LOS SIETE PECADOS CAPITALES DEL
PEQUEÑO BURGUÉS
Bertolt Brecht
El ballet expone el viaje por los
EU de dos hermanas sureñas que salen a ganar dinero para construir una pequeña
casa. Las dos se llaman Ana. Una es el empresario, otra, la artista; una —Ana
I— la que vende, otra —Ana II— la mercancía.
En la escena hay un tablerito donde
está trazado el itinerario del recorrido por siete ciudades; enfrente, Ana I
con una batuta en la mano. En otra parte, la escena representa el mercado,
distinto cada vez, donde Ana I manda a venderse a su hermana. Al final de cada
cuadro, que enseña el modo de evitar cada uno de los siete pecados capitales,
Ana II se acerca a Ana I, entonces aparece la familia de las dos Ana, en
Luisiana: el padre, la madre y dos hijos, mientras a su espalda crece la
pequeña casa, a medida que las dos Ana renuncian a los siete pecados capitales.
LAS DOS
HERMANAS:
Ana
I:
Mi
hermana y yo vinimos de Luisiana, donde las aguas del Misisipi corren bajo la
luna —como tantas canciones dicen.
Un
día retornaremos.
Ana
II:
Mejor
cuanto más pronto.
Ana
I:
Partimos
hace cuatro semanas hacia las grandes urbes, a buscar fortuna en siete años.
Volveremos
entonces.
Ana
II:
Valdría
más en seis años.
Nuestros
padres y dos hermanos en Luisiana esperan, les enviaremos todo el dinero ganado
para que se construya una pequeña casa en Luisiana, a la orilla del Misisipi.
¿Verdad,
Ana?
Ana
I:
Sí,
Ana.
Ana
II:
Mi
hermana tiene gracia, yo sentido práctico.
Es
un poco alocada, yo piso la tierra.
No
somos dos personas; una sola y la misma.
El
nombre mutuo es Ana, tenemos pasado, futuro, corazón, cuenta de ahorros.
Cada
una sólo hace lo bueno para la otra.
¿Verdad,
Ana?
Ana
I:
Sí,
Ana,
PEREZA
La primera ciudad del viaje: para
adquirir su primer dinero, las dos hermanas utilizan una estratagema. Pasean
por el parque de la ciudad y localizan a las parejas legítimas. Ana II se
arroja sobre el marido, finge conocerlo, lo abraza, lo abruma con reproches,
etc., en resumen, lo pone en situación comprometida, mientras Ana I simula
querer detenerla. De repente, Ana II se precipita sobre la mujer y la amaga con
su sombrilla, mientras Ana I extorsiona dinero al marido, mediante la promesa
de alejar a su hermana.
Repiten la maniobra muchas veces, a
ritmo muy rápido. Luego sucede lo siguiente: Ana II, que una vez más pretende
sacar dinero a un hombre, que logra seducir lejos de su mujer, persuadida de
que su hermana la distrae, comprueba con asombro que Ana I, en lugar de
trabajar, duerme sentada en una banca. La despierta y obliga a trabajar.
LA FAMILIA:
Con
tal que nuestra Ana no escatime trabajo.
Habituada
a la flojera, diario de su lecho había que tirarla.
Siempre,
por eso, repetimos:
«Ana,
la pereza es madre de todos los vicios»
Por
otra parte, nuestra Ana es niña muy razonable, obediente y apegada a sus
padres.
Aguardemos,
por eso, que haga los necesarios esfuerzos, allá.
Dios
ilumine a nuestros hijos
para
que hallen la ruta
que
al bienestar conduce.
Dios
les preste fuerza y alegría
para
que no pequen contra las leyes
que
dan felicidad y riqueza.
ORGULLO
Un sórdido cabaretucho; Ana II
entra en escena, acogida por el aplauso de cuatro o cinco clientes: todos con
cara siniestra; la empavorecen. Su traje es común y corriente, pero baila con
gran aplicación y esmero: da lo mejor de sí misma sin lograr éxito. Los
clientes mueren de aburrimiento, bostezan como cocodrilos (de sus máscaras
asoman enormes hocicos con dientes horrorosos); arrojan sobre la escena
diversos objetos y hasta apagan de un balazo la única lámpara. Ana II sigue
bailando, poseída de su arte, hasta que el patrón llega a buscarla, la hace
bajar de la escena y manda a otra bailarina; una vieja prostituta gorda, que
enseña a Ana cómo deben ganarse los aplausos en este lugar. La prostituta baila
en forma grosera e indecente, con éxito notable. Ana rehúsa hacer lo mismo.
Pero Ana I, a un lado de la escena, la única en aplaudirla, llora en vista del
poco éxito obtenido; esto la compele a bailar como piden. Le arranca la falda
demasiado larga que avienta a la escena, donde la prostituta le enseña el arte
de la danza, mostrando cada vez más al subirse la enagua, con aplauso del
público. Al final, Ana I acompaña a su hermana, deprimida, hasta el tablerito y
la consuela.
LAS DOS HERMANAS:
En
cuanto quedamos provistas con lencería, vestidos, medias y sombreros, hallamos
un empleo como bailarina de cabaret en Menfis, segunda ciudad del viaje.
Ah,
bien duro para Ana.
Los
vestidos y sombreros envanecen a las muchachas, cuando la tigresa se mira en el
agua al beber, se vuelve peligrosa de inmediato.
Quiso
ser artista,
hacer
arte en el cabaret
de
Menfis, segunda ciudad del viaje.
Pero
eso no quería tal gente,
lo
que quiere tal gente no es eso.
Tal
gente paga y pretende
que
le exhiban por su dinero
y
quien, púdica, vela su nalga y sonroja,
no
debe contar con su aplauso.
A
mi hermana dije:
«El
orgullo sienta bien a los ricos,
haz
cuanto te pidan
no
lo que quieres que pidan.»
Muchas
veces por la noche, a duras penas
aplacaba
su orgullo,
la
metía en su lecho,
la
consolaba y le decía:
«Sueña
con nuestra casa de Luisiana.»
LA FAMILIA:
Dios
ilumine a nuestros hijos
para
que hallen la ruta
que
al bienestar conduce.
Triunfar
sobre sí mismo
implica
recompensa.
No,
esto no marcha bien
Con
el dinero que envían
no
es posible
construir
ninguna casa.
Se
comen cuanto ganan!
Habrá
que reprenderlas,
si
no, esto no marchará.
Con
el dinero que envían
no
es posible
construir
ninguna casa.
IRA
Ana actúa como comparsa en una
película. El galán, del tipo de Douglas Fairbanks, a caballo, debe saltar una
valla de flores. Pero el caballo es torpe y el actor lo golpea. El caballo cae
y no puede levantarse, a pesar de la cobija que le ponen debajo y del azúcar
que le tienden. El actor lo golpea de nuevo; en ese momento la pequeña
figuranta le arranca el látigo de la mano y, poseída por La cólera, le pega al
actor. De inmediato la despiden. Su hermana se precipita hacia ella, la
convence de que regrese, se tire a los pies del galán y le bese las manos, para
que vuelva a recomendarla con el empresario.
LAS
DOS HERMANAS:
Ana
I:
Ahora
el negocio marcha.
Andamos
en Los Ángeles.
La
figuranta ve abrirse todas las puertas.
Si
somos prudentes
y
evitamos deslices
nuestro
ascenso será inevitable.
Al
que se opone a la injusticia
lo
echan de todas partes.
Al
que se indigna frente a la servicia
más
le vale estar muerto.
Al
que no soporta la impudencia
nadie
lo sufre.
Al
que no comete ofensa
se
le achaca.
Así
curé a mi hermana de su cólera
en
Los Ángeles, tercera ciudad del viaje.
La
curé de impugnar en público la injusticia,
porque
cuesta muy caro.
Siempre
le repetía: «Ana, modérate,
bien
sabes a dónde lleva descuidarse.»
Me
entendía y contestaba:
Ana
II:
Lo
sé, Ana.
GULA
Ahora, Ana misma es la estrella.
Firmó un contrato que le prohíbe subir de un peso; por tanto, nada debe comer.
Un día, roba una manzana, que muerde a escondidas, pero en la báscula aparece
el gramo de más: el empresario se tira de los cabellos. En adelante, su hermana
la vigila en la mesa. Los dos criados que le sirven están armados con pistolas;
de la fuente que les llevan sólo debe tomar un frasquito.
LA FAMILIA:
Carta
de Filadelfia.
Ana
está bien: por fin gana.
Tiene
contrato como primera bailarina:
prescribe
que no debe comer
cuanto
quiera ni cuando quiera.
Para
nuestra Ana, terrible,
porque
siempre fue bastante glotona.
Con
tal que se atenga a su contrato porque
en
Filadelfia no gustan las elefantas.
La
pesan diario,
malhadada
si sube un gramo,
porque
afirman, es su tesis:
«La
compramos en cincuenta y dos kilos,
todo
excedente es odioso.»
Pero
nuestra Ana es muy razonable,
hará
todo para respetar su contrato.
Dirá:
«Comer, podré hacerlo
en
Luisiana: Cuernos, milanesas, espárragos, pavos y deliciosas galletas de
mantequilla!»
Piensa
en la casa de Luisiana,
mira,
crece piedra a piedra.
Detente:
La
gula es abominable.
LUJURIA
Ana adquiere un «protector» muy
rico, que la ama y le regala vestidos y joyas, y un enamorado a quien ella ama,
que le roba las joyas. Ana I le recrimina y acaba por lograr que se separe de
Fernando para ser fiel a Eduardo.
Pero cierto día, Ana II pasa frente
a un café en cuya terraza están sentados Ana I y Fernando, que pretende en vano
seducirla. Ana II se precipita sobre Ana I, la levanta en vilo y ruedan
enzarzadas por el suelo en plena calle, observadas por Eduardo y sus amigos
como por mirones y chiquillos. Los niños se muestran con el dedo el precioso
trasero de Ana; Eduardo huye espantado. Después, Ana I hace reproches a su
hermana y la envía en pos de Eduardo, previa conmovedora despedida con
Fernando.
LAS DOS HERMANAS:
En
Boston se pescó un hombre
enamorado,
que pagaba mucho.
Tuve
dificultades con Ana,
que
se las pelaba, por otro,
y
le pagaba
porque
lo amaba.
A
menudo le decía: «Infiel,
no
vales la mitad de tu precio,
no
se paga la malquerida
como
a mujer amante.»
Todo
y más puedes hacer
si
vives sin protección,
pero
no llegarás lejos
si
olvidas tu situación.
Le
decía: «No te pongas entre dos fuegos!»
Lo
busqué más tarde
y
le decía: «Tantas ligerezas
atribulan
a mi hermana.»
Todo
y más puedes hacer
si
vives sin protección,
pero
no llegarás lejos
si
olvidas tu situación.
Sólo
que seguí viendo a Fernando,
nada
hubo entre nosotros: qué torpeza!
pero
Ana nos sorprende cierto día
y
sobre mí se lanza:
He
ahí lo que sucede:
cuando
uno se descuida,
apariencias
en contra
cierran
toda salida.
Muestra
su traserito blanco
más
precioso que una fabriquita
lo
muestra gratis a papamoscas y militares,
a
la profanadora mirada en sitios públicos.
He
ahí lo que sucede:
cuando
uno se descuida,
apariencias
en contra
cierran
toda salida.
Ana
I:
Trabajo
me costó imponer el orden,
abandonar
a Fernando
y
disculparme con Eduardo,
oía
llorar a mi hermana todas las noches
y
me decía:
Ana
II:
Ana,
es duro, pero está bien.
AVARICIA
Poco después, Eduardo, arruinado por Ana, se
salta los sesos. El periódico la menciona con palabras halagüeñas, los lectores
se quitan respetuosos el sombrero a su paso y la siguen de inmediato, periódico
en mano, para arruinarse. Pero cuando al poco tiempo un segundo galán,
destrozado por Ana, se tira por la ventana, interviene la hermana: rescata a un
tercero, a punto de colgarse: quita el dinero a Ana II y lo devuelve al dueño.
Se comporta de tal modo porque la gente comienza a hacer el vacío alrededor de
su hermana, cuya codicia crea mala reputación.
LA FAMILIA:
Leímos
en el periódico
que
nuestra Ana está en Baltimore
y
que por ella todo tipo de gente
los
sesos se salta.
Ganará
dinero
si
pasan cosas como esas del diario.
¡Es
útil! ¡Afama a la joven!
¡La
impulsa!
Ojalá
no tenga los dientes muy largos
o
pronto dará miedo.
Hará
el vacío
a
su alrededor.
Quien
exhibe su codicia
hace
el vacío alrededor suyo;
señalan
con el dedo
a
quienes van demasiado lejos en su avidez.
Si
tu diestra toma
debe
dar la siniestra:
es
el principio!
Dando
y dando:
es
la ley!
Esperemos
que Ana sea razonable,
que
no les quite hasta la camisa
y
el último centavo,
sino
comprenda
cuánto
demerita exhibir su avaricia.
ENVIDIA
Una vez más, Ana atraviesa la gran
ciudad. En su camino encuentra a otras Ana (todos los bailarines llevan la
máscara de Ana), que se abandonan al ocio, etc. Cometen sin temor todos los
pecados capitales prohibidos. Sigue un ballet sobre el tema: Los últimos serán
los primeros: mientras las otras Anas caminan con paso arrogante bajo la luz
resplandeciente, su hermana Ana II se arrastra encorvada con dificultad. En
seguida, comienza la ascensión: su porte se vuelve cada momento más altivo, al
final triunfal, mientras las otras Anas
decaen y se borran a su paso humildemente.
LAS DOS HERMANAS:
La
última ciudad del viaje: San Francisco.
Todo
iba bien. Pero Ana a menudo
lloraba,
envidiosa de cualquiera
que
pasase sus días en el ocio,
incorruptible
y soberbio,
indignado
contra las crueldades,
entregado
a sus instintos, a la dicha,
sin
darse más que al amado,
asumiendo
lo necesario.
Le
decía a mi pobre hermana
cuando
envidiaba a los otros:
«Hermana
mía, todos, hijos de la luz,
dirigimos
a placer nuestros pasos.
Los
insensatos van con el rostro altivo,
mas
ignoran a dónde.
Sígueme,
renuncia a los placeres
que
como los demás persigues.
Ah!,
deja a los espíritus delirantes
que
no temen cuanto les aguarda.
Renuncia
a beber, a comer, a tus antojos,
piensa
en el precio que el amor cuesta.
Hacer
lo que te place sería locura,
no
gastes tu juventud: escapa.
Sígueme,
verás que un día
todo
terminará con tu apoteosis.
Ellos
quedarán, espantable retorno,
en
la nada, frente a la puerta cerrada.
Triunfar
sobre sí mismo
implica
recompensa.»
Ana
I:
Mi
hermana y yo volvimos a Luisiana,
donde
las aguas del Misisipi corren bajo la luna.
Siete
años recorrimos ciudades
buscando
fortuna,
acumulada
ahora.
Mirad
nuestra pequeña casa en Luisiana.
A
nuestra casa entramos,
en
Luisiana, a la orilla del Misisipi.
Verdad,
Ana?
Ana
II:
Sí, Ana!