El amor del fondo
Daniel Serrano
Para Javier Vera
Personajes:
Jaime. 37 años.
Adriana. 25 años.
El Chalayo. Alrededor de 50.
La obra empieza con el telón cerrado. Tras un oscuro, se escucha un efecto de rechinido de
llantas y el efecto de un choque automovilístico. De pronto silencio. El telón se abre.
La escena representa un barranco. Lo más alto de las paredes no se alcanza a ver.
Un carro, el que escuchamos al principio de la obra, está en el fondo, con golpes producidos por la caída. Hay mucho polvo. Entre el polvo, sale una mujer tosiendo. Es Adriana.
Adriana.- (Tosiendo) Vamos a llegar tarde. Así no se puede.
Se escucha un leve quejido.
Adriana.- Si no llegábamos hoy, el trámite se iba a la mierda.
Se escucha otro quejido.
Adriana.- Y vamos a volver a empezar, y vas a tener que pagar…
Otro Quejido. Adriana se tira al piso. Está aturdida.
Adriana.- ¿Qué pasó?
Vemos a Jaime que se arrastra hacia ella. Se sigue quejando Viene tosiendo también. Adriana lo ve, y se levanta a ayudarlo.
Adriana.- ¡Mi amor! ¿Estás bien?
Jaime.- ¡Órale!
Adriana.- ¿Qué tienes?
Jaime.- Nada.
Adriana.- (Con un abrazo a medias) Gracias a Dios…
Jaime.- Me dijiste mi amor…
Adriana.- (Contundente) No.
Jaime.- (Ídem) Sí.
Breve pausa.
Adriana.- Se me salió.
Jaime.- Ha de ser.
Adriana.- ¿Qué te crees?
Jaime.- Era un comentario nada mas. Debe de ser la costumbre.
Adriana.- Pues a lo mejor.
Jaime.- Sí.
Adriana.- Por eso nos vamos a divorciar.
Jaime.- ¿Por qué?
Adriana.- Por la costumbre.
Jaime.- ¡Qué poca originalidad!
Adriana.- ¿Y por qué querías?
Jaime.- No sé. Por otra cosa.
Adriana.- Pues no.
Jaime.- Qué bueno que no vamos a ir a un terapeuta matrimonial.
Adriana.- Ja.
Jaime.- Así se dice, ¿no?
Adriana.- ¿Me lo estás insinuando?
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- Que vayamos al consejero matrimonial.
Jaime.- ¿Tú quieres ir?
Adriana.- ¡Claro que no! (Pausa) ¿Lo estás considerando?
Jaime.- No.
Adriana.- Pareciera.
Jaime.- Nunca te sales del guión.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Que lo más lógico a decir después de que yo te pregunto si tú quiere ir, es ¡claro que no! Y luego una pausa, y después ¿lo estás considerando?
Adriana lo ve, sorprendida.
Adriana.- Nunca dejas esa maldita maña.
Jaime.- Pues no.
Adriana.- Por eso me quiero divorciar, fíjate. Por esa maldita maña que tienes de ver todo como si
fueran mentiras… ¿cómo dices tú?
Jaime.- Ficción.
Adriana.- Ficción, pues qué palabra tan sofisticada. ¡A mí me parecen puras mentiras!
Adriana se aleja, enojada. Va hacia el carro. Lo observa.
Adriana.- ¡En la madre!
Jaime.- ¿A poco no te da gusto?
Adriana.- ¿El madrazo?
Jaime.- Ni duda que andas negativa.
Adriana.- ¿Entonces?
Jaime.- ¿Cómo va a ser el madrazo?
Adriana.- Pues dime.
Jaime.- Que me lo estés contando.
Adriana.- ¿Quieres que te lo cuente?
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- ¿Qué no te diste cuenta del madrazo?
Jaime.- (Fingiendo) No.
Adriana.- ¡También por eso!
Jaime.- ¡No vengas otra vez con eso! ¡Es que eres tan predecible, por eso me divorcio!
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- (Tranquilo) Eso ibas a decir, ¿no?
Silencio. Adriana no sabe que decir.
Jaime.- Estoy cabrón…
Adriana.- ¡Exacto! Eres muy inteligente.
Jaime.- Pues aunque lo digas con ese tonito.
Adriana.- ¿Qué tonito?
Jaime.- Eres predecible, Adriana.
Adriana.- (Más fuerte) ¿Qué tonito? Lo dije sin tonito.
Jaime.- Pero lo ibas a decir.
Adriana.- ¡Ya, carajo! ¡Siempre lo mismo! ¡Siempre de la misma manera…!
Jaime.- (La interrumpe, gritando) ¡Qué madrazo!
Silencio. Adriana lo observa. Se va y se mete detrás del carro.
Jaime.- ¿Y ahora qué vamos a hacer?
Adriana.- ¿Me lo preguntas a mí?
Jaime.- ¿Tú qué crees?
Adriana voltea a todos lados.
Adriana.- Pues sí.
Silencio.
Adriana.- ¿Y por qué me lo preguntas a mí?
Jaime.- ¿Y cómo a quién quisieras que le preguntara?
Adriana.- A ti mismo.
Jaime.- Ya me lo pregunte.
Adriana.- No te oí.
Jaime.- En todo quieres estar.
Adriana.- ¿Y qué te respondiste?
Jaime.- Que no sabía y que te preguntara a ti.
Adriana.- ¿A mí?
Jaime.- ¿A quién más?
Adriana.- (Desesperada) ¡Ya!
Silencio largo.
Adriana.- Tú eres el hombre de la casa.
Jaime.- Ya sé por dónde vas.
Adriana.- ¿Y qué? No es adivinanza.
Jaime.- Ya no soy el hombre de la casa.
Adriana.- ¿Ah no?
Jaime.- Ahora soy el hombre del barranco.
Jaime estalla en una sonora carcajada, que interrumpe de pronto cuando se da cuenta que Adriana lo observa, sin reírse.
Jaime.- ¿No le entendiste?
Adriana.- Sí.
Jaime.- ¿Y?
Adriana.- Pues que no me causa gracia. Sobre todo porque nunca lo fuiste.
Jaime.- ¿Nunca fui qué?
Adriana.- Y dale vueltas… ¡El hombre de la casa!
Jaime.- ¿Ah no?
Adriana.- No.
Jaime.- Entonces para qué preguntas.
Silencio largo. De pronto se escucha un sollozo. Es Adriana.
Jaime.- ¿Y ahora?
Adriana.- Pudimos habernos matado…
Jaime.- ¿Y qué?
Adriana.- ¡Pendejo!
Jaime.- No tenemos nada, no tenemos hijos, ¿Qué más da?
Adriana.- ¡Que a mí sí me gusta la vida!
Jaime.- ¿De veras?
Adriana.- ¿Lo dudas?
Jaime.- Pues el otro día me dijiste que la vida estaba cabrona.
Adriana.- Sí está.
Jaime.- Y que querías morirte.
Adriana.- Es un decir.
Jaime.- ¿Es un decir?
Adriana.- (Irónica) A lo mejor te lo dije porque coincidió con que me estabas pidiendo el divorcio.
Jaime.- ¡Yo no te lo pedí!
Adriana.- Lo sugeriste.
Jaime. ¿Ya ves?
Adriana.- Es lo mismo.
Jaime.- ¡No es lo mismo!
Adriana.- (Sube la voz) ¡No es lo mismo!
Jaime.- (Ídem) ¿Qué vamos a hacer?
Adriana.- (Ídem) ¡Tú dime!
Jaime.- (Ídem) ¡No tengo ni puta idea!
Adriana.- (Ídem) ¡Pues yo tampoco!
Ambos.- (Ídem) ¡Ya!
Silencio largo.
Adriana.- ¿Y si hablas por teléfono?
Jaime.- ¿A quién?
Adriana.- Pues no sé. A quien nos pueda ayudar.
Jaime la ve. De pronto se suelta riendo.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- De pronto pensé en hablarte a ti.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Para que me ayudaras.
Adriana lo observa. No puede evitar sonreír. De pronto se torna seria.
Adriana.- ¿Ya ves?
Pausa corta.
Jaime.- Sí.
Adriana.- ¿Sí?
Jaime.- Ajá.
Adriana.- Pensé que ibas a decir qué.
Jaime.- Yo no soy tan predecible.
Adriana.- ¡Ay ya!
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- ¿Podríamos dejar de hablar así?
Jaime.- ¿Cómo?
Adriana.- Como dos viejos conocidos.
Jaime.- Pues eso somos, ¿qué no?
Adriana.- No. Todo lo contrario. Por eso no somos, porque nos la pasamos así.
Jaime.- Uta.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Me quedó clarísimo.
Adriana.- ¡Gracias, Dios mío!
Jaime.- Adriana, fue irónico.
Adriana.- Para mí no.
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- Ya decidí no escuchar entonaciones. Sólo significados.
Jaime.- ¡Órale! ¡Cómo has aprendido de mí!
Adriana.- Pues no tanto. Eso no lo aprendí de ti.
Jaime.- Qué bueno, porque eso no se puede.
Adriana.- Pues yo creo que sí.
Jaime.- Pues yo creo… No, no creo, estoy seguro que no.
Adriana.- Lo voy a intentar.
Jaime.- Allá tú.
Adriana.- De todos modos no tengo nada que hacer.
Jaime.- ¡Tienes que salvar tu vida!
Adriana.- ¿Está en peligro?
Jaime.- Estamos en el fondo de un barranco.
Adriana.- A menos que tú seas un peligro.
Jaime.- Pues si sigues así me voy a convertir en un peligro.
Adriana.- ¡Ándale, me encantaría!
Jaime ha perdido la paciencia. Se aleja de ella. Silencio largo.
Adriana.- ¿Será eso?
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- La falta de peligro.
Jaime.- Aguas.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Ya sé a dónde vas.
Adriana.- Estoy pensando.
Jaime.- ¡Aguas!
Adriana.- Eso fue, nos faltó algo. Peligro, comunicación.
Jaime.- ¡Ya!
Adriana.- Nos faltó tolerancia.
Jaime.- Adriana, por favor, no mames.
Adriana.- ¿Qué tiene?
Jaime.- Somos normales. Somos personajes comunes y corrientes; ordinarios.
Adriana.- ¿Y?
Jaime.- Ya sé lo que sigue. Ese guión se ha escrito muchísimas veces (Adriana no le contesta. Sólo lo ve) Viene un momento de reflexión, donde reconocemos nuestros errores, donde todos nos echamos la culpa, donde nos damos cuenta que nos faltó inteligencia, y… viene la reconciliación, porque nos creemos tan inteligentes, que suponemos que somos capaces de enderezar el barco… Y luego voy a querer coger. (Pausa) Punto.
Pausa.
Adriana.- ¿Y qué tiene?
Jaime.- ¿Qué tiene? ¿Ya no te acuerdas?
Adriana.- ¿De hacer el amor? Bueno…
Jaime.- (Interrumpe) Adriana, no te hagas buey. Antes de caernos a este barranco, íbamos al registro civil ¡a divorciarnos!
Adriana.- (Ve la hora) Pues no creo que lleguemos. Y acuérdate lo que dijo el juez.
Jaime.- ¡Ya sé lo que dijo el juez! ¡Y no es juez! ¡Es un secretario de algo! Además todavía tenemos tiempo.
Adriana.- Jaime, Jaime. No creo que salgamos de aquí en media hora.
Jaime.- ¿Por qué no?
Adriana.- (Refiriéndose al celular) Porque resulta que no hay señal.
Jaime.- ¡Todo lo quieres solucionar con el celular!
Adriana.- Pues allá tú.
Jaime.- ¡Oye, no es nada más mi problema!
Adriana.- Tú eres el de la prisa.
Jaime.- ¿Yo? Ahora resulta. ¿Ya no te acuerdas? (Ella no contesta) ¡La que me dijo que se iba de la casa eres tú!
Adriana.- Pues sí, pero yo nunca dije que quería divorciarme.
Jaime.- ¡Chingado, Contigo no se puede!
Jaime camina como desesperado. Ve hacia la cima del barranco. Adriana se sienta en algún lado.
Busca un cigarro. No lo encuentra. De pronto Jaime se detiene al centro del escenario, viendo hacia arriba
Jaime.- (Gritando) ¡Auxilio! ¡Estamos acá abajo! ¡Ayúdenme! ¡Acá abajo!
Adriana lo observa con una leve sonrisa.
Jaime.- (Ídem) ¿Hay alguien arriba?
Adriana.- Imagínate, que te contestaran.
Jaime.- Parece que no quieres.
Adriana.- Pues sólo que alguien se haya parado a algo.
Jaime.- A miar.
Adriana.- Eres un corriente.
Jaime.- ¿Ya se te olvidó?
Adriana.- ¿Ya se me olvidó?
Jaime.- Tengo ganas de que te orines dentro de mí.
Adriana.- Eres un cabrón.
Jaime.- ¿Y qué te respondí?
Adriana.- Que me podía dar una infección en la vagina.
Jaime.- En la panocha.
Adriana.- ¡Jaime!
Jaime.- Así me dijiste.
Adriana.- Estaba excitada.
Jaime.- Estabas caliente.
Adriana.- ¿Cuál es la diferencia?
Jaime.- Que cuando estás excitada, dices vagina, y cuando estás caliente dices pa…
Adriana.- (Interrumpe gritando a la cima) ¿Hay alguien allí?
Jaime.- Que te fueran contestando.
Adriana.- Pues de eso se trata.
Jaime.- Que te fueran contestando que sí.
Adriana.- Ni modo que me contesten que no.
Jaime.- Imagínate, qué tragedia.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Que te contesten que no.
Adriana.- Que estupidez.
Jaime.- Por eso.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Por eso vamos a donde vamos.
Adriana.- Por si no lo has notado, no vamos a ninguna parte.
Jaime.- Pero iremos.
Adriana.- (Toma el celular) Esta cosa no funciona.
Jaime.- Fíjate lo que son las cosas. Cuando lo compraste no era cosa, y me intentaste convencer de que era una compra chingona.
Adriana.- Estupenda.
Jaime.- La cosa estupenda se convirtió en esta cosa que no funciona.
Adriana.- ¿Y qué quieres que haga?
Jaime.- La cosa deja de ser cosa cuando pierde su utilidad.
Adriana.- No lo puedo creer.
Jaime.- Pues créelo.
Adriana.- No puedo creer que estemos hablando de esto.
Jaime.- ¿Verdad que es ridículo?
Adriana.- Antes no te parecía tanto.
Jaime.- Y sigue sin parecérmelo. Pero estoy tratando de pensar como tú.
Adriana.- A mí no me parece ridículo.
Jaime.- Lo último en tecnología y sirve para pura chingada.
Adriana.- ¡Ya!
Jaime.- A lo mejor si gritas por el teléfono.
Adriana.- Pendejo.
Jaime.- Inténtalo, nada te cuesta.
Adriana le avienta con el celular.
Adriana.- ¿Hay alguien allí?
El Chalayo.- (En off) No.
Adriana y Jaime se quedan petrificados. Sólo mueven los ojos. Luego, se van acercando, en un movimiento inconsciente de protección. Hasta que quedan casi espalda con espalda.
Adriana.- ¿Oíste?
Jaime.- No.
Adriana.- Eso dijo.
Jaime.- Sí.
Adriana.- ¿Quién fue?
Jaime.- Sabe.
Adriana.- Fuiste tú.
Jaime.- No.
Adriana.- Era tu voz.
Jaime.- ¿Mi voz?
Adriana.- No. No era tu voz.
Jaime. Claro que no.
Adriana.- ¡Dios mío!
Jaime.- Tranquila.
Jaime se aleja dos pasos de Adriana.
Adriana.- No te vayas.
Jaime.- Voy a ver.
Adriana.- Espérame.
Jaime.- Tú quédate aquí.
Adriana.- (Lo sigue) ¿A dónde vas?
Jaime.- A ver quién es.
Adriana.- No es nadie.
Jaime.- Pero dijo no.
Adriana.- Por eso. Dijo que no estaba.
Jaime.- Pues entonces sí está. Pero no está…
Adriana.- (Aprieta los dientes) No empieces con eso ahorita.
Jaime se pone en posición para volver a gritar.
Jaime.- ¡¿Hay alguien allí?!
El Chalayo.- (Entrando) Ya te dije que no.
Adriana y Jaime se apartan asustados. El Chalayo es un hombre de unos 50 años. Su ropa está llena de polvo, con apariencia de gambusino. Barba y pelo crecidos.
Jaime.- ¡Ay cabrón!
El Chalayo.- Estoy aquí. No allá.
Adriana.- ¿Quién eres?
Jaime.- No le preguntes eso
Adriana.- ¿Por qué?
El Chalayo.- ¿Por qué?
Jaime.- Porque… porque es obvio.
El Chalayo.- ¿Ah sí? ¿Pues quién soy?
Jaime.- No tenemos dinero. Nos acabamos de caer…
El Chalayo.- ¿Y eso qué?
Adriana.- Con el accidente se nos perdió.
El Chalayo.- Yo no quiero dinero.
Adriana.- ¿Qué quieres?
El Chalayo.- Nada.
Jaime.- ¿Nada?
El Chalayo.- Aquí es lo único que se puede pedir... nada.
Adriana.- Queremos salir.
El Chalayo.- Yo también quería.
Adriana.- ¿Querías?
El Chalayo.- Pero ya ni eso.
Jaime.- Pero nosotros sí queremos.
El Chalayo.- (Se sienta en alguna roca) Así es al principio. Pero luego uno se acostumbra.
Adriana.- ¿Se acostumbra?
Jaime.- ¿A qué?
El Chalayo.- A estar. Pero luego se pasa. Uno se memoriza todas las piedras, y luego a olvidarlas para volverlas a memorizar. Aquí uno tiene que entender que la esperanza no muere a lo último. Es más, se aprende a que es lo primero que se muere.
Adriana.- Pero nosotros tenemos que salir de aquí.
El Chalayo.- Esas ganas también se te tienen que quitar. Y muchas otras ganas que te daban. Lo
bueno es que te das cuenta que las ganas son una cosa mental. Y cuando pase eso, pues ya no van a tener ningún problema.
Jaime.- ¿Quién eres?
El Chalayo.- Soy el Chalayo.
Silencio.
El Chalayo.- Así nomás. Sin apellido.
Jaime.- ¡Qué personaje!
El Chalayo se encoge de hombros. Sale.
Adriana.- ¿Quién es?
Jaime.- El Chalayo.
Adriana.- Nadie puede ser así nada más el Chalayo. Tiene que ser alguien.
Jaime.- No necesariamente.
Adriana.- ¿Es un fantasma?
Jaime.- ¡No!
Adriana.- ¿A poco te asustan los fantasmas?
Jaime.- Si fuera fantasma tendría que estar muerto.
Adriana.- ¿A poco te asustan los muertos?
Jaime.- No seas tonta. Si fuera un muerto, caería en el lugar común. Y eso no sería interesante.
Adriana.- ¿Qué dices?
Jaime.- Es mejor que no esté muerto.
Adriana.- Sería lo más normal.
Jaime.- ¿Ver a un muerto sería lo más normal?
Adriana está al borde del llanto.
Adriana.- Estamos muertos.
Jaime.- ¿Qué dices?
Adriana.- Pudimos ver a ese señor porque estamos muertos.
Jaime.- ¡Qué chafa!
Adriana.- ¿No tienes miedo?
Jaime.- ¿Por qué voy a tener miedo?
Adriana.- Por eso no tienes miedo, porque estás muerto.
Jaime.- Adriana, por Dios. ¿Por qué voy a estar muerto?
Adriana.- Porque nos caímos a un barranco de 20 metros.
Jaime.- ¿Y ahora tú y yo estamos atrapados en el fondo del barranco?
Adriana.- ¡Exacto!
Jaime.- ¿Te estás dando cuenta de la estupidez que estás diciendo?
Adriana.- ¿Cuál estupidez?
Jaime.- O sea que no.
Adriana.- No dije nada.
Jaime.- Si estuviéramos muertos, podríamos volar, desaparecer de aquí en este mismo momento.
Adriana.- ¿De dónde sacas esto?
Jaime.- Ten la seguridad de que no estuviera contigo.
Adriana.- ¿Por qué?
Jaime.- Adriana, por favor. Cuando alguien se muere, no se va a vivir con la vieja con la que está a
punto de divorciarse.
Adriana.- Ahora me vas a decir que la vida conmigo fue un infierno.
Jaime.- Conste que tú lo dijiste.
Adriana.- ¿Qué dije?
Jaime.- Te defiendes mejor callada.
Entra El Chalayo. Jaime y Adriana se separan y caminan sobre sus pasos para calmarse. El Chalayo saca una cantimplora. Se las avienta. Jaime la atrapa. Ve desconfiado al Chalayo.
El Chalayo.- Tómale. Es por tu bien.
Jaime.- ¿Qué es?
El Chalayo.- Agüita
Jaime.- ¿De qué?
El Chalayo.- De salvia divinorum
Adriana.- ¿Qué es eso?
El Chalayo.- Si no quieren no.
Pausa. Dudan. Y por fin le dan un trago pequeño. Le avientan de nuevo la cantimplora. El Chalayo
la atrapa. La destapa y le da un traguito.
El Chalayo.- Antes podía ver el mar. Me paraba horas, arriba del Rinoceronte, y allí me quedaba,
mirando el mar. El Rinoceronte se murió cuando nos caímos. No sufrió mucho. Yo sí. Lo bueno es que él no me vio cuando lloré. Hasta eso que lloré poquito. Se murió despacito, pero no sufrió porque en sus ojos se veía el mar. Como si se le hubiera quedado grabado para siempre. ¡Te vas a quedar ciego de tanto ver agua!, le decía yo. Y como que el Rinoceronte se reía. ¿Saben por qué le pusimos así?
Adriana y Jaime no contestan.
El Chalayo.- Pues porque tenía como un hueso salido entre la crin. La Evangelina decía que le pusiéramos mejor Pegaso, pero a mí me pareció como muy maricón el nombre. Es que la Evangelina era muy femenina. Y no se agüitó el bato cuando le dimos carrilla. ¡Pinche Evangelina! Qué puto te viste. Y la Evangelina se reía. Y no me lo van a creer, pero El Rinoceronte también se reía.
El Chalayo le da otro trago a la cantimplora. Se queda un momento callado.
Jaime.- ¿Se siente mal?
El Chalayo.- Al principio. Ahora ya no.
Adriana.- ¿Cómo llegó aquí?
El Chalayo.- Caí de un entrepaño del cielo.
El Chalayo se empieza a alejar.
El Chalayo.- No fue el entrepaño mayor. Ánimas que así fuera. Un común y corriente entrepaño del cielo que se empeña en no dejar dormir a los seres vivientes. Me empañé, reboté, y cuando caí, supe que ya no me podría regresar…
El Chalayo sale.
Adriana.- (A el Chalayo) ¿A dónde va?
Jaime.- Déjalo que se vaya.
Adriana.- (A Jaime) ¿A dónde va?
Jaime.- No sé. Pero tenemos que irnos de aquí lo más pronto posible.
Adriana.- ¿Nos va a matar?
Se hace un silencio extraño. Los personajes quedan por un momento pensativos. Jaime se acerca a una pared del barranco, para intentar escalarla.
Adriana.- Nos va a matar.
Jaime.- No.
Adriana.- ¿Por qué estás tan seguro?
Jaime.- No estoy seguro.
Adriana.- Entonces ¿por qué lo dices?
Jaime.- Por su manera de hablar.
Adriana.- ¿Qué tiene que ver?
Jaime.- Que un asesino no habla así.
Adriana.- Entonces no es un asesino.
Jaime.- Esta no es una historia común y corriente.
Adriana.- ¿Cómo lo sabes?
Jaime.- Pues porque… ¡lo sé y ya!
Adriana.- Tengo miedo.
Jaime.- ¡Yo también! ¡Me estoy cagando de miedo! ¡Y entre el miedo y tú, no me dejas concentrarme!
Jaime intenta de nuevo escalar, pero no lo logra. Adriana intenta empujarlo, en una actitud casi
infantil. Sin que se den cuenta, entra El Chalayo. Trae una cobija desvencijada.
El Chalayo.- No se puede.
Adriana y Jaime desisten, y lo voltean a ver.
El Chalayo.- Ya traté, algunas veces. Usé varias técnicas. No se puede.
Adriana.- Usted es un hombre viejo.
El Chalayo.- Ahora me hablas de usted.
Jaime.- Adriana…
El Chalayo.- Yo también le voy a hablar de “usted”. (Le da un sorbo a su cantimplora) Usted es una mujer tonta.
Adriana.- ¡Qué le pasa!
Jaime.- Adriana…
El Chalayo.- Usted no se da cuenta de nada. No sabe nada.
Adriana.- Pero…
El Chalayo.- Ni siquiera fue capaz de sentir la caída.
Adriana.- ¿Qué dices?
El Chalayo.- Ahora me hablas de tú. No sabes de qué color fue la caída. Ni que olor tiene la muerte, ni el sabor de aire que se te coló por el culo.
Adriana.- ¡Óigame!
El Chalayo.- Usted se va a morir.
Adriana.- (Camina hacia la orilla del barranco. Grita hacia arriba) ¡Auxilio, sáquenme de aquí!
Jaime permanece entre Adriana y El Chalayo. Este se vuelve a sentar.
El Chalayo.- Guarde la voz para que Dios nos guarde.
Adriana.- ¿Qué te pasa, imbécil?
Jaime.- Adriana…
Adriana.- ¿Vas a dejar que me insulte?
Jaime.- ¡Cálmate!
El Chalayo.- El síndrome del coraje.
Adriana.- (Llorando) Me quiero ir… Me quiero largar de aquí.
Jaime la abraza.
Jaime.- Cálmate. Vamos a salir pronto.
El Chalayo se acerca a ellos. Les avienta la cobija.
El Chalayo.- Buenas noches…
Camina a la salida. Se detiene un paso antes de salir.
El Chalayo.- ¿O debería decir hasta mañana?
Sale.
Jaime.- ¡Chingada madre, Adriana!
Adriana.- ¿Y ahora qué?
Jaime.- ¡Te portas como una pendeja!
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- No me estás ayudando.
Adriana.- ¿No te…?
Jaime.- (Interrumpe) ¡No!
Adriana.- En la madre.
Jaime.- Lo más seguro es que sí esté muerto.
Adriana.- ¿Qué dices?
Jaime.- En el chingado infierno.
Adriana.- ¡Pendejo!
Jaime.- Aquí lo que sigue es que yo te diga otro insulto, y que tú me lo contestes…
Adriana.- ¡Puto!
Jaime.- …y después de muchos insultos nos golpeemos…
Adriana.- ¡Cabrón!
Jaime.- Y que cuando veamos que no nos hacemos daño nos soltemos llorando…
Adriana.- ¡Cállate!
Jaime.- Y luego nos abracemos… (Explota) ¡Ni madre! ¡Ni madre! ¡Ni madre! ¡Ni madre!
Adriana.- ¡Chinga tu madre!
Adriana Se suelta llorando. Jaime se va a otro extremo de la escena. Camina por un momento en
círculo y luego se sienta. Silencio.
Adriana.- ¿Qué estamos haciendo aquí?
Jaime.- El ridículo.
Adriana.- El ridículo… Ajá… Buena respuesta.
Jaime.- Pésima respuesta.
Adriana.- Lo dije irónicamente.
Jaime.- Pues no se notó.
Adriana.- (Irónicamente) Buena respuesta.
Jaime.- ¿Podrías dejar este tonito?
Adriana.- ¿Podrías dejarme en paz?
Jaime.- Si quieres me voy.
Adriana.- ¡No!
Jaime.- La última vez que dije eso, contestaste lo contrario.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Dijiste que sí.
Adriana.- Es distinto.
Jaime.- O diferente.
Adriana.- Es lo mismo.
Jaime.- No. No es lo mismo.
Adriana.- ¡Por Dios! ¿Me vas a dar ahorita una clase de sinónimos?
Jaime.- Yo ya no te puedo enseñar ni madre.
Adriana.- Gracias por reconocerlo.
Jaime.- No es por mí. Es que tú ya no entiendes nada.
Adriana.- Nos estamos ciclando.
Jaime.- Es que ya no tenemos a dónde ir. Como personajes nos conocemos todo de todo.
Adriana.- ¿Y eso qué tiene que ver?
Jaime.- Lo malo es que no estamos nada más para nosotros.
Adriana.- ¿Ah no? ¿Y como para quién? (Jaime va a responder, pero Adriana lo interrumpe) Lo
dije en tono irónico.
Jaime se levanta. Camina hacia donde salió El Chalayo.
Jaime.- (Gritando) ¡Amigo!
Adriana se levanta como resorte.
Adriana.- ¿Qué estás haciendo?
Jaime.- ¡Amigo! ¿Estás allí?
Adriana llega hasta donde está Jaime.
Adriana.- ¡Espérate!
Jaime.- ¡No me voy a ir!
Adriana.- ¡No lo llames!
Jaime.- Quiero dormirme pronto.
Adriana.- ¡Por eso, no lo llames!
Jaime.- ¿Cómo le hacen las mujeres para poner en pausa las broncas?
Adriana.- ¿Por qué hablas de las mujeres como si todas fuéramos iguales?
Jaime.- Tienes razón. Corrijo. ¿Cómo chingados le haces tú para poner en pausa las broncas?
Adriana.- ¡Pinche Joto!
Jaime.- ¡Señor juez! Me quiero divorciar de esta mujer porque soy joto. ¡Mira, que buena idea! ¡Lo
de vieja insoportable y pendeja lo dejo para otra ocasión! ¡Amigo!
El Chalayo.- (Entrando) Hasta en la tierra de nada, la noche se hizo para dormir.
Jaime.- (A bocajarro) ¿Está usted muerto?
Pausa. El Chalayo se le queda viendo. Luego ve a Adriana. Hay una falsa expectativa. El Chalayo
se empieza a reír.
El Chalayo.- (Sale, riéndose) Buenas noches.
Pausa. Jaime y Adriana se quedan pasmados. No saben que decir. Cada uno se va a un extremo del barranco. Adriana se lleva la cobija raída que el Chalayo le trajo. Se hace un silencio que deja escuchar los sonidos de la noche.
Jaime.- Dicen que hay un país en el que basta con que uno le escriba tres veces al cónyuge que
quiere divorciarse, y ya estuvo.
Adriana.- ¿Y?
Jaime.- Que no importa donde se escriba.
Adriana no contesta.
Jaime.- Hasta puede ser un mensaje de celular. (Pausa) Bueno, en realidad tendrían que ser tres.
Pausa.
Adriana.- ¿Y está muy lejos ese país?
Jaime.- Sí. Por allá por Asia.
Adriana.- ¿Te gustaría vivir allá?
Jaime.- No me gustan los chinos.
Adriana.- Pero no estaríamos aquí.
Jaime.- ¿Cómo?
Adriana.- Si viviéramos allá, no estuviéramos aquí, atrapados.
Jaime.- Estar en Asia no es la única forma de evitar estar aquí.
Adriana.- Pues sí.
Jaime.- ¿A poco me hubieras mandado esos mensajes?
Adriana.- ¿Cuáles mensajes?
Jaime.- Los mensajes del celular.
Adriana.- ¿Cómo crees?
Jaime.- Es más práctico.
Adriana.- Pues sí, pero… Cómo que es muy informal… Muy fácil.
Jaime.- Pues así tendría que ser… Fácil.
Adriana.- Pero como que pierde seriedad.
Jaime.- Vamos a pasar a la historia como el divorcio más complicado.
Adriana.- Yo digo que el divorcio determina la seriedad del matrimonio.
Jaime.- ¿Cómo?
Adriana.- Sí. Mientras más complicado, quiere decir que hubo más amor.
Jaime.- Aunque quién sabe.
Adriana.- ¿Por qué?
Jaime.- Porque nosotros no estamos complicando el asunto.
Adriana.- ¿Ah no?
Jaime.- Pues no.
Adriana.- ¿O sea que estás dispuesto a mandarme tres mensajitos por celular para acabar con nuestro matrimonio?
Jaime.- No.
Adriana.- Menos mal.
Jaime.- Es que no hay señal.
Adriana.- (Ofendida) ¿Qué?
Jaime.- En los celulares…
Silencio. Ambos personajes se reacomodan en el escenario. Lejos uno del otro. Intentan dormir. El Chalayo se acerca a Adriana. Ella lo observa, temerosa. En la siguiente escena, El Chalayo le habla en susurro todo el tiempo.
El Chalayo.- Es normal, aquí todos se desfasan.
Adriana no responde.
El Chalayo.- Y la mejor solución es volver normal este asunto. (Pausa) Entre más rápido, mejor.
(Pausa) Hasta aprende uno a querer el lugar. (Pausa) Algunas cosas se extrañan, pero luego uno le da gracias al creador o a alguien que exista allá arriba. (Pausa) ¿Eres católica?
Adriana.- (También en susurro) Sí.
El Chalayo.- Mejor. Porque así se ahoga uno menos feo.
Adriana.- ¿Usted es católico?
El Chalayo.- No. Por eso me estoy volviendo loco.
Adriana.- No tiene nada que ver.
El Chalayo.- Claro que sí. Prefiero volverme loco, que tragarme esa historia de que a este mundo
vinimos a sufrir.
Adriana.- Usted no habla como pordiosero.
El Chalayo.- ¿No le estoy diciendo? ¿No escucha bien?
Adriana lo observa, temerosa.
El Chalayo. - Lo bueno de esto, es que yo mismo decidí volverme loco.
Silencio.
Adriana.- Eso no se puede.
El Chalayo.- Claro que se puede. Si no, ¿cómo?
Adriana.- ¿Cómo qué?
El Chalayo.- ¿Cómo volver a la normalidad?
Adriana lo ve sin entender nada.
El Chalayo.- Lo malo de volver normal el asunto, es que uno tiene que enloquecer.
Adriana.- Usted habla muy raro.
El Chalayo.- Y hasta se puede llegar a ser muy feliz.
Adriana.- Usted me da miedo.
El Chalayo.- Demasiada cordura. Por eso te doy miedo. (Pausa) Y fíjate, lo que son las cosas… El loco le tiene miedo a la locura.
Adriana.- Usted no se explica.
El Chalayo.- (En pleno susurro) Usted es la que no entiende… Usted es muy pendeja… Ya se lo
había dicho, ¿no?
Adriana.- ¿Qué…?
El Chalayo.- ¿No se le hace mucha casualidad que justamente el día en que se van a divorciar, algo “ajeno” no les permite llegar ante un juez?
Adriana.- ¿Qué quiere decir?
El Chalayo.- Todo esto fue planeado.
Adriana.- Usted está loco.
El Chalayo.- Pero no pendejo. Todo esto lo planeó él. Porque no quería divorciarse, porque la ama.
Adriana.- (Duda un poco) ¿Él… le dijo?
El Chalayo.- No. Se nota.
Adriana.- No creo que…
El Chalayo.- ¿A qué se dedica?
Adriana.- ¿Yo?
El Chalayo.- Él. ¿A qué se dedica?
Adriana.- Es escritor.
El Chalayo.- ¿Y?
Adriana.- ¿Qué?
El Chalayo.- Usted se anda quejando siempre de él.
Adriana.- No entiendo…
El Chalayo.- De sus ficciones. Así le dice él. Usted dice que son mentiras.
Adriana.- A ver, a ver…
El Chalayo.- ¿Le da miedo?
Adriana.- Usted…
El Chalayo.- (Se acerca a ella, y hace evidente que la está viendo a los ojos) ¿Le da miedo pensar que él inventó todo esto?
Aparece Jaime cerca de ellos. El Chalayo no deja de ver a Adriana a los ojos. Ella está como hipnotizada.
Jaime.- ¿Qué pasa?
El Chalayo.- No está fácil el asunto.
Jaime.- ¿Cuál asunto?
El Chalayo.- Pues ese que me encargó.
Jaime toma a Adriana de los hombros y la levanta.
Jaime.- (A El Chalayo) ¿Qué le hizo?
Adriana.- (A Jaime) ¿Así que tú planeaste todo esto?
Jaime.- ¿De qué hablas?
Adriana.- (Se suelta llorando) Me pudiste haber matado…
Jaime.- ¿Qué te dijo este tipo?
Adriana.- Era una solución redonda, ¿verdad? Así nos matamos y ya no hay divorcio.
Jaime.- ¿Qué estás diciendo?
Adriana.- Y no tenemos que dar explicaciones a nadie.
Jaime.- (Al Chalayo) ¿Qué le dijiste, cabrón?
Adriana.- Estás enfermo.
Jaime.- (Se deja ir enfurecido contra El Chalayo) ¡Hijo de tu puta madre!
El Chalayo retrocede unos pasos y rápidamente saca una pistola. Se la pone en la frente a Jaime.
Este, evidentemente se detiene.
El Chalayo.- ¡No te rajes, hijo de la chingada!
Adriana.- ¡No le saques, cabrón.
Jaime.- ¿Qué traen?
El Chalayo.- (Sigue con la pistola en la frente) ¿Lo mato?
Jaime.- ¿Qué?
El Chalayo.- ¡No te hablo a ti! ¿Lo mato?
Adriana sigue lloriqueando.
Jaime.- (A Adriana, sin mover la cabeza) ¡Contesta, chingado!
Adriana.- ¡Mátalo!
El Chalayo.- ¡Usted manda!
Jaime.- ¡Adriana!
El Chalayo.- Ya oíste, hermano. Ni modo. Las viejas mueven al mundo.
Adriana.- (Histérica) ¡Ya!
El Chalayo amartilla la pistola. Jaime brinca hacia un lado, en un acto natural de salvarse. El
Chalayo dispara, y acompaña el tronido de la pistola con un “pum”. La pistola no está cargada. Se hace un silencio. El Chalayo empieza a reírse a carcajadas. Jaime se arrastra a toda velocidad y se esconde detrás del carro. Adriana se queda aterrorizada, en su lugar. El Chalayo se acerca a Adriana.
El Chalayo.- (Otra vez, susurrándole) Fíjate muy bien lo que dices… ¡pendeja!
El Chalayo sale de escena. Silencio total. Adriana se enconcha. Pasa un momento. Se queda inmóvil.
Adriana.- ¿Has pensando en lo último que te gustaría hacer?
Jaime.- Sí.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- No lo sé. Lo he pensado solamente.
Adriana.- Yo también.
Jaime.- Y aquí yo te tendría que preguntar qué, pero mejor te voy a responder. Lo único que no me gustaría es hacer el amor.
Adriana.- ¿Por qué?
Jaime.- ¿A ti sí?
Adriana.- Depende.
Jaime.- ¿Con quién?
Adriana.- Sí.
Jaime.- ¿Y el lugar?
Adriana.- ¿Cómo?
Jaime.- ¿No es importante el lugar?
Adriana.- Tal vez. No lo había pensado.
Jaime.- Las mujeres dependen más del sujeto.
Adriana.- ¿Ustedes no?
Jaime.- Se siente igual con todas.
Adriana.- ¡Pinche macho!
Jaime.- De todos modos no me gustaría.
Adriana.- ¿Así que te da lo mismo hacer el amor conmigo que con una pinche gorda?
Jaime.- Me da exactamente lo mismo. Pero ese no es el caso.
Adriana.- ¿Y por qué?
Jaime.- Porque estamos hablando de…
Adriana.- (Interrumpe) ¿Por qué no quieres hacer el amor como lo último que hagas?
Jaime.- Pues…
Adriana.- (Interrumpe de nuevo, imitándolo) “Porque sería lugar común del personaje y yo soy diferente”.
Jaime.- ¿Me vas a dejar hablar?
Adriana.- ¿Por qué?
Jaime.- Es sencillo.
Adriana.- ¿Por qué?
Jaime.- Hasta cursi.
Adriana.- ¿Por qué?
Jaime.- (Alza la voz) ¡Porque no me gustaría saber que estoy cogiendo por última vez! ¡Aunque fuera con una pinche gorda!
Pausa de asombro.
Adriana.- (Gritando) ¡Pues ojalá que se te caiga el pito después de que te cojas a la gorda!
Silencio. Adriana se aleja. Jaime intenta meterse al carro. Lo logra. Se acomoda como para dormir, y desaparece de la vista del público. Adriana camina por todo el barranco, intentando encontrar el lugar. Se sienta, se levanta, camina, se acuesta, se vuelve a levantar. Jaime se incorpora.
Jaime.- Chingado…
Sale del carro. Ella lo observa. Jaime se mete debajo del carro. Le quedan las piernas de fuera.
Adriana camina hacia el carro. Se va a meter.
Adriana.- Buenas noches…
Las piernas de Jaime se acomodan.
Transición. Amanece.
Entra El Chalayo. Observa la escena. Se ríe. Camina con parsimonia al carro. Toca la puerta.
El Chalayo.- ¡Buenos días!
Nadie contesta.
El Chalayo.- ¡Buenos días!
Silencio.
El Chalayo.- (Pateando la puerta) ¡¿Que no hay nadie?!
Adriana se incorpora, asustada.
El Chalayo.- ¡Ah, mire! Sí hay alguien.
Adriana se toma un breve tiempo para terminar de despertar.
Adriana.- ¿Qué quiere?
El Chalayo.- Darle una buena noticia.
Adriana.- ¿Qué?
El Chalayo.- Parece que ya no se va a tener que divorciar.
Adriana.- ¿Por qué dice eso?
El Chalayo.- Porque atropelló al marido. (Se ríe de su chiste) Ahora sí que es auto viuda. (Se vuelve a reír)
Adriana.- (Sale del carro) ¡Jaime! ¡Jaime!
Llega hasta él. Lo mueve.
Adriana.- ¡Jaime!
Jaime se mueve. Adriana suspira. Se levanta para irse al carro. Pasa a un lado del Chalayo.
Adriana.- ¡Pendejo!
Adriana se mete al carro. Jaime empieza a salir de abajo del carro. Está mareado, deslumbrado.
Pareciera que está más cansado que cuando se acostó. Se acerca tambaleante al Chalayo. Este le da la cantimplora.
Jaime.- ¿Qué es?
El Chalayo.- Salvia divinorum.
Jaime.- (Regresándole la cantimplora) No gracias.
El Chalayo no toma la cantimplora.
El Chalayo.- Ese es el menú de hoy.
Jaime se deja caer hasta quedar sentado.
Jaime.- Necesito salir de aquí.
El Chalayo.- ¿Para qué?
Jaime.- No sé.
El Chalayo.- ¿No sabes? Entonces no necesitas salir de aquí.
Jaime.- Necesito agua. Agua pura. No con yerbitas.
El Chalayo.- Necesitas aportar algo.
Jaime.- ¿Qué?
El Chalayo.- A la causa.
Jaime.- ¿Cuál causa?
El Chalayo.- La de los hombres del barranco.
Jaime.- Estás loco. Esta no es una causa.
El Chalayo.- Pero lo va a ser. Porque no nos queda de otra.
Jaime.- ¿Cuánto tiempo tienes aquí?
El Chalayo.- Ya llegué a 400 rayitas. Y eso que los primeros días no las apunte. Pongo una rayita
por día.
Jaime.- ¿Más de un año?
El Chalayo.- Pues sí.
Jaime.- Como en las cárceles.
El Chalayo.- No tanto. Aquí uno tiene a dónde ir. Allá uno sabe cuándo va a salir.
Jaime.- Lo de las rayitas.
El Chalayo.- Lo primero que tienes que resolver es por qué te caíste aquí.
Jaime.- Pues por la velocidad.
El Chalayo.- No. A lo que ibas a hacer.
Jaime.- (Sonríe) Iba a divorciarme.
El Chalayo.- Pues eso es lo que tienes que hacer. Divorciarte.
Jaime.- ¿Está bromeando?
El Chalayo.- No. Hay que poner punto final para poder seguir.
Jaime.- ¿Y cómo?
El Chalayo.- ¿Qué se necesita para divorciarse?
Jaime.- Estar casado.
El Chalayo.- ¿Y qué más?
Jaime.- Una esposa.
El Chalayo.- Ajá.
Jaime.- Y un juez.
El Chalayo.- ¡Presente!
Jaime.- ¿Cómo?
El Chalayo.- Yo puedo ser el juez.
Jaime.- Pero tú no eres juez.
El Chalayo.- Eso depende de ustedes dos. Sí yo sólo creo que soy juez, no soy juez. Si ustedes creen que yo soy juez, aunque yo no quiera, soy juez.
Jaime.- ¡Órale! (Camina hacia el carro) ¡Adriana! ¡Adriana, despiértate! ¡Adriana!
Jaime llega al carro. Patea la puerta.
Jaime.- ¡Adriana!
Adriana.- (Se incorpora, asustada) ¿Qué pasó?
Jaime.- ¡A lo que vinimos!
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- ¡Despierta ya! ¡Sal de allí!
Adriana.- ¿Para qué?
Jaime.- ¡Vamos a divorciarnos!
Adriana.- ¿Qué dices?
Jaime.- ¡Ahorita mismo!
Adriana.- (Saliendo del carro) ¿Estás loco?
Jaime.- ¿No era lo que querías?
Adriana.- De esa manera suena muy fuerte.
Jaime.- Estás alargando el asunto. ¿Qué pretendes?
Adriana.- Nada.
Jaime.- Entonces vente.
Jaime camina hacia El Chalayo.
Adriana.- (Lo sigue) Estás loco.
Jaime se para frente al Chalayo.
El Chalayo.- Señora Adriana…
Jaime.- Mendoza.
El Chalayo.- Señora Adriana Mendoza. Por favor párese aquí.
Adriana.- ¿Alguien me puede explicar?
Jaime.- El reverendísimo Juez Chalayo…
El Chalayo.- Ponce.
Jaime.- El reverendísimo Juez Chalayo Ponce va a presidir la ceremonia de divorcio.
Adriana.- A ver, a ver. Creo que ya entendí. El reverendísimo Chalayo va a divorciarme del reverendísimo pendejo de mi marido.
El Chalayo.- Señora, por favor. Orden en la sala.
Adriana.- Pinches orates.
Jaime.- Adriana, por favor, no lo hagas más difícil.
Adriana.- ¿Qué pretendes, imbécil? ¿Que les siga el juego?
Jaime.- Debemos empezar una vida nueva.
Adriana.- ¿Qué?
El Chalayo.- Hay que cerrar ciclos.
Jaime.- Una vez divorciados vamos a poder seguir con nuestras vidas.
Adriana.- ¡Ah! ¡Ya entendí! En este momento este mamarracho nos divorcia, y así la sociedad del
barranco no me va a poder condenar y voy a poder rehacer mi vida y ya voy a tener libertad de escoger entre el mariguano de mi marido y un psicólogo pordiosero. ¡Váyanse los dos a chingar a su madre!
Adriana se aleja.
Jaime.- (Al Chalayo) Disculpe usted el lenguaje, señor juez. Entienda que está perturbada…
El Chalayo.- Esta bueno. Se levanta la sesión.
Jaime y El Chalayo se relajan.
El Chalayo.- Discúlpame.
Jaime.- ¿Cómo?
El Chalayo.- Por el susto. Nada más te quería demostrar lo que piensan las mujeres.
Jaime no entiende.
El Chalayo.- Por lo de la pistola. No pensaba matarte.
Jaime.- No hay problema. Ya pasó. (Breve pausa) Supongo que tenemos que ser amigos.
El Chalayo.- Pues sí.
Silencio.
Jaime.- ¡No! ¡No podemos ser amigos!
El Chalayo.- ¿Por qué?
Jaime.- Porque es apenas el segundo día. Y yo no quiero seguir los patrones de un personaje.
El Chalayo.- ¿Cómo?
Jaime.- La resignación es el comienzo de la muerte.
El Chalayo.- ¿Y?
Jaime.- Que yo no me voy a morir al final. Por eso no me mataste.
El Chalayo.- Ya te dije que era una demostración, un juego.
Jaime.- ¡Todo tiene que ser un juego!
El Chalayo.- No todo. Estamos aquí, y eso no es un juego.
Adriana se acerca a ellos sin que se den cuenta.
Jaime.- ¡Ni madre! ¡Tú no eres mi amigo! ¡En unas horas yo voy a salir de aquí!
El Chalayo.- ¡Exactamente…!
Jaime.- ¿Verdad?
El Chalayo.- No.
Adriana.- Déjense de pendejadas y vamos a hacerlo.
Ambos personajes la ven por un segundo. Reaccionan y se colocan en su lugar. El Juez delante de ellos. Adriana, resignadamente, se coloca en su lugar.
El Chalayo.- Estamos aquí reunidos para celebrar el divorcio de Adriana…
Adriana.- Mendoza.
El Chalayo.- Mendoza, y de Jaime…
Jaime.- Vega.
El Chalayo.- Vega. Pregunto. Adriana Mendoza, ¿acepta usted por ex esposo a Jaime Vega?
Adriana.- Acepto.
El Chalayo.- Jaime Vega, ¿acepta usted por ex esposa a Adriana Mendoza?
Jaime no contesta.
Adriana.- Contesta.
Jaime no contesta.
El Chalayo.- (Carraspea) Pregunto de nuevo: ¿Jaime Vega, acepta por ex esposa…?
Jaime.- (Interrumpe) ¡Acepto, chingada madre!
El Chalayo.- Que lo que el hombre ha separado, no lo reúna Dios. Ya se pueden… (Pausa) No…
Nada.
Adriana se va enfurecida. Jaime no sabe que hacer. El Chalayo tampoco está muy seguro de lo que tiene que hacer.
El Chalayo.- ¿Y ahora?
Jaime se encoge de hombros. Voltea a ver a Adriana.
Jaime.- No está bien.
El Chalayo.- ¿Qué?
Jaime.- Ella.
El Chalayo.- Supongo.
Jaime.- ¿No era lo que quería?
El Chalayo.- Voy a consolarla.
Jaime.- (Lo intercepta) No, mejor voy yo.
Adriana está sentada cerca del carro. Se abraza las piernas. Jaime llega a ella. El Chalayo se sienta en otra parte de la escena, y los observa, inmóvil.
Jaime.- Hola.
Adriana.- Hola.
Jaime.- ¿Cómo estás?
Adriana.- Pues aquí, pasándola.
Jaime.- ¿Eso quiere decir que más o menos?
Adriana.- ¿Me lo preguntas?
Jaime.- Sí.
Adriana.- Antes lo hubieras afirmado.
Jaime.- Pero antes era antes. Ahora ya no es lo mismo.
Adriana.- ¿Ah sí?
Jaime.- Pues sí, ¿no?
Adriana.- ¿Porque ya estamos divorciados?
Jaime.- Ajá.
Adriana.- Ah.
Jaime.- ¿No era lo que querías? ¡Corrijo la pregunta! ¿No te sientes mejor?
Adriana.- No. Respuesta para las dos.
Jaime.- ¿Entonces?
Adriana.- Pero no por ti.
Jaime.- ¿Cómo?
Adriana.- Para variar, nunca entiendes nada. El intelectual de mi marido… Ex marido, está perdido. No es por ti. Ni siquiera por este barranco, ni por el payaso ese que nos encontramos aquí. Es porque yo esperaba otra cosa. Porque de lo que más tengo ganas es de salir de este lugar, ¿y para qué? (Finge la voz) Adriana, ¿cómo estás? Oye, ¿que te divorciaste? Fíjate que cuando me lo dijeron pensé en hablarte, pero por alguna cosa u otra nomás no pude. (Deja de fingir) Y yo esperando en mi casa sola a que estas arpías me llamen para contarles el terrible trago que estoy pasando. Para tirarme al barranco y que me recojan. Y luego ir por las noches a ciertos bares en donde los morritos de 18 años van a buscar mujeres divorciadas, porque saben que con ellas pueden coger… perdón, hacer el amor… sin ningún compromiso. Sin que tengan que llegar a cierta hora a su casa, sin esconderse de nadie, y con una poquita de suerte hasta se ahorran el hotel, porque la vieja divorciada tiene una casa monísima. ¡La vieja divorciada! ¡Tengo 25 años y por este divorcio ya casi llego a la tercera edad! Y tú dirás: Lo bueno es que se puede volver a casar. Y yo diré: Que chingue a su madre. Porque las divorciadas pasan a adornar los aparadores de los “yonques”.
Breve pausa.
Adriana.- ¿Te das cuenta lo que me pasa?
Jaime.- Sí…
Adriana.- No me pasa nada. Sólo eso. Que no quiero ser divorciada. Que no me interesa andar con el culo al aire, que quiero seguir casada con el hombre con el que me casé la primera vez… Pero hay un problema. Ese hombre eres tú.
Jaime.- Oye, pero…
Adriana.- Mejor cállate, ¿sí? Hazme ese favorcito. (Pausa) Muchas veces fantaseé con la idea de
tener una máquina que cambiara las cosas. Una máquina que invirtiera los papeles por, digamos, un día con su noche. Imagínate que con esa maquina tú pudieras ser el esposo de Elena y yo la esposa de Marcos. Pero que además no pasara nada. Que nadie se diera cuenta. ¿Te gustaría? (Jaime no contesta) ¿No te gustaría poderte coger a Elena sin que hubiera bronca? ¿Sin esconderte? ¿Tú crees que no me gustaría ser por veinticuatro horas la esposa de Marcos? Ser la que se puede ir de compras sin llevar una pinche calculadora en la mano. Ser la que puede escoger por el color y no por la etiqueta. Fíjate que a todo dar. Tú te coges al culo que se te antoja, y yo me voy a tomarme la vida tan en serio como se merece. Y todos felices... Pero esa máquina… pues no existe.
Jaime.- Estas loca…
Adriana.- No señor. Estoy más cuerda que nunca. Estoy tan cuerda, que no acepto estar divorciada. Así que me quiero volver a casar.
Jaime.- Pero nos acabamos de divorciar.
Adriana.- Justamente por eso. (Adriana se levanta) Me quiero casar con él.
Adriana apunta hacia donde está El Chalayo. Jaime se levanta como resorte.
Jaime.- ¡¿Qué?!
Adriana.- Así. Me quiero casar con él.
Adriana camina hacia El Chalayo.
Adriana.- Señor…(Voltea a ver a Jaime) ¿Cómo se llama?
Jaime.- Chalayo.
Adriana.- Gracias (Voltea hacia El Chalayo) Señor Chalayo, ¿Quiere casarse conmigo?
El Chalayo sigue inmóvil.
Adriana.- No me tiene que contestar ahorita. Piénselo.
Jaime.- (Jala a Adriana) ¡Estás loca!
Adriana.- ¡No me toques, cabrón!
Jaime.- ¡Fíjate lo que estás haciendo!
Adriana.- ¡Señor Chalayo! ¿Se quiere casar conmigo?
Jaime.- ¡Adriana!
Adriana.- ¿Qué pasa? ¿No le gusto? (Adriana se abre el escote y se lo enseña)
Jaime.- ¡Pinche loca!
Adriana.- (Le acerca las nalgas al Chalayo) ¿A poco no quisiera agarrármelas?
Jaime.- ¡Si no te querías divorciar, me lo hubieras dicho!
Adriana.- ¡Te lo dije!
Jaime.- ¡¿Qué?!
Adriana.- ¡Te lo dije! Muchas veces te lo dije pero no te importó.
Jaime.- ¿Cuándo? ¿A qué horas?
Adriana.- ¡Ahora resulta que no!
Jaime.- ¡Ahora resulta que sí!
Adriana.- ¡No te quisiste ir conmigo!
Jaime.- ¡Ya! Quiero hablar de otra cosa.
Adriana.- ¿De qué? ¿De los pajaritos? ¿Del sol, de los atardeceres? ¿De las rosas rojas? ¿Del amor?
Jaime.- ¡No te burles!
Adriana.- ¡Ya sé! ¡De la poesía bizantina!
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- ¡Así me decías, ¿no?! Eres como la poesía bizantina. Y yo me sentía muy bien cuando me decías esas cosas. Por fin quitabas los ojos de la computadora y volteabas a ver a la musa de tu poesía bizantina. Tú musa. La única que podías insertar en tu trabajo. A la que le dijiste cosas como “la fuerza de mi amor es proporcionalmente mayor a las moléculas de hidrógeno que hay en el océano”.
Jaime.- ¿Yo escribí eso?
Adriana.- “Derrámate en mi piel, penetra en mis venas como la antitoxina que me mantiene en la
peregrinación de mi alborozo”.
Jaime.- ¿Te los memorizaste?
Adriana.- ¡Hice eso y muchas otras cosas! ¡Y ahora resulta que el fondo de un barranco, con una
ceremonia equivalente a una persignada, ya estamos divorciados! ¡Chinga tu madre!
Adriana se aleja de ellos. El Chalayo ha estado inmóvil. Levanta levemente la cabeza.
El Chalayo.- ¿Ella sabe lo que es un poema bizantino?
Jaime.- ¿No la escuchaste?
Breve pausa.
El Chalayo.- Me voy a casar con ella.
Jaime.- ¿Qué?
El Chalayo va a donde está Adriana.
El Chalayo.- Acepto.
Adriana lo voltea a ver. Está fatigada. Lo ve con odio. No dice nada. Se levanta. Camina hacia
donde está Jaime. El Chalayo la ve por primera vez con lujuria.
Adriana.- (A Jaime) Tú nos vas a casar.
Jaime.- ¿Yo? Pero no soy juez.
Adriana.- Déjate de pendejadas. Él tampoco lo era.
El Chalayo llega a donde están ellos.
Jaime.- Yo no me voy a prestar a esto.
El Chalayo.- Yo te divorcié, me debes una.
Jaime.- Adriana, ¿qué no te das cuenta? Este señor lo que quiere es aprovecharse de ti.
Adriana.- ¿Y tú no?
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- ¿No querías aprovecharte de mí cuando nos casamos?
Jaime.- ¡Claro que no!
El Chalayo.- ¡Claro que sí!
Adriana.- ¿Podrías hacer esto por tu ex esposa?
Jaime.- ¡Te estás burlando de mí!
Adriana.- De ninguna manera.
Jaime.- ¡Todo esto es una locura!
El Chalayo.- Que sucede en tu mente.
Jaime.- ¡No me vengas con esas mamadas! ¡Esos personajes son los más superficiales! Y yo no soy uno de esos.
El Chalayo.- Señor Wenceslao Rodríguez, ¿acepta usted por esposa a Adriana…?
Adriana.- Mendoza.
El Chalayo.- ¿A Adriana Mendoza? Sí. Acepto. Adriana Mendoza, ¿acepta usted por esposo a Wenceslao Ramírez?
Adriana.- (Con amargura) Esto es un sueño. En ese momento se escucha el ruido a lo lejos de un helicóptero. Los tres personajes se quedan quietos por un momento, mientras aguzan el oído. Adriana y Jaime lentamente empiezan a buscar la ubicación del helicóptero. El Chalayo se queda otro segundo inmóvil, y luego corre como desaforado fuera de escena.
Adriana.- (Mirando al cielo) ¿Lo ves?
Jaime.- (Ídem) No.
Siguen buscando. El ruido del helicóptero se escucha más lejos.
Jaime.- Se está alejando.
Adriana.- ¡Mueve los brazos!
Ambos personajes lo hacen, mientras el helicóptero se aleja.
Adriana.- ¡Auxilio! ¡Aquí estamos!
Jaime.- ¡Acá abajo!
Adriana.- ¡Sáquennos de aquí!
El helicóptero se termina de alejar. Jaime se derrumba. Adriana ve al cielo con la mirada perdida.
Adriana.- Quisiera tener por lo menos un rinoceronte disfrazado de Pegaso.
Jaime.- Por lo menos salvia divinorum.
Adriana.- Y una rayita de celular.
Jaime.- Un enema bizantino.
Adriana.- Tres moléculas de oxígeno por cada una de hidrógeno.
Jaime.- Un personaje predecible. De esos que al final se mueren.
Adriana.- Un cerdo como marido, y un encanto como ex marido.
Jaime.- Un verso entumecido.
Adriana.- Un choque estrafalario que arroja puros muertos.
Jaime.- Un asesinato cometido contra un anciano.
Adriana.- ¿Y al final?
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- Nada. Al final nada.
Jaime.- Aquí sólo se puede pedir eso.
Adriana.- Nada.
Jaime.- ¿Nos vamos?
Adriana.- Nos vamos.
Jaime se va a un extremo del escenario. Adriana se va al otro. Ambos se sientan abrazándose las
piernas. Se observan por unos minutos. Se escucha de nuevo el helicóptero que pasa. Ellos no se dejan de ver.
Adriana.- ¿Cogemos?
Pausa.
Jaime. Sí… Pero cada quién paga lo suyo.
Ambos personajes pierden la mirada, sonríen, mientras se hace el
OSCURO FINAL
INVITACION A LEER
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