace unos dos meses
estuvo aquí un caballero normando.
Yo he visto a los franceses, he luchado contra ellos,
y son diestros a caballo, pero este valiente
tenía magia. Clavado a la silla,
conseguía del animal tales prodigios
cual si fuese un solo cuerpo con la bestia
y de su especie por mitad. Tanto rebasaba
mi inventiva que yo, imaginando piruetas,
quedaba atrás de las suyas.
LAERTES
¿Normando decíais?
REY
Normando.
LAERTES
Seguro que Lamord.
REY
El mismo.
LAERTES
Le conozco bien. Es la gala y la gema de su tierra.
REY
Dio testimonio de ti
y alabó de tal modo tu destreza
en el arte y ejercicio de la esgrima,
sobre todo tu dominio del estoque,
que exclamó: «¡Qué espectáculo sería
si él tuviera un rival!» Este elogio
envenenó de envidia a Hamlet, a tal punto
que no hacía sino pedir y desear
tu rápido regreso por luchar contra ti.
De todo esto...
LAERTES
De todo esto, ¿qué, señor?
REY
Laertes, ¿no querías a tu padre?
¿O eres como imagen del dolor,
como un rostro sin alma?
LAERTES
¿Por qué lo preguntáis?
REY
No es que crea que no querías a tu padre;
es que sé que el amor está sujeto al tiempo
y veo, pues lo prueba la experiencia,
que el tiempo le resta su fuego y ardor.
Hamlet regresa. ¿A qué estarías dispuesto
por mostrar, más en hechos que en palabras,
que eres digno de tu padre?
LAERTES
A degollarlo en la iglesia.
REY
Ni al crimen debe darse refugio en sagrado,
ni poner freno a la venganza. Mas, buen Laertes,
si piensas actuar, permanece en tu aposento.
Hamlet sabrá que has regresado.
Haré que algunos elogien tu excelencia
y den doble barniz al gran renombre
que el francés te dispensó, os junten finalmente
y arreglen las apuestas sobre ambos.
El, como es despreocupado, noble e incapaz
de estratagemas, no mirará las armas; así,
con sutileza de manos, te será fácil
escoger una espada con punta
y, de una artera estocada, desquitarte.
LAERTES
Lo haré; y a ese fin
untaré mi espada de veneno.
Le compré un ungüento a un charlatán,
tan mortal que un cuchillo en él mojado
donde hiere no hay emplasto milagroso
compuesto con las hierbas mas energicas
del mundo que salve de la muerte
a quien sólo haya arañado. Pondré el veneno
en la punta y bastará con que le roce
para que sea su muerte.
REY
Lo estudiaremos. Pondera
qué momento y qué medios favorecen
nuestro objeto. Si éste fracasara
y nuestra mala actuación mostrase el plan,
más valdría no intentarlo. Por tanto, a tu proyecto
hay que añadirle otro de reserva
por si fuera a malograrse. Espera, a ver.
Haré una apuesta solemne por vuestra maestría.
Eso es. Cuando el esfuerzo os dé calor y sed
(y habrás de hacer más violentos los asaltos),
y él pida de beber, le tendré preparada
una copa a propósito; con que la sorba,
aunque escape a tu golpe envenenado,
nuestro plan se habrá cumplido.

Entra la REINA.

¿Qué hay, querida esposa?

REINA
Una pena le pisa los talones a la otra;
tan rápido se siguen. Laertes, tu hermana se ha ahogado
LAERTES
¿Ahogado? ¿Dónde?
REINA
Sobre un arroyo, inclinado crece un sauce
que muestra su pálido verdor en el cristal.
Con sus ramas hizo ella coronas caprichosas
de ranúnculos, ortigas, margaritas, y orquídeas
a las que el llano pastor da un nombre grosero
y las jóvenes castas llaman «dedos de difunto».
Estaba trepando para colgar las guirnaldas
en las ramas pendientes, cuando un pérfido mimbre
cedió y los aros de flores cayeron con ella
al río lloroso. Sus ropas se extendieron,
llevándola a flote como una sirena;
ella, mientras tanto, cantaba fragmentos
de viejas tonadas como ajena a su trance
o cual si fuera un ser nacido y dotado
para ese elemento. Pero sus vestidos,
cargados de agua, no tardaron mucho
en arrastrar a la pobre con sus melodías
a un fango de muerte.
LAERTES
Ah, así que está ahogada.
REINA
Ahogada, ahogada.
LAERTES
Pobre Ofelia, bastante agua has tenido:
me prohibo llorar. Y sin embargo,
es humano; se impone la naturaleza,
aunque sea vergonzoso. Cuando cese mi llanto,
ya no habrá mujer. Adiós, señor.
Tengo palabras de fuego queriendo encenderse,
pero este desliz las apaga.

Sale.

REY
Sigámosle, Gertrudis.
Mucho me ha costado aplacar su ira,
y ahora me temo que vuelve a empezar.
Sigámosle.

Salen.

V.i Entran dos RÚSTICOS [el ENTERRADOR y su COM¬PAÑERO].

ENTERRADOR
¿Se va a dar cristiana sepultura a la que conscientemen¬te buscó su salvación?
COMPAÑERO
Te digo que sí, conque cava ya la fosa. El juez ha visto el caso y dice que cristiana.
ENTERRADOR
¿Cómo es posible si no se ahogó en defensa propia?
COMPAÑERO
Pues eso ha decidido.
ENTERRADOR
Entonces habrá sido se offendendo; no pudo ser otra cosa. La cuestión es esta: si yo me ahogo a sabiendas, esto arguye un acto; un acto tiene tres ramas: hacer, obrar, realizar. Ergu ella se ahogó a sabiendas.
COMPAÑERO
Escucha, señor cavador...
ENTERRADOR
Perdona. Aquí está el agua: bien. Aquí, el hombre: bien. Si el hombre va al agua y se ahoga, quieras que no, es él quien se va. ¿Te fijas? Pero si el agua viene a él y le ahoga, él no se ahoga a sí mismo. Ergu quien no es culpable de su muerte no pudo acortar su vida.
COMPAÑERO
¿Esa es la ley?
ENTERRADOR
¡Pues claro! La ley que lo investiga.
COMPAÑERO
¿Quieres saber la verdad? Sí no es una señora, no le dan cristiana sepultura.

ENTERRADOR
Exacto. Y es una pena que los grandes tengan más derecho a ahogarse o colgarse que sus hermanos cris¬tianos. ¡Venga, la pala! En la antigüedad no había más señores que los jardineros, cavadores y sepultureros. Tenían el oficio de Adán.
COMPAÑERO
¿Adán fue caballero?
ENTERRADOR
El primero en armarse.
COMPAÑERO
¡Pero si no tenía armas!
ENTERRADOR
¿Tú es que eres pagano? ¿No dice la Biblia que Adán tuvo que labrar la Tierra? Luego se armó de paciencia. Voy a hacerte otra pregunta. Si no la contestas, confe-sión y...
COMPAÑERO
Venga.
ENTERRADOR
Albañil, calafate o carpintero: ¿Quién construye más fuerte que los tres?
COMPAÑERO
El que hace la horca: el armazón sobrevive a mil ocu¬pantes.
ENTERRADOR
Eso me ha gustado, de veras. Lo de la horca está bien. Pero, ¿para quién? Está bien para los que hacen mal. Entonces está mal decir que una horca es más fuerte que una iglesia; ergu la horca estará bien para ti. Otra vez, venga.
COMPAÑERO
¿Que quién construye más fuerte que albañil, calafate o carpintero?
ENTERRADOR
Vamos, dilo y a correr.
COMPAÑERO
¡Ya lo tengo!
ENTERRADOR
Venga.
COMPAÑERO
¡Dios, no lo sé!

Entran HAMLET y HORACIO a distancia.

ENTERRADOR
No te devanes los sesos, que, por más que le pegues, tu burro no irá más rápido. Cuando te vengan con esa pregunta, tú di que el sepulturero, porque las casas que hace duran hasta el Día del Juicio. Vamos, corre a la taberna y tráeme una jarra de aguardiente.

[Sale el COMPAÑERO.]

[Canta] De joven yo amé, amé;
me pareció muy grato
menguar mis anos con placer;
igual no lo había probado
HAMLET
¿Es que este hombre no tiene sentido de su oficio, que cava tumbas cantando?
HORACIO
Con la costumbre se vuelve una cuestión de indife¬rencia.
HAMLET
Cierto. La mano que poco labra tiene el sentido más fino.
ENTERRADOR [canta]
Mas con sigilo la vejez
ha hecho presa en mí
y me transporta a la región
como al que no ha gozado así.

Arroja una calavera.

HAMLET
Esa calavera tenía lengua y podía cantar. Este bribón la estrella contra el suelo como si fuera la quijada de Caín, que cometió el primer crimen. Tal vez fuese la cabeza de un político, ahora avasallado por un asno, capaz de engañar a Dios, ¿no crees?
HORACIO
Tal vez, señor.
HAMLET
O la de un cortesano, que diría: «Buenos días, mi señor. ¿Cómo estáis, mi buen señor?» Sería el señor don Tal, que elogiaba el caballo del señor don Cual cuando pen¬saba pedírselo, ¿verdad?
HORACIO
Sí, mi señor.
HAMLET
Pues claro, y ahora es de don Gusano, sin mandíbulas y con la crisma sacudida por el sepulturero. Bonita transmutación, si supiéramos verla. ¿Tan fácil ha sido crear estos huesos que ahora sólo sirven para jugar a los bolos? Los míos me duelen de pensarlo.
ENTERRADOR [canta]
Un pico y una pala, pal,
envuelto en un sudario,
y un hoyo para huésped tal
será lo necesario.

[Arroja otra calavera.]

HAMLET
Otra más. ¿No podría ser la de un abogado? ¿Dónde están ahora sus argucias, sus distingos, sus pleitos, sus títulos, sus mañas? ¿Cómo deja que este bruto le sacuda el cráneo con una pala sucia sin denunciarle por agre¬sión? ¡Mmm ... ! Tal vez fuese en vida un gran compra¬dor de tierras, con sus gravámenes, conocimientos, transmisiones, fianzas dobles, demandas. ¿Transmitió sus transmisiones y demandó sus demandas para acabar con esta tierra en la cabeza? ¿Le negarán garantía sus garantes, aun siendo dos, para una compra que no excede el tamaño de un contrato? Todas sus escrituras apenas caben en este hueco. ¿No tiene derecho a más el hacendado?
HORACIO
Ni a una pizca más, señor.
HAMLET
Los pergaminos, ¿no son de piel de carnero?
HORACIO
Sí, Alteza, y de becerro.
HAMLET
Carnero y becerro ha de ser quien crea que aseguran algo. Hablaré con este hombre. Tú, ¿de quién es esta fosa?
ENTERRADOR
Mía, señor.
[Canta] ... y un hoyo para huésped tal
será lo necesario.
HAMLET
Será tuya porque te has metido dentro.
ENTERRADOR
Y como vos estáis fuera, no es vuestra. Yo en esto no me he metido, pero es mía.
HAMLET
Te has metido y has mentido diciendo que es tuya. Es para un muerto, no para un vivo; así que has mentido.
ENTERRADOR
Señor, es una mentira viva y ahora vuelve con vos.
HAMLET
¿Para qué hombre la cavas?
ENTERRADOR
Para ningún hombre, señor.
HAMLET
¿Para qué mujer?
ENTERRADOR
Para ninguna, tampoco.
HAMLET
Pues, ¿a quién van a enterrar?
ENTERRADOR
A una que fue mujer, pero, que en paz descanse, está muerta.
HAMLET
¡Qué rotundo es el granuja! Como no hilemos delgado nos matarán los equívocos. De veras, Horacio; lo he notado en los últimos tres años: nos hemos vuelto tan finos que hasta el más palurdo le pisa el talón al corte¬sano y le roza el sabañón. ¿Desde cuándo eres se¬pulturero?
ENTERRADOR
De todos los días del año, desde aquel en que nuestro difunto rey Hamlet venció a Fortinbrás.
HAMLET
Y de eso, ¿cuánto hace?
ENTERRADOR
¿No lo sabéis? ¡Si hasta los tontos lo sabenl Fue el día en que nació el joven Hamlet, el que estaba loco y mandaron a Inglaterra.
HAMLET
Sí, claro. ¿Y por qué le mandaron a Inglaterra?
ENTERRADOR
Pues porque estaba loco. Allí recobrará el juicio y, si no, poco importa.
HAMLET
¿Por qué?
ENTERRADOR
No se lo notarán: allí todos están igual de locos.
HAMLET
¿Cómo se volvió loco?
ENTERRADOR
De un modo extraño.
HAMLET
¿Cómo «extraño»?
ENTERRADOR
Vaya, pues perdiendo el juicio.
HAMLET
¿De dónde salió su locura?
ENTERRADOR
Pues de aquí, de Dinamarca. Mozo y hombre, yo llevo aquí de sepulturero treinta años.
HAMLET
¿Cuánto tarda en pudrirse un muerto enterrado?
ENTERRADOR
Bueno, si no se ha podrido antes de morir (pues hoy en día nos traen muchos venéreos que apenas se pueden enterrar), os puede durar unos ocho o nueve años. Un
curtidor os dura nueve años.
HAMLET
¿Y él por qué más que otros?
ENTERRADOR
Pues, señor, porque tiene la piel tan curtida que el agua no la atraviesa en mucho tiempo, y el agua descompone bien a todo puto cadáver. Aquí hay una calavera; lleva enterrada veintitrés años.
HAMLET
¿De quién es?
ENTERRADOR
De un puto chiflado. ¿Quién creéis que era?
HAMLET
No lo sé.
ENTERRADOR
¡Mala peste de loco! Un día me vació en la cabeza una jarra de vino del Rin. Esta calavera, señor, es la de Yorick, el bufón del rey.
HAMLET
¿Ésta?
ENTERRADOR
La misma.
HAMLET
Deja que la vea. ¡Ay, pobre Yorick! Yo le conocía, Horacio: tenía un humor incansable, una agudeza asombrosa. Me llevó a cuestas mil veces. Y ahora, ¡cómo me repugna imaginarlo! Me revuelve el estóma¬go. Aquí colgaban los labios que besé infinitas veces. Y ahora, ¿dónde están tus pullas, tus brincos, tus cancio¬nes, esas ocurrencias que hacían estallar de risa a toda la mesa? ¿Ya no tienes quien se ría de tus muecas? ¿Estás encogido? Vete a la estancia de tu señora y dile que, por más que se embadurne, acabará con esta cara. Hazla reír con esto. Horacio, dime una cosa.
HORACIO
Sí, mi señor.
HAMLET
¿Tú crees que Alejandro tenía este aspecto bajo tierra?
HORACIO
El mismo.
HAMLET
¿Y olía así? ¡Uf!
HORACIO
Igual, señor.
HAMLET
¡En qué bajos usos podemos caer, Horacio! ¿No podría la imaginacion rastrear el noble polvo de Alejandro y encontrarlo taponando un barril?
HORACIO
Sería una busca demasiado rebuscada.
HAMLET
No, nada de eso; habría que seguirle con mesura lleva¬dos de lo probable. Es decir: Alejandro murió, Alejan¬dro fue enterrado, Alejandro se convirtió en polvo. El polvo es tierra, con la tierra se hace el barro, y con el barro en que se convirtió, ¿por qué no se puede tapar un barril de cerveza?
Muerto y hecho barro, el imperial César
rellena un boquete y el aire intercepta.
¡Ah, que aquella tierra que al mundo arredró
tape una pared y corte un ventarrón!
Pero, alto. Apartémonos: se acerca el rey,
la reina, cortesanos.

Entran, siguiendo un féretro, el REY, la REINA, LAERTES, otros CORTESANOS y un SACERDOTE.

¿A quién siguen? ¿Por qué un rito tan menguado? Eso indica que el difunto al que siguen, temerario se quitó su propia vida. Y era de alto rango. Vamos a escondernos y mirar.
LAERTES
¿Qué más ceremonias?
HAMLET
Este es Laertes, un joven noble. Atiende.
LAERTES
¿Qué más ceremonias?
SACERDOTE
Sus exequias las hemos extendido
hasta el límite aprobado. Su muerte fue dudosa;
de no haberlo impedido una orden superior,
yacería en lugar no consagrado
hasta el Día del Juicio. En vez de plegarias, l
e habrían arrojado cascotes, guijas y piedras.
Pero aquí se le permiten ritos virginales,
flores de doncella y entierro en sagrado
con toque de campana y funeral.
LAERTES
¿Sin hacer nada más?
SACERDOTE
Nada más. Profanaríamos el oficio de difuntos
entonando un solemne responso y rezándole
como a las almas que mueren en paz.
LAERTES
Dadle sepultura
y que broten violetas de su carne
pura y sin mancha. Cruel sacerdote, yo te digo
que mi hermana será un ángel providente
cuando tú estés aullando en el averno.
HAMLET
¿Cómo? ¿La bella Ofelia?
REINA [esparciendo flores]
Flores a esta flor. Adiós.
Confiaba en que serías la esposa de mi Hamlet.
Querida niña, creí que iba a engalanar
tu lecho de bodas, no tu sepultura.
LAERTES
¡Ah, que un triple dolor
diez veces triplicado caiga sobre ese maldito
cuyo crimen te privó de tu excelsa cordura! –
Esperad, no la sepultéis hasta que yo
la tenga una vez más entre mis brazos.

Salta a la fosa.

¡Apilad ahora tierra sobre vivos y muertos
hasta hacer de este llano una montaña
que descuelle sobre el monte Pelión
o la cumbre celeste del Olimpo!
HAMLET [adelantándose]
¿Quién es este
que vocea su dolor con tanto ímpetu
y hechiza a los planetas con su angustia,
dejándolos suspensos como a oyentes asombrados?
Aquí está Hamlet de Dinamarca.

Salta dentro tras LAERTES.

LAERTES
¡Que el diablo te lleve!
HAMLET
¡Qué mal rezas!
Quítame esos dedos de la garganta,
pues, aunque no soy impulsivo ni colérico,
en mí hay algo peligroso
que más te vale temer. ¡Quítame esa mano!
REY
¡Separadlos!
REINA
¡Hamlet, Hamlet!
TODOS [LOS CORTESANOS ]
¡Señores!
HORACIO
Calmaos, Alteza.
HAMLET
Por esta causa lucharé con él
hasta que mis párpados dejen de moverse.
REINA
¿Qué causa, hijo mío?
HAMLET
Yo quería a Ofelia. Ni todo el amor
de veinte mil hermanos juntos sumaría
la medida del mío. ¿Qué piensas hacer por ella?
REY
¡Ah, está loco, Laertes!
REINA
¡Por el amor de Dios, no le oigas!
HAMLET
¡Voto a ... ! Dime lo que harás.
¿Piensas llorar, luchar, ayunar, desgarrarte?
¿O beber vinagre, comerte un cocodrilo?
Yo también. ¿Has venido aquí a lloriquear,
a rebajarme tirándote a la fosa?
Si te entierras con ella, yo también.
Y si hablas de montañas, que nos echen encima
fanegas a millones hasta que la tierra
se queme la cabeza en el círculo solar
y el Osa parezca una verruga. Si voceas,
yo hablaré tan hinchado como tú.
REY
Esto es pura demencia;
el acceso no puede durarle mucho tiempo.
Muy pronto estará manso como una paloma
al salir del cascarón sus doradas parejas
y se hundirá en el silencio.
HAMLET
Oídme bien. ¿Por qué me tratáis así?
Yo siempre os aprecié. Pero no importa.
Que Hércules haga lo que se le antoje;
el gato maúlla y el perro se impone.

Sale.

REY
Acompáñale, Horacio, te lo ruego.

Sale HORACIO.

Lo que hablamos anoche debe darte paciencia;
lo pondremos por obra de inmediato.
Gertrudis, haz que vigilen a tu hijo.
Esta tumba tendrá su perenne monumento.
Muy pronto veremos la hora tranquila;
mientras, la paciencia será nuestra guía.

Salen.

V.ii Entran HAMLET y HORACIO.

HAMLET
De eso nada más. En cuanto al resto, veamos.
¿Te acuerdas de todo mi relato?
HORACIO
¡Cómo no acordarme, señor!
HAMLET
Había en mi alma una especie de lucha
que me tenía despierto. Me sentí peor
que un amotinado en los grilletes.
En un rapto... Benditos los arrebatos:
admitamos que a veces el impulso
nos es más útil que el cálculo, lo que nos muestra
que hay una divinidad que modela nuestros fines,
cualquiera que haya sido nuestro esbozo.
HORACIO
Así es.
HAMLET
Salí del camarote y, envuelto
en mi tabardo marinero, anduve
a tientas en las sombras hasta hallarlos
les quité los documentos y volví
finalmente al camarote, permitiéndome
abrir el real comunicado, mis temores
venciendo mis modales. Horacio, en él leí
(¡ah, regia canallada!) la orden expresa,
guarnecida de razones muy variadas
sobre el bien de Dinamarca e Inglaterra,
con, ¡ah!, todos los duendes que me hacen peligroso,
de que, a su lectura y en el acto,
sin esperar a que afilasen el hacha,
me cortaran la cabeza.
HORACIO
¡No es posible!
HAMLET
Aquí está el comunicado. Léelo sin prisa.
¿Quieres saber cómo procedí?
HORACIO
Os lo ruego.
HAMLET V
Véndome atrapado por infames
(antes que le diera un resumen al cerebro,
él ya veía la acción), me senté, proyecté
una nueva orden, la escribí con buena letra.
Al igual que los políticos, yo antes
menospreciaba la caligrafía
y me esforcé en olvidarla, pero ahora
me ha prestado un fiel servicio.
¿Te digo el contenido de la orden?
HORACIO
Sí, Alteza.
HAMLET
Fue un ruego muy solemne de parte del rey:
Puesto que Inglaterra ha sido su leal tributaria
y sus lazos deben florecer cual la palmera,
puesto que la paz debe llevar siempre
su guirnalda de espigas y unirlos en su afecto,
con otros muchos «puestos» bien colmados,
que, a la vista y lectura del escrito,
sin debate y cumpliéndolo a la letra,
se dé a sus portadores la muerte inmediata
sin lugar a confesión.
HORACIO
¿Y cómo lo sellasteis?
HAMLET
Hasta en eso fue el cielo providente:
llevaba en la bolsa el anillo de mi padre,
cuyo sello es idéntico al del rey;
doblé el escrito a la manera del otro,
lo firmé, sellé y reemplacé sin que nadie
advirtiera ningún cambio. Al otro día
fue el combate naval; lo que sigue
ya lo sabes.
HORACIO
Y Guildenstern y Rosencrantz fueron a su muerte
HAMLET
¡Pero si estaban prendados de su oficio!
No me rozan la conciencia. Su caída
resulta de su propia intromisión.
El inferior corre peligro atravesándose
entre los fieros golpes y estocadas
de rivales poderosos.
HORACIO
¡Qué rey es este!
HAMLET
¿No crees que ya es mi turno?
Mata a mi padre, prostituye a mi madre,
se mete entre la elección y mi esperanza
y a mi propia vida le echa el anzuelo
con toda esa maña. ¿No sería de conciencia
pagarle con mi brazo? ¿Y no sería condenarse
permitir que esta úlcera se extienda
y siga corrompiendo?
HORACIO
Tendrá pronto noticias de Inglaterra
informándole de todo lo ocurrido.
HAMLET
Muy pronto. Pero el intervalo es mío.
Una vida no dura más que decir «uno».
Pero me ha dolido mucho, buen Horacio,
haberme propasado con Laertes,
pues en el rostro de mi causa puedo ver
el reflejo de la suya. Me ganaré su favor.
Sin embargo, sus alardes de angustia
dispararon mi arrebato.
HORACIO
¡Chsss! ¿Quién viene?

Entra el joven OSRIC.

OSRIC
Alteza, sed muy bienvenido a Dinamarca.
HAMLET
Con humildad os lo agradezco. ¿Conoces a esta li¬bélula?
HORACIO
No, mi señor.
HAMLET
Más gracia para tu alma, que conocerle es pecado. Posee tierras, muchas y fértiles. Con que un animal sea dueño de animales, ya tiene el pesebre en la mesa del rey. Este es un rústico, pero, como digo, con grandes extensiones de estiércol.
OSRIC
Mi querido señor, si vuestra gentileza se hallara ociosa, os transmitiría un mensaje de Su Majestad.
HAMLET
Señor, le prestaré oídos con toda entrega de espí¬ritu. Dadle a vuestro gorro el uso debido: es para la cabeza.
OSRIC
Gracias, Alteza. Hace mucho calor.
HAMLET
No, creedme: hace mucho frío. El viento es del norte.
OSRIC
En efecto, señor; hace bastante frío.
HAMLET
Para mi complexión hace un calor sofocante.
OSRIC
Sobre manera, Alteza. Hace mucho bochorno, como quien dice... ¿Cómo decirlo? Pero, señor, Su Majestad me manda participaros que ha hecho una gran apuesta en favor vuestro. Señor, se trata de...
HAMLET
Acordaos de cubriros.
OSRIC
No, mi buen señor, de veras; por respeto. Alteza, no ignoráis la excelencia de Laertes con su arma.
HAMLET
¿Y cuál es?
OSRIC
Estoque y daga.
HAMLET
Son dos armas. Pero, en fin...
OSRIC
Señor, el rey ha apostado seis corceles berberiscos, a los cuales, según creo, Laertes ha contrapuesto seis esto¬ques y puñales franceses con todos sus adherentes, tales como el cinto, los tahalíes, etcétera. En verdad, tres de las portaderas son muy gratas al gusto, muy acordes con la empuñadura, un auténtico primor y de extrema¬da fantasía.
HAMLET
¿A qué llamáis «portaderas»?
ORISC
Señor, las portaderas son las correas.
HAMLET
El término sería más propio si pudiéramos ceñirnos un cañón. Entre tanto, llámense correas. Mas sigamos. Seis caballos berberiscos contra seis espadas francesas, con sus adherentes y tres portaderas de extremada fantasía. Es la apuesta francesa contra la danesa. ¿Por qué se ha «contrapuesto», como vos decís?
OSRIC
Señor, el rey ha apostado que en doce asaltos entre vos y Laertes, él no os ganará por más de tres. Laertes ha apostado por nueve de los doce. Podría ponerse a prueba de inmediato si Vuestra Alteza se dignase res¬ponder.
HAMLET
¿Y si respondo que no?
OSRIC
Señor, quiero decir si accedierais a enfrentaros.
HAMLET
Señor, pasearé por este salón. Si le place a Su Majestad, es mi hora de ejercicios. Si traen las armas, y está dispuesto el caballero, y el rey mantiene su apuesta, haré que gane si puedo. Si no, me ganaré la deshonra y los golpes en cuestión.
OSRIC.
¿Transmito así vuestra respuesta?
HAMLET
En tal sentido, señor, con los floreos que os dicte vues¬tro estilo.
OSRIC
Me recomiendo con lealtad a Vuestra Alteza.
HAMLET
Todo vuestro.

Sale OSRIC.

Hace bien en recomendarse, pues nadie lo hará por él.
HORACIO
Este chorlito se va con el cascarón en la cabeza.
HAMLET
Le hacía ceremonias a la teta antes de mamar. Éste y otros muchos de su cuerda, que tanto cautivan a nues¬tro frívolo mundo, sólo han pescado la jerga de moda y las fórmulas externas: un surtido de pamemas que los saca adelante entre las mentes más cultas; pero prueba a soplarles y les revientas las pompas.
HORACIO
Perderéis este encuentro, señor.
HAMLET
No lo creo. Desde que él marchó a Francia, no he dejado de practicar, y con tal apuesta ganaré. Aunque no te imaginas el malestar que siento. Pero no importa.
HORACIO
¿Qué es, señor?
HAMLET
Una tontería; uno de esos presentimientos que turba¬rían a una mujer
HORACIO
Si vuestro ánimo está inquieto, obedecedlo. Haré que no vengan y diré que no estáis listo.
HAMLET
Nada de eso; los augurios se rechazan. Hay singular providencia en la caída de un pájaro. Si viene ahora, no vendrá luego. Si no viene luego, vendrá ahora. Si no viene ahora, vendrá un día. Todo es estar preparado. Como nadie sabe nada de lo que deja, ¿qué importa dejarlo antes? Ya basta.

Entran el REY, la REINA, LAERTES, corte¬sanos, [OSRIC] y acompañamiento con trompetas, tambores, cojines, espadas de es¬grima y manoplas, una mesa con jarras de vino.

REY
Ven, Hamlet; ven y toma esta mano.

[Pone la mano de LAERTES en la de HAMLET.]
HAMLET
Perdonadme, señor. Os he agraviado.
Perdonad como caballero. Los presentes
bien saben y a vos de cierto os han dicho
que estoy aquejado de un grave trastorno.
Si rudamente he provocado
vuestros sentimientos, honor y disgusto,
aquí proclamo que ha sido locura.
¿Fue Hamlet quien hirió a Laertes? Jamás.
Si Hamlet ha salido de sí
y, no siendo él mismo, agravia a Laertes,
no es Hamlet quien obra; Hamlet lo niega.
Entonces, ¿quién obra? Su locura. Si es así,
Hamlet es también de la parte agraviada
y la locura es su cruel enemiga.
Señor, ante esta asamblea:
que mi negación de un mal pretendido
me absuelva en vuestro noble pensamiento,
como si mi flecha, volando por encima
de la casa, hubiera herido a mi hermano.
LAERTES
Lo admito en mis sentimientos,
que son los que más deberían moverme
a la venganza. Respecto a mi honor
me reservo, y no deseo reconciliarme
hasta que voces de probada autoridad
emitan juicio y precedente de concordia
y mi buen nombre salga intacto. Hasta entonces
acojo como afecto el afecto declarado
y no lo menosprecio.
HAMLET
Lo acepto muy gustoso, y lucharé
abiertamente en este encuentro fraternal. –
Traed las espadas, vamos.
LAERTES
Venga, una para mí.
HAMLET
Laertes, os daré realce. Mi torpeza
hará que vuestro arte brille tanto
como un astro en la noche más oscura.
LAERTES
Os burláis, señor.
HAMLET
No, os lo juro.
REY
Dales las espadas, joven Osric. Hamlet,
¿conoces la apuesta?
HAMLET
Perfectamente, señor.
Vuestra Majestad ha apostado por el débil.
REY
No me inquieta; os he visto a ambos.
Mas, como él es un maestro, se te ha dado ventaja.
LAERTES
Ésta es muy pesada. A ver otra.
HAMLET
Ésta me gusta. ¿Son todas del mismo largo?
OSRIC
Sí, Alteza.

Se disponen a luchar.

REY
Poned las jarras de vino en esa mesa.
Si Hamlet da el primer golpe o el segundo,
o se desquita en el tercer asalto,
que en todas las almenas disparen los cañones.
El rey beberá por el vigor de Hamlet
y en la copa echará una perla más valiosa
que la que cuatro reyes sucesivos
en la corona danesa portaron.
Dadme las copas; el timbal hablará a la trompeta,
la trompeta al cañón de la muralla,
el cañón al cielo y el cielo a la tierra, diciendo:
«El rey bebe ahora por Hamlet.» Empezad.
Jueces, vosotros siempre vigilantes.
HAMLET
Vamos.
LAERTES
Vamos, señor.

Luchan.

HAMLET
¡Uno!
LAERTES
¡No!
HAMLET
¿Jueces?
OSRIC
Un punto, un punto muy claro.
LAERTES
Bien, sigamos.
REY
Alto. Traed el vino. Hamlet, tuya es esta perla.
Bebo a tu salud.

Suenan tambores y trompetas, y disparan una salva.

Dadle la copa.
HAMLET
Primero, este asalto. Dejadla a un lado.
Vamos.

Vuelven a luchar.

Otro punto. ¿Qué decís?
LAERTES
Otro punto, lo confieso.
REY
Ganará nuestro hijo.
REINA
Está sudando y sin aliento.
Hamlet, toma mi pañuelo, sécate la frente.
La reina bebe por tu suerte, Hamlet.
HAMLET
Gracias, madre.
REY
Gertrudis, no bebas.
REINA
Quiero beber, esposo; con permiso.

Bebe [y ofrece la copa a HAMLET].

REY [aparte]
Es la copa envenenada. Ya es tarde.
HAMLET
Aún no me atrevo, señora. Beberé luego.
REINA
Ven, deja que te seque la cara.
LAERTES
Majestad, esta vez le toco.
REY
No lo creo.
LAERTES [aparte]
Esto va casi contra mi conciencia.
HAMLET
Vamos al tercero, Laertes. No dais en serio.
Os lo ruego, atacad con más ardor.
Temo ser vuestro juguete.
LAERTES
¿Eso creéis? Vamos.

Luchan.

OSRIC
Ningún punto para nadie.
LAERTES
¡En guardia!.

Hiere a HAMLET. Hay un forcejeo y se cambian los estoques. HAMLET hiere a LAERTES.

REY
¡Separadlos! Están furiosos.
HAMLET
No, sigamos.

Cae la REINA.

OSRIC
¡Atended a la reina!
HORACIO
Sangran ambos. ¿Cómo estáis, Alteza?
OSRIC
¿Cómo estáis, Laertes?
LAERTES
Como pajaro cogido en mi trampa, Osric.
Mi propia traicion me da justa muerte.
HAMLET
¿Cómo está la reina?

REY
Se ha desmayado al verlos sangrar.
REINA
¡No, no, el vino, el vino! ¡Ah, mi buen Hamlet!
¡El vino, el vino! ¡Me ha envenenado!

Muere.

HAMLET
¡Ah, infamia! ¡Que cierren la puerta!
¡Traición! ¡Descubridla!

[Sale OSRIC.]

LAERTES
Está aquí, Hamlet. Hamlet, estás muerto.
No hay medicina que pueda salvarte.
No te queda ni media hora de vida.
El arma traidora está en tu mano,
con punta y envenenada. La vileza
se ha vuelto contra mí. Mira: yo,
caído para siempre, y tu madre, envenenada.
No puedo más. ¡El rey, el rey es el cuípable!
HAMLET
¿Con punta y envenenada? ¡Pues a lo tuyo, veneno!

Hiere al REY.

TODOS [LOS CORTESANOS]
¡Traición, traición!
REY
¡Amigos, defendedme! Sólo estoy herido.
HAMLET
¡Toma, maldito danés, criminal, incestuoso!
¡Bébete la pócima!

[Obliga a beber al REY.]

¿Está ahí tu perla? Sigue a mi madre.

Muere el REY.

LAERTES
Recibió su merecido:
es veneno que él mismo preparó.
Perdonémonos, mi noble Hamlet.
¡No caigan sobre ti mi muerte ni la de mi padre,
ni la tuya sobre mí!

Muere.

HAMLET
El ciclo te absuelva. Voy a seguirte.
Me muero, Horacio. ¡Adiós, pobre reina!
Vosotros, que palidecéis y tembláis
ante esta desdicha, comparsas o testigos
mudos de esta obra, si me quedara tiempo
(pues el esbirro de la muerte siempre arresta),
ah, os contaría... Ya basta. Horacio, me muero;
tú vives: relata mi historia y mi causa
a cuantos las ignoran.
HORACIO
Nada de eso.
Más que danés soy antiguo romano.
Aún queda bebida.
HAMLET
Como hombre que eres,
dame esa copa. ¡Suéltala! ¡Por Dios, dámelal
¡Ah, buen Horacio! Si todo queda oculto,
¡qué nombre tan manchado dejaré!
Si por mí sentiste algún cariño,
abstente de la dicha por un tiempo
y vive con dolor en el cruel mundo
para contar mi historia.

Marcha a lo lejos y cañonazo.

¿Qué es ese ruido de guerra?

Entra OSRIC.

OSRIC.
El joven Fortinbrás, de vuelta victoriosa
de Polonia, dispara esta salva marcial
en honor de los embajadores de Inglaterra.
HAMLET
¡Ah, ya muero, Horacio!
El fuerte veneno señorea mi ánimo.
No viviré para oír las nuevas de Inglaterra,
pero adivino que será elegido rey
Fortinbrás. Le doy mi voto agonizante.
Díselo, junto con todos los sucesos
que me han llevado... El resto es silencio.

[Lanza un hondo suspiro y ] muere.

HORACIO
Ha estallado un noble pecho. Buenas noches,
buen príncipe; que cánticos de ángeles
te lleven al reposo. ¿Por qué vienen los tambores?

Entran FORTINBRÁS y los EMBAJADORES de Inglaterra, con tambores, estandartes y acompañamiento.

FORTINBRÁS
¿Dónde está la escena?
HORACIO
¿Qué queréis ver? Si es algo
de asombro o dolor, cese vuestra busca.
FORTINBRÁS
Esta sangre pregona matanza. Muerte altiva,
¿qué festín preparas en tu celda infernal,
que con tal violencia hieres a la vez
a tantos príncipes?
EMBAJADOR
El cuadro es angustioso y nuestra embajada de Inglaterra llega tarde.
Sordos están los oídos que nos deben
dar audiencia, pues su orden fue cumplida
y Rosencrantz y Guildenstern han muerto.
¿Quién nos dará las gracias?
HORACIO
Su boca, no, aunque en ella
hubiera vida para agradecéroslo;
él nunca dio la orden de matarlos.
Mas, puesto que llegáis en hora tan sangrienta,
vos, de la guerra con Polonia, y vos,
de Inglaterra, disponed que los cadáveres
sean expuestos en alto a la vista de todos
y permitid que cuente al mundo, pues lo ignora,
todo cuanto sucedió. De este modo sabréis
de actos lascivos, sangrientos e inhumanos,
castigos fortuitos, muertes casuales
y otras que se deben a engaños y artificios;
y, por último, de intrigas malogradas
vueltas contra sus autores. Todo esto
fielmente os contaré.
FORTINBRÁS
Apresurémonos a oírlo,
y que esté presente toda la nobleza.
En cuanto a mí, acojo mi destino con dolor.
Sobre este reino tengo derechos históricos
y ahora es la sazón para reivindicarlos.
HORACIO
Hablaré también de ello
y del voto que otros muchos atraerá.
Mas cumplamos sin tardanza lo propuesto,
ahora que los ánimos se encienden, no sea
que a estas tramas sucedan más desdichas.
FORTINBRÁS
Cuatro capitanes portarán
a Hamlet marcialmente al catafalco,
pues, de habérsele brindado, habría sido
un gran rey. Su muerte será honrada
con sones militares y ritos de guerrero.
Llevaos los cadáveres. Esta escena,
más propia de batalla, aquí disuena.
Vamos, que disparen los soldados.

Salen en marcha solemne, seguida de una salva de cañón.